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Literatura
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E
Sergio Bizzio
E, ra el cielo
@LaTtnoamertcana
@ rarrnoamencana
Scrgio BizzioEra cl ciclo. - le cd. - Buenos Aires: lnterzona Editora, 2007.
208 p.; 22x14 cm. (lZ Latinoamericana; 48)
ISBN 97 8.987 -l 180-48.6
1. Narrativa Argentina. I. TíruloCDD A863
@ zooT Sergio Bizzio@ zooT Incerzona editora S.A.
República Árabe Siria 3o4o PB 'I'Buenos Aires, Argentinawww. interzo n aedito ra. co m
info @ i nrerzonaedito ra.co m
Diseño de colección y cubierra: Tiineo ComunicaciónForografia de cubierta: Ana Schaeffer
rs BN: g78-g87 -118o-48-6
Impreso en Argentina en ocruBRs/zoo7
Qt.d" prohibida la reproducción tot¡l o percid dc csr¡ obra, por cualguier medio o
procedimiento, sin permiso previo dcl cditor y/o euror.
Primera Pa rte
Cuando [egu{ dos hombres violaban a mi mujer. La escena me
impacró con dosis iguales de incredulid^dy de violencia, como si
un niño acabara de golpearme con la fuer ze de un gigante. Uno
de los hombres, con el pantalón desabrochado, de Pi" frente a
Dianar'i[ü€ esraba de rodillas, [a sujetaba de la nuca con la misma
mano en la que renía un cuchifio, obligándola a hundir [a cere en
su entrepierna, mientras que el otro, desde eúis,inclinado sobre
ella, le desprendía los botones del vesddo.
Me paralicé en una torsión extraña, con las piernas a mitad
de camino enrre un paso y orro. Ahora escribo, selecciono y
reconsrruyo, y quízi sea esta la única torsión ext rarfie (verda de'
re), pero en aquel momento aPenas si pude creer lo que veíU
senrí [a misma combinación de vértigo y lentirud, de morosidad
y egíteción que sienren los que acaban de sufrir un accidente y
moví la cabe ze alliy aquí acompañando el recorrido de mis ojos
por el cuadro como si la ima gen fotogr áfica de ese primer vista-
zo hubiera esrallado, ampliándose hasta volverse inabarcable.
Después, por fin, me ap ^rté
de la ventan'. Y Pegué la espalda a
la pared.
Lo primero que pensé fue gue, si me veítn, Diana podía
morir, Una serie de molestias menores (un reborde en La cerce'
dura que dificulraba el paso de la llave; eI zigzagueo Por un living
sobrepoblado de muebles, mesas, lámparas, sillas y sillones, Para
to t Era eL cieLo
llegar a,La.cocina, cuando podí eír directarnente hacia allí entrxo-
do po, e[ pasillo exrerior que bordea la casa) eviró que eperccie'
ra de pronro en la habiración, pero la iron íe de que fuera una
suerte no haberme encontrado cata- a cata con e[[os era tan leve
que no la cepté;en ese momenro ruve miedo de que los laridos
de mi ,or^rón pudieran oírse atrevés de la pared. Todwíe inmó-
vil, retrocedí menralmenre hacia la escena y noré que algo me
había impacrado más el!áde [a violación en sí misma: la suavi-
dad, la rraraban con suavidad, Eso, por increíble que p^rezc^'
anuló en mí rodo impulso, roda esponraneidad, cualquiera de los
muchos recursos a los que el lecror echaría mano sin dudar y Por
lo cuat decidirá que soy abyecto. La suavidad destilaba emene'z^
-enrrlascaraba una violencia c^p^z de dominar l su víctima
desde la tógica, haciéndole enrender gue lo rerrible ya ocurcíó y
reduciendo su resisrencia al mínimo, a pequeños gestos y súpli-
cas que son como los estremecimientos de un mal recuerdo-,
pero también la promesa de que no iba a pasar nada horrible,
nada horrible más.No había griros ni grandes forcejeos. A los
tt " , - - "p.f faVOr " deDiana SegUían UnOS "Shh" menos peSadOSno y tos
que el aire y aun así con una enorm e cePacidad Pafe aplastar'
Volví a asomarrne. La, perspectiva, por entre las cortinas, me
permitía verlos de cuerpo entero. Estaban a cuatro o cinco
merros de la venr ^n,.,i,rrrio
eilepuerra del dormitorio, donde no
había ningún desorden, excepro en [a cama: la man t^ y las sába-
nas colgaban por un costado con los pliegues intactos, corno una
chorreadura de [ava; probablemenre la habían sorprendido en el
living y L^habían arrasrrado hasra allí, de donde Diana intentó
escapar. Los mínimos cembios que se habían producido mien-
rras permanecí de espaldas conrra la pared me apabullaron. El
panralón del hombre que estaba de pie había caído. Tenía pier-
nas musculosas y ofensivamenre pálidas y llevaba puesto un ca[-
Serglo Btzzlo ! It
zoncilro muy ajustado, es[arnpado con flores rojas, contra el que
empujaba ra. cuede Diana. Er segundo hombre le había quitado
er corpiño y ahora re rcxicíaba ros pezones con la punta de los
dedos. ya no se inclinaba sobre "ri"; esraba de rodillas' en
'a
misma posición que Diana, aprerándole desde atrás las piernas
con las suyas. por mornenros enrerraba [a cabe za en su pelo Y "L
cuchillo del primer hombre le toztba'la frente'
Nunca ros había visro antes. Debían rener unos treinta años'
Regisr ré eldaro con un escalofrío: eran bastante más jóvenes gue
Diana. Er que esraba de pie er^rubio, pálido, fibroso, enérgico'
Manrenía ra visra fija en ra boca de Dia n^ y se bamboleaba muy
despacio aderanre y *ris, con un sigilo de ceztdor gue se cuida
de espanrar a su presa y que disfrura más de la frraesrría con que
se acer c^ eella gue con su m'erte. El otro tenía la cabe zl t,'Pa'
da. usaba sandalias de cuero y se agitaba sobre la espalda de
Diana como un contrabajista'
Ninguno de ros dos parecía nervioso o apurado. Pero a cual-
quier varianre seguía ,r" refríege, una lucha milimérrica que
reavivaba mi remor a gue ra gorpearan o la hirieran' Me epxté'
respiré, vorví a mirar. El hombr" ¿" ra cabe z t^ptdala' '.g',rró de
ra cinrur a, y re ^rr.*nco
de ra enrrepierna del rubio P^r^ hacerla
sirtrhacia é1. Diane se incorporó de un salto, droneando y sacu-
o
diéndose. Suplicó que ra dejararl. El rubio la rg*ró de los brazos
y, mienrras el orro i. q,riraba er vesrido, le dijo algo al oído; qutzi
re ordenó quedarse quiera, o re promedó que iba a ser rápido'
Enronces Diana quiso llevarse las manos a la c^t^,pero el rubio
seguía sujerándora de ros brazos desde arrás; vi en sus ojos la
necesidad de cubrirse y el desconcierro de no poder hacerlo Y
esruve a punro de grirar. un momenro después el hombre de 'a
cúeztrapada le o.¿ la bombacha y Diana, ahora compl ..Í,'
mente desnuda' Pareció rendirse'
rz r Era eL cielo
La llevaron ale cama. La llevaron con el mismo aire de corte-
sía funcional con que se [eva a un anciano hasta su mecedora
frente aljardín. Allí hubo un nuevo forcejeo: los hombres la sol-
taron al mismo tiempo (el rubio par e bajerse el calzoncillo y eI
rapado pera bajarse el pantalón) y Diana se escabulló y corrióhasra la pue rta, donde volvieron a etreparrla. Cayeron los tres al
suelo. Durante un momento nadie se movió ni dUo nada. Se
quedaron quiecos, mudos, respirand o agitedamentg desarricula-
dos, ageffedos unos a otros, con las ropas a medio quitar, hasta
que el rubio sacó un brazo del,amasijo que eran y ^poyó
el cuchi-
llo sobre los dientes de Diana metiéndolo de canto enrre sus
labios. Le dijo algo y Diana asinció . La llevaron de vuelra a la
cama. La acostaron boca arriba. El tipo de la cebeza rapada le
abrió las piernas, se arrodilló entre ellas y dej6 caer lenramenre
la boca sobre su sexo. Diana se arqueó.
El rubio la tenía ageffeda de las muñecas y I^ miraba con eire
melancólico, sin lascivi a. Perecía, haber descubierto un abismo
entre la piel de Diana -levemente
bronce ada, apenas más blan-
ca sobre los huesos al curvarse- y I^ sensibilidad de sus manos.
Y de pronto, como si hubiera saltado ese abismo un minuroatrás y recién ahor e, yl en el tíre, decidi era elcenzerle, Le epoy6
las manos sobre las costillas y las deslizó erribe y abejo muy des-
pacio, una y oúe vez, sin dej ar de admirar ni por un segundo la
voracidad con que el rapado la chupaba. Después tgarrí una
mano de Dian ,y la llevó hasca su entrepierna. Al tocarlo Dianaencogió el brazo, pero el rubio repitió la operación. Esra vezlemantuvo egerredela mano con fuerzahasta que notó que Dianaya no la quic aríe.
Me eperté otra vez. El rubio hab ía dejado el cuchillo. Supuse
que no sabía muy bien dónde (si a su izquierda o a su derecha)
y calculé cuánto le llevaría encontrarlo si yo entraba de golpe ela
Sergio Bizzlo r 13
habiración. Un segundo,t lo mejor dos, palpando rápídamente
a un lado y e ocro, pero ¿qué iba a hacer una vez adentroi Me
agaché, pasé por debajo de la ventana y fui hasta el fondo de la
casa. Alcé una piedra, volví ^ dejerla. En la parrilla había una
serie de insrrumenros de asador que alguna vez me regaló Di ^na,
rodos cromados, rodos del mismo largo y todos igualmente inú-
riles. Agarré eLerízador, 1o sacudí en el aire y entré eLa casa.
Me detuve al oír gemidos. Por entre los gemidos roncos y aho-
gados de uno de los hombres oí también un gemido de Diana,
más débil y sinuoso y que ^p^recí^
y se perdí^ y volvía a ^Pere'
cer, enroscado a los gemidos del hombre como un hilo aPenas
más angosro enrre los cientos de hilos de un cable de acero. Eso
bastó p^r^aumencar el peso del hierro en mi mano; entendí que
no tlcenzxíe t dar mál de un golpe antes de que se echaran
sobre rní, incluso aquel que lo recibiera. No tenía ni la mitad de
la fuer z y la agilidad que renían e[os. Nos meterían. Retrocedí,
volví sobre mis pasos. Ahora el dpo de la ctbeztrapada Penetra-
ba a Diana con enviones cad ^
vez más rápidos. Acabó en silen-
cio unos segundos después, apretando las mandíbul ts, Y el rubio
ocupó su lug er. Cembiaron de posición sin ansied ed, e incluso
con un cierto aplomo, como actores de cine porno. Diana obe-
deció a,Iapr.riJn de las manos del rubio y se dio vuelta. El rubio
le indicó que se pus íere en cuatro patas. Después la agetrí de la
cinrura y duranre un mornento se frotó literalmente contra sus
nalgas, hasca que dejó de moverse. Parecía cont rariedo.'El tipo
de la cabezt rapada, sentado en el borde de la cama, con los
codos sobre las piernas, brillante de sudor, gít6 P^r^ ver qué
pasaba. por un insranre pensé que me habían visro y en lugar de
epart;rrme confié en mi inrnovilidad: más ttrde, si todo salía
"bien", cuando los hombres ya se hubieran ido, uno de ellos
registr aríede pronto mi silueta en la ventatta... Pero Le tazón de
r+ r Era eL cieto
la pausa era menos Prosaica de lo que remí: el rubio esriró unbrazo, agarró el cuchillo y recién enronces recuperó la erección.La penetró Por acrás. Diana elzó la cabe ze,ladejó ceer.Apoyadasobre los codos, a cadaenvión del rubio su pelo rozebela cama.
Desvié la visra y miré alrededor. Miré nada más que pere*se-gurarme de estar ahí. Hecíavarios días que el cielo esraba limpioy que el sol Proyeccaba las mismas sombras, de las que yo em pe-zaba a ser Parte. Pensé, con ánimo de creerlo, que en el fondo ereDiana quien manejaba la situación: en la medida en que nopodía hacer otra cosa, dosificaba su resisrencia f su enrreg a, eIvolumen de su sometimiento. La idea me sonó absurd.x¡ €¡tot]-ces tanro como ahora; no arenuó mi angusria ni juscificó mi inac-ción, no me sirvió. Sentí también el vienro del ala de lo absurdoal reco tdar
-como si fuera algo lejano- que hacíeapenas una
semana que estábamos juntos de nuevo. Durante los d.os añosque estuvimos seParados no hab ía dejado de pensar un solo díaen la posibilidad de volver con ella. Diana era Ia única personadel mundo con la que yo me sentía realmenre seguro. Despuésde una década de matrimonio, la seguridad es un esrado ranro omás valioso que el estímulo intelectual o el deseo sexual. Tengocuarence Y tres años, empiezo a valorar esa clase de cosas. Por lodemás, el fucuro se ha ido angostando hasra volverse visible unaftanja de riemPo que en teoría es menor a lo que viví y enla queYe no h^y lugar Pera lo que me gustaría vivir. En esas cosaspensé, desordenadamente.
cuando volví a mirar Diana estaba sola.
No podía decirle que lo había visco rodo. Pero si dejaba que melo dijera ella no podría evirar la indignidad d" firgir sorpresa,violencia o desesperación. ¿Era mejor decirle que había sido un
Sergio B¡zzio I 15
cobarde, que había esrado rodo el tiempo ahíi ¿Eso hubiera sido
el fin de mi vida con Diana, con Julián, hubiera sido e[ final de [o
que vine a busc ar? Eché un último vistazo hacia adencro Y suPe
que lo que heríe en ^Plaza;.
el engaño'
Diana esraba bien. I{abía una cierta vitalidad tranquilizadora
en la forma en que se levantó y se sentó en la cem , e incluso
durante los pocos segundos que permaneció quieta, pensativa, con
las menos sobre las piernas, como decidiendo si terminaba de
levanrarse o empezaba e. llorar. ¿Estaba pensando en hacer la
denuncia -Diana es una aurora de libros infanciles basrante
famosa; su violación podía resulmr el rema del mes-, pensaba en
ella, en mí, en cómo me 1o diría a míi Negó en silencio con la cabe-
zt como si efectivamenre hubi en úgo que pensar y ella acabara de
hacerlo, d. repasa r y rcarmar los momenros previos al ataque de la
misma forma "tt
q..., ahora lo hago )ro, aunque incluso en aquel
momenro me parecro evidenre que su repaso iba más allá que el
mío, un mero reborde en la cerradura. Tuve la impresión de que
estabe menos angustiada que enojada. De Pronto se estremeció, se
esrrerneció brevemenre, como si algo la hub ieruasqueado, y su pie
izquierdor Qu€ hasra ese momenro esraba apoyado sobre la punta
de los dedos, se desl iz6 hacia adelante y pisó el suelo con fuerze,
revolviéndose y acomodándose como en un mundo nuevo.
Después de unos segundos de'inrnovilidad se apoyó en ese pie
p^r^levanrarse, agarr| e[ vestido y salió del cuarto e Paso rápido.
Me ep;¡rtéde la venrana y volví por donde había llegado. Eran
las cuarro de [a rarde. A las cinco Julián salía del colegio. Diana
y yohabíamos acordado que esa tarde íríea buscarlo ella. Sabía
que Diana no ser íe cepez de i, Y que de un momento a otrÓ me
llamar ía pxa, pedirme que lo hici er'- yo, / rrre vino e ra mente
-
16 r Era e[ cielo
-ca!ó en mi mente, como una piedra, provocando un oleaje
que bañó de terror las costas en miniatura de mi vida- la ima-
gen de Julián entrando por prim ere vez al deparramenro que
alquilé cuando Dian e y yo nos separamos, dos años arrás.
-Me gustan las cosas nuevas. Me gusra ese árbol -dijo."Lo nuevo" estab e rcferido al hecho de que el deparramenro
era nuevo: fui el primer inquilino que vivió allí.'El árbol" era unviejo paraíso ennegrecido f en aquel momento
-invis¡ne- si¡hojas: la copa, una red de ramas retorcidas, con nudillos inflarrrá.-
dos y coftez;rs resecas y ahuecadas, daba de lleno sobre la venra-
na del living, como un espectror prome tíe para el verano , ye flo-recido, el alivio de su sombre, pero en ese momento no era más
que una sombra en sí misrno. La aprobación de Julián me corl-movió. Recién entonces
-curiosamenre, porque Diana y yo
habíamos hablado de separarnos duranse meses- ceí en lacuenta de que ya no vívía con é1.
Mi hrjo, el ser más amado, el hombrecito que sostenía el serl-
tido del mundo, se sencó en el suelo, ajeno a mi angusria, y sacó
de la mochila del colegio una nave espacial sin cabina, sin puer-tas, completamente sellada, con luces ridlantes en las alas.
Después merió de nuevo la mano en la mochila, revolvió un poco(los niños confían en el tacto y en la vista por igual, pero le dejan
las tareas más fáciles al tacto) y sacó un superhéroe inarticuladoy demasiado grande pere la nave. A pesar de codas esas dificul-tades
-la nave pequei^y sellada y elsuperhéroe inmenso- los
acopló con la misma fluidez con la que él mismo prom etía aco-
plarse alanueva situación. Lo único que tuvo que hacer peruqueel juego resultara exicoso fue un sonido de rurbinas con la bocay $eer en é1.
