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COLOMBIA, DIVERSA POR NATURALEZA Fúquene, Cucunubá y Palacio. Conservación de la biodiversidad y manejo sostenible de un ecosistema lagunar andino Lorena Franco Vidal y Germán Andrade Pérez (Editores)

Franco 2007 historia ambiental fúquene

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COLOMBIA, DIVERSA POR NATURALEZA

Fúquene, Cucunubá y Palacio. Conservación de la biodiversidad y manejo sostenible

de un ecosistema lagunar andino Lorena Franco Vidal y Germán Andrade Pérez

(Editores)

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Elementos para una historia ambiental de la región de la laguna de Fúquene en Cundinamarca y Boyacá

Roberto Franco García

Introducción

Elaborar una historia ambiental de la región de la laguna de Fúquene constituye un acertijo, pues los ecosistemas de la región han sido utilizados por poblaciones humanas desde hace al menos 3.000 años y no se sabe con certeza que tanto fueron transforma­dos o aún destruidos durante este largo período. Por tal razón no se puede creer que a la llegada de los españoles este complejo de humedales y su área circundante se encontraban poco intervenidos o cosa parecida. Es factible pensar que los bosques nativos estaban ya muy degradados y que aquellos subsistentes fueran santuarios o reservas de importancia ritual y religiosa. La escasez de madera debió sentirse desde tiempos precolombinos, pues hoy día los bos­ques de la región no son de porte muy alto, no proporcionan mucha biomasa y no tienen maderas muy duras, con excepción de cedros, robles y encenillos que debieron existir por esa época. Sin duda, la explotación colonial de la sal, el carbón y la fabricación de ollas en mayor escala y para mercados más extensos, así como la extracción de leña para las ciudades españolas, aceleraron los procesos de de­gradación que estaban en camino y causaron graves problemas de deforestación y erosión en diversos sectores de la cuenca. Más aún, la pérdida de las mejores tierras a manos de los encomenderos y después de los hacendados, obligó a los indígenas a sobreexplotar

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Fúquene, Cucunubá y Palacio Conservación de la biodíversidad y maneJO scstenible de un ecosistema iagunar andino

las lomas y las islas, acentuando la degradación de los ecosistemas. De esta forma el presente texto se limitará a ilustrar lo que se sabe a partir de fuentes escritas y orales para la época Republicana, perío­do en el cual ocurrieron importantes trasformaciones en los paisa­jes y los usos de las especies en la zona.

En particular, este trabajo alude al lapso comprendido entre 1850 y la actualidad, e incluye hitos relevantes como la llegada de las ca­rreteras y el ferrocarril en el siglo XX, el deterioro del régimen de las haciendas por las reformas liberales de los años 30 y 40, múltiples intentos de desecación de la laguna y los títulos de propiedad sobre la misma, entre otros eventos que explican cambios sustanciales en los paisajes y las especies de la región.

Las fuentes utilizadas para recabar la información necesaria fue­ron bibliográficas y entre ellas se destacan crónicas de viajeros, do­cumentos geográficos y monografías sobre los departamentos de Boyacá y Cundinamarca, consultas al Archivo General de la Nación en su Fondo de Notarías, las notarias y oficinas de registro de ins­trumentos públicos de Ubaté y Chiquinquirá, el Instituto Colom­biano de Desarrollo Rural-Incoder-, los trabajos científicos previos sobre el área, las revistas Pan, El Gráfico, Cromos y Anales de Ingeniería de los años 20 a 40 del siglo pasado. Además se realizaron largos recorridos a pie, a caballo, en carro y por agua para reconocer los diversos paisajes y conversar con campesinos y hacendados. Los alcances de este documento aunque limitados, pretenden sentar las bases para adelantar futuros estudios que ilustren de forma deta­llada, la transformación de los paisajes y los cambios en el uso de especies clave a partir de un estudio de las haciendas y su comple­mento, las fincas campesinas.

laciendas, fincas y biodiversidad ..... , .... _,,,_,,,,.,,.._, ............................ .

Las haciendas y las fincas del valle de la laguna de Fúquene tuvie­ron orígenes diversos, pese a ello han funcionado como elementos complementarios dada la oposición entre plano-inundación y loma­buen drenaje. Los cursos de agua que bajan de las montañas y los

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bosques de las lomas han jugado un papel en esta complementari­dad. Además la población campesina de las lomas sirvió de mano de obra esencial para las haciendas.

Las haciendas se ongmaron sea en encomiendas, en mercedes coloniales de tierras, adjudicación de baldíos o desecamiento de la laguna. También con la extinción de los conventos menores duran­te 1831 y la desamortización de bienes de manos muertas de 1861, las haciendas de los curas agustinos o dominicos, como Gachetá, San José o Quicagota, cambiaron de manos en remates públicos.

En un comienzo las haciendas se establecieron en las tierras pla­nas y secas, expropiando a los indios. "Es evidente que las mejores tierras que rodeaban los asentamientos muiscas más grandes al mo­mento de la llegada de los españoles muy pronto se convirtieron en partes de grandes haciendas" (Langebaek, 1995: 138). Después se avanzó sobre la laguna y se apropiaron sectores de loma o montaña, en donde se encontraban recursos claves como leña y pastos en tiempos de inundación. También menciona Langebaek cómo las islas sirvieron de refugio y como tierras agrícolas a los indios hasta finales del siglo XVII, cuando fueron expulsados de allí y obligados a vivir en tierra firme. En éstas se cumplían actividades rituales que incomodaban a los españoles. El destierro de los indígenas de los buenos suelos los forzó a cultivar en las lomas, causando graves procesos de erosión desde entonces.

Por su parte, las fincas tuvieron su origen en diversos fenómenos, el principal de los cuales fue la partición de los resguardos indígenas de finales del XVIII y comienzos del XIX, y en las parcelaciones que se hicieron principalmente a partir de los años 40 de este siglo en diversas partes de la cuenca. Mediante dichos procedimientos se sujetó a los indígenas y luego a los campesinos, a tierras de hacien­das, por lo general en las lomas, en donde vivían como arrendata­rios. Ya en el siglo XX, con las mencionadas parcelaciones, la mayo­ría de arrendatarios compró dichas tierras. También en los años 60, el Incora en sus propósitos de reforma agraria, parceló porciones de algunas haciendas. Las haciendas han dependido históricamente de las fincas o estancias, siendo en ellas donde encuentran la mano de obra necesaria para sus actividades de producción. En un inicio

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tal dependencia se manifestó en los tributos y servicios que tenían

que prestar los indios a los hacendados y encomenderos. Posterior­

mente, con la abolición del tributo indígena en la Independencia,

los campesinos cercanos o próximos a las haciendas fueron atados

a éstas mediante el permiso para establecerse en las lomas de la

misma hacienda y construir alli un rancho de paja y bahareque y

tener algún pequeño cultivo, a cambio de estar disponibles para

laborar por un mísero salario o jornal, lo cual se llamaba la obligación.

Los campesinos eran arrendatarios o concertados que podían perder su

rancho si no trabajaban para la hacienda, algo así como una especie

de terrqje similar al que pagaban los indígenas en el Cauca. Algunos

testimonios recuerdan esa época como un tiempo de esclavitud y

servidumbre a un patrón todopoderoso.

Un evento relacionado y que agudizó esa dependencia, lo cons­

tituyó la ley que permitió a los indígenas vender sus resguardos en

1838, cuyos resultados fueron que

( .. . ) inmediatamente los vendieron a vil precio a los gamonales de sus pueblos, los indígenas se convirtieron en peones de jornal, con un salario de cinco a diez centavos por día, escasearon y encarecieron los víveres, las tierras de labor fueron convertidas en dehesas de ganado, y los restos de la raza poseedora se dispersaron en busca de mejor salario en las tierras calientes, en donde tampoco ha mejorado su triste condición. (Camacho

Roldán, sf:103)

Un efecto inmediato fue que los hacendados al comprar las tie­

rras de los resguardos, dejaron a los indios allí con el objeto de

asegurarse la mano de obra para las haciendas, todo a cambio del

derecho a permanecer en sus ranchos y cultivar una pequeña parce­

la, como se mencionó anteriormente.

El impacto ambiental de esta situación, aparte del impulso a la ga­

nadería en las haciendas, se reflejó en la degradación de los bosques

y suelos de las lomas, dada la necesidad de producir en pequeños lo­

tes comida indispensable para la subsistencia. Este proceso parece

haber sido más intenso en los sectores occidental y sur de la laguna

que en el sector oriental de la misma.

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E n la actualidad, la finca o hacienda ideal es aquella que tiene plan y loma, pues así puede rotarse el ganado durante el verano e invierno, sin embargo pocas fincas cumplen con ello. La paradoja es la siguiente: las tierras planas sujetas a inundaciones periódicas son buenas en verano y las tierras de la loma en invierno. De hecho, cuando las inundaciones afectan las tierras planas de Quintoque en el municipio de San Miguel de Serna, la gente adinerada debe pedir­les a los pobres de la loma sus tierras en arriendo, pastaje, empeño o venta. Además, con las inundaciones, las tierras de la loma se valo­rizan y las del plan se desvalorizan. También el ganado pierde valor, pues es tiempo de vender ante la ausencia de pastos. No obstante, las tierras de la loma han perdido buena parte de su fertilidad por la erosión. Otra desventaja de las fincas del plan son las heladas. Adicionalmente, debe destacarse también que en el plan los dueños de la tierra mantienen los jarillones y vallados con el fin de impedir inundaciones, lo que implica que aquellos que no levantan sus jari­llones son más susceptibles a la inundación.

Hitos históricos determinantes de los cambios en los paisajes de la cuenca de Fúquene

E n adelante se verá cómo eventos de tipo económico, político, legal o social tuvieron consecuencias definitivas sobre los cambios del paisaje en la región de Fúquene y sobre el uso de las especies, observándose la sustitución de las nativas por otras exóticas, o sim­plemente la caída en desuso de algunas debido a su disminución o desaparición. El paisaje cultural del siglo XIX era muy diferente al que se impuso en el siglo XX, en el cual predominan las expecies exóticas.

Los robledales

La percepción inicial sobre la vegetación a ambos lados de la la­guna, es que los robledales del sector oriental -Guachetá, Ráquira y San Miguel- se encuentran en mejor estado que los del sector occidental -Fúquene, Susa y Sirnijaca-. El elemento del paisaje que

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sustenta esta afirmación lo constituyen los robledales que todavía

se observan en el sector orientaP. Ello debido con gran certeza, a

que la región oriental estuvo más aislada de las principales vías de

comunicación, como lo fue el camino de Bogotá a Chiquinquirá,

el cual salía de Ubaté, subía a Fúquene y de allí atravesaba por las

lomas hasta llegar a Simijaca. Posteriormente, por el mismo cos­

tado occidental, se construirían la carretera y el ferrocarril hasta

Chiquinquirá.

