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1 Πλάτωνος Φαίδων (ed. John Burnet, 1903) Ἐχεκράτης [57a] αὐτός, ὦ Φαίδων, παρεγένου Σωκράτει ἐκείνῃ τῇ ἡμέρᾳ ᾗ τὸ φάρμακον ἔπιεν ἐν τῷ δεσμωτηρίῳ, ἢ ἄλλου του ἤκουσας; Φαίδων αὐτός, ὦ Ἐχέκρατες. Ἐχεκράτης τί οὖν δή ἐστιν ἅττα εἶπεν ὁ ἀνὴρ πρὸ τοῦ θανάτου; καὶ πῶς ἐτελεύτα; ἡδέως γὰρ ἂν ἐγὼ ἀκούσαιμι. καὶ γὰρ οὔτε [τῶν πολιτῶν] Φλειασίων οὐδεὶς πάνυ τι ἐπιχωριάζει τὰ νῦν Ἀθήναζε, οὔτε τις ξένος ἀφῖκται χρόνου συχνοῦ [57b] ἐκεῖθεν ὅστις ἂν ἡμῖν σαφές τι ἀγγεῖλαι οἷός τ᾽ ἦν περὶ τούτων, πλήν γε δὴ ὅτι φάρμακον πιὼν ἀποθάνοι· τῶν δὲ ἄλλων οὐδὲν εἶχεν φράζειν. [58a] Φαίδων οὐδὲ τὰ περὶ τῆς δίκης ἄρα ἐπύθεσθε ὃν τρόπον ἐγένετο; Ἐχεκράτης ναί, ταῦτα μὲν ἡμῖν ἤγγειλέ τις, καὶ ἐθαυμάζομέν γε ὅτι πάλαι γενομένης αὐτῆς πολλῷ ὕστερον φαίνεται ἀποθανών. τί οὖν ἦν τοῦτο, ὦ Φαίδων; Φαίδων τύχη τις αὐτῷ, ὦ Ἐχέκρατες, συνέβη· ἔτυχεν γὰρ τῇ προτεραίᾳ τῆς δίκης ἡ πρύμνα ἐστεμμένη τοῦ πλοίου ὃ εἰς Δῆλον Ἀθηναῖοι πέμπουσιν. Ἐχεκράτης τοῦτο δὲ δὴ τί ἐστιν; Φαίδων τοῦτ᾽ ἔστι τὸ πλοῖον, ὥς φασιν Ἀθηναῖοι, ἐν ᾧ Θησεύς ποτε εἰς Κρήτην τοὺς “δὶς ἑπτὰ” ἐκείνους ᾤχετο [58b] ἄγων καὶ ἔσωσέ τε καὶ αὐτὸς ἐσώθη. τῷ οὖν Ἀπόλλωνι ηὔξαντο ὡς λέγεται τότε, εἰ σωθεῖεν, ἑκάστου ἔτους θεωρίαν ἀπάξειν εἰς Δῆλον· ἣν δὴ ἀεὶ καὶ νῦν ἔτι ἐξ ἐκείνου κατ᾽ ἐνιαυτὸν τῷ θεῷ πέμπουσιν. ἐπειδὰν οὖν ἄρξωνται τῆς θεωρίας, Platón, Fedón (Trad. EQUÉCRATES. - ¿Estuviste tú mismo, Fedón, junto a Sócrates el día aquel en que bebió el veneno en la cárcel, o se lo has oído contar a otro? FEDÓN. - Yo mismo estuve allí, Equécrates. EQU. - ¿Qué es, entonces, lo que dijo el hombre antes de su muerte? ¿Y cómo murió? Que me gustaría mucho escuchártelo. Pues ninguno de los ciudadanos de Fliunte, por ahora, va de viaje a Atenas, ni ha llegado de allí ningún extranjero que nos pudiera dar noticias claras acerca de esos hechos, de no ser que él murió después de haber bebido el veneno. De lo demás no hubo quien nos contara nada. FED. - ¿Ni siquiera, pues, estáis informados sobre el juicio, de qué manera se desarrolló? EQU. - Sí, de eso nos informó alguno, y nos quedamos sorprendidos de que se celebrara con tanta anticipación y que él muriera mucho más tarde. ¿Por qué pasó eso, Fedón? FED. - Tuvo una cierta suerte, Equécrates. Aconteció, pues, que la víspera del juicio quedó coronada la popa de la nave que los atenienses envían a Delos. EQU. - ¿Y qué nave es ésa? FED. - Ésa es la nave, según cuentan los atenienses, en la que zarpó Teseo antaño hacia Creta llevando a los famosos «dos veces siete», y los salvó y se salvó a sí mismo. Así que le hicieron a Apolo la promesa entonces, según se refiere, de que, si se salvaban, cada año llevarían una procesión a Delos. Y la envían, en efecto, continuamente, año tras año, hasta ahora, en honor al dios. De modo que, en cuanto comienzan

Fedon Griego Castellano

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    (ed. John Burnet, 1903)

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    Platn, Fedn (Trad.

    EQUCRATES. - Estuviste t mismo, Fedn,

    junto a Scrates el da aquel en que bebi el

    veneno en la crcel, o se lo has odo contar a otro?

    FEDN. - Yo mismo estuve all, Equcrates.

    EQU. - Qu es, entonces, lo que dijo el hombre antes de su muerte? Y cmo muri? Que

    me gustara mucho escuchrtelo. Pues ninguno de

    los ciudadanos de Fliunte, por ahora, va de viaje a Atenas, ni ha llegado de all ningn extranjero

    que nos pudiera dar noticias claras acerca de esos

    hechos, de no ser que l muri despus de haber

    bebido el veneno. De lo dems no hubo quien nos contara nada.

    FED. - Ni siquiera, pues, estis informados sobre el juicio, de qu manera se desarroll?

    EQU. - S, de eso nos inform alguno, y nos

    quedamos sorprendidos de que se celebrara con

    tanta anticipacin y que l muriera mucho ms tarde. Por qu pas eso, Fedn?

    FED. - Tuvo una cierta suerte, Equcrates. Aconteci, pues, que la vspera del juicio qued

    coronada la popa de la nave que los atenienses

    envan a Delos.

    EQU. - Y qu nave es sa?

    FED. - sa es la nave, segn cuentan los

    atenienses, en la que zarp Teseo antao hacia

    Creta llevando a los famosos dos veces siete, y los salv y se salv a s mismo. As que le

    hicieron a Apolo la promesa entonces, segn se

    refiere, de que, si se salvaban, cada ao llevaran

    una procesin a Delos. Y la envan, en efecto, continuamente, ao tras ao, hasta ahora, en

    honor al dios. De modo que, en cuanto comienzan

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    la ceremonia, tienen por ley purificar la ciudad

    durante todo ese tiempo y no matar a nadie

    oficialmente hasta que la nave arribe a Delos y de

    nuevo regrese de all. Algunas veces, eso se demora mucho tiempo, cuando encuentran

    vientos que la retienen. El comienzo de la

    procesin es cuando el sacerdote de Apolo corona la popa de la nave. Eso ocurri casualmente,

    como digo, la vspera de celebrarse el juicio. Por

    eso, justamente, fue mucho el tiempo que estuvo

    Scrates en la crcel, el que hubo entre el juicio y su muerte.

    EQU. - Y qu de las circunstancias de su

    muerte, Fedn? Qu fue lo que se dijo y lo que se hizo, y quines los que estuvieron a su lado de

    sus amigos ntimos? O no permitieron los

    magistrados que estuvieran presentes, y muri abandonado de sus amigos?

    FED. - No, de ningn modo, sino que tuvo a

    algunos a su lado, y muchos incluso.

    EQU. - Esfurzate en relatarnos todo eso lo ms

    precisamente posible, de no ser que tengas algn apremio de tiempo.

    FED. - Bueno, tengo un rato libre, e intentar

    haceros el relato. Porque el evocar el recuerdo de Scrates, sea hablando o escuchando a otro, es

    para m lo ms agradable.

    EQU. - En tal caso, Fedn, tienes en quienes

    van a escucharte a otros semejantes. As que intenta contarlo todo lo ms detalladamente que

    puedas.

    FED. - Pues bien, yo tuve una asombrosa experiencia al encontrarme all. Pues no me

    inundaba un sentimiento de compasin como a

    quien asiste a la muerte de un amigo ntimo, ya que se le vea un hombre feliz, Equcrates, tanto

    por su comportamiento como por sus palabras,

    con tanta serenidad y tanta nobleza muri. De manera que me pareci que, al marchar al Hades,

    no se iba sin un destino divino, y que, adems, al

    llegar all, gozara de dicha como nunca ningn

    otro. Por eso, pues, no me entraba, en absoluto, compasin, como parecera ser natural en quien

    asiste a un acontecimiento fnebre; pero tampoco

    placer como cuando nosotros hablbamos de

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    filosofa como tenamos por costumbre -porque,

    en efecto, los coloquios eran de ese gnero-, sino

    que simplemente tena en m un sentimiento

    extrao, como una cierta mezcla en la que hubiera una combinacin de placer y, a la vez, de pesar, al

    reflexionar en que l estaba a punto de morir. Y

    todos los presentes nos encontrbamos en una disposicin parecida, a ratos riendo, a veces

    llorando, y de manera destacada uno de nosotros,

    Apolodoro -que ya conoces, sin duda, al hombre

    y su carcter. EQU. - Pues cmo no?

    FED. - l, desde luego, estaba por completo en

    tal estado de nimo, y yo mismo estaba

    perturbado como los dems.

    EQU. - Quines eran, Fedn, los all

    presentes?

    FED. - De los del pas estaba ese Apolodoro, y

    Critobulo y su padre, y adems Hermgenes,

    Epgenes, Esquines y Antstenes. Tambin estaba Ctesipo el de Peania, y Menxeno y algunos ms

    de sus paisanos. Platn estaba enfermo, creo.

    EQU. - Estaban algunos forasteros?

