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  • Clacso, 2009 Muela del Diablo Editores, 2009 Comuna, 2009 IAEN, 2015 traficantes de sueos, 2015Licencia Creative Commons: Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0)

    Primera edicin: 1000 ejemplares, abril de 2015Ttulo: Forma valor y forma comunidadAutor: lvaro Garca LineraMaquetacin y diseo de cubierta: Traficantes de Sueos [[email protected]]

    Direccin de coleccin: Carlos Prieto del Campo y David Gmez Hernndez

    Edicin:IAEN-INstItuto dE Altos EstudIos NAcIoNAlEs dEl EcuAdorAv. Amazonas N37-271 y Villalengua esq.Edificio administrativo, 5to. piso. Quito - EcuadorTelf: (593) 2 382 9900, ext. [email protected]

    Traficantes de SueosC/ Duque de Alba, 13, C.P. 28012 Madrid. Tlf: 915320928. [e-mail:[email protected]]

    Impresin:Cofs artes grficas

    ISBN: 978-84-943111-7-8Depsito legal: M-12819-2015

    mailto:[email protected]]http://www.iaen.edu.ecmailto:[email protected]:e-mail:[email protected]]
  • prcticas c nstituyentes0

    traficantes de sueos

    FORMA VALOR Y

    FORMA COMUNIDAD

    APROXIMACIN TERICA-ABSTRACTA A LOS FUNDAMENTOS CIVILIZATORIOS QUE

    PRECEDEN AL AYLLU UNIVERSAL

    LVARO GARCA LINERAQHANANCHIRI

  • NDICE

    Introduccin a la edicin de 2015. Estado, democracia y socialismo 9

    Introduccin a la edicin de 2009 35

    Palabras preliminares 41

    A manera de introduccin 43

    I. La determinacin social-natural de toda forma de produccin. Valor de uso y su determinacin social 61

    II. La construccin lgico-histrica de la racionalidad mercantil-capitalista. La forma civilizatoria del valor mercantil 71A. La forma mercanca del producto del trabajo 71

    III. La produccin del modo capitalista de produccin. La forma social del trabajo que engendra la mercanca como forma general del producto del trabajo 115A. El proceso de trabajo 115B. La forma social del trabajo en el capitalismo 120C. Subsuncin formal y subsuncin real

    del proceso de trabajo al capital 138

    IV. El ncleo fundante del desarrollo capitalista: subsuncin formal ysubsuncin real de las fuerzas productivas objetivas, asociativas, subjetivas e intelectivas del ser humano bajo el capital 153A. Maquinaria y tiempo libre 157B. De cmo el capital se convierte as en una cualidad

    altamente misteriosa 173

  • V. Consideraciones sobre la nacin a partir de la forma del valor 207

    VI. La forma comunidad del proceso de produccin: formas comunales que han precedido al rgimen del capital: algunasdeterminaciones de forma y contenido tcnico-organizativo 231A. Marx y las formas comunales 231B. Caractersticas tcnico-organizativas generales de

    las formas comunales. Aproximacin conceptual 248C. Recubrimiento de la forma social comunal sobre la forma

    material del proceso de trabajo inmediato 289D. Formacin secundaria de la sociedad: el desarrollo y consolidacin

    de la propiedad privada de las condiciones de produccin 333

  • 9

    LA OBRA INTELECTUAL de Nicos Poulantzas est marcada por lo que podra-mos denominar como una trgica paradoja. l fue un marxista que pens su poca desde la perspectiva de la revolucin, en un momento en el que los procesos revolucionarios se clausuraban o haban derivado en la restau-racin anmala de un capitalismo estatalizado. Sin duda, fue un marxista heterodoxo brillante y audaz en sus aportes sobre el camino hacia el socialismo, en un tiempo en el que justamente el horizonte socialista se derrumbaba como smbolo y perspectiva movilizadora de los pueblos.

    Me gustara detenerme en dos conceptos claves e interconectados del marxismo poulantziano, que nos permiten pensar y actuar en el presente: el Estado como relacin social, y la va democrtica al socialismo.

    Estado y principio de incompletitud gdeliana

    En relacin al primer punto (el Estado como relacin social), no cabe duda de que uno de los principales aportes del socilogo marxista francs, es su propuesta de estudiar al Estado como una condensacin material de rela-ciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases1. Pues claro, acaso no se elige al poder ejecutivo y legislativo con los votos de la mayora de la poblacin, de las clases dominantes y dominadas? Y aunque, por lo gene-ral, los sectores populares eligen por sufragio a representantes de las lites

    * Conferencia dictada por el Vicepresidente lvaro Garca Linera, en la Universidad de la Sorbona de Pars, en el marco del Coloquio Internacional dedicado a la obra de Nicos Poulantzas: un marxismo para el siglo xxi, realizado el 16 de enero de 2015. 1 Precisando algunas de mis formulaciones anteriores, dir que el Estado, capitalista en este caso, no debe ser considerado como una entidad intrnseca, sino al igual que sucede, por lo dems, con el capital como una relacin, ms exactamente como la condensacin material de una relacin de fuerzas entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa, siempre de forma especfica, en el seno del Estado. [] el Estado, como sucede con todo dispositivo de poder, es la conden-sacin material de una relacin, Nicos Poulantzas, Estado, poder y socialismo, Mxico df, Siglo xxi, 2005, pp. 154 y 175.

    INTRODUCCIN A LA EDICIN DE 2015

    ESTADO, DEMOCRACIA Y SOCIALISMO*

  • 10 | Forma valor y forma comunidad

    dominantes, acaso los elegidos no adquieren compromisos respecto a sus electores? Acaso no existen tolerancias morales aceptadas por los votantes, que marcan los lmites de accin de los gobernantes y cuyas transgresiones generan migraciones hacia otros candidatos o hacia movilizaciones sociales?

    Cierto marxismo de ctedra sostena que los sectores populares vivan perpetuamente engaados por el efecto de la ilusin ideolgica orga-nizada por las clases dominantes, o que el peso de la tradicin de la dominacin era tan fuerte en los cuerpos de las clases populares, que ellas solo podan reproducir voluntaria e inconscientemente su dominacin. Definitivamente esto no es cierto. Pensar lo primero deriva inevitablemente en la suposicin de que las clases populares son tontas a lo largo de toda su vida e historia; entonces, casi por definicin, lo que constituye al menos una forma de biologizar la dominacin, clausura cualquier posibilidad de emancipacin. Por otra parte, la tradicin tampoco es omnipresente, pues de serlo, las nuevas generaciones solamente deberan replicar lo hecho por las anteriores, y por consiguiente la historia sera una perpetua repeti-cin del inicio de la historia. En ese caso, cmo podramos entender, por ejemplo, el que hoy vivamos en ciudades, a diferencia de nuestros ante-pasados, que vivan en cuevas? El sobredimensionamiento de la tradicin es incorrecto, ya que aunque sin duda ella impregna y gua todas nuestras actitudes y posibilidades, nunca clausura las opciones nuevas que pueden aflorar. El papel de la tradicin en la historia se puede entender perfecta-mente haciendo referencia al Teorema de Incompletitud gdeliano2, de la siguiente manera: si as como demuestra Gdel en los sistemas formales de la aritmtica, suponiendo un conjunto de axiomas no contradictorios,

    2 Vase Kurt Gdel, Sobre sentencias formalmente indecidibles de Principia Mathematica y sistemas afines, en Obras completas, Madrid, Alianza, 2006, p. 54, Como es bien sabido, el progreso de la matemtica hacia una exactitud cada vez mayor ha llevado a la formalizacin de amplias partes de ella, de tal modo que las deducciones pueden llevarse a cabo segn unas pocas reglas mecnicas [...]. Resulta por tanto natural la conjetura de que estos axio-mas y reglas basten para decidir todas las cuestiones matemticas que pueden ser formuladas en dichos sistemas. En lo que sigue se muestra que esto no es as, sino que, por el contrario, en ambos sistemas hay problemas relativamente simples de la teora de los nmeros natura-les que no pueden ser decididos con sus axiomas (y reglas). De manera ms simple, explica Hehner, El punto importante del resultado de Gdel no es la existencia de enunciados verdaderos, pero indemostrables; lo importante es que es fcil disear una teora incompleta en la que algunas de las sentencias imposibles de demos-trar pretendan representar verdades. El resultado de Gdel dice que no hay un formalismo que describe completamente todos los formalismos (incluido l mismo). Pero es igualmente cierto que cada formalismo es completamente descriptible por otro formalismo []. El Primer Teorema de Incompletitud de Gdel dice que una teora particular, si es consis-tente, es incompleta []. Cuando se descubre que una sentencia no es ni un teorema ni antiteorema, puede ser uno o el otro, a nuestra eleccin, mediante la adicin de un axioma. El Segundo Teorema de Incompletitud de Gdel dice que este proceso de adicin de axio-mas no puede hacer a la teora completa (y seguir siendo consistente). Cuando se aade un axioma a una teora, se obtiene una teora diferente, Eric Hehner, Embelleciendo a Gdel, Universidad de Toronto, 1990, pp. 8 y 10.

  • Introduccin a la edicin de 2015 | 11

    existen enunciados que no pueden demostrarse ni refutarse a partir de esos axiomas; en el abanico de infinitas posibles acciones humanas emergentes de las condiciones previas de las personas (de la tradicin), hay opciones humanas y posibilidades histricas que no dependen ni derivan directa-mente de esa tradicin. Y eso es lo que permite explicar el hecho de que la sociedad se transforma permanentemente a s misma a pesar del peso histrico de las relaciones de dominacin. La tradicin de las relaciones de dominacin que guan el comportamiento de las nuevas generaciones, dominantes y dominadas, a reproducir incesantemente esas relaciones de dominacin, tienen espacios (enunciados) que no se derivan de esa dominacin, que no reproducen la dominacin. Se trata de espacios de incertidumbre, de grietas intersticiales que escapan a la reproduccin de la dominacin y por los cuales emergen las esperanzas, los enunciados portadores de un nuevo orden social que pueden afectar al resto de los enunciados y axiomas (la tradicin de la dominacin), hasta transfor-marlos por completo. Se trata de lo que podramos denominar el principio de incompletitud histrica, que deja abierta la posibilidad de la innova-cin, la ruptura y el quiebre, o, en otras palabras, de las revoluciones.

