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policial medieval
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En la primavera de 1380, el Parlamento debate la posible concesin de ayudas econmicas
al regente Juan de Gante para su guerra contra los franceses. Sin embargo, los miembros de
la Cmara de los Comunes se muestran obstinadamente contrarios a sus exigencias. La
situacin se agrava cuando tres representantes del condado de Shrewsbury son vilmente
asesinados. Juan de Gante encarga la investigacin al forense de la ciudad sir John
Cranston y a su secretario fray Athelstan. El asesino tiene que ser apresado antes de que el
Parlamento apunte al regente con el dedo acusador. Pero tanto sir John como fray Athelstan
tienen que resolver algunos problemas personales: el primero est desconcertado por la
existencia de un ladrn que se dedica a robar gatos en las calles, y el segundo est
preocupado no slo por la desaparicin de uno de sus feligreses, sino tambin por la alarma
de los habitantes del barrio, que insisten en que un monstruoso demonio merodea por los
alrededores.
Paul Harding
La morada de los cuervos
Al padre John Armitage, otro buen sacerdote que tambin trabaja en el East End de
Londres. Con mis mejores deseos.
Introduccin
Nadie podr olvidar jams la noche en que el demonio lleg a Southwark. La primavera ya
estaba empezando a dejar sentir sus efectos incluso en los sucios callejones del barrio que
desembocaban en la orilla sur del Tmesis. Las lluvias haban limpiado los excrementos
que cubran los adoquines y las nubes ya se haban disipado casi por entero cuando los
aprendices y los comerciantes retiraron los tenderetes de las calles en medio de la creciente
oscuridad del anochecer de aquel fresco da primaveral. Los carros de la recogida de
estircol avanzaban ruidosamente por las callejuelas mientras unos pobres hombres, con el
rostro empapado de sudor, se afanaban en recoger los desperdicios y la basura que llenaban
los hediondos albaales, pensando alegremente en los peniques que haban prometido
entregarles a cambio de su trabajo. Ni siquiera el hinchado cuerpo de un gato o un perro
muerto consegua distraerles de la perspectiva del delicioso cuenco de sopa y la jarra de
cerveza de que disfrutaran en cuanto terminaran su ingrata tarea. Pike el acequiero, feligrs
de la parroquia de San Erconwaldo de Southwark, tambin haba salido a la calle y acababa
de pasar por delante de la iglesia para dirigirse a la taberna del Caballo Po donde le
esperaban el Perrero, la Comadreja, la Raposa y la Liebre, sentados sobre unos toneles
colocados boca abajo alrededor de una mesa en un oscuro rincn, con los rostros sin rasurar
ocultos por las capuchas que les cubran las cabezas. Llegas con retraso! rezong el
Perrero. Pike trag nerviosamente saliva. El que llega con retraso terci la
Comadreja siempre tiene que pagar el pato! Pike solt un gruido y llam al mozo
Tiptoe, pidindole cinco jarras de cerveza. Muy cerca de los barriles alineados al fondo de
la taberna, Joscelyn, el tabernero manco, vigilaba atentamente a todos los parroquianos.
Pike cerr los ojos y se rasc la enmaraada barba. Sospechara Joscelyn lo que l se
llevaba entre manos?, se pregunt. En caso afirmativo, fray Athelstan, el cura de su
parroquia, le echara el consabido sermn el domingo cuando fuera a misa. El rostro de
Pike se relaj. Como siempre, Athelstan, vestido con el hbito blanco y negro de los
dominicos, le mirara con sus bondadosos ojos negros y torcera el aceitunado rostro en una
mueca de inquietud mientras le adverta contra los peligros de la traicin y los horrores de
la cuerda del verdugo. Bueno, qu tal va todo, amigo mo? pregunt el Perrero casi en
tono de reproche. Pike abandon bruscamente sus ensoaciones y se inclin sobre la mesa,
firmemente dispuesto a demostrar a los representantes de la Gran Comunidad del Reino que
l no le tena miedo a nada. Cuando Adn cavaba y Eva hilaba, quin se aprovechaba?
canturre en un susurro. Los cuatro cabecillas rebeldes, con las verdaderas identidades
ocultas bajo sus extraos nombres, asintieron al unsono, pero estudiaron atentamente a
Pike en un intento de descubrir la menor seal de inquietud o de debilitamiento de su
fervoroso apoyo a la gran causa. Tiptoe les sirvi la cerveza. Pike le entreg una de las
monedas que tanto le costaba ganar y, en cuanto el chico se retir, levant su jarra. Por
la Gran Causa! murmur. Los otros cuatro aceptaron el brindis y tomaron un sorbo de la
fuerte bebida. Y bien? inquiri la Liebre. Cmo est la situacin en Southwark?
La olla borbotea contest Pike con semblante sombro. Nuestro joven rey Ricardo
es slo un nio y su to Juan de Gante, a pesar de que slo es el regente, se comporta como
si fuera un emperador. Los tributos son muy altos, el descontento se agita por doquier como
la arena en el agua y hasta los mercaderes han manifestado su protesta. Pike pos
ruidosamente la jarra sobre la mesa. El Parlamento se ha reunido en Westminster
aadi cada vez ms acalorado y Juan de Gante exige ms dinero, pero los Comunes
se niegan a concedrselo. Puede que denuncien a ciertos ministros. Bah! La
Comadreja entorn los ojos, esboz una afectada sonrisa y tom un sorbo de cerveza.
Qu es lo que esperan esos gordinflones? Gracia y clemencia de un hombre como Juan
de Gante? Pero, cundo vendris? pregunt Pike. El momento y la hora no tienes
por qu saberlos replic la Liebre. Sin embargo, cuando, obedeciendo a una
determinada seal, nuestro cura Jack Straw os enve el crucifijo ardiente, entonces
vendremos. Hombres de Essex, Kent, Suffolk e incluso de lugares tan norteos como el
Trent terci el Perrero, se abatirn sobre Londres con la velocidad de un rayo. Como el
fuego en los rastrojos, incendiaremos y purificaremos la ciudad desde Southwark en el sur
hasta Cripplegate en el norte. S convino la Comadreja. La purificaremos con el
fuego y la espada. No habr reyes ni prncipes, grandes consejos ni Parlamentos. Los
seores sern destruidos y los humildes heredarn la tierra. El Perrero se inclin sobre la
mesa y asi a Pike por el sayo. Qu harn los hombres de Southwark? le pregunt.
Seremos buenos y leales contest Pike. Tomaremos el Puente de Londres y las
torres de entrada de ambos extremos. All estaremos cuando vosotros marchis hacia la
Torre. El Perrero lo estudi detenidamente. Puede que hubiera reparado en la desviacin de
su mirada o el leve temblor de su labio inferior. Sigues estando con nosotros, Pike? le
pregunt en un susurro. S, pero... Pero, qu? La Raposa se inclin hacia adelante,
asi la mano de Pike y se la comprimi con fuerza. Todos morirn? pregunt Pike
con la voz ronca por la emocin. No habr compasin? Ninguna contest la
Raposa, ocultando el rostro tras la jarra de cerveza. Los seores, los obispos, los curas.
Por qu, Pike? Acaso conoces a algn hombre que merezca ser salvado? Fray
Athelstan contest Pike en un susurro, apartando la mano del Perrero para que le soltara
el sayo. El prroco de San Erconwaldo aadi con expresin angustiada, volviendo
temerosamente la cabeza, pero Joscelyn ya se haba retirado. Athelstan es un hombre
bueno murmur, amable y considerado. Ama a sus feligreses y jams rechaza a nadie.
Lleva la coronilla rasurada replic la Comadreja. Es un fraile. Los que no estn con
nosotros estn contra nosotros sentenci en tono de salmodia, estudiando los labios
fuertemente fruncidos de Pike. No obstante, los misericordiosos alcanzarn misericordia.
De qu manera? pregunt Pike. Morirn ms rpido que los dems. El cabecilla
rebelde apur su jarra de cerveza y la pos ruidosamente sobre la mesa. Tenemos que
irnos dijo el Perrero, levantndose. Regresaremos dentro de un mes. Entonces tendrs
que decirnos cuntos hombres puedes reunir, cuntos arcos y cuntas picas, Pike aadi
sonriendo ante el involuntario retrucano. Los dems componentes del grupo abandonaron
en silencio la taberna. Pike no se molest en mirarles mientras salan. Ya empezaba a
tranquilizarse y estaba a punto de pedir otra jarra cuando not que alguien lo agarraba por
el hombro: el Perrero acerc su enjuto rostro al suyo hasta tal extremo que Pike no pudo
por menos que hacer una mueca de desagrado al percibir el ftido olor de su aliento. Ya
no volvers a tener noticias del Acnito! dijo el Perrero, dejando caer un sucio trapo
sobre sus rodillas. Pike trag saliva al orle mencionar el nombre de su representante en
Cripplegate Ward. Por qu? Qu ha ocurrido? balbuci. Se convirti en traidor y
habl demasiado contest el Perrero, estrujndole el hombro. Pike se qued petrificado
en su asiento. Cuando volvi finalmente la cabeza, los cabecillas rebeldes ya se haban ido.
Entonces desdobl muy despacio el mugriento trapo y contempl horrorizado su contenido:
una griscea y encogida lengua humana, con la punta todava ensangrentada. Sin soltar la
siniestra carga, experiment unas violentas nuseas y abandon corriendo la taberna. Una
vez fuera, arroj el trapo a un albaal y, sin poder contenerse por ms tiempo, se arrodill y
vomit todo lo que haba bebido. Una hora ms tarde, cabizbajo y medio borracho, inici su
recorrido por las angostas callejuelas. Haba regresado al Caballo Po y se haba tragado
varias jarras de cerveza para ahuyentar sus temores. Sin embargo la cerveza no le haba
infundido ms valor y ahora se estaba acercando con paso vacilante a los peldaos del
prtico de la iglesia de San Erconwaldo. Pike se detuvo: la puerta estaba cerrada y no se
vea ninguna luz. Mir hacia la casa del cura, pero tambin estaba envuelta en las sombras.
Se dio unos golpecitos con el dedo en la congestionada y enrojecida nariz. Ya s dnde
estis, hermano dijo en un susurro. Retrocedi tambalendose y levant los ojos hacia lo
alto de la torre. Recortndose contra el oscuro cielo cuajado de estrellas, el acequiero
distingui el resplandor de una llama y el movimiento de una negra figura. Estis
estudiando las malditas estrellas! murmur. Pike parpade con aire cansado y se sent en
los peldaos de la iglesia. Ojal pudiera estar a vuestro lado musit. Lo ms lejos
posible de toda esta locura. Despus se cubri el rostro con las manos, meditando con
desconsuelo acerca de su situacin. Londres era en aquellos momentos un hervidero de
inquietud. Los impuestos eran cada vez ms elevados, los vveres escaseaban y los
franceses se dedicaban a incendiar y saquear las ciudades costeras. Pero lo peor era la
violenta rebelin contra la Iglesia y el Estado que estaban tramando en la campia los
representantes de la llamada Gran Comunidad del Reino. Pike lanz un suspiro. A veces, la
perspectiva lo llenaba de entusiasmo, pero, de veras ocurrira lo que decan? Y, en caso
afirmativo, sera el segundo Estado mejor que el primero? Y qu sera de fray Athelstan?
