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ÍNDICE INTRODUCCIÓN RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO BAUTISMO EN EL ESPÍRITU LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU LIBERACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO EL DON DEL ESPÍRITU SANTO LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU TEMPLOS DEL ESPÍRITU SANTO LA PLENITUD DEL ESPÍRITU PENTECOSTÉS PERSONAL

Espiritu Santo Ven

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Guia para la preparación a Pentecostés

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Page 1: Espiritu Santo Ven

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

BAUTISMO EN EL ESPÍRITU

LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU

LIBERACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

EL DON DEL ESPÍRITU SANTO

LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU

TEMPLOS DEL ESPÍRITU SANTO

LA PLENITUD DEL ESPÍRITU

PENTECOSTÉS PERSONAL

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INTRODUCCIÓN

Dios ha querido revelarse a los hombres en toda la belleza de su ser, como un Padre que nos ama, como un Hijo que nos salva y como un Espíritu Santo que vive en nosotros y nos transforma.

Esas tres personas divinas esperan de nosotros que las conozcamos y amemos, como lo deben hacer las criaturas con respecto a su Hacedor.

Sin embargo, los seres humanos no realizamos siempre el deseo de Dios. El pecado, la distracción y el olvido nos llevan a vilipendiar nuestra dignidad de hijos del Padre, de hermanos de Jesucristo y de templos del Espíritu Divino, que se nos confirió de modo explícito en nuestro bautismo.

Conviene, por tanto, tomar conciencia de quién es Dios para nosotros y quiénes somos nosotros para Dios, darnos cuenta del amor que el Padre nos tiene, de la gracia y redención que Jesús nos ofrece y de la presencia dinámica del Espíritu Santo en nuestros corazones, y una vez que hayamos vislumbrado siquiera la magnitud del actuar divino en nosotros, nos comprometamos al servicio de quien debe ser el Señor de nuestra vida.

Esa toma de conciencia y ese compromiso de amor suelen vivirse con especial intensidad por los creyentes en una experiencia espiritual, denominada de diferentes maneras. Aunque se refieren a la misma realidad, cada nombre aporta un matiz distinto. Del conjunto de todos ellos se configura una visión.

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RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

Los hombres añoramos siempre los días en que nos sentimos jóvenes, fuertes y llenos de entusiasmo. Nos damos cuenta de las limitaciones que vamos sintiendo con el paso de los años y sentimos nostalgia de los tiempos idos, que nos parecen mejores que los actuales. "Yo también fui último modelo", decía una calcomanía adherida al vidrio de un automóvil antiguo.

Por eso anhelamos renovarnos, rejuvenecer. Lograrlo parece imposible en el orden material, pues nosotros y nuestras cosas estamos en deuda con la muerte, como dijo el poeta latino, pero en el ámbito espiritual es perfectamente realizable, por la gracia de Dios. Por eso la Biblia nos habla de vestido nuevo, canto nuevo, hombre nuevo, vida nueva, tierra nueva y cielo nuevo. Vivir esa experiencia es rejuvenecerse en la ancianidad, es ver salir el sol en el ocaso. Eso se logra por la acción poderosa del Espíritu Santo, de quien la liturgia dice que "renueva todas las cosas" y que "renueva la faz de la tierra".

La poderosa acción del Espíritu Divino en el hombre es renovar el ser, el corazón, la persona de éste. Es la renovación de la mente, que dice san Pablo (Rom. 12,2; Ef. 4,23). Esto se logra tras la conversión a Dios, el perdón de los pecados y el don de la vida nueva (Hech. 2, 38).

Esa renovación se inició con el sacramento del bautismo, que es un nacer del agua y del Espíritu (Jn. 3,5), un baño de regeneración, derramado generosamente sobre nosotros (Tít. 3,5). Lo ideal sería que desde la recepción de ese sacramento, el hombre continuase su camino y disfrutase siempre de la vida en el Espíritu, pero la experiencia nos dice que la condición humana nos obliga a permanecer vigilantes y a suplicar a Dios nos ayude a erradicar las malezas que van brotando en el huerto de nuestra vida. Por eso se dice que el bautismo es una gracia que siempre y cotidianamente se debe renovar.

San Pablo enseña que aunque nuestro cuerpo se va desmoronando, nuestro espíritu se debe ir renovando de día en día (2 Cor. 4,16) y que, despojados del hombre viejo, nos hemos revestido del hombre nuevo que se va renovando según la imagen del Creador (Col. 3,9-10).

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Personas nuevas

Después de unas vacaciones, de un sueño, de un descanso, los hombres decimos: "Me siento como nuevo", para aludir a que nuestras energías se han restaurado. Igual expresión se usa para aludir a un objeto bien reparado: "Quedó como nuevo". En el plano espiritual, no se trata sólo de una comparación, sino de una realidad, pues la renovación espiritual consiste en "hacer nuevo, de nuevo, lo que una vez fue nuevo". No es sólo un arreglo, es una novedad.

Los antiguos creían en la leyenda del ave fénix, un animal que al envejecer emigraba a la península arábiga, en donde moría. Su cuerpo, con el ardor del sol, se incendiaba y de las cenizas brotaba el germen de un polluelo que recomenzaba el ciclo vital. Quizá aluda bellamente a esa leyenda el profeta Isaías al anunciar que quienes esperan en Dios se renuevan como las águilas.

Más bella aún es la parábola que contó Jesús para darnos a entender cómo el amor misericordioso del Padre restaura al hombre pecador:

cuando el hijo pródigo decide volver al hogar paterno, en donde desea trabajar como jornalero, se encuentra acogido con amor, vestido con lujo, con anillo en el dedo y sandalias en los pies, invitado a una cena y sumergido en el gozo de una fiesta: había muerto y ahora vivía; se había extraviado, pero ahora estaba en su casa.

Parecida experiencia fue la vivida por Simón Pedro, quien, después de su triple negación y de su llanto amargo, se vio invitado por tres veces a profesar su amor por Cristo, y recibió el encargo de pastorear corderos y ovejas, y el de testimoniar su fe en Jesús por el martirio, cuando estuviese anciano. Semejantes a esas deben ser nuestras experiencias de renovación.

Pero el Espíritu de Dios no se reduce a la renovación de los individuos. Él renueva la Iglesia y todos los aspectos de la vida eclesial, renueva la faz de la tierra, renueva el mundo: la creación material y las estructuras que los hombres han establecido para facilitar las relaciones mutuas. El Espíritu Santo es el renovador de todas las cosas, a las que Él mismo dio el existir.

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Renovados por el Espíritu

El Espíritu de Dios lo renueva todo, su actuar es infinito, inmenso; pero los hombres, los movimientos y las corrientes espirituales somos limitados. Por eso los esfuerzos de renovación en que participamos se reducen a algunos aspectos de la vida. De ahí que se hable de "Renovación bíblica", "Renovación litúrgica", "Renovación de la vida comunitaria", "Renovación teológica".

Todas esas y muchísimas más renovaciones son componentes de la plena renovación espiritual de la Iglesia. Podríamos decir que el movimiento de la Renovación Carismática es una renovación que busca promover la conversión personal, madura y continua a Jesucristo, la apertura hacia la persona del Espíritu Santo, la recepción y el uso de los carismas, el compromiso en la obra evangelizadora de la Iglesia y la búsqueda de la santidad, mediante la oración litúrgica y privada, el aprecio por la tradición y la enseñanza de la Iglesia y por la participación en el apostolado, de acuerdo con la organización diocesana y parroquial que se va dando y en comunión con diversas manifestaciones carismáticas a nivel nacional e internacional.

La corriente de Renovación Católica Carismática asume los anteriores objetivos, pero los amplía en todas aquellas direcciones en que quiera soplar el Espíritu de Dios, privilegiando los valores espirituales antes que la organización y las estructuras.

La experiencia carismática, vivida a título de corriente o de movimiento espiritual, y realizada en grupos de oración, en comunidades de alianza o de vida, o en diversos ministerios, requiere como base fundamental la renovación de los individuos. Ésta se consigue por la experiencia de apertura ante Dios, la aceptación del señorío de Jesús y la súplica que se suele llamar "renovación en el Espíritu Santo", "aceptación personal de las gracias de la iniciación cristiana y recepción de la fuerza para el servicio personal cristiano en la Iglesia y en el mundo".

Esa súplica, generalmente ratificada por la imposición de manos, del grupo acompañante, en la persona que desea ver renovada su existencia, suele ser el inicio de una vida de alegría, de entusiasmo y de compromiso al servicio de Dios, de la Iglesia y de los hombres.

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Ser un "cristiano renovado" significa ser un discípulo de Jesús que, con la asistencia del Espíritu Santo, desea comprometerse plenamente a vivir de acuerdo a los criterios del Evangelio. Eso es lo que se nos propuso en el bautismo y lo que conscientemente deseamos vivir.

Toda renovación en la Iglesia se sitúa en la línea de una mayor fidelidad a la propia vocación. Es como si se diera un despertar, una actualización de las gracias recibidas para nuestra realización como cristianos, una activación de las energías dormidas, como si la marcha se volviese a emprender o, si no se hubiese suspendido, se continuase con nuevo ritmo y con mayor vigor, removiendo obstáculos y haciéndose plenamente disponibles a las mociones del Espíritu.

Oración

Señor, Dios nuestro, ayúdanos a pasar de la vida caduca, fruto del pecado, a la vida nueva del Espíritu, para que colaboremos todos, como células vivas, en la renovación de tu Iglesia.

Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar Jn. 3,1-13.

Reflexión Comunitaria

¿Quisiera volver a ser joven y recomenzar la vida? ¿Qué aspectos positivos o negativos tendría esa experiencia?

¿Es posible eliminar lo malo y acrecentar lo bueno en la vida de la sociedad y en la vida de la Iglesia? ¿Cómo sería una Iglesia renovada?

¿Es fácil aceptar una renovación en su comunidad o en su parroquia?

Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

Danos un corazón

Renuévame

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Si Cristo no cambia mi vida

Yo tengo un borbotón

Aplicaciones Prácticas

Lea algún libro sobre la Renovación Carismática, por ejemplo "Los Papas y la Renovación".

Haga una lista de carismas, y reflexione acerca de cuáles de ellos son más notorios en su vida. Establezca cuáles son los carismas más comunes en su vida

Infórmese acerca de alguna comunidad carismática, cuáles son sus características y sus exigencias.

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BAUTISMO EN EL ESPÍRITU

Quédense en Jerusalén, porque dentro de pocos días ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo" (Hech. 1, 5). Con esas palabras, Jesús prometió a sus discípulos que recibirían la fuerza del Espíritu de Dios.

Con similares términos, Juan Bautista se había referido a la actividad del Mesías que vendría después de él y que habría de bautizar en Espíritu Santo y fuego (Mt. 3, 11; Me. 1,8; Luc. 3, 16; Jn. 1,33). De parecida manera se expresó san Pedro, para aludir a las promesas de Jesús (Hech. 11,16).

Son los anteriores textos bíblicos seis referencias explícitas a un bautismo misterioso que daría Jesús. Los evangelistas hablan de un baño de agua que administraba Juan el Bautista y que simbolizaba la conversión y el perdón de los pecados (Luc. 3,3; Hech. 13,24). En este caso la palabra "bautismo", que significa "baño", aludía a la pureza legal que se otorgaba en las purificaciones rituales de los judíos. Pero Jesús no se contenta con dar una limpieza espiritual, sino que comunica una presencia del Espíritu Santo, al que suele comparar con el agua viva.

En el diálogo con Nicodemo, el Señor afirmó que quien desee ver el Reino de Dios debe nacer del agua y del Espíritu (Jn. 3,5). En la conversación con la mujer samaritana, habló de un agua que quita definitivamente la sed (Jn. 4,14). En el atrio del templo gritó Jesús e invitó a que se acercasen a Él y bebiesen del torrente que brota de sus entrañas, y es el Espíritu Santo (Jn. 7, 37-39). De ese Espíritu todos los bautizados hemos podido beber (1 Cor. 12,13).

Basada en esos textos, la Iglesia designó con el nombre de bautismo al sacramento que permite iniciar el seguimiento de Jesús (Ef. 5, 26; Col. 2,12): es un baño de regeneración y de renovación en el Espíritu Santo (Tit. 3, 5).

Ese nombre significa que los bautizados se sienten como sumergidos, inmersos en ese río de agua viva que es el Espíritu de Dios, del que no pueden salir so pena de asfixiarse espiritualmente, como sucede a los peces que sacan del agua.

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Otros significados del bautismo

El nombre de bautismo se difundió luego con diversos significados. Además de las purificaciones judías, usadas también por los cristianos (Heb. 6,2), hay numerosas menciones: Jesús usó esa palabra para aludir a su pasión y muerte (Luc. 12, 50; Me. 10, 38; Rom. 6, 3-4); de ahí que morir por Cristo o sufrir el martirio se denomine bautismo de sangre. Bautismo de deseo es una expresión que alude al anhelo intenso de ser bautizado. Bautismo de lágrimas es el arrepentimiento de los pecados y el dolor que se experimenta por haberlos cometido. Bautismo de los muertos (1 Cor. 15,29) fue un rito entre los corintios, que Pablo rechazó. Bautismo clínico fue una costumbre seguida en los primeros siglos, que consistía en postergar el sacramento hasta estar en peligro de morir; por eso se hablaba de recibirlo en el lecho (cama en griego se dice cliné). A la profesión religiosa se la denominó en la Edad Media como segundo bautismo.

Filoxeno de Mabbug (440-523) escribió: "Por haber vivido el evangelio y por habernos vaciado de nosotros mismos, la sensación de la vida divina que otorga el primer bautismo, pero no es percibida entonces, florece en la verdadera experiencia del conocimiento del Espíritu en el segundo".

Simeón el Nuevo Teólogo, que vivió de 949 a 1022, dijo: "Por el bautismo en la divina comunión de mis temibles misterios, concedo a todos la vida, y cuando digo la vida, designo a mi Espíritu divino. Pero el sacramento en cuanto tal no es más que una figura, un anuncio, un comienzo, un incentivo. Deberá ir seguido de un bautismo del Espíritu que lo hace eficaz, fructuoso, verdadero. Si no se es bautizado en el Espíritu Santo, no se llega a ser hijo de Dios ni coheredero de Cristo" (citados por el padre Congar).

Y en el siglo XVII, san Juan Éudes (1601-1680) ora así: "Bautízame, Señor, con ese bautismo de Espíritu Santo y fuego de que habló tu Precursor, es decir, destruye en mí el pecado e inflámame en tu amor".

La experiencia carismática

Con esas raíces católicas, durante el siglo XIX empezó a usarse entre los metodistas y luego, en el siglo XX, entre los pentecostales, la expresión "Bautismo en el Espíritu Santo". También en la Renovación Católica Carismática se usó

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desde 1967 esa expresión. Recordemos qué sentido se le da, al menos entre los católicos.

No se trata de un segundo sacramento del bautismo, como si se necesitaran dos bautismos para vivir plenamente como cristianos, sino de una toma de conciencia de lo que significó el único sacramento del bautismo (1 Cor. 2,12). Es un revivir de las gracias y carismas recibidos en él, que no se hubiesen asumido, una actualización de los dones recibidos, un despertar posterior de la gracia sacramental.

Es un nombre que manifiesta lo que el hombre siente cuando descubre en su vida la presencia de Dios. Es como sumergirse en el río del Espíritu, de modo que podamos vivir, movernos y estar en Él (Hech. 17, 28) y a la vez beber de esa agua viva (1 Cor. 12,13) y llenarnos de ella (Ef. 5,18). Es estar en el Espíritu y dejar que Él esté en nosotros (Rom. 8,9).

Es dejar que la lluvia del Espíritu nos empape, que caiga sobre nosotros y nos bañe, como si fueran las hermosas cataratas del Iguazú o, como decía Smith Wiggies Worth ante las cataratas del Niágara:

¡Exactamente así, Señor, exactamente así!¡Derrama tu Espíritu, exactamente así!¡Deja que mi corazón rebose, exactamente así,con los ríos de Agua Viva, exactamente así!

Un nombre discutido

Cuando en la Renovación Carismática empezó a usarse el nombre de Bautismo en el Espíritu, hubo quienes pensaron que se podía dar una confusión con el sacramento del mismo nombre, a pesar de lo que antes se explicó, y propusieron otros términos. Ha habido entre los teólogos quienes defienden la expresión (Me Donell, Montague, Laurentin, Carrillo, Aldunate) y quienes, aun entendiéndola y justificándola, se inclinan por otra (Suenens, Sullivan, Tugwell, Congar).

Se podría decir que en el continente americano ha prevalecido la forma "Bautismo en el Espíritu", mientras que en Europa prevalece la expresión "Efusión del Espíritu". Sin embargo, ya en 1982, en audiencia a un grupo de obispos franceses, decía el Papa Juan Pablo II: "El Espíritu Santo lleve a los cristianos a encontrar de nuevo la alegría y el dinamismo de la gracia en su nuevo bautismo".

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Y en 1993, con aprobación de la Santa Sede, se publicaron los Estatutos del ICCRS (International Catholic Charismatic Renewal Services) en los que se lee: "Estas gracias espirituales se experimentan en lo que se llama, en diferentes partes del mundo, 'Bautismo en el Espíritu Santo' o liberación en el Espíritu Santo' o 'Renovación en el Espíritu Santo'.

Oración

Oh Señor, bautízame con ese bautismo de Espíritu Santo y fuego de que habló tu precursor, es decir, destruye en mí el pecado e inflámame en las llamas de tu amor.

Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar Jn. 1,19-34.

Reflexión Comunitaria

¿Cuándo recibió usted el sacramento del Bautismo?

¿Cuándo vivió la experiencia del bautismo en el Espíritu Santo?

¿Puede usted comparar esta vivencia a la sensación de sumergirse en una piscina o en las olas, a la orilla del mar?

¿Qué preparación le ofrecieron, y qué recuerda del día en que lo invitaron a pedir la Renovación de su vida?

Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

Bautízame, Señor

Espíritu Santo ven, ven

Inunda mi ser

Prepárate para que sientas

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Aplicaciones Prácticas

¿Cuándo ha renovado usted sus promesas bautismales? ¿En Pascua?

¿Ha sido usted padrino en un bautismo? ¿Qué ha significado para usted?

Asista a un Congreso de la Renovación.

¡Se le recomienda participar en una Vigilia de Pentecostés!

Visite un hogar de ancianos, apórteles un momento de conversación y de alegría.

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LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU

En varios lugares de la Biblia se expresa la presencia del Espíritu Santo en la comunidad y en cada persona con la palabra "efusión" o con sus equivalentes: "infusión" y "derramamiento", términos usados para hablar de un líquido que se vierte.