    Entonces, queda claro que ni las clases populares son tontas ni la rea-lidad es nicamente una ilusin, y tampoco la tradicin es omnipresente. En medio de engaos, imposturas y herencias de dominacin asumidas, la gente del pueblo tambin opta, escoge, aprende, conoce, decide y, por ello, elige a unos gobernantes y a otros no; reafirma su confianza o revoca sus esperanzas. Y as, en esta mezcla de dominacin heredada y de accin decidida, los sectores populares constituyen los poderes pblicos, forman parte de la trama histrica de las relaciones de fuerzas de esos poderes pblicos, y cuando sienten que son burlados, se indignan, se asocian con otros indignados, y si ven oportunidad de eficacia, se movilizan; adems, si su accin logra condensarse en la esperanza colectiva de un porvenir distinto, transforman sus condiciones de existencia.

    Estas movilizaciones muchas veces se disuelven ante la primera adver-sidad o el primer logro; otras veces se expanden, generan adhesiones, se irradian a los medios de comunicacin y generan opinin pblica; mien-tras que en ciertas ocasiones, dan lugar a un nuevo sentido comn. Y cuando esas demandas logran materializarse en acuerdos, leyes, presupues-tos, inversiones, reglamentos, se vuelven materia de Estado.

    Justamente esto es el Estado: una cotidiana trama social entre gober-nantes y gobernados, en la que todos, con distintos niveles de influencia, eficacia y decisin, intervienen en torno a la definicin de lo pblico, lo comn, lo colectivo y lo universal.

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    Ya sea como un continuo proceso de monopolizacin de la coercin, de monopolizacin del uso de los tributos, de monopolizacin de los bienes comunes, de monopolizacin de los universales dominantes, de monopo-lizacin de la redaccin y gestin de la ley que abarcar a todos; o como institucin de derechos (a la educacin, a la salud, a la seguridad, al tra-bajo y a la identidad), el Estado que es precisamente todo lo anterior en proceso es un flujo, una trama fluida de relaciones, luchas, conquistas, asedios, seducciones, smbolos, discursos que disputan bienes, smbolos, recursos y su gestin monoplica. El Estado definitivamente es un proceso, un conglomerado de relaciones sociales que se institucionalizan, se regula-rizan y se estabilizan (por eso Estado, que tiene que ver con estabilidad), pero con la siguiente particularidad: se trata de relaciones y procesos sociales que institucionalizan relaciones de dominacin poltico-econmica-cultu-ral-simblica para la dominacin poltico-econmica-cultural-simblica. El Estado es en casos una institucin, una mquina de procedimientos, pero esa mquina de procedimientos, esa materialidad son relaciones, flu-jos de luchas cosificados que objetivizan la cualidad de las relaciones de fuerza de esos flujos y luchas sociales.

    La sociedad, el Estado y sus instituciones son como la geografa apaci-ble de una campia. Parecen estticas, fijas, inamovibles. Pero eso solo es la superficie; por debajo de esa geografa hay intensos y candentes flujos de lava que circulan de un lugar a otro, que se sobreponen unos frente a otros y que van modificando desde abajo la propia topografa. Y cuando vemos la historia geolgica, con fases de duracin de millones de aos, vemos que esa superficie fue trabajada, fue fruto de corrientes de lava gnea que brotaron sobre la superficie arrasando a su paso toda la anterior fisonoma, creando en su flujo, montaas, valles, precipicios; que con el tiempo, se solidificaron dando lugar a la actual geografa. Las instituciones son igual que la geografa: solidificaciones temporales de luchas, de correlaciones de fuerza entre distintos sectores sociales, y de un estado de esa correlacin de fuerza que, con el tiempo, se enfran y petrifican como norma, institucin, procedimiento. En el fondo, las instituciones nacen de luchas pasadas y con el tiempo olvidadas y petrificadas; en s mismas son luchas objetiva-das, pero adems, sirven a esas luchas, expresan la correlacin de fuerzas dominante de esas luchas pasadas y que ahora, con el olvido funcionan como estructuras de dominacin sin aparecer como tales estructuras de dominacin. Se trata de una doble eficacia de dominacin: son fruto de la dominacin para la dominacin; pero dominan, con el tiempo, sin apare-cer como tales estructuras de dominacin.

  • Introduccin a la edicin de 2015 | 13

    El Estado como proceso paradojal: materia e idea, monopolizacin y universalizacin

    Por lo tanto, el Estado es un conglomerado de instituciones paradojales. En primer lugar, representa relaciones materiales e ideales; en segundo lugar, es un proceso de monopolizacin y de universalizacin. Y en esta relacin paradojal es donde anida el secreto y el misterio efectivo de la relacin de dominacin.

    Decimos que el Estado es materia, porque cotidianamente se presenta ante el conjunto de las y los ciudadanos como instituciones en las que se realizan trmites o certificados, como leyes que deben ser cumplidas a riesgo de sufrir sanciones, y como procedimientos a seguir para alcanzar reconocimientos o certificaciones, por ejemplo, educativas, laborales, terri-toriales, etc. Adems, el Estado materialmente se presenta tambin como tribunales, crceles que recuerdan el destino del incumplimiento de la lega-lidad, ministerios donde se hacen llegar los reclamos y se exigen derechos, etc. Pero por otra parte, el Estado asimismo es idea y smbolo. De hecho, es ms idea y smbolo que materia, y es el nico lugar del mundo donde la idea antecede a la materia porque la idea-fuerza, la propuesta social, el proyecto de gobierno, la enunciacin discursiva triunfante en la trama de discursos que define el campo social, devienen en materia estatal, en ley, decreto, presupuesto, gestin, ejecucin, etc.

    El Estado est constituido por un conjunto de saberes aprendidos sobre la historia, la cultura, las ciencias naturales o la literatura. Pero el Estado tambin representa las acreditaciones que validan las jerarquas militares, educativas o sociales detrs de las cuales organizamos nuestras vidas (sin saber bien de dnde vinieron); los miedos, las prohibiciones, los acatamientos respecto a lo socialmente correcto y lo socialmente punible; las aceptaciones a los monopo-lios reguladores de la civilidad; las tolerancias a la autoridad policial o civil; las resignaciones ante las normas que regulan los trmites, los derechos, las certi-ficaciones; los procedimientos legales, financieros o propietarios, aprendidos, asumidos y acatados; las sealizaciones entendidas sobre lo debido o indebido; la organizacin mental preparada para desenvolverse exitosamente en medio de todas esas sealizaciones sociales rutinarias; la cultura interiorizada por la escuela, por los rituales cvicos, por los reconocimientos instituidos y recono-cidos como tales; todo eso es el Estado. Y en ese sentido, se puede decir que significa una manera de conocer el mundo existente y de desenvolverse en ste tal como ha sido instituido; de saber traducir en accin posible los smbolos del orden dominante instituido y saber desenvolver las acciones individuales o colectivas, ya sea como obreros, campesinos, estudiantes o empresarios, segn esas cartas de navegacin social que estn inscritas en las oficinas, las escuelas, las universidades, el parlamento, los tribunales, los bancos, etctera.

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    El Estado es el constante proceso de estabilizacin de las relaciones exis-tentes (relaciones de dominacin) en los cuerpos y marcos de percepcin y de organizacin prctica del mundo de cada persona; es la constante formacin de las estructuras mentales con las que las personas entienden el mundo existente y con las cuales actan ante ese mundo percibido. Estado son, por tanto, las estructuras mentales, los esquemas simblicos, los sis-temas de interpretacin del mundo que hacen que cada individuo sea uno con capacidad de operar y desenvolverse en ese mundo, que claramente est jerarquizado pero que al haberse hecho esquema de interpretacin y accin posible en el cuerpo de cada persona, deja de ser visto como extrao y ms bien deviene como un mundo naturalizado por el pro-pio sistema de organizacin ideal del mundo objetivado en la mente y el cuerpo de cada individuo. Por lo tanto, el Estado es tambin un conjunto de ideas, saberes, procedimientos y esquemas de percepcin, que viabilizan la tolerancia de las estructuras de autoridad instituidas. En cierta medida, se podra decir que el Estado es la manera en que la realidad dominante escribe su gramtica de dominacin en el cuerpo y en la mente de cada persona, en el cuerpo colectivo de cada clase social; y a la vez representa los procedimientos de produccin simblica, discursiva y moral con los que cada persona y cada cuerpo colectivo se mira a s mismo y acta como cuerpo en el mundo. En ese sentido, se puede decir que el Estado es mate-ria y es idea: 50 % materia, 50 % idea.

    De la misma forma, en el otro eje de su dimensin paradojal, el Estado es un constante proceso de concentracin y monopolizacin de decisiones, y a la vez un proceso de univerzalizacin de funciones, conocimientos, derechos y posibilidades.

    El Estado es monopolio de la coercin (tal como lo estudi Weber3), pero tambin proceso de monopolizacin de los tributos (tal como fue estudiado por Norbert Elias4), de las certificaciones educativas, de las

    3 Una asociacin de dominacin debe llamarse asociacin poltica cuando y en la medida en que su existencia y la validez de sus ordenaciones, dentro de un mbito geogrfico deter-minado, estn garantizados de un modo continuo por la amenaza y aplicacin de la fuerza fsica por parte de su cuadro administrativo. Por Estado debe entenderse un instituto poltico de actividad continuada, cuando y en la medida en que su cuadro administrativo mantenga con xito la pretensin al monopolio legtimo de la coaccin fsica para el mantenimiento del orden vigente, Max Weber, Economa y sociedad. Esbozo de la sociologa comprensiva, Madrid, fce, 2002, pp. 43-44.4 Nadie ha inventado los impuestos o el monopolio fiscal. Ningn individuo concreto, o una serie de ellos, ha trabajado con un plan fijo con este objetivo a lo largo de los siglos en los cuales se fue constituyendo lentamente esta institucin. Los impuestos, como cual-quier otra institucin social, son un producto de la interaccin social. Como si se tratara de un paralelogramo de fuerzas, los impuestos nacen de la lucha de los diversos grupos e intereses sociales, hasta que, por ltimo, tarde o temprano aquel instrumento que se haba desarrollado en un forcejeo continuo de las relaciones sociales de fuerza, se van con-virtiendo en una organizacin o institucin consolidada, admitida por los interesados de

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    narrativas nacionales, de las ideas dominantes, es decir, de los esquemas de percepcin y accin mental con los que las personas entienden y actan en el mundo; en otras palabras, es proceso de monopolizacin del sentido comn, del orden simblico5, o siguiendo a Durkheim6, de los principios morales y lgicos con los que las personas son lo que son en el mundo. La monopolizacin constante de los saberes y procedimientos organizativos del orden social, es la principal cualidad visible del Estado. Se trata de una monopolizacin de los principios organizativos de la vida material y sim-blica de la sociedad.