Otrora, el citado camino era el que tomaban todos los promese­

ros que se desplazaban de a pie o a caballo en romería a Chiquinqui­

rá. Cuenta Manuel Ancízar, el cronista de la Comisión Corográfica,

que se calculaba en 30.000 el número de personas que cada año

viajaban a dicha población2• Si se supone que la mitad venían del

sur, se tiene entonces a 15.000 peregrinos recorriendo el costado

occidental de la laguna cada año, particularmente hacia el mes de

diciembre. Para ilustrar lo anterior, dice Ancízar que en el Volador

de Fúquene, desde donde se divisaba Chiquinquirá:

[Volvió los ojos al suelo y] le vi cubierto en todas sus alturas por innu­merables cruces formadas por ramas de arbolillos y sembradas de tres en tres. Un poco más abajo, del lado que el escarpado cerro hace frente a Chi­quinquirá, las cruces se multiplican con una profusión que dará mucho que pensar al diablo. Ya no guardan orden ni simetría, sino se apiñan y juntan como matorrales, y la invasión es tal, que las modernas derriban las antiguas y se alza sobre un espeso montón de sus predecesoras .. . (1983: 34)

La vegetación debió sufrir el paso continuo de la gente que por

necesidad hubo de utilizar madera para hacer las cruces y también

para cocinar o calentarse. Muy seguramente por esa acentuada

afluencia, la zona estuvo más expuesta a incendios involuntarios. A

modo de anécdota, se afirma que por este mismo camino Bolívar

pasó tres veces.

Los muiscas tenían bosques y lagunas sagradas. En estos bosques "no dejan cortar un árbol ni tomar una poca de agua por todo el mundo. En estos bosques van a hacer también sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en ellos, lo qual está muy seguro que nadie tocará en ello porque pensarían que luego se habían de caer muertos" (Patiño, 175: 23). Por tal razón las autoridades españolas talaron los bosques o árboles que los muiscas reverenciaban. Los padres dominicanos que usufructuaban de las misas y objetos religiosos vendidos a los peregrinos, cuyo monto Ancizar calculó en 40.000 pesos anuales, tenían varias haciendas en Chiquinquírá y el río Suárez, donde emprendieron labores de desecación.

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En la segunda mitad del siglo XIX, en la época en que Ancízar re­corrió la región, el escritor José Caicedo Rojas describió su travesía por la laguna en una balsa de juncos con una

( ... )amable compañera [a quien invita a que] sigamos al oriente y suba­mos la suave cuesta de aquella cordillera, nos internemos en los inmensos oquedales que la coronan, que si no son un segundo tomo del famoso Líbano, a lo menos darán una idea de él y por últimq que descendamos al lado opuesto para llegar a uno de los sitios más románticos y tristemente

bellos que pueden imaginarse. (1945: 3).

La definición de oquedal publicada por el diccionario VOX alude a "monte de árboles altos, sin matas". Se tiene pues la descripción romántica de los bosques de robles, comparables a los cedros del Líbano, que se encontraban y todavía se encuentran, en parte de los municipios de Ráquira, San Miguel y Guachetá. El escritor continuó su viaje hacia el convento y desierto de La Candelaria.

Curiosamente este fenómeno de presencia de robles en el sector oriental se sucede otra vez en Chiquinquirá, en donde para 1913, el padre Mesanza decía que estaba "rodeada de tierras altas. Las del este, cubiertas de hermosos robledales, las faldas de occidente,

bordeadas de verdes plantíos hasta el territorio de Saboyá" (1913:

225).

El roble o encino sirve para leña, es maderable y de él se extrae

carbón de palo. Las siguientes notas sobre el uso de esta especie son

el fruto de entrevistas con pobladores locales. En ellas salió a relucir

que la primera iglesia de San Miguel se levantó con vigas de roble,

al igual que la primera escuela. También se elaboraban lanchas de

roble y fue utilizado durante muchos años como combustible en la

fabricación de sal en Tausa, Nemocón y Zipaguirá. Cuenta Nel­

son Sanchez, poblador de la vereda de Sirigay que en la quebrada

Cascadas en San Miguel, hay nacederos que nunca se secan pues a ésta "la sostienen los roblecitos de las cabeceras y del borde de la quebrada" .. y que el roble fue destruido en la vereda Sirigay para cocinar. La falta de leña en algunas partes del altiplano obligó a al­gunos campesinos en tiempos pasados, a cocinar incluso con tusas de maíz (Patiño, 1975: 149).

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Cuentan los campesinos de la región de San Miguel y Tinjacá que los robledales se utilizaban no sólo para sacar carbon de palo, sino que "tocaba explotarlos pues era todo monte y tocaba abrir para sembrar. El capote del robledal o se mezclaba con la tierra o se utilizaba para tapar los hornos de carbón".

Doña Betulia Mendieta (2004) afirma que hace 35 años (1970), su padre Tiberio Mendieta sacaba carbón de palo de roble en el sector de San Isidro-Quintoque. Tumbaban el palo, lo trozaban, lo encarraban, se tapaba con helecho o barbaja de roble, por encima se cubría con tierra. Por una esquina quedaba el quemadero y por la contraria el respiradero. Diez costales de carbón constituian una partida que valía 1 O pesos, con dos árboles grandes se sacaba una partida. El carbón lo llevaban para los asaderos de Chiquinquirá o "lo echaban para Bogotá. Después se arborizó con eucaliptus y pino". De Quicagota y San Cayetano en Ráquira, Guachetá y Quin­toque se sacaba carbón de palo. Hoy día, en cercanías a las veredas de Valero,Farfán y Quicagota en Ráquira, y Gacheta Alto en Gua­chetá, queda un robledal que cubre un área de unas doscientas hec­táreas que se encuentra en diferentes estados de degradación.

Danilo Espitia (2004) de San Isidro señala que el negocio del car­bón de palo en San Miguel, Guachetá y Ráquira comenzó en 1926 cuando llegó el tren a Chiquinquirá y finalizó hace unos 10 años, en 1996. Dos robles regulares daban 1 O cargas de carbón que se ven­dían para los asaderos de Bogotá. Las cargas de carbón de roble se embarcaban en Paso Real o en el vallado del Toche- , y se llevaban a la estación del ferrocarril de El Santuario o Guatancuy.

La salina

La salina de Tausa pudo ser la causante de la erosión en el alto río Suta, dado que el método de fabricación de la sal incluía la hechu­ra de las gachas u ollas de barro y la cocción de las aguas saladas, dos procesos que empleaban leña para la quema. Además tal labor requería de la explotación de arcillas, con el consiguiente proceso de erosión del suelo. La leña debía ser de fácil acceso y provenir de bosques nativos, pues hasta mediados del siglo XIX no se había introducido el eucaliptus. Ancízar, en 1850, dijo que:

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( ... )transpuesto el boquerón [de Tausa], se baja un trecho de dos leguas hasta el pueblo de Sutatausa, dejando a su izquierda a Tausa envuelto en la niebla y en el humo de su salina, que sólo a raros descubren las humil­des casas de paja, agrupadas en torno a la iglesia. El terreno que corta el camino en este espacio es árido, revuelto y trastornado, minado hasta lo profundo por la filtración de las aguas, e inútil hasta que adquiera su defi­

nitivo carácter ... (1983: 24)

Por su lado Boussingault, quien viajó por Colombia en la segunda

década del siglo XIX, refiriéndose a la cuenca de Fúquene, hizo no­

tar que había abundancia de madera para en otros tiempos:

( ... ) construir las casas, y las montañas de uno y otro lado del valle estaban cubiertas de encinas y de laureles (myrica), de que se sacaba gran cantidad de cera. Ahora han desaparecido casi enteramente y la explota­ción de la sal de Nemocón y Tausa ha causado principalmente la destruc­ción rápida de los bosques en las inmediaciones de Ubaté y de Fúquene. (Boussingault, 1991: 9)

Con los anteriores apartados puede evidenciarse que la explota­ción de los robledales del sector occidental de la laguna ocurrió por lo menos desde tiempos coloniales, aspecto que explica en buena medida su desaparición en la actualidad.

Proyectos de desecación de la laguna de Fúquene

Los testimonios de tres viajeros que conocieron la región en el

siglo XIX, ponen de relieve que ya para esa época se percibía un

proceso de desecamiento de las lagunas del valle de Ubaté y Chi­quinquirá.

Boussingault, quien estuvo en Colombia entre 1822 y 1832, plan­

teó en su texto, tal vez por primera vez en el país, una correlación

entre desmontes y desecamiento de los lagos. Narró cómo en cer­

canías de Ubaté había dos lagos que "hace como sesenta años" eran

uno solo, permitiéndo calcular que su divisón ocurrió hacia 1770.

Reafirmando este hecho, Ancízar destacó que los conquistadores

hablaban de la laguna de Cucunubá y Ubaté; con ello puso de pre­

sente que ambas conformaban un cuerpo de agua continuo.

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José Caicedo Rojas consignó en sus Apuntes de Ranchería (1884), que las aguas de Fúquene o laguna de Tinjacá como se le conocía

antiguamente,

( ... ) han bajado paulatinamente, a causa sin duda de los grandes des­montes hechos en las inmediaciones: en términos que, casi a la vista de la generación presente, se han formado nuevas playas, y que hay en el dia tierras de pan llevar, sumamente feraces, en terrenos completamente

inundados treinta años ha.

El mismo Ancízar fue consciente del desecamiento paulatino de Fúquene, al mencionar que el camino de Ubaté a Fúquene y de ésta a Susa podía hacerse bordeando la laguna, en vez de subirse a las montañas para después volver a bajar. Las posibles explicaciones para un desecamiento marcado de las lagunas durante los siglos XVIII y XIX serían: procesos climáticos que afectan o son afec­tados por la vegetación; procesos de colmatación del lecho debido a la erosión causada por los demontes y las obras humanas como vallados, terraplenes o el ahondamiento del cauce del río Suárez emprendido por José Ignacio París en la segunda y tercera décadas

del siglo XIX.

Al respecto de los proyectos de desecación posteriores a los in­tentos de José Ignacio París, Enrique París y José María Saravia Fe­rro que más adelante se abordarán, cabe decir que durante muchos años se arguyó la conveniencia de desecar lagos, lagunas y pantanos para aprovechar las tierras en agricultura y ganadería o simplemente para sacar de allí los tesoros ocultos de los muiscas. Por su lado, los padres dominicos en sus haciendas "comenzaron y prosiguieron con bastante éxito el trabajo de secar los ricos terrenos que están ubicados desde Coca hasta el puente de la Balsa" (Mesanza, 1913:

285), en el curso del alto río Suárez.

