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Espiritualidad variable asociada a la resiliencia Myriam Rodríguez, Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez, Reinaldo Noriega Universidad El Bosque Recibido: Febrero 10 de 2011. Aceptado: Julio 29 de 2011 Nota del Autor Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá, D.C., Colombia. Myriam Rodríguez. Psicóloga. Directora del trabajo de grado. Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez y Reinaldo Noriega. Estudiantes que optan por el título de Especialistas en Psicología Clínica y Autoeficacia Personal. Persona de contacto: myriamrodrí[email protected] CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 24-49

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Espiritualidad variable asociada a la resilienciaMyriam Rodríguez, Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez, Reinaldo Noriega

Universidad El Bosque

Recibido: Febrero 10 de 2011. Aceptado: Julio 29 de 2011

Nota del Autor

Esta investigación se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, Bogotá, D.C., Colombia.

Myriam Rodríguez. Psicóloga. Directora del trabajo de grado. Martha Liliana Fernández, Mirna Luz Pérez y Reinaldo Noriega. Estudiantes que optan por el título de Especialistas en Psicología Clínica y Autoeficacia Personal.

Persona de contacto: myriamrodrí[email protected]

CUADERNOS HISPANOAMERICANOS DE PSICOLOGÍA, Vol. 11 No. 2, 24-49

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ESPIRITUALIDAD VARIABLE ASOCIADA A LA RESILIENCIA

Resumen

Este artículo tiene como propósito describir y explicar la relación entre la espiri-tualidad y la resiliencia, partiendo de la revisión conceptual de ambos términos y de diversos estudios que confirman dicha relación en sentido positivo, en la última década. La resiliencia permite la adaptación exitosa ante eventos adversos o traumáticos, mientras que la espiritualidad motiva y permite la búsqueda de trascendencia, propósito y sentido de vivir, actuando como variable independiente que favorece el desarrollo de la resiliencia. Se discuten las consecuencias de estos hallazgos y sus implicaciones para las ciencias de la salud, en especial para la psicología clínica, tanto en el campo de la prevención como de la psicoterapia.

Palabras clave: Resiliencia, espiritualidad, psicología.

Abstract

This paper aims to describe and explain the relationship between spirituality and resilience, based on the conceptual review of two terms and several studies that confirm this relationship in a positive sense, in the last decade. Resilience allows successful adaptation to adverse or traumatic events, while spirituality motivates and enables the search for transcendence, purpose and meaning of life, acting as an independent variable that favors the development of resilience. The consequences of these findings and their implications for health sciences are discussed, espe-cially for clinical psychology, both in the field of prevention and psychotherapy.

Key words: Resilience, spirituality, psychology.

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Aunque la espiritualidad es un concepto originado en la filosofía y en la teología hace varios siglos, dentro de la terminología científica es un constructo relativamente nuevo, al igual que la resiliencia. Ambos términos están asociados significativamente con la salud individual y colectiva. Desde finales del siglo pasado se ha empezado a estudiar con rigurosidad empírica la relación entre la espiritua-lidad y la resiliencia, tratándose de evaluar ambos elementos y de verificar su interrelación en diferentes tipos de poblaciones, particularmente en aquellas con vivencias traumáticas, con enfermedades cró-nicas o enfrentadas a la posibilidad real y próxima de la muerte (Navas y Villegas, 2007). Diversas investigaciones confirman que, efectivamente, la espiritualidad es un factor protector importante ante el padecimiento de enfermedades o trastornos mentales (Sánchez, 2004). No obstante, en el cam-po psicológico es mucho el camino que queda por recorrer en este aspecto, empezando por el reto de lograr definiciones integrales, no reduccionistas y, a la vez, operacionalizables de constructos amplios, poco precisos o científicos como el de “espiritua-lidad”. También es necesario seguir ampliando el estudio correlacional o causal entre espiritualidad yresiliencia en distintos grupos y contextos religiosos o culturales para alcanzar conclusiones más válidas y generalizables (Quiceno y Vinaccia, 2009).

La presente investigación trata de aportar una comprensión global de la relación entre espiritua-lidad y resiliencia, realizando una revisión de la bibliografía desarrollada sobre el tema desde el campo de la psicología y de otras áreas, abordan-do las diferentes concepciones teóricas de ambos términos y los estudios científicos que dan luces sobre la espiritualidad como variable asociada a la resiliencia en la última década. La revisión de las principales implicaciones de la espiritualidad en el bienestar humano facilita la obtención de una visión general sobreel impacto que ésta tiene en la capacidad de cada persona para elaborar, adaptar o reconstruir su visión del mundo o su sistema de

valores, contribuyendo a su autosuperación y cre-cimiento cuando ha experimentado un evento muy difícil, doloroso o traumático. Aunque la espiritua-lidad es inherente a toda persona, cada quien posee conciencia altamente individualizada de sí mismo y de sus cualidades, lo cual hace que la perspectiva espiritual varíe entre individuos y, por tanto, que sus consecuencias en la resiliencia sean variables, dependiendo de la persona, las circunstancias y la etapa de su ciclo vital (Laspina, 1996).

La resiliencia

El término resiliencia se empleó originalmente en el campo de la física, donde se relaciona con la resistencia que tienen los metales al ser sometidos a altas presiones, recobrando su forma original; en osteología, se ha utilizado para expresar la capa-cidad de los huesos de reponerse después de una fractura. Posteriormente, el término fue adaptado a las ciencias sociales para describir a las personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanas y exitosas (Machuca, 2002).

Diversos autores, durante la década de los 70, observaron la variabilidad de respuestas en el de-sarrollo psicosocial de niños y niñas expuestos a experiencias adversas de diversa índole (individual, familiar yambiental). Así mismo,observaron que un cierto grupo de niños y adolescentes logró sobrepo-nerse a esas situaciones, sin sufrir secuelas psico-sociales graves. A este fenómeno, Príncipe(1983) lo denomina ¨resiliencia¨, anglicismo proveniente del término resilienceo resiliency, cuyo significado es: resistencia de los cuerpos a los choques, con habilidad para recuperarse o ajustarse nuevamente (Rutter, 1993).

En las últimas dos décadas, la resiliencia se ha convertido en un importante constructo dentro de la teoría y la investigación sobre el bienestar psi-cológico, y se ha estudiado en diversos ámbitos de la vida (Greeff y Loubser, 2008).La resiliencia se

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sitúa en una corriente de la psicología positiva y dinámica que fomenta la salud mental. Precisamente, las preguntas principales formuladas por los inves-tigadores sociales en los últimos años en esta área se relacionan con el problema de la determinación del afrontamiento exitoso al estrés y a la adversidad (Raffo y Rammsy, 2005).

Definiciones y tipos

La resiliencia se ha definido como la capacidad personal de sobreponerse a las presiones y dificul-tades que, en su lugar, otra persona no podría lograr (Trujillo, 2006); soportar retos perturbadores en la vida y recuperarsede la adversidad (Greeff y Loub-ser, 2008); hacer frente a situaciones muy adversas, adaptándose y restaurando el equilibrio en la vida personal y evitando el efecto deletéreo potencial del estrés (Canaval, González y Sánchez, 2007). Según Raffo y Rammsy (2005), esta adaptación exitosa implica también una “transformación” de la persona luego de la crisis, manifestada en un conjunto de cualidades.

También se ha definido como el conjunto de conductas, pensamientos y acciones que pueden ser aprendidas y desarrolladas por cualquier persona en su proceso de adaptación a la adversidad y que le permiten “rebotar” de experiencias difíciles (trau-mas, tragedias, amenazas, problemas familiares o de relaciones interpersonales, enfermedades crónicas o situaciones estresantes laborales y financieras), como si fuera una bola o un resorte (APA, 2004); la acción de diversos factores compensatorios quereducen el desajuste personal, permitiendo al individuo adaptarse a los estresores ambientales (Juby y Rycraft, 2004).

Se han distinguido diversos tipos o modalidades de resiliencia: ▪ Resiliencia psicológica, como una combinación-

de rasgos personales positivos y de respuestas o conductas de afrontamiento que facilitan la gestión exitosa de los cambios inesperados o estresantes en la vida (Rutter, 2007).

▪ Resiliencia familiar, como el conjunto de pro-cesos interactivos entre los miembros de la familia que fortalecen, con el transcurso del tiempo, tanto a cada individuo como a todo el grupo, permitiéndoles acomodarse a sus diversos estilos de organización o creencias, recursos y limitaciones internas, así como amoldarse a los desafíos psicosociales que se les plantean desde fuera de la familia (Rolland y Walsh, 2006).

▪ Resiliencia comunitaria, como el conjunto de valores, disposiciones y movilizaciones colecti-vas que permiten a ciertas poblaciones enfrentar solidariamente los daños causados por desastres naturales a sus comunidades, saliendo finalmente exitosas de tales crisis y con una nueva autoimagen de fortaleza y cohesión entre las personas involu-cradas en dichos eventos (Suárez y Melillo, 2001).

▪ Resiliencia vicaria, como efecto único y positivo que transforma al psicoterapeuta en respuesta a la propia resiliencia de un paciente sobreviviente de un trauma, proceso que podría darse también en forma generalizada en otros ámbitos distintos, como el de familiares, amigos, grupos laborales o religiosos, entre otros (Hernández, Gangsei y Engstrom, 2007).

