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Escatología Cristo, el hombre nuevo: «Yo soy la resurrección y la vida» I INTRODUCCIÓN A LA ESCATOLOGÍA 1 Naturaleza de la Escatología a) Sobre su contenido Objeto de estudio en perspectiva cristológica: el Dios revelado por Cristo como consumador (lo “definitivo”). En el Símbolo, artículo cristológico: Et iterum venturus est cum gloria, iudicare vivos et mortuos, cuius regni non erit finis (NC), o inde venturus est iudicare vivos et mortuos (A); y artículo pneumatológico: Et expecto resurrectionem mortuorum, et vitam venturi sæculi (NC), o ...carnis resurrectionem, vitam æternam (A). Punto de partida, la resurrección del Señor (1 Co 15, 14). Aspectos: colectivo e individual; final e intermedio. Temas: muerte, resurrección de los muertos; parusía; juicio personal y universal; vida eterna; cielo e infierno (retribución); purgatorio; esperanza cristiana. En catequesis, las llamadas «postrimerías» (muerte, juicio, cielo, infierno); éstas deben ubicarse, sin embargo, en el más amplio contexto de la autocomunicación de Dios al hombre que tiene una consumación, pero que dinamiza también la vida presente (esperanza). Así, «escatología futura» y «escatología presente»: la salvación en Cristo realizada y prometida, el «ya pero todavía no». b) Sobre el nombre Nombre clásico: De novissimis (Si 7, 40 Vg; Mt 12, 45 Vg). Usado también: De Deo consummatore (Hb 12, 2). Término «Escatología»: Aparece por primera vez con el teólogo luterano Abraham Calov (+1686): Escathologia sacra (tratando muerte, resurrección, juicio y consumación del mundo). Lo usa K.G. Bretschneider en obra de 1805. Pasa al mundo católico en 1807 por obra de F. Oberthür. Se extiende su uso en contexto alemán; de modo más tardío en ámbito francés. Sentido: tratado de las realidades últimas (ta. e;scata) o de lo último (to.n e;scaton).

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Escatología

Cristo, el hombre nuevo: «Yo soy la resurrección y la vida»

I – INTRODUCCIÓN A LA ESCATOLOGÍA

1 – Naturaleza de la Escatología

a) Sobre su contenido

Objeto de estudio en perspectiva cristológica: el Dios revelado por Cristo como

consumador (lo “definitivo”).

En el Símbolo, artículo cristológico: Et iterum venturus est cum gloria, iudicare vivos

et mortuos, cuius regni non erit finis (NC), o inde venturus est iudicare vivos et

mortuos (A); y artículo pneumatológico: Et expecto resurrectionem mortuorum, et

vitam venturi sæculi (NC), o ...carnis resurrectionem, vitam æternam (A).

Punto de partida, la resurrección del Señor (1 Co 15, 14).

Aspectos: colectivo e individual; final e intermedio.

Temas: muerte, resurrección de los muertos; parusía; juicio personal y universal; vida

eterna; cielo e infierno (retribución); purgatorio; esperanza cristiana. En catequesis, las

llamadas «postrimerías» (muerte, juicio, cielo, infierno); éstas deben ubicarse, sin

embargo, en el más amplio contexto de la autocomunicación de Dios al hombre que

tiene una consumación, pero que dinamiza también la vida presente (esperanza). Así,

«escatología futura» y «escatología presente»: la salvación en Cristo realizada y

prometida, el «ya pero todavía no».

b) Sobre el nombre

Nombre clásico: De novissimis (Si 7, 40 Vg; Mt 12, 45 Vg). Usado también: De Deo

consummatore (Hb 12, 2).

Término «Escatología»: Aparece por primera vez con el teólogo luterano Abraham

Calov (+1686): Escathologia sacra (tratando muerte, resurrección, juicio y

consumación del mundo). Lo usa K.G. Bretschneider en obra de 1805. Pasa al mundo

católico en 1807 por obra de F. Oberthür. Se extiende su uso en contexto alemán; de

modo más tardío en ámbito francés.

Sentido: tratado de las realidades últimas (ta. e;scata) o de lo último (to.n e;scaton).

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c) Perspectivas (Rm 8, 18-30)

Teológica: cumplimiento definitivo del designio de Dios.

Cristológica: tensión entre la realización de la salvación en Cristo por su

encarnación/redención y la ulterior recapitulación de todo en él.

Antropológica: dinámica de esperanza que da al hombre la perspectiva en la que ha de

realizar su actividad en el mundo y le plantea el horizonte absoluto de su peregrinar

histórico.

Eclesiológica: La comunidad de los que poseen las primicias del Espíritu y viven bajo

su acción.

Cosmológica: la creación entera involucrada en el proceso salvífico.

2 – Historia de la Escatología como ciencia y su lugar en la Dogmática actual

a) Notas históricas

Primer tratado conocido sobre el tema: San Julián de Toledo, 688 (Prognosticum futuri

sæculi).

Medievo: en las Summæ aparece como el último tratado, ya sea en las que siguen un

esquema histórico-bíblico (Hugo de San Víctor) como en las que siguen un esquema

ideológico (Pedro Abelardo).

Madurez de esquema ideológico: salida-retorno. Al indicar el término que da sentido

a los demás tratados, no es extraño que fuera una dimensión que los atravesara (Santo

Tomás, Summa inconclusa):

o atributos divinos → visión beatífica

o creación → ordenación a consumación (bienaventuranza)

o hombre imagen → destinación a gloria

o moral: oposición via – patria

o ley AT / NT: historia de salvación con consumación

o gracia: incoación de gloria

o Cristo camino, verdad y vida (unión de cristología, soteriología y escatología):

por resurrección ha introducido glorificación

o sacramentos: signos preanunciadores de gloria futura

Colocación: Hugo de San Victor, después de Sacramentos (siendo el último la Unción,

inicia con muerte); Pedro Lombardo lo deja después de Sacramentos, pero siendo el

último matrimonio (incongruencia; pero ya inicia con Parusía). Algunos fuerzan una

justificación (Hugo de San Caro y Ricardo de Fishacre: el matrimonio superado por la

resurrección). Resuelve Guillermo de Auxerre, dejando después de Sacramentos pero

incluyendo introducción cristológica, como en general la mayor parte de los

comentarios a Sentencias. En esta línea, original la Summa de Alejandro de Hales, que

la inserta después de la cristología.

En manuales posteriores queda normalmente hasta el final de la Dogmática.

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b) Lugar en la dogmática actual

En general, se mantiene la costumbre de ubicar el tratado como conclusión de la

Dogmática.

Se insiste en ver lo escatológico como una dimensión que recorre toda la Teología. Se

considera, así, la dimensión escatológica de la historia de la salvación y la ordenación

escatológica de la creación, la tensión escatológica de la Iglesia, la realización

escatológica en María.

Bajo la influencia del existencialismo se da una cierta tendencia a recuperar la

esperanza como condición natural del cristiano en camino y a rescatar la dimensión

presente de la escatología como aparece sobre todo en el Evangelio de Juan.

Los temas propios de la Escatología se quieren ver conectados con la existencia

cristiana (antropología) y con el lugar central de Cristo en toda la Teología

(cristología).

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3 – Doctrina cristiana fundamental sobre Escatología

a) Principales documentos del Magisterio

Documento Contenido

Símbolo Apostólico

Símbolo Niceno-Constantinopolitano (DH 10s; 150)

Regreso de Cristo en gloria

Juicio de vivos y muertos

Resurrección de muertos

Vida de mundo futuro

Fides Damasi (Galias, S. V)

(DH 72)

Resurrección en el cuerpo (carne) en el que

ahora vivimos

Vida eterna o castigo eterno

Símbolo Pseudoatanasiano (Quicumque,

~s. IV-VI)

(DH 76)

Retorno de Cristo

Juicio de vivos y muertos

Resurrección de muertos con sus cuerpos

Rendición de cuentas

Vida eterna y castigo eterno

Concilio II de Orange (529)

(DH 372)

La muerte, secuela del pecado de Adán (Rm 5,

12)

Asamblea de la provincia eclesiástica de

Constantinopla (543)

(DH 411)

Rechazo de doctrina de la apocatástasis

Sínodo XI de Toledo (675)

(DH 540)

Resurrección en el cuerpo con el que vivimos,

existimos y nos movemos

Declaración de León IX (1053)

(DH 684)

Resurrección efectiva del mismo cuerpo

(carne) que ahora portamos

Vida eterna

Concilio IV de Letrán (1215)

(DH 800-801)

Resurrección de todos los hombres con los

cuerpos que tuvieron en la tierra

Castigo o vida eterna, según obras

Inocencio IV, Concilio I de Lyon (1254)

(DH 838-839)

Existencia de un lugar de purificación

Cielo e infierno para las almas antes de la

resurrección de los muertos

Juicio final

Concilio II de Lyon (1274)

(DH 856-859)

Purgatorio

Cielo e infierno para las almas antes de la

resurrección de los muertos

Juicio final

Intercesión por los difuntos

Diferente remuneración

Benedicto XII, Benedictus Deus (1336)

(DH 1000-1002)

Carácter definitivo de la muerte

Purgatorio

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Destino inmediato definitivo: visión inmediata

de Dios y felicidad del alma antes del juicio

final

Infierno

Resurrección de los hombres con sus cuerpos

Juicio final

Concilio Florentino (1439)

(DH 1304-1306)

Purgatorio

Contemplación clara del Dios uno y trino por

parte de las almas de los justos antes del último

día

Diferencia en la retribución (castigos y

contemplación) según los méritos

Concilio V de Letrán (1513)

(DH 1400)

Inmortalidad individual

Concilio de Trento (1563)

(DH 1820)

Existencia de un lugar de purificación

Intercesión por los difuntos

Predicación útil de las realidades escatológicas

Pío V, Condenación de errores de Bayo

(1567)

(DH 1978)

Inmortalidad del hombre en el paraíso como

don de gracia, no como un estado natural

Pío VI, Condena de errores del Sínodo de

Pistoya (1794) (DH 2626)

Toma de posición frente al limbus puerorum

Decreto del Santo Oficio del 21 de julio

de 1944

(DH 3839)

Toma de posición frente al milenarismo

moderado

Concilio Vaticano II (1964) Escatología como dimensión eclesiológica

Congregación para la doctrina de la fe (17 mayo 1979)

Resurrección de los muertos

Resurrección de todo el hombre, extensión de

resurrección de Cristo

Duración y subsistencia del único elemento

espiritual después de la muerte, que consta de

conciencia y voluntad, y que la Iglesia llama

«alma»

Sentido de las oraciones por los difuntos y de

los ritos de inhumación

Manifestación gloriosa de Jesucristo distinta y

aplazada respecto a condición del hombre

inmediatamente después de la muerte

Distinción entre condición del hombre después

de la muerte y Asunción de María (en cuanto

anticipación de glorificación reservada a los

elegidos)

Felicidad eterna, castigo eterno, purificación

previa de elegidos

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b) Catecismo de la Iglesia Católica

Retorno de Cristo en la gloria. CCE 668-677; 680-681.

Juicio de vivos y muertos. CCE 678-679; 682.

Comunión de santos: Iglesia celeste y terrestre. CCE 954-958; 962.

Muerte y resurrección de la carne. CCE 988-1014; 1015-1019;

Vida eterna: juicio, cielo, infierno, purgatorio, cielos nuevos y tierra nueva. CCE 1020-

1050; 1051-1060.

c) Magisterio reciente

JUAN PABLO II, Catequesis: 2 de diciembre de 1998, 26 de mayo de 1999, 2 de junio

de 1999, 7 de julio de 1999, 21 de julio de 1999, 28 de julio de 1999, 4 de agosto de

1999, 11 de agosto de 1999.

BENEDICTO XVI, Carta encíclica sobre la esperanza Cristiana “Spe Salvi”, 30 de

noviembre de 2007.

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II – ESCATOLOGÍA FUNDAMENTAL

4 – Modelos escatológicos

Al hablar aquí de modelos, indicamos sobre todo «tendencias» de autores, que no encontramos

siempre claramente delimitadas.

a) Futurismo desencarnado

Enfoque: Coloca la esperanza cristiana en el futuro, relativizando el dolor y los

cuestionamientos presentes en miras al «más allá» prometido.

Representantes: manuales neoescolásticos.

Valores: claridad doctrinal; reconoce carácter sobrenatural de vida futura.

Límites: tiende a descuidar el compromiso histórico del cristiano; individualista; en

ocasiones pretende una descripción demasiado plástica del conocimiento de las

realidades escatológicas.

Contra él: verticalismo que descuida la incidencia real de la esperanza escatológica en

las acciones y actitudes presentes del cristiano; a nivel epistemológico, límite y

necesidad de hermenéutica de las afirmaciones escatológicas.

b) Presentismo existencialista

Enfoque: Parte del principio epistemológico de la filosofía existencialista de que sólo

conocemos lo que forma parte de nuestra experiencia directa, y de las reflexiones en

torno al hombre como ser para la muerte de Heidegger. Tiende a relativizar el

conocimiento de las realidades escatológicas, pero disponiendo al individuo a una

actitud cristiana fundamental de esperanza a partir del hecho ineludible de la caducidad

y la muerte.

Representantes: Bultmann, Bonhoeffer, teologías de la secularización y de la «muerte

de Dios».

Valores: rescata la dimensión presente de la escatología.

Límites: cierto escepticismo e individualismo.

Contra él: insistencia en el presente que ignora o destruye de hecho todo contenido de

la escatología y la dimensión real del futuro absoluto; a nivel epistemológico, es

necesario afirmar el valor por analogía de las afirmaciones escatológicas.

c) Utopismo pragmático

Enfoque: Ante la acusación a la religión de ser enajenante especialmente por su

doctrina sobre el «más allá», se propone la construcción de un futuro mejor mediante

la lucha contra la pobreza, la opresión y la injusticia, a través de lo cual se pretende

adelantar de alguna manera la realización presente del Reino.

Representantes: Moltmann; teología política y teología de la liberación.

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Valores: acentúa el compromiso cristiano en la historia y su esfuerzo por construir un

mundo mejor, movido por una esperanza real y concreta; destaca el valor comunitario

de la esperanza cristiana.

