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ESTILO Guadalupe Álvarez de Araya Cid Santiago, 2003 Este término, popularizado en Europa en el tránsito de los siglos XV al XVI a través de la incipiente teoría del arte, tuvo vigencia instrumental y metodológica hasta bien entrado el siglo XX. En efecto, en la segunda mitad del siglo pasado, intensas transformaciones epistemológicas modificaron la posición de los historiadores del arte y de la arquitectura que han redundado en el desplazamiento del lugar preeminente ocupado por el concepto de estilo en sus investigaciones. No obstante, ello no quiere decir que haya desaparecido radicalmente de los discursos de la historia del arte o de la arquitectura, sino tan sólo que se conserva prioritariamente como recurso mnemotécnico para ubicar y/o situar un objeto o conjunto de objetos artísticos o arquitectónicos en una línea de tiempo y como indicador de un espacio problemático para las propias teorías que alimentan los sistemas metodológicos y epistémicos de los historiadores y de la propia historia del arte y de la arquitectura. Por ello, es posible afirmar que el concepto de estilo se encuentra en estrecha relación con el cuerpo teórico y metodológico elaborado por los historiadores del arte y la arquitectura para construir sus objetos de estudio y que encuentra uno de sus principales fundamentos en el concepto mismo de arte imperante en un momento determinado de la historia y con el cual comulgan, o se distancian, los historiadores. Así, el concepto de estilo varía en sus fundamentos y reconoce restricciones más o menos precisas en distintos momentos de la historia -y de historiador a historiador- tanto en sentido histórico como instrumental. Sin embargo, en todos y cada uno de ellos se conserva un sentido «principal» y relativamente homogéneo que habitualmente se expresa como el conjunto de rasgos estilísticos (formales, estructurales, matéricos, semánticos, iconográficos, etc.), que caracterizan la producción artística y arquitectónica de un grupo humano, de una

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Texto sobre le concepto de estilo en las artes visuales.

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ESTILO

Guadalupe Álvarez de Araya CidSantiago, 2003

Este término, popularizado en Europa en el tránsito de los siglos XV al XVI a través de la incipiente teoría del arte, tuvo vigencia instrumental y metodológica hasta bien entrado el siglo XX. En efecto, en la segunda mitad del siglo pasado, intensas transformaciones epistemológicas modificaron la posición de los historiadores del arte y de la arquitectura que han redundado en el desplazamiento del lugar preeminente ocupado por el concepto de estilo en sus investigaciones. No obstante, ello no quiere decir que haya desaparecido radicalmente de los discursos de la historia del arte o de la arquitectura, sino tan sólo que se conserva prioritariamente como recurso mnemotécnico para ubicar y/o situar un objeto o conjunto de objetos artísticos o arquitectónicos en una línea de tiempo y como indicador de un espacio problemático para las propias teorías que alimentan los sistemas metodológicos y epistémicos de los historiadores y de la propia historia del arte y de la arquitectura. Por ello, es posible afirmar que el concepto de estilo se encuentra en estrecha relación con el cuerpo teórico y metodológico elaborado por los historiadores del arte y la arquitectura para construir sus objetos de estudio y que encuentra uno de sus principales fundamentos en el concepto mismo de arte imperante en un momento determinado de la historia y con el cual comulgan, o se distancian, los historiadores. Así, el concepto de estilo varía en sus fundamentos y reconoce restricciones más o menos precisas en distintos momentos de la historia -y de historiador a historiador- tanto en sentido histórico como instrumental.

Sin embargo, en todos y cada uno de ellos se conserva un sentido «principal» y relativamente homogéneo que habitualmente se expresa como el conjunto de rasgos estilísticos (formales, estructurales, matéricos, semánticos, iconográficos, etc.), que caracterizan la producción artística y arquitectónica de un grupo humano, de una sociedad o nación o de un artista o arquitecto en un momento específico de la historia en sentido cronológico. Dicho momento, a su vez asimilable al concepto de período, constituye el estilo propiamente tal. Así, el concepto de estilo remite -aunque no necesariamente- a una organización temporal secuencial generalmente conocida como Historia de los Estilos.

