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Fernández Retamar - Con las mismas manos. Ensayo y poesía

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Con las mismasmanos

Ensayo y poesía

Colección Claves de América

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Con las mismas manos

Ensayo y poesíaRoberto Fernández Retamar

Selección y presentaciónRoberto Méndez

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© Fundación Biblioteca Ayacucho, 2008Colección Claves de América, No 34Hecho Depósito de LeyDepósito legal lf50120088001393ISBN 978-980-276-464-8Apartado Postal 14413Caracas 1010 - Venezuela www.bibliotecayacucho.gob.ve

Director Editorial: Edgar Páez Coordinadora Editorial: Gladys García RieraJefa Departamento Editorial: Clara Rey de GuidoCoordinadora de Editores: Livia Vargas González Editora: Kattia Piñango PintoAsistentes Editoriales: Shirley Fernández y Yely SolerJefa Departamento de Producción: Elizabeth CoronadoAsistente de Producción: Jesús David LeónAuxiliar de Producción: Nabaida Mata Coordinador de Correctores: Henry ArrayagoCorrección: Andreína Amado

Concepto gráfico de colección: Juan FresánActualización gráfica de colección: Pedro MancillaDiagramación: Juan Francisco VázquezImpreso en Venezuela/Printed in Venezuela

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BIBLIotECA AYACuCHo IX

PrEsEntaCIón

LA oBRA DE RoBERto Fernández Retamar (La Habana, 1930) es, desde hace varias décadas, un ejemplo de excepcional calidad literaria. A pesar de no haber sido privilegiada por los grandes monopolios editoriales, su ensayística, destinada en lo esencial a la reflexión sobre la identidad y destino del continente americano, ha logrado permear los más exigentes círculos académicos de Europa y Norteamérica; aunque no siempre estas páginas, agudas y eruditas, permiten descubrir la otra vertiente de su literatura: el quehacer del poeta que ha legado ya textos clásicos para la cultura cubana como “El otro” y la elegía “¿Y Fernández?”.

El escritor inicia su trayectoria vital en los años postreros de la dictadura de Gerardo Machado Morales, época definitoria como pocas en el panorama cubano. Aunque la revolución popular contra el tirano –que logró arrojarlo del poder en 1933– se frustra en lo esencial por la mediación de Estados unidos, se inicia, con gran resistencia por parte de los círculos conservadores un período de renovación de la vida nacional, que abarca desde la reforma de la enseñanza y las estructuras jurídicas del país hasta la consolida-ción del llamado “arte nuevo”, incubado por la vanguardia desde la revista Avance.

Las violentas confrontaciones sociales que se extienden entre

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1933 y 1939 vienen a remansarse hacia 1940 con la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que abre un período de apenas doce años de frágil democracia, interrumpida, una vez más, a partir del 10 de marzo de 1952 por el golpe de Estado del general Fulgencio Batista. A la frustración derivada de la precariedad de una democracia corrupta, se sucedió la amargura por la imposición de un gobierno cuyas razones eran las del terror.

A pesar de estas circunstancias que no parecían favorecer el pensamiento y la expresión artística, se produce en esos años una verdadera eclosión creativa, a partir de la concurrencia de tres generaciones de creadores: los fundadores de la vanguardia, con una obra ya consolidada cuando Retamar entra en la palestra –los poetas Mariano Brull, Nicolás Guillén, José Zacarías tallet, Emilio Ballagas, los ensayistas Jorge Mañach y Juan Marinello–; una segunda generación, asociada en lo esencial con el Grupo Orígenes con el que el poeta tendrá cierta identificación –en este se agrupan, junto a su animador José Lezama Lima, Gastón Ba-quero, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina García Marruz– y cuya obra fundamental comienza a hacerse más allá de 1936; y la propia generación del poeta, emergente a lo largo de los años cincuenta, en la que sobresalen Pablo Armando Fernández, César López, Rolando Escardó, José Álvarez Baragaño y Fayad Jamís.

EL PoEtA

La poesía es por esos años el género privilegiado en la lite-ratura cubana. Cuando el joven autor da a conocer sus primeros poemas, ya Emilio Ballagas ha dado a las prensas Nuestra Señora del Mar (1943) y varios de los textos que aparecerán reunidos en su libro póstumo Cielo en rehenes (1955), mientras Florit deriva desde Reino (1938) y Poema mío (1947), hasta Asonante final y otros

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poemas (1956). A ellos habría que sumar los primeros poemarios de Lezama: Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945) y La fijeza (1949), mientras Cintio Vitier entrega sucesivamente los cuadernos desde Sedienta cita (1943) hasta Sustancia (1950), Fina García Marruz muestra sus Poemas (1942) y Transfiguración de Jesús en el monte (1947) en espera de Las miradas perdidas (1951) y Eliseo Diego se decide, por fin, a sacar de la penumbra En la calzada de Jesús del Monte (1949). “No recuerdo ahora si fue a finales de 1950 o a principios de 1951, aunque esta última fecha me parece la más probable. Había ido a casa de Ballagas a llevarle mi primer cuaderno de versos. (...) A los pocos días recibí en mi casa (prueba de su generosidad) un recorte de periódico: una nota escrita por Ballagas sobre el cuaderno que le había llevado. Me dio con ello una gran alegría”1.

Se trataba de Elegía como un himno, extenso poema dedica-do a la memoria del escritor y líder comunista Rubén Martínez Villena, que un joven amigo, tomás Gutiérrez Alea –el futuro cineasta de talla continental–, le editó en una imprenta manual que tenía en su casa. Aunque es un texto primerizo, marcado por “poesía social” de los autores de la primera vanguardia, hay en sus versos un fervor y una tersa elegancia que anuncian ya una voz poética atendible.

Su cuaderno Patrias, conformado por textos escritos entre los diecinueve y los veintiún años, muestra todavía la huella del magisterio de autores de aquella vanguardia, como Emilio Ballagas y Eugenio Florit, en su vertiente más “escultórica”:

Yo decía que el mundo era una estrella ardiente,Laberinto de plata, cerrazón con diamante;

1. Roberto Fernández Retamar, “Recuerdo a Emilio Ballagas”, Recuerdo a, La Habana, Ediciones unión, 1998, pp. 10-11.

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Y ahora descubro el júbilo de la estancia minúscula,La vida emocionada del vaso entre mis labios (...).2

Su poesía puede colocarse, sin temor alguno, como una de las que abre la llamada “generación de los años 50”. En 1952, obtiene el Premio Nacional de Poesía con Patrias, cuando ninguno de sus contemporáneos ha publicado todavía un cuaderno definitorio –José Álvarez Baragaño da a conocer Cambiar la vida en 1952, pero en París; en 1953 aparecen el Canto a Martí de Carilda oliver y Salterio y lamentación de Pablo Armando Fernández, y en 1954 Los párpados y el polvo de Fayad Jamís–. Sin embargo, su poesía no parece responder a una definición grupal conscien-te, quizá porque no es un autor de manifiestos ni un habitual de tertulias y cenáculos.

Su orbe referencial es muy dilatado: va desde la poesía españo-la del Siglo de oro al múltiple quehacer de Juan Ramón Jiménez, que tan larga estela dejara en Cuba, y los autores de la Generación del 27, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas; sin olvidar la presencia inevitable de Rubén Darío y la poesía cubana del siglo XIX, de Heredia a Martí, antes de beber en las fuentes de sus inmediatos antecesores, Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, José Lezama Lima. No hay que olvidar tampoco que Retamar es un conocedor de la poesía en lengua inglesa, por lo que autores como Donne, Coleridge, Blake y t.S. Eliot no tienen secretos para él.

La multiplicidad de sus lecturas y su conocimiento minucioso y especializado de la poesía, dificultan el referirse a influencias específicas en sus versos; por ejemplo, ante sus “Décimas por un tomeguín”, es difícil asegurar si su aliento inicial deriva de

2. Idem, “Palacio cotidiano”, Versos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002, p. 16.

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la voluntad neoclásica que ayudara a forjar Trópico de Florit, o bien el creador ha bebido de la poesía de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo –decimista por excelencia del romanticismo cubano– o si tiene presente el quehacer de los improvisadores populares de su tiempo:

Ligero nudo del viento,oro decidido agarraSu minúscula guitarraY alza en rumor el momento.Vive de mejor sustentoEl aire allí detenido,Por el pequeño sonidoQue desciende con su vueloComo un diminuto cieloA música concedido.

Alabanzas, conversaciones (1951-1955), su siguiente cuader-no, trae una mayor apertura al lenguaje coloquial. Están allí las preocupaciones de sus coetáneos: Escardó, Fayad. La poesía se busca ahora en lo cotidiano, fuera del ámbito mágico y selecto de los “origenistas”. La mirada se coloca ahora sobre lo aparente-mente vulgar y marginal. Precisamente, textos como “Los oficios” vienen a resultar canónicos para la poesía de esos años.

Sin embargo, dos rasgos fundamentales distinguen la poesía de Fernández Retamar de la de otros autores de su tiempo, el que jamás cruza la línea de la llaneza coloquial hacia el prosaísmo deslavazado o hacia la expresión soez, y el uso elegante de la ironía que como en Martí puede convivir con la ternura y la com-pasión, como sucede en el poema “Los que se casan con trajes alquilados”:

3. “Décimas por un tomeguín”, ibid., p. 21.

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Los que se casan con trajes alquilados,Desmemoriados,olvidadosDe que dentro de dos díastanto principesco telar,Acompañante de la gárrula tardeY de las lágrimas aducidas al final,Debe estar devuelto, lo menos ajado posible(El anuncio compartía una enorme paredCon un letrero absurdo, ¡y sin embargo!);Y recordando en cambio, sin duda,Que en cinco, seis horas yacerán gloriosos,Avanzan incorruptibles, pálidos Como guantes.4

En la antología Poesía joven de Cuba, compilada por Reta-mar junto a Fayad Jamís, con motivo del Segundo Festival del Libro Cubano, el anónimo prologuista –que es el propio Rober- to– procura desentrañar los rasgos de su generación poética en esos años inaugurales del proceso revolucionario:

El lector observará que se reúnen en esta colección poetas de tono conversacional, poetas que todavía sienten chisporrotear con vio-lencia los ismos, poetas que no se han desprendido enteramente de los módulos herméticos. En todos, sin embargo, es dable percibir el intento de una nueva poesía. (...) De esas notas, debemos dar lugar principal a una: un manifiesto deseo de humanizar la poesía (sin olvidar las conquistas expresivas que son ya ganancia irrenuncia-ble), de devolverla aún más a los menesteres del hombre, alejándola todo cuanto sea posible de las aventuras formales de la exquisitez o herméticas de la trascendencia. No enseñan otra cosa los poetas que nos interesan. Y, sobre todo, no exigen otra cosa, los días que

4. “Los que se casan con trajes alquilados”, ibid., p. 42.

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nos ha tocado vivir. La poesía tiende, a menudo laboriosamente, dolorosamente, a salir del enrarecido mundo a donde tuvo que ser llevada para preservar algunos objetos de la caída histórica (...) Así como pudo decir una voz lúcida, acaso algo precipitadamente, que a una poesía esteticista había sucedido entre nosotros una de aven-tura metafísica o mística, puede afirmarse, con el usual margen de error, que la poesía, de vuelta de esas aventuras, penetra en la vida cotidiana, a alimentarse de ella –y a alimentarla. No se eluden el prosaísmo, el tono conversacional, la violencia, la efusión sentimen-tal, la preocupación social o política (aunque no de modo mecánico o demagógico), el desdibujo, la impureza.5

El salto sustancial en su propia poética va a producirse con Sí a la Revolución (1958-1962). En sus versos entra el cambio social, la llamada de la historia –aunque esto hubiera sido anunciado ya en Elegía como un himno–, pero ahora no se trata de cantar la heroicidad ajena, sino de la complicidad y la participación, aun desde la insuficiencia personal, en la transformación de la propia nación y del mundo. Los versos procuran traducir la conciencia de una nueva responsabilidad y también de las dolorosas caren-cias particulares que enriquecen, como contraste, la circunstancia política y su reflejo en el arte.

El poema “El otro” ha resultado paradigmático, no sólo por su oportuno registro de una ruptura y la consiguiente transforma-ción radical y dolorosa que implica todo proceso revolucionario, sino porque es capaz de iluminar a la vez dos esferas: la exterior, donde más desembarazadamente actúa la historia, y la interna, más compleja y lenta en sus desplazamientos. En esos versos el sujeto lírico habla desde la sustitución: alguien debió morir para que el

5. Idem, “Prólogo”, Poesía joven de Cuba, La Habana, Segundo Festival del Libro Cubano, s/f, pp. 9-10.

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poeta pueda ganar una “sobrevida” y escribir estas páginas, ese reemplazo crea una religación, una deuda y coloca un imperativo ético particular en el escribiente:

¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,Sus huesos quedando en los míos,Los ojos que le arrancaron, viendoPor la mirada de mi cara,Y la mano que no es su mano,Que no es ya tampoco la mía,Escribiendo palabras rotasDonde él no está, en la sobrevida?6

Este mundo nuevo no influye sólo sobre el contenido de los textos, sino que llega conscientemente hasta el lenguaje. En la Isla han sido intervenidos los clubes exclusivos, se han abierto al pueblo desde las universidades hasta las playas. A una excepcional Campaña de Alfabetización le sucede la creación de la Imprenta Nacional, miles de ejemplares de El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha se expenden en las calles por muy pocos céntimos. Los intelectuales ganan una presencia decisiva no sólo en el nuevo debate cultural, sino que se insertan en la política, la diplomacia y los nuevos medios de comunicación.

Así como renacen el cine, el ballet, el canto lírico, la poesía busca nuevos derroteros; los autores andan en busca de una llaneza comunicativa que es una especie de “democratización de la expre-sión poética”, lo que favorece el reforzamiento del coloquialismo y en muchos casos una vuelta al empleo de ciertos códigos ex-presivos propios del neorromanticismo. La Revolución coloca las pasiones a flor de piel, hay un momento de exaltación, en la que el yo poético procura una sintonía con la euforia general y coloca en

6. Idem, “El otro”, Versos, op. cit., p. 46.

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segundo plano las preocupaciones individuales. un poema como “Con las mismas manos”, tan difundido, declamado, impreso y hasta parodiado, tiene la temperatura justa de la época.

Sin embargo, el testimonio que de su tiempo da el escritor, rebasa, gracias a su autenticidad y profundidad, el tono más o menos idílico de los primeros tiempos y gana apreciablemente en hondura. De hecho, su mirada parece seguir un proceso semejante al de algunos de los artistas plásticos más notables de ese momen-to –Antonia Eiriz, Servando Cabrera, Chago Armada– quienes, marcados por la tradición expresionista, especialmente por el movimiento de la Nueva Figuración, ofrecen una mirada crítica de la cotidianidad y no vacilan en mostrar el lado grotesco y hasta monstruoso de esta. No es extraño que el escritor dedique su poema “Felices los normales” a Antonia, en tanto su manera de “pintar” parece tributar al estilo de la autora de Anunciación:

Felices los normales, esos seres extraños.Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,Los que no han sido calcinados por un amor devorante,Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,Los satisfechos, los gordos, los lindos (...).7

La ironía aquí se hace sarcasmo, al invocar precisamente toda esa variopinta “corte de milagros” humana, al revertir la noción común y convertir en excepciones a los “normales”, el autor se cura en salud de la habitual demagogia de retratar al pueblo con pince-les complacientes. Mirar el lado más amargo de la realidad, como

7. “Felices los normales”, ibid., p. 81.

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Quevedo o como el Martí que escribiera: “yo respeto/ la arruga, el callo, la joroba, la hosca/ y flaca palidez de los que sufren”8, es ya buscar un remedio digno para ella. Gracias a ese sentido realista y a la vez amorosamente cómplice, fortificado por un humanismo de larga tradición, escapa Retamar a los poemas complacientes pergeñados para conmemoraciones y a la forzada epicidad de los que hacen del tema civil una oportunidad retórica.

En sus poemas sorprendemos una doble mirada a la historia; por una parte, aquella que se recibe como herencia y arroja una imagen, un símbolo cultural; por otra la que deja una palabra para la ética del día presente. Esa es la que alienta, por ejemplo, en “Le preguntaron por los persas”, texto en cuya dedicatoria se unen el pintor Roberto Matta y también Rubén Darío, autor de “A Roosevelt” y “Los cisnes”, poemas incluidos en sus Cantos de vida y esperanza (1905), con los que dialoga en estos versículos de largo aliento, donde la imagen de los persas, codiciosos invasores de Grecia, son la alegoría de los Estados unidos, siempre listos para caer sobre América Latina y muy especialmente sobre Cuba. El escritor, que ha leído a Herodoto, a Jenofonte y Plutarco, sabe a qué atenerse en materia de guerras imperiales y la breve pero intensa vivencia de los habitantes de la Isla en revolución frente a su “vecino poderoso”, fortifica sus convicciones. La superposición de intenciones, el lienzo histórico de la antigüedad, que contiene en sí el gesto de alarma de Rubén y además la atmósfera que vive su propio país por esos días, contribuyen a dar una gravedad y densidad excepcionales al texto.

Del otro lado, está la visión de la historia como ese flujo invisible, que implica al hombre de todos los días en su belleza y sus agobios. Así deja constancia de ella en “usted tenía razón,

8. José Martí, “Bien: yo respeto”, Obras completas, La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1975, t. XVI, p. 300.

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tallet: somos hombres de transición”. No es gratuito que el poe-ma se dirija a José Zacarías tallet, poeta, periodista, uno de los fundadores de la vanguardia cubana y participante en las luchas políticas desde cuatro décadas atrás, cuando se producía en Cuba el llamado “despertar de la conciencia nacional”. tallet, es ya, cuando se escribe este texto, una figura “clásica”, admitida en los diccionarios y en los manuales de literatura, mientras Roberto es un autor en proceso de maduración; sin embargo, uno y otro forman parte de un fluir mayor, donde cualquier individualidad es transitoria si se le mira desde ese indetenible proceso dialéctico que alimenta la esperanza “de que las cosas pueden ser diferentes/ Deben ser diferentes, serán diferentes”9.

Eso no excluye ni los grandes sentimientos ni las pequeñas miserias de cada uno; las ilusiones y las insuficiencias de cada cual tributan también en este avanzar hacia el ideal, de ahí que a diferencia de esos libros donde sólo parecen hacer la historia los grandes héroes, para él los miembros de todas las generaciones contribuyen a ella y por eso mismo cada uno en su presente es provisorio, pues –valga la ironía– “quién sabe/ Si sólo los muertos no son hombres de transición”10.

Quizá estas mismas razones son las que impulsan al poeta a no congelarse en un estilo conseguido, a rehuir la “manera” ya lograda. Pareciera que no quiere encasillarse en una generación, sino que procura mantenerse al día, con los más nuevos. Si Bue-na suerte viviendo –formado por poemas escritos entre 1962 y 1965– es uno de los cuadernos más maduros y profundos que un escritor de la “Generación de los 50” haya podido dar a la luz por esos años, a la vez que es uno de los conjuntos de más alto aliento

9. R. Fernández Retamar, “usted tenía razón, tallet: somos hombres de tran-sición”, Versos, op. cit., p. 107.10. Ibidem.

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y sostenida calidad dentro de la obra total del autor, su entrega siguiente Que veremos arder11 parece alinearse con las maneras y preocupaciones de los autores de la generación siguiente.

Retamar no ha estado lejano a los empeños culturales de esos días: la fundación del tabloide El Caimán Barbudo, el Movimiento de la Canción Protesta, la eclosión del diseño gráfico que deja carteles que son admirable síntesis de la época, gracias al talento de artistas como Rostgaard, Frémez y Muñoz Bachs. De las aulas universitarias –o de cualquier otra parte– emergen voces nuevas, se discute lo mismo un filme de Fellini que una canción de Bob Dylan, y Allan Ginsgberg tiene admiradores, tantos como los de Nicanor Parra. Aunque las preocupaciones existenciales y ganancias ex-presivas que acarrea llegan intactas al nuevo cuaderno, Retamar parece haber adquirido de los más jóvenes cierto desenfado, no poca irreverencia, así como algunas concesiones al “prosaísmo” y guiños a la mal llamada “antipoesía”, sin hablar de determinados juegos intertextuales que por esos años distinguen el quehacer de un autor tan singular como Luis Rogelio Nogueras12.

Sin embargo, los mejores textos del conjunto son los que tienen mayor economía de medios, los que no se abandonan al

11. Este cuaderno apareció en La Habana, en la Colección Manjuarí de las Ediciones unión con tal título, mas en Barcelona, donde la censura franquista suprimió el poema que da título al conjunto, se denominó al libro Algo semejante a los monstruos antediluvianos. 12. Luis Rogelio Nogueras (1944-1985). Autor emblemático de la primera gene-ración de escritores formada dentro de la Revolución. Su primer libro de poemas: Cabeza de zanahoria, ganó el Premio David en 1967 y ganó merecido prestigio por la riqueza de su juego intertextual y su humor singular, uno de los poemas de este libro: “Es lo mismo de siempre”, incluye a Roberto en su dedicatoria. En uno de los poemas de Que veremos arder: “La fille de Minos et de Pasiphaë” –título que deriva de un verso de la Fedra de Racine– parece rendirse tributo a la manera lúdica de Wichy el Rojo como le llamaban sus amigos.

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ingenio fácil, como sucede con los versos reflexivos de “A un poeta de antes”, con la escultórica síntesis del soneto “Recuerdo a Blake” y en terreno muy distinto, el largo poema elegíaco “De-sagravio a Federico”, sin olvidar el poema que da título al conjunto, una pieza apreciable dentro de la lírica civil de esos años, por su elocuente austeridad verbal y la fuerza de su ritmo interno que hace pensar en una especie de marcha solemne que acompaña a quienes desfilan hacia la Plaza de la Revolución y a la vez sigue al tiempo de la historia en su inexplicable voluntad de iluminar ciertas fechas:

El viento inmenso que lo afirma barre las montañas y los llanosDonde los que no tienen nombres,o cuyos nombres no conoce nadie todavía,Preparan en la sombra llamaradasPara fechas vacías que veremos arder.13

El poeta no necesitaba demasiado de aquella mise au jour. Quiéralo o no ha arribado a una madurez expresiva, lo que sig-nifica una peculiar plenitud en el dominio de su oficio y a la vez en la altura de su pensamiento. Sin sacrificar la efusión lírica, sus poemas se hacen cada vez más densos de significación, como lo demuestra “Aniversario” –incluido en Circunstancia de poesía. Bajo el aire, deliberadamente llano, de estos largos versos, más allá de la enumeración de acciones cotidianas, casi insignificantes, está el balance de una historia personal y familiar, y con ella, en el más estricto tono confesional, hay un poema de amor de altos timbres.

Sobre esas líneas gravitan voces diversas desde el t.S. Eliot de Los cuatro cuartetos y William Carlos Williams, hasta el exte-

13. R. Fernández Retamar, “Que veremos arder”, Versos, op. cit., p. 129.

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riorismo de Ernesto Cardenal. El autor no ha querido escribir un poema convencional, donde la figura amada sólo esté rodeada de las imágenes y el lenguaje más selectos, sino que la ha destacado en medio de una multiplicidad de elementos que van desde los cubos de agua que hay que cargar o la cola de madrugada ante el restaurant, hasta la Danae de Rembrandt, unificados por una fuerte intención connotativa. “Aniversario”, un poema amoroso que merecería mejor fortuna en las antologías, tiene la tranquila elocuencia de los textos que no se saben a sí mismos grandes, porque fluyen con la misma extraña naturalidad con la que, hace ya muchísimos años, el poeta y su familia –como muchos de no-sotros– iban al restaurant Moscú a paladear el caviar negro más barato del mundo. Cuestión de circunstancias, pero la mayor parte de la gran poesía comenzó por ser de circunstancias.

Juana y otros poemas personales, libro conformado por poe-mas escritos entre 1975 y 1979, con el que el autor obtuvo, en la Nicaragua renaciente de 1980, el Premio Latinoamericano de Poesía “Rubén Darío”, es un conjunto denso, coherente, de fuerte sabor elegíaco, estructurado en tres secciones: Figuras, Baladas y Hace / Ahora / Dentro de. A pesar de la sostenida calidad que preside el volumen, es lícito preferir algunos textos particularmente elocuentes. Así, en la primera sección, donde el poeta nos propone una especie de galería de figuras, pertenezcan estas a la historia de la cultura: Sor Juana Inés de la Cruz, Ricardo Wagner, o sean intelectuales contemporáneos: Aquiles Nazoa, Francisco urondo, Mariano Rodríguez, para cerrar con la evocación de su padre en “¿Y Fernández?”, nos resultan particularmente notables el primero, consagrado a la inquieta monja mexicana y el último.

Es difícil a veces declarar por qué un poema es hermoso, así sucede con “Juana”. Puede elogiarse el tono íntimo del poema, que no parece destinado a una escritora que vivió hace siglos, sino

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el correspondiente a un coloquio amoroso de ardiente presencia, a esto podría añadirse la rigurosa selección del lenguaje, que no pierde su tono coloquial aunque es evidente que cada palabra ha sido cuidadosamente sopesada antes de colocarla, así como la intencional supresión de detalles históricos o referencias literarias, para lograr una síntesis –apenas dieciocho versos– que da al poema una factura casi madrigalesca:

Nada ha borrado el agua, Juana, de lo que fue dictando el fuego.Han pasado los años y los siglos, y por aquí están todavía tus ojosÁvidos, rigurosos y dulces como un puñado de estrellas,Contemplando la danza que hace el trompo en la harina,Y sobre todo la tristeza que humea en el corazón del hombreCuya inteligencia es un bosque incendiado.14

En las antípodas se encuentra “¿Y Fernández?”, una elegía consagrada a la memoria de su padre. Escrita en deliberado tono conversacional, casi extremo, con una lucidez muy cruel que desgrana versos largos y hace pensar a veces en un extenso mo-nólogo escénico, el texto es sobre todo un ejercicio de dolorosa introspección, casi un exorcismo. Al evocar a su progenitor, el poeta no sólo no lo idealiza, como resulta común en las elegías, sino que ni siquiera procura ocultar sus contradicciones y pequeñas miserias y, más todavía, el efecto que estas tuvieron en su propia formación y todavía pesan en su persona. No es gratuito que el poema esté dedicado “A los otros Karamazov”: el escritor y su familia original son también personajes dostoievskianos en sus pobrezas, debilidades y contradicciones. Estamos en el mismo ámbito de “Felices los normales” y lo irracional lanza su aliento

14. “Juana”, ibidem, p. 171.

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muchas veces sobre estos versos: amarguras, dudas, temores, afectos al borde del abismo, de aquellos en que era experto el novelista ruso.

El autor pasa aquí por una especie de purificación, como los personajes de la tragedia griega, al evocar con la lejanía que el tiempo puede permitirle, la figura del progenitor; puede mirarlo con una benevolencia que ayuda a sanar viejas heridas y a reedificar unos vínculos afectivos que alguna vez pudieron ser precarios. El lenguaje, volcado en lo plenamente confesional y con una fuerte voluntad narrativa, no se empeña aparentemente en lograr un em-paque literario, ni rehuye a veces los humildes lugares comunes del habla diaria, estamos en el terreno del “coloquialismo” más puro, pero también en el más elocuente, porque sabias dosis de ironía se mezclan con lo dramático para evitar un patetismo absoluto. El resultado es no sólo uno de sus poemas más altos, sino que es una de las mayores elegías cubanas del siglo XX, que puede colocarse junto a textos paradigmáticos como la “Elegía diferente” de José Zacarías tallet, la “Elegía camagüeyana” de Nicolás Guillén, “Conversación a mi padre” de Eugenio Florit y “Doña Marti-na” de Manuel Navarro Luna. La sólida arquitectura y profundidad de este texto se eleva muy por encima del resto de los poemas del libro, a pesar del ya referido rigor del conjunto.

Los cuadernos más recientes del escritor, Hacia la nueva y Aquí, lo muestran en el lúcido disfrute de la sabiduría artística, que se hace evidente en la acertada correspondencia entre el oficio ganado y la profundidad y alcance de la expresión. Así lo eviden-cian elegías como “Última carta a Julio Cortázar” y “Haydée” o textos memoriosos y tiernos como “Allan escribe a Liu que está en Cuba” y “Mi hija mayor va a Buenos Aires”. Mucho menos conocido resulta el Retamar lector y crítico de poesía. Sin perder las virtudes ya apuntadas, se mueve ahora en un plano más íntimo,

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en una especie de música de cámara, aunque siempre alerta, como un guerrero que ha puesto a un lado el escudo y la espada, para conversar con los suyos. A sus inicios pertenece su acercamiento a la poesía de Alfonso Reyes, ensayista extraordinario pero, a nuestro juicio, poeta menor –con la excepción quizá de “Ifigenia cruel”–, cuya magra cosecha en el género lee con harta generosidad, para forjar páginas que a veces valen más que el objeto analizado, como alguna vez hiciera Martí:

La obra completa se ve entonces como las vidas de esos héroes de la tragedia griega –a quienes tanto ama–, que en vez de dejar huellas, son gobernados por éstas. Es grande la cercanía de versos iniciales y finales. El mismo pulso da el mismo latido en la adolescencia y en la espléndida vejez. Y no por yerro de ésta, sino por tino y delicadeza desusados de aquella. Ya está en Huellas lo griego, que abrirá en dura flor en Ifigenia cruel; el amplio y esencial trasfondo español; la exactitud francesa; y finalmente algo que habría que llamar lo americano envolviéndolo todo. Porque en Reyes lo americano se nos da como hecho de voracidad y de nostalgia: como acumulación rápida, impostergable, de un pasado, y como añoranza de una forma que no hemos engendrado. Si para América, como unamuno decía de su Vizcaya, la leyenda está en el porvenir, en hombres como Reyes sentimos la sustancia del americano en la nítida conciencia de esta ausencia –tierra, fondo necesario–; y en el devorar insaciable de formas y culturas.15

Lejano de cualquier “capilla poética”, su sensibilidad amplia y ecuménica viene a mostrarlo como un buen paladeador del verso, que esquiva tanto el sentimentalismo como el formalismo y aún en la apología muestra el ojo crítico. Puede comentar tanto a Eliseo

15. R. Fernández Retamar, “En torno a la obra poética de Alfonso Reyes”, La poesía…, op. cit., pp. 8-9.

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XXVI CON LAS MISMAS MANOS. eNSAyO y pOeSíA

Diego, que en 1958 lo sorprende con Por los extraños pueblos, como prologar la antología Cuerpos que contiene la poesía mayor de su coetáneo y amigo Fayad Jamís, con ese “elogio natural del Moro”, que es una de las páginas más justas y memorables que sobre este autor se han escrito. Lo mismo introduce una selec-ción de poetas españoles del siglo XX, que coloca un generoso pórtico a una selección de poemas de ernesto Cardenal con unas páginas donde hay tanto de juicio crítico como de entusiasmo testimonial.

A pesar de ser un auténtico profesor, o quizá por lo mismo, el escritor rehúye lo normativo, aunque no se distancia de su formación original y aplica en sus valoraciones elementos de la teoría literaria, la estilística y el análisis de textos cuando viene al caso, pero prevalece habitualmente en aquellas líneas lo que podríamos llamar el paladeo de la expresión poética, el diálogo más o menos cómplice con el poeta escogido y desde luego la inequívoca voluntad de que el propio texto crítico participe de las virtudes poéticas. Aunque no sean muchos los que todavía lo reconozcan, Roberto es un crítico excepcional de poesía, al que sus tareas de ensayista polémico y hombre público han robado la oportunidad de mostrarse más.

No merece la pena demorarse en conclusiones ni pronósticos sobre la labor del poeta, simplemente se trata de una obra madu-ra, abierta y creciente, que ya ha encontrado su centro y como toda trayectoria artística –aun aquellas tan fieles y coherentes como esta– es imprevisible. Únicamente es preciso alertar a los críticos: si se quiere hacer justicia a este autor, no se permita que la admiración por el ensayista empañe el amor a estos versos imprescindibles e inocultables.

Roberto Méndez

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nota a la PrEsEntE EdICIón

Los ensayos y poemas que conforman esta edición fueron tomados del volumen antológico de Roberto Fernández Retamar preparado por Roberto Méndez para la Colección Clásica de nuestra editorial. Se ha autorizado esta edición actualizada y certificada por el propio Fernández Retamar, por lo tanto, algunos de los textos difieren de los que aparecen en otras ediciones. Fueron completadas algunas de las referencias bibliográficas señaladas por el autor. En varias de las citas bibliográficas el autor recurre al uso de doble barra “//” para indicar un punto y aparte; este criterio fue respetado por Biblioteca Ayacucho, así como también fueron respetados el uso de mayúsculas y la forma en que han sido dispuestos los versos en los poemas que forman parte de esta edición.

B.A.

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En ToRno a La oBRa PoÉTICa DE aLFonso REyEs1

al cabo, alfonso Reyes ha entregado una suma vigilada de su obra poética2 –porque el libro no es, nos anuncia él mismo, ni “poesías completas” ni flor de versos–; y esa obra, entrevista an-tes a pedazos, ofrece, cercana a su totalidad, un claro dibujo que ya podemos observar de una vez. al lado de la monstruosa obra en prosa de Reyes, era imprescindible poder contemplar su otra vertiente, la poética, que algunos veían como un divertimento del hombre de letras, y que es (el libro viene a confirmarlo), sin negar lo anterior, labor de poeta verdadero.

esta cuidadosa edición, sobre el mérito de darnos casi comple-ta su obra en verso, nos la entrega con una estructuración como de cuerpo, que hubiera ido creciendo por sus varios miembros. la veintena de títulos queda distribuida, por el propio poeta, en cinco secciones: “Repaso poético”, “Cortesía”, “Ifigenia cruel”, “Tres poemas” y “Jornada en sonetos”. la primera agrupa a la mayoría de sus publicaciones. comprende versos de aproximadamente medio siglo, e ilustra de modo especial las palabras (no recogidas en este “repaso”) que Reyes colocó al frente de su primer libro de poemas, Huellas: “yo comencé escribiendo versos, he seguido

1. Orígenes (La Habana), a. X, No 34 (1953).2. alfonso Reyes, Obra poética, México, Fondo de cultura económica (letras mexicanas), 1952.

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escribiendo versos, y me propongo seguir escribiéndolos hasta el fin, según va la vida, al paso del alma”. Cuando, a continuación, añade: “sin volver los ojos”, ya no acierta con el porvenir. porque Reyes ha vuelto los ojos más de una vez sobre su obra y, mientras iba alzándose, la ha ido redisponiendo. así se ve en la carta que en 1926 envió a Díez Canedo y Genaro estrada. en ella, puerta final de Simpatías y diferencias, divide ya en secciones su obra toda. y a un “no soy partidario de refundir los libros, de redistribuir el material que contienen”, opone inmediatamente una excepción, a propósito de Huellas, que era entonces “el tomo de versos”. igual criterio de redistribución mantendrá luego hacia toda su obra poética, salvo raras excepciones, y ello explica el “repaso”, en que muchos libros pierden sus bordes y dejan reunirse sus poemas en un venero común, de impulso, tema y forma diversos. pero, debajo de esa diversidad, asombra un tono fijo, que da a la geométrica aventura griega, los versos de circunstancia, las formas clásicas, lo arbitrario y lo riguroso un mismo matiz. e incluso, las direcciones de su temática sorprenden en el inicio. la obra completa se ve entonces como las vidas de esos héroes de la tragedia griega –a los que tanto ama– que, en vez de dejar huellas, son gobernados por estas. es grande la cercanía de versos iniciales y finales. el mismo pulso da el mismo latido en la adolescencia y en la es-pléndida vejez. y no por yerro de esta, sino por tino y delicadeza desusados de aquélla. ya está en Huellas lo griego, que abrirá en dura flor en Ifigenia cruel; el amplio y esencial trasfondo español; la exactitud francesa; y finalmente algo que habría que llamar lo americano envolviéndolo todo. porque en Reyes lo americano se nos da como hecho de voracidad y de nostalgia: como acumula-ción rápida, impostergable, de un pasado, y como añoranza de una forma que no hemos engendrado. Si para América, como unamuno decía de su Vizcaya, la leyenda está en el porvenir, en

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hombres como Reyes queremos sentir la sustancia del americano en la nítida conciencia de esta ausencia –tierra, fondo necesario–; y en el devorar insaciable de formas y culturas. Viva señal, Ifigenia cruel. tragedia griega, no es, ni versión moderna del tema (como en O’Neill o Sartre), ni retorno imposible. es el resultado de querer gozar desde adentro una forma fascinante. “era como si hubiéra-mos creado una pequeña Grecia para nuestro uso”, dirá el propio Reyes. en igual línea se sitúa la poco conocida tragedia de pedro henríquez ureña, El nacimiento de Dionisos3. en La experiencia literaria Reyes ha narrado los avatares de estas creaciones. Ifigenia, realizada con feliz osadía en verso, aun por la violentación del asunto nos parece mejor ejemplo: en la obra, Ifigenia ha perdido la noción de su pasado, y la anagnórisis es, más que reconocimiento de los hermanos, encuentro de la heroína consigo misma, como en el Edipo sofocleo. “la historia que me falta” es la voz de esta Ifigenia de raíz americana. pero en Reyes, como Daniel Devoto recordaba en una nota a su Ilíada “nuevamente trovada”, esa au-sencia le permite un ágil desembarazo. cuadra a Reyes la cita de Bosco que Devoto ofrece: “Nosotros, americanos, podemos elegir nuestros antepasados”. A ello se entrega, singular oficio.

el más importante de esos apresamientos fruitivos de formas es, desde luego, el realizado en la zona de lo español. Debajo del tremendo señorío de la palabra, en Reyes golpean sin cesar los destellos de los clásicos, sabidos hasta la sangre: Góngora y lope, Calderón y el Romancero, mejidos en el fondo, afloran y resue-nan detrás de este verso, de aquel adjetivo. cuando lo moderno aparezca, será un crecimiento desde este suelo, nunca una super-posición. Su estrofa más querida –el soneto– es de casi constante factura clásica: igual en una obra de los veinte años (“esta nece-

3. pedro Henríquez Ureña, El nacimiento de Dionisos, Nueva york, Las Nove-dades, 1916.

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sidad de sacrificio”), que en una de la vejez (“Visitación”). y no es menor la fruición de la forma clásica cuando la desarregla, en sus casi sonetos. por el contrario, como en todo movimiento ba-rroco, hay el aprecio de una estructura que sólo puede ya gozarse originalmente mediante una nueva disposición de los elementos; nueva disposición que dé, otra vez, la mirada inicial, original. Nos parece que el mejor de sus casi sonetos no es ninguno de los recogidos en cuaderno con tal nombre –y agrupados ahora en el “repaso”–, sino el puesto en boca de orestes al aparecer por vez primera en la Ifigenia. lo que en los demás es alteración de rima y, a veces, de ritmo (alteración esta última que Reyes utiliza en otros y no menguados sonetos), en este es sacudida total que da, por excepción, una forma más abierta y desgarrada, sujeta no obstante por un algo de argumentación calderoniana. la huida del consorcio, fácil al oído, con endecasílabos, está realizada en versos como estos (que bousoño llamó, a propósito de aleixan-dre, “dodecasílabos de gaita”): tarde, en fin, quieta como impro-picia y dura/ sueño de sombras que los astros desata.

“para lograr el encanto de los planos rotos, –nos dirá Wöl-fflin en deliciosa perogrullada– tienen que existir previamente los planos”. ese encanto es el que hallamos: no el de la ausencia, sino el de la ruptura que testimonia presencia.

Fenómeno similar hallamos en otra forma raigalmente his-pánica: el romance. cuando Reyes recoge en libro un grupo de “romances y afines” nos está dando, en estos afines, el gemelo de los casi sonetos. es una afinidad la suya que es posible, en principio, precisamente porque no son del todo romances: los cortejan y huyen. Así, arquetipo ya famoso, su “Sol de Monte-rrey”. lo moderno entra con viento duro, embiste hasta el fon-do, y queda luego trabado, comprometido entre sus espesas telas. cuando va a parecer más nuevo, llega un aire de siglos y lo orea.

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Se amistan las épocas con noble gracia. los rigurosos, frenados Romances del Río de Enero –que recoge como uno de los “tres poemas”– muestran de modo rápido sus dos caras, sin soportar la ausencia de ninguna de ellas; si hay cierto tono recién aparecido, también el poeta se satisface en recordar que “el romance nos transporta a la mejor época de la lengua”. Pues no sólo ha vuel-to Reyes los ojos a lo clásico (tomado el término en su sentido temporal, no cualitativo); ha permanecido también en su tiempo, levantando de él formas, temas, alientos. concurren justamente a su obra el viejo y el nuevo sabor, así como el grave tema al lado de la más volandera circunstancia. cuando va hacia lo moderno, lo hará, bien rompiendo “las torres de hexámetros”, como hizo en Ifigenia, bien dejándose traspasar de una reciente voz, o buscando en cercanía el asunto. un tema no conduce a su época a la obra edificada sobre aquel. Pero Reyes ha querido, con frecuencia, jun-to a su cetrería de raíces, darse a lo moderno en su poesía, incluso en el asunto. Por eso, a menudo, la materia es actual en sí mis-ma, independientemente de la forma que asuma –si cabe hacer tales separaciones. esta dedicación a lo inmediato invade, total o parcialmente, “cortesía” y “Jornada en sonetos”; pero aparece también en el “Repaso” y, en cierto modo, en los “tres poemas”, uno de los cuales es un homenaje a una perfecta cena: su Minuta. atendiendo a la opinión del número, hay incluso que conceder que la mayor parte de la obra poética de Reyes se ha quemado en ese fulgor de lo momentáneo, sin mengua de permanecer luego con buena luz, ido ya el interés por la circunstancia. Parecería que en un momento en que se repetía hasta la saciedad el término evasión, Reyes, por lo demás siguiendo una línea muy española (pensamos en el arcipreste de hita o en cervantes, en Goya o en Picasso), hubiera querido meterse en las cosas, irles al encuentro, aunque fueran los hechos de menos atrayente eternidad. o acaso

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porque, impedida de modo creciente la comunicación, le fuera necesario restablecerla por los más familiares medios, siguiendo en esto las pautas de su cercano Mallarmé. luego de lamentarse de que “hoy se ha perdido la buena costumbre, tan conveniente a la higiene mental, de tomar en serio –o mejor, en broma– los versos sociales, de álbum, de cortesía”, añade zumbón: “desde ahora te digo que quien sólo canta en do de pecho no sabe cantar; que quien sólo trata en versos para las cosas sublimes no vive la verdadera vida de la poesía y las letras, sino que las lleva postizas como adorno para las fiestas”. y similar opinión manifiesta con respecto a su mezcla de formas populares y cultas, en esta alegre arte poética:

Guardo mejor la saludalternando lo ramplóncon lo fino,y junto en el alquitara–como yo sé–el romance paladinodel vecinocon la quintaesencia rarade Góngora y Mallarmé.