    Sin embargo, no puede existir monopolio legtimo (cualidad prima-ria del Estado), sin socializacin o universalizacin de los procedimientos, saberes, conquistas, derechos e identidades. La alquimia social funciona de tal modo que la apropiacin de los recursos (coercin, tributos, saberes, etc.), solo puede funcionar mediante la comunitarizacin general de ellos. En cierta medida, el Estado es una forma de comunidad, ya sea territorial,

    modo consciente y hasta, si se quiere, planificado. De este modo, y en relacin con una transformacin paulatina de la sociedad y con una traslacin de las relaciones de fuerza, va cambiando tambin los suplementos ocasionales que recaudan los seores territoriales para una determinada campaa, o como dinero de rescate de los prisioneros o para la dote de los hijos convirtindose en tributos monetarios permanentes. A medida que va aumentando lentamente el sector monetario y mercantil en la sociedad de economa natural, al paso que, de una casa concreta de seores feudales surge lentamente una casa real que domina sobre un territorio ms amplio, la aide aux quatre cas feudal va convirtindose tambin en impuestos, Norbert Elias, El proceso de la civilizacin. Investigaciones sociogenticas y psico-genticas, Madrid, fce, 1987, p. 431. 5 Si tuviera que apuntar una definicin provisional de lo que llamamos Estado, dira que el sector del campo del poder, que podemos llamar campo administrativo o campo de la funcin pblica, el sector en el que se piensa sobre todo cuando se habla del Estado sin ms precisiones, se define por la posesin de la violencia fsica y simblica legtima. Hace ya varios aos rectifiqu la clebre definicin de Max Weber, que define el Estado como el monopolio de la violencia legtima, aadiendo una correccin monopolio de la violencia fsica y simblica; se podra decir igualmente monopolio de la violencia fsica y simblica legtima, en la medida en que el monopolio de la violencia simblica es la condicin de la posesin del ejercicio del monopolio de la violencia fsica. Lo que deseo es mostrar cmo se ha configurado esta especie de gran fetiche que es el Estado o, para emplear la metfora con la que podra explicarme, este banco central de capital simblico, esta especie de lugar donde se genera y garantiza todas las monedas fidu-ciarias que circulan por el mundo social y todas las realidades que podemos designar como fetiches, ya se trate de un ttulo escolar, de la cultura legtima, de la nacin, de la nocin de frontera o de la ortografa. Se trata pues, desde mi punto de vista, de estudiar la creacin de este creador y garante de fetiches por los que toda la nacin o parte de ella est dispuesta a morir, Pierre Bourdieu, Sobre el Estado, Barcelona, Anagrama, 2014, pp. 14 y 173.6 Pues si, en cualquier coyuntura, los hombres no se entendieran sobre estas ideas esencia-les, si no tuvieran una concepcin homognea del tiempo, del espacio, de la cantidad, de la cualidad, etctera, todo acuerdo entre las inteligencias se volvera imposible y, con ello toda vida comn. Adems las sociedades no pueden abandonar al arbitrio de los particulares sin abandonarse a s misma. Para poder vivir, no solo tienen necesidad de un conformismo moral suficiente; hay un mnimo de conformismo lgico del que tampoco puede prescindir. Por esta razn ejerce el peso de toda su autoridad sobre sus miembros para prevenir las disidencias, mile Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Madrid, Akal, 1982, pp. 15-16.

  • 16 | Forma valor y forma comunidad

    lingstica, educativa, histrica, mental, espiritual y econmica; no obs-tante, esa comunidad solamente puede constituirse en tanto se instituye para ser simultneamente usurpada y monopolizada por unos pocos. El Estado es un proceso histrico de construccin de lo comn, que ni bien est en pleno proceso de constitucin como comn, como univer-sal, simultneamente es monopolizado por algunos (los gobernantes); producindose precisamente un monopolio de lo comn. El Estado no representa un monopolio de los recursos privados, sino un monopolio de los recursos comunes, de los bienes comunes; y justamente en esta contra-diccin se encuentra la clave del Estado, es decir, de la dominacin social.

    El Estado solo puede producirse en la historia contempornea si pro-duce (como fruto de las luchas y de las relaciones sociales) bienes comunes, recursos pertenecientes a toda la sociedad, como la legalidad, la educacin, la proteccin, la historia cvica, los aportes econmicos para el cuidado de los dems, etc.; pero estos bienes comunes nicamente pueden reali-zarse si al mismo tiempo de producirse, tambin se inicia el proceso de su monopolizacin, su concentracin y su administracin por unos pocos que, al realizar esa monopolizacin, consagran la existencia misma de los bienes comunes. Ahora bien, no puede existir una dominacin impune. Ya que los bienes comunes son creados, permanentemente ampliados y demandados, pero solo existen si son a la vez monopolizados; todo ello no puede suceder como una simple y llana expropiacin privada; de hacerlo, entonces el Estado dejara de ser Estado y devendra en un patrimonio de clase o de casta, perdiendo legitimidad y siendo revocado.

    El Estado ser Estado, o en otros trminos, la condensacin de corre-lacin de fuerzas poulantziana devendr en una institucin duradera de dominacin (en Estado), solamente en la medida en que los monopoli-zadores de esos bienes comunes sean capaces de gestionar a su favor ese monopolio, hacindoles creer, entender y aceptar a los dems que esos bienes comunes monopolizados en su gestin, son bienes comunes que favorecen tambin al resto (a los creadores y partcipes de esos bienes comu-nes). All radica el secreto de la dominacin: en la creencia experimentada de una doble comunidad, monopolizada en su administracin por unos pocos, dejando por tanto de ser una comunidad real, para convertirse en lo que Marx llamaba una comunidad ilusoria7, pero comunidad al fin.

    7 [] por virtud de esta contradiccin entre el inters particular y el inters comn, cobra este ltimo, en cuanto Estado una forma propia e independiente, separada de los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo, una forma de comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vnculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribal, tales como la carne y la sangre, la lengua, la divisin del trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo, como ms tarde habremos de desarrollar, a base de los intereses de las clases [], Karl Marx y Friedrich Engels, Feuerbach. Oposicin entre las concepciones materialistas e idealistas, La ideologa alemana, en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas, Mosc, Editorial Progreso, 1974, vol. 1, cap. 1, p. 31.

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    La dominacin estatal es la correlacin de fuerzas sociales que instala en la vida cotidiana y en el mundo simblico de las personas, una doble comu-nidad ilusoria. Por una parte, la comunidad de los bienes comunes que da lugar a los bienes del Estado, a saber, los tributos comunes (es decir, la universalizacin de la tributacin), la educacin comn (es decir, la universalizacin de la educacin escolar y universitaria), los derechos de ciudadana (es decir, la universalizacin de los derechos jurdicos, sociales, polticos), las instituciones y las narrativas comunes (es decir, la univer-salidad de la comunidad nacional), los esquemas morales y lgicos de la organizacin del mundo (es decir, la universalizacin del sentido comn y el orden simblico de la sociedad). Nos referimos a bienes comunes construidos para todos (primera comunidad), pero que son organizados, propuestos y liderizados por unos pocos (primer monopolio); aunque a la vez, estos bienes comunes son repartidos y distribuidos para ser de todos los miembros del Estado (segunda comunidad), no obstante esa distribucin es al mismo tiempo gestionada y regulada por unos pocos para que solo ellos puedan usufructuar en mayor cantidad, con mayor facilidad, y con capacidad real de decisin y administracin, de ella (segundo monopolio).

    As, el Estado se presenta como un proceso de regulacin jerarquizada de los bienes comunes. nicamente podemos hablar de Estado (comuni-dad) cuando existen bienes comunes que involucran a toda la sociedad; pero esa comunidad solo puede gestionarse y usufructuarse de manera jerarquizada, y hasta cierto punto solamente si es expropiada por unos pocos (monopolio). De ah que Marx haga referencia al Estado adecua-damente como una comunidad ilusoria, pues el Estado es una relacin social de fuerzas de construccin de bienes comunes que son monopoliza-dos y usufructuados, en mejores condiciones, por unos pocos. All radica no solo la legitimidad del Estado, sino la legitimacin o la naturalizacin de la dominacin.

    A ello se debe la continua fascinacin hacia el Estado por parte de los distintos grupos sociales y especialmente de los proyectos emancipatorios de las clases plebeyas; en el fondo ah est la bsqueda de la comunidad. Pero tambin ah se encuentra la continua frustracin de los proyectos, mientras no sean capaces de superar lo ilusorio de esa comunidad, a saber, la monopolizacin de la gestin y produccin de la comunidad.

    El proceso social llamado Estado es un proceso de formacin de las hegemonas o bloques de clase; es decir, de la capacidad de un bloque his-trico de articular en su proyecto de sociedad, a las clases que no son parte dirigente de ese proyecto. Sin embargo, en la lucha por el poder del Estado siempre existe una dimensin emancipadora, un potencial comunitario que deber develarse al momento de la confrontacin con las relaciones de monopolizacin que anidan en el proyecto o voluntad estatal.

  • 18 | Forma valor y forma comunidad

    Del fetichismo de la mercanca, al fetichismo del Estado (forma dinero y forma Estado)

    Como se ve, el Estado no solo es una relacin contradictoria de fuerzas por la misma diversidad de fuerzas e intereses que se confrontan, sino que tambin es una relacin contradictoria por la lgica de su mismo funcionamiento; en ese sentido, es materia y es idea, es monopolio y es universalismo. Y en la dialctica sin fin de esas contradicciones radica tambin la clave de la conduccin de las contradicciones de clase que se anudan en la relacin Estado. Esa comunidad ilusoria (que es el Estado) es una contradiccin en s misma, pero una contradiccin que funciona, y que solo puede realizarse en la misma contradiccin como un proceso de construccin de Estado. Y esta magia paradojal solo puede funcionar a travs de la accin de toda la sociedad, con la participacin de todas las clases sociales, y para la propia accin y, generalmente, inaccin, de ellas.

