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I N D I C E

1.- ESTUDIO INTRODUCTORIO.

1.1.- Presentación………………………………………………………..…………..I

1.2.- El problema filosófico……………………………………………….……….III

1.3.- El comentario de Tomás de Mercado…………………………………VIII

1.3.1.- Cuestión introductoria……………………………………….……..X

1.3.2.- Comentario al prólogo de Porfirio………………………….…...XII

1.3.3.- El Género…………………………………………………………..…XII

1.3.4.- La Especie……………………………………………………….….XXII

1.3.5.- La Diferencia……………………………………………….…..…XXIX

1.3.6.- El Propio…………….…………………………………….……..XXXVIII

1.3.7.- El Accidente……….……………………………………...….…….XLI

1.3.8.- Si sólo se den cinco predicables………………………..….….XLII

1.4.- Los comentarios de Mercado y la Lógica…………………….….…XLVI

1.4.1.- Temas de Lógica Escolástica subrayados por

Mercado…………………………………………………………..XLVI

1.4.2.- Coincidencias con preocupaciones de la

Lógica actual…….………………………………………………XLIX

1.5.1.- Presupuestos ideológicos…………………………….…………….LI

1.5.2.- Limitaciones…………………………………………………….…….LII

2.- SEGUNDA PARTE. COMENTARIO A LA LÓGICA MAYOR

Cuestión introductoria a la dialéctica. Si el objeto de la dialéctica

sea ente de razón………………………………………………………………..1

Prólogo……………………………………………………………………………..19

Del género. Cap. I…..…………………………………………………….……...25

Exposición………………..………………………………………….……….27

Cuestión única. Si el texto en su totalidad

contenga verdad………………………………………………………..…....31

De la especie. Cap. 2………………………………………………………………...51

Exposición.………………………………………………………………………..54

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Si el texto de la especie contenga verdad………………………………..66

De la diferencia. Cap. 3……………………………………………………………..76

Glosa…………………………………….……………………………..………….80

Si el texto de la diferencia sea verdadero…………………………………86

Del propio. Cap. 4……………………………………………………………………102

Comentario……………………………………………………………………..103

Si tenga verdad el texto del propio………………………………………..106

Del accidente. Cap. 5……………………………………………………………..113

Comentario……………………………………………………………………..114

Cuestión V. Si sólo sean cinco predicables……………………………………..118

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I

1.1. PRESENTACIÓN

Fase necesaria en el rescate de la cultura es el reconocimiento de sus raíces.

La manera de pensar, sentir y actuar, de enfrentarse al entorno, no surge de

improviso por generación espontánea; muchos siglos la sustentan. La práctica

de todo discurso pone en operación multitud de elementos culturales del

pasado, se pone en práctica, “esa fatigosa trayectoria regresiva del

pensamiento que busca la primera verdad”1 y reporta un conocimiento más

fundado del presente. Cuestionar el origen de las ideas, no como simple

arqueología, sino en su desarrollo y repercusión en la actualidad, colabora en

la tarea de investigación filosófica, más cercana, quizás, al cometido de la

historia de la filosofía, pero no ajena a la reflexión filosófica.

Se suma, pues, este trabajo al esfuerzo conjunto de reedición de las obras

que exhiben el quehacer filosófico en el contexto de la enseñanza universitaria

del México de los siglos XVI y XVII, época de esplendor de la historia de la

filosofía en América, protagonizada por tres insignes maestros de la filosofía en

México: Alonso de la Veracruz, Tomás de Mercado y Antonio Rubio. En cierta

forma alcanza a los dos primeros el eco del éxito obtenido por el último: “La

lógica de Rubio probablemente ha tenido más influjo en Europa que cualquier

libro de filosofía escrito en América Latina.”2 El iniciador de este auge en los

estudios filosóficos, Alonso de la Veracruz; Tomás de Mercado, el continuador

y; el que culmina, Antonio Rubio, cuya obra ameritó ser “editada al menos 18

veces en seis países europeos durante la primera mitad del siglo XVII e

intitulada en siete ediciones La Lógica mexicana.3

1 Ricoeur, Paul, Introducción a la simbólica del mal, Buenos Aires, Megápolis, 1976, p. 25. 2 Redmond, Walter – Beuchot Mauricio. La Lógica Mexicana en el siglo de oro, México, U.N.A.M., 1986, p. 244. 3 Ibid., p. 273.

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II

Por lo que respecta a Mercado habría que destacar la circunstancia de haber

sido formado intelectualmente en México. Como los otros dos, publicó el fruto

de su docencia practicada en la ciudad de México. Destacado representante de

aquel siglo de oro, humanista completo, puede ser tomado como modelo del

intelectual de ese entonces. Su labor filosófica fue acompañada del

conocimiento directo de los textos que para el caso de Aristóteles y Porfirio

tradujo del griego y fueron objeto de su comentario según las exigencias

metodológicas de la época. (Hasta el cuidado de la expresión latina demuestra

habilidad; su latín, con todo y los rasgos evolutivos propios, es de calidad en

algunos pasajes, muy a tono con el español del siglo de oro, fluido y natural).

En la inteligencia de asistir a uno de los momentos importantes del

pensamiento americano se somete a la consideración de los estudiosos esta

otra parte de la obra de Mercado.4

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III

1.2. EL PROBLEMA FILOSÓFICO.

El planteamiento del problema sobre los universales representa un momento

decisivo en la construcción de todo sistema conceptual. La respuesta que ante

él se adopte condiciona la congruencia y validez del discurso filosófico y

científico. ¿Son de fiar los conceptos generales o universales? ¿Se puede

prescindir de ellos?

Problema de siempre que no pierde actualidad, conforme lo demuestran sus

resurgimientos, con mayor o menor vehemencia en las diversas épocas de la

historia del pensamiento y lo justifica su complejidad, responsable de la

divergencia de opiniones, algunas de ellas, totalmente contrapuestas entre sí.

Nuestro siglo lo comprueba una vez más; en él se ha discutido ampliamente y

se ha abordado desde un mayor número de perspectivas. Se han ocupado de

su estudio, la filosofía del lenguaje, la filosofía de la ciencia, la lingüística;

ofrece temas a muchos campos del saber: a la semántica como a la lógica

cuantificacional, a la semiología como a la ontología, etc.

Ante él pueden adoptarse dos tipos de actitudes: una primera, la de

aquellos que por exigencia metodológica suspenden el proceso mismo del

pensar para volver sobre sus pasos y decidir antes sobre la validez del mismo

instrumental del pensamiento, y la otra, de quienes dan por supuesta una

respuesta afirmativa y sin más, se dedican a elaborar su discurso.

El mero hecho de traerlo a cuento coloca este estudio entre la primera de

esas actitudes; se parte de una convicción: el problema de los universales es un

serio problema insoslayable. Se le estudie desde la perspectiva de una escuela

del pasado o del presente, brinda de todos modos la oportunidad de

4 Han sido ya publicados sus Comentarios lucidísimos al texto de Pedro Hispano, Introd. y trad. de Mauricio Beuchot, México, U.N.A.M., 1986.

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IV

considerarlo en sí mismo. Visto de este modo se sustrae a los caprichos de

moda y se libera de pruritos de validez fincado en lo antiguo o en lo moderno.

De los diversos puntos de reflexión en torno a los universales conciernen

aquí las consideraciones lógicas y ontológicas. Cierto que por exigencias

metodológicas los autores de Lógica del s. XVI se esforzaban por separar de

esa disciplina cuestiones de metafísica, con el fin de evitar digresiones más

perniciosas que benéficas a los estudiantes, aunque sin descuidar aspectos

ontológicos fundamentales.

De hecho, entonces, el problema de los universales en cuanto filosófico

debe incluir como tema central la discusión sobre los referentes, a los que

apuntan los términos universales. Muy insistentemente advierte Mercado que

no se trata de las voces sino de sus significados, esto es, de los seres o cosas a

los que las voces significan.

Como tema implicado en la discusión de los universales se cuestiona

también la validez de las clasificaciones, sobre todo en su fundamentación. ¿Las

clasificaciones son totalmente artificiales? ¿No existe en las cosas mismas una

base óntica que sirva de punto de partida a su ordenamiento clasificador? Una

respuesta negativa traería consigo la incertidumbre total sobre la validez de la

ciencia en general; ahora bien, dicha base puede ser una relación entre las

cosas o de identidad o de pura similaridad; si la segunda, prácticamente

persistiría el mismo riesgo, puesto que una sola relación de similaridad no

salvaría lo movedizo de los criterios de clasificación y daría mayor margen a la

apreciación subjetiva; así, únicamente la identidad entre los conjuntos de

realidades puede salvar la legitimidad de las ciencias y sus esfuerzos

clasificatorios en el uso de términos y palabras generales como expresión de

aquella relación de identidad por la participación de una forma que une entre sí

a las cosas del mundo. Los universales intentan, pues, dar razón de ese orden

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V

existente a parte rei independiente de la mayor o menor modificación sufrida en

el proceso de apropiación por la intervención del entendimiento humano.

Resulta, pues, imprescindible sopesar la validez ontológica del universal. En

último término hay que pronunciarse a propósito de su estado entitativo. ¿A

qué responden los universales en el plano óntico? Pregunta impostergable del

afán de conocimiento humano que consciente o inconscientemente anda a la

caza de los fundamentos ontológicos de las realidades que conforman el

mundo.

Mercado y los filósofos de su tiempo habían tomado conciencia de la

trascendencia de este problema; su doctrina sobre los universales, antes que

todo, es una doctrina ontológica particularmente opuesta a la escuela

nominalista que había prevalecido durante los dos siglos anteriores; opusieron a

ella el realismo moderado de la escuela aristotélico-tomista, con tal fuerza que

propició un florecimiento filosófico del que se alimentó el llamado pensamiento

moderno.5 De ahí la insistente frecuencia con la que Mercado hostiga

postulados y consecuencias de dicha corriente. Adopta la postura intermedia

para salvar los excesos del realismo platónico que atribuye realidad propia a los

universales y los del nominalismo que sólo concede la realidad de los

particulares y reduce a las puras voces el contenido de los universales. El

realismo moderado da razón de las exigencias que orillan a esas posturas

extremas, pero, a la vez, precisa el alcance de ambas. Esto es, concede en

parte y niega en parte lo que aquéllas oponen entre sí. Su originalidad estriba

en la explicación del modo en que debe entenderse la onticidad de los

universales, partiendo precisamente de lo que los particulares proporcionan

como base de aquéllos a la facultad intelectiva.

5 Ver Redmond, Walter – Beuchot, Mauricio, op. cit., p. 273.

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VI

El proceso mediante el que se llega al universal queda explicado de la

siguiente manera:

Lo que se observa es en realidad un conjunto de individuos en

los que hay una cualidad recurrente, no la misma cualidad en

sí… Ésta se descubre por abstracción y comparación

intelectivas…

es decir,

…la recurrencia no se descubre por observación empírica, sino…

por la comparación intelectiva de los datos sensibles.6

Conforme lo señala este mismo pensador, al igual que otros conceptos

escolásticos, el universal es un inteligible, surge del esfuerzo de apropiación

intelectual para volver inteligibles las naturalezas de los seres; es decir, alcanzar

la inteligibilidad es descubrir el sustrato ontológico, el verum que sustenta

determinado ser. Vista de este modo, la inteligibilidad se origina en los seres

mismos objeto de conocimiento y tiene que ver con la facultad que se aplica a

tal conocimiento. Puede ser éste uno de los ámbitos de sentido más cercanos al

campo de lo “ontológico”. Ser y ser conocido, o conocer el ser. Así, la filosofía

escolástica no se divorcia de lo real sino parte de él y asciende a su

inteligibilidad desde las características del conocer. Los conceptos de materia y

forma igualmente, no se reducen a pruritos de especulación gratuita, son

resultado de elaboración intelectual de los datos provenientes del mundo

observado. Instrumentos de inteligibilidad extraídos de los mismos seres, en

algún momento son sus partes o co-principios. “Son principios que la

inteligencia descubre que constituyen los cuerpos mismos.”7

Desde esta perspectiva de la inteligibilidad como el campo del filosofar, hay

que asumir la recomendación de Mercado a propósito de los universales. Son

éstos “segundas intenciones” que como tales, por su índole intencional nos

6 Beuchot, Mauricio. El problema de los universales, México, U.N.A.M., 1981 p. 480.

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VII

llevan hacia las primeras intenciones, esto es, a los seres en sí. Los universales

como inteligibles, sólo existen en cuanto universales en la mente; pero son

extraídos de la realidad, se denominan por ello seres de razón con fundamento

in re. Para la escolástica, en efecto, las propiedades concretas recurrentes en

las cosas no son en sí universales; constituyen, eso sí, el fundamento para la

elaboración del universal por el proceso de abstracción del entendimiento. A un

mismo tiempo sirven de criterios o principios de clasificación que al ser

extraídas de las mismas cosas disminuyen al margen de arbitrariedad atribuible

al esfuerzo clasificatorio.

