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Geografia Mundial
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EUROPA. LA ESTRUCTURA FÍSICA: POSIBILIDADES, CONTINGENCIAS Y DIVERSIDAD DE
PAISAJES NATURALES.
1. La conformación del relieve.
Europa es sólo el apéndice occidental de placa euroasiática, limitada por los Urales, el Cáucaso, el Atlántico y el
Mediterráneo. Los límites del conjunto litosférico que conforma Europa se prolongan o se recortan más allá de los límites culturales del continente, por ejemplo en el Magreb, en la península itálica, en el Cáucaso o en el mar de Aral,
asociado tectónicamente a las fallas de los Urales.
FISIOGRAFÍA E HISTORIA GEOLÓGICA.
El continente europeo se caracteriza por sus reducidas dimensiones (10,5 millones de km2) y su baja altura media (300
m), en comparación con los demás continentes. Fisiográficamente, las dos terceras partes de su extensión no superan los 200 m de altura sobre el nivel del mar; cabe señalar el perfil articulado de su costa, con numerosas penínsulas y la
orientación este-oeste de sus principales relieves, con lo cual la influencia climática marítima se ve favorecida.
La historia geológica de Europa nos explica la génesis de los relieves actuales, que son los cimientos fisiográficos de
su geografía. Los escudos precámbricos constituyen el corazón del continente europeo, al igual que sucede con África, Norteamérica o Asia. Su antigüedad ronda los 2,6 mil millones de años y a su alrededor se han incrustado, subducido,
fallado, plegado y cabalgado materiales más jóvenes de la corteza terrestre, por efecto de la tectónica de placas. La
impronta fisiográfica de esta unidad estructural se manifiesta en Europa, en los cratones fino-escandinavo y ucraniano, además de subyacer en el zócalo ruso, enmascarado de sedimentos posteriores, y extenderse en la llanura germano-
polaca. Las rocas que lo conforman son sedimentos e intrusiones graníticas que sufrieron un metamorfismo elevado.
El inicio de la era paleozoica se caracteriza por la erosión con peniplanamiento de dichos escudos, y por la sedimentación en los mares cámbricos y silúricos, sobre todo en los extremos occidental y meridional del complejo
basal. Un mar, proto-Atlántico, denominado Iapetus, separaba los escudos báltico y norteamericano. La sedimentación
en esta cuenca oceánica se prolongó desde su apertura en el proterozoico hasta el devónico, alcanzando potencias de
una decena de kilómetros. En el paleozoico inferior, hace 450 millones de años, se produjo un nuevo ciclo orogénico, denominado caledoniano, que dio lugar a los relieves de la Europa atlántica noroccidental: cordilleras noruegas, islas
Británicas y Spitzbergen, por cierre del mar de Iapetus en la colisión entre los escudos Báltico y Norteamericano. Con
él, los sedimentos acumulados en el mar de Iapetus experimentaron unas fuertes deformaciones y un metamorfismo que produjeron en la formación de relieves de dirección NE-SW. Esta orogenia afectó también a materiales hoy
aflorantes en la península ibérica y los Balcanes. La época devónica se caracterizó por la subsidencia de los márgenes
meridionales de los macizos caledonianos, y por una transgresión marina que convierte Europa noroccidental en una
llanura fluvio-deltaica. En lo que resta de la era paleozoica, durante el período carbonífero, se suceden condiciones bioclimáticas diversas que generan, sedimentos orgánicos de ambientes forestales palustres anaeróbicos, que con el
paso de algunos cientos de millones de años han devenido en depósitos de carbón. A finales de la era primaria, entre el
carbonífero y el pérmico, hace unos 200 millones de años, los márgenes del continente, sobre los que se sedimentaron los materiales, se ven afectados por un nuevo ciclo orogénico, denominado hercínico, en el que Gondwana -que era un
continente del hemisferio austral formado por África, Australia, la Antártida, Sudamérica y la India- y Asia colisionan
con los escudos Norteamericano y Báltico, para formar un supercontinente único llamado Pangea. Los macizos resultantes se encuentran hoy en día peniplanados, y separados por cuencas sedimentarias mesozoicas y cenozoicas, y,
todavía más, retrabajados por la orogenia alpina. Las principales unidades resultantes se encuentran, por un lado, en la
Europa sudoccidental y central -desde los Sudetes al macizo Hespérico y el sur de las islas Británicas-, y en la frontera
fisiográfica con Asia: los Urales, las montañas de Timan y Nova Zemlya. El mar de Tethys se abrió entre Laurasia y Gondwana como un gran golfo en el Pangea, posibilitando la sedimentación de materiales detríticos procedentes del
desmantelamiento continental, junto a depósitos conteniendo restos de organismos marinos.
A lo largo de la era mesozoica, el supercontinente Pangea se va desmembrando en partes, que se corresponden aproximadamente a los continentes actuales, al mismo tiempo que el Tethys se cierra con la aproximación entre África
y Eurasia. Esta fue la era del desarrollo de los reptiles, en la que se conformaron las facies sedimentarias triásica,
jurásica y cretácica, clásicas de los relieves alpinos europeos. Durante la primera mitad del período terciario, entre el eoceno y el oligoceno (hace entre 50 y 20 millones de años), el
movimiento hacia el norte de la placa africana, ciclo alpino, genera por un lado la subducción de la corteza oceánica
del Tethys y por la otra la colisión entre las placas africana y europea. Los sedimentos acumulados en el Tethys se
pliegan y forman grandes cabalgamientos, para así formar los arcos alpinos que constituyen la Europa meridional: las Béticas, los Pirineos, los Alpes, los Apeninos, los Alpes Dináricos, los Cárpatos, los Balcanes y el Cáucaso. Entre los
sistemas montañosos mencionados quedan capturados fragmentos de bloques de la Europa herciniana que retrabajados
por la orogenia alpina, conforman el macizo Hespérico, el valle del Ebro, el valle del Po, el macizo del Ródope, Transilvania o las llanuras Panónica y Moésica. La actividad tectónica alpina se dejó notar también en la Europa
herciniana, con la reactivación de estructuras antiguas a través de las cuales extruyeron materiales volcánicos.
Coincidiendo con los últimos movimientos orogénicos, el mar Mediterráneo se cerró al Atlántico y se desecó parcial y
repetidamente, dejando gruesos depósitos de evaporitas, sales y yesos, hace unos 6,5 millones de años. La colisión
entre África y Eurasia ha seguido hasta la actualidad con períodos más o menos activos, como lo indica la sismicidad
que afecta a todo el cinturón alpino mediterráneo, y el volcanismo actual en zonas de Grecia e Italia. La historia reciente de la geomorfología europea se culmina con el proceso de progresivo enfriamiento climático que caracteriza
el período cuaternario. El descenso medio de temperaturas, de en torno a veinte grados desde el terciario, se produce
con fuertes oscilaciones -glaciaciones-, que dejan una importante huella en las formas del relieve europeo actual, de
entre las que cabe destacar el peniplanamiento, las morrenas y los depósitos de till, la incisión de los relieves alpinos y atlánticos, y los depósitos loéssicos periglaciares.
LAS UNIDADES MORFOESTRUCTURALES.
Conjugando el origen geológico y las características fisiográficas, diferenciamos en Europa las siguientes unidades: -La gran llanura europea, que incluye los escudos precámbricos y las cuencas colmatadas de sedimentos de la Europa
central y occidental.
-Las cordilleras e islas de la Europa nordatlántica. -Los macizos hercinianos de la Europa occidental y central, incluyendo el macizo Hespérico.
-Los arcos alpinos.
LA GRAN LLANURA EUROPEA. La gran llanura europea se caracteriza por su escaso relieve. Su génesis es precámbrica, formada por rocas
metamórficas aflorantes en el escudo escandinavo, y en el macizo ucraniano, y cubiertas de sedimentos posteriores -
paleozoicos, mesozoicos, terciarios y cuaternarios- en el zócalo ruso, fracturado en bloques hundidos, y elevados, como el altiplano de Ucrania central o las alturas del Volga. Este llano se extiende desde Inglaterra a los Urales, a lo
largo de unos 4.000 km y en pocos lugares supera los 300 m de altura. Formas del relieve actual marcadas por el
glaciarismo, en su mitad septentrional, con el consiguiente aplanamiento producido por la cobertura intermitente del
inlandsis. En todo este ámbito, la erosión glacial ha dejado a su paso depósitos de materiales heterogéneos de fricción, desgaste y arrastre del hielo, el till. Asimismo cabe reseñar la abundante presencia de lagos -Ladoga, Onega, Vánern y
Vattern entre los más extensos- y de zonas palustres y lacustres causadas por su allanamiento, el balance hídrico
excedentario, el efecto de cerramiento de depósitos morrénicos y el alzamiento glacio-isostático. El margen del desaparecido inlandsis está deslindado por morrenas frontales o terminales que crean túmulos alargados y depósitos
pedregosos en la Europa central (como sucede en Brandeburgo o en Pomerania) y oriental y al sur de Escandinavia.
Más al sur, el relieve de la gran llanura se organiza según el trazado de las redes de drenaje del deshielo
postwürmiano, en las denominadas morfologías fluvioglaciales, que determinan el recorrido actual de los ríos que surcan la llanura, como el Elba, el Oder o el Vístula, derivados hacia el noroeste por canales de deshielo denominados
«pradolin», entre cordones morrénicos. De igual manera, el Mittelland kanal aprovecha dichas redes de escorrentía
fluvioglacial para comunicar los ríos de la llanura germano-polaca. También las marismas del Pripiat, que dificultan la comunicación terrestre entre la Europa occidental y la oriental, tienen su origen en extensos y mal drenados llanos de
acumulación de depósitos fluvioglaciares. Las regiones más meridionales de la llanura recibieron aportes limosos y
arenosos empujados por vientos procedentes del inlandsis, acumulados como loess, cuya presencia caracteriza una faja creciente desde las depresiones de Colonia y Münster en Alemania occidental, hacia el este entre el Volga y el
Dnieper.
La extensión occidental de la llanura marca una amplia banda ecotónica marina en la plataforma continental
ininterrumpida, de menos de 200 m de profundidad, que une las islas Británicas y los Países Bajos. En esta región del
mar del Norte, el rift y la subsidencia continúan en prolongación del graben surcado por el río Rin. Los sedimentos
arenosos que conforman el fondo de dicho mar, que permaneció emergido en el pleistoceno, y el efecto redistribuidor de las mareas atlánticas, generan costas dunares y pantanosas -antiguas turberas- de intensa dinámica litoral.
Áreas de relieves caledonianos y hercinianos de la Europa occidental, se hallan recubiertas por materiales
sedimentarios del paleozoico superior -en las islas Británicas- y mesozoicos -al sur de Inglaterra, Francia y Alemania-,
prolongando las llanuras europeas. Bloques alzados -horst- y cuencas tectónicas -graben- acumulan sedimentos que muestran cierto grado de inclinación, dando lugar a estratos de erosión diferencial que configuran morfologías
denominadas en cuesta, en las que alternan escarpes y llanos, y que no superan los 1.000 m de altitud.
Los escarpes Peninos están constituidos por rocas del paleozoico superior aflorantes en el anticlinal del norte de Inglaterra, y alcanzan su cota máxima en el cerro del Kinder Scout, de 636 m de altura, en el Peak District. Las facies
calcarías, por el contrario, dan lugar a paisajes y redes de drenaje de erosión cárstica. Rocas de edad semejante
plegadas por la orogenia herciniana conforman los escarpes galeses, en torno a Brecon Beacons. Mientras, al sur de Inglaterra, los materiales calcáreos del jurásico y los yesosos del cretácico forman las cuestas de los Cotswolds, así
como las del sinclinal del Weald, y los relieves producto de los sinclinales de Londres y Hampshire.
La cuenca de París se extiende con un radio aproximado de 200 km entre las plataformas aflorantes de las Ardenas, las
estribaciones septentrionales del macizo Central, y las estribaciones normandas del macizo Armonicano. La Champagne constituye un frente de cuestas de materiales jurásicos, cretácicos y terciarios, que limitan la cuenca por el
este. Las morfologías de la cuenca son fluvioglaciales y periglaciales.
El graben de Baviera presenta depósitos mesozoicos, ligeramente inclinados hacia el sudeste, entre macizos cristalinos y eruptivos de origen herciniano y terciario, con cuestas formadas por la erosión diferencial de los diferentes estratos
de escarpes acarados al noroeste.
La cuenca de Aquitania marca el extremo meridional de las llanuras europeas, lindando con los arcos alpinos mediterráneos, en este caso, los Pirineos. Se extiende al sur de los macizos Central y Armonicano, y en ella se
sedimentaron facies mesozoicas, molasas terciarias y conglomerados pliocenos que han sido diseccionados por los
afluentes del río Garona, en el mayor abanico aluvial del piedemonte pirenaico.
Los frentes atlánticos caledonianos. El archipiélago de Spitsbergen y los relieves noruegos y británicos, que se orientan en un eje noreste-sudoeste, están
constituidos por materiales sedimentarios de la era paleozoica, que se depositaron en el océano de Iapetus, que
separaba los escudos canadiense y fino-escandinavo o Báltico. El ciclo orogénico caledoniano afectó a estos materiales plegándolos y metamorfizándolos, en el período devónico, 400 millones de años atrás. El metamorfismo
difiere de una región a otra de estas cordilleras, aunque muestra un patrón general de aumento en el interior del
orógeno, en Noruega y Escocia, y menos intenso en sus partes externas, Inglaterra, Gales e Irlanda. Por otro lado, los
relieves caledonianos noruegos difieren de las islas Británicas en la ausencia de cobertura postorogénica, debido a la erosión más intensa a que ha dado lugar su mayor alzamiento isostático. Junto a los sedimentos metamórficos
encontramos intrusiones graníticas caledonianas y materiales volcánicos del terciario debido a la abertura del
Atlántico norte, tal y como se manifiesta con espectacularidad en el macizo basáltico de Antrim, al noreste de Irlanda, o en la isla de Skye. Las Hébridas y las Tierras Altas escocesas muestran una sección del escudo precámbrico
groenlandés, formada por gneises del período arqueano y por areniscas del foreland americano, que permaneció unido
a los materiales sedimentarios plegados en la orogenia caledoniana.
Los macizos hercinianos.
Los conjuntos montañosos que ocupan la parte meridional de la Europa atlántica, Europa central y los Urales son el
resultado de la orogenia hercínica, que tuvo lugar a finales de la era paleozoica. La implicación de sedimentos del
carbonífero ha posibilitado la explotación de esta fuente de energía fósil, en las regiones en las que estas facies afloran o se encuentran cerca de la superficie, favoreciendo el desarrollo industrial en un cinturón desde Irlanda a Donezk. En
la actualidad, estos relieves se encuentran fuertemente denudados y enterrados por sedimentos mesozoicos y
cenozoicos. La orogenia alpina reactivó sus fallas, por las cuales afloraron también rocas eruptivas, que han dejado su huella en el paisaje en forma de conos volcánicos y altiplanos basálticos.
El sur de las islas Británicas presenta estructuras aflorantes de materiales paleozoicos y precámbricos plegados o
fracturados por esta orogenia. Estas unidades se extienden a través del canal de la Mancha hacia el macizo Armonicano, del cual sobresalen aún los horsts de Bretaña, Normandía y Cotentín. Estos complejos, se encuentran
peniplanados en superficies que se originaron durante períodos posteriores a su afloramiento. El macizo esquistoso
Renano agrupa las formaciones cristalinas y volcánicas de Eifel, Westerwald, Hunsrück y el Taunus. El alzamiento
isostático que sucede al peniplanamiento, da lugar a la profundización de los cauces fluviales que descubren los materiales subyacentes. El Harz y el macizo de Bohemia acaban de cerrar, al norte y al este, la cuenca de Baviera. Las
rocas metamórficas, precámbricas y del paleozoico inferior retomadas por la orogenia herciniana, producto de un
plutonismo ácido metalífero, emergen del entorno postorogénico. La mineralización asociada a los granitos variscicos posibilita la explotación de uranio, estaño, wolframio, plomo y zinc.
Por otro lado, el macizo Central francés muestra igualmente altiplanos de rocas metamórficas y granitos, intruidas por
materiales magmáticos, del oligoceno al plioceno, que establecen sus mayores alturas (Puy de Sancy, 1885 m).
El graben de Alsacia acumuló sedimentos terciarios, mientras que los horsts hercinianos de los Vosgos y la Selva
Negra, que lo delimitan a oeste y a este, experimentaron un alzamiento en el terciario, con la abertura del rift del Rin. Al sur de los Pirineos, el macizo Hespérico muestra la tectónica herciniana que involucró a los macizos caledonianos
anteriores, formados por rocas cámbricas y silúricas de Galicia, el Sistema Central, los Montes de Toledo y Sierra
Morena. Todo el macizo se halla fracturado en horsts y grabens reactivados por la orogenia alpina. Las zonas
levantadas son el Alentejo-Extremadura, Sierra Morena, Montes de Toledo, el Sistema Central, el macizo Galaico y la cordillera Cantábrica. De entre las zonas subsidentes, que se hallan rellenas por sedimentos posteriores, destacan las
dos Mesetas.
Hacia el este del Mediterráneo aparecen otros restos de macizos hercinianos incorporados a los relieves alpinos en torno a la línea insúbrica que separa ambos lados de los márgenes africano y europeo del plegamiento. Los macizos de
Maures y de Esterel, en la Riviera francesa, presentan intrusiones volcánicas terciarias. Córcega y Cerdeña presentan
granitos y esquistos paleozoicos producto de la orogenia herciniana, así como conos volcánicos terciarios junto a materiales sedimentarios mesozoicos, metamorfizados por la orogenia alpina. Otro horst aparece separado de la
llanura Panónica en Transilvania, las montañas de Apuseni, en el entorno alpino de los Cárpatos. La llanura
transilvana constituye un nuevo altiplano herciniano, recubierto de sedimentos postorogénicos. El macizo de Ródope
asciende envuelto en la orogenia alpina, pero su metamorfismo procede de la herciniana.
Los arcos alpinos.
El plegamiento alpino se produce por la colisión de las placas africana y arábiga con la europea durante el mesozoico
superior y el terciario. Los relieves más vigorosos de la Europa meridional corresponden a esta época de formación.. Su denudación en el terciario los reduce enormemente haciendo que los relieves hoy visibles sean el resultado de su
realzamiento isostático posterior y de la acción erosiva de los agentes externos.
La muestra europea más occidental de este conjunto son las cordilleras Béticas al sudeste de la península ibérica. Los Pirineos presentan la sucesión de materiales en una estructura de cierta simetría en torno a la zona axial, en la que
afloran las rocas más antiguas, gneises, etc. Las regiones externas muestran materiales principalmente mesozoicos
plegados a ambos lados de la cordillera. Las regiones más elevadas de los Pirineos presentan morfologías de erosión
glacial pleistocena, escarpadas, redes hídricas anastomosadas, lagos de sobreexcavación y depósitos morrénicos. Los Alpes representan la muestra más compleja entre los relieves de este conjunto. Su génesis se corresponde al
desarrollo de extensos y potentes mantos de corrimiento hacia el norte y el noroeste, que padecieron dramáticos
períodos de erosión y peniplanamiento. Los materiales denudados en los períodos de levantamiento isostático se acumularon en las cuencas del Mitteland suizo, Baviera, la cuenca de Viena y el valle del Po. La sobreimposición de
las redes fluviales a lo largo del pleistoceno, durante los períodos interglaciares, permitió datar, las cuatro glaciaciones
clásicas: günz, mindel, riss y würm, (glaciares del Ródano y del Aletsch).
La cordillera del Jura separa la cuenca del Mitteland suizo de la de París y de los macizos cristalinos hercinianos: Central francés, de los Vosgos y de la Selva Negra. Su estructura es la clásica del relieve jurásico, formados por
sinclinales y anticlinales de materiales mesozoicos plegados, cortados transversalmente por los valles fluviales,
denominados «cluses». Los Apeninos tienen una vergencia noreste, involucrando sedimentos paleozoicos, mesozoicos y del terciario inferior.
Tanto en los Apeninos centrales como en Calabria y Sicilia, existe actividad volcánica desde el pleistoceno hasta la
actualidad, que da lugar a conos, calderas, cráteres y depósitos de lavas y cenizas. Los Alpes Dináricos se componen mayoritariamente de rocas carbonatadas con plegamiento de dirección NW-SE,
paralelo a la costa adriática. Dalmacia es el más importante referente en lo que a morfologías cársticas respecta.
En esta misma línea, prolongando los márgenes africanos del plegamiento al sur, afloran en la península Balcánica los
relieves Helénicos como continuación de los Alpes Dináricos. Los materiales mesozoicos se pliegan en el Pindos, mientras que hacia el este aparecen granitos y gneises hasta la falla del valle de Varder, en la que la masa sedimentaria
contacta con el macizo cristalino del Ródope. La fosa del mar Egeo presenta un claro origen por la subducción de la
placa africana contra la europea, en un arco marcado por la presencia de las islas Cicladas y Creta. El margen europeo tiene continuación por el norte, en prolongación de los Alpes, con el arco que forman los Cárpatos,
de orientación variable, norte y este, cerrando la llanura Panónica, e involucrando a los zócalos, transilvano y
apusénico. Estas sierras muestran en el Tatra su máxima elevación. La actividad volcánica terciaria se muestra en los Cárpatos orientales. Por último, los Cárpatos meridionales cierran la puerta de Hierro que permite el desagüe del
Danubio desde la llanura Panónica hacia Valaquia y el zócalo Moésico.
Las sierras balcánicas, continuación estructural de los Cárpatos, en una serie de pliegues orientados al norte que
alcanzan alturas en torno a los 2.000 m, y acaban en las costas del mar Negro. Su estructura es la clásica de cabalgamientos de sedimentos mesozoicos, acumulados entre la plataforma Moésica y el macizo del Ródope. La
región de los Balcanes presenta vulcanismo mesozoico acompañado de mineralización de plomo, zinc, cobre y plata.
La península de Crimea muestra la extremidad noroccidental del Cáucaso, del que queda separada por la cuenca sedimentaria del mar de Azov, y plegamientos en los períodos mesozoico y terciario. Las sierras de su costa
meridional están compuestas de rocas de edad triásica y cretácica, formando acantilados sobre el mar Negro; mientras
en su parte septentrional el escudo precámbrico ruso, se halla cubierto de considerable grosor de sedimentos
paleógenos, neógenos y cuaternarios.
El Gran Cáucaso establece la frontera fisiográfica entre Europa y Oriente Medio. Su estructura, en torno a 1.300 km
de longitud, muestra sus máximas alturas al oeste con el pico del monte Elbrús (5.633 m), mayor altura del continente europeo. El origen del Elbrús, radica en las intrusiones volcánicas cuaternarias que afectan a rocas metamórficas
precámbricas, proceso aún activo. Los sedimentos precámbricos y paleozoicos de la zona axial del Cáucaso, en el
Dagestán, se han visto afectados por las orogenias varisca y alpina. Con esta última, los sedimentos paleozoicos y
mesozoicos se estructuran en grandes cabalgamientos para ser denudados más tarde.
EL MAR Y LA CONFIGURACIÓN DEL LITORAL.
La extrema litoralidad del continente europeo, sobre todo su riqueza y hospitalidad para con el asentamiento humano.
La acentuada articulación fisiográfica del litoral europeo se debe, geológicamente, a su fragmentación en numerosos zócalos.
El litoral de la Europa del norte.
La principal característica de este ámbito es la anomalía producida por la corriente del Atlántico Norte, que atempera el clima y limita el crecimiento de la banquisa polar, liberando las costas septentrionales de la península escandinava
del hielo, prácticamente durante todo el año (importancia estratégica para Rusia del puerto de Murmansk, situado en la
base de la península de Kola en el que se asegura la navegabilidad todo el año). La misma corriente marina produce un
acentuado incremento de la fertilidad de los ecosistemas marinos, gracias a su aportación de oxígeno y nutrientes al ascender sobre la plataforma continental, en la que se basan las industrias pesqueras tradicionales (principalmente de
arenques y bacalao) de Noruega y Dinamarca. Las costas nórdicas de Europa muestran relieves suaves, a causa del
peniplanamiento glacial. Gracias a la baja salinidad del mar Báltico, muy por debajo de la media de los mares, que es del 34 %0. Otro rasgo geomorfológico de máxima relevancia de estas costas es la profusión de fiordos, que son valles
inundados por el mar, de perfil acantilado, esculpidos por la erosión del hielo pleistoceno en movimiento. El
Sognefjord, situado en las costas noroccidentales de Noruega, es el más profundo del mundo, con más de 1.300 m.
El litoral atlántico de la Europa central.
El carácter que aporta más personalidad a esta fachada marítima es la influencia de las mareas, que se acentúa en el
mar del Norte, debido a su configuración norte-sur y a su estrechamiento en el canal de la Mancha. El fenómeno
moviliza una gran cantidad de sedimento, que se depositó en la zona durante los períodos interglaciares, a partir de los materiales erosionados y transportados por el glaciarismo. Las mareas aportan sedimentos a las costas, como sucede
en el Mont-Saint-Michel, en el que las mareas muestran una oscilación de hasta 13 m. Su acentuación en los estuarios
posibilitaría su aprovechamiento para la producción de energía.
La cuenca mediterránea y los mares adyacentes.
El efecto de las mareas es, en cambio, insignificante en las costas mediterráneas, debido a las reducidas dimensiones
de su cuenca. Sólo en entrantes de orientación norte-sur, como el golfo de Gabes, en Túnez, la oscilación mareal
alcanza el par de metros. El aspecto más relevante es el déficit hídrico provocado por su calentamiento, más acentuado en el levante -con salinidades superiores al 39 %0-, y por el menor efecto de los aportes hídricos continentales, con la
excepción del mar Negro -al que vierten sus aguas grandes ríos: el Danubio, el Dnieper, el Dniester y el Don-, en el
que la salinidad se halla por debajo del 30 %0. Las aguas del mar Negro se caracterizan por una elevada concentración de nutrientes -causada por la elevada presión demográfica de las cuencas que a él drenan, de en torno a 171 millones
de habitantes-, y la anaerobia, debida a su baja tasa de renovación -de en torno a 140 años-. Su única comunicación
con el exterior es por el canal del Bósforo (de entre 35 y 40 metros de profundidad), por el que salen las aguas más dulces y de menor temperatura-, frente a la extrema profundidad del mar, con un 60 % de sus fondos abisales a más de
2.000 m. Por esta causa, las aguas del mar Negro situadas por debajo de los 80 m de profundidad padecen un aumento
de densidad y estancamiento, que inhibe su intercambio con la superficie, creándose una haloclina que favorece la
anoxia por debajo de los 150-200 m. El mar Mediterráneo, más extenso y heterogéneo, es poco profundo (con una media de 1,5 km y más del 20 % a
menos de 200 m), recibe pocos aportes hídricos -continentales o pluviosos- y padece una elevada evaporación. Estas
mismas características lo hacen oligotrófico, (pobre en nutrientes), comparado con otros mares del mundo. Una muestra de su balance negativo es la corriente procedente del Atlántico que atraviesa el estrecho de Gibraltar, que se
mueve en superficie con aguas menos saladas y frías. La presión más intensa que sufre su costa proviene de la
afluencia masiva de turistas -más de 100 millones de visitantes anuales-, que lo convierten en un recurso de primer orden, hacia el que, interesa dedicar todos los esfuerzos de optimización y conservación.
El mar Caspio es el mayor cuerpo de agua cerrado de baja salinidad del mundo, con 426.000 km2. Al mismo tiempo,
a este mar desemboca el río de mayor extensión del continente, el Volga, de 3.530 km de longitud y una cuenca de
drenaje de 1.360.000 km2. Las variaciones del aporte de este río -debidas a la construcción de pantanos- parecen ser la causa principal de las oscilaciones de su nivel, que cayó 29 m entre los años treinta y ochenta. La continentalidad del
entorno del mar provoca la caída de las temperaturas invernales -de medias de 24 a 27 °C estivales a entre 0 y 9 °C en
invierno-, fenómeno que limita la circulación vertical del agua y su oxigenación, dando lugar a la contaminación sulfúrica de los fondos.