    Para existir, el Estado debe representar a todos, pero solo puede cons-tituirse como tal, si lo hace como un monopolio de pocos; y a la vez, si quiere afianzar ese monopolio no puede menos que ampliar la preserva-cin de las cosas comunes, materiales, ideales o simblicas, de todos. En ese sentido, el Estado se asemeja en su funcionamiento al dinero. En tanto monopolio, el Estado no puede estar en manos de todos, al igual que el dinero, que siendo distinto a cualquier valor de uso o producto concreto del trabajo humano, no se parece en nada a ninguno de ellos, con los que se mide y se intercambia. Sin embargo, el Estado solo puede ser Estado si garantiza la universalidad, un ser ntimo comn a todos, un mnimo de bienes comunes para todos; lo mismo pasa con el dinero, que nicamente puede ser el equivalente general de todos los productos y garantizar la rea-lizacin social de los valores de uso (de las mercancas), debido a que tiene algo que es comn a cada uno de ellos independientemente de su utilidad: el trabajo humano abstracto (la universalidad del trabajo).

    El dinero puede cumplir una funcin social necesaria: ser el medio para el intercambio entre los productores, de sus respectivos productos de su trabajo, porque representa algo comn a todos esos productos: el trabajo humano abstracto. Igualmente, el Estado cumple una funcin social nece-saria: reunir y unificar a todos los miembros de una sociedad en torno a una comunidad territorial, porque gestiona los bienes comunes a todos ellos. Sin embargo, el dinero cumple su funcin nicamente sustituyendo el encuentro directo entre los productores, y apelando a una abstraccin comn de las cualidades concretas de los productos: el trabajo humano abstracto; al final, los productores que intercambian sus productos para satisfacer sus necesidades, lo hacen a partir de una abstraccin y no a partir de s mismos, ni tampoco por el control comn sobre los productos de

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    sus trabajos o por ser partcipes de una produccin directamente social. La relacin entre las personas est mediada por una abstraccin (el trabajo humano abstracto), que a la larga es la que dirige y la que se sobrepone a los propios productores directos, dominndolos. Esto significa que los seres humanos se encuentran dominados por su propia obra, y as, el trabajo humano abstracto (el valor de cambio) se convierte en una entidad alta-mente misteriosa8, que domina la vida de sus propios productores. Esto es lo que es el capitalismo en esencia.

    Este mismo proceso de mistificacin se presenta con el Estado. Existe la necesidad de la universalidad de las relaciones entre las personas, de la interdependencia y asociatividad en el terreno de la vida cotidiana, de los derechos, de la produccin, de la cultura entre los miembros de la sociedad; mas, hasta el presente, esa asociatividad y esa comunidad no se ha mate-rializado, de manera directa, como una libre asociacin de los propios productores (Marx), sino mediante la produccin monopolizada o la admi-nistracin monoplica de los bienes comunes (materiales e inmateriales), de los derechos sociales de las identidades y coerciones, por parte de un bloque de la sociedad que deviene en bloque dirigente y dominante. En el fondo, las hegemonas duraderas tambin son formas de estatalidad de la sociedad.

    La universalidad y la comunidad son una necesidad social, humana. Pero esa comunidad, desde la disolucin de la comunidad agraria ancestral, hasta nuestros das, solo se ha presentado bajo la forma de su administracin monoplica; es decir, bajo la forma de un bloque dirigente institucionali-zado como Estado. Y al igual que la abstraccin del dinero, esta relacin de universalizacin monopolizada, de bienes comunes monopolizados por pocos, llamada Estado, tambin ha devenido en una relacin-institucin superpuesta a la propia sociedad, que adquiere vida propia, no solo en la vida cotidiana de las personas, sino en la propia vida intelectual y poltica. En el fondo, el Estado-instrumento de las izquierdas del siglo xx es un efecto de esta fetichizacin de la relacin social concebida como cosa con vida propia.

    8 A primera vista, una mercanca parece ser una cosa trivial, de comprensin inmediata. Su anlisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafsicas y reticencias teolgicas. En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano. [...]. De dnde brota, entonces, el carcter enigmtico que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercanca? Obviamente, de esa forma misma [...]. Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carcter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que tambin refleja la relacin social que media entre los productores y el trabajo global, como una rela-cin social entre los objetos, existente al margen de los productores, K. Marx, El capital, vol. 1, tomo 1, Mxico df, Siglo xxi, 1987, pp. 87-88.

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    Pero, por qu las personas no pueden intercambiar directamente los pro-ductos de sus trabajos a partir de las cualidades concretas de stos, teniendo que apelar a la forma dinero que a la larga se autonomiza y domina a los propios productores? Esa es en el fondo la gran pregunta cuya respuesta atraviesa los tres tomos de El capital de Marx. Y esa pregunta es completa-mente isomorfa a la siguiente: por qu las personas no pueden construir una comunidad en sus quehaceres diarios, educativos, culturales, econmi-cos y convivenciales, tienen que hallarla en el proceso de monopolizacin de los bienes comunes, es decir, en el Estado?

    La forma dinero tiene pues la misma lgica constitutiva que la forma Estado, e histricamente ambas corren paralelas alimentndose mutua-mente. Tanto el dinero como el Estado, recrean mbitos de universalidad o espacios de socialidad humanas. En el caso del dinero, permite el intercam-bio de productos a escala universal, y con ello facilita la realizacin del valor de uso de los productos concretos del trabajo humano, que se plasma en el consumo (satisfaccin de necesidades) de otros seres humanos. No cabe duda que sta es una funcin de socialidad, de comunidad. Sin embargo, se la cumple a partir de una abstraccin de la accin concreta de los pro-ductores, validando y consagrando la separacin entre ellos, que concurren a sus actividades como productores privados. La funcin del dinero emerge de esta fragmentacin material de los productores-poseedores, la reafirma, se sobrepone a ellos y, a la larga, los domina en su propia atomizacin/separacin como productores-poseedores privados; aunque nicamente puede hacer todo ello, puede reproducir este fetichismo, porque simul-tneamente recrea socialidad, sedimenta comunidad, aun cuando se trata de una socialidad abstracta, de una comunidad ilusoria fallida, pero que funciona en la accin material y mental de cada miembro de la sociedad. De la misma forma, el Estado cohesiona a los miembros de una sociedad, reafirma una pertenencia y unas tenencias comunes a todos ellos, pero lo hace a partir de una monopolizacin-privatizacin del uso, gestin y usu-fructo de esos bienes comunes.

    En el caso del dinero este proceso acontece porque los productores no son partcipes de una produccin directamente social, que les permitira acceder a los productos del trabajo social sin la mediacin del dinero, sino como simple satisfaccin de las necesidades humanas. En el caso del Estado este proceso acontece porque los ciudadanos no son miembros de una comunidad real de productores, que producen sus medios de existencia y de convivencia de manera asociada, y que se vinculan entre s de manera directa, sino que lo hacen mediados por el Estado. Por ello, podemos afirmar que la lgica de las formas del valor y del fetichismo de la mercanca, descrita magistralmente por Marx en el primer tomo de El

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    capital9, es sin duda la profunda lgica que tambin da lugar a la forma Estado, y a su fetichizacin10.

    En esta conversin continua del Estado como condensacin de los bie-nes, de los derechos, de las instituciones universales que atraviesan a toda sociedad, que simultneamente es monopolizada y concentrada por unos pocos pues si no, no sera Estado, radica la clave del misterio del feti-chismo de la dominacin.

    Al final, el Estado, sus aparatos y sus centros de emisin discursiva, de educacin, persuasin y coercin, estn bajo el mando de un conglome-rado reducido de la sociedad (por eso es un monopolio), cuyo monopolio solo puede actuar si a la vez interacta como adhesin, fusin y colabora-cin con los poseedores de otros monopolios del dinero, de los medios de produccin y, ante todo, con la inmensa mayora de la poblacin que no posee monopolio alguno, pero que debe sentirse beneficiada, protegida y guiada por esos detentadores del monopolio estatal.

    La subversin intersticial

    Cuando Poulantzas nos dice que el Estado es una relacin entre las clases poseedoras y una relacin con las clases populares, no solo est criticando la lectura del Estado como cosa, como aparato externo a la sociedad, que fue la que dio origen a las fallidas estrategias elitistas o reformistas de destruccin o de ocupacin del Estado que supusieron, en ambos casos, la consagracin de nuevas lites dominantes, ya sea por la va armada o la va electoral.

    Pero adems, Poulantzas tambin nos est invitando a reflexionar sobre el Estado como una relacin que busca la dominacin, y no como el punto de partida para explicar las cosas y establecer estrategias revolucionarias; ms bien como el punto de llegada de complejos procesos y luchas sociales que dan lugar, precisamente, a la dominacin. Entonces, la dominacin no es el punto de partida para explicar la sociedad, sino por el contrario, el proceso, el devenir, el continuo artificio social lleno de posibilidades, a veces, de incertidumbres tcticas, de espacios huecos de la dominacin, que son precisamente los espacios que habilitan la posibilidad de la eman-cipacin o la resistencia.

    Si como sostienen el reformismo y el ultraizquierdismo, el Estado es una mquina monoltica al servicio de una clase y, encima, el garante de la

    9 Vase captulo 1, La mercanca, en K. Marx, El capital, cit., vol. 1, tomo 1, pp. 43-102.10 Por eso se puede afirmar, de manera categrica, que el ncleo de la teora marxista sobre el Estado y el poder es la teora de las formas del valor tratada en el captulo primero de El capital.

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    dominacin ya consagrada, entonces, no existe un espacio para la posible liberacin a partir de los propios dominados. Y de ser as, la emancipacin solo puede venir pues de la mano de una vanguardia consciente e inmu-nizada contra las ilusiones de la dominacin; es decir, de ciertos iluminados y especialistas que se encontraran al margen de la dominacin que aplasta los cerebros de las clases populares. Pero cmo es que estos iluminados se pueden mantener al margen de la dominacin?, cmo es que no forman parte de la sociedad, ya que solo as se explica que no sean parte de la trama de la dominacin? He ah el gran misterio que los denominados artfices de las vanguardias nunca han podido responder para darle un mnimo de seriedad lgica a sus postulados.

    Siguiendo ese razonamiento, la sustitucin de clases y la emancipacin de las clases populares solo podra venir desde afuera y no por obra de las propias clases populares; peor an, solamente surgira desde afuera de la sociedad, desde una especie de metasociedad que anidara en los cerebros impolutos de una vanguardia. Ese fue justamente el discurso metafsico y el fallido camino del marxismo dominante del siglo xx y de las llamadas revoluciones socialistas, el horizonte derrotado por la victoria neoliberal mundial de fines del siglo xx. En ese sentido, repensar el marxismo vivo para el siglo xxi, el socialismo en nuestros tiempos, requiere superar esa trampa instrumentalista del Estado; y precisamente ah se encuentra el aporte de Nicos Poulantzas.

