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santiago-orrego
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(ed. John Burnet, 1903)
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Platn, Fedn (Trad.
EQUCRATES. - Estuviste t mismo, Fedn,
junto a Scrates el da aquel en que bebi el
veneno en la crcel, o se lo has odo contar a otro?
FEDN. - Yo mismo estuve all, Equcrates.
EQU. - Qu es, entonces, lo que dijo el hombre antes de su muerte? Y cmo muri? Que
me gustara mucho escuchrtelo. Pues ninguno de
los ciudadanos de Fliunte, por ahora, va de viaje a Atenas, ni ha llegado de all ningn extranjero
que nos pudiera dar noticias claras acerca de esos
hechos, de no ser que l muri despus de haber
bebido el veneno. De lo dems no hubo quien nos contara nada.
FED. - Ni siquiera, pues, estis informados sobre el juicio, de qu manera se desarroll?
EQU. - S, de eso nos inform alguno, y nos
quedamos sorprendidos de que se celebrara con
tanta anticipacin y que l muriera mucho ms tarde. Por qu pas eso, Fedn?
FED. - Tuvo una cierta suerte, Equcrates. Aconteci, pues, que la vspera del juicio qued
coronada la popa de la nave que los atenienses
envan a Delos.
EQU. - Y qu nave es sa?
FED. - sa es la nave, segn cuentan los
atenienses, en la que zarp Teseo antao hacia
Creta llevando a los famosos dos veces siete, y los salv y se salv a s mismo. As que le
hicieron a Apolo la promesa entonces, segn se
refiere, de que, si se salvaban, cada ao llevaran
una procesin a Delos. Y la envan, en efecto, continuamente, ao tras ao, hasta ahora, en
honor al dios. De modo que, en cuanto comienzan
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la ceremonia, tienen por ley purificar la ciudad
durante todo ese tiempo y no matar a nadie
oficialmente hasta que la nave arribe a Delos y de
nuevo regrese de all. Algunas veces, eso se demora mucho tiempo, cuando encuentran
vientos que la retienen. El comienzo de la
procesin es cuando el sacerdote de Apolo corona la popa de la nave. Eso ocurri casualmente,
como digo, la vspera de celebrarse el juicio. Por
eso, justamente, fue mucho el tiempo que estuvo
Scrates en la crcel, el que hubo entre el juicio y su muerte.
EQU. - Y qu de las circunstancias de su
muerte, Fedn? Qu fue lo que se dijo y lo que se hizo, y quines los que estuvieron a su lado de
sus amigos ntimos? O no permitieron los
magistrados que estuvieran presentes, y muri abandonado de sus amigos?
FED. - No, de ningn modo, sino que tuvo a
algunos a su lado, y muchos incluso.
EQU. - Esfurzate en relatarnos todo eso lo ms
precisamente posible, de no ser que tengas algn apremio de tiempo.
FED. - Bueno, tengo un rato libre, e intentar
haceros el relato. Porque el evocar el recuerdo de Scrates, sea hablando o escuchando a otro, es
para m lo ms agradable.
EQU. - En tal caso, Fedn, tienes en quienes
van a escucharte a otros semejantes. As que intenta contarlo todo lo ms detalladamente que
puedas.
FED. - Pues bien, yo tuve una asombrosa experiencia al encontrarme all. Pues no me
inundaba un sentimiento de compasin como a
quien asiste a la muerte de un amigo ntimo, ya que se le vea un hombre feliz, Equcrates, tanto
por su comportamiento como por sus palabras,
con tanta serenidad y tanta nobleza muri. De manera que me pareci que, al marchar al Hades,
no se iba sin un destino divino, y que, adems, al
llegar all, gozara de dicha como nunca ningn
otro. Por eso, pues, no me entraba, en absoluto, compasin, como parecera ser natural en quien
asiste a un acontecimiento fnebre; pero tampoco
placer como cuando nosotros hablbamos de
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filosofa como tenamos por costumbre -porque,
en efecto, los coloquios eran de ese gnero-, sino
que simplemente tena en m un sentimiento
extrao, como una cierta mezcla en la que hubiera una combinacin de placer y, a la vez, de pesar, al
reflexionar en que l estaba a punto de morir. Y
todos los presentes nos encontrbamos en una disposicin parecida, a ratos riendo, a veces
llorando, y de manera destacada uno de nosotros,
Apolodoro -que ya conoces, sin duda, al hombre
y su carcter. EQU. - Pues cmo no?
FED. - l, desde luego, estaba por completo en
tal estado de nimo, y yo mismo estaba
perturbado como los dems.
EQU. - Quines eran, Fedn, los all
presentes?
FED. - De los del pas estaba ese Apolodoro, y
Critobulo y su padre, y adems Hermgenes,
Epgenes, Esquines y Antstenes. Tambin estaba Ctesipo el de Peania, y Menxeno y algunos ms
de sus paisanos. Platn estaba enfermo, creo.
EQU. - Estaban algunos forasteros?
FED. - S, Simmias el de Tebas, y Cebes y Fedondas; y de Mgara, Euclides y Terpsin.
EQU. - Qu ms? Estuvieron Aristipo y
Clembroto?.
FED. - No, ciertamente. Se deca que estaban
en Egina.
EQU. - Algn otro estaba presente?
FED. - Creo que stos fueron, ms o menos, los
que all estaban.
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EQU. - Qu ms? Cules dices que fueron los
coloquios?
FED. - Yo voy a intentar contrtelo todo desde el comienzo. Ya de un modo continuo tambin en
los das anteriores acostumbrbamos, tanto los
dems como yo, a acudir a visitar a Scrates, reunindonos al amanecer en la sala de tribunales
donde tuvo lugar el juicio. Porque est prxima a
la crcel. All aguardbamos cada da hasta que se
abra la puerta de la crcel, conversando unos con otros, porque no estaba abierta muy de maana. Y
en cuanto se abra, entrbamos a hacer compaa
a Scrates y con l pasbamos la mayor parte del da.
Pero en aquella ocasin los habamos
congregado an ms temprano. Porque la vspera, cuando salamos de la crcel al anochecer, nos
enteramos de que la nave de Delos haba
regresado. As que nos dimos aviso unos a otros
de acudir lo antes posible al lugar acostumbrado. Y llegamos y, salindonos al encuentro el portero
que sola atendernos, nos dijo que esperramos y
no nos presentsemos antes de que l nos lo indicara.
Es que los Once -dijo- desatan (de los grilletes)
a Scrates y le comunican que hoy morir.
En fin, no tard mucho rato en volver y nos invit a entrar. Al entrar, en efecto, encontramos
a Scrates recin desencadenado, y a Jantipa -que
ya conoces- que llevaba en brazos a su hijito y estaba sentada a su lado. Conque, en cuanto nos
vio Jantipa, se puso a gritar, como acostumbran a
hacer las mujeres: -Ay, Scrates, por ltima vez te hablarn tus
amigos y t a ellos!
Al punto Scrates, dirigiendo una mirada a
Critn le dijo: -Critn, que alguien se la lleve a casa.
-Y unos servidores de Critn se la llevaron, a
ella que gimoteaba y se daba golpes de pecho. Scrates, sentndose en la cama, flexion la
pierna y se la frot con la mano, y mientras se
daba el masaje, dijo: -Qu extrao, amigos, suele ser eso que los
hombres denominan placentero! Cun
sorprendentemente est dispuesto frente a lo que
parece ser su contrario, lo doloroso, por el no querer presentarse al ser humano los dos a la vez;
pero si uno persigue a uno de los dos y lo alcanza,
siempre est obligado, en cierto modo, a tomar
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tambin el otro, como si ambos estuvieran ligados
en una sola cabeza. Y me parece, dijo, que si
Esopo lo hubiera advertido, habra compuesto una
fbula de cmo la divinidad, que quera separar a ambos contendientes, despus de que no lo
consigui, les empalm en un mismo ser sus
cabezas, y por ese motivo al que obtiene el uno le acompaa el otro tambin a continuacin. En
efecto, algo as me ha sucedido tambin a m.
Despus de que a causa de los grilletes estuvo en
mi pierna el dolor, ya parece que llega, siguindolo, el placer.
Entonces dijo Cebes, tomando la palabra:
-Por Zeus, Scrates, hiciste bien recordndomelo! Que acerca de los poemas que
has hecho versificando las fbulas de Esopo y el
proemio dedicado a Apolo ya me han preguntado otros, como tambin lo hizo anteayer Eveno, que
con qu intencin los hiciste, despus de venir
aqu, cuando antes no lo habas hecho nunca. Por
tanto, si te importa algo que yo pueda responder a Eveno cuando de nuevo me pregunte -porque s
bien que me preguntar- dime qu he de decirle.
