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beresñak - teología astronomía
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“Ponencia preparada para el XI Congreso Nacional de Ciencia Política, organizado por
la Sociedad Argentina de Análisis Político y la Universidad Nacional de Entre Ríos,
Paraná, 17 al 20 de julio de 2013”
Título de la ponencia: Los aspectos teológico-políticos de la revolución filosófico-
científica espacial en el alba de la modernidad.
Autor de la ponencia: Fernando Beresñak
Correo electrónico: [email protected]
Pertenencia institucional: CONICET–IIGG–FSOC-UBA
Área temática: Teoría y filosofía política.
Sub-área temática: Relecturas de los clásicos del pensamiento político.
Título de la Mesa Panel: Teología político-económica y sociedad: nuevas perspectivas
acerca de la teoría política medieval y moderna.
Coordinador de la Mesa Panel: Prof. Dr. Fabián Ludueña Romandini (CONICET-
IIGG-FSOC-UBA)
Resumen
Con el objetivo de dar cuenta de la politicidad de toda concepción espacial, en este
trabajo mostraremos los aspectos teológico-políticos de la revolución filosófico-
científica espacial en el alba de la modernidad, en tanto que ella ha sido la que ha
configurado las bases de nuestro actual espacio.
Así, creemos, la teoría política podrá comenzar a repatriar un problema plenamente
actual que, por lo menos desde la antigüedad, nunca ha dejado de ser suyo: el espacio.
Abstract
In order to account for the politicization of the space´s conception, this paper will
highlights the theological-political aspects of the scientific-philosophical spatial
revolution at the dawn of modernity. We will investigate that period because it was right
there that have been shaped the foundations of our current space.
In this manner, we believe, the political theory could begin to repatriate a completely
current issue that, at least since antiquity, has never ceased to belong to his realm of
work: the spatiality.
Introducción
Cuando los actuales estudios políticos plantean el problema del espacio, suelen
hacerlo focalizando el trabajo sobre la densidad y distribución poblacional, la
globalización, los tipos de circulación, inclusión y exclusión que permiten las ciudades
y los territorios, las problemáticas de encierro, vigilancia y control, la apertura
posibilitada por los dispositivos tecnológicos, así como la denominada geopolítica
mundial (por sólo poner algunos de los casos paradigmáticos).
Sin embargo, por más interesantes que resulten esas propuestas, consideramos que si
la teoría política da por descontada o descuida la investigación sobre el modo en que se
ha conformado la concepción espacial, estará olvidando una de sus más ricas áreas.
En ese sentido, retomar los aspectos filosófico-teológico-científicos por medio de los
cuales se construyó esa concepción espacial, así como las motivaciones teológico-
políticas que la han fomentado, no sólo rehabilitará la discusión sobre la estricta
politicidad de las concepciones espaciales, sean ellas provenientes del campo científico
(exacto o humanístico), filosófico o teológico, sino también dará cuenta de las
contingencias del proceso histórico que ha “naturalizado” el modo de entender el
espacio en donde vivimos.
Así, con el objetivo de dar cuenta de la politicidad de toda concepción espacial, en
este trabajo mostraremos los aspectos teológico-políticos de la revolución filosófico-
científica espacial suscitada en el alba de la modernidad, en tanto que ella ha sido la que
ha configurado las bases de nuestro actual espacio.
Así, creemos, la teoría política podrá comenzar a repatriar un problema plenamente
actual que, por lo menos desde la antigüedad, nunca ha dejado de ser suyo: el espacio.
Las motivaciones teológico-políticas de Sobre las revoluciones (de los orbes celestes).
Por medio de la Bula del 18 de julio de 1511, el Papa Julio II convocó el XVIII
Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, a celebrarse el año siguiente en la Basílica
de San Juan de Letrán, ubicada en Roma. El objetivo central de la convocatoria
consistía en realizar una serie de reformas a los fines de restablecer la paz entre los
Estados de la Iglesia. Entre ellas, había una, por lo demás compleja, que consistía en
instaurar un nuevo calendario que fuera más preciso que el juliano y que pudiera servir
y aglutinar a todos los Estados de la Iglesia. De esta manera, se evitaría mayor
confusión y debate entre los creyentes alrededor de la fecha exacta del nacimiento de
Cristo, así como sobre el inicio de las Pascuas (determinado en el año 325 por el
Concilio de Nicea), el cual constantemente cambiaba sus fechas debido al retraso de los
equinoccios.
En la quinta sesión del ya mencionado Concilio de Letrán, se reunieron esfuerzos
para lograr el preciado objetivo de conformar un nuevo calendario. Fue en ese entonces,
más precisamente en la primera mitad de 1513, durante la transición de Julio II a León
X, cuando uno de sus participantes, el obispo de Fossombrone, Pablo de Middelburg, le
escribió una carta al astrónomo Nicolás Copérnico para que colaborara en dicho
proyecto. Si bien la respuesta de Copérnico se encuentra extraviada, por otras fuentes se
sabe que, en su informe, además de rechazar la invitación a participar directamente
como perito astronómico, afirmó que aún faltaban realizarse numerosas observaciones,
así como generar nuevos cálculos matemáticos para poder llevar adelante una reforma
del tipo que se buscaba1.
Ya en 1563, el Concilio de Trento retomó la iniciativa y fomentó las reformas del
calendario juliano. Numerosos debates y negociaciones tuvieron lugar dentro y fuera de
la Comisión destinada a tal tarea. Finalmente, con la ayuda de astrónomos y
matemáticos, entre los cuales la historia –y la misma Bula- ha destacado a Cristóbal
Clavio y Luis Lilio, y sin la colaboración directa de Copérnico, el nuevo calendario
litúrgico fue instaurado el 24 de febrero de 1582 por el Papa Gregorio XIII mediante la
Bula Intter Gravissimas. Este calendario gregoriano (tal y como hoy se lo denomina),
creado para estabilizar aspectos teológico-políticos relativos a los vínculos entre la
liturgia católica y los cálculos astronómicos, es el que aun hoy marca el pulso de nuestra
temporalidad.
1 Cfr. PABLO DE MIDDELBURG, Secundum compendium correctionis calendarii (Roma, 1516), fol. b.
ir (en E. ROSEN, Galileo´s misstatements…) citado en VERNET, Juan, Astrología y Astronomía en el
Renacimiento, Barcelona, Ed. El Acantilado, 2000, p. 41, nota al pie 11.
Sin embargo, el punto que a nosotros nos interesa particularmente es que fue en este
problemático marco de orden astronómico y temporal, con fuertes motivaciones
teológico-políticas que surgió Sobre las revoluciones (de los orbes celestes), obra que, a
pesar de no haber colaborado directamente en la conformación del calendario
gregoriano recién referido, sí nos permite distinguir las primeras luces de la revolución
científica en el alba de la modernidad; justamente por esto último, es necesario partir de
ella.
Aún cuando transitara un camino paralelo al laboratorio de operaciones de Clavio y
Lilio, la obra de Copérnico también fue una respuesta al preciso interés práctico-
político-teológico de anudar el calendario astronómico y el calendario litúrgico. Sin
embargo, ello no debe llamarnos la atención; estos intereses políticos no eran en
absoluto extraños a un intelectual en dicha época; y la vida de Copérnico es un claro
ejemplo de ello, dado que su vida estuvo signada de ocupaciones administrativas y
políticas.
Para el prudente lector, quizás convenga recordar algunos acontecimientos que, no
sólo dan indicios, sino remarcan que la politicidad que toca su obra es más bien un
reflejo de su vida: por ejemplo, una vez fallecido su protector, Lucas Watzenrode, en
1512, Copérnico se encargó de las funciones administrativas del Cabildo; también
estudió y se preocupó de resolver numerosas cuestiones de índole práctico-médica;
llevó adelante la ejecución de testamentos; administró la caja destinada para las
reformas de la Catedral; se ocupó de la manutención del reloj mecánico; realizó
propuestas de reformas sobre los problemas monetarios y económicos que afrontaba el
Estado; fue gestor de la recolonización de distintos territorios despoblados; así como,
quizás la más llamativa, en 1520, organizó militarmente la defensa del Castillo de
Olsztyn frente a la Orden Teutónica que asediaba a la Prusia Real, lo cual lo llevó a ver
cómo se incendiaba su casa y varios instrumentos de medición de los astros que allí se
encontraban2.