    En ese sentido, si la dominacin no es el punto de partida para expli-car el mundo, sino un proceso que se est creando a diario, que tiene que actualizarse y verificarse a diario, eso significa que ella no es un destino fatal o ineluctable. Justamente, es en los huecos de la dominacin, en los intersticios del Estado y en su cotidiana incertidumbre de realizacin, que se encuentra, anida y surge la posibilidad de la emancipacin. Tal como lo muestra la historia de las verdaderas revoluciones, en medio de la pasi-vidad, de la tolerancia consuetudinaria de las clases menesterosas, de las complicidades morales entre gobernantes y gobernados, es que de pronto algo salta, una memoria de organizacin se gatilla, las tolerancias morales hacia los gobernantes estallan, los viejos discursos de orden ya no con-vocan, y nuevos idearios e ideas (anteriormente marginales) comienzan a seducir y convocar cada vez a ms personas. La dominacin se quiebra desde el interior mismo del proceso de dominacin.

    El Estado como monopolio de decisiones universalizantes se ve interpe-lado desde adentro. Es como si su fundamento escondido de comunidad deseada emergiera en las expectativas de la poblacin, dando lugar a la irrupcin de voluntades colectivas que se reapropian de las capacidades de deliberacin, imaginacin y decisin; surgen esperanzas prcticas de mane-ras distintas de gestionar lo comn. Ciertamente, a veces esas acciones

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    prcticas se proyectan a otros representantes que simplemente reactualizan el funcionamiento de los viejos monopolios estatales con nuevos rostros. Pero si a pesar de ello, en el horizonte comienzan a despuntar nuevas creen-cias movilizadoras que alimentan el entusiasmo social (al principio, en pequeos sectores, luego, en regiones, y tal vez ms tarde, a nivel nacional). Y cuando este despertar social no solo se condensa en nuevas personalida-des elegidas, sino que revoca a las viejas lites representantes y desborda la representacin electoral con nuevas formas de participacin, de moviliza-cin extraparlamentaria, plebeya y, encima, busca sustituir los profundos esquemas mentales con los que la gente organiza moral y lgicamente su vida cotidiana. Cuando todo ello sucede, estamos ante procesos revolucio-narios que afectan la estructura misma de las jerarquas sociales en la toma de decisiones, que diluye las viejas certidumbres sobre el destino, y lanza a la gente a participar y a creer en otras maneras de gestionar los asuntos comunes. En otras palabras, estamos ante una crisis general de Estado, cuya resolucin solo puede transitar por dos vas: por una restauracin de las viejas creencias o relaciones de fuerzas, o por unas nuevas relaciones de fuerza, creencias movilizadoras y modos de participacin, es decir, por una nueva forma estatal, cuyo grado de democratizacin social depender de la propia capacidad con la que los subalternos sean capaces de sostener, en las calles y en las instituciones, la participacin en la gestin de lo comn.

    La lectura relacional del Estado propuesta por Poulantzas nos permite esa reflexin, pero tambin una crtica a lo que podramos denominar la propuesta abdicante respecto al poder del Estado, que aunque se mos-traba dbil en los tiempos del socilogo griego, hoy en da est muy de moda en ciertos sectores de la izquierda desesperanzada.

    Aquellos que proponen cambiar el mundo sin tomar el poder11, suponen que las luchas populares, los saberes colectivos, los esquemas de organizacin del mundo, y las propias identidades sociales (nacionales o comunitarias), estn al margen del Estado; cuando en realidad se trata de organizaciones de saberes e identidades, en unos casos, constituidos frente al Estado, pero reafirmados y legitimados precisamente por su eficacia ante y en el Estado, cuyos logros estn inscritos como derechos de ciudadana en el propio armazn material estatal. Y, en otros casos, promovidos desde el Estado, pero cuya eficacia radica en su capacidad de articular expecta-tivas y necesidades colectivas, y que al hacerlo se convierten en hbito o memoria prctica de los propios sectores populares.

    Esta lectura abdicante del poder, en realidad constituye la contraparte de la lectura instrumental del Estado, pues al igual que esta ltima supone

    11 John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolucin hoy, Buenos Aires, Revista Herramienta, 2002.

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    que la sociedad y las clases subalternas construyen su historia al margen del Estado, y que ste existe al margen y por encima de las clases subalternas. Olvidan que en realidad el Estado no solo condensa la propia subalternidad de las clases, sino que es la subalternidad misma en estado institucional y simblico; pero adicionalmente, el Estado tambin es la comunidad social, los logros comunes, los bienes colectivos conquistados, aunque bajo una forma fetichizada.

    Cambiar el mundo sin tomar el poder es pensar que el poder es una propiedad y no una relacin, que es una cosa externa a lo social y no un vn-culo social que nos atraviesa a todos. En ese tipo de razonamiento y visin se deja inerme a las clases subalternas ante la realidad de su propia historia, de sus propias luchas por construir bienes comunes, de sus propias compli-cidades inertes con la estatalidad constituida. Es as entonces que cambiar el mundo deviene en una tarea de los puros, de los no contaminados, de los que no usan dinero, de los que no compran en los mercados, de los que no estudian en las instituciones estatales, de los que no cumplen las leyes; en otros trminos, de los que estn ms all de la sociedad, que se les presenta como impura, contaminada o falseada. De ah que lo que intentan hacer es una revolucin social sin sociedad, o construir otro mundo sin los habitantes reales del mundo. No entienden que la sociedad real, que el mundo social real, ha construido la estatalidad con sus logros y sus desdi-chas, ha labrado los bienes comunes y ha asistido a la expropiacin silenciosa de esos bienes comunes suyos. Y que, si en algn momento ha de haber una revolucin, sta ha de ser hecha por esas personas contaminadas y esta-talizadas que en un momento de su vida colectiva se sienten asfixiadas con esos monopolios de lo suyo, se sienten estafadas por los monopolizadores de sus bienes comunes, y se lanzan a la insumisin justamente porque viven el monopolio de su trabajo social y deciden romperlo desde la experiencia misma del monopolio, desde los intersticios del mismo Estado y desde su propia experiencia de la estatalidad.

    Cambiar el mundo sin tomar el poder es la plegaria de una nueva van-guardia espiritual de puros, que por serlo demasiado no tienen nada que ver con las clases subalternas, que en s mismas son la condensacin de luchas y de relaciones de poder; y que para dejar de ser clases subalternas, lejos de apartarse del mundo contaminado del poder, trastocarn precisamente la estructura de esas relaciones de poder, es decir, se transformarn a s mismas y, a travs de ello, al propio Estado que no expresa simplemente lo que ellas son en su subalternidad, sino que tambin hace de ellas lo que ahora son.

    Por ltimo, no deja de ser curioso el hecho de que esta posicin abdi-cacionista hacia el Estado, en su aparente radicalismo de mantenerse al margen de cualquier contagio con el poder, lo hace dejando libres las manos de los sectores dominantes para que continen administrando,

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    discrecionalmente, las condiciones materiales de la dominacin estatal. Eso significa que no tomar el poder se convierte en una elegante forma de dejar que quienes tienen el poder del Estado, lo sigan teniendo por todo el tiempo ms que lo deseen; y lo peor, desarma a las mismas clases subal-ternas de sus propios logros en las estructuras institucionales del Estado y de su propia historia de luchas, que a la larga atraviesan el mismo Estado. Se pretende cambiar el mundo dejando de lado la historia y la experiencia de las luchas de clases de las personas que hacen el mundo. Y as, la historia recae nuevamente en manos de un puado de personas descontaminadas de la malicia del poder en el mundo.

    A la vanguardia ilustrada de la izquierda instrumental, le sustituye hoy la vanguardia espiritual de la izquierda abdicacionista. En ambos casos, el motor de la revolucin no est constituido por las clases subalternas, ya sea por ignorancia o por impureza, sino por unos pocos que habrn de restaurar un mundo puro: el monopolio de los elegidos; o sea, curiosamente un nuevo Estado!, solo que ahora sin las ilusiones y las impurezas de la plebe.

    El repliegue a la autonoma local olvida que los sectores subalternos no son autnomos respecto al Estado: pagan impuestos, usan dinero, consu-men servicios, van a la escuela, usan los tribunales, etc. Pero, adems, al proclamar la lucha por fuera del Estado, dejan a los que lo controlan el monopolio absoluto de l y de las relaciones de dominacin. Ciertamente, se trata de una posicin elitista y, a la larga, conservadora, que se margina de las propias luchas sociales populares que inevitablemente pasan por el Estado y son Estado.

    Ahora, permtanme mirar con estos ojos relacionales algo de los lti-mos acontecimientos acaecidos en Francia12. El orden estatal es, tambin, un orden de educacin, de saberes funcionales, de territorializacin de los ciudadanos y de produccin de expectativas lgicas y morales sobre el pro-pio orden del mundo, de la familia, de los individuos. Sin embargo, no se trata de una produccin cerrada automtica. Ya mencionamos que tiene vacos e incertidumbres; y es ah, en esos espacios de incertidumbre, que entran en juego otras propuestas de produccin de sentido, otros hori-zontes posibles, otras expectativas movilizadoras, individuales, grupales o sociales, que pueden ser de carcter poltico revolucionario, conservador, religioso, identitario, comunitario, entre otros.

    Est claro que el Estado es el monopolio de las ideas-fuerza que orientan una sociedad. Sin embargo, si las expectativas estatales no se corresponden

    12 Me refiero al ataque sufrido por el semanario satrico francs Charlie Hebdo, en el que murieron doce personas, la mayora miembros de la redaccin de ese medio de comunica-cin, incluido su director,Stphane Charbonnier.

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    con la realidad experimentada por los grupos sociales, se forma una masa crtica de disponibilidad hacia nuevas creencias portadoras de esperanza y de certidumbre. Y esas disponibilidades a nuevas creencias pueden crecer ms a medida que el Estado separa el orden real de las cosas respecto al orden esperado. Cuando esta separacin entre lo real y lo ideal se agranda y abarca a ms sectores (jvenes, obreros, migrantes, estudiantes, etc.), se abre el espa-cio de una amplia predisposicin a la revocatoria de las viejas creencias.

    Dependiendo de la correlacin de fuerzas entre los otros emisores dis-cursivos alternativos, asistiremos a un crecimiento de identidades polticas de derecha, de izquierda, locales, comunitarias o religiosas. Y justamente eso es lo que est sucediendo en varios pases de Europa, y en particular en Francia.