Límites: horizontalismo que descuida la dimensión trascendente de la esperanza

cristiana; en ocasiones, sacrifica al individuo a favor de la comunidad futura; tiende a

ser sistemáticamente contestatario.

Contra él: es necesario afirmar el valor sobrenatural de la esperanza cristiana y la

dimensión de gratuidad de la obra salvífica; a nivel epistemológico, es necesario evitar

el tomar como punto de partida una lectura ideológica de la realidad, respetando el

principio-revelación.

d) Hacia un modelo cristológico-antropológico

Reconocer la especificidad de un tratado teológico de Escatología sin olvidar la

dimensión escatológica de toda la Teología.

Destacar carácter evangélico del mensaje escatológico.

Destacar contenido teológico del anuncio: Dios prometido como plenitud del hombre

en Cristo.

Rescatar cristocentrismo: la resurrección de los muertos depende del anuncio central

del cristianismo: Cristo ha resucitado; es Él el juez de vivos y muertos; recapitulación

de todo en Cristo. Dimensión soteriológica del anuncio escatológico cristiano.

Rescatar estructuras antropológicas: el «ser para la muerte» del hombre corresponde

al anuncio cristiano del «ser más allá de la muerte». Hombre: todas sus dimensiones.

Destacar virtud de la esperanza y su operatividad en el actuar cotidiano.

Equilibrar la «escatología presente» y la «escatología futura»: reconocer en Cristo el

punto de equilibrio en la tensión entre historia y escatología.

Equilibrar dimensión individual, comunitaria y cósmica del anuncio escatológico

cristiano.

5 – El problema hermenéutico de las afirmaciones escatológicas

Con frecuencia se ha pretendido entender las afirmaciones escatológicas como

descripciones de «lugares» en el más allá. Una visión personalista más matizada ha

buscado hablar de «estados».

La Escatología no ofrece ninguna información previa sobre el más allá o un testimonio

por encima del tiempo y del espacio. Las afirmaciones escatológicas reflejan la

autocomunicación de Dios al hombre que lo llama a una respuesta personal, desde la

perspectiva de su cumplimiento pleno, definitivo y trascendente.

Para ello se utiliza un lenguaje en las coordenadas espacio-temporales características

de la visión histórica. En realidad, ni las descripciones apocalípticas de la Escritura, ni

las afirmaciones eclesiásticas del más allá como «lugares» o como «estados» se

escapan de la necesidad de una conciencia hermenéutica.

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El criterio de interpretación puede ser considerado, en la línea de Rahner y Von

Balthasar, Dios mismo que en Cristo salva al hombre de modo definitivo y se ofrece

como su plenitud.

Rahner: El hombre conoce su futuro definitivo en cuanto conoce a Cristo como

salvador por la revelación divina. Su conocimiento sobre las realidades definitivas no

es una comunicación adicional a la Antropología y Cristología, sino la trasposición de

éstas a su modalidad de cumplimiento absoluto. En éste sentido pertenecen

estrictamente a la revelación, porque ella incluye tal dimensión de cumplimiento1.

Von Balthasar: Dios es nuestro lugar; Él mismo es, en Cristo, las realidades últimas:

como ganado es Cielo; como perdido, Infierno; como examinador, Juicio; como

purificador, Purgatorio2.

Analogía. La posibilidad de estos enunciados parten de experiencias, desde las cuales

se elaboran conceptos y se formula el lenguaje. Los modelos analógicos emplearán

siempre realidades experimentadas (el “cielo” como lo “de arriba”, la “felicidad” como

estado favorable, el “más allá” como expresión de ulterioridades accesibles), pero todo

bajo una perspectiva singular: lo “definitivo”. Hay experiencias de definitividad: la

muerte (presencia/ausencia; de suyo “no experimentable” directamente), la facticidad,

las decisiones. También hay experiencias de “futuro”. La cuestión: percibir cómo todo

reviste un carácter ulterior definitivo, que por supuesto tiene que ver con Dios. Tal es

la nota específicamente escatológica. Desde el punto de vista antropológico: “más allá

de la muerte”, pero no para repetir una cadena, sino atendiendo un punto final después

del cual no hay otro.

Uso analógico permite reconocer el alcance de las figuras utilizadas, así como su

pertinencia. En todo caso es necesario equilibrar la analogía antropológica (felicidad),

la teológica (Dios), la cosmológica (eternidad) y la estrictamente escatológica

(definitividad, ultimidad).

Marco teologal definitivo: la Creación entre lo Protológico y lo Escatológico, siempre

desde la perspectiva de dependencia teológica radical.

1 Cfr. K. RAHNER, «Principios teológicos de la hermenéutica de las declaraciones escatológicas». 2 Cfr. H. U. VON BALTHASAR, «Escatología».

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III – LA BASE DE LA ESCATOLOGÍA CRISTIANA

EN LA SAGRADA ESCRITURA Y EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

A continuación, consideraremos las grandes orientaciones de las ideas escatológicas en la

Sagrada Escritura y en la Tradición en sus distintos momentos. La fundamentación positiva

de cada tema específico será tratada en la sección sistemática.

7 – Escatología bíblica

a) AT: Israel, el pueblo de la promesa

Visión general: Relación estrecha entre ideas escatológicas y la historia salvífica

dispuesta por Dios. Estructura básica de la fe: promesa y cumplimiento, en pacto de

alianza. Así, Israel es el pueblo de la promesa. Dios conduce a su pueblo a la

consumación que él ha planeado, y que al hombre le resulta desconocida.

Los Padres y la Promesa: el contenido de la promesa se realiza en una descendencia

numerosa y una tierra prometida que mana leche y miel (cf. Gn 12, 1-8; Ex 3, 8).

Monarquía: el contenido de la esperanza se especifica con la conciencia de que el

portador de la salvación será de la descendencia davídica (inicio de mesianismo) (cf. 2

Sam 7).

El destierro babilónico y la crisis de la Promesa: con la predicación de los profetas se

opera un cambio en la esperanza escatológica, que se centra ahora en el «día de

Yahveh» que pasa de ser un acontecimiento de cólera (Am 5, 18-20) a un día de

restablecimiento (Am 9, 11-12; Is 13, 6-9), de juicio y salvación (Mal 3, 19-21), en el

que paulatinamente se abre una perspectiva cada vez más universal y cósmica (Is 2, 2-

4). Para el Deuteroisaías, se trata de una esperanza centrada en la renovación total de

la humanidad y del mundo operada por Dios (Is 40, 10; 45, 20-25).

Sapienciales: Bajo la influencia helenista se pasa la atención al individuo, y se abre la

esperanza a la muerte individual superada por Dios (Sab 2, 23; 3, 1-4; Sal 49, 16; 73,

23-26).

Apocalíptica: Esperanza en el establecimiento definitivo de la soberanía de Dios con

la aniquilación de reinos contrarios. Aparece la figura del Hijo del hombre (Dn 7). Se

pasa de la esperanza en un restablecimiento inmediato e inmanente a una liberación

definitiva estrictamente trascendente, a la que se une la visión de una salvación

universal y cósmica. En este contexto aparece la fe en la resurrección de los muertos

(Dn 12, 2; 2 Mac 7, 9-14.23-26).

b) NT: Cristo, plenitud, cumplimiento y consumación

El kerygma incluye ya toda la tensión de la Escatología (1 Co 15). Muerte y

resurrección de Cristo son el evento definitivo de la historia y cumplimiento de las

Escrituras (cf. también 2 Co 1, 20); se espera, a la vez, el retorno definitivo de Cristo,

el Señor.

El Bautista señala a Jesús (Jn 1, 29-34), en quien se cumplen los tiempos mesiánicos

(Mt 11, 4-5). La realidad de la salvación como ya presente y a la vez en proceso en

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desarrollo hacia una ulterior realización es característica de toda la predicación de

Jesús sobre el Reino de Dios (cf. Mc 1, 15). El Reino ha venido con Cristo pero se

consumará cuando el Hijo del hombre aparezca sobre las nubes del cielo. La

inminencia de este Reino se convierte en una exhortación a la conversión, a la vez que

una urgencia a la vigilancia. En el contexto de su predicación, Jesús realiza específicas

afirmaciones escatológicas (resurrección de los muertos, parusía, juicio).

Dichos elementos se mantienen en la óptica propia de cada uno de los Sinópticos: En

Marcos se revela paulatinamente el secreto mesiánico del Hijo del hombre, portador

definitivo de la salvación (Mc 1, 1; 8, 29-30; 15, 39). Mateo reconoce a Cristo presente

en su comunidad, el nuevo destinatario de las promesas (Mt 28, 19-20), y describe el

fresco más completo sobre el juicio fundado en el reconocimiento de Jesús en el

necesitado (Mt 25, 31-46). Lucas reconoce el tiempo nuevo del Espíritu iniciado con

la Pascua de Jesús en Jerusalén, a través del cual Cristo ejerce su señorío y en el que

cunde el anuncio de la misericordia divina (Lc 24, 44-53).

Cartas paulinas: Pablo presenta la presencia de Cristo como la plenitud de los tiempos

(Ga, 4-6) y la muerte y resurrección de Cristo como el punto de referencia definitivo

(Rm 6, 5-11) de una salvación que se realiza paulatinamente (Rm 8, 18-27); novedad

radical a partir del Espíritu; combina una expectación inmediata de algo que viene y

apremia (1 Ts 4, 15) con una descripción apocalíptica de la Parusía (1 Ts 4, 16-17);

conecta la resurrección futura de los muertos con la resurrección de Cristo y realiza

una amplia reflexión sobre el cuerpo del resucitado (1 Co 15). En las cartas tardías, se

destaca el alcance cósmico de la lucha cristiana (Ef 6,12). En las cartas pastorales, sin

problematizarse por la tardanza de la Parusía, se habla de la futura plenitud por la

Epifanía de Cristo (1 Tim 6, 14), vinculada con el Juicio (2 Tim 4, 1.8) y la Vida eterna

(1 Tim 1, 16).

Corpus joánico: El Evangelio presenta la tensión entre una escatología presente y una

escatología futura: la salvación y el juicio se han realizado ya con la presencia de Cristo

(Jn 5, 24), a la vez que se espera el último día (Jn 6, 39-40). El contenido escatológico

es ante todo “vida”, y “vida eterna”. Las Cartas, en polémica antidocetista, ven la lucha

con los anticristos como signo de los tiempos últimos y repiten la necesidad de

permanecer en comunión con la vida divina a través de obras de amor hasta la visión

definitiva de Dios (1 Jn 3, 2). El Apocalipsis da a la realización escatológica un marco

histórico, cósmico y litúrgico del más amplio alcance (Ap 20, 11-21, 5).

La Carta de Santiago considera las pruebas de la vida en orden a la venida definitiva

del Señor y su juicio (St 5, 7-11). La Epístola a los Hebreos mira en la autorrevelación

de Dios en Cristo la entrada de la fase escatológica de la historia (Hb 1, 1-3). La

Segunda Carta de Pedro mantiene la esperanza en los cielos nuevos y la tierra nueva

por encima de la aparente tardanza de la Parusía, pues para Dios el tiempo no es como

para los hombres (2 Pe 3, 4.8.13).

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Escatología

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8 – La conciencia escatológica en la vida eclesial

a) Patrística

Se mantiene del pensamiento bíblico la persuasión originaria de gozar ya los

beneficios de la edad futura. Carta de Bernabé: en el mundo actual malvado que

sobrevive, la presencia de Cristo da el don del Espíritu que nos permite participar ya

en el mundo eterno que iniciará en el futuro próximo. Ignacio de Antioquía: la realidad

presente de la historia, llena del evento escatológico realizado con la venida histórica

de Cristo y la parusía anunciada por los profetas como ya realizada en su muerte y

resurrección (Ad Filad. 9, 2; Ad Fil. 2, 9; Ad Magn. 9, 2).

La tensión hacia la inesperada y repentina parusía del Señor abre el camino desde la

concepción de una escatología cristológica típica del NT a una escatología sobre las

cosas últimas, con un cierto acento sobre la condición retributiva individual del

hombre en el más allá. Clemente: Pedro y Pablo en el momento de su tránsito entraron

en el lugar santo hechos perfectos en la caridad (1 Clem. 5, 4-7; 6, 1; 50, 3). Mismo

acento encontramos en Ignacio de Antioquía (Ad Trall. 13, 3; Martir. Polyc. 17, 1). S.

III, Cipriano: No sólo a los mártires, también a los fieles que han vivido según la fe

pertenece el destino de gloria (Ad Fortunatum de ex. mart. 12, 13). Algunos Padres –

debido, al menos en el caso de Ireneo, a una lucha contra la gnosis, que mira la

resurrección del alma y no del cuerpo– aún aceptando la retribución distinta a justos y

malvados, consideran esta retribución como algo inicial, en espera de la resurrección

final, dejando un lugar especial a los mártires. Ireneo y Tertuliano: los justos en espera

del juicio reciben un «refrigerium interim» (Adv. Marcionem 4, 34). Capadocios,

Epifanio, Cirilo de Alejandría: subrayan inmediata retribución del hombre después de

la muerte.

Perspectiva cristológica mantiene su vigor en el tema de la doble parusía y del

significado del aplazamiento de la segunda. Justino, en el ámbito del diálogo entre

judíos y cristianos: una parusía humilde y una gloriosa (Dial. 14, 8), evidenciando la

relación entre pasión y gloria. Se percibe también cierto milenarismo (Dial. 40; 51; cf.

Carta de Bernabé). La doble parusía plantea el problema de la relación de ambas

parusías en razón del aplazamiento de la segunda. Se suelen dar dos líneas de

explicación: 1) La catástrofe final se aplaza para una nueva creación en la cual el Logos

ya presente y activo como fuerza de la historia se manifestará, y 2) la prolongación del

tiempo de espera para garantizar al hombre la oportunidad de hacer penitencia (Dial.

102, 5; cf. Sim. 9, 5, 1). Si el eje central de la esperanza cristiana es la parusía, el rol

del hombre y su necesidad de expresarse en la historia a través de su libertad es para

los Padres un motivo antropológico ligado íntimamente al cristológico.