En el concepto de estilo, por lo tanto, son reconocibles al menos las siguientes dimensiones: a) temporal (en cuanto a los regímenes de datación con los cuales se construye el concepto de estilo), b) espacial (en cuanto a los órdenes geográfico-políticos, pero también culturales que componen un estilo ya definido); c) epistémica (en cuanto al orden teórico-metodológico con el cual se construye el concepto), y d) histórica (en cuanto al sentido y función que se le ha dado al concepto

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de estilo en una línea de tiempo). A continuación esbozaremos las implicancias del concepto de estilo, aunque omitiremos la dimensión histórica puesto que consideramos que ella es necesaria a las tres primeras.

a) Desde el punto de vista temporal, el concepto de estilo parece fundamentarse en la operación previa de organizar el continuo de la historia en períodos específicos. Los rasgos estilísticos que con mayor asiduidad caracterizan la producción artística del período constituyen, pues, el estilo. Sin embargo, los criterios con los cuales se construye un período para una historia de los estilos, no siempre son homogéneos. En efecto, es posible distinguir un período en el sentido de considerar en sí un entramado de cuestiones que les son propias o características (es decir, en el sentido de época), del período en el mero sentido de un segmento del continuo del tiempo. A su vez, los argumentos de selección de categorías con las cuales ha de precisarse una época han variado históricamente pero sobre todo lo han hecho desde un campo otro a partir del cual trabaja el historiador del arte y/o de la arquitectura; es decir, puede hablarse de estilo como aquel conjunto de rasgos formales, estructurales, etc., cuyo fundamento reside en los entramados sociales y políticos, en los órdenes y grados de desarrollo tecnológicos y civilizatorios, en los sistemas culturales, espirituales o meramente subjetivos desde la perspectiva de tal o cual artista o arquitecto. Por ello, en definitiva, esas interpretaciones se fundamentan en el sistema teórico desde el cual se define y aplican los conceptos de estilo y período, así como del tipo de relaciones que ambos guardan entre sí.

Por ello, es posible proponer un orden de distinciones al interior del estilo dependiendo del régimen constructivo del objeto sobre quien se detecta u opera el estilo. Habría pues, una Historia de los Estilos, distinta de Estilo en sentido epocal, distinto o no, a su vez, de Estilo en sentido regional o geográfico, distinto también de Estilo en sentido personal. Estas distinciones que, como se dijo, no suponen una transformación sustancial del sentido fundamental del concepto de estilo, difieren principalmente entre sí en función del plano epistémico predominante en el sistema al interior del cual operan, y será aquél quien circunscribirá el objeto y establecerá las concepciones mismas de comportamiento del tiempo en sentido cultural, civilizatorio, espiritual, social, político, económico, psicológico, o bien, de un entramado constituido por algunas o todas las consideraciones anteriores. Otro aspecto relevante al estilo desde el punto de vista temporal, es el que se refiere al comportamiento del propio estilo al interior de sí mismo o de un período. El concepto de estilo participa aquí de las diversas tradiciones que han estructurado el concepto mismo de historia en sentido tanto cronológico como epistémico.

De modo groseramente resumido, puede afirmarse que entre los siglos XV y la primera mitad del siglo XIX, el concepto de estilo en sentido temporal fue observado principalmente como una entidad cuyo

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comportamiento en el tiempo remedaba las edades del hombre (comportamiento biológico), criterio que procede de la tradición fundada por la Antigüedad Clásica que fuera revisitada y re-elaborada por el Renacimiento. Desde la primera mitad del siglo XIX hasta el fin del mismo siglo, el concepto de estilo sustituyó su dimensión temporal biológica para asumir un comportamiento evolutivo en el sentido del progreso, según el cual los diversos estilos anteceden a los sucesivos por una relación de necesidad. Entre el fin del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX esa concepción se vio sustituida por una que privilegiaba el continuo de la cultura y del tiempo, por sobre las transformaciones históricas, culturales y civilizatorias en sentido radical y cuyo principal aporte lo ha constituido su interpretación del estilo como un fenómeno cultural no homogéneo y sobre todo sometido a una suerte de superposición espacio-temporal. En la actualidad, esa última concepción, que en cierto sentido se mantiene hasta hoy, convive con una concepción del estilo que se limita al recurso mnemotécnico antes aludido pero que sobre todo ha abandonado la concepción lineal del tiempo y la ha sustituido por la -valga la contradicción- sucesión de rupturas inconexas, y en cierto sentido, como aparición. Esta última concepción del estilo privilegia un criterio de periodización que se fundamenta en las condiciones de posibilidad epistémica tanto del período como de los sentidos a los que el estilo alude y que exacerba, precisamente, la superposición espacio-temporal.