Así se insinúa en el Antiguo Testamento y se manifiesta con claridad en el Nuevo.

Los textos bíblicos

En el profeta Isaías encontramos varios textos que aluden a la efusión del Espíritu:

"Será derramado desde arriba sobre nosotros espíritu. Se hará la estepa un vergel y el vergel será considerado como selva" (Is. 32, 15).

"Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca" (Is. 44, 3).

También en el profeta Ezequiel aparecen expresiones similares:

"Infundiré en ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, infundiré mi espíritu en ustedes y haré que se conduzcan según mis preceptos" (Ez. 36,26-27).

"Infundiré mi espíritu en ustedes y vivirán" (Ez. 37,14).

"No les ocultaré más mi rostro, porque derramaré mi espíritu sobre la casa de Israel, oráculo del Señor Yahvé" (Ez. 39, 29).

Y el profeta Joel, en texto que cita san Pedro el día de Pentecostés, dice:

"Yo derramaré mi espíritu sobre todo mortal y profetizarán sus hijos y sus hijas, sus ancianos tendrán sueños, sus jóvenes verán visiones y hasta sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días" (Joel 3,1-2; Hech. 2,17-18).

El Nuevo Testamento, en diversos lugares, usa la misma imagen del Espíritu que se derrama como si fuera un río que cae y en que la gente puede beber y bañarse. Así en san Juan y en san Pablo:

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"Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá el que cree en mí, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él" (Jn. 7,37-39).

"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom. 5,5).

"Él nos salvó, no por obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con generosidad por medio de Jesucristo, nuestro Salvador" (Tit. 3, 5-6).

El lenguaje eclesial

El lenguaje religioso ha hablado de "la infusión del Espíritu Santo" para aludir a la gracia y a los dones de Dios que son recibidos por el hombre.

Pero es el término "efusión" el que más se usa, de modo que el Catecismo de la Iglesia Católica lo emplea normalmente cuando se refiere al don del Espíritu Divino. Así, por ejemplo, se lee en el número 1032: "El efecto de la Confirmación es la efusión plena del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés".

También la liturgia emplea esa palabra o sus equivalentes: "Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu" (Anáfora segunda, epiclesis de consagración). "Derrama la fuerza de tu Espíritu de manera que estos dones sean para nosotros Cuerpo y Sangre de tu amado Hijo Jesucristo" (Anáfora primera de Reconciliación, epiclesis de consagración). "Derrama sobre nosotros el Espíritu del amor, el Espíritu de tu Hijo" (Anáfora quinta, epiclesis de comunión).

La voz del Magisterio

El Papa Pablo VI deseaba para la Iglesia "una gran efusión de Espíritu Santo, acogida con deseo, con constancia, con empeño personal y comunitario", y añadía: "Quisiéramos nosotros hoy no sólo poseer el Espíritu Santo, sino también experimentar los efectos sensibles y prodigiosos de esta maravillosa presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros. Porque sabemos que el Espíritu Santo es luz, es fuerza, carisma, infusión de una vitalidad superior..." (Pentecostés, 18 de mayo de 1975).

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Igualmente, Juan Pablo II emplea con frecuencia esas palabras en sus catequesis: "Lo que sucedió en Jerusalén hace dos mil años, es como si esta tarde se renovara en esta plaza (San Pedro), centro del mundo cristiano. Como entonces los apóstoles, también nosotros nos encontramos reunidos en un gran cenáculo de Pentecostés, anhelando la efusión del Espíritu" (el 13 de mayo de 1988). Y de manera explícita, dirigiéndose a la Renovación Carismática, dice: "El secreto de la experiencia regenerante de la 'efusión del Espíritu Santo', experiencia típica que distingue el camino de crecimiento propuesto por los miembros de sus grupos y de sus comunidades" (el 14 de marzo de 2002).

¿Por que el Papa habló en términos tan explícitos a la Renovación, empleando la palabra "efusión", como una experiencia "regenerante"?

Casi desde sus comienzos, sobre todo en los países europeos (Italia, Francia, España...) se empleó el nombre de "Efusión" para significar lo que en el continente americano se denominaba "Bautismo en el Espíritu Santo". Así se designa la experiencia espiritual que permite activar los dones y carismas recibidos en los sacramentos de la iniciación cristiana.

El término efusión permitía, en concepto de algunos (v.gr. Ivés Congar), evitar las confusiones que pudieran presentarse entre la experiencia carismática y el sacramento bautismal. Sin embargo, las mismas dificultades se podían dar con el uso de la nueva expresión. Así, el Cardenal Suenens, en su libro "¿Un nuevo Pentecostés?", alude a: "La dificultad de hablar de una nueva efusión del Espíritu, sabiendo en verdad que éste ya nos ha sido dado en el bautismo". Pero el mismo autor propone la solución: "Se trata de una venida nueva del Espíritu que ya está presente, de una efusión que no viene desde fuera, sino desde dentro... de un brote, de una expansión, de una acción del Espíritu que expresa y libra grandes energías internas y latentes. Es decir, una toma de conciencia más acentuada de su presencia y de su poder".

Esa última frase da una excelente definición de la experiencia renovadora, llámesela "Renovación", "Bautismo" o "Efusión", o se la designe con cualquier otro nombre. La experiencia inicial, lo que es, lo que significa no se discute. Por eso los estatutos del ICCRS, aprobados en 1993 por Roma, dicen: "Estas gracias espirituales se experimentan a la vez, en lo que se llama, en diferentes partes del mundo: 'Bautismo en el Espíritu Santo' o 'Liberación en el Espíritu Santo' o 'Renovación en el Espíritu Santo'".

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El uso actual

"Derramamiento" del Espíritu es la palabra que Pedro emplea en Pentecostés o para aludir a lo sucedido en casa de Cornelio (Hech. 2, 17-18.33; 10, 45). Ese nombre, en su primera forma o como "efusión o infusión", aludió a la presencia del Paráclito en los sacramentos, en la configuración de la comunidad eclesial o en el fortalecimiento de la vida espiritual del cristiano.

En la Renovación Carismática expresa "la experiencia regenerante" de que habló Juan Pablo II o, para decirlo con palabras de Pablo VI: "El Señor dio esta gran lluvia de dones para animar la Iglesia, para hacerla crecer, para afirmarla, para sostenerla... Quisiera Dios que el Señor aumentase todavía una lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia, y capaz de imponerse incluso a la atención y al estupor del mundo profano, del mundo laicizante".

De manera que no pedimos unas gotas, sino un torrente; no un rocío, sino un diluvio. Un verdadero derramamiento, una efusión. Una gracia que nos penetre internamente, que desde dentro nos vivifique y nos anime, una real infusión.

Oración

Oh, Dios, cuyo Hijo recibió en el río Jordán la unción del Espíritu Santo, danos, también a nosotros, la gracia de ese Paráclito, para que podamos ser testigos de tu amor, predicando la Buena Nueva a los pobres, la libertad a los cautivos y la llegada de tu Reino de justicia, de amor y de paz.

Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar Hech. 2,14-21.

Reflexión Comunitaria

Describa la experiencia de ducharse, tras un día de sol y de cansancio.

¿Le parecen apropiadas las palabras baño, derramamiento, efusión e infusión para hablar de nuestra relación con el Espíritu Santo?

¿Por qué decimos que el Espíritu cae sobre nosotros?

¿Qué efectos ha ocasionado en la Iglesia esa efusión del Espíritu?

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Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

Algo está descendiendo

Pon aceite

Ruah

Se siente aquí

Aplicaciones Prácticas

Participe en un Seminario de Vida en el Espíritu, y realice en él su renovación espiritual.

Trate de asistir a una celebración sacramental de la Confirmación y procure comprender el sentido de las palabras que oiga y los ritos que vea.

Comprométase en una obra social en favor de niños pobres o huérfanos.

Escuche algún programa radial católico.

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LIBERACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

Uno de los nombres de la experiencia espiritual, que como corriente renovadora recorre la Iglesia, es el de "Liberación del Espíritu" o "Liberación en el Espíritu Santo". Ese nombre aparece entre las denominaciones más difundidas en el mundo, al menos entre las explícitamente mencionadas en los estatutos del ICCRS, aprobados por la Santa Sede en 1993.

Esa expresión puede tener un doble matiz en su significado.

Liberación del Espíritu

Una primera interpretación de esa expresión nos lleva a pensar que por la distracción o el pecado, el hombre tendría como atado al Espíritu de Dios, quien por tal motivo se vería imposibilitado para actuar. Como si se le hubiese enjaulado y en esa jaula, aunque fuese de barrotes dorados, Él no pudiese desplegar las alas.

Podemos aludir a otras comparaciones para dar a entender la misma idea: como si el Espíritu de Dios fuese un agua subterránea, que espera se perfore el pozo, a través de la greda y de la roca de los pecados, para que empiece a manar con fuerza. O como si fuera la semilla que cayó en tierra tan cubierta en la capa superior por las piedras y malezas de nuestra inconsciencia, que la planta no alcanza a brotar.

Se compara también esa experiencia de la liberación del Espíritu con la de alguien que hubiese recibido muchos obsequios, pero no los hubiese desempacado. Como se cuenta de un médico que atendió profesionalmente a un cliente y recibió, en pago, un par de guantes. Estaba decepcionado con el regalo, y lo guardó en su ropero, pero un día muy frío quiso usar los guantes y al tratar de ponérselos descubrió que en cada dedo había un billete de gran valor, de modo que sumando los diez billetes se vio poseedor de una fortuna.