En 1880 el ingeniero Manuel H. Peña escribió sobre el desagüe de la laguna y sus pantanos, subrayando que en esa época había tres islas que sin embargo "toman el nombre de islas aún cuando las rodea sólo por un lado la laguna; seguramente porque los otros costados son de pantanos casi impenetrables" (Peña, 1880: 3). Este mismo ingeniero calculó unas cinco mil fanegadas a la laguna, aun­que sostuvo igualmente que "todos los terrenos situados alrededor

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en una anchura media de tres mil metros y todos los que siguen el

río de La Balsa.( ... ) están más o menos anegados formando panta­

nos y ciénagas a veces inaccesibles" (Ibíd., 4). Simultáneamente esti­

mó la existencia de 15 mil fanegadas de tierras inundadas, es decir,

tres veces más que el área misma del cuerpo de agua en esa época.

Por otra parte, también afirmó que la Compañía de Fúquene, la

cual dirigía, era dueña de 7.660 fanegadas más la laguna misma. Las

dos propuestas de su tiempo para desecarla fueron ensanchar el río

La Balsa (alto río Suarez) y modificar su curso hasta el Monte del

Moro, o hacer un canal a cielo abierto o un túnel que desde el sitio

de El Hatico (al lado del actual San Miguel) pasara la Serranía de

Serna para caer a la cuenca del río Moniquirá.

Hacia 1884, el viajero alemán Alfred Hettner viajó de Bogotá a

Chiquinquirá y por el camino se embarcó en la laguna de Fúquene,

en el sitio de Chinzaque tomó en alquiler

( ... ) una de aquellas canoas angostas pero pesadas, construidas de ma­dera, que usualmente se destinan a la pesca y a la cacería de patos. Des­pués de atravesar con alguna dificultad la faja ancha de junco y caña que por todas partes viene enmarcando la superficie de la laguna y para cuyo paso se han cortado verdaderos canales a través de aquel juncal, al fin alcanzamos el agua abierta, de color pardo turbio ( ... ) Cantidades de patos animan la laguna, que por tal motivo a veces atrae a los aficionados de la cacería desde Bogotá. En masa se ofrecen los animales en el mercado de la capital ( ... ) Continuamente sondeando nos acercamos a las islas que surgen en medio del lago y que constan en parte de tierra plana y en parte de roca arenisca( ... ) A falta de una vegetación abundante, el clima, de por sí melancólico, dista mucho de sacar efectos de color de las pendientes peladas ... (1976: 289)

Los sondeos de Hettner en su mayoría marcaron de dos a tres

metros de profundidad "con 8,9 metros como máximo medidos

por mí delante de las orillas acantiladas de las islas( ... )" (1976: 290).

Es interesante la observación sobre las "pendientes peladas" y la

mención a la canoa, pues esto implica que fuera de un solo palo, se­

guramente roble o cedro. Hettner aludió a un canal en el lado orien­

tal de los juncales de la laguna, por donde se pretendía desecarla;

éste debió ser obra de la Compañía de Fúquene por aquella época.

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En 1890 el señor Orencio Fajardo Páez publicó un artículo en la

revista Anales de Ingeniería titulado Fúquene, Terrenos anegadizos. Allí estimó que para aquel tiempo, la laguna como tal tenia 3.203 hec­táreas, la laguna del Letrado contaba con 123 hectáreas y los terre­nos anegadizos correspondían a 15.963, para un total de 19.290 has. Esta era el área de la superficie cubierta por las inundaciones extraordinarias. Mencionó además, que las antiguas haciendas de Ticha y Guatancuy se inundaban, ya fuera por el derrame del lago o

por el represamiento de las corrientes (1890: 381).

En 1919 Max Grillo dio su voz de alarma en E/ Gráfico Qunio 7 de 1919), al enterase de un proyecto de desecación del Ministerio de Agricultura. Arguyó que: 1. "Un pais es tanto más rico cuanta mayor sea la cantidad de aguas que posea su suelo", 2. La laguna de Fúquene "es un valor económico, un valor de belleza", 3. Se pue­den desecar los pantanos sin que desaparezca la laguna, y 4. "Que la laguna de Fúquene es de la Nación y no de los particulares". La

suya fue una voz en el desierto.

En 1936 Santos Potess publicó su investigación sobre la hidrolo­gía de la laguna, en donde aparecen los antecedentes básicos como el estudio efectuado por la Julius Berger Consortium y realizado para el Ministerio de Industria y Trabajo, aparte de la serie de leyes que hicieron posible la creación de una junta y la contratación de ese mismo estudio: Ley 15 de 1921, la ejecución de los planes de dese­cación; Ley 71 de 1924 y Ley 51 de 1926, la cual ordenó al gobierno regular, desecar y evitar inundaciones desde Cucunubá hasta Sabo­yá. El trabajo de la Julius Berger planteó dos alternativas para desecar la laguna: un túnel a través de la colina de San Miguel que "tenia por objeto bajar el nivel medio de las aguas de la laguna 8,30 m. derra­mándolas a la quebrada Los Cerezos y por ésta al río Moniquirá", y la segunda alternativa que consistía en hacer un "canal a lo largo del río Suárez de profundidad y capacidad suficiente para bajar el nivel

de las aguas de la laguna 2,30 m" (Santos, 1936: 11 ).

En ese entonces ya se sabía que el nivel del Suárez en el ver­tedero de La Copetona definía parcialmente la medida en que se podía bajar el nivel del río mismo. En su época, la laguna y su zona inundable de forma periódica, cubrían 19.000 has, 6 veces más que

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hoy. Santos Potess hizo dos planteamientos interesantes, en prime­ra instancia sugirió que los materiales arrastrados por los ríos Len­guazaque, Susa, Simijaca y Ubaté se utilizaran "para llenar por de­cantación porciones muy bajas de tierras inundables" y en segundo lugar planteó la conveniencia de "construir canales de penetración a los predios ganaderos derivados de la laguna y del río Suárez para conducir el agua necesaria para los ganados"(Santos, 1936: 146). hAdemás recomendó el dragado de los ríos Ubaté, Guachetá, Susa, Sirnijaca y Madrón, y los canales derivados, poner diques de tierra en las orillas de la laguna, en fin, toda una serie de obras que se fueron realizando poco a poco tanto por el gobierno como por los particu­lares, y que han conducido a la situación actual. La suma de pequeñas y a veces inocuas intervenciones sobre un ecosistema en el transcurso del tiempo, genera un impacto muy grande a largo plazo.

Más adelante, Wenceslao Cabrera Ortiz (19 57) se refirió a la for­ma acorazonada de la laguna y su extensión de 3.000 hectáreas. Dijo que era muy panda y por ende su navegación se dificultaba; también estimó que por ella circulaban aproximadamente unas 150 o 200 embarcaciones de remo y 8lanchas de motor (3 del IGAC y el resto de propiedad de los hacendados). Manisfestó que dada la longitud del alto río Suárez (30 kms), su dragado era muy costoso y que:

( ... )la voladura de los lechos de arenisca dura que se está haciendo en La Copetona, no solucionará sino que aumentará la velocidad del agua aligerando un tanto el canal París y permitiendo quizá una mayor descarga del río Chiquinquirá que se represa produciendo inundaciones en algunos

de los barrios de Chiquinquirá. (Cabrera, 1957: 40)

La propuesta de Cabrera era hacer el túnel de San Miguel cuidan­do de no secar la laguna, mediante el manejo de compuertas con el fin de evitar la inversión de cuantiosos recursos financieros que no resolvían el problema de las inundaciones anuales. Cabrera anotó que para 19 57, la entidad encargada de la desecación era la Corpo­ración de Servicios Públicos, la cual tenía un campamento en el sitio de Tolón, lugar en donde se encuentran hoy día las compuertas en el río Suárez, y que contaba con "8 palas mecánicas y buen material con el que atiende debida aunque escasamente a las obras de ende­rezamiento del río, apertura de canales, etc." (1957: 42).

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Carreteras y ferrocarril

A partir de la segunda década del siglo XX se adelantaron dos proyectos que determinaron cambios sustanciales en el uso y ma­nejo de los recursos naturales, entre los que se cuenta la contruc­ción de infraestructura de transportes en la región, y en particular la carretera y el ferrocarril a Chiquinquirá. Tales actividades además de facilitar y hacer accesibles mercados y productos, aumentaron la explotación maderera y de otros productos. Su construcción causó impactos significativos en el entorno, especialmente por la cons­trucción de terraplenes que divideron los pantanos y facilitaron su posterior desecación y por el uso de grandes cantidades de madera para los durmientes del ferrocarril.

Inicialmente, la construcción de la carretera Ubaté-Chiquinquirá que fue culminada en 1918, se realizó bordeando la laguna y levan­tando terraplenes que atravesaban zonas de pantano, como en Susa. Hasta los años 60 todavía el sector plano cercano a dicha población se inundaba y hacía difícil el paso de los carros en invierno. Sin duda la carretera cumplió una función clave en el mayor desarrollo del sector occidental, facilitando los intercambios y aumentando su velocidad. Las tierras tuvieron que valorizarse y aparentemenete hubo una mayor subdivisión de la propiedad en las lomas del sector occidental que en las del oriental (CAR, s.f., Comité de Expertos).

En segundo lugar se construyó el Ferrocarril del Norte que unió a Bogotá y Zipaquirá con Chiquinquirá, y que llegó a esta última población a finales de 1925. Un año antes, El Gráfico (diciembre 27 de 1924) publicó dos fotografías del tren con su locomotora encima del terraplén de la carrilera, en los pantanos de Ubaté, reco­mendando emprender la desecación de los pantanos para garantizar la permanencia y estabilidad de los terraplenes. En un documento sobre el contrato del Ferrocarril del Norte desde Zipaquirá hasta Chiquinquirá (105 kms) aparece la siguiente nota: "los durmien­tes serán de la mejor madera que se encuentre en la región como chuguacá, ensenillo (sic) o susca, y tendidos por lo menos a razón de mil seiscientos cincuenta (1650) por kilómetro" (Minhacienda, 1925: 83), lo que da un total de 173.250 durmientes para la obra, sin

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contar el inevitable desperdicio. Se supone que al menos tuvieron que derribarse 100.000 árboles para sentar los durmientes en todo el trayecto, y que además éstos se deterioraban con el tiempo y de­bían ser reemplazados a una tasa de recambio que se desconoce. Es curioso que no se nombren ni el roble ni el eucaliptus como fuen­te de durmientes. El árbol conocido como chuguacá parece haber provenido de la tierra templada, de la zona de Muzo. Esta especie maderable es muy escasa hoy.