2 Cfr. MÍNGUEZ PÉREZ, Carlos, “Estudio Preliminar” en COPÉRNICO, Nicolás, Sobre las
revoluciones (de los orbes celestes), Madrid, Ed. Tecnos, 2001, pp. XXIV-XXVI. Asimismo, no hay que hacer a un lado el rol estrictamente político que jugaba la astrología en sus
vínculos con la astronomía en aquél momento. De hecho, el matemático Rheticus, quien corroboró los
cálculos realizados por Copérnico y fue la pieza clave para que por fin se publicara la obra, hizo
referencia en su Narratio Prima (pp. 121-122) a los círculos astronómicos como la Rueda de la Fortuna
política, dando cuenta de comprobaciones históricas y predicciones de transformaciones de sistemas
políticas (como por ejemplo relativas al imperio romano), así como sobre el nacimiento de Cristo (Cfr.
Ídem, pp. XXXVII-XXXVIII). La Narratio Prima de Rheticus fue escrita bajo la vigilancia de
Copérnico. De todas maneras, como se sabe y el mismo Copérnico se encargó de dejarlo entrever, la
astrología y demás ciencias ocultas no eran en absoluto ajenas a él (compartiera sus bases teóricas o no),
Finalmente, cabe dejar constancia que Copérnico no sólo estuvo a cargo de funciones
políticas, sino que su obra científica fue posible debido a las motivaciones teológico-
políticas mencionadas. Así se expresaba Nicolás Copérnico al finalizar su carta-prefacio
de Sobre las revoluciones dirigida al Santísimo Señor Pablo III, Pontífice Máximo: “no
hace mucho, bajo León X, en el Concilio de Letrán, cuando se trataba de cambiar el
Calendario Eclesiástico, todo quedó indeciso únicamente a causa de que las magnitudes
de los años y de los meses y los movimientos del Sol y de la Luna aún no se
consideraban suficientemente medidos. Desde ese momento, dediqué mi ánimo a
observar estas cosas con más cuidado, estimulado por el muy preclaro varón D. Pablo,
Obispo de Fossombrone, que entonces estaba presente en las deliberaciones. Pero lo que
he proporcionado en esta materia, lo dejo al juicio principalmente de tu Santidad y de
todos los demás sabios matemáticos: y para que no parezca a tu Santidad, que prometo
más utilidad en la obra de la que puedo presentar, paso ya a lo construido”3.
De esta manera, Copérnico presentaba el inicio de unas de las mayores revoluciones
científicas de la historia de occidente reciente.
La presentación del realismo matemático copernicano.
En lo sucesivo nos dedicaremos a este hito espacial que conformó Copérnico, para
luego poder detectar, no sólo las motivaciones, sino también toda la serie de reformas
astronómicas, matemáticas, filosóficas, teológicas y políticas que ella dio lugar.
Sin embargo, es preciso comenzar aclarar que Copérnico no otorgó mucha mayor
precisión ni un sistema mucho más simple que el de aristotélico-ptolemaico. La
diferencia entre uno y otro estaba en un nivel estético, relativa a la armonía geométrica
del sistema propuesto por Copérnico, así como al enorme desarrollo de teoremas y
estudios matemáticos que aquél establecía en los cinco libros finales. Esta gigantesca
cantidad de demostraciones matemáticas sistematizadas y sustentadas en una cantidad
de observaciones astronómicas que excedían la temporalidad de un solo hombre, le
permitió a Copérnico presentar la teoría heliocéntrica con otro nivel de veracidad.
En uno de sus capítulos más destacados, el décimo del libro primero, en dónde
explicita el orden de los orbes celestes, Copérnico enuncia, seguramente sin percibirlo,
al punto tal que en la parte más importante de Sobre las revoluciones, en el Capítulo X del Libro 1,
Copérnico cita a Hermes Trimegisto. Para mayores indagaciones sobre los vínculos entre la astrología, la
astronomía y Copérnico, véase: VERNET, Juan, Astrología y Astronomía en el Renacimiento, op. cit.. 3 COPÉRNICO, Nicolás, Sobre las revoluciones, op. cit., p. 11.
el armazón conceptual que gobernará la ciencia y la política de los siguientes siglos: la
máquina conformada por la matemática y el tiempo, en tanto herramienta para el cálculo
y gestión del universo. Refiriéndose a su renovada concepción heliocéntrica, dice
Copérnico: “Siendo todo esto muy difícil y casi inconcebible, y por supuesto contra la
opinión de la mayoría, sin embargo, al avanzar, con la ayuda de Dios, lo haremos más
claro que el mismo Sol, sobre todo para los que no ignoran el arte de las matemáticas.
Por lo que permaneciendo a salvo la primera razón (pues nadie alegará una más
conveniente que la de medir la magnitud de las órbitas por la cantidad de tiempo), el
orden de las esferas se sigue de esta manera”4. Esta unión matemático-temporal,
aplicada al movimiento de los orbes celestes, en tanto parámetro fundamental de la
astronomía, y que, como veremos, se irá desarrollando a lo largo de la revolución
copernicana, constituye una de las bases del modo en que ordenamos nuestro tiempo
calendario.
Hasta ese entonces, los desarrollos matemáticos, siempre puestos al servicio de la
astronomía y de la filosofía, eran consideradas meras hipótesis para alcanzar mejores
cálculos, pero se los privaba de tener el estatuto de veracidad; es decir, a diferencia de la
filosofía, ellos no explicaban cómo era el mundo; solo calculaban sus movimientos con
el objetivo de tener mejor precisión.
Sin embargo, todo parecía indicar que el enorme aparato geométrico matemático que
Copérnico puso en juego en Sobre las revoluciones pretendía algo más que ser una mera
hipótesis. Su intención era sostener el realismo de lo allí manifestado, lo cual lo ubicaría
como un disidente de la tradición metafísico-teológica.
Andreas Osiander, quien finalmente quedó a cargo de la edición de dicha obra, ya se
había escrito con Copérnico y Rheticus en numerosas ocasiones. De su epistolario surge
que Osiander también estaba especialmente preocupado por la respuesta que tanto
católicos como protestantes podrían ofrecer a la intención de defender el realismo
matemático de la cosmovisión heliocéntrica (no olvidemos que Lutero, Calvino y
Melanchton ya habían condenado estas ideas de Copérnico por considerarlas contrarias
a las Sagradas Escrituras).
Fue así que, durante la edición de Sobre las revoluciones (ajena al control de
Copérnico y de Rheticus), Osiander decidió incorporar un mínimo prefacio anónimo
(escrito -pero no firmado- por él) titulado “Al lector, sobre las hipótesis de esta obra”.
4 Ídem, p. 33.
Como se puede observar en su mismo título, la idea del mismo era conseguir que el
lector comprendiera la obra como una mera hipótesis matemática, puesta al servicio de
un mejor cálculo de los movimientos de los astros, y en absoluto conectado a una
pretensión de realismo sobre lo allí afirmado. Por cautela, el editor quiso mantener
legitimado el doble discurso sobre el cosmos, a pesar de sus claras incompatibilidades:
por un lado, el realismo del dibujo aristotélico-ptolemaico; y, por el otro, los cálculos
matemáticos de Copérnico que daban mayor precisión y que se basaban en otros dibujos
cosmológicos.
En el prefacio, Osiander deja bien clara su maniobra y la diferencia de status
disciplinar para afirmar la verdad del mundo: “no es necesario que estas hipótesis sean
verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que basta con que muestren un
cálculo coincidente con las observaciones, a no ser que alguien tan ignorante de la
geometría o de la óptica (…). Por lo tanto, permitamos que también estas nuevas
hipótesis se den a conocer entre las antiguas no como más verosímiles, sino porque son
al mismo tiempo admirables y fáciles y porque aportan un gran tesoro de sapientísimas
observaciones. Y no espere nadie, en lo que respecta a las hipótesis, algo cierto de la
astronomía, pues no puede proporcionarlo; para que no salga de esta disciplina más
estúpido de lo que entró, si toma como verdad lo imaginado para otro uso”5.
La postura instrumentalista que Osiander pretende defender de la obra de Copérnico
para la protección de este fue rechazada, no sólo por Rheticus, sino por el mismo
Copérnico6. Más allá de que como recuerda Kuhn, “Copérnico era un destacado
especialista y pertenecía a la renaciente tradición helenista de la astronomía matemática
que centraba su interés en el problema de los planetas y dejaba de lado la cosmología”7,
no por ello hay que deducir que aquello que enunciaba sobre los movimientos de los
planetas era una mera postura instrumentalista.