b) Desde el punto de vista espacial, el concepto de estilo convive con el de Escuela. Este concepto, surgido en el Renacimiento, sirvió, como el de estilo, para distinguir la producción artística o arquitectónica en sentido geográfico en cuyo interior se privilegian principalmente las líneas de tradición configuradas por una pretendida conformación y selección peculiar de rasgos estilísticos de sus objetos artísticos o arquitectónicos. En este sentido, debemos destacar que dicha pretensión guarda estrecha relación con los criterios temporales y culturales con los que se observa y define una localidad, pero también, desde un punto de vista epistémico e histórico, con la más sutil distinción entre praxis y teoría. En todo caso, el concepto de Escuela sirvió también, en virtud de su referencia a la tradición o a tradiciones, al conjunto de rasgos estilísticos que caracterizan la obra de tal o cual artista o arquitecto. En este último sentido, el concepto de Escuela entraba aquellos de la tradición con los de la enseñanza de las artes o de la arquitectura, así como con el de la influencia y/o éxito social, cultural y epocal de los aportes formales realizados por los artistas y/o arquitectos en tal o cual momento de la historia. Es evidente aquí, el aspecto temporal del estilo en sentido espacial que asume un comportamiento estrictamente lineal y sucesivo. Pero como también es evidente, el concepto de estilo en sentido espacial, como el de escuela, privilegia sobre todo aspectos de carácter social, político y cultural y remite, necesariamente, a la naturaleza espúrea de las consideraciones

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que conviven y se potencian al interior de la reflexión sobre el arte y la arquitectura en sentido histórico y teórico. Asimismo, es importante destacar el hecho de que, por estas razones, el estilo en sentido espacial es impensable por fuera de una historia de la cultura, en la medida en que hace visible los entramados epistémicos que lo sustentan tanto en lo que se refiere al concepto mismo de arte como a los órdenes y planos políticos sobre y con los cuales se constituye.Otro aspecto relevante al concepto de estilo en sentido espacial, es lo que se refiere a sus componentes antropológicos y políticos. En este sentido, el concepto de estilo ha privilegiado precisamente su carácter no homogéneo y sobre todo su superposición espacial y temporal. El caso del concepto de Barroco Americano es un buen ejemplo de ello.Finalmente, habría que destacar lo que se refiere a las influencias o aspectos pedagógicos propios del estilo en sentido espacial. En efecto, si por una parte, y sobre todo entre el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XX, el concepto de Escuela pudo ser aproximado al de Academia, por otro, a mediados del siglo XX, este concepto asumió la consideración barroco-francesa de la teoría de los modos, para distinguir tanto las aportaciones de tal o cual artista o arquitecto al interior de una misma organización geográfica, como a las aportaciones de tal o cual artista o conjunto de artistas en cuanto organización geográfica al interior de un mismo estilo en sentido epocal. Ejemplos de ello son las distinciones entre la arquitectura manierista polaca y la francesa, o las diferencias entre los barrocos holandeses Rembrandt y Vermeer.

c) Desde el punto de vista epistémico, el concepto de estilo ha podido asociarse, en un sentido histórico, a una serie de proposiciones filosóficas relativamente contemporáneas a su formulación. En primer lugar, tendríamos que destacar el hecho de que el estilo en sentido epistémico supone la historia de las formas de los objetos como pertenecientes a un sistema relativamente coherente cuyas categorías son precisamente los diversos estilos a partir de los cuales se clasifican los objetos de arte y arquitectura: Barroco, Gótico, Impresionismo, el estilo de Rembrandt o de El Greco, la arquitectura napoleónica o la egipcia del Alto Imperio, son todos ejemplos de estilo y constituyen las categorías con las cuales se juzgan los objetos para situarlas en el tiempo y en el espacio. Sin embargo resulta frecuente hoy en día asistir a la restricción del concepto de estilo para designar con él aquellos objetos artísticos o arquitectónicos elaborados entre el siglo XV y el presente. Esta restricción se fundamenta en la relativa convicción fundada en la opinión de que el concepto de arte, así como el de estilo, sólo cobra todo su sentido para el presente a partir de la Era Moderna. En este sentido, es importante recordar el hecho de que, para una historia de los estilos, el conjunto de criterios a partir de los cuales se organizan los períodos varían considerablemente entre sí, como ya se indicó en los apartados referidos al estilo en sentidos temporal y espacial.