Sergio Bizzio r 17
No me alejé de la casa; caminé por los alrededores, arurdido
como alguien que vegesin rumbo por entre las ruinas en el lugar
de un arenrado. Hasta que Diana llamó a mi celular y me Pre'
gunró si pod íe ír a busc er e.Julián. Se disculpó por llamarme a
último momento. ¿L\egeba? Le dU. que sí y [e Pregunté qué
había pasad.o.
Diana hizo una pausa.
Esperé su respuesta con [a ansiedad de un pacienre que acebe
de ent regarrl,e a su oncólogo un sobre con los resultados de un
chequeo de rurina, con la expectativa de un adicto que es dejado
a solas junto a un mueble con muchos cajoncitos.
-¿Pasa algo ? -tePetí.
-Me llamó Elisa -dU" por fin. Ningun signo en [a voz, nin-
guna fisura-. Quiere verm e y Ie dU" gue sí, parece urgente.o
De modo que no pensaba decírmelo, al menos Por el momento.
-Diaox.. . _-vecilé. Me cuesta escribir lo que dije; fue un
susurro, pero en el tono hubo montañas de complicidad y un
lago de dolor en el que un extraño hundía los remos sin aPuro-:
¿Algunevez te dije que te quieroi
E[la hizo una úpiáe Pausa:
-Tonto -dijo.No era- pera nad elaclase de términos que usaba Diana, fuera
de sus libros. En una conversación cualquiera su equivalente a
"tontd' ereun chasquido acomPañado Por une sonrisa y un giro
en cámara lenca de la cabe ze. El, acuerdo cariñoso que esa pala'
bra tenía o podía tener entre nosotros me resultó chirrianfe.
Apenas Julián salió del colegio (verlo me rompió el corazón:
de pronro ete un chico que no sabía nada sobre sus padres) lo
invité al cine. Me dU" que prefer ía juger al tenis. En el club alqui-
rc dos raqueras y un rubo de pelotas y fuimos al frontón.
Tuvimos que esperar un rato porque había seis adolescentes
I8 r Era eL cielo
ocuPándolo, tres chicos y rres chicas, que jugaban por rurnos.
Habíamos comprado una Pepsi con dos pajitas y nos senramos
en el pasto a esperar que terminaran. "Mi pajita es la que esrá
torcida" , eclaró Julián para que no se la usara. Sólo uno de los
seis chicos jugaba bien f se pavoneaba ante los demás sub reyan-
do su estilo hasta la caricatura, daba golpes más fuerres de lonecesa rio y emiría el típico grito ahogado de los renisras profe-sionales. Cuando por fin se fueron Julián jrgó un poco desma-
ñadamente, quizi por reacción al estilo sobreactuado del chico,
como si no quisier^püecerse en absoluco a éI, o quizá porque el
uniforme del colegio lo incomodaba...
Yo tenía treinta y siete años cuando nació Julián y recuerdo
que en los meses previos a su nacimiento me dolía la idea de ser
un padre demasiado viejo púe.éI. Pensaba que mi agilidad no iba
a estar a la alrura de sus juegos, ilüe mi resistencia física no alcan-
zaríe a cubrir su necesidad de acción. No fue así. Incluso ruve
más ánimo y más fuerzes que nunca. Hasta esa tarde. Esa tardetuve rni edad..
Julián dejó de jugar enseguida. A unos rreinra merros del fron-tón dos hombres cortaban un árbol. Nos acercamos a ver,Uno de
ellos tiraba de la soga con la que había enlazado la rama que el
otro cortaba Por la base, con una motos ierta."Si la rama se le cee
encima lo metí', comenró Julián. Le dU. que no había ningún
peligro, ![ue sabían lo que hacían. "¿Eso h^y que saber hacerloi",
me Preguntó. Consideré las posibilidades de la pregunra, como si
la hub ierahecho un adulto más o menos irónico ,y L"dU. que sí.
Le rama se quebró y cayó muf despacio, pero el crujido de lamadera rompiéndose no se apagó hasta que la ram a peg6 en el
suelo, e incluso hasta unos cuantos segundos después.
Abrí la puerra de casa y Julián fue corriendo a prender la cotrt-
putadora. Yo evancé por el living lentamente.
-¿Dianai -llamé.Enrré al cuarro. La cama estaba tendida y no había nada fuera
de lugar. Me impresionó darme cuenta de qüe en ningún mornen'
to hubo nada fuera de Lugar, y que a Diana le bastó cender la
manra y alisar los pliegues con una mano penborrar las huellas
de lo que había pasado. Miré hacia la ventarla. Ahí estaba yo un
par de horas arrás. Sin embargo no me había retirado del tod.o,
y alo mejor no rendríe nunca la fuerza suficiente Pere aparter'
me completamente de allí.
Me senré en la cama. Desde el cuarto de al lado llegaba el
sonido del juego de computadora: aceleraciones, una sirena
monocordg golpes en las teclas y la voz de Julián gritando ^
intervalos irregulares "¡No !","¡Sí!", "¡Eso!".
De pronto me sentí agotado.
Le ftenre es el lugar del cuerpo donde sienco el cansancio con
más nicidez. No en rod elefrente: es un sector circular, ubicado
por encima del enrrec.jo, que se angosta y extiende t ízquierda
y derccha, hasta rocar las sienes, formando la figura de una Per-
sona con los bra zos abiertos sobre el respaldo de un soft. No es
un cansancio plácido, sin embargo, ni exclusivamente físico. Es
como si supi erelo que ve locurrir rnañanay no me interesxrx...
zo r Era e[ cielo
Y al mismo tiempo, si lo pienso, cedamañana cuando me levan-
to, o mejor aún, a la noche, antes de acostarme, añoro La dulzuradel cansancio como resultado de un díeacrivo, impulsado hacia
la cima de cualquier cosa, por cualquier cosa que jusdfique el
veYecto. [.Jn hombre sube una montaña de polvo porque sabe
que arribe h^y algo sólido, o úril, o apenas discinro del polvo. Yo
fui ese hombre. La indiferencia, mi indiferencia por lo que v€n-
dri, es lo que siente la figura del sofá en su propia frente,porencima del encrec"jo, extendiéndos e a izquierda y derecha y for-mando otra figura, también sentada. No es una serie, ni ve al
infinito. Termina ahí. La figura del cansancio en la figura de micansancio. Pero miencras que yo sé lo que va a ocurrir mañ en ,
la figura lo ignora f no por eso siente menos cansancio qu e yo.Este es el que sof ahora.
Cuando abrí los ojos fa era de noche. Julián me había agetta.-
do de un hombro con las d.os manos y mesacudía con fuerze,aun
después de haberme despertado. Lo miré. Seguía sacudiéndome.
-Dice mami que vengas a comer...
Tuve la impresión de que no había oído nunca nada ran raro
en toda mi vida.
Después de dos años de ausencia la mucama me miraba como aun intruso. Diana y yo nos habíamos habiruado rápidamenrea estarjuntos otra vez,pero la mucama me seguía con la rnirada
Y Yo tenía la sensación de que esperaba a que Diana reaccio n r^de una vez por codas y me pregunrara quién en y qué esraba
haciendo ahí. Esa noche, cuando entr é e Ia cocina (la mucamatrasladaba algo en un cucharón desde una olla hasra un plaro en
las manos de Diana), fue la primera en levanr ar lavisra hacia mí.Diana no me miró hasra que la besé.
Sergio Bizzio
La cena fue breve, pero hicimos un esfu erzo tan grande Por
copiar los tonos y [a modulación de una cena cualquiera que
pareció eterna. Las inrervenciones de Julián, sus comenrarios a
nuesrros comentarios, o sus juegos (inclin er Ie silla hacia atrás y
balancearla sobre las patas traseras, meter un muñequito por el
pico de la borella de agua) eran lo único que restituía eL tiempo
reel, aceleríndolo. Diana no sabía que yo lo sabía, Por suPuesto,
pero yo no sabía por qué no lo decía. Y no parecía dispuesta a
hacerlo. Toda nues tre efectación de cotidianeidad estaba sürcá.-
da de chisporroteos y latidos, como una tormenta ecrevés de una
corrina, pero sólo Diana podía preguntar sin temor qué era 1o
que pasaba y acepcar mi respuesta como una verdad. Cuando lo
hizo, menos intrigada por mi silencio que pxedescomprimir su
propia rensión, le dU. que Bardem, el productor español para e[
que había esrado uab$ando por correo electrónico durante los
úlrimos meses, quería que fuera per;- elli.Teníe que irme dentro
de veinre días. El terror que sentía por los aviones le bascó a
Diana perl. enrender qué era 1o que me pasaba; rne sonrió y me
preguntó por qué se 1o concaba recién ahora. "Querida, vine
anres p^reeso, dejétodo p^revenir a cont irrcLo,Pero cuando lle-
gué re esraban violando y no supe qué hacer. De hecho no hice
nada... aparte de mirar. Me sienco muy mal Por eso' casi más
que por lo que Ee pasó. Esa es la rezón por la cual te lo digo
recién ahora. ¿Podrías llevar aJuli án esu cuarro y volver solal Me
encantaría morirme, pero no quisiera que éI esté Presentel'
Me encogí de hombros y L" dU. que no estaba seguro de poder
subir a un avión.
-¿Or ravezcon esoi
-dUo Diana como si le hablara a un niño
que insisre con usar la afeitadora del padre (o la ropa de la madre).
Después se levantó, me dio un beso en la sien (apoyó su mano
en el respaldo de mi silla, no sobre mi hombro) y dUo que iba a
zz r Era et cleto
acoscarse. No se sentía bien. Le pregunré si quería que llamara a
un médico. Ella frunció el ceño, un gesto que volvía ex^gerada mi
Pregun¡a, Y dU" que no, que lo único que necesicaba era descá.rl-
sar un Poco,Dos horas después, cuando Julián se durmió, abrí la puerra
del cuarto milimétricamente, me quicé los zaparos y l^ropa y me
metí en la cama tratando de no desper tarla, aunque sabía quefingía dormir. Hacíamos el mismo número en las semanes pre-vias al,a separación. Con la diferencia de que en ese úlrimo riem-po juntos Yo casi no dormía, me mantenía florando enrre el
sueño y la vigilia, atento a sus movimientos en Ia, carna, a sus
cambios de posición. Dormía "eIa. expecr etívi'.¿Por qué no meabrezai ¿Va a abra z^rme si me doy vuelra, si le dof la espaldar
Recon ozco una cierta coreog rafía del sueño en mis relaciones
largas (.t las relaciones ocasionales no hay nada eparrte de ran-teo y desconcierto y,desde luego, la búsqueda de la propia corrro-
didad). Me bastaba un leve roce de la punra de los dedos sobre
su vientre Para que ella girera hacia ffií, no importaba cuán dor-mida estuviera. Me sentía.Mucho tiempo después me pregunra-ba tod avíe cómo era posible que sucedi eraalgo así, no ranro queella sinciera el roce de mis dedos (eso, incluso pereun cínico, es
amor) como el hecho de que yo mismo lo advirriera f lo r€cor-dare y no estuviera en ese momento con ella... Es más, Dianafue la prim eÍe que hizo el gesro. Y yo lo adopré. No como unimicador (como un estudiante de teatro gue, senrado en prime-re frLa, mira la mala versión de una obra pésima aplaudida por lacrítica y se abisma en la fe de que él mmbién debe acruar así, en
lugar de levantarse e irse) sino con devoción, suspendido a rodolo larg o y ancho de mi ser.
Entonces Diana recogía su pelo para que yo meriera Le caraen su cuello. Y lo hacía todas las noches. Todas. Todas las
Sergio B¡zzio ¡ 23
noches. Yo le pasaba un brezo por la cintura, cruzaba el otro
sobre su pecho para tomarle un hombr o, y ella se acurrucaba en
mí con un bamboleo tan dulce y ten suave que te hacía pensar
en el viento.
Y al revés, cuando fo [e daba la espalda (bastante menos st¡til-
mente que ella, y no lo digo por cortesía) se pegaba a mí con un
brazo extendido sobre mis piernas, cubriéndome una rodilla con
la mano. Cualquier alteración de esa rutina podía despertarnos.
Pero llegó un momento en el que ya sólo nos ebrazibamos
cuando coincidíamos de frente, como si el abrezo no fuera más
que el resultado de un encuentro casual.
"Salgo del agujero donde duermo', dice una línea de Apollinaire.
Esa fue mi sensación por la mañ ^ne,
aPenas me desPerté.
DU" "la ma irarni' , pero el abanico de lo superfluo era mucho
más amplio de lo que pensé: todaví e era de noche. El motor de
un auto rasgó los últimos segundos de confusión...
Diana dormía boca arriba. Saqué un pie de la cama y cuando
lo apo yé en e[ suelo entreabrió los ojos; dos ranuras en [a oscuri-
dad. Enseguida volvió e cerrerlos. Ap oyé el otro pí" y salí del
cuarto.
En la cocina encontré el frasco de plásdco en el que Julián
guarda algunos de sus juguetes. Le quité la taPa Y volqué e[
contenido sobre la mesa: un marcianico amarillo limón con un
gancho de metal en la cabe 2a,... un perro de tres colores... un
escorpión morado... una hormiga sin abdomen, con ojos de cal-
comaní^y manos en forma de teneze... l¡r1 gusanito verd€ €rtros-
cado en la cola de un [igre... un catacol sonriente, de antenas
redondeadas, con un libro en la mano... un guardián de zooló-
gico con un traje verde y un gorro celzedo hasta las ceias... un
2+ r Era et cieto
tractor sin ruedas... un ratón con los brazos abierros, como si
acabara de ver a alguien o algo muy querido... un boomerang d"plástico lila... un excraño hongo gris con cere humanx... unmonstruo morado con la boca abiertey la cola en llamxs...
¿Por qué no rne lo dijoi ¿Por qué no me lo dicei
Julián epereció en la cocina con el pelo revuelro. Se sencó sobre
mis piernas, apofó una mejilla sobre mi pecho y después de un
momento de silencio (ese momento al comie nzo del día en el
que uno palade ala dicha de cener al orro) me conró un sueño de
caíde y me preguntó si fo sencía lo mismo que é1. "¿Qu é?" Peracontar lo que sentía se sacudió, se estremeció. Le dU. que sí, que
yo senda lo mismo. Recuerdo perfectamente la sensación de los
sueños de caída.Le conté que siempre me despertaba un seguo-
do antes de estrellarme contra el suelo.Julián pareció sorprendi-
do. AIz6le cara, trl€ miró y me dUo que él no se desp ierta, que él
se estrella contra el suelo y se levanra y sale caminando.
Desde que Julián empezí e caminar, ere la primera vez que
Diana se despertaba después que é1. En general se vesría anres de
salir del cuarto, quiero decir completamente, con la ropa que pen-saba usar durance el resto del día, o con una bata si es que se
duchaba antes $el desayuno y no después; ahora llevaba puesra
nada más que la bombacha y una remera sin corpiño; se había
pasado un peine por el pelo. Nos dio un beso a Julián y a mí yentre un boscezo f orro dtlo que hacía mucho riempo que nodormía tan profundamen te y que a pesar de eso se sentía comosi la hubieran apaleado. Me levant é y le serví café. Cuando volvíe sentarme
-no antes, como si fuera un asunto que debiera
Sergio Bizzlo t
trararse a no más de medio metro de dis¡¿¡sf¿- me Preguntó
por los deralles del viaje. Le respondí en desorden: ten dríe que
esrar al\áun par de semanas, vabejar un poco en el guión antes
del comien zo de [a preproducción, etcétera. Diana dijo:
-¿Qué pasa si no vas?
-No sé. LJna de las cláusulas dice que estof a disposición del
productor...
Diana bajó la vista aplastó una cascarita de pan con un dedo
y volvi ó e mirarme, pero no dijo nada.
-¿Estás bieni -l
e Pregunté.
-Sí -dtjo ella con eíredespreocupado. Yo negué en silencio
con la cabeze-.,ifienen a la protagonistal
-Creo que sí. ¿Vendrías conmigoi
-Julián no puede faltar dos semanas al colegio...
-¡Sííí! -dijo Julián.
-Además ru problema no es ir solo, tu problema es eI... -dijo
"eví6ri' moviendo los labios en silencio; no quería que Julián
supiera que a su padre lo aterraba volar, no que ríe trensmitirle
ninguno de mis miedos, que eran decenas. No me extrefietía que
después de arios de palabras escamoteadas Julián cermin ^r^
reniéndole miedo a las elipsis e Me dUo Elisa que su hermano
hízo una vez un curso Para volar. ¿Querés que te averigüei
-¿Volól-Sí.-¿%lvió?-¿Cómo?
-si pudo volver,..
El problema de ir -P^ra
mí- es que después hay que vol-
ver. Los viajes siempre son dobles, tienen reverso, se completan
cuando uno regresa al punto de partida; nunca se trata de un
solo vuelo, a menos que uno sepa que no va a volver, con lo cual
26 r Era e[ cielo
la mitad de un viaje resulta ser todo eI viaje. Yo no cuenco con ese
alivio. Mis viajes de ida se adensaron siempre por Ia care€D sorrr-bras del regreso: ¿f si soy cep^zde ir, pero no d.e volveri Así quecodavía no he partido y emp íezo a considerar la vuel te, der¡xo€-ra tal que mucho antes de que mueva un ded o yese ha produci-do una colisión.