A todo eso se parece el hombre que desde el bautismo recibió el don del Espíritu Santo con sus gracias y carismas, pero que lo ignora, y es como si tuviese atado al huésped del alma, hasta que llega la experiencia de la "liberación". Entonces todo le parece nuevo, y descubre que desde el bautismo, Dios le obsequió un gran tesoro.

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Liberación en el Espíritu

Con un pequeño matiz en la expresión, nos referimos a otro modo de expresar la experiencia espiritual.

En efecto, decimos ahora, no es el Espíritu quien necesita ser liberado, porque Él es fuerza y libertad. Él es poder. La palabra griega con que se designa su energía es "dínamis", voz que aparece en la raíz etimológica de dinamismo y de dinamita, cuyos sentidos aluden a potencia y a movimiento.

Los que debemos ser liberados somos nosotros, que estamos presos, encadenados por el pecado. Necesitamos que Jesús nos libere, que rompa nuestras ataduras, que quebrante las cadenas que nos esclavizan.

El Espíritu de Dios es la fuerza que quebranta cualquier ligadura. Bautizado con el Espíritu, Jesús empezó a predicar la Buena Nueva a los pobres, la vista a los ciegos y la libertad a los cautivos y encarcelados (efr. Luc. 4, 18). Con el Dedo de Dios, que es el mismo Espíritu Santo, Jesús expulsaba demonios, y por el poder de ese Espíritu, Dios quebrantó la muerte y resucitó a Jesús, y también un día nos dará la vida definitiva a todos nosotros (cfr. Mt. 12, 28; Luc. 11, 20; Rom. 8,11).

Donde está el Espíritu de Dios hay libertad (2 Cor. 3,17), porque el Espíritu hace hijos y no esclavos; con su impulso se pasa "de la servidumbre al servicio" y del temor al amor (Rom. 8,15; Gal. 4,6-7; 1 Jn. 4,18).

El Espíritu Santo es quien nos libra de cualquier ley, aun religiosa, y nos invita a ser siervos de Jesucristo. Es lo que san Pablo luchó por enseñar. Quien vive la vida del Espíritu encuentra en Jesús una libertad de acción y un gozo inesperados. Ese es el primer efecto de esta experiencia espiritual que llamamos "Renovación", "Bautismo" o "Liberación" y que se refleja en el siguiente testimonio, citado por el padre Congar:

"Esto ha sido una liberación y, al comienzo mismo, una explosión de libertad. Hombres, y sobre todo mujeres, vivían de una piedad de ejercicios fijos, obligatorios, muy penosos, sin apertura; bajo el terror del pecado mortal, del infierno... Se ha respirado el soplo profundamente".

Ser libre es no estar ya sujeto a un código de reglas que se deben obedecer porque está mandado, sino tener al Espíritu de Dios en el alma, tener los criterios

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de Jesús, y guiados por la luz divina, optar por el bien porque es bueno y rechazar el mal porque es malo.

Ser libre es salir de Egipto y cantar el himno de la libertad, es soltar amarras y remar mar adentro, es romper ataduras, es darse cuenta que, como a Pedro, Dios nos permite salir del calabozo a la misión (Hech. 5, 18; 12,7-18).

Caminar en libertad

Cuentan de un hombre que visitó la casa de un amigo. Las dos viviendas estaban separadas por un río que sólo en barca podía cruzarse. En la visita se libaron muchas copas de licor, de modo que el visitante quedó embriagado. Sin embargo, a media noche se empeñó en retornar a su hogar, subió a la barca y empezó a remar.

En esa faena pasó el tiempo y, cuando amaneció, se dio cuenta de que no había avanzado absolutamente nada, pues había olvidado desatar la embarcación. El río arrastraba la canoa, el viento la impulsaba, los remos la impelían, pero las amarras le impedían moverse.

Esa es la historia del hombre encadenado por el vicio, la distracción, el olvido, los ídolos, que no corta ataduras ni se deja conducir por el Espíritu de Dios.

A ese romper lazos se le llama "el quebrantamiento". Es aceptar que la cadena se quiebre, que el vaso de alabastro se rompa, para que el perfume se esparza; es desgarrar la corteza de la fruta para poder gustar la pulpa dulce, es tener al Espíritu Santo como único motor de nuestra vida, sin pretender resistir a sus mociones (Hech. 7,51), con la absoluta seguridad de que si Él es la guía, nuestro navío llegará a un buen puerto.

La persona que se quebranta reconoce su dificultad. Es como si el cántaro de seguridad y bienestar que se había forjado se quebrara en mil pedazos. Pero Dios amasa de nuevo el barro, como buen alfarero, y fabrica un vaso nuevo.

Oración

Te pedimos, Señor, que la venida del Espíritu Santo nos prepare a participar fructuosamente en tus sacramentos, porque Él es el perdón de todos los pecados (Oración sobre ofrendas, sábado, séptima semana de Pascua).

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Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar Gálatas 5,13-26 y Romanos 8, 1-17.

Reflexión Comunitaria

¿Ha tenido usted la experiencia de no tener libertad para una acción? V.gr.: ¿por haber estado preso?, ¿por haber estado enfermo y reducido al lecho?, ¿por tener un defecto que lo esclavizaba: cigarrillo, licor?, ¿por un compromiso que debía cumplir?, etc.

¿Qué experimentó al sentirse libre?

¿Puede expresar lo que es la libertad en el Espíritu? ¿Ser libre será lo mismo que hacer lo que uno quiera?

Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

Cantaré, alabaré (II)

Donde está el Espíritu

Si el Espíritu de Dios

Ya llegó

Aplicaciones Prácticas

Visite a algún prisionero, en una cárcel y háblele de Jesús.

Colabore en un Seminario de Vida en el Espíritu que se esté dando, y desempeñe en él algún servicio.

Difunda libros y revistas que hablen de la Renovación Carismática.

EL DON DEL ESPÍRITU SANTO

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La palabra "carisma" significa regalo, obsequio, don. Esa palabra, aunque fue usada repetidamente por san Pablo, no se empleó con frecuencia en la Iglesia occidental y llegó, en la práctica, a desaparecer del lenguaje teológico.

Pero en el siglo XIX tuvo una débil recuperación, que fue tomando vigor en el siglo XX, hasta llegar a usarse de manera frecuentísima, no sólo en alusión a temas eclesiales, sino en sentido mucho más amplio.

En la segunda mitad del siglo XX apareció la Renovación Carismática, y en ella los carismas han ocupado un puesto eminente.

Los carismas extraordinarios

San Pablo alude a ciertas gracias, dadas por Dios a la comunidad cristiana para su edificación, y las denomina "carismas". En la primera carta a los Corintios menciona, como tales, a la sanación, al don de lenguas y la interpretación de éstas, a las palabras de conocimiento y de sabiduría, a la profecía, al discernimiento de espíritus, a los milagros y a la fe. En otros pasajes de las epístolas paulinas aparecen otros dones.

Cuando se inició la Renovación Carismática, la atención de muchas personas se centró en varios de esos carismas, a los que se denominó "extraordinarios". El carisma de lenguas se tenía en determinados ambientes como un don básico, que abría la puerta a la recepción de los demás. El carisma de profecía ayudaba a dirigir la comunidad, la palabra de conocimiento usada como complemento de los carismas de sanación, permitía acrecentar la fe y suscitaba la alabanza ante las maravillas de Dios.

Los carismas ordinarios

A pesar de la excelencia de los carismas ya mencionados, el pueblo cristiano, de acuerdo con las enseñanzas del Concilio Vaticano II y con frecuentes orientaciones del Papa, fue descubriendo que la Iglesia poseía innumerables dones sencillos y corrientes, u ordinarios, mediante los cuales el Espíritu Santo enriquecía y conducía la comunidad.

Los primeros se recibían extraordinariamente, y los segundos de manera normal y permanente. Eran éstos gracias relacionadas con la predicación y la divulgación

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del evangelio, con la enseñanza, con la oración oficial o privada de la Iglesia, con la organización de la comunidad, su gobierno y pastoreo, con la presencia de los creyentes en el trabajo y en la construcción de un mundo nuevo, sea en el ámbito de la sociedad o en el de la familia. Ningún aspecto relacionado con la vida de los hombres quedaba excluido de la presencia carismática del Espíritu de Dios.

Ser carismático es descubrir la acción permanente del Espíritu que todo lo llena, todo lo ilumina y todo lo transforma.

Los carismas fundamentales

Entre los carismas ordinarios a todos ofrecidos, hay algunos que son básicos y necesarios. Estos son comunes a todos los creyentes, mientras que hay carismas complementarios entre si: unos los tienen unos, y otros los poseen otros.

Estos carismas necesarios son la salvación, la redención, el llamado a ser hijos de Dios y hermanos y coherederos de Jesucristo, la vida nueva, la vida eterna, la vocación a la santidad, la invitación a pertenecerá la Iglesia y a participar en ella de muchas gracias particulares, como el conocimiento de la Palabra Revelada, el acceso a los sacramentos, la fraternidad con todos los santos, la guía de los pastores, etc.

Podríamos añadir a los anteriores la vocación particular a la santidad, que se especifica según las circunstancias de cada cristiano en particular.

El carisma fundante

Pero hay un Carisma, que es como la fuente y el origen de los demás, y es el Espíritu Santo, a quien la Iglesia denomina, siguiendo la Biblia, como el Don de Dios. Este es un nombre propio de la Tercera Persona divina.