-Dile entonces a l -dijo- la verdad, Cebes. Que no los compuse pretendiendo ser rival de l ni de
sus poemas -pues ya s que no sera fcil-, sino
por experimentar qu significaban ciertos sueos
y por purificarme, por si acaso sa era la msica que muchas veces me ordenaban componer. Pues
las cosas eran del modo siguiente. Visitndome
muchas veces el mismo sueo en mi vida pasada, que se mostraba, unas veces, en una apariencia y,
otras, en otras, deca el mismo consejo, con estas
palabras: Scrates, haz msica y aplcate a ello! Y yo, en mi vida pasada, crea que el sueo
me exhortaba y animaba a lo que precisamente yo
haca, como los que animan a los corredores, y a
m tambin el sueo me animaba a eso que yo practicaba, hacer msica, en la conviccin de que
la filosofa era la ms alta msica, y que yo la
practicaba. Pero ahora, despus de que tuvo lugar el juicio y la fiesta del dios retard mi muerte, me
pareci que era preciso, por si acaso el sueo me
ordenaba repetidamente componer esa msica popular, no desobedecerlo, sino hacerla. Pues era
ms seguro no partir antes de haberme purificado
componiendo poemas y obedeciendo al sueo.
As que, en primer lugar, lo hice en honor del dios del que era la fiesta. Pero despus del himno
al dios, reflexionando que el poeta deba, si es
que quera ser poeta, componer mitos y no
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razonamientos, y que yo no era diestro en mitolo-
ga, por esa razn pens en los mitos que tena a
mano, y me saba los de Esopo; de sos hice
poesa con los primeros que me top. Explcale, pues, esto a Eveno, Cebes, y que le vaya bien, y
dile que, si es sensato, me siga lo antes posible.
Me marcho hoy, segn parece. Pues lo ordenan los atenienses.
Entonces Simmias dijo:
-Vaya un consejo ese que le das, Scrates, a
Eveno! Muchas veces ya me he encontrado con el hombre. Desde luego que por lo que yo he
captado de l no te obedecer de buen grado de
ningn modo. -Cmo? -dijo l- No es filsofo Eveno?
-Me parece que s -contest Simmias.
-Pues entonces Eveno estar dispuesto, como cualquier otro que participe de esta profesin. Sin
embargo, probablemente no se har violencia.
Pues afirman que no es lcito. Y, al tiempo que
deca esto, bajaba sus piernas al suelo, y sentndose as sostuvo ya el resto del dilogo.
Le pregunt entonces Cebes:
-Cmo dices eso, Scrates, de que no es lcito hacerse violencia a s mismo, pero que estar
dispuesto el filsofo a acompaar al que muere?
-Cmo, Cebes? No habis odo t y Simmias
hablar de tales temas, habiendo estudiado con
Filolao?
-Nada preciso, Scrates.
-Claro que yo hablo tambin de odas sobre
esas cosas. Pero lo que he odo no tengo ningn
reparo en decirlo. Adems, tal vez es de lo ms
conveniente para quien va a emigrar hacia all ponerse a examinar y a relatar mitos acerca del
viaje hacia ese lugar, de qu clase suponemos que
es. Pues qu otra cosa podra hacer uno en el tiempo que queda hasta la puesta del sol?
-Con qu fundamento, pues, afirman que no es
lcito matarse a s mismo, Scrates? Pues yo, justo lo que t decas hace un momento, ya se lo
haba odo a Filolao, cuando conviva con
nosotros, y tambin otras veces a algunos otros,
que no se debe hacer eso. Pero nada preciso he escuchado nunca acerca de esos asuntos.
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-Bueno, hay que tener confianza -dijo-. Pues tal
vez enseguida vas a orlo. Quiz, sin embargo, te
parecer extrao que este asunto frente a todos
los dems sea simple, y que nunca le ocurra al hombre, como sucede con los dems seres, que se
encuentre: en ocasiones en que tambin a l le sea
mejor estar muerto que vivir, y en los casos en que le es mejor estar muerto, quiz te parezca
extrao que a esos hombres les sea impo darse
muerte a s mismos, sino que deban aguardar a
otro benefactor. Entonces Cebes, sonriendo ligeramente, dijo
expresndose en su dialecto:
-Spalo Zeus! -Pues s que puede parecer -dijo Scrates- que
as es absurdo. Pero no lo es, sino que,
probablemente, tiene una explicacin. El dicho que sobre esto se declara en los misterios, de que
los humanos estamos en una especie de prisin y
que no debe uno liberarse a s mismo ni escapar
de sta, me parece un aserto solemne y difcil de comprender. No obstante, me parece que, a m al
menos, Cebes, que no dice sino bien esto: que los
dioses son los que cuidan de nosotros y que nosotros, los humanos, somos una posesin de los
dioses. O no te parece a ti as?
-A m s -dijo Cebes-.
-As pues -dijo l-, tambin t si alguno de los seres de tu propiedad se diera muerte a s mismo,
sin haberlo indicado t que deseas que est
muerto, te irritaras con l, y, si pudieras darle algn castigo, se lo aplicaras como pena?
-Desde luego -dijo.
-Tal vez, entonces, desde ese punto de vista, no
es absurdo que uno no deba darse muerte a s
mismo, hasta que el dios no enve una ocasin forzosa, como sta que ahora se nos presenta.
-Bien -dijo Cebes-, eso s parece razonable. Sin embargo, lo que decas hace un momento, lo de
que los filsofos fcilmente querran morir, eso
me parece absurdo, Scrates, si es que est bien razonado lo que decamos hace un momento: que
la divinidad es quien se cuida de nosotros y
nosotros somos posesiones de sta. Porque el que
no se irriten los ms sensatos de dejar esa situacin de servicio, en la que les dirigen quienes
son los mejores dirigentes que existen, los dioses,
no tiene explicacin. Pues, sin duda, nadie cree
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que l se cuidar mejor por s mismo, al quedarse
en libertad. Slo un individuo necio se apresu-
rara a creer que debe escapar de su amo, y no
reflexionara que no conviene, por cierto, escapar del bien, sino permanecer en l lo ms posible, y
por ello escapara irreflexivamente. Pero el que
tenga inteligencia desear siempre, sin duda, estar junto a lo que es mejor que l mismo. As que,
Scrates, con esto resulta que es lgico lo
contrario de lo que hace poco decamos, que es
natural que los sensatos se irriten al morir, y que los necios se alegren de ello.
Entonces, me pareci que Scrates, al
escucharlo, se regocij con la objecin de Cebes, y, mirando hacia nosotros, dijo:
-De continuo, ciertamente, Cebes va a la
rebusca de algunos argumentos y no est dispuesto por las buenas a dejarse convencer con
lo que uno le diga.
Entonces dijo Simmias:
-Pero me parece, Scrates, tambin a m que, por lo menos ahora, Cebes dice algo cierto. Pues
con qu intencin trataran de escapar hombres,
de verdad sabios, de unos dueos mejores que ellos mismos y querran apartarse sin ms de
stos? Y me parece que Cebes apunta a ti su
razonamiento, porque t tan fcilmente soportas
el abandonarnos a nosotros y a unos buenos gobernantes, segn t mismo reconoces, los
dioses.
-Es justo lo que decs -dijo-. Pues creo que vosotros decs que me es preciso defenderme
contra ese reproche como delante de un tribunal.
-Desde luego que s -dijo Cebes.
-Vamos, pues! -dijo l-. Tratar de hacer mi
apologa ante vosotros ms persuasivamente que ante los jueces. En efecto, yo -dijo-, Simmias y
Cebes, si no creyera que voy a presentarme, en
primer lugar, ante otros dioses sabios y buenos, y, luego, ante personas ya fallecidas mejores que las
de ac, cometera una injusticia no irritndome de
mi muerte. Pero sabed bien ahora que espero llegar junto a hombres buenos, y eso no lo
asegurara del todo; pero que llegar junto a los
dioses, amos muy excelentes, sabed bien que yo
lo afirmara por encima de cualquier otra cosa. De modo que por eso no me irrito en tal manera, sino
que estoy bien esperanzado de que hay algo para
los muertos y que es, como se dice desde antiguo,
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mucho mejor para los buenos que para los malos.
-Cmo, Scrates? -dijo Simmias-. Y t
guardndote esa idea en tu mente vas a marcharte, o nos la puedes comunicar tambin a nosotros?
Porque me parece a m que se podra ser un bien
comn, y a la vez te servir de apologa, si es que nos convences de lo que dices.
-Bueno, lo intentar -dijo-. Pero veamos
primero qu es lo que aqu Critn pretende
decimos, me parece, desde hace un rato.
-Qu otra cosa, Scrates, va a ser -dijo Critn-, sino que hace rato que me dice el que va a darte
el veneno que te advierta de que dialogues lo
menos posible. Pues dice que los que hablan se acaloran ms y que eso no es nada conveniente
para administrar el veneno. En caso contrario,
algunas veces es forzoso que quienes hacen algo
as beban dos y hasta tres veces. Y le contest Scrates:
-Ea, mndalo a paseo! Que se cuide slo de su
tarea, para estar dispuesto a drmelo dos veces, si es preciso, y hasta tres.
-Bueno, algo as saba que diras -dijo Critn-.
Pero me da la lata desde hace un rato.