Mezclas (de asuntos, de formas) que, muy a lo Mallarmé y muy a lo Góngora precisamente, Reyes realiza sin violencias, y que van dando la línea de su poesía: culta y popular, en armo-niosa bifrontalidad, ambiciosa, varia, aquí exacta, allí traspasada de fervor. leída junta su obra poética (que habrá de completarse con sus traducciones, en que Mallarmé, browning, Goethe o, re-cientemente, Homero, tienen grato ámbito en castellano), y oídos reiteradamente los rumores tan distintos que en su obra se citan, alfonso Reyes nos queda como un poeta sentido en lo ameri-

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cano más noble. con él damos un paso más en ese camino de asimilación (olvidadas las ingenuas “formas del robinsonismo” que dijera Lezama Lima) que, con avidez de primitivo, anduvo ya Darío. Sólo que mientras este, al hacernos entrar en su deslum-brante sala, nos advierte: “mi esposa es de mi tierra; mi querida, de parís”, Reyes puede ya decirnos, tocada la frente de muchos aires: “pero mis amores son mexicanos”.

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POR LOS EXTRAÑOS PUEBLOS DE ELIsEo DIEGo1

FReNTe AL “eSTAR AL DíA”, unamuno aconsejaba un “estar a los siglos”. pocos poetas nuestros han sido más fieles a este consejo del gran vasco que eliseo Diego. poeta ciertamente del tiempo, no lo ha sido nunca de la última hora, sí de la postrera; no del día, sí de los días todos: el lunes cabizbajo o cruel, el domingo tedioso, los siete señores que realizan “la extraña conciliación de los días de la semana con la eternidad”. las cosas aparecen en su poesía al mismo tiempo más frágiles y más recias, más únicas y más totales: su casa es en sus versos la casa de sus lectores, como la familia de proust nos permite conocer la nuestra. Lo que es un hecho inverso de lo que suele ocurrirnos con otros creadores, en cuyos dominios penetramos a sabiendas de que son sus dominios, ajenos por maravillosos que sean. paradójicamente, de la despia-dada interiorización de la poesía de eliseo Diego surge una sal-vación objetiva no sólo de su mundo, también del nuestro. como si toda intimidad verdadera, que no sea la trampa de espejos del yo, acabara por regalarnos una universalidad conquistada. en un libro anterior, En la calzada de Jesús del Monte (1949), Diego ofreció uno de los más hermosos homenajes de nuestra poesía. Elogios pudo haber llamado su libro, como el memorable de St.-

1. Suplemento de El Mundo (La Habana) (domingo, 13 de junio de 1958).

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John perse. Su título, la localización concreta y al parecer escla-vizadora al sitio donde transcurrió su infancia, es sin embargo insuperable: salvó un barrio que es todos los barrios, al modo del que se inclina a recoger una piedra y levanta una pieza de plata.

este nuevo libro suyo2, como por fidelidad y permanencia no podía menos de ser en su caso, ha salido del pecho del anterior, costilla femenina y precisa. lo encabeza otra memorable dedi-catoria. y en ella, un arte poético nos sale al paso: la poesía “es el acto de atender en toda su pureza. Sirvan entonces los poemas para ayudarnos a atender como nos ayudan el silencio o el cari-ño”. y más, una lúcida contemplación de su propia poesía:

No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio. a lo que Dios me dio en herencia he atendido tan in-tensamente como pude; a los colores y sombras de mi patria; a las costumbres de sus familias; a la manera en que se dicen las cosas; y a las cosas mismas –oscuras a veces y a veces leves. conmigo se han de acabar estas formas de ver, de escuchar, de sonreír, porque son únicas en cada hombre; y como ninguna de nuestras obras es eterna, o siquiera perfecta, sé que les dejo a lo más un aviso, una invitación a estarse atentos.

Del barrio va la mirada cariñosa a los pueblos, a sus bestias y trenes, a sus cuentos de ancianos batalladores, a sus almace- nes y ritos. todo visto o escuchado, palabras testimoniantes que se repiten; y dicho después en una conversación que no acaba sino para recomenzar: “el almacén, señores, el ardiente/ almacén de costados dolorosos...”. conversación que se abre en la solemnidad de versículos musitados pacientemente, o se yergue gallarda en

2. eliseo Diego, Por los extraños pueblos, la habana, ediciones orígenes, Talleres Úcar García, 1958.

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las décimas –a las cuales no en balde llamamos puntos– que no fingen ingenuidad, sino ostentan pulcra inocencia; o se atreve, venturosa, a remozar un verso dañado por el uso: “Visité las leja-nas provincias/ del jardín que olvidamos, y he visto/ al pequeño lagarto en el río...”. temas que son realidades irrenunciables, es claro que vuelven: los personajes familiares y extraños del otro libro, el juego inquietador de los días y de la baraja, cuyos oros “van huyendo en la vasta llanura”, y cuyos reyes decapitados, sotas sombrías y espadas guerreantes son como la desolada traducción, no menos real que el texto verdadero, de las figuras cotidianas. y todo en la mayor concentración y aplomo: hacia una cristaliza-ción que no impide la misteriosa fluencia de seres y cosas a través de los vidrios de este libro de gran poeta.

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La PoEsÍa En Los TIEMPos QUE CoRREn1

CASANDRA

“LOS pOeTAS son los legisladores no reconocidos de la huma-nidad”. Hace ciento treinta y ocho años Shelley arrojó al lector inglés esas palabras lo bastante eficaces como para que otros tantos años de repetición corrosiva no hayan dañado su metálica dureza. por eso no es menester perseguir la sentencia oculta, do-blada bajo una piedra, abandonada en la maleza; bastan las claras y reiteradas palabras del poeta que tanto amó la poesía y tanto la revolución, para grabarlas en el pórtico cuando entramos en estas conversaciones. ¿No está allí la doble realidad desgarradora del poeta moderno: su ambición casi demoníaca, y el frenazo brusco, de muro ante la cara, que se obstina en darle la realidad? la frase se alza como esas grandes olas de varios colores a que tan aficio-nados eran los románticos, viendo en ellas la imagen fácil de una vida desbordada; se alza, pero para caer con precipitación, fatal-mente. pues no sólo nos dice que los poetas son los legisladores

1. con esta lectura fue iniciado, el 24 de agosto de 1959, el ciclo “la poesía en los poetas de la nueva generación”, que se realizó en el Museo de bellas artes, la habana, organizado por la Dirección de cultura, al frente de cuya sección de Literatura y publicaciones se encontraba Lezama Lima, quien presentó el ciclo (cf. José lezama lima, “Me gusta saludar...”, Casa de las Américas (La Habana), No 195 (abril-junio de 1994). participaron además Fayad Jamís, Lorenzo García Vega, Carlos M. Luis, Raimundo Fernández Bonilla y pedro de Oraá. este último publicó en un bello cuaderno su conferencia.

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de la humanidad, es decir, los que dan la norma, la osamenta de las cosas del hombre; sino también que esos tremendos legisla-dores no son reconocidos, a la manera sombría de casandra: la que ve, pero no es reconocida. y, en efecto, ver quiere la poesía tanto como normar. cuando ella es tomada sólo como un objeto entre otros, es lícito precisar sus determinaciones, aunque aun así nada autoriza a que algún regocijante pretenda derivarla en cuan‑to poesía de estas o aquellas condiciones, pues esas condiciones pesan tanto en la salvada obra poética como en el montón de pa-labras. pero es que para muchos (así para nosotros) lo que interesa es, precisamente, no tomar la poesía como un objeto entre otros –una lata, un código–, sino como algo que, ambiciosamente, se constituye en órgano de contemplación, y aun de conformación. Nadie puede pensar que con ello se propugna una separación en-tre lo que llaman “poesía” y lo que llaman “vida”, con su consi-guiente polémica no sólo mal resuelta, sino mal planteada, que ha consumido no pocas resmas y sus cuantas recuas. y nadie puede pensarlo porque si decimos que la poesía contempla o conforma es porque hay algo que es contemplado o conformado, y sin ese algo, claro que no hay ni puede haber poesía. pero tampoco la hay con ese algo a solas. además, para que pudiéramos entender esa rápida dicotomía, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre los términos que supuestamente estamos enfrentando u oponiendo. ¿De qué “vida” hablamos que pueda ser concebida con prescin-dencia de la poesía? No, ciertamente, de la vida humana. pues a esta no la entendemos sin coronarse, en una de sus puntas, con la poesía; sin arder en sus llamas, iluminarse con ellas, exaltarse dorada o roja, y, acaso, consumirse entre luces devorantes. lo que sucede es que, los que al partir de esa separación lo hacen con el propósito de culpar de libresca a cierta poesía, tienen, ellos sí, un concepto estrecho, empapelado, libreril y seco de la poe-

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sía, la ven en las letras, las graves de la Comedia divina o las profesionalmente populares del juglar. pero, se les escapa en la respiración diaria, en la esgrima fabulosa de los ómnibus, que hay que agradecer siempre a los dioses, en el papel ligerísimo y rasgado en que se inscriben las riñas, en los mercados a los que no pudo dejar de aludir Vossler con olfato de filólogo viviente, en la sobremesa visitada por la brisa, en donde quiera que la palabra se alce por encima de su tarea de flecha fija. La otra poesía es al cabo esa misma: varían sólo las circunstancias. De ahí las fallas de quienes, como ortega o el primer Dámaso alonso, la veían como elusión. la poesía no se añade a la vida ni tampoco se sepa-ra de ella, como la mirada no se añade al ojo ni la transparencia al aire. Mallarmé decía, y Martí bien pudo decirlo, que para él toda experiencia concluía en una obra de palabras. ah, el deshumani-zado, el frío que arrojaba palabras zafadas como dados sobre la nevada página blanca, el que aseguraba no experimentar sino lo que condujera a las palabras mentales, ¿qué hacía sino lo que todo ser humano hace, cuando una torpe humareda cuaja como un dia-mante en una frase: las de la desaforada posesión (alma mía, Dios mío, hijo mío); las que se bastan con un nombre, entonces elec-trizado; o las que se abren con la conmovedora y con frecuencia vana intención de configurar una gran experiencia (Musa, canta del Peleida Aquileo...; Abril es el mes más cruel...).

Con estos recordatorios, útiles para ir rodeando una ciuda-dela, nos hemos ido acercando al tema de la charla. este podrá parecer equívoco precisamente porque no lo es. parece que tiene más de un sentido, y, en efecto, tiene más de un sentido, porque a ellos quiero referirme. los tiempos que corren son, primeramen- te, los tiempos que van andando, que van moviéndose de prisa, y a los que apenas les vemos las ropas voladoras y la sombra. pero también quiere el idioma bondadoso que sean los tiempos

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del ahora y, si apretamos un poco, los del ahora y el aquí. ¿por qué no echar pues una rápida ojeada, de lector que corre, sobre estos tiempos que han acabado por desdoblarse?

LOS TIeMpOS QUe CORReN

Unamuno veía al tiempo corriendo, pero hacia atrás: “Noc-turno el río de las horas fluye/ desde su manantial que es el ma‑ñana/ eterno...”.

Borges ha glosado con complacencia esa versión; y buena parte del pensamiento moderno coincide con ese criterio, según el cual el tiempo se desbarranca desde el “dulce mañana intacto” que dijo ballagas hasta llegar a nuestras manos, las que pronto lo dejan inútil, arrojándolo al pasado.

Sin embargo, la versión corriente prefiere suponer al tiempo sa-liendo del pasado y precipitándose, como un atleta, hacia las cosas por venir, mientras nos deja, al atravesar, algún relumbre jactancio-so. en ambos casos, la consagrada metáfora es la de los tiempos que corren: caballos, bestezuelas asustadas por el incendio, guerre-ros aulladores, grita, quién sabe cómo ilustrar mejor esa ralea de cosas que al ir desbaratándose ante los ojos –vestidos, libros, casas, bosques, amigos, autos, ciudades, los mismos ojos–, nos dejan la melancólica imagen de los tiempos que corren.

pero, ¿se ha tenido siempre la azorante impresión –no con-ceptual, claro, sino vital– de este desbaratarse de las cosas, de esa carrera que nos deja desamparados o quizá nos cubre, amenazan-do aplastarnos, con lo arrancado de otros sitios? ¿No hay acaso instantes en que, por una u otra razón, se siente, junto a la fugitiva caravana, y aun a veces más que ella, el espesor como detenido de las horas, el cuerpo de las cosas más que su caída?

Weidlé nos ha dicho, sorprendiéndonos al principio, que a

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partir del romanticismo no hay ya estilo en el mundo de occiden-te. acostumbrados a pensar el estilo como la marca de la mano en el barro, ¿cómo aceptar esta carencia de estilo precisamente a partir del momento en que empiezan a levantarse esas inconfun-dibles voces ululantes, un Hölderlin, un Shelley –y luego un Bau-delaire, un Rimbaud, un Lautreamont, un Whitman, un Rilke, un Vallejo–? es que olvidábamos, nosotros los tan sumergidos en los tiempos que corren, que estilo es también otra cosa: esa como seguridad de una atmósfera, que no sólo deja al hombre habitarla sin jadeo previo, sino va tocando todos los objetos con una obligada familiaridad. y esos momentos así beneficiados con un estilo que se regala en zapatos y danzas, en gestos y epopeyas y mansiones y reinados, ¿no dan como la imagen de los tiempos detenidos, de los tiempos que no tienen prisa por ser otros, sino por ser cada vez más ellos mismos, en una repetición que acaba por confundirse engañosamente con la quietud, con la inmovili-dad de algunas divinidades? a ese espesor vital, a esa homoge-neidad llama sin duda Weidlé un estilo. Quien en su interior se mueve, sin el problema previo de “su” estilo –que acaba por con-ducir a las tentaciones de la originalidad, y finalmente al horror congelado de los audaces en serie–; sin ese problema, sabe que al entregarse al tiempo ajeno este lo dejará ser él mismo de la mejor forma. Desde cierto criterio actual, muy generosamente compar-tido, más parece artesano que artista el que así se comporta –por ejemplo, el de las catedrales medioevales, que a cambio de una obra esencial ha entregado el nombre. pero no hay que olvidar que ese es el caso de un Dante, de un leonardo, de un bach, de un Mozart; los hombres que no se han consumido en la problemática de una rebuscada individualidad necesaria (segregando en esa re-busca lúcidas poéticas, como las de Valéry, Breton o eliot; las de Stravinsky o picasso), en vez de eso han tomado confiadamente

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lo que la época les daba. Resabios sin duda de un momento en que la calidad reconocida se sobreponía a los requerimientos del nombre, es que Lope, Shakespeare o Vivaldi incrustaran cuerpos ajenos en sus obras con el desenfado de quien los sabe buenos. No, como después lo hemos visto (en Las tetas de Tiresias, en La tierra baldía o en Escenas de ballet), a la manera de grandes co‑llages, subrayada su rigidez un tanto ingenua por los desilusiona-dos garabatos de una época maliciada, sino sumándose gustosos a un impulso de un solo signo y un aliento solo. Mientras ello se hace con naturalidad, puede decirse que vivimos dentro de los tiempos que prefieren detenerse y no correr. Hay un momento, sin embargo, en que esa detención (que ya sabemos que sólo era aparente; pero es en esa apariencia que se inscribían las obras), es estremecida. al llegar a él, la impresión que se recibe es la de la fragmentación de un espejo: nos quedan entre los dedos pedazos babélicos que salen chillando y pueblan el mundo de cintarajos multicolores. es innecesario, por evidente, atribuirlo a la arribada de la burguesía, que no logra forjarse un estilo colectivo, del mis-mo modo que prohija al maléfico individualismo –nombre que Shaw decía, ya que era una manera hipócrita de aludir al egoís-mo. la época anterior concluyó con los rizos del jardín, del que salían riendo las empolvadas parejas semidesnudas para dejar paso al philosophe. pero cuando, transcurrido este momento, los tiempos (como los reyes) se echaron a correr, esos retorcimientos de las piedras, las flores y las palabras no dieron lugar a otro len-guaje uniforme, sino a un fabuloso bric à brac, se inicia el saqueo de la historia. bien que para algunos era la misma historia, con-siderada con cierto rigor, lo que se iniciaba. lo que vemos es la aparición de esos collages enormes a los que hemos aludido. De los mármoles robados por lord elgin a las máscaras negras o in-dias el paso es sólo uno. Sensibilidad de museo, amontonamiento,

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retornos. y frente a eso, el abultamiento de las individualidades, que se sienten desprovistas de la confianza en el aire común. Una llamada nos atrae en medio de este caos. es en este momento que américa hace su segunda entrada en la historia o, si aceptamos el melancólico decreto hegeliano que le niega historia a américa, su segundo intento por entrar en la historia. la primera fue, desde luego, en el filo entre Medioevo y Renacimiento en que pájaros marinos, metales preciosos, hombres paradisíacos, humo de ta-baco, selvas, dioses crueles, patria de la justicia, irrumpen ante el ojo europeo. esta segunda vez el equívoco es aún mayor. pues mientras allá suspiran por otra cosa, nosotros somos en parte esa otra cosa. Mientras ellos se van a vivir al desierto hosco o a la isla tropical, nosotros somos ese desierto, esa isla. Mientras allá abruman las cosas del hombre, aquí no logran ellas cubrir bastan-te el espacio.

De alguna forma, como se dice –con la exageración que se quiera– que Francia es cartesiana, puede decirse que américa es romántica, que en su centro está esa reunión de pasados, esa aspiración precipitada a la plenitud, a la libertad, al misterio, a la trascendencia, esa confianza en la poesía que ha sido lo mejor del romanticismo. este la marca en la cara, en el instante en que ella se asoma por sus propios pasos a la historia mayor. Nunca se le ha apagado ese aire aventurero, esa cabeza despeinada, que en otros sitios pudieron parecer las máscaras de la utilería, pero que aquí han sido las maneras naturales de la vida. pues no hay que olvidar que decir aquí lo mismo (aspiración demasiadas veces manteni-da) es la forma más segura de decir aquí otra cosa, como si se tratara de utilizar un idioma igual para hablar con personas que entienden ligeramente distinto. así, lo que pudo parecer allí una moda, resultó para nosotros el barrunto de un conocimiento de sí que otras épocas incrementarían. pasó lo que había de moda, de

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pasajero, pero quedó el hallazgo de una manera de ser. ahora, sin embargo, debemos ya apartarnos de esa llamada para proseguir con nuestra visión de los tiempos que corren, aunque sin olvidar esta importancia que ha cobrado desde este momento américa, por ser ella la que con más razón realiza ese saqueo de la historia que se inscribe como señal del momento.

cuando nos ponemos frente a la poesía de los tiempos que corren, esa poesía que ya no se remite a una totalidad dentro de la cual se siente cómodamente inserta, sino, por el contrario, aspira, separada, a encontrar su propio camino; cuando nos ponemos fren-te a esa poesía, creo que nada nos llama más la atención en ella que la forma en que está como trabada con el problema del tiempo: con el tiempo como problema. No el tiempo teológico del Alighieri, ni el tiempo, al cabo exterior a la poesía, que nos hace envejecer, y obli-ga a Ronsard o a Quevedo a remozar el viejo consejo de Teócrito y Ausonio: coger la rosa fresca, gozar las amantes en primavera. No es sólo el hombre como criatura metafísica (tan estremecidamente dicho por el Medioevo o el Barroco) lo que ahora se sabe puesto en el tiempo y así cantado por la poesía, es ella misma, es la poesía misma, la que ahora se ve inserta en el tiempo. No es menester sobrecargar estas palabras con una innecesaria alusión pedantesca al hombre fáustico para verificar esto: ¿cuándo, si no en los tiempos que corren, ha podido hablarse de una poesía “modernista”, una “pasatista”, una “futurista” y una –primor de los primores– poesía “pura”, especie de obra puntiforme, con la aspiración de situarse en un presente inmóvil o contemplado sub specie aeternitatis? la conclusión es inmediata: la poesía, enemistada o mal amistada con la historia, se ha ido a maridar por su cuenta con el tiempo. creo que debemos conservar esta conclusión para volver sobre ella. his-toria, tiempo, poesía: barajaremos otra vez estas cartas.

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ahoRa

Sería grotesco intentar, en unas pocas páginas, una revisión de la poesía de ahora. ¿Supondrá esa revisión, además, visitar la poesía inglesa desde que eliot la remueve, o la norteamericana desde que pound, previamente, la ha alterado; la francesa desde los epígonos del simbolismo o desde el bombardeo de los ismos; o la italiana desde Ungaretti; o la griega, que tiene nombres tan ri-cos como Cavafis? ¿y más: la alemana, de la que nos llegan, atra-vesando la distancia del idioma, un George, un Rilke, un Trakl; y la rusa, que con iguales dificultades nos filtra un Mayakovski, un bloc...? la sola enumeración desmaya lo bastante como para que nadie demande esa tarea ni en unas cuantas ni en unas muchas páginas. Si, por otra parte, se espera una especie de comentario general sobre la poesía de “ahora”, me veo obligado a recordar que, con todas las limitaciones del caso, hice algún tiempo atrás ese comento para esa casa nuestra de estudios que aparece situada en el viento, verdadero castillo en el aire de nuestra cultura. Sin embargo, obligado a no remitir a otro sitio, prefiero una especie de paráfrasis, con las sumas y restas de rigor. y con algo más: una especie de señalamiento, que atienda, en lo posible, a los últimos años, los de la última posguerra. en la entreguerra, ya lo sabemos: tiroteo constante, desbarajuste, búsqueda de la sorpresa, incrus-taciones para ser caricaturizadas y, junto a todo eso, una furiosa lucidez que alguna vez se encargaba ella misma de la poesía, pero que sobre todo se prodigaba en las vastas poéticas en que fue tan generoso el período. ¿Qué poeta que se respetara no iba dejando, al lado de la poesía, y a menudo tapándola, un cuerpo de medi-tación sobre la poesía, síntoma de una enfermiza conciencia...? es posible que en pocas épocas esto haya sido tan general y tan persistente. por eso, entre otras cosas, florecía la mala hierba de

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los manifiestos a la menor ocasión. Quizá por contagio político, a cada rato se pedía algo en un papelón o se definía de una u otra manera la poesía con energía y fingido desdén. por este camino es natural que se diera gusto a los historiadores de la cultura o de la literatura y a los estudiosos de retórica, pero no tanto a los lec-tores de poesía. Hay que ver con qué justificado placer ha caído sobre toda esta poesía la turba de los comentadores, lúcidos unos y otros meramente regocijados, ante el rico material que se les ha puesto entre las manos. Fluyendo como por debajo, a la manera de grandes ríos, seguían voces mayores que es dable percibir entre la vocinglería y el eco. Muchas de ellas hemos nombrado. la ten-dencia a pensar que en todas las épocas ha sido así, es desmentida por los años que siguieron a la última guerra, los últimos quince años, que conservan la poesía realmente reciente (hay quien sigue pensando que la poesía reciente es la del pasado inmediato, ese pasado que bien recordaba Reyes que es el más lejano de todos, porque ni es presente batallador, ni tampoco pasado prestigiado por lo arcaico, sino simplemente tiempo envejecido).

hojeando una pequeña antología de poetas norteamericanos de 1956, presentados por thom Gunn en The London Magazine7, leo que uno de ellos, Louis Simpson, comenta del conjunto y de la intención general que los anima: “No Chinese, no footnotes”. Si se recuerda la parafernalia con que hacían acompañar sus obras pound, incrustado de signos chinos, y eliot, cuyas notas al pie en La tierra baldía constituyen casi otro volumen, la frase adquiere todo el carácter de una declaración. creo que, con adaptaciones, puede extenderse a las otras lenguas y servir para identificar un nuevo espíritu en poesía. Más que rechazos de escuelas o grupos entre sí a través de airados manifiestos, el rechazo parece dirigir-

7. The London Magazine (Londres), v. 3 No 8 (agosto de 1956).

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se contra los manifiestos mismos, cuyo carácter didascálico no puede disimularse. en ellos se pretendió censurar a menudo lo convencional, pero pronto devinieron convención ellos mismos. Sigue ejerciendo atracción lo maravilloso; como sigue, y de ma-nera especial, sintiéndose la poesía atraída hacia el empeño de una fraternidad humana, pero no por decreto o decisión externa alguna. en general, se comparte el deseo de salir aullando de las academias, lo cual caracterizó a los poetas de entreguerras, pero sin olvidar que hay una academia del aullido, que muchos de ellos establecieron; por lo que se considera mejor no entrar en academia alguna, ni del bostezo ni del maullido. creo que esa es hoy una aspiración compartida por la poesía. No quiere esto decir que se renuncie a esa lucidez de que tanta gala ha hecho la poesía última, sino que se la sitúa en otro sitio: en vez de dedicarla a hablar de la poesía, se prefiere que lo haga desde la poesía, abandonando pues el fingimiento de que otro poder, acaso oculto, es el que en nosotros desentierra los filones poéticos. pero esa poesía así re-conciliada con la inteligencia no puede ya pretender una inocencia o una irresponsabilidad que después de todo nunca le estuvieron muy bien atribuidas. esta se sabe cargada de responsabilidad, limpia de hojarascas, apegada a las cosas del hombre. Sin los es-truendosos metales de lo que se dio en llamar poesía “social”, es, sí, una poesía que no rehúye el rostro a los objetos que nos tienen trabados con ellos. en otras palabras: que se complace otra vez en remitirse al tiempo natural del hombre, y quiere ser juzgada junto con él. por eso ha querido zafarse de la superficial batalla verbosa que la hacía aparecer como reclamando aisladamente un sitio en el tiempo, para demandar, de veras, un lugar en el hombre y su historia. Quiere regresar a la historia, no para que esta la explique, ennoblezca o maltrate, sino simplemente para estar junto a ella en la gran aventura de la vida. Sin duda han sido menester para esto

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dos crueles guerras mundiales y la aparición de nuevas realida-des históricas que han conquistado definitivamente su lugar. Ha podido decir acertadamente Spender que dos grandes movimien-tos poéticos habían intentado ya esa reconciliación con las otras cosas del hombre, sobre los años treinta: el surrealismo francés y la poesía inglesa hecha en torno a Auden y el propio Spender. el empeño otorga relieve especial a esas maneras de poesía vincu-ladas en un momento a la revolución política que, una sobre todo en lo interior y otra en sus relaciones externas –si se permite el apresurado repartimiento–, comprendieron ya esa necesidad.

en otra ocasión, el propio Spender aseguró que la poesía mo-derna fracasaría si no lograba ganar para sí a objetos como la locomotora, de la misma manera que han sido ganados para la poesía el coche, el caballo y toda la utilería tradicional. Whitman y los futuristas sabían esto. pero estos últimos eran incapaces de lograrlo. Los seguía imantando, al cabo, lo pintoresco. Sólo que lo pintoresco ruidoso. La lectura del Manifiesto de Marinetti es desconsoladora. lo que no es allí retórica es ruido. Muy distinto es el caso de Whitman. en él tocamos varias realidades impres-cindibles para el logro de esa aspiración poética: es un americano, un hombre situado en el lugar donde se asimilan ávidamente los otros tiempos. y un hombre en la cresta de un gran movimiento democrático. injusto sería intentar presentarlo por sólo un costa-do. piénsese en cómo lo incorpora Martí y, por él, Hispanoaméri-ca. pero también la diversidad extremada con que europa lo reci-be: Gide, claudel, Verhaeren. unos le admiran la grandeza, otros la fiera devoción a la libertad; quién el amor sin fronteras, quién la vocación para lo cósmico. primitivas fuerzas religiosas, polí-tica en diseño mayor, hombría andariega y rústica, todo se cita en los versículos únicos de sus Hojas de hierba, donde cruzan dioses sin nombres, un presidente asesinado, el hombre solar, los

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soldados harapientos, las ciudades, los bosques inmensos. para este gigante que alguna vez engañó a sus lectores más sagaces haciéndoles creer que era el homónimo vagabundo de sus versos, siendo en verdad más que eso; para él, hablar de un tren no era más extraño ni más pintoresco que hablar de la semilla, del as-tro, de las lilas. Ningún poeta como él podía lograr que la poesía reingresara naturalmente en la batalla inmediata, social, política, industrial, sexual, de cualquier clase, del hombre. cuando muere, a pesar de un fervor justificado y una admiración creciente, se va quedando aislado, desgajado en su herencia. Se ha ido agostando en su patria ese mundo democrático que era el ámbito natural de su voz. el siglo XX va a contemplar su crepúsculo. pero sólo el profesional del ensombrecimiento piensa que es un crepúsculo del final. Cierto que se oyeron los truenos de la decadencia. pero un crepúsculo es sólo el combate entre la sombra y la luz. No hay que pecar de optimista para suponer que esa zona indecisa anun-cia la luz tanto como la sombra. y un hecho es cierto: no habrá salvación para la poesía si no la haya para la vida política –en el más amplio sentido, en el que podía tener en Whitman.

este mundo que aún algunos poetas miran con injustificado recelo, bien puede hacer suyas las palabras del cubano: “Verso, o nos condenan juntos,/ o nos salvamos los dos!”. ello no quiere decir, claro, que un mejor ordenamiento traería consigo obligada e inmediatamente una poesía mejor. Desdichadamente, eso no es así. lo que sí es cierto es que tal condición es la propia para sal-var definitivamente a la poesía de la asfixia de sus propios instru-mentos, devolviéndola a una amistad mejor con esas cosas que, hoy, no ha podido en su inmensa mayoría asimilar y, por tanto, el hombre sigue viendo como extranjeras a sí en lo esencial, pues sólo la poesía, la que norma, la que descubre, podría arrimárselas de veras. pero tampoco va la poesía a esperar esa bienandanza

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para ponerse a entonar con pecho conmovido las alegrías de la vida. Lo que en verdad hace es alistarse ella también, como mejor pueda, en la brega. No sujetándose a estrechas banderías, repi-tiendo consignas o disfrazándose de periódico, sino reconociendo que no tiene, al cabo, más mundo que ese (por donde habla tam-bién el otro), ni más tarea que entrar en él, tomando partido por las clases que llevan en sí la justicia y el porvenir. Fascinada por sí misma tiene lo grotesco de un martillo que fuera Narciso. Sale de sí, sudorosa, sale de sí y busca estremecer, aconsejar, desviar, construir. Sin chino, sin notas al pie, sin presunciones, sin escue-las, sin bandos; útil, necesaria a la vez que menesterosa, mar-chando confiada y humilde. Pregunta qué labor se le ha asignado, y va silbando a hacerla, viva y tremante, sin detenerse a mirar demasiado a algunos grandullones inmóviles a su lado, porque son grandullones de mármol a veces y otras de ceniza.

AQUí

La menor cautela debía advertirme que lo prudente es aban-donar en este momento, con estos espirales en el aire, la charla. pero al mismo tiempo, poco podría respaldar lo que se va dicien-do si no nos acercáramos, del “ahora” general, al “aquí” concreto. Después de todo, la caminata nos vio salir de la visión del poeta moderno, contemplado como la Casandra homérica que ve, pero no es estimada, a la poesía inmediata, más que en sus nombres, en su movimiento, en su aspiración. ¿No es el final lógico de ese viaje acercarnos a lo único que después de todo conocemos su-ficientemente? Vico aseguraba que sólo conocemos bien lo que hacemos. Sin entrar a juzgar, ese es el caso presente. Al mismo tiempo, infiel sería la visión si pretendiera no asumir más voz que la mía. Si bien es verdad que no me siento ostentando otras,

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no podría evitar que alguna vez lo que haya que decir pueda ser tomado como un predicado común a más de un sujeto. Si parecie-ra generoso el comentario, ya se sabe que es atribuible a otros; si mezquino, bastará con dejármelo a mí. lo contrario es falso.

estimo necesario no detenernos en esas consideraciones ge-nerales, que desde luego doy por aplicables aquí, para subrayar aquellas circunstancias específicamente nuestras. Con cierta pre-cipitación (con precipitación necesaria para hacer ver el diseño, que un minucioso análisis hubiera pulverizado) dijo una voz lúcida que a una poesía de voluntad esteticista, sucedió entre nosotros otra de aventura metafísica. Si en la ceñida órbita cubana esto pudo parecer cierto –aunque soslayaba voces que, como la de Ni-colás Guillén, difícilmente pueden ser llamadas esteticistas–, am-pliado a nuestra realidad histórica verdadera, aquella donde está inserta nuestra poesía –hispanoamérica– la fórmula muestra sus desmayos; esa vocación metafísica que se niega a la poesía nacida de la vanguardia, es sin embargo el centro del poeta mayor, césar Vallejo; está en parte no escasa en la obra de Jorge luis borges y Pablo Neruda; estremece los versos de Vicente huidobro esca-pados a la fórmula fácil y estridente de los primeros años; y, aun con los propios materiales de la poesía esteticista, da un vuelco nuevo (o viejo de raíz sorjuanesca) a la anhelante torre de cristal y fuego que es Muerte sin fin, de José Gorostiza. No sólo, pues, hay voluntad esteticista en estos hombres: precisamente muchos entre los mejores se han abierto ya a otra cosa. Del pecho de esa aspiración diferente sale (dispuesta, es cierto, a nuevas aventuras) la costilla oscura y penetrante de la poesía mejor que nos antecede en el tiempo. ¿Por qué no nombrar ya a lezama, a Diego, a Feijoo, a Vitier, a García Marruz, al mexicano Paz, entre los poetas llama-dos a realizar esas aventuras? así como Vallejo, borges o cierto Neruda en su caso, ellos a su vez han sido los nombres que hemos

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tenido entre las manos durante lo que, mal que bien, puede llamar-se el aprendizaje de la poesía. De la ávida lectura adolescente de pablo Neruda, cuya peligrosa memorización es casi un deber del hispanoamericano quinceañero que a veces se queda repitiéndolo; del deslumbrado descubrimiento de césar Vallejo, que ya no va a dejar de alimentarnos, poeta mayor de nuestra tierra y casi poeta de tierra, pasamos, con hostilidad al principio (melancólico deber generacional) y con fascinación luego, al conocimiento literario y personal de muchos de esos poetas nombrados. por ello conside-raríamos deshonesto fingir en esta conversación una tabla rasa que no puedan (que no quieran) verificar los versos. Ni nos encantan los supuestos placeres del adanismo, ni vemos la gracia de preten-der injertarnos resentidamente en otra tradición, foránea: lo que de fuera hemos recibido (y no es poco) ha sido, aun en viajes y lecturas imprescindibles, a través de nuestras cosas, con los ojos de esas cosas. No sólo eliot sino también Auden o Spender, tam-bién Dylan Thomas. No sólo Milosz, Claudel, St.-John perse, Bre-ton, Éluard; también Artaud, prevert, Char, Césaire. Hay nombres que vemos alejarse: Valéry. Hay otros fijos: Baudelaire, Whitman, Rimbaud. y en barruntos: Blake, Hölderlin, Rilke. Mucho de Ma-chado, de unamuno. y sobre todo, vocación hispanoamericana: Martí, Mistral, Vallejo, Borges, Neruda, Lezama, paz, Diego, Feijoo, Vitier, García Marruz. entiéndase vocación: llamada, so-licitación, necesidad. además, estos nombres, acaso por desdicha, bien sabemos que no bastan a configurar una poesía. esta no se hace sólo con lo acumulado, sino sobre todo con lo dilapidado, y lo que, consecuentemente, debemos rehacer: “Después que lo gastó todo, sobrevino una grande hambre en aquel país, y comen-zó a padecer necesidad”8. en este instante empieza la poesía. De

8. San Lucas, XV, 14.

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no ser así, no sería aventura, sino simple suma; no sería reiterado deslumbramiento, sino beatífico acopio. Descubrir esto es lo que hace a algunos enamorarse de bruscas rajaduras externas. Aún sin ese fácil enamoramiento, creemos que esa grande hambre ha des-cendido sobre nosotros.

podríamos apurar una fórmula sustitutiva después de este viaje, de la poesía metafísica a la poesía de la realidad inmediata, maravillosa, espesa o irónica; la poesía conversacional de lo cer-cano. No se desconoce, desde ahora, el rechazo fácil que podrían objetar a esa fórmula (¿a quién, además, interesan las fórmulas?); rechazo gemelo del que he podido hacer a la anterior: en la zona mejor de la poesía reciente, no es inexistente esa palabra. Mencio-no sólo un nombre: eliseo Diego. pero lo que ha sido, por crueles exigencias de su realidad, vuelco hacia la memoria, añoranza, caricia de lo destruido, va adquiriendo una abertura confiada a las cosas que el ojo carnal apresa, y las que es dable tocar no con la nostalgia sino con la esperanza. No puede la poesía ignorar en su centro los extraordinarios acontecimientos que cuba está viviendo. Si hacer que la imagen encarne en la historia ha sido el sueño de los hombres a quienes una hosca circunstancia arrojó a la angustiosa batalla de las palabras cerradas (o abiertas para un combate secreto cuyas victorias y derrotas escapaban al país terrestre); ahora que lo histórico se ha cargado de la más rica y desafiante poesía, la de las letras está obligada a henchirse para abarcar ese rostro grandioso de guerrero griego, de esos que le-vantaban solos una piedra que cien hombres no lograrían alzar. hay, sobre lo demás, como un movimiento del eje del poeta, de la nostalgia que lo llevó a descubrir preciosas notas de la niñez y el hogar perdido, a la esperanza que lo impulsa a potenciar otra vez al país, tenso como un arco, deslumbrador en su historia pues-ta en pie, en sus pueblos alumbrados de nuevo, en sus hombres

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admirables caminando confiados en paz o guerra hacia el cum-plimiento de un destino grandioso. esta es una poesía que en su mayor parte espera, que se insinúa apenas. Lo que ahora se ofrece es más el estridor de las batallas en la sombra, los instrumentos que afinan cuando muy pocos han llegado a las sillas. No se trata, desde luego, de un nuevo rostro de la llamada poesía “social”. es menester no incurrir en la aceptación de esos revenants, todo lo prestigiosos que se quieran, que se nombran nativismo, populis-mo... proponer reiterar una fórmula (esa o cualquiera de las ante-riores) cuya eficacia no sólo ha sido demostrada, sino consumida, es absurdo. es, eso sí, una poesía que vuelve de fatigadas nostal-gias a la confianza y la compañía fieles del hombre de ahora: del joven, del viejo, del obrero, del sabio beneficiados con un tiempo de reyes, porque es un tiempo de hombres sencillos y firmes.

tenemos ante nosotros, al concluir los años sombríos, una obra seria realizada silenciosamente en los tiempos malos, esos que corrían para desbaratar y deslucir. el intento de una honda transformación política había fracasado cuando, hace una veintena de años, empezó a hacerse esa obra. le fue menester sustraerse, salvarse de lo que se veía como una caída general. cuando fuerzas nuevas se sumaron a esos tiempos para darles un sentido del todo diverso, encontraron sustraidos a los hacedores de aquella tarea, hecha hacia lo hondo y hacia atrás, pues a nada mejor los incitaba el paisaje. una exigencia tan genuina como la que llevó a ellos al ocultamiento, demanda ahora lo contrario; los tiempos no corren para desbaratar y deslucir, sino para fundar, para asentar –y para asentarse. No es menester buscar hogar en el mitológico pasado, el presente se ha hecho habitable, y tiene ya la misteriosa calidad de lo recordado.

No por el vano placer de la autofagia es que quiero ahora traer unas líneas mías ya dichas y publicadas, sino por otra razón más

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aceptable: me parece bien, me parece necesario que se asimilen las realidades hermosísimas que nuestra patria está conociendo. ellas deben llevarnos a nuevos y más ricos planteamientos. pero también me parece bien que esos nuevos planteamientos no se separen hasta descoyuntarse de los que en momentos anteriores pudimos (o debimos) hacer. ello sería sospechoso de poca ho-nestidad. Crecer, sí; desdecirse, no. en 1957, en una charla sobre poesía hispanoamericana dada en la universidad de columbia, Nueva york, dije de esta generación surgida en Hispanoamérica sobre 1940, a la que llamaba posvanguardista:

los regímenes de fuerza comenzaron a azotar a hispanoamérica con absoluta insistencia. No les correspondió un tiempo de exaltación en verdad... podía toda la generación hacer suyas las palabras que inscribió lezama lima en la desventurada cuba –más desventurada hoy que nunca–: “un país frustrado en lo esencial político puede hallar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza”. por otros cotos se lanzó la poesía. en vano buscaríamos en ella los sentidos. La memoria, la nostalgia, eso sí. perdida la esperanza en las soluciones inmediatas, una búsqueda oscura y profunda de lo esencial de nuestras patrias se realiza. Si pensamos en el buen tiempo viejo de la vanguardia, cuando todo el continente parecía sentirse unido por un aliento común, con todas las revistas con un ingenuo nombre puntiagudo hacia el futuro –Proa, Revista de Avance, Contemporáneos–, no podemos menos que experimentar cierta nostalgia al ver la desunión y la desesperanza de nuestros días. las revistas decidieron volver a empezar, ir a lo hondo: se llamaron El Hijo Pródigo, se llamaron Orígenes. en medio de esa desesperanza, realizaron un esfuerzo noble por ahondar sus cosas.