Uno de los problemas más graves que enfrentaron los ingenieros fue el paso de los pantanos de Gacha en territorio de Guachetá. Quién sabe cuánta madera enterraron allí, pues se decía en bro­ma que los citados pantanos se habían tragado una locomotora. Cientos de metros del terraplen con sus durmientes y rieles fueron destruidos en un invierno. Además, cuenta la tradición oral que al pasar por ese sector el tren desaceleraba casi completamente y muy despacio pasaba la estructura de madera instalada, mientras se me­cía levemente (Entrevista a Polidoro Pinto, septiembre de 2004.). Existen fotos de la época en El Gráfico que muestran la estructura de madera del paso de Gacha y locomotoras andando sobre ésta a través del pantano.

El Ferrocarril Central del Norte llegó a Zipaquirá en 1898 y para 1925 ya se extendía hasta Chiquinquirá. Las estaciones del tren des­de Zipaquirá hasta Barbosa eran: Nemocón, Laguna (de Suesca), Crucero, Rhur, Lenguazaque, Rabanal, La Isla, Fúquene, Roble, Santuario, Susa, Simijaca, Chiquinquirá, Saboyá, Garavito, Los Ro­bles, Guayabo, Providencia, La Capilla y Barbosa. No sobra recalcar la existencia de la estación del Roble en un sector en donde actual­mente no se encuentra un solo espécimen de tal familia.

El arribo del ferrocarril a la región suscitó el reemplazo de una ganadería dedicada a la carne y los quesos por una ganadería le­chera, pues permitió sacar el producto a centros urbanos de forma rápida.

Además, la extracción maderera cobró auge como se evidencia en la siguiente lista de movimiento de carga del año 1935, en donde aparte de productos agrícolas se incluyen 2 toneladas de aves (po-

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siblemente más que gallinas pudieron ser patos), carbón, sal, 9.252 toneladas de carbón vegetal, 665 toneladas de leña, 12.232 tonela­das de maderas aserradas, 3.419 toneladas de maderas rollizas y 464 toneladas de otros productos forestales (Contraloría General de la República, 1936: 501). El dato de más de 9 mil toneladas de carbón vegetal en un año es indicativo del impacto que tuvo el tren sobre las comunicaciones con Bogotá y Zipaquirá, y sobre los robledales subsistentes y otras formaciones vegetales con encenillos, arrayanes y laureles. Buena parte del carbón vegetal provenía de robles, fenó­meno que explica, otra vez, la ausencia de robledales en el sector occidental de la laguna. Santos Potess señaló que los bosques de la cuenca eran "casi exclusivamente eucaliptus y robles", haciendo referencia muy seguramente a la persistencia de dicha especie en el sector oriental (1936: 119).

El ferrocarril promovió también otros procesos extractivos como la cacería, que se acentuó enormemente con el fácil acceso a la lagu­na en unas pocas horas. El presidente Abadía Méndez hacia 1926, se escapaba de sus funciones y tomaba el tren para cazar en Fúque­ne (CAR, 2000: 81). Acerca de una cacería en Fúquene, Lucio Sorel (seudónimo de Borda Fergusson) narró que no mataron ni un solo pato a pesar de estar en sus puestos (escondites de junco) desde la madrugada:

Cuando principia a amanecer, salen bandadas de patos silvestres. Son miles y miles, pero demasiado esquivos. Vuelan a alturas fantásticas y con una velocidad increíble. Se les hacen disparos de todos los puestos, sin resultado alguno ( ... ) En los juncales de la laguna ponen las hembras en determinada época del año, pero los naturales han establecido tal pillaje en los nidos que hay años en que se aprovechan doscientos mil huevos ( ... ).

(Cromos, enero 19 de 1929)

Las vías de comunicación que sacaron del aislamiento al sector oriental de la laguna fueron la carretera de Simijaca a San Miguel, culminada en 1953 y ia carretera Ubaté-Guachetá construida por la misma época. Ambas fragmentaron dos superficies grandes de juncales y pantano al norte y sur de la laguna, sobre los ríos Suárez y Ubaté respectivamente, facilitando su desecación e incorporación a la economía ganadera. La parte plana aledaña a la laguna de Fúquene

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del municipio de Guachetá se comunicó hasta los años cincuentas con Lenguazaque y Chocontá, pues los pantanos de Ubaté impe­

dían la comunicación por tierra con esta última población hasta los

años 50. Otras vías como las carreteras San Miguel-Chiquinquirá

en 1957 y San Miguel-Guachetá en 1965, unieron definitivamente el sector oriental de la laguna con las vías nacionales.

Con anterioridad a las carreteras, la comunicación desde San Mi­

guel, Ráquira o Tinjacá con la vertiente occidental de la laguna de

Fúquene se hacía en canoas y barquetas que partían desde Paso Real

en la punta de la Serranía de Sirigay, sobre el juncal del río Suárez,

hasta Susa o la estación del tren de El Santuario. También existió

un embarcadero en la vereda San Cayetano de Ráquira. Posterior­

mente fue utilizado el canal de Chibabá. En los últimos 10 años se

ha cubierto buena parte de la laguna con junco, tifa y plantas acuá­

ticas, disminuyendo las posibilidades de navegación, y se cerró el

desaguadero del río Suárez, impidiendo la navegación río-laguna y

viceversa, con severos impactos sobre la comunicación y la navega­

ción para la población local.

Árboles exóticos

Sin duda la introducción de árboles exóticos a la región cumplió

una función trascendental para el aprovisionamiento de leña para

cocinar y madera para construcciones y cercas, pues como anterior­

mente se anotó, desde tiempo atrás ya los bosques subsistentes eran

pequeños y su biomasa no era suficiente para las necesidades de la

población. Así, el eucaliptus que llegó a la región a mediados del

siglo XIX, se expandió lentamente por el costado occcidental, y a

mediados del siglo XX se extendió al sector oriental de la cuenca,

convirtiéndose en elemento característico del paisaje. Los sauces

fueron, tal vez, los únicos árboles que existían en la llanura, aunque

se discute si fueron traídos del Perú en tiempos coloniales, mientras

que los pinos exóticos y las acacias son de reciente inclusión, esto

es durante los últimos cincuenta años. En la Peregrinación de Alpha, Ancízar cuenta que tras pasar Susa,

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( ... ) se siente un verdadero placer al entrar en la alameda de Simijaca, fresca y sombreada por alúsimos sauces que oscilan con agradable susurro a impulsos de la brisa, recibiéndose de cuando en cuando un torrente de perfumes emanados de las rosas silvestres y de los borracheros que llenan los intervalos de sauce a sauce ( ... ). (1983: 36)

Hettner, al respecto, aportó:

( ... ) las altiplanicies que no obstante muestran en la actualidad [1884) algo de vegetación arbórea en las huertas de árboles frutales, alrededor de las casas, y a lo largo de los vallados sembrados de sauces y eucaliptus, ini­cialmente eran carentes de árboles, porque el carácter pantanoso del suelo era adverso al desarrollo de árboles. (1966: 215)

Fals Borda, en su estudio sociológico clásico de la vereda Saudo de Chocontá, realizado en los años 50 del siglo pasado, acotó que fue durante el gobierno de Manuel Murillo Toro (1864-1866) que "se inició la reforestación de las altiplanicies orientales con eucalip­tus". También mencionó que el carácter del paisaje se modificó con la introducción de acacias, cipreses y pinos y que "la importación del eucaliptus australiano en la segunda mitad del siglo XIX alejó aún más el paisaje de sus características preconquista". Sin embargo manifestó también que los eucaliptus han sido de gran valor para los campesinos, como maderables y medicinales (Fals Borda, 1978: 38).

Por su parte, José Ignacio Perdomo apuntó que en el sitio de la Batalla de La Culebrera, donde fue herido Juan José Neira a finales de 1840, "se levantaba un enorme eucaliptus, que desgajado por el paso de los años recuerda la sangrienta acción de la guerra del40 .. . " (1972:1 04-1 05). De esta forma los árboles australianos fueron plan­tados en Colombia por lo menos desde la Independencia.

La introducción de pinos, acacias y eucaliptus, empezó de forma sistemática con la gestión de la CAR y el Inderena durante los años 60 del siglo XX. La reforestación de la zona de Sutatausa, erosiona­da de acuerdo con Ancízar y Hettner desde mediados del siglo XIX, se llevó a cabo por la CAR a partir de 1982. Además de reforestar con pinos y acacias se realizaron labores de manejo del suelo. Sola­mente hasta hace muy pocos años se han adelantado esfuerzos por reforestar con árboles nativos, como alisos y robles.

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En San Miguel se observa la existencia de parches de bosques compuestos por robledales contiguos a pineras, en donde los se­gundos aparentemente le ganan terreno a los primeros. De no ser por la introducción de especies exóticas arboreas, el paisaje de la región de Fúquene estaría mucho más desprovisto de vegetación y los suelos erosionados serían más evidentes.

Cercas, linderos y vallados

Un último elemento a destacar relacionado con los cambios en los paisajes desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, tie­ne que ver con los linderos entre propiedades y las cercas. Por lo general los linderos antiguos, de mediados del XIX, eran piedras, árboles, filas de sauces o de robles, quebradas y zanjas o vallados. También había cercas vivas de fique o motua o de higueras. Las cercas de piedra deben ser las estructuras permanentes más viejas de la región y se encuentran en terrenos cercanos a las lomas, pues es allí donde se halla la materia prima necesaria para alzarlas. Ade­más tales cercas o cimientos de piedra como son llamados localmente, fueron construidos para hacer corrales. Igualmente fueron muy co­munes las estructuras de tapia pisada para encerrar las huertas en cercanías de las casas de la haciendas y como corrales para trabajar el ganado.

Los vallados fueron y son zanjas anchas y profundas construidas en la zona desde la Colonia. Ya para 1860 estaban presentes en casi todas las escrituras revisadas en los dos costados de la laguna. Su propósito era desecar sectores de pantano. Posteriormente éstos se construyeron cada vez más rápido debido a la facilidad para el transporte de la maquinaria requerida, la cual fue movilizada por las carreteras y el ferrocarril. Cabe anotar que si la tierra de los vallados se establece en sus bordes alzándolos por encima del nivel del agua, estos promontorios alargados se denominan jarillones. Cuando se levanta tierra por encima del nivel del suelo o pantano para posibi­litar el paso a pie o a caballo, éstos se conocen como camellones. Cuando tales camellones son anchos y más altos se les dice terra­plenes y sobre ellos se alzaron las mentadas carreteras y la línea del ferrocarril.

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Los vallados y zanjas sirvieron de linderos entre propiedades, di­visiones de potreros, canales de desagüe para el invierno o canales con tambres para mantener el agua en tiempos de verano y servir de bebederos para el ganado.