2. la diversidad de tiempos atmosféricos y dominios climáticos.
2.1. LA VARIEDAD DE CLIMAS Y LOS FACTORES EXPLICATIVOS.
El clima constituye unos de los principales factores ecológicos que explica la diferenciación paisajística del territorio
europeo. Condicionan el ambiente permanente en que se desenvuelven las actividades humanas, y participan decisivamente como factor de diferenciación regional de los espacios agrarios, turísticos y urbanos. Las dimensiones y
coordenadas geográficas, el relieve, las influencias oceánicas, la continentalidad, la exposición y la orientación,
matizan el comportamiento de la dinámica atmosférica que impera en la franja planetaria (35 °C - 70 °C latitud norte)
ocupada por el continente europeo. La diversidad, los contrastes y la complejidad son atributos inherentes al comportamiento de los tiempos y climas europeos, derivando en importantes diferencias entre las variables analíticas
que definen los grandes dominios climáticos del continente.
De los factores naturales que repercuten en los climas europeos se deben subrayar los siguientes: a) Factores sinópticos diversos, entre los cuales destaca el mecanismo cósmico de las estaciones, por sus efectos en la
distribución latitudinal del balance energético planetario. En el territorio europeo ubicado por encima de 55 °C de
latitud, a causa de la menor duración del día en invierno (noche polar) y de la mayor altura del sol en verano, la cantidad de radiación solar recibida por unidad de superficie es pequeña durante todo el año. En cambio, conforme se
desciende en latitud, esos valores aumentan. En términos de insolación, las diferencias evolucionan en el mismo
sentido latitudinal, de manera que en observatorios ubicados en la costa mediterránea de la península ibérica, como
Alicante y Almería, se superan las 2.900 o 3.000 horas de insolación efectiva al año. Dicho reparto espacial de energía solar motiva unas enormes diferencias regionales en el apartado biogeográfico, y en las posibilidades que ofrecen los
cultivos. Desde el punto de vista climático son más importantes las implicaciones sobre la dinámica atmosférica.
b) Los factores geográficos: destacando las dimensiones escalares del continente, el alcance de las influencias oceánicas, la deriva marina y la configuración del relieve. El territorio europeo, incluidos los archipiélagos atlánticos,
se extiende desde la Laponia finlandesa, por encima del Círculo Polar Ártico, a la isla de Creta, a 35 °C de latitud
norte, mientras que en longitud se extiende desde los 11 °C oeste, en la costa occidental de Irlanda, hasta los 60 °C este en los montes Urales. Estas coordenadas geográficas determinan que amplias extensiones del continente europeo
se hallen alejadas cientos de kilómetros del océano Atlántico y de los mares continentales meridionales (Mediterráneo,
Negro y Caspio). De sur a norte y de oeste a este, en relación con la lejanía de las influencias marinas, se opera una
ganancia creciente del grado de continentalidad y una disminución de las temperaturas medias anuales. La configuración del relieve es otro de los factores primordiales del clima, con una fuerte incidencia en el régimen
térmico, distribución de precipitaciones, y procesos de abrigo aerológico y efecto «fóhn». El dominio de llanuras
costeras en la fachada occidental europea, tan sólo se ve interrumpido por macizos antiguos y penillanuras con modestas altitudes, lo que permite que las influencias oceánicas vinculadas a la circulación general del oeste imperen a
veces centenares de km en el interior del continente; este factor propicia una suavización de temperaturas y, permite
que las borrascas de origen atlántico puedan transitar desde las costas de Irlanda a los Urales.
La disposición y orientación de los relieves europeos tiene también una gran incidencia en el reparto espacial de precipitaciones, propiciando fuertes disimetrías pluviométricas entre las vertientes ubicadas a barlovento de la
circulación atmosférica general del oeste, y las de sotavento sometidas a procesos de tipo «fóhn» y abrigo aerológico.
En general, las vertientes de los relieves europeos orientados al norte y oeste registran precipitaciones que triplican o más a las registradas en vertientes a sotavento.
En relación con la orientación y exposición, los Alpes y otras grandes cadenas de relieve europeas tienen también
enorme incidencia sobre las temperaturas. De hecho, la denominación «fóhn» ha sido tomada de una localidad con el mismo nombre ubicada en la vertiente norte de los Alpes de Seetaler, haciendo alusión al viento seco y cálido que
desciende de las cumbres alpinas, que puede elevar las temperaturas hasta 15 °C, provocando aludes, fusión de las
nieves y aumento del caudal de los ríos. En la alta montaña, las variaciones de temperatura se operan también con
carácter local, de forma que los emplazados en ladera ofrecen oscilaciones diarias en las temperaturas del aire mucho más reducidas, que en los ubicados en pleno valle, especialmente durante los meses de invierno.
Otro factor geográfico es la deriva noratlántica, originada como corriente de impulsión en la zona de circulación
general del oeste. A ella se debe la anomalía térmica positiva que cobra notoriedad en las costas atlánticas de la península escandinava, por encima incluso del Círculo Polar Ártico, favoreciendo que las costas noruegas queden
libres de hielos durante el invierno, y que puertos pesqueros como Murmansk, en el mar de Barents, sea navegable
todo el año. De idéntica forma son perceptibles los efectos de esta corriente marina cálida sobre las temperaturas e incluso sobre las precipitaciones. El mar de Noruega tiene una temperatura media superior en 5 °C a la de otras zonas
marinas ubicadas a su misma latitud de Islandia o Groenlandia. Por otro lado, la mayor temperatura del mar favorece
que aumenten los registros de precipitación causados por el tránsito de borrascas frontales y, sobre todo, de bajas
polares sobre los mares de Noruega y de Barents, al propiciar el calentamiento basal. Revisten trascendencia, las influencias de los mares continentales europeos, especialmente el Mediterráneo, al
convertirse en un gigantesco reservorio de calor y humedad, que se contagia a las masas de aire circulantes sobre él.
La función termorreguladora desempeñada por el mar en las tierras circundantes está acompañada por la participación que tiene su energía acumulada durante el verano en los episodios de lluvias torrenciales que suelen padecer las
regiones de la cuenca, especialmente la occidental. En este ámbito, la presencia de relieves costeros y de áreas de
ciclogénesis, como las del golfo de Génova, golfo de Venecia, golfo de León y golfo de Valencia contribuyen a
reforzar las condiciones de inestabilidad atmosférica, desencadenadas por la presencia de aire frío en las capas altas de
la troposfera.
2.2. LA GRAN DIVERSIDAD DE TIEMPOS ATMOSFÉRICOS.
Dependiendo de la época del año, el espacio europeo pueda verse afectado por masas de aire de naturaleza muy
contrastada. Con períodos de permanencia y frecuencias más elevadas durante el período invernal, las árticas y polares se desbordan desde sus hogares septentrionales a latitudes más meridionales. Las árticas, con temperaturas muy bajas
(entre 0 °C y -30 °C) proceden de la banquise del océano Glaciar Ártico; las polares, en su variante marítima, con
temperaturas que rondan los 5 °C, se originan sobre el Atlántico hacia los 60 - 70 ° de latitud, mientras que el aire polar continental tiene su hogar en el gran anticiclón invernal eurosiberiano y presenta temperaturas muy bajas que
pueden descender por debajo de -25 °C. En su variante marítima, las masas de aire tropicales procedentes del
anticiclón de las azores pueden alcanzar Europa occidental hasta los 50 ° de latitud norte, con una elevada humedad y temperaturas próximas a 15 °C; con hogar en el desierto del Sahara, el aire tropical continental puede alcanzar Europa
meridional durante el invierno con temperaturas en torno a 20 °C, y en verano con olas de calor que superan los 40 °C.
La desigual manifestación de masas de aire y tipos de tiempo en combinación con los factores cósmicos y geográficos
favorece que el territorio europeo esté afectado por una gran diversidad de climas y tipos de tiempo.
2.3. DOMINIOS Y REGIONES CLIMÁTICAS.
Es usual que se simplifique la realidad distinguiendo tres grandes dominios climáticos -oceánico, continental y
mediterráneo-, no debe olvidarse que hay factores geográficos que propician la aparición de otros climas, con elementos y rasgos muy diferentes a los enunciados. Así sucede con la franja de dominio ártico de las regiones más
septentrionales de la península escandinava; con los climas de filiación subárida de la región caucásica, y el sureste de
la península ibérica, o con los climas de alta montaña de las cadenas alpinas y hercinianas. El clima oceánico domina en las llanuras y relieves de las fachadas costeras europeas expuestas a los flujos marítimos
atlánticos, desde el barlovento de la cordillera escandinava a las terminaciones occidentales del Sistema Central de la
península ibérica, en su tramo portugués. Los límites espaciales de este clima no suelen manifestarse con nitidez, a no
ser que medien relieves capaces de constituirse en umbrales ecológicos, como sucede con las cordilleras escandinava y cantábrica, aunque en estos casos la altitud acaba por modificar profundamente sus rasgos definitorios. El clima
oceánico es un clima con escasa amplitud térmica, en general inferior a 15 °C; las temperaturas medias anuales se
acercan a 10 °C, disminuyendo con la ganancia de latitud, y las máximas mensuales se ubican en agosto y las mínimas en febrero debido a la inercia térmica de la masa marina oceánica. Las precipitaciones son abundantes, superando los
1.000 mm o más incluso, hasta los 2.500 mm; estos registros son muy regulares, presentan un máximo pluviométrico
en invierno (diciembre, 150 mm) que casi triplica al mínimo de verano (junio, 56 mm).
La degradación de este clima por efecto de la continentalidad, se advierte en valores muy alejados a los del dominio oceánico; lo mismo sucede con los registros de precipitación media anual (607 mm) y con su distribución mensual, ya
que el máximo se ubica en agosto (80 mm), al igual que sucede con los climas continentales.
Ciertos elementos característicos del clima oceánico -las abundantes y regulares precipitaciones, la elevada humedad, la escasa insolación, las temperaturas templadas, la reducida amplitud térmica anual- tienen unas repercusiones
ecológicas de primer orden. Cuando no han intervenido procesos de deforestación, estas condiciones climáticas
favorecen una densa cobertura vegetal con presencia de especies caducifolias (hayas, castaños, robles); de no ser así, los elementos del clima oceánico resultan poco propicios para la práctica de la agricultura, más todavía cuando se
práctica sobre suelos ácidos, lo que favorece el dominio de la «landa» y las praderas dedicadas a pastos.
El clima continental gana extensión hacia el este, a medida que se pierden las influencias oceánicas, ofreciendo
matices a veces muy diferentes por efecto de los factores geográficos. Las repercusiones climáticas sobre las actividades económicas son muy grandes: el transporte marítimo durante el invierno ha de realizarse desde los puertos
que se emplazan en la costa occidental (Góteborg), ya que los situados en la costa del mar Báltico y golfo de Botnia
son cerrados por causa del hielo. La agricultura, tan sólo se puede practicar durante los meses de verano, con dominio de forrajes o cereales cuya siembra se realiza en mayo y su recolección en septiembre. En este mismo ámbito, en los
territorios más septentrionales de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, aparece el dominio ecológico de la tundra, ante
la presencia de variedades climáticas árticas con temperaturas muy frías, incluso durante el verano; el subsuelo, permanece helado durante todo el año, determinando una vegetación de raíces muy cortas, compuesta por musgos,
líquenes, gramíneas y algunas especies arbustivas.
En latitudes más meridionales, en las grandes llanuras y macizos antiguos de Europa central y oriental, dominan los
climas de filiación continental. La llanura germano-polaca ya constituye la avanzada de este dominio climático, con temperaturas medias de los meses invernales inferiores a 0 °C, amplitudes próximas a 20 °C y precipitaciones que
descienden por debajo de 500 mm, con máximos mensuales en junio y julio. Estos rasgos se acentúan hacia el interior
del continente, de oeste a este, disminuyen los registros de precipitación, aunque acompañados por una mayor innivación, y la amplitud térmica anual supera con creces valores de 20 °C o incluso de 30 °C, por efecto de los
mayores contrastes térmicos entre los meses cálidos de verano y los meses con fríos extremos del invierno.
La presencia de heladas, nevadas ó frío extremo en el clima continental está asegurada, desde finales de septiembre a
mayo, de ahí que la duración del verano y el régimen de lluvias revista tanta trascendencia en la distribución de
cultivos y poblamientos vegetales. Los meses de verano conocen temperaturas medias superiores a 18 °C que,
combinadas con la humedad que aportan los chubascos estivales, favorecen un intenso desarrollo de la vegetación natural y de cultivos de cereales, forrajeras, remolacha, patata, etc., cuya siembra se realiza en primavera y su
recolección a finales del verano. La repercusión del clima continental se deja sentir también en los grandes dominios
ecológicos y de vegetación natural. Al sur de la «tundra», entre los 60 ° y 65 °C N, cuando las temperaturas medias de
los meses de verano superan valores de 10 °C, aparece el dominio de la taiga y del bosque boreal de Suecia, Finlandia y norte de Rusia, compuesto de especies de pinos, abetos y abedules adaptadas al duro invierno frío. Al sur de esa
franja, el incremento de lluvias y temperaturas del verano motiva la aparición de especies de quercíneas y frondosas, si
bien con extensiones muy disminuidas por las transformaciones agrarias, que alternan con formaciones palustres y lagos. Este dominio ecológico ocuparía una franja de latitud que quedaría limitada al sur por una línea que iría, de
oeste a este, al norte de Kiev (50 °C N) y Kazan (55 °C N); en este ámbito más meridional que ocuparían las cuencas
bajas del Dnieper, Don, Volga y Ural, superados los 19 °C en el mes más caluroso de verano, el aumento de la evaporación favorece el dominio de poblamientos vegetales de tipo pratense y estepario.
En las tierras más meridionales de Europa, en la franja de latitud comprendida entre los 34 y 45 °C N, que integra desde la península ibérica a la de Anatolia, aparece el dominio de los climas mediterráneos. Su principal rasgo es la
fuerte disminución estacional de lluvias durante el verano por la ganancia de latitud de la subsidencia subtropical. La
cuantía, irregularidad y distribución anual de las precipitaciones se halla sujeta a múltiples variaciones regionales por efecto del relieve, exposición, orientación y trazado del litoral. Así, por ejemplo, mientras que en el área ciclo genética
del golfo de Venecia se halla el observatorio montenegrino de Boka Kotorska, el más lluvioso de Europa con casi 5 m
de precipitación media anual, en el extremo opuesto se halla el cabo de Gata, el polo más seco del continente, con 125-150 mm de media, y años en los cuales apenas llueve, por el efecto de abrigo aerológico que imponen los relieves
béticos a las tierras almerienses. Se establece una disminución de precipitaciones de norte a sur, mientras que en
sentido longitudinal, los territorios europeos del Mediterráneo oriental suelen ser menos lluviosos y con mayor
número de meses secos que los ubicados a occidente. La irregularidad interanual es muy elevada, reflejando los efectos de intensas sequías que pueden prolongarse varios años.
En cuanto al régimen térmico, el carácter de mar continental que tiene el Mediterráneo le confiere una gran isotermia
(13 °C) y una elevada capacidad termorreguladora; de no incidir factores como el relieve o la continentalidad, los territorios ribereños se benefician de temperaturas medias anuales entre 14 y 18 °C, una amplitud térmica inferior a 20
°C, unos inviernos muy suaves, reducidos riesgos de heladas, y unas fracciones de insolación que alcanzan las 3.000
horas anuales en las regiones europeas meridionales. Un acusado déficit de recursos de agua, creciente de norte a sur, durante gran parte del año o incluso durante períodos más amplios, de varios años, si media alguna secuencia de
sequía. Los poblamientos vegetales se han adaptado al régimen pluviométrico y térmico, con dominio del bosque
esclerófilo mediterráneo, de formaciones arbustivas (maquia y garriga). Los aprovechamientos agrarios, especialmente
los tradicionales, se caracterizan por la presencia de especies y sistemas de cultivo habituados a la penuria de lluvias. Con fines múltiples, los escasos recursos hídricos disponibles en las regiones mediterráneas han sido objeto de intenso
aprovechamiento desde las épocas romana y musulmana, con captación de aguas superficiales de cursos fluviales para
el riego de las llanuras de inundación, explotación de subterráneas mediante minados y, recurriendo a la abertura de captaciones subterráneas y construcción de trasvases de agua a larga distancia. ESTUDIO DE CASO: RIESGOS CLIMÁTICOS EN EUROPA.
La diversidad de tiempos y climas que presenta el territorio europeo impone una gran variedad de riesgos climáticos. Sin olvidar
el mayor impacto económico y territorial vinculado a otros riesgos naturales (volcanes y terremotos), que tienen en los países de la
orla mediterránea las áreas de mayor peligrosidad, el catálogo de riesgos climáticos que afectan a los países europeos incluye: a)
lluvias abundantes y continuadas que causan desbordamiento de grandes colectores fluviales; b) lluvias torrenciales que provocan
avenidas de ríos y ramblas; c) temporales de viento; d) temporales de frío y nieve; e) olas de calor; f) sequías, y g) tormentas de
granizo. Las inundaciones de los colectores europeos son el riesgo de causa atmosférica más importante en Europa. Conviven dos
realidades, los desbordamientos masivos de los grandes ríos (Rin, Mosa, Danubio, Oder, Vístula, Neisse, ríos rusos), causados por
lluvias abundantes y continuadas o deshielos rápidos y, por otro lado, las avenidas de los ríos mediterráneos debidas a l luvias
intensas y torrenciales en escaso intervalo de tiempo. En los países mediterráneos europeos los episodios de lluvia intensa otoñal
provocan los desbordamientos de ríos, rieras y barrancos. Su origen se relaciona con la existencia de una orla montañosa terciaria
que confiere carácter de cubeta rodeada de relieves al sector occidental del Mediterráneo, la intensa ocupación de llanos litorales,
y la presencia, en esa época del año, de aguas marinas cálidas, premisa indispensable para la formación de grandes conjuntos
convectivos. De manera que las situaciones de inestabilidad atmosférica se saldan con registros de precipitación abundantes, y de
elevada intensidad horaria, y la crecida, a veces desaforada, de ríos y barrancos. Las prácticas de defensa llevadas a cabo para
evitar inundaciones, amén de las mejoras en la predicción meteorológica, contemplan medidas estructurales de regulación de
caudales (diques y embalses), canalizaciones de tramos conflictivos, e instalación de sistemas de alerta automática basados en la
implantación de puntos de control que envían información en tiempo real, como los desarrollados, en los últimos años, en Francia (red Cristal), España (SAIH) o el Sistema Eficaz de Aviso de Emergencia (DAEWS) en el Danubio. Sobresale también la serie de
obras llevadas a cabo en Holanda para evitar las inundaciones, (Plan Delta).
Las sequías en Europa tienen su área de mayor riesgo en los países mediterráneos, debido a la mayor frecuencia que presentan,
algunos años, las situaciones atmosféricas que imponen condiciones de estabilidad absoluta con penuria de precipitaciones. Los
volúmenes de lluvia de los años secos no alcanzan, en ocasiones, el 50 % de la media. Grecia, el sur de Italia y, sobre todo, la
península ibérica, son las áreas europeas más afectadas por este riesgo, que causa graves daños en la agricultura y problemas de
abastecimiento público de agua. No faltan, episodios de sequía en las regiones europeas de clima oceánico, cuyos efectos no dejan
de ser gravosos, puesto que afectan a áreas poco acostumbradas a este tipo de episodios.
Un riesgo climático poco valorado, pero de elevada frecuencia en los países europeos de latitudes más septentrionales, durante los
meses de noviembre a abril, es el de los «temporales de viento fuerte», ocasionados por borrascas atlánticas profundas o «ciclones
explosivos» formados en la cuenca ártica. La violencia de los vientos causan daños en infraestructuras, viviendas y cultivos bajo plástico.
Las «olas de frío» provocan, anualmente, unas elevadas pérdidas humanas en Rusia y en los países de Europa oriental. La llegada
de masas de aire árticas o siberianas, hacen caer los registros de temperatura mínima a valores de -15 °C e inferiores. Graves
daños económicos para la actividad agraria causan las expansiones de estas masas de aire que alcanzan los países mediterráneos.
Perdidas de las cosechas de frutales y productos hortícolas.
Relacionado con precipitaciones de nieve en zonas de montaña se encuentra el riesgo de avalanchas de nieve o aludes. Los aludes
se producen con precipitaciones de nieve abundantes repetidas en breve intervalo. No obstante, el riesgo de aludes, además de la
abundancia de nieve, depende, en gran medida, de las condiciones topográficas del área afectada; y, junto a ello, una vez que la
masa de nieve está presta para desprenderse, la temperatura ambiente y el viento son los factores desencadenantes de su
derrumbamiento. La orla montañosa alpina es el área más afectada por estos destacados eventos.
En sentido totalmente contrario, los países del sur de Europa se ven azotados en verano por expansiones de la masa de aire
sahariana, que, en los meses centrales del verano, provocan unos incrementos súbitos de temperaturas, un descenso de la humedad relativa y sequedad ambiental, que se suelen acompañar de incendios forestales intencionados y de afecciones cardiorespiratorias
en las áreas afectadas. En ocasiones, la intensidad de las expansiones alcanza a países tan alejados de la fuente norfeafricana como
Gran Bretaña o los países nórdicos. (46,1 °C en Murcia).
Por último, hay que mencionar los daños en los cultivos provocados por las tormentas de granizo que descargan entre los meses de
junio y septiembre en algunas regiones de Europa. Las áreas de mayor frecuencia de aparición de estos episodios son las regiones
caucásicas, el norte de Italia (llanura del Po), sur de Francia, Suiza, Austria, landers del sur de Alemania y litoral mediterráneo y
el valle del Ebro en España. En estas áreas se practican, actuaciones de defensa frente a los granizos (cohetes, siembra con yoduro
de plata y mallas de plástico sobre los cultivos).
3. Las aguas continentales y los regímenes fluviales.
Los RECURSOS SUPERFICIALES: CARACTERÍSTICAS DE LOS RÍOS EUROPEOS.
Los ríos europeos ayudan a satisfacer unos usos consuntivos cifrados en 336 km3/año, lo que supone
aproximadamente un 70 % del consumo de agua realizado en Europa. Se estima que todos ellos vierten en el mar unos 3.100 km3/año, lo que equivale al 8 % de los recursos totales vertidos por todos los ríos del planeta. No obstante, los
ríos europeos ofrecen unos valores de carga sólida y contenidos en sustancias contaminantes mucho más elevados que
las aguas transportadas por los colectores de otros continentes, contenidos de nitratos, que alcanzan casi 2 mg/l en los europeos por tan sólo 0,25 mg/l en los no europeos. La escasa repercusión de la tectónica alpina sobre los antiguos
macizos paleozoicos y las coberteras secundarias de Europa central y oriental ha propiciado la configuración de
cuencas vertientes muy evolucionadas, de gran extensión, como atestigua el hecho de que los tres mayores ríos europeos -el Volga, el Danubio y el Dniéper- avenen más del 25 % del territorio continental. El caudal relativo de los
ríos europeos, ofrece también hondas diferencias a escala continental. Unos caudales relativos tan elevados responden
a complejos regímenes de alimentación, que recogen unos importantes volúmenes de entrada propiciados por la fusión de las nieves y el hielo en cabecera, unas precipitaciones elevadas por la influencia oceánica, una escasa evaporación y
unos reducidos valores de infiltración profunda.
Aunque no faltan ríos de gran recorrido con nivel de base en el mar Mediterráneo, con amplias superficies vertientes y
elevados módulos absolutos (Po, Ródano o Ebro), en este ámbito europeo la tectónica alpina ha favorecido que las redes fluviales, como reflejo de la estructura del relieve, se hallen mucho menos evolucionadas que en el resto de
Europa. Es habitual que estos ríos presenten cuencas vertientes reducidas, recorridos cortos, pendientes elevadas,
fuertes estiajes, gran irregularidad interanual, y módulos absolutos y relativos de menor cuantía, que evidencian una menor alimentación y los efectos de una mayor evaporación e infiltración profunda. Muy pocos colectores han podido
ser empleados como vías navegables; en cambio, la escasez de recursos hídricos que se padece en este dominio
ecológico favorece que estos colectores estén sometidos a intensos grados de regulación y aprovechamiento para fines múltiples.
3.2. Los REGÍMENES FLUVIALES.
Los regímenes de los ríos europeos varían considerablemente en relación con la abundancia de lluvias, la innivación,
el tamaño y forma de las cuencas vertientes, la alimentación y regulación kárstica, la cubierta vegetal, los tipos de suelos y, las obras de regulación llevadas a cabo por el hombre. En general, se puede establecer una gran diferencia
entre los regímenes de los ríos con cuencas en Europa oriental y septentrional, y los de Europa occidental, ya que en
los primeros los picos máximos de escorrentía suelen ubicarse en primavera y principios de verano coincidiendo con
el deshielo, mientras que en los occidentales los regímenes muestran una mayor complejidad. El tamaño y forma de la cuenca vertiente también tiene una incidencia sobre el régimen, como revela el hecho de que
el Volga, con 1.360.000 km2 y más de 3.500 km de longitud, recibe las aportaciones de 10 afluentes que superan los
500 km de recorrido y, a su vez, más de 150.000 con más de 10 km. El Rin es un ejemplo prototípico de régimen fluvial complejo. El Rin superior, con nacimiento en los Alpes Grisones,
a más de 3.500 m de altitud, tras la confluencia del Vorderrhein y el Hinterrhein, desciende a través de gargantas y
depresiones tectónicas con fuertes pendientes hasta Rheinfelden, donde presenta 1.050 m3/seg y un régimen nivo-glaciar con aguas bajas en febrero por la retención nival, y aguas altas a finales de la primavera. En su tramo medio,
encajado en una fosa tectónica con pendientes más suaves, va dejando atrás los macizos de los Vosgos y Selva Negra,
y, aguas abajo de Coblenza, las aportaciones del Mosela y otros afluentes elevan su caudal medio a 1.625 m3/seg, con
un régimen muy abundante y regular durante todo el año, propiciado por aportaciones pluviales o nivo-pluviales de
origen oceánico, que compensan la reducción de caudal invernal de su curso alto. El Rin inferior, convertido en un río de llanura a su salida de Alemania, conserva en parte los rasgos de su tramo medio, si bien se acentúa el máximo de
invierno debido a las lluvias oceánicas que elevan el módulo medio a 2.200 m3/seg.
Los regímenes fluviales complejos son propios de los grandes colectores europeos, ya que la gran extensión de sus
cuencas motiva que sus afluentes tengan comportamientos muy diferentes, en relación con factores diversos como retención nival, variaciones estacionales de precipitación o regulación kárstica. El comportamiento hidrológico de los
sistemas fluviales europeos conoce con cierta frecuencia la incidencia de episodios de inundación y avenidas fluviales.
En los ríos y ramblas de pequeño recorrido del ámbito mediterráneo, dichos episodios son imputables a precipitaciones de elevada intensidad horaria; en cambio, los grandes colectores que surcan las llanuras
centroeuropeas experimentan grandes crecidas debido a la incidencia combinada de temporales de lluvia y fusión de
nieves en cabecera.
Rasgos básicos de los regímenes fluviales europeos:
Régimen. Características.
Pluvial oceánico.
-Caudal abundante y muy regular durante todo el año. Máximo relativo en otoño e invierno y mínimo en
verano.
-Ríos incluidos: tramos en dominio oceánico del Sena, Loira, Garona, Mosa y Rin.
-Suelen ser vías sometidas a gran regulación para navegación, producción hidroeléctrica y lucha contra
inundaciones.
Oriental o ruso.
- Mínimo acusado de invierno, de diciembre a marzo, por influencia de la retención nival. Aguas altas de
abril a junio que pueden desencadenar inundaciones. -Posibilidades de navegación mermadas en período invernal.
- Ríos incluidos: Dnieper, Volga, Dvina, Onega o Pechora.
Pluvial
mediterráneo.
-El régimen pluviométrico imperante imprime una gran irregularidad con caudales absolutos y relativos
reducidos.
-Máximos equinocciales (otoño y primavera) y mínimo acusado de verano.