En la carta-prefacio al Papa Pablo III, Copérnico deja bien clara su postura no sólo
realista, sino también a favor de la disciplina matemática, al menos cuando la filosofía
no se ajuste a la verdad; dice: “Y aunque sé que los pensamientos del hombre filósofo
están lejos del juicio del vulgo, sobre todo porque su afán es buscar la verdad en todas
las cosas, en cuanto esto le ha sido permitido por Dios a la razón humana; sin embargo,
5 OSIANDER, Andreas, “Al lector sobre las hipótesis de este libro” en COPERNICO, Nicolás, Sobre las
revoluciones, op. cit. p. 4. 6 Cfr. MÍINGUEZ PÉREZ, Carlos, “Estudio Preliminar”, op. cit., p. XLI. 7 KUHN, Thomas S., La revolución copernicana. La astronomía planetaria en el desarrollo del
pensamiento, Barcelona, Ed. Ariel, 2008, p. 243.
considero que debe huirse de las opiniones extrañas que se apartan de lo justo. Y así, al
pensar yo conmigo mismo, cuán absurdo estimarían esta cantinela aquellos que, por el
juicio de muchos siglos, conocieran la opinión confirmada de que la tierra inmóvil está
colocada en medio del cielo como su centro, si yo, por el contrario, asegurara que la
tierra se mueve; entonces largo tiempo dudé en mi interior, si dar a la luz mis
comentarios escritos sobre la demostración de ese movimiento…”8. De la carta-prefacio
no sólo se deduce su posición realista, sino además la intención de obtener para la
matemática un lugar, junto a la filosofía, en el estamento de las disciplinas que son
capaces de enunciar, sino la verdad, al menos sí la verosimilitud de ciertas concepciones
sobre el mundo.
Sea como fuere, la tierra, y así el hombre como centro del cosmos ha sido la teoría
que prevaleció hasta que Copérnico logró demostrar matemáticamente y temporalmente
que el centro del sistema era el sol. La matemática y la herramienta-temporal, así,
habrían venido a salvar al hombre de un error con el cual convivió durante siglos; pero
también lo habría emancipado de una posición antropocéntrica con respecto al universo.
Así, podríamos coincidir con Kuhn cuando afirma sobre Copérnico que: “Su doctrina
planetaria y la concepción ligada a ella de un universo centralizado en el Sol fueron
instrumentos para el paso de la sociedad medieval a la sociedad occidental moderna, en
la medida que afectaban (…) la relación del hombre con el universo y con Dios.
Iniciada como una revisión estrictamente técnica de la astronomía clásica, con alto
despliegue matemático, la teoría copernicana se convirtió en centro focal de terribles
controversias en el terreno religioso, filosófico y de las doctrinas sociales, que –a lo
largo de los dos siglos siguientes al descubrimiento de América- determinaron la
orientación del pensamiento europeo”9. La temporalización y matematización del
espacio que, luego de algunos avances que le sucederán, terminarán por gobernar
nuestro mundo, estaba comenzando a dar sus primeros pasos.
La demostración matemático-temporal, junto a la imaginación para construir
imágenes más allá de lo percibido por lo sensible y a la necesidad de observaciones que
exceden la temporalidad de los hombres, habría liberado al hombre de un modo de
interactuar con el cosmos de manera cuasi-inmediata; y, así, lo habría liberado incluso
de una forma de pensarse a sí mismo.
8 COPÉRNICO, Nicolás, Sobre las revoluciones, op. cit., p. 7. 9 KUHN, Thomas, S., La revolución copernicana, citado en REALE, Giovanni y ANTISERI, Dario,
Historia del pensamiento filosófico y científico. II. Del Humanismo a Kant, Barcelona, Ed. Herder, 2010,
pp. 193-194.
En ese sentido, la matemática, esa disciplina que las ciencias humanas
contemporáneas muchas veces miran con recelo, quizás haya producido una de las
mayores transformaciones filosóficas de los últimos siglos. El diálogo con ella,
injustificadamente quebrado, se vuelve hoy inevitable.
Copérnico será quien introduzca una serie de desarrollos matemáticos que permitirán
comenzar a pensar que los mundos matemáticos ya no sean considerados meros mundos
de fantasía, sino capaces de describir la realidad; ellos entrarán en la disputa disciplinar
por lograr un estamento de veracidad que permite decir cómo el mundo es. Como
veremos, Galileo será quien lleve aquella disputa a su punto más álgido.
La defensa galiliana del realismo matemático heliocéntrico.
Más allá de que Galileo ya tenía un posicionamiento a favor de Copérnico, los
descubrimientos realizados con su telescopio a partir de 1609 le permitieron aportar más
pruebas a favor de la teoría heliocéntrica y en contra de la teoría aristotélica; sobre todo,
en contra de aquella parte de esta última, no menor, en la que se sostenía la perfección
del mundo (bajo el telescopio, la luna presentaba notables irregularidades y en la
superficie del sol, ahora centro del mundo, era posible observar numerosas
“manchas”)10
. Quizás con un comprensible espíritu excedido de optimismo, Galileo
comentaba sus nuevas observaciones astronómicas de la siguiente manera: “Lo que (…)
observamos fue la materia y naturaleza del propio CÍRCULO LÁCTEO, que nos fue
permitido escrutar con nuestras facultades merced al catalejo, de modo que todas las
discusiones, que a lo largo de los siglos torturaron a los filósofos, fueran resueltas con la
certidumbre de nuestros ojos, viéndonos también liberados de la palabrería”11
. El
catalejo, ampliando la facultad de la vista, colaboraba en la apertura del mundo12
.
Sin embargo, Galileo no era el primero en defender la teoría de Copérnico, ni
tampoco su realismo. Giordano Bruno, al haber afirmado que Copérnico no estaba
haciendo suposiciones, sino señalando la realidad del mundo, así como haber
denunciado que el prólogo, en donde se dejaba entrever que lo dicho en ese libro eran
10 Para una detallada enumeración de las pruebas a favor de la teoría heliocéntrica, así como para aquellas
que desestructuran el sistema aristotélico-ptolemaico, véase: Ídem, pp. 229-231. 11 GALILEO, Galilei, Noticiero Sideral, La Coruña y Madrid, Ed. Museo Nacional de Ciencia y
Tecnología, 2010, p. 69. 12 Aún así, Galileo no terminó de adoptar un postura sobre la finitud o infinitud del cosmos, manteniendo
una postura intermedia que se podría enunciar así: el cosmos galiliano es indeterminado (Cfr. KOYRÉ,
Alexandre, Del mundo cerrado al universo infinito, México, Siglo XXI Editores, 2008, pp. 95-97).
meras hipótesis, había sido agregado por otra persona13
, tuvo que pagar su valentía con
la vida. También Johannes Kepler fue un acérrimo defensor del realismo heliocéntrico,
aun cuando su tumultuosa vida y su muerte tuvieron causas ajenas a su estricta labor
científica. Así, siguiendo algunos de los caminos abiertos por sus predecesores, Galileo
también había heredado el gusto armónico estético por la precisión cualitativa del
sistema cósmico, dejando a un lado la sencillez cuantitativa a la que Copérnico tampoco
le había prestado especial atención14
.
Habían pasado aproximadamente 30 años de la instauración del calendario
gregoriano y más de medio siglo de la publicación de Sobre las revoluciones, y la
disputa en torno al estatuto hipotético o realista del heliocentrismo mantenía su punto
quizás más grave15
.
No ha dejado de captar la atención de los historiadores el hecho de que Galileo
continuara obstinado en defender el realismo heliocéntrico a pesar del antecedente de
Bruno a sus espaldas, las condenas oficiales de la Iglesia, así como las numerosas
advertencias de colegas sobre la peligrosidad de sus afirmaciones. Quizás tenga razón
Biagioli cuando afirma que la motivación de Galileo era más bien relativa a su status
socio-profesional, en tanto que si se consideraba que la matemática podía decir la
realidad del mundo, era más factible que el matemático sea considerado una especie de
filósofo (como en numerosas ocasiones él así solicitó se lo denominara), y así acceder a
la Corte y otros privilegios que solo le correspondían a quienes tenían aquél status
socio-profesional.
Más allá de las pruebas que pudo aportar a lo largo de su vida, la defensa del
realismo heliocéntrico que llevó adelante Galileo se estableció en un marco de
argumentación sobre el estatuto de las disciplinas matemáticas, astronómicas,
filosóficas, teológicas, así como sobre el rol que cumplían la naturaleza y las Sagradas
Escrituras en el vínculo entre Dios y el hombre.