El tema de la resurrección deja ver también el ligamen entre tema cristológico y

antropológico. Ignacio (Ad Trall. 9, 2), Clemente (24-26), Ireneo (Adv. Hær. 2, 31, 2):

la resurrección corpórea del hombre es un elemento esencial de la esperanza cristiana

fundada sobre la resurrección de Cristo y su misma encarnación; las dos venidas hacen

ver el paso de la exaltación progresiva del hombre entero considerado también en su

carne, que se hace partícipe de la «aphtharsia» (inmortalidad): eternización del cuerpo

como participación en la gloria de Cristo resucitado.

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Escatología

13

Tendencia espiritualizadora: Orígenes. La imagen tradicional de la parusía tiende a

liberarse de coordenadas espacio-temporales, para ser la manifestación de Cristo a

todos los hombres, no en un lugar determinado sino en cualquier parte. La Parusía se

concibe como la revelación que inicia con la muerte, en la que las almas de los justos

pasan una escuela de prueba en la que se preparan a su destino eterno; también los

pecadores, a través de sufrimientos purificadores temporáneos, serán restituidos a la

condición primigenia. Todos los hombres, recuperados por la disciplina, la persuasión

y la instrucción (De princip. 3, 5, 7), en un movimiento ascencional que tiende a una

reintegración cósmica («apokatastasis»): cumplimiento del señorío divino sobre toda

la creación, sumisión a Cristo y por Cristo al Padre de todas las potencias enemigas (1

Co 15, 25-28) y el inicio de los cielos nuevos y la tierra nueva (Is 66, 22), la unidad de

todas las cosas. Así, la Parusía en su consumación coincide con la resurrección

escatológica de todos los hombres. Se evidencia la importancia de la libertad humana

y el juicio divino como elemento medicinal, que no vence a través de la fuerza

coercitiva del sufrimiento, sino por la persuasión y el triunfo de la verdad en la

conciencia humana (De princip. 3, 5, 7). Nota curiosa (discutida): la visión del cuerpo

glorioso. Juan Crisóstomo: parusía cumplida con la venida del Espíritu (In Io. hom.

75, 1) Cirilo de Jerusalén: el juicio se cumple en lo íntimo de la conciencia (Cat. 15,

25).

Perspectiva histórico-universal. Ireneo: Visión escatológica de la historia

relacionada con el plan unitario de Dios en tensión hacia la recapitulación de toda la

humanidad en Cristo, nuevo Adán (Adv. hær. 5, 23, 2). Cristo, «telos» de la historia

humana y fuerza directriz de todo el proceso (con lo que se ponía en crisis concepción

cíclica del tiempo cósmico). Agustín retoma esta perspectiva (De civ. Dei 12, 21) y con

ella las grandes líneas de la escatología bíblica: en el camino de la historia el mundo

en el cual la realidad visible de la «civitas» terrena es ya la figura del evento invisible

del Reino que viene en la «civitas Dei», tanto el destino del individuo como el del

mundo convergen hacia una meta única, la que culmina en el Dios «todo en todos» (1

Co 15, 28) e en el Amén y el Aleluya. Superando así una visión sectorial, retorna a un

horizonte universal en el que se integra la cristología con la eclesiología y la historia

en una tensión hacia el Christus totus (De civ. Dei 22, 30). El Juicio sobre la historia

se ve como una constante que la atraviesa completamente, casi como una cualidad

suya, realizando así ya la Parusía (De civ. Dei 20, 1). Pero esta parusía inmanente no

quedará siempre invisible: tendrá una manifestación final que hará emerger las cosas

bajo la luz de Cristo. Esta Parusía será a la vez un evento cristológico y eclesiológico

que llevará a su cumplimiento el proceso de la historia de la salvación, constituyendo

su íntimo dinamismo que anima la tensión escatológica (De civ. Dei 22, 30, 1). El libre

arbitrio del hombre será verdaderamente libre liberado del placer de pecar: sábado

eterno, bendición y santificación de Dios (De civ. Dei 22, 30, 4).

Síntesis: Visión universal de la historia salvífica caracterizada por irrupción del eterno

en el tiempo con el evento decisivo y único de la Encarnación. Con ello no se olvida

la perspectiva individual: una aparición paulatina, con una cierta cosificación de los

fines últimos, de la preocupación por la suerte del alma después de la muerte, su

inmortalidad, su estado de espera hasta el juicio universal y la resurrección de los

muertos.

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Escatología

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Algunos autores insisten en señalar un contraste entre la antropología judía y la

helénica; sólo ésta habría generado con su concepción del alma inmortal el problema

del estado intermedio. Los autores más recientes están de acuerdo en señalar que ya en

el mismo pensamiento bíblico se encuentra latente la cuestión del estado del alma entre

la muerte y la parusía.

b) Edad Media

La espiritualidad monástica medieval es la primera prolongación en la nueva realidad

cultural de la tradición patrística sobre la consumación escatológica. Su contemplación

de los misterios de Cristo, en especial la devoción a los misterios de la gloria, indica

su tensión hacia las realidades del cielo y la Jerusalén futura, promoviendo en el

creyente el deseo de habitar en las regiones celestes («in cælestibus habitemus»).

Rasgo peculiar del Medievo es el culto a los muertos, señal notable de la doctrina de

la comunión de los santos, en la cual un lugar especial lo ocupaban siempre los

mártires. Testigo de este rasgo de espiritualidad son las peregrinaciones y, con ellas,

el culto a las reliquias.

La escolástica en sus albores dista mucho de prestar la atención al tema escatológico,

concentrándose más bien sobre las guías temáticas de la creación y la redención. Con

todo, las sentencias aisladas en las que tocó el tema constituyen en general los

elementos temáticos de fondo del esbozo de tratado escatológico en las summæ

posteriores.

Las primeras sistematizaciones, obra de Hugo de San Víctor (+1141) y Pedro

Lombardo (+1168), permiten ver la dificultad de evidenciar en toda su amplitud la

importancia del tema escatológico. Si bien el sentido total de la historia de la salvación

no desaparece, como lo permiten ver las obras de Ruperto de Deutz (+1135) y Joaquín

de Fiore (+1202), lo cierto es que la preocupación escatológica se concentró

fundamentalmente en el individuo, y las discusiones entre voluntaristas e

intelectualistas focalizó la atención en el tema de la visio immediata. De alguna manera

se consideraba al hombre verdadero como su alma.

El redescubrimiento de Aristóteles primero por Guillermo de Auxerres (+1235) y

después por Tomás de Aquino, permitió superar un cierto platonismo en la concepción

antropológica cristiana con la noción del alma como corporis forma. De ello dan

testimonio las grandes summæ del tiempo. Sin embargo, las categorías aristotélicas

de sustancia y accidentes favorecían la cosificación de los contenidos de la esperanza

escatológica.

Precisamente en el resurgimiento del aristotelismo debe ser comprendida la importancia

de la bula Benedictus Deus (1336). El predominio del punto de vista individual y la visión

unitaria en la composición del hombre llevó a algunos a afirmar que el alma, al no ser una

realidad completa, no podía ser objeto de juicio o retribución, sino era sólo un estado

previo de espera a la resurrección y al juicio final. La bula replica con la afirmación de que

para las almas de los que mueren, según su condición de santidad o pecado, se lleva a cabo

inmediatamente una retribución plena. La explicación del lenguaje ocupado debe ubicarse

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Escatología

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dentro del marco de la cristología, más que en una determinada antropología filosófica:

con la ascensión del Señor, Dios es ya accesible al hombre.

c) Época moderna

Al estancamiento que sufrió la escatología en la tarda escolástica la Reforma fue un

intento de cambio con la vuelta a la Escritura y a la tensión apocalíptica. Viendo la

escatología en relación con la cristología y la justificación, desarrolla la conciencia del

cristiano ante la ira y la gracia divinas. A la vez, retoma de la apocalíptica medieval el

valor histórico del combate entre Cristo y Anticristo. Respecto al catolicismo destaca

la retractación luterana ante el purgatorio.

El Concilio de Trento se encuentra condicionado fundamentalmente por las

cuestiones levantadas por la Reforma. El tema escatológico aparece en la doctrina

sobre la justificación y en la del purgatorio, utilizando categorías penalistas propias de

la concepción soteriológica latina propias del bajo medievo.

El Modernismo de orientación racionalista vuelve a la idea del progresivo desarrollo

moral de la humanidad con su visión teleológica y unitaria de la historia, con una fuerte

tendencia a la secularización y al inmanentismo. Más allá de los esfuerzos de Pascal,

Bossuet o Vico, predomina la visión de los sistemas idealistas que desembocan en el

máximo desarrollo del secularismo con el positivismo y el materialismo.

Notable pero fugaz respuesta al modernismo lo constituye la restauración romántica

de la Escuela de Tubinga, que reafirma la unidad de la historia con su dinámica

escatológica en el cuadro de la historia de la salvación. Destaca la contribución de F.A.

Staudenmeier (+1856), quien integrando escatología con eclesiología y cristología

logra superar la perspectiva individualista, recuperando el cuadro histórico universal.

A mediados del siglo XIX, la neoescolástica vuelve a marcar el acento sobre las

concepciones sectoriales de la escatología y la cosificación de sus contenidos.

Excepcional resulta el trabajo de M.J. Scheeben (+1888), que en el marco de su

teología de la encarnación y de la gracia concibe la escatología como una teología de

la transfiguración.

El siglo XX marca un tiempo de fuerte renovación de la escatología, influenciada

primero por la empresa desmitologizadora de Bultmann, que con su acento en la

escatología presente dio paso a una reflexión católica más integrada en la visión

histórico-salvífica sin perder las temáticas sectoriales.

El desarrollo de las ideas escatológicas no debe hacernos descuidar uno de los campos

privilegiados en los que se hace presente la fe de la Iglesia en las realidades últimas: el

campo litúrgico. En especial la celebración de las exequias y el culto a los santos con sus

implicaciones teológicas nos indican una conciencia permanente sobre la fe escatológica

que no ha sido siempre valorada adecuadamente en la reflexión teológica.

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Escatología

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IV – VISIÓN SISTEMÁTICA

9 – La venida del Señor en la gloria: Escatología final

a) Dimensión cristológica

En su apartado cristológico, el Símbolo Niceno-Constantinopolitano presenta a Cristo

como aquel «por quien todo fue hecho». A este punto inicial de la Creación

corresponde el punto final, presente también en el Credo: «y de nuevo vendrá con

gloria para juzgar».

Esta verdad de fe ha conocido un limitado desarrollo en la historia del dogma, pero se

ha mantenido como columna de la doctrina cristiana. Reviste particularmente un

carácter de misterio, pero implica claramente el cristocentrismo de la Creación que

llega a su consumación y la culminación del poder que el Señor ejerce desde la derecha

del Padre. En este sentido, es la irrupción del Reino en plenitud.

1) La revelación de la Parusía

Vocabulario. La fórmula más frecuente en el NT es «el día del Señor», de fuerte eco

veterotestamentario. Se habla también de la «venida del Hijo del hombre». Se suele

favorecer como palabra técnica «parusía», término bíblico de origen helénico, que

indicaba la visita festiva de un soberano (con carácter cultual) o un funcionario de alto

nivel. Aplicado a Cristo el término en los Sinópticos aparece sólo en Mt 24, 3.27.37.39

y en los escritos joánicos en 1 Jn 2, 28; en cambio, los escritos paulinos lo usan

profusamente. En las cartas pastorales es sustituido por la expresión «epifanía».

Contenido central de esta noción es la venida al final de los tiempos de Cristo como

juez definitivo de la humanidad y de la historia. (Cf. en general: Mt 24, 3.27.37.39; 1

Tes 2, 19; 4, 13-18; 3, 13; 5, 23; 2 Tes 2, 1.8; 1 Co 15, 23-28; 2 Pe 3, 4.12). Se trata

del evento que desencadena todo el proceso de consumación.

La fórmula «día del Señor» (cf. 1 Tes 5, 2; 2 Tes 2, 2; 1 Co 5, 5...) es una trasposición

cristológica del «día de Yahveh» (Lc 17, 24; Jn 8, 56) que hace patente la continuidad

intertestamentaria así como la novedad cristológica. Elemento central de este acento

es la idea del juicio escatológico (cf. 1 Co 1, 8; 3, 13; 5, 5; Flp 1, 10; 2, 16; 2 Tim 1,

18...). Se emparenta obviamente con la noción de consumación de la obra salvífica ya

presente (Flp 1, 6; 2 Tim 4, 8) y con su manifestación triunfal (Lc 17, 24) que ha de

ser esperada con expectación gozosa (2 Co 1, 14; Rm 13, 12; Hb 10, 25).

La expresión sinóptica «venida del Hijo del hombre» rescata también un tema

veterotestamentario (Dn 7) evocando igualmente el juicio y subrayando su carácter

glorioso y poderoso. Este testimonio nos permite garantizar la antigüedad del tema,

contra quienes afirman que es invención paulina. Destacan las afirmaciones de los

discursos escatológicos de los Sinópticos (Mt 24, 1-25.46; Mc 13, 1-37; Lc 21, 5-36).

Mc utiliza los recursos estilísticos veterotestamentarios (apocalíptica) para la

descripción de teofanías (cf. Dt 30, 4; Is 13, 10; 34, 4; Zc 2, 10; Dn 7, 13). Mt destaca

la función judicial del Hijo del hombre. Lc lo entiende como el día de la redención

completa y la irrupción definitiva del reinado de Dios.

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Escatología

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Mayor importancia adquiere el término «parusía» en las cartas paulinas, en conexión

con la cristología del Kyrios y la expectativa de un regreso inminente que genera

esperanza por su día (1 Tes 1, 3; 2, 19; 3, 13; 4, 15-17; 5, 23; 2 Tes 1, 7-8; 2, 2),

matizado posteriormente por el término epifanía (de origen análogo a parusía y

vinculado siempre a él, cf. 2 Tes 2, 8), que oscila entre la humilde venida del Señor en

la carne y su ulterior manifestación gloriosa (cf. 1 Tim 6, 14; 2 Tim 1, 10; 4, 1.8; Tt 2,

11.13).