▪ Resiliencia espiritual, definida como la capaci-dad para responder a los factores estresantes, a la adversidad y a los eventos traumáticos, sin presentar síntomas patológicos crónicos o verse disminuidas las capacidades vitales del espíritu (como son el poder amar, comprender, perdonar o servir generosamente a los demás), de la mente (como el poder pensar de forma racional, obje-tiva y equilibrada) y del cuerpo (básicamente, funcionar de forma saludable), sino más bien resultando éstas fortalecidas (Dugal, 2009).

Factores que promueven la resiliencia

La American PsychologicalAssociation (APA, 2004) reconoce los siguientes factores como los más importantes en la afirmación de la resiliencia personal a nivel general:

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1. Tener relaciones de amor, cariño, apoyo, amor y confianza, dentro y fuera de la familia, que pro-vean modelos a seguir y que ofrezcan estímulos y seguridad.

2. Capacidad para hacer planes realistas y seguir los pasos necesarios para llevarlos a cabo.

3. Tener una visión positiva de sí mismo y confianza en las propias fortalezas o habilidades.

4. Destreza en la comunicación y en la solución de problemas.

5. Capacidad para manejar sentimientos e impulsos fuertes.

Considerando que la adaptaciónante el estrés es-taría condicionada por la edad y el género (Ospina, Jaramillo y Uribe, 2005), se mencionan a continua-ción los factores que favorecen la resiliencia en cada etapa del ciclo evolutivo, aparte de los ya citados.

En los niños y adolescentes: temperamento fácil, actitud reflexiva y receptividad a los demás (Werner, 1989); ser del género femenino, capacidad intelectual igual o superior al promedio (Fergusson y Lynskey, 1996); competencia escolar, sentido del humor, creatividad y tolerancia a las frustraciones (Raffoy Rammsy, 2005); participación en algún grupo reli-gioso como refuerzo social a los valores y políticas parentales de crianza (Baldwin y Cole, 1992); firmes creencias religiosas, las cualesproporcionan estabili-dad y sentido a sus vidas, especialmente en tiempos de adversidad, junto a un sentido de enraizamiento y coherencia (Werner, 1993); entorno comunitario donde exista autoestima colectiva, identidad cul-tural, humor social, honestidad estatal, solidaridad grupal y procesos de aprendizaje escolar basados en la actividad conjunta y cooperativa entre los estudiantes y los docentes (Melillo, 2004).

En los jóvenes: expectativas altas y metas apropia-das a su edad, comunicadas de manera consistente, con claridad y firmeza; apertura de oportunidades de participación; reforzamiento comunitario de la autoestima y de valores espirituales o trascendentes como la honestidad, la solidaridad y la compasión, la creatividad y la estética, la paciencia reflexiva

y crítica ante sus propias cualidades y límites, su proyecto vital, la comunidad y la sociedad (Velás-quez, 2001).

En adultos: la lectura, la reflexión y los estudios; el humor y los vínculos familiares; las expresiones culturales y creencias religiosas; el trabajo, el sen-tido de pertenencia y la participación comunitaria (Menoni y Kalsse, 2007).

En adultos mayores: fe en la religión, confianza en la familia y ayuda social; estilo de vida saludable, espiritualidad, valores y educación (Rabkin, Wagner y del Bene, 2000; como se citó en Ordóñez, 2009; Mednick et al., 2007).

En mujeres: apoyo marital y capacidad de pla-nificación (Rutter, 1993); locus de control interno, prácticas y creencias espirituales (en un orden divino), relaciones y modelos femeninos fuertes, ubicación de la culpa fuera del yo, educación y entorno cultural resistente (Singleton, 2004).

En las familias: locus de control interno, compa-ración social pasiva (cuando la persona, consciente de alguien menos afortunado, usa esa información para hacer una comparación favorable a ella), el soporte social (que puede ser a nivel emocional, recibiendoinformación, participando en grupos o actividades comunitarias, o recibiendo ayuda material y/o monetaria) y la espiritualidad (Juby y Rycraft, 2004).

La espiritualidad

La antropología, apoyada en los hallazgos paleoar-queológicos y extrapolandola experiencia de socie-dades primitivas actuales a la de nuestros ancestros de la prehistoria, confirma que la espiritualidad es un fenómeno vivido por los seres humanos desde sus mismos orígenes evolutivos, manifestado de diversas maneras: creación de “tótems” o figuras que representaban una mezcla entre el hombrey un animal, vegetal u algún elemento inanimado,que designa el vínculo espiritual entre el ser humano y la naturaleza;los “tótems” se asocian al culto hacia

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los ancestros y a la creencia de la reencarnación de los seres humanos en animales u otros seres (Gu-tiérrez, 2007); la institución de “chamanes”, inter-mediarios entre el mundo material y el sobrenatural o espiritual, bajo la creencia de que todas las cosas (vivas o no) poseen un espíritu sobrenatural que las anima o habita,utilizando las cuevas como lugares sagrados, decorados adecuadamente para realizar rituales con personas selectas o elegidas, bien sea de tipo iniciático o curativo (Clottes y Lewis,1996); la fecundidad o magia propiciatoria, que buscaba mediante la creación de estatuillas femeninas pre-ñadas, garantizar el éxito en la caza y la abundancia de las cosechas, junto a la creación de un sistema paralingüístico codificado de símbolos para registrar acontecimientos o comunicar información, como por ejemplo, la representación de una cosmogonía o de alguna especie de calendario rudimentario con hechos repetitivos básicos: estaciones, ciclos lunares o la gestación (Turrión y Francisco, 2006). Se ha afirmado que la conciencia espiritual ha evolucionado junto al desarrollo cerebral, en especial de las zonas asociadas al lenguaje y al pensamiento simbólico (Harrod, 2010), y que el cerebro contienezonas neurales específicas que permiten la percepción de experiencias espirituales o la creencia en Dios. Esto como capacidad filogenética heredada que ha favorecido la adaptación y supervivencia de nuestra especie (Alper, 2009).

Etimológicamente, la palabra espiritualidad sur-ge en el occidente cristiano a inicios del primer milenio, a partir del término latino spiritualitas, proveniente del sustantivo spiritus (espíritu) y del adjetivo spiritual (espiritual), traducciones de los términos griegos pneuma (soplo), y pneumatké, es decir, etéreo o no material (Príncipe, 1983). Inicial-mente se le equiparó a la práctica de la “religión”, entendida ésta como el conjunto de instituciones que formulan, organizan, administran o coordinan el instrumental de teorías, doctrinas, dogmas, precep-tos, normas, signos, ritos, símbolos, celebraciones o devociones, en torno a una creencia trascendental

y a través de las cuales se conservan, cultivan o expresan colectivamente las experiencias espiritua-les personales (Cabestrero, 2005). Son muchas las filosofías o creencias religiosas que han surgido en la historia, pero hoy día se consideran básicamente seis como las más importantes e influyentes en la cultura global: hinduismo (Acharuparambil, 1982), budismo (Gach, 2004), confusionismo (Yao, 2003), taoísmo (Watts, 2006), judaísmo (De Lange, 2003), cristianismo (Madden, 2005) e islamismo (Waines, 2003). Paralalelas a estas religiones, dentro y fuera de ellas, se han desarrollado filosofías que enfocan la espiritualidad como fenómeno independiente del hecho religioso, citándose en este trabajo las más representativas por su influencia en la evolución de las primeras, así como en el pensamiento humano y en la cultura moderna: el budismo hindú (Gombrich, 2006), la metafísica griega antigua (Marías, 1981), el tomismo medieval (Luengo, 2001), el humanis-mo renacentista (Bullock, 1989) y el deísmo de la Ilustración (Cassirer,1993).

Desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, se ha evidenciado un boom en la búsqueda de espi-ritualidad, entendiéndose ésta como una experiencia esencialmente personal y subjetiva, que incluye tanto elementos de la religión, como de lo mágico y lo secular o no sagrado, para lograr la armonización con uno mismo, con los demás, con la naturaleza y el cosmos, desde posiciones amplias y abiertas que respetan la autonomía individual y permiten un vasto sincretismo filosófico y teológico (Lenoir, 2005). La espiritualidad contemporánea asume diversas modalidades, que cada quien tiende a mezclar a su gusto: muchas personas, al menos la mitad de los europeos (Blancarte, 2008), asumen que Dios no es una persona, sino una energía espiritual que no interviene en el mundo ni en la vida de ellos, ni es cognoscible por la razón humana (Berkhof, 1993); otras, como reacción ante las tradicionales muestras de religiosidad ritual externa e impuesta, buscan probar íntima, sincera y espontáneamente, de manera sensible, emocional y afectiva, la ex-

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periencia de un Dios o de un estado de plenitud dentro de ellas mismas, libres de prejuicios o ta-búes religiosos o moralistas (Jodorowsky, 2009), ensayando nuevas formas de oración, meditación y contemplación en las que se conjugan técnicas de diferentes religiones, del arte (Sánchez, 2008) y hasta de la psicología (Jaffé, 2005). Las últimas tendencias espirituales denotan una especie de re-torno al paganismo animista, mágico y chamánico prehistórico o de la época medieval (Roguero, 2008), mediante la creencia en un cosmos habitado por entidades y fluidos espirituales con el que podemos estar siempre en contacto para evitar el caos exis-tencial. Entre estas tendencias se destacan por su popularidad y difusión ampliamente globalizada: la astrología, la medicina alternativa (Lenoir, 2005), la santería (Rivero, 2010), la brujería o hechicería (Kemp, 1993), el espiritismo (Skrzypczak, 1991), la Nueva Era (Merlo, 2007) y, recientemente, la llamada espiritualidad ecológica (Mahony, 2010).