Diana se son rió, se puso el pelo detrás de las orejas f se incli-nó sobre un dibujo que Julián había empezado un minuco arrás:monstruos, monstruos silenciosos, monstruos articulados silen-ciosos. SiemPre me había gustado la honesridad de la arenciónque Diana le dedicaba a Julián; esra vez percibí una sombra decondescendencia, quizi profecrada por lo que yo mismo habíavisro y sobre lo qL. Diana guardaba silencio. Pero sus pupilas,siguiendo las líneas que Julián vazaba en el papel, iban a orravelocidad, o más rápido o más lentas o en la dirección opuesra;sus comentarios sonaban forzados y e veces sus respuescas se
demoraban tanto que Julián tenía que reperir la pregunra.
Lo primero que hizo el Dr. Rodolfo Comas (médico psiquiatra)
fue poner, con un movimiento de las manos ahuecadas, como
si rraslad ^ra
un puñado de aire por encima del escritorio, al,
miedo de un lado y a las fobias del otro."El miedo, del latín metus
-dUo , se mete en la persona por sí mismo, o Por la acción de
un tercero, en tanto que fobia es un sufijo que nosotros [os... ap[i-
camos específicamente a los temores íntimos Proyectados a un
objero exrerio riY aunque no hacía ni dos minutos que estaba allí
y^ me miró como preguntándome si lo seguía. Asentí. Debía
tener unos cincuenta años, dos hijos, a lo mejor [res, un piso en
Belgrano con muchos libros, con muebles laqueados, dinero en el
exterior, un Subaru verde musgo (con portaequipajes), un amigo
de la infancia (excedido de peso), un departamento en la costa y
no mucho más. Era simpácico, pulcro, meticuloso, vestía un saco
color crema, camisa blanca y una corbata patológicamente reyada
sobre la que de ranto en tanto apoyaba los dedos, como P^r^ as€-
gurarse de que seguía allí; hablaba con vozsuave, en tono amisto-
so. En la pare d, ?su espalda colgaban dos diplomas; el de la izquier'
da 1o acrediraba como miembro internacional de la American
Psychiarric Associarion y "L
de la derecha de la Association for
Cognirive Psychorherapy, arnbos de marco patinado. Era txlrl-
bién, y ahora principalmente, el fundador y coordinador de un
equipo profesional mulridisciplinario llamado "Volar sin miedo'
zB ¡ Era et cielo
f un disertante habirual de la induscria farmacéutica en pro gre-
mas de actu alizecíón médica que era lo que más me imporraba a
mí: eI firmeco,los efectos de la formula del fármaco.
-Yo puedo volar, lo que no puedo es subirme a un avión -dU.
en determinado momen[o.
-Es lo que te esroy diciendo -me rureó el Dr. Comas-.
¿Sabés quién es Damoclesi
-¿El de la espadai
-Exacto. Hipócrates notó un díe que Damocles no podía
estar al lado de un pozo, pero que sí podía entrar en é1... en el
Pozo. Acá pasa lo mismo. Es decir, el miedo no alude al verbo
sino al obje[o, no alude al verbo "volar" sino al avión.
-El probleme es que no hay otra manera de volar...El Dr. Comas se sonrió y mepidió tranquilidad con un gesro
de las manos abiertas, como si empuj are hacia rní las dos rrroo-
tañiras de aire que había dispuesto sobre el escrirorio al comien-
zo del encuentro. Acto seguido, levemente molesco con Los zig-
zegueos de la entrevista, dio vuelta Ie pigina hacia arrás y me
explicó en qué consis tíe el cu.rso: cuatro sesiones de una hora ymedia cada una, siguiendo'un programa que combinaba infor-mación técnica sobre el avión, simulador de vuelo, cécnicas de
respiración y psicotrópicos. Tuve la impresión de que no falraba
nada. No obstan te, aI cabo de una media hora de hur ger en laterreze de mi psicolo gíe y en mis pasadas experiencias de vuelo
sacó de un cajón del escritorio un libro firmado por €i,,, Estrategias
Para uencer el miedo a volar, con la trompa de un Jumbo en la apa,un video, Recursos para uencer el miedo a volar, en cuyetapa esraba
ahora su propia crompa, y una serie de hojas impresas con el
título de Consejos prácticos para vencer el miedo a volar. Esra vez,
leyendo los círulos, rrri impresión fue negariva (iba de "esrraregias"
a "recursos" y e 'tonsejos", un degtedé bastante desconsolador).
Sergio Bizzio I 29
Volví a animarme cuando sacó el recetario. Debía tomar üo cotrl-
prirnido diario (10 mg) de escitaloprzrrl, un inhibidor selectivo de
Ie recapcación de serotonina, es decir confianza. AgarréIa recet^ Y
é1 se puso de pie y me extendió [a mano al mismo tiempo que yo
mería la mía en el bolsillo; dijo que esa primera entrevista era "sin
cargd' , así que estreché su mano y en cierto sentido le ofrecí la
espalda, no al Dr. Comas sino alemano misma, que enseguida se
apoyó por encima de mi cintura y me condujo a la salida.
-¿Y? -me preguntó Diana.
-Bien, me dio una medicación y una película -le
alcanc é eL
video.
Diana le echó un vis tezo f lo dejó sobre la mesa' Dijo que
estaba cocinando algo " rico" i un atisbo de entusiasmo (tres días
después era evidentísimo que no pensaba decírmelo) . La trtucá.-
ma salió de la cocina secándose los dedos en la blusa.
-¿El señor va a cenari -me Preguntó.
-Por supuesto -le
dije.
Jutián ye había comido y estaba en nuestra cama mirando
Cbarlie y la fábrica de chocolate. Tenía sueño, hecía fuerzas Per,
rnantenerse despierto. Me dio un abrezo sin decir nad^ Y cuen'
do me solró se puso de costad o y cerr6 los ojos: listo, suficiente
por hoy, fa no lucharía más. Ap"gué la película, 1o llevé a su cama
y blé a cenar.
Esa noche, como esa mañana, como el díe anterior, como e.
cada momento frente a Diana, volví e sentirme horriblemente
deshonesro: leía en ella; en cualquier cosa que ella dijera o hicie-
ra o dejara de hac er yo Leíe la verdad, cuando su intención ere
oculra r\u sólo con mi presencia la obli gebe a mentir. Si Diana
desviaba la vista f se ausent eba., o si seguía mirándome fijo un
30 r Era et cieto
segundo después de que hubiera terminado de concarle aLgo, yo
sabía por 9ué; nada de lo que decía a continuación era verd.ad.
("M" quedé pensando gue...") Diana ere de pronto un texto
per.a rní, una mujer legible. Excepto cuando "se olvidaba", lo que
sucedía cadevez con más frecuencia, por lapsos cada vez mayo-
res, duranre los que volvíamos a sentirnos queridos y necesarios
f , p aradójicamente, seguros.
Una hora después nos acostamos y pusimos el video del Dr.
Comas.
Diana apoyó la cabeze en mi hombro y dUo en un susurro:
-Me gusta que estés eci.
Lo sabía. Cuando gfté hacia ella y me ebrezó con fuerza, tam-
bién supe que además de ebraztrme estaba deteniéndome.
Fue un momento raro pe.'e mí y seguramente horrible para
ella. Nada encajaba. Los cuerpos sí, pero no la elegría de escar
juntos, como en los días previos al ataque. Ér"mos de nuevo una
familia, p€ro y^ no podíamos decir que no hubiera nada más
dulce. Nos quedamos pensativos y calledos; pensativos sobre un
fondo de datos técnicos, callados sobre un fondo de curbinas.
Segunda parte
4
Diana y yo nos separamos en la misma fecha en la que nos
habíamos casado díez años atrás. "LJn matrimonio redondo',
comenró Diana al advertir la coincidencia.
Duranre algunos meses el desconcierto por la separación fue
simétrico,'tomo un tigre que mira sus alas abiertas", según escri-
bió en uno de sus cuenros, refiriéndose a una infelicidad de fan-
rasía. Hasra que una noche conocí a Vera en la fiesta de fin de
año de un canal de relevisión per^ el que vtb$ibamos los dos
como guionisras. Y aunque el hori zonte no se inclinó Por eso, mi
vida sí. En mi vida hasra enronces no había más que un montón
de heridas superficiales.
El lugar, un galpón en mirad de un proceso de reciclado, esca-
ba en penumbras, y decenas de productor eS, agentes, actores, eje-
cutivos, guionistas, periodistas, rePresentantes, cada cual con su
esposa o esposo o aman[e, todos cómicamente vestidos según
su rol, charlaban elztndo la voz por encima de la música en un
clima hererogéneo de rriunfo, promesa y ansiedad, regado por
un champagn" qug sin ser malo, dejaba entrever que respon día'
a un presupuesro. yo había ido solo, después de pensarlo mucho.
Detesro mi rrabajo, deresro el mundo de la televisión; quizi sea
por eso que no he podido librarrne todavía de é1. Allá y aquí €srx-
llaban de ranro en ranro risas como grenadas; el entusiasmo de
algunos abrazos daba vergüe nza. Derrás de la mirada entre
34 I Era et cleto
curios e Y embobada con la que muchos incerrumpían sus coo-versaciones Pare clavarla en los artistas cada vezque estos posa-ban Pe'"e una foco había recelo, desprecio. Todo era sordo, enros-cado, servil, automático, negociable y lercral. Con trelepared delfondo se había moncado una especie de carima, eleque en decer-minado momento subieron las autoridades del can
^I y uno rras
otro dieron discursos breves y ardienres como llagas; después,sobre una panralla no del todo rensa, s€ profecraron imágenes deambos ciclos, en las 9ue, con apenas una gora de sangre fría,podía adverrirse la despreocupación rutinaria de un ediror mal
Pago f aun así parte de la gran familia: fragmentos elegidos al ^zer,sin ninguna ilación de luz, rli de sonido, ni de planos, con inre-
rrupciones abrupras de la música y hasca de los parlamenros.Después de todo ¿quién lo not aríe? (Yo, idioca, el auror.) Haciael final de la proyección, la escrella del programa
-un especia-lista en sobreactuación que ahora carnbién rriunfa en Colombia,o en México, o en Ven ezuela- dUo en un primer plano, con vozuntuosa: " Vas e arrePentirtg créeme que vas e arrepentirtd'.Entonces, sin quicar los ojos de la pan n\Ia,Vera se inclinó haciarní, casualmente parado junto e eLIa, y, segura de que yo ereorro
-ahí mismo hab¡a orro un segundo acrás- me duo al oído:
-Es el esrúpido más grande que vi en mi vida.Enseguida se dio cuenca del error.
-Etpero que no seas del canal... -dUo.
-En algún momento voy a ser gerenre de programación. Miplan es hundirlo rápido. No podría hacer orra cosa.
Vera señaló la pantalla. La estrella había desaparecido.
-En el guión decía: "Por fevo{' , ercétera. El personaje se que-braba y suplicaba. No quiso hacerlo. DUo que iba a afecrar suceffere. Tuve que reescribir escenas enreras para cuidar su ima-gen. Y lo peor de todo es que se empeñó en colaborar con la
Sergio Bizzio I 35
nueva orientación del personaje. ¿Sabés qué le escuché decir un
día? "Se me ocurrió una idea buenísima que vi en una película."
Dr.lo eso.
Un minuto después nos fuimos juntos.
Yo vivía solo y eLIa vívía con un Perro.
El perro se llamaba Sant o y enlogueció a mediados de diciem-
bre. Su enrrerenimienro principal consistía en perseguir mis pies
por la casa, gruñéndoles como si no fueran Parte de mí.
Recuerdo haber pensado que era un perro demasiado grande ya
p^n esa clase de juegos. Por lo demás su comportamiento era
roralmenre normal; mientras yo escribía él se echaba a mis pies
(vigilándolos, pienso ahora) , re^ccionaba a su nombre, Y ante la
promesa de un paseo ladraba con una ansiedad muy parecida a
Ia alegría. Una rarde me vio desnud o y a partir de ese momento
su carácrer cambió. Vera hizo un mohín cuando se lo dije, Pero
esroy seguro de que fue ahí cuando emp ez6 todo. Él *ismo se
encargó de hacérmelo sab er;Ie forma en que me miró, aLzando
apenas la cebeze, diría que tensándola, fue siempre la misma
desde enronces. A veces, de noche, ladraba dormido, sin desper-
rarse; eran ladridos suaves, homofilicos (.1 inconscience de los
perros esrá esrrucrurado como un ladrido, sin dud") y hasta cíet'
ro punto conmovedores. Después se volvió extemPoráneo Y
finalmente peligroso.
Una mañana Vera y yo compartíamos el diario en el jardín
cuando de pronro noré que Santo se paseaba a un lado y a otro en
cámera lenra, con la cabeztelzada. Le pedí aVera que lo mirera,
-Caza moscas -rne
dijo.
36 r Era eL cieLo
Pero a mí me pareció que acruaba. Otro día, il,ILegar a casa, lo
sorprendí dando salros en medio del living, como si esruviera
bailand.o. Lo curioso fue que no se detuvo hasta un buen rato
después de que yo entrere. Se me ocurrió que podía tener algún
problema con el olfato. El veterinario le hizo unas pruebas y drjo
que no. Una semana después Vera y yo fuimos a comer un asado
elacasa de fin de semenede unos amigos y tuvimos que llevar-
lo porque desde algunos días atrás había empezado a destr ozer
alfombras y sillones y a tirar las lámparas en nuestra ausencia.
Los hijos de los inviados nadaban en la piscina (no era una pile-ta: tenía forma de riñón) y de pronro Sanro, que hasra ese
momento descansaba e la sombra de un pino, observándose
decenidamente una pete -nunca
había visto ^ un perromirarse-t se tiró al agua y mordió a una nena. Por un instante
los gricos de la nena nos parecieron parre de un juego, pero su
sangre tiñó rápídamente el agua y todo el mundo corrió en su
auxilio mientras Santo salía de la piscina subiendo escalón rras
escalón a paso firme, como si acebera de hacer algo justo o o€c€-
sario. Noté que no se sacudía.Ere la primere vez que veía a un
perro salir del agua y no sacudirse.
-Vera -le dU. en el camino de regreso- tbaila, se mira, no
se sacude... Este perro está loco. Tenemos que hacer algo.
-Todos los perros muerden e alguien alguna vez
-duoVera.
Lo amaba.
-No digo que esté loco porque mordió a una nena. Digo que
cuando el padre de la nena le pegó una pacada Santo ni se movió:
no siente. No siente nada, Vera. No tiene miedo. Es desafianter
hace cosas raras.
Vera no dUo nada., siguió manejando en silencio un per de
minutos más.
Sergio Bizzio t 37
-Esrá bien -dU"
después. Y le echó un rápido vistazo ^
Sanro por el espejo retrovisor: iba senrado como una persona,
sobre la cola, con la visr a fija en mi nuca. Durante todo el ví$e
ruve rniedo de que me cla vera los dientes en el cuello, Pero tuve
rodavía más mied.o de enfrenrarlo: si esraba loco (v yo estaba
convencido de eso), cualquier orden mía,cualquier tono de áüto-
ridad con el que me dirigiera e é1,, cualquier gesro que hiciera
pe* mosrrarle quién es el que rnanda, podía ectívx un ataque
defensivo alucinarorio, en la medida en que ya no había ninguna
rez6n p^r^pensar que disringuía a su amo de la simple carne. Yo
mismo heríacualquier cosa -incluso
morde
me si un pedezo de cxne me atecera'
ya en casa Vera le puso la corr ee y se lo llevó. Tenía lágrimas
en los ojos, pero lloraba abierramenre al volver, una hora des-
pués. Se riró boca abajo en la cama. Vi que tenía lastimada la
mano derech a y Ie pregunré qué le había pasado, aunque podía
imaginármelo. Enrre sollozos me duo que Santo la hab íe ereñ.a'
do en un inrenro por eferrarse a ella, resistiéndose a'Ie inyección
del vererinario. Lo habían arado con sogas y coffeas, pero Santo
consiguió quitar una pate y eIIa, se la agarró con las manos. En
díez segundos ya estaba muerto'
-Fue 1o más horrible que vi en mi vidx" '
-No podíamos hacer otra cosa -le
ecericíé eI pelo.
-sí -dr.lo vera-, podíamos haberlo abandonado en el
camPo...
-Vera, los perros abandonados no tienen fururo' Y menos
rodavía si esrán locos. Lo hubiera pisado un auto, o alguien le
hubiera volado la cebezt de un escoPetezo..,
Más llanto.