7 Beuchot, Mauricio, op. cit., p. 495.

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VIII

1.3. EL COMENTARIO DE TOMÁS DE MERCADO.

Estos comentarios a la Eisagoge de Porfirio centran el objeto de estudio en los

universales llamados “predicables” propuestos por Aristóteles. Para el momento

en que Mercado escribe su obra, el rescate de este filósofo representaba el

esfuerzo de avanzada en los terrenos de la filosofía; es cierto que el Organon

siempre estuvo a la disposición de Occidente, sin embargo, el reencuentro con

la mayor parte de la obra aristotélica, sin lugar a dudas, hizo cobrar relevancia

a lo ya conocido e hizo posible la confirmación de los tratados entre sí.

La obra recupera tres momentos de la doctrina sobre los predicables, la de

Aristóteles, la de Porfirio y la de Mercado. Estos últimos explican y comentan lo

que aquél propone. Un sistema conceptual acorde a los postulados ontológicos,

esto es, la explicación de los modos de predicar en consonancia a los modos de

ser. Los predicables como los instrumentos o modos de conocer el ser. Aparato

conceptual clasificatorio que da acceso y razón del camino hacia el ser. Al igual

que otros sistemas de clasificación, ofrece elementos de su marco teórico-

metodológico con la particularidad de corresponder a una de las corrientes más

congruentes a sus propios principios. Esfuerzo de clasificación de carácter

introductorio previo a la discusión de temas filosóficos específicos, participa él

mismo en el proceso de la explicación y constituye una de sus partes; supone la

adopción de tesis congruentes con toda la concepción del universo de estudio.

El libro de los predicables forma parte del tratado de Lógica mayor

intitulado, Comentarios a la lógica mayor de Aristóteles, con traducción del

texto.8

La modalidad de ofrecer este tipo de obras puede responder a propósitos

didácticos del momento, en que la propagación de la imprenta facilita su

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IX

multiplicación; son una especie de textos o manuales que pretenden convertir

en más accesibles los temas de estudio a los alumnos, evitándoles, sobre todo,

una inversión mayor de tiempo y esfuerzo.9 En la obra de Mercado aparece con

frecuencia esta clase de objetivos; en la glosa sobre la diferencia dice: “la

naturaleza y diversidad de la diferencia se explica de tal manera por extenso en

el texto que no requiera de comentario sino de lección. Pero para alcanzar un

conocimiento más perfecto hay que notar en primer lugar….” (19ra)

Desde la parte introductoria se emplea el sistema de exposición escolástica

puesto en boga con la obra de Abelardo, Sic et non. Conforme lo indica la

misma palabra, la cuestión formula el punto a discutir a manera de pregunta;

siguen a ésta el corpus y los argumentos u objeciones en contra que preparan y

propician el desarrollo de la exposición, parte central y más extensa, para

culminar posteriormente con la solución a las objeciones y algunas

conclusiones. Tal procedimiento perseguía despertar, acrecentar y mantener el

interés del lector o alumno, al hacerlo partícipe de los diferentes pasos de la

discusión.

1.3.1. CUESTIÓN INTRODUCTORIA

La cuestión introductoria resuelve lo tocante a la naturaleza de la Lógica, su

objeto, oficio y quehacer. Establece que la Lógica es ciencia puesto que

demuestra, explica y llega a conclusiones a partir de las causas.

Para determinar el objeto, aclara de antemano contra los nominalistas que

no se discute de las voces o nombres sino de las cosas significadas o evocadas;

8 Mercado, Tomás de, In Logicam Aristotelis commentarii, cum nova translatione textus ab eodem auctore, Hispalii, Fernandi Diaz, 1571. 9 El comentario o comento es descrito con detalles en un documento del año 1593, en el que se

solicita autorización para que Antonio Rubio la lleve a cabo: …” declare el sentido de sancto

Thomas y en qual se defiendan y apoyen todas sus opiniones, sacándolas de sus primeras rayces y fundamentos, y se concuerdan diversos lugares suyos…” Redmond Walter – Beuchot

Mauricio, op. cit., p. 249.

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X

que importa, ante todo, precisar el objeto formal, la razón o aspecto bajo el

que se trata el objeto material. Para Mercado el objeto de la dialéctica es el

modo de saber, esto es, la definición, la división y la argumentación, si bien

puede ser aceptada la aseveración de Alberto Magno que propone sólo a la

última, a la luz de una distinción todavía más rigurosa del objeto formal, al

subdividirlo en un objeto formal adecuado y un objeto principal; para el caso, el

modo de saber sería el adecuado y la argumentación-demostración, el principal.

Por tanto, ni las tres operaciones del entendimiento son el objeto de esta

ciencia, ya que corresponden al tratado de la psique, y además, porque la

Lógica trata de las segundas intenciones y las operaciones no lo son, sino que

se dirigen hacia ellas, o dicho de otro modo, las operaciones no son la materia

sobre la cual trabaja la dialéctica, sino, aquello con lo cual se ejerce la forma

dialéctica.

Una vez demostrado el objeto de la Lógica se está en posibilidad de

responder a la pregunta inicial, puesto que tal objeto es el modo de saber, esto

es, la definición, división y argumentación con todo lo que incluyen como las

relaciones entre antecedente, extremos mayor y menor, conclusión, etc.; todos

ellos artificiales, carentes de forma real, esto es, entes de razón; así pues el

objeto de la lógica formalmente es ente de razón, por lo que pertenece al grupo

de las ciencias especulativas racionales, con la advertencia de que los entes de

razón, objeto de la Lógica, no son de tipo abstracto como la “especeidad”, o

especificidad, sino entes de razón concretos, como el silogismo, la proposición o

el género. Proporciona un breve ejemplo aclaratorio del modo en que se

entiende el objeto de la Lógica y su naturaleza: “…argüir es ciertamente una

acción real, el argumento, en cambio, un ente de razón puesto en un ente

real.” (3rb)

Consecuente con sus objetivos, Mercado describe el oficio o quehacer de la

Lógica, teniendo muy presente su preocupación didáctica; pareciera querer

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XI

convencer a los alumnos de las ventajas de esta disciplina. Acepta aquella

apreciación de una doble faceta de la Lógica manejada ya por Tomás de

Aquino, esto es, como una ciencia que enseña y como ciencia de uso; según la

primera acepción, da conocimientos como las demás ciencias, y por la segunda,

interviene prácticamente en todo quehacer del pensamiento; ejerce como

normadora de la actividad intelectual, debido a ello es equiparada a la virtud de

la prudencia: “…así entre las virtudes intelectuales la prudencia del

entendimiento es la dialéctica.” (4rb) Convicción que lleva a expresar al

comentarista: “El que de ella careciera o no la dominara en forma apropiada

ignorará el abrazo de la verdad… cuantas veces quiera discurrir, y es necesario

que discurra frecuentemente, tantas veces se confundirá, alucinará, se

arruinará estrepitosamente.” Por todo ello se dice que la dialéctica es la forma

de todas las ciencias; además de que en cuanto a la materia que estudia tiene

injerencia en todas ellas ya que considera algunas propiedades universales

como el conocer en cada cosa un género común, unas diferencias, etc.

1.3.2. COMENTARIO AL PRÓLOGO DE PORFIRIO

En los comentarios a este prólogo, Mercado destaca la utilidad del conocimiento

de los predicables como paso previo al estudio de los predicamentos, de modo

que el libro de los primeros es forma del libro de los segundos; ayuda a

entender las categorías. Favorece el manejo de las definiciones y hace accesible

la naturaleza de la demostración, elementos todos imbricados en el proceso del

saber y de la ciencia. También ayuda a desentrañar los modos de la

predicación. En resumidas cuentas, de la misma manera que la Lógica en

general es el modo de todas las ciencias, el libro de los predicables cumple

idéntica función con los demás tratados de la Lógica. Como en otras ocasiones,

reconoce aquí los méritos del texto de Porfirio, pues, en su opinión, transforma

a los lectores de dóciles y atentos, en abiertamente benévolos; juicio que

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motiva aún más la disposición del lector o alumno. Como mérito particular

reconoce la llaneza en la disposición y estilo del texto, ajeno a la obscuridad de

otros involucrados en altas discusiones metafísicas. Culmina el comentario al

prólogo con la insistencia en la necesidad del conocimiento de este libro y

atribuye a Porfirio el haber antepuesto su estudio a los demás tratados,

mejorando así el orden propuesto por Aristóteles.

1.3.3. EL GÉNERO

EXPOSICIÓN

Inmediatamente después del texto de Porfirio, el comentario a este capítulo

inicia con un apartado intitulado “exposición”, donde describe a grandes trazos

el contenido y expresa alguna opinión, ya sobre la importancia, ya sobre los

aciertos del mismo. En éste encuentra tres partes; la primera, sobre los

significados de la palabra “género”; como segunda, su definición; y en la

tercera demuestra la validez de tal definición. Considera, pues, correcto haber

iniciado con la explicación de los sentidos de la palabra, sobre todo por tratarse

de un término equívoco; como tal le corresponde antes ser dividido en sus

diversas acepciones para posteriormente poder ser definidas por separado, ya

que sólo es susceptible de definición lo que es uno en verdad y no varias cosas.

Así, puede aplicarse género al origen común, respecto de un primero como la

patria, la familia o la cultura, cuyos sentidos corresponde determinar a los

retóricos; el sentido que pertenece a este estudio es el de género como aquello

bajo el cual se coloca la especie; así, debajo de “animal” se coloca “hombre” o

“caballo”; o bajo “color” se coloca “verde” o “negro”, etc. Esta última acepción,

aun cuando presente sentidos parecidos a los anteriores, tiene respecto de ellos

una gran diferencia consistente en que es un término de segunda intención, no

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de primera, como aquéllos. Y es éste el sentido y uso filosófico del que aquí se

trata.

Así se está en condiciones de pasar a la segunda parte, la definición de

género: “Lo que se predica en el quid de muchos diferentes por la especie.” Se

trata de un tipo de predicación esencial como nota común a los tres predicables

primeros, esto es, el género, la especie y la diferencia, distinta de la predicación

accidental de los predicables restantes, el propio y el accidente. En la

predicación esencial aún cabe otra distinción, pues el género y la especie

responden al cuestionamiento de ¿qué es esto o aquello?, por lo que ejercen

una predicación esencial quiditativa; por su parte, la diferencia, como su

nombre lo indica, precisa y completa la información anterior al especificar o

clasificar, ya que responde a la pregunta ¿de qué clase? (qualis), por lo que

practica una predicación esencial denominada cualitativa.

Como punto tercero de la exposición se demuestra que tal definición del

género es acertada pues proporciona los datos necesarios que permiten

distinguirla de los demás predicables.

SOBRE LA VERDAD DEL TEXTO (CUESTIÓN)

Si en la exposición se contenía una descripción del texto a manera de

presentación, en la cuestión se desarrollan ampliamente los puntos doctrinales;

forma, pues, el núcleo de la explicación. Seguramente el espacio más propicio a

la condensación de los avances de esa época en la materia y a las aportaciones

del propio comentarista.