A partir del siglo XX, surge un creciente interés en el medio científico por comprender el fenómeno de la espiritualidad y su relación con la salud. Al-gunos psicólogos, como Carl Jung, describieron la espiritualidadcomo un proceso mental queno surge instintivamente de la fisiología humana y mediante el cual el “sí mismo”o centro de la psique emerge a la conciencia (el ego o “yo”), en un movimiento continuo que la persona lleva a cabo para lograr su propio desarrollo, crecimiento, autoliberación o realización (Jaffé, 2005). Poco después, asociada en parte a la teoría de Jung, surge la espiritualidad de los 12 pasos para la recuperación de la adicción al alcohol, que en la actualidad goza de fuerte evidencia empírica en cuanto a eficacia terapéutica (Kaskutas, 2009; Gutiérrez, Andrade, Jiménez y Juárez, 2007) y que se ha difundido ampliamente, adaptándose a diversas adicciones y conductas compulsivas, por lo que constituye para muchos un estilo de vida (Edington, 2000). Más tarde, Vìctor Frankl desarrolla su logoterapia (del griego “logos”, que significa “palabra”, es decir, significado), basado

en el supuesto de que existe en cada ser humano el“inconsciente espiritual”, capacidad innata y no intencional que le permite relacionarse con Dios y como un lugar donde nace y desarrollan la mora-lidad, la creencia y la actitud religiosa, también de forma inconsciente.Considera a la persona como un ser libre, porque no está sujeta a la dictadura de los impulsos, que puede decidir la actitud que tomará ante el futuro o el sufrimiento; y a la vez, un ser responsable ya que, al tener que enfrentar la necesidad o el anhelo de los valores y del sentido (de cumplir con una tarea, papel o misión en la vida), debe también rendir cuentas ante “alguien” sobre la búsqueda y realización de los mismos (Gómez, 2002).

Definiciones científicas y terapéuticas

La mayoría de las investigaciones publicadas que tocan de alguna manera el constructo de “espi-ritualidad” en relación con la salud, toman muchos de los contenidos filosóficos y existencialistas de Frankl, uniéndolos a categorías quizás más funcio-nales y medibles para efectos del trabajo científico. Es así como la espiritualidadseasociacon un mejor funcionamiento del sistema inmune (Lee, Kim y Ryu, 2005), con la prevención de accidentes car-diovasculares y de problemas neurológicos, al igual que conun afrontamiento efectivo del dolor (Peres, Arantes, Lessa y Caous, 2007).En la salud mental, la espiritualidad se relaciona con un efecto positi-vo en el tratamiento o prevención de adicciones, suicidio, delincuencia, ansiedad-depresión, estrés, esquizofrenia, trastornos bipolares y otras afecta-ciones psicológicas o psiquiátricas (Guimaraes y Avezum, 2007).

Por otra parte, el término espiritualidad se equi-para frecuentemente con el de religiosidad, de-finido como el conjunto de prácticas y creencias institucionales asociadas a religiones específicas (Richards y Bergin, 2005). Esta tendencia se debe a la evidencia de que la espiritualidad puede conducir

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o surgir del desarrollo de creencias religiosas y la formación de comunidad (Koeing,McCullough y Larson, 2000); también se asocia a la opinión de muchas personas de que ambos términos pueden intercambiarse siempre que se vive la experiencia afectiva, personal y privada con la Divinidad en el contexto de una afiliación religiosa; por esta razón, la diferenciación o delimitación de dichos concep-tos a nivel científico podría ser difícil, tendiendo aentrecruzarse (Hill y Pargament, 2003).

Existen varias definiciones de espiritualidad como las siguientes: Necesidad innata de trascen-dencia, esencial para la salud mental, caracterizada por una sensación de bienestar espiritual ante un propósito de vida que le da sentido y orientación a la misma (Ellison, 1983). Conjunto de creencias trascendentales sobre Dios y la relación con él, y de creencias existenciales en cuanto a la relación consigo mismo y con los demás, que proporcionan un propósito y satisfacción al individuo (Moberg, 1984). Confianza en el amor personal y la ayuda amistosa de Dios, que permite al individuo gozar de un mayor bienestar psicológico al incrementar su capacidad de control interno, dominio, autodeter-minación, autoeficacia y autoestima; dentro de esta relación dinámica, la participación en la comunidad y en las prácticas o actividades religiosas, serían una manera importante y privilegiada de hacer efectiva y de fortalecer dicha convicción (Maton y Pargament, 1987). Capacidad de autotrascendencia que permite al individuo ampliar las fronteras per-sonales y orientarse hacia actividades y objetivos más allá de sí mismo, sin negarse el valor del ser en el contexto presente y favoreciendo su propia maduración (Reed, 1991). Esta autotrascendencia, según Cloninger et. al. (como se citó en Dolcet i Serra, 2006), es una dimensión de la personalidad, definida como la identificación del individuo con un todo, del cual procede y del que es una parte esen-cial, vinculada a los aspectos místicos y religiosos relativos a su concepto individual del universo y que se relaciona con la creatividad; según el mis-

mo autor, la espiritualidad sería un aspecto de la autotrascendencia, basado en eldeseo interno de ser inmortales y en la búsqueda de significado, el cual puede hallarse al conocer algo o a alguien que se considera valioso, o actuando con amabilidad en el servicio a los demás, o en el desarrollo de actitudes como la compasión, el optimismo y el humor, que le dan un sentido al sufrimiento.

También se ha definido como: “Conjunto de sentimientos que conectan al individuo consigo mismo, con la comunidad,la naturaleza o el pro-pósito de vida en la búsqueda de su significado y valor, incluyendo un estado de paz y armonía” (Mytko y Knight, 1999, pp. 439-450). Necesidad de encontrar respuestas satisfactorias acerca de la vida, la enfermedad y la muerte (Brady, Peterman y Fitchett, 1999). Comprensión del significado y propósito, junto a la voluntad de vivir y la fe en uno, en los demás o en Dios (Ross, 1995).Deseo de identificar algún significado y propósito en nuestra vida que nos ayudará en la generación de motivación y objetivos, dando lugar a una sensa-ción de satisfacción (McSherry, 2000). Esencia del “ser” individual en sus niveles más profun-dos (valores, talentos, propósito, personalidad, intereses y creencias), y tambiénde su “hacer” mediante la creación de conexiones significativas con otros (Brewer, 2001). Creencia de que un ser superior a nosotros tiene el control último, lo cual genera esperanza (Juby y Rycraft, 2004). Una fe profunda que puede expresarse en rituales curati-vos y en filiación o apoyo congregacional, o que puede practicarse también fuera de las religiones establecidas, a través de una profunda conexión personal con un ser superior o con la naturaleza, el arte o la música (Rolland y Walsh, 2006). In-tento personal por identificar, articular, mantener o transformar, a través de cualquier experiencia de la vida,las respuestas a preguntas esenciales acerca del significado de la existencia y las relaciones con lo sagrado o trascendente,entendiéndose como “sa-grado” lo referido al ser divino, “Última Realidad

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o Última Verdad”, según la percepción subjetiva del individuo, no aplicable a cosas de la vida, como son los niños, el trabajo o el matrimonio (Koenig, McCullough y Larson, 2000).

Así mismo, Koenig (2008) ha planteado diversos modelos de espiritualidad en salud, en los cuales, tanto la espiritualidad como la religión y el secularismo parecen aportar recursos para la salud mental e in-directamente para la salud física.Lo anterior porque estos favorecen estados psicológicos de bienestar que inciden positivamente en el sistema inmunológico.Según investigaciones del mismo autor, los estados negativos de salud mental (depresión, ansiedad, suicidio, entre otros) estarían condicionados por valores bajos o inadecuados en los indicadores de salud mental positivos (como el significado, propó-sito, conexión y los otros) y pondrían al individuo en un estado de mayor vulnerabilidad ante patologías físicas, mediante la disminución en la actividad del sistema inmune (George et al., 1997). En su versión clínica moderna (ver figura 1), lo agnóstico y lo ateo podrían considerarsecomo manifestaciones espiri-tuales; aunque éstas no permiten la investigación científica de la espiritualidad (ya que toda persona sería “espiritual” en cierto modo, y no habría, por

tanto, grupos control con los cuales se pudieran ha-cer comparaciones experimentales), sí pueden ser la manera más adecuada de entender el constructo, al menos en la atención en salud, ya que, al no excluir a nadie, los pacientes pueden definir por sí mismos lo que consideran espiritual o no, sin sentirse discrimi-nados por sus prácticas o creencias (Koenig, 2008).