    FED. - S, Simmias el de Tebas, y Cebes y Fedondas; y de Mgara, Euclides y Terpsin.

    EQU. - Qu ms? Estuvieron Aristipo y

    Clembroto?.

    FED. - No, ciertamente. Se deca que estaban

    en Egina.

    EQU. - Algn otro estaba presente?

    FED. - Creo que stos fueron, ms o menos, los

    que all estaban.

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    EQU. - Qu ms? Cules dices que fueron los

    coloquios?

    FED. - Yo voy a intentar contrtelo todo desde el comienzo. Ya de un modo continuo tambin en

    los das anteriores acostumbrbamos, tanto los

    dems como yo, a acudir a visitar a Scrates, reunindonos al amanecer en la sala de tribunales

    donde tuvo lugar el juicio. Porque est prxima a

    la crcel. All aguardbamos cada da hasta que se

    abra la puerta de la crcel, conversando unos con otros, porque no estaba abierta muy de maana. Y

    en cuanto se abra, entrbamos a hacer compaa

    a Scrates y con l pasbamos la mayor parte del da.

    Pero en aquella ocasin los habamos

    congregado an ms temprano. Porque la vspera, cuando salamos de la crcel al anochecer, nos

    enteramos de que la nave de Delos haba

    regresado. As que nos dimos aviso unos a otros

    de acudir lo antes posible al lugar acostumbrado. Y llegamos y, salindonos al encuentro el portero

    que sola atendernos, nos dijo que esperramos y

    no nos presentsemos antes de que l nos lo indicara.

    Es que los Once -dijo- desatan (de los grilletes)

    a Scrates y le comunican que hoy morir.

    En fin, no tard mucho rato en volver y nos invit a entrar. Al entrar, en efecto, encontramos

    a Scrates recin desencadenado, y a Jantipa -que

    ya conoces- que llevaba en brazos a su hijito y estaba sentada a su lado. Conque, en cuanto nos

    vio Jantipa, se puso a gritar, como acostumbran a

    hacer las mujeres: -Ay, Scrates, por ltima vez te hablarn tus

    amigos y t a ellos!

    Al punto Scrates, dirigiendo una mirada a

    Critn le dijo: -Critn, que alguien se la lleve a casa.

    -Y unos servidores de Critn se la llevaron, a

    ella que gimoteaba y se daba golpes de pecho. Scrates, sentndose en la cama, flexion la

    pierna y se la frot con la mano, y mientras se

    daba el masaje, dijo: -Qu extrao, amigos, suele ser eso que los

    hombres denominan placentero! Cun

    sorprendentemente est dispuesto frente a lo que

    parece ser su contrario, lo doloroso, por el no querer presentarse al ser humano los dos a la vez;

    pero si uno persigue a uno de los dos y lo alcanza,

    siempre est obligado, en cierto modo, a tomar

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    tambin el otro, como si ambos estuvieran ligados

    en una sola cabeza. Y me parece, dijo, que si

    Esopo lo hubiera advertido, habra compuesto una

    fbula de cmo la divinidad, que quera separar a ambos contendientes, despus de que no lo

    consigui, les empalm en un mismo ser sus

    cabezas, y por ese motivo al que obtiene el uno le acompaa el otro tambin a continuacin. En

    efecto, algo as me ha sucedido tambin a m.

    Despus de que a causa de los grilletes estuvo en

    mi pierna el dolor, ya parece que llega, siguindolo, el placer.

    Entonces dijo Cebes, tomando la palabra:

    -Por Zeus, Scrates, hiciste bien recordndomelo! Que acerca de los poemas que

    has hecho versificando las fbulas de Esopo y el

    proemio dedicado a Apolo ya me han preguntado otros, como tambin lo hizo anteayer Eveno, que

    con qu intencin los hiciste, despus de venir

    aqu, cuando antes no lo habas hecho nunca. Por

    tanto, si te importa algo que yo pueda responder a Eveno cuando de nuevo me pregunte -porque s

    bien que me preguntar- dime qu he de decirle.

    -Dile entonces a l -dijo- la verdad, Cebes. Que no los compuse pretendiendo ser rival de l ni de

    sus poemas -pues ya s que no sera fcil-, sino

    por experimentar qu significaban ciertos sueos

    y por purificarme, por si acaso sa era la msica que muchas veces me ordenaban componer. Pues

    las cosas eran del modo siguiente. Visitndome

    muchas veces el mismo sueo en mi vida pasada, que se mostraba, unas veces, en una apariencia y,

    otras, en otras, deca el mismo consejo, con estas

    palabras: Scrates, haz msica y aplcate a ello! Y yo, en mi vida pasada, crea que el sueo

    me exhortaba y animaba a lo que precisamente yo

    haca, como los que animan a los corredores, y a

    m tambin el sueo me animaba a eso que yo practicaba, hacer msica, en la conviccin de que

    la filosofa era la ms alta msica, y que yo la

    practicaba. Pero ahora, despus de que tuvo lugar el juicio y la fiesta del dios retard mi muerte, me

    pareci que era preciso, por si acaso el sueo me

    ordenaba repetidamente componer esa msica popular, no desobedecerlo, sino hacerla. Pues era

    ms seguro no partir antes de haberme purificado

    componiendo poemas y obedeciendo al sueo.

    As que, en primer lugar, lo hice en honor del dios del que era la fiesta. Pero despus del himno

    al dios, reflexionando que el poeta deba, si es

    que quera ser poeta, componer mitos y no

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    razonamientos, y que yo no era diestro en mitolo-

    ga, por esa razn pens en los mitos que tena a

    mano, y me saba los de Esopo; de sos hice

    poesa con los primeros que me top. Explcale, pues, esto a Eveno, Cebes, y que le vaya bien, y

    dile que, si es sensato, me siga lo antes posible.

    Me marcho hoy, segn parece. Pues lo ordenan los atenienses.

    Entonces Simmias dijo:

    -Vaya un consejo ese que le das, Scrates, a

    Eveno! Muchas veces ya me he encontrado con el hombre. Desde luego que por lo que yo he

    captado de l no te obedecer de buen grado de

    ningn modo. -Cmo? -dijo l- No es filsofo Eveno?

    -Me parece que s -contest Simmias.

    -Pues entonces Eveno estar dispuesto, como cualquier otro que participe de esta profesin. Sin

    embargo, probablemente no se har violencia.

    Pues afirman que no es lcito. Y, al tiempo que

    deca esto, bajaba sus piernas al suelo, y sentndose as sostuvo ya el resto del dilogo.

    Le pregunt entonces Cebes:

    -Cmo dices eso, Scrates, de que no es lcito hacerse violencia a s mismo, pero que estar

    dispuesto el filsofo a acompaar al que muere?

    -Cmo, Cebes? No habis odo t y Simmias

    hablar de tales temas, habiendo estudiado con

    Filolao?

    -Nada preciso, Scrates.

    -Claro que yo hablo tambin de odas sobre

    esas cosas. Pero lo que he odo no tengo ningn

    reparo en decirlo. Adems, tal vez es de lo ms

    conveniente para quien va a emigrar hacia all ponerse a examinar y a relatar mitos acerca del

    viaje hacia ese lugar, de qu clase suponemos que

    es. Pues qu otra cosa podra hacer uno en el tiempo que queda hasta la puesta del sol?

    -Con qu fundamento, pues, afirman que no es

    lcito matarse a s mismo, Scrates? Pues yo, justo lo que t decas hace un momento, ya se lo

    haba odo a Filolao, cuando conviva con

    nosotros, y tambin otras veces a algunos otros,

    que no se debe hacer eso. Pero nada preciso he escuchado nunca acerca de esos asuntos.

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    -Bueno, hay que tener confianza -dijo-. Pues tal

    vez enseguida vas a orlo. Quiz, sin embargo, te

    parecer extrao que este asunto frente a todos

    los dems sea simple, y que nunca le ocurra al hombre, como sucede con los dems seres, que se

    encuentre: en ocasiones en que tambin a l le sea

    mejor estar muerto que vivir, y en los casos en que le es mejor estar muerto, quiz te parezca

    extrao que a esos hombres les sea impo darse

    muerte a s mismos, sino que deban aguardar a

    otro benefactor. Entonces Cebes, sonriendo ligeramente, dijo

    expresndose en su dialecto:

    -Spalo Zeus! -Pues s que puede parecer -dijo Scrates- que

    as es absurdo. Pero no lo es, sino que,

    probablemente, tiene una explicacin. El dicho que sobre esto se declara en los misterios, de que

    los humanos estamos en una especie de prisin y

    que no debe uno liberarse a s mismo ni escapar

    de sta, me parece un aserto solemne y difcil de comprender. No obstante, me parece que, a m al

    menos, Cebes, que no dice sino bien esto: que los

    dioses son los que cuidan de nosotros y que nosotros, los humanos, somos una posesin de los

    dioses. O no te parece a ti as?

    -A m s -dijo Cebes-.

    -As pues -dijo l-, tambin t si alguno de los seres de tu propiedad se diera muerte a s mismo,

    sin haberlo indicado t que deseas que est

    muerto, te irritaras con l, y, si pudieras darle algn castigo, se lo aplicaras como pena?

    -Desde luego -dijo.

    -Tal vez, entonces, desde ese punto de vista, no

    es absurdo que uno no deba darse muerte a s

    mismo, hasta que el dios no enve una ocasin forzosa, como sta que ahora se nos presenta.

    -Bien -dijo Cebes-, eso s parece razonable. Sin embargo, lo que decas hace un momento, lo de

    que los filsofos fcilmente querran morir, eso

    me parece absurdo, Scrates, si es que est bien razonado lo que decamos hace un momento: que

    la divinidad es quien se cuida de nosotros y

    nosotros somos posesiones de sta. Porque el que

    no se irriten los ms sensatos de dejar esa situacin de servicio, en la que les dirigen quienes

    son los mejores dirigentes que existen, los dioses,

    no tiene explicacin. Pues, sin duda, nadie cree

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    que l se cuidar mejor por s mismo, al quedarse

    en libertad. Slo un individuo necio se apresu-

    rara a creer que debe escapar de su amo, y no

    reflexionara que no conviene, por cierto, escapar del bien, sino permanecer en l lo ms posible, y

    por ello escapara irreflexivamente. Pero el que

    tenga inteligencia desear siempre, sin duda, estar junto a lo que es mejor que l mismo. As que,

    Scrates, con esto resulta que es lgico lo

    contrario de lo que hace poco decamos, que es

    natural que los sensatos se irriten al morir, y que los necios se alegren de ello.