-Djalo -dijo-. Ahora ya quiero daros a
vosotros, mis jueces, la razn de por qu me resulta lgico que un hombre que de verdad ha
dedicado su vida a la filosofa en trance de morir
tenga valor y est bien esperanzado de que all va a obtener los mayores bienes, una vez que muera.
Cmo, pues, es esto as, Simmias y Cebes, yo
intentar explicroslo.
Porque corren el riesgo cuantos rectamente se dedican a la filosofa de que les pase inadvertido
a los dems que ellos no se cuidan de ninguna
otra cosa, sino de morir y de estar muertos. As que, si eso es verdad, sin duda resultara absurdo
empearse durante toda la vida en nada ms que
eso, y, llegando el momento, que se irritaran de lo que desde mucho antes pretendan y se ocupaban.
Entonces Simmias se ech a rer y dijo:
-Por Zeus, Scrates, que, aunque no estaba ahora con ganas de rerme, me has hecho rer!
Creo, desde luego, que a la gente, de orte decir
eso mismo, le habra parecido que est muy bien
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dicho respecto a los filsofos -y que recibira la
aprobacin de nuestros compatriotas
completamente- que los que filosofan andan
moribundos, y tampoco se les escapa a ellos que son dignos de sufrir tal muerte.
-Y diran la verdad, Simmias, con excepcin de
que a ellos no les pasa inadvertido. Pues les pasa inadvertido en qu sentido andan moribundos y
en qu sentido son dignos de muerte y de qu tipo
de muerte quienes son verdaderamente filsofos.
Conversemos, pues -dijo-, entre nosotros slo, mandndolos a los dems a paseo. Consi-
deramos que la muerte es algo?
-Y mucho -dijo Simmias contestando.
-Acaso es otra cosa que la separacin del alma
del cuerpo? Y el estar muerto es esto: que el cuerpo est solo en s mismo, separado del alma,
y el alma se quede sola en s misma separada de
cuerpo? Acaso la muerte no es otra cosa sino
esto?
-No, sino eso -dijo.
-Examina ahora, amigo, si compartes mi
opinin en lo siguiente. Pues con eso creo que
sabremos ms de la cuestin que estudiamos. Te
parece a ti que es propio de un filsofo andar dedicado a los que llaman placeres, tales como
los propios de comidas y de bebidas?
-En absoluto, Scrates -dijo Simmias.
-Qu de los placeres del sexo?
-En ningn modo.
-Y qu hay respecto de los dems cuidados del
cuerpo? Te parece que tal persona los considera
importantes? Por ejemplo, la adquisicin de mantos y calzados elegantes, y los dems
embellecimientos del cuerpo, te parece que los
tiene en estima, o que los desprecia, en la medida en que no tiene una gran necesidad de ocuparse
de ellos?
-A m me parece que los desprecia -dijo-, por lo
menos el que es de verdad filsofo.
-Por lo tanto, no te parece que, por entero -
dijo-, la ocupacin de tal individuo no se centra
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en el cuerpo, sino que, en cuanto puede, est
apartado de ste, y, en cambio, est vuelto hacia
el alma?
-A m s.
-Es que no est claro, desde un principio, que el filsofo libera su alma al mximo de la
vinculacin con el cuerpo, muy a diferencia de
los dems hombres?
-Est claro.
-Y, por cierto, que les parece, Simmias, a los dems hombres que quien no halla placer en tales
cosas ni participa de ellas no tiene un vivir digno,
sino que se empea en algo prximo al estar muerto el que nada se cuida de los placeres que
estn unidos al cuerpo.
-Muy verdad es lo que dices, desde luego.
-Y qu hay respecto de la adquisicin misma
de la sabidura? Es el cuerpo un impedimento o
no, si uno lo toma en la investigacin como compaero? Quiero decir, por ejemplo, lo
siguiente: acaso garantizan alguna verdad la
vista y el odo a los humanos, o sucede lo que
incluso los poetas nos repiten de continuo, que no omos nada preciso ni lo vemos? Aunque, si estos
sentidos del cuerpo no son exactos ni claros, mal
lo sern los otros. Pues todos son inferiores a sos. O no te lo parecen a ti?
-Desde luego -dijo.
-Cundo, entonces -dijo l-, el alma aprehende
la verdad? Porque cuando intenta examinar algo
en compaa del cuerpo, est claro que entonces es engaada por l.
-Dices verdad.
-No es, pues, al reflexionar, ms que en
ningn otro momento, cuando se le hace evidente
algo de lo real?
-S.
-Y reflexiona, sin duda, de manera ptima, cuando no la perturba ninguna de esas cosas, ni el
odo ni la vista, ni dolor ni placer alguno, sino
que ella se encuentra al mximo en s misma,
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mandando de paseo al cuerpo, y, sin comunicarse
ni adherirse a l, tiende hacia lo existente.
-As es.
-Por lo tanto, tambin ah el alma del filsofo
desprecia al mximo el cuerpo y escapa de ste, y busca estar a solas en s ella misma?
-Es evidente.
-Qu hay ahora respecto de lo siguiente,
Simmias? Afirmamos que existe algo justo en s
o nada?
-Lo afirmamos, desde luego, por Zeus!
-Y, a su vez, algo bello y bueno?
-Cmo no?.
-Es que ya has visto alguna de tales cosas con
tus ojos nunca?
-De ninguna manera -dijo l.
-Pero acaso los has percibido con algn otro
de los sentidos del cuerpo? Me refiero a todo eso, como el tamao, la salud, la fuerza, y, en una
palabra, a la realidad de todas las cosas, de lo que
cada una es. Acaso se contempla por medio del cuerpo lo ms verdadero de stas, o sucede del
modo siguiente: que el que de nosotros se prepara
a pensar mejor y ms exactamente cada cosa en s de las que examina, ste llegara lo ms cerca
posible del conocer cada una?
-As es, en efecto.
-Entonces, lo har del modo ms puro quien
en rigor mximo vaya con su pensamiento solo hacia cada cosa, sin servirse de ninguna visin al
reflexionar, ni arrastrando ninguna otra
percepcin de los sentidos en su razonamiento, sino que, usando slo de la inteligencia pura por
s misma, intente atrapar cada objeto real puro,
prescindiendo todo lo posible de los ojos, los
odos y, en una palabra, del cuerpo entero, porque le confunde y no le deja al alma adquirir la
verdad y el saber cuando se le asocia? No es se,
Simmias, ms que ningn otro, el que alcanzar
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lo real?
-Cun extraordinariamente cierto -dijo Simmias- es lo que dices, Scrates!
-Por consiguiente es forzoso -dijo- que de todo eso se les produzca a los autnticamente filsofos
una opinin tal, que se digan entre s unas
palabras de este estilo, poco ms o menos:
Puede ser que alguna senda nos conduzca hasta el fin, junto con el razonamiento, en nuestra
investigacin, en cuanto a que, en tanto tengamos
el cuerpo y nuestra alma est contaminada por la ruindad de ste, jams conseguiremos
suficientemente aquello que deseamos.
Afirmamos desear lo que es verdad. Pues el cuerpo nos procura mil preocupaciones por la
alimentacin necesaria; y, adems, si nos afligen
algunas enfermedades, nos impide la caza de la
verdad. Nos colma de amores y deseos, de miedos y de fantasmas de todo tipo, y de una
enorme trivialidad, de modo que cun verdadero
es el dicho de que en realidad con l no nos es posible meditar nunca nada! Porque, en efecto,
guerras, revueltas y batallas ningn otro las
origina sino el cuerpo y los deseos de ste. Pues a
causa de la adquisicin de riquezas se originan todas la guerras, y nos vemos forzados a
adquirirlas por el cuerpo, siendo esclavos de sus
cuidados. Por eso no tenemos tiempo libre para la filosofa, con todas esas cosas suyas. Pero el
colmo de todo es que, si nos queda algn tiempo
libre de sus cuidados y nos dedicamos a observar algo, inmiscuyndose de nuevo en nuestras
investigaciones nos causa alboroto y confusin, y
nos perturba de tal modo que por l no somos
capaces de contemplar la verdad. Conque, en realidad, tenemos demostrado que,
si alguna vez vamos a saber algo limpiamente,
hay que separarse de l y hay que observar los objetos reales en s con el alma por s misma. Y
entonces, segn parece, obtendremos lo que
deseamos y de lo que decimos que somos amantes, la sabidura, una vez que hayamos
muerto, segn indica nuestro razonamiento, pero
no mientras vivimos. Pues si no es posible por
medio del cuerpo conocer nada limpiamente, una de dos: o no es posible adquirir nunca el saber, o
slo muertos. Porque entonces el alma estar
consigo misma separada del cuerpo, pero antes
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no. Y mientras vivimos, como ahora, segn
parece, estaremos ms cerca del saber en la
medida en que no tratemos ni nos asociemos con
el cuerpo, a no ser en la estricta necesidad, y no nos contaminemos de la naturaleza suya, sino que
nos purifiquemos de l, hasta que la divinidad
misma nos libere. Y as, cuando nos desprendamos de la insensatez del cuerpo, segn
lo probable estaremos en compaa de lo
semejante y conoceremos por nosotros mismos
todo lo puro, que eso es seguramente lo verdadero. Pues al que no est puro me temo que
no le es lcito captar lo puro.