-Con precipitaciones de elevada intensidad horaria, los ríos del ámbito mediterráneo adscritos a este
régimen, al presentar recorridos cortos, fuertes pendientes y cuencas desprovistas de vegetación, suelen
protagonizar avenidas e inundaciones fluviales.
-Posibilidades de aprovechamiento dirigidas, sobre todo, al empleo de caudales en regadíos.
Pluvial alpino.
-Las cuencas de estos ríos se hallan a gran altitud, de ahí que durante el invierno la retención nival propicie
un mínimo muy acusado. El deshielo se inicia en primavera y se prolonga durante el verano.
-Ríos incluidos: tramos superiores del Rin, Ródano, Danubio, Po. También se podrían incluir otros
colectores con cabecera en grandes cadenas alpinas y hercinianas, como sucede con las cabeceras
pirenaicas del Ebro y el Garona.
3.3. LAGOS Y RESERVAS NATURALES DE AGUA.
En el ciclo hidrológico europeo intervienen de forma decisiva los lagos naturales, en su mayoría de origen glaciar, en
ellos se almacenan unos 2.027 km3 de recursos de agua, cifra muy superior a la capacidad de retención que tienen los embalses artificiales (422 km3). El más de medio millón de lagos existentes en Europa, con más de una hectárea de
extensión, deben su configuración a la geomorfología de origen glaciar, alrededor del 75 % del número total se ubica
en Noruega, Suecia, Finlandia y el territorio ruso de la península de Kola, donde llegan a ocupar entre el 5 y el 10 % de la superficie continental. En este sector europeo donde se ubican los mayores del continente: el lago Ladoga, con
17.670 km2, y el lago Onega, con 9.670 km2.
Adquieren importancia los lagos de origen glaciar en regiones europeas próximas al mar Báltico y en el norte del
archipiélago británico, y en Europa occidental y central los existentes se hallan a gran altitud, vinculados a circos glaciares en la alta montaña o a morrenas terminales en los valles alpinos, como sucede con el lago Léman, lago de
Garda, lago Maggiore en los Alpes, los lagos Prespa y Ohrid en los Alpes Dináricos, y el lago Balatón en la llanura
húngara. En general, todas estas formaciones lagunares revisten un incalculable valor, ya que se convierten en ejes estructurales del territorio por la función que desempeñan en el transporte fluvial de mercancías y materias primas. La
situación de las lagunas de origen glaciar se acompaña de otra realidad hidrológica, donde tienen cabida otras
formaciones lacustres y palustres originadas por la combinación de factores hidrográficos, climáticos, edáficos y geomorfológicos. Por ejemplo, en toda Europa encuentran representación amplios espacios de humedales
continentales como las cañadas pantanosas o fagnes de las Ardenas belgas, canales pantanosos llamados urstromtal y
pradolin y en la llanura germano-polaca, fondos pantanosos de la llanura o Alfoeld húngara, las turberas y zonas
pantanosas de la gran llanura rusa, o los medios palustres y zonas húmedas de las depresiones terciarias de la península ibérica. Los medios palustres litorales como las rías, estuarios, albuferas y deltas son abundantes. Los
paisajes de rías se encuentran en la Mancha bretona, Galicia e Irlanda; las marismas y albuferas delimitadas por barras
de arena se encuentran en el mar Negro, litoral de la llanura inglesa, litoral de Flandes a Frisia, Báltico polaco-germano, golfo de Cádiz, golfo de Valencia, y litoral francés del golfo de León. Las aguas del Volga, Danubio, Po y
Ebro han construido vastos llanos de inundación y deltas sometidos a bonificaciones para su conversión en campos de
cultivo.
Los recursos de agua de procedencia subterránea, contenidos en acuíferos detríticos, calcáreos o dolomíticos,
adquieren una gran importancia, dado que participan aproximadamente en el 30 %, sobre el consumo total realizado en Europa, lo que equivale a 144.000 hm3/año. Además de su trascendencia cuantitativa, los hipogeos son recursos de
incalculable valor estratégico, ya que de ellos, por razones de garantía y calidad del suministro, depende alrededor del
65 % del abastecimiento de agua público de las ciudades europeas, y una gran parte de los cultivos de regadío
hortícolas y frutícolas de ciclo manipulado de Holanda, España o Italia también depende de estos recursos. Su importancia se acrecienta de norte a sur del continente, alrededor del 50 % de los consumos urbanos y agrarios de
Suecia proceda de aguas subterráneas, aumentando en Alemania, donde la contaminación que padecen los recursos
epigeos favorece que un 72 % de los consumos urbanos dependa de aguas hipogeas, al igual que sucede en Francia, Portugal y en otros países de Europa meridional, como España, Italia o Grecia, en los cuales se dan cita graves
problemas de sobreexplotación de acuíferos.
LOS BIOMAS. Los biomas, sistemas ecológicos completos, vienen determinados principalmente por la zonación climática que
presenta la Tierra en bandas latitudinales. Así, Europa acoge desde los biomas mediterráneo y estepario, propios de la
zona climática intertropical, hasta la tundra de la zona subpolar, encontrándose en su mayor parte ocupada por bosques
nemorales, de vegetación planocaducifolia, y por bosques aciculifolios boreales o de taiga, que corresponden a la zona templada. Estos zonobiomas se suceden con transiciones (ecotonos), sin interrupciones o fronteras bruscas, en los
cuales se mezclan sus caracteres naturales, como sucede en los bosques mixtos de transición entre los bosques
nemorales y la taiga. Por otro lado, los denominados orobiomas, en los que a modo de paralelismo se considera que el incremento de 100 m de altitud se corresponde a un desplazamiento de 100 km de latitud en dirección de sur a norte,
en la llanura centroeuropea. Los pisos altitudinales -colino, montano, subalpino, alpino y nival- son la respuesta de la
vegetación a esta gradación climática. Otras variaciones locales del biotopo, sobre todo en relación a los suelos, dan lugar a la acomodación de formaciones vegetales y faunísticas particulares, formando a nivel regional los
denominados pedobiomas. El hemisferio boreal comprende el reino holártico, y en su seno el Antiguo Mundo,
incluyendo Europa, se denomina región paleártica.
4.1. LA EVOLUCIÓN BIOGEOGRAFICA RECIENTE DE EUROPA.
La Era terciaria se caracterizó, en los territorios que hoy conforman Europa, por gozar de un clima tropical, de
temperaturas más elevadas, y mayor humedad ambiental que las actuales. En dichas condiciones la flora europea se
asemejaba a la tropical actual, con abundancia de especies de palmeras, magnoliáceas. En la última época del período
terciario, el plioceno, empieza un acusado enfriamiento climático que se acentúa en el período pleistoceno de la Era cuaternaria y que manifiesta fuertes oscilaciones de temperatura denominadas glaciaciones. Durante los períodos
glaciales, el dilatamiento de los casquetes glaciales llegó a cubrir buena parte de la Europa septentrional y alpina, con
descensos de la temperatura media de en torno a 10 °C respecto a la actual. El aumento de la proporción de agua convertida en hielo, en buena parte sobre los continentes en forma de inlandsis, suponía el descenso del nivel del mar,
que llegó a ser de entre 150 y 200 metros inferior al actual. Las glaciaciones, períodos fríos de en torno a 80.000 años
de duración, se separan por unos períodos de calentamiento, más breves, de en torno a 30.000 años de duración, que se
denominan interglaciales. Los efectos sobre la biota de las oscilaciones glaciales son, ante todo, el desplazamiento de los zonobiomas, acorde con el crecimiento y decrecimiento del inlandsis, al sur del cual se extendía durante los
períodos glaciales un paisaje de tundra, desarbolada en su parte más septentrional y de forestación creciente hacia el
sur. Sólo la zona más meridional del continente acogía durante estos períodos la vegetación termófila, como son las especies planocaducifolias que caracterizan hoy en día la mayor parte de los paisajes continentales. La fauna europea
de los períodos glaciales estaba encabezada por grandes mamíferos lanudos, como el mamut, el rinoceronte lanudo, el
tigre de dientes de sable y el león gigante. En el período pleistoceno final nuestra especie colonizó Europa: la predación de dichos mamíferos por parte del hombre, junto con el cambio climático posglacial, propició su extinción.
La disposición este-oeste de las principales cadenas montañosas europeas y de la cuenca mediterránea es transversal al
desplazamiento de la flora y la fauna termófila hacia sus refugios meridionales durante los períodos glaciales. Esta dificultad, singular respecto a otros continentes, ha provocado la disminución de la biodiversidad en Europa. Un
ejemplo de desaparición de especies durante este período en Europa, es el de la ausencia actual de especies del género
Sequoia, cuya presencia se hace patente por sus vestigios fósiles. La función de refugio cálido del área mediterránea
durante las glaciaciones ha supuesto que en ella haya habido diferenciación de especies, y que haya sido un centro de irradiación de especies termófilas en períodos interglaciales. El período posglacial actual, denominado holoceno, que
se inicia hace en torno a 10.000 años, ha posibilitado la extensión de las formaciones forestales desde sus refugios
meridionales. El aumento progresivo de las temperaturas ha sido fluctuante, alcanzando temperaturas entre uno y dos grados superiores a las actuales, durante el período atlántico, hace entre 7.500 y 4.000 años.
4.2. EL BIOMA MEDITERRÁNEO.
Las características bioclimáticas, que reciben su nombre del Mare Nostrum, se trata de ámbitos fronterizos entre los
dominios tropicales y los polares, caracterizados respectivamente por la influencia del anticiclón de las Azores, y de los cinturones de borrascas que se desprenden del frente polar. Otras peculiaridades climáticas del bioma mediterráneo
europeo, son el calentamiento y aumento de la humedad atmosférica de las masas de aire mediterráneas, y las
advecciones de aire frío, generalmente polar continental. Con todo, el clima mediterráneo impone a la biocenosis una marcada aridez estival, el régimen interanual de precipitaciones irregular y las heladas esporádicas, como principales
factores de estrés ambiental. Los equinoccios son las estaciones más propicias para la vegetación y la floración, con
temperaturas superiores a 10 °C de media, y disponibilidad de agua -de hecho, el otoño también se conoce como la primavera del invierno, dado que se reprende el crecimiento tras el período de máximo aletargamiento-. En invierno,
las temperaturas inferiores a 10 °C, como media, ralentizan la actividad vegetal, pese a ser la estación en la que más
precipitaciones se registran.
Las formaciones vegetales características de este bioma se adaptan a sus condiciones ambientales mediante diferentes estrategias ecofisiológicas. La sequía estival constituye su estación de reposo relativo, en la que la pérdida de humedad
por transpiración se evita mediante la esclerofilia, es decir, con el mantenimiento del follaje durante todo el año -
perennifolia- adoptando las hojas una apariencia coriacia. El xerofitismo, o adaptación a la sequedad, suele adoptar estrategias de reducción de la superficie foliar en el verano, como sucede con el espino negro o con las jaras, llegando
incluso a la caducifolia estival, en regiones en las que el período árido estival supera los 100 días al año. La de los
sistemas raticulares profundos es otra característica más de la vegetación en este ámbito, en el que predominan las especies leñosas de hojas duras y pequeñas. La presencia de aceites en sus jugos celulares las protege de las heladas, la
evaporación y la desecación.
Cabe considerar que los ecosistemas mediterráneos, que conservan cierto grado de naturalidad, no ocupan las zonas
más benignas para el desarrollo vegetal, por ejemplo, las más llanas y con mejores suelos, que han sido transformadas secularmente en cultivos; con ello la adaptación extrema no sería tal, de haberse preservado la vegetación de los
euclimátopos, o de poderse ésta desarrollar de nuevo -el reposo estival, provocado por la sequía, no sería necesario en
áreas óptimas, hoy ocupadas por cultivos-. Los suelos pardos actuales, de horizonte humífero negruzco, tienen un bajo grado de desarrollo debido a la lentitud de
la meteorización a la que da lugar la aridez -con predominio de la evaporación sobre la percolación-; se asientan sobre
paleo-suelos de terra rossa, arcillosa y bermejiza, que tienen su origen en las formaciones tropicales terciarias hoy
desaparecidas, en la descalcificación del sustrato y en los aportes de sedimentos por vía aérea durante las advenciones subtropicales.
El encinar es la formación vegetal zonal, esclerófila y perennifolia más característica del bioma mediterráneo europeo.
Un bosque primitivo en el que domina esta especie, Quercus ilex, no presenta otras especies arbóreas, pero su sotobosque es muy rico, con la presencia de durillo, labiérnago, madroño, brusco. Los alcornocales, caracterizados por
la presencia de Quercus suber, aparecen en presencia de suelos silícicos y húmedos, mientras la coscoja, Quercus
coccifera y Quercus calliprinos, predominan en el Mediterráneo oriental.
En las regiones en que las precipitaciones descienden por debajo de los 400 mm anuales, las formaciones forestales dejan de ser posibles y aparecen otras formaciones vegetales características de este bioma, como son la maquia y la
garriga, en las que predominan los arbustos esclerófilos como el acebuche, el algarrobo y el lentisco, y los matorrales
arbustivos de menor talla de especies, como el brezo, el tojo, el romero y las jaras. Por último, las comunidades de pequeñas matas -tomillares-, ocupan los ambientes semiáridos. Las regiones ecotónicas de los biomas mediterráneo y
atlántico presentan formaciones forestales compuestas por frondosas marcescentes, como el melojo y el quejigo, que,
aun siendo caducifolios, aprovechan la benignidad y la dilatación del estío, alargando su período de vegetación. Pero no sólo las frondosas ocupan la consideración de especies climáticas del bioma mediterráneo, pues también las
coníferas están representadas, ocupando los ambientes caracterizados por la continentalidad, la pedregosidad, las
litologías mineralíferas o arenosas, o la presión antrópica o ganadera. Éste es el caso de los enebrales, los sabinares y
los pinares mediterráneos. En las coníferas, la estrategia xerofítica es la aciculifolia, que las hace resistentes a la termicidad; en el caso concreto de los pinos, la adaptación se complementa mediante la intensificación de su dinámica
hídrica y fisiológica tras las heladas y las tormentas, para aprovechar los períodos de bonanza.
Dejando a un lado la vegetación de pisos altitudinales, el pedobioma más relevante viene determinado por la disponibilidad de agua en las riberas y humedales. Las formaciones forestales que se desarrollan en estos ámbitos
presentan especies planocaducifolias como el álamo, el chopo, el olmo, el plátano y el aliso.
La fauna vertebrada mediterránea acoge representantes de siete familias de peces continentales, siete familias de anfibios, quince familias de reptiles, veinticuatro familias de aves -más cosmopolitas, y menos endémicas que en los
otros casos, gracias a su facilidad de movimiento- y cincuenta y tres familias de mamíferos. La cuenca mediterránea se
encuentra entre las regiones de bioma mediterráneo más ricas faunísticamente. Recordemos que esto se debe al hecho
de que la cuenca mediterránea se halla en un cruce de caminos continental, y a que durante las glaciaciones, la mayor parte de la fauna europea encontraba refugio en esta área. La marcada aridez estacional impone ritmos de migración,
reposo y refugio durante el estío. El caso más ilustrativo es el de los anfibios, como el tritón o el sapo.
4.3. Los BOSQUES NEMORALES ATLÁNTICOS. El término nemoral hace referencia a la zona bioclimática templada, en la que el período de vegetación (temperaturas
medias superiores a 10 °C) se prolonga entre 4 y 6 meses, con precipitaciones suficientes y un invierno ni extremado,
ni largo (de 3 y 4 meses de duración y con temperaturas mínimas medias superiores a 0 °C). Estas condiciones
aventajan a la flora planocaducifolia, con predominio de las especies arbóreas, que se ramifican a partir de una cierta distancia del suelo (de 2 a 3 m), con lo cual los bosques forman oquedales de alta productividad biológica,
marcadamente estacional. La frondosidad del dosel arbóreo crea unas condiciones microclimáticas umbrosas en el
sotobosque, al tiempo que concentra la transpiración en las hojas altas de los árboles. La renovación estacional completa del follaje supone, el enriquecimiento del suelo y la proliferación de pedofauna, que pueden llegar a
constituir el 90 % de la biomasa faunística. El haya es el árbol principal de este zonobioma. Especie indiferente a la
litología, que promueve la fertilidad y la profundidad del suelo mediante la acumulación de hojarasca; es una especie de metabolismo intenso, de elevada productividad biológica y transpiración; forma un dosel arbóreo denso,
habitualmente monoespecífico de entramado continuo. Este árbol sólo aparece acompañado ocasionalmente de
especies que resisten la umbrosidad, como el abeto, la picea, el boj o el arándano. La sensibilidad de los brotes
primaverales primerizos de las hayas a las heladas tardías da una muestra elocuente de la dificultosa adaptación de la estrategia ecofisiológica planocaducifolia a la rigurosidad climática impuesta por la continentalidad.
Otras especies arbóreas son los robles, carballo, el albar, los sauces, el fresno, el castaño, los abedules, los arces, los
serbales, el aliso, el avellano, los carpes y los tilos, entre otros. Las especies que mejor se adaptan al sotobosque son las geófitas, perennes con órganos acumuladores de reservas
subterráneos, que aprovechan las condiciones de luminosidad favorables que preceden a la aparición del follaje
arbóreo. La degradación de estos bosques -talas, incendios o pastoreo- da lugar al lavado intenso del suelo, con la percolación de sus sales minerales nutritivas, y el descenso de su pH. Esta acidificación y empobrecimiento edáfico,
que da lugar a suelos del tipo podsol, favorece la expansión de las landas, matorral de retamas, brezos, brecina y
arándanos en las zonas más septentrionales. Las regiones en las que esta formación adquiere una mayor extensión son
las islas Británicas y el norte de Alemania, sin adentrarse en el continente debido a su baja resistencia a las heladas, tan sólo apareciendo en las vertientes de barlovento, de los macizos hercinianos centroeuropeos y en la costa báltica
meridional. Otro pedobioma de este ámbito, occidental lluvioso, son las turberas, de vegetación herbácea y muscinal
en zonas de ascenso del agua freática. La fauna de este bioma se adapta a los ciclos estacionales modificando su conducta, y adoptando hábitos como la
hibernación, en el caso de los osos, marmotas, tejones, lirones, reptiles y anfibios, que reducen su consumo energético
durante la estación fría. Otra estrategia consiste en la migración, a la cuenca mediterránea o al continente africano, de
aves, murciélagos e insectos.
4.4. LA TAIGA.
En las regiones en las que los veranos son demasiado cortos y frescos, los árboles aciculifolios -en forma de aguja-, siempre verdes, demuestran una mayor resistencia al frío que los planocaducifolios, además de ser más rápidamente
productivos llegada la primavera, cuando se inicia el período más cálido. El período de vegetación en estas regiones
boreales dura entre 30 y 120 días al año, mientras que el período frío, de temperaturas medias mensuales inferiores a
0°C, dura al menos seis meses. La innivación, que se da entre 160 y 210 días al año, tiene un efecto protector de la vegetación, resguardando el nivel del suelo a temperaturas más elevadas que las del aire, durante los meses más fríos.
La transición de la región nemoral a la boreal es difusa, en una mezcla de planocaducifolios, como el carballo o el
carpe, y aciculifolios, como la picea y el pino albar, que son los más característicos del bosque boreal o taiga, junto al alerce y los enebros. La taiga aparece por encima de los 60°C de latitud en la península escandinava y a partir de
menos distancia del ecuador a medida que nos adentramos en el continente. La continentalidad también impone la
desaparición de las especies nemorales, de manera que la taiga puede dar paso directamente a la estepa. Este mismo sector oriental de la taiga europea presenta especies de picea, abeto, pino y alerce siberianos.
Los bosques de la taiga han colonizado recientemente el territorio que el inlandsis cubrió durante el glaciarismo, por lo
cual el número de especies vegetales es reducido -en torno a las 1.800-. La picea, o abeto rojo, es la especie arbórea
más frecuente en la taiga europea, que continúa expandiéndose. Esta especie es dominante en los bosques boreales europeos, en los que la acompañan el arándano, el aleluya, y un estrato continuado de musgos, especialmente
empobrecido debido a la competitividad de los árboles por los nutrientes edáficos. El pino albar sustituye a la picea en
los ambientes más adversos -secos, arenosos y pantanosos- y tras ciertas perturbaciones, como pueden ser los incendios, aun precedido en estos casos por abedules y álamos pioneros de claros.
El suelo de la taiga es del tipo podsol, con horizonte humífero ácido, nutrido por la hojarasca de pinos y abetos, que se
descompone dificultosamente. Además, la taiga ocupa territorios muy afectados por el glaciarismo, que exhumó litologías pobres o las cubrió de depósitos morrénicos y de till.
El balance hídrico excedentario -debido a que las precipitaciones superan la evapotranspiración- y el relieve de los
escudos peniplanados -cubiertos de suelos ácidos y pobres en nutrientes- de la taiga europea provocan que el nivel
freático aflore con facilidad. Estas condiciones inhiben el crecimiento de árboles, favoreciendo la reducción de la materia orgánica sumergida, que genera el pedobioma de las turberas. El crecimiento de musgos como el esfagno, dan
lugar a la turbificación, en un ambiente frío y sin aireación. El alto contenido en carbono de la turba ha posibilitado su
uso tradicional e industrial como combustible. La fauna que habita la taiga está constituida por pequeños mamíferos, como las liebres, topos y ardillas, y
paseriformes gramívoros, como los piquituertos y los cascanueces, que se alimentan de las piñas de las coníferas.
Otros mamíferos, como los renos, alces y linces, y las aves insectívoras dependen de los biomas vecinos, a los que
migran estacionalmente para complementar su dieta. El urogallo muestra con su distribución boreal y alpina las similitudes entre estos dos hábitats. Los osos y castores se acomodan a los rigurosos inviernos mediante el letargo,
mientras que los lobos, linces, armiños, golosos, lechuzas y carabas ocupan los nichos de los depredadores y
carroñeros.
4.5. LAS ESTEPAS SUDORIENTALES.
El clima que caracteriza la llanura del escudo europeo sudoriental se torna más árido en un gradiente del noroeste al
sudeste, aumentando las temperaturas estivales y disminuyendo las precipitaciones. Los inviernos están dominados por la influencia del anticiclón siberiano, que dicta el descenso de la temperatura hasta mínimos absolutos de -25 °C y
medias de enero entre -4 y -10 °C. La oscilación térmica anual ronda los 60 °C. El déficit hídrico de la estepa
imposibilita el crecimiento de especies leñosas de porte arbóreo. La transición la ocupa la silvoestepa, de
planocaducifolios dispersos. La silvoestepa ocupa una faja fronteriza entre los bosques nemorales y las estepas, que viene definida en Europa por precipitaciones de en torno a 500 mm anuales. Las estepas son zonobiomas
caracterizados por el predominio de las hierbas xeromorfas, mayoritariamente poáceas, y otras hierbas graminoides
perennes. La continentalidad esteparia impone el reposo invernal de la vegetación, bajo la cubierta nival -en torno a 60 días al año-, y las inclementes heladas -de hasta 100 días al año-. Al fundirse el suelo y la nieve durante la primavera
germinan, rebrotan y florecen los prados en los que predominan las hierbas hemicriptófitas, que sólo conservan todo el
año sus gemas persistentes situadas en la base de sus órganos aéreos. En verano las lluvias convectivas, propias de la continentalidad, rompen la tónica de elevadas temperaturas y baja humedad ambiental, acentuadas por los ocasionales
vientos del sudeste. Los prados se mustian, secándose hasta que los vuelve a cubrir la nieve. El período favorable a la
vegetación, con temperaturas superiores a 10 °C, es sólo de en torno a cuatro meses, entre los rigores invernales y los
estivales, que imponen un doble condicionamiento climático. La ingente cantidad de materia orgánica resultante de este intenso ciclo anual, enriquece enormemente los horizontes húmicos del suelo. La mayor parte de su biomasa,
hasta tres cuartas partes, crece bajo tierra, en forma de raíces y rizomas, que posibilitan la absorción rápida y efectiva
de la humedad del suelo. Los suelos de la estepa son del tipo negro o chernozem, con gran potencia del horizonte húmico, que puede alcanzar más de un metro de potencia. La elevada fertilidad de los suelos negros esteparios ha
posibilitado la explotación agrícola de mayor productividad del continente, aunque decadente por su insostenibilidad.
Las estepas ocupan regiones en torno a 50°C de latitud norte de Europa oriental, en las llanuras Panónica y Póntica, al
este de los Cárpatos, hasta el mar Negro y la zona semidesértica de la depresión caspiana, en la que los suelos zonales son salinos y la vegetación halófila.
La elevada diversidad florística de las estepas está ligada a la presión que ejerce la fauna herbívora, que ocupaba este
bioma antes de su casi total transformación por parte del hombre. La saiga, el uro, el tarpán y los roedores de las
estepas -como los susliks- fueron sus principales exponentes. Los antílopes, bóvidos y équidos comparten comportamientos nómadas y gregarios, alcanzando grandes densidades, pero sin sobrecargar los ecosistemas con su
territorialidad. De entre las aves destaca la presencia de la de mayor peso de las europeas, la avutarda, que llega a
pesar hasta 18 kg. El suelo es removido y aireado por gusanos, que llegan a perforar conductos a más de 8 m de profundidad, y por las galerías de los roedores, como las marmotas, que se alimentan de fauna invertebrada y de
hierbas y sus semillas.
4.6. LA TUNDRA ÁRTICA. Las estribaciones septentrionales de Europa rebasan el Círculo Polar Ártico, quedando afectadas por el clima ártico, en
el que lo reducido del fotoperíodo impone condiciones térmicas extremas, caracterizadas por no superar los 10 °C de
media en el mes más cálido. En invierno los días se acortan, llegando a haber algunos días de noche continua. Pese a
tratarse de clima ártico, la estrecha franja que se define como tundra en Europa tiene unos inviernos relativamente suaves, gracias a la influencia de la corriente del Atlántico norte. Al norte de Escandinavia, la temperatura media del
mes más frío ronda los -5 °C y la gelivación es frecuente. Pero las condiciones se endurecen al alejarse del efecto
atemperador del océano Atlántico. Al este del mar Blanco, la tundra se adentra más en el continente y se vuelve más rigurosa. La depresión del Pechora registra las temperaturas mínimas absolutas más bajas del continente (-50 °C),
mientras que la media del mes más frío es de -18 °C. La innivación dura hasta 8 y 9 meses.
El suelo de la tundra se ve afectado por las bajas temperaturas del invierno, llegando a congelarse de manera permanente, -permafrost-, hasta una cierta profundidad, de hasta 20 m en la cuenca del Pechora y hasta 500 m en
Nueva Zembla, en el océano Ártico, de clima polar. Su gelivación -proceso de hielo y deshielo- genera una masa
dinámica de fango sobre el permafrost impermeable. Los suelos de la tundra son pobres en nitrógeno, lo que dificulta
aún más la vida vegetal, y contribuye a su xeromorfismo. Estas condiciones son de una adversidad extrema para la biota, llegando a desarrollarse sólo algunos musgos y líquenes especializados en la tundra desnuda. El viento frío y
desecante obliga a postrarse a los abedules, sauces, alisos y arándanos que marcan la transición de la taiga a la tundra.
Ya en la tundra arbustiva, persisten caméfitos, como las dríadas, que pierden parte de sus órganos aéreos. A medida que el frío de la región aumenta, sólo persisten los hemicriptófitos, que perviven bajo la capa de nieve, y los antes
mencionados musgos y líquenes. El deshielo y la débil EVT dan lugar a un considerable excedente hídrico que
favorece el desarrollo de humedales, y en ellos de poblaciones de insectos durante el verano. Los humedales acogen la
nidificación de aves migrantes, como los eiders, los ánsares, las barnaclas y las haveldas, que se alimentan de brotes, raíces, crustáceos, moluscos e insectos. Algunos grandes vertebrados herbívoros, como el buey almizclero, el alce o el
reno, son propios de este bioma, aunque según los casos migran en invierno hacia el sur, para evitar la rigurosidad
climática y la escasez alimentaria de este bioma. Pocos animales pasan el invierno en la tundra. Los lemings se nutren de brotes y hacen sus madrigueras bajo la nieve, que los protege a temperaturas superiores a las de la superficie y a
resguardo del viento.