    Por otro lado, el poder del Estado igualmente puede ser constructor de identidades sociales, de fracciones de clase movilizada, y de movilizaciones ciudadanas en torno a miedos o defensas colectivas. Es ms, en ciertos momentos puede tener un papel altamente influyente en la promocin de identidades, pero nunca lo hace sobre la nada; es decir, ninguna iden-tidad social puede ser inventada por el Estado. Ms bien lo que hace el Estado es reforzar, promocionar, visibilizar, empoderar agregaciones laten-tes, expectativas potenciales, y esconder, devaluar, invisibilizar otras tantas identidades anteriormente existentes; aunque est claro que el Estado no har nada que, de una manera u otra y a la larga, reafirme su pro-pia reproduccin y sus propios monopolios. El miedo puede ser un factor aglutinante, pero no es un factor de construccin de un nuevo orden ni de autodeterminacin. Y tarde o temprano, la sociedad deber peguntarse acerca de las condiciones histricas de la produccin del miedo, y las accio-nes arbitrarias del Estado que hayan llevado a que la sociedad se sintiera como en un castillo asediado. El asedio al castillo nunca ser una accin descabellada; siempre resultar ser una accin defensiva en contra de algn agravio histrico. Y esta no es la excepcin.

    La va democrtica al socialismo

    Finalmente, quisiera revisar rpidamente un segundo concepto clave en el ltimo libro de Nicos Poulantzas; ms especficamente en el ltimo cap-tulo de ese libro, al que titula: Hacia un socialismo democrtico.

    Si el Estado capitalista moderno es una relacin social que atraviesa a toda la sociedad y a todos sus componentes: las clases sociales, las iden-tidades colectivas, sus ideas, su historia y sus esperanzas; entonces, el socialismo, entendido como la transformacin estructural de las relaciones

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    de fuerzas entre las clases sociales, necesariamente tiene que atravesar al propio Estado, que por otra parte no es ms que la institucionalizacin material e ideal, econmica y cultural, de esa correlacin de fuerzas socia-les. Y lo atraviesa justamente como la democratizacin sustancial de las decisiones colectivas, de la gestin de lo comn, como desmonopoliza-cin creciente de la produccin de los universales cohesionadores; es decir, como irrupcin de la democracia en las condiciones materiales y simbli-cas de la existencia social.

    De acuerdo a Poulantzas, siete son las caractersticas de esta va demo-crtica al socialismo:

    1) Es un largo proceso, en el que []

    2) Las luchas populares despliegan su intensidad en las propias con-tradicciones del Estado, modificando las relaciones de fuerza en su seno mismo []

    3) Las luchas transforman la materialidad del Estado []

    4) Las luchas reivindican y profundizan el pluralismo poltico ideol-gico []

    5) Las luchas profundizan las libertades polticas, el sufragio universal de la democracia representativa.

    6) Se desarrollan nuevas formas de democracia directa y de focos autogestionarios.

    7) Todo eso acontece en la perspectiva de la extincin del Estado13.

    Cuando Poulantzas menciona que la va democrtica al socialismo es un largo proceso, se refiere a que no se trata de un golpe de mano, un asalto al Estado, una victoria electoral o armada, ni mucho menos un decreto. Desde la lgica relacional, el socialismo consiste en la transformacin radical de la correlacin de fuerzas entre las clases anteriormente subalternas, que ha de materializarse en distintos nodos institucionales del Estado que conden-san precisamente esa correlacin de fuerzas. Pero tambin aadiramos nosotros significa, en esta misma lgica, continuas transformaciones en las formas organizativas de las clases laboriosas, en su capacidad asociativa y de participacin directa, y, por sobre todo, en lo que denominamos como la dimensin ideal del Estado, es decir, en las ideas-fuerza de la sociedad, en el conjunto de esquemas morales y lgicos con los que la gente organiza su vida cotidiana.

    De hecho, esta dimensin ideal del Estado a veces soslayada por Poulantzas quizs es la ms importante a transformar, pues, incluso lo

    13 N. Poulantzas, Estado, poder y socialismo, cit., pp. 307-326.

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    ms material del Estado (los aparatos de coercin) son eficaces solamente si preservan la legitimidad de su monopolio; es decir, si existe una creencia socialmente compartida acerca de su pertinencia y necesidad prctica.

    Entonces, la idea de proceso hace referencia a un despliegue de muchas transformaciones en las correlaciones de fuerzas, en la totalidad de los espacios dentro de la estructura estatal y tambin por fuera de ella; aunque sus resultados difieran en el tiempo. Pero, ciertamente, no se trata de una acumulacin de cambios graduales al interior del Estado, tal como pro-pugnaba el viejo reformismo.

    Interpretando esto desde la experiencia boliviana, ese proceso significa un despliegue simultneo de intensas luchas sociales en cada uno de los espacios de las estructuras estatales, donde se dan profundas transformacio-nes en las correlaciones de fuerza entre los sectores sociales con capacidad de decisin y en la propia composicin material de esas estructuras estatales; esto es vlido tanto para los sistemas de representacin electoral (victorias electorales), para la administracin de los bienes comunes (polticas econ-micas), y para la hegemona poltica (orden simblico del mundo).

    La hegemona es la creciente irradiacin de una esperanza movilizadora en torno a una manera social de administrar los bienes comunes de todos los connacionales, pero tambin es la modificacin de los esquemas mora-les y lgicos con los que las personas organizan su presencia en el mundo. Gramsci tiene razn cuando dice que las clases trabajadoras deben dirigir y convencer a la mayor parte de las clases sociales en torno a un proyecto revolucionario de Estado, economa y sociedad. Aunque Lenin tambin tiene razn, cuando afirma que el proyecto dominante debe ser derrotado.

    Se dice que existen dos versiones respecto a la hegemona poltica: la de convencer, gramsciana; y la de derrotar, leninista.

    Nuestra experiencia en Bolivia nos ensea que la hegemona es en rea-lidad la combinacin de ambas. Primero est el irradiar y convencer en torno a un principio de esperanza movilizadora (tal como lo demandaba Gramsci). Hablamos de un largo trabajo cultural, discursivo, organizativo y simblico, que va estableciendo nodos de irradiacin territorial en el espacio social, y cuya eficacia se pone a prueba al momento del vaciamiento y resquebrajamiento de las tolerancias morales entre los gobernantes y los gobernados, o momentos de disponibilidad social para revocar los esque-mas morales y lgicos del orden social dominante.

    Uno nunca puede saber con precisin cundo emerger ese momento de revocacin de las antiguas fidelidades polticas y, de hecho, hay generaciones sociales, revolucionarios, acadmicos y lderes sociales, que trabajan dcadas y mueren antes de ver algn resultado. Sin embargo, esos momentos de la

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    sociedad en las que ella se abre a una revocatoria de creencias sustanciales s existen; y entonces es ah cuando la larga y paciente labor de construccin cultural, simblica y organizativa pone a prueba su capacidad irradiadora para articular esperanzas movilizadoras, a partir de las potencias latentes dentro del propio tramado de las clases subalternas. La constitucin de un empate catastrfico14 de dos proyectos sociales confrontados con capacidad de movi-lizacin, convencimiento moral e irradiacin territorial propia de los procesos revolucionarios, surgir de esta estrategia de guerra de posiciones15.

    Sin embargo, despus llega un momento, que podemos llamar el momento robesperiano, en el que se debe derrotar la estructura discur-siva y organizativa de los sectores dominantes, y ah quien tiene razn es Lenin. Ningn poder se retira del campo de fuerzas por mera constatacin o deterioro; no, al contrario, hace todo lo posible, incluso busca recu-rrir a la violencia para preservar su mando estatal. Entonces, en medio de una insurgencia social por fuera del Estado, y por dentro de las pro-pias estructuras institucionales del Estado, se tiene que derrotar el viejo poder decadente, atravesando lo que se podra llamar un punto de bifur-cacin16, en el que las fuerzas, acumuladas en todos los terrenos de la vida social a lo largo de dcadas, se confrontan de manera desnuda, dando lugar a una nueva correlacin y una nueva condensacin de ellas. Y es que una correlacin de fuerzas no deviene en otra sin una modificacin

    14 Se puede decir que el cesarismo expresa una situacin en la cual las fuerzas en lucha se equilibran de una manera catastrfica, o sea de una manera tal que la continuacin de la lucha no puede menos que concluir con la destruccin recproca. Cuando la fuerza progre-siva A lucha con la fuerza regresiva B, no slo puede ocurrir que A venza a B o viceversa, puede ocurrir tambin que no venza ninguna de las dos, que se debiliten recprocamente y que una tercera fuerza C intervenga desde el exterior dominando a lo que resta de A y de B []. En el mundo moderno, con sus grandes coaliciones de carcter econmico-sindical y poltico de partido, el mecanismo del fenmeno cesarista es muy diferente del que existi en la poca de Napolen iii []. En el mundo moderno el equilibrio de perspectivas catas-trficas no se verifica entre fuerzas que en ltima instancia pudiesen fundirse y unificarse, aunque fuera luego de un proceso fatigoso y sangriento, sino entre fuerzas cuyo contraste es incurable desde un punto de vista histrico, y que se profundiza especialmente con el adve-nimiento de formas cesaristas, Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la poltica y sobre el Estado moderno, Madrid, Nueva Visin, 1980, pp. 71-72 y 74.15 La guerra de posicin, en efecto, no est constituida slo por las trincheras propiamente dichas, sino por todo el sistema organizativo e industrial del territorio que est ubicado a espaldas del ejrcito: y ella es impuesta sobre todo por el tiro rpido de los caones, por las ametralladoras, los fusiles, la concentracin de las armas en un determinado punto y adems por la abundancia del reabastecimiento que permite sustituir en forma rpida el material perdido luego de un avance o de un retroceso. Otro elemento es la gran masa de hombres que constituyen las fuerzas desplegadas, de valor muy desigual y que justamente slo pueden operar como masa, ibid., p. 80.16 Vase lvaro Garca Linera, Estado y revolucin: empate catastrfico y punto de bifur-cacin, en Compendio. Discursos oficiales del 22 de enero y 6 de agosto (2006-2012), La Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2012, pp. 35-44. Tambin Las tensiones creativas de la revolucin. La quinta fase del proceso de cambio, La Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2011.