Relación de la espiritualidad con la resiliencia

Siendo la espiritualidad un tema que ha despertado gran interés en los últimos años por su influencia en la salud humana, son diversas las disciplinas científicas que han abordado su estudio (desde la medicina, la enfermería, la psiquiatría, el trabajo social y la psicología), buscando comprobar su relación con la resiliencia. Se citan a continuación algunos estudios y sus principales conclusiones en relación con el tema en cuestión, desde las diferentes etapas del ciclo evolutivo.

Estudios en niños, adolescentes y jóvenes

En este punto, vale la pena mencionar la inves-tigación de la psicóloga Janine Jones (2007) con

Figura 1. Versión clínica moderna de la espiritualidad, según Koing (2008).

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71 niños afroamericanos, de 9 a 11 años de edad, en una comunidad con altos índices de pobreza, delincuencia y violencia, en Houston (Texas).El análisis de los datos indicó una correlación positiva entre la resiliencia y la espiritualidad,junto a lazos de parentesco establesen los niños estudiados. Estas dos variables, sumadas a un alto nivel de apoyo social, demostraron efectos amortiguadores de la exposición a la violencia crónica, lo cual favorece la adaptación de los niños a dicho ambiente y dis-minuye el riesgo de desarrollar síntomas de estrés postraumático.

Otra investigación que debe mencionarse es la realizada por los psicólogosWalker, Reid, O’Neill y Brown(2009), donde se comparan 34 estudios empíricos entre los años 1989 y 2009, en 19.090 participantes adultos que habían sido abusados en su infancia. Dicho estudio cualitativo se centró en el papel potencial de las experiencias traumá-ticas en la espiritualidad y religiosidad, así como la influencia de estos factores personales en la recuperación del abuso.Se sugiereque ambos (reli-giosidad/espiritualidad) pueden, en algunos casos, ser moderadores de la evolución de los síntomas de estrés postraumático y de otros síntomas del Eje I, con sus trastornos asociados. Se encontró que, apesar de los daños a la propiareligiosidad y a la espiritualidad de las víctimas, estos recursos también sirvieron, en la mayoría de los casos, para amortiguar el desarrollo de síntomas patológicos, lo que favorece la resiliencia en los sobrevivientes frente al abuso sufrido.

En un estudio con 274 adolescentes, estudiantes de 2 escuelas secundarias, la consejera psicológica Sundararajan-Reddy (2005) aplicó cuatro instru-mentos con el objetivo de ver la relación entre espiritualidad y resiliencia: la Escala de Bienestar Espiritual (Spiritual Well- BeingScale, SWBP), el Cuestionario de Orientación para la Vida (Orien-tationtoLifeQuestionnarie, OLQ), el Auto-reporte Juvenil para edades entre 11 y 18 años (Youth-SelfReport, YSR). Los análisis de correlación,

regresión lineal simple y múltiple,mostraron los siguientes resultados: (a) la espiritualidad estaba significativamente relacionada con la competencia y negativamente correlacionada con problemas de conducta; (b) el sentido de coherencia (medido con el OLQ) era un mejor predictor de resiliencia que el Bienestar Espiritual; (c) las creencias existenciales contribuyen más fuertemente a la resiliencia que las creencias religiosas; (d) las creencias espirituales y los niveles de estrés interactúan de forma diferente con respecto a las respuestas resilientes.El estudio sugiere que los adolescentes que encuentran algún significado o propósito en sus vidas, en medio de situaciones estresantes, están más fácilmente pro-pensos a ser resilientes y a no desarrollar trastornos de conducta.

Otro estudio de tipo cualitativo exploratorio al que debe hacerse alusión es el realizado en el es-tado de Arizona por los médicos pediatras Wahl, Cotton y Monroe (2008). En éste se observó a dos adolescentes del sistema de justicia juvenil que presentaban alto riesgo suicida; uno de ellos fue desplazado de su tribu a la ciudad, mientras que el otro enfrentó la muerte del padre y el abandono de la madre. El estudio puso de manifiesto que la atención espiritual, a través de un representante de sus respectivas religiones (una tribal y la otra cristiana), fue determinante para disminuir dicho riesgo y favorecer la recuperación emocional de ambos adolescentes. Los autores sugieren que es importante examinar la “historia espiritual” de los adolescentes para ayudarles eficazmente a afrontar y superar sus crisis existenciales.

Por otra parte, la investigación realizada por Rehm y Allison (2009), basada en la Teoría Fundamenta-da, se centró en el papel de la espiritualidad en la preparación universitaria de 25 jóvenes.Todos los participantes consideraron que la espiritualidad era tanto la relación con un firme poder superior, como un recurso flexible para adquirir resiliencia mediante: (a) la transformación de las luchas de la infancia en una fuente de sentido y significado profundo para

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la vidas y/o de pasión por la carrera elegida; (b) la atribución de que el desarrollo de sus trayectorias profesionales formaba parte de un plan Superior de mayor lógica; y (c) el suministro de recursos y respuestas para la toma de decisiones óptimas. Ellos creían en los beneficios de la oración, de asistir a servicios religiosos y de otras prácticas, señalando que no siempre buscaban el éxito al recurrir a éstas. Este estudio sugiere que los jóvenes estudiantes creen que la espiritualidad es un recurso eficaz para mantener tanto la coherencia como la capacidad de adaptación, pues aumenta la autoeficacia, el deseo de alcanzar el potencial completo y el compromiso.

Estudios en adultos y ancianos

Aquí vale la pena mencionar la investigación realizada, en México, por las enfermeras Zabala, Vázquez y Whetsell (2006) en 190 pacientes con Diabetes Mellitus tipo 2, con edades entre 35 y 85 años de edad. Dicha investigación tuvo por objeto determinar cuáles serían las estrategias utilizadas por ellos para afrontar la ansiedad asociada con su estado de salud. Se administró a los pacientes el Cuestionario de espiritualidad de Reed (Self-TranscendenceScale, STS, 1987) y el Inventario de ansiedad rasgo-estado (IDARE) de Spielberger (1975). Mediante la prueba de Spearman se obtuvo una correlación negativa estadísticamente signifi-cativa: a mayor espiritualidad, menor ansiedad. Se concluyó que la mayoría de los pacientes tenía altos niveles de bienestar debido a una relación íntima con Dios y a una fe que les motivaba a adaptarse a un estilo de vida saludable y a tener más aprecio por ellos mismos.De esta manera, se confirma que la espiritualidad ayuda a afrontar los momentos difíciles y estresantes, como los asociados con una enfermedad crónica, razón por la cual promueve la resiliencia.

Por otra parte, con el fin de estudiar cómo el bienestar espiritual (Spiritual – Well-Being, Sp-WB) apoya la adaptación y la calidad de vida en

52 personas adultas con enfermedad crónica de rechazo al injerto (ChronicGraft-Versus-Host Di-sease, CGVHD), el médico oncólogo Harris (2010) les aplicó la Evaluación funcional del tratamiento de enfermedades crónicas y bienestar espiritual (FunctionalAssessment of ChronicIllnessTherapy-Spiritual WellBeing, FACIT-Sp). Los resultados indicaron que la fortaleza espiritual en los pacientes era alta; no se hallaron asociaciones entre ésta y la intensidad de la inmunosupresión (inhibición delsis-tema inmune con el propósito de prevenir o tratar el rechazo del trasplante o injerto en el paciente). Los participantes con baja fortaleza espiritualreportaron niveles inferiores de bienestar físico, emocional, social y funcional, así como una reducción general de la calidad de vida, en comparación con los de mayor fortaleza espiritual. Además, quienes pre-sentaron baja fortaleza espiritual también tenían calidad de vida inferior,en relación con la norma poblacional. La comparaciónentre el grupo que reportó más baja fortaleza espiritual y los grupos que reportaron mayor fortaleza espiritual demostró consistentemente una diferencia significativa en todas las subescalas de calidad de vida.Se observó que al mantener bajo control el bienestar físico, emocional y social, la fortaleza espiritual resultó ser un predictor independiente significativo de satisfacción con la calidad de vida. Los resultados sugieren que la fortaleza espiritual es un factor importante que contribuye a mejorar la calidad de vida de los pacientes con enfermedad crónica de rechazo al injerto, y; por lo tanto, a incrementar su resiliencia (Harris, 2010).

Además, el estudio exploratorio cualitativo rea-lizado por Kruger (2010), el cual se centró en 300 capellanes de hospitales y hospicios estadouniden-ses, tuvo como objetivoencontrar los factores por medio de los cuales lograban mantenerse resilientes ante la amenaza del burnout (que se define como un agotamiento físico y desmotivación emocional crónicos en respuesta a la exposición a prolongado y continuo estrés o frustración en un trabajo) y la

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ESPIRITUALIDAD VARIABLE ASOCIADA A LA RESILIENCIA

llamada “fatiga compasional” (una variante del burnout).Se encontró que los participantes eran conscientes de la vulnerabilidad potencial y los peligros emocionales asociados a su línea de trabajo.Los capellanes desarrollaban algunas estrategias claves que les permitían ser resilientes, tales como: (a) encontrar el equilibrio entre el trabajo de aten-ción cotidiana a pacientes y sus otras áreas de vida personal (familia, espacios de oración y meditación individual, recreación); (b) aceptar su impotencia ante muchos sucesos de pérdida, frustración y duelo sufridos por los pacientes, formas prácticas de dejar ir (elaboración de duelo, desprendimiento emocional y “abandono” espiritual); (c) intercambiar experiencias de luto y decelebración (por ejemplo, la recuperación o alegrías de algún paciente) con el personal del hospital en un clima familiar de confi-dencialidad, apoyo emocional y esperanza espiritual.Estos resultados sugieren que el ejercicio de una espiritualidad personal y comunitaria constituye el factor clave de la resiliencia ante el burnout en los capellanes.