Morira tambin? Sera ahorcado delante de la puerta de su iglesia, tal como haban
jurado hacer los cabecillas rebeldes con todos los curas? Qu ocurrira si fracasara la
rebelin? Pike se levant, tambalendose. Fray Athelstan tena razn. Todos los cadalsos de
Londres estaran llenos de putrefactos frutos humanos. Se levantaran patbulos desde all
hasta Dover y el regente no le perdonara la vida a nadie. Te encuentras bien, Pike? El
acequiero gir en redondo y solt un gruido. Watkin el recogedor de estircol, tan bajito y
gordo como un sapo y con el ancho y rubicundo rostro congestionado por la abundante
cerveza que haba bebido, se acerc haciendo eses y blandiendo la pala como un caballero
hubiera blandido una espada. Buenas noches, Watkin contest Pike, parpadeando
mientras se esforzaba por dominar el temblor de su voz. Watkin era el presidente del
consejo parroquial, un puesto que Pike ambicionaba con todas sus fuerzas, pero que no
poda conseguir, no por culpa de Watkin que era tonto de capirote, sino de su temible
esposa cuya lengua era tan cortante como un mayal. El recogedor de estircol se plant
delante de l y se apoy en la pala. Has bebido. Pues anda que t replic Pike.
Nuestras mujeres se van a enfadar aadi Watkin en tono socarrn, pero se les
pasar enseguida si les decimos que hemos estado resolviendo asuntos de la parroquia. Pike
esboz una sonrisa de complicidad mientras ambos echaban a andar por la callejuela,
ensayando las excusas que iban a utilizar para calmar la furia de sus respectivas esposas. A
medio camino se les uni el guardia del barrio Bladdersniff, el cual llevaba tantas copas de
ms como ellos. Antes de seguir adelante, los tres amigos no tuvieron ms remedio que
saciar su sed en una pequea cervecera. Al salir, como apenas podan tenerse en pie,
entrelazaron sus brazos y regresaron a trompicones a la iglesia, comentando en voz baja
que podan quedarse a dormir en el cementerio e inventarse algn pretexto a la maana
siguiente. Cuando llegaron a San Erconwaldo, Athelstan ya haba bajado aparentemente de
la torre. Los tres entraron sigilosamente en el campo santo, sorteando los montculos y los
crucifijos desgastados por la intemperie para dirigirse al depsito de cadveres del fondo.
Pike seacerc un dedo a los labios y les dijo a los otros dos que aguardaran mientras l
trataba de descorrer el pestillo. Slvanos, Seor! murmur. La puerta ya est
abierta. Entr tambalendose, sac la yesca y encendi la amarillenta vela de sebo de un
candelero colocado en el centro de la mesa. En cuanto lo hubo hecho, oy un rumor
procedente del rincn ms alejado de la estancia. Tom la vela, gir en redondo y
contempl horrorizado una oscura forma sentada sobre la tapa del atad de la parroquia. La
forma se acerc un poco ms. Pike vio el brillo de sus ojos, los terribles y afilados dientes y
el oscuro rostro rojo-azulado rodeado por un halo de negros y erizados pelos. Slvanos,
Seor! grit. Es un demonio del infierno! Retrocedi tambalendose y se apoy
contra la mesa mientras el demonio lo segua, alargando una garra para araarle la mejilla
mientras l soltaba la vela y se desplomaba al suelo, desmayado.
* * * * *
A la maana siguiente, en la posada de la Grgola cerca del palacio de Westminster, sir
Henry Swynford, uno de los representantes condales de Shrewsbury en la sesin del
Parlamento que se iba a celebrar en Westminster, se sent en el borde de su cama y
contempl la oscuridad que lo rodeaba. Pocos hubieran podido reconocer al majestuoso
caballero de leonina melena de plata, altanera mirada y arrogantes modales. Sir Henry era
un caballero de pies a cabeza. Haba luchado con el Prncipe Negro en Francia y Navarra, y
en la ciudad de Shrewsbury era tenido por persona muy principal por su condicin de
soldado, mercader y hombre versado en las cosas del mundo. Haba sido testigo de las
glorias del Prncipe Negro y haba llevado los dorados guepardos de Inglaterra hasta el otro
lado de las fronteras de Espaa. Sir Henry les recordaba constantemente tales hechos a los
regidores cuando se reuna con ellos en la sede del condado en Shrewsbury para examinar
la grave situacin por la que atravesaba el pas: las apremiantes exigencias de tributos por
parte del regente y la convocatoria del Parlamento en Westminster en nombre del rey. Sir
Henry se haba jactado de que l y sus amigos slo accederan a entregar dinero y a aceptar
nuevos tributos si el regente atenda sus peticiones de reformas radicales. Necesitamos
una nueva flota haba anunciado solemnemente sir Henry. Y solicitamos la destitucin
de ciertos ministros, un recorte de los gastos del regente y de la corte y una reunin anual
del Parlamento. Su discurso haba sido acogido con enfervorizados gritos de aprobacin y
tanto l como sus amigos de Shrewsbury y de la campia circundante haban sido elegidos
en votacin y se haban trasladado inmediatamente a Londres. Una vez all, se haban
instalado en las mejores habitaciones de la posada de la Grgola (alquiladas a muy bajo
precio por uno de sus mayordomos), donde solan pasarse las noches conspirando en voz
baja y discutiendo los detalles de su actuacin. Pero ahora todo haba cambiado. En la
habitacin de al lado yaca sir Oliver Bouchon, otro representante condal cuyo cadver
empapado de agua haba sido rescatado del Tmesis tan muerto como un pez y sin un solo
rasguo. Todos decan que haba sido un accidente, pero sir Henry saba muy bien que no.
La vspera sir Oliver se haba reunido con l justo a la entrada de la capilla de Santa Fe,
haba tirado de su manga, lo haba acompaado a un oscuro rincn y haba depositado en
sus manos una vela, una punta de flecha y un trozo de pergamino en el que figuraba escrita
la palabra Recuerda. Al principio, sir Henry haba contemplado perplejo y un tanto
alarmado el cambio que se haba producido en el comportamiento de sir Oliver, el cual
estaba muy plido y alterado y pareca incapaz de dominar el temblor de sus manos.
Qu es eso? le pregunt en un susurro. Qu significado tienen esta punta de
flecha, esta vela y la palabra Recuerda? Acaso lo habis olvidado? replic
Bouchon. Tan hinchado estis por el orgullo, Henry, y tanta es la dureza de vuestro
corazn que ningn espectro del pasado puede penetrar en vuestra mente? Pensad un poco,
hombre! aadi casi gritando. Pensad en lo que ocurri hace aos en Shropshire en
mitad de la noche: una vela, una punta de flecha y la palabra Recuerda! Sir Henry se
qued helado. Imposible! murmur. Eso fue hace mucho tiempo. Quin lo hubiera
podido divulgar? Alguien lo hizo dijo Bouchon. Encontr todo eso en mi habitacin
cuando regres esta tarde a primera hora. Tomando de nuevo las tres cosas, sir Oliver se
alej como alma que lleva el diablo antes de que sir Henry pudiera impedirlo. Al principio,
sir Henry no le dio importancia, pero aquella maana una horrible criatura conocida como
el Pescador de Hombres, acompaada por el forense real de la ciudad, el obeso bufn sir
John Cranston, haba entregado el cadver empapado de agua de Bouchon. El forense haba
establecido un improvisado tribunal en la taberna de la planta baja de la posada y, tras
apurar tres jarras de cerveza a expensas de sir Henry, haba sentenciado que sir Oliver haba
muerto probablemente de accidente, dejando el cadver a su cuidado. Sir Henry haba
pagado para que otros limpiaran y lavaran el cuerpo y, a la maana siguiente, contratara un
carro y una escolta para que lo trasladaran a Shrewsbury y lo entregaran a la familia. Sir
Henry se consideraba un hombre muy duro: a lo largo de los aos, otros compaeros suyos
de armas haban muerto en los ensangrentados campos de batalla de Francia y el norte de
Espaa, pero aquello era distinto. Sir Henry contempl la mesa, sobre la cual se encontraba
la fuente de su temor: la vela, la punta de flecha y el trozo de pergamino con la palabra
Recuerda que alguien le haba enviado y l haba encontrado en su habitacin a su
regreso del Parlamento. Ni el posadero ni los criados le haban podido explicar cmo
haban llegado hasta all. Sir Henry evoc el pasado. Record las palabras de un predicador:
Los pecados no perdonados son nuestros demonios haba dicho el cura. Nos acechan
en silencio, siguen todos nuestros pasos y, cuando menos lo esperamos, nos hacen caer en
su trampa. Eso era lo que estaba ocurriendo ahora?, se pregunt sir Henry. Tendra que
advertir a los dems? Tom la copa de vino que haba posado en el suelo y la apur de un
trago. Primero ira a presentar sus respetos a sir Oliven. El cura ya habra terminado sus
oraciones. Se ajust el cinto de la espada, abri la puerta y sali a la galera. La puerta de la
habitacin de sir Oliver estaba entornada y el resplandor de una vela pareca llamarle. Entr
y vio el cuerpo de sir Oliver en el atad, pero no haba ni rastro del cura. Sir Henry se
volvi y vio una oscura forma tendida en la cama. Menudo holgazn! musit entre
dientes. Se acerc al atad y contempl el cadver. El corazn le dio un vuelco en el pecho:
alguien haba marcado tres ensangrentadas cruces, una en la frente del cadver y otra en
cada una de sus mejillas. Las marcas! murmur. Pero qu es eso? Experiment un
sobresalto, pero demasiado tarde. El lazo corredizo del asesino ya le rodeaba el cuello.
Forceje para librarse de l, pero la cuerda estaba muy tensa y, en su agona, sir Henry oy
las terribles palabras: Oh, da de la ira!, oh, da en que el cielo y la tierra ardern hasta
convertirse en cenizas! Ved cun grande es el temor del corazn del hombre...! El
moribundo cerebro de sir Henry record otra escena de muchos aos atrs, la de unos
cuerpos que agitaban las piernas y farfullaban palabras inconexas desde las ramas de un
olmo, llevando en sus frentes y mejillas las rojas marcas de unas cruces mientras unos
jinetes encapuchados entonaban aquellos versos.
Captulo I
En la vasta extensin de Smithfield era un Da de Ejecucin. El lugar estaba ocupado
habitualmente por distintos mercados de caballos, ganado y ovejas y en la zona que rodeaba
el estanque de Smithfield sola haber casetas y tenderetes donde se venda cuero, carnes y
distintos productos derivados de la leche. La gente acuda all para presenciar la actuacin
de actores estrafalarios y animales domesticados mientras los titiriteros, adivinos y cantores
de baladas de todo Londres y los curanderos, las vendedoras de pan de jengibre y los
vendedores de tambores de juguete y de muecos hacan su agosto. Hombres y mujeres de
toda condicin acudan a Smithfield: nobles y cortesanos vestidos de seda y tafetn,
mercaderes con sus castoreos, prostitutas del callejn del Gallo con sus pelucas pelirrojas.