    Entonces, me pareci que Scrates, al

    escucharlo, se regocij con la objecin de Cebes, y, mirando hacia nosotros, dijo:

    -De continuo, ciertamente, Cebes va a la

    rebusca de algunos argumentos y no est dispuesto por las buenas a dejarse convencer con

    lo que uno le diga.

    Entonces dijo Simmias:

    -Pero me parece, Scrates, tambin a m que, por lo menos ahora, Cebes dice algo cierto. Pues

    con qu intencin trataran de escapar hombres,

    de verdad sabios, de unos dueos mejores que ellos mismos y querran apartarse sin ms de

    stos? Y me parece que Cebes apunta a ti su

    razonamiento, porque t tan fcilmente soportas

    el abandonarnos a nosotros y a unos buenos gobernantes, segn t mismo reconoces, los

    dioses.

    -Es justo lo que decs -dijo-. Pues creo que vosotros decs que me es preciso defenderme

    contra ese reproche como delante de un tribunal.

    -Desde luego que s -dijo Cebes.

    -Vamos, pues! -dijo l-. Tratar de hacer mi

    apologa ante vosotros ms persuasivamente que ante los jueces. En efecto, yo -dijo-, Simmias y

    Cebes, si no creyera que voy a presentarme, en

    primer lugar, ante otros dioses sabios y buenos, y, luego, ante personas ya fallecidas mejores que las

    de ac, cometera una injusticia no irritndome de

    mi muerte. Pero sabed bien ahora que espero llegar junto a hombres buenos, y eso no lo

    asegurara del todo; pero que llegar junto a los

    dioses, amos muy excelentes, sabed bien que yo

    lo afirmara por encima de cualquier otra cosa. De modo que por eso no me irrito en tal manera, sino

    que estoy bien esperanzado de que hay algo para

    los muertos y que es, como se dice desde antiguo,

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    mucho mejor para los buenos que para los malos.

    -Cmo, Scrates? -dijo Simmias-. Y t

    guardndote esa idea en tu mente vas a marcharte, o nos la puedes comunicar tambin a nosotros?

    Porque me parece a m que se podra ser un bien

    comn, y a la vez te servir de apologa, si es que nos convences de lo que dices.

    -Bueno, lo intentar -dijo-. Pero veamos

    primero qu es lo que aqu Critn pretende

    decimos, me parece, desde hace un rato.

    -Qu otra cosa, Scrates, va a ser -dijo Critn-, sino que hace rato que me dice el que va a darte

    el veneno que te advierta de que dialogues lo

    menos posible. Pues dice que los que hablan se acaloran ms y que eso no es nada conveniente

    para administrar el veneno. En caso contrario,

    algunas veces es forzoso que quienes hacen algo

    as beban dos y hasta tres veces. Y le contest Scrates:

    -Ea, mndalo a paseo! Que se cuide slo de su

    tarea, para estar dispuesto a drmelo dos veces, si es preciso, y hasta tres.

    -Bueno, algo as saba que diras -dijo Critn-.

    Pero me da la lata desde hace un rato.

    -Djalo -dijo-. Ahora ya quiero daros a

    vosotros, mis jueces, la razn de por qu me resulta lgico que un hombre que de verdad ha

    dedicado su vida a la filosofa en trance de morir

    tenga valor y est bien esperanzado de que all va a obtener los mayores bienes, una vez que muera.

    Cmo, pues, es esto as, Simmias y Cebes, yo

    intentar explicroslo.

    Porque corren el riesgo cuantos rectamente se dedican a la filosofa de que les pase inadvertido

    a los dems que ellos no se cuidan de ninguna

    otra cosa, sino de morir y de estar muertos. As que, si eso es verdad, sin duda resultara absurdo

    empearse durante toda la vida en nada ms que

    eso, y, llegando el momento, que se irritaran de lo que desde mucho antes pretendan y se ocupaban.

    Entonces Simmias se ech a rer y dijo:

    -Por Zeus, Scrates, que, aunque no estaba ahora con ganas de rerme, me has hecho rer!

    Creo, desde luego, que a la gente, de orte decir

    eso mismo, le habra parecido que est muy bien

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    dicho respecto a los filsofos -y que recibira la

    aprobacin de nuestros compatriotas

    completamente- que los que filosofan andan

    moribundos, y tampoco se les escapa a ellos que son dignos de sufrir tal muerte.

    -Y diran la verdad, Simmias, con excepcin de

    que a ellos no les pasa inadvertido. Pues les pasa inadvertido en qu sentido andan moribundos y

    en qu sentido son dignos de muerte y de qu tipo

    de muerte quienes son verdaderamente filsofos.

    Conversemos, pues -dijo-, entre nosotros slo, mandndolos a los dems a paseo. Consi-

    deramos que la muerte es algo?

    -Y mucho -dijo Simmias contestando.

    -Acaso es otra cosa que la separacin del alma

    del cuerpo? Y el estar muerto es esto: que el cuerpo est solo en s mismo, separado del alma,

    y el alma se quede sola en s misma separada de

    cuerpo? Acaso la muerte no es otra cosa sino

    esto?

    -No, sino eso -dijo.

    -Examina ahora, amigo, si compartes mi

    opinin en lo siguiente. Pues con eso creo que

    sabremos ms de la cuestin que estudiamos. Te

    parece a ti que es propio de un filsofo andar dedicado a los que llaman placeres, tales como

    los propios de comidas y de bebidas?

    -En absoluto, Scrates -dijo Simmias.

    -Qu de los placeres del sexo?

    -En ningn modo.

    -Y qu hay respecto de los dems cuidados del

    cuerpo? Te parece que tal persona los considera

    importantes? Por ejemplo, la adquisicin de mantos y calzados elegantes, y los dems

    embellecimientos del cuerpo, te parece que los

    tiene en estima, o que los desprecia, en la medida en que no tiene una gran necesidad de ocuparse

    de ellos?

    -A m me parece que los desprecia -dijo-, por lo

    menos el que es de verdad filsofo.

    -Por lo tanto, no te parece que, por entero -

    dijo-, la ocupacin de tal individuo no se centra

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    en el cuerpo, sino que, en cuanto puede, est

    apartado de ste, y, en cambio, est vuelto hacia

    el alma?

    -A m s.

    -Es que no est claro, desde un principio, que el filsofo libera su alma al mximo de la

    vinculacin con el cuerpo, muy a diferencia de

    los dems hombres?

    -Est claro.

    -Y, por cierto, que les parece, Simmias, a los dems hombres que quien no halla placer en tales

    cosas ni participa de ellas no tiene un vivir digno,

    sino que se empea en algo prximo al estar muerto el que nada se cuida de los placeres que

    estn unidos al cuerpo.

    -Muy verdad es lo que dices, desde luego.

    -Y qu hay respecto de la adquisicin misma

    de la sabidura? Es el cuerpo un impedimento o

    no, si uno lo toma en la investigacin como compaero? Quiero decir, por ejemplo, lo

    siguiente: acaso garantizan alguna verdad la

    vista y el odo a los humanos, o sucede lo que

    incluso los poetas nos repiten de continuo, que no omos nada preciso ni lo vemos? Aunque, si estos

    sentidos del cuerpo no son exactos ni claros, mal

    lo sern los otros. Pues todos son inferiores a sos. O no te lo parecen a ti?

    -Desde luego -dijo.

    -Cundo, entonces -dijo l-, el alma aprehende

    la verdad? Porque cuando intenta examinar algo

    en compaa del cuerpo, est claro que entonces es engaada por l.

    -Dices verdad.

    -No es, pues, al reflexionar, ms que en

    ningn otro momento, cuando se le hace evidente

    algo de lo real?

    -S.

    -Y reflexiona, sin duda, de manera ptima, cuando no la perturba ninguna de esas cosas, ni el

    odo ni la vista, ni dolor ni placer alguno, sino

    que ella se encuentra al mximo en s misma,

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    mandando de paseo al cuerpo, y, sin comunicarse

    ni adherirse a l, tiende hacia lo existente.

    -As es.

    -Por lo tanto, tambin ah el alma del filsofo

    desprecia al mximo el cuerpo y escapa de ste, y busca estar a solas en s ella misma?

    -Es evidente.

    -Qu hay ahora respecto de lo siguiente,

    Simmias? Afirmamos que existe algo justo en s

    o nada?

    -Lo afirmamos, desde luego, por Zeus!

    -Y, a su vez, algo bello y bueno?

    -Cmo no?.

    -Es que ya has visto alguna de tales cosas con

    tus ojos nunca?

    -De ninguna manera -dijo l.

    -Pero acaso los has percibido con algn otro

    de los sentidos del cuerpo? Me refiero a todo eso, como el tamao, la salud, la fuerza, y, en una

    palabra, a la realidad de todas las cosas, de lo que

    cada una es. Acaso se contempla por medio del cuerpo lo ms verdadero de stas, o sucede del

    modo siguiente: que el que de nosotros se prepara

    a pensar mejor y ms exactamente cada cosa en s de las que examina, ste llegara lo ms cerca

    posible del conocer cada una?

    -As es, en efecto.

    -Entonces, lo har del modo ms puro quien

    en rigor mximo vaya con su pensamiento solo hacia cada cosa, sin servirse de ninguna visin al

    reflexionar, ni arrastrando ninguna otra

    percepcin de los sentidos en su razonamiento, sino que, usando slo de la inteligencia pura por

    s misma, intente atrapar cada objeto real puro,

    prescindiendo todo lo posible de los ojos, los

    odos y, en una palabra, del cuerpo entero, porque le confunde y no le deja al alma adquirir la

    verdad y el saber cuando se le asocia? No es se,

    Simmias, ms que ningn otro, el que alcanzar

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    lo real?