Jesús habló de ese Don (Jn. 4,10), dijo que el Padre lo daría (Luc. 11, 13) y que los discípulos lo habrían de recibir (Hech. 1,5-8). Era la Promesa, la Fuerza de lo Alto. Los apóstoles lo anunciaban (Hech. 2,38), lo comunicaban (Hech. 8, 15), lo valoraban sobre los bienes materiales (Hech. 8, 20) y descubrían que era una gracia para judíos y gentiles (Hech. 10, 45) y que se derramaba en todos los corazones (Rom. 5, 5).

La Iglesia, en la fórmula del sacramento de la Confirmación, sigue repitiendo: "Recibe el don del Espíritu Santo".

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El Espíritu Santo ha enriquecido a la comunidad cristiana desde Pentecostés. Pero la atención que se presta a su acción y la devoción ante su presencia pueden adquirir mayor relieve de acuerdo a las circunstancias históricas vividas por el Pueblo de Dios.

La Renovación Carismática ha centrado su atención en ese Espíritu Divino. Ha sido una pneumatología fervorosa y práctica. El Papa Juan Pablo II no ha dejado de reconocerlo.

Oración

Oh Dios, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica (En la Colecta de Pentecostés).

Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar 1 Cor. 12,1-31.

Reflexión Comunitaria

¿Qué oficio desempeña el Espíritu Santo en la vida carismática de la Iglesia?

¿Qué carismas ha recibido usted? ¿Los considera ordinarios o extraordinarios? ¿Cómo los usa? é ¿Qué significa la expresión "líder carismático"? é ¿Qué significa la expresión "todos carismáticos"?

Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

Ardiendo en fuego

Cristo es Señor

Va bajando ya

Ven, ven, ven Espíritu Divino

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Aplicaciones Prácticas

Participe semanalmente en un grupo de oración.

Asista a la celebración sacramental de un bautismo y trate de comprender el significado de las diferentes ceremonias que en ella se realizan

Dé una ayuda significativa a algún pobre; así como Dios le regaló a usted con variados dones, aprenda usted también a dar.

Comparta en su grupo el sentido que tiene dar y recibir regalos, por ejemplo en el mes de diciembre.

LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

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En Israel abundan los olivos, árboles de color verde grisoso que simbolizan la belleza, la lozanía y la fecundidad (Jer. 11, 16; Os. 14, 7; Sal. 128,3). Junto con el trigo, la vid y la higuera, caracterizaban la agricultura palestinense en tiempos de Jesús.

En recuerdo del diluvio, el olivo se convirtió en signo de la paz (Gen. 8, 11). Con madera de olivo se fabricaron las puertas del Santo de los Santos y los querubines que estaban sobre el propiciatorio, en el templo. Con ramas de olivo se construían las tiendas en la fiesta de los tabernáculos, con ellas recibieron a Jesús en su solemne ingreso a Jerusalén.

Las aceitunas u olivas producen aceite para preparar las comidas, para alimentar las lámparas (Mt. 25, 3-4) y para confeccionar bálsamos, perfumes y medicinas (Sal. 104,15; Me. 6,13; Luc. 10,34; Sant. 5, 14). Quizá su uso variado y sobre todo su empleo como perfume llevó a usar el aceite en las unciones sagradas. Así se bendecían los altares (Gen. 28,18; Éx. 29,36) y las ofrendas vegetales (Lev. 2,1 -2). Las lámparas sagradas se alimentaban con él (Éx. 27, 20). Con una mezcla de mirra, cinamomo, caña, casia y aceite se ungían los objetos sagrados y también las personas dedicadas al sacerdocio (Éx. 28, 41; 30, 22-33; 40,9-15).

También a los profetas (Sal. 105, 15) y a los reyes se les ungía con aceite y se les llamaba "los ungidos de Dios" (1 Sam. 9,16; 10,1; 15,1; 16,13; 24,7; 26,9-16; 2 Sam. 1,14.16; 2,4; 12,7). El perfume penetraba con su aroma la ropa de los ungidos, que en sus actos y palabras simbolizaban la presencia y el poder divinos. Era como si la unción los transformase en jefes espirituales y cívicos, con una autoridad carismática liberadora, profética y misionera.

A quien recibía la unción sagrada se le denominaba en hebreo como Mesías, nombre que llegó a reservarse al Prometido por Dios, al Esperado por el pueblo. Traducida esa palabra al griego se dijo Cristo, y vertida al latín fue Ungido, nombre reservado a Jesús entre los cristianos. Los evangelios expresan que el único Mesías es Jesús.

El óleo del Espíritu

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¿Con qué aceite fue ungido Jesús? El Nuevo Testamento dice que Jesús fue ungido con el Espíritu Santo. Es decir, que el Espíritu de Dios realizó con plenitud la bendición que Dios había dado a los sacerdotes, profetas y reyes en la antigüedad.

"Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo y con poder", predica Pedro, refiriéndose al bautismo del Jordán (Hech. 10,38); "El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido", lee Jesús en la sinagoga de Nazareth, cuando le piden proclamar un texto de Isaías (Luc. 4,18; Is. 61,1); "Has ungido a Jesús para realizar lo que tu poder y tu voluntad habían predeterminado que sucediera", es la oración de la comunidad cristiana tras la primera persecución (Hech. 4, 27-28); "Te ungió Dios, Oh Dios, con óleo de alegría entre tus compañeros", dice la carta a los Hebreos, citando el salmo 45,8, y aludiendo a la exaltación de Jesús a la derecha de la Majestad Divina en las alturas (Heb. 1,9).

Porque fue impregnado por el Espíritu, Jesús será el único Maestro y Profeta Grande, el Sacerdote Eterno, el Rey de reyes y Señor de señores.

Todo ello porque es el Ungido de Dios, el Cristo, el Mesías (Luc. 2, 26; Jn. 1, 41; 4, 25-26; Hech. 2, 36; Heb. 5, 5-10; Ap. 3,14).

La unción de Jesús tuvo tres momentos de especial intensidad: primero, en la encarnación, por obra del Espíritu Santo, cuando la carne de Jesús recibió la unción de la divinidad y fue constituido el sacerdote, pontífice y mediador, que ofrecerá al Padre el sacrificio de la cruz, impulsado por el Espíritu eterno (Heb. 9,14). Segundo, en el bautismo, cuando el Espíritu descendió sobre Jesús y permaneció sobre Él y lo constituyó profeta, maestro y evangelizador. Y tercero, en la resurrección cuando, ungido con óleo de alegría, fue elevado a la derecha del Padre y constituido Señor y Cristo.

Un pueblo de cristianos

Si la palabra Cristo equivale a Mesías y a Ungido, la voz "cristianos" debe corresponder a ungidos, y el pueblo que así se llama será un pueblo mesiánico.

El óleo que unge a los cristianos es el mismo bálsamo que ungió a Jesús: el Espíritu Santo. Tal es la enseñanza de san Pablo: "Es Dios el que nos conforta juntamente con ustedes en Cristo y el que nos ungió y el que nos marcó con su sello y nos dio en prenda el Espíritu en nuestros corazones" (2 Cor. 1, 21-22).

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Ungidos, como Jesús, es normal que nos asemejemos a Él, y que participemos de sus cualidades, que seamos como Jesús, sacerdotes, profetas y reyes. Esa participación de Jesús implica que la Palabra de Dios está en nosotros y que afecta todas las relaciones de nuestra vida: la relación con Dios, al que debemos escuchar y cuyo nombre debemos proclamar; la relación con los hombres, por los que debemos interceder, y la relación con nuestro propio ser, cuya dignidad impensada estamos invitados a descubrir.

"Ustedes tienen la unción del Santo y todos ustedes lo saben... La unción que de Él han recibido permanece en ustedes y no necesitan que nadie les enseñe" (1 Jn. 2, 20.27).

Ser como Cristo, en los principales aspectos de su existir, implica ser auténticos creyentes, comprometidos con Jesús, coherentes con lo que Jesús es, enseña y vive. Entraña estar volcados hacia el Padre que nos unge, identificados con Jesús el ungido y necesitados de la presencia del Espíritu Santo que es el óleo y la misma unción.

Ungidos por el Espíritu

Con frecuencia se oye decir en el pueblo cristiano que determinados predicadores, pastores o fieles están ungidos por el Espíritu Santo. Esa expresión puede aludir a tres significados:

Si se piensa en el Espíritu Divino, la expresión "estar ungidos por Él" podrá significar que el Espíritu es quien inspira y quien mueve a determinadas personas, quienes a su vez se mostrarán dóciles a las inspiraciones y mociones del Paráclito.

Sí se piensa en los cristianos, "ungidos por el Espíritu", se podrá aludir a la piedad, al fervor, a la devoción que esas personas manifiestan, pues se comportan como si exhalaran el buen olor de Cristo (2 Cor. 2, 15). Son las personas que dan testimonio con su vivir y su actuar.

Si se piensa en esos cristianos en cuanto a su anhelo de evangelizar, al fuego de su palabra y al entusiasmo de su acción, esos hombres o esas mujeres, ungidos, son los que encuentran palabras vibrantes para transmitir su fe con alegría, como testigos de Pentecostés.

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Esos son los tres sentidos que la expresión podría tener, en la Renovación Carismática. En ella necesitamos hombres y mujeres, totalmente volcados hacia Dios, que se dejen invadir y penetrar por Él, para que su vida sea trasunto de lo que Dios quiere: un pueblo tan semejante a Jesús, que ame, hable, actúe como Jesús y que, como Él, ejerza una labor evangelizadora y santificadora de manera ininterrumpida.