La escatología presentista de Jn se matiza en su capítulo conclusivo (Jn 21, 22; cf. 1 Jn

2, 28) y en otros pasajes hablando del «último día» (Jn 6, 39.40.44.54; 11, 24; 12, 48).

En Ap el término no aparece, pero el tema enmarca el libro como inclusión (1, 1.3; 22,

20), describiendo la venida de Cristo con imágenes y motivos apocalípticos (14, 14s;

19, 11s).

Notables serán los ecos de esta fe en la expresión aramea maranathá (1 Co 6, 22; Ap

22, 20), que muy probablemente en contexto eucarístico rescataba el aspecto festivo

de la esperada venida del Señor, vinculado con su presencia misteriosa en la

celebración de la comunidad.

2) La Parusía en la tradición de la Iglesia

Didaché: presenta el maranathá del culto (10,6) y se cierra con evocación de la venida

del Señor. Sólo la Carta a Diogneto (7, 6) y el Pastor de Hermas (Sim. V, 5, 3) utilizan

el término técnico parusía. Ignacio lo usa para indicar la encarnación (Fld. 9, 2), así

como Justino (Dial. 88, 2; 120, 3; 1 Apol. 48, 2; 54, 7), aunque este último conoce

también el significado técnico de «venida gloriosa» (Dial. 31, 1; 49, 8). Para

distinguirlos, es el primero en usar las expresiones «primera/segunda venida» «venida

sin gloria/en gloria» (1 Apol. 33, 8; 52, 3; Dial. 14, 8; 49, 2.7; 53, 1; 54, 1), distinción

que se mantendrá en Ireneo (Adv. hær. IV, 22, 1-2; 33, 11).

El tema aparece también en los Símbolos de la fe, desde los más antiguos. La más

antigua expresión «vendrá a juzgar» podía perder para quien no conociera el lenguaje

bíblico la dimensión epifánica, de modo que se añadió «con gloria», y se dio la

tendencia al desarrollo del juicio como tema propio, especialmente en su dimensión

personal. Esta tendencia generó como consecuencia el paso de una visión

esperanzadora sobre la Parusía a un franco temor.

Notable es la purificación con que el tema de la Parusía aparece en San Agustín. En su

carta 199 (De fine sæculi) se manifiesta cauteloso sobre los temas del momento de la

Parusía y los signos que la preceden, acusando de temeridad a quien se pronuncie al

respecto.

La esperanza de la Parusía se ha conservado de modo claro en las diversas liturgias

eucarísticas.

El tema, sin embargo, tendió a neutralizarse. La Edad Media conoce sólo dos

documentos del Magisterio que lo tocan, y sólo como alusiones rutinarias: IV Letrán

(DH 801) y la profesión de Miguel Paleólogo (DH 852).

Su perspectiva ha sido rescatada por el Vaticano II: LG 48 y 49; GS 39; AG 9 y SC 8.

El documento de la CDF de 1979 desplaza la aparición del Señor en la gloria de la

situación del hombre inmediatamente después de la muerte.

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Escatología

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3) Reflexiones sistemáticas

La lectura e interpretación de los textos bíblicos así como del testimonio de la

Tradición nos obligan a reconocer la verdad de la segunda venida del Señor como un

sólido elemento de la fe. La realidad de dicha venida ha de ser afirmada como verdad

de fe, aunque su momento permanezca oculto.

Elementos constitutivos de esta verdad de fe parecen ser los siguientes:

o La existencia de un telos de la Creación, de la humanidad y de la historia.

o El triunfo de Cristo sobre los poderes adversos, así como la valoración desde

Cristo de la humanidad.

o El carácter salvífico de dicho evento. (Objeto de esperanza).

o La obligación de orientar la existencia cristiana en vida y oración en la línea de

dicha consumación. (Motor de caridad).

En su origen, la fe en la Parusía incluye como elemento constitutivo la realidad del

«juicio». Se ha dado una pérdida del sentido glorioso de la Parusía en cuanto la

predicación con frecuencia ha puesto el acento sobre la realidad del juicio entendido

no sólo como discriminación de la historia bajo la ley de Cristo, sino como castigo y

amenaza. En realidad, la concepción de Cristo como juez definitivo debe entenderse

en la perspectiva de su condición como único salvador. (Sobre el juicio particular

hablaremos en un apartado propio).

El «retraso de la Parusía». Un tema que se ha desarrollado ampliamente en los

tiempos recientes ha sido una lectura de las primeras comunidades marcadas por una

ansiosa espera de la Parusía que se fue durmiendo ante su retraso. Es cierto que Cristo

predicó la inminencia de su venida, y así lo entendió la comunidad. Pero también

predicó la ignorancia sobre el momento. Más allá de los problemas cristológicos (la

ciencia de Jesús) y de historia de las primeras comunidades, el recurso literario

profético nos da un indicador respecto al sentido de dichas expresiones: la realidad de

su venida y la urgencia a una vigilancia continua.

La tradición teológica ha presentado con frecuencia una reflexión sobre los signos que

anuncian la inminencia de la Parusía: la predicación del Evangelio en todo el

mundo, la conversión del pueblo elegido, la gran apostasía (el Anticristo) y el estado

caótico del mundo. Fundamento de esta reflexión es la misma predicación de Cristo

testimoniada por los Evangelios. El cumplimiento de las profecías de Cristo, sin

embargo, puede ser reconocido no sólo en referencia al momento último de la historia,

sino a una cualificación que acompaña a la Iglesia a lo largo de todo su peregrinar

histórico. Igualmente, han de valorarse desde la predicación de Jesús sobre la

ignorancia del momento de la consumación.

b) Dimensión antropológica

1) Resurrección de los muertos

En el Credo, el «espero la resurrección de los muertos» no es sino una extensión

antropológica de la fe fundamental del cristianismo en la resurrección de Jesucristo.

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Escatología

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i) Revelación bíblica

Ya hemos encontrado en el AT una dinámica fundamental de la fe que mira hacia el

futuro. Dicha esperanza, sin embargo, no se orienta en el inicio hacia la resurrección

de los muertos o hacia una vida más allá de la muerte. Se llega a afirmar una cierta

existencia después de la muerte, pero de tal modo que se vive como en sombras, en el

sheol, tierra del olvido (Sal 88, 11-13). La esperanza en realidad se focaliza en la propia

descendencia (Gn 48).

La exégesis crítica actual está de acuerdo en señalar que ni Os 6, 1-2 ni Ez 37, 1-14

son testimonios a favor de la resurrección de los muertos. Se discute el «apocalipsis de

Isaías» (Is 24-27, especialmente 26, 19, así como Is 53, 9-12). De cualquier modo, en

su relectura cristiana han sido textos asimilados a la fe en la resurrección de los

muertos.

El tema de la resurrección emerge paulatinamente, sobre todo a partir de las crisis

políticas de Israel, que ponen en crisis el principio de la retribución terrena. La

experiencia del sufrimiento, la injusticia y la suerte del justo no ponen en

cuestionamiento la fe en Yahveh, sino que presentan nuevos modos de percibir la

fidelidad de Dios, en especial la invitación a la perseverancia más allá del temor a la

muerte.

Una cierta madurez de este desarrollo lo encontramos en el segundo libro de los

Macabeos, donde aparece ya la esperanza en la resurrección, fundada sobre la fidelidad

de Dios y su poder (2 Mac 7). Junto a este tema aparece el de la oportunidad de rezar

por los difuntos (2 Mac 12). El contexto de estas afirmaciones, sin embargo, sigue

siendo polémico, y la idea de la resurrección se reserva a la resurrección de los justos,

sin quedar claro el contenido de tal resurrección.

Testimonio claro es el de Dn 12, 2-3. A diferencia de Mac, habla de la resurrección de

todos, no solo de los buenos.

El tema lo encontramos también desarrollado en la literatura apocalíptica extrabíblica,

de manera más detallada.

En tiempos del NT es característica la disputa entre fariseos y saduceos. Los primeros

afirman la resurrección, mientras los segundos la niegan. Es notable que, más allá de

intereses particulares, los saduceos argumentan a partir de la ortodoxia judía clásica.

(Cf. Mc 12, 18-27; Hch 23, 6-9).

Según la tradición sinóptica, Jesús mantuvo en su predicación la afirmación de la

resurrección de los muertos, tanto pecadores como justos. Esta predicación se vuelve

sistemática ante la postura de los saduceos (Mc 12, 18-27 y par.). En dicha polémica,

Jesús establece que la resurrección no es una simple continuación de la vida anterior,

sino que implica una transformación; a la vez, con su exegesis de Ex 3, 6 Jesús

manifiesta un desarrollo en la comprensión de Dios. De cualquier modo, la predicación

de Jesús sobre la resurrección debe verse en el más amplio contexto de su anuncio del

Reino (cf. Mc 5, 22-43 par.; Mt 10, 7). La resurrección universal ha de verse en los

textos referidos al juicio (Mt 11, 22; 12, 36.41 y, sobre todo, Mt 25, 31-46).

El desarrollo principal del tema en el NT lo encontramos en el corpus paulino.

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o 1 Tes 4, 13-18. En conexión con la Parusía se hace ver que el difunto no se

encuentra en desventaja respecto al vivo. El tema se ubica en el contexto amplio

de la fe en la resurrección de Cristo.

o 1 Co 15. Ante lo que era tal vez una exageración en el carácter presente de la

salvación, Pablo presenta la reflexión más amplia del NT sobre la resurrección.

Sobre la resurrección de Cristo es posible fundamentar la fe en la resurrección

de los muertos, y ello incluyendo un carácter corporal real, aunque

transformado respecto al actual.

o 2 Co 5, 4 extiende la reflexión de 1 Co 15 sobre el tema del «revestirse de

Cristo».

o Rm 8, 11 presenta la resurrección de los muertos en su dimensión

pneumatológica, como parte del designio salvífico divino.

El corpus joánico presenta en el tema un doble estrato, correspondiente a los acentos

en la escatología presente y la futura. Mientras unos pasajes insisten en el despertar del

hombre en su encuentro con Cristo (Jn 5, 25), otros indican la resurrección en el

«último día» (Jn 5, 28-29; cf. Ap 20, 13-15), vinculada además con la doctrina

eucarística (cf. Jn 6, 39.44.54).

En la comunidad primitiva de las iglesias neotestamentarias, la creencia en la

resurrección de los muertos forma parte desde el inicio de la predicación cristiana. (Cf.

Hch 4, 2; 17, 18.32; 24, 15; 26, 8).

ii) Hitos en la Tradición

En conexión con la visión helénica del hombre y su doctrina del alma, y frente a las

tendencias hostiles al cuerpo (docetismo, gnosticismo y maniqueísmo; en el medievo

valdenses y cátaros), la tradición eclesiástica ha afirmado la verdadera resurrección

corporal de los muertos, desde modelos rudimentarios (apologistas) hasta otros más

desarrollados. Se afirma de distintos modos tanto el hecho como el modo de la

resurrección. Se insistirá en la capacidad de la carne de ser salvada a partir del modelo

de Cristo encarnado y resucitado. Ireneo: la carne no hubiera sido asumida si no

pudiera ser redimida. Tertuliano: la carne es elemento angular y capital de salvación.

En la liturgia destaca la conmemoración de los difuntos en la Eucaristía, elemento

presente siempre como una de las constantes más notables en la tradición eclesial.

Uno de los problemas que más preocupó a la teología fue la identidad del cuerpo

terrestre con el cuerpo resucitado. Más allá del modo de resolver la cuestión (en el que

no faltaron exageraciones grotescas, o doctrinas espiritualizantes como la de

Orígenes), se tiene el acuerdo en general de dicha identidad. Para Santo Tomás de

Aquino, el cuerpo resucitado se formará de la materia corpórea precedente, sin excluir

otros posibles materiales. Se aceptaba, sin embargo, la identidad del cuerpo a partir de

la doctrina del alma espiritual informante (Durando).

De igual modo se han tratado de identificar las características del cuerpo glorioso a

partir de las narraciones de las apariciones del Resucitado y las descripciones paulinas

de 1 Co. Se habló así de la perennidad del cuerpo glorioso, de su fuerza, su ser glorioso

y bello, su espiritualidad, su claridad, su sutilidad.

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El Magisterio certifica la creencia en la resurrección en sus distintas confesiones de fe

(NC: resurrección de los muertos; SA: resurrección de la carne; Q: en el retorno de

Cristo todos resucitarán con sus cuerpos [DH 76]; Fides Damasi: en el último día

resucitaremos con la carne con la que ahora vivimos [DH 72]). El XI Concilio de

Toledo (675) dice que resucitaremos con el cuerpo en el que vivimos, existimos y nos

movemos (DH 540). León IX: confesión de fe (1053), resucitaremos con la carne que

ahora tenemos (DH 684). Lo mismo afirma contra los cátaros el IV Concilio de Letrán

(DH 801). En todas estas afirmaciones hemos de destacar el sentido de las

afirmaciones, que más que autorizar una visión filosófica sobre el hombre destacan la

identidad del ser humano salvado.

iii) Visión sistemática

La esperanza en la resurrección de los muertos ha de verse como la consecuencia

antropológica de la fe en la resurrección de Cristo.

De acuerdo con la visión paulina, el marco global de la esperanza en la resurrección

ha de ser el señorío de Cristo ejercido por el Espíritu que resucitó a Jesús.

Siguiendo el evangelio de Jn es posible rescatar la dinámica salvífica global en la que

queda insertada la fe en la resurrección, incluyendo de modo significativo la

participación en la Eucaristía.

La afirmación fundamental de la fe en la resurrección parece indicar que todo el

hombre se reencontrará en Dios con su historia viva. En este sentido se vincula el tema

del juicio y de la retribución, en el sentido de que cada acción humana en la historia

tiene repercusiones de eternidad.

Respecto a la corporeidad de la resurrección, se ha de afirmar tanto la verdadera

continuidad corporal de quien resucita como la real discontinuidad por la

transformación que implica la consumación de todo en Cristo. La conciencia moderna

del continuo cambio material del cuerpo humano hace superfluo el problema de la

materia que deberá poseer el cuerpo resucitado.

Todo esfuerzo por identificar las características del cuerpo glorioso ha de enfrentar del

modo más radical la criba de la hermenéutica teológica.