    -Cun extraordinariamente cierto -dijo Simmias- es lo que dices, Scrates!

    -Por consiguiente es forzoso -dijo- que de todo eso se les produzca a los autnticamente filsofos

    una opinin tal, que se digan entre s unas

    palabras de este estilo, poco ms o menos:

    Puede ser que alguna senda nos conduzca hasta el fin, junto con el razonamiento, en nuestra

    investigacin, en cuanto a que, en tanto tengamos

    el cuerpo y nuestra alma est contaminada por la ruindad de ste, jams conseguiremos

    suficientemente aquello que deseamos.

    Afirmamos desear lo que es verdad. Pues el cuerpo nos procura mil preocupaciones por la

    alimentacin necesaria; y, adems, si nos afligen

    algunas enfermedades, nos impide la caza de la

    verdad. Nos colma de amores y deseos, de miedos y de fantasmas de todo tipo, y de una

    enorme trivialidad, de modo que cun verdadero

    es el dicho de que en realidad con l no nos es posible meditar nunca nada! Porque, en efecto,

    guerras, revueltas y batallas ningn otro las

    origina sino el cuerpo y los deseos de ste. Pues a

    causa de la adquisicin de riquezas se originan todas la guerras, y nos vemos forzados a

    adquirirlas por el cuerpo, siendo esclavos de sus

    cuidados. Por eso no tenemos tiempo libre para la filosofa, con todas esas cosas suyas. Pero el

    colmo de todo es que, si nos queda algn tiempo

    libre de sus cuidados y nos dedicamos a observar algo, inmiscuyndose de nuevo en nuestras

    investigaciones nos causa alboroto y confusin, y

    nos perturba de tal modo que por l no somos

    capaces de contemplar la verdad. Conque, en realidad, tenemos demostrado que,

    si alguna vez vamos a saber algo limpiamente,

    hay que separarse de l y hay que observar los objetos reales en s con el alma por s misma. Y

    entonces, segn parece, obtendremos lo que

    deseamos y de lo que decimos que somos amantes, la sabidura, una vez que hayamos

    muerto, segn indica nuestro razonamiento, pero

    no mientras vivimos. Pues si no es posible por

    medio del cuerpo conocer nada limpiamente, una de dos: o no es posible adquirir nunca el saber, o

    slo muertos. Porque entonces el alma estar

    consigo misma separada del cuerpo, pero antes

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    no. Y mientras vivimos, como ahora, segn

    parece, estaremos ms cerca del saber en la

    medida en que no tratemos ni nos asociemos con

    el cuerpo, a no ser en la estricta necesidad, y no nos contaminemos de la naturaleza suya, sino que

    nos purifiquemos de l, hasta que la divinidad

    misma nos libere. Y as, cuando nos desprendamos de la insensatez del cuerpo, segn

    lo probable estaremos en compaa de lo

    semejante y conoceremos por nosotros mismos

    todo lo puro, que eso es seguramente lo verdadero. Pues al que no est puro me temo que

    no le es lcito captar lo puro.

    Creo que algo semejante, Simmias, es necesario que se digan unos a otros y que mantengan tal

    creencia los que rectamente aman el saber. No te

    lo parece as? -Del todo, Scrates.

    -Por lo tanto -dijo Scrates-, si eso es verdad,

    compaero, hay una gran esperanza, para quien llega adonde yo me encamino, de que all de

    manera suficiente, ms que en ningn otro lugar

    adquirir eso que nos ha procurado la mayor preocupacin en la vida pasada. As que el viaje

    que ahora me han ordenado hacer se presenta con

    una buena esperanza, como para cualquier otro

    hombre que considere que tiene preparada su inteligencia, como purificada.

    -Muy bien -dijo Simmias.

    -Pero es que no viene a ser una purificacin

    eso, lo que desde antiguo se dice en la sentencia

    el separar al mximo el alma del cuerpo y el acostumbrarse ella a recogerse y concentrarse en

    s misma fuera del cuerpo, y a habitar en lo

    posible, tanto en el tiempo presente como en el

    futuro, sola en s misma, liberada del cuerpo como de unas cadenas?

    -Desde luego.

    -Por tanto, eso es lo que se llama muerte, la

    separacin y liberacin del alma del cuerpo?

    -Completamente -dijo l.

    -Y en liberarla, como decimos, se esfuerzan

    continuamente y ante todo los filsofos de

    verdad, y ese empeo es caracterstico de los

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    filsofos, la liberacin y la separacin del alma

    del cuerpo. O no?

    -Parece que s.

    -Por lo tanto, lo que decamos en un comienzo:

    sera ridculo un hombre que se dispusiera a s

    mismo durante su vida a estar lo ms cerca posible del estar muerto y a vivir de tal suerte, y

    que luego, al llegarle la muerte, se irritara de ello.

    -Ridculo. Cmo no?

    -En realidad, por tanto -dijo-, los que de verdad

    filosofan, Simmias, se ejercitan en morir, y el estar muertos es para estos individuos

    mnimamente temible. Obsrvalo a partir de lo

    siguiente. Si estn, pues, enemistados por completo con el cuerpo, y desean tener a su alma

    sola en s misma, cuando eso se les presenta, no

    sera una enorme incoherencia que no marcharan

    gozosos hacia all adonde tienen esperanza de alcanzar lo que durante su vida desearon

    amantemente -pues amaban el saber- y de verse

    apartados de aquello con lo que convivan y estaban enemistados? Cierto que, al morir sus

    seres amados, o sus esposas, o sus hijos, muchos

    por propia decisin quisieron marchar al Hades,

    guiados por la esperanza de ver y convivir all con los que aoraban. Y, en cambio, cualquiera

    que ame de verdad la sabidura y que haya

    albergado esa esperanza de que no va a conseguirla de una manera vlida en ninguna otra

    parte de no ser en el Hades, va a irritarse de morir

    y no se ir all gozoso? Preciso es creerlo, al menos si de verdad, amigo mo, es filsofo. Pues

    l tendr en firme esa opinin: que en ningn otro

    lugar conseguir de modo puro la sabidura sino

    All. Si eso es as, lo que justamente deca hace un momento, no sera una enorme incoherencia

    que tal individuo temiera la muerte?

    -En efecto, enorme, por Zeus! -dijo l.

    -Por lo tanto, eso ser un testimonio suficiente para ti -dijo-, de que un hombre a quien veas

    irritarse por ir a morir, se no es un filsofo, sino

    algn amigo del cuerpo. Y ese mismo ser

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    seguramente amigo tambin de las riquezas y de

    los honores 29, sea de una de esas cosas o de

    ambas.

    -Desde luego -dijo-, es as como t dices. -Acaso, Simmias -dijo-, no se aplica muy

    especialmente la llamada valenta a los que

    presentan esa disposicin de nimo? -Por completo, en efecto -dijo.

    -Por consiguiente tambin la templanza, e

    incluso eso que la gente llama templanza, el no dejarse excitar por los deseos, sino dominarlos

    moderada y ordenadamente, acaso no les

    conviene a estos solos, a quienes en grado extremo se despreocupan del cuerpo y viven

    dedicados a la filosofa?

    -Forzosamente -dijo.

    -Porque si quieres -dijo l- considerar la

    valenta y templanza de los otros, te va a parecer

    que es absurda.

    -Cmo dices, Scrates?

    -Sabes -dijo l- que todos los otros consideran

    la muerte uno de los grandes males?

    -Y mucho -dijo.

    -As que por miedo de mayores males los valientes de entre sos afrontan la muerte, cuando

    la afrontan?

    -As es.

    -Por lo tanto, por tener miedo y por temor son

    valientes todos a excepcin de los filsofos. Y,

    sin embargo, es absurdo que alguien sea valiente por temor y por cobarda.

    -Desde luego que s.

    -Qu pasa con los moderados de sos? No les

    sucede lo mismo: que son moderados por una cierta intemperancia? Y aunque decimos que eso

    es imposible, sin embargo les ocurre una

    experiencia semejante en lo que respecta a su

    boba moderacin. Porque por temor de verse

    29

    En su juego de palabras, opone philsophos a philosmatos (palabra que Platn

    inventa), y philochrmatos a philtimos.

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    privados de otros placeres y por ms que los

    desean, renuncian a unos dominados por otros.

    Aunque, s, llaman intemperancia al ser

    dominado por los placeres, no obstante les sucede que, al ser dominados por placeres, ellos dominan

    otros placeres. Y eso es semejante a lo que se

    deca hace un instante: que en cierto modo, ellos se han hecho moderados por su intemperancia.

    -Pues as parece.

    -Bienaventurado Simmias, quiz no sea se el cambio correcto en cuanto a la virtud, que se

    truequen placeres por placeres y pesares por

    pesares y miedo por miedo, mayores por menores, como monedas, sino que sea slo una la

    moneda vlida, contra la cual se debe cambiar

    todo eso, la sabidura. Y, quiz, comprndose y vendindose todas las cosas por ella y con ella,

    existan de verdad la valenta, la moderacin, la

    justicia, y, en conjunto, la verdadera virtud, en

    compaa del saber, tanto si se aaden como si se restan placeres, temores y las dems cosas de tal

    clase. Y si se apartan del saber y se truecan unas

    por otras, temo que la virtud resultante no sea sino un juego de sombras, y servil en realidad, y

    que no tenga nada sano ni verdadero. Acaso lo

    verdadero, en realidad, sea una cierta purificacin

    de todos esos sentimientos, y tambin la mo-deracin y la justicia y la valenta, y que la misma

    sabidura sea un rito purificador.