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En los aspectos temporal y espacial, el concepto de estilo en sentido epistémico ha supuesto un conjunto de operaciones asociadas a la operación crítica del juzgar. En la medida en que asumimos que el concepto de estilo comienza a cobrar sentido epistémico en los inicios de la Era Moderna, dicho ejercicio se postuló, en sentido temporal, como asociado a la idea de las edades de los hombres, las culturas o las sociedades. Para un período relativamente notable como el que abarca los siglos XV y XIX, el concepto de estilo se asoció a los criterios de infancia o juventud, madurez y declinación. Así, se habló de un estilo temprano o primitivo, maduro o clásico, y de su declive o período de muerte o fin del estilo. Estos criterios, evidentemente, se fundamentan en el requerimiento sustantivo del estilo en cuanto repertorio de formas y es este el sentido con el que ingresa a la Historia del Arte a fines del siglo XVIII. A mediados del siglo XIX y, en ocasiones hasta bien entrado el siglo XX, este criterio de las edades se asoció al de evolución en el sentido del progreso. Dicho progreso, a su vez, establecía la alianza entre repertorio formal y recursos técnicos que se pretendía hacían posibles los repertorios de formas. Así, se supuso que el estilo primitivo indicaba los albores del repertorio formal y técnico al interior de un mismo estilo; que el estilo maduro o clásico hacía visible la plenitud de dicho repertorio formal, y que la declinación indicaba el ocaso de los mismos. Por otra parte, si entre los siglos XV y XIX, dicha procesión suponía la suplantación rigurosa y relativamente inexplicable de los estilos, a partir de fines del siglo XIX y, en algunos autores, hasta el presente, dicho criterio, comparable al de una noción del estilo como un compartimento estanco, se vio sustituida por una concepción que destacaba precisamente, al interior del momento de declinación del estilo, su carácter problemático en el sentido de que acusaba tanto el ocaso del estilo, como los inicios de un otro momento estilístico que apelaba a un conjunto de recursos formales y técnicos que, a su vez, indicaban el comienzo de otra época y, por ende, de otro estilo. Este último criterio, como es evidente, podría considerarse como partícipe de la visión más próxima a nosotros de que el estilo coexiste con otros, que no necesariamente le son ajenos en sentido intrínseco, en una misma unidad temporal y espacial. Una cuestión relevante de estos enfoques es lo que dice relación con el carácter universal del repertorio formal, como un algo a lo que se accede, y la relativización de esos alcances precisamente de acuerdo al conjunto de tradiciones de carácter técnico y civilizatorio que distinguen a las localidades geográficas y que van dando cuenta de las transformaciones en el horizonte filosófico al que apelan o en el cual se inscriben los historiadores. En este último sentido, vale la pena destacar el hecho de que la Historia del Arte no se ha encontrado ajena al proceso general de transformación epistmológica en el que se han visto envueltas las humanidades a lo largo de los siglos XIX y XX, y muy especialmente a los empréstitos y en ocasiones interpolaciones, fundamentadas en consideraciones tales como la

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analogía del campo que constituye el estilo con la época en el cual se inscribe, o las consideraciones de índole antropológicas en cuanto a su movimiento en el tiempo, o bien, finalmente, a las aportaciones psicológicas que, en cuanto individuo, hayan realizado los propios artistas en el doble sentido de la asunción relativamente dócil de los límites que le impone su época, o bien de su elaboración más o menos consciente de lo posible en cuanto futuro. Pueden contrastarse al respecto, las posiciones de Pierre Francastel, Arnold Hauser, Jan Bialostocki y Erwin Panofsky.

Otro aspecto relevante a destacar, en el sentido de las permeabilizaciones que ha sufrido la historia del arte con otras disciplinas, es su relación con la lingüística y la semiología y la semiótica. A este respecto puede aseverarse que la preocupación semántica aparece ya inscrita en el relativo impacto que supuso la aproximación de la historia del arte a la psicología a fines del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. En efecto, los siglos XV y XVI, pero sobre todo la cultura simbólica del siglo XVII, facilitaron la adopción del criterio de la sincronía como categoría semántica fundamental y que fue, por lo tanto asimilada como propia del concepto de estilo. Otro tanto hizo el período que oscila entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en la medida en que se verificaban tanto la urgencia de caracterización formal de los objetos con fines industriales, como la más amplia discusión en torno los conceptos de símbolo y alegoría que animaron a las artes visuales y a la arquitectura.