Los nios contemplaban con temor los empaados ojos de las cabezas de cerdo que se
amontonaban en los puestos de los carniceros, y muy cerca de all, en la taberna de la Mano
y las Tijeras, el llamado Tribunal de la Empanada someta a juicio sumarsimo a los rateros
y los estafadores pillados en flagrante delito, motivo por el cual las ensangrentadas picotas
estaban siempre ocupadas. Sin embargo, el mircoles era el Da de las Ejecuciones y el
enorme patbulo de seis brazos dominaba el recinto del mercado con los lazos corredizos
colgando; los condenados eran conducidos all desde la crcel de Newgate, pasando por
delante del Santo Sepulcro y haciendo una parada en la taberna del Barco de la calle de la
Espuela de Oro para que los reos pudieran tomar un ltimo trago antes de subir a la horca.
Sir John Cranston, forense de la ciudad de Londres, aborreca el indigno espectculo, pero
aquel mircoles en particular, festividad de santa Hilda, le corresponda ser testigo del
cumplimiento de la justicia en nombre del rey, por cuyo motivo all estaba l, montado en
su negro corcel, con el collar de su cargo alrededor del cuello y el mofletudo rostro torcido
en una severa mueca de reproche, en el que destacaban unos azules ojos de mirada
habitualmente risuea, pero ms fra que el hielo en aquellos momentos. De vez en cuando,
el caballo relinchaba, molesto por la multitud que se apretujaba a su espalda, pero, aparte el
hecho de rascarse la blanca barba o de retorcerse las guas del bigote, sir John apenas se
mova. Yo tendra que estar en casa sentado en el jardn con lady Matilde dijo en un
quejumbroso susurro o viendo cmo mis gemelos corretean detrs de los perros Gog y
Magog. Sir John tena cuatro grandes amores: primero, su mujer y sus hijos; segundo, la
justicia; tercero, el gran tratado que estaba escribiendo sobre el gobierno de la ciudad de
Londres y, finalmente, el profundo afecto que senta por su secretario y ayudante en el
descubrimiento de asesinatos y horribles homicidios, fray Athelstan, el cura prroco
dominico de la iglesia de San Erconwaldo de Southwark. Y el clarete susurr para sus
adentros. Sin olvidar la suave cerveza de Londres y la dulce malvasa. Sir John nunca
saba en qu orden colocar aquellos amores. En realidad, los apreciaba a todos por igual. La
idea que tena Cranston del cielo era la de una espaciosa taberna de Londres, llena de
aromticas hierbas y perfumados capullos de rosa, donde l, fray Athelstan, lady Matilde y
sus chiquitines del alma, pudieran sentarse a beber y a conversar por toda la eternidad.
Yo tendra que estar en casa volvi a rezongar. Decais algo, mi seor forense?
Cranston se volvi y vio a Osbert, el escribano del juzgado, con el moreno rostro contrado
en una mueca de preocupacin y los negros ojillos entornados para protegerlos de los rayos
del sol matinal. Nada musit el forense. Ojal los condenados se dieran prisa en
venir desde Newgate. Como en respuesta a sus palabras, la multitud congregada en el
extremo ms alejado de Smithfield emiti un gran rugido colectivo y empez a abrir paso al
carro de la muerte pintado con chillones colores y conducido por el verdugo y su ayudante,
ambos vestidos de negro de la cabeza a los pies. Los caballos que tiraban del carro llevaban
las crines recortadas y unos morados penachos entre las orejas. En el carro, tres hombres
vestidos con unas tnicas blancas proferan improperios y gesticulaban en direccin a la
muchedumbre. A ambos lados caminaban filas de soldados de la guarnicin de la Torre con
las alabardas echadas al hombro. Cerraban la marcha dos gaiteros, interpretando una
estridente meloda. Por qu toda aquella ridcula comedia?, pens Cranston. En su
tratado sobre el gobierno de la ciudad, recomendara al joven rey la abolicin de semejantes
ejecuciones pblicas y su cumplimiento en el patio de la crcel de Newgate. Irguindose
sobre los estribos, Cranston mir por encima de las cabezas de la muchedumbre que
empujaba contra las barricadas de madera defendidas por los guardias y corchetes de la
ciudad. Hoy los rateros y los ladrones van a tener mucho trabajo, Osbert coment sir
John, mirando a su alrededor como si quisiera, con la simple fiereza de su mirada, disuadir
de su intento a las miradas de ladronzuelos que estaban cortando bolsas y aligerando los
bolsillos de los presentes en aquel lugar. Les encantan las multitudes. El carro de los
condenados se acerc un poco ms y lleg finalmente a la explanada que se extenda
delante del patbulo. Los tres prisioneros, con los mugrientos rostros sin rasurar, fueron
empujados abajo con las manos atadas. El fraile franciscano que tambin se encontraba en
el carro, salt al suelo y sigui entonando las plegarias de los moribundos a pesar de la
indiferente expresin de los rostros de los condenados. Terminemos de una vez! grit
Cranston, levantando la mano. Los heraldos que lo flanqueaban elevaron las trompetas,
pero las boquillas estaban llenas de saliva y slo les salieron unos chirridos. Lo que
faltaba! exclam Cranston mientras un coro de risas acoga los infructuosos esfuerzos de
los hombres. Los heraldos musitaron una disculpa y volvieron a intentarlo. Esta vez, un
estridente sonido acall el clamor de la multitud. El forense se adelant con su caballo y se
detuvo delante de los tres condenados. Vais a ser ahorcados! les anunci, asintiendo
con la cabeza en direccin a Osbert para indicarle que desenrollara el pergamino.
Vosotros, Guillermo Laxton proclam el escribano, levantando la voz, Andrs Judd
y Guillermo el Desollador, habis sido declarados culpables por Sus Seoras los jueces del
Tribunal Real de los delitos de violacin y secuestro, robo de huevos de halcn, robo de
ganado, caza furtiva de venados, avenamiento de un estanque, sodoma, desercin de las
levas reales, estafa, robo de bolsas de monedas, salteo en el camino real, profanacin de
cadveres, prctica de conjuros, magia y brujera! Por stos y otros delitos habis sido
sentenciados a ser conducidos a este lugar de ejecuciones legales. Tenis algo que declarar
antes de que se cumpla la sentencia? S grit uno de los condenados. Lrgate de
aqu! Cranston hizo una seal con la cabeza al verdugo, pero ste se limit a permanecer de
pie, mirando con expresin enfurecida a travs de las aberturas de su mscara. Pero, qu
pasa ahora, hombre? pregunt el forense con voz de trueno. No tienen bienes ni
posesiones contest el verdugo. Y la ley de la ciudad establece que los bienes,
posesiones y prendas de vestir de los condenados pertenecen al verdugo... pero estos
desgraciados no tienen donde caerse muertos! Estoy de acuerdo! grit uno de los
condenados. Si a ti no te pagan lo que te corresponde, vmonos todos a casa! Cranston
cerr los ojos. Oy a su espalda los murmullos de la muchedumbre, que ya haba adivinado
que algo estaba ocurriendo. Mir al oficial de la guardia, pero ste se encogi de hombros,
carraspe y solt un escupitajo. Cranston rebusc en su bolsa y, sin prestar la menor
atencin a los burlones comentarios de los condenados, arroj una moneda al verdugo, el
cual la atrap hbilmente al vuelo con su mano enguantada de negro. Mi ayudante
tambin tiene que cobrar. Otra moneda sali de la bolsa del forense. Y los gaiteros
tambin. Cranston arroj otra moneda. Hay que pagar el lecho y el forraje del caballo.
Cranston acerc la mano a la empuadura de su espada. Bueno, bueno, no os lo tomis
de esta manera! le grit el verdugo. Sir John se inclin hacia abajo desde la altura de su
caballo. Por los cuernos de Satans, hombre de Dios! O ahorcas a estos hombres o lo
hago yo. Despus te ahorcar a ti junto con tu ayudante y an quedar sitio para los
malditos gaiteros! El verdugo ech un vistazo al congestionado rostro y a los erizados
bigotes y la blanca barba del forense. Dios se apiade de nosotros! murmur. No le
podis echar en cara a un hombre que intente sacar todo lo que pueda. Tengo mujer e hijos
que mantener. Vamos, muchachos! El verdugo y sus ayudantes colocaron los lazos
corredizos alrededor de los cuellos de los reos con la ayuda de los soldados y despus los
empujaron hacia los peldaos de la escalera. Sir John levant la mano. A su espalda, cuatro
jvenes tambores empezaron a tocar a rebato. Dios tenga misericordia de nosotros!
grit Cranston. Despus cerr los ojos y baj la mano mientras las escaleras se apartaban
y dejaban a los tres condenados agitando las piernas y danzando en el aire. El gento
enmudeci de golpe mientras Cranston, con los ojos todava cerrados, daba media vuelta
con su caballo y le deca a Osbert en voz baja que regresara a casa. Abrindose paso entre
la gente, sir John ya estaba casi a punto de llegar a Aldersgate cuando oy que lo llamaban
por su nombre. Se detuvo y sujet las riendas de su caballo. Qu queris? pregunt.
Un joven caballero protegido con cota de malla y con los ojos cubiertos por la visera del
yelmo y el cuerpo envuelto en un tabardo real de color rojo, azul y oro, se acerc con su
caballo y se quit el guantelete. Cranston, el forense? No, soy el arcngel san
Gabriel! contest sir John. El joven entorn los ojos y esboz una radiante sonrisa que
suaviz por un instante los duros rasgos de su rostro. Os pido disculpas dijo Cranston,
estrechando la mano que le tenda el muchacho. Es que aborrezco los Das de Ejecucin.
A nadie le gusta morir, sir John. Cul es vuestra gracia? Soy sir Miles Coverdale,
capitn de la guardia de Su Alteza el regente Juan de Gante. Nuestro seor Juan de
Gante, duque de Lancaster, caballero de la Jarretera y amado to del rey dijo Cranston,
recitando con una sonrisa la larga lista de ttulos. Qu deseis de m, Coverdale? Yo
no deseo nada de vos, sir John. Bastantes quebraderos de cabeza tengo en Westminster.
Coverdale se levant la visera y se sec el sudor que le empapaba el rostro. Sir John
observ que el bigote y la recortada barba del joven cubran la cicatriz de una herida justo
por debajo de su labio inferior. Me enva Su Alteza el regente aadi Coverdale.
