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Emmanuel Malynski: LA GUERRA OCULTA Ediciones Teseo, Buenos Aires, 2001, 175 pp. La primera edición de esta obra vio la luz en francés, en la ciudad de París, el año 1936. Fue escrita por un conde polaco, exiliado en Francia luego de la revolución comunista rusa de 1917. Este libro es un clásico de la política contrarrevolucionaria y antimoderna que por fin ha sido vertido al español, lo que honra a la Argentina y, en particular, a Marcos Ghío, su traductor del italiano al español. El prefacio es de Marcos Ghío y la introducción es de Claudio Mutti. Ambos rescatan la visión tradicionalista y antimoderna que tiene Malynski de la historia de Europa, pero también señalan algunas reservas, que hacemos nuestras, sobre aspectos puntuales de la obra: no están de acuerdo en achacarle la principal responsabilidad de la subversión únicamente a los judíos y masones; hay que distinguir también a los judíos y masones tradicionalistas de los modernistas, sólo los segundos serían responsables de la subversión; finalmente tampoco están de acuerdo en identificar Tradición con Cristianismo de manera exclusivista. En dieciocho capítulos el autor recorre los principales hitos de la revolución y la contrarrevolución en Europa entre 1815 y 1917. Según M. a lo largo de la historia hay un duelo gigantesco entre la Tradición y la anti-Tradición, es lo que llama la guerra oculta. Con la revolución bolchevique se ha alcanzado el último grado de profundidad de la anti-Tradición. Del lado de la Tradición, M. destaca la figura del último Europeo, nos referimos al príncipe Metternich, ministro de RR. EE. del Imperio Austríaco entre 1809 y 1848, quien en el Congreso de Viena (1815) trató de constituir un frente único dirigido contra el peligro interno que amenazaba a las naciones europeas, fue llamada la Santa Alianza. “La superioridad de Metternich con respecto a todos los hombres de Estado de su siglo –para no hablar de los de los tiempos siguientes- consiste precisamente en haber visto al mal futuro como una unidad, como una síntesis. Al haber constatado aquel frente único de denominaciones diferentes, él trató de agrupar a todos los suyos, es decir, a todos los que la Revolución consideraba como futuros obstáculos, en otro frente único, sin divisiones de nacionalidad, a oponer al primero a lo largo de toda Europa. Ésta era una innovación inédita y creativa en el dominio político, la que puede resumirse así: “En Europa ya

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Emmanuel Malynski:LA GUERRA OCULTAEdiciones Teseo, Buenos Aires, 2001, 175 pp.

La primera edición de esta obra vio la luz en francés, en la ciudad de París, el año 1936. Fue escrita por un conde polaco, exiliado en Francia luego de la revolución comunista rusa de 1917. Este libro es un clásico de la política contrarrevolucionaria y antimoderna que por fin ha sido vertido al español, lo que honra a la Argentina y, en particular, a Marcos Ghío, su traductor del italiano al español.

El prefacio es de Marcos Ghío y la introducción es de Claudio Mutti. Ambos rescatan la visión tradicionalista y antimoderna que tiene Malynski de la historia de Europa, pero también señalan algunas reservas, que hacemos nuestras, sobre aspectos puntuales de la obra: no están de acuerdo en achacarle la principal responsabilidad de la subversión únicamente a los judíos y masones; hay que distinguir también a los judíos y masones tradicionalistas de los modernistas, sólo los segundos serían responsables de la subversión; finalmente tampoco están de acuerdo en identificar Tradición con Cristianismo de manera exclusivista.

En dieciocho capítulos el autor recorre los principales hitos de la revolución y la contrarrevolución en Europa entre 1815 y 1917.

Según M. a lo largo de la historia hay un duelo gigantesco entre la Tradición y la anti-Tradición, es lo que llama la guerra oculta. Con la revolución bolchevique se ha alcanzado el último grado de profundidad de la anti-Tradición.