Por su parte, Clark (2004) estudió 131 refugia-dos musulmanes bosnios reasentados en Chicago entre los años 1992 y 2002. El objetivo de esta investigación fue examinar el grado en que la es-piritualidad y la utilización de recursos del apoyo social provocaron un efecto moderador sobre la adaptación de esta población en los Estados Unidos. Se controlaron las variables edad, sexo, educación, estado civil, número de hijos,ingreso anual, número de personas en el hogar y tiempo de residencia en los Estados Unidos. Se realizó un análisis de regresión múltiple y una prueba de ANOVA para explorar la relación entre las variables independientes (la utilización de los recursos sociales de apoyo y la espiritualidad) y la variable dependiente (la adap-tación). Los resultados no indicaron una relación estadísticamente significativa entre la utilización de recursos de apoyo social y la adaptación. Sin embargo, se hallaronasociaciones positivas signi-ficativas entre la adaptación y la espiritualidad, el

estado civil, la educación, los ingresos, el tiempo de permanencia en los Estados Unidos y el número de hijos. Una asociación negativa entre la edad y el ajuste reveló que los refugiados de más edad en este grupo estaban experimentando mayores niveles de dificultad para adaptarse a la vida en los Estados Unidos que sus contrapartes más jóvenes. Los datos ilustran cómo las creencias religiosas y la espiritualidad actúan como factores de resiliencia: los refugiados bosnios vuelven a sus creencias re-ligiosas y espirituales con el fin de dar sentido a la experiencia del desplazamiento, lo que les permite sobrevivir y adaptarse como grupo minoritario en un ambiente más bien hostil hacia su etnia, su cultura y su religión, más aún en el ambiente anti-islámico de los Estados Unidos luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Los médicos gerontólogos June, Segal, Klebey Coolidge (2008) realizaron un estudio para examinar en qué formalas razones de vivir se relacionan con la religiosidad/espiritualidad y la percepción de apoyo familiar o social en 57 adultos mayores (de 60 a 85 años de edad), ya que las deficiencias de dicho apoyo se han asociado con mayores niveles de ideación suicida en diversas muestras poblacio-nales. Se les aplicaron los siguientes instrumentos de auto-reporte:el Inventario de razones para vivir (Reasonsfor Living Inventory - RFL) una medida de disuasión cognitiva al suicidio, el Inventario de percepción de apoyo social de la familia (Perceived Social SupportfromFamily, PSS-Fa) y el Índice Bre-ve multidimensional de religiosidad/espiritualidad (Brief Multidimensional Measure of Religiousness/Spirituality, BMMRS.

Mediante el uso de regresión múltiple simultánea de los datos obtenidos, se encontró que el 21% de la variación en las razones para vivir se explicaba significativamente por la religiosidad/espiritualidad y el apoyo social-familiar. Esto indica la importan-cia de estas variables como factores de protección ante el riesgo de suicidio. Según los autores, una implicación de este estudio es que los esfuerzos de

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prevención del suicidio (y patologías asociadas como depresión) en adultos mayores podrían orientarse a fortalecer el apoyo familiar y la espiritualidad como posibles factores para aumentar la resiliencia.

Por su parte, Pentz (2002) realizó un estudio basado en la Teoría Fundamentada; los participantes del mismo fueron 13 adultos mayores que padecían cáncer. El objetivo fueconocer la experiencia psi-cosocial de estos individuos ante las graves con-secuencias de su enfermedad. Se encontró que los participantes eran personas con adecuada capacidad de recuperación y llenas de vida, “resilientes frente a la devastación provocada por el cáncer”. Los adultos mayores con un buen apoyo social, con mayor fe y espiritualidad, estaban en mejores condiciones para hacer frente a las pérdidas asociadas con el cáncer que los adultos mayores sin esta dinámica; de he-cho, los primeros llegaron a mostrar sentimientos de gratitud hacia Dios y hacia los demás.

Además, la investigación realizada por las enfer-meras Pierii yStuifbergen (2010) con 630 adultos mayores de 65 años diagnosticados con síndrome post-polio (Post-Polio Syndrome, PPS, definido como un fracaso de las grandes unidades motoras, generado durante el proceso de recuperación de la poliomielitis paralítica, que conduce a una exacer-bación de la debilidad existente o al desarrollo de una nueva parálisis), tuvo como objetivo investi-gar la relación entre los factores de la resiliencia psicológica (PsychologicalResilience, PR) y los síntomas depresivos en dicha población. Entre los factores de PR, los autores mencionan: la acepta-ción, la autoeficacia, los recursos personales, las relaciones interpersonales, la autopercepción de salud, el crecimiento espiritual y el manejo del estrés. El 40% de la muestra tuvo un nivel alto de depresión, medido con la Escala de depresión corta del Centro de Estudios Epidemiológicos (CES-D10); sin embargo, el 53% de la muestra se autocalificó con un estado de salud bueno o excelente, lo que sugiere resiliencia psicológica.Así mismo, se utilizó un análisis de regresión múltiple para determinar

en qué medida los siete factores de resiliencia psi-cológica eran predictores de síntomas depresivos, después de controlar las limitaciones funcionales (que representaban el 7% de la varianza de estos síntomas);se encontró que cuatro factores de PR (crecimiento espiritual, soporte social, aceptación y autopercepción de salud) representaron el 30% de la varianza en los síntomas depresivos, con el crecimiento espiritual como predictor principal (beta = -0. 26). Es decir, a mayor crecimiento espiritual, menores son los síntomas depresivos. Los autores concluyen que, paradójicamente, junto a la cronici-dad de la enfermedad, las personas que la padecen desarrollan características de esperanza, optimismo y autodirección que les permiten ser resilientes, en especial desde sus convicciones espirituales.

Por último, el estudio realizado por las trabajadoras sociales Lawson y Thomas (2007) se centraen las estrategias de supervivencia de 20 ancianos negros que fueron víctimas del huracán Katrina. En este estudio exploratorio cualitativo se utilizó entrevista en profundidad, una hoja de datos para la infor-mación demográfica y el paquete estadístico para ciencias sociales (StatisticalPackageforthe Social Sciences, SPSS) para analizar la información. Sin excepción, los hallazgos indican que esta población hizo frente a Katrina y sus consecuencias a través de su dependencia deun Poder Superior, sin que necesariamente participasen en una Iglesia. En síntesis, los mecanismos de adaptación descritos por los sobrevivientes incluyeron los siguientes temas: • la comunicación regular con un poder sobrenatural; • los milagros de la fe a través de esta fuente de

orientación y protección; • la lectura diaria de la Biblia y de materiales de

devoción y espiritualidad; y • la ayuda a los demás como consecuencia de la

fe y la devoción a un ser supremo. Los participantes percibían los “milagros” como

eventos diarios impredecibles que resolvían proble-mas aparentemente insolubles, y también como el poder de Dios fluyendo en las personas que oraban,

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ESPIRITUALIDAD VARIABLE ASOCIADA A LA RESILIENCIA

lo que constituye una forma importante de afrontar o interpretar la adversidad. Incluso, algunas personas daban gracias a Dios por las experiencias positivas que aprendieroncon la tragedia del huracán.En sínte-sis, esta investigación muestra que la espiritualidad promueve la resiliencia emocional ante el estrés o trauma producido por desastres naturales.

Estudios en mujeres y familias

La enfermera SusanTinley (2006) realizó un estudio, desde la Teoría Fundamentada, en mujeres miembros de familiascon cáncer hereditario de mama y ovario (HereditaryBreast andOvaryCancer, HBOC). Dicho estudio tuvo como propósito identificar la relación entre la espiritualidad y la experiencia de ser parte de una familia con HBOC y vivir bajo la amenaza constante de repetir la historia patológica de sus ancestros, particularmente durante la juven-tudy la edad adulta media. Se encontró que el tema común era que sus experiencias influyeron en su espiritualidad.Por ello,se intensificaron sus luchas internas, se fortalecieron sus prácticas espirituales y asumieron modelos deespiritualidad. Alternativa-mente, su espiritualidad influyó en la interpretación de tales experiencias, en cuanto a la percepción de fuentes de apoyo, ayuda a la toma de decisiones, los regalos de Dios y la sensación de gratitud frente a la adversidad. El estudio confirma que las creencias espirituales son un factor de resiliencia para estas mujeres, incluso al padecer la enfermedad.