Est en vuestra casa de Cheapside. Cranston cerr los ojos y lanz un suspiro. No era
necesario que os enviara musit. Iba directamente hacia all. Vuestra esposa lady
Matilde lo ha credo conveniente explic el joven con la cara muy seria. Coment no
s qu asunto que tenais pendiente en la taberna del Sagrado Cordero de Dios. Cranston
tir de las riendas de su caballo y reanud su camino, asombrndose en su fuero interno de
la innata capacidad de lady Matilde para leerle el pensamiento. Bajaron por la calleja de
San Martn entre el barro y los despojos de las reses del matadero y giraron a la izquierda
hacia Cheapside: el mercado estaba en plena actividad, pero en las calles que rodeaban la
casa de sir John apenas se vea un alma. En la puerta principal montaban guardia unos
corpulentos oficiales de orden vestidos con el tabardo real y unos arqueros con la librea de
Juan de Gante. Mientras los escasos viandantes contemplaban a los oficiales en silencio,
Cranston observ la severa expresin de sus rostros y solt una maldicin por lo bajo. El
regente dijo, inclinndose hacia abajo desde su montura. Vuestro seor no es muy
popular que digamos. Los que gobiernan nunca lo son, sir John. Cranston hizo una
mueca y desmont, echando un vistazo a los mirones. Leif! rugi. Leif, holgazn
del demonio, dnde ests? Algunos de los presentes miraron asombrados a su alrededor,
pero se apartaron enseguida para permitir el paso de un esculido y tullido mendigo
pelirrojo que se estaba acercando a saltitos con la misma agilidad que una rana en
primavera. Dios os bendiga, sir John, ya es la hora de comer? El mendigo se apoy en
su muleta y mir con extraeza a sir Miles. Tenis compaa, sir John? T cuida de
los caballos le replic Cranston. Y, cuando se vayan mis invitados, lleva el mo a la
taberna del Cordero Sagrado de Dios. Leif peg un brinco de alegra. Si Cranston tena
invitados, no slo podra chismorrear por ah sino que, a lo mejor, tendra ocasin de
saborear incluso una de las sabrosas empanadas de lady Matilde y beberse una copa del
mejor clarete del forense. Sir John, dominado por los malos presagios y con la frente
arrugada por la inquietud, atraves con sir Miles el cordn de soldados y entr en la casa.
Las criadas se haban congregado en la cocina, asustadas por la presencia de los hombres
armados que ocupaban los pasillos y las salas. Sir John se abri paso entre ellos, subi los
peldaos de la escalera, avanz por la galera y empuj ruidosamente la puerta de la solana.
Lady Matilde estaba sentada junto a una chimenea protegida por un dosel y, a su lado, los
pelones gemelos de Cranston, tan parecidos entre s como dos guisantes de una misma
vaina, permanecan aferrados a la falda de su vestido de zangalete verde, con sus azules
ojos clavados en aquel desconocido ricamente ataviado que haba tenido la osada de
sentarse en el silln preferido de su padre. Al entrar Cranston, el desconocido se levant y
se alis la tnica de color morado que le bajaba hasta las altas botas espaolas de cuero.
Alrededor de su cuello colgaba un collar adornado con piedras preciosas en cuyo cierre de
oro figuraban labradas las dos Eses de la Casa de Lancaster. Cranston se inclin en
reverencia ante l. Mi seor, sed bienvenido en nuestra casa. El moreno rostro de su
invitado se ilumin con una sonrisa mientras sus enjoyados dedos se extendan hacia l.
Cunto me alegro de veros, Cranston. Sir John estudi los ojos verde claro de Juan de
Gante, duque de Lancaster, y admir en secreto la gallarda del ms apuesto de los hijos de
Eduardo III, el cual, con su cabello rubio como el oro, su bigote pulcramente recortado y
aquellos ojos verdes que nunca se estaban quietos, semejaba un orgulloso gato de plata.
Juan de Gante retir la mano. Siempre que os veo, sir John, recuerdo a mi querido
hermano el Prncipe Negro dijo el regente con una sonrisa en los labios. Os tena en
gran estima. Vuestro hermano, que en paz descanse, era un poderoso prncipe y un noble
guerrero contest el forense. Cada da le recuerdo en mis oraciones, Alteza, y lamento
con toda mi alma que no pudiera ver a su propio hijo coronado como rey. Mi amado
sobrino os enva tambin sus saludos replic el regente en tono un tanto sarcstico.
Siempre habla de vos, sir John. Y tambin de vuestro secretario fray Athelstan. A su
espalda, lady Matilde se haba levantado, torciendo el bello rostro en una mueca de
preocupacin. Con la mirada y con un ligero movimiento de la cabeza estaba advirtiendo a
sir John de que no picara el anzuelo de aquel poderoso personaje. Os apetece un poco
de vino, sir John? le pregunt lady Matilde a su esposo. S, una copa de vino del Rin
helado contest Cranston, guindole rpidamente el ojo. Despus se agach y extendi
los brazos. Y un poco de mazapn para mis muchachos. Los gemelos se apartaron de las
faldas de su madre y echaron a correr a trompicones, casi empujando a un lado al regente
para arrojarse en los brazos de su padre. Cranston les bes rpidamente las clidas y
pegajosas mejillas. Tenis unos hijos esplndidos dijo Juan de Gante, mirando al
forense con una sonrisa en los labios. Ya os podis ir a jugar murmur Cranston.
Perro no jugar tartamude Esteban, sealando con un dedo hacia el fondo de la solana
donde Gog y Magog, los dos lebreles del forense, permanecan agachados bajo la mesa.
Cranston mir sonriendo a los perros, los cuales no le tenan miedo a nadie ms que a lady
Matilde. Adivin por la desconsolada expresin de sus ojos que su esposa les haba echado
un buen rapapolvo, ordenndoles que se portaran bien mientras hubiera invitados en la
casa. Los gemelos se retiraron con su madre y Cranston se acomod en su silln y le indic
por seas a Juan de Gante que se sentara en el que previamente haba ocupado lady
Matilde. Boscombe, el mayordomo de sir John, les sirvi vino en una bandeja, mirando
fijamente a su amo con sus grandes y melanclicos ojos. Desde el pasillo exterior se oy el
llanto de uno de los gemelos. Boscombe puso los ojos en blanco, deposit las copas de vino
en una mesita entre Cranston y el regente y se retir en silencio. Cranston tom su copa,
brind por el regente e ingiri ruidosamente un sorbo. Soy un hombre muy ocupado, sir
John. En tal caso, mi seor, ya tenemos algo en comn. Con qu grandes crmenes os
estis enfrentando ahora? pregunt Juan de Gante en tono burln. Cranston le hubiera
podido facilitar una lista de media legua de longitud. El contrabandista a quien estaba
pisando los talones, los falsarios, los rufianes, los escuderos infieles o los clrigos
secularizados que practicaban la brujera... Sin embargo, tal como l sola decir, los
bribones jams lo abandonaran. Con el de los gatos contest lacnicamente,
reprimiendo una sonrisa al ver que el regente se atragantaba con el vino. Os estis
burlando, mi seor forense? De ninguna manera, mi seor regente. Alguien se dedica a
robar gatos en Cheapside. Y eso es de la incumbencia del forense de la ciudad?
Seor, sabis quin es Fleabane? replic Cranston. Es un tramposo y un embustero
muy listo. Si una cosa se puede mover, Fleabane la roba y, si no se puede mover, intenta
venderla. De vez en cuando, lo pillo y le impongo el debido castigo, pero vuelve a las
andadas, pensando que el hecho de que yo lo agarre de vez en cuando por el cuello forma
parte del rico mosaico de la vida. En otras palabras, mi seor regente, en Londres habr
malhechores mientras exista la ciudad. No obstante, hay otros delitos en los que se causa
dao a los inocentes y el robo de esos gatos es uno de ellos. Una anciana del callejn de
Lawrence ya ha perdido seis y eran su nica compaa. En la calle de la Lea un mercader
ha perdido dos. Ahora la anciana del callejn de Lawrence ha perdido a toda su familia y
puede que el mercader de la calle de la Lea haya perdido su medio de vida, pues suele
comprar fruta y cereales en las granjas de los alrededores y lo guarda todo en sus
almacenes. Si no hay gato, las ratas y los ratones campan por sus respetos, provocando
infecciones y graves prdidas. El regente pos su copa sobre la mesa, mirando con
profundo inters al forense. Y no sabis quin los roba? No, ignoro cmo los roban,
quin lo hace y adnde se los lleva. Sin embargo, el Pescador de Hombres ya ha sacado del
ro por lo menos cuatro o cinco gatos muertos... Cranston tom ruidosamente otro sorbo
de su copa de vino, lo cual no deja de ser un consuelo. Al principio, sospech que los
mataban para utilizar la piel o que algn carnicero del matadero andaba escaso de carne.
Sir John observ la intensa palidez del rostro del regente. S, mi seor, es bien sabido
que algunos cocineros, tanto si trabajan en un palacio real como si lo hacen en una taberna
de Cheapside, sirven a veces empanadas de carne de gato, bien aderezada con hierbas y
especias. S, muy cierto. El regente levant la copa, pero despus cambi de idea.
Sir John dijo, tendris que dejar todo eso de momento. Sabis que mi sobrino el rey
ha convocado una reunin del Parlamento en Westminster? S, s que necesitis ms
tributos, pero los Comunes exigen reformas. Os agradezco vuestra franqueza, mi seor
forense, pero es verdad. Los Comunes no me tienen demasiada simpata y hacen odiosas
comparaciones entre mi humilde persona y la de mi hermano, que en paz descanse. La
guerra en Francia no va muy bien. Los piratas franceses estn atacando nuestras ciudades
costeras. La cosecha ha sido mala y el precio del pan se ha triplicado desde el ao pasado.
Yo hago todo lo que puedo. Las barcazas que transportan trigo surcan constantemente el
Tmesis y el alcalde, de acuerdo con todos los regidores de la ciudad, ha establecido unas
estrictas normas sobre el precio del pan. Cranston apart la mirada. Conoca muy bien
aquellas normas que casi nadie cumpla, pero decidi mantener la boca cerrada. El regente
se inclin hacia adelante. Ahora pareca que todo se iba a arreglar aadi. Los
Comunes se tenan que reunir en la sala capitular de la abada de Westminster. Y el
portavoz, sir Peter de la Mare, es un buen hombre. Juan de Gante hizo una pausa. En otras
palabras, lo habis sobornado, pens Cranston, pero prefiri callarse. El regente se
humedeci los labios con la lengua. Algunos miembros de los Comunes mantienen una
actitud favorable, pero otros, especialmente los de Shrewsbury y Stafford, son
autnticamente intratables. Constituyen un grupo muy unido, del que forman parte sir
Henry Swynford, sir Oliver Bouchon, sir Edmund Malmesbury, sir Thomas Elontius, sir
Humphrey Aylebore, sir Maurice Goldingham y sir Francis Harnett... Y quin ms?
pregunt Cranston, interrumpindole. Esos caballeros se hospedaban en la posada de
la taberna de la Grgola. El lunes por la tarde sir Oliver se alej repentinamente de sus
compaeros. A la maana siguiente, su cuerpo fue descubierto flotando boca abajo en el ro
sin ninguna seal de violencia, cerca de Tothill Fields. No sabemos si lo empujaron o si
sufri un accidente. Sea como fuere, el cadver fue sacado del ro y conducido a la Grgola,
donde sus compaeros tenan previsto alquilar un carro para trasladarlo a Shrewsbury.