    Y puede ser que quienes nos instituyeron los cultos mistricos no sean individuos de poco

    mrito, sino que de verdad de manera cifrada se

    indique desde antao que quien llega impuro y no iniciado al Hades yacer en el fango, pero que el

    que llega all purificado e iniciado habitar en

    compaa de los dioses. Ahora bien, como dicen

    los de las iniciaciones, muchos son los portadores de tirso, pero pocos los bacantes. Y

    stos son, en mi opinin, no otros sino los que

    han filosofado rectamente. De todo eso no hay nada que yo, en lo posible, haya descuidado en mi

    vida, sino que por cualquier medio me esforc en

    llegar a ser uno de ellos. Si me esforc rectamente y he conseguido algo, al llegar all lo sabremos

    claramente, si dios quiere, dentro de un poco

    segn me parece. Esto es, pues, Simmias y Cebes,

    lo que yo digo en mi defensa, de cmo, al abandonaros a vosotros y a los amos de aqu, no

    lo llevo a mal ni me irrito, reflexionando en que

    tambin all voy a encontrar no menos que aqu

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    buenos amos y compaeros. [A la gente le

    produce incredulidad el tema.]. As que, si en

    algo soy ms convincente en mi defensa ante

    vosotros que ante los jueces atenienses, estara satisfecho.

    Despus que Scrates hubo dicho esto, tom la

    palabra Cebes y dijo: -Scrates, en lo dems a m me parece que

    dices bien, pero lo que dices acerca del alma les

    produce a la gente mucha desconfianza en que,

    una vez que queda separada del cuerpo, ya no exista en ningn lugar, sino que en aquel mismo

    da en que el hombre muere se destruya y se

    disuelva, apenas se separe del cuerpo, y saliendo de l como aire exhalado o humo se vaya

    disgregando, voladora, y que ya no exista en

    ninguna parte. Porque, si en efecto existiera ella en s misma, concentrada en algn lugar y

    apartada de esos males que hace un momento t

    relatabas, habra una inmesa y bella esperanza,

    Scrates, de que sea verdad lo que t dices. Pero eso, tal vez, requiere de no pequea persuasin y

    fe, lo de que el alma existe, muerto el ser

    humano, y que conserva alguna capacidad y entendimiento.

    -Dices verdad Cebes -dijo Scrates-. Pero qu

    vamos a hacer? O es que quieres que charlemos

    de esos mismos temas de si es verosmil que sea as, o de si no?

    -Yo, desde luego -dijo Cebes-, escuchara muy

    a gusto la opinin que tienes acerca de estas cosas.

    -Al menos ahora creo -dijo Scrates- que nadie

    que nos oiga, ni aunque sea autor de comedias, dir que prolongo mi chchara y que no hago mi

    discurso sobre los asuntos en cuestin. Conque, si

    os parece bien, hay que aplicarse al examen.

    Y examinmoslo desde este punto: si acaso existen en el Hades las almas de las personas que

    han muerto o si no. Pues hay un antiguo relato del

    que nos hemos acordado, que dice que llegan all desde aqu, y que de nuevo regresan y que nacen

    de los difuntos. Pues, si eso es as, que de nuevo

    nacen de los muertos los vivos, qu otra cosa pasara, sino que persistiran all nuestras almas?

    Porque no podran nacer de nuevo en ningn sitio

    de no existir, y eso es un testimonio suficiente de

    que ellas existen, si de verdad puede hacerse evidente que de ninguna otra parte nacen los

    vivos sino de los muertos. Pero si no es posible,

    habra necesidad de otro argumento.

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    -As es, en efecto -dijo Cebes.

    -Ahora bien, no examines eso slo en relacin

    con los humanos -dijo Scrates-, si quieres comprenderlo con ms claridad, sino en relacin

    con todos los animales y las plantas, y en general

    respecto a todo aquello que tiene nacimiento, veamos si todo se origina as, no de otra cosa sino

    que nacen de sus contrarios todas aquellas cosas

    que tienen algo semejante, por ejemplo la belleza

    es lo contrario de la fealdad y lo justo de lo injusto, y a otras cosas innumerables les sucede lo

    mismo. Examinemos, pues, esto: si

    necesariamente todos los seres que tienen un contrario no se originan nunca de ningn otro

    lugar sino de su mismo contrario. Por ejemplo,

    cuando se origina algo mayor, es necesario, sin duda que nazca de algo que era antes menor y

    luego se hace mayor?

    -S.

    -Por tanto, si se hace menor, de algo que antes era mayor se har luego menor?

    -As es -dijo.

    -Y as de lo ms fuerte nace lo ms dbil y de

    los ms lento lo ms rpido?

    -Desde luego.

    -Qu ms? Lo que se hace peor no ser a

    partir de algo mejor, y si se hace ms justo, de lo

    ms injusto? -Pues cmo no?

    -Tenemos bastante entonces con esto, que todo

    sucede as, que las cosas contrarias se originan a partir de sus contrarios?

    -Desde luego.

    -Qu ms? Ocurre algo como esto en esos

    cambios, que entre todos esos pares de contrarios que son dos hay dos procesos genticos, de lo uno

    a lo otro por un lado, y luego de nuevo de lo otro

    hacia lo anterior. Entre una cosa mayor y una

    menor hay un aumento y una disminucin, y as llamamos a un proceso crecer y a otro disminuir.

    -S -dijo.

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    -Por tanto tambin el descomponerse y el

    componerse, y el enfriarse y el calentarse, y todo

    de ese modo, aunque no usemos nombres en cada caso, sino que de hecho es necesario que as se

    comporte, nacen entre s uno de otro y cada uno

    tiene su proceso gentico recproco?

    -Efectivamente as es -dijo.

    -Qu ms? -dijo-. Hay algo contrario al vivir, como es el dormir al estar despierto?

    -Desde luego -contest.

    -Qu?

    -El estar muerto.

    -Por tanto estas cosas nacen una de otra, si es que son contrarias, y los procesos de generacin

    entre ellas son dos, por ser dos?

    -Pues cmo no?

    -Pues de una de las parejas que hace poco yo

    mencionaba -dijo Scrates- te hablar yo, de ella y de sus procesos genticos, y t dime de la otra.

    Me refiero al dormir y al estar despierto, y a que

    del dormir se origina el estar despierto, y del estar despierto el dormir, y los procesos generativos de

    uno y otro son el dormirse y el despertarse. Te

    resulta bastante -dijo- o no?

    -Desde luego que s.

    -Dime ahora t -dijo- de igual modo respecto a

    la vida y la muerte. No afirmas que el vivir es lo

    contrario al estar muerto?

    -Yo s.

    -Y nacen el uno del otro?

    -S.

    -As pues, qu se origina de lo que vive?

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    -Lo muerto.

    -Y qu -dijo- de lo que est muerto?

    -Necesario es reconocer -dijo- que lo que vive.

    -De los muertos, por tanto, Cebes, nacen las cosas vivas y los seres vivos?

    -Est claro.

    -Existen entonces -dijo- nuestras almas en el

    Hades.

    -Parece ser.

    -Es que de los dos procesos generativos a este respecto al menos uno resulta evidente. Pues el

    morir, sin duda, es evidente, o no?

    -En efecto, as es -respondi.

    -Cmo, pues -dijo l-, haremos? No admitire-

    mos el proceso gentico contrario, sino que de ese modo quedar coja la naturaleza? O es

    necesario- conceder al morir algn proceso

    generativo opuesto?

    -Totalmente necesario -contest.

    -Cul es se?

    -El revivir.

    -Por lo tanto -dijo l-, si existe el revivir, se

    sera el proceso generativo desde los muertos

    hacia los vivos, el revivir?

    -S, en efecto.

    -As que hemos reconocido que de ese modo los vivos han nacido de los muertos no menos que

    los muertos de los vivos, y siendo eso as parece

    haber un testimonio suficiente, sin duda, de que es necesario que las almas de los muertos existan

    en algn lugar, de donde luego nazcan de nuevo.

    -A m me parece -contest-, Scrates, que

    segn lo que hemos acordado es necesario que

    sea as.

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    -Advierte, por cierto, Cebes -dijo-, que no lo

    hemos acordado injustamente, segn me parece a

    m. Porque si no se admitiera que unas cosas se

    originan de las otras siempre, como avanzando en un movimiento circular, sino que el proceso

    generativo fuera uno rectilneo, slo de lo uno a

    lo opuesto enfrente, y no se volviera de nuevo hacia lo otro ni se produjera la vuelta, sabes que

    todas las cosas al concluir en una misma forma se

    detendran, y experimentaran el mismo estado y

    dejaran de generarse? -Cmo dices? -replic.

    -No es nada difcil de imaginar lo que digo -dijo l-. As, por ejemplo, si existiera el dormirse,

    y no se compensara con el despertarse que se

    origina del estar dormido, sabes que al concluir todo vendra a demostrar que lo de Endimin fue

    una fruslera y en ningn lugar se le distinguira

    por el hecho de que todas las cosas tendran su

    mismo padecimiento: quedarse dormidas. Y si todas las cosas se mezclaran y no se separaran,

    pronto habra resultado lo de la sentencia de

    Anaxgoras: conjuntamente todas las cosas. De modo similar, amigo Cebes, tambin si murieran

    todos los seres que participan de la vida y,

    despus de haber muerto, permanecieran en esa

    forma los muertos, y no revivieran de nuevo, no sera entonces una gran necesidad que todo

    concluyera por estar muerto y nada viviera? Pues

    si los seres vivos nacieran, por un lado, unos de los otros, y, por otro, los vivientes murieran, qu

    recurso habra para impedir que todos se

    consumieran en la muerte? -Ninguno en mi opinin, Scrates -dijo Cebes-,

    sino que me parece que dices por completo la

    verdad.

    -Pues nada es ms cierto, Cebes -dijo-, segn me parece a m, y nosotros no reconocemos esto

    mismo engandonos, sino que en realidad se da

    el revivir y los vivientes nacen de los muertos y las almas de los muertos perviven [y para las

    buenas hay algo mejor, y algo peor para las

    malas].