Sobre esta disputa disciplinar, cabe destacar la carta del arzobispo Belarmino al
padre Foscarini sobre la delicada situación de Galileo: “como usted sabe, el concilio
prohíbe exponer las Escrituras en contra del consenso común de los santos Padres; y si
Vuestra Paternidad se fija, no sólo en los santos Padres, sino también en los modernos
13 Véase: BRUNO, Giordano, La cena de las cenizas, traducción Granada, M. A. RBA (ISBN 978-84-
473-3191-8). 14 Cfr. KUHN, Thomas S., op. cit., p. 230. 15 Sobre la preocupación de Galileo respecto de la reforma gregoriana, véanse sus dichos en: GALILEO,
Galilei, El ensayador, Buenos Aires, Ed. Aguilar, 1981, p. 37.
comentadores del Génesis, los Salmos, el Eclesiastés, o Josué, descubrirá que todos
coinciden en exponer ad litteram que el Sol está en el cielo y gira alrededor de la Tierra
a una velocidad enorme, y que la Tierra está muy lejos del cielo y en el centro del
mundo, inmóvil. Considere ahora usted, con la prudencia que le es propia, si la Iglesia
puede tolerar que se dé a las Escrituras un sentido contrario a los santos Padres y a todos
los expositores griegos y latinos. (…) Me parece que Vuestra Paternidad y el señor
Galileo obrarán prudentemente contentándose con hablar ex supposittione y no
absolutamente, como siempre he creído que hizo Copérnico. Porque decir, que supuesto
que la Tierra se mueve y el Sol esté quieto se salvan todas las apariencias mejor que con
poner los excéntricos y los epiciclos, está muy bien dicho, y no tiene peligro alguno, y
esto basta al matemático: pero querer afirmar que realmente el Sol esté en el centro del
mundo y sólo gire sobre sí mismo sin correr desde oriente hasta occidente, y que la
Tierra esté en el tercer cielo y gire con velocidad suma alrededor del Sol, es cosa muy
peligrosa, no sólo para irritar a todos los filósofos y teólogos escolásticos, sino también
para dañar a la santa fe ya que convierte en falsas las Sagradas Escrituras”16
.
Galileo era perfectamente consciente de esta situación. A través de uno de los
participantes de sus famosos Diálogos, Galileo dejaba bien en claro que tenía presente
el problemático panorama científico de la época y los movimientos disciplinares que
traía aparejado sostener la realidad del sistema heliocéntrico; escribía: “Esta manera de
filosofar tiende hacia la subversión de toda la filosofía natural y al desorden y a poner
boca abajo el cielo y la Tierra y todo el universo”17
.
El conflicto se situará, entonces, entre la filosofía, la matemática y la teología por el
dominio de la verdad sobre el espacio. Y, en lo que a ello respecta, Galileo ya tenía una
posición tomada: “contradecir la geometría es lo mismo que negar abiertamente la
verdad”18
. Pero la postura de Galileo resulta aún más compleja puesto que no pretendía
que ahora la filosofía o incluso la astronomía y la teología pasen a ser siervas de la
matemática, invirtiendo toda la situación anterior. Los vínculos de cada una de ellas
para con esta última serán claramente delimitados por Galileo.
Con respecto a la astronomía, el status no variará sustancialmente. Las
modificaciones con respecto a esta disciplina no fueron muchas; de hecho, continuará
16 BELARMINO, “Carta dirigida al padre Foscarini” citada en REALE, Giovanni y ANTISERI, Darío,
op. cit., p. 233. 17 GALILEO, Galilei, Diálogo sobre los sistemas máximos. Jornada Primera, Buenos Aires, Ed. Aguilar,
1975, p. 84. 18 GALILEO, Galilei, El ensayador, op. cit., p. 32.
implementando herramientas geométricas y diversas demostraciones matemáticas para
predecir los movimientos de los astros y así configurar calendarios cada vez más
precisos.
Con respecto a la teología, sin embargo, el problema será mayor ya que católicos y
protestantes estaban unidos en su batalla contra el heliocentrismo. En ambos casos, se
oponían a los dichos de los defensores del heliocentrismo, en tanto que estos
contradecían las revelaciones de las Sagradas Escrituras y postulaban que la ciencia
matemática podría llegar a definir los aspectos reales del mundo.
Sin embargo, en el caso de los católicos la situación era aún de mayor complejidad,
puesto que la teoría heliocéntrica había abierto una puerta bastante peligrosa y en donde
se jugaba gran parte de su distinción para con el protestantismo, a saber: la posibilidad
de que los creyentes, como Galileo, pudieran interpretar las Sagradas Escrituras por sí
mismos, afirmando que tal o cual cuestión debe entenderse de tal o cual manera, lo cual
impugnaba el reservorio hermenéutico del poder eclesiástico. Una muestra de esta
apertura que hacía temblar los, hasta entonces, firmes estamentos de la Iglesia, lo
constituye el hecho de que incluso muchos padres y funcionarios de la misma ponían
sus esfuerzos al servicio de conciliar el realismo heliocéntrico con las Sagradas
Escrituras. La obra de Copérnico había logrado dividir aguas incluso dentro de la misma
Iglesia.
Lamentablemente Copérnico no pudo defender su teoría. Por suerte, otros tantos lo
hicieron, aunque quizás pocos con el ingenio, la perseverancia y la suerte de permanecer
vivos gracias al status socio-político que ocupaban, como fue el caso de Galileo. Los
argumentos de Galileo eran bastante claros e, incluso, algunos tenían puntos de contacto
con la Iglesia. Por ejemplo, para ambos, la ciencia y la fe eran perfectamente
compatibles, siempre y cuando cada una recorte un ámbito de repercusión sobre el cual
el otro no podrá acceder. El problema surgía porque, para la Iglesia, las proposiciones
de la ciencia que contradigan las Sagradas Escrituras debían permanecer como meras
hipótesis o herramientas de cálculo, todo lo cual no podía considerarse como una
descripción del universo; ello, mientras que Galileo le pedía a la Iglesia que renuncie a
la descripción de la realidad del mundo físico, manteniendo para aquella la autoridad
sobre la realidad del mundo espiritual y sobre el modo de vivir conforme a ella para
lograr la salvación.
Para identificar el clima de ese momento histórico y el modo en que ya algunos
funcionarios de la Iglesia tomaban nuevos rumbos, resulta conveniente citar el pasaje de
una carta dirigida a la Señora Cristina de Lorena, Gran Duquesa de Toscana, en donde
Galileo parafraseaba al Cardenal Baronio: “el Espíritu Santo, que no ha querido
enseñarnos si el cielo se mueve o si permanece inmóvil, si su forma es la de una esfera,
de un disco o de un plano, no habrá podido tampoco tener la intención de tratar otras
conclusiones que con estas cuestiones se ligan, tales como la determinación del
movimiento y del reposo de la Tierra o del Sol. Y si el Espíritu Santo no ha querido
enseñarnos esas cosas, porque ellas no concernían al objetivo que Él se propone, a
saber, nuestra salud (…). Repetiré aquí lo que he oído a un eclesiástico que se encuentra
en un grado muy elevado de la jerarquía, a saber, que la intención del Espíritu Santo es
enseñarnos cómo se va al cielo, y no cómo va el cielo”19
. Galileo insistía en que si Dios
nos había puesto en un mundo físico rodeado de fenómenos naturales y, a su vez, nos
había permitido percibir, tener experiencias e indagar en el conocimiento del mismo
mediante facultades tales como los sentidos y el intelecto, así como las diversas
herramientas disciplinares que nos permitió construir para con ellas comprender el
universo, no tendría sentido negar lo que, mediante estos dones divinos, el hombre
había logrado adquirir.