Despus contrataron los servicios de un cura de la capellana para que rezara durante el
velatorio. El cura lleg a la taberna bien entrada la noche y, al parecer, ocup su puesto en
la habitacin del difunto. Ms tarde, una moza pas por delante de la habitacin, vio la
puerta abierta de par en par y entr. No haba ni rastro del cura. Sir Oliver yaca amortajado
en su atad, pero a su lado, en el suelo, se encontraba sir Henry Swynford con una cuerda
alrededor de la garganta. Juan de Gante hizo una pausa, extendi las manos y juguete
con la sortija de filigrana de plata que luca en uno de sus dedos. Es posible que ambos
hayan muerto asesinados, pues antes de morir recibieron una advertencia: una vela, una
punta de flecha y un trozo de pergamino en el que figuraba escrita la palabra Recuerda.
Juan de Gante carraspe. Ambos cadveres haban sido levemente tatuados con unas
crucecitas rojas grabadas en las mejillas y la frente. Y nadie sabe qu significa todo eso?
pregunt Cranston. No. Bueno, se cuentan ciertas historias: los caballeros eran
amados, admirados y respetados en su comunidad. Juan de Gante solt una risita
despectiva. Pero la verdad es que ambos eran hijos bastardos. En las guerras de Francia
haban amasado inmensas fortunas gracias a los botines de los saqueos y, a su regreso, se
construyeron unas lujosas mansiones e hicieron cuantiosos donativos destinados al
embellecimiento de la parroquia. Decan que no tenan enemigos, pero eso es una gran
mentira y, para demostrarlo, hubiera bastado con hablar con sus aparceros. Juan de Gante
pos la copa y se levant. Si he de seros sincero, Cranston, me da igual que estn vivos o
muertos y me importa un bledo que estn en el cielo o en el infierno. Pero me preocupan las
habladuras y los intencionados comentarios, segn los cuales ambos hombres fueron
asesinados porque estaban en contra del regente, como castigo para ellos y aviso para los
dems. Juan de Gante se inclin hacia sir John, asiendo los brazos de su silln y
acercando el rostro a escasos centmetros del suyo. Y ahora, mi seor forense, tened la
bondad de bajar a Westminster. Id con vuestro secretario fray Athelstan, descubrid al
asesino para que cesen de una vez estas muertes y, cuando hayis terminado, regresad a
Cheapside y tratad de averiguar quin roba los gatos del barrio. Alguna otra cosa, mi
seor? pregunt Cranston, sosteniendo la mirada del regente mientras tomaba un sorbo
de vino con fingida indiferencia. S contest Juan de Gante, enderezando la espalda e
introduciendo los pulgares en el cinto de la espada. Sir Miles Coverdale, capitn de mi
guardia, es responsable del mantenimiento de la paz del rey en el palacio de Westminster.
l os ayudar. El regente dio un paso atrs y se inclin en burlona reverencia. Mi
gratitud a vuestra seora esposa aadi, encaminndose hacia la puerta. Mi seor
regente dijo Cranston sin molestarse tan siquiera en volver la cabeza. S, mi seor
forense. Estaba pensando en los gatos, mi seor. Vos tenis alguno? Juan de Gante se
encogi de hombros. Y eso qu importa? En realidad, nada contest el forense,
volviendo levemente la cabeza. Nuestro rey es joven y su padre ha muerto. Estaba
pensando en un viejo proverbio de nuestra tierra, Cuando el gato no est, los ratones
bailan. Sir John tom un sorbo de vino y sonri mientras la puerta se cerraba suavemente
a su espalda.
* * * * *
En la parroquia de San Erconwaldo de Southwark, acomodado en la silla de alto respaldo
del presbiterio, trada especialmente desde all para aquella ocasin, fray Athelstan estaba
celebrando, en contra de su voluntad, una reunin del consejo de su parroquia cerca de la
pila del bautismo, justo al lado de la puerta principal del templo. Delante de l, sentados en
semicrculo en unos escabeles, los miembros del consejo esperaban su veredicto. Sobre la
tapa de madera de la fuente bautismal descansaba el enorme gato Buenaventura, al que
Athelstan consideraba en su fuero interno su nico feligrs autntico. De vez en cuando,
Buenaventura abra fugazmente su ojo sano y clavaba la ambarina mirada en Ranulfo el
cazador de ratas, como si adivinara su secreto deseo de comprarlo. Pero Athelstan haba
tenido que elegir precisamente aquel da para convocar una reunin especial de su consejo,
en lugar de dedicarse a examinar las cuentas parroquiales y dejarle a l en libertad para que
saliera de cazador por las calles del barrio. Watkin, Pike y el guardia Bladdersniff haban
recibido la comunin durante la misa y despus haban jurado solemnemente haber visto
con sus propios ojos un demonio agazapado en el depsito de cadveres del cementerio.
Era negro dijo Watkin, levantando tanto la voz que hasta los pelos de las ventanas de
su nariz parecieron erizarse de clera. Era inmenso, le brillaban los ojos, tena una cara
horrible, se mova como un relmpago y tena la boca rodeada de rojo y azul. Estabais
borrachos, hombre rezong Mugwort el campanero. Pernell la flamenca os vio a los
tres y dice que, de las seis piernas que tenis, no haba ninguna que se sostuviera sobre el
suelo. Ms bien eran nueve terci Crispn el carpintero sin que nadie pareciera captar
el significado de su salaz comentario. Bueno pues, tanto si estbamos borrachos como si
no chirri Pike, ladeando la cabeza mientras se sealaba con el dedo unas grandes
ronchas rojas que tena en las mejillas, me quieres decir quin me hizo eso? Athelstan se
introdujo las manos en las holgadas mangas del hbito y empez a balancearse suavemente
hacia adelante y hacia atrs, mirando de soslayo a Benedicta. Esperaba ver un destello de
regocijo en sus ojos mientras sus bien dibujados labios trataban de reprimir una sonrisa.
Pero, en su lugar, observ que la viuda pareca muy preocupada. Vos qu pensis,
Benedicta? le pregunt antes de que la belicosa mujer de Watkin pudiera intervenir en
defensa de su marido. Creo que vieron algo, padre contest Benedicta, jugueteando
con la borla del ceidor que le rodeaba el cimbreo talle. Cur la herida de Pike y vi las
terribles huellas de unas garras. Un poco ms arriba y hubiera podido perder un ojo. Vos
siempre nos estis diciendo... intervino Tab el calderero. Siempre nos estis diciendo,
padre repiti, que Satans anda al acecho, buscando a alguien a quien poder devorar.
S, Tab, pero yo me refiero en sentido espiritual al mundo invisible del que nosotros slo
somos una parte. Pero eso no es cierto grit la mujer de Watkin. En la parroquia de
San Olave, Merrylegs dijo que haba visto a un demonio danzando alrededor del chapitel tal
como nosotros danzamos alrededor de un mayo. Y yo he odo hablar de unos diablillos
que andan murmurando por los rincones dijo Pernell la flamenca. Son muy pequeos,
padre, su tamao no es mayor que el de vuestros dedos. Yo misma los he odo araar los
paneles del revestimiento de madera de la pared. Athelstan cerr los ojos y rez, pidiendo
paciencia. Cmo era? pregunt Huddle el pintor, sealando el muro del fondo del
templo, donde estaba realizando un boceto en carbn de una preciosa visin del descenso
de Jesucristo a los infiernos. No importa dijo Athelstan, desviando rpidamente la
mirada hacia Simplicatas, una joven del callejn de la Peste que, al terminar la misa, le
haba expresado en voz baja su deseo de hablar con l acerca de la desaparicin de su
esposo. Tenemos otros asuntos que discutir. Pero eso es muy importante dijo
Bladdersniff, arrugando la colorada nariz y entornando sus ojos de borrachn mientras se
encaramaba a su escabel. Si no nos creis, padre, vamos todos al depsito del cementerio
y lo veremos. Los dems miembros del consejo no parecan demasiado partidarios de la
idea, pero Athelstan vio en ella un medio para tranquilizar los nimos de los presentes.
Vamos dijo levantndose. Tengo miedo, padre gimote Pernell. No os
preocupis. Athelstan acarici el crucifijo de madera que llevaba alrededor del cuello, dio
una palmada a Buenaventura para que bajara de la tapa de madera de la pila bautismal, la
levant y, tomando un pequeo cuenco de esmalte que le entreg Mugwort, recogi un
poco de agua bendita. Si hay un demonio en el depsito de cadveres dijo, el
crucifijo y el agua bendita lo obligarn a huir inmediatamente. Encabezado por su
sacerdote, a quien acompaaba solemnemente Buenaventura, el consejo parroquial
abandon la iglesia, siguiendo el camino que discurra entre las lpidas y las cruces hasta
llegar al gran cobertizo pintado de negro. La puerta an estaba abierta de par en par, prueba
evidente de la precipitada huida de los tres hombres. Athelstan se volvi y le gui el ojo a
la viuda Benedicta. Ahora quiero que os quedis todos aqu. Sosteniendo el crucifijo en
una mano y el cuenco del agua bendita en la otra, Athelstan avanz y se detuvo delante del
depsito de cadveres. Baj la vista al suelo y vio en la tierra las huellas que los pies de
Pike y sus compaeros haban dejado al salir precipitadamente de aquel lugar. No les he
preguntado qu hacan aqu pens. Seguramente estaban bebidos y no se daban cuenta
de nada. Confo en que Cecilia la cortesana no estuviera con ellos. Las nicas personas que
tendran que yacer en este cementerio son los muertos. Entr en el depsito de cadveres y
aspir inmediatamente un ftido y penetrante olor. Dios mo! murmur. Dej el
cuenco del agua bendita en la alargada y manchada mesa y mir a su alrededor. El olor le
lleg a la garganta y le provoc un acceso de tos. Se sac una yesca del bolsillo y,
procurando dominar el temblor de sus manos, encendi la vela de sebo y la sostuvo en alto,
llenando el siniestro y oscuro lugar de sombras danzantes. Levntate, Seor murmur,
repitiendo las palabras del salmo, y defindeme de mis enemigos! Acto seguido, avanz
cautelosamente. Siempre mantena aquel lugar impecablemente limpio. Quitaba el polvo de
la mesa y barra el suelo cada semana. Mantena abierto el ventanuco de la parte superior de
la pared y, cuando haba un cadver, siempre quemaba incienso, tal como haba hecho dos
das atrs, en que el cuerpo de Matilde la costurera haba permanecido all en espera de su
entierro. Por consiguiente, cul poda ser el origen de aquel nauseabundo olor? El fraile
pos la vela en la mesa y tom el cuenco del agua bendita para bendecir el lugar. En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo murmur mientras en su mente se
agitaban toda suerte de posibilidades. Record una reciente carta del maestro general de su
orden acerca de los signos de actividad demonaca: violencia y extraos fenmenos
inexplicables. S dijo para sus adentros y un olor repugnante que hiela la sangre en
las venas y atemoriza el alma. Tonteras! aadi. Padre? Athelstan gir en redondo y
vio a Benedicta en la puerta. La viuda entr en el cobertizo y, cubrindose la nariz y la boca
con la mano, retrocedi bruscamente. Athelstan la sigui. Qu ocurre, Benedicta? La
viuda estaba intensamente plida. Anoche, padre, no os lo quera decir, pero, cuando
estaba en mi jardn poco despus del ocaso, vi una horrible forma oscura debajo de un
manzano. Athelstan clav la mirada en los aterrorizados ojos de Benedicta. Vamos,
mujer, no es posible que creis en esas cosas! Athelstan! El fraile se volvi y vio la
impresionante figura de sir John Cranston plantada con las piernas separadas al fondo del
cementerio. Slvanos, Seor! suplic en un susurro. Bastantes quebraderos de
cabeza nos est dando el seor Satans en Southwark para que encima ahora tengamos que
aguantar a Cranston...!