Nada tengo que rectificar, dos años después, a lo dicho enton-ces. pero sí añadir lo que todos sabemos: que ese aliento común,

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grande y esperanzado, ha comenzado a soplar de nuevo sobre el continente, y es desde cuba que con más fuerza y decisión arran-ca. eso no es una ganancia que aceptar satisfechos, reprochando tontamente a los demás que hayan carecido de ese privilegio. eso es un desafío, uno de los mayores desafíos que haya conocido nuestra poesía. porque si en los tiempos que había que olvidar logró persistir y acrecerse, ofreciendo nuevas visiones y normas nuevas que también sirvieron para sostener la patria, en los tiem-pos que llegan para reanudar, y esta vez de modo definitivo, el sueño mayor del continente, menguada quedaría la poesía si no se mostrara digna de ese sueño. pero ella no saldrá, no ha salido nunca, de las habladurías. Dejémosla sola con el silencio, désele la palabra, y escuchemos.

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RECUERDo a EMILIo BaLLaGas1

UN NOMBRe

pRIMeRO fue un nombre, entre papeles del bachillerato. Moti-vo de extrañeza, y hasta de chanzas. un día, caminando: ¿qué querría decir eso de “en la pureza de los círculos concéntricos”? para entonces hojeábamos la antología que hizo Juan Ramón en [19]36; la antología copiosa que supimos luego que era apellidada “el granero”. allí estaban los versos que nos parecían raros y que turbaban a los bulliciosos amigos con quienes bajaba del instituto de la Víbora recitando, cantando, maldiciendo, repartiéndonos el mundo. alguna vez cruzaba el nombre de ballagas. alguien, entendiéndolos apenas, se sabía unos versos. ¿cuáles? ¿“Descal-za arena y mar desnudo...”? ¿o era más fácil la “elegía a María belén chacón”?

UN pOeTA

ya nos había visitado la muerte, y uno de nosotros, el mejor, no bajaba del instituto; ya estábamos para dejar sus aulas, y no producía sino admiración y respeto el nombre de emilio balla-gas. conocíamos sus libros. había tenido yo el orgullo de poder

1. Lunes de Revolución, 14 de septiembre de 1959. el número (preparado por pablo Armando Fernández) estuvo dedicado a Ballagas, a cinco años de su muerte.

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presentarme un día, de vuelta de la Feria del libro, con sendos ejemplares de la Elegía sin nombre y de Sabor eterno. ¡este de-dicado y todo! Decía la página primera, en una letra casi infantil con alguna rúbrica de más: “A Aida, con mucha estima. el autor”. Aún hoy no he podido saber quién es esta Aida, cuya despreocu-pación me permitió la alegría de llegar con un libro dedicado por el poeta al grupo de mis amigos.

pRIMeR ReCUeRDO y OTROS ReCUeRDOS

No recuerdo ahora si fue a finales de 1950 o a principios de 1951, aunque esta última fecha me parece la más probable. Había ido a casa de ballagas a llevarle mi primer cuaderno de versos. Resultó ser en la misma Víbora, lo que me satisfizo. estaba en la calle buenaventura, una simpática casa duplicada al lado como una ostra. la sala estaba atestada de libros, y en la pared colgaba un Mijares. Lo esperé un rato. Me había movido a visitarlo algún comentario generoso suyo, pero ignoraba cómo sería, fuera de los rasgos del retrato que lleva al frente el Mapa de la poesía negra americana; y, como después sabría, Ballagas era de esas perso-nas inapresables por la cámara fotográfica. De creer a esta, sería parecido a Xavier Villaurrutia, tan cercano, también por su obra, a ballagas. este, ¿sería serio? ¿Jactancioso? ¿en papel ridículo de poeta maldito profesional? No sabe uno cuántas interrogacio-nes se deja en la cabeza mientras espera en una sala, rodeado de libros entre los que los ojos ramonean. entró echando a un lado una ligera cortina, y tenía un aire grave casi cómico. pequeño, muy derecho y envuelto en telas. padecía alguna enfermedad de la garganta y se había abrigado como apenas lo soporta nuestro clima. Se sentó en una silla que me pareció enorme y pensé en-tonces que tenía no sé qué de pueril, de quien asume con brusque-

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dad, sin que pueda hacerlo del todo, aire de persona mayor. pensé entonces (y nunca fui desmentido) que era vulnerable e infantil, débil y bondadoso. Que su poesía le era conmovedoramente fiel.

Se excusó por el atuendo (una fumadora punzó, creo recor-dar, con un pañuelo al cuello), me tendió la mano entre receloso y cordial, y me hizo entrar en una amistad que duraría los cuatro años que lo separaban de su muerte, insospechada entonces. ha-blamos en seguida de poesía. pocos poetas me han dado impre-sión de fervientes lectores y comentadores de poesía –de poesía como tal, no como hecho cultural o de otra índole– como balla-gas. leía vorazmente revista, libro, folleto o papelón en verso. Memorizaba con facilidad, y le gustaba sentir las palabras (en el lecho de enfermo en que moriría una semana después, sólo lo vi animarse cuando recordó un cuarteto que procedió a recitar). esa tarde nos separamos amigos.

A los pocos días recibí en mi casa (prueba de su generosidad) un recorte de periódico: una nota escrita por ballagas sobre el cuaderno que le había llevado. Me dio con ello una gran alegría. Volví y volví muchas veces a conversar con él. y nunca más lo vi con aquella ropa curiosa, vestía con sencillez, casi con pobreza, aunque con pulcritud. tenía una infalible nota de poeta, no asu-mía aspecto poético alguno. Se le hubiera tomado por un profe-sional humilde, por un abstraído que regresa de su oficina. Claro que no al hablar. entonces se veía que vivía una vida curiosamen-te fundida con las letras, una vida hecha del resplandor y un poco el engaño de las letras. Que para él, desde luego, no eran tales.

en mis visitas me leía, por ejemplo, sus traducciones de teó-crito (recuerdo “La maga”), de Ronsard, de Hopkins. Me ense-ñaba revistas y libros que conservaba o que le mandaban de toda américa. Guardo de él una curiosa colección de Antenas, revista vanguardista camagüeyana que acaso fue la primera revista li-

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teraria en que colaboró regularmente Ballagas. pero no todo era literatura. ballagas se lamentaba de las censuras –apenas críti-cas– que le hacían. le producían un malestar vivísimo. comuni-caba esas pueriles preocupaciones en la conversación amistosa. No quedaban entonces muy bien parados, es la verdad, algunos escritores. No era ésa, sin embargo, dedicación excesiva suya. Al-guna vez me dijo que él había sido, junto con Raúl Roa, el enfant terrible de la generación de la Revista de Avance. pero cuando yo lo conocí, ya estaba más lleno de recuerdos que de diabluras. evocaba, por ejemplo, con gran afecto a Juan Ramón Jiménez en su paso por la habana. Juan Ramón fue para él no sólo el poeta grande, sino el amigo bueno. un día que vio a ballagas deprimi-do, atribuyó su pesadumbre a problemas económicos, e insistió en darle algo de sus escasos fondos. ballagas devolvió el dinero en seguida, pero quedó conmovido por el gesto. o evocaba sus días de parís, cuando había ido a verlo Octavio paz; y cuando, sentados ambos en uno de los lentos y grises cafés de la ciudad, León Felipe lo desafiaba a ver quién de los dos, Ballagas o él, conocía mejor la biblia.

Me sorprende ahora recordar qué frecuentemente se mudaba. lo vi hacer sus bártulos, con su esposa antonia y su hijo Manolo Francesco, de esa casita en la Víbora a otra en el mismo barrio, y (pasando alguna vez por la casa de sus padres, en la calle cam-panario) a una en Santos Suárez, frente a un hermoso parque. Allí vivía cuando murió. a todas esas casas fui a visitarlo. De alguna manera, de resultas sin duda de esas mudadas incesantes, pero no sólo por ello, su casa, modesta siempre, daba la impresión de que no estaba asentada. le faltaba algo que no puedo explicarme muy bien: le faltaba reposo, costumbre, la marca de los muebles en el piso. imagen inesperada y como sin sentirlo del desarraigo, pare-cía recién empezada siempre. pero eso no parecía preocuparlo. Se

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sentaba en la primera silla a mano, de una modernidad un poco sobresaltada; o en un butacón, o en cualquier cosa, abría el libro que había ido a buscar, con algunos papeles dentro, y empezaba a leer, con su voz suave algo cantarina, los versos sobre los que quería hablarme. entonces no le importaban esos comentarios adversos, ni su situación económica, ni Manolito que pasaba ma-tando a un indio, ni que se había sentido todo el día angustiado. leía, leía, subrayaba con su voz el verso predilecto, casi siempre un verso a la vez transparente y suntuoso, y comentaba la palabra precisa, la que descubre y adorna. tenía marcada inclinación por la poesía de bella factura; pero, para demostrarme que también se interesaba en una poesía más alborotada, me leyó una tarde (y me hizo después llevar conmigo) un poemario de Antonio de Undu-rraga. No era esa, sin embargo, su línea más constante de lectura. Junto a aquella poesía bella, gustaba de la alusiva, la enigmática, siempre que se mantuviera dentro de una cierta tersura verbal. Sentía gran atracción por Hopkins, en quien, además del poeta, admiraba al católico ferviente. escribió sobre él un largo ensayo que conservo. ballagas era ya él mismo un ferviente católico y, de modo muy especial, un creyente.

Creer era para él una absoluta necesidad. No había la me-nor posibilidad de que se volviera un incrédulo. pienso que había creído siempre en casi todo. Volverse católico no sería para él arribar a una creencia, sino sobre todo lograr desembarazarse de las demás; así como el escultor (que él evocaría en memorable poema) de la piedra enorme hace la estatua: quitando. Tenía la vocación receptiva y sincrética más fuerte que nunca he conoci-do. Su poesía es un testigo mayor de esto. en los últimos días, esa vocación volvió a despertársele, ante la proximidad de la muerte, que un desdichado accidente le hizo conocer. abrió una carta dirigida por su médico a su esposa y supo, por esa carta, que

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estaba destinado a no vivir más de un año. Fue naturalmente un golpe horrible para él. Recuerdo que me lo contó con lágrimas en los ojos. cuando iba a visitarlo, a partir de entonces, me decía siempre:

—Vienes a despedirte de tu amigo que se va a morir.

DOS ANÉCDOTAS

No quiero hablar de los últimos días de Ballagas sin aludir a dos anécdotas que me parecen reveladoras de aspectos de su carácter.

habían ido él y su esposa a comer con mi esposa y conmigo y, de sobremesa, hablando descuidadamente de varios temas, le pedí de pronto que me dijera en qué fecha había nacido realmen-te, pues hojeando muchas publicaciones para un trabajo escolar que realizaba por esos días, encontraba que no había sobre ese punto un criterio fijo. Ballagas, muy dado a palidecer, lo hizo en ese instante, y se limitó a decirme que en los libros aparecía como nacido en 1910. palideció más visiblemente cuando Anto-nia terció en la conversación pidiéndole que aclarara de una vez ese error. Él había nacido en 1908, pero desde que Luis Alberto Sánchez lo había dado como nacido dos años después, dejó repe-tir el error que lo hacía más joven, y hasta se acogió él mismo al desliz, haciéndose nacer en 1910 en su propio Mapa de la poesía negra americana. poco después, con cualquier excusa, Ballagas se marchaba.

otra vez, ya muy enfermo, ballagas se dirigió a su supersti-ciosa sirvienta jamaiquina y le aseguró que, después de muerto, se le aparecería en forma de lagarto. Lo curioso es que –según me contó luego antonia– cuando la sirvienta, muerto ballagas, hacía el cuento a una amiga, vio que un enorme lagarto la miraba

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fijamente con “the Master’s eyes”. el lagarto, concluye antonia, disfrutó de la gran vida con la sirvienta, por si acaso...

ÚLTIMOS ReCUeRDOS

ballagas murió de alguna enfermedad del corazón, de las ar-terias. No pude dejar de pensar (no puedo dejar de pensarlo aho-ra) que lo agravaron absurdos disgustos “literarios”. Lo recuerdo en los últimos días, pálido y demacrado, aunque conservaba su lucidez. Sin que lo dejaran de asaltar momentos angustiosos, se había ido preparando a morir como un cristiano. lo vi en su casa, en el hospital. el 11 de septiembre recibí la llamada de un ami-go anunciándome su muerte, hace ahora cinco años. lo demás: funeraria modesta, amigos dispersos, discurso, paradójicamente, por un funcionario.

UN GRAN pOeTA LíRICO

había sido conmovedor saberlo no sólo un pecador, que eso lo es todo el mundo, sino un hombre que no se perdonaba sus divisiones, sus sucesivas lealtades, su fidelidad temblorosa; que batallaba tenazmente por darle orden, forma, equilibrio y gran-deza a su vida. había fundido admirable y riesgosamente su vida con su poesía, y buena parte de esa poesía le recordaba siempre, fascinándolo a la vez con su belleza, las vicisitudes de su vida. así como su conversión, su poesía había seguido haciéndose en el sentido de la ascesis, del despojo, del abandono. había salido de un mundo frutal (“que me cierren los ojos con uvas”) y recorrido un viaje en que los sentidos reclamaron y obtuvieron la mejor parte. pero debió después escoger, separar, ordenar; no sé ya, y no por casualidad, si hablo de su poesía o de él. No es huera retó-

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rica, estaba fundido, confundido con su palabra poética; imagen espléndida y dolorosa de un poeta lírico, que aun cuando va a hablar de otro, del otro por excelencia, se encuentra hablando de sí: “el que esconde los húmedos ojos avergonzados”.

OTRA VeZ UN NOMBRe

—Me encontré hace pocos días –me decía una mañana– con un alumno del instituto. al saber mi nombre, el muchacho me dijo: “¿Ballagas? ¿pero usted no está muerto? ¡Si a usted lo lleva-mos en el programa!”. le produjo la anécdota la natural desazón. ahora otros muchachos encontrarán ese nombre entre sus pape-les. ya no tendrán la alegría de descubrirlo fuera de los libros de texto, en las lecturas gustosas, las que no hay que realizar por obligación, las que se hacen en el patio ruidoso, bajo los árboles del parque; las que se discuten, atacan y defienden en las inaca-bables caminatas que sustituyen, con frecuencia ventajosamente, a las clases. encontrarán ese nombre en un libro, cerrado el pa-réntesis que yeats veía abierto como una sombría boca voraz al lado de los nombres ilustres, (1908-1954). Lo siento sobre todo por ese joven poeta que no tendrá la dicha de visitar luego la casa modesta, de ver salir al hombrecito, de tenderle la mano con ad-miración; que no tendrá el privilegio de conversar largamente con él y oír la voz del gran poeta emilio ballagas.

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ELoGIo naTURaL DEL MoRo1

NO TeNGO, ni quiero tener, imparcialidad para hablar de la poe-sía del Moro. Durante varios años, independientemente de nues-tra voluntad, hemos sido algo así como Cástor y pólux de la nueva poesía cubana; Dióscuros, desde luego, sin adoradores. Él editó su primer cuaderno, Brújula (que después decidió olvidar), en 1949, y yo el primero mío en 1950. empecé a publicar en la revista Orí‑genes (publicar poemas en Orígenes era por entonces ambición de todo poeta joven) en 1951, y Fayad en el número siguiente. ambos cerrábamos aquella hermosa antología Cincuenta años de poesía cubana que realizó cintio Vitier en 1952. Después an-duvimos por parís y por otras partes. Al romper la Revolución cubana, en 1959, juntos compilamos la colección Poesía joven de Cuba, que por primera vez reuniría a un grupo de poetas de nuestra generación, de escardó a baragaño, grupo al que, natu-ralmente, han venido a sumarse después nuevos nombres. pero no hay que forzar el paralelo, su poesía es completamente otra, y durante años, que ya no son pocos, la he visto crecer con admira-ción, conmovido y deslumbrado una y otra vez.

Después de las líneas de adolescente, Fayad había empezado a escribir cosas bien distintas. aquellos poemas, de un arrasador

1. prólogo a la antología de Fayad Jamís Cuerpos, la habana, unión, 1966.

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lirismo oscuro, a la vez a la intemperie (“era descalzo como ca-minaba”) y en una ciudad grande, miserable y polvorienta (“todas las cosas viejas y sucias, revueltas bajo el polvo”), aparecieron como un meteoro entre nosotros, algo después del año cincuenta. yo lo había conocido a él poco tiempo antes, cuando cruzamos los cuadernos iniciales y hablamos de surrealismo y pintura, ca-mino de su destartalado cuarto de la calle Reina. Dejé de verlo. Supe de su nueva poesía cuando, una tarde, Vitier, terminando su libro, me leyó unos poemas que le había hecho llegar esa eminen-cia gris (perla) de las letras cubanas: Agustín pi. Resultaron ser de Fayad Jamís. pero era otro que el que yo había conocido. por aquellas palabras habían arrastrado sus centellas y sus sombras Neruda y Milosz, Rimbaud y Vallejo y algunos poetas de Orí‑genes. pero, sobre todo, había en ellas el testimonio de hondas experiencias agrestes y citadinas, y una mirada implacablemente real.

Fayad había vivido en varias ciudades de la isla, sobre todo en Guayos, donde editó su primer cuaderno. cuando, saltando de pueblo en pueblo, llegó a la habana, a estudiar pintura, era pobre de verdad, y conoció, por eso, no una bohemia literaria, tan convencional y previsible como la vidita medida de un burócrata, sino necesidades de carne y hueso, hambre física que hace ilu-minar la mirada hasta la incandescencia ante un café con leche. Todo esto atestigua en favor de su genuinidad. Su escritura, por eso, no se hacía (no se ha hecho nunca) a base de temas literarios, sino de realidades vividas. esto hay que tenerlo presente para en-tender su desarrollo, su crecimiento.

Muchos de aquellos poemas, Fayad los reunió en 1954 en uno de los libros más intensos de nuestra poesía de los últimos años: Los párpados y el polvo. Hasta tipográficamente el libro es bello, nuevo, necesario. como en Fayad conviven un poeta y

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un pintor, un hombre que convierte en hermoso lo que toca, el libro es una pieza que vale la pena tener entre las manos, incluso sólo para mirarla. pero cuando se abre su grave carátula parda, y las palabras del título empiezan a desgranarse hoja tras hoja, en-tendemos que se nos prepara, como a campanazos severos, para entrar en un recinto en que la belleza no lo es todo. aquel libro es un alegato, una declaración, en que el poeta de esos años, venido de otras partes o echado a un lado en la propia ciudad, habla de su desamparo, de su errancia, del polvo en que vive y sobre el cual sólo brillan, ya que no realidades hermosas del presente, memo-rias profundas, figuras y nombres de una fosforescencia espec-tral, alucinaciones de desvelado, el insomne “párpado abierto” de que nos había hablado Martínez Villena. aquellos poemas iban a encontrar resonancia en muchos compañeros. Quizá bastará re-cordar cómo eran leídos, con fraternal identificación (“compade-ciendo”, como hubiera dicho Unamuno), por el grande y bueno Rolando escardó. por donde quiera que se rompan, mana de ellos una poesía real, en que la oscuridad es atributo fatal de su hon-radez. poniéndole espejo fiel a un tiempo oscuro, esta poesía nos muestra un rostro desolado, y es, por su belleza, como la salva-ción del dolor, padecido por una de las sensibilidades más puras con que contamos.

* * *

Formado ya, y habiendo pasado largamente la noche en vela de las armas, el Moro partió a europa. por eso su experiencia pa-risina, tradicional escuela o tradicional tumba del poeta hispa-noamericano, no lo descoyuntó; porque fue ya hecho, armado, a alimentarse y no, cosa imposible, a hacerse los huesos. Si una virtud inmediata tuvieron aquellos años para él, fue la verifica-

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ción de que el desamparo que sintió en su tierra era mayor de lo que él pensaba, su poesía, en ese sentido, fue universalizada, porque su propia experiencia lo había sido. No se trataba, pues, de familiarizarse con la palabra de apollinaire o Éluard, que no le era desconocida, sino de experimentar, en vida propia, el acorde mundial de su situación. el vagabundo habanero se hace vaga-bundo del alba de parís, pero cuando el poeta, que viene de una especie de colonia lateral, recorre “esta terrible hermosa grande ciudad que se llama parís”, ya sus ojos dejan de mirar al pasado, a la joya perdida de su infancia; ya resplandece allí a ratos la otra joya que se dice mañana:

mañana todos tendremos el mismo rostro de bronce y hablaremos la misma lenguamañana aunque usted no lo quiera señor general señor comerciante señor de espejuelos de alambre y cenizapronto la nueva vida el hombre nuevo levantarán sus ciudadesencima de vuestros huesos y los míos encima del polvo de Notre Dame.

No es extraño que esos versos se reunieran luego en un li-bro llamado Los puentes. ellos son, desde luego, los memorables puentes que lloviznan sobre el Sena; pero son, también, los cami-nos que llevan de una orilla a otra: del polvo a mañana.

* * *

Mañana fue de pronto, como un relámpago, sobre la patria lejana. Fayad estuvo entre los primeros que volvieron, a sumar su trabajo y su costumbre de aumentar la belleza, al gran trabajo y la gran belleza de nuestra revolución. Se encontró con un mundo otro;

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y se encontró, sobre todo, con que había que hacer un mundo cada vez más otro. adiós la oscuridad, el desamparo, la soledad, la errancia, adiós el polvo, la mosca que pasa zumbando en la sombra, los muebles rotos, adiós el hambre, la miseria, el insom-nio sobre el banco del parque, la caminata toda la noche, que no desemboca en un pedazo de pan. los puentes han sido cruzados, y estamos en mañana, y no precisamente con nuestros huesos abajo, sino contando con nosotros para hacerlo vivir. Mañana so-mos nosotros.

considero una de las pruebas mayores del tamaño grande de la poesía de Fayad, el coraje con que, hecho a cantar el dolor, se ha propuesto aprender a cantar la alegría. esto es algo que no entienden, ni pueden entender, “critiquitos” de vario pelaje; una poesía se mide por la cantidad de riesgo que está dispuesta a correr. Volver a hacer lo hecho no es riesgo ninguno, por una parte; y, por otra, es pura repetición, hojarasca mojada. yo no diría que los poemas en que Fayad ha cantado la nueva realidad del país son necesariamente mejores, por ejemplo, que muchos de aquellos en que expresó la soledad, el miedo y el hambre en Los párpados y el polvo, diez años atrás. pero eso no me extraña nada. llevamos siglos, milenios, ensayando la voz para cantar la soledad, la miseria, la negación, y apenas unos momentos apren-diendo a decir sí, buscándole expresión a la vida nueva; apenas unos instantes en la orilla de acá. lo importante es haber teni-do el corazón dispuesto para cruzar los puentes, para llegar a la nueva orilla. Después vendrá lo otro. las palabras surgen, como burbujas del fondo del agua, de las experiencias entrañablemente vividas. No se encuentran por azar, entre cuatro paredes; afloran, dándoles nombres a aquellas experiencias. con ellas vendrán las nuevas letras. con ellas están viniendo ya en los nuevos versos de Fayad. así en “el ómnibus y la ciudad”:

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amo las calles grises de mi ciudad.amo el calor que me consume y los rostros que huyen presurosos,y los viejos y hermosos rincones llenos de sombra.amo las manos que transforman las calles, las luces que las

alumbrany las gentes que las recorren sufriendo cada vez menos.amo los parques donde juegan los niños,los parques que guardan el sueño de los últimos vagabundos.Amo los parques fieramente invadidos por el amor.yo no tengo prisa. No tengo ninguna prisa. Quiero llegar en el

tiempo necesario,ni antes ni después. en el tiempo que el trabajo madura y

ennoblece.en el tiempo del pan sobre la mesa y las manos amadas en las

manos.No tengo prisa. De todos modos llegaremos.

en otra ocasión dije que ungaretti, usándolo, nos había quita-do a los otros poetas el nombre con que debe titularse una colec-ción de poemas escritos a lo largo de los años: Vita di un uomo. Vida de un hombre es también esta colección de Fayad Jamís. por eso interesa: porque conmueve fraternalmente. porque es la vida de un prójimo, que encontró palabras para decirla. un prójimo que viajó desde su pueblo lejano hasta el encuentro de la tierra; un prójimo que pudo universalizar su experiencia, y dejarla viva y permanente ante la mirada de los otros; un prójimo que ha te-nido, que tiene el coraje de vivir en su tiempo, de serle útil y de expresarlo con fidelidad.

* * *

yo podría esperar a que el Moro muriera para decirle sobre su

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tumba, con voz entrecortada, estas y otras verdades. pero, por una parte, no sería raro que las cosas no pasaran así, y que no fuera él el primero de los Dióscuros en irse a podrir entre la hierba; y, por otra, me molesta esa costumbre: ahora vivo, como pedía Ma-yakovski, es que hay que decirle las cosas al poeta. Ahora es que quiero decirle que lo considero uno de los poetas más importantes de nuestra generación, en el continente. ahora es que me compla-ce decirle que nuestra Revolución se enriquece con él, como él se ha enriquecido con nuestra Revolución. pero, ¿dónde se traza el límite entre una revolución y un poeta verdadero? ese límite no existe, o es como el límite entre el aire y la luz.

la habana, octubre de 1964.

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Un CUaRTo DE sIGLo Con LEZaMa

COMO Se VeRÁ, para bien o para mal estas páginas carecen del empaque que se suele esperar o temer de una conferencia: son lo que preferiría llamar una charla, y por añadidura ni siquiera comenzaron por ser eso, sino respuestas improvisadas, y en con-secuencia desaliñadas, a preguntas que me hicieron para un libro de entrevistas a un grupo de quienes fuimos durante años amigos de José lezama lima1. No pretendo con ello restarle nada a otros acercamientos, desde luego. Muchos trabajos serios (y, como es habitual, otros menos serios y hasta malísimos) se han dedicado a lezama. yo mismo escribí hace más de cuatro décadas un libro que, si no me equivoco, contiene uno de los dos estudios más ex-tensos dedicados hasta esa fecha a la poesía del autor de Enemigo rumor. Simplemente, quiero explicarles el alcance limitado (salvo en lo tocante al autor tratado y sus palabras) de lo que van a leer.

en 1948, gracias a Víctor Manuel, uno de mis maestros inicia-les, conocí a René portocarrero, quien me regaló el primer ejem-plar de Orígenes que tuve, y me habló entusiasmado de lezama. Sin duda ello influyó en que yo adquiriera, y leyera con sobresalto

1. Se trata del libro de Carlos espinosa Cercanía de José Lezama Lima, la ha-bana, editorial Letras Cubanas, 1986, donde aparecieron con el título “perpetuo gerifalte, escándalo bizarro”. también me valgo, ampliándolo, de un texto que con el título del actual leí en la UNeSCO, de parís, el 27 de mayo de 1983.

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y avidez, la antología de cintio Vitier Diez poetas cubanos, que acababa de aparecer. Siguieron los habituales forcejeos en los cuales un joven artista se asimila (o no) los desafíos que la vida le va ofreciendo. poco después, también me azuzaron el interés por lezama y Orígenes otros amigos, entre los cuales recuerdo con particular afecto a Mariano alemañy. al cabo, con una excusa, en 1951 fui a ver a cintio y Fina, los cuales casi inmediatamente me pusieron en contacto con eliseo Diego, Agustín pi, Octavio Smith, Ángel Gaztelu; y, como muchos poetas jóvenes de aquel tiempo, llevé a lezama (junto con mi condiscípulo y amigo Ma-rio parajón, quien me lo presentó) poemas míos. Fueron “Déci-mas por un tomeguín”, “Canción” y “palacio cotidiano”, que ese año 1951 aparecieron en el número 29 de Orígenes.

empezar a publicar en Orígenes fue para mí una gran feli-cidad. hacía siete años que la revista venía editándose (lo haría durante un lustro más), y era ya respetada por núcleos escasos pero rigurosos de varios países. en mi caso personal, implicó además el comienzo de una amistad con lezama, que sólo vino a ser interrumpida por su muerte. cuando terminé en 1953 mi tesis de grado sobre La poesía contemporánea en Cuba (1927‑1953), él me pidió que saliese bajo el sello de ediciones orígenes, lo que ocurrió al año siguiente. tuve así el honor que para un escri-tor joven implicaba contar con un título suyo en esa colección. tales hechos resultaron para mí grandes estímulos en mi trabajo literario, y además contribuyeron a vincularme para siempre en fraternal relación con aquellos poetas.

Se sabe que en Orígenes vieron la luz no sólo colaboraciones de escritores cubanos integrantes de lo que acabó llamándose el Grupo orígenes (y que en su casi totalidad prexistía a la revista, aunque es claro que no con ese nombre), sino también de fran-cotiradores como Samuel Feijoo; de otros autores de más edad,

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como alejo carpentier, Dulce María loynaz, Mariano brull, Lydia Cabrera, Lino Novás Calvo, eugenio Florit, emilio Balla-gas o enrique Labrador Ruiz; y más jóvenes, no sólo como yo, sino también como Fayad Jamís, pablo Armando Fernández, Cle-va Solís, edmundo Desnoes, pedro de Oraá, Nivaria Tejera o el propio parajón. en su calidad de editor, Lezama fue, sin embargo, exigente, y no todos los que se acercaron a él con el propósito de aparecer en las páginas de sus revistas tuvieron suerte. De ahí que varios de los que no pudieron publicar en ellas, en especial en Orígenes, se volvieron a veces sus enemigos, y en más de una ocasión lo hicieron blanco de torvos ataques, que a raíz de 1959 asumieron a menudo máscaras presuntamente revolucionarias, lo que en otras condiciones hubiera podido acarrearle graves conse-cuencias. el oportunismo de quienes procedieron así es tanto más vergonzoso por cuanto algunos de esos mismos seres han querido luego (cuando, ya lejos en todos los órdenes, carecían de medios para lastimar a quien había sido reconocido ampliamente en su altísima calidad) presentarse como sus grandes admiradores de siempre y hasta sus aguerridos defensores.

lezama, por otra parte, no se limitó a acoger en las páginas de Orígenes textos de aquellos poetas entonces jóvenes, sino que rompió lanzas por ellos (por nosotros). Cuando en 1952 Cintio Vi-tier dio a conocer su valiosa y agredida antología Cincuenta años de poesía cubana 1902‑1952 (que concluye con poemas de Fayad Jamís y míos), Lezama tomó ardoroso partido en favor del libro, y escribió sobre él una combativa nota aparecida en el número 31 de su revista2. Dijo allí, entre otras cosas: “nos ha parecido admirable que hombres de veinte años, que comienzan a tejer los enigmas poéticos, y que esa justicia poética está en la obligación

2. Orígenes (La Habana), No 31, p. 63.

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de descubrir y potenciar, aparezcan ya en esa antología, pues se vislumbra de inmediato que forman parte de la mejor corriente de poesía que estructura la marcha de la imaginación como historia, la imaginación encarnando en otra clase de actos y de hechos”3.

No costará pues trabajo comprender cuánto significó para mí colaborar con Lezama. Según recordó él mismo en una entrevis-ta que concedió a fines de la década del sesenta, a partir de mis veinte años estuve estrechamente vinculado a Orígenes. con en-tusiasmo dirijo desde hace casi tres décadas la revista Casa de las Américas, y si bien durante este tiempo creo que ha tenido y tiene un sesgo más cercano al de revistas como Amauta, ciertamente no deja de aprovechar las enseñanzas de Orígenes. De modo que esas declaraciones, por otra parte tan espumeantes, del autor de La fije‑za, me llenan de regocijo. Voy a recordarlas aquí. Según Lezama,

Roberto Fernández Retamar, que ahora dirige la revista Casa de las Américas, desde muchacho estuvo en la revista Orígenes y, desde luego, vio muy de cerca lo que es un taller de tipo renacentista, creando en una gran casa animada por músicos, dibujantes, poetas, tocadores de órgano. De tal manera que, cuando un número salía, parecía la vecinería de un barrio cuando sale el pan, en la fiesta de la mañana, con esa alegría que percibimos también en los coros de catedral, cuando todos los barrios, todos los oficios concurren al misterio de la alabanza.4

3. Que Lezama se mantuvo fiel a este criterio lo prueba que al escribir a sus her-manas el 26 de septiembre de 1965, les dijese sobre la antología de poesía cubana del siglo XX que él hubiera hecho: “Después de Martí, sólo pueden interesar boti, poveda, Nicolás Guillén, e. Florit, e. Ballagas, y los poetas de Orígenes. Después Retamar, Fayad, (pedro de) Oraá, Cleva Solís. Tal vez también Armando Álvarez bravo, que comienza ahora su camino”. J. lezama lima, Cartas (1939‑1976), eloísa Lezama Lima; ed. e introd. Madrid, 1978, p. 182.4. “interrogando a lezama lima”, Recopilación de textos sobre José Lezama Lima, Serie Valoración múltiple, pedro Simón; sel. y notas, La Habana, Casa de las américas, 1970, p. 16.

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Orígenes constituyó hechura mayoritaria (aunque no exclusi-va) de Lezama, de su trabajo intelectual y también de su esfuerzo físico. lo acompañé varias veces a la imprenta Úcar García, a ver imprimir la revista o a recoger ejemplares. “Nunca se sabe con certeza por qué pasará uno a la historia”, me comentó en una oportunidad. puso como ejemplo el del novelista Huysmans, quien recibió una distinción oficial... por su trabajo durante mu-chos años como funcionario. y añadió: “así que quién sabe si yo seré recordado como el gordo que, erguido, llevaba los paquetes de Orígenes a la oficina de correos”.

Al clausurar en 1981 el Coloquio sobre Literatura Cubana 1959-1981, recordé que en 1953, al margen de la fría y desver-gonzada conmemoración oficial del primer centenario del naci-miento de José Martí, Orígenes dedicó a la “Secularidad de José Martí” su mejor número, ilustrado por Amelia peláez, como otros lo estarían por Mariano, portocarrero, Lam y, en general, los más notables pintores cubanos de entonces. Aquel número incluyó co-laboraciones de figuras tan altas de nuestra lengua como Gabriela Mistral, alfonso Reyes, Vicente aleixandre, luis cernuda, Jorge Guillén, María Zambrano, María Rosa Lida de Malkiel y otras más, entre las cuales, por supuesto, había un nutrido número de cubanos. en las páginas iniciales de aquella entrega, un editorial sin duda escrito por lezama (para quien la cuba de entonces era “un país frustrado en lo esencial político”), además de decir co-sas como que en “la soberanía” del estilo martiano se “percibe la mañana del colibrí, la sombría majestad de la pitahaya, y los arte-riales nudos del cedrón”; que Martí “será siempre un cerrado im-pedimento a la intrascendencia y la banalidad”, y que “sorprende en su primera secularidad la viviente fertilidad de su fuerza como impulsión histórica, capaz de saltar las insuficiencias toscas de lo inmediato, para avizorarnos las cúpulas de los nuevos actos

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nacientes”, describe la obra magna de nuestro apóstol llamándola “inmensos memoriales dirigidos a un rey secuestrado”.

en Cuba (dije más adelante), ¿no sabemos desde hace mu-chos años quién es ese “rey secuestrado” a quien según Lezama Martí dirigía sus “inmensos memoriales”? Dicho sea sin la menor retórica, y sobre todo sin la menor retórica aparentemente revo-lucionaria, ese rey era (es) nuestro pueblo. por supuesto, fueron necesarios el asalto al Moncada y nuestro espléndido proceso re-volucionario para que esto se volviese transparente como la luz.

pARA eVOCAR A LeZAMA peRSONA

al poco tiempo del triunfo revolucionario en cuba, lezama, quien había sido nombrado Director de literatura del consejo Nacional de Cultura, organizó en el palacio de Bellas Artes un ciclo de conferencias llamado La poesía en los poetas de la nue‑va generación, y me pidió iniciarlo, lo que hice el 24 de agosto de 1959 con la lectura de “la poesía en los tiempos que corren”. lezama hizo mi presentación, y de paso la del ciclo todo5. “Me gusta saludar con frecuencia cariñosa”, comenzó diciendo allí, “un poema de Fernández Retamar, donde el mendigo, suelto del despilfarro simbolista, realiza una tarea, la de ser dueño de todas las palabras, esencial poeta que no escribe, sin desdeñar la poesía ni querer ser capitán de escuela poética”.

5. las palabras que leyera entonces lezama las halló entre sus textos inéditos, en la Biblioteca Nacional José Martí, el poeta Víctor Fowler, quien tuvo la gentileza de darme copia de ellas. No tenía título ni fecha. Le expliqué la ocasión en que las dio a conocer, y le sugerí llamarlas “Seis jóvenes poetas cubanos”. Aparecieron, con otros textos breves de lezama y nota de presentación del propio V. Fowler, en un cuaderno de dieciocho páginas, Edición homenaje. Lezama Lima, publicada en una tirada muy restringida en la habana, en 1991. las reproduje con el título “Me gusta saludar...”, en Casa de las Américas (La Habana), No 195 (abril-junio de 1994).

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a partir de ese año, y especialmente de 1961, tras mi regreso definitivo de parís, mis encuentros con Lezama tuvieron a menu-do, además del natural carácter personal que siempre predominó, también carácter de trabajo. por ejemplo, cuando en la segunda mitad de 1961 se creó la unión de escritores y artistas de cuba (UNeAC), él fue uno de sus vicepresidentes, y yo, su secretario coordinador, lo que nos hizo coincidir en muchas tareas y oca-siones, a veces dramáticas; como cuando la Crisis de Octubre de 1962. en el primer número de la revista Unión, que fundé ese año y dirigí hasta 1964, conjuntamente con Nicolás Guillén, alejo carpentier y José Rodríguez Feo, apareció el poema de Lezama “proverbios”. (No hubo revista bajo mi responsabilidad donde no colaborara lezama, desde la Nueva Revista Cubana, en 1959, hasta Casa de las Américas, cuando empecé a dirigirla en 1965; antes, él había estado ausente de las páginas de esta últi-ma). También, como responsable que fui de las publicaciones de la UNeAC, contribuí a que se hiciera la Órbita de lezama, para cuya preparación sugerí a Agustín pi, pero que, con beneplácito de Lezama, realizó Armando Álvarez Bravo.

el 7 de septiembre de 1965 escribí el poema “lezama, per-sona”, en el que traté de evocarlo a partir de detalles más bien cotidianos. aludo allí, por ejemplo, a ocasiones en que salimos a cenar juntos. No obstante ser un hombre pobre, cuando cobraba acostumbraba convidar a sus amistades más cercanas a comer en algún restorán habanero. Con mi esposa y conmigo, como después se verá que lo recuerda en sus cartas, fue más de una vez a sitios donde vendían comidas chinas, en general bastante humildes y baratas, pero que él siempre magnificaba y veía feé-ricamente. Sin embargo, lo curioso en Lezama es que supo vivir de modo feérico y tener, a un mismo tiempo, los pies afincados en la tierra. comunión que se aprecia también en su obra litera-

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ria, hecha de los elementos más suntuosos o fantásticos y de las cosas más inmediatas. una frase de mi poema, “la forifai en la mano de D’artagnan”, remite a una de las muchísimas observa-ciones pintorescas que le oí. era durante la última etapa, atroz, del batistato, y en plática con él me manifestó: “en un momento determinado, la página se quedará en blanco, porque no admitirá ya la escritura. a mí no me agarrarán entonces en mi casa, sino que tendrán que cazarme por los tejados de la habana, donde estaré con mi forifai [revólver forty five] en la mano”. aquella imagen (Lezama pesaba alrededor de trescientas libras), imagen en verdad alucinante, la incorporé luego a mi texto. hay también una oración, “Tú serás el animal”, que proviene de otra conver-sación que sostuvimos. le hablaba sobre los feroces ataques que él recibía de los mediocres, y que casi siempre lo acompañaron, como los ladridos a los caballos que galopan. aquella vez, cuan-do le mencioné la jauría variopinta, lezama evocó a un poeta maduro de otro país al cual sus mezquinos enemigos literarios atacaban con furor, y que en una oportunidad le dijo a uno de sus jóvenes amigos que tocó el desagradable punto: “Algún día tú se-rás el animal”, lo que lezama me anunció con malicia y tristeza, y, como experimenté después (también yo era joven entonces), con razón. he aquí el poema, que apareció por primera vez en mi libro Poesía reunida6:

un momento entre óleos de Mariano y manchas de humedad,Junto a un grueso jarrón de bronce cuneiforme,y el soplo ladeado de la voz de doña Rosa, anunciandoQue Joseíto viene para acá: anocheNo ha dormido bien usté sabe Retamar cómo es el asma,

6. Roberto Fernández Retamar, Poesía reunida, la habana, ediciones unión, 1966.

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era lo necesario para que llegara bamboleándosey su palma húmeda pasara de encender el tabaco posiblemente eternoa dar ceremoniosamente la mano que alzaba aquella gruta a palacio,Aquel palacio a flor de loto conversada, a resistenciaDe guerrero o de biombo de casal.Recogíamos el último número de Orígenes, olorosa aún la página,con algo de alfonso Reyes o versos de un poeta de veinte años,y no hacíamos demorar más el ritual del cantón.adelaida había guardado para entonces su silencio,Rajado a momentos por su mejor risa valona.la noche se abría, por supuesto, con mariposas.Aparecían platos suspensivos, bambú y frijoles trasatlánticosJunto al aguacate y la modestísima habichuela.ya habían saltado del cartucho previas empanadas,y por encima de alguna sopa y del marisco misterioso,la espuma de la cerveza humeaba hasta adquirir la formaDe una etruria filológica, calle Obispo arriba,posiblemente con Víctor Manuel, una pesada mañana de agosto.