Al otro día esrábamos solos. Por la tarde Vera emPezó e s€rl-
tirse mejor; hasta entonces no htzo más que Permanecer sentada
38 ¡ Era eL cieLo
frence al'a comPutadora corrigiendo y escribiendo y corrigiendo.Esa primera noche a solas, ye enla cama, lamenré haberle dichoalguna vez que la demencia de Santo se desató cuando me viodesnudo. Para darrne a entender que lo que quería era sexo Verasolía girar suavemente hacia
^í y, con los ojos abierros posándo-se allá y aquí en zonas neutrales del cuerpo, rodas curiosamenteubicadas en la cabe za (Lasien, el pómulo, el menrón), cruzaba unbrazo sobre mi pecho y me tomaba un hombro con la mano.Cuando sólo quería dormir el rnovimiento ere el mismo, perocon los oJos cerrados; el brezo ya no cruzaba e Ia alrura de mipecho sino un Poco más abajo y su mano se enc ogíay descá.osá.-
ba sobre la cama más eILi de mí como una erafie posrnu clear,
bañada Por la radiación celeste del televisor. Esa noche vimos undocumental sobre un actor de cine porno. Era un documencalsobre el respeto, en cierta forma; una decena de mujeres que habíantrabajado Por lo menos una vez con éI y que se referían e su
miembro altenlativamente como " pljí' o "herramienta" (oscilan-d'o enrre la emPresa f eI weekend, por decirlo de alguna manera)
Y e la que le prodigaban coda clase de ca\íficacivos esrécicos ymorales: "am abl.é', "pere nada egoísta" y "siempre firme y biendeline adi' fueron las que más nos llamaron la arención. Veraapagó el televisor y giró suavemente hacia mí. Los ojos abiertos,la mirada en' mi sien, cruzó un brazo por mi pecho, pero lamano, a punto de comarme un hombro,'de pronto se desv ió y fuedirectamente e mi entrepierna. El mundo enrero dormía. LascoPas a medio terminar de las que habíamos bebido duranre lapelícula un ponche de supermercad.o transpiraban sobre lasmesas de luz. Supe que Vera acababa de recordar mi comenrarioecerce del "motivo disparador" (una expresión infinitamenresuperior a "pijí'o "herramienti') de la demencia de Santo. Temíque me culpara. Obviamente esa trivialidad, como cualquier orra
Sergio Bizzio r 39
en la vida de las parejas, podía acabar con nuestra relación si
quedaba asociada al sexo. Ni la mejor de Las performances del
"mocivo disparador" sería suficiente en adelance pa;.a revertir un
rechazo de Vera. Fue un instante de temblor interno y de inmo-
vilidad exterior casi total, porque estar con Vera eru pera mí algo
que salpicaba el resto de mis sencimientos y d" mis actividades y
aspiraciones futuras, como las chorreaduras de agua de un pája-
ro que ecabe de atr ap^r algo en la superficie de un río y sigue
adelanre sin detenerse.
Pero Vera por suerte no dijo nada. Después de esa breve vecí-
lación (ahora sé que debida aleflaccid ez de mi propio santo más
que eLe posibilidad de que me achacaraLa demencia del perro)
me besó y acerició hasta ensordecerme.
Al día siguiente metió en una bolsa de residuos la manra del
perro, el recipiente de aluminio en el que bebía y comíe y un
Diccionario de Sinónimos y Antónimos de tapa dura completamente
masricado -fetiche
favorito del perro y objeto de chiste fácl|
pere las visitas-, la anudó con gesto firmg La dej6 en la vereda
y se sentó en su computadora a trabajar. Yo me levanmba siem-
pre mucho más temprano que Yera, a las siete de la mañane,Y a
veces antes; ella salía puntualmente de le cama a las nueve Y
media. Se daba una ducha y, rcdavía con el pelo mojado, se s€rt-
raba a su PC. Esa mañan ^
yo había ido a correr; estaba fum ?rr'
do mucho y sentí que necesitaba una dosis de salud. Corrí entre
Les 7 am y las 7 .09 ^m
y nunca en mi vida volví a hacerlo. Hecíe
ya dos horas que me había despatarrado en un sillón y seguía
agftado, tratando de concentrarme alternativamente en la lectu-
ra de las novelas Crónica de los Wapsbot, deJohn Cheev sr, Y El findel camino,deJohn Barth, que me había gustado en mi juvencud;
cuando Vera empezí e recoger las cosas del Perro.
-El mes que viene me voy a España -dijo.
+o r Era e[ cielo
Yo acababa de decidir que el de esa mariana no sería mi úlci-
mo combate contra el cigarrillo y que no quería enganarme
peleando toda mi vida contra él -una de esas decisiones serias
que causan gracia a los adictos y arrancan exclamaciones admi-
rativas en aquellos e los que molesta el humo- y aun así la
noticia me sorprendió.
-Mi agente organizó una serie de presentaciones de la rlov€-
la en Méxic o y Barceloox...
-¿Méxicoi-¿Méxicoi -repitió.-Duiste
México...
-Madrid y Barcelona. Tengo que ir. Es nada más que una
semana... -egtegó
con cierta culpa, como si el sentido del l,ep-
sus "Méxicd' fuera gue, además de ir a la presencación de su
libro, iríatambién"lotra perté', aun sin moverse de Madrid, Nome invitó a ir con eLIe; la idea no par ecíe siquiera habérsele crü-
zedo por la cabe za, Anudó la bolsa de residuos y fue e dejarla en
la vereda.
Paseé la vista por la casa hasta que me encontré emí rnismo
en el espejo de la pared de enfrente. Estaba sentado en un sillón,
con las piernas estiradas sobre una banqu ete,y contrastaba fuer-temente con el despojamiento y L^ pulcritud del espacio que se
abríe a medio metro de mí: tenía un libro abierto sobre las píer-nas f ocro en la mano; sobre el apo yabrazos izquierdo cenía micelular y eI control remoto del equipo de audio, mientras que en
el d.erecho hacían equilibrio un cenicero, un paquete de cigarri-
llos y un encendedor; del respaldo colgaba la remera que me
había quitado un momenro arrás; mis z p^tillas esraban en el
suelo, una de ellas boca abajo y bastante alejada de la orra.
Mirándome tuve exectemente la sensación contraria l Ia que
tenía cada vez que miraba vabejar ^
Vera. Ella se expandía.
Sergio Bizzio r +r
Aunque no se mov iere de su silla durante horas, lo que hacía se
publicaba, se emitía", iba a filmarse - salía, se abría-r en tanto
que rni rrabajo me hundía en un sillón, desde donde succionaba
o atrtíahacíemí las cosas de la casa -lámParas,
mesas, muebles
pesados- en un despla zamiento imperceptible pero seguro que
se acel erería. de pronro pete aplastarme y desap erecer conmigo,
como en un agujero negro.
Debí bewízarlo "Efecto México".
La febrilidad de Vera cubría, eL arco completo de cada' día', y e
veces continuaba en sueños ("Necesito dormir un poco", duo
una nochg dormid"). Senr ede e su escritorio, tabajeba en su
nueva novela hasra el mediodía. Sus desayunos erarn frugales y
heterogéneos: una botella de agua mineral con una mandarina, o
un ré y un pore de queso líguido con el que untaba tiras de apio
no siempre convenientemente frescas. Después salía, tlmorzaba
con orros guionisras, vabajaba con ellos hasta media terde, se
reunía con algún productor o con algún actor o con un edicor o
con cualqu iera.con quien pudier e bacer algo y volví a' aI atarde cer,
ran enérgica como si ecabera de despertarse y siemPre con algu-
na propuesta referid a eLe noche: cenar efuere, ir e una fiesta, al
cing usar las enrradas de reatro que alguien le hab ía tegalado,
invitar gente,ir de visitas... Hacía seis meses que estábamos j*t-
ros _.yo conservaba mi departamento de separado, aunque
prictícament e vivíe con ella en su casa- y nos queríamos de
una forma que no me atrevo a llamar ni mágtceni singular: está-
bamos, uno p;r.e,el orro, asociados a la felicidad; ante cualquier
cosa que me hic iere fe\iz, yo pensaba en ella. Más de una vez me
llamó por reléfono sólo p^re contarme que estaba divirtiéndose
y que le gust aríeque fo estuviere aLIí, No es algo que a uno le
p"r. rodos los días. En generarl la gente llama cuando precisa algo
o cuando se siente mal.
+z ¡ Era eL cieto
Unos días antes de su viaje fuimos juntos a una fiesra que tlt-minó en incendio, en la casa de un cirujano plásrico, novio deuno de los guionistas con los qu e vabajaba yo, en una casa en el
centro que parecía transportad.a (o que parecía transporcarre) e
las afueras de la ciudad , Llegamos cerce de la medianoche. Vera
escaba contenta, se le había ocurrido una nueva historia; su ele-
gría tenía un fururo. Estaba hermo sa, relejade, su voz brillaba a
Ia par de sus ojos. La mir eda de los que giraron hacia ella cüao-do entramos se mantuvo unos cuantos segundos más aIIi de lasimple curiosidad. Tenía puesto un vesrido negro que daba Le
impresión de estar vivo y d" sentirse tan cómodo con ella comoella con é1. Uki, el cirujano
-un cuarentón inocuo con un ape-
llido impronunciable que sus pacientes habían reemplazadodirectamente por su nombre: Dr. Uki-, nos acomp enó hasta eljardín, donde escaban las bebidas. Sonaba una especie de recnoworld desconcertante, como implantado. El césped se exrendíaunos veinte metros alrededor de un roble centenario. Al fondo,sentada en un banco de piedra, una chica lloraba con la cereenrre las manos, flanqu eadepor un hombre de naje
-senrado a
su izquierda, con un brazo sobre sus hombros- y por un chicode camisa floreada y sandalias que se mantenía en cuclillas a Iad.erecha, con una mano apoyada en su rodilla. Nadie les llevabael aPunte. Había unas ciento cincuenta personas, divididas entres categorías. Los profesionales
-cirujanos plásricos como el
dueño de casa, ricos, bronceados y con ropas cuidadosamenteelegidas Para la ocasión, en un estilo desenfadado, paréricá.rrr€rl-te juvenil, con el que pretendían Lenzer,se una vez más fuera desu mundo- f sus pacientes, desde luego
-señoras de ambos
sexos que se miraban f se moscraban unas a otras o a los dernás,
paseándose orgullosas por el jardín como ejemplos de pericte yprecisión, a las que sus autores seguían de reojo, como si velaran
Sergio Bizzio r +3
por absrracciones: la forma adecuade,Ie función acePtable. Cada
vez que Uki me presentaba a un colega suyo, yo me Preguntaba
al darle la mano cuántos kilos de piel, grasa y siliconas había
extraído y colocado en veinte o treinta años de ceffera'. Entre
rodos, sumando los liftings, las liposucciones, las abdominoplas-
tias, las próresis mamarias, las ginecomastias, las lipectomías, las
rinoplasrias y se llame como se llame a las cirugías de cintur a, de
glúteos, de pirpados, debían haber removido una montana de
mareria hum ^n y añadido otra igualmente grande de matería
inorgánica fe\iz. El segundo grupo er;- menos impresionante
pero más reducido, el de las estrella s públicas: ectores y un par de
renisras, uno de ellos recientemente suspendido Por dopping.
Un famoso acror de bolos dio una cerrerica al vernos, me salud"ó
con la misma mano con la que enseguida tomó de un brtzo a
Vera y se la llevó con é1. Fueron al encuentro de una chica páli-
da, seri^y muy fibrosa, con un vestido mínimo de seda gris y una
copa vacíeenrre los dedos. La chica tenía un hombro apoyado en
el roble, pero se aparró para besar en la mejilla a Vera, con una
sonrisa de la que hasra un segundo ances parecíe incapaz.
Enronces, al darme vuelr ^
p^re. eceptar las disculpas de alguien
que acababa de chocarme -el mismísimo Uki, que iba a recibir
a orra pereje-tveo a Sujatovich llamándome con una mano en
alro. Ahí escaba la terc ere c^tegoría: los guioniscas de TV.
El guionisra de una tiradiaria es un ser relativamente vivo que
se desloma mecanografiando p$e el aire. si no fuera porque
suele forrarse, el cxicter intrascendente de su esfuer zo Io heríe
rabiar en la misma medida en que la desesperación Por lo masi-
vo arrofia su senrido del humor, si es que lo tenía antes de lan-
z^rse a [a avenru ra; eI éxiro -Ia.
composición de la fórmula del
éxiro, cada vez más conoci d^ y mejor arricul ede por un puñado
de empresas creadoras de la tribu millonaria de adoradores de
++ r Era eL cieto
Lo Mismo- es su única satisfacción eparte del din ero, aunque
no se le atrib uy;- e éI más que en una muf pequeña dosis (unadosis de palmaditas en la espalda durante un encuenrro casual
en un pasillo), Pot lo cual se resient e y, paradójicamenrg em pie-ze
^ creer en lo que hace: fue su celídad la que produj o esa canri-
dad -de espectadores, d" segundos publicirarios. Así que ni
humor ni rabia y mucha fe. H^y excepciones, por supuesro,
Y Sujatovich er;- una. Thmbién Vera. Yo había rrabajado conSujatovich unos años arrás y nos conocíamos bastanre bien. Pero
Por desgracia no estaba solo. Con él estaba tini, mi compañerode crabajo ese año y novio de Uki. Nos detestábarnos. Yo no era
mejor Persona que é1, pero al menos podía reírme. LJnos meses
atrás a un productor del canal se le había ocurrido que Tiini yyo, trebajando junros, haríamos vn gran programe, y eru eso onada. Dtl. que nos derestábamos y debo
^greger que ranro éI
como fo estábamos seguros de que el otro no lo sabía. Hasraesa noche.
-¿Cómo anda el artisrai
-me dijo.Asentí con la cabe ze y le pregunré si no creíeque se le esraban
cayendo un Poco las cetas. Se lo dije con la misma sonrisa'th arL-
cetí'de siem Pre,la única que hacía posible el diálogo enrre noso-rros. Y entonces, sorpresivamente, Tiini echó un brezo haciaatrás y lo descargó con rodas sus fuerzas en mi nar iz. Sentí queme la había roto. Mientras retroce día
-rrasrabillando- supe
que me había invitado a la fiesta de su novio sólo pere rener laoPortunidad de golPearme y puse roda mi atención para evirarque la copa se me ceyerede la mano. Fue rodo muf rápido, perocuve tiempo incluso de echar un vistazo al secror del roble en
busca de Ver a; Ie chica pálida del vesrido gris había presenciadoel golpe, sin duda, mirando por encima de un hombro de Vera,que estaba de espaldas e mí, pero no se lo drjo. Nadie más parecía
Serglo Bizzio I +5
haber norado el incidenre, ^pafiede
la chica y d" Sujatovich, que
dio un largo paso adelan te y me sujeró de un brtzo, evitándome
c^er.Volví junto a Trini.
-No querías convidarme tu cocaína, ¿nol -le dU".
Trini sacó un pañuelo del bolsillo trasero del pantalón y me lo
ofreció pxecíe alterado. Lo estaba'
-Perd.oname, re juro que no sé qué me pasó... -duo-.
¿Escás bieni
-Estoy mejor.
sujatovich, que er;-un conversador inmenso, escaba inmen-
samenre mudo. Miré la mariposa de san gre que había dejado
en el pañuelo de Tiini y se lo devolví. Tenía la nari z ^nestesia-
da. Trini me pidió que lo acomp tíera al inrerior de la casa;
ahora, por lo visto, sencía que éramos amigos' Nos sentamos en
sillones enfrenrados en una sala del piso superior. Me duo que
ya no esraba bien con uki, que uki er^demasiado viejo p,'e éL,
que éLyuki no salían casi nunca, que uki prefería quedarse en
casa a mirar películas, que e él,Le"hecíe ilusión" una vida con
,,meyor movili ded" y que uki -lo duo por fin- tenía sida.
Trini se había hecho un análisis dos seman es etris; el resulta-
do dio negerivo, pero esraba asustado. Le pregunté cuánto
hacía que lo sabían. Me dijo que un mes. Lo miré. Ahora que
el hombre que lo amaba renía sida, d. pronto ere"viejo y abu-
rrido,,. Le dije que iba a buscar una copa. caminé por el pasi-
llo hasra la escalera. Desde allí, cuando ya empezaba abajar, vi
que Vera y L^chica del vestido gris entraban a la sala de planta
baja riéndose y charlando animadamenre. Después de bus c?'t'
las durante unos minutos las encontré en la biblioteca .La' chica
sosren ía enlas manos un libro abierto más grande que sü v€s-
tido; Vera se inclinaba sobre el libro, rozando el brezo de la
chica con el suYo. Me acerqué'
+6 ¡ Era et clelo
Siempre me llamó la acención la facilidad con que Vera absor-bía las sorpresas; esra vezlo que me llamó la arención fue la des-fachar ez con que la chica subr ey6la suya. Si hubiera sido cepezde pulverizerme, lo hubierahecho.
-Ah -dUo con rono apenado-, el novio...
Antes de que ceffer;.el libro alcanc é aver la foco de una mujerdesnuda
-o el desnudo de una mujer- que se esriraba unpez6n con dos dedos. Vera me preguntó dónde había escado y,
sin esPerar mi respues[a, me presenró a la chica. Se llamabaTi'ixie. Debía cener unos veinticinco años. Incliné la cabe za; eIIe
devolvió el saludo alzando el mentón. Después me dio la espal-d^ Y fue a dejar el libro sobre una mesa. Vera gir6 hacia ella.
-¡Me gusraría que las veal -le
duo.
Trixie volvió con el libro. Nunca había oído hablar de ella nide sus foros, si es que h^y alguien que hable de focos. Era unaedición cer^,la chica debía tener algo aparre de un nombre; dine-ro, tal vez, Pasé algunas páginas, demorándome por corresíaunos cuantos segundos más de lo que hubiera querido en cada
foto: Iuz kitsch f poses rebuscadas.
-¿No huelen algo como á.... quemadoi
-du., y ^proveché
pera- cerrar el libro.
-Son buenas, ¿noi -me preguncó Vera.