Así, para Galileo, el problema se encuentra en lo relativo a la naturaleza, ya que ella
“se adecua, inexorable e inmutablemente, a las leyes que le son impuestas, sin franquear
jamás sus límites, y no se preocupa por saber si sus razones ocultas y sus maneras de
obrar están al alcance de nuestras capacidades humanas. De ello resulta que los efectos
naturales y la experiencia de los sentidos que delante de los ojos tenemos, así como las
demostraciones necesarias que de ellas deducimos, no deben en modo alguno ser
puestas en duda ni, a priori, condenadas en nombre de los pasajes de la Escritura, aun
cuando el sentido literal pareciera contradecirlas. Pues las palabras de la Escritura no
están constreñidas a obligaciones tan severas como los efectos de la naturaleza, y Dios
no se revela de modo menos excelente en los efectos de la naturaleza que en las palabras
sagradas de las Escrituras”20
. De todo ello, no sólo debemos extraer la fe de Galileo en
Dios y en las Sagradas Escrituras, sino también en la revelación aún cuando esta opere
haciéndose presente en los efectos de la naturaleza al ser interpelada por los
experimentos y la matemática. Si se quiere, la ciencia galiliana, con su método, se
19 GALILEO, Galilei, “Carta del señor Galileo Galilei, Académico Linceo, escrita a la señora Cristina de
Lorena, Gran Duquesa de Toscana”, Editorial del Cardo, 2010, en página Web: Biblioteca Virtual
Universal (www.biblioteca.org.ar), p. 7. Para mayores referencias de Galileo sobre la cuestión teológica
en dicha carta: Cfr. Ídem, pp. 1, 6, 7, 11, 13, 16, 17 y 20. 20 Ídem, p. 5.
intentará posicionar como la fiel intérprete de aquello que Dios nos intenta revelar por
medio de la naturaleza.
En ese sentido, dice Galileo, “la Sagrada Escritura y la naturaleza proceden
igualmente del Verbo divino, aquélla como dictado del Espíritu Santo, y ésta como la
ejecutora perfectamente fiel de las órdenes de Dios”21
. El problema, claro está, es que el
hombre debe leer e interpretar mediante sus facultades y herramientas esas dos
vertientes de la “expresión divina”. Así, las posibles mediaciones permiten un espacio
de lucha entre los grupos de poder en juego; y la ciencia, como grupo que se intentaba
desprender del poder eclesiástico, comenzaba a fabricar las armas de su lucha.
Sin embargo, aún así, este nuevo grupo continuaba siendo estrictamente religioso.
Eso puede verse, por ejemplo, en el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo,
donde Galileo intenta aplicar sus estudios sobre la aceleración de la caída de los cuerpos
al debate en torno al modo en que Dios constituyó el mundo. Asimismo, en el
manuscrito de ese mismo texto puede leerse una anotación de su puño y letra que dice:
“[Dios] lo dispuso todo con medida, número y peso”22
.
Claramente, la ciencia moderna no solo estuvo acorde a esta cita bíblica, sino que fue
aún más fiel que toda la ciencia anterior al ser ella quien afirme la realidad matemática
del universo.
La reducción del espacio a una matemática-teológica y a una filosofía-
matematizada.
Luego de que Copérnico intentara simplificar la geometría ptolemaica y se dispusiera
a realizar numerosas demostraciones matemáticas para establecer su imagen de los
orbes celestes, Galileo llevó adelante numerosos, controlados y precisos experimentos
con el objetivo de establecer matemáticamente las leyes que rigen los movimientos de
los cuerpos terrestres. Para estudiar y explicar -mediante la estática y la dinámica- los
fenómenos naturales físicos, pero también biológicos23
, Galileo propondrá considerar la
geometrización del mundo. Ello, y el debate sobre el rol de la matemática relativo al
21 Ídem, p. 5. 22 Esta frase bíblica de Sabiduría, II, 20, fue citada por Galileo en el borrador del Discorso intorno alle
cose che stanno in sull ̀ acqua (1612): “Posuit Deus omnia in numero, pondere et mensura” (Cfr.
REDONDI, Pietro, Historia del tiempo, Madrid, Ed. Gredos, 2010, p. 121, nota al pie 35 -nota comentada
en p. 355-). 23 Cfr. GALILEO, Galilei, Dialogo acerca de dos nuevas ciencias, Buenos Aires, Ed. Losada, 2003, pp.
178-179.
realismo o instrumentalismo de la teoría heliocéntrica, le permitirá ir construyendo un
modelo científico realmente novedoso. Así, reducir todo el movimiento terrestre al
registro matemático (siguiendo la hipótesis de que Dios lo había construido todo con
número, peso y medida) era un desafío demasiado grande, pero no por ello menos
deseado por este autor.
La pretensión realista de la aplicación sistemática de las matemáticas a los
fenómenos sublunares24
transformará a Galileo en el primer rayo de luz que anuncie,
aún cuando todavía no sea visible el sol newtoniano, el arribo de las modernas
matemáticas aplicadas al mundo terrestre del hombre.
Ahora bien, para que todo ello sea posible, era necesario afrontar un problema
pendiente. Si Galileo, como era su intención, pretendía defender la verdad de la
matemática y, a su vez, señalar que no hay más que una verdad, la disputa entre
filosofía y matemática debía resolverse. Para ello, Galileo fue muy astuto. En vez de
combatir directamente la especulación conceptual filosófica afirmando que el rigor
matemático era más eficaz para expresar la verdad, eligió identificar filosofía y
matemática al punto tal de que una y otra fueran una misma cosa: la manifestación de la
verdad del universo.
Sin embargo, en esa operación, sin confrontación alguna y, de un plumazo, se vació a
la filosofía de contenido rellenándola con el modelo matemático. La cita en dónde lleva
adelante tal operación es conocida, aunque muchas veces se reduce a unas pocas líneas
o se tergiversa al punto tal que pierde el sentido y, lo más importante, la operación que
allí se está llevando a cabo sobre la filosofía. Es por eso que vamos a ampliar la cita,
aunque dividiéndola en dos partes, para así lograr un mejor análisis.
La primera parte dice así: “Me parece, por lo demás, que Sarsi [adversario de la
teoría heliocéntrica] tiene la firme convicción de que para filosofar es necesario
apoyarse en la opinión de cualquier célebre autor [la referencia es a Aristóteles], de
manera que si nuestra mente no se esposara con el razonamiento de otra, debería quedar
estéril e infecunda; tal vez piensa que la filosofía es como las novelas, producto de la
fantasía de un hombre, como por ejemplo la Ilíada o el Orlando furioso, donde lo menos
importante es que aquello que en ellas se narra sea cierto. Sr. Sarsi, las cosas no son así”25
.
24 Ello, luego de haber demostrado que no hay diferencia de perfección entre el mundo celeste y sublunar,
debido a las numerosas imperfecciones que observó con su catalejo en el primero de ellos. 25 GALILEO, Galilei, El ensayador, op. cit., pp.62-63.
Durante esta primera parte, Galileo se muestra como un defensor de la filosofía al
atacar a aquellos que la someten a cualquier tipo de autoridad. Así como había
defendido a la ciencia de la sumisión a la autoridad de las Sagradas Escrituras, aquí hace
lo propio con respecto a la filosofía aunque parece extender su independencia hasta
donde lleguen sus propios límites.
Sin embargo, luego realiza una operación poco digna de la precisión a la que nos
tiene acostumbrados, cuando reduce la fantasía a meras novelas donde lo menos
importante sería que ellas sean ciertas, citando como argumentos dos obras literarias. El
problema, aquí, no sólo es que la fantasía, así como también la imaginación, no sólo no
se reducen a producir ficciones en donde no importa que ellas sean ciertas o falsas, sino
que son facultades humanas sumamente importantes para la filosofía. Ellas producen
imágenes de las cuales el hombre se sirve para especular e indagar más allá de lo que se
le presenta como evidente. Incluso, son un elemento fundamental para la
experimentación (cuestión muy valorada por Galileo) dado que ésta se lleva adelante
para comprobar (o no) hipótesis que, hasta ese entonces, eran meras especulaciones
realizadas sobre productos, justamente, de la imaginación y la fantasía. Incluso, el
mismo Galileo ha hecho uso de estas últimas en numerosas ocasiones; un claro ejemplo
de ello es cuando intentó construir “la verdadera constitución del Universo”26
narrando
el modo en que Dios podría haberlo hecho arrojando los astros al cielo para luego
aplicarles fuerzas. Es así que Galileo, previo a manifestar su idea de la filosofía, la
despoja de la fantasía sin mucha indagación en lo que ella y otras tantas facultades
humanas podrían aportar a la filosofía.
Así las cosas, acercándose a un prisma por lo demás particular, continúa aquella
“defensa de la filosofía” de la siguiente manera: “La filosofía está escrita en ese
grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se
puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres en
los que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos,
círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra;
sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto”27
.
Vemos así que la independencia de la filosofía respecto de cualquier autoridad,
encuentra en la matemática un claro límite. Si bien es cierto que este pasaje se podría
entender como una reducción de la filosofía a la matemática sin más, también sería
26 Ídem, p. 64. 27 Ídem, p. 63.
legítimo comprender que la filosofía sólo puede emprender su camino (especulativo o
de otro tipo; importante es recordarlo, sin la fantasía) sobre la base de un terreno firme y
asentado por el rigor matemático. Ambas posibilidades resultan sumamente
problemáticas y requieren de un pormenorizado análisis de sus implicancias.