Tú serás el animal, oigo decir todavía.

los ojitos desaparecen por un instante(Después de haber brillado como ascuas húmedas),Tragados por la risa baritonal primero, luego aflautadaen el bombín de barreto. o, grave(esto es más bien en sillones, frente a un obsesivo dibujo de Diago,Un cuerpo que se curva o quizá se derrite),la evocación sobre los tejados de la habana,la forifai en la mano de D’artagnan, cruzada con la otra en el cuadro de arche(pudo haber sido Arístides Fernández),y atrás un parque que siempre me ha hecho pensar

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en la plazoleta de nuestra universidad,De donde baja con risa la manifestación hacia la muerte.todavía nos esperan extrañas avesposadas en los adverbios, arpas para ser reídas hasta la última cuerda,cimitarras entreabiertas, abandonadas por el invisible camareroQue sirve el té frío con limón, porque aquí el café es muy malo.aunque, a la verdad, no puede pedirse más por un peso.

infelices los que sólo sabrán de ustedLo que proponen (lo que fatalmente mienten) los sofocados chillidos

de la tinta;los que no habrán conocido el festival marino,Aéreo, floral, excesivo, necesario,De una noche del restorán cantón –de una noche del mundoGirando estrellado en torno a la habana que nos esperaba afueracon billetes de lotería, algarabías descascaradas, y el viento arrastrandopapeles de periódicos infames, y un mendigo más desesperanzado que

su sombra.

UNA CUBANíA De ReSONANCIA UNIVeRSAL

a partir de nuestro primer encuentro, tan pronto se editaban sus libros me los hacía llegar con dedicatorias muy originales y afectuosas. Desde joven he sido lector asiduo de los clásicos grie-gos y latinos, y vivía con verdadero gozo la familiaridad y gracia con que lezama los evocaba. al dedicarme en junio de 1953 su Analecta del reloj, lo tuvo en cuenta, y me anotó: “para Roberto Fernández Retamar, por sus comienzos y por su risa rápida ante las burlas grecolatinas. De su amigo José Lezama Lima”. por cierto que es tentador reunir las dedicatorias de lezama –a libros propios y ajenos–, dedicatorias que a menudo son poemas, como

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los versos mallarmeanos de circunstancia. ofrezco aquí varias de las dedicatorias con que me alegró.

Tras haber leído yo a finales de 1953, en el Lyceum de la Habana, el último capítulo de mi libro La poesía contemporánea en Cuba (que trata de su poesía y de la de otros poetas de su gru-po), me regaló las Obras completas de baltasar Gracián con estas líneas: “las décimas del “Retrato de Gracián” están dedicadas, junto a la numerosa paginación de la aguilar, a mi querido amigo Roberto Fernández Retamar, en una agradable mañana de Noel, en recuerdo del crepúsculo en que nos leyó su noble trabajo sobre la poesía cubana. con mucho afecto de J. lezama lima. Dcbre. 1953”.

las décimas mencionadas, que siguen en el ejemplar a estas palabras, las recogió luego, con el título “Visita de baltasar Gra-cián” y escasísimas variantes, en su libro Dador (1961).

aquel estudio mío, como ya dije, se publicó al año siguiente en las ediciones orígenes. al entregarle un ejemplar a lezama, él me reciprocó con La poesía mexicana moderna, antología he-cha por antonio castro leal, acompañada de este poema:

al precisarlo entre la espuma, Roberto,eolo sopló en su cabellera de joven diserto.linda hazaña procura la suma,después entresaca la espina de la espuma.¡en la mesa de ajedrez un caballo de mar,y en los gerundios un hociquillo breve, Retamar!

José Lezama LimaXXII-IV-954.

el día que me regaló su estudio de poesía cubana, le regala su amigo

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en 1955, me dio con dedicatorias suyas al menos dos libros. al frente de La idea fija, de paul Valéry, traducido por José Bian-co, escribió:

para mi querido Roberto F. Retamar, celebrando con una décima la tarde en que el “nonsense” adquirió al fin la gravedad del sabor:

Se escapa fija la idea,anda en el punto que vuela,quiere engatusar la tea,que sin ijares se cuelacon arrugas y maltrato.pero esperamos cegatola tinta de amanecer.tregua de Dios, nos recrean.es preciso, nos volteanlentamente. es de ver.

De su amigo, J. Lezama Lima

16 abril /955.

la dedicatoria del otro libro no lleva fecha, pero por lo que dice sé que es de 1955, pues fue entonces cuando adelaida y yo viajamos por vez primera a europa, donde visitaríamos Italia. Se trata del Diario florentino, de Rainer María Rilke, traducido por Marcelo Masola, que dice a su frente:

para Roberto, Adelaida,la gastronomía china,la aspirina más divina

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que humana. la tebaida,doce ruegos para el buen viaje.

De su amigo continuo,

José Lezama Lima.

al regalarme un ejemplar de las Fábulas mitológicas de Es‑paña, de José María de cossío, escribió:

Giorgione, mejor concierto,flauta, el mejor sonido,para adelaida y Roberto,uno el aire estremecido,después de tan bien servido,frente al balcón, muy abierto.

De su amigo,

José Lezama LimaJunio, 1956.

La expresión americana nos lo mandó a los estados unidos (donde yo enseñaba en la Universidad de yale) diciéndonos: “para Roberto Fernández Retamar, también para adelaida, unidos en el recuerdo y la poesía. De su amigo querendón, J. lezama lima. Nvbre., 1957”. Tratados en La Habana llegó con estas estrofas:

para Adelaida, para Roberto,para el parnaso o el tapiz,el oro de un conciertopara las bodas de Grano de anís.

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para Adelaida, para Roberto,para parménides por el Dios Unoen la mañana de un cielo abierto,el docto cielo de la Juno.

amigo es,

José Lezama LimaMayo y 1958.

en Dador puso: “para Roberto y Adelaida, que viajan alre-dedor de un centro, habanero y poético, que a todos nos deleita, pues la amistad comienza con una sonrisa. abrazos de J. lezama lima. enero y 1961”. y casi simultáneamente nos dio su traduc-ción de Lluvias, de Saint-John perse, con estas palabras: “para Adelaida y Roberto, alzando el mantel a nube. Su amigo J. Le-zama lima. enero y 1961”. (¿tendré que decir que este “mantel”, ese “bien servido” y aquella “gastronomía china” aluden a las cenas inolvidables a que nos convidaba en modestos restoranes de que ya he hablado?).

cuando apareció su Antología de la poesía cubana, me la envió con la siguiente dedicatoria en su tomo primero:

para Roberto Fernández Retamar, recordándole la sentencia de un himno atribuido a orfeo: “sólo hablo para los que están en la obligación de escucharme”, por eso, en matinal sosiego, le dedico la Antología. Su muy amigo J. Lezama Lima. Julio y 1965”. y su edición de la Poesía de Juan clemente Zenea me llegó anunciada así: “para Roberto Fdez. Retamar, como quien siempre ha admi-rado aquellas dichosas edades de las analectas del Dr. Kung tse (a quien las etimologías latinas de los jesuítas le regalaron el horrible Confucio) y las recopilaciones del alejandrino Justiniano, reciba Ud.

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esta cariñosa muestra de mi libro de recopilador. con amititia latina y cumbilismo criollo de,

J. Lezama Lima Marzo y 1966.

en Paradiso volvió a la dedicatoria-poema: “para Roberto Fdez. Retamar, el paradiso con una decimita”. Hela aquí:

De orígenes a la casa,usted se conserva bien,su poesía ya rebasay su amistad también,los exagramas de Wen,el raspador de tortugas.Sabichoso sin arrugas,el martiano octosilábicoy el aristo pindárico,suena como las marugas.

Muy amigo suyo es,

J. Lezama LimaMarzo y 1966.

y su Poesía completa lleva al frente estas palabras: “para Roberto Fernández Retamar, en recuerdo de aquellos tiempos do-rados en que se publicaban aquellos “palacios” y “tomeguines” en Orígenes; Abrazos de J. Lezama Lima. 26 Novbre. 1971”. Ahora veo que para entonces habían pasado ¡veinte años! de la aparición en Orígenes de mi palacio y tomeguín adolescentes, que su gene-rosidad había acogido.

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Si sus dedicatorias merecen ser recopiladas, ¿qué decir de sus cartas, de las que conservo algunas bellísimas? he aquí tres de ellas:

“la habana, agosto y 1956.Roberto y adelaidaen londres.

Mis preciosos amigos: la novela extendida en una forma tan des-mesurada, se vuelve indetenible casi, como un tiempo arrastrado por su gorgona. asoman uds. por una calle de londres, les grito, pero se pierden de nuevo. acudo a su hotel, pero ya uds. salie-ron, muy temprano, para el Museo Británico. Saborean un Queen Maab’s pudding, favorito de Mallarmé, para no repetirlo, ade-laida regala un pedazo delicioso, y mirando ambos lados, –estas imperceptibles risas inglesas–, deja caer en su plato el fragmento más hilado de almendras. así, se van encaminando a la novela, no a la inasibilidad. en tranquilas pesadillas asimilables, me finjo que tengo mensajeros, por los arrugados fragmentos de un viejo imperio, de uniforme amarillo y blanco –entraña de guanábana, memorialistas, que doblan pliegos con noticias que son peculia-res, cifradas, con claves que descifro a la luna del Valle de Viña-les. Recorre Ud. las eficaces y tranquilas catedrales medievales inglesas, yo llego favorecido por la misma hostilidad de la niebla, que se ha rendido, me encuentro y saludo a adelaida, camino la nave, cuando lo aprieto, ud. me dice: puntual como siempre. en realidad, no hemos hablado una palabra. el único inglés que he conocido, me decía que los ingleses y los españoles compagina-ban cortijo y eugenesia, porque la niebla es la sangre en el aire. ¿Lo han comprobado? Un buen tema para Shelley. el espíritu arielesco, de graciosa levitación, diluyéndose en la sangre. pero

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es innegable que a medida que la sangre se adensa, las entrañas se vuelcan. Tránsito de Shelley a Unamuno. La niebla del ruiseñor de Keats y la sangre lenta de la corneja del poema del Cid, pueden tal vez amigarse. Dios mío, ¿qué sucederá? Que la niebla entierre a la niebla y la sangre se beba a la sangre.

Tu carta y tarjeta me pusieron de pie la querencia, buen ca-riño que hay entre nosotros cuando tenemos que acompañarnos. Vengan epístolas, multiplica tarjetas, para mi golosina y calma.

Digo quiero, ‘quiero est un verbe étonnant qui veut tout dire [,] c’est vouloir, désirer, aimer, c’est quérir’, decía un francés his-panista, –y ahí están Roberto y Adelaida frente a,

José Lezama Lima”.

* * *

“La Habana, Novbre. /957Roberto y Adelaidaen New Haven.

Dos queridísimos: qué penita a su hondura, verlos frente al cier-zo, el revolar de hojas ya recomidas. en ese momento, que es el mío, llego soplando al paseo, a la metáfora de costumbre justa. Qué tristeza verlos a la salida de un cine, en silencioso recorrido a la casa de apartamentos enmascarados, de un comedor de flores con rosetones caídos. Con un sweater en el entono de una canción criolla. O Adelaida peinándose, mientras el fonógrafo se silen-cia. Son formas del conjuro. Le he dado vueltas a la dedicatoria de Vallejo, que usted me muestra7. por lo justa, al primer reojo,

7. yo le había escrito que en la Biblioteca Central de la Universidad de yale hay un ejemplar de la primera edición de Trilce, dedicada por Vallejo simplemente así: “A eloy, César”.

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parece fría. poco después, por lo justa, va emitiendo el cariño vallejiano. cómo sentimos los dos nombres, eloy, césar, en su cercanía. es una muestra del cercano toque Vallejo, de su poesía. toca como con cristal de ceniza. lo sentimos como esas especies que parece que nos hablan en el paladar, con un rayo seco que llega hasta el oído. arañazo como de un hermano, que después quisiéramos guardar en el recuerdo querencioso. Sepan que como un recuento los extrañamos. Sensación como de llegar a una casa y saber que faltan los de la casa. como de una lista donde rota-mos los números e invariablemente nos faltan dos líneas tocadas por el mucho cariño.

les envío dos ejemplares de La expresión americana. apos-tillas del umbral, del preludio, mancha del pintorcete. temas que son siempre introducciones. ¿pero qué otra cosa puede escribir el hombre, que no sea introducción?

Querido Roberto: Una libreta, de no peligrosa extensión, pe-ro cómoda y resuelta, para apuntar sus versos de alejado mo-mentáneo. toques directos, impresiones inmediatas. la espera, la eterna espera criolla trasladada al norte; la pregunta de una americanita en la clase; una sobremesa, con alguien que todavía es sorpresa, sobresalto. Venga de nuevo con esas pequeñas sen-saciones en la valija de los agrados.

aquí hay un incesante, lo hubo siempre, pitido de desilusión. Frente a eso, la única solución, toneladas de poesía. Sencilla-mente, han perdido la fe para esperar veinte años. Se acercan de nuevo las Navidades, un acto que nace, líneas amarillas, largas, casi hogueras. primer giro del católico, de la fe: el curso de las estaciones.

Qué placer en el estío, acariciar un terciopelo otoñal. Saber que pronto nos reuniremos de nuevo en el restaurante chino, de tan penetrante sencillez imperial. un libro es el regalo, qué bien

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regalan ustedes un libro. arte todo de ustedes, ahora el recuerdo que nos habla. la oreja de adelaida en el frío, usted apresura el paso.

yo sigo siendo una línea, una línea llevada por una tortu-ga, que no se fragmenta; tiemblo un poco, porque ustedes no me acompañan ahora, y en las Navidades los espero para el gozo clásico y profundo de reunirnos.

pongo su mano sobre Adelaida, palma de la mano de Adelai-da, en el medio, deslizo mi mano gordezuela y caída.

Su buenJ. Lezama Lima”

* * *

“la habana, agosto 1960Queridos Roberto y Adelaida:[en parís]

Detengo siempre la respuesta, esperando la publicación de un nue-vo libro, de un nuevo signo de trabajo y eficacia. Así, me detuvo la respuesta primera, el libro de Saco. Decía, esperaré que llegue José Antonio (Saco), para conversar con Roberto y con Adelaida, entre canciones irlandesas y algún triolet de Charles de Orléans. ya creo que la colección de Los mejores autores cubanos está encaminada sobre su propia continuidad. las imprentas, lentísi-mas, no dejan que el repertorio escogido adquiera su “velocidad inicial y uniformemente acelerada”. Rezagos de un bachillerato inolvidable y no olvidado. ahora, una ley del género epistolar: el viajero debe mantenerse en el pitagórico tres, el sedentario (o centro, digo a veces que soy un peregrino inmóvil), debe ir al Uno parmenídeo.

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Saltas, ves, estudias, conoces penas y hombres, hombres y manzanas. yo en el trocadero reiterado, apenas salgo, veo. ergo, tres cartas tuyas (además de la fluencia post-adolescentaria), equi-valen a una del servidor, del cumplidor.

Sí, querido amigo, la muerte de nuestro llorado amigo8 me produjo una desazón atroz. en los últimos meses que precedieron a su muerte, nos reuníamos con mucha frecuencia. Su deliciosa y profunda personalidad provocaba en mí una alegría suscitante. Su voz se agrandaba, ahora se agranda más, mientras casi pare-cía desaparecer su pequeño cuerpo. yo estaba en un momento de mucha soledad, él en una expansión, esa expansión misteriosa y peculiarísima, como es, casi siempre, la que precede a la muer-te. Vigón era tan juvenil como milenario. había, como todos sa-bemos, recorrido muchos espacios, conocido muchos hombres. De todo eso había derivado una sabiduría amistosa, una como jerarquía de la amistad. Al final, había rechazado mucho, se ha-bía quedado con poco. ese poco es ahora el oro de su recuerdo. parece siempre que va a llegar. es el visitante que deseamos que nos regale su presencia. Su ausencia se vuelve ahora tan poderosa como su presencia. Vale la pena la resurrección, donde oiremos de nuevo su voz más grande que su cuerpo. yo diría que en nues-tro recuerdo será siempre la voz de la resurrección.

Ahora, estamos leyendo con mucho fervor al padre pouget. Nos era totalmente desconocido. ¿Hay ahí obras de él? Sus ami-gos lo recuerdan como una personalidad maravillosa. bergson, Mounier, Jacques chevalier, Guiton, recibieron la riqueza de su presencia. Matemático, botánico, filólogo, místico, al final de su vida, se quedó ciego. entonces, añadió a todas esas disciplinas los dones de la revelación.

8. Alude a Ricardo Vigón, que desde la década del cincuenta admiraba mucho a lezama, y a quien creo que yo se lo había presentado.

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pronto te enviaré Mi tío el empleado, la reaparecida novela de Meza. es muy curioso la forma en que se produce su estilo. Cuando la novela se publica, Meza contaba veinticinco años. Su elaboración responde todavía a un momento de su adolescencia. está liberado del romanticismo elemental, de la profecía. Muy liberado de aquello que el Cardenal Newman llamaba ‘the his‑trionic power’. No hay apariencias fatales, fantasmas hinchados. pronto te será enviada. y entonces, me escribirás.

abrazamientos cordiales deJ. Lezama Lima

¿y Adelaida como ninfa del Sena?[...]

Cuando regreso por la tarde, veo la magnífica postal que me enviaste9. Qué bien todas esas firmas en una tarjeta buenamente histórica. para ti el erizo de marfil, el de la buena suerte, y el maíz todo de recuerdos infantiles.

Gracias habaneras. Segundo Vale.JLL”.

Después de 1960 no volví a vivir fuera de cuba, ni en conse-cuencia a recibir carta suya. aunque a otros amigos, como Vitier, les escribiera estando en la propia habana, tal no fue mi caso, ni

9. Se refiere a una tarjeta que le envié con las firmas de varios escritores y artistas que ese año 1960 habíamos participado, en Francia, en un homenaje a Giuseppe ungaretti. entre ellos, además del propio ungaretti y de mí, se hallaban escritores como André pieyre de Mandiargues, Octavio paz, Guillevic, edoardo Sanguinetti y Dominique Fernández, y pintores como Fautrier y bona.

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tampoco el de José Rodríguez Feo, como este destacó al frente del volumen donde publicó su amistosa y traviesa corresponden-cia con lezama.

Desde la etapa de Orígenes, adquirí el hábito de expresarle generalmente por escrito mi opinión sobre cada obra suya que me enviaba. en la Valoración múltiple que en 1970 le consagró la casa de las américas se recogen dos de esas cartas mías (que Lezama dio al compilador, pedro Simón), referida una a Analec‑ta del reloj, y otra, a Tratados en La Habana, libros deliciosos. Paradiso fue la única de sus obras que no me satisfizo a plenitud, hecho que, según me confesó, le produjo amargura, afortunada-mente disipada por el tiempo y por una relación nunca interrumpi-da. pienso que él fue un sorprendente poeta, un ensayista maravi-lloso, un constante inventor en el idioma, pero no (para mi falible gusto de mal lector de novelas) un narrador a igual nivel, aunque Paradiso implique sin duda el imaginativo y valiente testimonio de la formación de un escritor prodigioso. ya sé que muchos no coinciden en esto conmigo (si bien tampoco dejen de acompañar-me enjuiciadores estimables), y que a Lezama el libro le trajo la fama mundial, esa suma de equívocos de que habló Rilke. pero lo primero no me interesa gran cosa, porque hace mucho tiempo que tengo mi propio criterio, valga lo que valga. y en cuanto a la fama mundial, que quizá nadie sepa muy bien lo que es, lezama la me-recía desde mucho antes. avergüéncense los que se la negaron o no se la reconocieron entonces: entre ellos no estuve.

por mi parte, solía hacerle llegar los libros míos tan pronto salían, con dedicatorias en que le expresaba mi enorme admira-ción, mi gratitud, mi afecto. Naturalmente, no conservo copias de tales dedicatorias. pero por razones particulares recuerdo una. Cuando en el número de septiembre-octubre de 1971 de Casa de las Américas se publicó mi ensayo “caliban”, le mandé un sobre-

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tiro del ensayo con estas palabras de evidente alusión gongorina y también con alusión coyuntural (no hacía mucho él había sido grotescamente caricaturizado en una lamentable intervención pú-blica): “A mi muy querido José Lezama Lima, perpetuo gerifalte, escándalo bizarro”. Desde luego, en mi concepción de ese térmi-no, lezama es un autor indudablemente calibanesco.

poseyó una información múltiple y una manera muy america-na de incorporar la cultura universal, en una línea, aunque propia, cercana en algunos puntos a las de un Reyes, un borges, un Mar-tínez estrada o un Coronel Urtecho. Su acercamiento a ciertos aspectos de esa cultura (como en algunos de los casos anteriores) tuvo mucho de parodia, de carnaval. es algo sobre lo cual me habló desde los años cincuenta (cuando aún no se había difun-dido la obra de Bajtín), planteándome lo carnavalesco como una forma de apropiación y de burla de lo señorial. en 1965 y 1972 mencioné este criterio, aplicado a la obra lezamiana, en sendos simposios realizados en Génova y Royaumont. la latinoamerica-nista inglesa Jean Franco, quien participó también en la reunión de 1972, lo desarrolló después acertadamente referido a lezama. pero el criterio, abordado con superficialidad en muchos casos, ha acabado por convertirse en otro lugar común de lo que él llamó con su altivo desdén “el bachillerismo internacional”. Dios mío: si una de las divisas de este es “publicar o perecer”, ¿por qué no hace a la humanidad el agradecible favor de perecer?

Fue lezama raigalmente un criollo y, en particular, un haba-nero legítimo (me hablaba con frecuencia del estoicismo habanero). hay en sus libros mucho de la vida capitalina cubana, asumida, desde luego, con esa capacidad suya de hacer entrar la realidad en el mundo de la imago: o al revés. lezama tomaba las piezas y las trasmutaba en su prodigiosa alquitara. por ejemplo, en su “Nuncu-patoria de entrecruzados” aparece un guagüero (así llamamos en

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Cuba al conductor de ómnibus), sólo que metamorfoseado por el poeta en un “pacotillado Caronte”; como en Paradiso se ve al pro-tagonista José cemí comiendo una “coteleta de langosta”. era un artista y un pensador muy enraizado en lo nuestro, que supo darle a su cubanía una resonancia universal, de estructura vasta y enlabe-rintada. y estimo que en ese sentido es necesario para la aprecia-ción justa de su obra contar con el conocimiento de lo habanero.

como buen habanero, como buen cubano, lezama podía ha-blar de casi cualquier cosa. además, no vio el arte y la literatura divorciados de las otras experiencias vitales. por el contrario, en su charla las integraba de tal modo que pasaba de los detalles más corrientes a consideraciones de índole intelectual. la suya resul-taba así una conversación deslumbrante, en la cual no existían huecos ni separaciones entre lo remoto y lo inmediato. por eso había que oírlo preparado para todo.

entre las numerosísimas anécdotas que podría aducir (y que harían inacabable esta charla), voy a recordar dos, separadas por mucho tiempo y de muy diversa naturaleza. una ocurrió alre-dedor de 1960 o 1961. lezama fue a casa a llevarle un regalo a mi hija mayor, que entonces decía sus primeras palabras. por supuesto, lezama no se contentó con darle el regalo, sino que lo acompañó con un derroche verbal, una cohetería china donde no había la menor concesión al hecho de que se estaba dirigiendo a una criatura; en vez de eso, las citas y alusiones, las metáforas espléndidas caían como meteoros sobre la cabecita de la niña, quien lo miraba con esos ojos abiertos que sólo se saben poner hasta los dos años o así. al cabo lezama se detuvo, interrumpido por su asma, extrajo del bolsillo del saco el aparato con que hacía sus inhalaciones, y al que llamaba “mi saxofón sutil”, y entonces, sobreponiéndose al sonido del pequeño fuelle piadoso, se oyó la voz de la niña que pedía esperanzada: “¡Más!”.

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ahora daré un salto en el tiempo. en la primavera de 1972 fui a visitar a lezama acompañado de dos estudiantes eslovacas que lo admiraban mucho y querían conocerlo. Después de las presen-taciones, lezama preguntó de golpe y porrazo a las huéspedes: “¿Qué tienen ustedes que decirme de nuevo sobre Rodolfo ii de Augsburgo?”. Según era de esperarse, las estupefactas jóvenes nada pudieron decirle de nuevo acerca del último monarca en ha-cer de praga la capital del Imperio Austrohúngaro, como insistía en recordarles lezama.

era él además hombre de lengua biselada, con referencia a esto, en Cuba puede ponérsele al lado de su amigo Raúl Roa, sólo un año mayor que él y con quien tiene más de un punto de con-tacto. y fue ingeniosísimo en su juguetona maledicencia. alguna vez debieran recopilarse también frases suyas de esta estirpe, lle-nas de gracejo, inventiva y enorme sentido del humor: frases de las que ninguno de nosotros salió indemne. con pocas personas me he reído como con él. De cierto arduo músico, por ejemplo, dijo que había compuesto “un trío para arpa enfundada, fagot enarenado y triángulo isósceles”.

otRo leZaMa: el VeRDaDeRo

algunos han especulado a propósito de la actitud política de Lezama. Se insiste en sus quejas sobre los aspectos menos gratos de la vida en cuba, y en que no fue marxista (cosa que nadie que valiera aunque fuese un ápice le pidió nunca), para hacer ver que mantuvo una posición hostil respecto a la Revolución. Nada me parece más descabellado, sobre todo si se piensa que la Revolu-ción se había proclamado en primer lugar (y siempre) martiana, condición que sin duda es válida en relación con lezama.

No fue Lezama, es cierto, un hombre político en el sentido

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estrecho del vocablo, pero no por ello dejó de asumir una posi-ción clara y valiente ante los problemas históricos fundamentales. Durante sus años de estudiante participó (precisamente junto a Roa) en la manifestación del 30 de septiembre de 1930, hecho que ubicaba en la raíz germinativa de su vida, y del cual dijo que ningún honor prefería al que se ganó para siempre esa riesgosa y memorable mañana fundadora. Más tarde, en medio de una orgía de corrupción administrativa, gangsterismo, predominio de la mafia y crímenes harto conocidos, vivió una existencia auste-ra. Se declaraba católico órfico, según recordó María Zambrano. pero ello no impidió que un comunista como el pintor Mariano, además de amigo íntimo suyo, fuera cofundador con él de Es‑puela de Plata y Orígenes. admiraba a otros comunistas, como Juan Marinello, que fue su profesor universitario, al que (cosa ex-cepcional en él) le oí llamar maestro, y por quien, según me dijo Mariano, solía votar en las elecciones. al igual que en el caso de Roa, aunque por costados distintos, vale la pena señalar cercanías entre algunos aspectos de las obras de lezama y Marinello, a pesar de obvias diferencias. Sobre el Che escribió páginas memo-rables, como las que me envió, a raíz de su asesinato en bolivia, para el número especial que le consagró Casa de las Américas10. Sin dejar de quejarse (¿quién de nosotros no lo ha hecho?) de las escaseces que el enemigo nos ha impuesto, y de equivocaciones que fatalmente se cometen –y se rectifican. “Soy un liberal ameri-cano”, me reiteró a lo largo de años, “y sé que la historia no tiene marcha atrás”.

Se distinguió, sin alardes, por su gran arraigo nacional y pa-triótico (no patriotero), valores que estuvieron presentes tanto en su vida como en su obra literaria. Después de todo, ¿qué constitu-

10. Casa de las Américas (La Habana), No 46 (Homenaje al Che).

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ye la trayectoria central de Orígenes sino una voluntad de afirma-ción y resistencia verdaderamente admirables? en “a partir de la poesía” (que recogió en La cantidad hechizada, 1970), se refiere a la Revolución como “la última era imaginaria, (...) la posibilidad infinita, que entre nosotros la acompaña José Martí”. y en su respuesta a preguntas que le hice llegar para el número 51/ 52 de Casa de las Américas, dedicado a los primeros diez años de la Revolución cubana, dijo:

y de pronto, se verifica el hecho de la revolución. Nuestra historia se vuelve un sí, una inmensa afirmación, el potens nuestro comienza a actuar en la infinitud.// La revolución es en sí algo muy superior a un cambio, fue una integración, una profundización. Nos enseñó a todos la trascendencia de la persona, la dimensión universal que es innata al hombre. Nos dijo a todos que el sufrimiento tiene que ser compartido y la alegría tiene que ser participada. eso es para mí su lección fundamental.

¿Qué no habrían dado los adversarios de la Revolución Cuba-na porque José lezama lima, uno de nuestros grandes de todos los tiempos, traicionara a su patria? pero ocurrió todo lo contra-rio. en Imagen y posibilidad (1981), ese volumen póstumo com-pilado por ciro bianchi Ross que para cuantos conocimos al ser humano en profundidad nos da al verdadero Lezama, ratifica lo que ya sabíamos bien: que fue un cubano de raíz y saludó una y otra vez a la Revolución con su verbo regio, no obstante haber sufrido ataques injustos (a los más graves de los cuales me he referido) e incomprensiones absurdas que casi nunca le escasea-ron. Me detengo en esto porque es un hecho objeto de groseras manipulaciones por el enemigo. a varias de esas manipulaciones respondieron, con la autoridad que les da el haber sido toda la

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vida entrañables amigos de lezama, cintio Vitier y Fina García Marruz, en el coloquio celebrado en torno a él en poitiers, en 1982.

UN TRISTe pRIVILeGIO

cuando publiqué por primera vez en Orígenes y empecé a tratar a lezama, no imaginaba que sería, entre sus amigos de muchos años, el último en hablar con él. Comparto ese triste pri-vilegio con el médico y poeta José luis Moreno, quien hasta el final de su vida lo cuidó y atendió con ejemplar devoción.

tan pronto me enteré de su enfermedad, en agosto de 1976, por una llamada que me hizo alfredo Guevara, corrí a verlo a su casa de trocadero 162, aunque no pensaba que fuera algo serio. Se hizo todo lo posible por trasladarlo de inmediato al pabellón borges, del hospital calixto García, pero desafortunadamente ni su esposa ni nosotros logramos convencerlo de que aceptase ser conducido ese día. Si en nuestro país a todos los enfermos se les brinda una cuidadosa atención médica, en el caso de lezama esa atención fue extremada. Se le prepararon en el hospital condicio-nes óptimas, y lo aguardaban, como se dice en nuestro lenguaje popular, con todos los hierros. Sin embargo, él no accedió a in-gresar sino al día siguiente, y esa demora resultó fatal. tuvo en su contra la excesiva gordura, y el que sus pulmones, por el asma y el tabaco, estuvieran muy disminuidos en su función, según me explicó el médico.

Fui a verlo al hospital. estaba con todas esas gomas y apara-tos que, para quien se ve obligado a ellos, resultan tan molestos. No obstante, una que otra vez nos reímos. “Joseíto –le dije (no recuerdo en qué momento de nuestra larga relación pasamos del usted al tú)–, tienes que portarte bien y dejarte hacer todo lo que

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sea necesario. Fíjate que te han traído al pabellón Borges, que es donde llevan a los buenos poetas. Si no lo haces, te mandarán al Sánchez Galarraga”. para un lector no advertido, debo aclarar que el nombre de la sala nada tiene que ver con el gran escritor argentino, sino con José elías Borges, médico y mártir de la Re-volución. el otro nombre es el de un poeta local de hace muchas décadas.

pocas horas antes de morir, al anochecer del 8 de agosto, ha-blé con él por última vez. Me aseguró que se sentía mejor, y hasta halló ánimo para bromear conmigo: “Cuando creían que había descendido a la mansión de Hades, me encuentran en Guanaba-coa bailando una rumba”. Con ese espíritu optimista me despedí de él. La llamada del doctor Moreno para anunciarme, cerca de la medianoche, que Lezama había fallecido, me llenó de desolación y sorpresa. Cuando telefoneé a varios de los amigos comunes, tuve que empezar por pedirles excusas por no haberles avisado antes de la enfermedad de Lezama. No esperaba ese desenlace. Me negaba a aceptarlo.

ÚLTIMO ReCUeRDO

Dejen que mi último recuerdo de Lezama en esta conversa-ción no sea luctuoso. Déjenme evocarlo en un viejo café habane-ro, con su cerveza espumeante, su tabaco eterno, un libro sabio bajo la mano húmeda, una risa grande, hermosa, que me llena el oído y el alma. Un cuarto de siglo de amititia latina y cumbilismo criollo, un alegre magisterio, una incesante fiesta espiritual: así quiero conservar a Joseíto, bailando una rumba etrusca, con la fo-rifai en la mano (por si acaso), en Guanabacoa la bella, haciendo esperar al “pacotillado Caronte”.

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PRÓLoGo a ERnEsTo CaRDEnaL1

eN 1949, ocurrió un acontecimiento relevante para la poesía de lengua castellana: ese año fue editada en Madrid la antología Nueva poesía nicaragüense2. Sin embargo, no deja de ser curioso que ese hecho, como ha ocurrido en casos similares, pasara casi inadvertido entonces. ahora, un ahora que ya tiene muchos años, es bien distinto. hace tiempo que se sabe que la poesía escrita en Nicaragua, un pequeño país con menos habitantes que los de una ciudad mediana, no sólo del planeta todo, sino de la propia américa latina, es una de las mejores poesías escritas, no sólo en la américa latina, sino quizá en el planeta todo. otro hecho curioso: si en vísperas de la llamada primera Guerra Mundial se hubiera preguntado a un conocedor quién era el poeta vivo más influyente de nuestra lengua, de seguro que la respuesta hubiera sido: el nicaragüense Rubén Darío. Hoy, confiamos que no en vísperas de la Tercera (y última) Guerra Mundial, y dando por sentado que hombres como Vicente aleixandre, Rafael alber-ti o Nicolás Guillén son ya indiscutidos clásicos vivientes, una

1. prólogo a la antología de poemas de ernesto Cardenal que me fue solicitada por Ángel Rama para ser publicada por Förlaget Nordau, en estocolmo.2. Nueva poesía nicaragüense, introducción de ernesto cardenal, selección y notas de Orlando Cuadra Downing, Madrid, Seminario de problemas Hispano-americanos, 1949.

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pregunta similar creo que obtendría como respuesta: el nicara-güense ernesto cardenal. es decir, que en el siglo XX la poesía de lengua castellana empezó y terminó (aunque nos quedan aún unos cuantos años para ratificar o rectificar este último aserto) encabezada por dos nicaragüenses: Rubén Darío en un extremo y ernesto cardenal en otro.

en 1957, aún yo no veía así las cosas. Cuando ese año ofrecí en la Universidad de Columbia, Nueva york, una charla sobre “Si-tuación actual de la poesía hispanoamericana”, ya era conciente de la importancia de la nueva poesía de Nicaragua; pero al esco-ger un nombre de la generación entonces joven de aquel país, me decidí por ernesto Mejía Sánchez: de lo que no me arrepiento, ya que se trata de un poeta excelente. por otra parte, Cardenal no ha-bía publicado aún su primer libro. en aquella Antología de 1949 aparecían tres poemas suyos bien escritos, pero de los cuales él mismo iba a prescindir en las posteriores sumas de su poesía3, y un largo prólogo donde anunciaba: “No sabemos a qué se debe la aparición de (Rubén) Darío en Nicaragua, pero sí podemos decir que si Nicaragua vuelve a dar otro nombre a la literatura mundial, en caso de no ser (José) Coronel Urtecho, se deberá, al menos en mucha parte, a él”4. así ha sido, en efecto. ese nombre se debe al peculiar magisterio poético de coronel urtecho, quien más que

3. entre esas sumas parece tener interés especial Poemas reunidos /1949‑1969, presentación y epílogo de antidio cabal, Valencia [Venezuela], universidad de carabobo, 1972. al frente de este libro aparecen estas palabras de cardenal: “he copiado de nuevo gran cantidad de poemas, he corregido mucho, he terminado poemas que desde años estaban en borrador, he desenterrado muchas cosas inéditas”. Más actualizada es Poesía, selección y prólogo de cintio Vitier, la Habana, Casa de las Américas, 1979. Si no se indica otra cosa, las citas de poemas de Cardenal provienen de esta última edición.4. ernesto cardenal “ansias y lenguas de la poesía nicaragüense”, introducción a Nueva poesía..., op. cit., p. 67.

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hacer libros de poesía (hasta la fecha, con setenta y cinco años, sólo le han publicado uno), ha hecho poetas. el más destacado de ellos, el otro nombre nicaragüense dado a la literatura del mundo, es ernesto cardenal.

en 1960 recibí, cariñosamente enviado por él, como segui-ría ocurriendo con sus otras publicaciones, un cuaderno que me conmovió. Se trataba de Hora 0, un conjunto de cuatro poemas referidos a la lucha por la liberación nacional centroamericana, y en especial nicaragüense, con una memorable evocación de San-dino, el gran héroe nicaragüense de la resistencia antiyanqui, ase-sinado por el primer Somoza en 1934. el colofón, seguramente escrito por Mejía Sánchez, explica:

estos poemas de ernesto cardenal, Hora 0, fueron escritos en Nicaragua, entre la rebelión de abril de 1954, en la que tomó parte el autor, y el ajusticiamiento del dictador Anastasio Somoza, 21 de septiembre de 1956. posteriormente, ernesto Cardenal ingresó en la vida religiosa en el monasterio trapense de our lady of Gethsemani (Kentucky, e.U.A.) y desde ahí autorizó la publicación en la Revista Mexicana de Literatura, enero-abril de 1957 (No 9/ 10) y abril-junio de 1959 (No 3). Trasladado, por motivos de salud, al monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca, Morelos, ha autorizado esta edición conjunta como homenaje al héroe Augusto César Sandino en el XXVI aniversario de su muerte, 21 de febrero de 1960 (...).

este colofón, que vale por un ensayo, nos dice muchas cosas y nos remite a otras. por lo pronto, hace evidente que la vida de este poeta nacido en 1925 en Granada y crecido en León, de Ni-caragua (esta última la ciudad de la niñez de Darío), en el seno de una familia rica, ya para entonces había vivido una vida in-frecuente. a estudios propios de un joven de la alta burguesía

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centroamericana (después de los realizados en su patria, otros, siempre de letras, en México, los estados Unidos y españa), y a la escritura desde la niñez de muchos poemas que no se cuidó de reunir en volumen (hasta ahí, nada fuera de lo normal), se suma el haber tomado parte en una conspiración para ajusticiar al viejo tirano Somoza, en 1954. el laudable proyecto fracasa a última hora, y los conspiradores son ferozmente perseguidos y en gran parte aniquilados. cardenal se esconde y logra salvar la vida. en 1956, otro poeta, Rigoberto López pérez, da muerte a Somoza i, y paga la hazaña con su inmediato asesinato. poco después, cardenal (que casi simultáneamente había estado escribiendo epi-gramas de tema amoroso y político, haciendo versiones libres de otros de catulo y Marcial, y creando Hora 0), sufre una intensa crisis religiosa y decide hacerse sacerdote. admitido por el gran poeta y monje trapense thomas Merton, ingresa en 1957 como novicio, con el nombre de M. lawrence, en el monasterio Our Lady of Gethsemani, Kentucky. Allí se le prohíbe el ejercicio de la poesía, pero toma apuntes que luego se volverán poemas. es conocida la austeridad de la vida de los trapenses; no tan co-nocido es el hecho de que Merton los instaba a rezar pidiendo el afianzamiento en Cuba (país que el conocía bien y al que dedicara bellas páginas en su libro La montaña de los siete círculos, 1948) de Fidel Castro y los rebelde de la Sierra Maestra, cuando supo del triunfo revolucionario en enero de 1959. ese año, trasladado por motivos de salud al monasterio de cuernavaca que menciona Mejía Sánchez, Cardenal da allí forma definitiva a su cuaderno Gethsemani, Ky (publicado con prólogo de Merton5), y autori-za la aparición de dos colecciones de poemas previos: Hora 0,

5. en su prólogo, Merton afirma que los poemas de ese cuaderno son “una serie de sketches con toda la pureza y el refinamiento que encontramos en los maestros chinos de la dinastía t’ang”, y añade: “Jamás la experiencia de la vida

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ya mencionada, y Epigramas6. en la introducción a este último libro, tampoco firmada, pero debida también a Mejía Sánchez, quien ha resultado ser uno de los heraldos (anónimos) más agudos de su tocayo y “paisano inevitable”7, se describe así la evolución poética de cardenal:

comenzó escribiendo poemas de joven enamorado, y hasta se anun-ció un libro suyo con el título Carmen y otros poemas; siguió, sin dejar el tema del amor, abriéndose paso en los poemas históricos, como (...) la poesía social y política y, de nuevo, al amor cristia-nizado, al amor religioso. Muchas etapas en veinte años; muchos poemas dispersos y sólo dos cuadernos publicados: Hora 0 (...) y Gethsemani, Ky. (...) el primero es de poesía política, apasionada, viril, contra las injusticias de su patria. el otro tiene como fondo su experiencia religiosa en el monasterio trapense (...) (Cardenal) se dedica por completo a la vida religiosa e intelectual. trabaja incansablemente en grandes poemas históricos, reelaborando los materiales literarios prehispánicos, las crónicas de la conquista, los documentos coloniales.

el mismo año en que se publican sus Epigramas (1961), Car-denal se traslada al Seminario de Cristo Sacerdote en La Ceja, antioquia, colombia (la patria del que será el famoso sacerdote guerrillero Camilo Torres), donde estudia teología. en Colom-bia publica dos nuevos cuadernos: Salmos8 y Oración por Mari‑

de noviciado en un monasterio cirtenciense había sido dada con tanta fidelidad, y al mismo tiempo con tanta reserva”. Gethsemani, Ky, México, Suplemento ecuador, 1960.6. e. cardenal, Epigramas, México, UNAM, 1961. 7. esta expresión la aplicó José coronel urtecho a Darío en su “oda a Rubén Darío”, de 1925. cf. Nueva poesía…, op. cit., p. 249. el propio Mejía Sánchez la utiliza en su introducción.8. e. Cardenal, Salmos, colombia, universidad de antioquia, 1964.