Le dije que sí. La chica dejó el libro sobre la mesa y volviójunto a nosocros oliendo el aire. Pero la tensión en las alecas desu nariz, toda su nariz, es:aba dirigida a Vera, como en un juegomicroscópico y sin embargo aparatoso montado sobre micomentario al cerrar su libro. Vera se son rió y agachó Ia cabeza;
el gesto no me ofendió por su complicidad sino por su enormeesrupidez. Se me heló la sangre. Y entonces se oyó un griro y el
ruido de un vidrio que acaba de romperse. Agarré eYerade unbrazo y bajamos la escalera corriendo. La genre se arropellaba al
Sergio Bt zzio r 47
salir del jardín. Algunos, codavía indecisos entre el miedo y L^
curiosidad, giraban sobre los talones en medio del livitg buscan-
do con la visra el origen del fuego mienrras otros se los llevaban
por delanre. Como siempre gue h.y algún peligro, Julián se me
cruzó por la cebezt En ese momento dormía. Diana también
dormía. Las dos personas que más me amaban dormían mientras
yo me erbrítpaso desesperadarnente hacia la salida llevando de la
mano alaúnica mujer del mundo que era c^pez de matarrne.
Vera se había ido por una seman e y rerminó quedándose tres.
Mtf pronto (demasiado pronco) sus correos se volvieron exrra-
ños, forzados, informativos y llenos de descripciones sin interés,
como Pere cubrir una suerte de "espacio reglamentario amoroso"
más que porque tuviera ganas de contarme algo. En ningunoprecisó el día y I^ hora de lleg ada, así que no fui a buscarl,e el
aeroPuerto. Supe que había llegado porque llamó por teléfono a
mi departamento pere decirme que ya estaba en casa. Fui €rls€-
guida. La había extrañado. Entré usando mi copia de las llaves yla encontré senrada en la cama revisando papeles; renía el pelomojado y se había puesto un joggirg corto de plush azul; su
bolso de viaje esraba abierto en el suelo. En el mismo momenroen que llegué, sonó el teléfono f ella atendió. Enrre una palabrasufa y otra nos dimos un beso en los labios: hablaba con su
madre; de acuerdo con lo que decían esa era la segunda vez quehablaban. Así que antes de llamarme se había duchado, se había
cambiado de ropa y había hablado con su madre.
-¿Cómo estási
-me dU" después, cuando cortó, sin levá.o-
tarse de la cama.
Me senté a su lado, la abra cé y le dr.¡e que la hab ía extrañado,
algo que ya Ie había dicho varias veces por correo elecrrónico, a
lo que ella respondió con un desapasionado " yo rambién".Después meció la cabezaentre mi hombro y mi cuello, la dejó cuer
Sergio Bizzlo ¡ +9
enrre mi cuello y mi hornbro, y nos quedamos un momento
callados, con los cor^zones latiendo a disdnta velocidad. Tenía
muchas ganas de esrar con ella, había imaginado que a su regre'
so yo enrrar í^ y al vern os chocaríamos y caeríamos besándonos y
desnudándonos sobre la c^ma, o en el suelo, o sobre la rnesa.
Nada de rodo eso. Sin despegar su mejilla de mi hombro rne
rransmirió un resumen informativo del viaje y se separó de mí
só[o penmirarme rnientras le cont abe, resPondiendo a una Pre'
gunra suya, cómo la había pasado yo. Mi propia voz me sonaba
arjene. Me interrumPí.
-¿Pasa algo, Verai
Vera negó en silencio, con la típica sonrisa cansada de los víe'
jeros que no rienen nada que ocultar. Pedimos un delivery de
comida china, almo rz mos intercambiando frases cortas , y Yeta,
mienrras yo escribía un capítulo del progralrlx, durmió una hora
en el sofá y dos más en la cam , entre papeles y roPa revuelta.
Después se puso un bikini y salió al jardín a.leer el diario al sol.
Yo me senré en una silla cercade ella y I^miré. Recost ada' en una
reposera, con el diario abierto a la alrura de La cera, mantenía las
pi.rrr"s flexionadas y abiertas.Y entonces me di cuenta de que ya
no me amaba. No ere una mujer pudorosa, más bien todo lo
contrario, pero sí muy coquet e, y sumamente vanidosa; una de
esas mujeres e.las que basta con no ser miradas Pera resultar
heridas y que se han preparado a tal punto perela mirada de los
orros que hasra les cambia el cuerpo, de la misma forma en que
se eg;rz^p^el pecho de un abogado o se ensanchan los muslos de
un nadador. Esraba pálida, Do se había depilado, jamás se hubie-
ra exhibido de esa forma si me amara; nunca unas piernas me
habían hecho sentir tan solo.
Una hora después, cuando salió pa;.e encontrarse con su
madre , ebrí la librera en la que apunra las cosas que pueden
jo ! Era e[ cieto
servirl e par. su rrabajo -frases
dichas por otros, esqueleros
de argumentos, huesos sueltos de alguna hisroria, vagueda-
des prometedoras- f noré que en las hojas correspondi€o-tes a la esta díe en Esp añe no había ninguno de esos dibujos con
los que suele encretenerse mientras habla por teléfono o con los
que llena sus propias pausas mientras escribe o mientras piensa:
caras de mujeres con su misma boca y con sus mismos ojos, una
exPresión idealízada de sí misma, €o la que aumenta el peso de
su pelo y hace que desaparezca su nariz. No ere un dato signi-ficacivo, en la medida en que no había ido a escribir ni renía
razones pera mantener largas charlas telefonicas con nadie,
pero una cosa es imagin er La, actividad de alguien durante unvieje
-incluso con sus tiempos muertos, sus momentos de can-
sancio o de tedio, por breves que sean- y oúe muy distinta es
verla a [a Luz de un reencuentro helado, una Luzde la que se ha
esfumado toda ceLidez.
Me dejé ceer en un sillón. De fondo se oían los gritos ah oge-
dos de unos jugadores de tenis en el televisor que Vera había
prendido un momen[o antes de irse. No soy más moderno que
nadie, pero la verdad es que no me efecte en lo más mínimo laposibilidad o el hecho de que alguien a quien quiero (fo quiero
a los que amo) se eche un polvito con un desconocido a la vuel-
ca de la esquina; es, por supuesto, una de esas cosas que no hace
ninguna fehe decir ni preguntar. El gesro de complicidad con
tixie en la fiesca aplaudía su vulgaridad, volviéndome indignode sentir lo que sentía; no me hubiera dolido tant o saber que se
habían acostado. Thl vez 1o hicieron, en algún encuentro furtivoancerior al vraje. No imporca. Aquella noche vi a través de ese
gesro e una Vera dissinta, c^p^z de una impiedad tan grandecomo mi amor por ella; recuerdo que pensé que era una de esas
mujeres de las que más vale mantenerse alejador pero que y^ er^
Sergio Blzzlo r 5r
rarde peremí. Ahora no tenía ninguna duda de que no se trela'
ba sólo de sexo. Y con el mismo aldsimo porcentaje de certeze
con que un renisra sabe que recibir ilepelota a su revés, suPe que
iba a sufrir.
Esa noche salimos a tomar un trago y volví a preguntarle qué
había pasado. Fui un poco más específico esta vez, Pero lo único
que conseguí fue que pusiera los ojos en blallco.
Al regresar hicimos el amor sin ale grhy sin curiosidad y cade
cual durmió en su lado de la cama, como si todas las preguntas
ya hubieran sido conresradas y uno culpar a, eL otro por la falta de
inrriga. Me lo contó recién al otro díepor la tarde. "Había cooo-
cido a alguien" y "1" pasaba algo" con é1. Muy bien, ffie dije, así
empie ze e|verdadero dolor, con algunos daros y un nombre real.
Salí de su casa arurdido. Me veo a mí mismo trascabillando, o
invadido por [a sensación de que trastabillaría de un momento a
orro. Esa rarde Julián iba a actuar en una obra de teatro en el
colegio. Paré un taxi.
El colegio de Jutián esrá a cinco cuadras de la que en esa época
fut mi casa. Mienrras en la radio del taxi sonaba un PoP lacoso
me sonreí pensando cuánto me gustab e ir a buscarlo y caminar
con é1. Eso er;- algo que siempre tendría; aunque en algún
momento é\ ye no quisiera caminar conmigo, a mí siempre me
gusraría caminar con é1. Nos hacíamos chistes y nos contábamos
cosas y Julián enconrraba siempre una forma distinta de Provo-
carme (durante una semana completa intentó hacerm e ca;er tta'
bándome desde acrás con un Pie)'Pero esre era un día especial: Julián va a actuar en una obra de
teatro. Desde gug me mostró el texto, la semana Pasada, esperé
esre momenro, porque Julián tiene miedo de hacerlo mal, ya que
jz r Era et cieto
es nuevo en el colegio: Diana y yo lo cambiamos a comienzos de
año y todavía no está lo suficientemente familia rizado pere s€rl-
tirse seguro. Por ocra pefie, sé que se muere de ganas de mostrar-
me su actuación.
Cada vez que llego al colegio tengo la impresión de esra r entre-
gándole mi hUo a cualquiera. Antes de anotarlo en este colegio,
un colegio francé.s, Dian e y yo hicimos una averiguación bascan-
te exhaustiva de los colegios de Le zona leímos y pensamos en sus
programas de escudio y en la oriencación de cada uno de ellos y
consideramos todos los detalles a conciencia. Pero nada resultó lo
suficiencemente bien. La dueña del colegio es una abogada con
una cirugía rnonstruosa de nariz.El director es un sobreadapta-
do, un burócrata que sólo se emociona con la tramitación de
cosas. Todos hacen un gren esfuerzo por resultar simpáticos.
Miro a las madres y a los padres de los compañeritos de Julián y
una vez más se me ponen los pelos de punta: son emergos, pre-
potentes, adinerados, incultos, fanfarrones, infelices y exitosos.
Me consuelo pensando que sus hijos todavía no se parecen a
ellos, aunque pronco lo harán. Pienso también en la posibilidadde cambiar nuevamente a Julián de colegio. Este es el segundo
colegio en su breve carrere de esrudianre. No lo sé, quizá unnuevo colegio sería demasiado. ¿Cómo pudimos equivocarnos
asíi Ya nos equivocamos anres y una vez más Julián rendrá que
p^ger el precio. Por el momento lo está haciendo basranre bien.
(A veces, mirándolo jugar, solo o con ocros chicos, siento una
alegría inmensa al notar que es rnucho mejor que yo.)
Me mantengo todo lo apartado que puedo de los padres de
sus amigos, hasta que un alcahuete de las autoridades del colegio
golpea las manos invitándonos a pasar al salón donde se ha rrrorl-
cado el escenario. Diana no va a poder venir, por cuestiones de
trabajo. Julián lo sabe, pero igual esrá muy conrenro de que yo
Serglo Blzzlo t 5,
esté ahí. Esa mañana, mienrras íbamos camino al colegío, noté
por prime r^ vez una cierta feka, de armonía, o de fluidez, en el
rraro, y encendí que eso riene que ver con el hecho impecable-
menre espanroso de que hace ya bastante tiempo que no vivo con
él: la pérdida d.e 1o coridiano se rraduce en ulla suerte de ansie-
dad gener,.l asordinada en la gue, buscando recuperar el tiempo
que no pasamos juntos, nos hundimos'
Los padres ocupan sus asientos ruidosamente. El escenario
está a oscuras. A un lado Y a otto hay gruPos de pequeños ecno'
res en sombras. De un momento a otro se encenderá laluz Y Yo
podré disringuir a Julián. Él me bu scericon la vista hasta €rlCoo-
rrarme. Me saludará con la mano. Y para estar seguro de que [o
he visro, espe raria que le devuelva el saludo' Eso 1o hará sentir
un poco más tranquilo. Si pude irme de su casa, ¿Por qué no
podría irme del colegioi
Me encanraba dormirlo. Lo primero que hrcíe ceda mañana
al despeffarm e er;- ir a verlo. Muchas veces almu etzo y ceno en
resranranres y los ojos se me llenan deLígrimas pensando cuán-
to me gustaría comer con éI, o cocinarle' Me Pasa lo mismo
cuand.o veo en relevisión algún dibujito o algún programa que le
gusrar íe ver conmi go, Y a mí con é1. Desde que Diana y yo nos
separamos casi no he comido dos días seguidos a la misma hora'
cada anochecer pienso si ya se hab rábaiado, si se habrá puesto
el pijam ^
y si no Ie hará demasiada fa\te que yo esté allí'
Estoy aci.
Julián me ve, levanca la mano y me saluda. Estoy aci.Aun así,
seguirá buscándome con la visra de tanto en tanto. Y en algún
momenro camin aráhasta el cenrro del escena flo y díri una frase
que me haril\orx.
5+ ¡ Era e[ cieLo
En ese momento se oyó un trueno f me vino a Ie memo ríe Ie
primera noche sin Diana. Había salido a caminar, no era tarde
Pero en la calle había poco movimiento y I^ oscuridad parecía
de ocra hora. Quince o veinte minuros después pasé por un club
de barrio que ere mitad restaurante y mirad salón de baile.
Tenía harnbre y entré. En ese momento en el salón de baile había
un grupo de seis personas, cuatro varones y dos mujeres, de
mediana edad, reunidos alrededor de nada, es decir senrados en
círculo, todos con hojas o cuadernos en las manos. Ocupé unade las mesas que evenzaban sobre el salón de baile, en parre paraevitar el bullicio a pleno del restauran te y en parre porque espe-
raba que de un momento a otro el grupo se fracturara (en pere-j"t) f se pusieran a bailar¡ calculé que la música iba a molesrá.r-
me menos que el celevisor y el gricerío del resrauranre.
Enseguida me di cuenta de que no eran bailarines sino poeras yque en las hojas y en los cuadernos no hab íen trazado core ogre-fías sino versos. Discutían. Antes de que el mozo vinie re eaten-
derme yahabían cirado a todo el gran merengue de la lireraturalatinoamericana, con Neruda y Benedemi a la cebeza. Sobre qué
discut ían, eso no estaba claro. Por momentos daban la impre-sión de discutir el poema de uno de ellos f por momenros pere-cían abalan zerce sobre el aucor, un hombre de camisa roja. Tenía
las mismas cejas de Frida Kahlo y eI mismo viencre de DiegoRivera, p€ro no los anceojos de Tiotsk¡ Este veía muf bien.Mienrras los demás lo desollaban mante níala vista en un punroa lo lejos. La espalda rígida, el mentón en alto. Miré hacia donde
mirab a y vi a uno de los mozos del restaurante, un hombrecico
menudo, gris áceo, semicalvo, que soscen ía Ia bandeja entre las
piernas y se palpaba el cuerpo con las manos buscando algo. Lobuscaba con desesperación. Pensé que había perdido la billere-ra. Finalmente sacó algo de una media: no sé qué ere, ere un
Sergio Bizzio ¡ Si
papelito, lo miró, volvió e guard.arlo (.r La misma media) yregresó aliviado al restaurante. El poete siguió mirando hacia
alli a pesar de que la escena que le servía de excusa ,I^ excusa
que sosten ía Ie dignidad indiferente de su postura, había corl-
cluido¡ ahora no quedaba más que l,e pared, un fondo vacío
sobre el que los otros 1o increpaban, f lo increpaban fuerte, con
argumenfos, sin pericia pero con celo, con impaciencia de maes-
tro, en una cascada de tonos de entre casa que se montaban a sí
mismos para salir a provocar. Hasta que se oyó un rrueno y L^
Luz del salón pasó del blanco al amarillo. Hubo un segundo
trueno y un tercer trueno y un décimo trueno y en ningún
momento llovió. Apenas si una brisa ligera hizo golpear una
persiana a lo lejos. Los poetas se miraron como si nunca hubie-
ran oído truenos como esos. Corrió un aire de realismo mágico
que ponía la piel de gallina, pero los reparos al poema se agora-
ron después que los truenos. Entonces e[ poeta de la camisa roja
drjo con voz tranquila: "¿Qué tal si vamos a comer?", y se levan-
tó sin levantarse: hízo un movimiento con la cabe zl, cambió la
respiración, aflojó la espalda y en la suma de esos gestos dio la
impresión de haberse levantado, de haberse ido y olvidado de
todo, pero no se movió de allí mientras que los demás se pusie-
ron de pie y abandonaron ruidosamente el salón.
Recuerdo el dolor de ese día como si fuera el dolor de todo un
año, y eI mismo tiempo sin ninguna distancia. Entré y salí de
casa muchas veces; caminé como un poseído, rogando que el día
cermine de una vez por todas. Cada vez que entré hice un inteo-
co por escribir. No escribí nunca nada. Por fit, a medianoche,
dormí dos horas. Había un silencio mortal, en sueños y mmbién
al despertarme.
56 r Era eL cielo
Miré hacia afuera. Las seis ventanas del edificio de enfrente
estaban a oscuras. Sobre una de ellas había un cartel de venta. Elárbol al otro lado de la calle rcnía la mitad de las hojas verdes y
la otra mitad amarillas. Una hoja verdg una hoja amarilla.