Creo que algo semejante, Simmias, es necesario que se digan unos a otros y que mantengan tal
creencia los que rectamente aman el saber. No te
lo parece as? -Del todo, Scrates.
-Por lo tanto -dijo Scrates-, si eso es verdad,
compaero, hay una gran esperanza, para quien llega adonde yo me encamino, de que all de
manera suficiente, ms que en ningn otro lugar
adquirir eso que nos ha procurado la mayor preocupacin en la vida pasada. As que el viaje
que ahora me han ordenado hacer se presenta con
una buena esperanza, como para cualquier otro
hombre que considere que tiene preparada su inteligencia, como purificada.
-Muy bien -dijo Simmias.
-Pero es que no viene a ser una purificacin
eso, lo que desde antiguo se dice en la sentencia
el separar al mximo el alma del cuerpo y el acostumbrarse ella a recogerse y concentrarse en
s misma fuera del cuerpo, y a habitar en lo
posible, tanto en el tiempo presente como en el
futuro, sola en s misma, liberada del cuerpo como de unas cadenas?
-Desde luego.
-Por tanto, eso es lo que se llama muerte, la
separacin y liberacin del alma del cuerpo?
-Completamente -dijo l.
-Y en liberarla, como decimos, se esfuerzan
continuamente y ante todo los filsofos de
verdad, y ese empeo es caracterstico de los
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filsofos, la liberacin y la separacin del alma
del cuerpo. O no?
-Parece que s.
-Por lo tanto, lo que decamos en un comienzo:
sera ridculo un hombre que se dispusiera a s
mismo durante su vida a estar lo ms cerca posible del estar muerto y a vivir de tal suerte, y
que luego, al llegarle la muerte, se irritara de ello.
-Ridculo. Cmo no?
-En realidad, por tanto -dijo-, los que de verdad
filosofan, Simmias, se ejercitan en morir, y el estar muertos es para estos individuos
mnimamente temible. Obsrvalo a partir de lo
siguiente. Si estn, pues, enemistados por completo con el cuerpo, y desean tener a su alma
sola en s misma, cuando eso se les presenta, no
sera una enorme incoherencia que no marcharan
gozosos hacia all adonde tienen esperanza de alcanzar lo que durante su vida desearon
amantemente -pues amaban el saber- y de verse
apartados de aquello con lo que convivan y estaban enemistados? Cierto que, al morir sus
seres amados, o sus esposas, o sus hijos, muchos
por propia decisin quisieron marchar al Hades,
guiados por la esperanza de ver y convivir all con los que aoraban. Y, en cambio, cualquiera
que ame de verdad la sabidura y que haya
albergado esa esperanza de que no va a conseguirla de una manera vlida en ninguna otra
parte de no ser en el Hades, va a irritarse de morir
y no se ir all gozoso? Preciso es creerlo, al menos si de verdad, amigo mo, es filsofo. Pues
l tendr en firme esa opinin: que en ningn otro
lugar conseguir de modo puro la sabidura sino
All. Si eso es as, lo que justamente deca hace un momento, no sera una enorme incoherencia
que tal individuo temiera la muerte?
-En efecto, enorme, por Zeus! -dijo l.
-Por lo tanto, eso ser un testimonio suficiente para ti -dijo-, de que un hombre a quien veas
irritarse por ir a morir, se no es un filsofo, sino
algn amigo del cuerpo. Y ese mismo ser
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seguramente amigo tambin de las riquezas y de
los honores 29, sea de una de esas cosas o de
ambas.
-Desde luego -dijo-, es as como t dices. -Acaso, Simmias -dijo-, no se aplica muy
especialmente la llamada valenta a los que
presentan esa disposicin de nimo? -Por completo, en efecto -dijo.
-Por consiguiente tambin la templanza, e
incluso eso que la gente llama templanza, el no dejarse excitar por los deseos, sino dominarlos
moderada y ordenadamente, acaso no les
conviene a estos solos, a quienes en grado extremo se despreocupan del cuerpo y viven
dedicados a la filosofa?
-Forzosamente -dijo.
-Porque si quieres -dijo l- considerar la
valenta y templanza de los otros, te va a parecer
que es absurda.
-Cmo dices, Scrates?
-Sabes -dijo l- que todos los otros consideran
la muerte uno de los grandes males?
-Y mucho -dijo.
-As que por miedo de mayores males los valientes de entre sos afrontan la muerte, cuando
la afrontan?
-As es.
-Por lo tanto, por tener miedo y por temor son
valientes todos a excepcin de los filsofos. Y,
sin embargo, es absurdo que alguien sea valiente por temor y por cobarda.
-Desde luego que s.
-Qu pasa con los moderados de sos? No les
sucede lo mismo: que son moderados por una cierta intemperancia? Y aunque decimos que eso
es imposible, sin embargo les ocurre una
experiencia semejante en lo que respecta a su
boba moderacin. Porque por temor de verse
29
En su juego de palabras, opone philsophos a philosmatos (palabra que Platn
inventa), y philochrmatos a philtimos.
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[69e]
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privados de otros placeres y por ms que los
desean, renuncian a unos dominados por otros.
Aunque, s, llaman intemperancia al ser
dominado por los placeres, no obstante les sucede que, al ser dominados por placeres, ellos dominan
otros placeres. Y eso es semejante a lo que se
deca hace un instante: que en cierto modo, ellos se han hecho moderados por su intemperancia.
-Pues as parece.
-Bienaventurado Simmias, quiz no sea se el cambio correcto en cuanto a la virtud, que se
truequen placeres por placeres y pesares por
pesares y miedo por miedo, mayores por menores, como monedas, sino que sea slo una la
moneda vlida, contra la cual se debe cambiar
todo eso, la sabidura. Y, quiz, comprndose y vendindose todas las cosas por ella y con ella,
existan de verdad la valenta, la moderacin, la
justicia, y, en conjunto, la verdadera virtud, en
compaa del saber, tanto si se aaden como si se restan placeres, temores y las dems cosas de tal
clase. Y si se apartan del saber y se truecan unas
por otras, temo que la virtud resultante no sea sino un juego de sombras, y servil en realidad, y
que no tenga nada sano ni verdadero. Acaso lo
verdadero, en realidad, sea una cierta purificacin
de todos esos sentimientos, y tambin la mo-deracin y la justicia y la valenta, y que la misma
sabidura sea un rito purificador.
Y puede ser que quienes nos instituyeron los cultos mistricos no sean individuos de poco
mrito, sino que de verdad de manera cifrada se
indique desde antao que quien llega impuro y no iniciado al Hades yacer en el fango, pero que el
que llega all purificado e iniciado habitar en
compaa de los dioses. Ahora bien, como dicen
los de las iniciaciones, muchos son los portadores de tirso, pero pocos los bacantes. Y
stos son, en mi opinin, no otros sino los que
han filosofado rectamente. De todo eso no hay nada que yo, en lo posible, haya descuidado en mi
vida, sino que por cualquier medio me esforc en
llegar a ser uno de ellos. Si me esforc rectamente y he conseguido algo, al llegar all lo sabremos
claramente, si dios quiere, dentro de un poco
segn me parece. Esto es, pues, Simmias y Cebes,
lo que yo digo en mi defensa, de cmo, al abandonaros a vosotros y a los amos de aqu, no
lo llevo a mal ni me irrito, reflexionando en que
tambin all voy a encontrar no menos que aqu
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buenos amos y compaeros. [A la gente le
produce incredulidad el tema.]. As que, si en
algo soy ms convincente en mi defensa ante
vosotros que ante los jueces atenienses, estara satisfecho.
Despus que Scrates hubo dicho esto, tom la
palabra Cebes y dijo: -Scrates, en lo dems a m me parece que
dices bien, pero lo que dices acerca del alma les
produce a la gente mucha desconfianza en que,
una vez que queda separada del cuerpo, ya no exista en ningn lugar, sino que en aquel mismo
da en que el hombre muere se destruya y se
disuelva, apenas se separe del cuerpo, y saliendo de l como aire exhalado o humo se vaya
disgregando, voladora, y que ya no exista en
ninguna parte. Porque, si en efecto existiera ella en s misma, concentrada en algn lugar y
apartada de esos males que hace un momento t
relatabas, habra una inmesa y bella esperanza,
Scrates, de que sea verdad lo que t dices. Pero eso, tal vez, requiere de no pequea persuasin y
fe, lo de que el alma existe, muerto el ser
humano, y que conserva alguna capacidad y entendimiento.
-Dices verdad Cebes -dijo Scrates-. Pero qu
vamos a hacer? O es que quieres que charlemos
de esos mismos temas de si es verosmil que sea as, o de si no?
-Yo, desde luego -dijo Cebes-, escuchara muy
a gusto la opinin que tienes acerca de estas cosas.