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lyn Monroe y otros poemas9. ya para entonces, a pesar de haber dado a conocer una obra relativamente exigua, es sin duda uno de los poetas hispanoamericanos más impactantes del momento. De regreso a Nicaragua, recibe en su capital, Managua, las órde-nes sacerdotales el 15 de agosto de 1965. pocos meses después anuncia a sus amigos, en una “Carta a Solentiname” que recibo mimeografiada, que el domingo 13 de febrero de 1966 (es decir, dos días antes de la muerte en la guerrilla colombiana del padre Camilo Torres) había llegado “a la isla de Solentiname”, pequeño archipiélago del gran lago Nicaragua, casi enteramente cortado del mundo, en una de cuyas islas, Mancarrón, fundaría una co-munidad contemplativa “para ponernos en comunicación con el autor de estas criaturas y el autor de la Vida, que como San Juan nos dice, no es otro sino el mismo amor”. abriendo paso en la tupida maleza con el auxilio de dos compañeros colombianos, levantan en torno a una iglesia varias modestas viviendas. los es-casos habitantes de la región “de todas las islas han venido en ca-noas con gran alegría a la misa”. pero los más no saben leer. y el primer paso en el movimiento litúrgico consistirá en alfabetizar el Archipiélago de Solentiname; como el sermón del Miércoles de ceniza tendrá que versar especialmente sobre las letrinas. “en realidad,” sigue diciendo cardenal, “para enseñar el catecismo a los niños hay que empezar por hacer que no mueran los niños”. y en otro lugar: “Debemos arrancar desde las propias bases”. Se había dado inicio a una de las experiencias espirituales más signi-ficativas de este tiempo, la cual habría de durar doce años y tener consecuencias imprevisibles en su comienzo.

ese año 1966, aparece en Madrid, con un inmenso prólogo manuscrito de coronel urtecho, el libro de cardenal El estrecho

9. Idem, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, Medellín, la tertulia, 1965.

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dudoso. Se trata, para recordar la introducción a los Epigramas, de aquellos “grandes poemas históricos” en que cardenal ha re-elaborado en México, con ácida mirada modernizadora, “las cró-nicas de la conquista, los documentos coloniales”. tres años des-pués, en 1969, Cardenal publica en León, Nicaragua, su poemario Homenaje a los indios americanos, emparentado estrechamente con el libro anterior: si en este, valiéndose de los propios textos, desarticulados o rearticulados, de los conquistadores (como ha-bía hecho archibald Macleish en su gran poema Conquistador, 1932, que tanto influiría en Cardenal), aparece en su espanto lo que fue para nuestras tierras (y en especial para “el estrecho Du-doso”, el paso entre los dos océanos que se buscaba en lo que es hoy Nicaragua) el ejercicio del “fardo del hombre blanco”, en el Homenaje... Cardenal asumirá la “visión de los vencidos”, según el título de un libro clásico del mexicano Miguel León portilla, evocará el mundo armonioso de los verdaderos descubridores de nuestro continente, los mal llamados “indios americanos”, y mos-trará su destrucción, continuada hasta hoy, por los depredadores occidentales. Sin que, tanto en un libro como en otro, dejen de ser señalados los hombres o las circunstancias de signo contrario, como las casas en un libro, Mayapán en otro. aunque cardenal escribirá después muchos otros poemas, y al menos dos aparece-rán a veces en forma de cuadernos (Canto nacional y Oráculo sobre Managua), Homenaje... es el último libro suyo de poemas publicado hasta la fecha. en 1970, en cambio, verá la luz en bue-nos aires su primer libro en prosa: Vida en el amor, también con prólogo de Merton, meditación mística escrita en el monasterio de cuernavaca.

1970 tendría una importancia enorme en la vida de cardenal. invitado por la casa de las américas para formar parte del jurado de su premio anual de literatura, cardenal visitó por primera vez

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la Cuba revolucionaria: así pudimos encontrarnos personalmente, después de años de correspondencia. por muchas razones, Carde-nal se encontraba en situación bien propicia para entender la Re-volución Cubana, aunque esta ostensiblemente no reclamara una filiación cristiana sino marxista-leninista. Pero cuando algunos sectores reaccionarios de la Iglesia Católica cubana intentaron vol-ver a los creyentes de dicha iglesia contra la revolución, en 1959, Fidel había dicho que el que está contra el pobre está contra Cristo. Apenas había comenzado entonces un proceso de acercamiento primero, y de fusión después, entre los cristianos revolucionarios y los revolucionarios socialistas, proceso que aún no ha terminado, que se expresará en cuerpos de ideas como la “Teología de la Li-beración”, y en el que Cardenal iba a desempeñar un papel de gran importancia: “Mi experiencia en Cuba –dirá él en una entrevista en 1971 y repetirá luego– se convirtió en algo fundamental para mí. Ha sido la experiencia más importante de mi vida después de mi conversión religiosa (...) Fue, en realidad, una conversión a la revolución. Antes, creía que debíamos buscar un tercer camino en la América Latina, pero en Cuba me encontré con que el camino era el de ellos, y que su revolución era muy buena y que había el deber de respaldarla”10.

De aquella visita, y de otra que hiciera al siguiente año “bas-tante más rápida, con el propósito principal de hablar con Fidel”, nacería uno de los más convincentes libros testimoniales escritos sobre la revolución cubana: En Cuba11. Además de un collage de textos varios, Cardenal sobre todo recoge allí con minuciosidad

10. Cf. “La experiencia más importante”, Casa de las Américas (La Habana), No 70 (enero-febrero de 1972), p. 182. Otras entrevistas de interés sobre el tema se hallan en el libro misceláneo de Cardenal La santidad de la Revolución, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1976.11. E. Cardenal, En Cuba, Buenos Aires, Ediciones Carlos Lolhé, 1972.

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cuanto vio y cuanto le contaron, incluso los comentarios adver-sos. Somete estos últimos a la prueba de fuego de su compro-bación personal. en 1970, una noche llegó a mi casa antes de la hora prevista para una reunión con él. No hubo más remedio que hacerlo compartir lo que teníamos para comer. leyendo luego su libro me entero, por el capítulo “cena en casa de Retamar”, que le habían dicho que yo tenía privilegios, y por sí mismo vio que yo vivía en la misma casa donde vivo desde mucho antes del triunfo revolucionario, que esa casa es modesta, que yo comía lo que todos. este pequeño hecho personal muestra el método sencillo y eficaz con que hizo su libro. Huroneando por todas partes, como una suerte de padre brown tan lleno de candor y de agudeza como el personaje de Chersterton (pero sin sotana: con la cotona que es la camisa del campesino nicaragüense, blue jeans, sandalias y una boina negra sobre la larga cabellera blan-ca), cardenal tomó el pulso al país. No todo le pareció bien, des-de luego, tampoco a nosotros. Vio religiosos muy poco o nada cristianos, vio revolucionarios esquemáticos, pero no vio, por-que no los hay, mendicidad ni analfabetismo ni discriminación ni prostitución ni lujo ni miseria ni injusticia que no se estuviera en vías de reparar. Paseando por la habana, comenta con el escritor uruguayo Mario Benedetti: “Yo me he retirado del mundo para vivir en una isla, porque me repugnan las ciudades. Pero esta es mi ciudad. ahora veo que yo no me había retirado del mundo, sino del mundo capitalista”12.

también en 1972, un largo poema revela la transformación de Ernesto: “Canto nacional”, valientemente dedicado al FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional). Regresa allí el poeta, nunca desaparecido del todo, de Hora 0, con más complejidad y

12. Ibidem, p. 15.

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con más incisiva conciencia de clase. Él se siente (se sabe) voz de su pueblo; traza la historia rapaz de los nuevos conquistado-res yanquis; invoca el proceso revolucionario que “viene desde los astros” y “es más todavía:/ el che después de muerto sonreía como recién salido del Hades”; nombra con ternura voraz la fau-na, la flora, el paisaje; vuelve desde luego a evocar a Sandino; afir-ma su fe en la lucha y en lo que ha de ser la revolución triunfante, y la conjunción de sus dos creencias: “comunismo o reino de Dios en la tierra, que es lo mismo”.

un terremoto que destruyó el centro de Managua le provoca-rá a cardenal otro poema largo e intenso: “oráculo sobre Mana-gua” (1973). el poeta compara este centro citadino con un barrio de extrema pobreza, Acahualinca (“Damnificados de un sismo permanente, no vendrán aviones/ trayendo alimentos enlatados a esta gente/ medicamentos, casas de campaña, agua potable”); hace cruzar por sus versos a jóvenes héroes cuya “canción de ges-ta fue un periódico que se llevó el viento”. exhorta: “Que digan los arzobispos al pueblo, estos son tus opresores” (así iba a hacer Monseñor Romero, y sería asesinado por ello, convirtiéndose en un mártir de la revolución salvadoreña); vuelve a ser el autor de Vida en el amor, que ha leído y citado allí a teilhard de chardin, y exclama en páginas de apasionado amor por el hombre tal como vive en nuestro frágil planeta: “y yavé dijo: yo no soy, yo seré. yo soy el que seré, dijo/ yo soy yavé, un Dios que aguarda en el futuro/ (...) Conoceremos a Dios cuando no haya Acahualincas”. inesperadamente, asoma el propio poeta, tan pudoroso para ha-blar de sí mismo: “la mano de los epigramas de amor manejó una Madzen”.

el poeta que había alcanzado esta poderosa voz admonito- ria y profética, ¿cómo seguía su vida en su retirada comunidad de Solentiname? La respuesta la ofrece el tercer libro en prosa de

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cardenal: aunque en rigor no sea una obra enteramente suya. así me lo hace saber en la dedicatoria: “este libro mío y de los cam-pesinos de Solentiname. patria o Muerte. Venceremos”. Se trata de El Evangelio en Solentiname13. ernesto explica en la introduc-ción del libro que en su comunidad “tenemos los domingos, en vez de un sermón sobre el evangelio, un diálogo”. y añade: “los comentarios de los campesinos suelen ser de mayor profundidad que la de muchos teólogos, pero de una sencillez como la del mismo evangelio. No es de extrañarse: el evangelio o “buena nueva” (la buena noticia a los pobres) fue escrita para ellos, y por gente como ellos”. en efecto, en este impresionante libro, que explica claramente por qué en sociedades esclavistas modernas se impidió a los esclavos conocer el evangelio, se siente vivir “la historia del cristianismo primitivo”, la cual, según la clásica comparación de engels, “tiene notables puntos de semejanza con el movimiento moderno de la clase obrera”14. la lectura del vo-lumen no deja mucho lugar a la duda sobre cuál será el destino inmediato de sus limpios y fervorosos comentaristas. en 1976, ernesto acude al tribunal Russell ii para exponer ante el mundo el horror de la tiranía del nuevo Somoza, quien cuenta, como contó su padre, con el pleno apoyo del gobierno norteamericano. al año siguiente, 1977, un grupo de miembros de la comunidad de Solentiname, imbuido de las enseñanzas recibidas allí, ataca el cuartel militar de San Carlos, el pueblo más cercano al archi-piélago. los sobrevivientes del asalto se internan en el monte y continúan la lucha. La sanguinaria Guardia Nacional somocista

13. Idem, El evangelio en Solentiname, Salamanca, ediciones Sígueme, 1975.14. Federico engels, “Sobre la historia del cristianismo primitivo”, Carlos Marx y F. engels, Sobre la religión, buenos aires, cartago, 1959, p. 272. cf. también la introducción de engels a la obra de Marx Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, La Habana, editorial Ciencias Sociales / Instituto Cubano del libro, 1973, pp. 34-36.

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destruye Solentiname. Cardenal, condenado en ausencia, debe asilarse en costa Rica, donde da a conocer su condición de mili-tante del Frente Sandinista de Liberación Nacional. enviado por el Frente, recorre varios países en misión de denuncia. en 1978, regresa a Cuba como jurado del premio Casa de las Américas. Nos da entonces para publicar “Lo que fue Solentiname (Carta al pueblo de Nicaragua)”15. el doloroso documento, que es el rever-so de la “Carta de Solentiname” escrita doce años atrás, concluye: “No pienso en la reconstrucción de nuestra pequeña comunidad de Solentiname. pienso en la tarea mucho más importante que tendremos todos, que es la reconstrucción del país entero”.

lo demás es bien sabido: coronando una heroica lucha de varias décadas, con el FSLN a la cabeza, el pueblo nicaragüense derroca al ominoso régimen somocista y obtiene un triunfo total el 19 de julio de 1979. cardenal, que el día anterior ha llegado clandestinamente en un avión al país, como contará en su poema “luces”16, es nombrado Ministro de cultura del Gobierno de Re-construcción Nacional.

* * *

Supongo que debo decir algo de la “poética” de Cardenal, o al menos de la procedencia y de ciertos caracteres de su poesía. cardenal mismo ha sido bien explícito sobre esto. la procedencia más visible de su poesía (que en otro lugar he llamado “conversa-cional”)17 es lo mejor de la poesía norteamericana moderna. al-

15. e. Cardenal, “Lo que fue Solentiname. Carta al pueblo de Nicaragua”, Casa de las Américas (La Habana), No 108 (mayo-junio de 1978).16. Idem, “luces”, Casa de las Américas (La Habana), No 117 (noviembre-diciembre de 1979).17. R. Fernández Retamar, “antipoesía y poesía conversacional en hispanoamé-rica”, Varios, Panorama de la actual literatura latinoamericana, la habana,

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gunos han expresado su asombro ante el hecho de que un hombre tan antimperialista como cardenal reconozca una y otra vez su deuda con dicha poesía: como si fuera posible homologar la “New poetry” con la política rapaz del Imperio. Seguramente aquéllos ignoran que a José Martí, el magno poeta que fue el primer an-timperialista cabal de nuestra américa, “españa y la américa es-pañola le debieron, en gran parte, la entrada poética de los esta-dos unidos”, como dijo Juan Ramón Jiménez18. Sin embargo, no es a Martí a quien se remite en este punto Cardenal; ni siquiera al intento realizado en México algo después de 1920 por aclimatar la poesía norteamericana en hispanoamérica (intento que ha sido llamado por José emilio pacheco “la otra vanguardia”19, y entre cuyos impulsores se contó un nicaragüense bilingüe, Salomón de la Selva, quien fue poeta destacado primero en inglés y luego en español), sino al magisterio ya mencionado de José Coronel urtecho, el cual desde su regreso en 1927 de los estados unidos y la fundación del Grupo Vanguardia se convirtió en el principal difusor de los poetas norteamericanos en nuestras tierras. el pro-pio cardenal, cuando adquirió el conocimiento del inglés en los estados unidos, colaboró con coronel urtecho en la realización de una gran antología de poesía norteamericana traducida al es-pañol20. para ernesto, su principal influencia poética ha sido ezra pound. Al preguntarle Benedetti en qué consistía en realidad di-cha influencia, Cardenal explicó:

casa de las américas, 1969. también puede consultarse en el libro del autor Para una teoría de la literatura hispanoamericana, la habana, casa de las américas, 1975 (y ediciones posteriores en esa ciudad, México y Bogotá).18. Juan Ramón Jiménez, “José Martí (1895)”, Españoles de tres mundos, buenos aires, editorial losada, 1942, p. 33.19. José emilio pacheco, “Nota sobre la otra vanguardia”, Casa de las Américas (La Habana), No 118 (enero-febrero de 1980).20. publicada en Madrid, en 1963.

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principalmente, en hacernos ver que en la poesía cabe todo, que no existen temas o elementos que sean propios de la prosa, y otros que sean propios de la poesía. todo lo que se puede decir en un cuento, o en un ensayo, o en una novela, puede también decirse en poesía. (...) Otra de las enseñanzas de pound ha sido la del ideograma, o sea el descubrimiento de que la poesía se escribe exactamente en la misma forma que el ideograma chino, es decir, a base de superposición de imágenes. (...) La de pound es una poesía directa; consiste en con-traponer imágenes, dos cosas contrarias o bien dos cosas semejantes que al ponerse una al lado de la otra producen una tercera imagen. (...) es también lo que hace el cine con los montajes de imágenes.21

Se conoce la lamentable evolución política de pound, que lo situó en los antípodas de la que llegaría a ser la posición política de Cardenal. pero este utiliza la técnica del montaje para sus pro-pios fines. Tal hecho, desde luego, no es nuevo. por ejemplo, de la ostranenie o “singularización” de Shclovski, considerada por este como un “procedimiento” artístico, bertolt brecht (quien gracias a Sergio Tretiakov supo del aporte de Shclovski) derivó su teo-ría del “distanciamiento” o “extrañamiento”, no ya sólo como un “procedimiento” artístico, sino como un arma en la lucha de cla-ses22. así ha actuado cardenal: la superposición de imágenes a la manera del ideograma chino, o del montaje cinematográfico, no ha sido tampoco para él simplemente un procedimiento artístico (cardenal, como brecht, tiene de la literatura, sin mengua de su imprescindible calidad, una concepción utilitaria, de servicio23),

21. Mario benedetti, “ernesto cardenal: evangelio y revolución”, Los poetas comunicantes, Montevideo, Marcha, 1972, p. 101. 22. cf. andré Gisselbrecht, “Marxisme et théorie de la littérature”, Littérature et ideólogies, número especial de La Nouvelle Critique, 39 bis, c. 1970, p. 31.23. “el antologista es de los que creen que la literatura sola, la literatura por la literatura, no sirve para nada. La literatura debe prestar un servicio. por lo

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sino una manera de revelar determinados hechos, y eventualmente de combatirlos, a partir de materiales que el lector debe conocer, al menos en parte, para descodificar plenamente el mensaje. De ahí que la claridad de la poesía de cardenal sea relativa, aunque él no llegue nunca a las dificultades de pound. Cardenal llama a su poesía, y a la que prefiere de su país y del mundo todo, “exte-riorista”, término que según él24 fue creado por coronel urtecho, y que ernesto define como “la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía. el exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y de-talles precisos y datos exactos y cifras y hechos dichos. en fin, es la poesía impura”25.

pero ese “exteriorismo”, como se ve con toda claridad preci-samente en el montaje de las imágenes cinematográficas26, no se ofrece sin más, pues implica la contraposición de dos imágenes (una de las cuales, en poesía, puede no estar explícita, pero de al-guna manera debe ser conocida por quien lee) para que aparezca un tercer elemento en el lector, que está así obligado a abandonar su papel pasivo, ante una genuina obra abierta. por ejemplo, la primera edición (1961) de los Epigramas de cardenal, además de cuarenta y nueve poemas originales suyos, incluía treinta y cua-tro de catulo y treinta y nueve de Marcial en versiones libres de

mismo, la poesía debe también ser política. aunque no propaganda política, sino poesía política”. ernesto cardenal, “introducción” a Poesía nicaragüense, selección, prólogo y notas de e. cardenal, la habana, 1973, p. Vii.24. Ibidem, p. 67.25. Ibidem, p. Viii.26. entre numerosos trabajos de S.M. eisenstein sobre el tema, cf. “el ideograma y los principios cinematográficos” (1929), en su obra El sentido del cine..., la habana, 1967.

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ernesto. aunque las ediciones de conjunto de su poesía han soli-do prescindir de estas versiones, ellas ayudan a la mejor lectura de los propios epigramas de Cardenal. Si por una parte pound lo llevó también a interesarse en los epigramáticos latinos, por otra parte, en el contrapunto con ellos (y con las versiones de pound) se pone de manifiesto la distinta perspectiva del poeta centro-americano, su “visión tercermundista”, cómo él “mira las cosas desde la orilla americana (...) que nos devuelve, por la puerta de servicio, al mundo de la lucha política, al antisomocismo, es decir, antirriqueza, antimetropolitanismo, antiimperialismo, que es la victoria del proamor y de la propoesía”, según ha señalado acertadamente ariel Dorfman27.

en los Salmos (1964), sobre el mundo que se rechaza enér-gicamente del capitalismo moderno, con guerras, gángsteres, po-liticastros, tiranuelos apuntalados (como Somoza), caen las ver-siones de veinticinco de los ciento cincuenta salmos del Salterio, actualizados con los términos que entendemos ahora.

es innecesario, casi ofensivo, llevar al lector de la mano a través de todos los ejemplos que ofrece cardenal en su poesía: el resultado de su montaje de imágenes, y lo que da un grave dra-matismo, una tensa inmediatez a sus textos, es que nos hace vivir aquí y ahora la creación del cosmos y el apocalipsis, la conquista española, la destrucción de las culturas aborígenes, la expansión del imperialismo yanqui sobre nuestras tierras, el engaño y la crueldad de la sociedad capitalista; vemos hacerse ante nosotros a un Dios que será y a una revolución que viene desde los átomos de hidrógeno de los espacios intergalácticos y es continuada por

27. ariel Dorfman, “tiempo de amor, tiempo de lucha: la unidad de los Epi‑gramas de cardenal”, Texto crítico, Revista del centro de investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana (México), No 13 (abril a junio de 1979), pp. 14 y 15.

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las luchas de Sandino, del Che, de “los pobres de la tierra”. en la lectura activa que requiere su poesía (en la cual se revela la evidente evolución ideológica del autor), el universo es real y es ahora y es hermoso y es amor y es lucha.

* * *

pocos días después del triunfo revolucionario nicaragüense (y por supuesto gracias a él) estuve al fin en Nicaragua. Con ernesto y algunos de los miembros de lo que fuera su comunidad (o como después diría él, su comuna) de Solentiname –los muchachos vestidos de soldados y armados, todos alegres en el viaje como niños– visité lo que quedaba de esa comuna. en una avioneta que el viento zarandeaba llegamos a San Carlos, cuyo cuartel de muros oscurecidos conservaba los rastros del ataque de 1977. luego, en una barcaza, cruzando el lago de impresionante belle-za, fuimos al archipiélago, a Mancarrón. era la primera vez que todos ellos (ernesto, Olivia, Bosco, Alejandro, Nubia, Iván, otros: con el recuerdo de elbis, Felipe y Donald, caídos en el combate o asesinados) visitaban el sitio desde que lo abandonaran para ir a pelear unos, para salir al exilio otros; desde que la guardia somocista lo asolara. la hierba tropical iba reconquistando su espacio. pero quedaban ruinas que podrían volver a levantarse. Quién encontraba una revista chamuscada, quién un libro, quién un trozo del escaso mobiliario. yo miraba, más que a las cosas, al rostro de ernesto y de los demás. Doce años de su vida habían transcurrido en esos parajes, primero en la contemplación, luego en el crecimiento hacia la acción nacida del amor y del sacrificio. tantas realidades habían nacido allí para dar la vuelta al mundo: poemas, cuadros, artesanías, amores, sueños, la revolución. No

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han desaparecido. ellos saben que viven. Nicaragua es ahora un gran Solentiname.

Querría terminar aquí, con esta especie de final feliz. ¿pero acaso puedo hacerlo? Mientras escribo estas páginas, las noticias no pueden sino inquietar. el pequeño Solentiname fue arrasado por los bárbaros somocistas. Decir que Nicaragua es ahora un gran Solentiname, ¿qué significa? ¿podría este hermoso, empo-brecido, combatiente país llevar adelante en paz sus proyectos de terminar con la miseria, con la opresión (con el analfabetismo ya ha terminado), construir el mundo de amor y justicia por el que ha clamado con grandiosa voz de profeta ernesto cardenal? y nosotros, en el resto del orbe, ¿permaneceremos impasibles si de nuevo Solentiname es agredido? ¿Se tiene el derecho de elogiar las palabras de un hombre superior como Cardenal y no ser fieles a lo que dicen esas palabras? admirar de veras a este extraor-dinario poeta exige defender sus ideales, su pueblo, su poesía, su verdad, necesarios para nuestra vida, para que la vida tenga sentido, desde los astros lejanos hasta las muchachas y los mu-chachos color de tierra suave que son ahora los mejores poemas de ernesto cardenal.

La Habana, 3 de diciembre de 1981.

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A la memoria de Ángel Rama

AL ReUNIRNOS en el centenario de la primera edición de Azul... (1888), lo hacemos con la alegría de saber que han quedado atrás las querellas que durante un tiempo amenazaron con ensombre-cer, entre otras cosas, la apreciación de ese libro joyante y au-roral. es cierto, como ha sido señalado2, que primero en prosa y luego en verso hay textos anteriores a 1888, debidos a autores de más edad que Rubén Darío, como José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera, en los que se hizo manifiesta la renovación que en las últimas décadas del siglo XIX habían empezado a experimentar nuestras letras. pero no es menos cierto que aquella obra don-de se reúnen armoniosamente prosa y verso, publicada cuando Darío era sólo un muchacho de veintiún años (“el niño pasmo-

1. leído en el congreso Rubén Darío: la tradición y el proceso de modernización, realizado con motivo del centenario de Azul..., entre el 5 y el 7 de marzo de 1988 en la Universidad de Illinois, Champaign, Urbana; este trabajo fue publicado en Recreaciones: Ensayos sobre la obra de Rubén Darío, I.A. Schulman; editor, Hanover, N.H., 1992.2. Cf. I.A. Schulman, Génesis del modernismo, México, el colegio de México, 1966, donde se estudian los aportes de José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva y Julián del Casal. ello no implica en forma alguna disminuir el papel central de Darío, a quien se llama allí “el genial sintetizador, innovador y divulgador del modernismo”, p. 10.

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so de Azul...”, como lo llamó pedro Henríquez Ureña)3, fue un luciente estandarte que lo más valioso de la juventud literaria hispanoamericana hizo suyo a finales del pasado siglo, en la tarea común de traer nuevo aire a la literatura hispanoamericana. La certidumbre de haber sobrepasado esas querellas ilumina a este feliz centenario.

tal hecho, por una parte, ya había ocurrido hacía cierto tiem-po. Mencionando a dos hombres mayores que algunos enfren-taron después de desaparecidos, lo que provocó la objeción de estudiosos tan equilibrados como ernesto Mejía Sánchez4, José emilio pacheco escribió en 1981: “Hoy ha terminado la pugna póstuma entre Martí y Darío. Si Fidel Castro desde 1953 desig-nó al primero inspirador de la Revolución cubana, la Revolución Sandinista ha reivindicado a Darío como poeta de una lucha que se ganó también con el arma de la poesía”5. el fin de esa pugna se hizo patente cuando se celebró en Managua, entre el 20 y el 22 de enero de 1985, el Simposio Internacional sobre Darío, Martí y la Nueva Literatura Latinoamericana y Caribeña. Al comentar con entusiasmo dicho simposio, el Anuario del Centro de Estudios Martianos afirmó: “según lo que sabemos, el foro que se congre-gó en la Biblioteca Nacional Rubén Darío de la hermana Nicara-gua (...) es el primero que se consagra explícita y plenamente al estudio de esos vínculos fundadores”6.

3. pedro Henríquez Ureña, “Rubén Darío” [1905], Obra crítica, emma Susana Speratti piñero; edición, bibliografía e índice onomástico, prólogo de Jorge Luis borges, México, Fondo de cultura económica, 1960, p. 95.4. ernesto Mejía Sánchez, “Martí y Darío ven el baile español”, Varios, Nue‑vos asedios al modernismo, I.A. Schulman; editor, Madrid, Taurus, 1987, pp. 174-175.5. José emilio pacheco, prólogo a Poesía modernista. Una antología general, México, D.F., 1982, p. 12.6. Anuario del Centro de Estudios Martianos (La Habana), No 8 (1985), p. 367.

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por otra parte, hay que recordar que si en el momento de la primera aparición de Azul... la prosa periodística de Martí era ampliamente leída y admirada en nuestros países, y seguramente por nadie con más fervor que por Darío, la poesía del cubano, en cambio, fuera de textos esparcidos en la prensa que el propio Mar-tí rechazaría, sólo constaba de un delgado (y deslumbrante) cua-derno: Ismaelillo, publicado en Nueva york en 1882, en edición fuera de comercio7. No conozco ninguna crítica contemporánea del cuaderno, y apenas la mención que hiciera Baldomero Sanín cano a propósito del alto aprecio que tuvo por él José asunción Silva8. Azul..., en cambio, como se sabe, además de su primera edición en Valparaíso, de 1888 (que le valiera el consagrador tra-bajo de Juan Valera), tuvo dos años más tarde, en Guatemala, una segunda edición ampliada, y en 1905, en buenos aires, una nue-va edición, reducida o reajustada, que es la que se ha solido leer a partir de entonces. para ese año, 1905, Darío era ya el autor del

7. en Las corrientes literarias en la América hispánica [1940-1941], Joaquín Díez-Canedo; trad., México, Fondo de Cultura económica, 1949, p. 169, señaló pedro Henríquez Ureña: “No tuvo Martí intención de iniciar una revolución literaria, entregado como estaba a sus planes de insurrección política, pero el año 1882, en que se publicó Ismaelillo, suele tomarse como fecha inicial de una nueva tendencia en nuestra poesía, conocida más tarde bajo el incoloro título de modernismo”.8. Baldomero Sanín Cano, “Recuerdo”, Varios, Memoria del Congreso de Es‑critores Martianos (febrero 20 a 27 de 1953), La Habana, publicaciones de la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y ediciones del Centenario y del Monumento de Martí, Imprenta Úcar García, 1953, p. 77. Sin embargo, además de Silva, Sanín Cano y Darío (quien mencionó el Ismaelillo en 1895, pero sólo lo comentó en 1913), Manuel pedro González afirmó que al cuaderno martiano “lo conocieron [...] algunos modernistas de la primera hornada, como Gutiérrez Nájera, Casal (...), y acaso otros varios”. M.p. González, “José Martí, su circunstancia y su tiempo”, José Martí, esquema ideológico..., México, D.F., editorial Cultura, 1961, p. 21. por desgracia, Manuel pedro no indicó, al menos en ese trabajo, las fuentes de su aserto.

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resonante libro Prosas profanas9, y de Cantos de vida y esperan‑za10. en cambio Martí, quien había muerto en combate en 1895, sólo había añadido a su producción poética Versos sencillos, cua-derno publicado también en edición fuera de comercio en Nueva york, en 1891, momentos antes de consagrarse enteramente a la faena revolucionaria. habría que esperar hasta 1913 para que se difundiera, dentro de la colección inicial de sus Obras, una ree-dición de los dos títulos anteriores y una parte apreciable de sus Versos libres, inéditos para ese entonces.

en cuba es frecuente decir que 1913 implicó, tras veinte años de oquedad poética (en 1893, poco después de su muerte, había aparecido Bustos y rimas, de Julián del Casal), el regreso a un trabajo poético serio, señalado por la publicación ese año del li-bro de Regino boti Arabescos mentales. pero no se suele recor-dar que también en 1913 apareció aquel libro de versos de Martí, cuyo impacto no iba a ser pequeño y sobre todo crecería con los años. Significativamente, en lo inmediato el comentario más de-tenido sobre aquel volumen lo iba a hacer el propio Rubén Darío, en cuatro artículos aparecidos en La Nación, de buenos aires11. Si recordamos que Darío también había sido en 1909 el crítico profundo del primer libro de poemas de Miguel de unamuno12, verificamos cómo el gran nicaragüense fue no sólo un poeta ma-yor, sino también un crítico mayor: en ambos órdenes, su obra fue decisiva para el nuevo giro de la poesía en castellano. y en 1913 la batalla dariana estaba ya ganada en el ámbito de la lengua: a

9. Con una edición argentina de 1896 y otra francesa, ampliada, de 1901. 10. publicado en españa en 1905.11. Rubén Darío, “José Martí, poeta” [1913], Archivo José Martí (La Habana), No 7 (1944).12. unamuno recogería ese trabajo de Darío, “unamuno, poeta” [1909], apa-recido originalmente en La Nación, de buenos aires, como prólogo de su libro Teresa, Madrid, [1923].

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los libros de poesía anteriores había añadido El canto errante, en 1907, y Poema del otoño, en 1910. es indudable que le asiste la razón a Ángel Rama cuando afirma que Darío estableció “las bases de la futura poesía del continente, hasta hoy”13. Juicio que complementa Jaime concha al añadir que Darío fue “el fundador de la lírica hispanoamericana en sentido propio, por aunar la pri-macía cronológica con una vasta resonancia en todos los pueblos de habla española”14.

en los últimos años, a medida que se apagaban algunas dis-cusiones y pasaban a ser ganancias para todos las averiguaciones de diversos estudiosos que hicieron rectificar mapas y derroteros, ha ido cobrando interés un nuevo asunto: el de la relación de Da-río, y el modernismo todo, con la modernidad, vista esta última como consecuencia de un proceso de modernización. el propio título de este congreso da fe de ese interés.

al parecer, quien suscitó el contrapunto entre nosotros fue Federico de onís, cuando en su conocida Antología de 1934 ha-blando de Martí dijo: “su modernidad apuntaba más lejos que la de los modernistas, y es hoy más válida y patente que entonces”15. otros críticos asumirían también este punto de vista, y De onís enumerará años después a algunos de ellos: Ángel Augier, Andrés Iduarte, Raimundo Lazo, Raimundo Lida. pero en el texto, de 1953, en que hará esa enumeración, De Onís añadió una rectifi-cación capital: “Nuestro error”, dijo entonces, “está en la implica-ción de que haya diferencia entre ‘modernismo’ y ‘modernidad’,

13. Ángel Rama, Rubén Darío y el modernismo. (Circunstancia socioeconómica de un arte americano), caracas, ediciones de la biblioteca de la universidad central de Venezuela, 1970, p. 11.14. Jaime concha, Rubén Darío, Madrid, Júcar, 1975, p. 11.15. Federico de Onís, “José Martí. 1853-1895”, Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882‑1932), Madrid, centro de estudios históricos, 1934, p. 35.

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porque modernismo es esencialmente, como adivinaron los [sic] que le pusieron ese nombre, la busca de la modernidad”16. al año siguiente, 1954, Max henríquez ureña, quien había escuchado a De Onís exponer su importante rectificación (pues se hallaba presente en el llamado congreso de escritores Martianos, reali-zado en La Habana, donde aquella se hizo), publicó en su Breve historia del modernismo: “ya en 1888 el vocablo [modernismo] era empleado por Rubén Darío en un sentido general, equivalente a modernidad (‘calidad de moderno’ según el diccionario de la Real Academia española)”17.

¿es pues “modernismo”, como aseguró De onís en 1953, “la busca de la modernidad”? y esta última, a su vez, si hemos de dar crédito a lo dicho por Max henríquez ureña en 1954, se contenta con ser lo que le asigna el diccionario de la academia: “calidad de moderno”? No parece que hayamos avanzado mucho, y, sin embargo, ha entrado en nuestra liza un vocablo destinado a dar guerra: modernidad, cuyas raíces, por cierto, son bien antiguas.

los años siguientes verán la aparición de una amplia biblio-grafía sobre el concepto, de la cual no es posible ocuparse aquí18.

16. Idem, “Martí y el modernismo”, Memoria del Congreso..., op. cit., p. 436. Debe añadirse que en 1967 dijo Raimundo lida: “la modernidad de Rubén Darío, como la de Martí, es, en nuestros tiempos, más tangible que nunca”. R. lida, “Rubén y su herencia”, Rubén Darío. Modernismo, prólogo de Guillermo Sucre, Caracas, Monte Ávila editores, 1984, p. 181. Unas páginas antes había escrito Lida: “Sigo creyendo que conviene no confundir modernismo con modernidad, ni futurismo con futuro, ni expresionismo con expresión”, p. 160.17. Max henríquez ureña, Breve historia del modernismo, México, Fondo de cultura económica, 1954, p. 156.18. Cf. una relación de dicha bibliografía, por ejemplo, en el libro de evelyn picón Garfield e Iván A. Schulman: “Las entrañas del vacío”. Ensayos sobre la modernidad hispanoamericana, México, Cuadernos americanos, 1984, pp. 179-193. en relación con nuestro tema en particular, hay observaciones incitan-tes y polémicas en el libro de Octavio paz, Los hijos del limo, Barcelona, Seix barral, 1974, pp. 126-141.

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Voy a limitarme a citar de un breve estudio de adrian Marino: “Modernisme et modernité: quelques précisions sémantiques”19. en este trabajo se asegura que “entre las numerosas corrientes literarias ‘modernas’ del siglo XIX, solamente el modernismo (en castellano en el original) español y sudamericano [sic] ha tomado este nombre, o, si se quiere, esta ‘enseña’”20. también se dice que modernidad

es una noción que hace su aparición (...) en la edad Media al mismo tiempo que lo moderno (...): modernitas. bajo esta forma, modernitas disfrutará de una frecuencia bastante relativa en el dominio latino y humanista. Su gran reingreso no ocurrirá sino mucho más tarde, hacia la mitad del siglo XIX, pero su valor semántico está prescrito, por así decir, de antemano. (...) parece que existe incluso cierta an-gustia ante ese término (...) del que Baudelaire se hace eco.21

Quizá lo que más me atrae en el trabajo de Marino es una cita de Walter Map que reza: “por modernidad entiendo nuestra época misma, este último siglo”22. el curioso Walter Map, autor de De nugis curialum, vivió en el siglo XII.

alfonso Reyes, ante los adoradores de las etimologías, recor-daba que nadie se pone a la sombra de una semilla, sino de un árbol. el diálogo, sin duda útil, entre modernismo y modernidad no puede ser un diálogo entre semillas, sino entre lo que históri-camente han venido a significar esos términos. Aunque, por otra parte, cierta polisemia, aquí como en tantos casos, sea inevita-ble. en el libro particularmente amargo de Jean chesneaux, De

19. adrian Marino, “Modernisme et modernité: quelques précisions sémanti-ques”, Neohelicon (Budapest), v. II No 3/4, (1974).20. Ibidem, p. 307.21. Ibidem, pp. 312-313.22. Ibidem, p. 313.

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la modernité23, que comienza proclamando que la modernidad es la “palabra maestra de nuestra época”24, para pasar después a deplorar incansablemente aquello en que ese concepto ha venido a encarnar (y que parece ser más bien la norteamericanización y banalización del mundo en la segunda gran posguerra de este siglo), se cita esta expresión de Michel Leiris: “en este mundo odioso, en estos tiempos cargados de horror, la modernidad se ha convertido en mierdonidad”25.

por amplia que sea la polisemia con que vamos a encontrar-nos en lo adelante, nunca llegaremos al extremo de leiris. es más, trataré de ceñirme a textos en que aquel diálogo entre mo-dernismo y modernidad tenga un sentido que podamos seguir, lo que por supuesto no significa que le demos siempre nuestro acuerdo. tal diálogo, así considerado, está presente, por ejem-plo, en obras sobre el tema de Rafael Gutiérrez Girardot, iván a. Schulman y Ángel Rama.

Rafael Gutiérrez Girardot, en su peleador y útil libro Moder‑nismo, que se propone “situar las letras hispánicas de fin de siglo en el contexto europeo”26, afirma que tal libro “abarca también la caracterización del ‘modernismo’ o de la ‘modernidad’, con la que hoy se trata de dilucidar la compleja literatura europea de fin de siglo, de la cual forman parte las letras hispanas de esos dos o tres decenios”27. e Iván A. Schulman, quien tituló significativa-mente su ponencia “Modernismo/modernidad: metamorfosis de un concepto”, añade: “el modernismo, pese a los enfoques exclu-sivamente historicistas, es un fenómeno sociocultural multifacé-

23. Ibidem, p. 313. 24. Ibidem, p. 5.25. Ibidem.26. Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo, Barcelona, Montesinos, 1983, p. 7.27. Ibidem, p. 8.

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tico, cuya cronología rebasa los límites de su vida creadora más intensa, fundiéndose con la modernidad en un acto simbiótico y a la vez metamórfico”28. Sin restarle su valor a esos y a otros apor-tes, creo que podemos reconocer que en lo tocante a Darío quien más se ha ocupado del asunto es Ángel Rama, cuya ausencia la-mentable deploramos todos, en una serie de asedios29.

Si los criterios de Federico de Onís y de Max Henríquez Ure-ña de cierta manera nos dejan en un instante previo a la conside-ración reciente de los conceptos en cuestión, no ocurre igual con los criterios de Gutiérrez Girardot, Schulman y Rama, quienes, no siempre de modo coincidente, nos remiten a una discusión actual. el meollo de esa discusión implica distinguir lo que es propio del modernismo y lo que es propio de la modernidad, y llegar a nociones claras sobre ellos. a este respecto me parecen acertadas varias ideas de Rama. por ejemplo, cuando postula: “el modernismo (...) es (...) el conjunto de formas literarias que tra-ducen las diferentes maneras de la incorporación de la américa

28. I.A. Schulman, “Modernismo/modernidad...”, Nuevos asedios..., op. cit., p. 11.29. Cf. Á. Rama, “Las opciones de Rubén Darío”, Casa de las Américas (la ha-bana), No 42 (mayo-junio de 1967); Rubén Darío y..., op. cit.; “Sueños, espíritus, ideología y arte. Del diálogo modernista con europa”, prólogo a Rubén Darío, El mundo de los sueños; ed., prólogo y notas de Ángel Rama, San Juan, editorial Universitaria, 1973; prólogo a Rubén Darío, Poesía, ernesto Mejía Sánchez; editor. cronología de Julio Valle-castillo, caracas, biblioteca ayacucho, 1977 (el prólogo de Rama, ampliado y con el título “el poeta frente a la modernidad”, fue recogido en su libro Literatura y clase social, México, 1984; Las máscaras democráticas del modernismo, Montevideo, Fundación Internacional Ángel Ra-ma, 1985. el tema también interesó a Rama en relación con Martí, como se ve en sus trabajos “la dialéctica de la Modernidad en José Martí”, Varios, Estudios martianos (...), San Juan, 1974; “Indagación de la ideología en la poesía. (Los dípticos seriados de Versos sencillos)”, Revista Iberoamericana (pittsburgh), No 112-113 (julio-diciembre de 1980); “Martí en el eje de la modernización poé-tica: Whitman, Lautreamont, Rimbaud”, Nueva Revista de Filología Hispánica (México), No 1, t. XXXII (1983).