La Teología actual se ha preguntado si la resurrección de los muertos ha de entenderse

como acontecimiento final de la historia o si se realiza en la muerte de cada uno. CDF

ha indicado que es necesario diferenciar la situación del hombre inmediatamente

después de la muerte de la aparición de Cristo en la gloria y de la glorificación corporal

de María en la Asunción.

2) Retribución del justo: vida eterna o cielo

La esperanza en la resurrección de los muertos incluye, como hemos visto, la identidad

de la persona. El acento puesto sobre la identidad somática no debe olvidar el otro

acento sobre la identidad del sujeto que vivió una historia determinada, misma que es

«discernida» a través del juicio cristológico.

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Tratándose de una verdadera esperanza en la Buena Nueva, se ha de mantener la radical

discontinuidad entre la noción de la vida eterna y la de la muerte eterna. No se trata de

dos conceptos teológicos paralelos. Mientras el primero forma parte del anuncio de

salvación, el segundo se ha de ubicar como una posibilidad real en el orden de la

gravedad de la libertad humana.

i) Revelación bíblica

La dinámica revelativa de la promesa nos ha mostrado una disposición intrahistórica

que funciona como indicador armonizado y eficaz de una apertura transhistórica. El

concepto veterotestamentario de vida funciona en esa misma dinámica. En sentido

estricto, la vida es la existencia llena de bendiciones divinas, de abundancia y paz.

Dueño de la vida es Dios mismo, y el anhelo profundo del hombre creyente es gozar

de la presencia de Dios. A pesar de ello, existe la certeza de no poder ver a Dios cara

a cara, con todo y que algunos pasajes nos muestran ya el anhelo del corazón humano

en esa línea (Ex 33, 18; Sal 16, 11; 73, 23-26). En el período anterior al NT, el judío

piadoso reconoce en el Señor mismo su recompensa (Sab 5, 15) vinculada

misteriosamente a una vida eterna (Dn 12, 2; 2 Mac 7, 9.14). La intuición fundamental

es que Dios no ha creado la muerte, sino que es Dios de la vida (Sab 1, 13-14; 11, 24-

26).

El NT logra establecer esta intuición sobre la lógica estricta de la promesa. Siendo

Cristo la promesa del Padre cumplida, en su persona se hacen presente los valores del

Reino. Las intuiciones sobre la vida eterna asumen en Cristo un contenido preciso

Los Sinópticos nos presentan en la predicación de Jesús la constante temática de la

fase futura del Reino. Con una enorme cantidad de imágenes se describe la plenitud

de la realidad escatológica: Reino, paraíso, gloria, cielo, visión de Dios, banquete, etc.

Las bienaventuranzas son presentadas como plenitud de experiencias mundanas de

plenitud: perla fina, red repleta, mies abundante... Todas estas ideas, junto con la idea

de plenitud, evocaban la de gozo y plena realización, a partir de una dinámica

ascendente. Especial relevancia adquieren las figuras del banquete mesiánico (Mt 22,

1-10; 25, 1-10; Lc 12, 35-38; 13, 28-29; 14, 16-24). Dichas imágenes, de boda y

banquete, se pueden remontar al profetismo paleotestamentario, en el que se

identifican los instintos básicos de conservación personal y de la especie, vinculados a

una dimensión comunitaria. Otras imágenes del NT como la de visión, vida eterna y

ser con Cristo reflejan más la dimensión personal.

La noción de vida eterna aparece en los Sinópticos vinculado a la fase final del reino

de Dios (Mc 9, 43-48; 10, 17.30; Mt 25, 34.46). Juan profundiza notablemente el

concepto: la vida o vida eterna se posee ya por la fe (Jn 3, 36; 5, 24; 6, 47.53-54; 1 Jn

3, 14; 5, 11.13...) Fuente de vida es Cristo, que la posee desde siempre (Jn 1, 4; 1 Jn 1,

1), la posee encarnado (Jn 6, 57; 14, 19) o incluso se identifica con él (Jn 11, 25; 14,

6; 1 Jn 5, 10-13) y la da al mundo (Jn 6, 33; 10, 10; 1 Jn 4, 9). Contenido de esa vida

es el conocimiento íntimo de Dios y de su enviado (Jn 17, 3; cf. Jn 10, 14-15; Mt 11,

27; 1 Jn 5, 11; 1 Jn 1, 3; 2, 23-24). En el corpus paulino, el concepto de vida también

aparece, aunque el de vida eterna tiende a limitarse a la consumación escatológica. La

actualidad de la vida se vincula con la acción del Espíritu (Rm 8, 2.10; Ga 2, 20; 5,

25...) como comunión con la vida del Resucitado (Ga 2, 20), que se ha de manifestar

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con la Parusía (Col 3, 3-4) de modo que hoy somos herederos en esperanza de la vida

eterna (Tt 3, 7).

El tema de la visión de Dios tiene también su antecedente veterotestamentario. El

deseo de ver a Dios, presente ya en Moisés que pide ver su gloria, se patentiza de modo

particular en los salmos (Sal 24, 6; 4, 7; 11, 7). Como anhelo, continuará en el NT (1Co

13, 12; 1 Jn 3, 2). Identificado con el Reino de Dios, en las bienaventuranzas como

consecuencia de la pureza de corazón (Mt 5, 8). En el contexto semita del recurso a los

sentidos y de los rituales de corte, la visión del rey implica tanto un conocimiento

íntimo, personal, no sólo intelectual, así como la idea de familiaridad y convivencia

(considerando que el vulgo normalmente no tiene acceso al rey; cf. Mt 18, 10: ver

continuamente significa gozar de la presencia y gozar del favor del soberano).

o Un primer texto fundamental es 1Co 13, 8-13. A la imperfección de los

carismas de la existencia temporal se contrapone la excelencia de lo definitivo,

propio de la edad adulta; ahí, el conocimiento de Dios no es a través de un

espejo, sino cara a cara. Comparando ver y conocer es importante insistir en

que no se trata de un conocimiento intelectual, sino como la compenetración

personal. El aspecto temporal se encuentra mediatizado por la creación (Rm 1,

19-20), mientras el futuro implica el contacto directo implica el conocer como

Él mismo conoce. La familiaridad personal del conocimiento definitivo se ve

aún más claro si se confronta el texto con 2Co 5, 6-8.

o Otro texto fundamental de la noción es el de 1 Jn 3, 2. En él, ver genera el ser

semejantes. Una primera observación sobre el texto nos lleva a afirmar, visto

el carácter indefinido del objeto de la visión, que bien cabe identificarlo con

Cristo, dado que el verbo phano suele vincularse con la Parusía (c. 3, 5).

Nótese, por último, que ver como divinización implica la visión como

conocimiento perfecto, que implica a la vez consumación de la propia

condición filial. En síntesis, obsérvese en todo caso la identificación del tema

visión con el de comunión de vida.

Los dos términos anteriores, hemos visto, tienen claros indicadores cristológicos.

Nuestra última categoría evidencia de modo directo este elemento. Ser con Cristo. En

los sinópticos, la comunidad con Cristo es un elemento constitutivo de la

bienaventuranza. La parábola de las bodas trata de las nupcias del hijo del Rey (Mt 22,

1-14); el Esposo es el Señor de la Parusía, y las vírgenes prudentes entran con él (Mt

25, 1-13); el siervo bueno de la parábola de los talentos es invitado a entrar a participar

en el gozo del Señor (Mt 25, 21.23).

o Especialmente importante es el diálogo con el buen ladrón (Lc 23, 42-43). El

término paradeisos en los tres momentos en que es usado en el NT (2Co 12, 4;

Ap 2, 7) indica la condición escatológica. El acento en la expresión conmigo-

en el paraíso recae en griego sobre el conmigo, no como compañía (usa meta,

no syn) sino como comunión estrecha, como compartir destino. El tema

veterotestamentario escatológico ser con Dios o Dios con nosotros se vuelve

en el NT ser con Cristo, paralelo a gozar del Reino. (El relato de la muerte de

Esteban, paralelo de la muerte de Cristo, indica un recibe mi Espíritu hablando

con Cristo, cuando Cristo había hablado a su Padre. Ahora es Cristo quien

recibe la vida de los cristianos después de su muerte).

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o La idea se formula de modo aún más conciso en el cuerpo paulino con las

expresiones ser con/en Cristo. En todas las épocas aparece (cf. 1 Tes 4, 17; 2Co

5, 8; Flp 1, 23). Confirmando las afirmaciones sinópticas, anticipan las

categorías joánicas: Jn 17, 24; Ap 3, 20; Jn 14, 3.

Desde el punto de vista escriturístico tenemos, así, un notable testimonio múltiple que

nos indica el cristocentrismo de la consumación escatológica. Reino de Dios, paraíso,

visión, vida eterna no son sino el ser con Cristo en la forma de existencia definitiva.

La promesa veterotestamentaria se ha personalizado y los bienes mesiánicos se han

condensado en Cristo.

ii) Hitos en la Tradición

En primer lugar debemos destacar la constante temática de Iglesia como el sujeto del

gozo eterno, de modo que se tiene una visión del cielo como sociedad. Testigo de esto

son San Agustín (los elegidos participan con Dios en el reino de su santa ciudad),

Gregorio Magno (el cielo construido con la congregación de los ciudadanos santos),

Beda (vida eterna como gozo de la sociedad fraterna) y Cipriano (bienaventuranza

como gozo de visión de Dios junto con el gozo por la inmortalidad de los justos).

El contenido de la vida eterna como visión de Dios aparece en Ireneo como obra de

Dios (AdvHaer 4, 20, 5), así como en Cipriano. Sobre esta línea surge una de las

discusiones teológicas características desde el siglo IV (con los eunomianos). Ante la

pregunta de la posibilidad de una visión intuitiva de la esencia divina, San Agustín lo

defiende al menos para los resucitados, y en el medievo oriental con Gregorio Palamas

se distingue entre la visión de la gloria divina propia de los bienaventurados, y la

imposible visión de la esencia divina.

La dimensión cristológica de la visión es otra constante, que encontramos ya en

Ignacio de Antioquía y se mantiene, por ejemplo, en la Carta de Bernabé, en Ireneo,

San Agustín y San Juan Damasceno.

El Magisterio de la Iglesia también ha conocido la constante del cielo como visión de

Dios. La esperanza de la vida eterna aparece desde los primeros símbolos de la fe y se

recoge en muchos documentos como un reinar con Cristo (DH 540, 575, 1821, 2187).

Particular relevancia tiene la constitución Benedictus Deus de Benedicto XII, donde

se afirma con un marcado acento intelectualista que la visión de Dios es constitutiva

de la vida eterna. En la misma línea tenemos el concilio de Florencia (DH 1305).

Notables complementos a nuestro tema lo aporta la constitución Lumen gentium, sobre

todo en cuanto rescatan el lenguaje bíblico y la dimensión cristológica y social de la

vida eterna.

Benedictus Deus es históricamente el producto de una controversia, entre otros puntos,

sobre el momento en el que los justos recibirán el premio de la visión beatífica. Juan XXII

había sostenido en su predicación que la visión se alcanzaría solamente tras la resurrección

de los muertos; antes, su felicidad sería imperfecta. Si bien el mismo Juan XXII cambió

de opinión poco antes de su muerte, su sucesor Benedicto XII haría objeto directo de su

magisterio el tema de la inmediata retribución del justo después de su muerte.

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iii) Visión sistemática

En primer lugar, hemos de destacar la coherencia de la fe cristiana como una fe

soteriológica. La afirmación fundamental de la creación de Dios como producto de su

amor tiene como consecuencia natural, pasando a través de la cruz de Cristo como

vencimiento del pecado y de la muerte, la vida eterna como su afirmación conclusiva.

En este sentido, todas las afirmaciones sobre la vida eterna son eminentemente

soteriológicas.

Por otra parte, hemos de señalar igualmente la congruencia entre las diversas

categorías utilizadas para referir la vida eterna. El contenido de esa vida no es otro que

la visión de Dios, pero una visión en la que conviene no perderse en el solo elemento

cognoscitivo, sino integrarlo en la comunión de vida con la Trinidad hecha posible por

la encarnación del Verbo. Todas las afirmaciones tienden así a centrarse en la

comunión de vida con la Trinidad por medio de Cristo como plenitud del ser humano,

y en este sentido como divinización cumplida iniciada en la historia. Como bien han

destacado Santo Tomás y, en nuestro tiempo, Rahner, existe una fundamental

continuidad entre la realidad de la gloria y la de la gracia.

En una visión menos esencialista de la visión cabe también la consideración de la vida

eterna no como un eterno inmovilismo, sino como una siempre creciente

profundización del misterio de amor intratrinitario. De cualquier modo, se ha de

mantener la conciencia hermenéutica señalada al inicio del curso para evitar toda

pretensión de cosificar lo que para nosotros permanece como misterio.

A la plena realización del hombre en su visión de Dios, en la que se subraya su relación

trascendental con el misterio absoluto, hemos de añadir otros dos elementos

relacionales constitutivos de la persona humana: su mundanidad y su sociabilidad. De

alguna manera, la consideración del cielo como visión de Dios debe integrar las

afirmaciones de fe sobre la comunión de los santos y el cielo nuevo y la tierra nueva.

A las denuncias de Feuerbach del cielo como proyección de los deseos humanos hemos

de distinguir entre el cielo como una proyección de los anhelos (lo cual, de nuevo, en

la lógica de la hermenéutica fundamental de las afirmaciones escatológicas resulta

consecuente) y el cielo como mera proyección. La afirmación fundamental de la fe no

es sólo que el hombre encuentra en Cristo su plenitud, sino que dicha plenitud es

sobrenatural, en el sentido de que implica una comunión con la divinidad que en sí

misma supera en contenido las aspiraciones humanas y su mismo conocimiento de las

mismas. La proyección como proyecto no es algo que deba avergonzar al cristiano,

sino una muestra más de la continuidad fundamental entre su fe sobrenatural y su vida

cotidiana. Por ello la esperanza como actitud fundamentalmente cristiana mantiene su

vigencia y operatividad.