Consta de tres partes: la primera, es la formulación de argumentos en contra

de la verdad del texto. Emiten un “no” como respuesta al cuestionamiento

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inicial atacando los puntos más oscuros o susceptibles de quedar en tela de

juicio; es probable que, en ocasiones, sinteticen puntos de vista de escuelas

opuestas, pero también que sólo sean argumentos ideados con la consigna de

estimular la curiosidad del lector o estudiante.

Contra la doctrina del género se presentan siete objeciones: la primera,

segunda y séptima polemizan algún aspecto de la relación entre género y

especie; el segundo, de los predicables; la quinta tiene que ver con la

predicación; y la tercera y cuarta objetan la definición propuesta para el

género.

En las advertencias que intercala a continuación, estipula la necesidad de

recurrir a distinciones de la metafísica, comunes a todas las disciplinas, como

postulados fundamentales de explicación ontológica.

PRIMERA Y SEGUNDA INTENCIÓN

Mercado explica la “intención” como la acción de tender hacia, aplicada aquí al

entendimiento que actualiza esa propensión hacia el objeto por conocer, ya

que, según lo afirma textualmente, “sin tendencia nada se conoce”; ahora bien,

este movimiento puede efectuarse de dos modos; en uno, el entendimiento

conoce directamente el objeto y se denomina intención o intelección primera,

ocurre sobre objetos que tienen ser en sí; en el segundo, el entendimiento

conoce su objeto después y a través de lo conocido en la intención primera, por

lo que recibe el nombre de segunda intención; a diferencia de la primera, en la

segunda el objeto del conocimiento no tiene ser en sí, sino que su ser proviene

de una operación de la mente. Así, antes conozco “animal” como un ser en sí y

hasta después puedo aplicarlo como predicado de “hombre”, al decir, “el

hombre es animal.”

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XV

Estas denominaciones han pasado a identificar las cosas conocidas, de

modo que la primera intención es el ente real y la segunda, el ente que resulta

de la acción del entendimiento, que, por lo mismo, se llama ente de razón.

ELABORACIÓN DE “GENERO”

Es interesante la descripción del proceso de elaboración de las segundas

intenciones. Se parte del reconocimiento de las limitaciones del entendimiento

humano al dar razón de los modos de conocer: “…el entendimiento es de tal

virtud que entiende las cosas de diverso modo a como son”, a la manera

conforme a la cual se lleva a cabo la abstracción, por ella la facultad cognitiva

capta lo que es común a muchas cosas y deja a un lado o no toma en cuenta lo

que no le es común. Esta especie de reelaboración mental del mundo alcanza

tal grado que puede construir otro mundo muy similar al real. De todas

maneras, interviene alguna modificación resultante del esfuerzo de adaptación

del objeto conocido a las condiciones de la facultad que conoce. A este

propósito, ilustra sobremanera el ejemplo de Mercado para dar razón del

recurso expresivo del pasaje del Génesis sobre la creación distribuida en seis

días; no que Dios haya requerido de seis días para llevarla a cabo, sino que se

da una “noticia séxtuple”, esto es, una noticia dosificada, adaptada a las

capacidades de entendimientos menos dotados como los de las creaturas. Con

todo, la modificación del entendimiento al abstraer no miente, sino sólo

discierne por partes, al modo como los sentidos reciben por separado los datos

sobre la manzana, según el ejemplo de Tomás de Aquino. Así pues, “hombre”,

“león” y otras fieras, tienen algo común, esto es, una naturaleza sensible; y al

no considerar las diferencias particulares, por obra de esa separación

intelectual, se obtiene una naturaleza abstraída común a muchas especies, eso

es el género.

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XVI

LA DEFINICION DE GÉNERO

Se atiende en primera instancia a particularizar qué es lo que se está

definiendo; no se define el sustrato, como en el caso del ejemplo, no se define

“animal” en cuanto tal, sino que se define la segunda intención.

Para preparar la prueba de la validez de la definición expone la doctrina de

la predicación, íntimamente conectada con aquélla:

1) La predicación es triple: directa, indirecta e idéntica. Para reconocerlas

hay que contemplar la disposición de los predicables en el árbol de

Porfirio, puesto que de ella dependen las categorías de superior a

inferior. La predicación directa tiene lugar cuando lo superior sirve de

predicado a un inferior, por ejemplo, “el hombre es animal”; y cuando lo

igual formal se predica de lo igual, como en “el hombre es racional”;

podrá ser directa formal, cuando la razón formal conviene al sujeto

como en el ejemplo “el hombre es animal”, o directa material, a veces

llamada idéntica, cuando el predicado no conviene como razón formal

sino sólo en lo material, así en “es risible el hombre”, o “el músico es

blanco”. La indirecta ocurre cuando lo inferior sirve de predicado a lo

superior, como en “el animal es león” y cuando los sujetos se predican

de las formas, así en “par es número”. La idéntica, cuando se predica lo

mismo y según la misma razón de lo mismo, como “Pedro es Pedro” o

“animal es animal”. También menciona la predicación disparatada,

aquélla donde el predicado repugna al sujeto, así en “lo blanco es

negro”, hasta concluir que la negación de una disparatada afirmativa

resulta con frecuencia necesaria, como “el hombre no es caballo”.

2) Una predicación correcta exige se cumplan algunos requisitos:

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XVII

- Que el predicado contenga la noción o razón de algo común, que esté

en muchos, esto es, no de algo singular, porque resultaría en el

segundo caso una predicación idéntica al atribuirse lo singular, lo

mismo de lo mismo y entonces, obviamente, no se obtendría una

predicación legítima, ya que nada nuevo diría del sujeto.

- El predicado debe contener también razón de un todo, porque el

sujeto en las afirmativas es de quien se predica, o si se quiere, quien

padece la predicación; ahora bien, si no fuera un todo, el predicado

se atribuiría a una parte, no abarcaría a todo el sujeto, como “animal”

incluye a “hombre”; en cambio, “alma” no abarcaría a todo el

hombre; más bien pasa lo contrario, alma es parte del hombre. A

este propósito, Mercado recuerda que la parte, el todo y la

composición, acontecen de dos modos: a saber, en lo físico y en lo

metafísico, y por lo que toca a su aplicación a los predicables, debe

decirse que al no ser partes físicas, forman un todo metafísico,

compuesto de partes metafísicas, que sólo se distinguen por

operación del entendimiento. Además, un todo puede considerarse

como actual o como en potencia. Así, por ejemplo, el género “animal”

considerado en acto sólo incluye lo correspondiente a la naturaleza

específica de quien se dice, como aplicado a hombre; pero

considerado en potencia incluiría aún las notas de las otras especies.

Advertido lo cual, ya puede pensarse que el predicable género es un

todo potencial por contener en potencia las diferencias que

constituyen y determinan a las especies, al grado de poderse afirmar

que el género es toda la naturaleza de la especie, aunque parte la

tenga en acto y parte en potencia.

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XVIII

- Por último, el predicado debe exhibir una razón de forma, no que en

realidad sea forma, sino que se predique a manera de forma, como

se predica el cuerpo de hombre; esta razón de forma quiere decir que

el predicado se exhibe bajo el aspecto del que está en otro como en

un sujeto, esto es, como eso que inviste al sujeto a manera de forma.

Así pues, como estos requisitos de la predicación se cumplen en la

definición de género, en cuanto se le atribuye un predicado que es común, es

un todo y tiene razón de forma, entonces la definición es buena y apropiada,

delimita con precisión esa nota esencial de su predicabilidad en su prerrogativa

de segunda intención.

RESPUESTA A LAS OBJECIONES

En la primera se argumentaba: El género es parte de la especie; ésta, en

cambio, es un todo; pero el todo no puede ser contenido por la parte… Ergo.

Se resuelve distinguiendo el género como parte actual de la especie y todo

potencial; así se elimina la dificultad.

La segunda objeción rechaza al género como principio de las especies, ya

que las especies y el género son relativos y un relativo no puede ser principio

de otro. A este argumento se le anexan otros dos como pruebas o

confirmaciones. En la respuesta sobresalen algunas consideraciones que

permiten redondear el conocimiento del género y sus relaciones con los otros

dos predicables esenciales, a saber, la especie y la diferencia. En forma similar

a como en los seres materiales se dice que la materia es principio, así puede

decirse que el género es parte como material de la especie, pues al igual que la

materia, es indiferente a muchas especies y deja de serlo, al ser contraído

mediante la intervención de la diferencia. En lo material, entonces, el género es

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XIX

principio de la especie, y bajo esta consideración no es inadecuado sostener

que uno de los correlativos sirva como principio del otro. Mediante la aplicación

de la distinción de razón todo queda resuelto, pues el género, la diferencia y la

especie forman en realidad una misma cosa o ser, pero por la razón se toman

como tres cosas unidas: “y de la misma manera que el género es principio sólo

por la razón, así, únicamente por ella se distingue de las especies, y el género

como principio se distingue de los principiados.” (10vb)

La tercera objeción estipula que ninguna naturaleza común a muchas

especies es genérica, puesto que exigiría se predicara unívocamente de todas

ellas, lo que no acontece con el género, pues sus especies contienen formas

diferentes; se ampara en Aristóteles, quien dice que en el género se ocultan

equivocaciones.

La solución parte de la misma naturaleza del género como segunda

intención y ente de razón, así se dice que el género es uno por unidad de razón

y común a muchos por la labor de abstracción efectuada por el entendimiento;

aquella unidad de razón es la misma indiferencia del género respecto de los

individuos. De donde se puede hablar de distintos modos de unidad, esto es,

unidad en el género, unidad en la especie, y unidad en el individuo, ésta,

llamada numérica, es la más acabada, ya que las otras tres admiten variaciones

de grado, así como lo uno en la especie es muchas cosas en número y lo que

es uno en el género es muchas cosas en la especie. A mayor diferencia y

multitud, menor unidad y viceversa; por ejemplo, la mayor unidad se da en el

individuo por su nula carga de diferencias; en cambio, el género contiene la

mayor diferencia y la unidad más reducida. Lo que da lugar a otra observación

interesante derivada del juego entre las notas de lo común y la unidad en la

predicación, que se combinan de tal modo en la especie que originan la

univocidad más completa, pues en ningún lado existe comunidad o pluralidad

de significados acompañada de tanta identidad o unidad como en la especie;

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sus múltiples individuos únicamente difieren en número, una diferencia mínima.

Se da razón al sentir de Aristóteles, traído a cuento con una salvedad, que el

género presenta la menor unidad o identidad y la mayor pluralidad, por lo que

en él se inicia la equivocidad; sin embargo, tan mínima que no impide la

univocidad del género. La mejor descripción de esta equivocidad se percibe en

la calificación de las diferencias de las especies dependientes de un género

como “equivocaciones latentes”, que no obstan a la participación de lo común

por parte de las especies. Muy ilustrativo es el ejemplo de Mercado: la vida

sensitiva en la especie “hombre” manifiesta niveles de acción más sutiles que

en otras especies, así en la capacidad de los sentidos; pero estas diferencias no

borran la participación de las especies en lo común; así pues, el género es

absolutamente unívoco.

La respuesta a la cuarta objeción ha sido adelantada en las explicaciones

anteriores y sólo responde a la réplica o confirmación, advirtiendo que todo

predicado por su razón de forma cae en la determinación de un quale; de ese

modo, el género predica en el quale, pero como al mismo tiempo expresa la

naturaleza del sujeto, se particulariza con la fórmula completa, predica en el

quale quid.