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latina a la modernidad, concepción sociocultural generada por la civilización industrial de la burguesía del XIX, a la que fue asociada rápida y violentamente nuestra América en el último tercio del siglo pasado, por la expansión económica y política de los imperios europeos a la que se suman los estados unidos”30.

o cuando, pasando de la modernidad a la modernización, que hace posible aquella, dice:

la modernización, como nunca debemos olvidarlo, no nace de una autónoma evolución interna sino de un reclamo externo, siendo por lo tanto un ejemplo de contacto de civilizaciones de distinto nivel, lo que es la norma del funcionamiento del continente desde la con-quista. Si bien fue un largo reclamo de las culturas latinoamericanas (la capital obra de Sarmiento) sólo comenzó a ser realidad cuando las demandas económicas de las metrópolis externas se intensifican tras la Guerra de Secesión en estados Unidos y la franco-prusiana en europa. las apetencias internas y externas se conjugaron óp-timamente en ese momento, aunque las segundas dispusieron de una potencialidad incomparablemente mayor que las primeras, las que a veces se confundían con una simple y quejosa reclamación de ese “orden y progreso” que concluiría siendo la divisa positiva del período.31

De acuerdo con lo anterior, lo que se ha dado en llamar mo-dernidad en relación con nuestra américa es el resultado de un proceso de modernización del capitalismo dependiente en la zona. o, como dije hace doce años, “la modernidad a la cual se abría entonces nuestra américa era una dolorosa realidad: entre (...) (1880 y 1920) nuestros países son uncidos, como meras tie-

30. Á. Rama, “La dialéctica…”, op. cit., p. 129.31. Idem, Las máscaras..., op. cit., p. 32.

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rras de explotación, al mercado del capitalismo monopolista”32. por supuesto, no se trató ni remotamente de un caso único, sino de un fenómeno planetario: entonces estaba en trance de ocurrir el paso del capitalismo a su etapa imperialista. como ha escrito Gutiérrez Girardot, nuestras

“especificidades” que hasta ahora se han considerado como el úni-co factor dominante deben ser colocadas en el contexto histórico general de la expansión del capitalismo y de la sociedad burguesa, de la compleja red de “dependencias” entre los centros metropolita-nos, sus regiones provinciales y los países llamados periféricos. la comparación entre las literaturas de los países metropolitanos y los países periféricos resultará provechosa sólo si se tienen en cuenta sus contextos sociales. De otro modo, las literaturas de los países periféricos seguirán apareciendo como literaturas “dependientes”, miméticas, es decir, incapaces de un proceso de definición y de for-mación original, incapaces de ser, simplemente, literatura, expresión propia. Ésta, por lo demás, sólo puede perfilarse en una relación de contraste y asimilación con las literaturas o expresiones extrañas. y, a su vez, este contraste y asimilación sólo son posibles cuando las situaciones sociales son semejantes.33

los nuestros se hallan, desde luego, entre esos “países llama-dos periféricos”. pero tal carácter, ostensible en lo económico y en lo político, al margen de los muchos matices que presenta de un país a otro y de un momento a otro, en forma alguna puede ser trasladado de modo mecánico a nuestra literatura, a nuestras

32. R. Fernández Retamar, “la contribución de las literaturas de la américa latina a la literatura universal en el siglo XX”, Para una teoría de la literatura hispanoamericana, 2a ed., Bogotá, 1976, p. 161. Se recoge en este libro con el título “para el perfil definitivo del hombre”.33. R. Gutiérrez Girardot, op. cit., p. 25.

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artes, a nuestro pensamiento: es sabido que parte de ellos tiene jerarquía mayor. Como lo sintetizó pacheco, “nuestras sociedades fracasaron, nuestros poetas no”34.

Cuando pacheco afirma que “nuestras sociedades fracasa-ron”, entiendo que se refiere al fracaso de esa modernización que “no nace de una autónoma evolución interna sino de un reclamo externo”, según palabras de Rama, y, como se ha visto a lo largo de más de un siglo, no ha conducido a ninguno de nuestros países a un desarrollo capitalista. Si bien en grados distintos, todos ellos, con rara excepción, conservan nexos de dependencia económica y política, y esas aberraciones estructurales que aunque desagrade la palabra (a mí también me desagrada) no hay más remedio que considerar características del subdesarrollo. a algunos les choca este término venido de fuera, como si no nos hubieran sido im-puestas también denominaciones desde la propia de “américa”. pero aquellos rasgos deformantes no tienen por qué traducirse de manera automática en la producción artística de nuestros pue-blos, la cual, además de las razones aducidas por Gutiérrez Gi-rardot, suele disfrutar de un margen de autonomía que en nuestro caso dará ejemplos sobrados. la acogida internacional que hace unas décadas recibió al fin nuestra literatura (en especial nuestra narrativa) supuso sólo una prueba de ello. y hay que decir que, paradójicamente, tal cosa ha sido estimulada por esa misma mo-dernización que en lo estructural ha fracasado. Nuestra literatura, impulsada por un afán de actualización y renovación a la vez que deseosa de mostrar nuestro rostro auténtico (no tipicista), alcanzó audiencia mundial. y es innegable que el modernismo fue la en-carnación literaria de la entrada de nuestra américa en esa moder-nidad inevitablemente traumática.

34. J.e. pacheco, “prólogo”, op. cit., p. 1.

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la forma como el estremecimiento fue sentido por nuestros mejores espíritus de entonces recorrió el conjunto de sus obras, y alcanzó desde los primeros momentos una formulación ya clá-sica en el texto de José Martí “el Poema del Niágara” (1882), con un fragmento del cual Ricardo Gullón inició la sección “Ma-nifiestos modernistas” de su antología El modernismo visto por los modernistas35. el tema, característico de la modernidad, de la “muerte de Dios” o la “secularización”, para Gutiérrez Girar-dot “José Martí lo formuló no en su forma manifiesta, sino en su resultado”36; en aquel texto, el cual para Garfield y Schulman es “una especie de manifiesto sobre la emergente modernidad ame-ricana”37, y aún más, “el ensayo-manifiesto de la modernidad”38, con lo que coincide Rama al llamarlo “texto que puede ser consi-derado el Manifiesto de la modernidad en Hispanoamérica”39. Sin embargo, no es posible olvidar el carácter atípico de Martí entre los modernistas, no obstante las muchas afinidades que conserva con ellos, él no es fundamentalmente una criatura de letras, es un hombre entregado a la redención de los hombres, y en vías de constante radicalización política. por lo pronto, “el Poema del Niágara”, que tanto dice sobre el sacudimiento sufrido por los modernistas en su existencia, en sus creencias, en su expresión, ante el cataclismo que implicaba la modernización que empeza-ban a vivir, es también para Martí ocasión de hablar de

35. El modernismo visto por los modernistas, introducción y selección de Ricardo Gullón, Barcelona, Guadarrama, 1980.36. R. Gutiérrez Girardot, op. cit., p. 76. en la página 144 se llama a dicho texto de Martí “denso prólogo al poema ‘Al Niágara’”.37. e. picón Garfield e I.A. Schulman, Ensayos sobre..., op. cit., p. 56.38. Ibidem, p. 80.39. Á. Rama, Las máscaras..., op. cit., p. 25.

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esta época de elaboración y transformación espléndidas (...) época en que las colinas se están encimando a las montañas; en que las cumbres se van deshaciendo en llanuras; época ya cercana de la otra en que todas las llanuras serán cumbres. (...) Asístese como a una descentralización de la inteligencia. (...) el genio va pasando de individual a colectivo. el hombre pierde en beneficio de los hom-bres. Se diluyen, se expanden las cualidades de los privilegiados a la masa; lo que no placerá a los privilegiados de alma baja, pero sí a los de corazón gallardo y generoso (...).40

es difícil no reconocer que la modernidad a que remite aquí Martí no es la misma que la que produciría la modernización capitalista exógena.

para regresar a Rubén Darío, cuya obra es, después de todo, lo que da sentido a nuestra presencia en esta reunión, recordemos dos aspectos de esa obra que fueron percibidos tempranamente y que iban a conocer destinos bien distintos tanto en los poetas como en los lectores de generaciones más jóvenes que la suya, los cuales, serían al cabo, según ocurre siempre, quienes garantiza-rían la pervivencia (o no) de su obra.

el mismo año 1905 en que apareció Cantos de vida y espe‑ranza, pedro Henríquez Ureña le dedicó un admirable estudio. allí aseguró que “las historias futuras consagrarán a Rubén Da-río como el Sumo Artífice de la versificación castellana: si no el que mejor ha dominado ciertos metros típicos de la lengua, sí el que mayor variedad de metros ha dominado”41. como si se tratara de un contrapunto a esta opinión, escribió más de sesenta años después José Lezama Lima a propósito de Darío: “Su pro-

40. J. Martí, “el Poema del Niágara” [1882], Obras..., op. cit., t. Vii, pp. 224 y 228.41. p. Henríquez Ureña, op. cit., p. 96.

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digioso dominio de la métrica ha dejado de interesarnos, pues el verso libre de las teogonías, de las profecías y de las grandes lamentaciones se ha impuesto totalmente”42. aunque con otras formulaciones, son muchos los que han comprobado que el verso castellano, muerto Darío, tomaría otros rumbos, señaladamente el del versolibrismo aportado sobre todo por la generación van-guardista.

pero también en aquel trabajo de 1905 señaló pedro Henrí-quez ureña: “contra lo que generalmente piensan los que con-funden la sencillez con la vulgaridad, la revolución modernista, al derribar el pesado andamiaje de la ya exhausta retórica román-tica, impuso un modo de expresión natural y justa, que en los mejores maestros es flexible y diáfana, enemiga de las licencias consagradas y de las imágenes clichés”43.

por su parte, Baldomero Sanín Cano escribió: “en lo exterior de las formas el cambio se hizo visible rápidamente: consistía en introducir en la poesía los modos corrientes del decir, las expre-siones y fórmulas usuales en la conversación ordinaria, leemos en Rubén Darío:

Que se humedezca el áspero hocico de la fieraDe amor, si pasa por allí.

La última frase era inaceptable para los poetas anteriores al período de que se habla. Nadie se había atrevido antes de Rubén Darío a decir en verso:

42. José lezama lima, “Rubén Darío”, L/L Boletín del Instituto de Literatura y Lingüística (La Habana), año 1, No 2, (abril-diciembre de 1967), p. 79. Se recogió en su libro póstumo Imagen y posibilidad, selección, prólogo y notas de ciro Bianchi Ross, La Habana, Letras Cubanas, 1981.43. p. Henríquez Ureña, op. cit., pp. 100-101.

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los estados unidos son potentes y grandes [...]en el concepto la transformación siguió el mismo sendero con la preocupación de acercarse al modo de pensamiento de las gentes. la pompa imaginativa, la mera riqueza verbal, las exageraciones del romanticismo, las crudezas estudiadas de las escuelas naturalistas quedaron excluidas de la nueva poesía americana. los poetas de que hemos hecho mención tenían el empeño, como sus maestros griegos del siglo ii, de poner la poesía, por la forma y por el concepto, dentro del círculo de conocimientos del pueblo y en su natural lenguaje.44

No sería pues por las hazañas versales que tanta fama le die-ron en vida por lo que Darío sería acogido por los poetas y lecto-res posteriores a él, por lo que se le iba a reconocer la pervivencia de su condición de moderno. pero sí por haber aportado “un modo de expresión natural y justa”. Mientras lo que parecía más visible en su momento (los versos insólitos o reconquistados, los alejan-drinos con hemistiquios sorprendentes...) reveló ser, al cabo, no el inicio sino el fin de una época, en cambio el haber hecho entrar “los modos corrientes del decir”, “el modo de pensamiento de las gentes” lo abrió hacia un mañana que no ha concluido.

una forma atractiva de subrayar lo que llamó la modernidad de Darío la ensayó Saúl yurkievich en su chispeante Celebra‑ción del modernismo45, al proponer una lectura de Darío desde la perspectiva de la vanguardia, considerándolo iniciador de hui-dobro y Vallejo, quienes empiezan su obra donde la dejó Darío: lo cual, por cierto, trae de inmediato al recuerdo cómo ambos lo

44. Baldomero Sanín Cano, “el modernismo”, Escritos, selección y prólogo de J.G. Cobo Borda, Bogotá, Instituto Colombiano de Literatura, Subdirección de comunicaciones culturales, 1977, pp. 423-424.45. Saúl yurkievich, Celebración del modernismo, barcelona, tusquets, 1976, passim.

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evocaron en los años ígneos de la vanguardia. escribió entonces huidobro:

estos señores que se creen representar la españa moderna han to-mado moda de reírse de Rubén Darío, como si en castellano desde Góngora hasta nosotros hubiera otro poeta fuera de Rubén Darío. // los que conocemos las bases del arte y de la poesía modernos, los que podemos contarnos entre sus engendradores, como picasso, Juan Gris, yo, Gargallo (hablo de los que pueden leer a Darío en su lengua), sabemos lo que significa el poeta y por eso hablamos de él en otra forma. Los falsos modernos lo denigran. // pero Rubén, puedes dormir tranquilo; cuando todos ellos hayan desaparecido aún tu nombre seguirá escrito entre dos estrellas.46

y en un violento texto coetáneo, añadió Vallejo: “De la ge-neración que nos precede no tenemos (...) nada que aprender. ella es un fracaso para nosotros y para todos los tiempos. (...) Rubén Darío elevará su gran voz inmortal desde la orilla opuesta y de esta otra, la juventud sabrá lo que ha de responder”47.

Volviendo a yurkievich, no voy a detenerme en los pocos puntos que no comparto con él, sino que voy a glosar, abreviando, muchos enfoques suyos con los que tengo la alegría de coincidir. para Saúl, Darío practica un auténtico cosmopolitismo (entonces la palabra no había sido aún satanizada) que lo lleva a importar el maquinismo, la modernolatría futurista, el turismo, el dandismo; a exaltar la velocidad y la simultaneidad; a producir una literatura

46. Vicente huidobro, Vientos contrarios [1926], Obras completas, prólogo de Braulio Arenas, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1964, t. I, p. 728.47. césar Vallejo, “estado de la literatura española” [1926], Desde Europa. Cróni‑cas y artículos (1923‑1938), recopilación, prólogo, notas y documentación por Jorge puccinelli, Lima, Fuente de Cultura peruana, 1987, p. 140. Vallejo se había referido a Darío en su poema “Retablo”, de Los heraldos negros [1918/1919], donde habla de “su lira enlutada” y lo llama “Darío de las américas celestes”.

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de viajero mundano y políglota; pero a la vez reafirma los valores hispánicos y latinos contra las agresiones económicas y militares de los estados unidos. en 1904, en un momento de apogeo del capitalismo occidental (apogeo traducido para los capitalistas en prosperidad, confort, sentimientos de seguridad, un mundo abier-to donde circulan libremente hombres, mercancías, capitales, ideas), Darío augura “zodíacos funestos”. Conjetura yurkievich: “Quizá en sus pronósticos Darío está sobre todo influido por su perspectiva de hispanoamericano, después de la derrota de espa-ña, y las intervenciones estadounidenses, sobre todo la de pana-má, de 1903”. aquí se impone, alejándonos de nuevo un momento de yurkievich, subrayar la condición de meteco que le revela a Darío su larga estadía europea a partir de 1898, como ha señala-do con acierto Rama en su prólogo a El mundo de los sueños48. esa estadía, sobre todo el impacto con el parís real (ese que al fin se rehusó a visitar Julián del Casal), resquebraja en él la visión idealizada que de la modernidad europea, en particular francesa, tenía desde la América Latina. Sin que ese resquebrajamiento lle-gue a desempeñar el mismo papel que el que experimentará Martí en Nueva york, es decisivo para el giro que conocerán su vida y su obra en sus últimos años.

Sin embargo, a Darío le atrae la vida urbana y multitudinaria, y la exalta en su Canto a la Argentina, donde elogia el triunfo de la oligarquía liberal en aquel país, pero “la alabanza que Darío hace de la vida urbana no es candorosa ni unilateralmente lauda-toria”: en “La gran cosmópolis”, referida a Nueva york, ve “opre-sión, inhumano amontonamiento, miseria y dolor”.

en la poesía de Darío ya están presentes el ilogicismo, el des-mantelamiento en la cohesión, lo inconciente y lo anormal, la ten-

48. Á. Rama, “Sueños, espíritus…”, op. cit., pp. 31-54.

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sión, propios de la poesía moderna; la ampliación de lo decible, una abolición de las censuras morales que prepara el terreno a la desenvoltura expresiva de Vallejo y Neruda. Hay en su poesía hu-mor, prosaísmo, y esa marca inconfundible de la poesía moderna, la voluntad de reflexión teórica sobre la práctica poética incluso en el seno mismo del poema.

Me gustaría mencionar también la voz nocturna de Darío, que se siente resonar en Trilce y Poemas humanos, en las dos primeras Residencia en la tierra, acaso en Altazor, seguramente en los póstumos Últimos poemas de huidobro, en Villaurrutia, en ballagas. y también, más allá de la vanguardia, en el posvan-guardismo y en la poesía que vino después.

Ahora quiero recordar a mis colegas que hay aún otra moder-nidad en nuestras tierras. No me refiero a ese caballo de batalla que se ha dado en llamar “posmodernismo”, del que tanto se ha hablado en los últimos años, y que en más de una ocasión ha pro-vocado cierta algarabía, a la que entre nosotros se suma el hecho, que ya ha sido señalado (pero no siempre aceptado), de que así como el término inglés modernism no equivale exactamente a nuestro “modernismo”, el término inglés postmodernism tampo-co equivale exactamente al término español “posmodernismo”49.

49. esta divergencia entre idiomas no es baladí. por ejemplo, la lectura de un libro como el de Marshall berman All That is Solid Melts Into Air. The Expe‑rience of Modernity, Nueva york, Simon and Shuster, 1982, con sus fascinantes y polémicas consideraciones sobre la modernidad, a la que le atribuye cerca de quinientos años, la modernización y el modernismo, más una que otra referencia al posmodernismo, no podemos hacerla los hablantes de español sin tomar en cuenta que estos términos ya existían en nuestro idioma con diferentes peripecias semánticas. además de ejemplos citados, recuérdese que en las páginas iniciales de El Espectador, Madrid, 1916, José ortega y Gasset había rechazado con ener-gía al siglo XIX llamándolo “¡el siglo de la modernidad...!”, y proponiendo en lugar de esta lo que llamó no el posmodernismo pero sí el “inmodernismo”. (No había cundido aún la moda de los “pos”, que además en general sería precedida

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De todas formas, al margen de esta cuestión terminológica, lo que desde hace algún tiempo llaman (sobre todo en países no hispá-nicos, pero también en estos) “posmodernismo”, no desborda en rigor la modernidad capitalista, sino en todo caso es una etapa reciente de ella; como observó Fredric Jameson, la suya es “la lógica cultural del capitalismo tardío”50. pero este no es ahora nuestro tema, y de ninguna manera quiero enzarzarme aquí en la discusión a que me arrastraría.

cuando hablo de otra modernidad en nuestra américa (en nuestro Hemisferio), me refiero a que aquí se conoce desde hace cerca de treinta años el proyecto de construir una nueva socie-dad, la cual según creemos debe suceder a la modernidad capi-talista. es obvio que aludo a la Revolución cubana (mero inicio de un proceso que prevemos vasto), la cual tuvo que plantearse obligadamente, entre otros, el problema de qué hacer con nuestro pasado. Nuestro pasado no es sólo el de Cuba, sino el de nuestra américa, e incluso el de toda la historia en que estamos insertos.

por la de los “neo” y la de los “anti”). por su parte, en su Antología de 1934, Federico de onís empleó explícitamente la denominación “posmodernismo” para aplicársela a cierta poesía escrita después del modernismo hispánico (el cual no puede homologarse sin violencia con lo que en inglés, el portugués del brasil o algunas lenguas eslavas se tiene por “modernismo”). Otro sería el sentido con que, a partir de la década del setenta, el vocablo sería empleado por autores como Ihab Hassan, Charles Jencks, Jean-François Lyotard, Jürgen Habermas o Fredric Jameson. Visiblemente, Jencks incurrió en un desenfoque cuando afirmó: “parece que el primero en usar el concepto [sic] fue el escritor español Federico de onís en su Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934) para describir una reacción surgida dentro del modernismo” (C. Jencks, “¿Qué es el posmodernismo?”, Cuadernos del Norte (Oviedo), No 34 (julio-agosto de 1987), p. 2. ¿Debemos corresponder a tal desenfoque aportando otros nuestros?50. Fredric Jameson, “el posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío” [1984], Casa de las Américas (La Habana), No 155-156, marzo-junio de 1986.

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y puesto que hemos venido a hablar de Rubén Darío, voy a aducir el caso concreto ante el que nos ponía su magna obra.

Frente a la torpe tentación de rechazar como negativo el pasado en su conjunto, tentación que a la verdad llegó ya muy destartalada a los años sesenta de este siglo, se levantaban innú-meras advertencias. Recordaré tan sólo dos, harto conocidas: la observación de Marx según la cual “la dificultad no consiste en comprender que el arte griego y la epopeya están ligados a ciertas formas del desarrollo social. La dificultad consiste en compren-der que puedan aún proporcionarnos goces artísticos”51; y la de lenin de que “la cultura proletaria tiene que ser el desarrollo ló-gico del acervo de conocimientos conquistados por la humanidad (...) Todos esos caminos y senderos han conducido y continúan conduciendo hacia la cultura proletaria”52.

pero para quienes amábamos y amamos entrañablemente la obra de Darío, esa obra parecía presentar en cuba un desafío par-ticular. Voy a remitirme al año 1966, en que nos encontrábamos en vísperas del centenario del nacimiento del autor de Azul..., y a una institución en concreto. ¿Qué iba a hacer la Casa de las Amé-ricas, si es que iba a hacer algo, en relación con ese centenario? por un lado, estaban advertencias como las citadas. por otro, un crítico eminente de nuestra tierra, seguidor firme y apasionado de los autores de aquellas citas, y criatura de constante nobleza, Juan Marinello, había emitido unos años antes juicios singular-mente duros sobre el nicaragüense y sobre el movimiento que él encabezara. A la sazón, Marinello no había dado a conocer aún

51. Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política (Borrador) 1857‑1858, pedro Scaron; trad., 9a ed., México, Siglo XXI editores, 1977, v. 1, p. 32.52. Vladimir ilich lenin, “la cultura proletaria”, La literatura y el arte, la Habana, edit. Arte y Sociedad, 1974, p. 186.

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las páginas admirables que al año siguiente ofrecería en home-naje a Rubén. lo que sí teníamos entonces ante los ojos eran ob-servaciones como las siguientes: “el movimiento capitaneado por Rubén Darío fue un fenómeno americano, aunque no en servicio de nuestros pueblos (...) (Darío) fue el vehículo deslumbrante de una evasión repudiable, el brillante minero de una grieta desnu-tridora”53. y también: “el modernismo (...) no es una liberación, sino un cambio de gobierno”54.

además, entonces faltaban todavía trece años para el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua, la cual, al reclamar como su figura intelectual mayor a Rubén Darío, echaría una luz esencial sobre la cuestión. así pues, debíamos pronunciarnos con respecto a Darío en su centenario, e inevitablemente tal pronun-ciamiento implicaría una toma de posición del socialismo lati-noamericano en relación con quien había fundado la poesía mo-derna en nuestro continente, e incluso en nuestro idioma, pero era tenido por muchos como hombre desasido, descastado, entre nefelibata y cisneador.

No me queda más remedio que volver sobre la Casa de las américas y evocar a la excepcional mujer que aquella tuvo a su frente desde su fundación: Haydée Santamaría. en cierta forma, puesto que la Casa de las Américas no se ocupaba (ni se ocupa) sólo de la contemporaneidad inmediata, sino también del pasado cultural de nuestra américa, cuestiones similares se nos habían planteado en muchas ocasiones, y habían encontrado siempre la comprensión y la audacia de haydée. este caso no fue la ex-

53. Juan Marinello, “Sobre el modernismo. polémica y definición” [1955], Dieciocho ensayos martianos, prólogo de R. Fernández Retamar, la habana, editora política, 1980, p. 155.54. Idem, José Martí escritor americano. Martí y el Modernismo, México, Grijalbo, 1958, p. 65.

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cepción. Después de conversar con ella sobre el tema, se acor-dó que la casa de las américas convocara a un “encuentro con Rubén Darío”, a propósito de su siglo, para “rendir un homenaje vivo a quien abrió nuevos caminos a la poesía de lengua española y significó uno de los instantes más altos de universalización de nuestra cultura”, como decía la carta de invitación. tal “homenaje vivo” consistió en trabajos y comentarios sobre el autor de Cantos de vida y esperanza, por una parte; y, por otra, en la lectura de poemas por sus mismos autores. en el número en que la revista Casa de las Américas recogió los materiales de dicho encuentro, esos materiales fueron precedidos de un editorial en el que se decían algunas de las palabras anteriores, y también estas: “Se ha dicho con justicia que en los últimos años la narrativa de nuestro continente ha alcanzado jerarquía universal (...) Conviene recor-dar que un fenómeno así había empezado a ocurrir para nuestra poesía desde finales del siglo XIX, y que a ello no es ajena la obra mayor de Rubén Darío”. y más adelante:

Aunque es materialmente imposible recoger en un número de revista el caudal de lecturas y discusiones de aquellos días memorables [entre el 16 y el 22 de enero de 1967], ofrecemos al menos una se-lección de trabajos y poemas. unos y otros, sea cual fuere la forma de su acercamiento, son testimonios de la importancia que reviste para nosotros Rubén Darío, y de nuestra voluntad –la voluntad de la revolución latinoamericana– de proclamarnos herederos de nuestra tradición toda, que en Darío tiene uno de sus momentos más altos y complejos.55

por supuesto, proclamarnos herederos de nuestra tradición toda no podía significar mantener frente a ella una postura acrí-

55. Casa de las Américas (La Habana), No 42, op. cit., pp. 2-3.

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tica. pensábamos en aquella zona suya que es irrenunciable, puesto que contribuye a formar el presente y se proyecta hacia el porvenir. esa es la zona de la tradición a la que, con ardor que sorprendió a los iconoclastas de la vanguardia rusa, defendió lenin durante sus luminosos y difíciles años de gobernante. en consecuencia con esa conducta, que coincide con la mantenida en este orden por la Revolución cubana, era impensable que arrojá-ramos por la ventana a nuestro “padre y maestro mágico”, aunque comprendiéramos las razones coyunturales que habían llevado a Marinello a sus tajantes planteos.

cuál no sería pues nuestra satisfacción al saber que el 6 de marzo de ese año 1967, Juan Marinello diría en homenaje rendido en parís a Rubén: “Hace cosa de diez años escribí un libro vo-luminoso sobre las relaciones de José Martí con el modernismo. por fuerza, se alude allí continuamente a lo esencial en la obra de Rubén Darío, cosa inevitable porque no hay caso en que la personalidad del caudillo y la naturaleza del movimiento que co-manda se identifiquen tan entrañadamente. Si escribiera de nuevo aquel libro mío (...) no reproduciría exactamente cuanto allí con-signé”56.

y aunque después ratifica su criterio de que Martí no es mo-dernista, lo llama “la figura magistral de un hecho de distinta naturaleza y mayor alcance, en que el Modernismo queda inser-to”57, y habla “del más importante período de la literatura lati-noamericana, el que arranca de los años ochenta del siglo pasado y llega hasta los veinte de la presente centuria (...) nuestra edad de Oro (...) Llamémosla modernidad, o universalidad, o toma de

56. J. Marinello, “Rubén Darío: meditación de centenario”, L/L Boletín del…, op. cit., p. 17. Marinello recogió este trabajo en su libro Creación y revolución, La Habana, ediciones UNeAC, 1973.57. Ibidem, pp. 17-18.

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conciencia o de otro modo cualquiera”58, para añadir: “Nadie dis-cutirá que dentro de esa edad de oro de la literatura continental aparece Rubén Darío, “el de las piedras preciosas”, como el poeta de más estatura”59.

Después de todo, Darío no hacía sino agudizar (lo que siem-pre es bueno) el desafío que implica una lectura socialista de la cultura de nuestra américa, lectura que ni supone la mansa acep-tación del canon forjado por otra perspectiva, ni tampoco la ta-bla rasa o sectaria. cuando en 1971, en un ensayo obligadamente discutidor, hablé de algunos grandes nombres y momentos de lo que allí llamé la cultura de caliban, Rubén Darío no podía estar ausente, y a sabiendas de que no faltarían quienes iban a recor-darme las patéticas “manos de marqués” que proclamó en su ju-ventud mi amado maestro nicaragüense, añadí a la mención de su nombre: “(sí: a pesar de todo)”60.

por otra parte, la Revolución Cubana cuenta con un hecho tan infrecuente como enriquecedor: desde su alborada en julio de 1953 ha señalado, y no se ha desmentido nunca, como su autor intelectual a José Martí. y José Martí, aquel redentor de hombres, no fue socialista, y mucho menos marxista-leninista. lo que no ha impedido a Fidel castro escribir, no en 1953 sino hace pocos años: “Martí es y será guía eterno de nuestro pueblo. Su legado no caducará. en la medida que avanzamos hacia el porvenir se agranda la fuerza inspiradora de su espíritu revolucionario, de

58. Ibidem, p. 18.59. Ibidem, p. 20. Me ocupé de la evolución de Marinello sobre esta cuestión en “Martí en Marinello”, R. Fernández Retamar, “prólogo”, Dieciocho ensayos..., op. cit., pp. 27-36 (“el caso del modernismo”).60. R. Fernández Retamar, “caliban”, Casa de las Américas (La Habana), No 68 (septiembre-octubre de 1971), p. 132. Se recoge en este libro. Aunque en numerosas ediciones del ensayo conservé esas palabras, decidí al cabo prescindir de ellas.

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sus sentimientos de solidaridad hacia los demás pueblos, de sus principios morales profundamente humanos y justicieros”61. este hecho fundamental supone la necesidad para la Revolución cuba-na de asimilar incluso en lo estrictamente político esenciales lec-ciones no socialistas. también es verdad que la modernidad que Martí quiso para su pueblo –para sus pueblos– no fue, como ya dije, la modernidad capitalista. Radicado desde 1880, durante los tres últimos lustros de su vida, en Nueva york, donde llegó a tener un conocimiento profundo de la realidad de los estados unidos (cuyos aspectos positivos, en especial relativos a sus trabajadores, a sus grandes hombres y mujeres, no vaciló en proclamar), vio cada vez con más intensidad y alarma, sobre todo a partir de fina-les de la década del ochenta, que aquella realidad que tan injusta y amenazante se le revelaba no era la que deseaba para su amé-rica. Si no concibió para esta un proyecto socialista, muchísimo menos concibió un proyecto capitalista. por el contrario, sobre todo en su madurez, se opuso a la modernidad capitalista, y dejó abiertos, esbozados, diseños de desafiante utopismo que décadas más tarde alimentarían proyectos, ellos sí, socialistas.

teniendo en cuenta en especial su labor literaria, Rubén Darío llamó a Martí “maestro”62 y, según contó el propio Darío, Martí, quien no ignoraba su obra, lo llamó, la única vez que se vieron, “¡hijo!”63. a este hijo y discípulo de Martí, y maestro a su vez de nosotros, no podemos sino considerarlo parte irrenuncia-ble de nuestra herencia.

61. Fidel castro Ruz, “unas palabras a modo de introducción”, José Martí, Obras completas. Edición crítica, preparada por el centro de estudios Mar-tianos, al cuidado de un equipo dirigido por Cintio Vitier, La Habana, 1983, v. 1, pp. 7 y 8.62. Cf. Rubén Darío, “José Martí” [1895], Los raros [1896]. 63. cf. La vida de Rubén Darío escrita por él mismo, barcelona, s.f., p. 143. entre 1888 (el año de Azul...) y 1893 (el año de su encuentro con Martí), Darío

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Nunca se insistirá bastante en que no se trata de sostener el dislate de que Darío fuera socialista, sino de comprender que ha sido asumido desde la perspectiva de otra modernidad. tal hecho se hizo patente en el propio encuentro de enero de 1967, cuando el mismo día en que conmemoramos el centenario del autor de Azul..., el gran poeta mexicano Carlos pellicer, quien tenía entre los presentes la mayor autoridad para tomar la palabra en ese día luminoso, dijo:

Darío fue y será siempre voz de América (...) y el encuentro con tan gran poeta, su encuentro total no podía ser en la Nicaragua donde el asesinato de Sandino es la negra condecoración que los delfines heredaron –esos que son los detentadores del poder político en la ahora tan desdichada Nicaragua (...). es aquí, sin duda alguna, en cuba, ejemplo para todos nuestros pueblos, donde la gente ha comenzado ya a vivir de otro modo, dentro de la práctica inicial del socialismo, donde escuchamos –aquí sí– todo el aliento y toda

colaboró quince veces en La Revista Ilustrada de Nueva York, donde en el primer número de 1891 Martí dio a conocer nada menos que “Nuestra América”, y luego tres colaboraciones personales más (entre ellas, “la conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”) y una traducción. en el número 10 de ese año 1891 Darío publicó su texto “La risa (a José Martí)”, y en 1889 y 1892 aparecieron en sus páginas sendos artículos laudatorios sobre el nicaragüense. cf. La Revista Ilustrada de Nueva York. History, Anthology, and Index of Literary Selections, por Vernon A. Chamberlin e Iván A. Schulman, Columbia, Missouri, University of Missouri press, 1976, pp. 17-18 y 49-53, tocantes a Darío, y 24-25, relati-vas a Martí. Aun si no existieran otras indicaciones bibliográficas, las citadas prueban que Martí, al menos gracias a aquella revista que en la ciudad donde él vivía contribuyó con altura a difundir la cultura hispanoamericana (y donde también colaboraron modernistas como Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, Baldomero Sanín Cano), sabía de la obra de Darío cuando en 1893, teniendo aquel cuarenta años y este veintiséis, se encontraron personalmente.

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la fuerza de la voz de Rubén Darío, en toda su plenitud humana, positiva (...).64

la asunción de Darío –y de lo mejor del modernismo– por la modernidad socialista contaba, por otra parte, con antecedentes decisivos. Me limitaré a mencionar el alto aprecio que dos gran-des poetas hispanoamericanos que devendrían comunistas, césar Vallejo y pablo Neruda, tuvieron siempre por Darío, aprecio que no alteraron en absoluto al producirse el cambio político en sus vidas65.

Rubén ha tenido menos suerte con algunos críticos y profe-sores de filiación marxista. pero en casos así he solido preferir la opinión de los grandes poetas a la de los comentaristas de los poetas. por eso voy a concluir con la cita de otro gran poeta, cercano a pellicer en cuanto a sus creencias políticas y religiosas, cintio Vitier, quien en 1967 dijo a propósito de Darío:

cualesquiera que hayan sido sus flaquezas personales y las oscila-ciones de su mensaje político circunstancial (y fueron muchas), la obra creadora de Darío pertenece en esencia a la vocación revolu-cionaria de “nuestra américa”, y sólo vista así adquiere su verdadero sentido. el galicismo mental que le señaló Valera, el amoralismo esteticista que otros después le han reprochado, la volubilidad incluso de sus temas y actitudes, nada pudieron contra el impulso central de su palabra, que tuvo energías matinales para abrir en el

64. Carlos pellicer, “en el centenario de Rubén Darío”, Casa de las Américas, op. cit., p. 16.65. Sobre Vallejo, cf. Desde Europa, Crónicas…, op. cit. Neruda pronunció en buenos aires, en 1932, al alimón con Federico García lorca, un discurso donde rindieron bello homenaje a Darío. y en 1967 –el año del centenario de Darío–, en su libro La barcarola, Neruda le consagró su poema “R.D.”. en todas las ocasiones, al igual que Vallejo, se refirió con invariable admiración al autor de Azul...

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verso un espacio únicamente comparable al que en la prosa abrió Martí. ese doble espacio unido, lleno por vez primera en nuestra historia con un tiempo vivaz, contemporáneo, ecuménico, ganoso de futuro, es el arco inaugural de una literatura latinoamericana con raíces propias.66

66. Cintio Vitier, “en la mina martiana”, prólogo al libro de Iván A. Schulman y Manuel pedro González, Martí, Darío y el modernismo, Madrid, Gredos, 1969, pp. 12 y 13. Como se ha insistido mucho (demasiado) en que Manuel pedro se obstinó en contraponer a Martí y Darío, es de elemental justicia recordar juicios suyos como este tan cercano en su apreciación literaria al que iba a emitir Vitier: “Rubén Darío fue el indiscutible renovador de la expresión en verso. Rubén realizó en este campo una transformación tan honda y trascendente como la que mucho antes había operado Martí en la prosa. Son dos genios literarios que lejos de oponerse se complementan. el uno prolonga al otro y completa su obra. Recuérdese el vocativo con que Martí saludó a Darío al abrazarlo en 1893: “Hijo”. M. p. González, “evolución de la estimativa martiana”, Antología crítica de José Martí, recopilación, introducción y notas de M.p. González, México, cultura, 1960, p. XXIX. el texto de González se incluyó en el libro prologado por Vitier.

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La PoEsÍa Es Un REIno aUTÓnoMo1

V.R.N.: —pARA MUCHOS de sus creadores, la poesía es algo que no se aprende. ¿Qué opinas tú?

R.F.R.: —algo similar puede decirse de muchísimas otras cosas, por ejemplo de “hacer el amor”, esa expresión tan gra-ciosa, pues nadie sabe qué quiere decir “hacer” el amor (el amor, ¿se hace?), aunque todo el mundo entiende a qué se refiere de manera indirecta. ¿Se aprende a hacer el amor? Bueno, no existe una escuela para hacerlo; y si existiera, ¿quién se matricularía en ella? tampoco existe una escuela para aprender a hacer poesía; y si existiera, ¿quién se matricularía en ella? la primera vez que uno hace el amor, no lo hace tan bien como otras veces, uno se va enriqueciendo en la realización de ese acto esplén-dido, tan parecido a la audacia que es intentar escribir un poema. No hay una escuela, aunque de la lectura de las obras de otros poetas y de la experiencia propia se deri-va algo que podría llamarse el aprendizaje de la poesía. pero así como cada amor es en cierto sentido el primer amor, cada poema es el primer poema. o dicho de otra manera: se requiere de un aprendizaje constante.

1. entrevista realizada por Víctor Rodríguez Núñez, que apareció en La Gaceta de Cuba, (La Habana), (marzo-abril de 1993).

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V.R.N.: —La poesía, ¿un género de juventud?R.F.R.: —hay poetas, como el argentino enrique banchs, que

escribieron sus textos esenciales a los veinte años. pero hay poetas que siguieron produciendo hasta la más avan-zada edad. y no sólo poetas, sino también artistas muy variados, como los pintores Tiziano o picasso, a quienes sólo la muerte pudo detenerlos. hay una poesía de la juventud, una poesía de la madurez y una poesía de la vejez. Según mi experiencia, cierta poesía sólo puede hacerse en la juventud, y es probablemente la más lírica. ella se emparenta en esto con otras actividades, como las matemáticas y el ajedrez, que requieren no de la ex-periencia sino de la frescura. un matemático es un gran matemático a los veinticinco años o no lo será nunca. los grandes ajedrecistas fueron niños ajedrecistas. he oído decir que también ocurre con aspectos de la estrategia militar: se tiende a olvidar que muchos de los famosos mariscales de Napoleón eran muchachos veinteañeros. pero a nadie se le ocurre pensar en un historiador o en un filósofo adolescente. Martí decía incluso que la prosa viene con los años. hay actividades intelectuales en que la experiencia debe predominar sobre la frescura. ahora, Goethe fue poeta de la juventud, de la madurez y de la vejez, sólo que su poesía no fue la misma en un caso que en otro. y para no valernos sólo de ejemplos espectacu-lares, y descender a lo único que conozco desde dentro, he escrito poemas –los de Patrias– que sólo podía ha-ber hecho en la adolescencia, poemas –como “el otro”, de mis veintiocho años– que sólo podía haber hecho al inicio de la madurez, y poemas –“¿y Fernández?”– que sólo podía haber hecho cuando ya remontaba el otoño.

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y Hacia la nueva, mi más reciente cuaderno, ¿no es una versión modesta del Arte de ser abuelo?

V.R.N.: —Sé que te sientes parte de una generación literaria con-creta, la primera generación de la Revolución cubana. en ese sentido, ¿es importante tener conciencia?

R.F.R.: —yo diría que es, más que importante, inevitable. bor-ges confesó una vez: olvidadizo de que ya era argentino, me propuse serlo. Se refería a la época en que se dedicó a leer glosarios de argentinismos, pues no se había percata-do de que ser argentino era para él una fatalidad. borges fue un escritor argentino no porque se lo propuso, sino porque no tenía más remedio. Tú y yo somos cubanos, escribamos lo que escribamos y donde lo escribamos. De modo similar, uno pertenece a una generación, quiéralo o no, y eso no tiene mucha relevancia y puede convertir-se en una limitación. Subrayar en exceso la pertenencia a una generación, sobre todo si esta goza de prestigio, puede ser un síntoma de mediocridad. en definitiva, los poetas que nos interesan son los que trasciendieron a su generación, a las escuelas, los movimientos, las tenden-cias. ¿A qué generación pertenecieron petrarca, Que-vedo, Shakespeare, Whitman, Rimbaud? ¿Qué importa que Vallejo perteneciera a una generación: sobre la que dijo cosas muy duras, las más duras que se han dicho so-bre ella? la conciencia de pertenencia a una generación, por otra parte, se tiene mayormente cuando se es muy joven. Max aub decía que entonces sólo existen dos ge-neraciones: la que corta el bacalao y la que sube, con un cuchillo entre los dientes, para decapitar a los que cortan el bacalao. además, lo que se suele llamar generación es, en realidad, un grupo dentro de una generación. yo

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me siento más cerca de ciertos poetas antiguos y no que de muchos de los poetas de mi generación.