4.7. Los BIOMAS OREALES. La región natural de carácter azonal y de mayor extensión son los orobiomas, en los que la variante altitudinal prima
sobre la latitudinal. El ascenso altitudinal impuesto por los relieves de la corteza terrestre impone unas condiciones
bioclimáticas peculiares, que tienen que ver especialmente con el gradiente térmico, de en torno a 0,5 °C cada 100
metros, generado por la disminución de la presión atmosférica. La altura también provoca la disminución del contenido de oxígeno en el aire, el aumento de la movilidad del aire, el aumento de la intensidad de la radiación solar -
particularmente de onda corta-, el aumento de la innivación respecto a la precipitación total, la disminución de la
edafogénesis y la presencia de gelivación, entre otras variables del medio abiótico. Por otro lado, la orientación de las vertientes respecto a la circulación atmosférica y a la insolación da lugar a la diversificación de los biotopos de
barlovento y sotavento, por un lado, y de solana y umbría, por el otro. Las lluvias orográficas a barlovento y el efecto
«fóhn» a sotavento son ejemplos de esta diversidad. Las diferencias de radiación y de temperaturas entre solanas y umbrías favorecen o dificultan el hábitat y los cultivos en función de las características zonales de los biomas: las
solanas son generalmente preferidas para el desarrollo de paisajes culturales en los biomas templados y evitadas en los
subtropicales.
Las poblaciones, oportunistas y reducidas, se hallan aisladas en estos hábitats semejantes a islas, con lo cual su especiación se acentúa. El desarrollo altitudinal, que marca el descenso de la temperatura, permite distinguir diferentes
pisos de vegetación. El piso nival se considera el más elevado y su característica principal es la innivación, duradera o
permanente. Bajo las nieves perpetuas se extiende el piso alpino, en el que el período de vegetación es demasiado corto para que se puedan desarrollar formaciones leñosas. La vegetación propia del piso alpino son los prados de
herbáceas vivaces de talla pequeña. La innivación protege estas plantas del rigor térmico invernal. Las plantas leñosas
que resisten la hostilidad de este medio se postran y achaparran, e incluso se almohadillan o acojinan. El piso
subalpino empieza, en este sentido descendente, a partir del límite superior del bosque, que varía en función de la
latitud y la orientación, y que en los Alpes se halla entre los 2.000 y los 2.400 m de altura. Las coníferas predominan
en esta cliserie altitudinal, pues sus estructuras morfológicas troncocónicas las protegen de la acción mecánica de la nieve sobre sus ramas. Las aciculifolias más comunes son los abetos, los pinos eurosiberianos, las piceas y los alerces.
Siguiendo, el piso montano lo ocupan los bosques de planocaducifolios, como el haya y los robles, aunque también
mantienen su presencia algunas especies de coníferas como los abetos y los pinos, en función de la continentalidad y
la latitud. Finalmente, el piso colino o basal se corresponde a las faldas de las cordilleras, en las que remontan las comunidades zonales del llano. Las condiciones abióticas especiales que se dan en las vertientes montañosas pueden
propiciar la presencia de floras relictuales, que aprovechan los hábitats azonales al abrigo del relieve. El caso más
singular del continente europeo se da en las vertientes sudoccidentales del Cáucaso, en la región euxínica, de clima tibio y húmedo, en la que se cobijan comunidades de selvas templadas arcto-terciarias. Las especies que las forman
son planoperennifolias. La fauna de los orobiomas modifica su ciclo biológico y su fisiología para adaptarse a las
bajas temperaturas. Algunos ejemplos: el oscurecimiento de su pigmentación, el viviparismo de los anfibios y reptiles o el esponjamiento del plumaje y del pelaje, como en el caso del armiño y la perdiz nival. Otras adaptaciones son de
carácter etológico, como el uso de refugios subterráneos, la migración a altitudes inferiores, como hace el rebeco, o la
hibernación. Otras adaptaciones genéticas semejantes sirven para afrontar el resto de inclemencias del medio
montañoso, como son el viento, la escasez de oxígeno y la aspereza del terreno. En contrapartida, el rebrote primaveral de los prados supraforestales es aprovechado como pasto por la fauna silvestre -topos, la marmota, el oso y
el jabalí-, y por el ganado, aumentando paralelamente los depredadores, como el zorro y carroñeros, como los buitres,
el alimoche o el quebrantahuesos.
CAPÍTULO 16. PROBLEMAS AMBIENTALES Y CONSERVACIÓN DE LA NATURALEZA.
Europa constituye uno de los escenarios territoriales donde más se ha alterado el medio ambiente, como consecuencia de las actividades humanas. Las facetas de dicha alteración que más acucian a la sociedad europea por su gravedad,
son la escasez y el uso irracional de los recursos de agua; la contaminación atmosférica e hídrica; la gestión de los
residuos; la degradación del suelo; la disminución de la biodiversidad, y la pérdida de calidad y extensión de los
hábitats naturales. La degradación del entorno y la sobreexplotación de los recursos naturales, disminuye la calidad de vida de la sociedad actual y hace peligrar la de generaciones futuras. La intensidad de las alteraciones provocadas por
el hombre en el entorno las hace más perdurables, y a la vez más sutiles, dado que no se trata ya tanto de cambios
locales -como fue la deforestación del territorio europeo-, sino de transformaciones sustanciales y globales de los ciclos de la materia; alteraciones que a medio y largo plazo, amenazando su supervivencia y la perpetuación del
sistema actual de uso de los recursos..
Los conflictos del agua.
Los recursos de agua continentales constituyen uno de los ejes prioritarios en la política global sobre medio ambiente en Europa (EPE), desarrollada a través de protocolos o acuerdos internacionales suscritos entre la Unión Europea y los
países del centro y este del continente, para preservar los recursos de agua en ríos, lagos y acuíferos internacionales,
para lo cual se han destinado importantes inversiones procedentes del programa PHARE. Se considera fundamental la actuación en cuatro áreas principales, entre las cuales se incluye la gestión sostenible de los recursos hídricos.
Establece una serie de objetivos básicos dirigidos a garantizar el suministro de agua potable a ciudades y a otros usos;
protección del medio ambiente a través de medidas de control y depuración de aguas residuales, y, asimismo, atenuación de los efectos adversos de inundaciones y sequías.
Los RECURSOS DE AGUA Y SUS USOS CONSUNTIVOS.
Las estimaciones realizadas por la Agencia Europea de Medio Ambiente, cifraba en 480.000 hm3/año el volumen de
agua movilizado en Europa para atender diferentes usos consuntivos. La distribución espacial de recursos de agua en Europa no garantiza, en modo alguno, la plena satisfacción de las demandas, más aun cuando en las últimas décadas
los procesos de urbanización, industrialización y expansión de la agricultura de regadío han acrecentado las
necesidades de recursos muy por encima de las posibilidades concedidas por la oferta natural de agua. Los condicionantes geográficos, climáticos e hidrográficos propician unas enormes diferencias en el reparto espacial
de los recursos hídricos, y no todos ellos están disponibles ni se ofrecen al hombre con las mismas condiciones de
calidad y cantidad. Los países escandinavos tienen a su disposición cantidades ingentes de recursos de agua, superando los 600.000 m3/hab./año en Islandia. En cambio, los recursos disponibles en países orientales de Europa
como Ucrania y Moldavia son inferiores a 4.000 m3/hab./año, cifra ésta que desciende todavía más en países
meridionales como España, Grecia e Italia, con una disponibilidad natural que ronda los 3.000 m3/hab./año, o tan sólo
100 m3/hab./año en Malta, lo que obliga a recurrir a fuentes no convencionales como la desalación de aguas marinas, con un elevado coste energético y, ambiental.
Las demandas de agua pueden concentrarse en regiones con recursos escasos o limitados, como sucede en Rusia,
donde el 80 % de la población, un gran desarrollo industrial, y las extensiones de regadío más importantes se encuentran en las cuencas vertientes del Caspio y mar de Azov, donde tan sólo se halla el 8 % de los recursos de agua
totales existentes en el país.
Los trasvases, las captaciones de aguas subterráneas, la regulación de aguas fluyentes con embalses, han permitido que
los 15 millones de hectáreas de regadíos existentes en Europa en el año 1970 hayan aumentado a más de 29 millones
en 1996, lo que ha elevado el consumo de agua para riego en la mayoría de países europeos, sobre todo en los
mediterráneos y en otros como Países Bajos, Dinamarca, Turquía, Rumania, Ucrania, Hungría, o Rusia. El consumo de agua potable también se ha incrementado durante las últimas décadas, ya que los sistemas de
abastecimiento públicos, además de dar cobertura a un mayor número de núcleos de población, han tenido que atender
los incrementos de una población europea que desde 1960 a la actualidad ha aumentado en 200 millones de habitantes;
por otro lado, si a mediados de siglo los módulos personales de gasto eran de 50 l/hab./día, hoy las ciudades precisan unos recursos hídricos para atender consumos de 250 l/hab./día que pueden incluso duplicarse cuando aumentan las
funciones industriales, turísticas y de servicios. Con el incremento del consumo son muchos los países europeos que se
enfrentan a graves problemas de suministro de agua, como ocurre con las regiones más urbanizadas e industrializadas de Alemania, Reino Unido, Francia, Bélgica, Italia o Rusia, donde se padecen importantes disfuncionalidades en los
sistemas de abastecimiento públicos, originadas por la contaminación de los recursos existentes. En éstos y en otros
países, además de los problemas de calidad, se dan cita otros derivados de la escasez de agua o de la dependencia hacia ríos y acuíferos compartidos con otras naciones. En los países europeos de la cuenca del Mediterráneo se ha
tenido que recurrir a la utilización de fuentes no convencionales: reutilización de aguas residuales urbanas y
desalación de aguas marinas o salobres continentales. Por ejemplo, en la isla de Malta se encuentra ubicada la mayor
planta desaladora del mundo por ósmosis inversa, con una capacidad de 200.000 m3/día destinados en su mayoría a atender las necesidades del sector turístico; la escasez de recursos convencionales y la necesidad de garantizar los
suministros de agua en actividades estratégicas, como el turismo o la agricultura de vanguardia, explican que en
España existiesen en 1997 unas 250 instalaciones desaladoras, con la mayor capacidad de producción de Europa con 510.289 m3/día.
El consumo de agua en las industrias ocupa una posición de liderazgo en la estructura de usos consuntivos en Estonia,
Bélgica, Reino Unido, Suecia, Rusia o Alemania; en estos países los recursos hídricos se erigen en un factor decisivo en la elección de emplazamientos para centrales nucleares, térmicas y refinerías de petróleo. El negocio mercantil más
rentable a que da lugar el consumo industrial de recursos hídricos es el envasado de agua mineral. Francia e Italia son
en la actualidad los mayores embotelladores de agua mineral del mundo, destacando, además, que el primero de estos
países es el primer exportador, (Vichy, Évian o Perrier), lo que explica que la producción francesa supere en la actualidad los 5.500 millones de litros. La gestión de las aguas continentales en Europa suele ofrecer una gran
diversidad de modalidades, aunque resulta generalizado que ésta se deposite en manos de entidades con competencias
de ámbito nacional o suprarregional.
PROFUNDAS MODIFICACIONES ANTRÓPICAS DE LOS RÍOS EUROPEOS: EMBALSES, CANALES
NAVEGABLES Y BONIFICACIÓN DE LAS LLANURAS DE INUNDACIÓN. El comportamiento hidrológico de los colectores fluviales europeos se halla fuertemente intervenido por la acción
humana desde la época romana, como testimonian en tierras ibéricas los embalses de Cornalbo y Proserpina y acueductos como el de Segovia. A partir de la década de los años cincuenta, cuando se han producido las actuaciones
de más envergadura, que abarcarían desde grandes canales y sistemas de esclusas para la navegación fluvial, a
gigantescos embalses y presas para producción de electricidad, trasvases para riego y abastecimiento público, diques para laminar inundaciones fluviales. Estas intervenciones, que han alcanzado a todo tipo de colectores, desde las
ramblas mediterráneas a los grandes ríos de las llanuras germanopolaca y rusa, provocan que el comportamiento
hidrológico de estos aparatos fluviales se halle fuertemente antropizado, con unas repercusiones ecológicas e hidrodinámicas de primer orden.
En Europa son más de 10.000 los grandes embalses construidos por el hombre, con una superficie total superior a
100.000 km2. De ellos, una tercera parte se encuentra en Rusia (1.250), España (1.000), Noruega (810) y Reino Unido
(570). Catorce de los quince mayores reservorios europeos se encuentran en Rusia y Ucrania. Son magnitudes que invitan a realizar comparaciones de escala con los embalses de Europa occidental. En cambio, los mayores desniveles
estructurales del relieve, existentes en las regiones europeas occidentales favorecen una mayor profundidad de los
embalses construidos, destacando en España el de la Almendra, con 202 m. El aumento de la demanda de agua para diversos fines motivó que durante la etapa soviética se acometieran grandes
obras de infraestructura hidráulica, destacando algunos trasvases como el del Volga al Moskova, a partir de la presa de
Ivankovo, para garantizar el abastecimiento de agua potable a Moscú. Similar trascendencia reúnen las obras de regulación del Volga Medio, mediante la construcción de grandes presas para producción hidroeléctrica, como la de
Kuibychev, sistemas de esclusas para favorecer la navegación desde el Caspio al Báltico y el canal Volga-Don de 101
km de longitud, con destino final en el embalse de Tsimlianski, que permitió transformar en riego decenas de miles de
hectáreas de las estepas de Rusia meridional. La producción de hidroelectricidad es uno de los principales usos no consuntivos a que se someten los ríos europeos.
Los desniveles estructurales de origen tectónico y los saltos de origen erosivo debidos al modelado glaciar constituyen
los enclaves más propicios para la construcción de embalses para generar hidroelectricidad. Los ríos suecos de la región de la meseta de Norrland, gracias a los escalones tectónicos que descienden de la cordillera escandinava,
permiten una intensa explotación hidroeléctrica, destacando los ríos Lule, Ume, Skellefte, Indals. Los ríos de la
fachada atlántica noruega, sobre todo los de la región del Vestlandet, son también objeto de un intenso
aprovechamiento hidroeléctrico, gracias a las precipitaciones copiosas y a los desniveles tectónicos que afectan a los
relieves escandinavos, permitiendo incluso que Noruega exporte energía a Suecia y a Finlandia. En otros países como
Francia, Italia, Austria o Suiza los valles alpinos han sido focos de industrialización al disponer de energía hidráulica, también llamada hulla blanca, así, ríos como el Ródano, el Po, el Loira, el Garona o el Rin tienen sus tramos de
cabecera sometidos a intenso aprovechamiento hidroeléctrico.
En 1997 se consumieron unos recursos energéticos de procedencia hidráulica cifrados en 67 millones de toneladas de
petróleo equivalente de hidroelectricidad, lo que supuso un 30 % del consumo total mundial de energía de dicha procedencia. Sin ocultar la existencia de conflictos con otros usos consuntivos o las repercusiones ecológicas que
derivan de la modificación del régimen natural de los ríos europeos, lo cierto es que éstos proporcionan la fuente de
energía renovable más limpia que se consume en Europa. Resultan importantes desde el punto de vista económico las funciones de transporte que desempeñan muchas arterias
fluviales europeas, en Alemania, Francia, Bélgica o Países Bajos. Así, por ejemplo, el Rin, además de producir 30.000
millones de kW/h de electricidad, es una vía navegable que penetra 800 km en el interior de Europa, a través de la cual se transportan millones de toneladas de materias primas y productos elaborados procedentes de las regiones
industriales de Suiza, noreste de Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Países Bajos y Reino Unido.
La intervención del hombre en el régimen natural de los ríos europeos incluye también las actuaciones de defensa
contra inundaciones, como canales de desagüe, diques de contención, supresión de obstáculos y meandros, como sucede con el Rin, cuyo recorrido entre Basilea y Estrasburgo ha sido acortado un 14 %, lo que ha favorecido un
encajamiento del río de 3 a 6 metros en menos de un siglo. Los terraplenes, motas y diques de elevación son
actuaciones muy comunes en los grandes colectores europeos para proteger las llanuras de inundación de las aguas altas durante episodios de avenida; en la llanura baja del Po, acondicionada desde la Edad Media, ciudades como
Rovigo o Adria se hallan 12 m por debajo del nivel de las aguas del Adigio o el Po, lo que aumenta la extensión,
duración y los daños ocasionados por la inundación si durante un episodio de crecidas el agua rebasa la altura de los diques. Los marjales, albuferas, estuarios, marismas y llanuras de inundación han sido objeto de intervenciones
humanas para su bonificación y ocupación; por su magnitud, destacan las obras que han permitido ocupar más de
2.300.000 hectáreas de la gran llanura húngara, mediante 4.200 km de diques, 32.000 km de canales de drenaje y
estaciones de bombeo. Los cursos superficiales no transformados por la mano del hombre no superan el 20 % en los territorios de la Europa
nordoccidental. Sus consecuencias físicas son el aumento de la velocidad del agua y el aumento de su temperatura,
debido a la desaparición de la vegetación de ribera, lo que repercute en la disminución de su contenido en oxígeno disuelto. Además de la pérdida de biodiversidad, este proceso supone que los cursos canalizados vean mermada su
función de filtración de nutrientes, que, van en aumento debido a la intensificación agrícola y la urbanización.
Los deltas y los llanos de inundación de los ríos con nivel de base en el Mediterráneo han sido espacios de gran interés
destinados a bonificaciones agrarias, como también ha sucedido en las marismas del litoral de Flandes y Frisia. Los lagos de origen glaciar del norte de Europa se constituyen en piezas estratégicas en el transporte de materias primas, lo
que ha motivado la construcción de una densa red de canales navegables. Todos los humedales europeos han sido
objeto de aprovechamientos para la obtención de recursos cinegéticos y pesqueros. En cambio, en la actualidad la mayoría de estos espacios gozan de protección en virtud de diversos tratados internacionales.
La CONTAMINACIÓN DE LAS AGUAS CONTINENTALES: UN PROBLEMA DE ALCANCE
INTERNACIONAL. El escaso o nulo control de los vertidos urbanos e industriales, la contaminación difusa por nitratos y plaguicidas
empleados en agricultura, la sobreexplotación de acuíferos, las instalaciones insuficientes de depuración y tratamiento
de aguas, resumen algunos de los problemas que, en mayor o menor grado según regiones, padecen los recursos
hídricos en Europa. La toma de conciencia sobre el deterioro en que se encuentra el sistema hidrológico europeo ha resultado esencial para la adopción de acuerdos internacionales dirigidos a la protección de las aguas continentales.
La contaminación de aguas potables por nitratos, con niveles que superan lo establecido por la OMS, afectaba a
principios de los noventa a un 5 % de la población de Alemania y Dinamarca, a un 30 % de los abastecimientos privados de Bélgica, y a dos millones de habitantes en Francia. En Europa, para hacer frente a la contaminación de las
aguas continentales existen diversas alternativas. Por ejemplo, el Programa LIFE ha concedido ayudas para la
recuperación ecológica de ríos en Dinamarca y Reino Unido; también se han habilitado ayudas financieras para proyectos de recuperación de hábitats fluviales y especies de salmónidos en Escandinavia, eliminación de barreras
artificiales en cursos de agua de Holanda, creación de centros de información ecológica en zonas húmedas de Francia
y España; asimismo, en los ríos internacionales que surcan los países de Europa central y oriental se están
acometiendo actuaciones integrales de restauración ambiental con cargo al programa PHARE. En el ámbito europeo, la preservación de la contaminación hídrica fue la primera política que se desarrolló con
contenido ambiental y, es el aspecto más desarrollado de la política ambiental de la Unión Europea. En los Países
Bajos se ha establecido un sistema de incentivos a aquellas industrias que logren reducir la contaminación. En la actualidad, el estado en que se encuentra la depuración de residuales en Europa muestra una situación favorable en los
países del norte y centro de la Europa Comunitaria, con un alto grado de tratamiento de sus vertidos, frente a los países
mediterráneos. En Rusia, como también sucede en otros países de Europa oriental, el tratamiento de las aguas
residuales es absolutamente insuficiente, más todavía cuando resultan mayoritarios los vertidos incontrolados, en
ocasiones procedentes de complejos industriales o militares con un gran poder contaminante. La ciudad de Moscú tan
sólo depura un tercio de las aguas residuales urbanas y una mitad de las industriales. La ausencia de una política integral en la gestión de los recursos hídricos explica que a través de los sistemas de distribución de agua potable se
propaguen enfermedades como el tifus y la hepatitis.
Las aguas subterráneas, suelen padecer graves problemas de contaminación y sobreexplotación. Los principales focos
puntuales de contaminación se dan en las ciudades, las industrias, las minas, las instalaciones militares y los vertederos. Los contaminantes de mayor significación, en estos casos, son los metales pesados y los hidrocarburos.
Por otro lado, la principal fuente de contaminación difusa es la filtración de nitratos y pesticidas. Los nitratos
proceden, junto a sulfuros, potasio y fosfatos, del uso de abonos en la agricultura intensiva y de los purines. Las áreas más afectadas por el exceso de nitratos en las aguas subterráneas son las de mayor intensificación agrícola: cuencas de
París y de Londres, Países Bajos, Baviera, cuenca del Po, llanura Panónica y la cuenca del Pripiat en Bielorrusia. Los
acuíferos sufren la continuada disminución de sus niveles freáticos, a causa de su explotación por encima de su capacidad de recarga. Las políticas orientadas a la oferta atienden al incremento de la demanda con la apertura de
nuevos pozos, nuevos trasvases, la construcción de pantanos o la desalación, para captar nuevas fuentes de
abastecimiento. La política hídrica alternativa y más racional propone un control más racional de las demandas,
haciendo más eficiente y ahorrativo su uso. Las aguas superficiales padecen igualmente unos procesos de contaminación muy graves, que pueden llegar incluso a
inutilizar el recurso para su consumo por parte del hombre, agravándose en ocasiones por efecto de infraestructuras de
regulación como canales navegables y pantanos. En su fase de construcción, los pantanos suponen la pérdida de tierras de cultivo, la inundación de asentamientos y la elevación del nivel freático y, a medio y largo plazo, repercuten
negativamente en la calidad del agua, contaminación química y algas tóxicas-, obstruyendo el transporte de sedimento
y la migración de la fauna acuática. Otro proceso de contaminación añadido, (grandes embalses), es el de la eutrofización cultural provocada por los vertidos antropogénicos en ríos y lagos, y asociada a la urbanización, la
deforestación y la intensificación agrícola. Los ríos y los lagos europeos se hallan, en un estado muy deplorable; sobre
todo, el fenómeno se acentúa a lo largo de una banda transversal que recorre Europa desde el sur de Inglaterra hasta
Ucrania, coincidiendo con las regiones más pobladas. Por el momento, se establecen los umbrales de salubridad, se muestrean y monitorizan las condiciones del medio y se financian incentivos, siguiendo políticas de voluntariedad de
los agentes sociales y de subsidiariedad con las administraciones públicas. Las emisiones industriales de óxidos de
azufre y de nitrógeno, responsables de la llamada lluvia ácida, cuando afectan territorios de litología no calcárea, provocan un descenso acusado del pH de las aguas superficiales, por debajo de sus valores naturales, situados entre 5
y 6, a índices entre 4 y 3, con una acidez equivalente a la del zumo de limón. Este descenso causa unos grandes daños
biológicos, como la mortandad de peces, y desencadena otros procesos químicos, como el incremento de la
concentración de iones de aluminio, que tiene efectos altamente tóxicos. Estos procesos se desencadenan en muchos lagos de Escocia, Finlandia, Suecia y Noruega.
EL RIN, CAUCE DE DESARROLLO, A COSTA DE SU DEGRADACIÓN AMBIENTAL
El río Rin recorre las regiones de mayor industrialización de Europa. Por supuesto, su propia presencia es causa principal del desarrollo. El Rin ocupa una sutura geológica, un rift de bloques hundidos, que configura mayoritariamente amplios valles,
facilitando los transportes y la explotación de recursos. La presencia del río ha posibilitado el transporte barato de mercancías
pesadas, el suministro de agua -de abastecimiento humano (aproximadamente a 20 millones de personas), agrícola o industrial- y
la posibilidad de deshacerse de residuos mediante su vertido al río. Las regiones que atraviesa este río albergan unas grandes urbes
industriales; estas regiones son:
-El Rin superior (parte alta), de Basilea a Mülhausen -desde Suiza a Alemania, pasando por Francia-, industrias químicas (como
Sandoz, Ciba-Geigy y Hoffmann-La Roche), textiles, metalúrgicas y de producción de maquinaria y vehículos. -Alsacia, en cuya
capital, Estrasburgo, encontramos industrias químicas, alimentarias, textiles y metalúrgicas, además del Parlamento Europeo.
-El Rin superior (parte baja), entre las convergencias del Neckar y el Main, desde Manheim a Frankfurt, con industrias químicas
(como BASF), eléctricas (Brown Boveri o Siemens) y construcción de vehículos (Daimler Benz).
-El Rin inferior (Rheinschiene), entre Colonia y el Ruhr, donde convergieron las condiciones más favorables al desarrollo industrial primigenio, presencia de carbón mineral, y buena comunicación fluvial. Hoy en día, Düsseldorf se prolonga hacia el
Ruhr, con orlas industriales petroquímicas y metalúrgicas. La explotación minera de carbón continúa en la región de Westfalia, en
la que se extraen en torno a 120 millones de toneladas anuales, que se dedican mayoritariamente a la producción eléctrica.
-En su desembocadura se halla Rotterdam, la puerta de Europa, con el tránsito de mercancías más importante del continente.
Además de su importancia comercial, Rotterdam acoge astilleros, metalurgia, construcción de vehículos e industrias químicas.
El transporte fluvial de mercancías en Europa occidental se ha mantenido, mientras que el transporte de mercancías mediante el
tráfico ferroviario se ha visto reducido en un 200 %.
La utilización masiva de este río ha dado lugar a su degradación ambiental, que se ha visto acelerada en los últimos cien años. A
causa de los vertidos, la escorrentía y la lixiviación, el río transporta 65.000 de toneladas diarias de sales, fosfatos, nitratos,
sulfatos, amoniaco, metales pesados y aceites. Los sedimentos de su cauce son muy tóxicos, y su draga supone su almacenamiento
en balsas especiales, dado que no pueden ser vertidos al mar ni utilizados como material de relleno o cultivo; sólo los procedentes
de la draga del puerto de Rotterdam ya se elevan a 10 millones de metros cúbicos anuales. Por estas causas, de las 47 especies de peces continentales que encontrábamos en el río a finales del siglo XIX, se contabilizaron sólo 23 a mediados de los años setenta.
Una de las pérdidas más impopulares fue la del salmón, que había desaparecido del río en 1945. Además de los perjuicios al
medio natural, la contaminación salina del río, causada mayoritariamente por la minas de potasa de Alsacia, afecta negativamente
a los cultivos comerciales de los Países Bajos. Además, los Países Bajos son los que más padecen el alto riesgo de inundación, que
se hizo patente en 1993 y en 1995. El recorrido transfronterizo del río supone que otros países que no son contaminantes sufran
los efectos de su degradación (especialmente con los Países Bajos respecto a Francia y Alemania -que contribuyen en un 70-80 %
al total de la contaminación del río-.
Los proyectos de restauración del río han consistido, básicamente, en la reducción de los vertidos, de procedencia industrial y
doméstica, con las técnicas más efectivas al alcance. Mediante éstas y otras iniciativas de depuración, el salmón ha recolonizado el río en los años noventa. Pero las críticas a las políticas de reducción de los vertidos delatan que se está poniendo remedio al
problema en su extremo más alejado de la causa real -mediante tecnologías de «extremo de cañería»-, mientras que la causa real
del daño son los sistemas de producción contaminantes; en consecuencia, se piden unos procesos de producción limpios y
respetuosos con el medio a largo plazo.