La doctrina de la vida eterna se presenta como una óptima respuesta al inmediatismo

de nuestro tiempo y a la consecuencia disgregación interior del ser humano. La

posibilidad de orientar de modo unitario la propia existencia en miras a una realidad

explícitamente sobrenatural y trascendente más que una enajenación del ser humano

parece ser la única medicina contra el frenesí desorientado de su presente y en favor

de un proyecto de vida verdadera y radicalmente integral.

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3) Retribución del impío: muerte eterna o infierno

En primer lugar debemos señalar el peligro de una simetría entra las afirmaciones sobre

el cielo y las del infierno. Tomar en serio la voluntad salvífica universal de Dios (1

Tim 2, 3-4) nos lleva a la afirmación radical de que mientras la salvación es el único

objetivo en el proyecto divino, la condenación es una posibilidad. Ello, sin embargo,

no debe llevarnos a perder de vista la radical gravedad de dicha posibilidad. La crisis

de la doctrina sobre el infierno no se debe solo a una poco feliz representatividad

simbólica del misterio, sino a la misma crisis sobre la imagen de Dios que conocemos

(light). Buscando el contenido real de esta afirmación hemos de buscar evitar tanto una

simetría absoluta (dos caminos) como una asimetría absoluta (apocatástasis). En

ninguno de estos casos respetaríamos el verdadero contenido de la fe cristiana.

i) Revelación de la muerte eterna

En primer lugar, hemos de recordar que el marco general en el que se deben ubicar los

textos que hablan sobre la muerte eterna es el mensaje global de la Escritura como

mensaje salvífico. La bondad de Dios y de sus obras es una constante indiscutible de

ambos testamentos. La misma predicación de Jesús constituye una ruptura respecto al

profetismo veterotestamentario y aún a la predicación del Bautista (cf. Mt 4, 17 en

comparación con Mt 3, 2.10 y la omisión en Lc 4, 18-19 al citar a Is 61, 1-2). Jn

presenta a Jesús como salvador, no condenador (3, 17; 12, 47). El anuncio del infierno

advierte sobre la gravedad de la salvación; por lo tanto, es salvífico como admonición.

La Escritura, sin embargo, conoce también otra posibilidad: la del fracaso absoluto del

hombre, y ello se encuentra ya insinuado en el AT. Los salmos místicos, al hablar del

sheol, delinean en él una morada especial de los impíos. Is 66, 24 habla de los

pecadores como cadáveres atormentados perpetuamente, y su visión es el antecedente

de las imágenes veterotestamentarias de la gehena. Dn 12, 2 habla de un horror eterno,

y Sap 5, 14-23 presenta un pasaje sobre el destino de los impíos.

El NT formula la idea de la condenación con expresiones que implican la negación de

la comunión con Dios propia de la bienaventuranza: «perder la vida» (Mc 8, 35; Mt

10, 28; Jn 12, 25), «no ser conocido» (Mt 7, 23), «ser echado fuera» (Lc 13, 28; Mt 22,

12; 25, 10-12); «no heredar el reino» (1Co 6, 9-10; Ga 5, 21); «no ver la vida» (Jn 3,

36). Tal estado de muerte aparece con el carácter irrevocable análogo al de la vida (Ap

14, 11).

En términos directos, los Sinópticos presentan también descripciones de la muerte

eterna. Se habla de «gehena de fuego» (Mt 18, 9), «horno de fuego» (Mt 13, 50),

«fuego inextinguible» (Mc 9, 43.48), «llanto y crujir de dientes» (Mt 13, 42), «estanque

de fuego y azufre» (Ap 19, 20), «gusano que no muere» (Mc 9, 48; cf. Is 66, 24). De

manera simbólica, el fracaso de la vida del hombre es presentado como el mayor de

los sufrimientos y no como simple privación.

Objeto de debates ha sido el modo como debe entenderse el «fuego» del infierno. El

paralelismo simbólico respecto a las descripciones de la vida (banquete, Reino), permiten

ubicar dicha representación en el mismo nivel, donde la idea central es la de comunión o

no comunión con Dios (cf. Mt 25, 34.41; 18, 9; 13, 42.50; Ap 19, 20). La exégesis del

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«fuego» en el contexto semita nos lleva a destacar más el aspecto de futilidad de la vida

sin Dios que el del sufrimiento en sí mismo.

Los dos tipos de texto (negativos y descriptivos) no se deben ver como realidades

contrapuestas, para hablar de una pena privativa y una pena positiva. Desde el punto

de vista exegético, se refieren a la misma realidad.

Desde el punto de vista bíblico, Jn nos presenta una útil clave interpretativa para

conciliar este mensaje con el conjunto del Evangelio: el juicio como auto-juicio. (Cf.

3, 17-19; 12, 47-48).

ii) Hitos en la Tradición

Los Padres apostólicos repiten en general los temas neotestamentarios sobre la

condenación. Con los apologistas aparece el esfuerzo por justificar racionalmente las

penas infernales: Justino ve en la doctrina del infierno la mejor contribución para la

convivencia pacífica y el orden social; Atenágoras ve en el castigo eterno un estímulo

para observar las normas morales. Ireneo y Minucio Félix hablan de la eternidad de las

penas.

Orígenes rompe la unanimidad patrística, especialmente en dos temas: el carácter

eterno de la condenación y la naturaleza del fuego del infierno.

o Sobre el primer punto, Orígenes considera que los testimonios escriturísticos

sobre la muerte eterna tienen una función conminatoria, y que las penas que

parecen ser eternas son en realidad medicinales, y por lo tanto temporales

(Contra Celso 5, 15; 6, 26). Fundamenta esto en su visión del alma como

principio espiritual en permanente estado de opción, que no permite establecer

un destino plenamente fijo. Esto contrasta con su propia opinión que tiende a

la apocatástasis (Sobre los principios 1.6, 1.4, 3, 6, 6.). De cualquier modo, su

propia vacilación se explica visto que presenta su postura más en el orden

filosófico que en el teológico. La condenación del sínodo endemousa (DH 411)

pone fin a la propagación de estas ideas, reafirmando la uniformidad respecto

a la duración eterna del infierno.

o Sobre el segundo punto, Orígenes se opone a una concepción demasiado

material del fuego, explicándolo como el símbolo del tormento interior del

condenado en razón de su propia deformidad y desorden (Sobre los principios

2, 10, 4).

La lectura espiritual del fuego identificada con la pérdida de la gloria y del no tener a

Dios aparecerá también en San Juan Crisóstomo (Homilía sobre Mateo 23, 7, 8) y en

San Agustín (Ciudad de Dios 21, 3, 1)

Los Símbolos de la fe incorporan sólo tardíamente (Fides Damasi y Quicumque) la

doctrina del infierno, con lo que la asimetría fundamental se ve corroborada.

IV Letrán contra los albigenses (que afirmaban una continua encarnación de las almas

hasta su plena purificación con la apocatástasis) señala que los pecadores recibirán con

el diablo una pena eterna (DH 801).

Benedictus Deus vuelve a tocar la doctrina del infierno, afirmando que las almas de

quienes mueran en pecado mortal actual descenderán al infierno para ser atormentados

por penas infernales (cf. DH 1002). Dos observaciones se vuelven necesarias: no

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aclarando en qué consisten las penas infernales, el documento por su paralelo con la

vida eterna como visión inmediata de Dios permite entender que se trataría con las

penas de la privación de dicha visión; por otra parte, mientras el documento habla de

la existencia de hecho de los bienaventurados, no dice lo mismo sobre los condenados.

LG 48 menciona el tema del infierno con elementos escriturísticos. En la redacción del

texto se incorporó la petición de algunos padres de mencionar la muerte eterna, pero

se rechazó una afirmación tajante del hecho de la existencia de condenados.

A diferencia de la práctica eclesial de canonizar a determinadas personas, nunca se ha

dado la de afirmar la certeza de la condenación de nadie.

iii) Visión sistemática

Sobre la facticidad del infierno. En primer lugar, hemos de mantener lo señalado arriba

respecto a la radical asimetría entre el mensaje evangélico sobre la salvación y su

indicación sobre la posibilidad de la condenación. Si bien esta posibilidad ha de

mantener toda su gravedad, no puede constituir sino la consecuencia de la posibilidad

del rechazo que el hombre hace de Dios y del prójimo, en la línea del pecado vuelto

egoísmo definitivo y cerrazón insuperable. En este sentido, se trata de la última y

radical posibilidad de la libertad humana no en el sentido de una elección positiva, sino

del vaciamiento último de su propia libertad (el pecado contra el Espíritu Santo). La

seriedad del tema se confirma delante de las atrocidades que efectivamente conocemos

en la historia como posibilidades reales del ser humano. No obstante, del mismo modo

que se afirma que Dios no creó el pecado, se ha de mantener la afirmación de que el

infierno y la condenación son obras del hombre. El objeto de la esperanza cristiana y,

en tal sentido, el fin de la historia de acuerdo con la voluntad de Dios, es la salvación.

Sobre la estructura de la muerte eterna. Del mismo modo que el pecado es negación

de Dios, el contenido real de la muerte eterna ha de entenderse, de acuerdo con los

testimonios recabados, como la privación de la comunión con Dios en Cristo propia de

los bienaventurados. No se trata, pues, de una sanción externa, sino de la consecuencia

implícita en la culpa.

Sobre las representaciones del infierno. Se ha de mantener un cuidadoso

discernimiento en el modo de presentar el infierno, de modo que no se caiga en

representaciones inadecuadas que terminen por convertir el cristianismo en un mensaje

adverso al hombre o ridículo. El arte y las representaciones demasiado plásticas del

infierno han influido notablemente en el imaginario colectivo, al punto de haber

convertido en ocasiones el mensaje cristiano en un mensaje de condenación3.

3 Notable el ejemplo que nos presenta Nocke, citando al capuchino Martin von Cochem (+1712). Entre otros

castigos, describe el fuego del infierno diciendo que quema más que cualquier otro fuego por cuatro motivos:

porque es el más grande de todos los fuegos, porque no se trata de un fuego al aire libre sino encerrado en un

horno monstruoso, porque se alimenta de pez y azufre y, sobre todo: «todavía hay algo que hace que el fuego del

infierno sea indeciblemente tórrido, esto es, el aliento de Dios... Tú sabes que cuando se sopla sobre el fuego,

éste prende con más ímpetu. Si el fuego se atiza con grandes fuelles, como se hace en las fraguas de los herreros,

el fuego se enfurece como si hubiese perdido el tino. Ahora bien, cuando es el Dios omnipotente el que sopla

sobre el fuego del infierno con su aliento, ¡cuán horrible no será su rabia y furor! Pues el aliento de Dios es más

fuerte que todos los vientos tempestuosos...» Véase F.J. NOCKE, Escatología, 164-165.

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Hemos de mencionar aún dos tesis discutidas sobre nuestro tema.

1) La tesis de la apocatástasis es aún hoy sostenida por autores ortodoxos y protestantes. De

modo injusto se ha querido ver a Von Balthasar como un representante católico de dicha

visión. En realidad, la postura de Von Balthasar es mucho más matizada de cuanto pueda

parecer: él plantea el deber de esperar la salvación de todos y la existencia del infierno como

posibilidad. En este sentido, es una vez más Rahner quien ha planteado la reflexión más radical

sobre las posibilidades de la libertad humana y su factible obstinación en el rechazo de Dios.

La seriedad con que el catolicismo considera la responsabilidad humana inclina la balanza a

favor de mantener la doctrina del infierno tal como la conocemos.

2) La tesis del infierno como auto-aniquilación ha sido también presentada como una opción

viable al tema de la condenación. La cuestionante sobre la posibilidad de una libertad finita de

elegir la nada y el carácter humano de la responsabilidad tienden una vez más a orientar nuestra

consideración a favor de la consideración del infierno como la privación de la visión de Dios.

c) Dimensión cósmica: Cielos nuevos y tierra nueva

La plenitud del hombre en Cristo alcanzada en la resurrección se ubica en la teología

del hombre como imagen de Dios. De manera semejante, ubicando al hombre en el

más amplio entorno de la creación, la fe de la Iglesia mantiene también el alcance

cósmico de la salvación en Cristo.

Si bien la fe de la Iglesia ha mantenido siempre la conexión entre la salvación de la

humanidad y su referencia al universo, ha sido sin duda mérito de nuestro tiempo

rescatar el alcance cósmico de la salvación. En la misma medida en que no se puede

perder de vista el elemento social de la salvación, no se puede descuidar su dimensión

cósmica.

i) Revelación bíblica

La antropología bíblica presenta como una constante la solidaridad hombre-mundo.

Esto lo encontramos tanto en las consecuencias del pecado del hombre (Gn 3, 17-18;

Lv 18, 27-28; Ir 7, 20; 9, 10-11; Ez 6, 14; Is 13, 9-11) como en la actividad salvífica

de Dios (Gn 8, 21-22; 9, 9-13; Ez 36, 1-15; Is 11, 6-9; 30, 23-26; 35, 1-2.6-7; Am 9,

13...).

La creación es vista como una gesta con una finalidad clara: la salvación. (Cf. Gn 1, 1-

2, 4).

Cristalización de esta conciencia son los anuncios proféticos de la nueva creación (Is

65, 17-21; 66, 22). La realidad creada es vista como unidad destinada a la salvación.

La visión del tercer Isaías se vuelve una constante temática en 2 Pe 3, 13 y Ap 21, 1.

El mismo contenido encontramos en Mt 19, 28 y en Hch 3, 21.

Es sin duda Pablo quien logra desarrollar de modo sistemático una teología de la

unidad entre creación y redención en Cristo.

o Cristo, el mediador de la creación (1 Co 8, 6; Col 1, 16-17; Hb 1, 2-3) es

también el mediador de la salvación que alcanza todas las dimensiones de su

actividad creadora: Cristo, que ha de reconciliar o recapitular todas las cosas

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Escatología

30

(Ef 1, 10; Col 1, 20) se encuentra por encima de todo como cabeza (Ef 1, 21-

22; 4, 15; Col 2, 10.19).

o El pasaje más fuerte del tema es sin duda Rm 8, 19-23. Ahí aparece claramente

indicado cómo la suerte del cosmos está ligada a la del hombre, especialmente

en referencia a la resurrección de la carne, y cómo dicho vínculo atañe

ulteriormente a todo el universo, más allá de toda reducción antropológica o

lectura puramente simbólica del texto.

ii) El Concilio Vaticano II

Si bien las repercusiones cósmicas de la salvación no han sido nunca un tema ajeno a

la conciencia eclesial, su relevancia de hecho ha sido mínima. Mérito del Concilio

Vaticano II ha sido elaborar una enseñanza propia respecto al tema.