Que la filosofía esté escrita en el universo es una proposición bastante discutible ya
que debería comenzarse por definir lo que significa el universo. Si este es el universo
material, desde ya podemos descartar que la filosofía esté solamente escrita en él,
puesto que ella también indaga, no sólo en la idea de Dios o del alma, sino también
estudia lo que ocurre en la imaginación, en el pensamiento y en el discurso (por sólo
poner algunos ejemplos); y todo ello, si bien puede o no tener correspondencia en el
universo material, no se reduce a él. Y, aún cuando muchas ciencias pretendan ir hoy en
día en esa dirección, no está en absoluto probado que todos esos objetos de estudio de la
filosofía estén escritos en términos matemáticos.
Ya hemos visto que la concepción del universo de Galileo no es la incorporal o
inmaterial; para él, como para la Biblia, Dios lo dispuso todo con número, medida y
peso. Vemos así que la filosofía a la que refiere Galileo ya tiene, de entrada, recortado
su objeto de estudio: sólo podrá referirse al mundo corpóreo o, para ser por ahora
permisivos, al mundo material, dejando por fuera los objetos incorporales de la filosofía
(Dios, alma, pensamiento, etc.).
Es más, cuando Galileo se disponga a establecer aquello que compone el universo,
dirá lo siguiente: “en el momento que imagino una materia o sustancia corpórea, me
siento en la necesidad de imaginar, al mismo tiempo, que esta materia está delimitada y
que tiene esta o aquella forma, que en relación con otras es grande o pequeña, que está
en este o en aquel lugar, en este o en aquel tiempo, que se mueve o que está en reposo,
que está o no en contacto con otro cuerpo, que es una, pocas o muchas; ni con gran
imaginación puedo separarla de estas condiciones; pero que deba ser blanca o roja,
amarga o dulce, sonora o muda, de olor agradable o desagradable, no me siento en la
necesidad de forzar mi mente para tener que representármela acomodada con tales
condiciones; más bien, si los sentidos no las hubieran advertido, tal vez la razón o la
imaginación por sí mismas no lo hubieran logrado nunca. Por todo ello pienso que estos
sabores, olores, colores, etc., por parte del sujeto en el que parece que residen, no son
más que meros nombres, y tienen únicamente su residencia en el cuerpo sensitivo, de
manera que eliminando el animal sensitivo, se eliminan todas estas cualidades; sin
embargo, nosotros, puesto que les hemos puesto nombres particulares y diferentes de
aquellos primeros y reales accidentes, quisiéramos creer que también estos son
verdadera y realmente diferente de aquellos”28
.
Los olores, sabores, colores y todas aquellas sensaciones, como el calor o el
cosquilleo, dice Galileo, pertenecen al sujeto, más no a la realidad de la materia que en
su mutua interacción, y al ser recibida en el cuerpo sensible del sujeto, producen para
este último todos aquellos efectos. Por eso, no vamos a encontrar en el universo ninguna
de esas sensaciones.
A él corresponden las cualidades objetivas que Galileo se preocupa explícitamente de
comentar: la forma, la cantidad, la magnitud, el movimiento o el reposo, el contacto, la
localización y la temporalidad. Es cierto que ellas también pueden ser percibidas por el
cuerpo sensible; sin embargo, lo que le importa a Galileo es que, si bien podemos
prescindir de las denominadas cualidades sensibles o subjetivas, no es posible concebir
el universo descartando las cualidades objetivas (de las otras, en cambio, no sólo es
posible prescindir sino que es totalmente necesario hacerlo para la búsqueda de la
verdad del universo).
Sin embargo, referir a cualidades objetivas y subjetivas solamente es posible cuando
pretendemos concebir la realidad del mundo desde la perspectiva del hombre. Pero
Galileo no pretende realizar esa operación. De hecho, lo deja muy claro: elimina al
animal sensitivo y, recién ahí, se propone indagar en la realidad del mundo. Es por ello
que hablar de cualidades objetivas y subjetivas de la materia en la obra de Galileo
resulta sumamente extraño. Así, las mencionadas por él no serían cualidades objetivas,
sino las verdaderas, reales y únicas cualidades del universo.
Es por eso que, para él, no se trata de una reducción estratégica del universo a esas
cualidades objetivas para mejorar un método, sino de la radical afirmación de que el
universo sólo está compuesta de ellas. De esta manera, Galileo expresa lo que para él
sería una concepción verdadera y real del universo, la cual resulta perfectamente
maniobrable por el lenguaje matemático y, también (¿por qué no decirlo?),
públicamente controlable ya que esas cualidades cuantificables y mensurables son
iguales para todos. Esta es la democratización matemática del conocimiento del
universo a la cual nos invita Galileo.
Ahora bien, siendo esto así, es importante establecer el estatuto fundamental de la
matemática en todo este enredo. Ella, o bien puede ser el lenguaje para comprender los
28 Ídem, p. 294.
secretos del universo cerrando así el entendimiento de los mismos a lo que la
matemática pueda demostrar, no habiendo nada más que decir al respecto, o bien ella
puede ser la clave para descifrar aquellos enigmas, dejando abierta la puerta para la
especulación, el análisis y la creación conceptual, así como cualquier otra indagación de
tipo filosófica que aporte elementos a la comprensión de todo lo que va aflorando
mediante (y solo mediante) la matemática.
La respuesta a ello surge cuando Galileo se permite afirmar que la filosofía que está
escrita en el universo “no se puede entender si antes no se aprende a entender”29
lo que
la matemática muestra de aquél. Así, la filosofía solo tiene lugar si se limita a especular
sobre lo firmemente establecido por la demostración matemática en relación al universo
material definido por las cualidades (objetivas) ya referidas, y sin ir más lejos que ello;
esto quiere decir: no explicitar nada que no se asiente sobre una demostración
matemática ya realizada; ni tampoco expresar consideración alguna sobre cualquier otra
cosa que no refiera al universo material objetivo.
Ahora bien, como ya dijimos unos cuantos párrafos atrás, la elaboración de esta
imagen del universo y su defensa del realismo matemático, comenzó debido a la
necesidad de Galileo, no sólo de ser reconocido como filósofo y así acceder a cierto
status social que le permitiría los beneficios de la Corte, sino también por un conflicto
teológico-científico-político que consistía en decidir qué disciplina era la indicada para
decir la verdad del hábitat natural en el que vivimos y, a partir de ahí, dirigir y construir
políticamente el mundo.
En todo ese juego de argumentación, pareciera que Galileo termina por reducir
excesivamente el campo de la filosofía. Decimos que “parece” que Galileo reduce la
filosofía a eso, y no que efectivamente lo hace dado que sus gestos para lograr aquello
que se podría considerar una reducción bien podrían considerarse ajenos a su propio
método. No debemos olvidar que la utilización de la imaginación tanto para describir la
realidad del universo, así como para narrar una posible historia de la construcción del
universo por Dios, no ha sido ajena a Galileo. Es por eso que bien podríamos matizar
todo lo dicho hasta aquí si, en vez de atender a lo que afirma respecto al método,
prestamos atención a lo que el metodologista realiza. Por un lado, para construir ese
mundo no sensible requiere y utiliza la imaginación. Y, ahora, una vez construido el
universo galiliano mediante la imaginación, afirma, no hay que utilizar esta facultad de
29 Ídem, p. 63; la cursiva nos pertenece.
otro modo que no sea el estrictamente delimitado por las demostraciones matemáticas;
lo cual él incumple al realizar el gesto especulativo de imaginar qué cualidades son
imprescindibles (lo cual no está demostrado por medios matemáticos). Su concepción
matemática fue construida, como él mismo afirma, mediante la imaginación30
. Esta es la
gran contradicción galiliana.
Sea como fuere, las intenciones y argumentos de Galileo a favor de la matemática,
así como las consecuencias de su proceder sobre los roles de la teología y la filosofía,
son absolutamente claros.
Galileo reafirmará su elección por las matemáticas diciendo que no se trata de una
mera conveniencia de método, sino porque es el único y verdadero; en la voz de
Salviati, se permite decir: “en cuanto a la verdad de que dan conocimiento las
demostraciones matemáticas es la misma que conoce la sabiduría divina”31
. Vemos así
que, una vez disipados los fantasmas de su costra aparentemente revolucionaria, la
ciencia galiliana puede pasar perfectamente por religiosa frente a los ojos
contemporáneos (en cambio, con la mirada de aquél período, su religiosidad estaba
puesta en duda).