Captulo II
O sea que vos creis que hay un demonio en Southwark? pregunt el barquero Piel
de Topo mientras Athelstan y Cranston saltaban a su barca para trasladarse a Westminster.
En Southwark hay montones de diablillos! contest el forense, tomando un sorbo de
la milagrosa bota de vino que guardaba escondida bajo su capa. Y lo que es ms
aadi chasqueando los labios y volviendo a tapar la bota, casi todos pertenecen a la
parroquia de fray Athelstan. Piel de Topo entorn los ojos bajo las pobladas cejas, mirando
con expresin preocupada a su prroco en busca de consuelo mientras mova los remos para
impulsar la embarcacin sobre las picadas aguas del Tmesis. Pero Athelstan, con la cabeza
cubierta por la cogulla, estaba absorto en la contemplacin del banco de espesa niebla que
ya empezaba a disiparse bajo el sol matinal. Cranston le dio un afectuoso codazo.
Vamos, hermano, apenas habis dicho una palabra desde que salimos de la iglesia. No
estis tan cabizbajo. Benedicta se encargar de mantener el orden. Y, si vuelve el demonio,
puede que lo atrape con su bello rostro y sus seductores modales. No es para tomarlo a
broma, sir John contest Athelstan. Benedicta vio una forma en el jardn y Pike fue
efectivamente atacado. Una terrible criatura acechaba anoche en el depsito de cadveres.
Pero vos creis que era un demonio? pregunt Cranston. Os aconsejo que os deis
una vuelta por la ciudad, hermano. Veris muchos demonios vestidos con las mejores sedas
y tan perfumados como las rosas, tomando los mejores vinos del mundo. Eso es distinto
replic Athelstan, mirando con una sonrisa al barquero. Sigue remando, Piel de Topo.
Eso que ests oyendo no es para comentarlo en la taberna del Caballo Po. Son enseanzas
de la Santa Madre Iglesia. Athelstan seal las picadas aguas del Tmesis. Mirad, sir
John, en este ro coexisten dos mundos. Lo que hay en la superficie y lo que hay debajo de
ella. Ambos se influyen mutuamente: restos de naufragios, peces, plantas, toda suerte de
formas de vida. Ahora bien, Dios hizo un mundo visible e invisible. Cuando rezamos,
entramos en el mundo invisible. El fraile hizo una pausa para admirar una larga hilera de
cisnes, nadando serenamente muy cerca de ellos con los delicados cuellos arqueados y las
alas levantadas. Qu ocurre, sir John, cuando esas inteligencias y esos poderes hostiles a
Dios y al hombre se manifiestan en nuestro mundo? Y no hablo de los duendes ni de los
brujos, sino de otra cosa distinta. Pero no estaris preocupado por eso, verdad?
pregunt el forense. No contest Athelstan sacudiendo la cabeza. Estoy
preocupado por Pike. Joscelyn, el tabernero del Caballo Po, me ha comentado sus
reuniones secretas con unos hombres que utilizan nombres de animales como apodos: la
Comadreja, la Raposa... La Gran Comunidad del Reino? pregunt Cranston. S, sir
John, la comunidad campesina que est urdiendo una rebelin. El fraile sacudi la
cabeza. Todo terminar con sangre y Pike ser ahorcado. El forense mir hacia la otra
orilla del ro y vio el reluciente chapitel de San Pablo y la gran cruz que coronaba el
pinculo, llena de famosas reliquias all depositadas como proteccin contra los rayos.
Pike tiene razn musit el forense. No en lo que se refiere a la conjura sino en lo de
que se avecina una venganza aadi, sealando una larga hilera de barcazas que
navegaban hacia el muelle de la Reina. Son barcazas de trigo explic Piel de Topo.
Ya lo s dijo Cranston. Sin ellas no habra pan en las tahonas terci Piel de Topo,
impertrrito. El Ayuntamiento lo est comprando en Ultramar. Y adnde se dirigen?
pregunt Athelstan. A los almacenes de la Compuerta Oriental contest Piel de
Topo. Deberais llevar a Buenaventura a aquel lugar, hermano. Las barcazas estn llenas
de ratas y ratones. Cundo creis que va a estallar la revuelta? pregunt Athelstan.
El verano que viene contest el forense. Y qu haris vos, sir John? Me colocar
el yelmo y la armadura, bajar con mi caballo a la Torre y me pondr bajo el estandarte del
rey. Soy su forense. Cranston hizo una pausa. Y rezar con toda mi alma para no ver a
Pike ni a ninguno de vuestros feligreses en la punta de mi espada. Y vos qu haris,
hermano? pregunt sir John, inclinndose hacia adelante. Los rebeldes dicen que
quienes no se unan a ellos morirn y no les tienen mucho aprecio a los curas que digamos.
Me levantar todas las maanas, si Dios quiere contest Athelstan. Le dar su
cuenco de leche a Buenaventura, cerrar mi iglesia, me arrodillar delante del antealtar,
celebrar la misa y cuidar de mis asuntos. Cranston chasque los dedos con impaciencia.
Y creis que estaris seguro? pregunt con un gruido. Athelstan tom su rechoncha
mano. No puedo hacer ms de lo que puedo hacer, sir John. El padre prior ya me ha
planteado la cuestin. Quiere que los miembros de nuestra orden abandonen la capital hasta
que cesen los conflictos. Los azules ojos de Cranston parpadearon repetidamente. Y,
hablando de la Torre se apresur a aadir Athelstan para cambiar de tema, eso es algo
que tambin me preocupa. Qu queris decir? Se refiere a Perline terci Piel de
Topo. El rostro del anciano barquero se contrajo en una mueca de preocupacin. Athelstan
admir en secreto su habilidad para escuchar con disimulo sin dejar de remar. Perline
Brasenose explic Athelstan, un cabeza de chorlito de mucho cuidado. Su madre era
una prostituta que lo cri en los burdeles. Pas un ao al servicio del conde de Warwick y
despus se fue y se cas con una muchacha de la parroquia llamada Simplicatas. Es un
buen chico aadi, pero un poco alocado. Se siente atrado por el mal como las abejas
por la miel. Y qu? pregunt Cranston. Ha desaparecido contest Athelstan.
Yo siempre dije que lo hara coment Piel de Topo. Cllate! le orden
Athelstan. Hay que tener caridad con los hermanos, hombre! Perline entr en la guardia
real de la Morada y yo cre que ya haba sentado la cabeza, pero ahora ha desaparecido.
El fraile acarici el ceidor que le rodeaba la cintura. Antes de que vos lo digis, sir
John, es cierto que algunos hombres abandonan a sus mujeres, pero Perline no es de esos. A
pesar de sus defectos, amaba a Simplicatas y es muy extrao que nadie le haya visto el
pelo. No podrais establecer una discreta vigilancia y, si os enterarais de algo...? Yo le
vi hace un par de noches dijo Piel de Topo, mirando con expresin ofendida a su
prroco. Estaba en el muelle junto a las gradas de Santa Mara de Overy. Yo haba
trasladado a uno de esos caballeros del Parlamento. Piel de Topo dej de remar y apoy
los brazos en los remos. Sir Francis Harnett de Stokesay en Shropshire. Un hombrecillo
muy curioso. Piel de Topo volvi a impulsar los remos. Sentado aqu donde vos estis
ahora, temblando como una hoja. Y qu asunto traa a un distinguido miembro del
Parlamento a Southwark? pregunt Cranston en tono burln. Piel de Topo se limit a
guiar el ojo mientras Athelstan apartaba la mirada. S pens el fraile, qu hacen los
ricos en Southwark sino buscar a alguna lozana prostituta de los burdeles que tanto
abundaban en el barrio? Y Perline? pregunt, mirando a Piel de Topo. Estaba
esperando al caballero en los peldaos del muelle. El caballero sube, Perline le estrecha la
mano y ambos se pierden en la oscuridad. Piel de Topo hizo una mueca. Eso es todo lo
que s. Athelstan lanz un suspiro y comprimi el brazo de Cranston. Y este asunto de
Westminster, sir John? Cranston se dio unos golpecitos con el dedo en la nariz y seal con
la cabeza a Piel de Topo. Athelstan se reclin en su asiento de popa. La barca, que
navegaba por el centro del ro, rode el meandro situado a la altura del convento de los
carmelitas y el Temple y cruz el ro para acercarse a la orilla norte. Piel de Topo pas
hbilmente por delante de unas barcazas de estircol, un bajel real de guerra que navegaba
hacia Dowgate, una embarcacin de pesca y una interminable fila de barcazas de trigo y
otras embarcaciones que transportaban productos para los mercados de Londres. Mientras
el barquero segua remando, la bruma empez a levantarse y Athelstan pudo distinguir las
altas torres y agujas de Westminster iluminadas por el sol matinal. Cerr los ojos y recit
en voz baja el Veni Creator Spiritus, pidiendo la luz del Espritu Santo para poder resolver
con acierto las dificultades de su parroquia y las que le esperaban en Westminster. Mientras
bajaban al muelle, sir John, aparte de responder con los consabidos improperios a los
comentarios de los feligreses de Athelstan, le haba explicado al fraile los pormenores de la
visita del regente a su casa, en cuyo transcurso ste le haba comunicado las muertes de sir
Henry Swynford y sir Oliver Bouchon. Athelstan comprendi que tendran que perseguir
una vez ms a un hijo de Can. Casi todo su trabajo con Cranston tena que ver con delitos
pasionales y arrebatos de ira..., una reyerta en una taberna; una violenta disputa entre
marido y mujer; la muerte de algn mendigo atropellado por un carro... pero, de vez en
cuando, surga de la oscuridad algo ms siniestro y perverso: un asesinato a sangre fra. El
fraile intuy que en Westminster, un lugar que sir John llamaba la Morada de los
Cuervos, se haban cometido unos terribles y sangrientos asesinatos y que, por desgracia,
se iban a cometer otros. Estaba recitando el verso Vida inmortal, vida divina, cuando
Cranston le dio un codazo en las costillas. Abri los ojos y vio que haban llegado a las
Gradas del Rey. Piel de Topo lo mir con curiosidad, apoyando los brazos en los remos.