2. La contaminación atmosférica.
La gravedad actual del fenómeno no se debe a causas naturales, sino a las emisiones de contaminantes procedentes de las actividades humanas. La mayor parte de los gases contaminantes emitidos a la atmósfera proceden de la
combustión de combustibles fósiles, como el gas, el petróleo y el carbón. Las actividades que más contribuyen a las
emisiones son los medios de transporte, la producción de energía eléctrica, las calefacciones domésticas y la industria. Los gases contaminantes más abundantes son: dióxido de carbono, monóxido de carbono, hidrocarburos o compuestos
orgánicos volátiles: propano, hexano, etileno, benceno, tolueno, Óxidos de azufre; óxidos de nitrógeno. Los
compuestos organoclorados, como los clorofluorcarbonos. Un amplio espectro de compuestos químicos se añaden a los antes mencionados bajo la denominación de «contaminantes orgánicos persistentes», como los pesticidas, los
productos químicos industriales y los metales pesados que son difícilmente biodegradables, provocan cáncer y
disrupciones hormonales y de la reproducción.
EL CAMBIO CLIMÁTICO DEBIDO AL EFECTO INVERNADERO. La temperatura de la atmósfera ha variado con rotundidad a lo largo de los últimos milenios, debido a causas
naturales, pero también, a más corto plazo y en menor grado, a causa de las erupciones volcánicas y las variaciones de
las corrientes marinas. La temperatura media del aire en el continente europeo ha aumentado entre 0,3 y 0,8 °C a lo largo de este último siglo. La causa del calentamiento atmosférico es el incremento en la proporción de determinados
gases originados por la industrialización, que se estima han duplicado su proporción en la atmósfera respecto a su
presencia natural, previa a la Revolución Industrial. La temperatura media global puede aumentar entre 1 y 3,5 °C para el año 2100. La repercusión más preocupante está siendo la fusión de las masas de hielo continentales y polares, y el
aumento del nivel del mar consiguiente, que se estima entre 15 y 95 cm para el año 2100.
La combustión de carburantes fósiles genera dióxido de carbono, que contribuye en un 65 % al calentamiento
atmosférico, y óxido de nitrógeno, que contribuye en un 5 %. Europa contribuye entre una cuarta y una tercera parte de las emisiones mundiales de dichos elementos. El incremento del consumo energético y de las emisiones
contaminantes se debe a la primacía del transporte rodado con motores de combustión interna, y al incremento de la
movilidad que genera la apertura de mercados. Así, resulta que el transporte por carretera contribuye al 80 % de todas las emisiones de CO2 procedentes de las actividades de transporte.
Otros gases que contribuyen al calentamiento atmosférico son el metano, procedente de las conducciones de
combustible, la minería y las actividades agrícolas; el óxido nitroso, procedente en su mayor parte de la fertilización
agrícola, de la industria y la generación de energía, y los gases halogenados, utilizados en refrigeración, y como propelentes de aerosoles y espumas. La actividad humana también ha supuesto la disminución mundial de la
capacidad de absorción de CO2 de los denominados «sumideros» -plantas- a través de la deforestación, agravando así
la variación gaseosa natural de la atmósfera. Los acuerdos internacionales para reducir las emisiones de estos gases han sido numerosos, y desde 1992 están coordinados por la Convención Marco sobre el Cambio Climático de las
Naciones Unidas. Pese a los progresos que esto ya supone, las medidas adoptadas dan prioridad a la innovación
tecnológica para reducir las emisiones, sin que la economía deje de crecer, desatendiendo el principio de precaución que las alarmas ambientales reclaman. Mediante el mercadeo los países ya industrializados comprarían el derecho a
contaminar de los países del sur, que a su vez mantendrían su misma situación de subdesarrollo y su función de
proveedores de recursos crudos.
LA DISMINUCIÓN DEL OZONO ESTRATOSFÉRICO. La cantidad de ozono en la estratosfera disminuye a causa de la emisión de compuestos de cloro (CFC) y de bromo
(halones), que se utilizan como refrigerantes y propelentes. Las emisiones directas a la estratosfera de óxido de
nitrógeno resultantes de la motorización de los aviones también contribuye a la eliminación del ozono estratosférico. La disminución, o adelgazamiento, de la columna de ozono sobre Europa ha sido de en torno al 7 %. La pérdida
progresiva de la protección frente a los rayos ultravioleta-B (UV-B) que proporciona el ozono estratosférico ha
supuesto el incremento de la dosis percibida en Europa de hasta el 8 %. El incremento de radiación puede causar
cáncer de piel, problemas oculares, como las cataratas y depresión del sistema inmunológico. Cálculos realizados para Gran Bretaña, el ritmo actual de disminución de ozono estratosférico supondrá un incremento de entre el 10 y el 15 %
de riesgo de desarrollar cáncer de piel, de otros tipos diferentes al melanoma, entre los niños de hoy día. Con el
Protocolo de Montreal, de 1987, los 162 estados que ya lo han ratificado se comprometen a frenar la producción de CFC y halones para sustituir su uso por otros gases menos nocivos para el ozono estratosférico, como el bromuro de
metilo y los hidrofluorcarbonos. Las enmiendas posteriores al Protocolo de Montreal, en Londres en 1990 y en
Copenhague en 1992, establecieron la reducción todavía más acelerada de la producción de los gases dañinos para el ozono estratosférico. EL TRANSPORTE Y SU IMPACTO SOCIAL Y AMBIENTAL.
Las cifras que nos presenta demuestran la irracionalidad y la insostenibilidad del modelo de transporte que fundamenta y potencia
la sociedad actual. El sector transporte, en la CE, supone un 7 % del PIB, un 7 % de los puestos de trabajo, un 40 % de la
inversión pública y casi un tercio del consumo total de energía. El transporte en el ámbito comunitario es también el responsable
del 22,5 % de las emisiones que contribuyen al efecto invernadero- y de l00 % de una de las causas de la lluvia acida. 540
millones de vehículos circulaban por las carreteras del mundo a primeros de los noventa, correspondiendo más del 80 % a los
países de la OCDE. En la CE, los costes externos de carácter socioeconómico del transporte suponen una cifra cercana al 5 % del PIB. La emisión de contaminantes -por persona por kilómetro- en automóvil sin catalizador es 33 veces más elevada que en tren y
11 veces más que en avión. Un automóvil consume cada 1.000 km la misma cantidad de oxígeno que un ser humano necesita para
respirar durante un año. El transporte aéreo ha experimentado un crecimiento vertiginoso en el mundo. El consumo energético en
avión -personas por kilómetro-, en un viaje de unos 500 km, es entre 3 y 3,5 veces más que en ferrocarril y entre 1,2 y 1,5 veces
más que en coche.
En la CE, el transporte de mercancías por carreteras se incrementará en un 42 %, el número de coches privados crecerá en un 45
% y el transporte aéreo aumentará en un 74 %. Hay un incremento del tiempo dedicado al transporte. Al menos la cuarta parte de
la vida de un varón medio que vive en un país del centro consiste en moverse o trabajar para moverse. Existe una falta de
consideración hacia los medios de transporte no motorizados -peatón, bicicleta, tracción animal-, aun cuando es la forma de
transporte más desarrollada en el «Tercer Mundo». La bicicleta es el vehículo más utilizado en el planeta: existen más de 800
millones de bicicletas en todo el mundo. El parque de vehículos crece a un ritmo más rápido que la población, el número de
vehículos se ha multiplicado por 7. Si esta tendencia se mantiene se habrá cuadruplicado para el año 2025, con lo que ello supondrá de consumo energético y de incremento del impacto ambiental, y el consumo de recursos de todo tipo -incluidos los
energéticos-, que implican tanto su construcción como su funcionamiento, especialmente en lo que a infraestructuras se refiere.
LA ACIDIFICACIÓN.
El aumento antropogénico de dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y amoniaco en la atmósfera genera su deposición acidificante, seca y húmeda, que daña gravemente la vegetación, los suelos y los ecosistemas, limnéticos y fluviales.
Por ejemplo, las emisiones europeas de azufre se doblaron entre los años cincuenta y setenta (hasta la crisis del
petróleo), aunque declinan desde entonces, mientras las de óxidos de nitrógeno no dejan de crecer. Los óxidos de nitrógeno y de azufre se generan en la combustión de carburantes, mientras las principales fuentes de amoniaco
atmosférico son la producción y vertido de purines, procedentes de la ganadería intensiva y el uso de fertilizantes. La
vegetación resulta afectada directamente por la exposición a los ácidos sulfúrico y nítrico. Los suelos se empobrecen
por el lixiviado de los cationes básicos y el incremento de la concentración de los iones de aluminio, que es dañino para un gran número de organismos. El decaimiento del bosque europeo, denominado waldsterben en alemán, consiste
en la defoliación, decoloración y reducción de la vitalidad de las plantas.
EL SMOG ESTIVAL. El incremento del ozono troposférico y de otros oxidantes fotoquímicos se agrava con la mayor incidencia de la
radiación solar en verano, sobre todo en las regiones cercanas a las fuentes de emisión de contaminantes, espesando el
aire con una calina mezcla de humo y niebla (smog). El ozono troposférico, que se halla en la parte baja de la
atmósfera, ha visto multiplicada por cuatro su presencia en la atmósfera desde el inicio de la industrialización. Los óxidos de nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles, ambos procedentes de la combustión de carburantes y del
uso de disolventes orgánicos, son sus principales precursores, a partir de reacciones fotoquímicas bajo la acción de la
radiación solar. Las partículas en suspensión, mayoritariamente de material carbónico, también contribuyen al smog, procedentes de la combustión de carburantes, de entre los cuales el gasoil contribuye entre 30 y 70 veces más que la
gasolina. El 90 % de la población urbana de la UE se vio sometida, al menos una vez, a concentraciones de ozono
troposférico superiores a las establecidas como umbral.
CONTAMINANTES QUÍMICOS Y ORGÁNICOS PERSISTENTES.
Las emisiones de productos químicos de origen industrial crecen al ritmo en que crece esta actividad en Europa. Pese
a los esfuerzos por limitar el incremento de las emisiones, su presencia en los seres vivos aumenta. Sus efectos en la
salud humana y en otros organismos incluyen el envenenamiento, el aumento de cáncer, las mutaciones genéticas y otros desórdenes endocrinos y reproductivos. Los contaminantes orgánicos persistentes se sintetizan deliberadamente
en la producción de pesticidas y de otros productos químicos, o bien se emiten involuntariamente en procesos como la
incineración de residuos o la minería. Algunos de los ejemplos más conocidos son el PCB y el DDT. La acumulación de estos contaminantes en los tejidos grasos de los humanos da lugar a su aparición en la leche materna, creando
graves riesgos de patologías en el desarrollo neuronal y reproductivo de los lactantes. Las dioxinas, que son
cancerígenas, se emiten en la combustión o incineración de compuestos con cloro -residuos sólidos urbanos-, el
blanqueo de papel, el uso de determinados pesticidas y la quema de energías fósiles. Otro tipo de emisiones de similar procedencia son los metales pesados, como el mercurio, el plomo o el cadmio, que se emiten en la combustión de
carbón, la producción de cemento, la producción de metales no ferrosos y la incineración de residuos sólidos urbanos.
3. El tratamiento y almacenaje de residuos.
Los países europeos han aumentado en un 11 % su producción de residuos sólidos urbanos. Este hecho constata la
ineficiencia con la que las sociedades postindustriales usan los recursos, a la vez que agrava el riesgo medioambiental y para la salud humana. Los cálculos conservadores de la Agencia Europea de Medio Ambiente indican que la
producción total de residuos en el continente europeo ronda los 4.000 millones de toneladas anuales. El 70 %
proceden de la agricultura y la minería, y sólo el 7 % son RSU.
Los sistemas de tratamiento de residuos más comunes son los más baratos: el vertido, utilizado con el 72 % de los RSU, y la incineración, con la que se tratan el 17 %. Los impactos ambientales son la emisión de gases -como el
metano-, y la lixiviación de contaminantes procedentes de los vertederos; las emisiones atmosféricas de metales
pesados -como el mercurio, el cadmio o el zinc, y la peligrosidad de las cenizas y las escorias de las incineradoras -que contienen metales peligrosos, como el cadmio y el plomo y contaminantes orgánicos persistentes. Otros tratamientos
más racionales de los RSU, como son el reciclaje y el compostaje, todavía suponen un pequeño porcentaje de la
cantidad tratada. Pero los informes gubernamentales, soslayan las referencias a los residuos tóxicos y peligrosos, en especial los procedentes del uso de energía atómica. El tratamiento de dichos residuos encarece enormemente el uso
de la fisión nuclear para la producción de electricidad (35 % de la generada en la UE), debido a la peligrosidad de su
tratamiento. Los sistemas que se utilizan en la actualidad consisten en inmovilizar y aislar bajo tierra los residuos
procedentes de los combustibles utilizados en las centrales, que son los menos voluminosos, pero que contienen un mayor porcentaje de radiación y toxicidad (99 %), duradera hasta centenares de miles de años. La radiactividad
incrementa la incidencia de leucemia, cáncer y malformaciones congénitas. La peligrosidad de los residuos se
incrementa por la accidentalidad de los reactores y de las plantas de tratamiento (Chernobil, en 1986). Pero el peor de los problemas que surgen a raíz de la dificultad de su tratamiento es su transferencia internacional
hacia países poco rigurosos en cuanto a su manejo. Por este camino se deshacen de sus residuos tóxicos sobre todo
Alemania y Suiza. Más de 2 millones de toneladas de residuos peligrosos atraviesan las fronteras cada año; su rumbo tiene dos direcciones claras: del norte al sur y del oeste al este.
4. La degradación del suelo.
El suelo cumple unas funciones de primer orden para la humanidad. La principal es su aporte de nutrientes a la
producción de biomasa, que depende de su fertilidad. La degradación de esta cualidad repercute en la disminución del rendimiento de las cosechas. Los procesos de degradación del suelo que padece Europa son menos graves que los que
afectan a otras regiones del mundo -como puedan ser el Sahara o Indonesia-. Aun así, los más importantes son la
contaminación localizada, la erosión y la salinización.
LA CONTAMINACIÓN DEL SUELO.
La más grave que afecta al suelo es la que se da en emplazamientos concretos relacionados con vertidos de residuos y
actividades industriales, militares y mineras. Los productos contaminantes que generan mayor preocupación, son los
metales pesados -tales como el mercurio, cadmio, plomo, cobre o zinc-, los contaminantes orgánicos persistentes -como el PCB, las dioxinas, los pesticidas y los hidrocarburos- y los residuos radiactivos -como es el Cesio-137. Su
transmisión se puede dar por contacto, inhalación, contaminación del agua o acumulación en las redes tróficas. Su
procedencia es la deposición atmosférica y el uso de agroquímicos. El coste de su descontaminación constituye un mercado muy lucrativo, pero que antes precisa de la concienciación de la ciudadanía. La alternativa inteligente a
medio plazo, es la prevención de la contaminación futura. Por otro lado, el suelo padece también unas
transformaciones químicas derivadas de la industrialización y la intensificación agrícola y ganadera, en parámetros más difusos pero más extensos.
LA EROSIÓN DEL SUELO.
La erosión consiste en la pérdida de suelos debido al efecto del agua y del viento. Se trata de un proceso natural que
las actividades humanas aceleran al exponer el suelo a los agentes atmosféricos -mediante la roturación y el arado- y aumentar el volumen y la velocidad de la escorrentía superficial. El fenómeno se agrava si las tierras bajo explotación
son pobres o frágiles, y con la ampliación de las actividades a la deforestación, la ganadería o el regadío. La
«Revolución Verde» consistió en intensificar la explotación agrícola mediante la mecanización y el uso de fertilizantes artificiales y pesticidas. La extensión de las explotaciones aumentó con el objeto de conseguir una mayor rentabilidad
y facilitar la mecanización, y para ello se roturaron los vestigios de vegetación natural de los setos, humedales, prados,
estepas, turberas y bosques de ribera. Este incremento dio sus frutos en el aumento de las cosechas, posibilitando el crecimiento demográfico. Pero hoy en día dicho esfuerzo comienza a ser insuficiente, y es por ello que se plantea la
necesidad urgente de aplicar la ingeniería genética a la producción de alimentos, para mantener el ritmo de
crecimiento desaforado. El continente europeo se ve afectado en un 12 % de su extensión, 115 millones de ha, por la
erosión hídrica, a las que se añaden un 4 %, 42 millones de ha, afectadas por la erosión eólica. La cuenca mediterránea padece, la incidencia de la erosión hídrica. La causa es la intensa deforestación y la incidencia de lluvias torrenciales
sobre rocas blandas como arcillas y margas. Los países mediterráneos europeos han experimentado un cambio drástico
de sus paisajes culturales, con el abandono reciente de las prácticas tradicionales de cultivo, el incremento de la urbanización, la ganadería extensiva y los efectos sumamente negativos de los incendios forestales. La definición de la
desertificación de las Naciones Unidas incluya a esta región como afectada por dicho fenómeno. La erosión eólica
afecta particularmente a las llanuras esteparias, en Ucrania y Rusia meridional. Su origen son las roturaciones de las
comunidades herbáceas, de la Revolución Verde, para aprovechar los suelos negros, o chernozems, e intensificar la
ganadería. Pero al cabo de unos años aparecen las «tormentas negras», que arrastran el humus, actualmente a un ritmo
del 1 % anual, en Rusia.
LA SALINIZACIÓN DEL SUELO.
La intensificación agrícola ha impuesto la irrigación de tierras de cultivo a partir de la extracción de aguas
subterráneas, que precipitan sus bases minerales dando lugar a la salinización y alcalinización del suelo. Este proceso
afecta a las regiones más meridionales y áridas, -Cáucaso, Crimea o la llanura Panónica. En total se calcula que la superficie afectada ronda los 4 millones de ha.
5. Los hábitats naturales y la biodiversidad. El desarrollo de los paisajes culturales europeos se ha hecho a costa de los naturales, y, de los hábitats de la flora y
fauna silvestres y de su diversidad. Los tiempos recientes han visto desplazarse la depredación de recursos a nuevos
espacios que aún conservaban paisajes naturales ricos -como la Amazonia o Indonesia-. Mientras, en Europa, «la foresta» se recupera (con un incremento del 10 %, en área y en volumen) y los esfuerzos por conservar los vestigios de
naturalidad son superiores a los de cualquier otro lugar en el mundo.
LAS AMENAZAS Y EL ESTADO DE CONSERVACIÓN DE LA NATURALEZA.
Las principales amenazas de la biodiversidad en Europa son: -La fragmentación de los hábitats debida a la urbanización, la construcción de infraestructuras -la longitud de las
autopistas ha aumentado en un 300 %- y la intensificación agrícola. La pérdida de conectividad dificulta el
movimiento y el intercambio genético entre los intersticios de naturalidad, complicando su perpetuación. -La introducción de especies alóctonas, que transforman los hábitats naturales -por ejemplo, mediante la reforestación
silvícola- y compiten con las especies autóctonas. Pese a que se estima que un tercio del continente está forestado, sólo
un 10 % de esa masa forestal se considera siquiera seminatural, siendo el resto plantaciones madereras o papeleras, homogéneas y artificiales, -coníferas, los eucaliptos y los álamos. Algunos de los últimos bosques primigenios se
encuentran en Bialowieza, Kaluga, Illych-Pechora y Carelia.
-Los cambios en las condiciones ambientales debidos a los cambios de uso del suelo y de los ciclos ecológicos -por
contaminación, eutrofización o acidificación-. Las aves, padecen unas condiciones de conservación desfavorables en un 38 % de sus especies europeas, con especial gravedad en las regiones nordoccidentales y centrales de Europa, que
son las de mayor transformación antrópica del medio, debido a la intensificación agrícola y a la extensión de la
urbanización. Han sido los grandes mamíferos los más desfavorecidos por la presencia del hombre, por su proximidad trófica, y por su escasa población natural y fragilidad. De las 244 especies de mamíferos que se encuentran en Europa,
24 están considerados en peligro de extinción a escala global. La mayor riqueza de especies la encontramos en las
regiones mediterránea y alpina, debido a la función de refugio de la región mediterránea durante las glaciaciones y al
aislamiento de las regiones alpinas, que ha propiciado la especiación.
LAS POLÍTICAS DE CONSERVACIÓN.
Las estrategias de conservación de la naturaleza se iniciaron determinando el estado de conservación de especies
concretas, a partir de las cuales se desarrollaron las Listas Rojas, en las que se clasifica la severidad de sus amenazas y el estado de sus poblaciones, estas listas de acuerdo con un rango de seis estadios de amenaza.
La protección de espacios naturales extiende esta primera estrategia con el propósito, más amplio, de conservar los
hábitats de las especies en peligro. A pesar de este desarrollo conceptual conservacionista, la designación de espacios naturales se practicaba ya con anterioridad, desde principios del siglo XX (con los primeros parques nacionales en
Suecia, 1909, y en España, 1918), para preservar los paisajes naturales, a modo de museos y para el disfrute de la clase
intelectual y, posteriormente, de toda la ciudadanía.
Una consecuencia insospechada, que resulta cada día más patente para el conservacionismo que ha promovido la protección de los espacios naturales, es la de la incorporación de los territorios marginales a los mercados de consumo,
mediante su protección como espacios naturales. Así sucede, por ejemplo, que ciertos espacios naturales protegidos
reciben una afluencia tal de turistas que sus valores naturales de conservación, y de atracción para el turista pueden resultar amenazados y degradados hasta el extremo de definir la expresión de «amor a muerte». Además de la pérdida
de patrimonio natural que esta situación provoca, una repercusión paradójica es la disminución del rendimiento
recreativo del uso turístico de espacios naturales debido a su masificación, que los aleja de la imagen de idílica solitud de su comercialización. Así sucede, con numerosos espacios naturales del litoral mediterráneo, que superan no sólo su
capacidad de carga ecológica, degradándose hasta perder las cualidades que los hiciesen merecedores de su régimen
de conservación, sino que también superan su capacidad de carga recreativa a causa de su congestión recreativa, que
alcanza situaciones de agobio.
LA INTEGRACIÓN DE POLÍTICAS MEDIOAMBIENTALES EN LA PLANIFICACIÓN DE LOS
SECTORES DE ACTIVIDAD. La protección de los espacios naturales es criticada. El establecimiento de áreas protegidas parece determinar la desprotección del resto del territorio; tal es la desazón que deja el proteccionismo tras la lucha reivindicativa por la
defensa de la naturaleza. El escenario deseable para remediar tal disfunción, consiste en la integración de las
consideraciones medioambientales en la planificación territorial y de los sectores de actividad económica. Según dicha
filosofía, los espacios naturales protegidos cumplen tan sólo la función de ser «bancos de pruebas» de las políticas de
ordenación territorial conservacionista y sostenible que deben aplicarse al resto del territorio. El reto, a la vista de la
crisis ecológica y de sostenibilidad que padece nuestra sociedad, exige profundizar aún más en su etiología, para tomar consciencia de la necesidad de replantear nuestro actual modelo de desarrollo. El simple propósito de perpetuar el
bienestar de nuestra especie nos guiará para acertar en la definición de remedios, bajo el principio de precaución y
sacando el máximo provecho de la innovación tecnológica.
2. LA VARIEDAD DE REGIONES NATURALES.
La consideración de la influencia ejercida por el medio físico en la organización general del espacio europeo es un
buen exponente del papel que juega la escala en todo análisis geográfico. Un primer elemento de diferenciación es el que introducen el relieve y la litología. En este sentido, Europa puede
dividirse a grandes rasgos en cuatro conjuntos fisiográficos que de norte a sur corresponden a las cordilleras
noroccidentales, en el frente atlántico, las llanuras centrales que desde Francia se amplían progresivamente en dirección al este, el conjunto de pequeños macizos y cuencas interiores que se sitúan al sur de éstas y, las cordilleras
meridionales extendidas desde Gibraltar hasta Anatolia, formando el conjunto montañoso de mayor entidad. Esta
disposición general se relaciona estrechamente con las grandes unidades tectónicas del continente, y condiciona, unos
dominios litológicos contrastados, de gran interés por su influencia directa sobre las posibilidades de desarrollo de las actividades agrarias y extractivas.
Dejando de lado el caso de Islandia, que corresponde a un fragmento emergido de la dorsal atlántica, las cordilleras
que desde Escandinavia, y ocupando asimismo parte de Gran Bretaña e Irlanda, limitan de forma discontinua el frente noroccidental europeo, son fragmentos de la antigua cordillera caledoniana emergida en la primera mitad del
Paleozoico por compresión entre los escudos canadiense-groenlandés y báltico. El posterior aplanamiento
desencadenado por los agentes erosivos su cratonización, se vieron completados por una intensa fracturación, efecto de orogenias posteriores, que acabaron por hundir unos bloques -identificados hoy con la plataforma continental del
mar del Norte y del de Irlanda- en tanto otros eran reelevados, dando origen a las actuales cordilleras. El resultado de
la tectónica de fractura es su identificación actual como relieve de estilo germánico. La excepción son los Alpes
Escandinavos, que deben sus formas más agrestes a los importantes retoques glaciares que han aguzado sus crestas y ensanchado unos valles que, aprovechando por lo general las líneas de debilidad, acaban en su margen occidental en
forma de fiordos, resultado de su invasión por el mar tras la última glaciación. Por el este, se desciende gradualmente
hacia el Báltico y Carelia, fragmentos hundidos del antiguo escudo precámbrico, afectados asimismo por profundas huellas glaciares, particularmente visibles en los arcos de colinas morrénicas, los lagos de barrera, y el predominio de
sedimentos groseros de textura arenosa, que dan origen a suelos poco fértiles.