Apenas abrieron los negocios compré frutas y pasé la mañana
comiendo bananas f menzenas y mirando ela gente que pasaba
por la vereda de enfrente, o doblado sobre mí mismo. Fui a l,e
primera función de cin e y vi una película de Gus Van Sant. Noleí, no pensé en leer; me llama la atención hasta qué punto la lec-
tura dejó de ser un consuelo. Nunca lo fue, por orra parre: ¿R*9p a s ó ? ; c ó m o e s D o s i b
l.t-, g,*i : : : :-
E t l-S : {"qgJis,a59"**.--.-**** i l,
:--4 ;;;-ro erl "d :l..."*:h***_s", !1b.,3. 11_-q1o d.._ id.gs .rc"
nffió-"o tenía"i"gy_ Ígdg::ty!k_W,^:lY-tdUtq*:"!l:g:1:.:9-r*1-g-*hs*dg*-g*-J*gy,-.4*#*?arIaf uerza
de dos hombr€s", pero no me lo creí.,Quizá,,,ri,,{"g:i,*í" y no ab,an-
ffiU a, íbaa sufri, .or l3 i,t"t .e d" Lt n"_q¡t_U_pgQyt es,5.g;is-¡1 ¡¡i' r r'i1i4!dri¿
rir, por orra partei ¿Resistir el dolori ¿Y cómo pued e no resisgir-rF' ''* t'* *o'¡s"'w\' -¡E*j -i
' ;-t's'¡ --
se el dolori Eso es lo que hacemos rodos.''Me
arrastré por el living como un grr"*, como un hombre
lógico al que acaban de prohibirle que se sienta en las esrrellas.
Hasta que..el vecino del departamento de enfrente golpeó mi
puerta; un hombre menudo, con mucho pelo y aspecto de calvo.
-Hola... Mire, mi señora y yo estamos comiendo con los
chicos f... no sé si me enciende -me
dijo en un tono que pre-tend.ía ser amistoso sin perder severid
^d y mirándome de arriba
abajo como si lo sorprendiera encontrarme vestido.
Entendí.
-No estoy cogiendo, estoy llorando
-le du.-. Pero escá
bien, voy e treter de no grirar.
El hombrecico vaciló y yo cerré la puerte,Ie cerré muy despa-
cio; me había parecido mucho más pequeño ahora que cuando le
&
Serglo Blrrlo I S7
ebrí, cinco segundos arrá s, y ruve miedo de que un golpe dema-
siado fuerre de la puerra, e incluso un golpe normal, pudiera
expulsarlo por el aire hasta su casa,
Que confundiera mis aullidos con jadeos me hizo sentir
meior. yo rambién había confundido los "te amo" de Vera con la--- -J - -
*;,¡úJú''*'-,e -**\--é*
y:dg{JlrÍ-gF*1:-n*.g-s-.que5g-ilcidi"l,soi¡r5idia1?oyniyo'I**.r. sgqf^i{
?_..!:"q_n,la verdld: A me:os".qug Vera haya gentidg*g$e
yi Y pr*J**g3:,Jo 3_n ?t íi,. ti o s e rí a .9
s a:- P,..9.s-g+ fu -de i-o d9 e s u n a
de las op.i".iones del amor: hacer coincidir la proPi" i*19'_.."
.*Jgg*g:***g--*1.3--g,9g::gén*Í[p'-,q.e,m**plotr.*
Tnr.guida l; d"r."ir¿. Pero ¿cómo era posible que hubiera
sido ran brutal conrnigoi Haciéndome esa pregunta tuve [a sen-
sación de esra r tllado det chico que fui a la edad que ahora tenía
mi hr.¡o. El chico que fui me aprueba a pes x de que yo me colrl-
padezco de é1, como si el adulco que soy hubiera estado a su lado
desde siempr e y le hubiera prometido algo que finalmente no
cumplí, ser feLí2.
Eso era a\go que no podía desc erter. Y entonces, de pronto,
supe -no cuándo ni cómo, pero lo supe- que iba a volver. Vera
iba a volver.
bf
Trini ("tt realidad se llamaba Gustavo Adolfo Bécquer -poera
que su padre admiraba sin necesidad, ye que no descendía de
él- y a quien su madrg horrorízedapor la elección del nombre,
rebautizíTrini, haciéndolo puro) había dejado al Dr. Uki -queahora además de sidoso, viejo y aburrido, tenía la mirad de la
casa quemada- y había emp ezado a salir con un esculror mal-
dito de baja estatura, de hombros anchos, de apellido Nudler,
que hacía dragones con rezego metálico industrial. Lo ví fugaz-
mente cuando llegu é e La casa de Tiini para armar la estructura
de los próximos capírulos del programa; él se íba y en el viscazo
radiográfico que me echó al crvzarrnos en la puerra hubo una
advertencia cargeda de desprecio, por mí, por Tiini y hasra porél mismo: "Mientras encuencro algo mejor, a esta loca rne lo cojo
fo, ¿está claroi". Tenía las manos quemadas por la soldadura y L^
marca blanca de las antiparras abarcaba la micad de su c^ra,pero
Trini parecía encusiasmado. Nudler le había dejado en medio del
living un dragór de hie ffo y chapa y alambres rerorcidos, de más
de un metro de alro por dos de largo.
-¿No te encantal
-me preguntó.
-Sí... Me llama la atención que haga dragones, porque un
dragón sin fuego... ¿noi ¿No sería mejor que hiciera dinosauriosi
-¡Bah! -dU" éI,y ya dejó su vaso de tónicasobre el lomo de
la escultura.
Sergio Bizzio r 59
Noté que tenía rota un ala.
-Fueron los tarados del flete -dU"
Tlini-. [,Jno de los
ripos que la veíe se clavó un alambre en Ia mano Y la soltó.
Marcos (Nudler) escaba tan rabioso que me dio miedo. Te juro
que nunca nadie en la vida me cogió así.
Trabajamos un par de horas. Después fui conJulián ever King
Kong 1o llevé a su casa, crucé algunas palabras con la muc ema,
cené en un restaurante del centro, volví al departamento, abrí las
persianas, me paseé eLLi y aquí -deteniéndome
de tanto en
ranro pera- apoyalr la punca de los dedos sobre la mesa, corno si
escuviera muy cansado y ^L
mismo tiempo fuera muy liviano y
me basrara con apoyffi los dedos para sostenerme__, salí, colrl-
pré una borella de vodka, volví, tomé un vaso con hielo, salí de
nuevo, camin é, enlté a un bar, tomé otro vodka, volví a casa' miré
celevisión, me di una ducha , cercélas persianas ,l,eí media pigina
de La vozhumana de Cocteau, puse un disco, me tíré en [a cama
a esperar que amanecíere,Amaneció. Me levanté, a;brí la persia-
na, rne quedé un momento allí parado, desnudo, mirando hacia
afuera .Tenía.lágrimas hasta en los dedos de los pies.
¿Y cómo era é1? Vera me había dicho que ere CEO de algu-
na empresa. Dios mío, Vera enamo tede de un CEO...
Probablemente ese "amor" no fuera más que una desviación del
oprimismo, pero lo cierto es que ilLáestaba el CEO (Centro de
Exrracción de Ovarios) relamiéndose en el recuerdo de los días
y las noches que pasó con ella y esperando a que regrese.
Vera y yo nos habíamos conocido de golpe, tsíque yo no tenía
referencias sobre la clase de hombres que le gustaban, aparte de
mí mismo -si es que le gustaba une'tlase de hombre"- Pero
había visto unas foros de uno de sus novios anceriores, me había
hablado un poco sobre é1, en alguna ocasión nos habíamos cru-
zedo con otro, y decididamence yo no encajaba en el "perfil"'
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9
J
6o r Era eL cieLo
Eran feos y serios; una feelded que no tenía que ver con un revés
al canon occidental de la bel\eza masculina sino con las reglas
manuscritas de la tonter ía berriaL, y serios en el sentido en que
daban la impresión de pasarse las tardes escuchando e
Tchaikovsky, tomando mate y pensando, además de rnostrar
que es gente que sabe divertirse. Me daba mucho trabajo imagi-
nar a Vera en los brazos de tipos como esos, previsibles, porta-
dores de una irreverencia sensat a, de una inteligencia inflam eda,
progresistas, por supuesto, y relativamente jóvenes (medio
punto e favor), a menos güe, por razones que se me escapan,
haya senddo el impulso de clavar la banderita en un mundo
ajeno. No podía entend erIe, me desconcertaba. [Jn CEO había
conseguido que la perdiera. Las mujeres de una tribu de
Katmandú tienen la capacidad de seguir mentalmente las evolu'
ciones de sus hombres cad^vez que se internan en las peligrosas
montañas selváticas en busca de alimentos; a veces, €o Ie a\dee,
de pronto una mujer rompe en llanto; días después, cuando los
cezadores regresan, su hombre no est i entre ellos. Así la seguía
yo y d.e un día pere el otro la perdí, ya no supe dónde estaba.
"Fea sensación", como dUo Trini aquella noche en la fiesta antes
de contarme que era un cobarde.
Yo rambién lo era'. Se lo había dado tod.o, menos lo que me
pedía. No terminaba de instalarme en su casa, por ejemplo, jamás
hacía planes peru nosotros más allá del día siguien¡e, y (creo que
es una buena causa) dejé deslizar una tarde mi neg etiva. a tener
un hijo con ella, aunque algu ne vez había dicho que sí; un hUo
que no neceri se impone a un hU" que no nació. Sin dudas, el
Centro de Extracción de Ovarios le había promeddo una tribu
de niños rubios y ruidosos. Hay más: aYere;corrro a Diana-le encanta visitar otros países y yo detesto los aviones. ¿Nuncaviajaría con ellai Hum, sólo hasta donde se pueda ir en auto. Más:
Sergio Bizzlo r 6t
eYerale gusta encontrarse con amigos, salir con gente, ír e fies-
fas, y yo prefiero estar solo. Más: Vera -aunque
no tanto como
Diana- no le riene miedo a nada y yo le tengo miedo a todo,
desde el dolor hasra la velocidad y desde el mar hasta [a locura.
Así que en los úldmos meses flotaba en el aire la idea de que "no
íbamos a lleg er e ningun e part¿' (los hijos ya no son seres que 5e
traen sino sirios a los que se llega, corno a las pirámides de EgiPto)
o que "lo nuestro no iba a, dx frutos" (una casa, una cuenta ban-
ceriecomún), q*. son las cosas que la inmensa mayoría quiere, o
busca, o pretende (aun los mejores de nuestra especie, en gen eral
después de un baño). ¿Qué es la experiencia, qué es una idea, qué
son la ener gí^ y el sabe r y eL crecimiento y I^ contemplación al
lado de ese víajehacia las cosas, qué es el fururo si en el presente
no hay algo donde epoy^rloi ¿Qu éLe daba yo? Mi curiosidad por
ella mi curiosidad por lo que Vera hecíe e cede momento eta-
enorme; rne había sumergido en ella -'-pude haberla hecho
rebalsar de sí misma con un poco más de oxígeno-, pero no en
nuestra relació n, y veía -y oíe, aunque distorsionada, como una
vozilógica- los objetos de su interés, la corriente de sus deseos,
que me incluían y que no eran posibles sin mí.
Demasi,ldo lgj::.:n- 911a-P1-" darl-g, 1o gue pgdÍl demasiadg
{*- _é '"-
prof""do en ella para_ trarer en las mangs algo 5ea1,f - - -.
----**-.t*6--'"Io', .tí*k¡d- 'd'r ' ^ -': 1'¿ ^-
$¡s#Ésa; -'*3-*{dr;t ú@r
-Tiene razón Osho: los monos hicieron muchísimo rnás que
nosorros -dUo el Gerenre de Pro grema.ción abriendo los bre'
zossobre la mesa de reuniones pereabarcarnos a todos, Triní,yo
y los rres dialogsfs¡¿s-, los monos inventaron al hombre. ¿Y
qué hicimos nosotros? ¡Televisión!
Fue lo úlrimo que oí. Cuando abrí de nuevo los ojos estaba
rendido en el suelo. Una secretaria me tomaba el pulso. Los
6z r Era eL cieto
dialoguisras se hab ían apelotonado en un rincón; eren los que
menos ganaban y los que más vabajaban, los que tenían menos
responsabilidades y los que más fácilmente podían ser reempla-
zados. Sentí una pena injuscificada y enorme por ellos, que no
tenían ni voz ni voto y que d.ependían hasta de mi salud. Tbini
estaba de rodillas e mi lado; me palmeaba una mejilla con [a
rnano perfumada.
-¿Qué pasa con el médico, viene o no vienei
-le decía el
Gerente de Programación a alguien que no alc encé a ver.
-No hace felte, necesito dormir, estoy bien..,
-No hables
-me dUo Tiini. Era de los que creíen que las
palabras nos ernpujan hacia la muerte.
Retiré la muñ ece que la secretaria sostenía en su garrita antes
de que termin era de contar mis pulsaciones -podría haber
contado durante quince segundos f multiplicar el resultado por
cuatror pero era secretaria del gerente de un ette lineal-, rrr€
epoyéen un codo y conseguí sentarrne. La cab ez me daba vuel-
tas, pero empezaba a detenerse. Dije:
-Osho.,.-No hables, oo hables.
-¿... dice algo sobre el desm eyo?
Los dialoguistas bajaron la vista con ganas de reírse. Yo no
eramucho más valiente que ellos, pero sí consciente de que el
desmayo presuponía un exceso de trabajo y dedicación y que
eso me daba un cierto margen de impunidad. Por otra parte el
Gerente de Programación me apreci eba, no sé por qué. Creo
que se dive rtía conmigo casi tanto como yo con é1. Era uno de
los ripos más ignorantes y despreocupados que había conoci-
do en mi vida (una especie de Ozzy Osbourne calvo), p€ro me
hacía reír como nadie con su humor rancio y su agu deza pare
capcar y satis facer la ansiedad det "público". Claro que nunca
Serglo Blzzlo t 63
hasra ahora me había metido con Osho, su nueva religión. Me
dio el libro.
-Tom í,L\evtteló.
Era El libro del niñ0.
-¿Acá es donde habla de los monosi -le pregunté sorpr€o-
dido.
-LeeLo y después hablamos.
-¿Habla de televisión?
-insistí.-No,
lo de la tele lo digo Yo.
-¿De quién es lo de la tele?
-rePetí.
-Mío -maulló él y gft6 hacia [a secrs¡¿¡i¿-: ¿Adónde LLa'
maste un médico, ele Chinal
Increíblemenre el médico que entró ere- chino. Diagnóstico:
agoramienro, bajede presión. Remedio: Efortil, rePoso. Quince
minuros después, cuando sentí que erecaparzde avanzer en línea
recte, subí a[ taxi que me habían pedido Y me fui ^
casa. El
Gerenre de Programación liberó a Tiini para que me acomP ^iua'
ra y se encerró con los dialoguistas.
-¿Lallamo a Verai
-rne dijo Tiini.
-Vera me dejó.
-¡¿Cómoi!-¿Por
qué re alarmai Vos dejaste a un hombre enfermo de
verdad.
-Te juro que siempre pensé que eran el uno Pera el otro...
No caigo.
Le impedí subir a casa. El idiora había emp ezado a sencirse cul-
pable por el golpe que me dio en la fiesta de Uki. "Te debo un
golpe", me dijo. Le aseguré que nunca se 1o iba a cobrar. Me sonrió
como si no perdiera las espera nz s y, mientras yo ceffaba la puerta
de enr redaal edificio, me saludó con una mano y con la otra á.t€rl-
dió un llarnado: el dragón, tal vez.O el mismísimo escultor.
6+ r Era et cielo
Y entonces, de pronto, no pasó nada.
Supongo que floré en el tiempo (ni más ni menos que unas seis
o siete horas), sentado en un sillón, con la mirada perdida en un
punto en el eíre, hasta que Iavoz de un hombre que le gritabe a
alguien en el edificio de enfrente me sacó del trance. Eran las once
de la noche. Recalenté las sobras del almuerzo, tregué y me ttré
en la cama. Hacía cres o cuatro días que no dormía. A la media-
noche volví a prender laLuz y miré dibujitos animados hasta que
se me ceyeron los párpados; cuando me d.esperté erela una de la
mañana. Había dormido díezminutos. Estaba furioso. Me levan-
ré y tomé un vaso entero de vodka sin hielo y me errojé e mí
mismo en la cama como si me arrojara otro, e incluso oponiéndo-
me una cierta resistencia. A las cuatro de la mañan a ye no pude
más: me vesrí, salí del departamento y cami né apaso rápido, casi
corriendo, hasta la casa de Vera, ? díez cuadras de allí.
No usé mi copia de las llaves, que llevaba conrnigo; toqué tim-bre hasta que la mirilla se iluminó. LJn momento antes de que
eso sucediere, un momento antes de ese alivio, recordé una frase
de Arguedas que había leído treinta años atrás por prime re y
única vez y que había sepulcado y olvidado: "El sol pinta al pie
de la puerta su renglón de oro'. Me dtl. que tenía que contárse-
lo a Vera, que le caus eríe grecía; pero cuando abrió la puerca lo
único que hice fue dejarme ir sobre su cuerpo, con los bra zos ceí-
dos. Me abraz6.
-Necesito dormir
-le dU.-. Por favor, Yere, necesito
dormif...Me senró en la cama. En la oscuridad del cuarto me desvistió,
me acostó y me tapó, haciendo una cosa después de la otra,
suave, cuidadosamente, en silencio, como si pudiere espancarme
o disolverme.La secuencia de la dulzura de su poder sobre mI...