En primer lugar destaca LG 48, que nos presenta la nueva creación como una

restauración de todas las cosas en Cristo.

Pero el texto fundamental de nuestro tema es GS 39, que concluye el capítulo de la

Constitución Pastoral dedicado a la actividad humana en el mundo.

o En su primer párrafo, el texto afirma la certeza del hecho de la nueva creación

así como la ignorancia respecto al momento y el modo de la misma.

o En su segundo párrafo, el texto afirma la continuidad y discontinuidad entre la

tierra nueva y la tierra actual, desautorizando dos extremos que consideraremos

más adelante al hablar de la vida cristiana bajo el signo escatológico: el

encarnacionismo radical y el escatologismo radical.

o En su párrafo último se muestra que la esperanza cristiana no es un mecanismo

de alienación sino un motor de buenas obras.

iii) Visión sistemática

En la misma lógica en que se ha hablado de la resurrección de la carne y del cuerpo

glorioso de los resucitados, se ha de afirmar la estructura interna de la consumación

escatológica a nivel cósmico: el mundo – el mismo mundo – ha de ser transformado

para participar de la salvación.

Dicha transformación mantiene un elemento constitutivo de la revelación sobre la

creación: el hombre como centro de la misma incluye en su misma naturaleza el

pertenecer a un cosmos que él mismo humaniza como cultura. En este mismo sentido

se ha de integrar la actividad humana en el mundo. (Intuiciones de Theilard de

Chardin)

10 – Entre muerte y resurrección: Escatología intermedia

a) Teología de la muerte

El tema de la muerte corresponde a la antropología teológica (muerte como fin natural

de la existencia, muerte como consecuencia del pecado, muerte como prueba de

confianza). Lo consideramos dentro de la Escatología en cuanto el hecho del fin y la

condición de lo definitivo lo enfrenta el hombre en su muerte.

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Escatología

31

i) Revelación bíblica

El tema de la muerte aparece en la SE en textos sobre la retribución (que consideran la

muerte como el último momento de realizar obras) y textos sobre la muerte como el

momento en que inicia la retribución definitiva.

Como fin del tiempo de prueba, el AT en general reconoce en la existencia terrena el

tiempo de realizar obras buenas o no. En el sheol no es posible decisión alguna. En

particular la doctrina presentada en Sab 2-5 muestra que la existencia temporal no

puede ser rehecha y que la muerte implica el fin de los sufrimientos del justo y de las

falsas ilusiones del impío.

En el NT queda claro que el juicio de Cristo versa sobre las actividades realizadas en

la historia (Mt 13, 36-43; 25, 31-46; Jn 5, 29; Lc 6, 20/26; 2Co 5, 10; Hb 9, 27). La

“materia” del juicio es la historia personal.

El tema de que la muerte introduzca al hombre en el estadio definitivo es desconocida

en el AT. Las expectativas escatológicas en tiempos de Jesús abren la cuestionante

sobre el sentido de una eventual retribución antes del fin de los tiempos. Un primer

texto que nos abre esta perspectiva es Lc 23, 43. El término paradeisos en sus

recurrencias (2Co 12, 4 y Ap 2, 7) indica el estado de bienaventuranza en el momento

terminal de la vida humana. El "hoy" del texto indica claramente la eficacia inmediata

de la muerte de Cristo. También 2Co 5, 8 nos abre la misma perspectiva: el fin de la

vida terrena implica la posibilidad de vivir con Cristo. El texto más fuerte es Flp 1, 21-

23: el valor del morir se explica ahí solamente en razón de la perspectiva soteriológica

(ser con Cristo) que abre.

En síntesis, es claro que el NT abre una nueva perspectiva desde la definitividad de la

resurrección de Cristo al destino del hombre después de su muerte, en cuanto la certeza

de la salvación y su apropiación no constituye más un bien estrictamente escatológico.

ii) Hitos en la Tradición

Padres apostólicos y el martirio. En un lenguaje cercano al de Pablo, Ignacio de

Antioquía ve la muerte cercana como el paso al nacimiento definitivo en Cristo (Ad

Rom 6, 1-2). Clemente ve a Pedro y Pablo vivos en el lugar santo de la gloria (Ad Cor,

I, 5.4.7). Afirmaciones semejantes encontramos en Policarpo, referidas a apóstoles y

mártires.

Padres apologetas y la retribución no definitiva. Justino e Ireneo afirman que la muerte

inaugura un período de discriminación transitoria, donde se da una retribución aún

imperfecta. La definitiva sólo se llevará a cabo en el juicio final. El acento parece

deberse al miedo de que una retribución inmediata podría favorecer un dualismo

antropológico. En la misma línea encontramos a Lactancio. Afraates habla del sueño

de las almas.

San Agustín remite también la retribución definitiva hasta el momento de la

resurrección, considerando el apetito natural del alma separada respecto al cuerpo. Sin

embargo, defiende también un juicio posterior a la muerte, apoyándose en la parábola

de Lázaro y el hombre rico. En la espera del momento del juicio al de la resurrección

no parece excluir ni siquiera a los mártires.

Sólo con San Cipriano reaparecerá el tema de la inmediatez de la bienaventuranza,

motivado principalmente por estimular a sus fieles a la esperanza en tiempos de

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Escatología

32

persecución. La misma doctrina encontramos en Clemente de Alejandría, motivado

más bien por una antropología platonizante.

La opinión de Orígenes aparece un poco confusa. En ocasiones defiende la entrada al

premio o al castigo al salir de este mundo, en razón de la vida propia del alma; en otras,

le parece que ni siquiera los apóstoles pueden gozar del cielo mientras falte algún

miembro en el mismo. Razones semejantes a ésta última sobre la socialidad de la vida

eterna mueven a afirmaciones semejantes a San Ambrosio, aunque también él defiende

en ocasiones la retribución inmediata.

La idea de la retribución inmediata terminará por imponerse, y la encontraremos

claramente delineada en Efrén, Hilario, Epifanio, Cesareo de Arles y Gregorio Magno.

Alcuino la considera doctrina de fe.

La vacilación para aceptar la doctrina de la inmediatez de la retribución se debe a dos

motivos fundamentales: el temor a una antropología dualista y la centralidad que en el

mensaje bíblico tiene el tema de la parusía, la resurrección de los muertos y el juicio. El

argumento definitorio ha de encontrarse en la praxis litúrgica del culto a los mártires y a

los santos. La tensión entre escatología individual y colectiva quedó, sin embargo, sin

encontrar un equilibrio definitivo.

El episodio histórico que llevó a una intervención magisterial involucró a dos Papas:

Juan XXII y Benedicto XII. En su predicación de Todos los Santos de 1331, Juan XXII

sorprendió con una predicación, fundada sobre todo en la reflexión de San Bernardo,

en la cual distinguió entre el seno de Abraham (donde los justos del AT esperaron y

donde con el consuelo de la visión de la humanidad de Cristo esperan los justos

cristianos) y el altar celeste (donde se entra al gozo del Señor sólo después de la

resurrección y el juicio). Sobre la misma línea siguieron otros sermones hasta 1334. El

Papa declaró defender la tesis como doctor privado y la revocó la víspera de su muerte.

La retractación que había redactado la publicará su sucesor (DH 990-991). Poniendo

fin a la discusión, el mismo Benedicto XII definiría en Benedictus Deus (DH 1000-

1002) la inmediata («mox») retribución después de la muerte. Esta doctrina sería

repetida en el Concilio Florentino (DH 1304-1306) y en el Vaticano II (LG 49).

iii) Visión sistemática

Desde el punto de vista escatológico, las principales afirmaciones sobre la muerte que

hemos de mantener son las siguientes:

o Universalidad de la muerte.

o Retrospectivamente: con la muerte termina el status viatoris de la persona y,

por lo tanto, el tiempo de merecer.

o La repugnancia natural del hombre ante la muerte ha de enmarcarse en la

vivencia global de la fe cristiana; en este sentido, como un morir en/con Cristo,

que inicia desde el bautismo como un camino de mortificación y que permite

entenderla no como algo inevitable que simplemente se padece.

Resultan incompatibles con la doctrina católica:

o La metempsicosis (origenistas, albigenses).

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Escatología

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o La idea de la posibilidad de una nueva decisión final después de la muerte

(Hirscher, Schell).

Siguiendo una línea abierta por Rahner, L. Boros ha defendido la tesis de la muerte

como momento de la decisión final. Además de la imposibilidad de verificar dicha

hipótesis, es necesario evitar disociar el momento final de la vida de la serie de eventos

que constituyen la real historia del sujeto. Además, no se debe olvidar que el juicio (la

“última decisión” de la salvación) le pertenece a Cristo.

Se ha discutido, sobre todo en el ambiente protestante, la posibilidad de una muerte

total (aniquilación del alma y nueva creación en la resurrección de los muertos). Esta

tesis, sin embargo, no logra explicar satisfactoriamente la continuidad entre el sujeto

histórico y el sujeto resucitado.

Sin identificar la teología católica con una antropología determinada, se ha visto

necesario mantener el recurso al «alma» para hablar del elemento de la persona que

permanece después de la muerte (CDF, CTI).

b) El estado intermedio y el juicio personal

Nuestro estudio sobre la resurrección de los muertos y sobre la muerte nos ha permitido

ver un problema característico de la escatología cristiana, que se suele presentar como

una escatología de dos fases. A continuación hemos de tocar el tema de la afirmación

de un estado intermedio entre la muerte de la persona y la resurrección de los muertos

en el último día.

Como antecedente en al AT tenemos la concepción del sheol y la aparición paulatina

de una fe en la resurrección. Especialmente rico se vuelve el tema en el período

intertestamentario, aunque resulta difícil separarlo del tema general de la resurrección

de los muertos.

Si en el marco de la inminencia de la parusía el tema del estado intermedio podría

resultar superficial, existen testimonios que apuntan a favor de dicha concepción

incluso en la predicación de Jesús. Se suele señalar la parábola del labrador insensato

(Lc 12, 16-21), la de Lázaro y el rico (Lc 16, 19-31) y las palabras de Jesús al buen

ladrón (Lc 23, 43). Semejante apoyo se encontraría también en Pablo (Flp 1, 20-24; 3,

20-21; 2 Co 5, 6-8).

Como ya señalamos al hablar de la muerte, una tendencia antignóstica llevó a señalar

la distancia entre el momento de la muerte y el de la retribución. Sin embargo, la

práctica litúrgica del culto a los mártires, y luego a las vírgenes y a todos los santos,

marcó el rumbo definitivo de la doctrina del estado intermedio.

El magisterio eclesiástico no ha hecho ninguna declaración explícita sobre el estado

intermedio. Sin embargo, las declaraciones sobre el purgatorio, el cielo y el infierno

incluyen en varios niveles la doctrina del estado intermedio. CDF lo supone al hablar

de la pervivencia de un principio espiritual consciente después de la muerte.

En el marco de lo apenas dicho se ha de entender la doctrina del juicio personal, o bien

de la escatología intermedia como retribución plena.

o Lc 16, 19-31 se suele aducir a favor del infierno en sentido estricto después de

la muerte.

o Flp 1, 20-24; 2 Co 5, 6-8 se suelen aducir a favor del cielo inmediatamente

después de la muerte, contra la aparente oposición de Ap 6, 9-11.

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Escatología

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o A las discusiones sobre la cuestión, ya anunciadas al hablar de las teorías de la

muerte total o la de la resurrección en la muerte, se ha de afirmar la mayor

consistencia del testimonio a favor de la retribución definitiva en el estado

intermedio, sin con ello crear una especie de juicio paralelo al juicio final. La

dimensión cristológica-eclesial del juicio final no dejan de aparecer en el juicio

particular; se trata sencillamente de la realidad del juicio en Cristo de la historia

en su doble nivel, que destaca la unicidad de cada vida humana a la vez que su

nexo indisoluble con la historia total de la humanidad.

c) Purificación ultraterrena (Purgatorio)

La doctrina cristiana sobre el purgatorio no es materia exclusiva de la escatología.

Tiene un necesario parentesco con la doctrina de la penitencia. No es un lugar de

discernimiento sino de purificación.

Una base escriturística de la doctrina no se ha de buscar en textos específicos.

o Se suele mencionar como antecedente indirecto la doctrina veterotestamentaria

del sheol, así como los textos de 2 Mac 12, 40-45; Mt 5, 25-26; 12, 32, y 1 Co

3, 10-15.

o En realidad, la mejor base escriturística se encuentra en ciertas ideas generales

que aparecen como constante enseñanza de la Escritura, y que constituyen el

núcleo germinal del dogma del purgatorio: la pureza necesaria para la visión

de Dios, así como la responsabilidad humana en el proceso de justificación,

que implica la participación personal en la reconciliación con Dios y el asumir

las consecuencias de los propios pecados; la doctrina de la conversión y de la

solidaridad en el proceso salvífico.

A esta base hemos de añadir otros niveles de argumentación.

o Se da el hecho de que cristianos mueren sin haber alcanzado la perfección

necesaria para ver a Dios, y sin poseer a la vez la malicia radical que los

imposibilite definitivamente.

o Sobre este hecho, existe la praxis litúrgica de orar por los muertos. La tradición

existe ya en 2 Mac, pero aparece también en 1 Cor 15, 29 y 2 Tim 1, 16-18.