La quinta objeción atiende a problemas de la predicación, pero proviene, en

parte, de la misma cuestión anterior; si un género, como “animal”, se predicara

en forma quiditativa, la naturaleza animal se diría de la naturaleza del hombre

hasta llegar a decir: “esta humanidad es animalidad”, pues ser dicho en el quid

es señalar la naturaleza; sin embargo, el consecuente es falso, porque la

racionalidad es humanidad y así la racionalidad no es la animalidad. Parece

representar este argumento aquella intención didáctica de simular dificultades

para robustecer las enseñanzas, pues Mercado con gran sinceridad exclama:

“…ubérrima materia para las enseñanzas. Pues en estas predicaciones tienen

cabida muchas cosas que hay que discutir.” (11ra) Se refiere a la posibilidad y

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legitimidad de la predicación en la que entran en juego concretos y abstractos;

de concretos respecto de concretos no presenta problema alguno a diferencia

de la predicación entre abstractos, ya más discutible. En un género en concreto

como “animal” se incluyen tres cosas: en acto, la naturaleza sensible; en

potencia, las diferencias de las especies, y el supuesto en abstracto, sólo funge

como nombre de la naturaleza. El punto controvertido surge ante la pregunta

de si el nombre de animal es abstracto, esto es, animalidad, excluya las

diferencias y sólo signifique la esencia de animal. Avicena sostiene que no se

incluyen las diferencias, así, equinidad sólo implica equinidad, la esencia del

caballo. Sin embargo, la respuesta afirmativa acepta que tanto el supuesto

animal como la misma naturaleza contienen en potencia las diferencias, de otra

manera, por ejemplo, si “viviente sensible” solamente fuera lo que formalmente

es, nunca se podría predicar del hombre. Es muy válido entonces predicar la

naturaleza del género respecto de la naturaleza de la especie. Debe cuidarse,

eso sí, de diferenciar la clase de predicación a que dé lugar en cada caso;

predicación directa sólo cuando se predica lo abstracto del género o las

diferencias de la especie en abstracto, todas las demás o son indirectas o

idénticas. La que no puede ser aceptada es la predicación afirmativa de lo

abstracto respecto de lo concreto y viceversa.

En la sexta argumentación en contra se niega la legitimidad de la

predicación cuando se enuncia “el hombre es animal” ya que, o se la predica en

lo común y entonces nada más es parte, o sólo en la medida que el hombre es

animal y así no se predica hacia arriba sino en lo igual horizontal, por tanto, de

ninguna forma.

Para dar la respuesta sólo es preciso revisar las notas de la predicación,

pues si se predica el género respecto de la especie, se trata de la atribución de

algo superior a un inferior, éste participa de lo común que posee el superior,

representa la base de su predicabilidad y universalidad, por eso “animal”

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referido a hombre se predica hacia arriba, después, con la diferencia “racional”

se restringe eso común. Por lo mismo, también se predica lo animal que cabe

en hombre pues exactamente el ser o estar finca la predicabilidad, pero sin que

se requiera singularizar “este animal”.

Finalmente, en la séptima objeción se niega que el género pueda predicarse

de las especies porque no se encuentra íntegro en cada una de ellas, sino que,

como dicen, por lo menos se requieren dos especies. Cabe otra formulación del

presente problema, ¿el género se conserva en una sola especie o requiere de

muchas? Cuestión que se soluciona mediante el concepto de potencia o

capacidad: si se pregunta por la naturaleza del género, ésta queda salvada en

una especie; si de su potencia o capacidad, sólo existe en la mente, es una

potencia lógica, y si se habla de la ejecución real de esa potestad, no en una

sino en muchas especies se conserva.

1.3.4. LA ESPECIE

EXPOSICIÓN

Reconoce la apta disposición del estudio pues el conocimiento de una

naturaleza ya determinada o específica, presupone el conocimiento del género.

“Nadie conoce la blancura si previamente no conoce el género color”; en los

predicables, lo más universal debe tratarse con anterioridad. De tres partes

consta el capítulo: acepciones y definiciones de especie; división con

definiciones de los diferentes casos de especie y la disposición del árbol

predicamental, más dos objeciones.

También el nombre de especie es equívoco, aplicable a la primera y a la

segunda intención; pero de las muchas acepciones, aquí interesa la que se

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XXIII

toma como naturaleza constituida de género y diferencia, como la de hombre

constituida de lo animal y de lo racional, dotada también del sentido

reconocible en las otras acepciones, como lo que goza de belleza, armonía y

decoro, en cuanto un todo acabado. El momento de la especie determina e

ilustra el género, de sí algo indeterminado por la acción de la diferencia. Por lo

mismo, se coloca inmediatamente bajo el género y exige que la predicación del

género, antes que sobre otro predicable, se ejerza sobre la especie.

No está por demás la advertencia de Mercado al recordar que aunque la

Lógica y el texto que comenta versen sobre las segundas intenciones, el

propósito, no obstante, es llegar a conocer a las primeras: qué sea una

naturaleza genérica y qué sea una específica, o todavía más concretamente,

qué tengan esas naturalezas para servir de base a las segundas intenciones.

Dos de las tres definiciones de especie tienen que ver con su correlativo, el

género; la primera describe la especie como aquello que se coloca bajo el

género; la segunda, como aquella de la cual el género se predica en el quid;

con tales definiciones se excluyen otros predicables, pues tanto el estar

colocada como el predicarse se entienden en línea directa e inmediata en el

árbol de Porfirio, no hacia los lados, es decir, no miran ni a los individuos ni a

las diferencias. Atendida la relación de la especie con el género, ya puede ser

abordada la que cumple con los individuos, según lo explica la tercera

definición: la que se predica en el quid de muchos diferentes en número. Estos

diferentes en número son los individuos de una misma especie. Define, pues, la

especie especialísima o última, es decir, la que en línea vertical ocupa el último

lugar como especie, pues la disposición del árbol de Porfirio sobre los

predicables permite distinguir especies intermedias, que lo son por encontrarse

debajo de algún género, pero sin contener individuos.

Labor toda esta del entendimiento que intenta descubrir y dar razón del

orden de la naturaleza, mediante un instrumento discriminatorio basado en la

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conveniencia y en la diferencia. El entendimiento intenta dar con aquello en lo

que muchos convienen entre sí, y por lo que difieren de otros conjuntos.

Conveniencia y diferencia en relación y proporción inversas, pues en la medida

que aumenta la conveniencia disminuye la diferencia y al contrario. Al tomar

algún punto del árbol de Porfirio se observa este movimiento de correlación

semántica hasta permitir la identificación aún más detallada de cada miembro,

como sucede con el género supremo, del que se afirman dos características: a)

que no tiene sobre sí otro género; y b) como consecuencia, no puede ser

tomado como especie; igualmente en el otro extremo, la especie última, como

no tiene a otra especie bajo de sí, no puede fungir como género ni subdividirse

en especies. Casos distintos a los miembros intermedios que bajo un aspecto

son géneros y entonces calificados de subalternos y bajo otro son especies a las

que se llama medias.

El encomioso esfuerzo de análisis no para ahí sino que apura aún más la

revisión de cuestiones conectadas con el tema. ¿Por qué los individuos no son

el último extremo de predicamento y se coloca en este sitio a las especies

últimas? La respuesta exige se delimite el sentido de los nombres con que se

designan las cosas singulares, de manera particular los nombres “singular” e

“individuos”. Singular se dice de una cosa en cuanto referida y en cierto modo

opuesta a su universal: las especies, sobre todo, últimas, se tienen como

singulares respecto de los géneros superiores, pero en un sentido más

restringido, los singulares son los colocados bajo las especies últimas, son de

tal modo singulares que no gozan de razón alguna de universalidad. Individuo,

como el nombre lo indica, niega todo tipo de división; y aquí se trata de negar

la división, no de un todo integral en sus partes, como una persona en manos,

pies, etc., sino de un universal superior en particulares. De Pedro se dice que es

singular, desde una apreciación positiva en cuanto tiene un universal, y se dice

individuo desde otra apreciación de índole negativa, en tanto no puede dividirse

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en otras singulares. La individuación es doble: una formal o lógica y otra

fundamental o física; aquí se aplica la primera.

Entonces, ¿por qué todos los singulares juntos no son el extremo del

predicamento, si son inferiores a la especie? Triple es la razón: 1) Porque para

un conocimiento científico resultan infinitos; siempre pueden existir o darse

más, ya que de por sí en la naturaleza no se encuentra causa per se ni de la

cesación, ni de la multiplicación; la condición de los individuos de estar sujetos

al cambio y corrupción también les convierte en huidizos que escapan a un

conocimiento ciertísimo. Así, no son objeto de ciencia. 2) Porque el singular no

es predicable, ya que nada manifiesta del sujeto. 3) La razón más importante

obedece a que los individuos no tienen alguna otra naturaleza (para ser

predicada) que la naturaleza específica a la que pertenecen como individuos;

no les afecta otra diferencia esencial o específica particular. Los individuos sólo

presentan entre sí diferencias materiales, de donde se constata o concluye que

no necesitan de otra definición, puesto que ya están incluidos en la definición

de la especie.

SOBRE LA VERDAD DEL TEXTO (CUESTIÓN)

Se anteponen cinco argumentos en contra; los primeros tres consideran

erróneas las definiciones de la especie; el cuarto, se opone a la tesis de que los

individuos no se definen; y la última, objeta que toda definición sea de la

especie.

Distribuida en dos artículos, esta cuestión atiende en el primero, al grado y

calidad de la definición; el segundo, responde a las objeciones.

El primero da lugar a nuevas enseñanzas sobre la definición, con el cual

Mercado prosigue en el propósito de agotar el estudio de los modos del saber.

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Las definiciones de especie cumplen con las reglas exigidas para las

segundas intenciones, de idéntica manera que en los demás predicables,

aunque sin descuidar la verificación de lo definido en el sustrato de primera

intención.

La definición, como enunciado que supone la naturaleza de la cosa, será

quiditativa si manifiesta la esencia de la cosa; lo que en pocas ocasiones se

obtiene porque, sobre todo, desconocemos las diferencias que completan la

esencia; cuando, en cambio, la cosa es conocida a través de sus accidentes,

será descriptiva. Además la naturaleza puede considerarse física o metafísica;

según la primera, por ejemplo, en lo tocante al hombre se entiende el

compuesto de alma y cuerpo, y naturaleza metafísica si se le asigna el género

próximo y la diferencia específica. Siempre que falte alguna parte esencial en la

definición se quedará en descriptiva; lo que puede suceder de tres modos: 1)

cuando no es asignado el género propio y se le suple; 2) cuando se proporciona

el género pero no la diferencia esencial; y 3) si la descripción no incluye

ninguna parte esencial sino sólo propiedades.

De por sí, obtener definiciones quiditativas implica gran dificultad, pero

también las descriptivas contienen la suya; por tal motivo está por demás exigir

el cumplimiento de otros requisitos más, como quieren algunos. Para el caso de

los correlativos, cuya naturaleza consiste o depende del estar en orden a otros,

resulta perfectamente válido definir los extremos por su relativo

correspondiente; pues el orden entre ambos se manifiesta en esa

correspondencia.

Por todo lo expuesto, las definiciones de la especie parecen descriptivas,

sobre todo la tercera que, sin embargo, es la principal: que se predica de

muchas diferentes por el número. No es una definición esencial porque no

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pretende definir al universal especie en cuanto universal, sino en cuanto

predicable; ahora bien, la predicabilidad es sólo una propiedad dimanante de la

naturaleza del universal entendida como naturaleza común unívoca existente y

reconocible en muchos; en tal sentido, ser universal presta base a su

predicabilidad. Como se ha venido insistiendo, para los propósitos de la Lógica

es más importante atender a las formas del predicar, y así, por lo que toca a la

especie, le es más natural mirar a los individuos, pues respecto de su otro

extremo tiene más categoría de sujeto que de predicado, esto es, respecto del

género. Concluye así que las dos primeras definiciones son esenciales y la

tercera, descriptiva.