Cuando apoyó una mano en rni pecho, rrr€ cumbé sobre la espal-
Srr¡lo llrrlo t 6S
da. cuando merió una mano por debajo de rnis piernas para retí'
rx Lesábana y cubrirmg las alcé. Así me manej eba, con peque-
ños roques. cuando des pegó los labios pa re decir algo, abrí los
ojos. Era hermosa; no era mía Pero eta hermosa y yo en suyo'
aun como un esPectro, aun como un reflejo de mí mismo'
Apoyó una mano en mi frente Y sentí que toda la tensión
desapa recía, que Le engustia se evaPoraba. Después se acostó a
mi1adoymelbrazó.Em:-:'",y.l"i-*-F€ner.''c.JrerPo,ale{.unhombre.,,Ttenquilo,,ffiliii'^"dome.Ynuncaenmivida,
'-" r-is 'r
hastá ese momento, estuve tan tranquuo.
En [a expresión de Diana a] abrirme [a puerra cuando iba a bus-
c^t eJulián había siempre una combinación de fastidio y melan-
colía; cuando lo veíe de regreso seguía habiendo melancolía,
pero ahora muy por derrás de la felicidad de tener a Julián de
nuevo con ella. Nunca me invitaba a entrar. Esa tarde hizo varias
de las cosas que no hacía nunca¡ me miró, me apoyó una mano
en un brezo -un toce,apenas - tme preguntó si me sentía bien
-le dU. que escaba un Poco cansado- y me invitó a Pasar'
-¡Jrl ián,llegó pepál -gríró
hacia el cuarto de Julián, en el
piso superior.
-¡Hola, pryál -la
vocecita de Julián zígzegueó desde la
silla frente alecompuradora en la que jugaba, retrocedió hasta
la puerra del cuarro, dobló en u y baj6 la escalera sin perder
una pizca,de intensidad, más bien ganándola, pero é1 no ep,'
reció hasra un buen raro después. Me dejé c^er en uno de los
dos sillones junro e la venrana -mi sillón, en el que había
leído ctdemañan a, aldesperrarme ,y ^veces
también de noche;
er^una buena elección: a primeras horas del día había allí más
Iuzqr¡e en cualquier otra parte del living, y eLe izquierda una
66 r Era et cieLo
lámpara de Pi. con pantalla blanca- mienrras Diana iba e
hacer cefé. Hizo té.
En la mesa ratona había una fortale za delramaño de un cajónde ma nzenes custodiada por un ejército de personajes de rodaslas especies, calidades, valores y tamaños, desde héroes anóni-mos y rígidos y extraterrestres del universo de las golosinas hastahumanoides arciculados y estrellas de la indusrria cinemaro grá-fica o literaria, estos últimos con luces y voz. Despejé un sectorde la mesa, Diana apoyíla band ej^ y me alcanzó una tezede ré.
Después se senró en el sillón de al lado.
-¿Entoncesi -m e pregunró.
Solía hacer eso, seguir una conversación inrerrumpida quenunca había tenido lugar. A mí me había parecido siempre unsigno de úmidez, enmascarado de confia nze y naruralidad. Ledu. que estaba durmiendo mal y me pregunró por gué; no supe
qué resPonder, no encontré ninguna causa más al!áde la verdad.
-¿Mucho crabajoi
-Lo de siemPre -me encogí de hombros f eso fue suficien-
te, Pero no Pere que Diana se olvidara del asunto sino p^re queye no le quedara ninguna duda de que algo malo me pasaba.Desvió la vista, la posó por un instante en el suelo encre sus pies,volvió a mirarme y me preguntó si había algo que ella pudierahacer. Le son reí, mirándola en silencio. Eso pareció rensa r!a; nosconocíamos tan bien que éramos capaces de malinterpretar cual-quier gesto, Por mínimo que fuera. Que nuesrras miradas se
encontreren en esa especie de cima helada en que se había con-vertido nuestr e relación f se soscuvieran un segundo más de loestrictamente necesario podía ocasionar una avalancha de emo-ciones de toda clase, aunque ni un solo crisral de hielo Llegara e
la boca de ninguno de los dos; ni siqu iera hacía falte, por orra
Parte. En general nadie decíanada. Si alguno de los dos hablaba,
"%
Sergio Bizzio t 6Z
era Diana. Había sufrido nuestra seParación más que Yo, l,e
había padecido, no había podido olvidar y no había tenido la
suerte de enamorarse de otro. Yo sabía que ella quería que vol-
víera.,aunque hacía ya mucho tiempo que había dejado de pedír-
rnelo. Desvió la vista'
-Anoche robaron en la casa de mis viejos, fue un robo tan
ingenioso que da ver gúenza contarlo -dU" d'e un tirón.
-¿Anoche?
-Entre las nueve y las once, más o menos. Ellos salieron a las
ocho y med i^ y volvieron un Poco antes de las doce.
Le pregunté Por qué decía, que había sido "ingenioso", Pero en
el fondo pensaba que a esa hora, entre las nueve y las once, yo
estaba rerorciéndome de dolor a diez kilómetros de aLLí, e diez
planecas de distancia de las cosas de valor en la casa de sus padres.
-A la mañ anales robaron el auto. Al mediodíe lo llarnaron
a papipor reléfono para decirle que e[ auto escaba estacionado
en una calle en San Telmo. El tipo le dijo que tuvo que robarle
el auto por un asunto Personal, que 1o lamentaba mucho, y que
a modo de disculpas les había dejado a éI y e m^midos entradas
p^reque fueran esa noche ever Chicago.Papáfue a buscer eI auto
y sí,en el asiento, €D un sobre, estaban las entradas... Y fueron a
ver Cbicago. Dos horas o más de tranquilidad total para que los
ladrones desv altjaran la casa.
-¡Gané el quinro nivel! -gritó
de pronto Julián ePretendo
los puños en un gesro rriunfal, con el pelo revuelto y los ojos
como platos, vesrido nada más que con un celzoncillo, en lo
alro de la escaler a-. ¡El quinro nivel, pep:,gtné el quinto nivel!
-repició lan zindose escaleras abajo.
Se riró en mis brazos, lo felicité; el juego tenía cinco niveles y
había ganado el úlrimo. Entonces, durante unos segund'os, su
exciración pareció disolverse, como si no pudiera creerlo.
68 r Era eL cielo
-¿Qué les robaroni
-Plata no había. Se llevaron la video, el microondas, el rele-
visor, el equipo de música , Ie compu tadora, esas cosas. Ahoramis viejos esrán como en la Edad Media.
Apoyé mi boca en la cabeza deJulián, uD largo beso inmóvil.Diana nos miraba como a una parce del paisaje de su vida.
Hacía mucho' tiempo que no entraba e Ia casa, una casa quehabíamos comprado después de años de aho ffo y en la que esrá-bamos seguros de que íbamos e vivir mucho mejor de lo quehabíamos vivido hasra entonces. El ahorro es como el brezoarmado de la ilusión, Pero alailusión no hay cifraque la conr€rl-ga. Al llegar o al irmg es decir cuando Jul ián salía y me abreze-ba para venir conmigo o después de un beso de desped ide,cuá.rl-do la puerta de encrada se cerrtba derrás de é1, lo único quehabía, Pere Diana y pere ffií, era tristeza, una sensación ,C.e esra-fa masiva apoyada en la certezede que un hUo es la micad deldestino de cada uno de sus padres, f en el desconcierro de queninguno de los dos sepa si es posible la orra mirad.
De todas formas, en las semanas siguiences Vera me llamaba porteléfono, solía darse una vuelta por mi departamenro, de tanroen tanto cocinaba y me invitaba e comer, y en esas ocasioneshabía siempre algún escarceo de tipo sexual, pero yo teníe laimpresión de que a pesar de rodo le daba rrabajo, o culpa, esrarconmigo, un cierco pudor incomprensible en ella, como si ahoralo estuviera engañando al otro, y es más: como si quisierahacerlo, Pero tuviera miedo de estrellarse d.e pronco contra mí
-Podría haber craicionado a un ejército de amanres sin conse-
guir que la menosprec iarepor eso. Yo, por supuesro, no le habíaperdonado su historia con el Centro de Excracción de Ovarios;
Sergio Bizzio t 69
la quería, no había forma de perdonarla. Más bien me perdoné a
mí mismo -me absolví por mis indecisiones, ffii trabajo, mis
desacuerdos, mi edad, mis aspiraciones, mi nerviosismo, mi iro-
nía.,mi angustia, mi concentración, mis miedos, mi debilidad-
y emprendí la reconguisra, llevando todos mis defectos al triun-
fo. Mi virtud i erc. un buen lector. Y ella escribía. LIna tarde me
pidió que Leyerael prim er cepírulo de la novela en la gue trabe'
jebe;lo imprimió, me puso un \iptz en la rnano y se sentó a mi
lado. Era una oporrunidad única. Me zambullí en el texto, me
hundí en é1 con la desesperación de un testigo encadenado al que
un grupo de mafiosos arroj e aLrío desde un yete, y fui diciéndo-
le lo que opinaba a medida que Leíe(sin usar el lápiz).cuando
[.grrJ d final Vera se levantó y sin decir palabra salió al jardín.
La seguí. pensé que había dicho algo que la había ofendido. De
hecho busqué ofenderla en una ocasión, meriendo mano en un
pirrafo como si el, pirrafo fuera un guante en el que ninguna
mano podía encrar sin deformarlo o romperlo. Así que me senté
frenre e el.leen la punra de una silla y espe ré a, que me devolvie-
ra el golpe. un momenro después Vera levanró la vista y me pre'
guntó si me había gusrado. Le du. que sí. Acro seguido, me pidió
que la perdo nera',Hubo una Pausa. Yo no dUt ni que sí ni que no
/ .ll" dio un paso adelanre, se senró a mi lado, me ab rez6 con
uno de eso s abrazos que son más que nada la forma que tienen
las mujeres de abrezarse a sí mismas (o una forma de resultar
ebraztdas aunque el orro no mu eve un dedo, en realidad), y se
puso a llorar. Al día siguiente me inscalé en su casa.
Así como du. anres gue mi hijo es la mirad de mi destino, la
otra mitad es no escribir. Sinceramenre: no recuerdo qué quería
a los rreinta años, ni a los ocho, ni a los veinte, ni a los doce, más
aILá de ser astronauta y ser prorniscuo, dos "ocupaciones" que
basra juntar en una misma frase p^re ver\o dificil que es satisfrcer
Zo r Era eL cieLo
cualquier deseo, o al menos los deseos claros. Más elládel asrro-n au ta p ro m i s c u o r e co n o zco s i n e¡nh *Ig*o "** dS:S"glH::Hdg.-1Jgtxmi:l:",,,p:1ffi
üil.ii;'"g*.d.s-.r-p*e*pg:g*L*-e-gq.e:f-*.*g-.
f-:l.H:-"19*::":::bi (t Pol9u.g .l-TPo,?,g- l*.p*t-tb- tlid*-d,*,9-"::::.1F3). A
los once años puse una cucaracha en un vaso con "g"a;übrí el
vaso con cinta adhesiva y lo metí en el congelador; esa nochesoñé que la descongelab^ y que la cucaracha me insulraba, furio-sa. Al día siguiente escribí dos piginas manuscriras, sin rachadu-ras, contando la historia de una cucaracha que se convierte enhombre. Corrí a leérsela a mis padres. Estaban en la parre deacrás de la casa; habían invirado genre e un asado y mi padreprendía el fuego mientras mi madre ponía la mesa. Yo esrabatan excitado que emPec é e leer de pronto, sin darles riempo e
Preguntar de qué se trataba. Mi padre giró hacia mí con unapelota de papel de diario en la mano, mi madre apoyó los plarosen la mesa Y fue dejándose ceer lentamente sobre una silla.Había leído la mitad de la prim era página cuando llegaron losinvitados, un hombre delgadísimo y aun así de nariz redond.a,su esPosa (to recuerdo más que una blusa verde que brillab e elmoverse) y su hija Nadia, dos años mayor que yo. Me encanra-b^ y ella lo sabí e y, con su mir ada silenciosa, su mir adad.e pun-tos suspensivos, desplegaba ante mí su única habilidad: un airede invitarte a completar lo que no ha dicho. Después de unosrápidos saludos, el padre de Nadia, un curioso, insisci ó paraquevolviera a em Pezer. Me resistí hasta donde pude, es decir unasola vez. Después leí el cuenro, de pi. en el mismo lugar al queme había llevado el enrusiasmo inicial, con voz firmg hasra laúlcima palabra.
-Un Pequeño predador -dU" entonces el padre de Nadia
achinando los ojos y dándome un golpeciro en la espalda.
Nadia miró e su padre y bajó la vista, sonriéndose. En esa
Sergio Blzzlo r 7t
época yo no conocí e La rnetamorfosis. Le pedí a mi madre que rne
lo com prara.,y sólo después de leerlo comprendí hasta qué Punto
había hecho el ridículo, invirtiendo una historia célebre' Lo más
probable es que Nadia tarnpoco hubiera leído a Kafka, pero la
sonrisa cómplice que le dirigió a su padre cuando este hízo ese
comentario -conocedora
de sus tonos, más que de sus lectu-
ras- fue la misma que años después le haría Vera ele chica del
vesridiro gris. Para mí fue humillante y, después de leer el relaro
"origin aL" , demoledor. Cuando uno empie ze a escribir, lo único
que riene es una historia. En ese sentido, escribir una historia es
y^ escribir. ¿Cuál es el proceso que hace que la materia se vuelva
conscienrel Nadie lo sabe, la biofísica todavía no encontró la r€s-
puesra; como buen neófito me doy una explicación suficie nte: la
práctica.lJneconsrelación de partículas denza;ntes en una situa-
ción repedda no puede escapar a su destino; la conciencia es el
descino de la prácrica. Con la escricura sucede exactalnente lo
mismo. Pero yo recién emp ezaba,era el comienzo de un comien-
zo, y ye había sido descubierto y delacado. E[ padre de Nadia
murió ese mismo rnes. Me alegré.Años después, x los diecisiete
o dieciocho, escribí una serie de poemas políticos, tardíamenre
influido por una licerarura que también había encontrado su
desrino -eveporarse -
y que llamábamos "comprometida". El
fanrasma de esrar poniendo al revés algo ajeno echó sobre mis
poemas la sombra de un humor involuntario que mis comPai.e'
ros de enconces no dudaron en calificar de fascisca: los obreros,
en lugar de ceer de los andamios, volaban hacia al\í,por ejemplo.
No volví a incentarlo. Pero Ieíe corno un escricor, como un escri-
torjoven, menos atenro eletrama que al ritmo y buceando en la
oscuridad por enrre los pilares sumergidos de la construcción;
desde que prrede decirse de rní que sof tu1 "hombre adulto" he
vuelto a interesarme casi únicamence Por la trama.
#
Tz r Era et cieto
Todo el mundo quisiere publicar un libro ('tener" un libro),
Pero nadie quiere tomarse el trabajo de escribirlo. Cualquiera a
quien uno Pregunte si le gust aríatener un libro -raxisra,
fucbo-lista, lobbysra modelo, ginecólogo, barman, psiquiarra, locuror,agente inmobiliario o estrella del mundo del especráculo o de las
finanzas- dirá siernpre que sí, con el rnismo convencirlienrocon que dirá que sí en caso de que uno pregunre si le gustaría ser
bello o rico. Un libro es algo importante (rrascendenre: ralar unárbol pere escribir un libro que Leeriru hijo, o la comperencia).
Disciplina y entusiasmo son las dos palabras que en cambio
definen Ia práctica de las dos escritoras más imporrances pelamí, Y no precisamente como escritoras: Diana y Vera. DianaemPezí a escribir cuando quedó emberazada de Julián, al prin-cipio como un juego, después disciplinadamenre; publicó rres
nouvelles Pere chicos de ent re diez y doce años, y seis libros de
cuentos Para chicos de encre cinc o y siete. Sabe lo que hace, su
Prosa tiene gracía y las hiscorias son simples y envolvenres; nousa diminutivos. Vera es como una aspiradora con un radarhipersensible que detecta f succiona materiales de las proced€rl-cias más diversas y los articula en textos ágiles y milagrosam€rl-te comPactos. Nunca hablábamos de lireratura, pero ahí est abaella haciéndola miencras yo me limicaba a cipear guiones relevisi-
vos; sentados cada cual a su computadora, a fres o cuatro metrosde discancia uno del otro, slt entusiasmo contrastaba tan fuerte-mente con mi apatía como una chispa con un maní. Mancenía laespalda rígida,Iavista fija en la pantalla, en las pausas ecerceba o
alejaba la silla , clavaba el dedo en la cecla delete con un gesro de
fascidio, retomaba el hilo , aceleraba, se le agrandaban los ojos, x
veces se reía, a veces se interrumpía para leerme un pirrafo,a veces se levancaba y daba unas vueltas a paso lento por la casa
y volvía a sentarse y seguía adelante durante horas y más horas;
Serglo Blzzlo ¡ 7,
todo un estado. Si las cosas habían ido bien, al término de la jot'
nada renía incluso más energías que al com íenzo, Y L^sombra de
una suma de productividad y satisfacción avanzúa' sobre mí
hasra que se unía al cuerpo que la proyectaba , rbrezándome. Esa
tarde había ido bien' Me ebrez6.
-voy al mercado -duo.
Me dio un beso en e[ cuello y salió.
H,rcíe diezminuros que se había ido cuando sonó el rimbre.