Así, la idea de la promesa y realización de la salvación para el cristiano se convierte

en el verdadero motor de esta doctrina, que se desarrollará íntimamente vinculada a la

práctica eucarística y al desarrollo dogmático sobre la penitencia.

o La oración por los difuntos se vincula a la eucaristía en el siglo III, llegándose

a la costumbre de ofrecer por ellos el sacrificio de la misa.

o La práctica penitencial en los primeros siglos se realizaba sólo una vez en la

vida. En Occidente tenía un carácter punitivo, de modo que el cumplimiento de

la penitencia contribuía al perdón de los pecados. En tiempos de persecución

se aseguraba al penitente que se podía recibir el perdón antes de haber cubierto

la penitencia, con el convencimiento de que la penitencia pendiente se podría

cubrir después de la muerte. En Oriente, la práctica se entendió como un

proceso terapéutico, que también podía continuarse después de la muerte. Esta

diferencia de acentos marcó también la diferencia en la doctrina: mientras el

purgatorio fue visto en su carácter punitivo como purificación entre la muerte

y la resurrección por Tertuliano, Cipriano y Agustín, los orientales Clemente,

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Escatología

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Orígenes y Juan Crisóstomo lo verían más como proceso de sanación y

purificación.

El Magisterio eclesiástico ha intervenido en el tema discutiendo con la concepción del

purgatorio de las iglesias ortodoxas y contra la negación protestante de su existencia.

II Lyon y Florencia (DH 856 y 1304) afirman que las almas de los penitentes muertos

en caridad antes de haber dado frutos dignos de penitencia por sus pecados son

purificados después de la muerte con penas purgativas; para ello ayudan las oraciones

de los vivos, la oración, las limosnas y especialmente el sacrificio de la misa. Trento

(DH 1820), partiendo del supuesto de que con el perdón de la culpa grave y la remisión

de la pena eterna no siempre se borran todas las penas temporales, ubica en el

purgatorio la posibilidad de cubrir las penas temporales en el más allá. Vaticano II tocó

el tema en LG 49.

La citación del fuego en el texto paulino, hábilmente evitado en II Lyon y Florencia,

ha llevado con frecuencia a entender el purgatorio como una especie de infierno

temporal. La tensión entre la visión terapéutica oriental y la visión expiatoria

occidental no deben llevarnos a negar ninguno de los dos aspectos. El itinerario a Dios

es una realidad, de la que no podemos negar u ocultar los aspectos negativos que

requieren superación. Con todo, el acento occidental en las «penas» no debe llevarnos

a precisar una tipología de castigos infantil. En todo caso, se trata de la realidad

objetiva de la persona que en su vida e historia ha caminado de un modo específico

hacia la visión de Dios. Purificación y expiación deben ser visto en esta doble línea

personal e histórica.

El vocabulario sobre el purgatorio incluyó en varios momentos una cuantificación por

“días”. Es importante subrayar que se trataría, en todo caso, de lenguaje análogo.

El concepto sistemático de “purgatorio” se encuentra bien sintetizado en el CICat

(1030-1031): purificación final de los elegidos, que han muerto en la gracia y amistad

de Dios pero imperfectamente purificados, orientado hacia la salvación, con un

“sufrimiento” que les otorga la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

Otro tema que se desarrolló en torno en la Teología, a modo de teologumenon, fue el

del limbo: destino de quienes mueren sin méritos pero sin culpas personales, de modo

que no se les puede imaginar ni gozando de la gloria ni padeciendo penas. Teoría que

nunca adquirió valencia definitiva, y que recientemente profundizó la CTI, abriendo

más bien la visión hacia una postura optimista, basada en la misericordia de Dios.

11 – La vida cristiana bajo el signo del e[scaton

a) Tensión fundamental: entre historia y cumplimiento

El enorme fresco del Ap nos permite ver en dos planos horizontales sobrepuestos la

totalidad del evento salvífico: a la lucha que la Iglesia desarrolla en la historia para

vencer las fuerzas hostiles a Cristo se sobrepone la visión gloriosa del Cordero

triunfante, y todo converge hacia la definitiva aparición de la Ciudad santa. Esta visión

nos marca la tensión fundamental que de alguna manera se ha hecho presente en todo

nuestro recorrido entre la consumación de la obra salvífica de Dios y el valor de nuestra

historia en su ser cotidiano y aparentemente intrascendente.

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Escatología

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1) El problema de la preparación de la parusía

En primer lugar, consideramos la relación entre el futuro definitivo y el futuro

intramundano. ¿Tiene algo que decir la fe escatológica respecto a la historia y a los

esfuerzos humanos por construir un futuro mejor?

La tradición cristiana ha mostrado distintas maneras de considerar este problema:

desde quienes han acentuado la transitoriedad del mundo presente hasta quienes han

diluido su esperanza en el mismo.

El Magisterio contemporáneo ha dado un impulso a la visión de la Iglesia

comprometida con la construcción de un mundo más humano, guardando la debida

reserva respecto a la definitividad de la realidad escatológica. Muestra de esta

tendencia son la encíclica Populorum progressio y la constitución pastoral Gaudium

et spes (cf. especialmente el n. 39 en el contexto del trabajo humano).

Este modo de afrontar el tema surge de alguna manera como consecuencia de una

controversia teológica suscitada en los primeros años de la posguerra entre

«encarnacionistas» y «escatologistas» en su visión sobre la relación entre historia

profana y escatología, y especialmente sobre el valor de la acción humana en la historia

en relación con la consumación escatológica.

o El extremo de estas posturas puede verse en las obras de K. Barth y de P.

Theilard de Chardin. Mientras para Barth existe una radical ruptura entre

historia profana y venida del Reino, para Theilard la consumación es resultado

de la evolución.

o En el momento previo al Concilio Vaticano II, el escatologismo es representado

por Bouyer, Daniélou y Congar, mientras el encarnacionismo por Montuclard,

Dubarle, Thils y De Solages. Sin negar la importancia de la acción cristiana en

el mundo, el escatologismo acentúa la dimensión interior e invisible de la

aportación al Reino en el compromiso mundano, mientras el encarnacionismo

se concentra en la correspondencia entre lo invisible del Reino y lo visible de

la actividad mundana, sin con ello negar la eventual transformación en la etapa

definitiva. En esta última tendencia se veía como factible el diálogo con el

marxismo.

o Sin tomar postura en la discusión teológica, el Concilio asumió los valores del

encarnacionismo (cf. v.gr., LG 48; GS 39) sin caer en una identificación entre

el progreso humano y la preparación de la parusía. En esta misma línea se ubica

el número 27 de la Profesión de fe de Pablo VI.

o Después del Concilio, la discusión teológica continúa en campo alemán. Metz,

como representante del encarnacionismo, acuña el término de «escatología

creadora» en una perspectiva de teología política. Junto con él cabe ver a la

teología latinoamericana de la liberación. Von Balthasar, escatologista, se

opone a la confusión theilardiana de evolución biológica con avance espiritual

y a la confusión entre progreso humano y progreso técnico, y rechaza que tal

visión signifique pesimismo: es, sencillamente, el realismo del que confiesa lo

que ignora.

o Desde el campo protestante entra en la polémica Moltmann, planteando una

disyuntiva entre las religiones de promesa (que inyectan esperanza y

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Escatología

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dinamismo en la humanidad) y las de epifanía (doctrina y culto). Esta postura

es fuertemente criticada por la ortodoxia protestante que acusa a Moltmann de

condicionar el futuro. En su respuesta, Moltmann valora las acciones del

hombre en la medida en que pertenecen a la acción del Espíritu (con lo que se

evidencia su alejamiento de la ortodoxia protestante). En su última fase y ante

la crisis del progreso, Moltmann vuelve a la ortodoxia protestante defendiendo

sobre el progreso técnico la libertad interior y los valores estéticos de la fiesta

religiosa.

Las tensiones aquí vistas nos permiten afirmar con Rahner la autotrascendencia de la

historia en el sucederse de futuros intramundanos hacia el futuro absoluto. La

importancia del actuar humano no se puede descuidar, como tampoco la reserva

escatológica ni el primado de la gracia en la obra salvífica de Dios. Los principios

constantes que hemos manejado de continuidad y discontinuidad en la escatología se

mantienen íntegros en la valoración de la historia como historia de salvación y en la

escatología como consumación de la historia de la salvación.

2) Milenarismo

Otro problema en la historia de la teología que permite observar la misma tensión entre

historia y cumplimiento lo representa el milenarismo.

Concepto. El término designa en sentido estricto la creencia en el regreso de Cristo

para reinar gloriosamente durante mil años con los justos resucitados, después de lo

cual vendría la resurrección y el juicio universal para el establecimiento del Reino de

Dios (cf. Ap 20, 1-6).

Antecedentes. Esta concepción, en realidad, es continuación de un tema presente en la

apocalíptica judía que reflexionaba sobre el Mesías y se apoyaba en Sal 90, 4. El mismo

autor del Ap se ve influido por esta visión.

Representantes. Fuera del gnosticismo, todas las corrientes cristianas, ortodoxas y

heterodoxas, conocieron alguna visión milenarista durante el tiempo de la patrología.

El lugar de partida parece haber sido Asia Menor en el s. II. Es presentada por Cerinto,

Papías, Montano, y defendida incluso por Justino. La idea se mantiene hasta el s. V

sobre todo en Occidente, presentada por Apolinar, Tertuliano y Lactancio. Lo rechaza

en cambio Eusebio de Cesarea. El tema fue importante para la dilatación en la

aceptación de Ap dentro del canon.

Lectura espiritual. Orígenes escapa al sentido literal del texto con una interpretación

alegórica de Ap. Sobre la misma línea, Agustín presenta los «mil años» del reino de

Cristo como el tiempo de la Iglesia. Sobre esta línea continuará la interpretación

posterior.

Reaparición en el Medievo. El tema vuelve con el abad Joaquín de Fiore, que presenta

la historia como la sucesión de tres fases: el Reino del Padre (AT), del Hijo (Iglesia

actual) y el del Espíritu Santo. El Reino milenarista sería esta tercera etapa del Espíritu

o tercera edad de la Iglesia, que sería el cumplimiento de Ap 7, 2 y 14, 6, que iniciaría

en el año 1260.

Rechazada su enseñanza por los teólogos más autorizados, esta teoría delata una doble

tendencia humana: por una parte, la de identificar el valor de la historia como el lugar

donde se realiza el plan de Dios; por otra, el afán por conocer los arcanos misterios del

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Escatología

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acontecer histórico y de descifrarlos para lograr un cierto dominio sobre ellos. Entre

estas tendencias, el tema nos remite al ya visto valor del actuar humano en la historia

y nos denuncia el sensacionalismo que con frecuencia acompaña la religiosidad.

b) Dimensión individual: la esperanza cristiana

La esperanza es objeto de estudio de la antropología teológica en el tratado de las

virtudes. Nuestro objetivo aquí es señalarla como la actitud general característica del

cristiano ante el objeto de estudio de la escatología.

Como indicamos desde el inicio de nuestro estudio, la escatología plantea una lógica a

la teología y a la vida cristiana en su conjunto marcada por la dinámica de la promesa,

que ve en la historia un camino hacia un fin cuyo horizonte es Dios mismo como

promesa, y ello con la forma específica dada por Cristo salvador en su actuación

histórica proyectada hacia la consumación. En este sentido, recordamos que el objeto

de la esperanza es Dios mismo (es, así, virtud teologal), y ello imprime al actuar del

hombre en la historia un valor propio: nada de lo que acontece en la vida del ser

humano resulta indiferente ante la realización definitiva del hombre en el futuro

absoluto (continuidad-identidad), pero al mismo tiempo ese futuro absoluto implica

una superación en la gracia – por lo tanto como acción salvífica de Dios – del mero

devenir histórico (discontinuidad-cumplimiento). Esto, que de alguna manera lo hemos

ya considerado para la historia en general, se convierte para el individuo en una tensión

fundamentalmente optimista de su existencia.

La experiencia cristiana queda así marcada por la conciencia de que no posee nunca lo

definitivo (la bienaventuranza), pero de alguna manera se pueden ver como arras de

los valores del Reino la paz, la justicia y la alegría en el Espíritu (2 Cor 1, 22; Ef 1,

14). De igual modo, la vivencia litúrgico-sacramental que recuerda el acontecimiento

salvífico, lo anuncia presente y lo proyecta hacia lo definitivo, puede concretizar

también en la dimensión celebrativa la dinámica escatológica de la vida cristiana.

Una visión secularizada de la esperanza ha terminado por desintegrar al sujeto

postmoderno en vivencias inapresable de instantes fugaces. La esperanza cristiana se

presenta como un poderoso paliativo que permite al sujeto recuperar la unidad de vida

desde la perspectiva de su fin último.

De cara a las más diversas utopías, la esperanza cristiana se propone como una

verdadera intervención salvífica de Dios en la que a la vez la acción humana es

asumida, redimida y superada.

c) Dimensión eclesial: la Iglesia peregrina y la celeste; comunión de los

santos

La visión que hemos mantenido aquí entre consumación escatológica e historia como

historia de salvación nos permite ampliar nuestro tema a un último punto que ha sido

objeto del magisterio del Concilio Vaticano II: la comunión entre la Iglesia peregrina

y la celeste.

En este sentido resulta novedosa la presentación del capítulo VII de LG, que tras hablar

de la índole escatológica de nuestra vocación en la Iglesia (48) se detiene a afirmar la

Page 39: Escatología Cristo, el hombre nuevo: «Yo soy la ... 2014/apuntes.pdf · Primer tratado conocido sobre el tema: San Julián de Toledo, 688 (Prognosticum futuri ... Parte del principio

Escatología

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comunión de la Iglesia celestial con la Iglesia peregrinante (49) y las relaciones entre

ambas.

Es también, finalmente, el tema escatológico el que vincula el capítulo VIII de LG

sobre María con el resto del documento, que de hecho se cierra con la contemplación

de María como signo de esperanza y de consuelo para el pueblo peregrino.

En este contexto se debe ubicar:

o la invocación de los santos (contra la evocación de los espíritus);

o la intercesión de los santos, y

o la oración por los difuntos, especialmente por los que se encuentran en estado

de purificación.

La comunión de los santos del Credo, vinculado con la profesión de fe en la acción del

Espíritu a través de la Iglesia, nos marca la dinámica salvífica de toda la obra divina a

favor del hombre, que incluye el aspecto comunitario (de comunión-caridad en Cristo).

En todo caso, se trata de la afirmación radical de la fe de la Iglesia, de la cual la fe

escatológica constituye su aspecto consumador: en Cristo, homo novissimo, se ha

ofrecido la salvación a todo el género humano, y hacia Él camina la historia y la

humanidad, hasta el momento en que Él sea todo en todos.