-Al menos ahora creo -dijo Scrates- que nadie
que nos oiga, ni aunque sea autor de comedias, dir que prolongo mi chchara y que no hago mi
discurso sobre los asuntos en cuestin. Conque, si
os parece bien, hay que aplicarse al examen.
Y examinmoslo desde este punto: si acaso existen en el Hades las almas de las personas que
han muerto o si no. Pues hay un antiguo relato del
que nos hemos acordado, que dice que llegan all desde aqu, y que de nuevo regresan y que nacen
de los difuntos. Pues, si eso es as, que de nuevo
nacen de los muertos los vivos, qu otra cosa pasara, sino que persistiran all nuestras almas?
Porque no podran nacer de nuevo en ningn sitio
de no existir, y eso es un testimonio suficiente de
que ellas existen, si de verdad puede hacerse evidente que de ninguna otra parte nacen los
vivos sino de los muertos. Pero si no es posible,
habra necesidad de otro argumento.
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-As es, en efecto -dijo Cebes.
-Ahora bien, no examines eso slo en relacin
con los humanos -dijo Scrates-, si quieres comprenderlo con ms claridad, sino en relacin
con todos los animales y las plantas, y en general
respecto a todo aquello que tiene nacimiento, veamos si todo se origina as, no de otra cosa sino
que nacen de sus contrarios todas aquellas cosas
que tienen algo semejante, por ejemplo la belleza
es lo contrario de la fealdad y lo justo de lo injusto, y a otras cosas innumerables les sucede lo
mismo. Examinemos, pues, esto: si
necesariamente todos los seres que tienen un contrario no se originan nunca de ningn otro
lugar sino de su mismo contrario. Por ejemplo,
cuando se origina algo mayor, es necesario, sin duda que nazca de algo que era antes menor y
luego se hace mayor?
-S.
-Por tanto, si se hace menor, de algo que antes era mayor se har luego menor?
-As es -dijo.
-Y as de lo ms fuerte nace lo ms dbil y de
los ms lento lo ms rpido?
-Desde luego.
-Qu ms? Lo que se hace peor no ser a
partir de algo mejor, y si se hace ms justo, de lo
ms injusto? -Pues cmo no?
-Tenemos bastante entonces con esto, que todo
sucede as, que las cosas contrarias se originan a partir de sus contrarios?
-Desde luego.
-Qu ms? Ocurre algo como esto en esos
cambios, que entre todos esos pares de contrarios que son dos hay dos procesos genticos, de lo uno
a lo otro por un lado, y luego de nuevo de lo otro
hacia lo anterior. Entre una cosa mayor y una
menor hay un aumento y una disminucin, y as llamamos a un proceso crecer y a otro disminuir.
-S -dijo.
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-Por tanto tambin el descomponerse y el
componerse, y el enfriarse y el calentarse, y todo
de ese modo, aunque no usemos nombres en cada caso, sino que de hecho es necesario que as se
comporte, nacen entre s uno de otro y cada uno
tiene su proceso gentico recproco?
-Efectivamente as es -dijo.
-Qu ms? -dijo-. Hay algo contrario al vivir, como es el dormir al estar despierto?
-Desde luego -contest.
-Qu?
-El estar muerto.
-Por tanto estas cosas nacen una de otra, si es que son contrarias, y los procesos de generacin
entre ellas son dos, por ser dos?
-Pues cmo no?
-Pues de una de las parejas que hace poco yo
mencionaba -dijo Scrates- te hablar yo, de ella y de sus procesos genticos, y t dime de la otra.
Me refiero al dormir y al estar despierto, y a que
del dormir se origina el estar despierto, y del estar despierto el dormir, y los procesos generativos de
uno y otro son el dormirse y el despertarse. Te
resulta bastante -dijo- o no?
-Desde luego que s.
-Dime ahora t -dijo- de igual modo respecto a
la vida y la muerte. No afirmas que el vivir es lo
contrario al estar muerto?
-Yo s.
-Y nacen el uno del otro?
-S.
-As pues, qu se origina de lo que vive?
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-Lo muerto.
-Y qu -dijo- de lo que est muerto?
-Necesario es reconocer -dijo- que lo que vive.
-De los muertos, por tanto, Cebes, nacen las cosas vivas y los seres vivos?
-Est claro.
-Existen entonces -dijo- nuestras almas en el
Hades.
-Parece ser.
-Es que de los dos procesos generativos a este respecto al menos uno resulta evidente. Pues el
morir, sin duda, es evidente, o no?
-En efecto, as es -respondi.
-Cmo, pues -dijo l-, haremos? No admitire-
mos el proceso gentico contrario, sino que de ese modo quedar coja la naturaleza? O es
necesario- conceder al morir algn proceso
generativo opuesto?
-Totalmente necesario -contest.
-Cul es se?
-El revivir.
-Por lo tanto -dijo l-, si existe el revivir, se
sera el proceso generativo desde los muertos
hacia los vivos, el revivir?
-S, en efecto.
-As que hemos reconocido que de ese modo los vivos han nacido de los muertos no menos que
los muertos de los vivos, y siendo eso as parece
haber un testimonio suficiente, sin duda, de que es necesario que las almas de los muertos existan
en algn lugar, de donde luego nazcan de nuevo.
-A m me parece -contest-, Scrates, que
segn lo que hemos acordado es necesario que
sea as.
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-Advierte, por cierto, Cebes -dijo-, que no lo
hemos acordado injustamente, segn me parece a
m. Porque si no se admitiera que unas cosas se
originan de las otras siempre, como avanzando en un movimiento circular, sino que el proceso
generativo fuera uno rectilneo, slo de lo uno a
lo opuesto enfrente, y no se volviera de nuevo hacia lo otro ni se produjera la vuelta, sabes que
todas las cosas al concluir en una misma forma se
detendran, y experimentaran el mismo estado y
dejaran de generarse? -Cmo dices? -replic.
-No es nada difcil de imaginar lo que digo -dijo l-. As, por ejemplo, si existiera el dormirse,
y no se compensara con el despertarse que se
origina del estar dormido, sabes que al concluir todo vendra a demostrar que lo de Endimin fue
una fruslera y en ningn lugar se le distinguira
por el hecho de que todas las cosas tendran su
mismo padecimiento: quedarse dormidas. Y si todas las cosas se mezclaran y no se separaran,
pronto habra resultado lo de la sentencia de
Anaxgoras: conjuntamente todas las cosas. De modo similar, amigo Cebes, tambin si murieran
todos los seres que participan de la vida y,
despus de haber muerto, permanecieran en esa
forma los muertos, y no revivieran de nuevo, no sera entonces una gran necesidad que todo
concluyera por estar muerto y nada viviera? Pues
si los seres vivos nacieran, por un lado, unos de los otros, y, por otro, los vivientes murieran, qu
recurso habra para impedir que todos se
consumieran en la muerte? -Ninguno en mi opinin, Scrates -dijo Cebes-,
sino que me parece que dices por completo la
verdad.
-Pues nada es ms cierto, Cebes -dijo-, segn me parece a m, y nosotros no reconocemos esto
mismo engandonos, sino que en realidad se da
el revivir y los vivientes nacen de los muertos y las almas de los muertos perviven [y para las
buenas hay algo mejor, y algo peor para las
malas].
-Tambin es as -dijo Cebes tomando la
palabra-, de acuerdo con ese otro argumento,
Scrates, si es verdadero, que t acostumbras a decirnos a menudo, de que el aprender no es
realmente otra cosa sino recordar, y segn ste es
necesario que de algn modo nosotros hayamos
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aprendido en un tiempo anterior aquello de lo que
ahora nos acordamos. Y eso es imposible, a
menos que nuestra alma haya existido en algn
lugar antes de llegar a existir en esta forma humana. De modo que tambin por ah parece
que el alma es algo inmortal.
-Pero, Cebes -dijo Simmias interrumpiendo-, cules son las pruebas de eso? Recurdamelas.
Porque en este momento no me acuerdo
demasiado de ellas.
-Se fundan en un argumento esplndido -dijo
Cebes-, segn el cual al ser interrogados los
individuos, si uno los interroga correctamente, ellos declaran todo de acuerdo a lo real. Y,
ciertamente, si no se diera en ellos una ciencia
existente y un entendimiento correcto, seran incapaces de hacerlo. Luego, si uno los pone
frente a los dibujos geomtricos o a alguna otra
representacin similar entonces se demuestra de
manera clarsima que as es. -Y si no te convences, Simmias, con esto -dijo
Scrates-, examnalo del modo siguiente, y al
examinarlo as vas a concordar con nosotros. Desconfas, pues de que en algn modo el
llamado aprendizaje es una reminiscencia.
-No es que yo -dijo Simmias- desconfe, sino que solicito experimentar eso mismo de lo que
ahora se trata: que se me haga recordar. Si bien
con lo que Cebes intent exponer casi ya lo tengo recordado y me convenzo, sin embargo en nada
menos me gustara ahora orte de qu modo t
planteas la cuestin. -Yo, del modo siguiente -repuso-.