Las psicólogas Simoni, Martone y Kerwin (2002) realizaron un estudio en 230 mujeres afroamericanas y puertorriqueñas de bajos ingresos con el VIH/SIDA (en Nueva York), con el objetivo de ampliar los hallazgos con respecto a los efectos beneficiosos del afrontamiento espiritual en esta población. Las participantes de la muestra demostraron altos nive-les de espiritualidad y de afrontamiento espiritual hacia su enfermedad, indicadores que se midieron con la Escala de formas de afrontamiento de Folk-man, Lazarus, Dunkel-Schetter, DeLongis y Gruen

(1986;adaptada por Reed, Kemeny, Taylor, Wang, and Visscher, 1994). El estudio arrojó unacorrelación positiva con la frecuencia de recepción de apoyo social debido al VIH, y una correlación negativa con el uso reciente de drogas. Se realizaron dos análisis multivariados de regresión jerárquica (con-trolando covariables relevantes comocaracterísticas demográficas, apoyo social y uso de drogas).Estos análisis mostraron correlaciones positivas entre los indicadores de espiritualidad y la adaptación psicológica (medida a través de 4 componentes: la sintomatología depresiva, el estado de ánimo, el dominio y la autoestima). Se confirmóel efecto beneficioso del afrontamiento espiritual en la adap-tación psicológica, incluso cuando otros tipos de afrontamiento fueron controlados. Por último, se observó que las variables espiritualidad y afronta-miento espiritual tenían un efecto aditivo positivo en la predicción de la adaptación psicológica.

Otra investigación, realizada por las psicólogas Simoni y Ortiz (2003), tuvo como objetivo anali-zar la función de la espiritualidad en 142 mujeres puertorriqueñas (en Nueva York), con edades entre 22 y 58 años, portadoras de VIH/SIDA y muchas con niveles clínicos de depresión (según la Escala epidemiológica para los estudios de depresión, CES-D).Se mostró que la espiritualidad según el modelo conceptual de Maton y Pargament (1987), tenía una correlación positiva con la asistencia a la iglesia y una alta correlación negativa con la depresión. Una serie de análisis simultáneos de regresión múltiple donde se controlaron todas las variables médicas y sociodemográficas que podían potencialmente crear confusión, demostraron que las puntuaciones altas en el dominio y la autoestima (sobre todo ésta) mediaban la correlación entre espiritualidad y sinto-matología depresiva en estas mujeres, confirmando a la primera como un recurso de afrontamiento y de resiliencia ante la sintomatología depresiva asociada con el VIH/SIDA.

Por su parte, la psicóloga Singleton (2004) realizó un estudio basado en la Teoría Fundamentada, en

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12 mujeres negras sobrevivientes de abuso sexual.El propósito de dicha investigación fue identificar sus estrategias de afrontamiento, las características que contribuyen a su resiliencia y la forma en que estas mujeres se ven afectadas (intrapsíquica, física, espiritual e intelectualmente) por el trauma sexual. Entre los temas claves encontrados, se incluyen el uso de la espiritualidad como una importante estrategia de afrontamiento, en particular el uso combinado de las prácticas espirituales no tradicionales (por ejemplo, la meditación y el yoga) con las prácti-cas espirituales más tradicionales (por ejemplo, la oración, escuchar música góspel, entre otros). Las participantes también desarrollaron estrategias creativas de afrontamiento para darle significado a sus experiencias de abuso (por ejemplo, a través del cine, la danza y la escritura). Las características comunes de la resiliencia en estas mujeres incluyen la creencia en un orden divino (por ejemplo, todo sucede por una razón), locus de control interno y la presencia de fuertes modelos femeninos.

El equipo de psicólogas y enfermeras, conforma-do por Jaramillo, Ospina, Cabarcas y Humphreys (2005), realizó en Medellín (Colombia) un estudio con 199 mujeres maltratadas con edades entre los 18 y 72 años.Aquí, el objetivo fue conocer la relación entre resilienciay espiritualidad en dichas mujeres, teniendo en cuenta lafrecuencia e inten-sidad del maltrato y la severidad de las lesiones recibidas. Se utilizaron la Escala de resiliencia (RS), elaborada por Wagnild y Young (1993), la Escala de perspectiva espiritual (SPS) de Pamela G. Reed (1987), el Listado de síntomas de distrés (SCL-90 R) y las Tácticas de conflictos (CTS) de Strauss y Gelles. Se obtuvieron niveles más altos de resiliencia en mujeres con mayores niveles de educación, en comparación con las que tienen nivel bajo de escolaridad, bajos ingresos y falta de empleo.En cuanto a la espiritualidad, el 98.9% de las entre-vistadas manifestó algún contacto con la religión católica o cristiana. Los autores encontraron una correlación positiva significativa entre resiliencia y

espiritualidad: las mujeres con más altos niveles de resiliencia reportaron altos niveles de espiritualidad y menor número de síntomas positivos de aflicción y estrés postraumático.

Otro estudio análogo al anterior es el de las enfermeras Canaval, González, y Sánchez (2007), cuyo objetivo fue examinar la relación entre espi-ritualidad y resiliencia en mujeres maltratadas que denuncian su situación en Comisarías de Familias de la Ciudad de Cali (Colombia). La muestra estuvo conformada por 100 mujeres de edades entre los 20 y 65 años,quienes denunciaron maltrato por parte de su pareja en el periodo de marzo de 2005 a marzo de 2006. Se les aplicó la Escala de perspectiva es-piritualde Reed (SPS, 1987). Además, para medir la resiliencia individual, se utilizó la Escala de res-iliencia (RS) de Wagnild y Young (1993). También se encontró una correlación positiva y significativa entre las variables resiliencia y espiritualidad. Se confirmó que la espiritualidad es una herramienta importante para las mujeres que viven situaciones de violencia ya que les ayuda a iniciar un proceso de cambio orientado a la resolución de los conflictos y a la disminución de sintomatologías psiquiátricas de ansiedad y depresión.

En este mismo orden de ideas, la investigación realizada por las trabajadoras sociales Madsen y Abell (2010) validalos factores asociados a la adaptación positiva de las mujeres después de sufrir sucesos de violencia física y sexual por parte de sus parejas. Se aplicó la Escala de resiliencia al trauma (Trauma ResilienceScale, TRS) y se probaron dos modelos de TRS: uno conformado por tres fac-tores protectores asociados a adaptación positiva (capacidad de resolución de problemas, relaciones sociales y optimismo), y otro conformado por cua-tro factores (los tres anteriores y uno adicional: la espiritualidad). El primer modelo se aplicó a 270 mujeres yel segundo,a 307 mujeres, todas víctimas de violencia. Ambos modelos demostraron gran fiabilidad, validez y correlación positiva de los factores protectores incluidos en las escalas con la

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adaptación positiva, según el análisis estadístico de los resultados. Sin embargo, el segundo mode-lo mostró mayor fiabilidad y validez, al igual que una mayor correlación con la adaptación positiva después de la violencia. Esto indica claramente el valor aditivo determinante de la espiritualidad como factor protector que favorece la resiliencia de estas mujeres.

Otro estudio de tipo exploratorio y basado en la Teoría Fundamentada, realizado por los psicólo-gos Greeff y Loubser (2008), tuvo como objetivo analizar la espiritualidad como una característica de la resiliencia en 51 familias de habla xhosa, en Alice (localidad de Cabo Oriental, en Sudáfrica), con experiencias de crisis a causa de la pérdida de algún hijo, dificultades económicas o situación de sus hijos adolescentes. La espiritualidad se expresó en las siguientes categorías: (a) los regalos de Dios (familia y amor); (b) la orientación o guía (Dios y Espíritu Santo); (c) las obras de Dios (presencia y ayuda para llevar las cargas); (d) el plan de Dios; (e) la oración (el objeto de adoración, la naturaleza de la oración como diálogo con Dios, el contexto interpersonal de la oración, las peticiones hechas a través de la oración y resultados de la oración); y (f) la fe (objeto de la fe, maneras de practicarla y su efecto en las diferentes dimensiones de la propia existencia). Los resultados indican que la espiri-tualidad es un recurso importante de protección y recuperación ante la adversidad, y un factor de res-iliencia que sostiene a las familias en su proceso de adaptación durante y después de períodos de crisis.

Por último, la investigación de Bell-LaVerne, Burgess y Brock (2009), con 31 terapeutas afroame-ricanos, tuvo como objetivo explorar la percepción de éstos respecto a la utilización de recursos o fortalezas durante las terapias por parte de familias afroamericanas.Se encontró que la espiritualidad/religiosidad fue el principal de estos recursos.La fe les ayuda a concentrarse en su moral y en sus valores para resolver los problemas familiares eficazmente, para aprovechar de mejor manera la

terapia y para mantenerse coherentes y resilientes ante las adversidades.

Discusión

Aunque la espiritualidad y la resiliencia son constructos asociados positivamente con la salud, el primero parece ser un atributo natural e intrínseco de la especie humana, mientras que el segundo, condicionado en parte por factores biológicos como el temperamento, la inteligencia y el género, parece más determinado por procesos de aprendizaje. Si bien los dos términos son relativamente recientes en el medio científico, la espiritualidad ha tenido una larga ventaja histórica semántica desde su apa-rición hace dos mil años en el occidente cristiano, llegando hoy a popularizarse su utilización a nivel global. Su influencia en el desarrollo cultural ha sido clave desde los orígenes evolutivos del ser humano, determinando inicialmente la búsqueda de trascendencia a través del pensamiento simbólico y mágico prehistórico, así como la estructuración social en torno a la autoridad chamánica (mediadora entre las fuerzas espirituales que regían la naturaleza y el mundo material) y la simbología artística, que permitió la representación de las principales faenas y valores de aquellas sociedades primitivas, junto a sus aspiraciones básicas de supervivencia y armonía en un medio natural más bien salvaje y hostil.