Del lado de la Tradición, M. destaca la figura del último Europeo, nos referimos al príncipe Metternich, ministro de RR. EE. del Imperio Austríaco entre 1809 y 1848, quien en el Congreso de Viena (1815) trató de constituir un frente único dirigido contra el peligro interno que amenazaba a las naciones europeas, fue llamada la Santa Alianza. “La superioridad de Metternich con respecto a todos los hombres de Estado de su siglo –para no hablar de los de los tiempos siguientes- consiste precisamente en haber visto al mal futuro como una unidad, como una síntesis. Al haber constatado aquel frente único de denominaciones diferentes, él trató de agrupar a todos los suyos, es decir, a todos los que la Revolución consideraba como futuros obstáculos, en otro frente único, sin divisiones de nacionalidad, a oponer al primero a lo largo de toda Europa. Ésta era una innovación inédita y creativa en el dominio político, la que puede resumirse así: “En Europa ya no hay más enemigos a la Derecha”, con el corolario: “Todo lo que está a la izquierda, o tan sólo afuera de la Derecha integral, es nuestro enemigo”” (p.26). El problema de la Santa Alianza es que junto a las monarquías autoritarias de Rusia, Prusia y Austria estaban las monarquías parlamentarias de Francia e Inglaterra, infectadas ya con el virus del liberalismo. M. señala que otro error de la Santa Alianza fue la ausencia del Papa.

Según M., 1848 fue el inicio de la revolución mundial. La masonería, el marxismo y el capitalismo no son más que distintas caras de un Frente único de la subversión manejado por los judíos. M. afirma que en 1848 “comienza...el gran ascenso político, social y económico del pueblo hebraico” (p.40). Pese a todo, el espíritu feudal estaba muy arraigado en la Europa central germánica, y resistió más o menos bien a la subversión hasta la primera guerra mundial.

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El peor fruto de la revolución de1848 fue Napoleón III, presidente de la República y luego emperador de Francia entre 1848 y 1870, a quien M. consideró un poderoso aliado de la subversión.

También M. nos muestra la ambigua misión del príncipe Bismarck, primer ministro de Prusia (1863-1870) y luego del naciente Imperio alemán (1870-1890). Bismarck volvió a Alemania el segundo país capitalista del mundo después de Estados Unidos. El capitalismo financiero y especulativo tuvo amplia libertad. M. señala que “Él fue un gran Prusiano, pero un pequeño Europeo” (p.66) era ante todo un nacionalista que abominaba del liberalismo dentro de sus fronteras, pero lo promovía para los otros países para debilitarlos.

En 1870 Napoleón III le declaró la guerra a Prusia, y fue derrotado por Bismarck por lo que tuvo que renunciar a su cargo. La derrota francesa produjo una crisis que se transformó en la primera revolución proletaria, en 1871. La revolución fue derrotada. Pero “sería un gran error suponer que la Comuna de París haya sido un movimiento espontáneo: es un error que se renueva siempre frente a cada revolución” (p.73). Siempre detrás de cada revolución hay hombres tras los bastidores que son como bacilos y toxinas que provocan la enfermedad y la muerte de las sociedades. La Revolución mundial oscila, como un péndulo, entre el nacionalismo burgués y el internacionalismo proletario. También M. se atreve a decir que “hay una corriente de satanismo en la historia, paralela a la divina, igualmente desinteresada, y en perpetua lucha con ésta” (p.85).

De la primera guerra mundial (1914-1918) dice que “no fue sino una fachada detrás de la cual se escondió la Revolución en marcha” (p.89). Fue “el duelo entre la revolución y la contrarrevolución” (p.97). El resultado de la guerra fue la desaparición de los tres imperios contrarrevolucionarios de Europa: el ruso; el austro-húngaro; y el alemán.

Luego M. nos introduce en los prolegómenos del bolchevismo. Nos señala el heroico papel de Stolypin, ministro del emperador Nicolás II. Este ministro gobernó entre 1906 y 1911, en que fue asesinado. Fue muy inteligente ya que trató de vencer la subversión mejorando las condiciones de vida del pueblo ruso, en especial de los campesinos, haciéndolos propietarios de sus tierras. Su muerte provocó un vacío de poder, ya que el emperador se mostraba impotente para dar un golpe de timón, lo que abortó las posibilidades contrarrevolucionarias.

En marzo de 1917 estalló la revolución y el zar firmó la abdicación. A partir de ahí se sucedieron los gobiernos, que representaban sucesivas etapas, cada vez más radicales, de la revolución. Todo desemboca en la insurrección comunista en Petersburgo, que lleva al poder a Lenin en noviembre de 1917. Según M., Lenin fue un instrumento inconciente de las fuerzas ocultas. Con esta revolución “una nueva época en la historia del mundo comenzaba. Con la misma se iniciaba la era de las finalidades apocalípticas” (p.174).

Con estas últimas sugestivas palabras concluye este libro que pese a sus limitaciones –ya descritas por Ghío y Mutti- constituye un buen punto de partida para aquellos que quieren penetrar en lo que Evola llama la tercera dimensión de la historia: la dimensión de profundidad.

JORGE FUENTES