Perdn dijo el fraile en un susurro, bajando de la barca con sir John para subir por los
resbaladizos peldaos y seguir el camino que conduca a uno de los patios del palacio. A su
alrededor se levantaban varios majestuosos edificios: Westminster Hall, sede del tribunal
real, la iglesia de Santa Margarita y, dominndolos a todos, la Abada del Confesor, con sus
impresionantes torres elevndose hacia el cielo. En Westminster reinaba siempre un gran
ajetreo. Los mercachifles, buhoneros, comerciantes y aprendices se ganaban la vida gracias
a las numerosas personas que all solan acudir: demandantes, acusados, abogados,
alguaciles y, por encima de todo, miembros del Parlamento. Cranston le dijo a Athelstan
que esperara junto a una cruz de piedra de gran tamao y entr en la abada a travs de una
de sus puertas laterales. El fraile se sent en los peldaos de piedra que conducan a la cruz
y contempl el paso de los jueces con sus birretes rojos y sus negras capas ribeteadas de
armio. Los juristas con sus blancas capuchas paseaban tomados del brazo y con las
cabezas juntas, comentando las caractersticas ms salientes de alguna estatua o de alguna
triquiuela legal. Athelstan sonri al ver acercarse a ellos a un vendedor ambulante que
proclamaba a voz en grito: Ostras! Quin me compra ostras frescas? Pasaron a
continuacin dos guardias con una cuerda de presos. Athelstan se compadeci de ellos.
Iban vestidos de andrajos, con los rostros sin rasurar y los pies descalzos, pues los
carceleros de las prisiones del Fleet y de Newgate ya les haban robado las botas o las
sandalias. Los guardias se detuvieron delante de un aguador para saciar su sed. Athelstan se
levant, le entreg al chico una moneda y, tomando el cubo y el cucharn, recorri la hilera
de presos, ofrecindoles a cada uno un poco de agua. Por suerte, los guardias no
protestaron. Athelstan acababa de dar las gracias al aguador tras haberle devuelto el cubo
cuando vio de pronto un rostro conocido. Cecilia! grit. La rubia joven ataviada con
un largo vestido de tafetn amarillo, mir sorprendida a su alrededor. El fraile observ que
se haba pintado los ojos con alcohol y se haba puesto colorete en las mejillas y carmn en
los labios. Cecilia! repiti. Ven aqu! La joven se acerc a l, mirndole con
angelical inocencia. Qu sorpresa, padre. Qu estis haciendo aqu? Athelstan trat de
conservar la severidad de su rostro. Ms importante es saber lo que ests haciendo t,
Cecilia. La muchacha abri la boca para decir algo. Y no me mientas le advirti
Athelstan. Has faltado a misa esta maana y hemos celebrado una reunin del consejo
parroquial. Tom su mano y deposit en ella uno de sus escasos peniques. Vuelve a
casa le dijo. En las Gradas del Rey encontrars a Piel de Topo. Necesito tu ayuda,
Cecilia aadi, inclinndose hacia ella. Han visto un demonio cerca de San
Erconwaldo. Estrech su clida mano e hizo un esfuerzo para no arrugar la nariz
mientras aspiraba el barato perfume que utilizaba la joven. Vete a casa y chale una
mano a Benedicta! Y no se te ocurra volver por aqu! Cecilia asinti con la cabeza,
frunciendo los labios. Athelstan la empuj suavemente. Vuelve directamente a casa! Le
preguntar a Benedicta cundo has llegado. Cecilia ech a correr y Athelstan dio gracias a
Dios por el hecho de que la curiosidad de Cecilia acerca de un demonio fuera ms poderosa
que cualquier razn que la hubiera impulsado a permanecer all. Volvi a sentarse en los
peldaos, mir a su alrededor y se dio cuenta de que muchas jvenes acudan a aquel lugar
formando grupos tan ruidosos como una bandada de estorninos. Estamos en la casa de
Dios musit, observando los coqueteos de dos muchachas con un letrado muy
peripuesto. Pero sir John tiene toda la razn! Eso es la Morada de los Cuervos.
Comprendi la atraccin que semejante lugar poda ejercer sobre las personas como
Cecilia. All acudan hombres de toda Inglaterra que, libres de sus mujeres y sus familias,
aprovechaban su efmera libertad para satisfacer cualquier capricho. Athelstan contempl la
abada. A lo mejor, el Parlamento aprobara medidas capaces de mejorar la situacin. Hasta
sus feligreses lo haban comentado. Sin embargo, Pike el acequiero se haba mostrado tan
cnico como de costumbre. Slo los abogados entran en el Parlamento afirm y
todos sabemos que son unos embusteros! Pike baj la voz. Pero, cuando venga el gran
Cambio, ahorcaremos a todos los abogados! Estis soando, hermano? Athelstan
levant bruscamente los ojos. Cranston estaba colocando el tapn de corcho en su bota
milagrosa. Buena parte de la abada est cerrada le explic el forense. Los Comunes
estn reunidos en la sala capitular y es probable que la sesin se prolongue hasta bien
entrada la tarde. Por consiguiente aadi, ayudando al fraile a levantarse, vamos a
echar un vistazo a los cadveres. Los dos estn en la taberna de la Grgola. Cranston
abandon con Athelstan el recinto de la abada y, tras recorrer toda una serie de tranquilas
calles secundarias, ambos cruzaron una arcada y entraron en el espacioso patio de la
Grgola. La taberna era muy grande y de forma alargada y tena tres pisos de altura, con
una pulcra fachada de lustroso entramado de madera oscura, entre el cual brillaba la
blancura del yeso. El tejado era de tejas y los elegantes miradores estaban protegidos por
cristales emplomados. El patio era un hervidero de actividad: varios criados y mozos de
cuadra sacaban y llevaban los caballos de los clientes a los establos, un sudoroso herrero le
estaba dando al yunque con un martillo y los gansos y las gallinas correteaban delante de la
puerta del establo, buscando granos de trigo. Varios perros ladraban y unos enormes y
barrigudos cerdos hocicaban la base de un negro montculo de estircol, agitando las orejas.
Entraron en la taberna. Las baldosas del suelo estaban impecablemente limpias, las paredes
haban sido recientemente enlucidas y se aspiraba en el aire la fragancia de las hierbas
aromticas de los manjares que se estaban preparando en la cocina. La sala era muy amplia
y estaba muy bien ventilada gracias a unos respiraderos abiertos en el techo entre las
ennegrecidas vigas y a unos ventanales del fondo que daban a un jardn y a uno de los
estanques artificiales ms grandes que Athelstan jams hubiera visto en su vida. Alrededor
de las mesas se sentaban algunos parroquianos, sobre todo, barqueros del ro, pero tambin
abogados que, aislados en unos pequeos reservados, conversaban en voz baja, examinando
los manuscritos que tenan sobre la mesa. Jams hubierais podido imaginar que los
cadveres de dos hombres asesinados pudieran yacer aqu, verdad? le dijo el fraile al
forense que ya estaba empezando a chasquear los labios. Nada de beber le advirti.
No olvidis los asuntos que tenemos pendientes en la Morada de los Cuervos. Qu
deseis tomar, seores? les pregunt un alto y corpulento individuo. De momento,
nada contest Cranston, pero quisiramos hablar con el propietario. El hombre
extendi las manos. Ya estis hablando con l contest. Soy Cutberto Banyard,
nacido y criado en el mismo corazn de Londres, al son de las campanas de Santa Mara Le
Bow. Athelstan le estudi detenidamente. Tena un bronceado rostro de fuertes y arrogantes
facciones, una espesa mata de cabello negro, unos ojos hundidos en las cuencas y una nariz
ligeramente aguilea. La barbilla, las mejillas pulcramente rasuradas y los finos labios le
conferan un aire de profunda determinacin. Un hombre muy hbil en los negocios,
pens Athelstan. El tabernero seal el manchado mandil que le llegaba hasta las rodillas.
Hoy es da de matadero explic, hay que cortar la carne y uno se mancha de sangre
por mucho cuidado que tenga. Sucede lo mismo en los asesinatos replic Cranston.
Banyard ech la cabeza hacia atrs. Soy sir John Cranston, forense de la ciudad, y ste es
mi secretario fray Athelstan, prroco de San Erconwaldo de Southwark. Banyard esboz
una deferente sonrisa. Mi seor forense, en qu puedo serviros? Primero contest
Cranston, sin prestar atencin al gruido de Athelstan, me vais a traer una jarra de
cerveza. De la mejor que tengis, no los restos de un barril abierto. Y qu es eso que huele
tan bien en la cocina? Capn con cebollas y setas. Un plato dijo Cranston, mirando
a Athelstan. Mejor dicho, dos. Qu os apetece beber, hermano? Un poco de cerveza
contest el fraile en tono resignado. Cranston se acerc en compaa del tabernero a una
mesa situada bajo uno de los ventanales. Ignorando las miradas de advertencia de
Athelstan, empez a sealar las distintas hierbas que crecan en el jardn. Eso es
agripalma explic. Se distingue por su fuerte tallo parduzco: alegra a las madres y cura
las dolencias de la matriz, favorece la orina, limpia los humores del pecho y mata las
lombrices del vientre. Se frot las manos mientras el tabernero depositaba sobre la mesa
dos jarras de cerveza y dos platos de peltre con unas tiras de capn cubiertas por una espesa
salsa. Cranston y Athelstan tomaron las cucharas de cuerno. El fraile se limit a
mordisquear un poco la comida, pues apenas tena apetito. Sir John, en cambio, se termin
su plato y se zamp el de su secretario en un abrir y cerrar de ojos. Al terminar, llam por
seas a Banyard, que los haba estado observando detenidamente desde uno de los
reservados. Sentaos, buen hombre. Dnde estn los cadveres? Arriba, cada uno en
su habitacin contest el tabernero, secndose cuidadosamente las manos con una
servilleta. Es bueno que hayis comido antes de verlos, mi seor forense. Cranston se
removi en su asiento y apoy la espalda contra la pared. Los cadveres no me alteran el
nimo, buen hombre. Ms bien me lo altera la maldad humana. Cundo fue asesinado sir
Henry? Anoche a ltima hora. Entr en la habitacin de sir Oliver. El tabernero seal
a una joven y rolliza criada de largo cabello rubio que estaba sirviendo a unos barqueros al
fondo de la taberna. Cristina vio la puerta abierta y entr. Sus gritos se hubieran podido
or desde el convento de los carmelitas. Sub corriendo. Sir Oliver estaba en su atad y sir
Henry yaca muerto en el suelo. Y dnde estaban sus compaeros, los dems
caballeros? pregunt Athelstan. Casi todos en sus habitaciones contest Banyard.