Reconocemos, sin duda, que siempre que uno
recuerda algo es preciso que eso lo supiera ya
antes. -Desde luego -dijo.
-Acaso reconocemos tambin esto, que cuando un conocimiento se presenta de un cierto modo es
una reminiscencia? Me refiero a un caso como el
siguiente. Si uno al ver algo determinado, o al orlo o al captar alguna otra sensacin, no slo
conoce aquello, sino, adems, intuye otra cosa de
la que no informa el mismo conocimiento, sino
otro, no diremos justamente que la ha recordado, a esa de la que ha tenido una intuicin?
-Cmo dices?
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-Por ejemplo, tomemos lo siguiente.
Ciertamente es distinto el conocimiento de un ser
humano y el de una lira.
-Cmo no?
-Desde luego sabes que los amantes, cuando ven una lira o un manto o cualquier otro objeto
que acostumbra a utilizar su amado, tienen esa
experiencia. Reconocen la lira y, al tiempo,
captan en su imaginacin la figura del muchacho al que pertenece la lira. Eso es una reminiscencia.
De igual modo, al ver uno a Simmias a menudo
se acuerda de Cebes, y podran darse, sin duda, otros mil ejemplos.
-Mil, desde luego, por Zeus! -dijo Simmias.
-Por tanto, dijo l-, no es algo semejante una
reminiscencia? Y en especial cuando uno lo
experimenta con referencia a aquellos objetos
que, por el paso del tiempo o al perderlos de vista, ya los haba tenido en el olvido?
-As es, desde luego -contest.
-Y qu? -dijo l-. Es posible al ver pintado un caballo o dibujada una lira rememorar a una
persona, o al ver dibujado a Simmias acordarse de
Cebes?
-Claro que s.
-Por lo tanto, tambin viendo dibujado a Simmias acordarse del propio Simmias?
-Lo es, en efecto -respondi.
-Entonces no ocurre que, de acuerdo con todos
esos casos, la reminiscencia se origina a partir de cosas semejantes, y en otros casos tambin de
cosas diferentes?
-Ocurre.
-As que, cuando uno recuerda algo a partir de
objetos semejantes, no es necesario que experimente, adems, esto: que advierta si a tal
objeto le falta algo o no en su parecido con
aquello a lo que recuerda?
-Es necesario.
-Examina ya -dijo l- si esto es de este modo.
Decimos que existe algo igual. No me refiero a
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un madero igual a otro madero ni a una piedra
con otra piedra ni a ninguna cosa de esa clase,
sino a algo distinto, que subsiste al margen de
todos esos objetos, lo igual en s mismo. Deci-mos que eso es algo, o nada?
-Lo decimos, por Zeus! -dijo Simmias-, y de
manera rotunda.
-Es que, adems, sabemos lo que es?
-Desde luego que s -repuso l.
-De dnde, entonces, hemos obtenido ese conocimiento? No, por descontado, de las cosas
que ahora mismo mencionbamos, de haber visto
maderos o piedras o algunos otros objetos iguales, o a partir de sas cosas lo hemos intuido,
siendo diferente a ellas? O no te parece que es
algo diferente? Examnalo con este enfoque.
Acaso piedras que son iguales y leos que son los mismos no le parecen algunas veces a uno
iguales, y a otro no?
-En efecto, as pasa. -Qu? Las cosas iguales en s mismas es
posible que se te muestren como desiguales, o la
igualdad aparecer como desigualdad?
-Nunca jams, Scrates.
-Por lo tanto, no es lo mismo -dijo l- esas cosas iguales y lo igual en s.
-De ningn modo a m me lo parece, Scrates.
-Con todo -dijo-, a partir de esas cosas, las
iguales, que son diferentes de lo igual en s, has
intuido y captado, sin embargo, el conocimiento de eso?
-Acertadsimamente lo dices -dijo.
-En consecuencia, tanto si es semejante a esas
cosas como si es desemejante? -En efecto.
-No hay diferencia ninguna -dijo l-. Siempre
que al ver un objeto, a partir de su contemplacin, intuyas otro, sea semejante o desemejante, es
necesario -dijo- que eso sea un proceso de
reminiscencia.
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-As es, desde luego.
-Y qu? -dijo l-. Acaso experimentamos
algo parecido con respecto a los maderos y a las cosas iguales de que hablbamos ahora? Es que
no parece que son iguales como lo que es igual
por s, o carecen de algo para ser de igual clase que lo igual en s, o nada?
-Carecen, y de mucho, para ello -respondi.
-Por tanto, reconocemos que, cuando uno al
ver algo piensa: lo que ahora yo veo pretende ser
como algn otro de los objetos reales, pero carece de algo y no consigue ser tal como aqul, sino
que resulta inferior, necesariamente el que piensa
esto tuvo que haber logrado ver antes aquello a lo que dice que esto se asemeja, y que le resulta
inferior?
-Necesariamente. -Qu, pues? Hemos experimentado tambin
nosotros algo as, o no, con respecto a las cosas
iguales y a lo igual en s? -Por completo.
-Conque es necesario que nosotros previamente
hayamos visto lo igual antes de aquel momento en el que al ver por primera vez las cosas iguales
pensamos que todas ellas tienden a ser como lo
igual pero que lo son insuficientemente.
-As es.
-Pero, adems, reconocemos esto: que si lo
hemos pensado no es posible pensarlo, sino a
partir del hecho de ver o de tocar o de alguna otra
percepcin de los sentidos. Lo mismo digo de todos ellos.
-Porque lo mismo resulta, Scrates, en relacin con lo que quiere aclarar nuestro razonamiento.
-Por lo dems, a partir de las percepciones sensibles hay que pensar que todos los datos en
nuestros sentidos apuntan a lo que es lo igual, y
que son inferiores a ello. O cmo lo decimos?
-De ese modo.
-Por consiguiente, antes de que empezramos a
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ver, or, y percibir todo lo dems, era necesario
que hubiramos obtenido captndolo en algn
lugar el conocimiento de qu es lo igual en s
mismo, si es que a este punto bamos a referir las igualdades aprehendidas por nuestros sentidos, y
que todas ellas se esfuerzan por ser tales como
aquello, pero le resultan inferiores. -Es necesario de acuerdo con lo que est dicho,
Scrates.
-Acaso desde que nacimos veamos, oamos, y
tenamos los dems sentidos? -Desde luego que s.
-Era preciso, entonces, decimos, que tengamos
adquirido el conocimiento de lo igual antes que
stos?
-S.
-Por lo tanto, antes de nacer, segn parece, nos es necesario haberlo adquirido.
-Eso parece.
-As que si, habindolo adquirido antes de
nacer, nacimos tenindolo, sabamos ya antes de
nacer y apenas nacidos no slo lo igual, lo mayor,
y lo menor, y todo lo de esa clase? Pues el razonamiento nuestro de ahora no es en algo ms
sobre lo igual en s que sobre lo bello en s, y lo
bueno en s, y lo justo y lo santo, y, a lo que precisamente me refiero, sobre todo aquello que
etiquetamos con eso lo que es, tanto al
preguntar en nuestras preguntas como al responder en nuestras respuestas. De modo que
nos es necesario haber adquirido los
conocimientos de todo eso antes de nacer.
-As es.
-Y si despus de haberlos adquirido en cada
ocasin no los olvidramos, naceramos siempre sabindolos y siempre los sabramos a lo largo de
nuestra vida. Porque el saber consiste en esto:
conservar el conocimiento que se ha adquirido y no perderlo. O no es eso lo que llamamos olvido,
Simmias, la prdida de un conocimiento?
-Totalmente de acuerdo, Scrates -dijo.
-Y si es que despus de haberlos adquirido
antes de nacer, pienso, al nacer los perdimos, y
luego al utilizar nuestros sentidos respecto a esas
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mismas cosas recuperamos los conocimientos que
en un tiempo anterior ya tenamos, acaso lo que
llamamos aprender no sera recuperar un
conocimiento ya familiar? Llamndolo recordar lo llamaramos correctamente?
-Desde luego.
-Entonces ya se nos mostr posible eso, que al
percibir algo, o vindolo u oyndolo o recibiendo
alguna otra sensacin, pensemos a partir de eso
en algo distinto que se nos haba olvidado, en algo a lo que se aproximaba eso, siendo ya
semejante o desemejante a l. De manera que esto
es lo que digo, que una de dos, o nacemos con ese saber y lo sabemos todos a lo largo de nuestras
vidas, o qu luego, quienes decimos que aprenden
no hacen nada ms que acordarse, y el aprender sera reminiscencia.
-Y en efecto que es as, Scrates.
-Cul de las dos explicaciones prefieres, Simmias? Que hemos nacido sabindolo o que
luego recordamos aquello de que antes hemos
adquirido un conocimiento?
-No s, Scrates, qu elegir en este momento.
-Qu? Puedes elegir lo siguiente y cmo te parece bien al respecto de esto? Un hombre que
tiene un saber podra dar razn de aquello que
sabe, o no? -Es de todo rigor, Scrates -dijo.