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    de la fuerza en sentido estricto; por eso el cambio de direccin y de posi-cin de la correlacin de fuerzas requiere un punto de bifurcacin o un cambio en las propias fuerzas que se confrontan. Por eso, la inclinacin leninista por una guerra de movimientos (como la defina Gramsci), no es una particularidad de las revoluciones en oriente con una dbil socie-dad civil, sino una necesidad comn frente a cualquier Estado del mundo, que en el fondo no es ms que una condensacin de correlacin de fuerzas entre las clases sociales. La estrategia revolucionaria radica en saber en qu momento del proceso se aplica la guerra de movimientos y en qu otro la guerra de posiciones; el punto es que una no puede existir sin la otra.

    Una vez atravesado el punto de bifurcacin que reestructura radical-mente la correlacin de fuerzas entre las clases sociales, dando lugar a un nuevo bloque de poder dirigente de la sociedad, nuevamente se tiene que volver a articular y convencer al resto de la sociedad, incluso a los oposi-tores (que no desaparecen), aunque su articulacin ya no ser como clases dominantes, sino como clases derrotadas, es decir, desorganizadas y sin proyecto propio. Y aqu entonces entra nuevamente en escena Gramsci, con la lgica del convencimiento y la reforma moral e intelectual. En este caso, la frmula es: convencer e instaurar, en palabras de Bloch, el prin-cipio esperanza17; en otros trminos, derrotar al proyecto dominante e integrar en torno a los nuevos esquemas morales y lgicos dominantes al resto de la sociedad. He ah la frmula de la hegemona poltica, del pro-ceso de construccin de la nueva forma estatal.

    A riesgo de esquematizar la idea del socialismo como proceso, podra-mos distinguir entre los nudos principales, los nudos decisivos y los nudos estructurales que requiere una revolucionarizacin de forma y contenido social para un trnsito democrtico hacia el socialismo.

    Los nudos principales de revolucionarizacin de la correlacin de fuer-zas seran:

    a) El gobierno

    b) El parlamento

    c) Y los medios de comunicacin

    Los nudos decisivos:

    d) La experiencia organizativa autnoma de los sectores subalternos

    e) La participacin social en la gestin de los bienes comunes

    f ) El uso y funcin redistributiva de los recursos pblicos

    17 Ernest Bloch, El principio esperanza, 3 vols., Madrid, Trotta, 2004.

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    g) Y las ideas fuerza u horizontes de poca con las que las personas se movilizan

    Y los nudos estructurales:

    h) Las formas de propiedad y gestin sobre las principales fuentes de generacin de riqueza, en la perspectiva de su socializacin o comunitarizacin

    i) Los esquemas morales y lgicos con los que las personas conocen y actan en el mundo, capaces de ir desmontando procesualmente los monopolios de la gestin de los bienes comunes de la sociedad.

    Tenemos, entonces, nudos principales, decisivos y estructurales; pero no se trata de condensaciones de fuerzas graduales y en ascenso, sino de com-ponentes concntricos de las luchas de clases que revelan la composicin social, econmica, poltica y simblica del campo social, de la trama social y del proceso estatal en marcha.

    Cuando solo se dan cambios en los nudos principales, estamos ante renovaciones regulares en los sistemas polticos dentro del mismo orden estatal. Si los cambios se presentan en los nudos principales y en los nudos decisivos, estamos ante revoluciones democrticas y polticas que renue-van el orden estatal capitalista dominante bajo formas de ampliacin democratizada de sus instituciones y derechos. Y cuando se dan cambios simultneamente en los tres nudos (principales, decisivos y estructurales), nos encontramos ante revoluciones sociales que inician un largo pro-ceso de transformacin estatal, un nuevo bloque de clases dirigente, una democratizacin creciente de la poltica y de la economa, y lo que es decisivo un proceso de desmonopolizacin de la gestin de los bienes comunes de la sociedad (impuestos, derechos colectivos, servicios bsicos, recursos naturales, sistema financiero, identidades colectivas, cultura, sm-bolos cohesionadores, redes econmicas, etc.).

    Retomando la propuesta de la va democrtica al socialismo propuesta por Poulantzas, sta supone dos cosas ms. En primer lugar, la defensa y ampliacin del pluralismo poltico, de la democracia representativa. En la actualidad esto es una obviedad; sin embargo, hace 30 aos, en la izquierda y en el marxismo, esa afirmacin era una completa hereja porque la democracia representativa estaba asociada a la democracia bur-guesa. Y seguramente el mismo Poulantzas debi haber recibido, por esa afirmacin, innumerables crticas de la izquierda radical oficial y las con-siguientes excomuniones polticas.

    En segundo lugar, Poulantzas tambin plantea la ampliacin de los espa-cios de democracia directa. Derrumbadas las fidelidades oscurantistas que obligaban al pensamiento marxista a mutilarse y silenciarse en el altar de

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    la obsecuente defensa de unos regmenes que a la larga se mostraron como formas anmalas de capitalismo de Estado, ahora comprendemos que las libertades polticas y la democracia representativa son, en gran medida, resul-tado de las propias luchas populares; son su derecho de ciudadana y forman parte de su acervo, de la memoria colectiva y de su experiencia poltica. Es cierto que la democracia representativa ayuda a reproducir el rgimen estatal capitalista, pero tambin consagra los derechos sociales, unifica colectivida-des de clase y, lo que es ms importante, es un terreno frtil para despertar posibilidades democrticas que van ms all de ella. Si bien la democra-cia representativa puede devenir en una democracia fsil que expropia la voluntad social en rituales individualizados que reproducen pasivamente la dominacin, tambin expresa parte de la fuerza organizativa alcanzada de las clases subalternas, de sus lmites temporales, y, ante todo, es el escenario natural en el que pueden desplegarse y despertarse formas democrticas y capacidades asociativas que van ms all de ella y del propio Estado.

    Ciertamente, lo popular se constituye como sujeto poltico en las elecciones y en las libertades polticas, pero tambin est claro que lo popular rebasa lo meramente representativo; la irradiacin democrtica de la sociedad crea o hereda espacios de participacin directa, de demo-cracia comunitaria, de experiencia sindical y asamblestica territorial, que tambin forman parte del pluralismo democrtico de la sociedad. Esta dualidad democrtica representativa y participativa-directa-comunitaria es la clave para el entendimiento de la va democrtica al socialismo.

    De hecho, desde esta perspectiva, el socialismo no est asociado a la esta-tizacin de los medios de produccin que ayuda a redistribuir riqueza, pero que no es un tipo de propiedad social ni el inicio de un nuevo modo de produccin o a un partido nico (que en el caso de Lenin, fue una excepcio-nalidad temporal ante la guerra y la invasin de siete potencias mundiales). El socialismo no puede ser nada menos que la ampliacin irrestricta de los espacios deliberativos y ejecutivos de la sociedad en la gestin de los asuntos pblicos y, a la larga, en la produccin y gestin de la riqueza social.

    Al interior de la audaz reflexin poulantziana, la cuestin de las for-mas de propiedad de los recursos econmicos en el socialismo, y de la complejidad y dificultad en la construccin de experiencias organizativas para implementar formas de propiedad social, de produccin social de riqueza y de gestin social de la produccin que vayan ms all de la propiedad estatal y privada capitalista, constituyen un tema central pen-diente en sus escritos18.

    18 Sobre el socialismo como puente entre el capitalismo y el comunismo, vase A. Garca Linera, El socialismo comunitario democrtico del vivir bien, discurso pronunciado en la Solemne Sesin de Honor de la Asamblea Legislativa Plurinacional para el acto de posesin presidencial en la ciudad de La Paz, el 22 de enero de 2015.

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    Volviendo a la trgica paradoja con la que caracterizamos el tiempo en que se desarrolla la obra de Poulantzas, quizs tambin en ella radique la virtud de su pensamiento. l supo mirar ms all de la derrota temporal que se avecinaba para proponer los puntos nodales del resurgimiento de un pensamiento socialista; solo que para eso tuvieron que pasar ms de treinta aos. Es as que los socialistas y marxistas de hoy, tenemos mucho an que aprender de este intelectual para entender el presente y para poder transformarlo.

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    Era de noche y pareca que todo estaba acabado. En abril de 1992, a cuatro das de haber sido detenido y desaparecido por los agentes de inte-ligencia del gobierno de Jaime Paz Zamora, pareca que toda nuestra vida y nuestros planes polticos se desmoronaban. Con cuatro familiares dete-nidos, varios dirigentes de la organizacin indgena Ejrcito Guerrillero Tupac Katari (egtk) vejados en habitaciones contiguas, con el encarcela-miento de la direccin poltica nacional de la ms importante estructura de cuadros polticos indgenas de las ltimas dcadas, con mis libros saqueados por investigadores, con los sueos truncos de ver una gran sublevacin indgena, destruido el trabajo poltico paciente de ms de diez aos; obligado, a patadas, a mantenerme de pie y sin dormir todos esos das, torturado y amenazado con recibir una bala en la cabeza ante mi negativa de delatar a mis compaeros, tome una decisin: o bien me matan en ese instante o luego seran ellos los perdedores, ya que utilizara cada tomo de la llama de la vida salvada para reconstruir y alcanzar nuestros sueos colectivos de un poder indgena.

    Era un viernes por la noche. A lo lejos se oa msica de alguna discoteca y el fiscal Nemtala, militante de Accin Democrtica Nacionalista (adn), tom la decisin de aprovechar el ruido exterior para pasar de los golpes y el insomnio al uso de descargas elctricas. En el patio del cuartel policial los torturadores, que expresamente haban sido mandados por el gobierno, rean al verme gritar de dolor por los efectos de la electricidad. Cuando dejaron de mojar mi cuerpo para facilitar el efecto de la descarga elctrica, les ped que me mataran. No lo hicieron y desde ese momento se inici su derrota.

    Torturaron a mi compaera de lucha y de amores frente a mis ojos, y nunca pudieron obtener informacin alguna de dnde se hallaban los depsitos blicos de las comunidades. Detuvieron a mi hermano inocente y amenazaron con detener a nuestra hermana y madre, y nunca obtuvie-ron el nombre de ningn militante. Cada vez que los agentes se cansaban

    INTRODUCCIN A LA EDICIN DE 2009

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    de tanto golpearnos y abandonaban el cuarto de tortura, nos comamos las hojas de papel donde estaban los instructivos polticos que intentaban utilizar para incriminarnos. El intento de suicidio de Raquel1, quien se negaba a seguir soportando las torturas de Nemtala, par esta vorgine srdida y macabra de los servicios represivos del gobierno democrtico del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir)-adn.