Aunque el alambre de púas llegó a Colombia hacia 1870 su in­troducción tardia en la zona se explica por la ausencia de comuni­caciones vía terretre (carretera o ferrocarril), pero también por la existencia misma de la laguna que facilitó hacer las divisiones de potreros y heredades con zanjas y vallados. Ancízar narró en su viaje de 1850, desde la hacienda de Aposentos de Sirnijaca hasta las antiguas islas de Simijaca que:

Hechos los preparativos necesarios salimos en demanda de la laguna. An­tecédele una considerable extensión de terreno anegadizo, apenas desocu­pado por las antiguas aguas permanentes. Embarcámonos en una canoa, y por las zanjas abiertas para el desagüe nos dirigimos a dos pequeños cerros, antes islas, en uno de los cuales, según leí en las noticias y escrituras de la encomienda de Simijaca, se refugiaron los indios, huyendo del pueblo, hasta que en 1791 los redujo a salir de allí el dueño de la hacienda. (1983: 86-87)

De acuerdo con Orencio Fajardo (1890), se sabe que el cauce del río Ubaté era más alto que el lago,

( ... ) debido tan sólo a los diques artificiales que a una y otra orilla sos­tienen constantemente en el invierno los propietarios correspondientes ( ... ) Todos estos diques están formados con cespedones y no es raro que se encuentren trayectos de más de un hectómetro con una alrura mayor

de 4 metros. (381)

En la actualidad el problema radica en que dado el bajo nivel de la laguna, las aguas tienden a explayarse más, y por otro lado, cada jarillón o vallado que se construye para proteger una propiedad, por lógica de vasos comunicantes, inunda los jarillones más bajos y las tierras más desprotegidas. Esta labor de desecación continua hoy ante la indefinición de la propiedad de los particulares y de la nación sobre el área misma de la laguna y sus juncales.

Los últimos cambios perceptibles en los paisajes de la laguna y su entorno inmediato son la construcción del canal perimetral a partir de 1987, vallados y jarillones secundarios y el cerramiento

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del desaguadero del río Suárez por vegetación acuática. Según la tradición oral, hace 15 años, es decir desde 1990, comenzó a taparse el desaguadero del río Suárez. Hace 40 años, para 1964, la laguna era totalmente abierta. La fotografía aérea publicada por el libro de la CAR sobre Fúquene (2000: 132) y tomada en 1955, presenta un espejo de agua en donde las plantas acuáticas ocupan una mínima extensión. Hoy se navega, cuando se puede, por entre canales cir­cundados de vegetación acuática.

Otro de los fenómenos más notorios en el terreno plano circun­dante a la laguna es la geometrización del paisaje por la construcción de zanjas y vallados rectos, y la forma de los potreros por lo general rectangular. Los cursos bajos de los ríos han sido canalizados como en los casos del Susa, Ubaté, Simijaca y Suárez (este último en su curso alto). Así, de ríos meándricos han pasado a ser ríos rectos.

El kikuyo y el ganado

Antes del kikuyo y con el ánimo de mejorar las pasturas para el ganado en tierra fría en el país, el precursor Antonio Nariño intro­dujo el carretón y José Ignacio París, a comienzos del siglo XIX, trajo el Rye Grass.

Se sabe que a partir de la década de los 20 del siglo pasado empezó la siembra de kikuyo en Colombia, gramínea de origen africano que se adaptó muy bien a las zonas frías del trópico americano. El kiku­yo reemplazó toda una serie de plantas y gramíneas entre las que se contaban la lengua de vaca, la altamisa, la guayacana, la rupa y otras especies. De acuerdo con la tradición oral, esta especie se trajo a la región de Fúquene para estabilizar el terraplén del ferocarril.

El kikuyo llegó a San Miguel hacia 1945. José Alvarado, habitan­te de este pueblo, cuenta que antes los potreros en la loma tenían "pasto tigrillo, yaraguá, maciega, paja de puntero (que sirve para techar), ichi (para amarrar la paja de las vigas una vez convertido en cuan), esparto (con el cual se elaboraban las esteras para hacer los quesos)". Querubín Pineda, poblador de la vereda Sirigay en San :Miguel, cuenta que para mediados del siglo XX: "en lo plano había

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kikuyo en partes y carrizo en partes". Con su papá cogía carrizo para empajar casas por contrato. En el plan también había jupa que sirve para hacer enjalmas, guayacana, paja de zorro que se mezclaba con el barro para embarrar las casas, la grama y el carretón blanco. Por su lado, Pedro Juan Salinas, de la vereda Quintoque en San Mi­guel, menciona que las siguientes hierbas o pastos existían antes de la llegada del kikuyo: poa, plegadera, la ter, carretón, lengua de vaca, jupa, barbasco, junco, inea y yerba de rejo.

Para los años 20 y 30, la gente cogía el kikuyo de los terraplenes del ferrocarril y a hurtadillas lo sembraba en sus fincas y haciendas sin sospechar que después sería casi imposible erradicarlo. Las gra­mas o hierbas nativas fueron reemplazadas paulatinamente en todo el plan, primero en el sector occidental de la laguna y después en el oriental. Ya para los años 50 en Simijaca y S usa, el kikuyo invadía los potreros con el beneplácito de los dueños de las tierras. Las hierbas nativas subsisten en bordes de potreros y aparecen con gran profu­sión en los terrenos en barbecho, tras los cultivos de maíz o alverja. En las lomas todavía se observan parches de pastos nativos entre los que se destaca el pasto blanco.

El ganado, los caballos, las ovejas y otros animales domésticos fueron introducidos por los españoles desde los inicios de la Con­quista y durante la Colonia. Su desarrollo fue lento y es evidente que la cantidad de ganado en Fúquene era mucho menor en los años 50 del siglo pasado que ahora. La Revolución Verde, el predo­minio del ganado holstein, la implantación definitiva del kikuyo y la desecación de la laguna explican este gran aumento.

Se sabe que hacia el siglo XVIII, en la Hacienda Santa Bárbara de Serna (Vargas, 2004), los potreros sobre la laguna eran utiliza­dos en verano para que pastara el ganado y en invierno lo subían a las lomas y colinas pues la planicie se inundaba. De esta forma el ganado era rotado encontrando complementariedad en invierno y verano, entre loma y plan. Ya en los siglos XIX y XX, las hacien­das más grandes gozaban también de dicho privilegio, hasta que la parcelación y subdivisión de la propiedad hicieron de este sistema algo imposible o realizable apenas en pequeña escala. Las zanjas o vallados sirvieron entonces de límites entre las propiedades y la

rotación empezó a hacerse dentro del plan o la loma, tratando de tener disponibilidad de pastos mediante la rotación de potreros. A partir de los 80, las cercas eléctricas se utilizan para evitar el pisoteo del ganado y los potreros han sido delimitados con líneas de sauces

0 eucaliptus, árboles que dominan actualmente en el plan . También se observan en las tierras planas alrededor de la laguna, pero en mucha menor medida, hileras de saucos e incluso de alisos.

En 1857 Enrique París introdujo en su hacienda de Simijaca "dos toros heriford, despachados de Inglaterra". Posteriormente vendrían las razas durham, red poli, charolais y jersry (Fals Borda, 1978: 40). Ya para los años 40 del siglo pasado, empezó la introducción del gana­do holstein que hoy es hegemónico en el plan, mientras el norman­do cruzado con criollo domina en la loma. En la actualidad, la in­dustria del ganado lechero implica fumigaciones con agroquímicos para controlar la peor plaga del kikuyo, el chinche del pasto, fertili­zación de potreros con abonos orgánicos y químicos, concentrados para el ganado como suplemento alimenticio y manejo técnico de la reproducción por medio de inseminación. La introducción de agroquímicos data de los 50 y 60, con la Revolución Verde. Frente a este aspecto Cabrera (1957) menciona que de las 100.000 has. del valle de Ubaté y Chiquinquirá:

( ... ) aproximadamente un 10% se dedica a la agricultura y el resto a la ganadería, gran parte de leche y en menor escala de levante o engorde; a más de los pastos naturales se ha ido vistiendo la región con los tréboles, kikuyo, y rye grass los cuales alimentan e erca de 9.000 vacas de las razas Holstein, N ormando y Red Poli. (43)

La cantidad de ganado estimada podría aumentar a 12.000 o cifra parecida, si se suman los machos de cría y engorde. En esa época los machos no iban al matadero recién nacidos como hoy, práctica establecida por los ganaderos del plan, pues calculan que vale más la leche producida en nueve meses que la cría del macho. De cual­quier manera, el hecho de que en la actualidad haya más de 180.000 cabezas de ganado bovino indica un crecimiento espectacular en la cuenca, cerca de 18 veces más que en aquella época. Según Cabrera (1957), las vacas producían en promedio 10 botellas diarias, mien­tras que hoy producen 20 litros o más cada una. Se debe resaltar que antes del trazado de las carreteras, 1918 en el costado occidental de

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la laguna y 19 53 en el oriental, el ganado era principalmente de cría, levante y engorde, y se producían quesos y en menor medida man­tequilla. Hettner muchos años antes, en 1882, afirmaba que:

La producción de carne para el consumo interno del país es el objetivo principal de la ganadería vacuna; los cueros son un bien recibido produc­to adicional y en su mayoría son exportados. La capacidad lechera de las vacas es poca, la producción de mantequilla no tiene importancia y sólo la preparación del queso tiene, especialmente en las regiones altas, cierta

importancia. (1966: 293)

La leche tenía poco valor comercial por su condición de pere­cedera. Para los años 40 del siglo pasado, en San Miguel, la familia Ospina de la Hacienda Cascadas sacaba leche en barquetas a la es­tación de El Santuario. En pocas palabras, durante los últimos 60 años con la llegada de las carreteras y el ferrocarril, la introducción del kikuyo y el ganado holstein, y el acentuado avance en la deseca­ción, se dio el cambio hacia la lechería que predomina hoy dia en toda la región, tanto en el plan como en la loma. Del mismo modo, el kikuyo reemplazó toda una serie de plantas nativas que desapare­

cieron en buena medida.

Agricultura de loma y del plan

La agricultura en la región de Fúquene debió tener preponderan­cia en las lomas y cordilleras hasta la década de los 50 del siglo XX, pues alli había buen drenaje y algunos suelos tenían una apreciable capa vegetal. El sector plano circundante de la laguna estaba muy inundado o carecía de buen drenaje, elemento indispensable para los cultivos. Hettner anotó que el trigo se cultivaba "en la parte occidental de la planicie Ubaté-Chiquinquirá, mientras el resto de las altiplanicies muchas veces todavía es demasiado pantanoso ( ... )"

(1966: 295).