-Entonces, te parece a ti que todos pueden dar razn de las cosas de que hablbamos ahora
mismo?
-Bien me gustara -dijo Simmias-. Pero mucho
ms me temo que maana a estas horas ya no quede ningn hombre capaz de hacerlo
dignamente.
-Por, tanto, no te parece -dijo-, Simmias, que todos lo sepan?
-De ningn modo.
-Entonces es que recuerdan lo que haban
aprendido?
-Necesariamente.
-Cundo han adquirido nuestras almas el
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conocimiento de esas mismas cosas? Porque no
es a partir de cuando hemos nacido como
hombres.
-No, desde luego. -Antes, por tanto.
-S.
-Por tanto existan, Simmias, las almas incluso
anteriormente, antes de existir en forma humana,
aparte de los cuerpos, y tenan entendimiento.
-A no ser que al mismo tiempo de nacer, Scrates, adquiramos esos saberes, pues an nos
queda ese espacio de tiempo.
-Puede ser, compaero. Pero en qu otro
tiempo los perdemos? Puesto que no nacemos
conservndolos, segn hace poco hemos
reconocido. O es que los perdemos en ese mismo en que los adquirimos? Acaso puedes
decirme algn otro tiempo?
-De ningn modo, Scrates; es que no me di cuenta de que deca un sinsentido.
-Entonces queda nuestro asunto as, Simmias? -dijo l-. Si existen las cosas de que siempre
hablamos, lo bello y lo bueno y toda la realidad
de esa clase, y a ella referimos todos los datos de nuestros sentidos, y hallamos que es una realidad
nuestra subsistente de antes, y estas cosas las
imaginamos de acuerdo con ella, es necesario que, as como esas cosas existen, tambin exista
nuestra alma antes de que nosotros estemos en
vida. Pero si no existen, este razonamiento que
hemos dicho sera en vano. Acaso es as, y hay una idntica necesidad de que existan esas cosas
y nuestras almas antes de que nosotros hayamos
nacido, y si no existen las unas, tampoco las otras?
-Me parece a m, Scrates, que en modo
superlativo -dijo Simmias- la necesidad es la misma de que existan, y que el razonamiento
llega a buen puerto en cuanto a lo de existir de
igual modo nuestra alma antes de que nazcamos y
la realidad de la que t hablas. No tengo yo, pues, nada que me sea tan claro como eso: el que tales
cosas existen al mximo: lo bello, lo bueno, y
todo lo dems que t mencionabas hace un
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momento. Y a m me parece que queda
suficientemente demostrado.
-Y para Cebes, qu? -repuso Scrates-. Porque
tambin hay que convencer a Cebes.
-Satisfactoriamente -dijo Simmias-, al menos
segn supongo. Aunque es el ms resistente de los humanos en el prestar fe a los argumentos.
Pero pienso que est bien persuadido de eso, de
que antes de nacer nosotros exista nuestra alma.
No obstante, en cuanto a que despus de que hayamos muerto an existir, no me parece a m,
Scrates, que est demostrado; sino que todava
est en pie la objecin que Cebes expona hace unos momentos, esa de la gente, temerosa de que,
al tiempo que el ser humano perezca, se disperse
su alma y esto sea para ella el fin de su existencia. Porque, qu impide que ella nazca y se cons-
tituya de cualquier origen y que exista aun antes
de llegar a un cuerpo humano, y que luego de
llegar y separarse de ste, entonces tambin ella alcance su fin y perezca?
-Dices bien, Simmias -dijo Cebes-. Est claro,
pues, que queda demostrado algo as como la mitad de lo que es preciso: que antes de nacer
nosotros ya exista nuestra alma. Pero es preciso
demostrar, adems, que tambin despus de que
hayamos muerto existir no en menor grado que antes de que naciramos, si es que la
demostracin ha de alcanzar su final.
-Ya est demostrado, Simmias y Cebes -dijo Scrates-, incluso en este momento, si queris
ensamblar en uno solo este argumento y el que
hemos acordado antes de ste: el de que todo lo que vive nace de lo que ha muerto. Pues si
nuestra alma existe antes ya, y le es necesario a
ella, al ir a la vida y nacer, no nacer de ningn
otro origen sino de la muerte y del estar muerto, cmo no ser necesario que ella exista tambin
tras haber muerto, ya que le es forzoso nacer de
nuevo? Conque lo que decs ya est demostrado incluso ahora.
Sin embargo, me parece que tanto t como
Simmias tenis ganas de que tratemos en detalle, an ms, este argumento, y que estis
atemorizados como los nios de que en realidad
el viento, al salir ella del cuerpo, la disperse y la
disuelva, sobre todo cuando en el momento de la muerte uno se encuentre no con la calma sino en
medio de un fuerte ventarrn.
Entonces Cebes, sonriendo, le contest:
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-Como si estuviramos atemorizados, Scrates,
intenta convencernos. O mejor, no es que estemos
temerosos, sino que probablemente hay en
nosotros un nio que se atemoriza ante esas cosas. Intenta, pues, persuadirlo de que no tema a
la muerte como al coco.
-En tal caso -dijo Scrates- es preciso entonar conjuros cada da, hasta que lo hayis conjurado.
-Pero de dnde, Scrates -replic l-, vamos a
sacar un buen conjurador de tales temores, una vez que t -dijo- nos dejas?
-Amplia es Grecia, Cebes! -respondi l-. Y en ella hay hombres de valer, y son muchos los
pueblos de los brbaros, que debis escrutar todos
en busca de un con jurador semejante, sin escatimar dineros ni fatigas, en la conviccin de
que no hay cosa en que podis gastar ms
oportunamente vuestros haberes. Debis buscarlo
vosotros mismos y unos con otros. Porque tal vez no encontris fcilmente quienes sean capaces de
hacerlo ms que vosotros.
-Bien, as se har -dijo Cebes-. Pero regresemos
al punto donde lo dejamos, si es -que es de tu
gusto.
-Claro que es de mi gusto. Cmo, pues, no iba
a serlo?
-Dices bien -contest.
-Por lo tanto -dijo Scrates-, conviene que
nosotros no preguntemos que a qu clase de cosa le conviene sufrir ese proceso, el descomponerse,
y a propsito de qu clase de cosa hay que temer
que le suceda eso mismo, y a qu otra cosa no. Y
despus de esto, entonces, examinemos cul de las dos es el alma, y segn eso habr que estar
confiado o sentir temor acerca del alma nuestra.
-Verdad dices -contest.
-Le conviene, por tanto, a lo que se ha
compuesto y a lo que es compuesto por su naturaleza sufrir eso, descomponerse del mismo
modo como se compuso? Y si hay algo que es
simple, slo a eso no le toca experimentar ese
proceso, si es que le toca a algo.
-Me parece a m que as es -dijo Cebes.
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-Precisamente las cosas que son siempre del
mismo modo y se encuentran en iguales
condiciones, stas es extraordinariamente
probable que sean las simples, mientras que las que estn en condiciones diversas y en diversas
formas, sas sern compuestas?
-A m al menos as me lo parece. -Vayamos, pues, ahora -dijo- hacia lo que
tratbamos en nuestro coloquio de antes. La
entidad misma, de cuyo ser dbamos razn al
preguntar y responder, acaso es siempre de igual modo en idntica condicin, o unas veces de una
manera y otras de otras? Lo igual en s, lo bello
en s, lo que cada cosa es en realidad, lo ente, admite alguna vez un cambio y de cualquier
tipo? O lo que es siempre cada uno de los
mismos entes, que es de aspecto nico en s mismo, se mantiene idntico y en las mismas
condiciones, y nunca en ninguna parte y de
ningn modo acepta variacin alguna?
-Es necesario -dijo Cebes- que se mantengan idnticos y en las mismas condiciones, Scrates.
-Qu pasa con la multitud de cosas bellas, como por ejemplo personas o caballos o vestidos
o cualquier otro gnero de cosas semejantes, o de
cosas iguales, o de todas aquellas que son
homnimas con las de antes? Acaso se mantienen idnticas, o, todo lo contraro a
aqullas, ni son iguales a s mismas, ni unas a
otras nunca ni, en una palabra, de ningn modo son idnticas?
-As son, a su vez -dijo Cebes-, estas cosas:
jams se presentan de igual modo.
-No es cierto que stas puedes tocarlas y verlas
y captarlas con los dems sentidos, mientras que a
las que se mantienen idnticas no es posible captarlas jams con ningn otro medio, sino con
el razonamiento de la inteligencia, ya que tales
entidades son invisibles y no son objetos de la mirada?
-Por completo dices verdad -contest.
-Admitiremos entonces, quieres? -dijo-, dos clases de seres, la una visible, la otra invisible.
-Admitmoslo tambin -contest. -Y la invisible se mantiene siempre idntica,
en tanto que la visible jams se mantiene en la
misma forma?
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-Tambin esto -dijo- lo admitiremos.
-Vamos adelante. Hay una parte de nosotros -dijo l- que es el cuerpo, y otra el alma?
-Ciertamente -contest.