Sin embargo, esos criterios se referían más bien al estilo en sentido iconográfico y no a la operación semántica que puede llevar adelante un estilo o un artista, puesto que es la condición mimética del objeto la que posibilitaba precisamente dicha consideración semántica. Por ello, puede afirmarse que la consideración semántica del estilo en sentido psicológico referida a sus condiciones de posibilidad en cuanto relaciones entre los estilos, las culturas y las épocas -y por lo tanto con evidentes implicancias para el concepto de estilo en sus aspectos temporal y espacial- es precisamente lo que distingue a la Iconografía de la Iconología. Mientras que la primera refiere el campo semántico expresamente al período que le es propio al objeto, hilando la tradición en un sentido relativamente ascendente en la línea del tiempo, la segunda concibe tal tradición como un continuo no direccionado y que por lo tanto permite y justifica la contemporánea «revisitación» de los estilos y los períodos desde el presente, en un orden relativamente circular que vincula pasado, presente y futuro.

Otra transformación relevante del concepto de estilo en sentido epistémico, es la verificada con la incorporación de las Ciencias Sociales y la Sociología a la Historia del Arte. De lo que se trata es de identificar aquellos elementos de carácter social que se verifican y aseguran la producción, consumo y circulación del arte y la arquitectura. Por ejemplo, para una Historia Social del Arte, el estilo se constituye en

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cuanto analogía formal, productiva y semántico-sistémica entre los objetos que constituyen un estilo en sentido epocal. Este sentido del estilo fue acuñado por Arnold Hauser en la década de los años cincuenta del siglo XX. Para la Sociología del Arte, en cambio, el concepto de estilo se configura en el peculiar concepto de espacio que sustentan los objetos artísticos y/o arquitectónicos en cuanto lenguaje en un momento histórico determinado. Este es el enfoque que fuera elaborado por Pierre Francastel.

Como se dijo al inicio de este artículo, las corrientes de pensamiento contemporáneo han reconsiderado el concepto de estilo y le han asignado prioritariamente un sentido mnemotécnico. En efecto, el grueso de las operaciones inter e intradisciplinarias practicadas sobre el campo de las humanidades y de la Historia del Arte, en particular, han sustraido el grueso de los sentidos anteriormente descritos para el concepto de estilo y lo han transportado a líneas específicas de investigación disciplinar, de suerte que el concepto de estilo se ha visto reducido a un carácter meramente enumerativo y general de rasgos estilísticos asociados a un momento específico de la línea del tiempo. Si bien puede afirmarse que este movimiento comienza cercano al fin del siglo XIX con el rechazo a la noción de estilo en sentido epocal, coincidente al peculiar sentido que adquirió la noción de genio para la producción artística y arquitectónica -especialmente en la Escuela de París y el desarrollo del modernismo arquitectónico- y coincidente con la relativa consolidación de la práctica de la crítica de artes, esta reducción del concepto de estilo se verificó más ampliamente a mediados de la década de los años sesenta del siglo XX, con la incorporación de instrumentales y teorías procedentes de la semiología, la semiótica, la sociología, la antropología, la economía y la psicología, y más recientemente con la difusión, recepción y aplicación de los posestructuralismos en la Historia y la Crítica de Artes que, a su vez, enfatizan el rechazo radical a la noción de forma como estrategia de abordaje al objeto artístico y/o arquitectónico.

En efecto, la incorporación de la semiótica a la Historia del Arte, por la vía de la transformación más amplia de las Ciencias Sociales experimentada a lo largo del siglo XX, supuso ya la reducción señalada al compartimentar, por ejemplo, el estilo en varios sub-códigos que facilitaron a su vez, la reconversión y reconsideración retórica del estilo; pero por otra parte, significó también un nuevo impulso al estudio de las culturas en un sentido no ya sólo descriptivo sino crítico de matrices semánticas en sentido sincrónico y que ha venido a reemplazar a las historias comparadas y a las historias de las ideas al tejer un tramado más complejo de dichas matrices que involucra cuestiones tales como las teorías de la subjetividad y del poder.

Finalmente, el indicado rechazo al concepto de forma practicado por los posestructuralismos también ha sido considerado como un

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posible reencuentro con la tradición semántico-sincrónica a partir de la paradoja que instala la evidente acronía que le subyace.