Oración

Haz, Señor, que tu Espíritu nos penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestras obras concuerden con tu voluntad (Colecta, jueves de la séptima semana de Pascua).

Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar 1 Sam. 16,1-13.

Reflexión Comunitaria

¿Ha asistido usted a un bautismo o a una ordenación sacerdotal?

¿Qué le ha llamado la atención? ¿Qué lo ha impresionado?

¿Ha sabido de alguien de quien se pueda decir que está ungido por el Espíritu Santo en su hablar o en su actuar?

¿Qué manifestaciones se deberían dar para manifestar la unción del Espíritu?

Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

En el principio

Espíritu del Trino Dios

Espíritu Santo, ven aquí

Sin santidad

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Aplicaciones Prácticas

Dé testimonio, ante su grupo, acerca de lo que Dios ha hecho en usted.

Participe en una convivencia con sus hermanos de grupo.

Visite a un enfermo y compártale acerca de Jesús.

Suscríbase a alguna revista carismática: Fuego (Colombia), Pentecostés (Chile), Alabanza (Rep. Dominicana), Shalom (México), Nuevo Pentecostés (España), Alabaré (Puerto Rico).

TEMPLOS DEL ESPÍRITU SANTO

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La Sagrada Escritura afirma que la Iglesia es templo del Espíritu Santo y que también lo es cada bautizado. Son abundantes las citas bíblicas al respecto.

"¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?", pregunta Pablo a los Corintios (1 Cor. 3, 16). "¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes y han recibido de Dios, y que no se pertenecen?" (1 Cor. 6,19). "Ustedes están siendo edificados para ser morada de Dios en el Espíritu", enseña el Apóstol a los Efesios (Ef. 2, 22); a los Romanos les escribe: "Ustedes no viven según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes" (8,9) y añade: "Aquél que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu que habita en ustedes" (8,11). "Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros", le recomienda Pablo a Timoteo (2Tim. 1,14).

Ya Jesús había impartido una enseñanza similar al decir: "El Espíritu de la Verdad... mora con ustedes y estará en ustedes" (Jn. 14,17). También del Padre y del Hijo se afirma una presencia similar (Jn. 14,18-23; 2 Cor. 6,16; Ef.3, 16,1 Jn.4, 16).

Al morar así con los hombres y en ellos, el Espíritu Santo hace lo que no realizaba antes. En el Antiguo Testamento su presencia era momentánea, transitoria (Jue. 6,34), ahora es permanente. Antes se manifestaba como una fuerza de lo Alto; en el Nuevo Testamento es una Persona, que llega a vivir y alojarse en el corazón. La liturgia de la Iglesia lo denomina "Huésped del alma".

Esa permanencia del Espíritu en el hombre no es inactiva, él ora, intercede por los mortales con gemidos inefables (Rom. 8, 26), clama y lleva a exclamar "Abbá" (Gal. 4, 6), actúa como Maestro interior que recuerda a los discípulos cuanto Jesús enseñó y los va conduciendo hacia la verdad completa (Jn. 14, 26; 16, 13). Él revela el misterio de Dios (1 Cor. 2,10-13), Él da testimonio acerca de Jesús (Jn. 15,26; 16, 8-11; Rom. 8, 16), Él guía a los discípulos (Rom. 8, 14), los mueve a creer en Cristo, a confesar la fe en Jesús, a dar testimonio del Hombre Dios (1 Jn. 4, 2; 1 Cor. 12, 3; Hech. 1, 8; 4, 8; 5, 32).

En la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo es comunicado inicialmente a los fieles por los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, y acrecienta su presencia por la vida de oración y de santidad. Si el pecado, la distracción o el olvido hacen que los cristianos no sean conscientes del altísimo don que recibieron y de la dignidad de que fueron investidos, se les propone tomar

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conciencia y suplicar a Dios renueve en ellos esa gracia, la haga revivir si está muerta, la despierte si está adormecida o la acreciente si está viva. Es lo que pretende la Renovación Carismática al suplicar que el Espíritu Santo manifieste su presencia en los cristianos.

La morada del Espíritu

Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo vive en el corazón de cada hombre, pero esta inhabitación se atribuye, por apropiación, al Espíritu Santo.

Dios está en todas partes porque es inmenso. A un niño a quien ofrecieron unas monedas si decía en dónde estaba Dios, replicó que él daría muchas más si le decían en dónde no estaba. Esa es la divina presencia de inmensidad, por la que Dios sostiene el universo en su existir.

Hay otra forma de estar presente y se denomina "presencia de Poder". Por ella, Dios actúa sobre las criaturas como Hacedor. Cuando esta presencia dice relación con el hombre, la llamamos "gracia". Es una relación concreta y amistosa entre el Creador y su criatura privilegiada.

Cuando el hombre acepta esa presencia de Dios, se da una dimensión mutua de conocimiento y amor. Por el conocimiento, el hombre conoce a Dios, cree en Él, y por el amor lo ama. A su vez, el hombre se siente conocido y amado por Dios. Ambos son así conocedores amantes y conocidos amados. Esa es una presencia intencional.

Esa gracia, base de fe y de caridad, de conocimiento y de amor, lleva al hombre a descubrirse hijo de Dios Padre, hermano de Jesucristo y templo del Espíritu, al que Dios ha dado su propia vida y ha hecho partícipe de la naturaleza divina (2 Pe. 1,4).

El creyente atribuye una presencia especial, en su persona, al Espíritu Santo. Por eso lo llama Maestro interior, Paráclito o Consolador, Guía y Huésped. Es el Espíritu Divino quien hace que el hombre viva una vida nueva, quien dinamiza al hombre por medio de mociones espirituales que, sin convertirlo en una marioneta, lo invitan a ser instrumento vivo y consiente, y colaborador del querer divino.

Esa inhabítación de Dios en el hombre no es privilegio de algunos místicos, sino experiencia propuesta a todos los bautizados.

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En la Renovación Carismática se pretende concientizar a los cristianos acerca de la presencia inefable del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la vida humana, y de las consecuencias que causa en quien la acepta con fe y con amor.

Preparación y consecuencias

Para tener esa experiencia espiritual, el hombre debe vivir su proceso de arrepentimiento y conversión, aceptar la revelación de Dios Padre, que nos habla y nos escucha, y, como hijo, cumplir libremente su voluntad.

Se necesita también creer en Jesucristo, recibirlo como Salvador, Maestro, amigo y hermano, aceptar su Señorío, asumir su enseñanza y su mandamiento de amar a Dios y a los hombres, en especial a los pobres, trabajar por la paz en el mundo y dar a los demás el testimonio de la Resurrección, prometida a todos.

También se necesita ansiar la presencia del Espíritu de Jesús e invocarlo, no resistirle (Hech. 7, 51), no mentirle ni tentarlo (Hech. 5, 3.9), no entristecerlo (Ef. 4, 30), no ultrajarlo (Heb. 10, 29), no blasfemar contra Él (Me. 3, 29; Mt. 12, 31-32; Luc. 12,10), no apagarlo (1 Tes. 5, 19). Esas actitudes, reprochadas en el Nuevo Testamento, se oponen al actuar libre del Espíritu de Dios en los discípulos de Jesús. Al contrario, se debe procurar que el Espíritu esté en la vida del hombre y el hombre viva la vida del Espíritu de Dios, o dejar que la sombra del Espíritu forme en nuestro ser a Jesús.

Se requiere también integrarse en la comunidad eclesial, de la que el Espíritu es el alma y el corazón, y permitir que los frutos del Espíritu se manifiesten en cada persona (Gal. 5,22), que los carismas enriquezcan a la Iglesia, que en ésta se presenten ministerios y servicios, y que la existencia de cada fiel sea, como la de María y la de los santos, dócil a la acción de Dios.

Oración

Te pedimos, Dios de misericordia y de bondad, que envíes tu Espíritu Santo, para que haciendo su morada en nosotros, nos convierta en templos de su gloria (Colecta, martes de la séptima semana pascual).

Lectura Bíblica

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Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar Jn. 2,13-22.

Reflexión Comunitaria

¿Por qué Jesús habló de su cuerpo como de un templo?

¿Por qué decimos que María es el santuario de la Divinidad?

¿Cómo debería ser el templo de nuestra parroquia?

¿Cómo somos nosotros, como morada de Dios?

Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

Día y noche

El Espíritu de Dios está dentro de ti

Espíritu, Espíritu

¿No sabéis...?

Santo Espíritu de Dios

Aplicaciones Prácticas

Trate de participar en la consagración de un templo o, al menos, consiga los textos que usa la Iglesia para esa celebración, en el Misal y en la Liturgia de las Horas.

Descubra su vocación personal: ¿Matrimonio? ¿Celibato? Y el trabajo que Dios quiere que usted haga: ¿Profesión civil? ¿Misión? ¿Servicio social?

Incorpórese a un ministerio concreto en su comunidad o grupo, como si fuese una piedra viva en el edificio de la Iglesia.

LA PLENITUD DEL ESPÍRITU SANTO

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Dice el libro de los Hechos Apostólicos que los discípulos de J Jesús, en el día de Pentecostés "se llenaron todos de Espíritu Santo" (2,4).

Las expresiones "llenarse del Espíritu" o "quedar llenos de Él" aparecen con frecuencia en las Sagradas Escrituras. En el libro de la Sabiduría se dice que "el Espíritu del Señor llena la tierra" (Sab. 1, 7). También se afirma que el Espíritu de Yahvé llenó a algunos hombres y los movió a luchar en favor del Pueblo Escogido o a dirigirle algunos mensajes proféticos (Jue. 13,25; 14, 6; 1 Sam. 16,13; Ez. 11, 5).