En el trascurso de la historia, la espiritualidad se asoció primero con el ejercicio de la religión y sus diversas leyes y prácticas externas, razón por la cual ésta mantuvo el monopolio del término hasta entrada la época renacentista, con la aparición de la filosofía deísta que logró separar la fe de la razón. Desde entonces, el fenómeno religioso ha sufrido una metamorfosis profunda, caracterizada por una espiritualidad más personal, subjetiva y libre, experimentando ésta un boom a nivel global a partir del siglo XX.Este hecho fue motivado, quizá, por un acelerado desarrollo social basado en la tecnología, el consumo y la búsqueda del

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bienestar material que, al ahogar las aspiraciones fundamentales de trascendencia, impulsó en las personas una búsqueda acentuada de significado, propósito y sentido a través de la espiritualidad en sus más diversas manifestaciones.

Se observa que a pesar del papel importante que siguen teniendo las religiones tradicionales en el desarrollo sociocultural humano, éstas han perdido el papel regulador y quizás dogmático que ejercieron hasta hace poco en los diversos campos de la civilización, permitiendo el desarrollo de sociedades laicas (seculares) más autónomas, res-ponsables y, quizás, más auténticas o abiertas en el aspecto espiritual. El mayor interés científico por la espiritualidad, evidenciado desde mediados del siglo XX, se ha debido en parte a este fenómeno, en el cual fue notoria una relación importante entre las búsquedas individuales y colectivas de espirituali-dad y los mejores estados de bienestar emocional y físico alcanzados por quienes la experimentaban.

Por otro lado, la resiliencia es una cualidad importante para la adaptación y superación de la adversidad; también fuedescubierta en el siglo pasado, y pronto se constató que entre los diferen-tes factores que la condicionaban (como el amor y apoyo familiar y social, la sana autoestima, las capacidades comunicativas y de resolución de pro-blemas, el humor, la inteligencia, el género, entre otros), la espiritualidad constituía uno de los más significativos.

Ahora bien, desde la perspectiva antropológica,la espiritualidad es una función, cualidad o capacidad filogenética de tipo adaptativopara la evolución y supervivencia de la especie humana; según los planteamientos existencialistas de Viktor Frankl y de autores posteriores, la espiritualidad permite y motiva la búsqueda personal de sentido, propósito, significado, conexión, paz, esperanza o bienestar óptimos.Por lo tanto, creemos que se deberían excluir de su campo conceptual todas aquellas creencias, filosofías, prácticas o actitudes, individuales o institucionales, que de manera directa o indirecta

amenazan a la misma especie, particularmente aquellas que justifican o favorecen cualquier tipo de daño y violencia hacia la vida de las personas o entre ellas, aunque hagan referencia al espíritu, a Dios o a valores trascendentes. Esta delimitación del constructo espiritualidad permitiría, incluso a nivel científico, ser más precisosy coherentes para continuar avanzando en la línea de investigación que la confirma como una variable asociada a la salud y, específicamente, a la resiliencia.

Para aportar una comprensión más global de esta relación en el campo de la salud, los autores de esta monografía han propuesto un ajuste al mo-delo clínico moderno de espiritualidad de Koeing (2008).De hecho,en este trabajo, setoma en cuenta la posibilidad, no constatada por este autor, de que podrían existir personas religiosas, pero no espirituales, así como seculares sin religiosidad ni espiritualidad (ver figura 2). Al mantener, en cierto grado, la independencia de los constructos espiri-tualidad, religión y secularismo, sí sería posible continuar avanzando en la investigación científica de los mismos (límite planteado por Koeing en su versión clínica original) y, a la vez, mantener una concepción amplia, holística e interrelacionada de ellos, lo cual es vital para la atención clínica. La religión y el secularismo, cuando están empapados por los elementos trascendentes de la espiritualidad, como lo son el significado, el propósito, la conexión con los demás o con Dios, la esperanza, entre otros (siendo este hecho representado por la intersecciónde los círculos de religión, secularismo y espiritualidad en un mismo color gris), contribuyen, en conjunto, a la salud mental positiva, a la vez que favorecen el desarrollo de la resiliencia. Pero, cuando la religión y el secularismo carecen de dichos elementos y se viven como meras prácticas rituales exteriores o como simples filosofías sin valores trascendentes que no respetan la vida ni la dignidad de o entre los seres humanos (representándose los dos casos, respectivamente, por las partes en blanco de los círculos de religión y secularismo), ambos podrían

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aumentar el riesgo de padecer patologías psicológi-cas.Esto incidiría indirectamente en la salud física dado el efecto negativo de dichas patologías sobre el sistema inmune. Por su parte, la resiliencia aporta un dato importante para la prevención en salud mental, según el ajuste propuesto a dicho modelo: siendo potenciada por la espiritualidad (y también por las prácticas religiosas y seculares asociadas a ésta), la resiliencia reduce, a su vez, el riesgo de padecer patologías psicológicas y, de esta manera, se ve menos comprometido el sistema inmunoló-gico, implicado directamente en la aparición de ciertas enfermedades físicas, según lo encontrado por Koing y otros autores (Lee, Kim y Ryu, 2005).

Esta relación positiva entre la espiritualidad y la resiliencia abarca las diversas etapas críticas de la vida en las que el ser humano puede verse amenazado o retado a poner en práctica una serie de recursos que resultan necesarios para su super-vivencia biológica o para su adecuada adaptación psicosocial, como lo confirman las investigaciones ya citadas de la última década:

En la niñez, adolescencia y juventud, la espiri-tualidad actuaría como un amortiguadordel impacto

de situaciones adversas como exposición a la vio-lencia, maltrato físicoo abuso sexual, inestabilidad o abandono familiar, o elevado estrés psicosocial (como el de los adolescentes en sus medios acadé-micos). Entonces, la espiritualidad favorece el sano desarrollo de la personalidad durante el tránsito a la vida adulta, en un marco de relativa estabilidad emocional,sin la cual los niños y jóvenes, al ser más vulnerables, serían más propensos que los adultos a presentar diversos trastornos.

En personas adultas, la espiritualidad parece pro-mover una actitud proactiva frente a la adversidad (enfermedades crónicas, situaciones de estrés laboral que demandan liderazgo o exposición continua a frustración, dolor o pérdidas humanas, o desplaza-miento migratorio forzado). Es decir, fomenta la consolidación de proyectos vitales tales como: salud, estabilidad familiar y éxito profesional.Además, la espiritualidad favorece el fortalecimiento de la autoestima y de la propia identidad, en el caso de quienes sufren discriminaciones o exclusión por razones culturales, étnicas o religiosas.

Por otra parte, para los ancianos, la espiritualidad es un recurso trascendental de resiliencia, sin el cual

Figura 2. Propuesta de ajuste a la versión clínica moderna de espiritualidad de Koeing (2008).

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estarían a merced de la depresión, la ansiedad, la decepción, la amargura o el vacío existencial.En esta etapa evolutiva, son comunes los sufrimientos por enfermedad crónica, discapacidad,pérdida o soledad, por lo que los individuos necesitan recapitular e integrar los logros y fallas cometidas a lo largo de la vida para otorgarle un valor o significado último que les proporcionen gratitud, paz y realización personal.De hecho, se evidencia que los ancianos tienden a buscar más las prácticas y creencias es-pirituales que la gente joven.

En el caso de las mujeres, la espiritualidad es un recurso importante que les ayuda a ser resilientes ante el impacto de enfermedades crónicas (como el cáncer o el VIH/SIDA), del maltrato físico, del abuso sexual y los factores asociados a estos hechos (como el aislamiento o la estigmatización social).En este sentido, la espiritualidadcontribuye a la prevención y superación de los síntomas asociados con la baja autoestima, la depresión, el estrés postraumático, o con diversas conductas no adaptativas derivadas de tales adversidades. El hecho de que más mujeres que hombres asuman prácticas espirituales, principal-mente a nivel religioso, podría reflejar una conducta adaptativa;dicha conducta hace que las mujeres, más vulneradas (aunque menos vulnerables) que los hombres por el machismo cultural, sobre todo en los países del llamado Tercer Mundo, encuentren un recurso de fortaleza y adaptación eficaz.

Las investigaciones en familias, otro de los gru-pos en los que ha ido acrecentándose la investiga-ción sobre espiritualidad y resiliencia, demuestran que, en situaciones de elevado estrés por pérdidas económicas, enfermedades y muerte de algún miembro, o circunstancias ambientales que las desestabilizan, la espiritualidad permite transformar dichos eventos amenazantes en oportunidades para que sus miembros descubran y pongan en práctica los valores, creencias y actitudes que les permiten salir fortalecidos de tales adversidades, pese al dolor que ello implica. El apoyo social al interior y alrededor de la familia, motivado por convicciones

de fe, infunde en sus miembros los sentimientos de afirmación, optimismo, apoyo, amistad y esperanza que necesitan para saberse amados y para encontrar un sentido, individual y compartido, al sufrimiento. El promover la espiritualidad familiar puede ser un elemento clave para la formación humana y la pre-vención de muchos trastornos.Muchos de éstos son consecuencia del mal funcionamiento de la familia nuclear, principalmente por la falta de cohesión en torno a valores o principios morales y espirituales fundamentales para el desarrollo de relaciones armó-nicas basadas en el aprecio, la aceptación, el cariño mutuo, el respeto, la comunicación, la solidaridad, la tolerancia, la fidelidad, el amor a la verdad y a la vida; todos estos valores se entrecruzan entre lo más auténticamente humano y lo más racionalmente trascendental, y se reconocen como los principales factores asociados a la resiliencia personal.