    -Tambin es as -dijo Cebes tomando la

    palabra-, de acuerdo con ese otro argumento,

    Scrates, si es verdadero, que t acostumbras a decirnos a menudo, de que el aprender no es

    realmente otra cosa sino recordar, y segn ste es

    necesario que de algn modo nosotros hayamos

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    , [73d]

    aprendido en un tiempo anterior aquello de lo que

    ahora nos acordamos. Y eso es imposible, a

    menos que nuestra alma haya existido en algn

    lugar antes de llegar a existir en esta forma humana. De modo que tambin por ah parece

    que el alma es algo inmortal.

    -Pero, Cebes -dijo Simmias interrumpiendo-, cules son las pruebas de eso? Recurdamelas.

    Porque en este momento no me acuerdo

    demasiado de ellas.

    -Se fundan en un argumento esplndido -dijo

    Cebes-, segn el cual al ser interrogados los

    individuos, si uno los interroga correctamente, ellos declaran todo de acuerdo a lo real. Y,

    ciertamente, si no se diera en ellos una ciencia

    existente y un entendimiento correcto, seran incapaces de hacerlo. Luego, si uno los pone

    frente a los dibujos geomtricos o a alguna otra

    representacin similar entonces se demuestra de

    manera clarsima que as es. -Y si no te convences, Simmias, con esto -dijo

    Scrates-, examnalo del modo siguiente, y al

    examinarlo as vas a concordar con nosotros. Desconfas, pues de que en algn modo el

    llamado aprendizaje es una reminiscencia.

    -No es que yo -dijo Simmias- desconfe, sino que solicito experimentar eso mismo de lo que

    ahora se trata: que se me haga recordar. Si bien

    con lo que Cebes intent exponer casi ya lo tengo recordado y me convenzo, sin embargo en nada

    menos me gustara ahora orte de qu modo t

    planteas la cuestin. -Yo, del modo siguiente -repuso-.

    Reconocemos, sin duda, que siempre que uno

    recuerda algo es preciso que eso lo supiera ya

    antes. -Desde luego -dijo.

    -Acaso reconocemos tambin esto, que cuando un conocimiento se presenta de un cierto modo es

    una reminiscencia? Me refiero a un caso como el

    siguiente. Si uno al ver algo determinado, o al orlo o al captar alguna otra sensacin, no slo

    conoce aquello, sino, adems, intuye otra cosa de

    la que no informa el mismo conocimiento, sino

    otro, no diremos justamente que la ha recordado, a esa de la que ha tenido una intuicin?

    -Cmo dices?

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    -Por ejemplo, tomemos lo siguiente.

    Ciertamente es distinto el conocimiento de un ser

    humano y el de una lira.

    -Cmo no?

    -Desde luego sabes que los amantes, cuando ven una lira o un manto o cualquier otro objeto

    que acostumbra a utilizar su amado, tienen esa

    experiencia. Reconocen la lira y, al tiempo,

    captan en su imaginacin la figura del muchacho al que pertenece la lira. Eso es una reminiscencia.

    De igual modo, al ver uno a Simmias a menudo

    se acuerda de Cebes, y podran darse, sin duda, otros mil ejemplos.

    -Mil, desde luego, por Zeus! -dijo Simmias.

    -Por tanto, dijo l-, no es algo semejante una

    reminiscencia? Y en especial cuando uno lo

    experimenta con referencia a aquellos objetos

    que, por el paso del tiempo o al perderlos de vista, ya los haba tenido en el olvido?

    -As es, desde luego -contest.

    -Y qu? -dijo l-. Es posible al ver pintado un caballo o dibujada una lira rememorar a una

    persona, o al ver dibujado a Simmias acordarse de

    Cebes?

    -Claro que s.

    -Por lo tanto, tambin viendo dibujado a Simmias acordarse del propio Simmias?

    -Lo es, en efecto -respondi.

    -Entonces no ocurre que, de acuerdo con todos

    esos casos, la reminiscencia se origina a partir de cosas semejantes, y en otros casos tambin de

    cosas diferentes?

    -Ocurre.

    -As que, cuando uno recuerda algo a partir de

    objetos semejantes, no es necesario que experimente, adems, esto: que advierta si a tal

    objeto le falta algo o no en su parecido con

    aquello a lo que recuerda?

    -Es necesario.

    -Examina ya -dijo l- si esto es de este modo.

    Decimos que existe algo igual. No me refiero a

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    un madero igual a otro madero ni a una piedra

    con otra piedra ni a ninguna cosa de esa clase,

    sino a algo distinto, que subsiste al margen de

    todos esos objetos, lo igual en s mismo. Deci-mos que eso es algo, o nada?

    -Lo decimos, por Zeus! -dijo Simmias-, y de

    manera rotunda.

    -Es que, adems, sabemos lo que es?

    -Desde luego que s -repuso l.

    -De dnde, entonces, hemos obtenido ese conocimiento? No, por descontado, de las cosas

    que ahora mismo mencionbamos, de haber visto

    maderos o piedras o algunos otros objetos iguales, o a partir de sas cosas lo hemos intuido,

    siendo diferente a ellas? O no te parece que es

    algo diferente? Examnalo con este enfoque.

    Acaso piedras que son iguales y leos que son los mismos no le parecen algunas veces a uno

    iguales, y a otro no?

    -En efecto, as pasa. -Qu? Las cosas iguales en s mismas es

    posible que se te muestren como desiguales, o la

    igualdad aparecer como desigualdad?

    -Nunca jams, Scrates.

    -Por lo tanto, no es lo mismo -dijo l- esas cosas iguales y lo igual en s.

    -De ningn modo a m me lo parece, Scrates.

    -Con todo -dijo-, a partir de esas cosas, las

    iguales, que son diferentes de lo igual en s, has

    intuido y captado, sin embargo, el conocimiento de eso?

    -Acertadsimamente lo dices -dijo.

    -En consecuencia, tanto si es semejante a esas

    cosas como si es desemejante? -En efecto.

    -No hay diferencia ninguna -dijo l-. Siempre

    que al ver un objeto, a partir de su contemplacin, intuyas otro, sea semejante o desemejante, es

    necesario -dijo- que eso sea un proceso de

    reminiscencia.

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    -As es, desde luego.

    -Y qu? -dijo l-. Acaso experimentamos

    algo parecido con respecto a los maderos y a las cosas iguales de que hablbamos ahora? Es que

    no parece que son iguales como lo que es igual

    por s, o carecen de algo para ser de igual clase que lo igual en s, o nada?

    -Carecen, y de mucho, para ello -respondi.

    -Por tanto, reconocemos que, cuando uno al

    ver algo piensa: lo que ahora yo veo pretende ser

    como algn otro de los objetos reales, pero carece de algo y no consigue ser tal como aqul, sino

    que resulta inferior, necesariamente el que piensa

    esto tuvo que haber logrado ver antes aquello a lo que dice que esto se asemeja, y que le resulta

    inferior?

    -Necesariamente. -Qu, pues? Hemos experimentado tambin

    nosotros algo as, o no, con respecto a las cosas

    iguales y a lo igual en s? -Por completo.

    -Conque es necesario que nosotros previamente

    hayamos visto lo igual antes de aquel momento en el que al ver por primera vez las cosas iguales

    pensamos que todas ellas tienden a ser como lo

    igual pero que lo son insuficientemente.

    -As es.

    -Pero, adems, reconocemos esto: que si lo

    hemos pensado no es posible pensarlo, sino a

    partir del hecho de ver o de tocar o de alguna otra

    percepcin de los sentidos. Lo mismo digo de todos ellos.

    -Porque lo mismo resulta, Scrates, en relacin con lo que quiere aclarar nuestro razonamiento.

    -Por lo dems, a partir de las percepciones sensibles hay que pensar que todos los datos en

    nuestros sentidos apuntan a lo que es lo igual, y

    que son inferiores a ello. O cmo lo decimos?

    -De ese modo.

    -Por consiguiente, antes de que empezramos a

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    ver, or, y percibir todo lo dems, era necesario

    que hubiramos obtenido captndolo en algn

    lugar el conocimiento de qu es lo igual en s

    mismo, si es que a este punto bamos a referir las igualdades aprehendidas por nuestros sentidos, y

    que todas ellas se esfuerzan por ser tales como

    aquello, pero le resultan inferiores. -Es necesario de acuerdo con lo que est dicho,

    Scrates.

    -Acaso desde que nacimos veamos, oamos, y

    tenamos los dems sentidos? -Desde luego que s.

    -Era preciso, entonces, decimos, que tengamos

    adquirido el conocimiento de lo igual antes que

    stos?

    -S.

    -Por lo tanto, antes de nacer, segn parece, nos es necesario haberlo adquirido.

    -Eso parece.

    -As que si, habindolo adquirido antes de

    nacer, nacimos tenindolo, sabamos ya antes de

    nacer y apenas nacidos no slo lo igual, lo mayor,

    y lo menor, y todo lo de esa clase? Pues el razonamiento nuestro de ahora no es en algo ms

    sobre lo igual en s que sobre lo bello en s, y lo

    bueno en s, y lo justo y lo santo, y, a lo que precisamente me refiero, sobre todo aquello que

    etiquetamos con eso lo que es, tanto al

    preguntar en nuestras preguntas como al responder en nuestras respuestas. De modo que

    nos es necesario haber adquirido los

    conocimientos de todo eso antes de nacer.

    -As es.

    -Y si despus de haberlos adquirido en cada

    ocasin no los olvidramos, naceramos siempre sabindolos y siempre los sabramos a lo largo de

    nuestra vida. Porque el saber consiste en esto:

    conservar el conocimiento que se ha adquirido y no perderlo. O no es eso lo que llamamos olvido,

    Simmias, la prdida de un conocimiento?

    -Totalmente de acuerdo, Scrates -dijo.

    -Y si es que despus de haberlos adquirido

    antes de nacer, pienso, al nacer los perdimos, y

    luego al utilizar nuestros sentidos respecto a esas

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    mismas cosas recuperamos los conocimientos que

    en un tiempo anterior ya tenamos, acaso lo que

    llamamos aprender no sera recuperar un

    conocimiento ya familiar? Llamndolo recordar lo llamaramos correctamente?