    En el penal de mxima seguridad de Chonchocoro, recientemente estrenado, no pedimos ni clemencia ni favores, ni pequeos beneficios con los que se va doblegando el alma del encerrado. O nos fugbamos o aguan-tbamos los aos que sean necesarios, pero no nos quebraran. Estuvimos un mes en aislamiento absoluto en un pabelln que debiera albergar a 100 presos. Nos prohibieron tener contacto con otros presos, nos prohibieron leer prensa, or radio, ver televisin y tener visitas. Nuestra correspon-dencia era retenida por das en gobernacin para que sea fotocopiada y acumulada en archivos del fiscal a la espera de hallar nuevos indicios, pese al lenguaje matemtico con el que escriba a mis seres queridos. A los tres meses tuvimos opcin de leer algunas viejas revistas que usaid haba regalado al penal. A los meses, y a regaadientes, nos dieron la posibilidad de recibir peridicos. Libros, tal vez alguno que otro, pero nada de poltica, impona el gobernador de la crcel.

    Qu libro escoger que pueda pasar las restricciones de seguridad pero que pudiera ser trabajado durante un largo tiempo? El capital de Marx lo haba ledo en sus tres tomos cuando tena 16 aos, y luego varios captu-los en la ltima dcada. Faltaba, no cabe duda, una lectura rigurosa de la obra y, de hecho, ya estaba en mis planes a corto plazo, pues mi anterior libro, De demonios escondidos y momentos de revolucin, haba avanzado el estudio del pensamiento de Marx sobre la formacin de la nacin, de las clases campesinas y de las comunidades agrarias, precisamente revisando sus escritos previos a la redaccin de El capital, incluidos sus borradores.

    El estudio de El capital y de las obras posteriores de Marx era el siguiente paso para seguir profundizando en la obsesin terica poltica de los lti-mos quince aos: las comunidades y la nacin como palancas de la crtica revolucionaria de la sociedad capitalista.

    A la vez, El capital, no cabe duda, literalmente no pareca nada riesgoso o poltico frente a los celosos guardianes de la crcel. Al menos su ttulo no hablaba ni de guerras, ni de sublevaciones y fcilmente poda ser entendido como un libro ms de gestin empresarial, tan de moda en esos aos de auge neoliberal. El capital? Por qu no. Tal vez as el reo se dedique a hacer alguna empresa y deje de meterse tanto en poltica, coment alguno de los guardias encargados de vigilarnos da y noche.

    1 Raquel Gutirrez Aguilar, ex militante del egtk.

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    As lleg el primer tomo de El capital de Karl Marx a la crcel de mxima seguridad de Chonchocoro. Si lograr introducir un libro a la crcel era tan complicado, haba que sacarle el mayor de los rditos intelectuales a los pocos libros que pudieran ser permitidos. Ah naci el plan de una lectura exhaustiva de El capital. Record el viejo seminario de Bolvar Echeverra en la Facultad de Economa de la Universidad Autnoma de Mxico (unam), donde se lea prrafo a prrafo el primer tomo de El capital. Yo tena tal vez aos de encierro por delante, no saba cunto tiempo durara esta infamia estatal, as que decid leer y analizar el libro lnea por lnea y captulo por captulo.

    Recuperando las viejas lecturas de adolescencia, durante tres aos nos sumergimos en la lectura del primer tomo de El capital. Comenc a llenar cuadernos de escritura encriptada de mis interpretaciones y me di modos para que esta base escrita pudiera entrar y salir de la crcel sin que los guardias se dieran cuenta, para tener una fotocopia de reserva afuera, ante el riesgo de una requisa nocturna de los grupos de lite policial que destru-yeran o robaran mi documentacin.

    De hecho, la redaccin del primer manuscrito del libro sufri varias batidas nocturnas en las que a las dos o tres de la maana ramos sacados de nuestras celdas para que agentes encapuchados de los grupos de lite antiterrorista revisen, maltraten y hasta destruyan incluso la ms diminuta de las escasas pertenencias que una crcel de mxima seguridad permite.

    En las primeras batidas el manuscrito no tuvo percance. Estaba redac-tado con una letra tan diminuta y en clave que aturdi al oficial que lo encontr, quien prefiri botar los cuadernos al suelo junto con la ropa y el jabn usado del lavamanos.

    Las siguientes requisas fueron ms estrictas. Todo lo escrito fue deco-misado, y despus de largas campaas de denuncia ante las instituciones de derechos humanos, los manuscritos fueron devueltos. La seguridad tena miedo a lo que pensaba y escriba, pero estaba claro que, hicieran lo que hicieran, seguira escribiendo y dndome modos para que quedara a buen recaudo. As que, en una economa de esfuerzos mutuos, acord con la gobernacin del penal que, aunque sea ilegal, ellos podan fotocopiar mis textos y cartas a cambio de que las dejaran salir y entrar. Ellos hacan como que me controlaban y lean, y yo haca como que lo aceptaba. Pese a este armisticio, mantuve mi propio circuito de entradas y salidas de documen-tacin, y la seguridad carcelaria hizo todo lo posible por hallarla, aunque sin resultados, hasta el ltimo da de mi permanencia en Chonchocoro.

    Una ltima historia sobre el tortuoso devenir del borrador final del libro, ya en versin magntica y antes de que pueda llegar a la imprenta, la relata Raquel en su introduccin. Al final, haba tantas versiones manuscritas o

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    magnticas por todas partes, entre amigos y vigilantes, que ya antes de ser publicado era un libro con decenas de lectores.

    As fue que comenzamos a redactar este libro. Al ao y medio, las condiciones de control se fueron relajando. Habamos participado en un motn carcelario que, entre otras cosas, erosion las restricciones y contro-les estrictos de la crcel de mxima seguridad, pudiendo ingresar libros sin mucho problema. Ello nos permiti tener algunos otros textos de Marx para avanzar en la investigacin y, adems, acceder a los cronistas de tiem-pos de la Colonia, con lo que la articulacin conceptual entre la lgica de El capital y las comunidades indgenas pudo avanzar en una primera etapa.

    La mayor parte de las crnicas coloniales pudieron llegar a mis manos gracias a Alison Spedding, quien quincenalmente nos haca llegar los tex-tos a la crcel.

    De esta manera tuvimos la materia prima para el trabajo. Para avanzar en la obra, el resto era tiempo para pensar y escribir, que es algo que la crcel ofrece de una manera generosa. Si a ello sumamos la paz que brinda el altiplano, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, estbamos ante un esce-nario cuasi monstico para la reflexin. De hecho, nunca ms en mi vida logr tal sintona entre el tiempo sin apremios, el espritu reposado ante la fatalidad del cerco, la naturaleza prdiga en silencios reveladores y el intelecto libre, libre y exaltado como nunca para escudriar ms all de las rejas, de los muros, de las torretas armadas; ms all de cualquier control y con la capacidad de penetrar, como nunca antes, espacios lgicos. Al final, el resultado sera un libro que lee a Marx, esto es, la crtica insuperable de nuestro tiempo como le gustaba decir a Sartre para entender el poten-cial comunista de las comunidades indgenas, y todo ello redactado en un lenguaje y una lgica extractada de las lecturas de topologa que tanto me haban agradado cuando estudiaba matemticas, y que ahora en la crcel me servan para despejar la mente.

    Pero a medida que me hunda en la lectura de El capital para hallar las herramientas que me permitan entender a las comunidades, estaba claro que no se poda comprender la potencia emancipativa de las comunida-des como libre asociacin de productores sin entender la fuerza expansiva del capitalismo, su dinmica interna como expropiacin de la capacidad productiva de los productores. Esto es, el capital como el reverso de la comunidad o, si se prefiere, la comunidad como lo no-capital, como el reverso del capitalismo.

    Pese a que la descripcin y los datos de las estructuras comunitarias los provean otras ramas de investigacin, como la etnohistoria, entender el potencial comunista de la comunidad no poda hacerse desde la antropo-loga o la historia, porque desde all slo se la ve en su existencia fija, sin

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    movimiento y sin potencia interna. Su fuerza emancipativa slo puede ser entendible desde la comprensin de la fuerza que la comprime o la des-truye a lo largo de estos siglos, es decir, a partir del desarrollo interno del capitalismo. De ah que cuanto ms quera llegar a entender las comunida-des, ms necesitaba entender el capitalismo, su ncleo fundante. Por ello la estructura final del libro.

    La primera parte est dedicada a leer la dinmica histrico-lgica del capitalismo, desde su desarrollo inicial (las formas del valor) hasta el modo en que el capitalismo se produce expansivamente a s mismo (la subsun-cin). Todo ello como un proceso totalizante de enajenacin del trabajo en todas sus modalidades (material, inmaterial, emotivo, etc.) y, por tanto, como hecho civilizatorio. Y su reverso, la comunidad del trabajo, enton-ces tambin como hecho totalizante de la totalizacin capitalista, esto es, como civilizacin. Esa es la segunda parte del libro.

    Dado que el estudio de las comunidades andinas y de tierras bajas hasta la actualidad requera una enorme cantidad de material de difcil acceso, restringimos esta primera parte del estudio a la comprensin de la estruc-tura de produccin de las comunidades en la etapa precolonial y colonial, dejando para otro momento la etapa contempornea.

    De esta forma qued redondeado el esquema interpretativo del libro. Estudiar la estructura civilizatoria del capitalismo en su proceso de den-sificacin material y de extensin territorial universalizante, por un lado y, por otro, complementariamente, la estructura civilizatoria de la comuni-dad en su forma histrica local y crecientemente subsumida por la lgica mercantil-colonial (la comunidad colonial y pre-colonial), esto es, en su densidad material primaria y territorialidad fragmentada, tal como se ha dado histricamente hasta hoy, mostrando que la clave de la comprensin de la dinmica interna de las comunidades contemporneas se halla en s misma y en su subsuncin a la dinmica interna del capitalismo. E igual-mente, entendiendo que la clave de la superacin del capitalismo se halla en sus propias contradicciones internas y las propias potencias expansivas universalistas contenidas en las comunidades locales.

    Al final, se trata de un libro que busca escudriar la fuerza histrica del comunismo como densificacin material superior y territorialmente univer-salizada de la civilizacin comunitaria a partir de lo que hoy somos y hemos llegado a ser, esto es, a partir de la conjuncin de las potencias comu-nitaristas universales contenidas en las contradicciones del capital (las luchas obreras y el intelecto social-universal), y en las fuerzas productivas asociativas, subjetivas e histricas de las comunidades agrarias y urbanas actualmente existentes.

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