De los 24 estudioscitados (que abarcan desde el año 2002 hasta el 2010), en 14 se aplicaron metodo-logías cuantitativas a nivel correlacional, mientras que en 10 se aplicaron metodologías cualitativas, cinco de éstas basadas en la Teoría Fundamentada.Aunque es mayor la cantidad de trabajos cientí-ficos encontrados en las diversas bases de datos consultadas (ProQuest, MIDLINE, OvidSP) que abordan directamente el tema en dicho período (entre 50 y 100 artículos científicos publicados), se han escogido estos como una muestra que podría considerarse representativa, teniendo en cuenta los puntos más relevantes de dichas investigaciones, las cuales han sido realizadas desde la psicología (6 estudios), la enfermería (6 estudios), la medicina (3 estudios), el trabajo social (4 estudios), la educación (4 estudios) y la teología (1 estudio).En particular, parece que la psicología se ha interesado más por las poblaciones de niños, mujeres maltratadas y familias en situación de elevado estrés psicosocial.

La variedad y riqueza que aportan las diversas metodologías usadas en estos estudios, especialmente la de la Teoría Fundamentada (donde se resaltan y aprecian los conocimientos personales basados en

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las experiencias de cada quien), son una muestra de la amplitud que requiere el tema, particularmente el de la espiritualidad, para poder ser abordado sin el riesgo de reducirlo a constructos quizás muy limitados o parciales. A pesar de lo restringido de algunas de estas investigaciones respecto a las muestras poblacionales tomadas (por ejemplo, los estudios cualitativos tienden a incluir pocas personas y no se pueden hacer generalizaciones a partir de ellos), se nota el esfuerzo científico por operacionalizar y medir la espiritualidad a partir de determinados enfoques teóricos, así como por comprender y aceptar, desde la evidencia empírica, su relación con la salud y, según el presente trabajo, con la resiliencia.

Particularmente, en estos estudios, los instrumen-tos más usados para la medición de la espiritualidad y la resiliencia han sido la Escala de perspectiva espiritual (Spiritual PerspectiveScale, SPS) de Reed (1987) y la Escala de resiliencia (ResilienceScale, RS) deWagnild y Young (1993), respectivamente.Los dos instrumentos cuentan con validez y con-fiabilidad, lo cual se ha demostrado en estudios realizados con poblaciones femeninas colombianas (Jaramillo, Ospina, Cabarcas y Humphreys, 2005; Canaval, González y Sánchez, 2007). La primera escala hace referencia al conocimiento de sí mismo, a un sentido de conexión con un ser de naturaleza superior o a la existencia de un propósito supremo; la segunda, a una adaptación individual positiva al estrés con base en el grado de competencia y autoaceptación personal.

Sin embargo, se sugiere que, para futuras inves-tigaciones, se lleven a cabo adaptaciones y valida-ciones de estos instrumentos, o sediseñen otros que tengan en cuenta las características idiosincráticas y culturales de nuestra población.También, se sugiere una mayor rigurosidad metodológica para confirmar los hallazgos de los estudios aquí reportados, ya que ninguno de ellos contó con un grupo comparativo o control para medir el impacto de la espirituali-dad en la resiliencia (por ejemplo, usando grupos

con espiritualidades definidas y diferenciadas: ateos, agnósticos, nueva era, santeros, brujos o de religiones tradicionales); tampoco se consideraron muestras poblacionales de contextos culturales o religiosos distintosal judeo-cristianismo occidental (a excepción del estudio en refugiados musulma-nes bosnios); en el caso de los estudios empíricos, dichas muestras no eran escogidas aleatoriamente, lo cual dificulta la generalización de los resultados.Adicionalmente, a pesar del valioso aporte para la comprensión global del tema planteado, el presente trabajo no profundizó en qué aspectos cognoscitivos y conductuales concretos de la espiritualidad son los que influyen de manera más significativa y positiva en el desarrollo de la resiliencia y en la salud: por ejemplo, las ideas que se tienen de Dios, la relación con él a través de la oración (y, en su caso, qué tipo de oración) o de la escucha de música góspel;o el servicio solidario a los demás, o la participación en rituales, reuniones y servicios religiosos, o el perdón, entre otros.

Conclusiones y recomendaciones

La presente investigación ha alcanzado los ob-jetivos que se plantearon inicialmente. Con base en la revisión bibliográfica sobre los conceptos de espiritualidad y resiliencia, se ha podido describir y explicar la relación entre ambos constructos: la resiliencia se ha definido por diversos autores como la capacidad de adaptarse y recuperarse exitosamente ante eventos que resultan altamente estresantes, adversos o potencialmente traumáticos. La espiri-tualidad, por su parte, se ha descrito últimamente en el contexto científico y terapéutico como la cualidad que impulsa al ser humano a trascender y a darle un propósito a su existencia, buscando los medios necesarios para lograr estos objetivos mediante una vinculación significativa con Dios (según la concepción que se tenga de él) y/o con los demás, dentro o fuera de las instituciones religiosas. Esta búsqueda, en definitiva, proporciona un estado de

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bienestar psicológico que favorece la resiliencia individual.

Todas las investigaciones citadas en este artículo confirman esta última afirmación, la cual tiene un impacto evidente, en particular para las ciencias sociales y de la salud.Si la espiritualidad deter-mina de manera tan importante el desarrollo de la resiliencia,es posible que el estudio de la primera como componente o atributo de la persona humana tenga un impulso cada vez mayor en diferentes camposcomo la medicina, la enfermería, el trabajo social o la educación. Aunque la psicología positi-va ha dado un empuje al estudio de las fortalezas y cualidades humanas, es claro que respecto a la investigación empírica dirigida a explorar, com-prender o explicar la relación entre espiritualidad y resiliencia, la psicología en general está dando apenas sus primeros pasos. En Colombia; por ejemplo, son importantes los trabajos realizados por Canaval, González, y Sánchez (2007) y Jaramillo, Ospina, Cabarcas y Humphreys (2005), en Cali y Medellín respectivamente, sobre el rol positivo de la espiritualidad en la recuperación de mujeres maltratadas.La evidencia recogida hasta ahora, que confirma esta relación en las diversas áreas y etapas del desarrollo humano, debería ser suficiente como para que las universidades incluyan en sus currículos profesionales, tanto a nivel de pregrado como de posgrado, el tema de la espiritualidad como materia transversal en la formación de los psicólogos.Un profesional de esta disciplina que no toma en cuenta, no entiende lo suficiente o ignora la dimensión religiosa/espiritual del individuo o de la comunidad, viéndolaen algunos casos como un obstáculo cognoscitivo o un campo de la psi-quis poco importante para el desarrollo humano, estaría negando o subestimando el aspecto quizás más medular de su paciente y de sí mismo como instrumento de sanación e incluso, de resiliencia mutua, a través de la relación de ayuda.

A nivel terapéutico, algunas intervenciones cen-tradas en la espiritualidad han demostrado eficacia

validada (por ejemplo, la de los 12 pasos, que es hoy en día la más eficaz en adicciones).Sin embargo,hace falta una mayor cantidad de investigaciones para aclarar y refinar dichas intervenciones, especificando y potenciando aquellos factores que, dentro de la espiritualidad, favorecen su desarrollo y se relacio-nan de manera más significativa con el bienestar psicológico, la calidad de vida y la resiliencia per-sonal. En este punto, es importante resaltar el hecho evidenciado por algunos autores (Maton y Parga-ment, 1987) de que, a pesar de ser una experiencia eminentemente personal, la espiritualidad que no se alimenta ni pone en práctica en un contexto de interacción mutua y de apoyo comunitario, pierde eficacia para la salud y su sentido para la vida.Por ello, la atención clínica debería llevar al paciente a una proyección social de su espiritualidad para que pueda aflorar, entre otros frutos, la resiliencia en los momentos de adversidad.

Finalmente, la espiritualidad, fuera del campo clínico, se perfila como uno de los factores deter-minantes en la promoción de la resiliencia a todos los niveles de la población: niños, jóvenes, adultos, estudiantes, profesionales, trabajadores, familias, enfermos y sanos, ricos y pobres. Como elemento clave para la salud y la supervivencia de la especie humana, la comunidad científica apenas hoy está empezando a descubrir y reconocer en la espiritua-lidad una riqueza infinita. En el campo preventivo, según los hallazgos encontrados sobre el tema, una oportuna educación en valores y en actitudes espiri-tuales, inspirada en principios trascendentales para el individuo (como el amor,el respeto y la solidaridad para con toda persona, sin distinción), sería tal vez la mejor manera de forjar personalidades fuertes y resilientes ante las inevitables presiones o problemas de la vida en todos sus períodos.

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