Esa presencia del Espíritu Santo, aludida en el Antiguo Testamento, es momentánea, puntual. En el Nuevo Testamento, por el contrario, es frecuente. A imitación de lo que sucede a Jesús (Jn. 1, 32-33), el Espíritu de Dios permanece sobre los ungidos durante toda la vida de éstos. En los evangelios se dice que fueron llenos del Espíritu Santo Juan el Bautista (Luc. 1,15), Isabel (Luc. 1, 41), Zacarías (Luc. 1, 67) y el Señor Jesús (Luc 4, 1; 10,21).

Esas citas bíblicas pertenecen todas a san Lucas, quien usa la misma expresión en su segundo libro: la comunidad de los creyentes (Hech. 2, 4; 4, 31; 13, 52), Pedro (Hech. 4, 8), Esteban (Hech. 6, 5; 7, 55), Pablo (Hech. 9, 17; 13, 9), Bernabé (Hech. 11, 24), los Siete (Hech. 6, 3), el aposento alto (Hech. 2, 2) quedan llenos del Espíritu Santo.

Esa expresión podemos entenderla materialmente si pensamos en un recipiente en el que se vierte líquido. Una vasija llena de agua se desborda si se le echa más. Lo mismo decimos del hombre que llena de aire fresco sus pulmones, cuando respira a bocanadas, o el que se envenena de humo. Cuando hay exceso de gases, el recipiente estalla, como cuando explota la dinamita. Igual expresión usa quien ha comido o bebido a saciedad y afirma que no le cabe un bocado más.

Idénticas frases sirven para hablar del hombre que abre su corazón al Espíritu Santo, agua viva de la que Jesús nos invita a beber (Jn. 7,37-39) y de la que todos los creyentes hemos bebido (1 Cor. 12, 13), y viento que Jesús sopla sobre sus discípulos (Jn. 20, 22) y que colma la casa de la Iglesia (Hech. 2, 2).

La Oración de la Iglesia

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Inspirada en esos textos de la Biblia, la Iglesia pide a Dios que los creyentes se llenen del Espíritu Santo. Así lo escuchamos en numerosas oraciones. En la liturgia bautismal se dice: "Estos niños, nacidos de nuevo por el bautismo... recibirán por la confirmación la plenitud del Espíritu Santo". En la celebración eucarística, durante la epiclesis de comunión de la Anáfora III, se ruega a Dios que "llenos de su Espíritu, formemos un solo cuerpo y un solo espíritu", y en la celebración del sacramento del Orden se suplica que los diáconos, presbíteros y obispos sean llenos del Espíritu Santo.

Una conocida invocación al Paráclito dice: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor". Ese llenarse espiritual no es una vivencia que se experimente una sola vez o que, a diferencia de la hartura material, no puede darse sin que antes se vacíe el recipiente. En la vida del Espíritu, es un irse llenando siempre, es un continuar siempre llenándose, es ser constantemente plenos. Es sentirse colmados y al mismo tiempo tener hambre y sed. Es tener la plenitud y a la vez dilatar los anhelos.

Se cuenta de un alpinista que murió al intentar la ascensión de una montaña; en su tumba pusieron como epitafio esta frase: "Murió escalando". Eso mismo se debería decir de los creyentes: "Vivieron llenándose de Espíritu Santo". Es lo que recomienda la carta a los Efesios: "Sigan llenándose de Espíritu Santo" (Ef. 5,18).

¿Cómo puede darse ese permanente acrecentamiento? No por un aumento de Espíritu, sino por una ampliación de nuestra capacidad interior. A veces tenemos tan poca apetencia que le presentamos a Dios el corazón, pequeño como un dedal; pero este vaso espiritual puede ir creciendo y llegar a ser como una taza, una jarra, un cántaro, un tanque. Dios llenará siempre toda nuestra capacidad espiritual.

Crecer en el Espíritu

Al intervenir quirúrgicamente a un enfermo del corazón, deben inmovilizar este órgano y también los pulmones, cuyas paredes, al faltar el aire, se contraen. Pasada la operación, hay que inflarlos de nuevo mediante ejercicios de respiración. Algo similar sucede con los pulmones del alma. Hay que tratar siempre de acrecentar nuestra respiración espiritual.

El Espíritu Santo se adapta a nuestro deseo, no rompe el vaso, no revienta el recipiente, y al crecer nuestro anhelo, profundiza la relación con nosotros y nos

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revela nuevos aspectos de su amor. Aunque se podría decir, con el Papa, que en Pentecostés casi estalla el Espíritu.

Esa relación siempre creciente de Dios con el hombre realiza la definición que el obispo Alfonso Uribe Jaramillo daba de la Renovación Carismática: "La apertura de toda la persona a toda la acción del Espíritu Santo, durante toda la vida".

El consejo de Pablo a los efesios se podría dar y ampliar a los cristianos hoy: "No se embriaguen con vino, más bien sigan llenándose de Espíritu Santo" (Ef. 5,18). Dejen que el Agua Viva siga fluyendo y beban de ella hasta rebosar. Permitan que la Llama espiritual se avive, caliente y consuma, que el Viento huracanado se desate, penetre e impulse, que el Aroma se respire, impregne y perfume, que el Licor del Espíritu embriague y alegre. No le pongan término, no se fatiguen de recibirlo, que Él "ni cansa ni se cansa".

Consecuencias de esa plenitud

Si retornamos a los textos de san Lucas, antes citados, descubrimos que quienes fueron llenos del Espíritu Santo, después de vivir esa experiencia espiritual, hicieron algo. ¿Qué llevaron a cabo? Juan Bautista dio saltos de alegría (Luc. 1, 15), Isabel y Zacarías alabaron al Señor (Luc. 1, 41.67). Lo mismo hizo Jesús (Luc. 10, 21); también Él había iniciado en el Espíritu su ministerio de predicar, liberar y salvar (Luc. 4,1). Los discípulos hablaron en lenguas (Hech. 2,4), Pedro dio testimonio (Hech. 4, 8), la comunidad proclamó a Jesús con valentía (Hech. 4, 31), los Siete sirvieron a los pobres (Hech. 6, 3-5), Esteban vio la gloria de Dios, testimonió y murió, perdonando a sus apedreadores (Hech. 7, 55), Pablo recuperó la vista, fue bautizado y empezó a predicar que Jesús es el Hijo de Dios (Hech. 9,17-20), más tarde enfrentó al mago Elimas (Hech. 13,19); Bernabé se alegraba y exhortaba a los antioquenos (Hech. 11, 24), los discípulos se alegraban en las persecuciones (Hech. 13, 52).

Podríamos resumir diciendo que la llenura del Espíritu permite asumir el papel profético de testimoniar y predicar, de ser valientes en la lucha del evangelio, de servir a los pobres con alegría, de vivir los carismas, de amar hasta el perdón, de llevar a cabo la misión dada por Dios.

Para resumirlo todo, podríamos decir que llenarse del Espíritu Santo trae como consecuencia dejar que Jesús tome el control de nuestra vida, permitir que se

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haga la voluntad de Dios y no la nuestra. Aceptar ser servidores del Rey, y que no seamos nosotros sino Él quien viva en nosotros (Gal. 2, 20). Cuentan de un aviador que retornó milagrosamente a la base a pesar de haber tenido un vuelo peligrosísimo. Al llegar, dijo: "Me salvé porque llevaba a Dios de copiloto". En realidad, Dios es el piloto principal, los copilotos somos nosotros.

Esta no es una experiencia para supercristianos, o para creyentes grado 33. Esa no es una vivencia arcana sólo revelada a los doctores en teología o a los posgraduados en mística. Esa es la gracia que otorga el Espíritu de Dios a quienes se llenan de él y dejan que él los transforme en Cristo. Eso es vivir en el clima de un permanente Pentecostés.

Oración

Oh Dios, que por la glorificación de Jesucristo y la venida del Espíritu Santo, nos has abierto las puertas de tu Reino, haz que la recepción de dones tan grandes nos mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor plenitud las riquezas de nuestra fe (Colecta, viernes de la séptima semana pascual).

Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar Hech. 4, 23-31.

Reflexión Comunitaria

¿Qué experiencias de gozo, plenitud y realización personal ha tenido en su vida?: ¿Estudios? ¿Deportes? ¿Amor? ¿Viajes?

¿Cree que ya coronó todas sus metas, o busca algo más?

¿Qué piensa de la frase: "El Corazón del hombre tiene un vacío, que reviste la forma de Dios", o "Nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Dios"?

¿Qué satisfacciones ha encontrado en la fe? ¿Y en la Renovación Carismática?

Cantos

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Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

El Espíritu de Dios está en este lugar

Espíritu de Dios, llena mi vida

Espíritu Santo, llénanos de ti

Santo Espíritu, llena mi vida

Aplicaciones Prácticas

Asista a una ordenación sacerdotal

Trate de descubrir su ministerio en la Iglesia

Trabaje en una misión de evangelización

Lea un libro sobre el Espíritu Santo.

PENTECOSTÉS PERSONAL

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En los evangelios leemos las promesas de Jesús acerca del Espíritu Santo que vendría sobre los discípulos. Basta recordar algunos textos en los escritos de san Lucas y de san Juan: Luc. 11, 13; 24,49; Hech. 1,4-8; Jn.4, 16-17.26; 15, 26; 16, 7-8.13-14.