V.R.N.: —Muchas veces te han llamado poeta comprometido... ¿te asumes como tal?

R.F.R.: —creo que nunca he empleado para aplicármela la ca-tegoría de poeta comprometido. el término compromiso se puso de moda después de la llamada Segunda Guerra Mundial, a través de Sartre. por cierto, él llegó a afirmar, en ¿Qué es la literatura?, que los poetas no se compro-meten, pues son hombres que se niegan al lenguaje y, por tanto, no tienen posibilidades de comprometerse. el criterio de compromiso me ha parecido siempre dema-siado vago. De lo que se trata, a mi juicio, es de que el poeta, como ser humano, no deserte de los deberes de su circunstancia. pero no veo cómo pueda haber un ser humano sin vínculos, positivos o negativos, con una rea-lidad histórica. cuando Gautier lanzó su teoría del arte por el arte, aquello de que una obra de arte es lo que no sirve para nada, estaba manifestando su repulsa por cier-ta circunstancia que le tocó vivir. yo me siento profun-damente involucrado con la historia de mi país, de este continente, con la historia en general.

V.R.N.: —La relación entre ideología y literatura Vitier la ha ca-lificado de “incestuosa”...

R.F.R.: —Creo que la poesía, en última instancia, tiene un reino autónomo. un reino que no es reductible a otros reinos, ni filosóficos ni religiosos ni políticos. Una obra poética no es necesariamente buena o mala porque comparta o discrepe de ciertos puntos de vista. Se puede leer con satisfacción a los buenos poetas que no comulgan con nuestras ideas religiosas, filosóficas, políticas o depor-

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tivas. ¿hay que ser católico para admirar a Dante, comu-nista para admirar a brecht, monárquico para admirar a Mutis? en lo personal, tengo una concepción trágica de la vida, una concepción moral de la vida, una concep-ción poética de la vida. y tengo un gran respeto por la poesía, a la que considero, como cardoza y aragón, la única prueba concreta de la existencia del hombre.

V.R.N.: —Se suele afirmar que la poesía no tiene hoy la pre-sencia social y la difusión de otras épocas. ¿asientes o disientes?

R.F.R.: —Ni una cosa ni otra. es cierto que, en nuestros días, un mal videoclip tiene millones de espectadores, mientras que un gran poema puede contar con muy pocos lectores. también es cierto que mientras ese poema perdurará en la memoria de sus contados (pero renovados) admirado-res, el videoclip será olvidado por las multitudes en se-tenta y dos horas o incluso antes. por eso tú y yo y otros, que a veces son más de los que se supone, nos seguimos acordando de las obras de homero, esquilo, Garcilaso, San Juan, Baudelaire, eliot, perse. La situación no es la misma si la miramos desde el presentismo, esa perspec-tiva tan desagradable, que desde lo que braudel llamó la larga duración. Desde esta última perspectiva, que es la que me interesa, la poesía puede competir ventajosa-mente –aún en sus formas habituales de presentación– con otras manifestaciones artísticas de enorme impacto social inmediato. además, es conveniente recordar que a una buena parte de la poesía se le suele llamar lírica por-que en la antigüedad se cantaba con la lira, y que desde hace algunas décadas asistimos al auge de la guitárrica. así las cosas, la situación no se ve tan crítica. Marta Val-

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dés, Silvio Rodríguez, pablo Milanés o Carlos Varela, para mencionar sólo trovadores cubanos, no son menos poetas por el hecho de que canten sus poemas en vez de imprimirlos y encuadernarlos. la poesía escrita siempre ha sido sólo una parte pequeña de toda la poesía, la cual sigue teniendo en nuestra época (al menos en nuestra América) considerable presencia. La difusión depende de otros factores a veces muy azarosos. en los años 40 y 50 lezama tenía unas pocas decenas de admiradores, entre los cuales me encontraba yo, y hoy es acaso el poe-ta más leído y estimado en toda Hispanoamérica. Si él reviviera, quizá no llenaría con sus recitales estadios de fútbol, pero hay miles y miles de personas que aprecian en alto grado su “Rapsodia para el mulo” o su “oda a Julián del casal”.

V.R.N.: —en opinión de Ives Bonnefoy, la actual crisis de la poesía se debe, sobre todo, a un “cambio de sensibilidad social”.

R.F.R.: —No es la sensibilidad social en abstracto lo que cam-bia, sino sus portadores: son las personas mismas las que se relevan constantemente. No es que a los jóvenes no les guste la “Sonatina”, de Darío, sino sencillamente que los jóvenes son otros. es decir, que al haber nuevos jóvenes, viene a la vida una nueva sensibilidad social. esta no existe en abstracto, sino que responde a lo que trae consigo cada nueva generación. por ejemplo, cuan-do yo era joven, a mi generación las canciones que más le gustaban eran las del “filin” –por cierto, una de las voces fundamentales de este movimiento, José antonio Méndez, fue mi compañero de estudios en el instituto de la Víbora–, y a la generación de mis hijas le gustan las

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canciones de la Nueva Trova. Los jóvenes de entonces y los de hoy no son las mismas personas.

V.R.N.: —Según Bonnefoy, hoy predomina “un gusto por el acercamiento abstracto a los fenómenos”, que cierra la puerta a la sensualidad, a la ensoñación.

R.F.R.: —Supongo que Bonnefoy, a quien aprecio como poeta, está pensando en el mundo cultural europeo o norteame-ricano. Me parece curioso que se hable, en nuestros días, de “un gusto por el acercamiento abstracto a los fenóme-nos”. entre las cosas que caracterizan a esta época, está su mediocridad intelectual. Que se hable en los medios intelectuales de una figura, digamos, como Fukuyama, es prueba de carencia de luces. Sí hay algo de verdad en eso de que esta época ha cerrado las puertas a la sensualidad. en los años 30 se publicó un libro singular: el estudio biográfico que Chesterton dedicó a su rival Shaw. en las páginas finales, afirmaba que nuestra época (aquella, ¿qué decir de esta?) sería conocida como una época horrible, en la cual había que estimular a las personas a que hicie-ran el amor, para retomar la expresión con que empeza-mos. chesterton señalaba la diferencia con la que llamaba con admiración la robusta edad Media, en que había que emparedar a las personas a fin de que no cayeran unas encimas de otras para hacer el amor. Da tristeza el actual espectáculo de la pornografía –no confundir con el erotis-mo, que puede ser espléndido–, la cual pone en evidencia la falta de sensualidad de nuestra época. tener que recor-darles, a los consumidores de esos idiotas medios porno (no medio porno: porno y pico) que los hombres y las mujeres son bellos, y que el cuerpo humano es una fuente de satisfacción y alegría, es otra muestra de la mediocri-

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dad de nuestra época. Me trae a la mente lo que se cuenta de aquellas comunidades en que los jesuítas tocaban una campana ciertas noches para recordarles a los indios que debían tener relaciones sexuales. la aparente sobresen-sualidad de nuestra época lo que revela es una pobreza de sensualidad (¿y de ensoñación?) muy grande.

V.R.N.: —La poesía hispanoamericana de nuestros días, a juicio de Samuel Jaramillo, “lentamente se ha ido disgregando” en “tradiciones nacionales con poco contacto”. ¿cierto?

R.F.R.: —De entrada, la apreciación de Jaramillo me parece aguda. Sí: tengo la impresión de que algo así está suce-diendo, aunque carezco de suficiente información. en el último siglo, hay tres momentos en que la poesía hispa-noamericana estuvo muy unida: el modernismo, la van-guardia y la poesía que comenzó a adquirir fuerza en los años sesenta. en esos tres momentos los poetas hispa-noamericanos nos sentimos muy cercanos, parte de una misma onda. el fenómeno no se da igual en otros mo-mentos. por ejemplo, en los últimos años nuestra poesía se ha ido disgregando. Me pregunto si esto tendrá que ver con circunstancias extrapoéticas. en los tres casos mencionados, había proyectos extrapoéticos comunes, como la reacción ante la emergencia de la modernidad dependiente en los primeros; la ilusión transformadora que siguió a la Revolución Mexicana, la Revolución de octubre y la Reforma universitaria de córdoba, en los segundos, y la Revolución cubana y otras luchas simila-res en los terceros.

V.R.N.: —Se podría afirmar que para los actuales poetas hispa-noamericanos es más importante la tradición propia que los modelos europeos y norteamericanos?

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R.F.R.: —La palabra modelo no me agrada, pues supone la copia; ningún poeta verdadero aceptaría la existencia de mode-los. lo anterior no contradice el hecho de que hay poetas europeos y norteamericanos que han ejercido una vasta y positiva influencia en la poesía hispanoamericana. pres-cindir del conocimiento de la obra de esos grandes poetas sólo podría empobrecernos. pero no cabe duda de que, sobre todo a partir del modernismo, en hispanoamérica contamos con una fuerte tradición poética, una poesía de primer orden, tan buena como cualquiera: ignorarla sería desastroso. Me parece elemental que esa poesía impacte hoy muchísimo. yo, que aprecio tanto a los surrealistas franceses, no encuentro entre ellos a nadie más importante que Vallejo o Neruda. No veo cómo se pueda ser un poe-ta moderno ignorando a Vallejo o a Neruda. Sin embargo, el conocimiento de nuestros poetas no puede implicar el desconocimiento de otros poetas –europeos, norteame- ricanos, africanos, asiáticos o de oceanía. un poeta ver-dadero debe aspirar a tener un conocimiento mundial de la poesía, incluida la de los llamados pueblos primitivos, muchas veces admirable –como lo hizo ver Jorge Zala-mea en su libro La poesía ignorada y olvidada.

V.R.N.: —La actual disgregación de la poesía hispanoamerica-na, ¿se deberá a que esta se encuentra hoy más ligada al habla que a la lengua?

R.F.R.: —la presencia de la oralidad en nuestra poesía es fuerte desde Darío, como lo apreciaron pedro Henríquez Ureña y Sanín Cano. para ellos, lo más novedoso en la poe-sía dariana no fue la introducción de términos cultos, de neologismos (que ciertamente existió), sino de giros cotidianos. en uno de sus poemas, Darío dice: “Que se

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humedezca el áspero hocico de la fiera/ de amor si pasa por allí”. ese “si pasa por allí” era impensable en la poe-sía de lengua española antes de Darío, dice Sanín Cano. igual que el verso “los estados unidos son potentes y grandes”. esto alcanza en Vallejo niveles magníficos de intensidad. la incorporación de la oralidad es uno de los grandes aportes de la poesía hispanoamericana de este siglo. el conversacionalismo hegemónico hace unas décadas se nutrió de hallazgos de poetas muy diversos, como Darío y Vallejo, Neruda y Borges, Lezama y paz. cuando José María Valverde, admirable poeta y admira-ble ser humano, tradujo los Evangelios, lo hizo al caste-llano popular de nuestros días. la lengua original de los Evangelios no era otra que el habla popular de su época; aquellos que los protagonizaron, eran personas muy pa-recidas a los campesinos nicaragüenses de nuestros días, con cuyos comentarios cardenal hizo El Evangelio en Solentiname. los apóstoles eran gente de pueblo y, hasta donde se tiene noticia, cristo mismo quizá era analfa-beto, pues no se conoce ningún texto escrito por él. (el intelectual del cristianismo original vino después y fue conocido como San pablo, un judío helenizado que se las sabía todas). Las traducciones bíblicas que han circulado entre nosotros han solido ser académicas y arcaizantes. Nadie habla hoy el lenguaje del “padre nuestro” que aprendí de niño. y traigo esto a cuento, porque Valverde declaró que se había valido, en su notable traducción, del lenguaje que introdujeron en la literatura de lengua es-pañola poetas hispanoamericanos de este siglo. Confieso que cuando leí esto me sentí halagadísimo, pues a lo más a que puede aspirar un poeta es a influir en Dios, ¿no?

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V.R.N.: —Borges está lleno de argentinismos...R.F.R.: —...igual que Gelman, lo que no nos impide sentirlos

nuestros. en ese sentido, hay que evitar los extremos, pues se pasa de un idioma a otro cuando se ha dejado de comprender. esa es la prueba de fuego. todos somos multilingües. yo hablo el sobrecastellano –que me per-mite entenderme, digamos, con los colombianos y los andaluces–, el cubano, el habanero y el viboreño, este último un dialecto de mi barrio que ni tú mismo entien-des. hay que procurar lo que amado alonso llamaba “la nivelación del lenguaje”. eso lo intentamos nosotros en la revista Casa, que aspira a ser leída en todo el conti-nente. Si se entrega uno demasiado a los localismos, o si por el contrario se emplea un lenguaje abstracto, de laboratorio, se puede llegar a la incomunicación en un caso y a la banalidad pomposa en el otro.

V.R.N.: —La característica fundamental de este vasto conjunto que podríamos llamar nueva poesía hispanoamericana, ¿es la ruptura de la sucesión de escuelas?

R.F.R.: —No tengo ninguna simpatía por las escuelas y, por tanto, me alegra que se rompan. un poeta verdadero no se propone escribir siguiendo las normas de ninguna es-cuela, sino el mejor poema que pueda escribir. Grandes artistas, como Stravinsky, recorrieron las más diversas escuelas, pero lo valioso de ellos es que, con indepen-dencia de las normas de esas escuelas, sus obras son de gran calidad. todas las escuelas han sido en la práctica cárceles de las que los poetas han huido, incluso a veces son invenciones a posteriori, hechas por gente que se gana la vida con esas cosas. borges, que en sus inicios se afilió apasionadamente al ultraísmo, luego habló horro-

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res de él. Saludo con alegría ese fin de las escuelas que, según parece, se está produciendo en la poesía hispano-americana.

V.R.N.: —Aunque el panorama es variadísimo, en su caracteri-zación se habla, también, de “la contraposición entre la poesía conversacional (...) y la poesía de la imagen”.

R.F.R.: —he terminado no muy contento con la expresión poe-sía conversacional, que contribuí a divulgar hablando sobre ella. pero insisto en que la presencia de lo con-versacional en nuestra poesía es antigua y fértil, aunque también tiene un costado mimético, retórico, mediocre. la imagen me parece central en la poesía, y también en el pensamiento. buena parte de los conceptos con que trabaja el pensamiento son conceptos-imágenes. ¿Qué son el río o el fuego de heráclito, la paloma de Kant, estructura y sobrestructura? Son imágenes. Caliban, el más difundido de mis ensayos, desarrolla una imagen shakesperiana. el hombre apenas puede pensar, no ya escribir poesía, sin imágenes. No veo contraposición alguna entre una poesía que explote la riqueza de la oralidad y otra la de la imagen. la oralidad está llena de imágenes. cuando decimos: la palma de la mano, la planta del pie o el metal de la voz, estamos empleando a la vez un lenguaje oral e imágenes. es por el habla que entra a la poesía la mayor cantidad de imágenes. entre ambas, la imagen y la oralidad, existe una relación en-trañable.

V.R.N.: —Faltan categorías más precisas para valorar nuestra poesía.

R.F.R.: —los Poemas humanos e incluso España, aparta de mí este cáliz, de Vallejo, ¿son poesía íntima o poesía social?

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toda poesía auténtica ¿no es, al mismo tiempo, íntima y social?

V.R.N.: —Uno de los rótulos con los que comienzan a calificarse a la actual poesía hispanoamericana es el de posmoder-nismo. ¿Qué opinión te merece?

R.F.R.: —Si lo abordamos a fondo, este tema da pie para un ensayo larguísimo. Sobre eso estoy trabajando ahora, en colaboración con investigadores cubanos y estadouni-denses. No voy a gastar, pues, pólvora en salvas. Lo úni-co que voy a recordar es que la palabra posmodernismo fue, en nuestra literatura, empleada por primera vez por Federico de onís, en su célebre antología de poetas es-pañoles e hispanoamericanos de 1934. Se refería, claro está, a la poesía que siguió al modernismo en nuestro idioma, que fue el único movimiento literario que, a fi-nales del pasado siglo y a principios de este, se desig-nó a sí mismo con ese término. la palabra modernismo en ruso, en inglés, en portugués, no significa lo mismo que en castellano. y si estamos empleando términos que designan cosas distintas, es de suponer que no vamos a entendernos mucho. Me parece una dejación que, ha-biendo tenido en nuestras letras un movimiento tan im-portante como el que se llamó a sí mismo modernismo, ahora, como si tal cosa, apliquemos sin más el término con el sentido que tiene en otras culturas. y si moder‑nismo tiene varios sentidos, ¿puede no ocurrir otro tanto con posmodernismo? lo que no implica abroquelarse en uno solo de esos sentidos. pero si supone considerar la cuestión con seriedad, no con la superficialidad de los colonizados de siempre.

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V.R.N.: —es difícil, casi imposible, definir la poesía. Al menos, respóndeme esta última pregunta: ¿qué no es poesía?

R.F.R.: —Una definición negativa estaría lógicamente trabada con una positiva. unamuno, uno de mis maestros, decía, sobre la definición de la poesía, que no es cosa de pre-juicios ni de preceptos, sino de posceptos. para mí, no es poesía aquello que escamotea al hombre la comprensión del carácter sagrado de la realidad. la palabra sagrado está muy trajinada. y aquí no la empleo en su connota-ción teológica. Quiero decir que o la realidad es un caos monstruoso –la broma de un dios cruel que ni siquiera merece existir, como alguien ha dicho–, o hay en ella un orden, un sentido. usando dos palabras griegas, la realidad ¿caos o cosmos? como creo que es lo segundo, considero a la poesía una de las vías que nos permiten revelar el sentido sagrado de la realidad. al igual que Martí, mi maestro de siempre, tengo la certidumbre de que en el presunto caos hay un orden secreto, un cos-mos. en Martí esta certidumbre vuelve una y otra vez: “el mundo/ De minotauro yendo a mariposa”; “Todo es hermoso y constante,/ Todo es música y razón,/ y todo, como el diamante,/ Antes que luz fue carbón.” para no decir nada de sus constantes poéticas en prosa, como aquella de su texto sobre Whitman de 1887 (“¿Quién es el ignorante...”) o la de su texto sobre Sellén de 1890 (“poesía es poesía y no olla podrida...”), precedidas por su impresionante prólogo a El poema del Niágara, de 1882. “poesía es poesía, y no...”

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ELEGÍa CoMo Un hIMno

A Rubén Martínez Villena

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ejercicio de brava disciplina

la voz ayer cuidada y perseguida,ante la honda llamada de la sangreHuye, afila sus rosas como lanzas.crece su boca, llénase de encendido rumor,De alzados puños enturbiandohasta los golpes la atendida vida.Su lamento eleganteSe endurece, rompiéndose en piedras o martillos.Su palabra es entonces la palabraSencilla, escueta, decidida,De miles de hombres oprimidos:Del tabaquero, curvado sobre su dulce semilla de humo,Relampagueando aún la voz de un ángel airado en su oído;Del cortador de cañas, que derriba columnasDelgadas, como concretos monumentos de azúcar;Del guajiro, borrándose en su turbio paisaje,Frotado con furor sobre la roja tierra;Del hombre, sencillamente, que alza los brazos y trabaja,erige, siembra y silenciosamente muere.una palabra anónima y robustacomo la sangre, como el agua, como el cielo.en su voz precipitan las manos, las golpeantesManos desde la tierra, las heridas.

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Del corazón que suspiraba espumas,De las últimas telas del ala, salen áridasLetras con el consuelo y con el látigo;De las flacas cenizas de una lágrima en sílabasDeterminante asoma, audaz, la lengua,la rugiente garganta con que ha de hablar el pueblo(Vertiginosos dientes de la verdad, discursos,Manifiestos, raíces de la hoguera).Rubén para la madre que se desangra de hijo;para el hombre negado, Rubén el compañero;Rubén por el esclavo que sueña y se realiza.Su relámpago llega, su juventud se curvaSobre la llaga, dulce, sobre la garra, firme,Inflexible, armadamente insomne.con una amada cruz que se coloca,Con un terrible hombre que lo recorre, cruza;con una fuerte estrella que sustenta.Rubén cae, Rubén dice, Rubén terrenalmenteama el cielo, Rubén entrega el cuerpocomo un guante sonoro, como una cosa ajena.Muere desde las venas, empina el horizonte.una noche su pecho viene abajo.una noche más sombra, se deshace, y cojeanlas estrellas, y obreros verticalesGuardan su nombre duro al cinto, como un arma.

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PaLaCIo CoTIDIano

yo decía que el mundo era una estrella ardiente,Laberinto de plata, cerrazón con diamante;y ahora descubro el júbilo de la estancia minúscula,la vida emocionada del vaso entre mis labios,Más cristalino y claro si el sol se apoya y cantaen sus paredes límpidas. ahora veo el doradotemblor que se levanta del pedazo de pan,y el crujido caliente de su piel. y me es fácilentrar en el palacio cotidiano, manual,De las enredaderas del patio, donde un príncipeDe silencio y de sombra calladamente ordena.

y es que a esta vivienda que va horadando el tiempo–la cual es más hogar mientras es más profunda–Tú trajiste la primavera de tu beso;Trajiste tus sonrisas, como una fina lluviaVista entre los cristales; trajiste ese calorDulce, para el reposo, para el sueño posible.y supe que era bello el mundo aun fuera de esecentro de perfección: el amoroso palioDel rocío, y el vidrio que ostenta y rompe el aire.yo sentí levantarse un pueblo de purezaallí donde vivían ayer muebles y hierros.

como quien abandona las lanzas y destinaSus manos a los árboles, que se vuelven viviendas,Mis ojos, amarrados a relámpagos de oro,

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Dejo caer ahora sobre la pobre mesa,Sobre la luz medida que ha inundado mi casa,Sobre el silencio y la quietud que la acompañan:y miran cómo sale un sereno color,una vida armoniosa y honda de sus cuerpos.

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DÉCIMas PoR Un ToMEGUÍn

CANTO

ligero nudo del viento,oro decidido agarraSu minúscula guitarray alza en rumor el momento.Vive de mejor sustentoel aire allí detenido,por el pequeño sonidoQue desciende con su vuelocomo un diminuto cieloA música concedido.

Vuelo

¡Qué fuga limpia o fraganciaVertiginosa transita,Como una súbita citaDel ala y de la distancia!¡Qué plumas el aire escancia–herido aire, soldadopor sí mismo asaeteado–!¡Qué mágico va su vuelo!¡Qué pájaro por el cieloVa a pasar, cruza, ha pasado!

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ToCo TUs BoRDEs

Toco tus bordes. Ha confiado el corazón,Creyó (era la tarde, cesaba el crujido):era quizá posible que lo verdaderoFuera ese árbol, fuera esa nube,Fuera esa calle conocida, ahora ignorada;Lo cierto era (así pensaba) ese carro que bajaSobre las piedras totales de la infancia,La conversación infinita del hogar,hecha del ruido de una madrey del apego de los huesos y de los golpesRecibidos en lo más tierno del díay de un otoño de palabras y de un llanto que rompe.Sólo veo realidades, sólo hablohierbas, aceras, amigos,Sólo espesor me ayuda, sólo estoycontra mi alma, aguardando, dandolo que me reste, sólo miro la líneaQue, en efecto, traza la esposa,como el claro lleno que al marcharse,llena de esplendor, ungida, deja la noche.Nada esperaba, pero me rodea un bosqueDe cruel plenitud: triste alegríaQue no solicité, dulce dolor que acasoNo fue destinado a mi oído, melodíaDe la vida, todavía no te entiendo,eres oscura aún. Como un empujeDe cuerpos por el sueño, como el empellón

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De las bestias en la planicie,Voy a confiar, camino temblando hacia tu pecho.

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BELERoFonTE

(La Ilíada, VI, 168-170)

Marcado con grandes estrofas en la carainterroga los signos, las señales dejadas en las manos,lo que quieren decir los vacilantes cabellos,el parloteo de los pasos, las palabras de la sangre,la sobria decisión de los huesos,las muchas, las insistentes letras cuya oración se le escapa,y que han quedado en su piel, abandonadas sobre las

vestiduras del cuerpo.

alguien sabe sin duda su idioma vivo, alguien poneRigor y luz en las frases que belerofonte respira:el deshilachado tropel de la circulación,el girar de las manos, la bandada suaveDe los besos, el palabresco sueño, las miradas.

Junto a la pared manchada de oscuros años,Halló al cabo una figura de temblorosa veste que su libro

entendía,las tablillas con signos funestos o alegresDonde yacía la gastada firmeza de su cuerpo.Desdentada y sabia, ella conocía, ella interpretaría.Dejó caer la suficiente fuerza de sus ojos.entonces se hizo clara la escrituraBajo esa vasta luz; entonces las doradas letrasResonaron, ardieron.

1954

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haCIa EL anoChECER

Que allí tuve un buen amigo

José Martí

hacia el anochecer, bajábamospor las humildes calles, piedrascasi en amarga piel, que recorríamosDejando caer nuestras risashasta el fondo de su pobreza.y el brillo inusitado del amigoiluminaba las palabras todas,y divisábamos un poco más,y el aire se hacía más hondo.

la noche, opulenta de astros,cómo estaba clara y serena,abierta para nuestras preguntas,Recorrida, maternal, pura.entrábamos a la vidaen alegre, en honda comunión;y la muerte tenía su sitiocomo el gran lienzo en que trazábamosSignos y severas líneas.

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Los oFICIos

yo respetoLa arruga, el callo, la joroba, la hoscaY flaca palidez de los que sufren

José Martí

eL ZApATeRO

Grueso, seguramente vivo,con paso de señor severo,Va por el parque, ondulacomo un barco grave. le decimosalgo de la piel, del color,Del tacón, de que mañanaRecoja o devuelva los zapatos.atento asiente, con su gran sacoAl lado jadeante, como un niño;luego lo carga otra vez, paternal,hace señas de saberlo quizá todo,y respirándose el aire enterohacia el cielo de oro camina,tan verdadero y tan cabalQue el pecho se le llena a unoDe algo como orgullo o deleiteal saber que un emperador secretoSe desvela por nuestros zapatos.

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eL LADRÓN

podría estar triste, pero estáDe pequeño aventurero;le suenan en la oreja continentes,breves selvas, hierros, palacios.(Quiero decir que entra al jardíny por la ventana se allegaA las estancias sordas de un señor.)¿Qué hacer con candelabros y copas,con anillos, con monedas, conestatuillas, con arracadasQue son como los ojos de la sombra?¡tanta madera oscura vueltaMueble terrible, tanto sinsonteDescendido en la almohada! la aventuraSe abre como la venganza o la justicia,De tan secreta, desconocida. ¡y pensarQue puede concluir este laborioso,este artífice de la pequeña audacia,lejos de las humildes estrellas,impedido de asolearse en los parques!

eL MeNDIGO

está rodeado de poemas.lo golpean los pronombres.también los endecasílabos puros.Monedas que no tiene saltancomo pájaros por el sombrero.

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algunas sonrisas, la barba,una lata de oro le bastan.bajo las matas más hermosasyace con la arboladura a cuestasDe los cometas y los dioses.Dicen que se levanta riendocomo un obrero que fabricael dinástico palacio de nadie.¡Qué amistades más verdaderaslas de los perros y los papeles!está rodeado de letras.No sabe leer ni morir.inutiliza diariamente todos los libros,Selva pastosa de otro humo.Suyo es el reino.el reino.

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En EL MaR. ÍTaCa

al marinero grande acodado en el barcointerrogamos sobre la piedra vasta y agriaQue algo turbada de cipreses sale del mar.Se llama ítaca. Querríamos saberDónde vivió el astuto, dónde hizoQuemar el flanco grasiento de las vacas, dóndetendía su arco para hacer volar las maderas,para cuidar a quien desvela el lino.todo arrancado con tierra y papeles de los ojos.pero el marino, que ha estado lejos,Arrojado como un pan viejo fuera de su mesa;Que vio La Habana una tardey el Japón pintado de temblor violeta cuarenta días después,Desde el filo del barco nos dice:Odiseo ha muerto.

y mientras tantolos emigrantes han ido subiendo como caballos.

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EPIDaURos

Si se enciende un fósforo en epidauros,el rasgueo se escucha en las primeras filas del teatro,en las otras, en las más altas,en las últimas, donde los hombres parecen posibilidades.Si se da un golpe en epidauros,Se escucha más arriba, entre los árboles,en el aire. Si se canta en epidauros,Lo saben los montes, las nubes, la bahía;Las islas acercan el oído;los otros países se inclinan un pocopara oír cantar en epidauros.

(entonces, bajando las gradas que escalaban como perros los hexámetros,

uno piensa: ¿quién escuchaCuando alguien da allá una canción, una llama?)

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Los QUE sE Casan Con TRajEs aLQUILaDos

Ils furent rois toute une matinée

Rimbaud

los que se casan con trajes alquilados,Desmemoriados,olvidadosDe que dentro de dos díastanto principesco telar,acompañante de la gárrula tardey de las lágrimas aducidas al final,Debe estar devuelto, lo menos ajado posible(el anuncio compartía una enorme paredCon un letrero absurdo, ¡y sin embargo!);y recordando en cambio, sin duda,Que en cinco, seis horas yacerán gloriosos,avanzan incorruptibles, pálidoscomo guantes. ella,Difícil y vigilada; y él,Feliz, aunque no pudieron del todo arreglarlela espalda, y el hombro le tira un poco.

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EL oTRo

1o de enero, 1959

Nosotros, los sobrevivientes,¿a quiénes debemos la sobrevida?¿Quién se murió por mí en la ergástula,Quién recibió la bala mía,la para mí, en su corazón?¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,Sus huesos quedando en los míos,los ojos que le arrancaron, viendopor la mirada de mi cara,y la mano que no es su mano,Que no es ya tampoco la mía,escribiendo palabras rotasDonde él no está, en la sobrevida?

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ÚLTIMa EsTaCIÓn DE Las RUInas

Hace algún tiempo hablé de ruinas. eraentre frondosos versos jóvenes, y puse en su cabeza,como corona grande a rey pobre, este de Éluard:Mirad cómo trabajan los constructores de ruinas.pero yo no había visto ruinas. Las que nombrabaeran de papel, de letras, de alusiones.y hasta de ésas, tan tenues, me fui olvidando.

luego, una mañana, en el aireDe londres, las ruinas se me echaron encima.a la vuelta de una calle,Ruinas vivas, ruinas muertas: la escalera solitarialevantada como un pajarracoy abriendo alas chirriosas,la pared en que se olvidó pintada la casa,el mapa brusco en el polvo, donde se arrastrael corredor que a ninguna parte conduce.y el cielo inmenso circulando por los ojosVaciados del humoso cráneo.Sobrecogido anduve entre el hueco de la ciudad.pero eran ruinas europeas, ruinas del mundoQue se va despedazando a golpes eléctricosentre tazas de té y vanas composturas.Vuelto a la luz de la isla, fui olvidando esas ruinas.entonces las ruinas se levantaron de las letras,Desbordaron los cementerios europeos,los constructores de ruinas nos nacieron

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y la ciudad tan frágil, herbosa,y la de techos rojos y múltiplesSe hicieron espantada conversación del mundo,y largas caravanas vieron las calles polvosasbajo el tableteo y el trueno que se ignorabaDe dónde provenía –ronco, indeciso–.Vi las ruinas después. No las contadas,No las lejanas, sino las familiares,Sino las fraternas: los agujerosen las asombradas casas campesinas,el evaporado almacén, como un rostro cariado.(Tuvimos, dice el anciano grave,Noventa y un muertos en la ciudad.)No tapó esta vez la luz exageradaDe la isla a esos muertos, a esas piedras.No importa que la alegre espuma de vivirSe aprestara a restañar las puertas, a suavizar las grietas:Ruinas inconcebibles, en el otoño suaveConstruidas de súbito, ladrillos desperdigados, ojosFijos y muertos no cesan ya de mirar, de demandaruna memoria inagotable, la que se le negóa la ruina escrita, a la ruina inglesa o italiana.(Eso pasó en otra parte.)No hay otra parte. esta es la otra parte:la que conoció el horror para que alimentara la esperanza.

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Con Las MIsMas Manos

con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.

llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,

pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperabantodavía me dijeron señor. están en un caserón a medio derruir,Con unos cuantos catres y palos; allí pasan las nochesahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando supieron que yo

tenía biblioteca.(es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro

mulato).pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por

una zapataSobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y

puertas.atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachoslas trasladaban en veloces carretillas. yo pedí unay me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres

elementales.luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los

trabajadores, y, fatigado, pensé en ti, en aquella vezQue estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te

nublabacomo ahora a mí.

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¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,amor, qué lejos –como uno de otro–!la conversación y el almuerzoFueron merecidos, y la amistad del pastor.hasta hubo una pareja de enamoradosQue se ruborizaban cuando los señalábamos riendo,Fumando, después del café. No hay momento en que no piense en ti. hoy quizá más,y mientras ayude a construir esta escuelacon las mismas manos de acariciarte.

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PaTRIa

ahora lo sé: no eres la noche: eresuna severa y diurna certidumbre.eres la indignación, eres la cóleraQue nos levantan frente al enemigo.eres la lengua para comprendernosMuchos hombres crecidos a tu luz.eres la tierra verdadera, el aireQue siempre quiere el pecho respirar.eres la vida que ayer fue promesaDe los muertos hundidos en tu entraña.eres el sitio del amor profundo,De la alegría y del coraje y dela esperanza necesaria de la muerte.eres la forma de nuestra existencia,eres la piedra en que nos afirmamos,eres la hermosa, eres la inmensa cajaDonde irán a romperse nuestros huesospara que siga haciéndose tu rostro.

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FELICEs Los noRMaLEs

A Antonia Eiriz

Felices los normales, esos seres extraños.los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo

delincuente,una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,los que no han sido calcinados por un amor devorante,los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco

más,los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,los satisfechos, los gordos, los lindos,los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,Los flautistas acompañados por ratones,los vendedores y sus compradores,los caballeros ligeramente sobrehumanos,los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,Los delicados, los sensatos, los finos,los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.Felices las aves, el estiércol, las piedras.

pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratany nos construyen, los más locos que sus madres, los más

borrachosQue sus padres y más delincuentes que sus hijosy más devorados por amores calcinantes.Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

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oyEnDo Un DIsCo DE BEnny MoRÉ

A Rafael Alcides Pérez y Domingo Alfonso

es lo mismo de siempre:¡así que este hombre está muerto!¡así que esta vozDelgada como el viento, hambrienta y huracanadacomo el viento, es la voz de nadie!¡así que esta voz vive más que su hombre,y que ese hombre es ahora discos, retratos, lágrimas, un

sombrerocon alas voladoras enormes

y un bastón!¡así que esas palabras echadas sobre la costa plateada de

Varadero,hablando del amor largo, de la felicidad, del amor,y aquellas, únicas, para Santa Isabel de las Lajas,De tremendo pueblerino en celo,y las de la vida, con el ojo fosforescente de la fiera ardiendo en

la sombra,y las lágrimas mezcladas con cerveza junto al mar,y la carcajada que termina en punta, que termina en aullido, que

terminaen qué cosa más grande, caballeros;así que estas palabras no volverán luego a la bocaQue hoy pertenece a un montón de animales innombrablesy a la tenacidad de la basura!

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a la verdad, ¿quién va a creerlo?yo mismo, con no ser más que yo mismo,¿No estoy hablando ahora?

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TÚ ME PREGUnTas

A Fina y Cintio

Tú me preguntas, aprovechando que arden sobre nosotrosLos inconcebibles astros de aquellos tiempos;Tú me preguntas: Roberto,¿es verdad que no crees?y yo miro las estrellas quemándose allá arriba,y hacia las que un viento mayor arrastra la pregunta humeanteDe tus labios que querría inmortales.

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nIñas y nIños, MUChaChas y MUChaChos

Niñas y niños, muchachas y muchachos,Seres prácticamente humanos y decentes:Agradezco de corazón la finezaQue los ha traído hasta aquícon las uñas limpias, bien vestidos y peinados,Mirando de reojo mis librosy mi calva indetenible.peroNo tengo nada que decirles:Soy lo mismo que ustedes, sólo quehan pasado los años, me han pasado los años,y hay quien cree que asíuno está en mejor disposiciónpara decir algo.tengo malas noticias.yo también (hace quizá mucho tiempo)Me limpié las uñas, me peiné al lado, me vestí de limpioy me senté frente a un calvo.en vano.Sépase pues:No tengo nada que decirles.

antes de separarnos:buena suerte viviendo.

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LE PREGUnTaRon PoR Los PERsas

A la imaginación del pintor Matta y, desde luego, a Darío

Su territorio dicen que es enorme, con mares por muchos sitios, desiertos, grandes lagos, el oro y el trigo.

Sus hombres, numerosos, son manchas monótonas y abundantes que se extienden sobre la tierra con mirada de vidrio y ropajes chillones.

pesan como un fardo sobre la salpicadura de nuestras poblaciones pintorescas y vivaces,

echadas junto al mar; junto al mar rememorando un pasado en que hablaban con los dioses y les veían las túnicas y las barbas olorosas a ambrosía.

los persas son potentes y grandes: cuando ellos se estremecen, hay un hondo temblor, un temblor que recorre las vértebras del mundo.

llevan por todas partes sus carros ruidosos y nuevos, sus tropas intercambiables, sus barcos atestados cuyos velámenes

hemos visto en el horizonte.arrancan pueblos enteros como si fueran árboles, o los

desmigajan con los dedos de una mano, mientras con la otra hacen señas de que prosiga el festín;

o compran hombres nuestros, hombres que eran libres, y los hacen sus siervos, aunque puedan marchar por calles

extrañas y adquirir un palacio, vinos y adolescentes:porque ¿qué puede ser sino siervo el que ofrece su idioma

fragante, y los gestos que sus padres preservaron para él en las entrañas, al bárbaro graznador, como quien entrega el cuello, el flanco de la caricia a un grasiento mercader?

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y nosotros aquí, bajo la luz inteligente hasta el dolor de este cielo en que lo exacto se hace azul y la música de las islas lo envuelve todo;

Frente al mar de olas repetidas que alarmado nos trae noticias de barcos sucios;

Mirando el horizonte alguna vez, pero sobre todo mirando la tierra dura y arbolada, enteramente nuestra;

aprendiendo unos de otros en la conversación de la plaza pública el lujo necesario de la verdad que salta del diálogo,

y conocedores de que las cosas todas tienen un orden, y ha sido dado al hombre el privilegio de descubrirlo y exponerlo por la sorprendente palabra,

conocedores, porque nos lo han enseñado con sus vidas los hombres más altos, de que existen la justicia y el honor, la bondad y la belleza, de los cuales somos a la vez esclavos y custodios,

Sabemos que no sólo nosotros, estos pocos rodeados de un agua enorme y una gloria aún más enorme,

Sino tantos millones de hombres, no hablaremos ese idioma que no es el nuestro, que no puede ser el nuestro.

y escribimos nuestra protesta –¡oh padre del idioma!– en las alas de las grandes aves que un día dieron cuerpo a Zeus,

pero además y sobre todo en el bosque de las armas y en la decisión profunda de quedar siempre en esta tierra en que nacimos:

o para contar con nuestra propia boca, de aquí a muchos años, cómo el frágil hombre que venció al león y a la serpiente, y construyó ciudades y cantos, pudo vencer también las fuerzas de criaturas codiciosas y torpes,

o para que otros cuenten, sobre nuestra huesa convertida en cimiento, cómo aquellos antecesores que gustaban de la risa

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y el baile, hicieron buenas sus palabras y preservaron con su pecho la flor de la vida.

A fin de que los dioses se fijen bien en nosotros, voy a derramar vino y a colocar manjares preciosos en el campo: por ejemplo, frente a la isla de Salamina.

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In mEmORIAm EZEQUIEL MaRTÍnEZ EsTRaDa

como ni usted ni yo creemos(No creemos, ¿no es verdad?)en esa pampa inmensa que es el cielo(cualquier otra imagen sería igualmente gastada y además

igualmente falsa);como ni usted ni yo creemos,ahora le estoy hablando a un muerto,le estoy hablando a nadie,a nada:probablemente por esa manía de la literaturay de que los otros sepan lo que uno piensa,o lo que uno quiere que los otros crean que uno piensa,o lo que sea.ahora ilustres patriotas, eminentes pensadores, escritoresQue son honra y prez del idioma dirán de ustedcosas que nos harán sonrojar, pensandoen su soledad altiva, en su indetenibleBoca de señor. ¡Qué le vamos a hacer! De todas formas,el precio era morirse, decididamente un precio muy alto.y además, usted no quiso pagar ningún precio, ni quisooír otros elogios que las palabras de la amistad y la verdad.ahora usted está otra vez, y para siempre, solo. tan solocomo los que bajaron la cabeza y al cabo murieron también.ahora se pudren todos, y todos son nadie, son nada.De usted quedan esos papeles ardientes, ese rastro de llamasDonde el corazón se hace mayory esta cosa extraña de vivir recibe una luz en plena cara.

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yo no voy a decirle: ezequielMartínez estrada, no está muerto, etcétera,porque la verdad es que creo que sí,Que está muerto.Que la alucinante suma de azaresQue a través de astros, espacios, monstruos,cataclismos, historias, se hizo una vezezequiel Martínez estrada,ha concluido para siempre.Si el Universo fuera limitado en sus combinaciones,Cabría alguna esperanza. pero no hay ninguna.por eso le digo esta especie de adiós,asegurándole que en el río de mis azares,y en los de muchos como yo,hay uno que fue usted,y que ésa es la única inmortalidad posible:Que ya yo no pueda ser como eraantes de haberlo conocido y querido mucho.todo no es más que un soplo:usted, yo, el universo, peropuesto que ha habido gente como usted,es probable, es bastante probable,Que todo esto tenga algún sentido.por lo pronto, ya sé: no bajar la cabeza.Gracias, y adiós.