Aunque este trabajo no pretendió abordar el tema de las plantas cultivadas, es relevante considerar el tema por sus efectos sobre los suelos y la erosión. La agricultura en la loma, a comienzos del siglo XX y hasta mediados del mismo, estaba fundamentada en la rota­ción de terrenos, dentro de los rastrojos o charrascos. Incluso se

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tumbaban bosques de robles para sembrar y aprovechar el capote y la hojarasca como abonos. Cuenta Ana Betulia Mendieta, de la ve­reda Quintoque en San Miguel, que la gente se dedicaba principal­mente a la agricultura aunque mantenía una vaca y dos bueyes, estos últimos indispensables para los agricultores como animales de la­bor. E l sistema agrícola consistía en rozar el charrasca, compuesto por lo general de ayuelos, laureles, cucharos, ciros, tunos, gaques y otros arbustos, con los cuales se hacían pilas y se quemaban. Luego se araba con bueyes y se sembraba. Después de algunos cultivos se dejaba descansar y el charrasca invadía poco a poco, devolviéndole fertilidad al suelo. Se sembraba papa (pepina que ya no se siembra, y de año que se continúa sembrando), maíz (duro amarillo y maíz blanco misero), habas, rubas, ibias, calabazas, coles, fríjol (sangre­toro grande y sangretoro de arbolito y andino). Actualmente, entre los campesinos entrevistados, existe una percepción generalizada de pérdida de fertilidad de las lomas, así como la aparición de plagas (en particular en la siembra de papa), que hace muy difícil cultivar sin plaguicidas.

Desde los años 60 comenzó a implantarse la agricultura comer­cial en la región, especialmente en los sectores planos y secos de los valles de Ubaté, Simijaca y Guachetá, zonas destacadas por la presencia de maíz y alverja, donde se cultivaba a gran escala con tractores, fumigaciones y fertilizantes. Todavía hoy en estas áreas se cultiva en el plan, incluyendo eso si otros productos como za­nahoria, y últimamente la siembra de tomates en invernaderos. En la carretera que de Ubaté conduce a Chiquinquirá, cada vez es más frecuente la presencia de estructuras de madera para los invernade­ros, las cuales cambiarán seguramente el paisaje de forma radical en el futuro. En el sector oriental de la cuenca todavía no se observa este fenómeno.

Las islas y ex-islas

En primer lugar debe destacarse que la gran cantidad de islas que tuvo la laguna de Fúquene, que se calculan en más de doce, des­aparecieron como tales y hoy son morros que emergen en medio de los potreros de kikuyo. El Santuario y Villeta son las únicas que

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subsisten hoy día. Las demás eran: Sutapeya, Natacupa, Cabachoya, Chiguy, Cerro Gordo o Bachué, Península o Aguilar, Isla Gran­de, Isla Pequeña o Puta, Bernardo, Colorada. Aparte de ellas, otros promontorios o cerros fueron islas y hoy se encuentran en tierra firme.

El paisaje de las islas, por los años 40 del siglo pasado, era de morros erosionados con vegetación arbustiva, debido a que fueron sometidas a quemas, cultivos y al establecimiento de viviendas du­rante largo tiempo. El mismo Ancízar en 1850, describía la laguna como:

( ... ) de hermosa y alegre apariencia, y encierra cuatro islas, dos de ellas cultivadas por unos pocos habitadores que, con los de los lindos valles del litoral, forman una población extraña a cuanto agita la República, y feliz en su pintoresco retiro. El trigo, el maíz, las papas, unas pocas reses y ovejas y el abundante pescado de la laguna suministran a aquellos pobladores segura subsistencia y sobrantes de fácil cambio en los mercados vecinos, a los cuales salen en balsas compuestas de haces de junco, formando un

conjunto estrambótico, semejante a una gran torruga. (1983: 37-38)

En fotos de la Revista PAN de febrero de 1937, así como en las viejas fotos impresas en el libro sobre Fúquene (CAR, 2000), en términos generales los contornos de las lomas de la laguna aparecen bastante pelados y la vegetación de la ex-isla de Chiguy presenta matorral bajo, mientras que en Santuario ya se veían eucaliptus y posiblemente pino ciprés. Hoy en el Chiguy, aunque persiste ve­getación nativa, dominan el pino pátula, el eucaliptus globulus y la acacia. Del mismo modo, las ex-islas de los municipios de Simijaca y S usa están cubiertas de eucaliptus y pinos, al igual que la isla Colo­rada en San Miguel. Las islas de Bachué y Península tienen parte de matorral nativo y se destaca la presencia de algunos grandes árboles de gaque en Bachué. En un texto sin fuente del libro de Libio Silva sobre San Miguel, se menciona que la isla del Santuario era "un peñasco yermo, desprovisto de plantas, sitio codiciado por las aves migratorias" (2003, Prólogo: 14). Por su parte Cabrera Ortiz, al re­ferirse al aspecto de las antiguas islas de Susa y Simijaca, anotó:

[Es] descarnada como el resto de las que quedaron en seco, como si los vientos hubieran removido las escasas y removidas tierras ( ... )La isla de

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Chiguy es una eminencia rocosa bastante alta, unos 60 metros apreciati­\·amente, con pequeño recubrimiento terroso por el occidente y por esto

ligeramente cultivada. (1957: 37)

Agregó además que la isla Villeta estaba por unirse a las tierras

al oriente, evento que no ha ocurrido todavía. Respecto de la isla

de El Santuario, le calculó 25 metros de altura y mencionó que se

encontraba íntegramente vestida de arbustos, sauces, pinos y mul­

titud de gramíneas y matas de monte, pequeños cultivos de flores y

comienzos de jardín (Cabrera, 1957).

Esta vegetación fue el resultado de la obra del Jetón Ferro duran­

te 30 o 40 años, como lo confirma E. E. de Brigard en su relato para

PAN de 1936: "[Las manos del Jetón Ferro] han labrado la roca,

triturado la piedra, machacado el concreto; han poblado los antes

áridos flancos y orillas de eucaliptus, de sauces y de pinos" (No 8).

Aparte de El Santuario, la otra isla subsistente hoy día es Villeta,

en la orilla raquirense, que es una sola arboleda de eucaliptus rodea­

da de juncos y comunicada por canales entre los juncales, con el

continente y con la laguna. El impacto humano sobre las islas, ade­

más de hacerlas desaparecer como tales, ha afectado principalmente

su vegetación, debido a la siembra de cultivos, la extracción de leña

y madera, y la extracción de materiales para los terraplenes del fe­

rrocarril y las carreteras, como en el caso de la isla de la estación de

Susa que fue utilizada para construir el terraplén del ferrocarril jun­

to con materiales provenientes de Punta de Cruz. Del mismo modo

la Isla Grande de Simijaca y la isla Colorada en San Miguel fueron

utilizadas en 1950 para la construcción del terraplén de la carretera

de Simijaca a San Miguel, culminada en 19 53.

E n términos generales en la región pueden verse las canteras en las lomas, por donde se construyeron las carreteras de Capellanía a San Miguel en los años 60 y la vía San Miguel-El Recodo en los 70. No obstante, tanto las actuales como las desaparecidas islas de la región de Fúquene ofrecen oportunidades para restaurar su vege­tación nativa en condiciones controladas, ello debido a su relativo aislamiento.

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Peces, plantas acuáticas y juncos

Sobre los peces se sabe que las especies nativas de la laguna eran el capitán y la guapucha, y que en 1957 ya había carpas. No ha de olvidarse la existencia, aunque menguada, de los cangrejos. Tanto el cangrejo como los dos primeros peces constituyeron alimentos con alto valor proteico para los indígenas por miles de años. Luego, para el campesinado, han sido un suplemento alimenticio especial­mente abundante en invierno.

Los dos peces utilizados por la gente de San Miguel, Ráquira y Guachetá fueron la guapucha y el capitán. Cuenta Querubín Pineda que el capitán es el mismo pescado lagunero negro, y agrega que con un canasto que se metía en los canales de Chibabá, se podían coger hasta dos arrobas en una noche. El capitán también se pesca­ba con mochilo que constaba de una vara de espino o sauce y una especie de bolsa tejida de pita. Los pescados comían lombriz. La preparación de tales pescados comenzaba metiéndolos en ceniza para que perdieran la baba, después se lavaban bien, se destripaban y se cocinaban en agua con cebolla, posteriormente se salaban y fritaban. La guapucha se fritaba y se comía revuelta con maíz tos­tado. El cangrejo se metía vivo a las brasas del fogón, con cuidado de no quemar las pinzas. Cuentan que "todavía queda cangrejo en la laguna y en el Chiguy entre las piedras, pero poco se ve hoy. El cangrejo se vendía, salía para Bogotá. Se hacía sopa de maíz con cangrejo molido".

Dice doña Rosario Rueda que en Hato Viejo no se compraba carne, pues en invierno abundaba el pescado. El capitán se sacaba con el irrel o mochilo. Se cogían hasta dos arrobas en una noche. Se destripaba y se colgaba en una cabuya con sal, luego se cocinaba.

La tilapia, nombre vulgar para el pez dorado, es de reciente in­troducción y forma parte importante de las pesquerías junto con la carpa. En la actualidad, una especie de carpa herbívora está siendo experimentada como medida para controlar la elodea. La entrada de la trucha tuvo lugar en los años 60 y medró en la laguna mientras el agua fue lo suficientemente clara y oxigenada. La sedimentación y la eutroficación la expulsaron y hoy subsiste en algunas quebradas.

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La elodea y el buchón se han convertido en verdaderas plagas. La excesiva fertilización de las aguas con la escorrentía de estiércol de vaca, los fertilizantes químicos y orgánicos, los plaguicidas y las aguas negras de Ubaté principalmente, pero también de otros pue­blos aledaños, han eutroflcado la laguna, facilitando la proliferación de plantas acuáticas que impiden o limitan seriamente la navega­ción. No sobra anotar que hoy día los pobladores más pobres del plan usan plantas acuáticas y juncos de la laguna como alimento para el ganado.

Los juncales y formaciones de tifa, pese a que abarcan áreas muy extensas, están secos y no sirven para ser aprovechados como mate­rial en la elaboración de esteras, juncos y otras artesanías, de acuer­do con el testimonio de los pobladores. Además, con la prohibición de las quemas, no se renuevan tan fácilmente. Otro problema para los junqueras o chorolos es la dificultad de navegación en la tem­porada de aguas bajas, circunstancia que imposibilita la extracción del junco y la tifa.

En palabras de Miguel Rodríguez, junquera o chorolo de El Ora­torio en la vereda San Cayetano de Ráquira, de las matas de junco se hacían colchones y las esteras se confeccionan con enea. Todo el año se coge junco, "pero el junco está escaso, la mayoría que se ve es basura, hay que sacar junco nuevo. Hace cincuenta años había mejor junco pues la laguna estaba más alta".