En la contestación a los argumentos en contra se dan por satisfechos los

que atacan la validez de las definiciones con la doctrina ya expuesta. Considera

con detenimiento la dificultad que pudiera desmentir la tercera definición. Si se

dan especies de un solo individuo no se ve la justificación del “predicarse de

muchos diferentes por el número”. Los casos traídos a cuento para confirmarlo

evidencian el grado alcanzado hasta entonces en la observación del mundo

físico; la carencia de instrumentos apropiados impedía aventurar opiniones que

rebasaran los datos de la experiencia inmediata; la fidelidad a los criterios de

verdad de la evidencia no les permitió sino sacar conclusiones de lo que a sus

sentidos se ofrecía, consideraron más coherente pronunciarse sobre las

consecuencias de su modo de captar el mundo que arriesgar la firmeza del

criterio de verdad. Sostienen, por tanto, que los cuerpos celestes son

incorruptibles y que cada uno constituye una especie. Sobre el fuego y el aire

surge la misma pregunta, ¿quién puede corromperlos?, como son incorruptibles

en parte, sólo pueden ser parcialmente multiplicados. Así es muy comprensible

el esfuerzo por conciliar ambas cuestiones, para salvar la aplicabilidad de la

definición en casos como aquéllos. Aquí, la explicación se sale de la esfera de la

Lógica y busca razones de orden metafísico. El que algunas especies tengan

muchos individuos y otras sólo contengan uno, parece ser explicable si se

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concibe la especie, como la intención u objeto primordial de la naturaleza, es

decir, que aquella concepción del mundo como cosmos o realidad organizada

tendría uno de sus fundamentos en el orden y organización de la especie, hacia

lo que apuntarían los elementos previos potenciales y en las que se sostendrían

otros de carácter accidental. Así, puesto que la especie representa el objetivo

central, habrá que procurar, ante todo, su conservación; de ese modo, cuando

los individuos son perecederos habrá que multiplicarlos para que perviva la

especie; cuando, en cambio, el individuo es incorruptible, saldría sobrando su

multiplicación pues en ese solo individuo queda salvada la especie. Tan firme es

esta convicción de un orden ontológico establecido que llega a convertirse en

paradigma de la realidad más real; por eso, puede invertirse la perspectiva

sobre el mundo y decir, como lo hace Mercado, que “es por accidente que

alguna especie tenga en acto muchos individuos.” (17 ra) Entonces, Porfirio

definió a la especie en cuanto convenía a lo más general desde la perspectiva

de su observación. Existe, además, otra razón de la legitimidad de la definición:

que no exige se den en acto esos muchos diferentes en número, sino que sólo

hable de la capacidad o potencia lógica, esto es, que la especie puede ser

predicada de muchos.

La tercera argumentación ataca las tres definiciones en conjunto porque la

primera y segunda explican la especie en cuanto inferior al género, y la tercera,

describe su función en cuanto superior a los individuos, lo que al parecer es

contradictorio. Como se puede observar, la dificultad se diluye fácilmente al

responder que no envuelve contradicción alguna el señalar en algún predicable

funciones distintas provenientes de respectos distintos; además de que las

definiciones no se dicen al mismo tiempo y desde el mismo punto de vista.

De la cuarta objeción que sostiene aparezca el individuo en el contexto de

Porfirio, a pesar de que éste textualmente defienda que el individuo no se

defina, sino que toda definición sea de la especie, hay que aprovechar algunas

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enseñanzas. Sea, pues, que el individuo puede considerarse como primera o

como segunda intención. En el último sentido sí es definible, como lo

demuestra el texto cuando dice que se toma como individuo aquello que no

puede ser dividido en otros inferiores; pero donde ya no es susceptible de ser

definido es en cuanto primera intención, ya que su prerrogativa de singularidad

impide que puedan atribuirse a dos y más sujetos, pues son precisamente

“unos”. Hablar de la predicabilidad o de un elemento predicable, conforme se

ha demostrado, exige se posea aquella propiedad o razón de algo común a

varios. Por lo tanto, la expresión “individuo es aquél cuyo conjunto de

propiedades no acontece en dos” (17va), sólo alcanza el rango de buena

proposición, mas no de definición.

Aquella aseveración de Porfirio “toda definición es de la especie”, según

Mercado, debe entenderse desde la pretensión de obtener la definición más

rigurosa, esto es, la que consigue exponer el género propio y la diferencia

específica, de donde procede la especie; en otras palabras, el momento más

apetecido en el propósito de dar razón del definido es aquel en que se

manifiesta la naturaleza específica. Por lo mismo, cuando se define la especie

se atiende a la primera intención, porque representa el intento de ubicar a un

ser en su quididad o esencia.

1.3.5. LA DIFERENCIA

GLOSA

A continuación del texto de Porfirio, Mercado inserta una “glosa” explicativa, ya

que el tema “ha sido expuesto por extenso en el texto” y no requiera

comentario, sino, cuando más, una lección.

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Encuentra que la división de la diferencia en común, propia y más propia,

propuesta por Porfirio, no es unívoca sino análoga. El miembro principal de tal

analogía es la tercera, o sea, la más propia. División calificada de suficiente

puesto que las cosas difieren, no por lo que tienen de común con otras, sino

por lo propio; y propio lo pueden tener, el accidente, tanto separable como

inseparable, y la diferencia sustancial.

Sobre el problema de la diversidad de un mismo individuo tomado en

diversos tiempos se discutirá más adelante.

Al reconocer que el accidente inseparable puede ser ya propio de la especie,

ya propio del individuo, se formula otra pregunta sobre el texto de Porfirio: ¿Las

propiedades inseparables de la especie son tomadas por él como diferencias

propias? Aunque existan discrepancias al respecto, Mercado se inclina por la

negativa, apoyándose en las siguientes razones: 1) que las diferencias común y

propia sirven para diferenciar a los individuos de la misma especie entre sí; en

cambio, la diferencia más propia, para diferenciar individuos de varias especies:

2) otro rubro de distinción se observa en la diferencia propia que es inseparable

sólo per accidens en contraposición a la diferencia más propia, la que se dice

propia de la especie y es per se inseparable; y 3) que Porfirio no identificó las

propiedades, o sea, el propio en tanto cuarto predicable, con las diferencias

propias. En conclusión, no debe ser incluido lo propio de la especie en estas

categorías.

Aprovecha el comentarista la oportunidad para ofrecer otras precisiones. Lo

diverso se entiende de la división accidental y que Boecio denominó lo “otro”,

concepto proveniente de alteración, ejemplificada en el agua caliente es diversa

a la fría o tibia; de ese modo deben concebirse los individuos de la misma

especie, de donde colige que los accidentes no producen otra diferenciación

más allá de lo diverso. Caso muy aparte lo que se dice distinto en la sustancia,

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pues así se dice que Pedro es otro, o sea, diverso de Pablo, pero no que sea

algo totalmente distinto, ya que convienen en la naturaleza. Por eso a la

diferencia más propia se le atribuye el conferir la distinción más tajante, dado

que produce otra cosa, por lo que también no acepta grados mediante la

modificación adverbial de un más o un menos; no puede decirse de un animal

que sea más animal que otro. Por su parte, los accidentes sí pueden calificarse

según un más o un menos, no cuando son considerados en lo abstracto sino

cuando se predican en concreto y reciben el grado en razón del sujeto o sujetos

que lo poseen.

La segunda parte del texto contiene las definiciones de la diferencia y sus

principales oficios, de suma importancia para Mercado. Establece que la

diferencia se define de muchas maneras, aunque si se apuran las exigencias, es

en cierto modo indefinible al igual que otros predicables como los géneros

supremos o las diferencias laterales, que al no tener un predicable superior o

no contener partes, carecen de definición física o metafísica. Eso no obsta a

que puedan ser descritas mediante algún concepto objetivo. Ahora bien, un

concepto objetivo puede ser simple o simplemente simple; el concepto de

diferencia cabe en el segundo, pues no solamente es concepto “uno” sino

además no está conformado por partes como el de la especie, equivalente a

naturaleza específica constituida de género y diferencia, sino que es irresoluble

en otros conceptos, de ahí que se diga “simplemente simple”. Es ésta la razón

principal de haber dicho que la diferencia es indefinible. Sin embargo, aunque

indefinible en lo que toca a la diferencia como primera intención, es viable

definirla en cuanto presta base a la segunda intención, objetivo central del

tratado de los predicables. Así, el texto de Mercado sostiene sin rodeos:

“...nada prohibe en una cosa completamente simple, fundar una segunda

intención, según la cual se defina.” (19vb)

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XXXII

A ese objetivo se dirigen las definiciones propuestas; cada una considera

alguno de los correlatos de la diferencia. La primera, el papel de la diferencia

en cuanto divide al género: de éstas se derivan las siguientes: el constituir a la

especie y predicarse de ella como forma, predicarse de sus individuos como lo

superior universal. La diferencia al dividir al género lo contrae, pues de por sí el

género es indiferente y está en potencia a cualquier cosa. En su papel de forma

sustancial contrae la materia hacia este individuo, lo que puede llevar a cabo

por estar fuera de la naturaleza del género. Pero cae en la naturaleza de la

especie pues es parte constitutiva de la misma y pasa a fungir como predicado

sustancial tanto de la especie como de los individuos; de donde se colige que

toda especie tenga una diferencia y sea totalmente intercambiable con ella. Así

se justifica afirmar que la diferencia predica en el “quale” esencial como forma

esencial que es.

SOBRE LA VERDAD DEL TEXTO (CUESTIÓN).

Se dedica toda la cuestión a la solución de las objeciones; dividida en dos

partes, la primera responde a la primera objeción y la segunda parte se

encarga de solucionar las otras cinco.

Como primera dificultad se argumenta que hay predicables que no caen en

alguna de las divisiones propuestas para la diferencia, o sea que no difieren con

ninguno de esos modos; así los géneros supremos no contienen diferencia

alguna; también las últimas diferencias tendrían que diferir, pero ninguno de

estos modos les conviene.

Con ocasión de la respuesta, Mercado apura detalladamente las acepciones

de términos relacionados con la diferenciación.

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XXXIII

DISTINTO

Entiende como equivalentes, en cierto sentido, “lo distinto” y “lo no el mismo”,

pero no de manera absoluta, pues “lo distinto”, pone algo positivo en los

miembros a los que se aplica, no así en cambio, lo “no el mismo” que nada

pone. Este “no el mismo” se opone a “el mismo” por contradictoriedad y lo

distinto frente a “lo mismo”, por contrariedad. Sin embargo, en sentido amplio,

distinto se toma como “no el mismo”. Para el caso de la diferencia entre

predicables, se hace necesario volver al recurso de la distinción real y de razón.

La distinción real exige dos condiciones: que los miembros sean realmente

distintos y muchos; pues se da el caso de “hombre” y “animal” que aun cuando

puedan distinguirse, ambos coinciden en uno y sólo son distintos por operación

del entendimiento; dicho de otro modo, la distinción real también supone la

noción de “muchos”, que tiene lugar cuando hay por lo menos dos. Ahora bien,

la distinción de razón tiene lugar cuando se realiza sobre seres de razón o

cuando se lleva a cabo entre entes reales que están juntos en uno, como en el

ejemplo anterior. En forma pormenorizada se distinguen con distinción de

razón, el género, la diferencia y la especie; las propiedades del ente y el ente,

los atributos divinos y Dios. Todavía es posible pormenorizar la distinción de

razón al subdividirla en de razón razonada y de razón razonante, a partir de la

diferenciación entre conceptos objetivos y razones formales. La de razón

razonada, si contienen diversos conceptos objetivos y diversas razones

formales, como sucede en “racional” y “sensible”; de razón razonante cuando

coinciden en el mismo concepto objetivo pero presentan distinta razón formal,

como en “Pedro es igual a sí mismo”.

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XXXIV

DIVERSO. DIFERENTE

En sentido propio, diverso se dice de aquellos que al distinguirse, en nada

convienen; así, los géneros supremos y las diferencias laterales. A veces lo

diverso se toma también como distinto y en sentido amplio, igual a diferente.