Casi todos? inquiri el fraile. Banyard esboz una sonrisa de disculpa. Hermano,
yo estoy muy ocupado en la taberna. No puedo decir adnde van mis huspedes por la
noche. Aunque sera muy interesante saberlo aadi con una sonrisa. Qu queris
decir con eso? pregunt Cranston. Mejor sera que vos mismo se lo preguntarais, mi
seor forense. O sea que todos los caballeros y representantes de Shrewsbury se alojan
aqu? pregunt Athelstan. Es costumbre que lo hagan? Pues s terci
Cranston. Los miembros del Parlamento suelen sentarse agrupados por condados o
seoros. El canciller enva la convocatoria de la reunin del Parlamento a todos los
alguaciles del reino y stos convocan a su vez a los hacendados del condado para que elijan
a sus representantes explic el forense, rascndose la barbilla. Los parlamentos se
renen en Westminster desde hace cien aos y los Comunes estn cada vez mejor
organizados. Sabis muchas cosas, mi seor forense dijo Banyard con visible
admiracin. En efecto. Cranston carraspe. Y precisamente ahora estoy escribiendo
un tratado. Athelstan cerr los ojos y rez para que el forense no soltara un interminable
sermn. Sir John debi de captar la expresin de sus ojos, pues le mir con una sonrisa.
Baste decir que he estudiado muy bien toda la cuestin de los parlamentos y, tal como ya
he dicho, stos estn cada vez mejor organizados. Tienen un portavoz, se renen en su
propia sala y han aprendido a no aprobar tributos si no se cumplen determinados requisitos.
Por consiguiente aadi Cranston, hinchando los carrillos, muchos miembros del
Parlamento saben con varios meses de adelanto que los van a convocar. Y eso es lo que
ocurri aqu dijo Banyard. Hace varias semanas, los caballeros me enviaron un correo,
pidindome que les reservara habitaciones. Y ahora tenemos aqu a todos los representantes
de Shrewsbury. S, s, pero, cundo llegaron? pregunt Cranston sin poder disimular
su impaciencia. Hace nueve das contest Banyard. Cinco das antes de la apertura
del Parlamento. Y, antes de los asesinatos, no ocurri nada raro? Nada. El
tabernero sacudi la cabeza. Apenas hicieron nada, excepto hablar, mi seor forense.
Todos saben hablar muy bien. Hablan durante el desayuno y, cuando regresan del
Parlamento, se sientan en la taberna y se pasan el rato contndose chismes hasta que incluso
los perros caen rendidos de cansancio. Y qu podis decirme de la muerte de Bouchon?
Banyard seal con la mano el otro extremo de la sala. l y sus compaeros estaban all,
comiendo y bebiendo. Se les vea muy satisfechos de s mismos, aunque yo observ que
Bouchon estaba un poco apagado y cabizbajo. Bebieron bastante. Banyard hizo una
mueca. Pero eso no es asunto de mi incumbencia. Sin embargo, aquella noche en
particular, los caballeros estaban conversando sobre otro asunto distinto, el de los placeres
de la carne. Os refers a un burdel? Pues s contest Banyard, ligeramente
azorado. Bueno, aqu no hay nada de todo eso, seores. Mi casa es muy respetable,
aunque confieso que hago la vista gorda cuando los clientes regresan con alguien. De
qu burdel estis hablando? La seora Matilde Kirtles tiene un establecimiento muy
discreto contest Banyard. Ro abajo, en el callejn de Cottemore. Y sir Oliver se
fue con ellos? No. Hacia el final de la cena, sir Oliver se levant, se puso la capa, se
cubri la cabeza con la capucha y abandon la taberna. Los dems lo llamaron, pero l
estaba totalmente perdido en sus propios pensamientos. Desapareci en un abrir y cerrar de
ojos. Y no sabis adnde fue? Yo estaba muy ocupado aquella noche, mi seor
forense. Preguntdselo a cualquiera de los criados. No sal en ningn momento. Solemos
cerrar mucho despus del toque de queda. Estamos autorizados a hacerlo se apresur a
aadir el tabernero. Athelstan tom un sorbo de cerveza y mir a su alrededor. La taberna
era en verdad un autntico palacio en comparacin con las dems: las paredes estaban
recin encaladas, los verdes juncos que cubran el suelo crujan bajo los pies y, cuando l
los pis con las sandalias, aspir la fragancia del romero que le haban esparcido por
encima. Las mesas eran de roble macizo y haba no slo escabeles sino tambin bancos e
incluso algunas sillas de alto respaldo. En los estantes se alineaban los platos de barro y de
peltre y, por encima de la repisa de la chimenea, un pintor haba representado la vistosa
escena de un combate entre un caballero y un dragn que se agitaba y retorca bajo la
espada de su enemigo. La comida era exquisita y, a juzgar por los murmullos de
complacencia de Cranston, la cerveza deba de ser la mejor de Londres. Parece que os va
muy bien el negocio, maese Banyard coment el fraile. Pues s, hermano. La verdad es
que no puedo quejarme. Conocis a las personas que visitan vuestra casa? Banyard mir
rpidamente a su alrededor. En efecto, hermano. Y, si viene algn desconocido, casi
siempre regresa. Yo adivino por su forma de vestir lo que es cada uno: un barquero, un
oficial de orden, un correo, un guardia o un funcionario real del Tesoro o la Cancillera.
Pero, antes de que me lo preguntis, os dir que no vi a ningn desconocido ni nada que me
llamara la atencin. Y el cuerpo de sir Oliver? pregunt Cranston. Lo encontraron
ro abajo contest Banyard. Unos pescadores lo descubrieron entre las hierbas, cerca
de Horseferry. Ah, s. Cranston apoy la espalda contra la pared. Recuerdo haber
jugado all en mi infancia. Las hierbas son muy altas y tupidas. Est a dos pasos de Tothill
Fields aadi, dirigindose a Athelstan. Y cmo supieron que era sir Oliver?
pregunt Athelstan. Llevaba unos documentos en la bolsa. Estaban empapados de
agua, pero todava se podan leer. Los pescadores llamaron a un escribano y ste adivin
por la ropa del cadver que se trataba de un personaje principal. Despus trasladaron el
cadver a Westminster, donde sir Miles Coverdale, que es el responsable de la seguridad
del recinto del palacio, identific el cadver y mand que lo trajeran nuevamente aqu.
No avisaron a ningn mdico? pregunt Cranston. El hombre estaba muerto y ola
a pescado, sir John. Pero no se apresur a aadir el tabernero al ver la mirada de reproche
del forense. Lo llevaron al piso de arriba y, por la tarde, regresaron sus compaeros de la
sala capitular. Yo contrat los servicios de una vieja del callejn de la Cancillera que
limpi y amortaj el cadver. Banyard levant la vista hacia el techo de madera. Estar
ms tranquilo cuando se lo lleven junto con el otro a San Dustan, al oeste de la ciudad.
Lo comprendo dijo Cranston, asintiendo con la cabeza. Despus agit la jarra vaca
delante de la nariz de Banyard en la esperanza de que el tabernero se la volviera a llenar,
pero ste, acostumbrado a semejantes trucos, no se dio por enterado. No se observaba la
menor seal en el cadver? pregunt Athelstan. La vieja dijo que no. Y sir Henry?
Me dio la impresin de que fue el que ms se disgust de entre todos los compaeros de
Bouchon. Me ofrec a avisar a un cura de la capellana para que velara el cadver y l se
mostr de acuerdo. El padre Benito es un monje benedictino que, adems, desempea la
funcin de capelln de los Comunes explic Banyard pero el pobre tiene tantas
ocupaciones que mand llamar a un cura de la capellana de San Bride en la calle del Fleet.
Podis ir vos mismo a preguntar. En cuanto a lo de anoche... ser mejor que se lo
preguntis a la moza. Cristina! La criada, en la que previamente se haba fijado Athelstan,
se acerc inmediatamente. Su rostro, ms blanco que la leche, estaba ligeramente
arrebolado por el calor de la cocina y llevaba el sedoso cabello rubio peinado hacia atrs y
recogido con una cinta. Era una bonita joven de risueos ojos azules y unos labios que
Dios deba de haber hecho para besar, pens el fraile. Llevaba un manchado mandil que le
cubra el exuberante busto y se cea el fino talle con una cuerda de lana de color rojo. Mir
sonriendo a sir John y parpade nerviosamente en direccin a Athelstan, pero el fraile
adivin por la forma en que respondi a la llamada de Banyard que el tabernero deba de
ser el verdadero amor de su vida. Sintate, muchacha le dijo Cranston, sealando un
escabel de otra mesa. Es bueno que descanses un poco de tus tareas. Tal vez maese
Banyard nos ofrecer un poco de cerveza, eh? El tabernero permaneci sentado en su
asiento, mirndole fijamente. Al final, Cranston lanz un suspiro y abri su bolsa. No os
preocupis por el precio dijo. Banyard llam a uno de los mozos y despus se volvi
hacia Cristina. No tengas miedo, chica. ste es el famoso sir Jack Cranston le explic,
mirando de soslayo al forense. Y fray Athelstan es su secretario. Cristina parpade
seductoramente. Ya he odo hablar de vos, seor. Cranston se enorgulleci como un pavo
real mientras Athelstan rezaba en silencio para que la muchacha no siguiera halagando su
vanidad. Anoche dijo bruscamente sir John, cuando mataron a sir Henry... Lo
estrangularon se apresur a puntualizar la chica, aceptando la jarra de cerveza que le
ofreca el mozo y tomando vidamente un sorbo. Como a una gallina aadi,
pasndose la lengua por el labio superior para lamer la espuma. Le haban rodeado el
cuello con una cuerda tan fuerte como la de una bolsa de monedas. Cuntale a sir John lo
del cura le dijo Banyard. Anoche tuvimos mucho trabajo explic Cristina. Maese
Banyard estaba en la bodega aadi, volvindose para mirar con una beatfica sonrisa al
tabernero. Entr un cura envuelto en una capa y con la capucha muy echada sobre la
cara. Yo estaba muy ocupada tal como ya he dicho, pero vi que sostena un rosario en las
manos. Le pregunt si era el cura de la capellana y l asinti con la cabeza. Empez a subir
la escalera casi antes de que yo le indicara dnde estaba la habitacin del difunto. En la
taberna haba mucha gente y no le di importancia. Ms tarde le sub una jarra de cerveza a
sir Henry Swynford. Estaba sentado en su habitacin, con la mirada perdida en la
oscuridad. Slo haba una vela encendida sobre la mesa. Le pregunt si se encontraba mal y
murmur unas palabras que no entend. Cristina tom otro sorbo de cerveza. Cuntale a
sir John lo que ocurri despus. Bueno... Disculpadme terci Athelstan, el cual
haba estado observando atentamente a la chica y tena la sensacin de que era un poco
lerda, pues hablaba como una nia sin dar la menor muestra de emocin o temor. Viste
el rostro del cura? le pregunt. Tened la bondad de poneros la cogulla, padre dijo
Cristina. Athelstan se e