Esta historia muestra, entonces, que fue una disputa por la verdad entre la política, la
teología, la filosofía y la ciencia lo que determinó la avanzada científica
(pretendidamente independiente) sobre el universo. Asimismo, un análisis de aquél
proceso deja en claro que la concepción galiliana lejos está de haberse formado en una
concepción puramente científica y desteologizada.
En ese mismo sentido, si recordamos los nuevos usos que la revolución científica le
otorgó a la matemática, a la filosofía y a la teología, así como también a las facultades
humanas, podremos comprender que la denominada secularización moderna no sería la
simple traslación de conceptos políticos teologizados a conceptos políticos, sino
también otra forma de utilización teológico-política de disciplinas, facultades y
herramientas humanas que tenían un estatuto distinto durante la época del fuerte
dominio de la teología por parte del poder eclesiástico.
Asimismo, reforzando los aspectos políticos de esta elección por las matemáticas,
aunque sin pretender reducir los argumentos al siguiente, cabe recordar que, en los
Diálogos sobre los dos sistemas máximos, Salviati (quien, se sabe, representa la voz de
Galileo) defiende la primacía de las matemáticas en razón de que ofrecen un método
30 Cfr. ídem, p. 294. 31 GALILEO, Galilei, Dialogo sobre los sistemas máximos, Jornada Primera, op. cit., p. 188.
seguro y poseen un carácter conveniente para mantener el control público sobre la
legitimidad de los discursos: “¿Y qué puede ser más vergonzoso en los debates
públicos, mientras se está tratando de conclusiones demostrables, que el oír a uno que
aparece de pronto con un texto –a menudo escrito con un objetivo muy distinto- cerrar
con él la boca de su adversario?”32
.
Así, las cualidades objetivas del universo, al ser cuantificables y mensurables por
igual por todos los seres humanos, aseguran una especie de axioma autorregulador de
los discursos que pueden circular con determinados criterios de legitimidad dentro de
una sociedad. Obviamente, también circulan otros discursos, pero lo importante aquí es
el control de la generalidad y la mayoría que establece y posibilita el orden de
legitimación científica y política que otorga la objetividad.
De esta manera, el dispositivo científico-teológico-político de control sobre la
legitimidad discusiva, tan importante hoy en día, sumado a la verdad universal
científica, aunque asentada sobre una posición teológico-política, comenzaba a sumergir
la politicidad del mundo en el océano de las matemáticas de una vez y para siempre.
Como recuerda el historiador de las matemáticas Bell, “la realidad es que fue la ciencia
de Galileo y no la metafísica y la lógica aristotélicas las que han hecho de nuestra
civilización material lo que es hoy día”33
.
La matemática, cuyo origen es desconocido por los hombres, es entonces la ciencia
de Dios; y, por ello, es también la ciencia por antonomasia del gobierno que debe
afrontar el hombre. Sólo a partir de ella es posible construir una verdadera y universal
política.
La consolidación del espacio matemático en la mecánica racional universal
newtoniana.
Isaac Newton escribió los Principios Matemáticos de la Filosofía Natural con el
objetivo de consolidar una mecánica racional universal que pueda dar cuenta de todos
los movimientos posibles para los cuerpos celestes que habían estudiado, entre otros,
32 GALILEO, Galilei, Dialogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano,
Madrid, Ed. Alianza, 2011, citado en REALE, Giovanni y ANTISERI, Darío, Historia del pensamiento
filosófico y científico. II, op. cit., p. 248. 33 BELL, Eric Temple, Historia de las matemáticas, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2012, p.
172.
Copérnico y Kepler, así como para los cuerpos terrestres sobre los que había indagado,
por poner el ejemplo más paradigmático, Galileo.
Para ello formuló un arsenal conceptual y legislativo, el cual irá aplicando poco a
poco al universo físico a lo largo de los tres libros que componen dicha obra. Allí, una
vez más, los precisos y desarrollados cálculos matemáticos serán imprescindibles para
que las teorías presentadas tengan la fuerza suficiente para ser defendidas frente a las
diversas hipótesis que puedan gestarse como opositoras.
Hacer del universo, es decir, de todos los movimientos que componen al universo
elementos pasibles de ser cuantificados y mensurados fue el gran primer desafío
newtoniano para que los cálculos matemáticos pudieran tomar lugar en su sistema.
Como una especie de principio general, de todas las cualidades posibles de los cuerpos,
sólo aceptó aquellas que, al no aumentar ni disminuir, tampoco pueden ser eliminadas.
Así fue que al inicio de los Principia, conceptualizó y definió la materia, el movimiento,
la fuerza insita, impresa y centrípeta (así como las distintas magnitudes de esta última)
de modo tal que puedan reducirse a cantidades.
Sin embargo, como todo ese aparato conceptual propio de un mundo ideal
matemático debía descender a los fenómenos físicos y serles aplicados, estableció un
marco de axiomas o leyes dentro de las cuales sería posible comprender (es decir,
comprender matemáticamente) los movimientos: la ley de inercia, la de cambio del
estado inercial y, finalmente, la de acción y reacción. Asimismo, todos los cuerpos están
sujetos a la fuerza-ley de gravedad y por ello, gracias a ello, están en relación unos con
otros (en proporción a la cantidad de materia de cada cuerpo y a la distancia existente
entre cada uno de ellos). Así, la fuerza gravitatoria nos permite poner en relación
cualquier región del universo con otra. La mecánica racional encuentra aquí uno de sus
primerísimos estandartes de su funcionamiento universal.
Si bien puede hacerse hincapié en numerosos elementos de los Principia que habrían
matematizado el espacio, consideramos que el concepto matemático de movimiento,
tejido por la materia, las fuerzas y sus leyes, es aquél que da el paso esencial en aquella
dirección.
Así, luego de desarrollar el aparato conceptual y legislativo ideal matemático, así
aplicarlo a lo que ocurre y podría ocurrir en la variedad de medios ideales y resistentes
del universo físico, y, no menos importante, desmontada la teoría cartesiana de los
vórtices, en su tercer libro, el “Sistema del Mundo”, Newton saltará de la explicación
minimalista de cada problemática región del universo físico que iba construyendo poco
a poco mediante la racionalidad universal mecánica, a la postulación del sistema del
mundo propiamente newtoniano.
Es a partir de la proposición sexta de este último libro que se puede terminar de
comprender aquella operación que había realizado Galileo, pero que también reivindicó
Newton al inicio de sus Principia cuando redujo el universo a determinadas cualidades
objetivas, prestando el inglés especial importancia a aquellas que le permitan medir la
cantidad de materia en movimiento. Leamos las proposiciones sexta y séptima de
continuo para poder captar la razón de todo ese gran sistema operativo: “Proposición
VI. Teorema VI. Todos los cuerpos gravitan hacia cada planeta y sus pesos hacia un
mismo planeta, a iguales distancias del centro del planeta, son proporcionales a la
cantidad de materia existente en cada uno”34
. “Proposición VII. Teorema VII. La
gravedad ocurre en todos los cuerpos y es proporcional a la cantidad de materia
existente en cada uno”35
.
A partir de los cálculos que permite la ley de gravedad (junto con todo el aparato
conceptual que lo acompaña, especialmente concentrado en la definición de materia,
fuerza y movimiento, como cantidades de las mismas), se ponen en consideración otras
proposiciones, teoremas y algunas hipótesis que permiten situar los centros gravitatorios
en reposo, describir los movimientos aparentemente discontinuos como los que
producen los equinoccios, los vínculos entre las mareas en la Tierra y los movimientos
lunares, así como hallar con finísima precisión las periodicidades de gran parte de todos
los efectos que el sistema expuesto producen en los observadores situados en la Tierra.
Todas ello permitió presentar una imagen más precisa y dinámica del universo, pero no
sólo eso...
Los Principia comienzan con un poema de Edmundo Halley, aceptado por Newton
para la edición, que expone con aguda precisión las específicas motivaciones, logros e
implicancias de la imagen del mundo allí propuesta.