-A cul, entonces, de las dos clases afirmamos
que es ms afn y familiar el cuerpo?
-Para cualquiera resulta evidente esto: a la de lo
visible.
-Y qu el alma? Es perceptible por la vista o
invisible?
-No es visible al menos para los hombres, Scrates -contest.
-Ahora bien, estamos hablando de lo visible y
lo no visible para la naturaleza humana. O crees
que en referencia a alguna otra?
-A la naturaleza humana.
-Qu afirmamos, pues, acerca del alma? Que es visible o invisible?
-No es visible.
-Invisible, entonces?
-S.
-Por tanto, el alma es ms afn que el cuerpo a
lo invisible, y ste lo es a lo visible.
-Con toda necesidad, Scrates.
-No es esto lo que decamos hace un rato, que el alma cuando utiliza el cuerpo para observar
algo, sea por medio de la vista o por medio del
odo, o por medio de algn otro sentido, pues en eso consiste lo de por medio del cuerpo: en el
observar algo por medio de un sentido, entonces
es arrastrada por el cuerpo hacia las cosas que nunca se presentan idnticas, y ella se extrava, se
perturba y se marea como si sufriera vrtigos,
mientras se mantiene en contacto con esas cosas?
-Ciertamente.
-En cambio, siempre que ella las observa por s
misma, entonces se orienta hacia lo puro, lo
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siempre existente e inmortal, que se mantiene
idntico, y, como si fuera de su misma especie se
rene con ello, en tanto que se halla consigo
misma y que le es posible, y se ve libre del extravo en relacin con las cosas que se
mantienen idnticas y con el mismo aspecto,
mientras que est en contacto con stas. A esta experiencia es a lo que se llama meditacin?
-Hablas del todo bella y certeramente, Scrates
-respondi.
-A cul de las dos clases de cosas, tanto por lo
de antes como por lo que ahora decimos, te
parece que es el alma ms afn y connatural?
-Cualquiera, incluso el ms lerdo en aprender -
dijo l-, creo que concedera, Scrates, de acuerdo con tu indagacin, que el alma es por
completo y en todo ms afn a lo que siempre es
idntico que a lo que no lo es.
-Y del cuerpo, qu?
-Se asemeja a lo otro.
-Mralo tambin con el enfoque siguiente:
siempre que estn en un mismo organismo alma y
cuerpo, al uno le prescribe la naturaleza que sea
esclavo y est sometido, y a la otra mandar y ser duea. Y segn esto, de nuevo, cul de ellos te
parece que es semejante a lo divino y cul a lo
mortal? O no te parece que lo divino es lo que est naturalmente capacitado para mandar y
ejercer de gua, mientras que lo mortal lo est
para ser guiado y hacer de siervo? -Me lo parece, desde luego.
-Entonces, a cul de los dos se parece el alma?
-Est claro, Scrates, que el alma a lo divino, y el cuerpo a lo mortal.
-Examina, pues, Cebes -dijo-, si de todo lo dicho se nos deduce esto: que el alma es lo ms
semejante a lo divino, inmortal, inteligible,
uniforme, indisoluble y que est siempre idntico consigo mismo, mientras que, a su vez, el cuerpo
es lo ms semejante a lo humano, mortal,
multiforme, irracional, soluble y que nunca est
idntico a s mismo. Podemos decir alguna otra cosa en contra de esto, querido Cebes, por lo que
no sea as?
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-No podemos.
-Entonces, qu? Si las cosas se presentan as,
no le conviene al cuerpo disolverse pronto, y al alma, en cambio, ser por completo indisoluble o
muy prxima a ello?
-Pues cmo no?
-Te das cuenta, pues -prosigui-, que cuando
muere una persona, su parte visible, el cuerpo,
que queda expuesto en un lugar visible, eso que llamamos el cadver, a lo que le conviene
disolverse, descomponerse y disiparse, no sufre
nada de esto enseguida, sino que permanece con aspecto propio durante un cierto tiempo, si es que
uno muere en buena condicin y en una estacin
favorable, y aun mucho tiempo. Pues si el cuerpo se queda enjuto y momificado como los que son
momificados en Egipto, casi por completo se
conserva durante un tiempo incalculable. Y
algunas partes del cuerpo, incluso cuando l se pudra, los huesos, nervios y todo lo semejante son
generalmente, por decirlo as, inmortales. O no?
-S.
-Por lo tanto, el alma, lo invisible, lo que se
marcha hacia un lugar distinto y de tal clase,
noble, puro, e invisible, hacia el Hades en sentido autntico, a la compaa de la divinidad buena y
sabia, adonde, si dios quiere, muy pronto ha de
irse tambin el alma ma, esta alma nuestra, que es as y lo es por naturaleza, al separarse del
cuerpo, al punto se disolver y quedar
destruida, como dice la mayora de la gente? De ningn modo, queridos Cebes y Simmias.
Lo que pasa, de seguro, es lo siguiente: que se
separa pura, sin arrastrar nada del cuerpo, cuando
ha pasado la vida sin comunicarse con l por su propia voluntad, sino rehuyndolo y
concentrndose en s misma, ya que se haba
ejercitado continuamente en ello, lo que no significa otra cosa, sino que estuvo filosofando
rectamente y que de verdad se ejercitaba en estar
muerta con soltura. O es que no viene a ser eso la preocupacin de la muerte?
-Completamente.
-Por lo tanto, estando en tal condicin se va hacia lo que es semejante a ella, lo invisible, lo
divino, inmortal y sabio, y al llegar all est a su
alcance ser feliz, apartada de errores,
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insensateces, terrores, pasiones salvajes, y de
todos los dems males humanos, como se dice de
los iniciados en los misterios, para pasar de
verdad el resto del tiempo en compaa de los dioses? Lo diremos as, Cebes, o de otro modo?
-As, por Zeus! -dijo Cebes.
-Pero, en cambio, si es que, supongo, se separa
del cuerpo contaminada e impura, por su trato
continuo con el cuerpo y por atenderlo y amarlo,
estando incluso hechizada por l, y por los deseos y placeres, hasta el punto de no apreciar como
verdadera ninguna otra cosa sino lo corpreo, lo
que uno puede tocar, ver, y beber y comer y utilizar para los placeres del sexo, mientras que lo
que para los ojos es oscuro e invisible, y slo
aprehensible por el entendimiento y la filosofa, eso est acostumbrada a odiarlo, temerlo y
rechazarlo, crees que un alma que est en tal
condicin se separar lmpida ella en s misma?
-No, de ningn modo -contest.
-Por lo tanto, creo, quedar deformada por lo
corpreo, que la comunidad y colaboracin del cuerpo con ella, a causa del continuo trato y de la
excesiva atencin, le ha hecho connatural?
-Sin duda.
-Pero hay que suponer, amigo mo -dijo-, que
eso es embarazoso, pesado, terrestre y visible. As que el alma, al retenerlo, se hace pesada y es
arrastrada de nuevo hacia el terreno visible, por
temor a lo invisible y al Hades, como se dice, dando vueltas en torno a los monumentos
fnebres y las tumbas, en torno a los que, en
efecto, han sido vistos algunos fantasmas
sombros de almas; y tales espectros los proporcionan las almas de esa clase, las que no se
han liberado con pureza, sino que participan de lo
visible. Por eso, justamente, se dejan ver. -Es lgico, en efecto, Scrates.
-Lgico ciertamente, Cebes. Y tambin que stas no son en moda alguno las de los buenos,
sino las de los malos, las que estn forzadas a
vagar en pago de la pena de su anterior crianza,
que fue mala. Y vagan errantes hasta que por el anhelo de lo que las acompaa como un lastre, lo
corpreo, de nuevo quedan ligadas a un cuerpo. Y
se ven ligadas, como es natural, a los de
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caracteres semejantes a aquellos que haban
ejercitado ellas, de hecho, en su vida anterior.
-Cules son esos que dices, Scrates?
-Por ejemplo, los que se han dedicado a
glotoneras, actos de lujuria, y a su aficin a la
bebida, y que no se hayan moderado, sos es verosmil que se encarnen en las estirpes de los
asnos y las bestias de tal clase. No lo crees?
-Es, en efecto, muy verosmil lo que dices.
-Y los que han preferido las injusticias, tiranas
y rapias, en las razas de los lobos, de los halcones y de los milanos. O a qu otro lugar
decimos que se encaminan las almas de esta
clase? -Sin duda -dijo Cebes-, hacia tales estirpes.
-As que -dijo l- est claro que tambin las
dems se irn cada una de acuerdo con lo semejante a sus hbitos anteriores?
-Queda claro, cmo no? -dijo.
-Por tanto, los ms felices de entre stos -prosi-
gui- son, entonces, los que van hacia un mejor
dominio, los que han practicado la virtud
democrtica y poltica, esa que llaman cordura y justicia, que se desarrolla por la costumbre y el
uso sin apoyo de la filosofa y la razn?
-En qu respecto son los ms felices?
-En el de que es verosmil que stos accedan a
una estirpe cvica y civilizada, como por caso la
de las abejas, o la de las