Entonces toda diferencia produce lo diverso. Pero lo diferente pide convenir en

algo y diferir en algo, pues no hay diferencia sin conveniencia y sólo convienen

los que de alguna manera son. Según los casos, pues, puede ocurrir que los

diferentes convengan en la especie y entonces difieran accidentalmente;

cuando convienen en el género y difieren por la especie, ahí aparece la

diferencia más propia, caso donde se dan una diferencia propia y una

conveniencia propia. De donde se colige que resultan excluidos los análogos y

equívocos; en éstos porque no hay conveniencia en lo real sino sólo en el

nombre; y los análogos, las más de las veces dicen conceptos objetivos o

razones formales enteramente distintos.

DIFERIR ENTRE PREDICAMENTOS

Toda esta disertación se concentra en una pregunta: ¿las cosas de diversos

predicamentos difieren entre sí? “Hombre” y “blancura” difieren por el género y

consecuentemente también por la especie; sin embargo, se duda que puedan

diferir de manera propia, porque tampoco convienen propiamente en algo real;

así a lo más, puede pensarse en una diferencia impropia en cosas de diversos

predicamentos. En cambio, en los predicados de segunda intención sí pueden

diferir propiamente, ya que convienen propiamente, esto es, convienen en la

intención “género” y en la razón de “predicamento”. En resumidas cuentas, las

cosas de primera intención se dirán más bien diversas que diferentes.

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XXXV

Entonces, “distinto” puede decirse de lo diverso y lo diferente, ya que éstos

conllevan siempre distinción.

De toda esta revisión se extraen algunas categorías de la diferenciación;

para el caso de “no lo mismo”, en tanto negativo, contradictorio, nada pone;

“distinto”, añade o supone la existencia; “lo diverso” excluye diferencia común

y, por último, “lo diferente” exige alguna conveniencia entre los que difieren.

Una aclaración más. Se puede diferir de modo positivo o negativo; según el

primero, cuando lo diferenciado se encuentra en los miembros que difieren,

como en Pedro que difiere por el color de Pablo, pues a ambos pertenece lo

“coloreado”; cuando no se da en alguno, como la razón que no existe en el

caballo y por la que “hombre” difiere de aquél, da origen al diferir de forma

negativa.

DISTINCIÓN Y DIVISIÓN

Como en la totalidad de la exposición, cada punto o tema es abordado en

conexión al objeto de la dialéctica; aquí se diserta sobre la distinción y división,

pero en su aplicación a los predicables. Ante todo, distinción y división no son lo

mismo, aunque la división lleve consigo la distinción, que se actualiza entre los

miembros dividentes; la división tiene cabida entre lo dividido y los mismos

miembros; por eso la división es anterior a la distinción, lo cual significa que

donde quiera que se dé la división se da la distinción; pero no ocurre lo

contrario: la distinción no exige necesariamente la división; por ello la distinción

abarca mucho más que la división.

Como la división es de uno en muchos y el ser es uno acontece de cuatro

modos, a saber: 1) por el número, 2) por la especie, 3) por el género, y 4) por

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XXXVI

analogía, así del mismo modo la división sucede de cuatro modos: 1) del

continuo en sus partes, 2) de la especie en individuos, 3) del género en

especies, y 4) del análogo en los analogados.

Además, hay que reconocer una división real y otra de razón, por cierto no

coincidentes con las distinciones real y de razón. Dase división real cuando se

parte el continuo. Lo que es uno por la especie, por el género o por la analogía

sólo se divide por razón, así “animal” se divide en especies, pero cada una de

ellas es “animal”, por tanto, se trata de una división de razón; y sin embargo, la

distinción entre ellos es real. Se ofrece como explicación que el género “animal”

sólo se toma como un “uno” por la razón, de modo que sus partes se toman

igualmente como tales, sólo por la razón.

Mercado comenta que el lugar más apropiado para la doctrina sobre la

distinción y división es precisamente éste, pues la diferencia es la raíz de toda

oposición y ésta, de toda distinción y división. Con ello se satisface el cometido

de haber expuesto lo concerniente al modo de saber, objeto de la dialéctica, en

lo que respecta a la definición y a la división.

La segunda argumentación impugna que en un individuo sólo se acepte una

diferencia común entre su estado de infancia y de mayoría de edad, ya que el

cuerpo, parte esencial, es totalmente distinto.

Con ocasión de la respuesta, nuevamente aparecen las limitaciones de la

observación empírica de la época en el campo de la astronomía y la biología; no

obstante, permanece incólume la coherencia de pensamiento en la lógica y

ontología de esta escuela; esto es, resulta comprensible haber estipulado

conclusiones falsas a partir de premisas aún no comprobadas, como en el caso

de la incorruptibilidad de los cuerpos celestes, pero la coherencia formal

permanece igualmente firme.

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XXXVII

Inicia con la observación de que la identidad de cualquier cosa queda

condicionada a su naturaleza; de una forma ocurrirá en los seres corruptibles y

de otra, en los incorruptibles; como de un modo en lo sucesivo y de otro en lo

permanente. Según eso, las naturalezas per se, tanto de los seres corruptibles

como incorruptibles, independientemente de los individuos, siempre

permanecen igual; lo que cambia o se corrompe en los primeros, son los

individuos: de donde se desprende que los universales son incorruptibles. El

planteamiento, pues, excluye a los incorruptibles, las sustancias abstractas y las

estrellas, ya que “tantas cuantas constituyó la causa primera desde el principio

perseveran totalmente las mismas”. (22va) El problema entonces se

circunscribe a las cosas sublunares: ¿cómo pueden seguir siendo los mismos

estos individuos que sufren tantas mutaciones? Pero se delimita el alcance de la

pregunta y se atiende sólo a los animales.

Mercado inserta una descripción sobre las fuerzas que intervienen en la

asimilación de los alimentos, el crecimiento del cuerpo y similares, muy a tono

con los conocimientos de su época; en dicho pasaje, hasta el manejo del

discurso resulta atractivo, pues aun en su versión latina parecen escucharse los

bien balanceados períodos del español del siglo de oro. Parece más pertinente

no incluir su resumen, sino dejar hablar al texto por sí mismo; la respuesta

concisa se cifra en dos razones: la primera, que el cambio se opera en forma

lenta y gradual, no instantánea, y la otra, advertir que el individuo niño y viejo

no son el mismo hombre a un mismo tiempo, es decir, la verdadera diferencia

exige que ambos extremos existan al mismo tiempo, puesto que la diferencia es

relación. En conclusión, Platón joven no es propiamente, ni del todo el mismo

que cuando niño, pero tampoco difiere propiamente, sino sólo con diferencias

común y en sentido amplio.

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XXXVIII

En tercer lugar se rechaza que la diferencia común y la propia hagan lo

diverso, pues los predicamentos, como ejemplo, son de por sí diversos y sin

embargo, no difieren con diferencia propia o común.

Se soluciona al aclarar que si bien aquellas diferencias común y propia

hagan lo diverso, eso no quiere decir que todo diverso resulte de ellas.

La cuarta argumentación objeta el que la diferencia predique en el quale, si

se toma en cuenta que la diferencia debido a ser simplemente simple no puede

ser predicada de la especie compuesta.

La dificultad desaparece si se recuerda que de los tres primeros predicables,

género, especie y diferencia, el único todo actual es la especie, pues el género

sólo es un todo potencial y la diferencia podría calificarse como un todo

confuso. Así entonces, la diferencia “racional” al menos en forma confusa se

aplica a toda la naturaleza específica, incluye en confuso lo que esencialmente

es dicha naturaleza, y así contiene a “animal” y a “hombre”. Por lo tanto, sí

puede ser predicada no sólo en lo que formalmente es (como predicable que

contrae al género y determina una especie) sino lo que incluye en confuso.

Todo ello permite afinar la noción de la diferencia como la que actualiza y

cumple, dado que en realidad es un acto y no una potencia.

La objeción quinta estipula que la diferencia al estar fuera del género debe

tomarse como sustancia, ya que por otro lado, no puede ser accidente y según

ello, como la carga predicable le llega desde los géneros debe concluirse, por

ejemplo, que la diferencia “racional” incluya formalmente a “animal”, hasta

decir “hombre formalmente es animal” y “hombre es formalmente racional”, así

que lo racional formalmente es animal, puesto que los que son iguales a un

tercero se identifican entre sí.

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XXXIX

Para su solución hace notar que la diferencia es simple e irresoluble y

además que el ser no entra en composición con los diversos elementos, sino

que es lo mismo que ellos, como ente o ser en lo racional es lo mismo racional;

de manera que el ente no es un género contraído por la diferencia, sino

compete inmediatamente a las diferencias. Entonces, se acepta que lo racional

es sustancia como no pueda ser accidente y se rechaza se aplique la regla

sobre los iguales a un tercero, puesto que varía la denominación.

El sexto argumento en contra sostiene que las diferencias como irracional e

insensible funcionan sólo como dividentes del género y nada más, pues al ser

negaciones no pueden constituir a la especie.

Efectivamente la respuesta asiente que la diferencia en cuanto acto y forma

es ente y por tanto, algo positivo; por las mismas razones la diferencia se

adecua a la especie y es convertible con ella; de ese modo los términos

negativos no son diferencias ni pueden predicarse esencialmente; no expresan

algo en el ser y por su condición de negativas son más universales que

cualquier especie. Entonces, el recurso a términos de ese tipo obedece al

simple uso y al hecho de resultar difícil captar las diferencias de muchos

singulares, con frecuencia, imposible.

1.3.6. EL PROPIO

COMENTARIO

Explicados y comentados los predicados esenciales, género, especie y

diferencia, se tratan los accidentales que son dos, el propio y el accidente. En

razón de lo cual, antes se aclaran los conceptos. Accidente se toma en dos

sentidos; en cuanto naturaleza opuesta a la naturaleza de sustancia, y así se

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XL

dicen accidentes el color, que a la vez se toma como género, la blancura, como

especie, y lo disgregativo (clase de un color) de la misma, como diferencia; de

otro modo el accidente es considerado en cuanto requiere de un sujeto al cual

se adhiera, en una relación ya de inherencia exclusiva, esto es, cuando el

accidente se adjudica sólo a ese sujeto y no a otro, y entonces es el accidente

propio, el cuarto de los predicables, o bien, en una relación de inherencia no

exclusiva, como accidente común a varios sujetos, correspondiente al quinto de

los predicables, llamado simplemente accidente.

Se anteponen cuatro modos en que se dice propio:

1) Compete a todo individuo, pero no a una sola especie, sino a otras,

por ejemplo, el tener dos pies;

2) Compete no a todo individuo, pero sí a la sola especie, como poder

ser médico, para la especie hombre.

3) Compete a todo individuo aunque no siempre y a la sola especie, por

ejemplo, encanecer (a la especie humana).

Aquí se intercala otro excursus pintoresco sobre la causa de la

canicie: la corrupción del húmedo radical del cerebro, que por cierto

en el hombre se encuentra en gran cantidad, porque en su cerebro se

realizan las operaciones intelectuales.

4) Compete a todo individuo, siempre y a una sola especie, como lo

risible del hombre. Es este el modo de propio correspondiente al

cuarto de los predicables. En el ejemplo, el sentido de risible se

refiere a la capacidad o potencia, no al acto de reír.

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XLI

Al final de cuentas Mercado prefiere la definición de propio propuesta por

Aristóteles: el predicable que no expresa el ser (quid) de la cosa y que se

encuentra en una sola (especie) de la que se predica convertiblemente. La

razón de preferirla como definición más apta arranca de su brevedad y

sencillez; sobre todo con su segunda parte, “se predica convertiblemente”,

mediante la cual exige que convenga a la “sola”, “toda” y “siempre”. En otros

términos, esta definición, según Mercado, podría quedar: el propio es un

universal accidente que per se tanto se encuentra en muchos como se predica

accidentalmente. Con la última parte de la definición se excluyen los tres

primeros predicables y con la primera se le distingue del quinto; éste no se

encuentra ni se predica per se, sino sólo contingentemente. Termina este

comentario con otros ejemplos de propio en la especie hombre, así el ser

disciplinable y admirativo.