    -Desde luego.

    -Entonces ya se nos mostr posible eso, que al

    percibir algo, o vindolo u oyndolo o recibiendo

    alguna otra sensacin, pensemos a partir de eso

    en algo distinto que se nos haba olvidado, en algo a lo que se aproximaba eso, siendo ya

    semejante o desemejante a l. De manera que esto

    es lo que digo, que una de dos, o nacemos con ese saber y lo sabemos todos a lo largo de nuestras

    vidas, o qu luego, quienes decimos que aprenden

    no hacen nada ms que acordarse, y el aprender sera reminiscencia.

    -Y en efecto que es as, Scrates.

    -Cul de las dos explicaciones prefieres, Simmias? Que hemos nacido sabindolo o que

    luego recordamos aquello de que antes hemos

    adquirido un conocimiento?

    -No s, Scrates, qu elegir en este momento.

    -Qu? Puedes elegir lo siguiente y cmo te parece bien al respecto de esto? Un hombre que

    tiene un saber podra dar razn de aquello que

    sabe, o no? -Es de todo rigor, Scrates -dijo.

    -Entonces, te parece a ti que todos pueden dar razn de las cosas de que hablbamos ahora

    mismo?

    -Bien me gustara -dijo Simmias-. Pero mucho

    ms me temo que maana a estas horas ya no quede ningn hombre capaz de hacerlo

    dignamente.

    -Por, tanto, no te parece -dijo-, Simmias, que todos lo sepan?

    -De ningn modo.

    -Entonces es que recuerdan lo que haban

    aprendido?

    -Necesariamente.

    -Cundo han adquirido nuestras almas el

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    conocimiento de esas mismas cosas? Porque no

    es a partir de cuando hemos nacido como

    hombres.

    -No, desde luego. -Antes, por tanto.

    -S.

    -Por tanto existan, Simmias, las almas incluso

    anteriormente, antes de existir en forma humana,

    aparte de los cuerpos, y tenan entendimiento.

    -A no ser que al mismo tiempo de nacer, Scrates, adquiramos esos saberes, pues an nos

    queda ese espacio de tiempo.

    -Puede ser, compaero. Pero en qu otro

    tiempo los perdemos? Puesto que no nacemos

    conservndolos, segn hace poco hemos

    reconocido. O es que los perdemos en ese mismo en que los adquirimos? Acaso puedes

    decirme algn otro tiempo?

    -De ningn modo, Scrates; es que no me di cuenta de que deca un sinsentido.

    -Entonces queda nuestro asunto as, Simmias? -dijo l-. Si existen las cosas de que siempre

    hablamos, lo bello y lo bueno y toda la realidad

    de esa clase, y a ella referimos todos los datos de nuestros sentidos, y hallamos que es una realidad

    nuestra subsistente de antes, y estas cosas las

    imaginamos de acuerdo con ella, es necesario que, as como esas cosas existen, tambin exista

    nuestra alma antes de que nosotros estemos en

    vida. Pero si no existen, este razonamiento que

    hemos dicho sera en vano. Acaso es as, y hay una idntica necesidad de que existan esas cosas

    y nuestras almas antes de que nosotros hayamos

    nacido, y si no existen las unas, tampoco las otras?

    -Me parece a m, Scrates, que en modo

    superlativo -dijo Simmias- la necesidad es la misma de que existan, y que el razonamiento

    llega a buen puerto en cuanto a lo de existir de

    igual modo nuestra alma antes de que nazcamos y

    la realidad de la que t hablas. No tengo yo, pues, nada que me sea tan claro como eso: el que tales

    cosas existen al mximo: lo bello, lo bueno, y

    todo lo dems que t mencionabas hace un

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    momento. Y a m me parece que queda

    suficientemente demostrado.

    -Y para Cebes, qu? -repuso Scrates-. Porque

    tambin hay que convencer a Cebes.

    -Satisfactoriamente -dijo Simmias-, al menos

    segn supongo. Aunque es el ms resistente de los humanos en el prestar fe a los argumentos.

    Pero pienso que est bien persuadido de eso, de

    que antes de nacer nosotros exista nuestra alma.

    No obstante, en cuanto a que despus de que hayamos muerto an existir, no me parece a m,

    Scrates, que est demostrado; sino que todava

    est en pie la objecin que Cebes expona hace unos momentos, esa de la gente, temerosa de que,

    al tiempo que el ser humano perezca, se disperse

    su alma y esto sea para ella el fin de su existencia. Porque, qu impide que ella nazca y se cons-

    tituya de cualquier origen y que exista aun antes

    de llegar a un cuerpo humano, y que luego de

    llegar y separarse de ste, entonces tambin ella alcance su fin y perezca?

    -Dices bien, Simmias -dijo Cebes-. Est claro,

    pues, que queda demostrado algo as como la mitad de lo que es preciso: que antes de nacer

    nosotros ya exista nuestra alma. Pero es preciso

    demostrar, adems, que tambin despus de que

    hayamos muerto existir no en menor grado que antes de que naciramos, si es que la

    demostracin ha de alcanzar su final.

    -Ya est demostrado, Simmias y Cebes -dijo Scrates-, incluso en este momento, si queris

    ensamblar en uno solo este argumento y el que

    hemos acordado antes de ste: el de que todo lo que vive nace de lo que ha muerto. Pues si

    nuestra alma existe antes ya, y le es necesario a

    ella, al ir a la vida y nacer, no nacer de ningn

    otro origen sino de la muerte y del estar muerto, cmo no ser necesario que ella exista tambin

    tras haber muerto, ya que le es forzoso nacer de

    nuevo? Conque lo que decs ya est demostrado incluso ahora.

    Sin embargo, me parece que tanto t como

    Simmias tenis ganas de que tratemos en detalle, an ms, este argumento, y que estis

    atemorizados como los nios de que en realidad

    el viento, al salir ella del cuerpo, la disperse y la

    disuelva, sobre todo cuando en el momento de la muerte uno se encuentre no con la calma sino en

    medio de un fuerte ventarrn.

    Entonces Cebes, sonriendo, le contest:

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    -Como si estuviramos atemorizados, Scrates,

    intenta convencernos. O mejor, no es que estemos

    temerosos, sino que probablemente hay en

    nosotros un nio que se atemoriza ante esas cosas. Intenta, pues, persuadirlo de que no tema a

    la muerte como al coco.

    -En tal caso -dijo Scrates- es preciso entonar conjuros cada da, hasta que lo hayis conjurado.

    -Pero de dnde, Scrates -replic l-, vamos a

    sacar un buen conjurador de tales temores, una vez que t -dijo- nos dejas?

    -Amplia es Grecia, Cebes! -respondi l-. Y en ella hay hombres de valer, y son muchos los

    pueblos de los brbaros, que debis escrutar todos

    en busca de un con jurador semejante, sin escatimar dineros ni fatigas, en la conviccin de

    que no hay cosa en que podis gastar ms

    oportunamente vuestros haberes. Debis buscarlo

    vosotros mismos y unos con otros. Porque tal vez no encontris fcilmente quienes sean capaces de

    hacerlo ms que vosotros.

    -Bien, as se har -dijo Cebes-. Pero regresemos

    al punto donde lo dejamos, si es -que es de tu

    gusto.

    -Claro que es de mi gusto. Cmo, pues, no iba

    a serlo?

    -Dices bien -contest.

    -Por lo tanto -dijo Scrates-, conviene que

    nosotros no preguntemos que a qu clase de cosa le conviene sufrir ese proceso, el descomponerse,

    y a propsito de qu clase de cosa hay que temer

    que le suceda eso mismo, y a qu otra cosa no. Y

    despus de esto, entonces, examinemos cul de las dos es el alma, y segn eso habr que estar

    confiado o sentir temor acerca del alma nuestra.

    -Verdad dices -contest.

    -Le conviene, por tanto, a lo que se ha

    compuesto y a lo que es compuesto por su naturaleza sufrir eso, descomponerse del mismo

    modo como se compuso? Y si hay algo que es

    simple, slo a eso no le toca experimentar ese

    proceso, si es que le toca a algo.

    -Me parece a m que as es -dijo Cebes.

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    -Precisamente las cosas que son siempre del

    mismo modo y se encuentran en iguales

    condiciones, stas es extraordinariamente

    probable que sean las simples, mientras que las que estn en condiciones diversas y en diversas

    formas, sas sern compuestas?

    -A m al menos as me lo parece. -Vayamos, pues, ahora -dijo- hacia lo que

    tratbamos en nuestro coloquio de antes. La

    entidad misma, de cuyo ser dbamos razn al

    preguntar y responder, acaso es siempre de igual modo en idntica condicin, o unas veces de una

    manera y otras de otras? Lo igual en s, lo bello

    en s, lo que cada cosa es en realidad, lo ente, admite alguna vez un cambio y de cualquier

    tipo? O lo que es siempre cada uno de los

    mismos entes, que es de aspecto nico en s mismo, se mantiene idntico y en las mismas

    condiciones, y nunca en ninguna parte y de

    ningn modo acepta variacin alguna?

    -Es necesario -dijo Cebes- que se mantengan idnticos y en las mismas condiciones, Scrates.

    -Qu pasa con la multitud de cosas bellas, como por ejemplo personas o caballos o vestidos

    o cualquier otro gnero de cosas semejantes, o de

    cosas iguales, o de todas aquellas que son

    homnimas con las de antes? Acaso se mantienen idnticas, o, todo lo contraro a

    aqullas, ni son iguales a s mismas, ni unas a

    otras nunca ni, en una palabra, de ningn modo son idnticas?

    -As son, a su vez -dijo Cebes-, estas cosas:

    jams se presentan de igual modo.

    -No es cierto que stas puedes tocarlas y verlas

    y captarlas con los dems sentidos, mientras que a

    las que se mantienen idnticas no es posible captarlas jams con ningn otro medio, sino con

    el razonamiento de la inteligencia, ya que tales

    entidades son invisibles y no son objetos de la mirada?