Rasgos bastante similares presenta el conjunto de pequeños macizos que, desde la Meseta española y hasta
Checoslovaquia, constituyen el exponente más visible del mosaico europeo. Corresponden a fragmentos de la antigua cordillera herciniana, surgida a finales del paleozoico al sur de la anterior, y sometida más tarde a los mismos procesos
de arrasamiento, cratonización y posterior fracturación, como resultado de los esfuerzos a que estuvo expuesta en la
última orogénesis. También aquí los horsts o fragmentos levantados se identifican con las áreas montañosas actuales, delimitadas por grandes líneas de falla que individualizan una serie de cuencas hundidas y tapizadas por sedimentos
posteriores que hoy generan el dominio de las formas tabulares, al tiempo que han servido tradicionalmente de asiento
a las actividades agrícolas (Duero y Tajo-Guadiana en España, París y Saona en Francia, fosa del Rhin en Alemania, Bohemia en Checoslovaquia...). Dentro de los bloques elevados, la variedad de formas es relativamente amplia,
pudiendo diferenciarse, los macizos de la zona interna, más próximos a las cordilleras alpinas y sometidos por tanto a
una mayor compresión, con escarpes de falla más acusados, abundancia de materiales cristalinos que dan lugar a
relieves de estilo germánico (Macizo Galaico, Sistema Central español, Macizo Central francés, Macizo Armoricano, Vosgos, Selva Negra, Cuadrilátero de Bohemia...), o sajónico si están recubiertos por una película sedimentaria
(Sistema Ibérico), frente a los de la zona externa, de topografía más suave y mayor importancia de las rocas
sedimentarias y metamórficas (Macizo Esquistoso-Renano, Ardenas, Harz...), que originan una relativa abundancia de relieves apalachenses. Entre las cordilleras del frente atlántico y éstas, se extiende una llanura de forma triangular,
progresivamente abierta hacia el este, identificada con un fragmento de las cordilleras paleozoicas también hundido en
la última orogénesis y tapizado por una espesa cobertera sedimentaria, cuya fisonomía actual ha sido profundamente marcada por las dos últimas glaciaciones del Cuaternario, que en su máximo avance llegaron hasta el límite con los
macizos hercinianos aproximadamente. Dentro de la general horizontalidad dominante, traducida en una costa baja y
arenosa, es precisamente la herencia glaciar la que justifica la alternancia de pequeñas elevaciones de apenas un
centenar de metros, identificadas con las antiguas morrenas frontales, entre las que destacan las Colinas Bálticas. Aunque también existen aquí lagos de barrera, si bien menos numerosos que en el escudo báltico, los principales
efectos de las glaciaciones en la ocupación del territorio se orientan en otro sentido: de una parte, hay que citar los
antiguos cauces glaciares o «urstromthaler», de dirección este-oeste, excavados por los ríos cuando el inlandsis septentrional ocultaba la actual costa del mar del Norte y Báltico, abandonados parcialmente cuando los ríos -mediante
capturas- readaptaron su trazado a la situación actual, y aprovechados hoy por la densa red de canales que cubre la
región; de otra, la margen meridional de la llanura aparece recubierta por suelos de loess, de textura fina y elevado
potencial agronómico, que corresponden a los materiales depositados por los glaciares en su margen externa, y que
tradicionalmente han favorecido el asentamiento de población en contraste con las áreas más septentrionales. El último conjunto morfoestructural corresponde a las cordilleras surgidas en la orogénesis alpina, a mediados del
Cenozoico, como resultado de la compresión ejercida por el escudo africano sobre el eurasiático, y que forman un
frente continuo a lo largo de las costas mediterráneas; si bien las bifurcaciones y formas arqueadas resultan frecuentes,
dibujando los límites de las microplacas aquí existentes. Los retoques glaciares han sido muy intensos en las áreas de mayor altitud, y particularmente en los Alpes, contribuyendo a abrir vías naturales de penetración a través de los
amplios valles en artesa, que han limitado considerablemente los obstáculos impuestos por estas barreras naturales al
desplazamiento y la comunicación entre sus márgenes. Pero tanta o mayor importancia que las formas de relieve, tienen hoy las características climáticas en la diferenciación
del espacio europeo. El primer rasgo a destacar, común a la mayor parte de la región, es la moderación térmica,
resultado de la acción combinada de la latitud y la influencia oceánica. Situada entre los 36 y 70 °C N, Europa queda inmersa, salvo en su extremo septentrional, dentro de la banda de latitudes medias caracterizada por un balance
térmico equilibrado con dominio de los promedios anuales entre 10 Y 15 °C, y una alternancia en la influencia que
ejercen las masas de aire polar y tropical, traducida en un evidente contraste estacional. Al propio tiempo, sus costas
occidentales se ven bañadas por la corriente cálida de la Deriva Noratlántica, prolongación septentrional de la del Golfo, cuyos efectos se hacen sentir en una elevación de la temperatura del aire en contacto con ella, que permite unos
valores térmicos en invierno hasta 11°C superiores a los de la costa norteamericana, además de facilitar la evaporación
y elevar la carga de vapor en las masas de aire oceánicas que luego penetran en Europa. La escasez de barreras orográficas elevadas que obstaculicen el avance de estos vientos cargados de humedad, sumada a las reducidas
dimensiones del continente y lo recortado de sus costas, difunden la influencia del océano, limitando los rasgos de
continentalidad a las regiones más orientales o a aquellas cuencas hundidas y protegidas por masas montañosas. En la justificación de los contrastes climáticos regionales tienen mayor importancia, en cambio, el efecto ejercido por
los centros de acción y el del propio relieve. Dentro de la zona de circulación del oeste, Europa se ve afectada por la
influencia de dos centros dinámicos permanentes y sometidos al balanceo estacional, situados sobre el Atlántico norte:
la depresión de Islandia y el anticiclón de Azores. La primera se identifica con una de las perturbaciones del frente polar, que afecta esencialmente durante el invierno, periodo en que se desplaza hacia el sur y se ve reforzada
térmicamente, originando la mayoría de las precipitaciones que se producen, sobre todo en la vertiente atlántica,
mientras se debilita en el verano, desplazándose asimismo hacia el norte y afectando sólo de modo regular a Islandia, Escandinavia y los sectores septentrionales de las Islas Británicas. Por su parte, el anticiclón de Azores se integra
dentro del cinturón subtropical de altas presiones, originando tiempo estable y temperaturas relativamente elevadas
cuando en verano se sitúa sobre Europa, en tanto su influencia queda circunscrita al área mediterránea durante el
invierno. Junto a estos dos centros dinámicos, también hay que reseñar el efecto ejercido por el centro térmico eurasiático que
se instala sobre el interior del continente, regulando en particular el régimen termopluviométrico imperante en la
Europa oriental, aunque esporádicamente pueda afectar al resto. Durante el invierno, el rápido enfriamiento de la superficie terrestre se transmite a las capas bajas de la atmósfera generando subsidencia y, por tanto, un predominio
del tiempo estable pero muy frío, sólo roto por la penetración circunstancial de alguna borrasca procedente del
Atlántico; en verano, el recalentamiento continental invierte la situación barométrica, facilitando los movimientos convectivos, y, por consiguiente, las precipitaciones.
Finalmente, las barreras montañosas ejercen un doble efecto climático: además de generar un descenso térmico y un
incremento de humedad a medida que se asciende, traducidos en un escalonamiento climático, su orientación respecto
a los vientos dominantes genera un marcado contraste entre las vertientes occidentales, a barlovento, mucho más húmedas, y las orientales, a sotavento, afectadas por fenómenos de foehn. Esta disimetría resulta particularmente
manifiesta en las cordilleras del frente noroccidental (Alpes Escandinavos, Macizo Galaico, Cordillera Cantábrica...) y
en los Alpes. En consecuencia, Europa aparece dominada por tres grandes áreas climáticas. La primera se identifica con el clima
oceánico de costa occidental imperante en toda la vertiente atlántica, desde Noruega al litoral gallego, y caracterizado
por temperaturas suaves todo el año, con amplitud térmica escasa (inferior a 15 °C), precipitaciones abundantes y bien repartidas, sin estación seca, y escasa insolación. Dentro de estos rasgos de conjunto, los matices regionales se
relacionan con el descenso térmico inherente al aumento de latitud, la mayor abundancia de lluvias allí donde existe
efecto orográfico complementario, y una progresiva degradación hacia el interior. Estas condiciones favorecieron el
desarrollo de una densa cobertura vegetal identificada con el bosque caducifolio (hayas, robles, castaños...) como formación «clímax». No obstante, la intensa deforestación sufrida a lo largo de la Historia ha reducido drásticamente
las superficies boscosas, hoy limitadas de modo casi exclusivo a las vertientes montañosas y muy afectadas por la
repoblación, que ha introducido especies foráneas (pinos, eucaliptos...), al tiempo que ampliaba la superficie ocupada por las landas (matorral de brezos, helechos, tojos...). El régimen de precipitaciones y la horizontalidad topográfica
imperante en la llanura centroeuropea han permitido asimismo un caudal bastante regular y una escasa velocidad a los
ríos que atraviesan esta región, favoreciendo su navegabilidad, factor de gran importancia en el proceso
industrializador como medio de transporte barato para mercancías voluminosas. En Escandinavia y el noroeste de la
península Ibérica, las mayores pendientes, impiden este uso, favoreciendo como contrapartida el aprovechamiento
hidroeléctrico. Al alejarnos de la costa atlántica en dirección hacia el este, las amplitudes térmicas estacionales van elevándose
paulatinamente ante el rápido descenso de los valores invernales, al tiempo que se reducen las precipitaciones y, sobre
todo, tienden a producirse en los meses de verano, lo que nos introduce en el dominio del clima continental húmedo,
que ya anuncia los rasgos extremos característicos del territorio ruso. Si en la región del Báltico el contraste con la costa noruega es más acentuado por la disimetría que introducen los Alpes Escandinavos, en Centroeuropa las
transiciones son muy suaves, pudiendo señalarse la línea del Elba como límite aproximado con el anterior. Lo más
destacado es el descenso de precipitaciones y la acentuación de los contrastes estacionales en dirección a los Balcanes (Bucarest), y en las cuencas interiores cerradas (Praga). Las mismas transiciones se observan en las formaciones
vegetales: si en Suecia y Finlandia domina el bosque boreal de coníferas, mejor adaptado a las bajas temperaturas y el
breve período vegetativo aquí existente, en Centroeuropa el bosque oceánico va degradándose progresivamente hacia el interior, para dar paso en la cuenca de Panonia húngara a la estepa de gramíneas, si bien en ambos casos la acción
humana ha alterado profundamente los paisajes naturales.
En la margen meridional del continente, al sur de las cordilleras alpinas, domina el clima subtropical de costa
occidental o mediterráneo, que ocupa una amplia banda latitudinal entre los 30 y 45 °C N, que aquí integra desde la costa portuguesa a la del mar Negro. Junto a las temperaturas más elevadas que origina la latitud, además de la
protección orográfica y el carácter de mar interior cálido que presenta el Mediterráneo, el rasgo más destacado es la
creciente sequedad, particularmente en el verano, que junto a la mayor irregularidad interanual anuncian ya la proximidad a las regiones saharianas. Dentro de estas coordenadas, pueden también señalarse las mayores
precipitaciones que registran las vertientes a barlovento (Lisboa, Nápoles) frente a las de sotavento (Atenas, Almería),
y la degradación continental que aparece en las cuencas interiores, sobre todo si están relativamente aisladas por barreras montañosas (Madrid, Milán). El dominio del bosque esclerófilo (encinas, alcornoques...) adaptado a la aridez
estival ha sido muy afectado por la tala y el carboneo abusivos, dando hoy paso al predominio de las formaciones
arbustivas de tipo garriga (coscoja, retama...) sobre suelos calcáreos, o maquis (jara, romero, brezo...), algo más denso,
sobre suelos silíceos, e incluso la mal llamada estepa mediterránea (tomillo, esparto) en las áreas más secas o de peores suelos, junto a la repoblación con coníferas realizada en las vertientes montañosas al objeto de frenar la intensa
erosión que registran. Son precisamente la gran cantidad de aportes terrígenos de los ríos mediterráneos, junto a sus
fuertes pendientes y los profundos estiajes que conoce su caudal, las causas que impiden su utilización como vías navegables salvo en tramos reducidos de las arterias principales, vinculando su aprovechamiento exclusivo a la
construcción de embalses para riego y producción hidroeléctrica, si bien con costes infraestructurales muy superiores a
los de la vertiente atlántica (estaciones de bombeo para compensar la estacionalidad de caudales, presas adaptadas a
resistir la elevada carga sólida en suspensión y las bruscas crecidas). Junto a estos tres grandes dominios ecológicos, baste señalar la existencia de una pequeña franja de clima ártico en el
norte de Escandinavia y las Spitzberg (Grandfjorden), caracterizado por la inexistencia de verano térmico y el dominio
de la tundra sobre un subsuelo permanentemente helado, además del escalonamiento altitudinal que desde el punto de vista bioclimático caracteriza todas las grandes cordilleras, y que podemos englobar como climas de montaña. La
combinación de todos estos rasgos sobre las diversas regiones de Europa ha provocado una gran heterogeneidad en las
condiciones de partida sobre las que han actuado los diferentes grupos humanos, ayudando, en consecuencia, a comprender mejor su actual estructuración territorial.
GRECIA.
Desde la periferia marítima del país peninsular surgió una civilización que ha sido clásica durante dos mil años, la
civilización de un pequeño grupo de seres diseminado en una red de ciudades basadas en un reducido y bastante difícil ambiente físico. Pero el «milagro griego» no sobrevivió al Imperio romano. Ciertamente, el esfuerzo humano estuvo
basado, en Grecia, en unos estrechos y frágiles cimientos. Es un país típicamente mediterráneo, acentuando este
carácter de un modo extremo en muchos aspectos, ya que su clima hace presentir las condiciones reinantes en la
cuenca oriental, que son de mayor aridez e irregularidad, topografía abrupta y proximidad de los montes a la costa en todas partes. La profunda penetración del mar tierra adentro ha dejado poca continuidad a todos los rasgos terrestres.
La antigua prosperidad estuvo cimentada en el mar, y en una organización política y económica que no duró después
de la ruptura de la unidad mediterránea. La Edad Media aportó una terrible miseria a Grecia. El paludismo barrió las tierras bajas y la población se refugió en los abruptos montes, para ser diezmada por las guerras que se producían entre
las gentes procedentes de las llanuras y las que habitaban las montañas, así como las venganzas entre las familias, las
enfermedades y las hambres periódicas. Durante aquellos siglos llegaron a la península muchas migraciones e invasiones que aportaron algunas modificaciones al mapa étnico de Grecia. Cultural y nacionalmente, la continuidad
de la tradición griega había sido interrumpida hasta tal punto que parecía casi imposible restablecerla. Sin embargo se
produjo un despertar en el siglo XIX, principalmente por parte de los griegos establecidos fuera de la península, en
diversos puntos del Mediterráneo y del mar Negro. Esta diáspora griega fue una gran defensora del pequeño reino de Grecia que en 1830 se emancipó del Sultán. La liberación de Grecia, se realizó por presión de las potencias
occidentales, especialmente Francia y la Gran Bretaña; fue uno de los primeros indicios del rejuvenecimiento
mediterráneo y del inminente hundimiento de la influencia turca y musulmana en la región mediterránea. En 1930 se le dieron a Grecia las actuales fronteras. El tratado de Lausana resolvió, en 1924, el antiguo conflicto grecoturco,
fijando las fronteras y disponiendo un intercambio de poblaciones; asimismo se acordó otro intercambio de
poblaciones con Bulgaria. Más de 600000 personas salieron de Grecia, pero entraron en ella más del doble, principalmente procedentes de Turquía. La instalación de más de un millón de personas en el curso de unos pocos
años fue una operación muy importante que costó grandes sufrimientos y miserias, pero esta operación proporcionó a
Grecia una población homogénea enriquecida con elementos experimentados en el comercio y en las actividades
industriales. Parte de los refugiados fueron reinstalados en el campo, si bien con terrenos demasiado pequeños, pero la gran masa de inmigrantes se concentró en las ciudades, que con su ayuda progresaron mucho.
En el país existen tres regiones principales: las del norte y noroeste son montañas abruptas de un declarado tipo
balcánico; la Grecia central es puramente mediterránea; por último, la tercera región está constituida por el Peloponeso y las islas. El norte de Grecia consta de dos estructuras diferentes: en el nordeste, las alturas macedonias son antiguas
mesetas alisadas que se yerguen entre depresiones de paisaje estepario; al noroeste, unas cordilleras plegadas
prolongan el sistema dinárico, y son más boscosas por cuanto se hallan en un clima más húmedo. Macedonia, al este,
tiene una importante zona de llanura costera. El paludismo y los latifundios impidieron su progreso hasta después de 1924. El país se ha transformado. Los cultivos principales son: trigo, cebada y maíz; abundan las vides y la morera;
también se cultiva tabaco; el valle del Vardar es donde adquiere mayor extensión su cultivo.
Al este de este valle surgen los altas despeñaderos de la meseta de Calcídica que avanza hacia el mar como una pequeña península con tres prolongaciones montuosas hacía el sur. Al extremo de una profunda bahía, entre la
península Calcídica y la desembocadura del Vardar, está la ciudad de Salónica (o Thes-saloniki, en griego moderno),
capital de Macedonia y puerta meridional del corredor del Vardar-Morava. La llanura circundante está cultivada intensivamente. Salónica es una gran encrucijada, una ciudad dinámica, cultivada; que comercia con lejanas tierras. Su
situación hace indudablemente de Salónica el principal puerto y centro comercial de Grecia, y normalmente la salida
marítima de una gran parte de los Balcanes.
Al noroeste, unas cordilleras más elevadas y una menor extensión de llanura anuncian la proximidad del sistema dinárico. En las abruptas y agrestes montañas la humedad del oeste hace que la vegetación sea mejor y más densa;
aparecen bosques, mientras que unos extensos olivares se extienden alrededor del golfo de Arta hacia el noroeste, y
los campos de trigo predominan en el llano de Tesalia. Las cordilleras están compuestas de calizas o areniscas y esquistos (formaciones de flysch) y a veces, como en el centro de la cordillera del Pindo, aparecen fajas de material
eruptivo. El ganado lanar y cabrío pasta por las laderas. Existen muy buenos pastos y grandes bosques en los montes
del Pindo: se produce allí algo de madera de construcción, siendo transportados los troncos a flote por los ríos. Los llanos de Tesalia, dominados por el elevado monte Olimpo, han sido muy mejorados alrededor de Trikkala y Larissa.
La Grecia central es diferente. Aquí la orientación dinámica se encuentra con un eje estructural de este a oeste y lo
atraviesa, lo cual limita el avance del continente hacia el sur. Unas secas altiplanicies calcáreas reemplazan a las
cordilleras verdeantes. Los secos y cálidos veranos en un terreno kárstico dan un grave aspecto a la cuna del mundo heleno. Los contrastes son frecuentes y asombrosos entre las laderas bien cubiertas de bosque y las áridas, entre los
llanos pantanosos y palúdicos, y los cubiertos de huerta y frutales. Predomina el pino de Alepo, que extiende su copa
de finas hojas como agujas sobre los matorrales, olivos y vides mediterráneos. Aquí aparece desnudo el medio ambiente mediterráneo, abierto a la crítica y a la reorganización. En la extremidad de la península del sudeste aparece
lo inesperado: una gran ciudad. Aquí está emplazada Atenas, la mayor aglomeración urbana de la península balcánica
y de las islas circundantes. La única ventaja de la situación de Atenas parece haber sido su posición central en el mar
Egeo griego. Pero desde el principio Atenas fue construida totalmente por mano del hombre, y esta herencia histórica
hizo la fortuna de la ciudad en los tiempos modernos; fue capital de la Grecia renacida por razón de la grandeza que
había tenido tres mil años antes. Hace dos siglos, Atenas era casi una aldea alrededor del emplazamiento de la antigua ágora, donde se reunía el pueblo. Pero creció rápidamente después de 1830, y es una ciudad flamante, edificada por
arquitectos modernos de la Europa occidental y evidentemente no adaptados al clima mediterráneo. Se extienden
vastos distritos residenciales y administrativos, rodeados por suburbios populosos y pobres donde todavía se puede
observar algún matiz asiático. Los recuerdos de las glorias pretéritas ocupan una parte muy pequeña de la ciudad, mucho menos que en muchas de las ciudades más pequeñas que no han sido rejuvenecidas como lo fue Atenas. Sólo el
puerto ateniense del Pireo tiene más de 185000 habitantes, con grandes almacenes y varias fábricas de importancia.
La Grecia meridional está constituida por la península del Peloponeso, que es casi una isla por cuanto el estrecho istmo de Corinto ha sido cortado por un canal. Es abrupta, y en el mapa parece una mano extendida con cuatro dedos.
Sus montañas se elevan hasta los 1800 metros en algunos lugares, y la orientación de las laderas es muy importante,
ya que las del oeste y noroeste reciben mucha más lluvia y son más boscosas que las secciones casi desiertas que dan cara al oeste y al sur. En esta península, la población era densa y activa antiguamente. En el Istmo, que coincide con
las laderas de un monte, esta Corinto, que se ha beneficiado del canal marítimo y sigue exportando sus famosas uvas
pasas. La vid, el olivo y los rebaños lanares trashumantes son los productos de la península verdaderamente
tradicionales del Mediterráneo. Actualmente se cultivan algunos naranjales. En una de las profundas depresiones del sudeste, está Esparta, que era la belicosa y puritana rival de Atenas, pero hoy sólo tiene la fama de su antigua gloria.
Muchas islas complementan a Grecia; diseminadas en todos los lados de la península forman en junto más de una
quinta parte de la superficie total del país. Formando parte casi de la Grecia central, tan cerca está de la tierra firme, de la que le separan sólo estrechos canales, está Eubea, con otro monte Olimpo en su centro. El archipiélago de las
Cícladas (Andros, Tinos, Paros y Naxos) prolonga la península por el sudeste. Más grandes e importantes son las islas
Jónicas, extendiéndose ante la costa occidental desde Corfú hasta Zanta. Otras numerosas islas, grandes y pequeñas situadas a lo largo de las costas asiáticas del mar Egeo recuerdan el imperio que Grecia poseyó en Asia. Y estas tierras
son, en realidad, profundamente griegas a pesar de su proximidad a Turquía. Algunas de ellas poseen aún grandes
bosques. A las islas de Mitilene (o Lesbos), Quíos, Lemnos, Samos y las Espóradas, se añadieron en 1947 las islas del
Dodecaneso, entre las cuales figura Rodas, que habían pertenecido a Italia. Por último, al sur del Egeo y señalando el fin de las tierras europeas en el sudeste, se extiende de este a oeste la mayor de las islas griegas: Creta, con altas y
empinadas vertientes sobre el mar por el sur, donde forma una muralla casi continua y cerrada. Creta es una de las
regiones griegas devastadas por la guerra, aislada, tierra de pastores y piratas, y asolada por el paludismo. ¿Cómo pudo nacer aquí una de las más antiguas y avanzadas culturas de la Humanidad? ¿Ha cambiado el medio ambiente?
No parece ser éste el caso; en cambio, Creta parece ser un ejemplo extremado de condiciones mediterráneas, donde las
realizaciones humanas son frágiles y requieren un esfuerzo constante que no siempre resulta compensado. Sin
Embargo, hay que mencionar que la isla puede bastarse bastante bien, actualmente, en cuanto a alimentación. Algunos distritos rurales llegan incluso a parecer ricos, en comparación con los distritos rurales corrientes en Grecia. Los
principales cultivos son: vides, olivos y frutos agrios; se produce algo de madera de construcción, y son abundantes
los pastos.
El contorno de Europa occidental ha variado en los tiempos geológicos.
La plataforma submarina; en algunas áreas, como en la del banco Dogger (mar del Norte), sólo hay 20 metros. Son mares epicontinentales que presentan estas características desde el Cuaternario. Hasta entonces, lo que hoy son Gran
Bretaña y el archipiélago colindante formaban parte del continente; el Támesis y otros ríos ingleses, por ejemplo, eran
afluentes del Rin. Las aguas atlánticas son agitadas; tienen mareas de más de 8 metros (costa occidental de Gran
Bretaña), y los vientos ocasionan fuerte oleaje. Son también tibias (excepción del Báltico) por la influencia de la corriente del Golfo. Sus mares epicontinentales son ricos en peces (menos el Báltico) e intensamente explotados;
además son vías de permanente tránsito que sirven a las relaciones humanas de los países marítimos. El Mediterráneo
y sus dependencias son relativamente calmos, salinos, de aguas cristalinas, con poca riqueza ictícola y gran significado en la historia de la humanidad. El mediterráneo es el más vasto mar interior de la Tierra y es el camino que une a
Europa con África y Asia Menor. Sus aguas son cálidas (más de 20 °C en ciertas partes), con mareas apenas
perceptibles (algunos decímetros), lo que permite que los ríos depositen en sus desembocaduras los sedimentos que transportan, dando origen a barras y deltas.
El Mediterráneo adquirió sus formas actuales en época geológica reciente (fines del Terciario). El plegamiento alpino
modeló las tres grandes penínsulas que lo limitan y dividen: Ibérica, Itálica y Balcánica. Las fracturas de la corteza
terrestre en la cuenca de este mar originaron muchos hundimientos y dieron nacimiento a mares dependientes, unidos al Mediterráneo por angostos canales como los de Mesina, Otranto, Dardanelos y Bósforo. Un zócalo submarino,
constituido por el arco apenino sumergido, establece la división del Mediterráneo en oriental y occidental; las islas de
Sicilia y Pantellaria emergen de las aguas entre Calabria y Túnez. El Mediterráneo oriental es más profundo y se divide en los mares: Adriático, Jónico y Egeo; este último se comunica
con el de Mármara mediante el estrecho de los Dardanelos, que a su vez se pone en contacto con el Negro a través del
de Bósforo. El estrecho de Kertch relaciona las aguas del Negro con el mar de Azov. El Mediterráneo occidental tiene
por dependencia al mar Tirreno, confinado entre las islas de Córcega y Cerdeña y la costa occidental de Italia. El
estrecho de Gibraltar, formado en la era terciaria, vincula el Mediterráneo con el Atlántico; lo angosto (14 km) y lo
poco profundo (400 m) impiden la comunicación amplia de las aguas mediterráneas y atlánticas; las aguas profundas del Atlántico, frías (0 °C) no pueden unirse con las de igual nivel del Mediterráneo, que por esto son cálidas (12 °C).
El canal de Suez, inaugurado en 1869, permite las comunicaciones del citado mar con los países del Sudeste de Asia y
de África oriental y acorta las distancias con Australia, vigorizando su situación de privilegio en las relaciones
humanas.
Costas.
El contorno europeo es un ejemplo de la permanente lucha entre mares y tierras y de la acción constructiva del
hombre. El extenso festoneado de la costa europea muestra las consecuencias de la acción modeladora y destructora del mar, y, de la resistencia que ofrecen las rocas a los embates marinos. El conocimiento del relieve europeo y de los
procesos geológicos permite deducir las características fundamentales de cada sector litoral. En Gran Bretaña oriental,
sobre el mar del Norte, desde la llegada de los romanos, el agua ha cubierto las tierras en una franja que supera los 5 kilómetros. En contraposición, en el golfo de Venecia, el antiguo puerto de Adria es hoy una ciudad interior, ya que
los sedimentos fluviales han prolongado el área terrestre sobre lo que antes fuera espacio marino. Hundimientos,
levantamientos, fracturas de la corteza terrestre y volcanes han contribuido para que ciertas costas experimenten
apreciables transformaciones.
COSTAS DE EUROPA SEPTENTRIONAL.
Costas de tipo Ártico.
En el Ártico, los largos y crudos inviernos determinan la continuidad estacional de mares y tierras por solidificación de las aguas. Los ríos de estas comarcas no modifican mayormente el paisaje litoral, ya que se hallan sometidos al
mismo régimen de congelamiento. Hielos del presente y glaciares del pasado han determinada su fisonomía. Un
paisaje donde se yuxtaponen costas bajas y altas. El litoral resulta así una costa aprisionada por los hielos. En el golfo de Botnia (mar Báltico) las características se repiten, ya que permanece congelado buena parte del año; en el puerto de
Haparanda la actividad marítima cesa durante 7 meses en el año. Estas costas son bajas en general y corresponden a
las penillanuras (llanuras de desgaste) originadas por el arrasamiento del relieve por la acción de los hielos del
Cuaternario.
Tipos de costa baja en llanuras del Báltico meridional.
Costa de Haff: flechas y lagunas. Limos, barro y materiales sueltos dejados por los glaciares del Cuaternario han ido
formando una barra, flecha, espiga o "nehrung", por el depósito combinado de los sedimentos transportados por los ríos y los desplazamientos de arenas litorales arrastradas por el agua de mar. Los primitivos golfos de escasa
profundidad han quedado reducidos a lagunas costaneras ("haff", equivalente en español a albufera) que se unen al
mar por un angosto canalizo. Los puertos se hallan en el interior del haff, como ocurre con los de Klaipeda, Szcezcin y
Kaliningrado. El Kurische-Haff y el Óder-Haff son típicos ejemplos de esta particularísima costa. Boden. Litoral de llanuras fracturadas. Desde la desembocadura del Óder al golfo de Lübeck se extiende esta costa
baja; los descensos de ciertas áreas de llanura litoral permitieron la formación de islas próximas a la línea de la costa y
bahías de escasa profundidad. Fohrden. Fiordos de llanura. Son costas de valles transversales anegados por el mar. Si bien son similares a los
fiordos, se distinguen de ellos por cuanto el relieve costanero es bajo y no de montaña. Además, los angostos golfos
son de fondo plano y escasa profundidad; el mar ha penetrado porque el área continental ha descendido. Este tipo de costa se extiende desde Lübeck (Alemania) hasta el extremo Norte de la península de Jutlandia (Dinamarca); el
antiguo Limfiord, constituido en región baja de rocas poco resistentes, atacado por una fuerte tormenta, se convirtió en
un canal que comunica a los mares de Kattegat y del Norte; el extremo septentrional de Dinamarca se transformó así
en una isla. En realidad, Jutlandia ha dejado de ser una península y Dinamarca es país insular desde comienzos de siglo, época en que los alemanes construyeron el canal de Kiel, vinculando los mares del Norte y Báltico.