Miguel tiene una barqueta de eucaliptus a la que le caben cuatro manojos. El junco se corta y con él se forman atados o manojos. En un día se pueden coger diez atados y con uno se hacen dos juncos o esteras. Se saca por el vallado de La Puntita, se deja secar veinte días y después se trabaja en la elaboración del junco, la antigua cama campesina, una especie de colchón vegetal de color amarillo encendido. Nelson Sánchez (2004) quien habita en la vereda Sirigay de San Miguel, extrae del río Suárez junco, enea, florón, guaca (de flor amarilla) y yerba de rejo para darle de comer al ganado. Otras plantas del juncal son el suche y el rabo de cordero. Cuenta don Querubín Pineda (2004) que su hermano hacía una balsa con un manojo de junco amarrado con cabuya a un palo de flor de fique. Esta embarcación servía solamente para una persona.

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Fauna y cacería

A partir principalmente de la llegada del ferrocarril a la región, la fauna disminuyó y la cacería aumentó. Sin embargo, ya para esta épo­ca los grandes mamíferos como osos, tigres, venados y nutrias habían desaparecido o quedaban apenas algunos ejemplares. Caicedo Rojas (1884) refirió la existencia de nutrias (Lutra !ongicaudis) en la laguna:

( ... ) déjese deslizar suavemente por sobre las pequeñas ondas, como una golondrina que arrastra el pecho por el suelo, hasta llegar a los en­cantadores islotes que sacan la cabeza fuera de las ondas, y en cuyas rocas, habitadas por las nutrias, se estrellan las espumas con melancólico y acom­pasado son. (1945: 2)

Algunos años antes, en 1823, el viajero Gaspard Mollien también mencionó la presencia de nutrias en el río Moniquirá, al oriente de Fúquene (Mollien, 1944). Además es evidente la existencia pretérita de nutrias debido a la existencia de este topónimo para señalar al­gunas quebradas.

Cuenta don Jacinto Cárdenas (2004) que hasta hace unos cin­cuenta años sobrevivían todavía algunas nutrias en la quebrada Monroy, había una parda y una negra. En los juncales, los perros las rodeaban y la gente las mataba a palo. También apunta que el tinajo o borugo está acabado y que del zorro perruno queda apenas uno que otro. Ciertas historias narran que el venado se cazaba en Villa de Leyva hasta mediados de siglo y que la gracia era llevarlos hasta la plaza del pueblo. Según Pedro Arturo Sanabria en Cucunubá ha­bía venados en los años 30. Por estas razones la cacería se limita hoy día a algunos mamíferos pequeños y aves.

La caza de curíes se realizó hasta hace unos 1 O años, se quemaba el juncal y se mataban a palo. Según Pedro Gil también se cazaban con perros. Igualmente se efectuaban cacerías de armadillo, el cual se ha visto muy afectado por las quemas. El conejo, la comadreja, el fara y las ardillas se cazan ocasionalmente.

Según la tradición oral, en cuanto a las aves se cazaban el pato grande, el común, los cháncharos (de pico rojo que podían pesar de tres a cuatro libras y que se cocinaban con orégano y poleo), el

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pato turria, el pato chisgo (migratorio) y el pato chagualo. Otros

patos mencionados por Antonio Guachetá y por Jacinto Cárdenas

fueron el pato lagunero, el pico de oro (extinto), el tigre y el cucha­

ro. También formaban parte de las cacerías los guacos y la tingua de

pico rojo o gallineta, de la cual hay dos clases. Otras aves presentes

en la laguna son el chilaco, las chinas, las chinchillas, la monjita y

dos tipos de garza. Se dice que la isla del Chiguy es dormitorio de

muchas aves.

En la loma se cazaban la chircagua, la perdiz, la pichona, la gua­characa y la torcaza. Dice don Jacinto Cárdenas que las torcazas antes formaban nubes y que hoy no hay ni la mitad. De acuerdo con Querubín Pineda (2004), la gallineta ha aumentado mucho por la protección que le ofrece la vegetación de la laguna y la prohibición a su caza. También se colectaban los huevos de la gallineta, el cha­gualo y la caica, entre otros.

Sobre la propiedad de la laguna en los siglos XIX y XX

En este acápite la idea es mostrar de qué forma eventos de tipo

político y legal generaron procesos continuos de desecación de la

laguna de Fúquene, fundados en derechos derivados de actos admi­

nistrativos en la época Republicana.

En primer lugar debe señalarse cómo la amistad del libertador

Bolívar con José Ignacio o Pepe París jugó un papel fundamental

en el futuro de la laguna. Debido a tal vínculo, a don José Ignacio se

le entregó la laguna de Guatavita para desecada y extraer de allí sus

tesoros. Además, de acuerdo con Arboleda (1919: 109), en 1822 él

mismo señor París recibió un privilegio del gobierno de Colombia

para desecar la laguna de Fúquene, labor que por lo visto empren­

dió, pues el padre Mesanza cuenta que al menos desde 1835 "el

filántropo y progresista don José Ignacio París trabajaba con cuan­

tioso caudal( ... ) en la seca y saneamiento de los pantanos de Simi­

jaca, Susa y Chiquinquirá y en el desagüe de la laguna de Fúquene".

Boussingault, refiriéndose a estos intentos de desecación refirió que

como ya se habían hecho los demontes en Fúquene y que el lago ya

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no abandonaba con igual rapidez "los terrenos fértiles", con el fin de acelerar el proceso "trataban desde 1826 algunos especuladores de abrir un canal para desaguar el lago y secar enteramente el fondo del valle" (1991: 9).

No debe olvidarse que aparte de los citados privilegios, José Ig­nacio París fue arrendatario de la minas de esmeraldas de Muzo entre 1828 y 1848, período durante el cual se volvió uno de los hombres más ricos de Colombia, especialmente a partir de 1833, cuando modificó el método de explotación, pasando del sistema indígena de socavones a la minería de cielo abierto. Este inmenso capital permitió que Pepe París continuara las labores de desecación y que su hijo, Enrique París, desde 1848 emprendiera la más grande especulación sobre la laguna y sus terrenos aledaños.

Ahora bien, en 1847, por servicios militares prestados a la na­ción durante las guerras de Independencia, les fueron concedidas a los generales Joaquín París y Francisco Urdaneta, y a los coroneles Emigdio Briceño y Francisco Barriga, 7.680 fanegadas de tierras baldías de la laguna de Fúquene. Retomando el sueño de su padre, Enrique París les compró dichos terrenos. El 14 de Marzo de 1856 se le escrituraron al señor París, como cesionario de los derechos de los citados generales y coroneles, en la Notaría Primera de Bogotá, 3.840 has o 6.280 fanegadas de tierras baldías "en el ámbito que ocupan las aguas de la laguna de Fúquene ( ... ) por cuanto según el plano presentado, a este número de fanegadas asciende la esten­ción (sic) de la citada laguna", de acuerdo con resolución del poder ejecutivo del 14 de julio de 1847. Cada fanegada se les había adju­dicado a los generales por un valor de 80 centavos. La empresa de desecación de Enrique París, aunque estuvo basada principalmente en la construcción del canal París, también avanzó en la formación de potreros mediante vallados y zanjas en diversas partes del terri­torio adquirido.

En 1864, año de su muerte en Chiquinquirá, su viuda e hijos he­redaron muchas tierras que vendieron o entregaron para pagar deu­das, entre ellas la hacienda Aposentos de Simijaca cedida a Pedro Uribe Arango para pagar una hipoteca. Pero el grueso de la he­rencia fue vendida en 1872 a José María Saravia Ferro, quien junto

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con otros capitalistas y terratenientes conformaron la Compañía Fúquene para desaguar la laguna, objetivo que no lograron. En su época, Hettner (1884) señaló que parte de las utilidades de la mina de plomo de Moniquirá fueron invertidas por Saravia Ferro en la empresa de desecación. En 1874 se emprendió la obra del túnel de San Miguel en El Hatico, la cual fracasó. A la muerte de Saravia Ferro, su mujer le vendió la laguna y sus tierras aledañas a Aurelio París, hijo de Mariano París, hermano de José Ignacio. Para 1915 otra empresa intentó construir el túnel que desaguaría a Fúquene y fracasó otra vez.

Es interesante calcular las dimensiones de la especulación que in­tentó Enrique París, la cual puede vislumbrarse en la siguiente lista de propiedades que heredaron su viuda e hijos, y que posteriormen­te fueron adquiridas por José María Saravia Ferro.

1. El Juncal, que compró Enrique París a Eugenio Espinosa en 1855, y que lindaba con Aposentos, Hato Chico, el río Simijaca, el río Suárez y el vallado Maestro.

2. Un pedazo de Aposentos de Simijaca y Táquira que compró Enrique París a Francisco Montoya en 1855, que lindaba con el vallado Maestro, el río Suárez, Aposentos, La Ramada y las tierras de los indígenas de Susa.

3. Tres globos de tierra llamados Ausentes, en Susa, que compró en 1856, 1858 u 1859, en la zona del río Nuevo y del río Viejo de Susa, tierras de indígenas y el río Grande o Suárez.

4. Paicón o Chinzaque, que tuvo Enrique París como herencia de su padre José Ignacio París, quien a su vez la compró al padre franciscano Fray José Antonio Chávez en 1831. Lindaba con la laguna de Fúquene, tierras de indígenas de Fúquene, el río Chinzaque, las tierras de Capellanía, los Cerritos, el Cerro de la Porquera al lado de la laguna, el Cerro del Santuario, el Cerro La Punta y otros accidentes como cercas y corrales de piedra.

S. Un globo de tierra formado por dos contiguos llamados Hato Viejo y Pantano de Azucenas el uno, y Vueltagrande el otro,

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en Guachetá, comprados a Ignacio Neira por Enrique París en 1863, El primer globo iba de la laguna de Fúquene y el vallado de La Punta a salir al Cerrito, y por las cimas de los cerros al boquerón del Rincón, de ahí a la quebrada El Paso, seguía a la cima del Cerro del Santuario, a las tierras y resguardo de Gacha, El segundo globo iba de la laguna de Fúquene al río Ubaté y las tierras de Gacha.

6. Peralta en Tinjacá, comprado por París a Francisco Varela en 1863. Iba de la punta del cerro llamado El Toche al cerro de los padres de La Candelaria, lindando con tierras de José María, Andrés María e Irene Salazar.

7. Recodo, Corral Falso y Chibabá en Tinjacá, comprados por Pa­rís a la familia Salazar en 1860. Desde el vallado que divide la Yegüera y El Recodo al río Suárez, de aquí a la laguna de Fúque­ne hasta el vallado que divide los terrenos de Chupaderos de los Salazar, al medio del Cerro Gordo y de aquí a La Punta Sirigay, "en cuya punta entra la loma a tocar con la laguna" y al vallado del Recodo.

8. La Yegüera en Tinjacá comprada por París a Jesús Quiñónez en 1860. Iba de linderos con El Recodo al río de La Balsa (Suárez), aguas abajo a la laguna El Letrado, lindando con La Bolsa hasta llegar a la peña.