Dicho poema es una breve puesta en contexto de la gran mayoría de los problemas
que han motivado y atravesado, poco a poco, la creación del sistema newtoniano: desde
los problemas que vinimos señalando desde Copérnico y Galileo, tales como los de los
astrónomos y los navegantes, pasando por los debates de los sabios, teólogos y
matemáticos, hasta las prácticas políticas. Todo ello estuvo inserto en un polémico
34 NEWTON, Isaac, Principios matemáticos de la filosofía natural, Madrid, Ed. Alianza, 2011, p. 631; la
cursiva nos pertenece. 35 Ídem, p. 635.
contexto en dónde se debatía los modos, las posibilidades y límites de acceso a la
verdad de las leyes divinas. Pero el sistema newtoniano no ofrecía a su época sólo una
respuesta sistemática a esos problemas, sino también otorgaba una esperanza científico-
teológico-política que se puede observar en los siguientes pasajes del poema:
“He aquí la Ley del Universo, las divinas medidas de la masa. He aquí el cálculo del
cielo; leyes que, mientras establecía los principios de las cosas, el Creador de todo no
quiso violar, y así establecer los fundamentos de las obras. Se abren del cielo vencido
los últimos arcanos, y no se oculta ya qué fuerza mueve los últimos círculos. (…) Cosas
que tantas veces han torturado a los Sabios antiguos y en vano torturan a las Escuelas
con ronca contienda, las vemos claras ahora matemáticamente desveladas. (…) Entrar
en la morada de los dioses y escalar las alturas del Cielo. Levantaos mortales, desechad
los terrenos cuidados y distinguid desde ahora las fuerzas de la mente divina, tan amplia
y largamente distante de la vida de las bestias. (…) ya somos admitidos en convite a la
mesa de los dioses, ya podemos manejar las leyes superiores del Universo y ya se abren
los ocultos misterios de la oscura Tierra, el orden inmóvil de las cosas y los secretos que
ocultaron los siglos pasados. (…) Celebrad conmigo a quien tales cosas nos muestra, a
Newton que abre el cerrado cofre de la verdad, (…) pues no está permitido a un mortal
tocar más de cerca a los dioses”36
.
El poema, con su manera de presentar la obra newtoniana, adelanta la tonalidad de
consumación de una historia que luego formará parte del clima de época hasta nuestros
días. Newton, antes que Hegel, es el iniciador de esa polémica idea por la cual se
considera que la historia está terminada. Es evidente que, centrado en el terreno
científico, y no filosófico-histórico-político como el de Hegel, sus repercusiones pueden
ser menores para afirmar algo como lo dicho. Sin embargo, eso sólo es así si olvidamos
el salto que nos permite dar Newton por sobre las polémicas científico-teológicas. El
poema inicia y finaliza con un tono que representa a las claras lo que aquí intento
expresar: “He aquí la Ley del Universo. (…) ya somos admitidos en convite a la mesa
de los dioses, ya podemos manejar las leyes superiores del Universo (…). no está
permitido a un mortal tocar más de cerca a los dioses”.
La historia científica toca aquí un punto culmine, alcanzando las leyes más altas a
partir de las cuales sólo será necesario desarrollarlas y aplicarlas horizontalmente sobre
nuestro hábitat. Pero ello no se dará solo en el terreno científico. Si bien es cierto que,
36 HALLEY, “A esta obra físico-matemática del muy ilustre varón Isaac Newton, honra insigne de
nuestro siglo y de nuestro pueblo” en NEWTON, Principios…, op. cit., pp. 95-96.
hoy día, un descubrimiento científico tiene numerosas implicancias teóricas y otras
tantas de índole práctico (sobre todo, tecnológico), hay que comprender que, como bien
lo expone Halley, en esa época la discusión y descubrimiento de las leyes científicas, no
sólo tenían implicancias teóricas y prácticas en la vida científica y social, así como en la
legitimidad del discurso filosófico (cuestión que ya vimos con Galileo), sino también y
sobre todo implicancias de índole moral (como pretendió explícitamente en su Óptica
Newton) y político, en tanto que ellas eran leyes divinas que, entonces, también
alcanzaban el accionar moral y político.
Paradójicamente, en el momento que comienza el llamado proceso de secularización,
el hombre político recibe de una vez por todas las leyes superiores provenientes de Dios
para su administración en el universo material. La ciencia, consumada por Newton, fue
el Moisés de la modernidad.
Conclusión.
Hasta aquí, pudimos observar el juego de relaciones disciplinares que tuvieron que
afrontar los textos de Copérnico, Galileo y Newton, así como sus motivaciones e
implicancias teológico-políticas, durante la reconstrucción de la espacialidad suscitada
en la llamada revolución copernicana.
Pudimos detectar que, poco a poco, se fue conformando una concepción espacial
que, si bien rompió con ciertas influencias metafísico-teológicas y se pretendió
estrictamente científica al ser enfocada en algunos principios, no por ello dejó de estar
tejida por principios teológico-políticos (por sólo recordar algunos ejemplos, podemos
mencionar la idea que sigue Galileo de que Dios lo había creado todo con número, peso
y medida, así como la providencia divina alimentada por el sistema espacial
newtoniano).
También pudimos notar que muchas de las decisiones fundamentales que permitieron
la conformación de dicho espacio estuvieron posibilitadas por la utilización de ciertas
facultades humanas y disciplinas que, luego, fueron desprestigiadas por esos mismos
autores que las habían implementado (ejemplos de ello son el uso de la imaginación, la
metafísica y la especulación hipotética); pudimos notar que la creación de los métodos
y sistemas que pretenden gobernar la racionalidad occidental, necesitaron de aquellas
facultades y disciplinas que estos mismos modelos dicen ahora desprestigiar.
A través de esta investigación creamos la ocasión para ir en búsqueda de otras
implicancias que, en un sentido amplio, podrían ser llamadas políticas (aunque también
son económicas, jurídicas, morales), las cuales excedieron los textos analizados,
llegando incluso a tejer algunos de los principios que, según Foucault, componen la
forma gubernamental del liberalismo actual, tales como la economía política y los
mecanismos de seguridad.
Estas bases surgidas a mediados del siglo XVIII, y en donde se asienta parte del
liberalismo político, compartirían con la concepción espacial newtoniana, conformada
previamente (fines del siglo XVII), una forma de racionalidad bajo la cual comprenden,
trabajan y operan aquello que, en cada caso, constituye su objeto (sea la regulación
economía, el control poblacional o el universo físico).
Todos ellos tendrían el anclaje en una representación de segundo grado, conformada
por una red dinámica y suficientemente densa de fenómenos cuantificables, y por ello
calculables, los cuales no ofrecerían cualidades previamente jerarquizables que pudieran
otorgar estratos, exclusiones, privilegios.
Esta gran homogeneización que, según hemos visto en relación al espacio, lleva
adelante Newton vía los principios matemáticos de su mecánica racional se trasladaría,
con una serie de mediaciones, al modo de comprender lo que, previo a conformase la
economía política y el dispositivo de los mecanismos de seguridad a mediados del siglo
XVIII, había sido una teoría de la función de valor del dinero y la elaboración del
dispositivo disciplinario del cuerpo (y que, incluso, con anterioridad a esto último,
según Foucault, habría tenido lugar bajo una teoría del dinero y del dispositivo soberano
jerárquico de la ley que le permitía utilizar el código binario). Por lo pronto, es
necesario recalcar que Foucault afirma ser consciente de la fuerte similitud y relativa
contemporaneidad de la racionalidad, llamémosla, física y política, así como del hecho
de que las nociones que componían y dominaban a ambos campos era una cuestión que
los intelectuales de aquél momento tenían presente y problematizaban (como fue el caso
de Leibniz con relación a la noción de fuerza).
En la clase del 22 de marzo de 1978 del seminario Seguridad, territorio, población,
Foucault explicita su incapacidad para dar respuesta al siguiente interrogante: ¿cómo
explicar el uso de una racionalidad similar en la física newtoniana y en el pensamiento
político inmediatamente posterior a aquella, siendo campos aparentemente tan ajenos
uno del otro?37
Retomando la inquietud de Foucault, y utilizando los análisis ya hechos en los
capítulos anteriores sobre la crisis del espacio y sobre su posterior reformulación
durante la temprana modernidad, seguramente será posible aportar algunos elementos
que ayuden no sólo a explicar esa relativa contemporaneidad de una misma racionalidad
en campos aparentemente tan lejanos uno del otro, sino también dar cuenta del modo en
que la física newtoniana, con muchas de sus implicancias científicas y políticas, habría
influido en algunas de las bases del liberalismo político.
Sin embargo, esto último quedará pendiente para otra oportunidad.
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37 Cfr. FOUCAULT, Michel, Seguridad, territorio, población. Curso en el Còllege de France 1977-1978,
Buenos Aires, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 339-341.
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