SOBRE LA VERDAD DEL TEXTO

Se expresan cuatro argumentos contra lo ya expuesto sobre el cuarto

predicable. El primero de ellos nota la alteración del orden común de

exposición, pues antes de haber definido el propio se procedió a dividirlo. A

esto se responde con aquel axioma ya mencionado y puesto en práctica, según

el cual todo equívoco exige sea primero dividido para convertirlo así en

susceptible de definición.

El segundo argumento alega que si el propio dimana de los principios

sustanciales, entonces es sustancia, y en tal caso, o es especie o género o

diferencia; no acepta que el propio sea accidente. Al responder se advierte, en

primer término, que tener propio no sólo compete a la sustancia, sino también

a los accidentes; del mismo modo se hace necesario distinguir los sentidos de

los términos, pues con mayor atingencia se dice que el propio deriva de los

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XLII

principios sustanciales, más que constituirse o estar hecho de los principios,

pues esta expresión únicamente tendría validez si por “hacerse de algo” se

entendiese no una composición esencial, sino sólo la materia de la cual algo se

extrae, así, por ejemplo, la madera de la que se saca una escultura; en donde

resulta accidente la madera respecto de la escultura, pues podría haber sido

elaborada con otro material. Para Mercado reviste mayor dificultad la

confirmación del argumento, al cuestionar la caracterización del propio “ser

bípede” correspondiente al hombre como accidente, ya que el cuerpo es parte

esencial. Mercado cree que el tener dos pies, este número de pies en el

hombre, parece accidente.

La tercera objeción niega que el propio sea universal, por no tener

singulares. Esto se rebate fácilmente al comprobar que el propio, conforme se

ha explicado, tiene como sujetos a todos los singulares de la misma especie.

En cuarto lugar se objeta que el propio provenga de la naturaleza, pues ésta

no puede ser causa de las pasiones. La respuesta aclara que en ningún

momento se había propuesto a la naturaleza como causa; nada más el

originarse del propio de los principios naturales; y si de algún modo pudiera

tomarse a la naturaleza como causa, ciertamente nunca a la manera de

causalidad eficiente.

1.3.7. EL ACCIDENTE

Conforme ha ido avanzando la exposición sobre los predicables, ha ido

disminuyendo tanto la amplitud o extensión del discurso como el rigor del

sistema expositivo. Para este apartado sobre el último de los predicables ya

sólo acompaña al texto de Porfirio el comentario de Mercado; en forma sucinta

explica y da cuenta de los argumentos en contra. Probablemente esto se deba

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XLIII

a dos motivos principales: uno, haber expuesto la mayor parte de la doctrina

sobre los predicables; y el otro, cumplir con el propósito de reducir al máximo

las cuestiones para no caer en lo farragoso de los escritores anteriores a la

renovación escolástica.

Por principio de cuentas, como lo hizo en el apartado anterior, refuerza la

distinción entre accidente como categoría predicamental opuesta a la de

sustancia y accidente como predicable, cuyo papel expresa una relación

accidental con el sujeto del cual se predica. Así, las notas características de este

último son dos: a) expresa una adherencia accidental; y b) se predica no per se

como el propio, sino per accidens. Con la primera se distingue de los tres

primeros predicables y con la segunda, del cuarto. El que el propio se predique

per se y el accidente per accidens, parece justificarse en la diferente

procedencia de ambos, pues, según se ha dicho, el propio dimana de los

principios de la naturaleza y, en cambio, el accidente, de los principios del

individuo y causas que los determinan. Por tal motivo, cabe decir que el propio

atiende primero a la especie y después por medio de ella al individuo, como se

dice de Pedro que es risible porque “antes” es hombre; y en cambio en el

accidente, primero se aplica al individuo y sólo a través de él a la especie, así

del hombre se puede decir que es alto o bajo, porque Pedro es alto o bajo.

A continuación se expone y resuelven las dificultades contra las definiciones

de accidente propuestas por Porfirio, dado que alguna se presta a confusión,

Mercado esclarece su sentido y corrige interpretaciones falseadas de términos

de las restantes.

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XLIV

1.3.8. CUESTIÓN ÚLTIMA. SI SÓLO SE DEN CINCO PREDICABLES

En este último apartado se responde a propuestas de mayor o menor número

de predicables a los cinco tradicionales. Como observación inicial, Mercado

opina sobre el lugar en que debe discutirse esta cuestión, pues algunos la

adelantaban en el exordio a los predicables y él juzga más pertinente se dirima

al final de la exposición y discusión.

Como punto medular se retoma el afán de rebatir la tesis nominalista. Si

esta escuela fundamenta su aserto de que los predicables solamente son

nombres y de ninguna manera las cosas significadas en una apreciación de la

predicación como la mera imposición de un hombre, habrá que exigirle

responda satisfactoriamente a algunas dificultades; por ejemplo, cómo pueda

dar razón de la predicación esencial quiditativa del género y de la especie con la

reducción de los predicables a puros nombres, cuando éstos únicamente

alcanzan el rango de accidentes, esto es, no se ve cómo pueda lo accidental

contener lo esencial quiditativo. Quedarían también sin explicación posible

muchas características de los predicables; no sería constatada la naturaleza

universal del predicable, como lo que existe en muchos, en la pura voz o

nombre, pues éstos se reducen a la vibración del aire o a la tinta. Como

tampoco las puras voces pueden ejercer funciones propias del género en

cuanto todo potencial, o funciones de la especie que dividen al género o las de

la diferencia que lo contraen.

Se requiere, por tanto, esclarecer el papel de los nombres o voces en el

proceso de la predicación. Se tiene que tomar en cuenta que en el sentido más

restringido son las cosas las que se predican; los nombres pueden predicarse

como signos, probablemente conforme ahora manejamos metalenguajes o

como instrumentos de predicación, aquello con lo que se predica; sin embargo,

con mayor exactitud sugiere Mercado se conciba a las voces o nombres como lo

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XLV

que significa a las cosas al sustituirlas o suplirlas. De donde es viable distinguir

dos modos de predicación, uno el de la predicación activa y otro de una

predicación pasiva. Las voces intervienen en la activa, puesto que los humanos

al predicar se valen de ellas instrumentalmente, surgen de la voluntad del

hombre y no provienen de las cosas; en cambio la predicación pasiva, acontece

de parte de las cosas. Por tanto, “predicable” es aquello que se predica o es

predicado, no lo que predica. Mediante una nomenclatura muy de esta época,

son las cosas las “significadas” y no las voces; a éstas compete el título de

“significantes”. A las voces, pues, no les toca ser significadas sino significar, o lo

que es lo mismo, no les compete ser predicado sino predicar. Entonces, el

sentido de “predicables” o predicados no les viene de alguna predicación activa,

sino de la pasiva, por la que las cosas son predicadas; en otras palabras, el

“predicable” tiene que ver con “lo que” es alcanzado por la predicación, no con

aquello “mediante el cual” es efectuada. Textualmente dice Mercado: “el

predicable es justamente lo que debe predicarse, pues no dice sólo la potencia

y la aptitud, sino también la exigencia y la necesidad respecto del sujeto”. En

atención a lo expuesto el predicable y el predicado poco más o menos coinciden

y difieren como difiere la misma cosa en potencia y en acto. Hay que destacar

la importancia del sujeto al que afecta la predicación pues los predicados se

dicen de los sujetos, dan a conocerlos, y en esto consiste el objetivo de la

predicación. De aquí se colige la conveniencia de procurar, sobre todo, la

predicación afirmativa. Pues la negativa –a veces, la única a nuestro alcance-

sólo dice lo que no es el sujeto. En toda predicación afirmativa se busca que el

predicado exprese algún grado en el ser.

A estas alturas ya es posible descartar del número de los predicables al ente

y sus propiedades, pues según se estipuló se trata de la predicación unívoca y

no de la análoga, como la del ente, que es análogo, ya que los términos de esta

clase no expresan una razón común sino múltiple.

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XLVI

En conclusión, después de las advertencias y aclaraciones diseminadas en

todo el comentario se demuestra que lo que se predica de un sujeto o atañe a

su naturaleza o quididad bajo tres posibilidades, como actual e íntegra a la que

llamamos 1) especie; como material y parcial, es el 2) género; como

determinada formalmente, es 3) la diferencia; o bien, le atañe de manera

accidental y entonces, si le proviene de la misma naturaleza, es el 4) propio, o

si de otra fuente (los principios individuales) y es el 5) el accidente.

Otra razón estriba en que sólo estos cinco sustentan el carácter de

predicables propiamente universales, pues como tales son una naturaleza

común a muchos, que más y más contraída va siendo aplicada en forma

descendente a los singulares; lo que sólo se lleva a cabo a través de los cinco

predicables propuestos.

Por último, una aclaración más. Para evitar posibles confusiones, Mercado

insiste en que todo lo discutido en sus comentarios se circunscribe

exclusivamente a la predicación o composición de orden lógico y metafísico, de

ninguna manera se contempla la predicación o composición de partes físicas.

Queda así establecido que la doctrina sobre los predicables se justifica desde la

preocupación por demostrar la íntima conexión que guardan con el sustrato

ontológico de los predicamentos. “En, el predicamento, afirma Mercado, se

disponen cada uno de los predicables”. De tal conexión, únicamente resultan

cinco maneras de constituirse los predicables: los tres primeros, al ser

contemplado cada uno de los predicamentos en forma particular y los dos

restantes si se predica alguna cosa de un predicamento respecto de la cosa de

algún otro.

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XLVII

1.4. LOS COMENTARIOS DE TOMÁS DE MERCADO Y LA LÓGICA

1.4.1. TEMAS DE LÓGICA ESCOLASTICA SUBRAYADOS POR MERCADO

Del conjunto de temas de lógica escolástica desarrollados en estos comentarios

pueden mencionarse algunos de especial interés.

No debe perderse de vista la reacción antinominalista de la Escolástica del

siglo de oro español como una de las causas de su resurgimiento. La constante

alusión a esta escuela se vuelve una especie de lugar común, en tanto

expresión de una actitud habitual ante la preocupación reinante en el ámbito de

las discusiones doctrinales. Contrarrestar los efectos de este nominalismo y

continuar el espíritu de la contrarreforma parecen ser móviles decisivos del

apuntalamiento del sistema doctrinal escolástico depurado y pertrechado en el

bastión de la metafísica.

Para ellos, la revisión de la enseñanza de la filosofía, no sólo opera en la

renovación de procedimientos didácticos sino en la depuración y profundización

de los contenidos. (Probablemente la filosofía escolástica de los s.s. XVI y XVII

represente una de las etapas más ilustres de su historia).

En la misma explicación de los predicables sobresalen temas que pueden

considerarse clásicos en la Lógica escolástica.

Desde la misma concepción de la Lógica como ciencia no sólo “de uso” sino

también como “ciencia que enseña”, se evidencia un esfuerzo revisionista que

intenta corregir la concepción puramente instrumental, propedéutica de la

Lógica para atribuirle el valor de ciencia filosófica. Como tal, plantea y resuelva

problemas filosóficos. Buena prueba de ello aparece en la pregunta inicial,

presente en toda la discusión: ¿qué responde en la realidad a los predicables?

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XLVIII

Es decir, el conocimiento de los predicables no termina en un simple ejercicio

mental para organizar ciertas categorías, ni representa únicamente un intento

clasificatorio más o menos atinado, sino que al final de cuentas se cuestiona la

realidad profunda de los conjuntos de seres. El comentario de Mercado

responde lúcidamente a esta cuestión inicial, y al mismo tiempo consigue

demostrar la coherencia entre la doctrina de los predicables y la de los

predicamentos, entre Lógica y Ontología.

Otra muestra de la reflexión filosófica ejercida desde la misma lógica se

manifiesta en la preocupación por conectar los campos del conocer y del ser.

Una vez más la estrecha relación entre Lógica y Ontología, en la doctrina sobre

los predicables en íntima conexión a los modos del saber humano. Aquellos, en

tanto provenientes de lo real, norman la actividad cognitiva, establecen pautas

para el manejo de la definición, división y argumentación. Dicho de otro modo,

se tiene que operar desde la adecuación entre los objetos por conocer y la

facultad cognitiva, como puente entre los modos de ser y la captación de su

calidad de predicables en el accionar mismo de los modos de saber. Esta

convicción les lleva a sostener sin reticencia la correspondencia entre la Lógica

y Ontología; por lo mismo, consideran obvio que toda predicación se funde en

el ser.