Cuando Jesús anunciaba al Espíritu, recordaría quizá las revelaciones de Dios a los patriarcas y profetas y, sobre todo, lo que había sido su propia experiencia el día de su bautismo en el Jordán. Esas promesas se cumplieron a cabalidad como lo narran los mismos autores: Jn. 20,22-23; Hech. 2, 3-4; 4, 31.

Teniendo en cuenta las palabras de Jesús, los discípulos se prepararon a la venida del Paráclito, oraron e invitaron con insistencia a esta Persona Divina para que se hiciera presente y reposara sobre todos y cada uno de ellos, y obtuvieron respuesta apropiada a sus ruegos porque cuando se busca a Dios, se lo encuentra, cuando se lo invita, viene, y cuando se le llama, responde (2 Crón. 15,15; Col. 3,1 -2).

Treinta textos bíblicos describen la llegada del Espíritu Divino. Unos de ellos expresan que Dios Padre o el Señor Jesús dan ese don "cuando quieren, como quieren y a quien quieren", para usar las palabras de santa Teresa. El Espíritu es el don que el Padre concede por medio de Jesús. Es el diluvio espiritual que envían desde el cielo.

Otros textos afirman que el Espíritu de Dios viene, que desciende, que cae, respondiendo a las súplicas de los hombres y superando con creces las expectativas humanas, pues cuando los mortales le señalamos rutas en la tierra, Él usa los caminos del viento: sus proyectos superan a los nuestros, como el cielo dista de la tierra (Is. 55,9).

Finalmente, otros textos bíblicos no insisten en quién da ni en quién viene, sino que se fijan en quiénes lo reciben: en los fieles que son bautizados, quedan llenos, se convierten en templos vivos, ungidos por ese Huésped Divino.

Con símbolos, que aluden a la manifestación de Dios en el Sinaí, se describe la primera fiesta cristiana de Pentecostés. Lo importante no son los símbolos del fuego, el viento o las lenguas, sino la presencia de Dios en los corazones, el entusiasmo de los discípulos, el valor que los animó, la predicación que realizaron, el inicio de la Iglesia.

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Un nuevo Pentecostés

El papa Juan XXIII, con motivo del anuncio y de la convocatoria del Concilio Vaticano II, y de la oración en que pedía bendiciones para esa asamblea eclesial, usó la expresión "Nuevo Pentecostés". Él imploraba al Espíritu Santo que renovara "en nuestra época los prodigios de un nuevo Pentecostés". Lo mismo dijo en su discurso de apertura del Concilio, el 12 de octubre de 1962.

Algunos pensaban que el Pontífice alentaba una ilusión imposible, pues según varios exégetas bíblicos, el viento fuerte, las llamaradas de fuego y el carisma de las lenguas eran de índole conceptual y no material. La objeción carece de sentido. Lo que el Papa quería era una revitalización espiritual de la Iglesia y no la repetición de una escenografía concreta.

Igualmente, Pablo VI usó dicha expresión y afirmó: "Nosotros queremos tener también la misma visión y hacernos participes de su misma esperanza, no en el sentido de que Pentecostés hubiese perdido alguna vez su fuerza a lo largo de la historia de la Iglesia, sino porque son tan enormes las necesidades de nuestro tiempo y las situaciones críticas, son tan amplias las visiones de los hombres que juzgan necesarias la unión y la concordia de todo el orbe -sin tener poder para realizarlas-que no podríamos esperar para ellos ninguna salvación si no se derramase de nuevo el Don de Dios. Ojalá que venga el Espíritu Creador, que renueva la faz de la tierra".

El Papa Montini insistía en afirmar que el fuego del Espíritu no se había apagado en la Iglesia, aunque a veces apareciera velado por las cenizas humanas, y subrayaba con palabras líricas y proféticas: "La Iglesia tiene necesidad de un Pentecostés permanente; tiene necesidad de fuego en el corazón, de palabras en los labios, de profecía en la mirada. La Iglesia tiene necesidad de ser Templo del Espíritu Santo, es decir, de limpieza total y de vida interior" (29 de noviembre de 1972).

En otras ocasiones repetía: "La Iglesia tiene necesidad de un perenne Pentecostés", "La Iglesia y el mundo necesitan que el prodigio de Pentecostés se prolongue en la Historia".

La oración de Juan Pablo 11

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El primer Pontífice polaco habló de "una Iglesia abierta a las llamas del Paráclito y a la fuerza de un renovado Pentecostés", dijo que "La venida del Espíritu, revelada el día de Pentecostés, perdura siempre", expresó que "El Concilio Vaticano II ha sido un nuevo Pentecostés" y explicó que al emplear esa expresión quiso "reconocer en el desarrollo de los movimientos y de las nuevas comunidades un motivo de esperanza para la acción misionera de la Iglesia" y por eso imploró que "se derramen en la Iglesia los dones de un nuevo Pentecostés".

Una bella frase, pronunciada en mayo de 1994, sintetiza el pensamiento del Romano Pontífice: "La vida de la Iglesia es Pentecostés todos los días, cada día y cada hora, en cada lugar de la tierra, en cada hombre y en cada pueblo".

Esa frase es como el eco de la enseñanza de san Cirilo: "Se confiere la gracia en las aldeas y en las ciudades, por medio de ignorantes y de eruditos, esclavos o libres, puesto que la gracia no procede de los hombres, sino que es un don de Dios, a través de los hombres" (Catequesis XVII, 35).

Un Pentecostés individual

No basta saber qué es Pentecostés, cuándo y cómo se da, ni es suficiente implorarlo para la Iglesia sin sentirse personalmente afectado por esa súplica. Se requiere experimentarlo, y conocer qué implica su venida para cada creyente en particular.

El Pentecostés de cada cristiano se inició con los sacramentos del bautismo y de la confirmación. Ésta perpetúa la gracia de Pentecostés. Su efecto es la efusión plena del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles (Catecismo, Nos. 1288 y 1302).

Sin embargo, el olvido o el pecado lograron que ese don maravilloso pasara desapercibido para muchos. La Renovación Carismática ha sido un medio usado por Dios para que los cristianos tomemos conciencia de la presencia del Espíritu, que anima todos los aspectos de la vida cristiana: oración, lectura bíblica, práctica sacramental, amor fraternal, devoción mariana, vivencia de los carismas, ejercicio de las virtudes, compromiso misionero y evangelizador, expectativa de la venida de Cristo, abnegación de sí mismo, y necesidad de mantener limpio el corazón.

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Para vivir la experiencia de Pentecostés se requiere creer en el Padre y en su enviado, Jesucristo; arrepentirse de los pecados y entregarse a Jesús, cuyo señorío debemos aceptar; orar con ardiente deseo para obtener el Espíritu Santo, pues, como decía san Buenaventura: "Nadie será lleno de ese fuego, si no reza y pide y llama con pertinaz y urgente anhelo de esperanza" (Breviloquium 4,10); y anhelar una vida según el evangelio, ya que la oración silenciosa y la conciencia limpia sobrepasan los más fuertes clamores del hombre.

Si, a pesar de todo, el frío de la culpa apaga el ardor espiritual, hay que doblar las rodillas y suplicar, pues "cuando el hombre no siente arder el Espíritu en sí, sino que su corazón recae en los pensamientos del mundo, que se ponga a orar, a fin de que el Espíritu retorne a él" (Afrates, Demostración 4,10).

De manera sensible o no, el Espíritu Santo se manifiesta en quien lo invoca. Como enseña el padre Carlos Aldunate: "En la experiencia pentecostal, Dios toca al hombre en lo que tiene de más profundo, lo que en el lenguaje bíblico sería 'el corazón', y de ahí su acción pasa a las facultades y es percibida de múltiples maneras. Si no se experimenta ningún efecto de cambio en la vida, no ha existido esta experiencia inicial" (La experiencia carismática, pg. 8).

Oración

Señor, renueva en nosotros el prodigio de Pentecostés, para que quienes nos vemos divididos por el odio y por el pecado, nos congreguemos por medio de tu Espíritu y, reunidos, confesemos tu nombre a pesar de nuestras diferencias (Colecta, vigilia de Pentecostés).

Lectura Bíblica

Se recomienda releer todos los textos bíblicos citados en la enseñanza anterior, y en especial leer y meditar Hech. 2,1-13.

Reflexión Comunitaria

¿Cuándo recibió usted el sacramento de la Confirmación? ¿Cuándo inició usted su experiencia de la Renovación Carismática?

¿Cómo podría definir esas experiencias, con qué palabras?: ¿Fuego?, ¿viento?, ¿agua?, ¿carismas?, ¿alabanza?, ¿paz?, ¿testimonio?, ¿gozo?, ¿nada?

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¿Ha notado usted algún cambio en su modo de ser, de pensar o de actuar?

Cantos

Se recomienda aprender y entonar las canciones espirituales que aparecen a continuación:

A que tú no sabes

Es un río

Divino Espíritu, bajad

Pentecostés.

Aplicaciones Prácticas

Participe comunitariamente en la celebración de la fiesta de Pentecostés.

Lea un libro acerca del actuar de Dios en el mundo, a través de la Renovación, v.gr. Jesús está vivo, del P. Emiliano Tardif.

Ore, y apóyese en la oración de otros, para pedir al Señor un Pentecostés personal, que renueve toda su vida.

Aproveche su tiempo, y de modo especial sus próximas vacaciones, para hablar de Jesucristo vivo.