9. La Bolsa y Potreritos en Tinjacá, compradas a Jesús Quiñónez en 1860. Del Cerro de La Bolsa al vallado del Buitrón, ésta aba­jo lindando con Las Delicias y el vallado del Chuscal.

10. La superficie de la laguna de Fúquene y sus juncales, adjudicada como baldíos al señor París por el gobierno nacional en 1856. Algunos puntos limítrofes y fincas colindantes son: de la boca de la laguna al Cerro de Punta de Cruz, "por toda la orilla o cepa del junco cerrado y compacto por el lado del agua", a los cerros del Ojo de Agua,Joba, Petaca y Peñón, una piedra clava­da que lindera con la hacienda de Guatancuy y con la laguna " y son tierras de los Martínez y Laurean o Briceño", la boca del río Ubaté en la laguna, tierras de Ignacio Neira Acevedo, Do-

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lores Neira Acevedo, Segundo Mariño, río Guachetá, quebrada Monroy o los Llanitos, hacienda Gachetá, tierras de Francisco Sierra y Joaquín Neira, límites de la hacienda de San Cayetano en la laguna, las islas de Aguilar, Cerro Gordo y Chiguy, y tierras de Quintoque, Chupaderos, tierras de Corral Falso, Peralta, Chibabá y E l Recodo y el desaguadero del río Suárez, punto de partida.

Como si fuera poco, Enrique París se cuidó de comprar derechos sobre las tierras aledañas a la laguna, con el objeto de asegurar que al desecar la misma, labor en que estaba empeñado desde antes que se la adjudicaran en 1856, tuviera derechos sobre todo o casi todo su contorno territorial. De esta forma sus herederos tambien ven­dieron derechos sobre la tercera parte de los siguientes predios que negoció Enrique Paris en 1855:

1. Una tercera porción de la parte pantanosa o inundada de la antigua hacienda de Guatancuy, desde la Isla Grande de la Ca­pellanía hasta una piedra en el río Ubaté enfrente del Cerro de Tagua, en Guachetá, terrenos estos anegados de las familias Briceño, Galeano, Chacón y Castilblanco.

2. Una tercera parte de los pantanos de El Triángulo y El Noville­ro en Simijaca, contra el río Suárez.

3. Una tercera parte del terreno pantanoso llamado El Santuario, dentro de la hacienda Hato Chico, del señor Blas Ángel. Se nombra un cerrito del Santuario.

4. Una tercera parte del terreno pantanoso de la hacienda Hato Grande, en Sirnijaca y Chiquinquirá, entre el río del Desaguade­ro (Suárez) y el río Simijaca, y las haciendas Hato Chico, Hato de Susa y El Fiscal. Se nombra la Punta de Abrego como un lindero.

5. Una tercera parte de Matarredonda, de los señores Vicente, Ra­fael y Pedro Neira, al parecer en Simijaca.

6. La tercera parte del terreno pantanoso de La Vega de Francisco de Paula Bermúdez, en la zona de Isla Grande en Simijaca.

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7. La tercera parte del Pajonal, del señor Bermúdez Ferro, en la zona de Isla Grande en Sirnijaca.

8. Una tercera parte sobre dos terrenos entre la Yegüera y la la­guna El Letrado en Tinjacá, de la familia Salazar Páez, Andrés Aguiar y otros.

9. Una tercera parte de Chupaderos y Quintoque en Tinjacá de los Salazar Páez, Andrés Aguiar, Facundo Macharaviaya y las tierras de Peralta, Corral Falso y Chibabá.

10. Una tercera parte sobre los terrenos pantanosos de San Caye­tano y Quicagota de propiedad de Joaquín Neira, del vallado de deslinde de Quintoque y San Cayetano hasta la laguna, a la Punta de Rusba "frente a la islita de ese nombre", a la loma de Ubasá.

11. Una tercera parte del terreno pantanoso perteneciente a la an­

tigua hacienda de Gachetá "que fue del extinguido convento de

La Candelaria", situada entre la quebrada Monroy, la laguna y la

quebrada de Gachetá o Miñá.

12. Una tercera parte de un terreno anegado de Segundo Mariño

entre el río Gachetá, la laguna y tierras de Dolores Neira, en

Guachetá.

13. Una tercera parte de los terrenos pantanosos de Dolores Neira,

esposa de Antonio Vinagre, en Guachetá.

14. Una tercera parte de los terrenos pantanosos del potrero de La

Boyera, de José Ignacio Neira.

15. Por último, transfierieron en propiedad a Saravia Ferro el pri­

vilegio otorgado por el gobierno de Boyacá a Enrique París

en 1859, para la canalización y navegación del río La Balsa. El

precio de venta de estas tres séptimas partes de las tierras y de­

rechos de Enrique París en el río Suárez, la laguna y su valle fue de 22.428 pesos fuertes o de ley.

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Como puede verse, el intento especulativo de los París tuvo gran­des dimensiones y los frutos los vieron no sus descendientes, sino los actuales hacendados. El 26 de julio de 1927 ante el Notario Tercero de Bogotá, la señora Mercedes París de Esguerra, hija de Aurelio París vendió a Francisco Laserna, Laureano Danilo Parra, Félix Salazar y Manuel Mejía, diversos bienes inmuebles que in­cluían buena parte de las veredas de Sirigay y Hato Viejo, así como parte de Quintoque entre el río Suárez y la Serranía de San Miguel, abarcando La Balsa, Paicaguita, Chibabá, Corral Falso, Peralta, La Yegüera, Potreritos y la laguna de Fúquene. El precio de venta de tierras, juncales, cerros y lagunas fue de 120.000 pesos. Los cuatro compradores adquirieron a cuartas partes. En 1930 Manuel Mejía vendió su cuarta parte a Félix Salazar. En 1932 Francisco Laserna compró los derechos a Danilo Parra por remate efectuado en Chi­quinquirá.

Se tiene entonces que Félix Salazar y Francisco Laserna eran due­ños de la laguna más las tierras inundables en su sector norte y el río Suárez. Pero en 1954 murió Francisco Laserna y su propiedad fue dividida en 6 partes, la mitad para su cónyuge supérstite y la otra mi­tad para sus hijos. (CAR, s.f., Comité de Expertos). La tradición de la propiedad sobre la laguna como tal continúa hasta la actualidad.

En el año 2002, el Incora emitió la Resolución N° 0329 del 19 de junio, mediante la cual intentó clarificar la propiedad en la laguna de Fúquene. Recibió 52 recursos de reposición. En el 2004 el Inco­der emitió una nueva Resolución, la 081 del 12 de junio; en sus 88 páginas delimitó las aguas y juncales de la nación y las tierras de los particulares, fundándose en una norma de 1905 que estableció que lo terrenos inundados en Colombia, 1 O años antes de esta fecha, pertenecían a la nación.

Todavía hay personas que alegan derechos sobre la laguna y la in­cluyen en su declaración de renta pues, como se hizo notar, persiste una tradición continua de propiedad sobre Fúquene, desde 1847 hasta la Resolución del Incoder. En esta retrospectiva puede apre­ciarse entonces cómo una amistad entre dos personajes de la talla de Bolívar y José Ignacio París, el capital acumulado por la explotación de las minas de Muzo durante 20 años y los actos administrativos

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de 1847 y 1856, le quitaron a la nación la laguna de Fúquene, lo que justificó desde el punto de vista politico y legal, todos los empeños por desecada y las consecuentes transformaciones del paisaje.

Conclusiones

Este documento intentó bosquejar los principales cambios en los paisajes de la región de la laguna de Fúquene, a partir de la identifi­cación de hitos de cambio, conceptualizados como eventos claves que incidieron en la trasformación del entorno, los usos de la tierra y sus recursos. Algunos hitos se encuentran ligados a la expedicion de leyes y decisiones sobre la propiedad como la adjudicación de baldíos, la disolución de resguardos, la extinción de bienes de ma­nos muertas y las normas laborales que definieron los derechos a prestaciones de los trabajadores. Así mismo, la construcción de las carreteras y el ferrocarril marcó grandes transformaciones en los sistemas de producción y el acceso a recursos.

Un segundo elemento para la comprensión de esos cambios, in­cluyendo paisajes y especies, tiene que ver con los procesos de con­formación, expansión y disolución del régimen de las haciendas, íntimamente ligadas a las fincas o estancias de los campesinos de las lomas y montañas, quienes pasaron de ser dueños de resguardos a vivir como concertados en las haciendas, en calidad de arrendata­rios y, por último, terminaron siendo dueños de pequeñas fincas en el plan y en las lomas, debido a las parcelaciones efectuadas durante las décadas del 40 y 50 del siglo pasado.

A estos dos elementos deben sumarse los intentos de desecación, la destrucción de los bosques nativos y la introducción del eucalip­tus y el kikuyo, especies dominantes en el paisaje actual junto con las acacias y pinos, y casi ausentes en los años 30. Con relación a esto último se observa la sustitución de especies nativas por exóticas y la pérdida de riqueza en las especies objeto de cacería y pesca.

La historia ambiental puede servir para explicar por qué, cuándo y cómo se trasformaron los paisajes como resultado de la activi­dad humana y su forma particular de ver la tierra y sus recursos.

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Los peculiares paisajes culturales resultantes de las intervenciones del hombre sobre su medio natural a lo largo del tiempo, pueden permitir si no preveer el futuro, al menos develar las tendencias de cambio actual.

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Clasificación y estado actual de los hábitats de humedal de las lagunas de Fúquene, Cucunubá y Palacio:

--Implicaciones para su manejo

Lorena Franco Vidal, Alberto Villa y Armando Sarmiento

Introducción

La cordillera de los Andes tiene un paisaje rico en humedales de diferente tipo, desde lagunas de gran extensión hasta turberas y pequeñas formaciones de vegetación palustre. Estos ecosistemas albergan una gran riqueza biológica y proporcionan diversidad de bienes y funciones socio económicas. A pesar de su importancia en­frentan procesos de degradación que han llevado a la pérdida total en unos casos y en otros, a la disminución drástica de su integridad ecológica. El efecto sinérgico de las perturbaciones naturales y las intervenciones humanas se traduce en una composición de espe­cies, arreglos espaciales particulares y dinámicas que no son propias de los ecosistemas sujetos a fenómenos naturales. Por esta razón su manejo no puede generalizarse y depende del conocimiento de las nuevas estructuras y maneras de funcionar que crean situacio­nes indeseables en lo biológico y social. Por ende, un primer paso para la gestión ambiental de los ecosistemas acuáticos es conocer su estructura y dinámica y lograr relacionarlas con intervenciones humanas particulares y perturbaciones naturales.

Con el objetivo de conocer el estado actual, en extensión y estruc­tura de hábitat (sensu Cowardin et al., 1979 y Cowardin et al., 1995) de los humedales del valle de Ubaté y efectuar un acercamiento

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