Por otra parte, la insistencia en el carácter científico de la Lógica les permite

salir bien librados del peligro, por ello advertido, de caer en un psicologismo;

Mercado deslinda con claridad aquello que toca el tratado del alma de lo

estrictamente propio de la Lógica. Desde esta perspectiva se demuestra que el

objeto formal de la Lógica son los modos del saber humano más que las

operaciones mentales. Concebida así la Lógica, a saber, como ciencia de la

demostración y enfocada a la argumentación, de acuerdo a la concepción

actual, forma parte de la filosofía, no se reduce a simple instrumento y menos a

sólo una disciplina de carácter didáctico-propedéutico.

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XLIX

Un tema tratado con amplitud es el de la predicación. No podía ser de otra

manera si precisamente el punto en cuestión gira en torno a los predicables.

Salta a la vista la consigna de dar cohesión los diversos temas. Si se diserta

sobre los predicables se debe abundar en la predicación, dado que predicar y

definir recorren caminos similares. Las diferentes formas de predicar provienen

de las diversas correspondencias o respectos de los predicables; las habrá más

adecuadas o felices según el camino que recorran entre estos predicables y en

atención al cumplimiento de ciertos requisitos. En todo el comentario se van

diseminando enseñanzas sobre la predicación, aún en la última cuestión relativa

al número de predicables, donde se redondea este tema con la distinción entre

predicación activa y pasiva que acaba de iluminar el panorama. Asimismo, la

práctica de la predicación es ejercitada en repetidas ocasiones, cuando alguna

de las definiciones ocurrentes así lo requiere, ya en su exposición ya en su

defensa al resolver las objeciones en contra; en forma más acuciosa cuando

revisa los casos resultantes de combinaciones de predicación en diversas

direcciones, de superior a inferior, en línea vertical o en sentido inverso, así

como en otras direcciones.

Se advierte una especie de virtuosismo o exceso en la revisión minuciosa del

punto en cuestión, como en otros pasajes; así, cuando se expone el predicable

“diferencia”, donde se redobla el esfuerzo por distinguir hasta el detalle cada

uno de los términos usuales relacionados con ella “distinto”, “diverso”,

“diferente”. Todo con el fin de apuntalar la doctrina sobre la diferencia que, a

su vez, da pie a la doctrina de la división.

Otros rasgos de la Lógica escolástica se ventilan a través de categorías y

expresiones que condensan su concepción. “Primera intención”, “segunda

intención”, ser real y ser de razón, distinción y división reales y de razón. Estas

categorías de inteligibilidad y otros postulados, como la diferencia entre esencia

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y existencia, constitución de materia y forma, la potencia y el acto, confieren a

esta escuela una versatilidad ventajosa para la propuesta de soluciones a

muchos problemas. En todo ello es patente el propósito conciliador entre

opiniones antagónicas, para el caso de los predicables, entre realismo

exagerado y nominalismo.

1.4.2. COINCIDENCIAS CON PREOCUPACIONES DE LA LÓGICA ACTUAL

Los estudios sobre filosofía novohispana, cada vez más numerosos, parecen

incluir entre sus cometidos defender su actualidad y vigencia. Se alcance o no

dicho propósito, la verdad en cada etapa del pensamiento tiene valores propios

a prueba de juicios positivos o negativos provenientes de otras épocas o

perspectivas. Desde luego que esos valores pueden obtener mayor brillo si su

vigencia en etapas posteriores es corroborada. Para el caso de la filosofía

aristotélico-tomista no sería aventurado afirmar que algunos de sus

descubrimientos permanecen vigentes en el campo especulativo y práctico de

nuestro siglo. En lo que concierne al campo de la Lógica pueden señalarse

algunos ejemplos.

Una característica común en la Lógica de los ss. XVI-XVII y en la del s. XX

es la búsqueda de precisión y coherencia formal. En ocasiones, según se ha

mencionado en la condensación temática, hasta parece exagerarse la nota;

recuérdese la insistente revisión de diferencias y relaciones entre cada uno de

los predicables, ya en su “quididad”, ya en su forma de predicar. Un caso, el del

género concebido como un todo potencial, pues “contiene en potencia la parte

más importante de la especie, o sea, la diferencia”, (10ra) por lo mismo, “el

género es toda la naturaleza de la especie, aunque parte la contenga en acto y

parte en potencia”, en palabras textuales de Mercado. La coherencia formal es

reconocible también, tanto en la sistematización general de los temas de lógica

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ocurrentes en la exposición de los predicables, así en la íntima conexión entre

objeto de la Lógica y esos predicables, conectados, a su vez, con la disposición

predicamental, como en el exhaustivo análisis de los casos a que dan lugar las

diversas relaciones y perspectivas de cada predicable.

Como aportaciones concretas de la Lógica escolástica se menciona la teoría

de las propiedades de los términos, especialmente la suposición, entendida

como la suplantación o suplencia que hace el término de la cosa significada. De

la manera en que se efectúa la suposición resultan las otras propiedades, es

decir, la ampliación, la restricción y la alienación del término.10 Lo relevante de

este punto es su coincidencia con las preocupaciones de la Lógica

cuantificacional. En estos tópicos Mercado logra destacar al grado de proponer

la suposición del término en acusativo, como innovación suya, ya que

Aristóteles sólo se refería a la suposición en caso recto o nominativo.11

Otra coincidencia con las preocupaciones actuales se reconoce en la

doctrina escolástica sobre la predicación accidental, tratada por Mercado en la

exposición del quinto predicable.

Sobre el papel de los comentaristas, debe reconocerse que además de

seleccionar los textos y explicarlos con claridad y fidelidad, en ocasiones les

brindaba la oportunidad de arriesgar sus propias aportaciones. En la obra en

cuestión puede tomarse la definición propuesta por Mercado para el cuarto

predicable como de cosecha personal, aunque a partir de la aristotélica que

considera más afortunada si es comparada con la de Porfirio. Aristóteles define

el propio como “el predicable que no expresa el ser (quid) de la cosa y que se

encuentra en una sola (especie) de la que se predica convertiblemente. “El

10 Ver Beuchot, Mauricio, “La semántica en la Lógica de Tomás de Mercado”, Crítica, vol. XIV,

Num. 42, México, diciembre, 1982, p. 49 y ss. 11 Del mismo autor ver “La Lógica material o dialéctica (1571) de Tomás de Mercado”, Palabra,

Num. 2-3, Universidad de Guadalajara, 1986. pp. 76-88

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comentarista da la suya: “el propio es un universal accidente per se que tanto

se encuentra en muchos como se predica accidentalmente.” (24vb)

1.5.1. PRESUPUESTOS IDEOLÓGICOS

Sin llegar al estilo apologético, es reconocible en las obras de este período de la

Escolástica, un espíritu de contraofensiva ante los embates del empirismo

nominalista y de la Reforma. El menoscabo paulatino de la cosmovisión

teocéntrica medieval amenazaba no sólo el mundo de la religión sino también la

realidad metafísica al aceptar exclusivamente el valor de lo individual concreto.

De ahí la insistencia en la depuración y actualización del sistema aristotélico

tomista, la revitalización de algunos de sus presupuestos, entre otros, la

existencia de un orden universal preestablecido –del que la reflexión filosófica

debe dar cuenta- y la consecuente perspectiva de una concepción vertical. En el

comentario de Mercado aparecen con frecuencia vestigios de este modo de

pensar, como cuando propone ejemplos de los seres de razón: “El poder del

príncipe y la facultad del prelado y la jurisdicción son entes de razón, y causa a

su modo de muchos efectos reales.” (4vb)

En esta Escolástica, para salvar el riesgo de caer en discursos contingentes

o movedizos, se conforma una plataforma de consistente estructura racional

capaz de sostener hasta los esfuerzos de explicación racional en la teología,

razón por la cual ésta ha sido caracterizada como “ontoteología”. Baste como

muestra aquel pasaje del comentario de Mercado donde explica los objetos

material y formal: “El objeto material de la teología es Dios, el formal, la verdad

primera”. (2ra)

Subyace en todo ello el anhelo de encontrar un margen de seguridad en pos

de alcanzar el ideal de llegar a verdades definitivas, incontestables. La

plataforma se constituía ante todo en el nivel de la ontología, como parece serlo

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en cualquier sistema, por lo cual todo debería ser congruente con ella; aquí se

ha comprobado a propósito de los predicables donde es notoria la trabazón

Lógica-Ontología.

Rigidez obsesiva o coherencia en grado superlativo, el caso es que pocos

sistemas ofrecen estas características. En un balance imparcial sería difícil

constatar mayor peso en los desaciertos que en los logros obtenidos por esta

escuela. Sin embargo, con ocasión de la exposición de los predicables habrá

que reconocer errores y limitaciones.

1.5.2. LIMITACIONES.

La limitación en la observación empírica por falta de instrumentos apropiados

les llevó a pronunciamientos erróneos sobre el mundo sideral. La

incorruptibilidad de los cuerpos celestes; considerar a cada uno de ellos una

especie individual distinta y al mismo tiempo, estimarla como prototipo de

especie ya que las especies con muchos individuos son un caso accidental al

grado de marcar una línea divisoria entre lo supra y sublunar como línea que

separa lo corruptible de lo incorruptible, de lo generable e ingenerable, son

desaciertos notables.

Por analogía se sostiene asímismo, la parcial incorruptibilidad

(¿indivisibilidad?) de elementos como el aire y el fuego que por tal propiedad

sólo pueden ser parcialmente multiplicados por la naturaleza.

Otra zona en la que proliferan desaciertos, imputables también a la carencia

de medios de observación, va condicionada al poco desarrollo de la ciencia

natural. Los juicios sobre procesos fisiológicos o fenómenos biológicos no

superan el nivel de la conjetura. No sólo de valor anecdótico, sino en verdad

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resulta interesante la descripción de Mercado sobre el “radical húmedo”, un

componente fisiológico, “que no es accidente como el calor, sino corpulento, el

mismo que la misma carne y huesos en cuanto húmedos.” (22va) Interesante,

porque puede interpretarse como uno de esos puntos críticos, a la manera de

eslabón o anillo mediante los que se intenta salvar las diferencias entre los

componentes sustanciales, y a la vez, su diferenciación de lo accidental.

Probablemente se quiera salvaguardar con este tipo de expresiones el papel de

la forma sustancial en el hombre como principio vital, presente en cualquier

partícula corporal.

Cierto que tales desaciertos no afectan mayormente la doctrina

estrictamente filosófica, y para el caso lo concerniente a la Lógica. Sin

embargo, aun independientemente de la aceptación o rechazo de la escuela

aristotélico-tomista, hay que señalar las imprecisiones. Circunscritos a los

comentarios a la Eisagoge de Porfirio, no parecen muy convincentes las

asignaciones de diferencias específicas para los animales. Tomar como

diferencia específica del caballo lo “relinchable” “o lo rebuznable” para el asno,

deja insatisfecha la espectativa de explicación deseada; no se guarda la debida

proporción entre la diferencia específica del hombre, esto es, entre lo racional y

lo rebuznable, por ejemplo. Casualmente lo relinchable también es tomado

como “propio”, cuarto predicable, respecto del caballo. Pueden señalarse dos

motivos de esta imprecisión: primero, el que Mercado quiere ser consecuente

con la exigencia de que la diferencia específica debe expresar una cualidad

esencial positiva, pues conforme él mismo sostiene, una expresión negativa

como irracional, no satisface ese principio; además, el autor parece estar

condicionado por la dificultad de reconocer en muchos casos las raíces de la

diferenciación –en eso estriba el recurso a expresiones negativas- y por lo que

también sostiene sobre lo indefinible de la diferencia específica en lo tocante a

primera intención.