Costas altas de glaciación. Los fiordos de Noruega muestran un contraste de relieve; el continental es elevado y el
marino contiene canales profundos. Un litoral abrupto y recortado se extiende desde Noruega septentrional hasta el fiordo de Oslo. Los fiordos son golfos profundos y ramificados; penetran en el interior continental siguiendo el rumbo
de antiguos valles, que sufrieron un descenso por causas tectónicas, y luego fueron excavados por glaciares del
Cuaternario. Los glaciares, antes de fundirse, depositaron en su frente los materiales morénicos; un ascenso posterior de la costa noruega ha transformado a estos depósitos morénicos, ya consolidados, en islas que acompañan al litoral.
Las montañas se hallan muy próximas a la costa y cada fiordo está ceñido por un marco de acantilados. Los puertos se
encuentran instalados en el interior del fiordo, o cercanos al mar abierto cuando la costa se halla protegida por la faja
de islas. Se destacan los fiordos de Ofot, con el puerto de Narvik, y el de Trondheim, con el puerto de su nombre. El de Sogne, el más largo, supera los 200 kilómetros de longitud.
Costas altas en el mar del Norte. En Escocia; alargados brazos marinos llamados "firth" penetran en valles de las
viejas montañas caledónicas, que fueran remodeladas por los glaciares; los firth son de origen similar a los fiordos. Los ríos que en ellos desembocan son muy pequeños para la anchura del firth. La erosión marina (abrasión),
favorecida por los pronunciados desniveles que adquiere la alta marea en el mar del Norte, provoca el ensanchamiento
constante de los estuarios y de la playa. En la costa oriental británica se destacan los firth de Moray y de Forth; en el
mar de Irlanda se repite este tipo de costa.
Costas bajas del mar del Norte.
Arenosas y anegadizas, se extienden desde el Norte de Dinamarca hasta el paso de Calais. Las cadenas medanosas litorales son perforadas por violentos oleajes de tempestades con mareas altas, y el mar penetra en el continente
destruyendo sembradíos y poblaciones. Existen áreas costaneras a nivel inferior al del mar; por ello, cuando el mar
ocupa esta superficie deprimida, forma un golfo. El mejor ejemplo es el Zuiderzee, en Holanda. Estos procesos en una
costa arenosa, fácilmente destruida por el mar, explican la presencia de las islas Frisias, que antes formaban el borde del continente. El litoral, en general bajo, presenta dos aspectos distintos. Al Norte de Holanda, en Alemania y
Dinamarca, las fajas de dunas litorales separan al mar de una llanura pantanosa. En el resto de Holanda y parte de
Bélgica, estas características se repiten, pero la costa sufre una transformación más acentuada por intervención del hombre. Los holandeses han consolidado las dunas litorales preservando al territorio de los embates del mar. También
han construido diques costaneros, que cierran los golfos y los han transformado en lagunas litorales. Pacientes y
continuos trabajos de desecación por bombeo, de drenaje de aguas salobres y abono de las tierras ganadas al mar permitieron incorporar a su economía miles de hectáreas, antes cubiertas por las aguas. El espacio ganado al mar se
llama "polder", y el tipo de costa recibe el mismo nombre o de costas-dique, y constituye el mejor ejemplo de la
batalla contra el mar.
COSTAS DE EUROPA OCCIDENTAL INSULAR. Un frente de islas e islotes complementa la costa de firth de Escocia oriental; los islotes suelen quedar cubiertos por la
alta marea, lo que dificulta la navegación. Predominio de litorales altos y acantilados. En Irlanda sudoccidental, la
costa es alta y recortada, con características similares a las que han originado las rías gallegas. El Sur de Inglaterra presenta acantilados de perfiles bien definidos; las rocas calcáreas son destruidas por una intensa abrasión y dejan
playas dilatadas. En la región de Cornualles pueden observarse los restos de las etapas anteriores de erosión, que dejan
"agujas", "torres", "promontorios" y "puentes", producidos por la destrucción de las rocas menos resistentes. En Europa continental se repiten estas condiciones, con ligeras variantes, en el tramo que corresponde al Noroeste
francés, desde la península de Cotentin hasta el Sur de la de Bretaña.
Costas altas de Galicia.
El océano penetró en la desembocadura de los ríos cuyos valles inferiores sufrieron un hundimiento. En este aspecto la costa es semejante a la de los fiordos y firth; pero en la formación de las rías no han tenido participación los hielos del
Cuaternario. En el Noroeste español se destacan las rías de Vigo y El Ferrol. En las tranquilas rías gallegas y
cantábricas prosperan puertos activos (Vigo, La Coruña, Pontevedra, Santander, Bilbao) o aldeas de pescadores. El atractivo paisaje de rías caracteriza al litoral español septentrional.
Costas bajas de Europa oceánica.
Desde el Sur de la península de Bretaña hasta el límite franco-español se extiende una costa rectilínea, baja,
flanqueada por antiguas dunas litorales que han acumulado los vientos marinos, que barren las arenas de la playa en el período de bajamar; el oleaje complementa la acción; las playas son extensas. La regularidad de la costa sólo aparece
interrumpida por algunos estuarios. Entre la cadena de dunas y el interior se forman lagunas litorales. Para la fijación
definitiva de la línea de costa, se plantaron bosques de pinos en la faja de landas. Sobre las dunas próximas al mar existe vegetación apta para suelos arenosos y salinos. En la península Ibérica, desde la desembocadura del Miño hasta
Gibraltar, la costa continúa baja, arenosa y anegadiza. En el golfo de Cádiz describe una amplia escotadura producida
por el hundimiento de la región. El extremo sudoccidental de España puede considerarse como una costa de golfos, característica del litoral mediterráneo español, francés e italiano.
COSTAS DE EUROPA MEDITERRÁNEA.
Las partes hundidas e invadidas por el mar se hallan contorneadas por delgadas llanuras costaneras, que forman un
litoral bajo y pantanoso. Las lagunas, apenas conectadas con el mar a través de las bocainas, tienen similitud con los haff bálticos. En España se las denomina albuferas (como la de Valencia); en el golfo de Lyon, los franceses las
llaman graos. También en el litoral mediterráneo aparecen los tómbolos, pequeñas islas que quedan unidas al
continente durante el período de marea baja; las arenas litorales, batidas por corrientes marinas de rumbo encontrado, se depositan y forman una barra entre la isla y el continente. Un ejemplo es el tómbolo de Peñiscola, al Sur de la
desembocadura del Ebro. Con los sedimentos que los ríos vuelcan al mar la costa cambia de contorno y el continente
"crece". Se considera que el delta del Ródano amplía su superficie a razón de 55 metros por año. Costas altas del Mediterráneo occidental. Así se manifiestan las costas "bravas" mallorquinas y el sector español de
Gerona. Peñascos, puntas, promontorios, puentes y masas de rocas desgarradas por la abrasión marina.
La Costa Azul francesa y la Riviera italiana. Este tipo de costa alta, acantilada, constituye el remate de las
montañas alpinas en contacto con el mar. La marea baja descubre pequeñas y abrigadas playas, cuyo paisaje pintoresco, unido a las condiciones climáticas de la cuenca mediterránea, atraen al turismo. Innumerables centros
balnearios se suceden en Francia e Italia: Niza, Cannes, San Remo y otros de la Riviera de Levante han hecho famosas
a las costas de Europa mediterránea. Acantilados y minúsculas playas que reúnen a millares de turistas de todo el mundo. Sobre el Tirreno meridional reaparecen las costas altas. Los Apeninos meridionales y el área de influencia
volcánica las configuran. En los acantilados calcáreos la erosión marina determina micropaisajes de intensa atracción
turística, como la Gruta Azul en la isla de Capri.
Costas europeas del Mediterráneo oriental.
Se extiende desde el Sur de la península de Istria hasta Ragusa (Dubrovnik). Es una consecuencia del relieve
continental de cordones paralelos, separados por valles longitudinales que se han hundido, permitiendo el avance del mar sobre el continente. Las partes más elevadas de este relieve sumergido han formado las islas. En el adriático, un
litoral de valles longitudinales sumergidos y una hilera de islas o ieslotes alargados, paralelos a la costa dálmata.
Costas bajas del golfo de Venecia. Se extienden desde la localidad de Marina de Ravena hasta el Norte de Venecia.
La llanura litoral se halla atravesada por muchos ríos que transportan extraordinaria cantidad de sedimentos, depositados luego en el frente de la desembocadura formando una barra. Cuando ésta ha crecido, queda constituida la
laguna muerta, sin contacto con el mar. La laguna viva existe cuando la barra aún permite la mezcla de las aguas
fluviales con las marinas. Los italianos denominan “lidos” a estos accidentes. El litoral, bajo y en formación, muestra una serie de islotes pantanosos y de lagunas costaneras, como las de Venecia y Murano. Lagunas "muertas" y lagunas
"vivas". Litoral pantanoso, aprovechado y urbanizado. Esta faja de la costa italiana permaneció durante muchos años
escasamente poblada por la falta de buenos desagües y existencia permanente de focos palúdicos. Sólo la ciudad de Venecia, edificada entre los islotes, resistía a las condiciones adversas del paisaje circundante. En los últimos
decenios, los italianos han sometido estos lugares a intensos trabajos de saneamiento y urbanización. El continente
avanza sobre el mar en forma acelerada. Ravena, durante la Edad Media, era un puerto; hoy es una ciudad interior que
dista más de 8 km de la costa. Otro ejemplo es Adria (Hatria), que ahora se encuentra a más de 20 km del Adriático. El litoral Egeo. Las montañas semisumergidas forman un litoral acantilado, salpicado de pequeñas lagunas
costaneras. En el mar, innumerables archipiélagos muestran iguales características. El relieve marginal helénico
facilitó el desarrollo de la civilización griega, vinculada con la actividad marinera. El antiguo istmo de Corinto hoy se halla transformado en canal, y el histórico Peloponeso es una isla más. Costas altas y recortadas emergen de un relieve
submarino profundo. Son el producto de los movimientos orogénicos del Terciario.
Las costas bajas del mar Negro. Los limanes de la costa rusa del mar Negro forman barras y flechas litorales en la desembocadura de estuarios. Dan origen a una laguna costanera (limán). Así se presentan las bocas de ríos como el
Dniéster y Dniéper, en la bahía de Odesa. Los limanes rusos equivalen a los haff alemanes. El río Danubio da forma a
una costa deltaica que avanza sobre el mar. El mar Caspio tiene notables accidentes en sus costas bajas; se destacan el
extenso delta del Volga, donde se levanta la ciudad de Astrakán; en la península de Apsheron se halla la ciudad de Bakú, metrópoli petrolera de esa comarca.
ITALIA . Con todos sus terrenos formando pendiente hacia algún mar - y existen tres que rodean la península-, y presentando el
país una forma alargada, la diversidad era inevitable. Las diferencias surgieron de la extensión en latitud, de la
situación más marítima o más continental, de una vertiente a otra. Italia no está aislada del mar, cómo España, por un
reborde de tierras altas; al contrario, está orientada casi en todas partes hacia el mar, pero esta orientación es unas veces hacia la cuenca occidental y otras hacia la oriental del Mediterráneo, hacia los espacios más abiertos del sur y
del este o hacia el Adriático, más continental, en el este. La variedad de las relaciones exteriores ha tenido mucha
importancia en el modelado de estos aspectos regionales. País de transportes difíciles, Italia ha vivido principalmente de su red de encrucijadas: su historia podría escribirse casi en términos del escenario que le prestan sus puertos
marítimos y sus centros interiores de tráfico. En cualquier período de la Historia, Italia ha tenido algunas regiones que
vivían una existencia aislada y casi autárquica, mientras otras se entregaban al comercio internacional en gran escala. Estos últimos eran centros de prosperidad y poderío. Cuando, a fines del siglo XIX, Italia emergió unida e
independiente del período de decadencia mediterránea, pocas de sus ciudades tenían más que una importancia local.
El resurgimiento de Italia a principios del siglo actual se efectuó rápidamente: se creó una marina mercante; y tendióse
una densa red de ferrocarriles y carreteras para enlazar mejor las diferentes partes de la península. El viajar por las líneas férreas italianas hace sentir intensamente la dificultad física del medio ambiente: durante largas extensiones, el
ferrocarril desaparece dentro de túneles; con frecuencia atraviesa gargantas sobre largos puentes; sólo en la llanura del
Po el ferrocarril cruza el terreno de un modo normal. En Italia las condiciones “normales” son tan difíciles como el medio ambiente. Mientras que la topografía ejerce un
efecto divisor en el paisaje, el clima tiende a unificarlo. Es un clima típicamente mediterráneo, con un matiz
continental en el valle del Po y una tendencia a ser algo más benigno, en la Italia central. Así, la temperatura señala una neta diferencia entre norte y sur por cuanto varía el rigor del invierno y su duración. Un contraste parecido existe
en altitud, es decir entre las tierras costeras y el interior montañoso. Pero el período seco de verano se extiende por lo
menos a tres meses (junio, julio y agosto) al sur de Roma, en que el calor es más intenso. Las plantas requieren
adaptación especial o riego para sobrevivir a tales veranos. La llanura septentrional tiene una mejor distribución de lluvias durante el año. La calidad continental de su clima contribuye a que la lluvia caiga en forma de aguaceros.
GOTTMANN. GEOGRAFÍA DE EUROPA.
ITALIA SEPTENTRIONAL.
La región de Italia situada al norte de los 44 °C de latitud puede denominarse depresión del Po y su borde montañoso.
Este borde consiste principalmente en los Alpes italianos, y las cordilleras septentrionales de los montes Apeninos.
Los Alpes se yerguen en forma de enorme y magnífico anfiteatro, que abarca al valle. Las laderas son muy empinadas
en todas partes, pero principalmente en el oeste y noroeste; aquí, los Alpes de la provincia del Piamonte están
formados a menudo por esquistos blandos, culminan en los grandes macizos cristalinos de la frontera francesa y suiza, entre los cuales figura el Mont Blanc. Estos Alpes occidentales son la porción más alta de esta inmensa muralla curva.
En la provincia central de Lombardía, los Alpes son más bajos, y las laderas son moderadas por la aparición de
macizos subalpinos calizos. Largos y ramificados lagos extienden sus azules espejos entre las agudas crestas de los
Alpes lombardos. Estos paisajes lacustres son famosos por su clima suave y por su belleza, pero aquí se mezclan íntimamente la naturaleza alpina y la mediterránea. Las lenguas de los glaciares excavaron estos parajes y depositaron
las morrenas de modo que obstruyen el desagüe hacia el sur. Asi se formaron los lagos Mayor; de Lugano, de Como
y de Garda. A lo largo de las orillas occidentales de estos lagos, se han formado rivieras interiores. Desde las inmediaciones del lago de Garda hacia el este, los Alpes italianos ganan amplitud, y las inmensas masas de
calizas aparecen seccionadas por profundos y amplios valles, a lo largo de los cuales penetran muy hacia el norte las
influencias meridionales. De fácil acceso, la cordillera dolomítica aparece como una escalera gigantesca; resultante de la erosión de capas alternas de materiales blandos y resistentes. El gran valle del río Adige llega hasta el norte, hacia
los grandes pasos de los Alpes austríacos. Más al este, los Alpes se disgregan en pequeñas cordilleras y altiplanicies
montuosas: la región Julia, dispuesta entre Italia y Yugoslavia, no ofrece ninguna frontera topográfica muy clara. Las
influencias italianas han penetrado profundamente en un país cuya masa básica de población era eslava. La frontera fijada por el tratado de paz de 1947 dejó sin resolver la cuestión de Trieste, principal puerto y ciudad situados en el
punto más septentrional del mar Adriático. Pero la ciudad pertenece al ángulo más oriental de la llanura.
La empinada vertiente de los Alpes ha ayudado a que la erosión abriera valles y gargantas. Los dos principales ferrocarriles y carreteras que conducen a Francia pasan a lo largo de la costa y por el paso de Fréjus, en Módena. Los
antiguos caminos pasaban por los dos pasos de San Bernardo. La región de Aosta tiene todavía una parte de población
que habla francés atestiguando de este modo los estrechos lazos existentes entre las dos vertientes. El reino de Piamonte estuvo unido a la Saboya francesa hasta 1860, extendiéndose a ambos lados de las mayores alturas alpinas.
Los pasos del Simplón y San Gotardo conducen a Suiza desde Lombardía. La principal carretera que va a la Europa
central pasa más al oeste. Aquí se abrió al tráfico, en 1867, el primer ferrocarril que cruzó los Alpes.
Debido a los profundos surcos excavados por los glaciares, los Alpes no han aislado exageradamente las tierras situadas al sur de los mismos. Los hombres poblaron ya desde muy antiguo estos valles y establecieron en el valle,
cerca de los embalses, como en Francia. Cuando el potencial hidroeléctrico esté explotado de un modo más completo,
ello puede aportar nueva vida al corazón de los Alpes. La llanura italiana septentrional cubre el 15 % de la superficie total del país. Es una región hundida, que fue golfo del
mar Adriático, y se rellenó principalmente por derrubios arrastrados de las montañas vecinas. No es una región llana
sino dispuesta en suave pendiente hacia el surco central que signe el Po; la erosión reciente ha esculpido el paisaje
ondulante fuera del valle propiamente dicho. La zona subalpina de bajas colinas desagua mediante corrientes rápidas, y necesita riegos; el bajo surco central tiene exceso de agua y necesita de avenamientos para evitar la formación de
tierras pantanosas. Grandes manantiales surgen de los conos aluviales que se encuentran al pie de los montes: se les
denomina fontanili; el caudal de sus aguas es regular, estando alimentado por fuentes subterráneas; estos manantiales ayudan a regar los prados del Piamonte y de Lombardía, así como a mantener el caudal de los ríos en los períodos de
sequía. Nacido como un torrente alpino, el río Po fluye rápidamente por el llano. Una serie de conos aluviales,
extendidos por los tributarios que descienden de los Alpes, han empujada al Po hacia el pie de los Apeninos. Como tiene poca pendiente para su descenso después de Plasencia, el Po forma perezosos meandros a través de una región
llana y húmeda. A lo largo de su cauce se acumulan bancos de barro, y en las proximidades de su delta, el río discurre
por un elevado canal situado a varios metros por encima del nivel de la llanura circundante, la cual se ve amenazada
constantemente de inundación. Debido al anfiteatro alpino, el Po es un rio abundante que produce terribles inundaciones a principios de otoño. Los tributarios procedentes de los Apeninos tienen caudal escaso en verano, pero
producen inundaciones en períodos intermedios; en cambio, los ríos alpinos tienen su más voluminoso caudal entre la
primavera y fines de verano. Ambos se combinan en octubre en el curso inferior del Po. Esta variedad de fuentes de alimentación contribuye a mantener un caudal mínimo, y el Po es navegable desde Pavía hasta la desembocadura. Un
sistema de canales complementa esta vía fluvial, pero se utiliza principalmente para riegos, de modo especial en
Lombardía, alrededores de Milán y región costera. Los hombres han tenido que luchar en la llanura, primeramente contra la densidad del bosque, luego contra las aguas
desbordadas; y cada ciudad importante hubo de crear un sistema especial de regulación de las aguas. Venecia realizó
grandes obras a lo largo de los ríos principales en el siglo XVIII. Anteriormente se habían librado combates entre
ciudades a consecuencia de conflictos provocados por los ríos. Se ha dicho que la región del Po «no es la madre, sino la hija de sus habitantes». El antiguo modo de vida, fundado en el cultivo de trigo y lino y la trashumancia de ganado
lanar, evolucionó hasta convertirse en un sistema agrícola intensivo y especializado: campos de trigo y moreras en el
este, olivares en las bien expuestas laderas que rodean a Venecia, arroz en las húmedas tierras del fondo del valle, cáñamo junto a la costa adriática; y los viñedos que producen los vinos de Asti recubren las colinas de Monferrate.
Unos cuantos montes volcánicos añaden variedad a la topografía y al mapa de los terrenos de cultivo: los aislados
picos de los montes Euganeos, que están al sudeste. En este terreno, debido a la mano del hombre, está concentrada la
mayor parte de la riqueza agrícola de Italia. Tal organización ha sido posible mediante la inversión en la tierra de
capitales ganados con el comercio en las ciudades. El principal progreso urbano e industrial de Italia se encuentra en
esta misma llanura. Las ciudades de la Italia septentrional figuraron entre los principales centros de civilización en la Edad Media; a ellas
se debió la conservación, durante este oscuro período, de las mejores tradiciones europeas, y con el Renacimiento,
prepararon el progreso moderno. En la parte occidental de la llanura, en muchos lugares del pie de los montes, existe
una serie de ciudades que agrupan a la mayoría de industrias italianas en gran escala. Turín, la capital del Piamonte, de la cual salió la casa de Saboya para ceñirse la corona de la Italia unificada, es un centro de gran importancia. La
ciudad posee gran parte de las industrias textiles de rayón y algodón, fabrica automóviles (Fiat), así como maquinaria
y equipo eléctrico. Al sur de ésta se halla Asti, que fabrica los famosos vinos de su nombre; Alessandria fabrica sombreros de fieltro y artículos textiles, a la vez que funciona como capital regional de una rica región agraria. Otros
satélites de Turín en los valles alpinos son la electrometalurgia de Aosta, y la fabricación de artículos de lana de
Biella. Sin embargo, la verdadera capital de la llanura es Milán, situada en un emplazamiento más central. Segunda ciudad de Italia, Milán es su capital económica y financiera; su Bolsa de Comercio tiene más influencia que la romana,
porque los banqueros lombardos enseñaron la ciencia financiera a Europa antes de que los escoceses intervinieran en
ésta rama. Milán rivaliza con Lyon como mercado principal de artículos de seda, en Europa. Con su famosa catedral,
sus numerosas basílicas y palacios, teatros, museos y universidades, Milán es también un centro cultural de gran prestigio. Numerosas poblaciones industriales satélites están agrupadas al norte de Milán. Otras ciudades, como Pavía,
Mortara, Lodi y Mantua, son principalmente centros de manipulación de artículos alimenticios y lácteos. Novara tiene
grandes empresas de artes gráficas; Como y Bérgamo trabajan las materias textiles. Hacia el este se halla Brescia con sus fábricas textiles. Y a continuación comienza el territorio veneciano.
Venecia es realmente la capital de la llanura oriental. Esta extraordinaria ciudad, con sus habitantes concentrados en
las isletas de una laguna costera, sigue atrayendo a los turistas por la magnificencia arquitectónica dejada por la riqueza y poderío pretéritos de Venecia. De lo que empezó siendo un refugio resguardado del mar por un banco de
arena y separado por el agua del Continente, los venecianos hicieron en el siglo XV la capital económica de la mayor
parte de Europa. Venecia llegó casi a monopolizar por un tiempo la dirección del comercio mediterráneo, controló la
Italia septentrional y las rutas transalpinas, colonizó las costas del Adriático, y dirigió las Cruzadas. Se cree que en el siglo XV su población llegó a ser de 200.000 habitantes; luego, con la decadencia del comercio mediterráneo,
descendió a menos de 100.000 hacia 1800: la mayoría de venecianos vivían del comercio turístico, y los demás de la
caridad pública. El siglo actual aportó un rápido desarrollo al turismo y resucitó algunas industrias, tales como la fabricación de vidrio en Murano y la navegación marítima. Tiene menos actividad que Génova y hasta que Nápoles.
Trieste es la principal puerta de entrada a la Europa central desde las costas adriáticas. Trieste fue organizado como
puerto mediterráneo del Imperio austríaco para contrarrestar el monopolio comercial de la república de Venecia. En el
siglo XVIII estableció relaciones con mercaderes griegos, y los ferrocarriles que atraviesan los Alpes orientales hicieron de Trieste el puerto de Viena y Budapest, y hasta cierto punto de Munich. El puerto progresó rápidamente,
pero pronto tuvo que luchar contra la competencia que le hacía la extensión, que hacia el interior tomaba el hinterland
de Hamburgo. Entregada a Italia en 1919, Trieste perdió algunas de las ventajas que tenía en la cuenca danubiana. Se crearon industrias hierro y acero, astilleros, manufacturas de yute y algodón, refinerías de petróleo y fábricas de
maquinaria y de artículos alimenticios. Reclamada por Yugoslavia en 1945, se erigió en Territorio Libre de Trieste en
virtud del tratado de Paz de 1947, y la ocuparon fuerzas militares internacionales. Los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia trataron en 1948 de devolver Trieste a la soberanía italiana, pero tropezaron con una obstinada oposición por
parte de la Unión Soviética y Yugoslavia. La mezcla de italianos y eslovenos que vive en la región de Trieste y
Gorizia, así como los antiguos vínculos que unen a este puerto con la Europa central, condujeron a una situación
confusa que duró hasta octubre de 1954 en que se adjudicaron definitivamente a Italia y Yugoslavia las zonas que ocupaban, con ligeras modificaciones.
A partir de la costa adriática y penetrando hacia el interior, se encuentran pocas ciudades de importancia en la llanura:
Venecia y Trieste han atraído la mayoría de actividades. De todos modos existen industrias en medio de un paisaje muy bien cultivado que rodea a Padua, Verona, y Vicenza, todas ellas junto a la carretera Venecia-Milán y en las
inmediaciones de los valles alpinos orientales. Hay que llegar al pie de los Apeninos para encontrar una nueva línea de
ciudades, todas las cuales desempeñaron un papel notable en el período del Renacimiento: Parma, Reggio nell Emilia, Módena y Bolonia, dónde se inauguró en el siglo XI una de las más antiguas universidades europeas y que en la
actualidad es capital de la Emilia. Parte de la Emilia, al nordeste, es un inmenso «pólder» con una red de canales para
el avenamiento del húmedo terreno. El cegamiento por el depósito de aluviones ha progresado rápidamente en esta
región: las flotas romana y bizantina utilizaban el puerto de Ravena, centro agrícola con famosos monumentos bizantinos, pero ahora está a una veintena de kilómetros de la costa. La vertiente de los Apeninos que domina la
llanura es seca y empinada. Los ríos han excavado estrechos valles que han abierto gargantas a través de los áridos
plegamientos de arenisca; tal es, el paisaje que forman los montes que hay al sur de Bolonia y Ravena. Sólo en el oeste la cordillera desciende en altitud, y el paso de la misma es más fácil. Los montes de Liguria establecen el enlace y la
transición desde el extremo sudeste de los Alpes hasta la extremidad noroeste de los Apeninos. Acercándose hacia el
mar, estos montes crean una Riviera que continua la francesa. San Remo, Bordighera y otras estaciones balnearias
marítimas que se extienden en la costa. La costa se curva alrededor del golfo de Génova presentando su frente al
sudeste, que es la verdadera dirección de las rivieras, para tomar después una dirección al sudoeste. En los montes se
dan olivares y viñedos; en la costa el turismo es fuente de bastante riqueza. En el extremo del golfo, la ciudad de Génova concentra todas las actividades industriales y comerciales. Génova intentó rivalizar con Venecia en la Edad
Media; disputó a Marsella el primer puesto entre los puertos mediterráneos. Casi todo su hinterland está en la llanura
del Po y los Alpes. Parte del comercio suizo con el Mediterráneo pasa por los muelles de Génova. Las industrias
disponen de poco espacio en el puerto donde poder desarrollarse, porque la ciudad está edificada en una pronunciada pendiente, con varios niveles de altitud. Es el extremo marítimo del triángulo Turín-Milán-Génova, en el cual se
encuentra la mayor parte de la industria pesada de Italia. Por consiguiente, la Italia septentrional desempeña un papel
notable en el sistema nacional italiano. Aquí están las industrias principales, la agricultura más moderna y más intensiva, y la principal fuente de energía hidroeléctrica. También aquí están concentradas las masas trabajadoras
urbanas.