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UsTED TEnÍa RaZÓn, TaLLET: soMos hoMBREs DE TRansICIÓn

entre los blancos a quienes, cuando son casi polares, se les ve circular la sangre por los ojos, debajo del pelo pajizo,

y los negros nocturnos, azules a veces, escogidos y purificados a través de pruebas horribles, de modo que solo los mejores sobrevivieron y son la única raza realmente superior del planeta;

entre los que sobresaltaba la bomba que primero había hecho parpadear a la lámpara y remataba en un joven colgando del poste de la esquina,

y los que aprenden a vivir con el canto marchando vamos hacia un ideal, y deletrean Camilo (quizá más joven que nosotros) como nosotros ignacio agramonte (tan viejo ya como los egipcios cuando fuimos a las primeras aulas);

entre los que tuvieron que esperar, sudándoles las manos, por un trabajo, por cualquier trabajo,

y los que pueden escoger y rechazar trabajos sin humillarse, sin mentir, sin callar, y hay trabajos que nadie

quiere hacerlos ya por dinero, y tienen que ir (tenemos que ir) los trabajadores voluntarios para que el país siga viviendo;

entre las salpicadas flojeras, las negaciones de San pedro, de casi todos los días en casi todas las calles,

y el heroísmo de quienes han esparcido sus nombres por escuelas, granjas, comités de defensa, fábricas, etcétera;

entre una clase a la que no pertenecimos, porque no podíamos ir a sus colegios ni llegamos a creer en sus dioses,

Ni mandamos en sus oficinas ni vivimos en sus casas ni

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bailamos en sus salones ni nos bañamos en sus playas ni hicimos juntos el amor ni nos saludamos,

y otra clase en la cual pedimos un lugar, pero no tenemos del todo sus memorias ni tenemos del todo las mismas humillaciones,

y que señala con sus manos encallecidas, hinchadas, para siempre deformes,

A nuestras manos que alisó el papel o trastearon los números;entre el atormentado descubrimiento del placer,la gloria eléctrica de los cuerpos y la pena, el temor de hacerlo

mal, de ir a hacerlo mal,y la plenitud de la belleza y la gracia, la posesión hermosa

de una mujer por un hombre, de un muchacho por una muchacha,

escogidos uno a la otra como frutas, como verdades en la luz;entre el insomnio masticado por el reloj de la pared,La mano que no puede firmar el acta de examen o llevarse la

maldita cuchara de sopa a la boca,el miedo al miedo, las lágrimas de la rabia sorda e impotente,y el júbilo del que recibe en el cuerpo la fatiga trabajadora del

día y el reposo justiciero de la noche,Del que levanta sin pensarlo herramientas y armas, y también

un cuerpo querido que tiembla de ilusión;entre creer un montón de cosas de la tierra, del cielo y del

infierno,y no creer absolutamente nada, ni siquiera que el incrédulo

exista de veras;entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma

descomunal, y qué demonios estamos haciendo aquí, y qué es aquí,

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y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes;

entre lo que no queremos ser más, y hubiéramos preferido no ser, y lo que todavía querríamos ser,

y lo que queremos, lo que esperamos llegar a ser un día, si tenemos tiempo y corazón y entrañas;entre algún guapo de barrio, Roenervio por ejemplo, que podía

más que uno, qué coño,y José Martí, que exaltaba y avergonzaba, brillando como una

estrella;entre el pasado en el que, evidentemente, no habíamos estado, y

por eso era pasado,y el porvenir en el que tampoco íbamos a estar, y por eso era

porvenir,aunque nosotros fuéramos el pasado y el porvenir, que sin nosotros no existirían.y, desde luego, no queremos (y bien sabemos que no recibiremos) piedad ni perdón ni conmiseración, Quizá ni siquiera comprensión, de los hombres mejores que vendrán luego, que deben venir luego: la historia no es para

eso,Sino para vivirla cada quien del todo, sin resquicios si es posible(Con amor sí, porque es probable que sea lo único verdadero).y los muertos estarán muertos, con sus ropas, sus libros, sus

conversaciones, sus sueños, sus dolores, sus suspiros, sus grandezas, sus pequeñeces.

y porque también nosotros hemos sido la historia, y también hemos construido alegría, hermosura y verdad, y hemos asistido a la luz y alguna vez a lo mejor hemos sido la luz, como hoy formamos parte del presente.

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y porque después de todo, compañeros, quién sabeSi solo los muertos no son hombres de transición.

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a Un PoETa DE anTEs

Vivió. Sufrió. Murió. ¿Monotonía?¿Deslumbramiento? Júzguelo quien pueda.en su tiempo amó al tiempo y al espacio.hoy su espacio no es casi nada, y nadaaquel tiempo, que el nuestro ha devorado,y quizás a él también, bajo la formaDe aves, de caracoles o legumbres.tuvo una historia que se nos escapa.algo ha llegado, sin embargo, de él:lo festejaron por lo que no era,y lo atacaron por lo que no fue.¡ah, poeta de antes!¡ah, poeta!

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RECUERDo a BLakE

Para Marcia

Brillo que arde en las florestas de la noche,un animal de pavorosa simetría:Así vio al tigre Blake un asombroso díaen los lejanos tiempos del caballo y del coche.

leyendo, siempre con sorpresa, ese derrocheDe luces y de sombras, esa imaginería,¿Que el poeta está hablando de alguien no se diría,alguien hecho de brasa viva y de medianoche?

Mano u ojo inmortal que construyes las cosas,Que forjas los amaneceres y las rosas,¿por qué creaste al tigre de silenciosos pies?

¿por qué sobre la tierra su temible doblez?Mientras esto pregunto, en horas cavilosas,Sigue existiendo el tigre, –que acaso no lo es.

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DEsaGRaVIo a FEDERICo

en un poema (por otra parte más bien malo) acabo de leer, y me ha impresionado,

Que no se grabó tu voz, de la que tanto hablan los que te conocieron;

Que no se grabó tu voz, y que esos nuevos viejos,esos hombres de más de sesenta años que empiezan ahora a

extinguirse en masa,y que fueron tus maravillados coetáneos,están, al morirse, llevándose consigo, borrando de la tierra la

última memoria de tu voz.Dentro de poco tiempo (digamos otros treinta años),No quedará nadie en el planetaQue pueda recordar cómo tú hablabas,cantabas,Reías,presumiblemente llorabas.tu voz será olvidada para siempre.

Así también serás todo tú olvidadoDentro de trescientos,tres milo treinta mil años.Quizá se olvide hasta la idea misma de la poesía,eso de que eras dueño,y que por una parte mira a las palabrasy por la otra al alma.hay pues que apresurarse

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a hacerte el desagravio,Fresca todavía la muerte.

porque después de un deslumbramiento adolescente,en que te pasábamos de mano en mano, hecho tan sólo un

nombre, como Sócrates o Leonardo(Los otros eran Machado, Unamuno, Martí, Neruda, Alberti.Sólo Juan Ramón y túeran Juan Ramón y Federico);Después de entonces,llegaron los otrosy vinieron los días de negarte.Qué injusticia, Federico,Qué injusticia quizás imprescindible: los vivos se nutren de los

muertos,pero no lo proclaman.

ahora es necesario que te rindan homenajeNo sólo los discurserosy los que te hacen biografías y estudios,Sino los negros magníficos que amaste y que desafían a perros y

a blancos,Las diez mil prostitutas que amenazan con desfilar por Santiago

de chile,los pobres muchachos equívocos, las salamandras de cinco

patas, arrojados del mundo,los sobrantes, los estupefactos.y los poetas.

ahora que vamos a tener la edadQue es la tuya para siempre,

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es un acto de justicia tan fatal, tan necesaria como la otra injusticia,Decir que teníamos razón entonces, a la salida apenas de la

niñez,cuando Federico era un nombre electrizado,una llama que se intercambia en las tinieblas,un tesoro, un amigo inolvidable arrebatado en la noche en que

empezó el invierno.Sabías más, eras mejor, y el candor o la inocenciao la avidez o el desamparote descubrían para crecer.

Mi raro, mi sobrecogedor hermano mayor, antes de que desaparezcas para siempre,Con los tobillos rotos, complicados instrumentos músicos al

cuello,los ojos arrasados en lágrimas,el pecho y la cabeza agujereados;antes de que desaparezcamos para siempre,Voy a abrazarte, más bien emocionado,en este viento que nos enseñaste a nombrarcon palabras que te ibas sacando del bolsillo,y eso que para entonces ya estabas muerto, muerto,y no eras sino páginas, y ya habían empezado a perderselas palabras de carne y hueso que hicieron estremecer al mundohasta ese agosto de 1936, hace ahora treinta años,en que las bestias siempre al acecho te fusilaron porque sí,porque todo,porque así se terminan los poetas.

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QUE VEREMos aRDER

A Marcia Leiseca, conversando hacia la Plaza de la Revolución

abel derramó su sangre en el comienzo.No lo siguieron más que los humildes, los olvidados.y, luego de andar sobre el mar,Quedaron doce, y todo empezó de nuevo.bajaron con barbas al romper el año,y tuvieron discípulos sobre la vasta tierra.

eso lo sabía ya el libro.

pero los símbolos que ellos hicieronNo tenían libros: los que hicieron las cosasNo tenían nombres, o al menos sus nombresNo los sabía nadie. Las fechas que llenaronestaban vacías como una casa vacía.Ahora sabemos lo que significan Cuartel Moncada, 26,Lo que significan Camilo, Che, Girón, escambray, Octubre.los libros lo recogen y lo proponen.

el viento inmenso que lo afirma barre las montañas y los llanosDonde los que no tienen nombres,o cuyos nombres no conoce nadie todavía,preparan en la sombra llamaradaspara fechas vacías que veremos arder.

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anIVERsaRIo

Me levanto, aún a oscuras, para llevar a arreglar unas ruedas del auto, que sigue roto,

y al regreso, cuando ya ha brotado el hermoso y cálido día,te asomas a la ventana que da al pasillo de afuera, y me sonríes

con tus ojos achinados del amanecer.poco después, a punto de marcharme para ir a revisar unos

papeles,te veo cargando cubos con nuestras hijas,porque hace varios días que no entra agua, y estamos sacando

en cubos la poca que haya en la cisterna del edificio,y aunque tengo ya puesta la guayabera de las reuniones, y en

una mano la maleta negra que no debo soltar,ayudo algo, con la otra mano, mientras llega el jeep colorado,Que demora poco, y al cabo me arrastra de allí: tú me dices

adiós con la mano.

Tú me decías adiós con la mano desde este mismo edificio,pero no desde este mismo apartamento:entonces, hace más de veinte años, no podíamos tener uno tan

grande como este de los bajos.el nuestro era pequeño, y desde aquel balcón que no daba a la

calle,pero que yo vislumbraba allá al fondo, cuando cruzaba rápido,

en las mañanitas frías, hacia las clases innumerables de introducción al universo,

Desde aquel balcón, allá al fondo, día tras día me decías adiós,

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metida en tu única bata de casa azul, que iba perdiendo su color como una melodía.

pienso estas cosas, parloteando de otras en el jeep rojo que parece de juguete,

porque hoy hace veintidós años que nos casamos,y quizá hasta lo hubiéramos olvidado de no haber llegado las

niñas (digo, las muchachas) a la hora del desayuno,con sus lindos papeles pintados, uno con un 22 enorme y (no sé

por qué) dos plumas despeluzadas de pavorreal,y sobre todo con la luz de sus sonrisas.

¿y es esta la mejor manera de celebrar nuestros primeros veintidós años juntos?

Seguramente sí: y no sólo porque quizá esta noche iremos al restorán Moscú,

Donde pediremos caviar negro y vodka, y recordaremos a Moscú y sus amigos, y también a Leningrado, a Bakú, a ereván;

Sino sobre todo porque lo celebraremos con un día como todos los días de esta vida,

De esta vida ya más bien larga, en la que tantas cosas nos han pasado en común:

el esplendor de la historia y la muerte de nuestras madres,Dos hijas y trabajos y libros y países,el dolor de la separación y la ráfaga de la confianza, del regreso.uno está en el otro como el calor en la llama,y si no hemos podido hacernos mejores,Si no he podido suavizarte no sé qué pena del alma,Si no has podido arrancarme el temblor,es de veras porque no hemos podido.

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Tú no eres la mujer más hermosa del planeta,esa cuyo rostro dura una o dos semanas en una revista de modasy luego se usa para envolver un aguacate o un par de zapatos

que llevamos al consolidado;Sino que eres como la Danae de Rembrandt que nos

deslumbró una tarde inacabable en L’Ermitage, y sigue deslumbrándonos:

Una mujer ni bella ni fea, ni joven ni vieja, ni gorda ni flaca,una mujer como todas las mujeres y como ella sola,a quien la certidumbre del amor da un dorado inextinguible,y hace que esa mano que se adelanta parecida a un aveesté volando todavía, y vuele siempre, en un aire que ahora

respiras tú.eres eficaz y lúcida como el agua.aunque sabes muchas cosas de otros países, de otras lenguas, de

otros enigmas,perteneces a nuestra tierra tan naturalmente como los arrecifes

y las nubes.y siendo altiva como una princesa de verdad (es decir, de los

cuentos),Nunca lo parecías más que cuando, en los años de las grandes

escaseces,hacías cola ante el restorán, de madrugada, para que las

muchachas (entonces, las niñas) comieran mejor,y, serenamente, le disputabas el lugar al hampón y a la

deslenguada.

un día como todos los días de esta vida.No pido nada mejor. No quiero nada mejor.hasta que llegue el día de la muerte.

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jUana

Porque va borrando el agua lo que va dictando el fuego.

Sor Juana Inés de la Cruz

Nada ha borrado el agua, Juana, de lo que fue dictando el fuego.han pasado los años y los siglos, y por aquí están todavía tus

ojosÁvidos, rigurosos y dulces como un puñado de estrellas,contemplando la danza que hace el trompo en la harina,y sobre todo la tristeza que humea en el corazón del hombrecuya inteligencia es un bosque incendiado.lo que querías saber, todavía queremos saberlo,y ponemos el ramo de nuestro estuporante la pirámide solar y lunar de tu almacomo un homenaje a la niña que podía dialogar con los

ancianos de ayer y de mañanay cuyo trino de plata alza aún su espiralentre besos escritos y oscuridades cegadoras.

en tu tierra sin mar, ¿qué podría el aguacontra tu devorante alfabeto de llamas?De noche, hasta mi cama de sueños, va a escribir en mi pecho,y sus letras, donde vienes desnuda, rehacen tu nombre sin cesar.

Nada ha borrado el agua, Juana: el fuegoQuema aún como entonces –hace años, hace siglos.

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¿y FERnÁnDEZ?

A los otros Karamásov

ahora entra aquí él, para mi propia sorpresa.yo fui su hijo preferido, y estoy seguro de que mis hermanos,Que saben que fue así, no tomarán a mal que yo lo afirme.De todas maneras, su preferencia fue por lo menos equitativa.a Manolo, de niño, le dijo señalándome a mí(Me parece ver la mesa de mármol del café los castellanosDonde estábamos sentados, y las sillas de madera oscura,y el bar al fondo, con el gran espejo, y el botelleríocomo ahora sólo encuentro de tiempo en tiempo en películas

viejas):“tu hermano saca las mejores notas, pero el más inteligente eres

tú”.Después, tiempo después, le dijo, siempre señalándome a mí:“Tu hermano escribe las poesías, pero tú eres el poeta”.en ambos casos tenía razón, desde luego,pero qué manera tan rara de preferir.

No lo mató el hígado (había bebido tanto: pero fue su hermano pedro quien enfermó del hígado),

Sino el pulmón, donde el cáncer le creció dicen que por haber fumado sin reposo.

y la verdad es que apenas puedo recordarlo sin un cigarro en los dedos que se le volvieron amarillentos,

los largos dedos en la mano que ahora es la mano mía.incluso en el hospital, moribundo, rogaba que le encendieran un

cigarro.Sólo un momento. Sólo por un momento.

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y se lo encendíamos. ya daba igual.

Su principal amante tenía nombre de heroína shakesperiana,aquel nombre que no se podía pronunciar en mi casa.pero ahí terminaba (según creo) el parentesco con el Bardo.en cualquier caso, su verdadera mujer (no su esposa, ni desde

luego su señora)Fue mi madre. cuando ella salió de la anestesia,Después de la operación de la que moriría,No era él, sino yo quien estaba a su lado.pero ella, apenas abrió los ojos, preguntó con la lengua pastosa:

“¿y Fernández?”ya no recuerdo qué le dije. Fui al teléfono más próximo y lo

llamé.Él, que había tenido valor para todo, no lo tuvo para separarse

de ellaNi para esperar a que se terminara aquella operación.estaba en la casa, solo, seguramente dando esos largos paseos de

una punta a otraQue yo me conozco bien, porque yo los doy; seguramentebuscando con mano temblorosa algo de beber, registrandoa ver si daba con la pequeña pistola de cachas de nácar que mamá

le escondió, y de todas manerasNunca la hubiera usado para eso.le dije que mamá había salido bien, que había preguntado por él,

que viniera.llegó azorado, rápido y despacio. todavía era mi padre, pero al

mismo tiempoya se había ido convirtiendo en mi hijo.

Mamá murió poco después, la valiente heroína.

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y él comenzó a morirse como el personaje shakesperiano que sí fue.

como un raro, un viejo, un conmovedor Romeo de provincia(pero también Romeo fue un provinciano).para aquel trueno, toda la vida perdió sentido. Su noviaDe la casa de huéspedes ya no existía, aquella trigueñitaa la que asustaba caminando por el alero cuando el ciclón del

26;la muchacha con la que pasó la luna de miel en un hotelito de

belascoaín,y ella tembló y lo besó y le dio hijosSin perder el pudor del primer día;con la que se les murió el mayor de ellos, “el niño” para

siempre,Cuando la huelga de médicos del 34;la que estudió con él las oposiciones, y cuyo cabello negrísimo

se cubrió de canas,pero no el corazón, que se encendía contra las injusticias,Contra Machado, contra Batista; la que saludó la Revolucióncon ojos encendidos y puros, y bajó a la tierraenvuelta en la bandera cubana de su escuelita del cerro, la

escuelita pública de hembraspareja a la de varones en la que su hermano Alfonso era

condiscípulo de Rubén Martínez Villena; la que no fumaba ni bebía ni era glamorosa ni parecía una estrella de cine,porque era una estrella de verdad;la que, mientras lavaba en el lavadero de piedra,hacía una enorme espuma, y poemas y canciones que

improvisaba

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llenando a sus hijos de una rara mezcla de admiración y de orgullo, y también de vergüenza,

porque las demás mamás que ellos conocían no eran así(ellos ignoraban aún que toda madre es como ninguna, que toda

madre,Según dijo Martí, debiera llamarse maravilla).

y aquel trueno empezó a apagarse como una vela.Se quedaba sentado en la sala de la casa que se había vuelto

enorme.las jaulas de pájaros estaban vacías. las matas del patio se

fueron secando.los periódicos y las revistas se amontonaban. los libros se

quedaban sin leer.a veces hablaba con nosotros, sus hijos,y nos contaba algo de sus modestas aventuras,como si no fuéramos sus hijos, sino esos amigotes suyosQue ya no existían, y con quienes se reunía a beber, a conspirar,

a recitar,en cafés y bares que ya no existían tampoco.

en vísperas de su muerte, leí al fin El Conde de Montecristo, junto al mar,

y pensaba que lo leía con los ojos de él,en el comedor del sombrío colegio de curasDonde consumió su infancia de huérfano, sin más alegría

Que leer libros como ese, que tanto me comentó.así quiso ser él fuera del cautiverio: justiciero (más que

vengativo) y gallardo.

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con algunas riquezas (que no tuvo, porque fue honrado como un rayo de sol,

e incluso se hizo famoso porque renunció una vez a un cargo cuando supo que había que robar en él).

con algunos amores (que sí tuvo, afortunadamente, aunque no siempre le resultaran bien al fin).

Rebelde, pintoresco y retórico como el conde, o quizá mejorComo un mosquetero. No sé. Vivió la literatura, como vivió las

ideas, las palabras,con una autenticidad que sobrecoge.y fue valiente, muy valiente, frente a policías y ladrones,Frente a hipócritas y falsarios y asesinos.Casi en las últimas horas, me pidió que le secase el sudor de la

cara.tomé la toalla y lo hice, pero entonces viQue le estaba secando las lágrimas. Él no me dijo nada.Tenía un dolor insoportable y se estaba muriendo. pero el condeSólo me pidió, gallardo mosquetero de ochenta o noventa libras,Que por favor le secase el sudor de la cara.

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CaRLos FonsECa haBLa DE RUBÉn DaRÍo

Nunca han sido sus versos más hermososQue recitados por la boca trémulaDe esta muchacha herida, princesa de verdadbajo el nicaragüense sol de encendidos oros.para ella, de regreso del combate,esos versos son también su alimento: ella defiendela belleza de esas palabras popularesComo defiende la justicia, esta tierra en que nació,arriesgando su pecho casi de adolescenteFrente a la bárbara metralla. tiene en su mochilaUn libro de Rubén, una foto de Sandino con el sombrero alón,una carta triste y esperanzada de su madrey el puñado de jazmines que le dio su novio.esos versos son nuestro orgullo y nuestro lujo,un lujo de los pobres, como las montañas y los atardeceres,pero creo que nunca han sido más bellosQue en la boca de esta combatiente herida.ya yo no los escucho: he muerto en la batalla.Ahora estoy donde están Darío y Sandino: soy nadie, soy todos.Sin embargo, sé que la victoria es inminente,y sé que ella, nacida como un niño entre el dolor y la sangre,Nacida como un niño del amor,Vendrá recitando esos versos de un muchachito nicaragüenseQue se hizo hombre y famoso, y no olvidó jamás

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la tierra de volcanes, de penas y de luchasDonde reposa como un padre en el corazón de su pueblo.

La Habana, 18 de junio de 1979

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hayDÉE

¿cuántas niñas van a llevar tu nombre en lo adelante?¿cuántas veces volverás a naceren un batey, en una aldea, en alguna provincia remota de un

remoto país,Donde no sabrán al escuchar tu primer llantoQue de nuevo ha caído sobre la Tierra un cometaDe inmensa luz azul, de ávido fuego?¿cuántas veces volverás a crecer asombradaentre flores y penas, mirando a unas con ojos devorantes,y a otras inconsolable, como si tuvieras sin saber por qué la

culpaDe esas lágrimas, de ese rostro marchito?y otra vez será el estallido, la cólera sagrada,toda ella de amor, para que cesela desdicha del otro, que ahoga como el asma.y serán otra vez los combates, la sangre del hermano,el olor de la pólvora, la montaña llena de estrellas y de sueños.y en manos como las tuyas empezarán las cosas otra vez,y habrá alegrías y escuelas y árboles dorados, y tristezaspor quienes no llegarán a ver esos momentos,tristezas con frecuencia del tamaño del alma.

todo será de nuevo, en tantas partes.lo sabemos.

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pero entrando cuando no se te esperaba, de repente,abriendo la puerta detrás de la cual la reunión se deshacía como

una granada,Deteniéndote para mirar con intensidad, afinando los ojos, un

cuadro,y luego hecha toda risa, y toda angustia luego,evocando la madrugada terrible y hermosa,o avizorando el porvenir de tus pueblos de américa(ese porvenir en el que no estarás y estarás),Moviendo la cabeza como la linda muchacha de pueblo que

nunca dejaste de ser,así no te veremos ya más, sino en el corazónDonde ahora vives junto a la madre y el hermanoy los tesoros guardados en la pequeña gruta de la infancia.Allí, multiplicada y única, estás, invulnerable,y en los días duros y en las noches difícilesDesde allí nos hablas todavía con ternura y firmeza, porque

sabes,Querida niña, querida hermana, querida justicia, querido amor,Sabes todo lo que te seguimos necesitando necesitando.

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ÚLTIMa CaRTa a jULIo CoRTÁZaR

Ahora serán las palabras, las más inútiles o las más elocuentes.

Julio cortázar

esta es otra carta que no llegará a su destino, que no tiene destino.

es absurdo compararla, cosa fácil, a una botella arrojada al mar, a una paloma mensajera,

porque no hay nadie al otro lado para recibirla,y podría seguir girando, astro perdido,De no ser porque se extinguirá mucho antes, quizás apenas al

nacer,tan amarrada se halla a lo que querría decir, a lo que querría

recordar, a lo que está del lado de acá, a lo que en realidad ya no está en parte alguna.

primero fueron búsquedas un poco desganadas y naturalmente infructuosas por el parís de mediados de los cincuenta.

luego, una reunión convenida de antemano, a la que no fuiste, en 1960, en un café de trocadero (¡como la calle de leza-ma!).

íbamos a hablarte (¿a convencerte?) de la Revolución Cubana, que acababa de empezar,

y te había dado cita quien era entonces un común amigo querido de cuyo nombre me acuerdo muy bien,

y que me gustaría que todavía fuera para mí un amigo querido: prefiero evocarlo en ese tiempo, en ese instante.

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Creo que tú y yo nunca llegamos a hablar de esa reunión frustrada durante la cual vimos caer la noche sin ti como quien ve caer la nieve,

y, sin embargo, pienso que de eso que no ocurrió nacieron tantas cosas!

hay puertas, bien lo saben tus fábulas, que no deben abrirse antes de tiempo:

es necesario esperar la sazón para esa apertura, para concurrir a la cita, empujar suavemente con la mano, entrar,

y saber que hemos venido a esa (esta) casa para permanecer en ella,

porque todo está allí patas arriba, que en este triste mundo es quizá lo único sensato que nos va quedando,

y además, como en aquel Teatro Integral de Oklahoma, creo que así se llamaba (¿se llamará?), del hermano Franz,

allí esperan la novia de la infancia, una trompeta o un muñeco perdidos, el bastón para el que hay primavera, cierta manera de soñar y creer en el sueño

Que sólo conocen la infancia, alguna poesía y la revolución:esa otra infancia poética con garabatos, proyectos para cuando

seamos grandes y fuertes y.en fin.

Así, en 1963 (ya lo has contado tú, ya lo ha contado casi todo el mundo),

Maduro para atravesar la puerta como quien se desposa con el cielo o el mar,

o mejor con la pobre bella golpeada abrumada tierra plena de mujeres y hombres hechos para ser felices y hermosos,

llegaste a donde tanto se te había esperado.

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No me refiero sólo a Cuba, desde luego, ni siquiera a nuestra américa,

Sino a esa zona de la sorprendente realidadQue estuvo casi media centuria todavía más pobreporque no estabas tú, quien habías ido acarreando y creando

tesoros sin saber que después ibas a repartirlos(como un mendigo grandullón que se los iba sacando

distraídamente del bolsillo inexhausto)a presos como tomás borge, a una muchacha que al cabo,

después de leerte, no se suicidó,a quienes no van a dejar de ser jóvenes, ni de estar perplejos y

batalladoresante la vida perplejante.

Después, durante más de veinte años,Fuimos un poquito menos pobres, en parte por las cosas que

trajiste,por ti,por vos.

Al final (claro, sin saber, sin aceptar que era el final) empezamos a vosearnos.

pero no por tu Buenos Aires querido, donde apenas estuve unas semanas, antes de conocerte,

Sino por la tierra que hiciste tuya en tus últimos años,por la que peleaste con la linda gallardía que era tu manera

natural de pelear(linda aunque me parece que alguna vez te equivocaste de

molino,pero al cabo cada cual tiene derecho a molinear a su manera,

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con tal de no apearse del rocín ni avergonzarse del grotesco yelmo).

y bueno, si en 1963, llenos de tú y relámpagos y realidades y esperanzas

y sin una gota de barba los dos,Al fin nos vimos, en La Habana, en una suntuosa escalinata que

debía conducirA una especie de toma de un especie de palacio de Invierno,Algo más de veinte años más tarde nos veríamos por última vez,

en Managua,Rodeados de vos, de voseos, de otros relámpagos, de otras

realidades, de otras esperanzas(Iguales y distintos, iguales y distintos),barbados y con tantos años que ya era tiempo de empezar a tomar

en serio o en carcajada la vejez y quizás hasta la muerte.

¿eran esas las cosas en que pensaba, Julio, cuando entre el 13 y el 14 de febrero de 1984

Volaba hacia parís para verte por última vez, para ver cómo te enterraban?

lo que no pudo ser, porque, a pesar de nuestra angustiada prisa, tanto el avión de tomás como el mío,

Quienes llevábamos tierra fresca de Nicaragua y de Cuba para dejarla en tu tumba,

llegaron, sobre el inmenso atlántico, horas despuésDe que te hubieran devuelto a la insaciable.No importa mucho, a la verdad, no haber visto lo que quedaba

de vos.eso que dejaron grande, magro y azorante en el agujero no eras

vos.

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Qué van a creerlo los muchachos que te cuidan en tantas partes.los compas que, entre combate y combate, te leen en

Nicaragua,los nuevos tomás entre los barrotes de cuyas cárcelesentrás antes que el amanecer para decirlesQue este mundo tan raro va a ser mejor, mejor,y un día nos veremos desayunados todos,como dijo el padre Vallejo,Que también se murió en paríscon américa y los pobres del mundo metidos en los huesos,y musitando España, aparta de mí este cáliz.

ahora vos te has muerto clamando:

“¿Vamos a dejar sola a Nicaragua en esta hora que es como su huerto de los olivos? ¿Dejaremos que le claven las manos y los pies?”

No, Julio, no te la dejaremos sola.No puede ocurrir otra vez. También te debemos eso, esta

promesa.ya es demasiado que a césar, antes de enterrarlo en Montrouge,le hubieran dado lo que era de su césar,y no le apartaran aquel cáliz.a vos te decimos, entre los terrones de Montparnasse o donde

estés,Que bien sabemos que es en un colmenar de corazones,Que en la nueva hora del Huerto de los Olivos,el pueblo héroe que amastecomo se ama a una mujer que es un pueblotendrá a su lado el mundo,

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y no dejaremos que le claven las manos y los pies,Muerto del alma, hermano queridísimo,A nuestra Nicaragua tan violentamente dulcecomo vos.

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aQUÍ

aquí vivió brechtaquí está la máscara del malSobre la que hizo aquel poema.aquí está la estufa que le dio calor.aquí están los tomos de lenin intensamente anotadosy los libros prohibidos.aquí está la mesa donde escribíay desde la cual miraba el cementerioen que iba a ser enterrado.aquí está el cuadro chino del hombre que dudacoronando su cuarto de dormir.aquí recibía a los amigos.aquí pensaba.aquí discutía.aquí sufría.aquí proyectaba cosas mejores.Aquí por algún ladoestá el mensaje que me dejaray que busco y busco sin encontraro acaso he recibido ya.aquí vivió brecht.

Berlín-La Habana, 1988

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aLLan EsCRIBE a LIU QUE EsTÁ En CUBa

los arrojó de Francia la guerra, y los separócomo a ese casal de pájaros salvajes de que hablara chejov.Él fue a parar a los estados unidosy ella volvió a ratos a la isla deslumbrante y lejana a que aludió

el otro heredia.Él le escribió y le escribió, pero no con su palabra de príncipe

sin fronterashecho a los vastos espacios de la tierra y el maratravesados por grandes bestias y aves altaneras,Ni con su palabra de documento confidencial,Sino que le decía las cosas que se dicen los enamorados.

Mi pobre amor, le escribía, y le mencionaba sus dos islas vecinas

Cuyo parentesco simboliza un poco nuestra extraña alianza,o le añadía sorprendentemente:Es en la provincia de Camagüey, en tu Isla, donde quisiera no

sé por qué volver a encontrarte,o indagaba por el clima de la habanacomo quien se ilusiona con proyectar un viaje,o le confesaba que apenas podía resistir el deseo de una fuga

clandestina a su isla.Qué tristeza que nunca lo haya hechoy nos perdiéramos el que nuestros árboles lustrosos y nuestro

agolpado calor tan cercanos a los de su infanciahubieran estado entre sus voces soberanas que afortunadamente

en vano quiso impersonales.

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Él le escribió a la Quinta palatino en el Cerro,Donde la singular madre de ella tuvo una imponente colección

de monos y un SalónSobre las interioridades del cual el contertulio pedro Henríquez

ureña le hacía comentarios al joven alfonso Reyes,La Quinta frente a cuyas altas rejasyo cruzaba de niño sobrecogido por las leyendas que me

contaba mi madre.

También le escribió al Gran Hotel del Balneario de San Miguel de los baños, en Matanzas,

Desde el que poco después José Rodríguez Feo se comunicaría con Wallace Stevens

encendiendo en él un misterioso poema,y en que más tarde estuve entre escritores jóvenescon el inevitable e imposible recuerdo de un Marienbad no

visto.

y por último le escribió al Hotel presidente, en el Vedado,Surgido casi junto conmigo y que yo visitaba a los tres años con

uno de mis tíospara mirar a los botones no mucho mayores que yo entoncesCuyas figuras repetía mi mano izquierda en las paredes de mi

casa de la calle tercera,a unos metros de donde iba a estar la casa de las américas.

Él firmaba las cartas a Liucon la a de allan y también de su verdadero nombre,el del poderoso y luego doliente ciudadano francésNacido en la vecina isla de Guadalupe.a liu los demás le decían lilita y también Madame henraux,

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Cuyo nombre de soltera fue Rosalía Sánchez Abreu:y ese segundo apellido suyo es en cuba una bandera.La estatua de su tía abuela, la fiera independentista Marta

Abreu, rige el parque Córdoba en La Víbora,Donde yo daba cita a muchachas que nunca iban,Hasta que años después una llegó al fin:Mi hija más pequeña, que regresaba de la beca.la madre de liu, que se llamaba y acaso era como ella,llenó al país de ráfagas brillantes y oscuras como un castillo

entre relámpagos.

Gracias a esa familia, cuba tenía desde 1933 una bella casa en la Ciudad Universitaria de parís.

allí vivía yo como estudiante cuando en el otoño de 1955la viuda del hispanista que la dirigíaMe pidió que fuera al entierro de una integrante de la ilustre

familia.treinta y dos años después, al leer las cartas del poeta

publicadas en su centenario,Me entero con sorpresa y emoción de que aquella mañana

lluviosa,entre desconocidos rostros graves y un rostro que pretende

imponer mi memoria,yo había echado una rosa oscuraSobre el féretro donde quedarían en tierra francesalos restos de la dama cubana que fue el gran amor,el difícil, atormentado amor de Saint-John perse.

los restos se deshacen bajo otras lluvias y otros vientos.las palabras que persiguieron anhelantes a la extranjera de una

residencia a otra

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Siguen revoloteando en la Isla que casi sin saberlo recibió aquel vespertino amor de plata

como la tierra recibe una inesperada rosa oscura.

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VICToRIa

Volví a verla en el hospital de cancerososDonde mi padre se moría.le pedí que me lo cuidaray me respondió que ella lo hacía con todos,con todas.al regresar yo, ella estabaFregando de rodillas el piso con luz en el rostro.le llevaba una rosa roja, y me dijoQue la aceptaría esa única vez,porque seguramente yo ignoraba que ellasNo podían (ni querían) recibir ningún regalo.¿Ni siquiera un libro? ¿No había al menos un libro que

necesitara?Ni siquiera un libro.

cuando yo era un muchacho tímido y solitario al que quizá no llegó a saludar,

ella era de los mayores en la Facultad de Filosofía y letras,la de la inolvidable belleza morena,la inteligente, la grave, la audaz.Queríamos hacer un mundo mejorQue ese cruel y feo y sin embargo extrañamente amadoen que nos había tocado nacer,y buscábamos en libros respuestas a nuestras preguntas,en libros atestados de preguntas que a menudo nos distraían.

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Se fue a Francia antes que nosotros, para seguir buscando.Ricardo, con su férvida voz neblinosa,Me habló luego de ella, de lo que estaba ocurriendo en ella.estudiaba con un gran maestro, a quien tanto admirábamospor lo que conocía y por lo que padecía.el maestro se dio cuenta de quién era y le pidió que quedara a su

lado.pero ella ya no podía hacerlo.No podía quedar junto a nadie, en ningún lugar.Otro (así creía ella) la había conquistado.para nadie sería su belleza.para nadie su avidez de saber, su necesidad de justicia.o para todos.

Me dicen que estuvo en asia sirviendo oscuramente, como hizo siempre adonde la enviaran.

La había encontrado en Santiago de Cuba, en 1959.Gris era su ropa, y alumbrada su sonrisa.ha muerto no hace mucho, atravesando la isla en un humilde

trenen que viajaba con otras monjas como ella.Se sintió mal. Fue al baño, de donde no salió viva.el corazón.

Ahora no puedes impedirme que ponga una flor sobre tu sombra,

Victoria. ¿Victoria?

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oTRo PoEMa ConjETURaL

Jorge Luis Borges, 1899‑1986

Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama,Descreí también de la inmortalidad,y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta estas

líneas falsamente póstumas,pero no es menos claro que ellas no existirían sin las que yo

produje de veras,Si es que yo y de veras tienen sentido en el extrañísimo universo(Algún curioso habrá reparado en que ese superlativo no podría

ser mío,pero eso no da autenticidad a las restantes palabras).

Afirmé que la duración del alma arbitraria está asegurada en vidas ajenas,

y nada puedo hacer para impedir quedar en el autor que me atribuye este texto,

y en muchos otros autores inconciliables.acaso en mí también fueron inconciliables los rostros, los

estilos que asumí,y sin embargo hace tiempo los vanos diccionarios, las vanas

historias de la literaturalos han reunido bajo tres palabras, entre dos fechas,De las cuales soy el abrumado, el imaginario prisionero, no la

realidad.

Qué mal he sido leído con demasiada frecuencia.cómo no repararon en que laberintos, bibliotecas, tigres,

espadas, saberes occidentales y orientales

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eran transparentes metáforas del pobre corazón de aquel muchacho

Que simplemente quería ser feliz con una muchachacomo sus amigos corrientes en buenos aires o en Ginebra.al evocar mis antepasados, los presenté en mármol o bronce, y fingí ignorarQue ellos mezclaron con sus batallas lágrimas, ayes y amores.la tristeza, la soledad, la desolación contribuyeron a que

existieran mis páginas perfectas,pero yo habría cambiado tantas de esas páginaspor haber besado labios que nunca besé.Dije abominar de los espejos, y no se entendió que lo que quería

era verme reflejadoen ojos oscuros y claros bajo la gran luna de oroo en la penumbra de la alcoba.Me han atribuido la indeseable paternidadDe vocingleras sectas literarias y cenáculos de eruditos,cuando yo quería ser padre de hijas e hijos de carne y hueso.

Nadie extrañe dónde decidí quedar enterradoSi antes no me entendió ni me ayudó a salir de mi celebrada

cárcel.lamenté no haber tenido el valor de mis mayores,pero ahora que nadie puede censurármelo como jactanciaproclamo que no fui menos valiente al afrontar una adversidad

atroz.hubiera preferido muchas veces la bala en el pecho o el íntimo

cuchillo en la gargantaantes que el espanto que contemplé en míMientras pude contemplar.

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No se olvide que no soy quien escribe estos versos.No los escribe nadie.

1999

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ÍnDICE

pReSeNTACIÓN, por Roberto Méndez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IXNOTA A LA pReSeNTe eDICIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXVII

CON LAS MISMAS MANOS. eNSAyO y pOeSíA

ensayo

en torno a la obra poética de alfonso Reyes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5Por los extraños pueblos de eliseo Diego . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .12la poesía en los tiempos que corren . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15

casandra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15los tiempos que corren . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18ahora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .23aquí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .28

Recuerdo a emilio ballagas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35un nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35un poeta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35primer recuerdo y otros recuerdos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .36Dos anécdotas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .40Últimos recuerdos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41un gran poeta lírico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41otra vez un nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .42

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elogio natural del Moro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .43un cuarto de siglo con lezama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .50

para evocar a Lezama persona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .55una cubanía de resonancia universal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .59otro lezama: el verdadero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .74un triste privilegio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .77Último recuerdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .78

prólogo a ernesto Cardenal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .79Rubén Darío en las modernidades de nuestra américa . . . . . . . . . . .97la poesía es un reino autónomo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .126

poesía

elegía como un himno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1433 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143

palacio cotidiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145Décimas por un tomeguín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

canto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147Vuelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

toco tus bordes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .148beleforonte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .150hacia el anochecer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151Los oficios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152

el zapatero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152el ladrón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153el mendigo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153

en el mar. ítaca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155epidauros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156los que se casan con trajes alquilados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .157el otro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .158Última estación de las ruinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .159con las mismas manos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

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patria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163Felices los normales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .164oyendo un disco de benny Moré . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165Tú me preguntas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167Niñas y niños, muchachas y muchachos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .168le preguntaron por los persas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169In memoriam ezequiel Martínez estrada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172usted tenía razón, tallet: somos hombres de transición . . . . . . . . . . 174a un poeta de antes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178Recuerdo a Blake . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179Desagravio a Federico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .180Que veremos arder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183aniversario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184Juana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .187¿y Fernández? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .188carlos Fonseca habla de Rubén Darío . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193haydée. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .195Última carta a Julio cortázar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .197aquí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .203allan escribe a liu que está en cuba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .204Victoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .208otro poema conjetural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210

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este volumen de la Fundación biblioteca ayacucho,se terminó de imprimir el mes de abril de 2008,

en los talleres de la Fundación imprenta cultural, Guarenas, Venezuela.en su diseño se utilizaron caracteres roman, negra y cursiva

de la familia tipográfica Times, en cuerpos 8, 9, 10, 11 y 12 puntos.en su impresión se usó papel hans mate 60 gr.

la edición consta de 3.000 ejemplares.

revoluciónde laconciencia

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