    -Por completo dices verdad -contest.

    -Admitiremos entonces, quieres? -dijo-, dos clases de seres, la una visible, la otra invisible.

    -Admitmoslo tambin -contest. -Y la invisible se mantiene siempre idntica,

    en tanto que la visible jams se mantiene en la

    misma forma?

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    -Tambin esto -dijo- lo admitiremos.

    -Vamos adelante. Hay una parte de nosotros -dijo l- que es el cuerpo, y otra el alma?

    -Ciertamente -contest.

    -A cul, entonces, de las dos clases afirmamos

    que es ms afn y familiar el cuerpo?

    -Para cualquiera resulta evidente esto: a la de lo

    visible.

    -Y qu el alma? Es perceptible por la vista o

    invisible?

    -No es visible al menos para los hombres, Scrates -contest.

    -Ahora bien, estamos hablando de lo visible y

    lo no visible para la naturaleza humana. O crees

    que en referencia a alguna otra?

    -A la naturaleza humana.

    -Qu afirmamos, pues, acerca del alma? Que es visible o invisible?

    -No es visible.

    -Invisible, entonces?

    -S.

    -Por tanto, el alma es ms afn que el cuerpo a

    lo invisible, y ste lo es a lo visible.

    -Con toda necesidad, Scrates.

    -No es esto lo que decamos hace un rato, que el alma cuando utiliza el cuerpo para observar

    algo, sea por medio de la vista o por medio del

    odo, o por medio de algn otro sentido, pues en eso consiste lo de por medio del cuerpo: en el

    observar algo por medio de un sentido, entonces

    es arrastrada por el cuerpo hacia las cosas que nunca se presentan idnticas, y ella se extrava, se

    perturba y se marea como si sufriera vrtigos,

    mientras se mantiene en contacto con esas cosas?

    -Ciertamente.

    -En cambio, siempre que ella las observa por s

    misma, entonces se orienta hacia lo puro, lo

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    siempre existente e inmortal, que se mantiene

    idntico, y, como si fuera de su misma especie se

    rene con ello, en tanto que se halla consigo

    misma y que le es posible, y se ve libre del extravo en relacin con las cosas que se

    mantienen idnticas y con el mismo aspecto,

    mientras que est en contacto con stas. A esta experiencia es a lo que se llama meditacin?

    -Hablas del todo bella y certeramente, Scrates

    -respondi.

    -A cul de las dos clases de cosas, tanto por lo

    de antes como por lo que ahora decimos, te

    parece que es el alma ms afn y connatural?

    -Cualquiera, incluso el ms lerdo en aprender -

    dijo l-, creo que concedera, Scrates, de acuerdo con tu indagacin, que el alma es por

    completo y en todo ms afn a lo que siempre es

    idntico que a lo que no lo es.

    -Y del cuerpo, qu?

    -Se asemeja a lo otro.

    -Mralo tambin con el enfoque siguiente:

    siempre que estn en un mismo organismo alma y

    cuerpo, al uno le prescribe la naturaleza que sea

    esclavo y est sometido, y a la otra mandar y ser duea. Y segn esto, de nuevo, cul de ellos te

    parece que es semejante a lo divino y cul a lo

    mortal? O no te parece que lo divino es lo que est naturalmente capacitado para mandar y

    ejercer de gua, mientras que lo mortal lo est

    para ser guiado y hacer de siervo? -Me lo parece, desde luego.

    -Entonces, a cul de los dos se parece el alma?

    -Est claro, Scrates, que el alma a lo divino, y el cuerpo a lo mortal.

    -Examina, pues, Cebes -dijo-, si de todo lo dicho se nos deduce esto: que el alma es lo ms

    semejante a lo divino, inmortal, inteligible,

    uniforme, indisoluble y que est siempre idntico consigo mismo, mientras que, a su vez, el cuerpo

    es lo ms semejante a lo humano, mortal,

    multiforme, irracional, soluble y que nunca est

    idntico a s mismo. Podemos decir alguna otra cosa en contra de esto, querido Cebes, por lo que

    no sea as?

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    -No podemos.

    -Entonces, qu? Si las cosas se presentan as,

    no le conviene al cuerpo disolverse pronto, y al alma, en cambio, ser por completo indisoluble o

    muy prxima a ello?

    -Pues cmo no?

    -Te das cuenta, pues -prosigui-, que cuando

    muere una persona, su parte visible, el cuerpo,

    que queda expuesto en un lugar visible, eso que llamamos el cadver, a lo que le conviene

    disolverse, descomponerse y disiparse, no sufre

    nada de esto enseguida, sino que permanece con aspecto propio durante un cierto tiempo, si es que

    uno muere en buena condicin y en una estacin

    favorable, y aun mucho tiempo. Pues si el cuerpo se queda enjuto y momificado como los que son

    momificados en Egipto, casi por completo se

    conserva durante un tiempo incalculable. Y

    algunas partes del cuerpo, incluso cuando l se pudra, los huesos, nervios y todo lo semejante son

    generalmente, por decirlo as, inmortales. O no?

    -S.

    -Por lo tanto, el alma, lo invisible, lo que se

    marcha hacia un lugar distinto y de tal clase,

    noble, puro, e invisible, hacia el Hades en sentido autntico, a la compaa de la divinidad buena y

    sabia, adonde, si dios quiere, muy pronto ha de

    irse tambin el alma ma, esta alma nuestra, que es as y lo es por naturaleza, al separarse del

    cuerpo, al punto se disolver y quedar

    destruida, como dice la mayora de la gente? De ningn modo, queridos Cebes y Simmias.

    Lo que pasa, de seguro, es lo siguiente: que se

    separa pura, sin arrastrar nada del cuerpo, cuando

    ha pasado la vida sin comunicarse con l por su propia voluntad, sino rehuyndolo y

    concentrndose en s misma, ya que se haba

    ejercitado continuamente en ello, lo que no significa otra cosa, sino que estuvo filosofando

    rectamente y que de verdad se ejercitaba en estar

    muerta con soltura. O es que no viene a ser eso la preocupacin de la muerte?

    -Completamente.

    -Por lo tanto, estando en tal condicin se va hacia lo que es semejante a ella, lo invisible, lo

    divino, inmortal y sabio, y al llegar all est a su

    alcance ser feliz, apartada de errores,

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    insensateces, terrores, pasiones salvajes, y de

    todos los dems males humanos, como se dice de

    los iniciados en los misterios, para pasar de

    verdad el resto del tiempo en compaa de los dioses? Lo diremos as, Cebes, o de otro modo?

    -As, por Zeus! -dijo Cebes.

    -Pero, en cambio, si es que, supongo, se separa

    del cuerpo contaminada e impura, por su trato

    continuo con el cuerpo y por atenderlo y amarlo,

    estando incluso hechizada por l, y por los deseos y placeres, hasta el punto de no apreciar como

    verdadera ninguna otra cosa sino lo corpreo, lo

    que uno puede tocar, ver, y beber y comer y utilizar para los placeres del sexo, mientras que lo

    que para los ojos es oscuro e invisible, y slo

    aprehensible por el entendimiento y la filosofa, eso est acostumbrada a odiarlo, temerlo y

    rechazarlo, crees que un alma que est en tal

    condicin se separar lmpida ella en s misma?

    -No, de ningn modo -contest.

    -Por lo tanto, creo, quedar deformada por lo

    corpreo, que la comunidad y colaboracin del cuerpo con ella, a causa del continuo trato y de la

    excesiva atencin, le ha hecho connatural?

    -Sin duda.

    -Pero hay que suponer, amigo mo -dijo-, que

    eso es embarazoso, pesado, terrestre y visible. As que el alma, al retenerlo, se hace pesada y es

    arrastrada de nuevo hacia el terreno visible, por

    temor a lo invisible y al Hades, como se dice, dando vueltas en torno a los monumentos

    fnebres y las tumbas, en torno a los que, en

    efecto, han sido vistos algunos fantasmas

    sombros de almas; y tales espectros los proporcionan las almas de esa clase, las que no se

    han liberado con pureza, sino que participan de lo

    visible. Por eso, justamente, se dejan ver. -Es lgico, en efecto, Scrates.

    -Lgico ciertamente, Cebes. Y tambin que stas no son en moda alguno las de los buenos,

    sino las de los malos, las que estn forzadas a

    vagar en pago de la pena de su anterior crianza,

    que fue mala. Y vagan errantes hasta que por el anhelo de lo que las acompaa como un lastre, lo

    corpreo, de nuevo quedan ligadas a un cuerpo. Y

    se ven ligadas, como es natural, a los de

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    caracteres semejantes a aquellos que haban

    ejercitado ellas, de hecho, en su vida anterior.

    -Cules son esos que dices, Scrates?

    -Por ejemplo, los que se han dedicado a

    glotoneras, actos de lujuria, y a su aficin a la

    bebida, y que no se hayan moderado, sos es verosmil que se encarnen en las estirpes de los

    asnos y las bestias de tal clase. No lo crees?

    -Es, en efecto, muy verosmil lo que dices.

    -Y los que han preferido las injusticias, tiranas

    y rapias, en las razas de los lobos, de los halcones y de los milanos. O a qu otro lugar

    decimos que se encaminan las almas de esta

    clase? -Sin duda -dijo Cebes-, hacia tales estirpes.

    -As que -dijo l- est claro que tambin las

    dems se irn cada una de acuerdo con lo semejante a sus hbitos anteriores?

    -Queda claro, cmo no? -dijo.

    -Por tanto, los ms felices de entre stos -prosi-

    gui- son, entonces, los que van hacia un mejor

    dominio, los que han practicado la virtud

    democrtica y poltica, esa que llaman cordura y justicia, que se desarrolla por la costumbre y el

    uso sin apoyo de la filosofa y la razn?

    -En qu respecto son los ms felices?

    -En el de que es verosmil que stos accedan a

    una estirpe cvica y civilizada, como por caso la

    de las abejas, o la de las