ITALIA CENTRAL Y ROMA. La península tiene un norte y un sur, divididos aproximadamente por una línea que pasa inmediatamente al sur de
Roma y de los montes de los Abruzzos. En la mitad septentrional, la cordillera terciaria de los Apeninos se curva
formando un arco cuya convexidad da la espalda al este. Así, la cordillera central queda más cerca de la costa del
Adriático. Al oeste, un grupo de montes de diversa estructura se extienden entre las crestas principales y el mar Tirreno. Una sinuosa línea de profundos valles sigue el punto de contacto de los Apeninos con dichos montes. La vía
férrea principal que desde Florencia llega a Roma sigue este surco estructural. Los Apeninos no alcanzan grandes
alturas; la mayoría de sus cestas permanecen por debajo de los 1800 metros. Sólo en el centro de la península, en la sección conocida por Montes de los Abruzzos, se ensanchan las tierras altas; las crestas de más de 1.000 metros
abarcan en amplitud casi media península; y el Gran Sasso d'Italia llega a los 2.800 metros. Los Apeninos forman una
cinta de tierras altas profundamente erosionada por los rápidos y violentos torrentes mediterráneos. Es una región de difícil acceso. Las carreteras son pocas en la montaña. La línea de Bolonia a Florencia perfora toda la Cordillera en un
túnel que tiene unos 20 kilómetros de longitud. Incluso en automóvil se hace difícil llegar a muchas poblaciones
situadas en estos montes, puesto que comunican con el exterior mediante caminos de herradura. Toda depresión que
no sea excesivamente estrecha se halla sometida a cultivo, y produce aceituna y uva. Un antiguo recurso es el tránsito de los pastores de rebaños lanares que descienden a los llanos en invierno. En esta región se producen quesos de
carácter local, -duro pecorino- que se exporta al extranjero. Los carneros y las cabras han agotado, generalmente, los
pastos de las laderas, mientras que los hombres han talado, salvajemente los bosques. La repoblación de los montes es una necesidad, pero es una tarea inmensa y difícil de llevar a cabo en rincones aislados de una cordillera muy poblada.
La vertiente oriental es más soleada, más seca y de pendiente más inclinada, por lo cual ha sufrido mucho más la
erosión. Al sur de Ravena, la llanura costera se estrecha. En este sector no se ha formado ningún gran centro: entre
distritos intensamente rurales, existen algunos puertos (Ancona) que se dedican a la pesca y al comercio en el Adriático. La mayor parte de la Italia central está hacia el oeste, a lo largo de las costas del Tirreno.
La vertiente del Tirreno es complicada tanto por su estructura como por su historia, pero es una de las tierras más
notables del Mediterráneo. Una multitud de montes se extiende entre grandes depresiones que los separan. En la elevación intermedia ha encontrado su situación óptima la vivienda mediterránea. El paisaje de Toscana,
especialmente alrededor de Florencia, citado a menudo como ejemplo típico del “medio ambiente” mediterráneo; pero
en realidad es bastante excepcional. El paisaje, incluso en la actualidad, es semejante al que vemos en los museos representado en los cuadros de la escuela florentina del Renacimiento. Las mismas líneas de esbeltos cipreses, la
misma diseminación artística de vides, olivos y blancas casas de techo rojo destacando en las colinas a la sombra de
un grupo de pinos italianos. Se debe enteramente a la mano del hombre, organizado por los habitantes locales con gran
esfuerzo y siguiendo las reglas tradicionales y un gusto exquisito. Pocas regiones rurales de otros países presentan un interés parecido por el aspecto exterior.
Dominando una gran cuenca y el valle del río Arno, Florencia es la ciudad principal de esta región. Debido a la
riqueza agrícola de los terrenos circundantes, y al comercio de las pieles de carnero, Florencia formó ya en la Antigüedad una zona de influencia. Empezó trabajando la lana y las pieles del ganado lanar, explotó el mineral de
plata de los montes y fabricó joyería artística. Los artesanos y mercaderes hicieron de Florencia la capital de las
industrias laneras italianas durante la Edad Media; muchas de las ideas del Renacimiento se crearon en esta ciudad; aquí estuvo el foco de la más grande escuela de pintura ; y su familia de banqueros, los Médicis dieron papas a Roma
y reinas a Francia. Hoy es un relicario de arquitectura medieval y moderna; pero también es un centro importante en
industria, intelectualidad y política. Aunque una parte de esta ciudad resultó dañada en la segunda guerra mundial,
sigue siendo una capital regional de importancia. Su rival medieval, Siena, situada en un punto de mayor elevación, no ha seguido, como Florencia, la marcha del tiempo. En la costa está Pisa, con su torre inclinada y el Camposanto; esta
ciudad ha abandonado las actividades de su puerto en favor de Liorna, con industrias pesadas. Toscana es un próspero
país rural de pequeños agricultores: desde que han sido saneadas las marismas costeras, parte de la población descendió de los montes para instalarse en los nuevos terrenos. Esta región ha sacado provecho también de algunos
depósitos minerales existentes en los montes: hierro y magnesita, y el famoso mármol de Carrara de una caliza que da
agudas crestas y promontorios a los montes del norte de Pisa.
Varias islas bordean la costa de Toscana. Una de ellas, la de Monte Argentario, ha sido unida a la costa por los
caminos de arena, que atestiguan el rápido cegamiento de la región por los aluviones. La isla de Elba, de abrupta topografía, cobró fama por el breve período de 1814 en que fue entregada a Napoleón. En Elba se extrae mineral de
hierro. Al sur de Toscana la topografía cobra altura y la tierra aparece más abrupta. Algunas altiplanicies se extienden
a elevación medía, señaladas por lagos y vulcanismo. Los volcanes extinguidos alcanzaron impresionantes
proporciones, y los terremotos no son raros aún, en la península, especialmente a medida que se avanza hacia el sur. Maleza de poca altura, pastos para el ganado lanar y algunos campos en las depresiones son el aspecto general que
ofrecen las proximidades de Roma. Luego las montañas se interrumpen y aparece una llanura más amplia, que es el
famoso Agro Romano. Desde la época de su antigua prosperidad, el Agro ha conocido una terrible decadencia: un pequeño número de barones romanos, que en junto formaban una veintena de familias, poseían casi la totalidad de las
tierras y las dejaron convertirse en marismas y pastos invernales para el ganado. El paludismo se combinó con esta
forma de latifundios para arruinar la región hasta los años de 1900; posteriormente se inició el saneamiento, impuesto a los propietarios por el Gobierno. Los montes que circundan a Roma estaban quedando casi en estado salvaje,
faltando en sus poblaciones escuelas, asistencia médica y hasta sacerdotes. A fines del siglo XIX, el Vaticano sintió la
necesidad de tomar disposiciones para “cristianizar” la región circundante. Pocos ejemplos demuestran mejor que este
paradójico destino de la región romana, hasta qué punto llegó la decadencia en las costas mediterráneas. Desde 1910 se realizaron grandes progresos en el Agro mediante el avenamiento y las medidas de salubridad pública. Unas
praderas alimentan al ganado; y en los campos se cultivan cereales y alfalfa. La serena y regular silueta del paisaje
refleja ahora la organización y repoblación recientes. A lo largo de las vicisitudes de la historia, Roma no ha dejado nunca de ser una metrópoli. Cuando perdió la función imperial, subsistió como una capital espiritual, pero el esplendor
material de los tiempos antiguos desapareció rápidamente. Los Emperadores habían acostumbrado a Roma a vivir de
todo el mundo romano. La Ciudad Eterna estaba bien situada en el centro del mar, pero no disfrutaba de ninguna ventaja natural, ni creó recursos especiales que le pudieran servir de base local. En el siglo XIV, mientras Venecia,
Florencia, Pisa y hasta Nápoles eran grandes centros a escala internacional, Roma tenía una población de unos 17.000
habitantes, que en su mayoría estaban enfermos de paludismo. La ciudad sobrevivió gracias a su pasado, a la herencia
de los césares y de los Apóstoles. La Santa Sede la hizo sagrada y atraía a multitudes de peregrinos cada año; esta función espiritual hizo sentir a los romanos que subsistía todo su pasado papel de caudillaje. Cuando se unificó Italia,
Roma hubo de ser su capital nacional, y recuperó una función política y administrativa que hizo aumentar su
población. El turismo se desarrolló a una escala enorme. El crecimiento y mejora de ésta han sido rapidísimos desde 1870. La incorporación de los Estados Pontificios, que abarcaban una superficie de 41.500 kilómetros cuadrados, al
reino de Italia, obligó al Papa a retirarse al palacio del Vaticano. En 1929 se firmó un tratado resolviendo el problema
del poder temporal de la Santa Sede; el Gobierno italiano renunció a su soberanía sobre la Ciudad del Vaticano, la cual
pasó de la condición de distrito de Roma a la categoría de unidad política independiente. A la Santa Sede se le otorgó una superficie de 45 hectáreas, a las cuales hay que añadir los edificios exteriores y la villa pontificia de Castel
Gandolfo. Por consiguiente, el Vaticano es ajeno a Roma legalmente, pero en realidad sigue siendo el verdadero
corazón de la ciudad. Debido a la presencia del Pontífice, Roma sobrevivió al período de decadencia y acumuló monumentos y palacios de todas las épocas, desde la caída del Imperio; debido a su función espiritual, Roma sigue
siendo una capital mundial, y su autoridad trasciende en mucho los límites de Italia.
La Italia central debe a Roma y a Toscana el importante papel que desempeña en la nación. Por naturaleza y por su pasado histórico, es una complicada región de montes altos y bajos, cuencas interiores y llanos costeros, de vertientes
bien irrigadas y secas. Sirvió de base de un gran Imperio, y posteriormente alojó muchos pequeños regionalismos.
Cerca de Roma existen grandes fincas, y alrededor de Florencia pequeñas propiedades de campesinos; Toscana tiene
un paisaje conservado cuidadosamente y ligeramente arcaico, pero bien definido, mientras que, junto a Roma, existen zonas que apenas están emergiendo de siglos de abandono. Hay más variedad en las regiones del norte y del sur;
ciertamente, existe aquí menos prosperidad que en el norte, y menos miseria que en el sur.
EL «MEZZOGIORNO». El «Mezzogiorno» es el mayor problema de Italia. Las porciones meridionales de la península y las dos grandes islas
de Sicilia y Cerdeña son la región más superpoblada y más atrasada del país. No siempre ha sido así; las magníficas
ruinas griegas, los sepultados restos de Pompeya y algunas abadías y basílicas normandas atestiguan una gran prosperidad en tiempos antiguos, cuando el sur de la península era realmente el centro del mundo mediterráneo. La
decadencia que se inició en la Edad Media no puede explicarse por cambios climáticos o debilidades de la Naturaleza;
fue el comportamiento humano lo que cambió las cosas. Al sur de Roma y de los Abruzzos, el calor y la aridez del
verano aumentan rápidamente. En este punto, las cordilleras de los Apeninos se curvan lentamente hacia el sudoeste, y las crestas principales están más próximas al mar Tirreno. Por lo tanto, se forman colinas y altiplanicies en el lado del
Adriático. Lo quebrado de la topografía mediterránea, activada por la erosión torrencial. Las colinas calizas se
confunden con la arenisca y las margas, especialmente abundantes en el lado adriático. Unos cuantos bloques cristalinos antiguos surgen entre los plegamientos, tales como el gran horst de Calabria, donde el macizo de La Sila
extiende su elevada altiplanicie en un millar de metros. La complicada estructura de esta mitad meridional de la
península no está estabilizada todavía. Los temblores de tierra son frecuentes, y no pasa década que los terremotos no
destruyan poblaciones enteras; algunos de ellos han causado millares de muertes y han dado origen a epidemias. El
vulcanismo es activo; los mayores volcanes de Europa se encuentran en esta región: el Vesubio domina a Nápoles, el
Etna (más de 3000 metros de altura) está en Sicilia, y el Strómboli se halla en una isla enclavada entre Sicilia y la península. A mediados del siglo pasado apareció súbitamente una isla por encima del nivel del Mediterráneo,
originando un conflicto entre la Gran Bretaña y el reino de las Dos Sicilias respecto a su soberanía. Sin embargo, antes
de que se iniciara ninguna acción violenta, la isla volvió a ser tragada por el mar; reapareció más tarde por sólo un
breve tiempo dando lugar a alguna agitación política. La inestabilidad del terreno ha sido considerada algunas veces como una de las causas del atraso en que se encuentra la región, pero debe notarse que en las proximidades del Etna y
del Vesubio, donde las cenizas y la lava de los volcanes procuran abono natural, el terreno figura entre los más
densamente poblados y cultivados de un modo más intensivo en toda Italia. A pesar de la constante amenaza mortífera del volcán que sepultó a Pompeya y Herculano en el año 79 a.C., existen aldeas al pie mismo del Vesubio. A pesar de
ser un reto para los habitantes, el vulcanismo no les asusta y no les aleja, al contrario de lo que hacen el paludismo y
otras fiebres que debilitan la resistencia interna del pueblo.
ALPES.
Los Alpes son un enorme sistema de montañas de colisión que se extiende a lo largo de 1.200 km a través del sur de
Europa, con una serie de picos que superan los 3.000 m. La cima cubierta de hielo del Mont Blanc, en la frontera francoitaliana, es la más alta de todas, 4.807 m. Los Alpes forman un gigantesco arco desde la Riviera, en la costa del
Mediterráneo, pasando por el sudeste de Francia, el norte de Italia y Suiza, el sur de Alemania y Austria.
En su extremo oriental, este sistema de montañas se bifurca en dos, rodeando la Gran Llanura Húngara, con los Cárpatos al norte y los Alpes dináricos al sur. En su extremo occidental, los Alpes marítimos se curvan hacia atrás
para seguir alrededor de los afluentes del río Po, conocidos como las llanuras de Lombardía, y descienden por la bota
que forma el mapa de Italia hasta convertirse en los Apeninos.
LAS MONTAÑAS SURGEN DEL ANTIGUO MAR.
Los Alpes se formaron durante el Oligoceno y el Mioceno, cuando el antiguo mar de Tethys empezó a ser lentamente
aplastado y cerrado por los movimientos del continente africano en dirección norte. A medida que África se
aproximaba al continente euroasiático, los lechos de piedra arenisca, esquisto, piedra caliza y dolomita, depositados en las aguas poco profundas del mar de Tethys, se elevaron. Fueron empujados en gigantescos pliegues recostados que se
apilaron unos encima de los otros como una enorme alfombra comprimida. La continua presión desgarró los pliegues
desde la base rocosa, y obligó a que enormes bloques de piedra se deslizaran unos sobre otros. Actualmente, los abundantes fósiles marinos recuerdan el pasado turbulento de la región.
ROCA CARACTERÍSTICA: LA PIZARRA: La pizarra se forma a través del metamorfismo de bajo grado de las
rocas ricas en arcilla. La roca se puede partir en láminas grandes y resistentes, aunque delgadas. Muchas casas en Gran
Bretaña y Europa tienen tejados de pizarra. A medida que el grado metamórfico aumenta, las pizarras se pueden volver «moteadas» al hacerse más grandes los minerales y se convierten finalmente en filita y, por último, en esquisto.
LA EDAD DE HIELO CUATERNARIA.
Durante el Pleistoceno, enormes masas de hielo se desplazaron a través de los valles de los Alpes, transformándolos en profundas depresiones en forma de U con muros escarpados. Los glaciares excavaron y dieron forma a los Alpes,
abriéndose paso entre las pilas de escombros en forma de morrenas. A medida que estos glaciares se fueron retirando,
estos cascotes obstruyeron los arroyos y ríos hasta formar los lagos de la región. Los resultados de la erosión glaciar son los clásicos relieves que hacen que los Alpes sea una popular atracción turística. Los geólogos estudiaron primero
los relieves glaciales en los Alpes, de modo que hoy en día las zonas afectadas de forma similar por la nieve y el hielo
en todo el mundo se denominan alpinas. Aunque la edad de hielo del Pleistoceno ya ha pasado, algunas partes de los
Alpes se mantienen por encima de la línea permanente de nieves perpetuas, y poseen una cantidad significativa de glaciares. El glaciar más grande de Europa, el Aletsch (en los Alpes berneses del sur de Suiza), tiene una longitud de
27 km. Estas áreas de hielo permanente se han ido reduciendo y se prevé que los Alpes europeos podrían quedarse sin
hielo en el año 2100.
FLORA Y FAUNA DE LOS ALPES.
En los Alpes, se experimenta una organización por zonas verticales diferenciadas con respecto a la vegetación. Más
abajo, en las cálidas colinas, abundan los bosques de robles, carpes y pinos. Los bosques de hayas europeos prefieren temperaturas más frías; a continuación se escalonan a mayor altitud en bosques de abetos, píceas, arces alpinos y
alerces, que se extienden hasta el límite forestal. El periodo de cultivo estival a esta altitud es corto, solo de tres a
cuatro meses, durante ese tiempo los prados poseen unos colores muy llamativos. Estos prados de las montañas se
denominan alpages y dieron su nombre a los Alpes. La flora alpina incluye musgos, líquenes, rododendros, edelweiss, juncias, serbales, pinos y arbustos enanos. El diminuto y blanco edelweiss es un símbolo floral de Suiza. La fauna
también se ha adaptado para vivir en los distintos entornos de los Alpes. Quizá uno de los depredadores más eficaces y
adaptables sea el lobo gris. Los lobos, que originalmente se distribuían sobre una enorme zona geográfica, terminaron desarrollándose en una serie de subespecies únicas, cada una de ellas adaptada específicamente al entorno en el que
viven. Su pelaje de dos capas se compone de un pelaje espeso que repele el agua y la suciedad, y un denso pelaje corto
aislante y resistente al agua. Las garras de los lobos están adaptadas al frío y a la nieve, son grandes y tienen una
membrana entre los dedos. Los abundantes vasos sanguíneos evitan que las almohadillas de las garras se congelen, y
los pelos erizados que hay entre ellas facilitan el agarre en superficies resbaladizas. Entre otros mamíferos de la
montaña se encuentran: el ágil íbice alpino y la gamuza, la marmota alpina, la liebre de la montaña y el ciervo rojo. Una variedad de pájaros tienen también su hogar en los Alpes. Incluso un escarabajo, el Rosalía longicorn, dotado de
un color de camuflaje gris con rayas negras, es perfecto para su hábitat preferido, el haya europea. En un paso de
conservación positivo, los grandes carnívoros, como el lince, el lobo y el oso marrón, se han vuelto a introducir en los
Alpes, donde se mantienen los bosques prístinos y otros hábitats naturales.
LADERAS BOSCOSAS, RÍOS CAUDALOSOS Y ASENTAMIENTOS HUMANOS.
Algunas de las lluvias y nevadas más intensas de Europa se producen en las laderas boscosas de abetos y píceas del
norte de los Alpes. Estas vertientes templadas a barlovento pueden recibir más de 3.000 mm de precipitación anuales del aire marítimo, cargado de humedad, que sopla hacia el sur desde las costas del Báltico y el mar del Norte. El aire
se enfría a medida que sube por las montañas y se ve obligado a dejar caer la humedad acumulada, un fenómeno
conocido como elevación orográfica. Los ríos más largos de Europa, como el Rin, el Ródano, el Po y los afluentes del Danubio, nacen en los Alpes. Los fondos de los valles están permanentemente habitados, mientras que las zonas de la
meseta solo se utilizan estacionalmente. Durante el verano, se recoge madera de las laderas arboladas, y los claros se
utilizan para la explotación de ganado lechero. La zona que se encuentra por encima del límite forestal se utiliza como
terreno de pasto y zona de esparcimiento, y en los Alpes se llevan a cabo excursiones estivales, deportes de invierno y alpinismo.
APENINOS. Los Apeninos, corno entidad geográfica, se extienden a lo largo de la península italiana. Cubren una distancia de unos
1.350 km y tienen entre 110 y 130 km de anchura. Geológicamente, la cordillera de los Apeninos es una prolongación
de Los Alpes occidentales o marítimos. Recorre la península italiana y, a continuación, gira alrededor de la puntera del mapa italiano. La cadena montañosa posteriormente cruza el estrecho de Messina hasta Sicilia, y después continúa a
través del mar Mediterráneo para unirse a las montañas Atlas del norte de África. El pico más alto de los Apeninos es
el Corno Grande. Tiene 2.914 m de altura y alberga el glaciar más meridional de Europa, Ghiacciaio del Calderone, en
su flanco norte. Varios ríos importantes nacen en las cordilleras: el Ofanto, en el sudeste de Italia, y el Arno, el Tiber, el Volturno y el Garigliano, que desembocan en sus laderas occidentales. Las anteriormente arboladas laderas de los
Apeninos, repletas de ciervos, íbices, gamuzas y lobos, han sido muy despobladas a lo largo de los siglos para crear
extensos bosques de olivos, viñas, huertos, plantaciones de nogales y zonas de pasto para las ovejas y cabras. La mayoría de la gente vive aquí en los valles de las montañas y en las fértiles cuencas.
EL NACIMIENTO DE LOS APENINOS.
Los Apeninos se componen principalmente de sedimentos del lecho marino del periodo triásico al terciario, que fueron
depositados en la cuenca menguante entre los continentes africano y euroasiático, que se estaban cerrando. Durante el Eoceno, el mar empezó a hacerse menos profundo, y los depósitos de piedra caliza fueron teniendo cada vez más
arena y guijarros. La compresión de estos lechos sedimentarios entre los dos continentes los elevó, plegó y
metamorfoseó, originando la actual cadena de los Apeninos. La cadena de los Apeninos posee varios volcanes en activo. Entre ellos podemos mencionar el monte Vesubio cerca
de Nápoles, el monte Etna cerca de Catania, en Sicilia, y las islas Eólicas de Stromboli y Vulcano, al norte de Sicilia.
Estas convulsiones volcánicas se encuentran por encima de la zona de subducción, donde la placa africana empuja en dirección norte por debajo de la placa euroasiática. La placa descendente se derrite, entre chirridos y crujidos, para
expulsar magma andesítico explosivo cargado de gas y viscoso, que brota para abastecer a los peligrosos volcanes.
Nápoles, una ciudad de más de 3 millones de habitantes situada en los flancos del monte Vesubio, corre un alto riesgo
por las erupciones. Las convulsiones tectónicas también se ven marcadas por numerosos y, a veces, devastadores terremotos, como el que se produjo en el estrecho de Messina en 1908, que provocó unas 70.000 víctimas.
MINAS Y CANTERAS.
Valiosos depósitos de bórax, cobre, mineral de hierro, lignito, mercurio y estaño se extraen en los Apeninos, al mismo tiempo que se genera energía en las hidroeléctricas situadas a lo largo de sus principales ríos.
EL MÁRMOL BLANCO PURO DE CARRARA: Una de las canteras de mármol más famosas es la de Carrara en
el noroeste de los Apeninos. Se utilizó en el Panteón y fue la predilecta de muchas de las famosas esculturas del Renacimiento, como la estatua de David de Miguel Ángel. Marble Arch en Londres y la catedral medieval Duomo di
Siena en Italia también se construyeron con esta piedra. Normalmente, se evita tener que detonar explosivos en las
canteras ya que existe la posibilidad de fracturar y dañar la roca. En el pasado se tuvo mucho cuidado de extraer el
mármol utilizando métodos de aserrado tradicionales, que empleaban una gran cantidad de mano de obra. En la actualidad, se utilizan grandes sierras de cable impregnadas de diamantes para cortar los enormes bloques con fines de
exportación. En la blanca matriz del mármol de Carrara se pueden encontrar cristales de minerales raros como el
cuarzo, el feldespato, la esfalerita, el yeso, la fluorita, la pirita y el azufre. Las serpentinas y mármoles más conocidos del mundo también se extraen de las canteras que hay en los Apeninos, algunas de las cuales se remontan a la época
romana. Estas hermosas rocas son muy solicitadas para la construcción de fachadas, estatuas, columnas, baldosas y
mesas. La serpentina de la cantera de Polcevera, conocida como verte des Alpes ('verde de los Alpes'), tiene un
hermoso color verde oscuro, moteado con ondas de verde claro y blanco. Además del mármol blanco puro, en Italia
también se extrae de las canteras mármol gris, rosa y negro.
URALES.
Considerados durante mucho tiempo la frontera tradicional entre Europa y Asia, los Urales son una antigua cordillera
que separa la llanura del norte de Europa de las tierras bajas del oeste de Siberia. Las montañas discurren de norte a sur durante 2.400 km, desde las estepas de praderas planas que se encuentran al norte del mar Caspio hasta la costa del
océano Ártico. La montañosa isla de Nueva Zembla que tiene forma de hoz, separada del continente por el estrecho de
Kara, representa una continuación de los Urales en el océano Ártico. La cadena montañosa emergió en una colisión que aplastó las rocas entre dos importantes masas continentales durante la última parte del Carbonífero, que marcó la
etapa final de la formación del super-continente Pangea. El continente siberiano embistió al continente gigante que ya
contenía la mayor parte de la superficie de la Tierra, la combinación de Laurasia (Europa y Norteamérica) y Gondwana (Antártida, Australia, Sudamérica, África e India).
UNA CORDILLERA MONTAÑOSA MUY ANTIGUA.
Aunque Pangea se ha convertido desde entonces en la configuración continental actual, Europa y Siberia se han
mantenido firmemente unidas a lo largo de la línea de los Urales. Los Urales son probablemente la cordillera montañosa más antigua del mundo, y siguen siendo una característica topográfica prominente. Se dividen
arbitrariamente en cuatro secciones: los Urales del sur (entre la latitud 51 °C N y 55 °C N), los centrales (entre la
latitud 55 °C N y 61 °C N), los del norte (entre la latitud 61 °C N y 64 °C N), y los subárticos y árticos (al norte de 64° N).Viajando hacia el norte a lo largo de la cadena montañosa, la taiga o los bosques de coníferas poco a poco dan paso
a los prados de la tundra en la sección norte hasta que las condiciones árticas finalmente prevalecen.
UNA RICA INDUSTRIA MINERAL. Los principales recursos mineros de Rusia se encuentran en los Urales, expuestos a través de la profunda erosión de
esta antigua cadena montañosa. Entre ellos se incluyen abundantes depósitos de aluminio, carbón, cobre, oro, mineral
de hierro, manganeso y potasa. Hay yacimientos petrolíferos y refinerías a lo largo de los ríos Kama y Belaya, en los
Urales occidentales. También se extraen piedras preciosas como la amatista, el crisoberilo, la esmeralda y el topacio. Quizá el mineral más raro y hermoso sea la alexandrita. Debe su nombre al zar ruso Alejandro II, y en función de la
iluminación muestra un extraordinario cambio de colores: rojo con luz artificial y verde a la luz del día.
La región metalúrgica, en los Urales centrales y del sur, es abastecida por energía hidroeléctrica y carbón. Enormes centros industriales de estilo soviético han crecido en Berezniki, Chelyabinsk, Magnitogorsk, Nizhni, Orenburg, Orsk,
Perm,Tagil, Ufa, Yekaterinburg y Zlatoust. Desgraciadamente toda esta concentración industrial ha costado un precio,
la severa degradación medioambiental de muchos de los hábitats montañosos de la región.
LOS BOSQUES DE KOMI, PATRIMONIO UNIVERSAL: Uno de los aspectos más positivos con respecto a los Urales fue la declaración de un área de 32.600 km2 como Patrimonio de la Humanidad en 1995. Situada en la
República de Komi, en Rusia, contiene una de las áreas de bosques de coníferas vírgenes más grandes de Europa. Este
ecosistema intacto de bosques de pícea siberiana, alerces y abetos, que alberga poblaciones de renos, visones, martas cibelinas y liebres, se salvó de ser talado y explotado gracias a esta acción internacional.
PRUEBAS NUCLEARES EN NUEVA ZEMBLA.
Durante la guerra fría, la URSS decidió que la remota y despoblada isla de Nueva Zembla se convertiría en un sitio
ideal para probar armas nucleares. Las instalaciones del lugar de pruebas del norte se completaron en 1955 y fueron utilizadas hasta que la Unión Soviética realizó la última prueba en 1990. Después de que se firmara el acuerdo
internacional que prohibía las pruebas nucleares en la atmósfera, bajo el agua y en el espacio exterior en 1963, las
explosiones atmosféricas terminaron en favor de pruebas nucleares subterráneas. La mayor prueba subterránea en Nueva Zembla fue una explosión de 4,2 megatones en la que explotaron cuatro bombas nucleares simultáneamente el
12 de septiembre de 1973. La energía liberada en esta prueba fue equivalente a la de un terremoto natural de
magnitud 7 en la escala de Richter, y la explosión desencadenó un importante desprendimiento de tierras que obstruyó dos arroyos glaciales y creó un lago de 2 km de longitud.