Ances de levanrarme pxeir e arende r rccleé el número de la
escena siguien tet 2T . Me pareció que la chica que llamab e rcníe
esa edad; era, jtponesa, descendienre de japoneses. Esraba vesti-
da con una pollerica sin color, una musculosa sin corpiño' y san-
dalias. pregunró por vera. Le drye que había salido. Miró a un
lado y a otro como buscándola y después me dUo que ella eÍa-
dialoguisra y que había quedado en pasar a esa hora p^r^ hablar
de rrabajo con vera, así que la hice Pasar.
-Fue al mercado, suPongo que en veinte minutos v^ t estar
tcá. ¿Querés tomar algo? -Negó con la carbeze_¡ ¿No te
molesra que yo siga con lo que estaba haciendo mientras vos la
esperásl
volvió eneg r con la cabe z^yse senró en un sillón a mi espal-
da. Yo escribí INTERIOR. CASA DE WARLEY. DÍA y todo 1o demás
de un tirón, Pero al hacef una Pausa P;rrlPensar un Poco en 1o
que iba a ocurrir en la esce na,2g senrí que me había estado inco-
modando no ver e la japonesa' me incomodaba que estuviera
sentada a mi espalda. Di vuelta [a cabe za, suPongo que como un
monstruo, porq*e [a japonesa end erez6 tipíd?imente el cuello' y
le pedí q,r; po, fevor se sentara en un sillón que había ^ mi
izquie rda,a unos rres merros de distancia de la rnesa. Ella asin-
rió con La ctbeze al mismo riempo que se levantaba y dio una
cerrerira hacia allí como si yo acabara de advertirle que el techo
podía derrumbarse y se sentó con las piernas juntas' con las
7+ r Era et cielo
sandalias juntas. Como dialoguista era basranre muda; volví epreguntarle si no tenía.ganas de romar algo f dUo que no, siem-
Pre con la cabeza.La escena 28 no ere complicada pero sí traba-josa, con muchos personajes entrando y saliend o y diciendo las
mismas naderías sentimentales que venían dando tan buenos
resultados hasta ahora, lo cual me obligaba a salrar casi línea a
línea de la columnaízquierda aladerech a,haciendo acoraciones
de tono, de expresión y d" ubicación; teníaque esrar arenro a las
continuidades, además. Pero la japonesa me discraía: ahora me
miraba fijo. No supe en qué lugar me molestaba más, si en micamPo de visión o sencada a mi espalda. Le eché un vistazo ybajó la cabeza. Bien. Volví a escribir. INTERIoR. NAVE. DÍA.
Enseguida me di cuenta del error, borré NRvE y puse RESTAU-
RANTE. Ya había escrito casi una página cuando de pronro lajaponesa se levantó y vino e sentarse e la mesa directamenteenfrente de mí.
-¿Ibdo bieni
-l e pregunré.
Asintió (con la cabeza) sonriéndome.
Le sostuve la mirada sin devolverle la sonrisa hasra un límiremás aIIi del cual resultaría grosero, e menos que yo rambiénfuera cePez de sonreír. No pude. Thmpoco pude evirar que misojos descendieran desde los suyos hasca el pezón izquierdo yluego hasta el derecho (**f marcados conrra la rela de la reme-ra, "más pezón que tetí', pensé) antes de volver e subir, peroahora sólo hasra sus labios, que se separaron y cambiaron de
color, del rosa pálido a un rosa que no terminé de ver: di un rípi-do salto hasta sus ojos y d" aLlí e la panralla de la compuradora.Leílo último que había escrito f empecé con lo que seguía, dis-tribuyendo a tres o cuatro personajes en el restaurant e, almenosdos de ellos en mesas equivocadas, y haciendo chocar a orros dos
que entraban, uno de ellos incluso duplicado, fa que estaba en
Sergio Bizzlo ¡ 75
una de las mesas desde la línea ancerior. Borré todo y estuve e
punro de decirle a.Iejaponesa que saliera y esperer;- efuere; me
contuve. Y como no podía concentrarme y elgo rcnía que escri-
bir para no verme obligado a hablar con ella, que de todas for-
mas no hablaba, lo que hice fue escribir
La lista de mis miedos (en desorden):
A la muerte.
A los aviones.
A la locura.
A las enfermedades'
A las amputaciones.
A los barcos.
A la velocidad'
A la altura.
Al mar.
A los tiburones, osos, serpientes, arañas, Perros desconocidos.
A los desconocidos'
A las ciudades, barrios, calles desconocidas.
A los suburbios.
A los ascensores.
A la miseria.
A las operaciones médicas, a las operaciones financieras.
A las armas.
A los dentistas.
A la pérdida del olfaro (una cosa terribl e, ví un documental
sobre el tem e eL otro día. Vera, Yera, vamos ,Yeta, vení)'
A la policía.
A los estadios de futbol.
A las tormentas eléctricas.
76 ¡ Era eL cieto
A la soledad.
A las muchedumbres.
A la violencia.
A la vejez.
Al sida, aI cincer (enrra en enfermedad).
A la impotencia (¿encra en solecladi).
A los ladrones.
A la electricidad.
*.-. * *i-:f: (:li.'"" ¡odos l'l *j:"d:il*lgor "la. :,-e- *A los ercefaccos a gas: esrufas, calderas, garrafas,
A los secuesfros.
A tener que irme a vivir al campo.
Hubiera podido seguir, pero en ese momenro, de pronro, conuna vocecica de mariposa animada,lajaponesa dijo:
-¿Quelés cogeli
La mir é. Levtncé hacia ella primero los ojos y después, lenca-
mente, la cabeze.
-¿CómoiLa había escuchado perfectamencg desde luego. Y no sólo eso,
mmbién había encendido el chisreciro de las eles, esa parodia de
su origen que ahora acentuaba con un golpeteo nervioso de sus
largas pestañas negras, sin dejar de mirarme. Incluso había ade-
lancado el cuerpo. No decía nada, no dejaba de son reír.
-¿Si quiero quéi -reperí.
-No, nala.
-¿Nala? ¿Dónde h^y una "t" en"nadí'?En ese momento llegó Vera. Traíedos bolsas con las compras
en cade mano. Me levant é para ayudarla. Agarré las bolsas, las
apoyé en la mesadey empecé a sacar las cosas que había compra-do y a Ponerlas en la helade re y en el mueble sobre el lavaplaros
egeel amor).
calefones.
Serglo Blzzlo t 77
mienrras Vera y la japonesa cruzeben saludos Y disculpas, la
japonesa por haber llegado antes de la hora acordad^Y Vera Por
haber llegado después. La chica, es notable, se llamaba Monique,
un nombre frencés en una ^rgentina
de origen nipón, y Vera la
había convocado -prirnero
quería conocerla le acleró, aunque
seguramenre ya se 1o había dicho por teléfono- pere- reempla-
z r a uno de los dialoguistas de su equipo que "vive enfermo".
Vera le preguntó si quería tomar algo Y la japonesa dUo que
romaría lo que romar a eILe, a lo cual Vera dUo que iba a tomar
egv , agtramineral, agua bien fríe: estaba muerta de sed'
-Entonces una cervezr... si no es molestia -düo
La chica
mirando de reojo el pack de botellitas de Corona que había colrl-
prado Vera, una cerveza horrible y encima tibia. Vera agarrí una
Corona, se la alca nzót,después egarró una bocella de agua mineral
y dos vasos y L"indicó elajaponesa que la siguiera hasta el sofá. Se
senraron. Corrésmenre, Vera giró hacia mí y me Preguncó si me
molesraban. Corrésmente'le dü. que sí. Salieron al jardín. En
menos de cinco minuros estaban las dos riéndose a cxcejedas, con
esa risa ansiosa e inarmónica de amigas de la infancia que se
encuenrran después de años de no verse, Pero ere evidente que
Vera llevaba la barura, que Ie arcojaba hacia arriba Y L^ atajaba en
una mano y L^ hecía girar habilidosamence entre sus dedos ances
de golpearle la fren te e la japonesa al final de cada número y no
porque ocupara un lugar de poder fren te a ella sino Por naturale-
za:lechica buscab a, ensu cam l, en la cama de otro, en el callejón
a oscuras de su alma"ardientemente, que la degraden, mientras
que Vera no prerendía otra cosa (.t la vida) qt. ser adorada. Mi
compuradora tenía más capacidad de procesamiento de datos de
la que disponían los aliados en la Segunda Gu erra Mundial, pero
yo no podía concenrrarme ni para darle lecra a una pésima ectríz
secund aríe.Guardé mi archivo y salí a dar una vuelta.
*tt
T8 r Era eL cieLo
Después de una reunión con Tlini y los dialoguisras en un bardel centro me quedé sentado a esp erer a Diana; habíamos a.cor-dado encontrarnos allí a las tres y eran las tres menos diez, es
decir que tendría que esperar nada más que unos veinte o vein-ticinco minutos. A mí nunca me gustó Peter Handke, ningunad'e sus obras de ficción me había atrapado nunca, pero alguien(to puedo recordar quién, ni ahora ni en aquel momenro) mehabía regalado El Peso del mundo, una especie de diario o de"cró-nica de una conciencia individual en forma de libro", como él
rnismo lo llama,Y en una de esas leccuras al ezer que es en reeli-dad la form a de lectura que propone rodo libro de anoracioneshabía subrayado ese mismo medio día,anres de que llegaraa¡ini,una frase que me había gustado mucho y que ahora no podíaencontr^r,lo cual me resultaba sumament e rero,porqu elahabíamarcado, le había hecho un buen paréntesis de rinra azul a La
izquie rda, con trezo rápido , abarcando incluso la úlrima líneade la frase anterio r y la primera de la siguience. Pero no habíacaso; la marca parecía haberse esfumado. Pasé las páginas dellibro de atrás hacia adelante y de adelanre hacia arrás unadecena de veces, lo hice despacio f rápido y yehabía empezado
a hojearlo página por piginacuando oigo que alguien dice "p"r-dón". De pie frente e míhabía un hombre de unos cuarenra años,tal vez cuaren te Y cinco, vestido como un vendedor de electro,Co-
mésticos que busca Parecer un vendedor de auros deportivos yconsigue Parecer un dealer. La mano que había apoyado en elrespaldo de una silla, de gruesos dedos grisáceos, con el anularahorcado por un anillo de oro al que una esmeralda demasiadogrand. e Pere ser genuina delacaba como falso, le daba inclusoun toque extra de hombre de la noche del submundo. Olía a
Sergio Bizzio r 79
penicilina. Sacó la otra mano del bolsillo y señaló por encim e de
mi hombro una mesa a mis esPaldas'
-No pude evitar escuchar lo que decían -dUo -c
Soy
actor. permítame que me presente -me extendió la mano, se la
esrreché, dijo-: Mario Bravo, como la calle -_sonúó, abusando
de un comentario del que seguramenre abusaban todos-. No
sé si me ubi.ca...
Esruve a punro de preguntarle a qué altura, Pero me limtté e
decirle que t1o.
...--Yo vabajéen, bueno, hice papeles, paPeles chicos en, Partí'
cipaciones en yago, en alguna orra cosita y últimamente en Jesús,
elheredero.Ahí anduve bien, estuve bastante. Así que los escuché,
los escuchaba que son aurores y me du. lo saludo, me presento.
¿V" bieni -
-Sí.-¿cómo
es el programa que están haciendoi
-¿En qué sentidoi
-El nombre.
-Donde hubo fuego.
-cen ízesquedan, sí, lindo tírulo. No 1o vi nunca. vi que lo
esrán dando pero no 1o vi. ¿Así que va bien?
-Mire, usted me disculP xí Pero" '
-. e e no pensará que vengo a pedirle trabajo. ¡No, Por Dios!
Yo con el medio no quiero saber nada más. Y es más, ya ní actúo,
me rer íré. Le verdad es que bien bien bien no. me iba, per'- qué
nos vamos e enga¡iar. Se nac e, Y [a verdad es que yo no nací' Lo
que tengo sí es nostal gí^,los pasillos, los colegas, Pero esto fue
siempre una cosa de mi señora más que mía. ¿Q"é leei
Inclinó la cabe z y anres de que yo dijera nad a\eyó el dtulo en
vozaka. Bajéla vista hacia el libro -lo renía en la mano toda-
vía,lo había esrado hojeando impacientemente mientras el tipo
\
8o r Era et cieLo
hablab e- y I^ frase rcepereció como por erte de ma gia; esraba
encomillada, es decir que se trataba de un registro, de algo dicho
Por orro f que Handke ano taba, o que él mismo habí a imagín -do en boca de otror "Cuéntame una hisrori e de mí; quízino sea
correcte, Pero cuéntame de mí. Necesito una versión de ml". Eradesoladora, estaba llena de angustia más que de vanidad, llena de
angustia y desesperación. Me pregunté si Vera sería cepaz de
escribir algun e vez algo así, no igual o mejor, la frase no es grancosa después de rodo, sino desde ese lugar. ¿Qué lugari No lo sé,
no lo suPe. Vera vivía en una especie de desequilibrio sustenta-ble: el Yin felizsin Yang.No pude precisarlo, el ripo no dejaba de
hablar. Y de pronto epreté los puños , epreté las marrdíbulas,apoyé con fuerza los pies en el suelo, clav é Ia vista en la mesa fle dije que se fuera,lepedí que se fuera,leordené que sacara lamano de la silla y que se fuera. Se hizo un silencio. Obviamenreel tipo estaba sorprendido, pero yo no lo esraba menos que él yno Por mi reacción sino Por lo que a esa reacción le falraba roda-víat me hubiera gustado mararlo, le hub iera enrerrado la cucha-tira de café en el corezón y hubiera disfrurado limpiándome lasangre de la Punta de los dedos en el mantel. Un silencio durados segundos. Dos silencios después Diana se sentó alemesa.
-¿Quién esi :-rrr€ pregunró en vozbaja.
-¿Ib davía esrá ahít
-Fue a sentarse en la mesa de acrás.
Entonces leventé la vista y I^ miré.
-¿Nos vamosi
-Recién llego...
-Por fevor.
Salimos. No miré arrás.
caminando por Rivadavia o por Avenida de Mayo o porCallao o Por cualquier otra calle de la zonele concé lo que había
Sergio Bizzlo I 8¡
pasado y Diana me miró como si estu víere loco, Pero Le agtade-
cí que no hic íera.comentarios de la clase de "no en Para tantd' o
"pobre ripo'. Me preguntó qué era lo que me tenía tan nervioso.
-Leplara -le dU.-, la pla t^ y el tiemPo, estoy todo el día
a disposición de un pro grarme o de otro y no consigo ahorrar
nade, monedas. tJna vida dedicada al aire.
{renquilo -duo Diana rornándome de un btezo-.
Nosotros estamos bien, no necesitamos ntda, tranquilo.
¿Dormís).-á7
-)1.
-¿euerés que vey;rmos al cine con Julián uno de estos díasi
-Sí, puede S€f...
Diana no había dejado de dirigir sus pensamientos y sus
pequeñas acciones coridianas e nosotror, es decir al conjunto que
bien o mal, junros o separados, formábamos ella, Julián y yo,
pero rampoco hab íe dejedo de PreocuParse Por mí.Le miré, creo
que me sonreí. Era una madre y una mujer y también una mujer
separada, por supuesto. La mujer separada aceptaba el dinero
que yo pod ía derle, aunque rambién hecía todo lo que estaba a
su alcance (d" madre) p^re ganer su propio dinero, pero la
madrg pensiempre involucrada con el hijo y por lo tanto con el
padre, hacía incluso más de lo que estaba a su alcance (de mujer
separad") pe.3mediar enrre sus propias ideas y las mías acerce
de cualquier asunro relacionado con el hijo. Sí, le sonr eí.La. míté,
también. Tenía uno de esos cuerpos de los que se dice "extreor'
dinario', uo nivel superior al nivel que ^rr^nca
gróserías de las
venranillas de los auros. Sus senos cabían en la palma de mis
manos sin rebalsarlaS, x los rreinra y cinco años su piel era toda-
vía:ade una chica diezaños menor, tenía ojos color almendtey
su mir edeinspiraba con ftenzty seguridad. Entramos a otro bar.
Diana quería hablar conmigo sobre Julián, i[üe no la estaba
8z r Era eL cieto
pasand.o bien en el colegio nuevo. El asunto la preocupaba.
Mirándola mover las manos me di cuenta de que podía entender
1o que escribían al gesticular; si en la vida real se cort;rr^ de
repente el sonido, como en una película, yo sería c^p^z de ent€n-
der sin ninguna dificultad lo que decía. Entonces dejó las manos
quietas sobre [a mesa. Le dU. que esperáramos un poco más,
otro mes, antes de tomar una decisió n; e mí no rne pa recíe que
Julián la estuvierapasando tan mal, pero es cierto que era ella la
que vivía con éIy una vezmás me lastimó ceer en la cuenta de la
cantidad de pequeños detalles de la vida cotidiana de Julián que
me perdía, i[üe necesariamente se me escapaban. Palabra más,
palabra menos, Diana estuvo de acuerdo. Después me preguntó
si me gustaba el tírulo Flípar y Pepa.
-¿Estás loca?
-¿No te gusta?
-Sí, claro que me gusta, pero es demasiado alucinógeno pere
que se le escape e tu editora, y probablemente haya, muchos
pad.res que también lo noten...
Diana pareció sorprendida, se rió. ¿Cómo no se había dado
cuentai Eran personajes, no habían eperecido juntos sino e
medida que invent aba, y eI sentido que ahora sugerían sus norrr-
bres en el círulo había terminado por vaciarse. Segu ía pensando
en eso mientras salimos del ba r. La acomp ené a tomar un taxi.
Me preguntó si estaba bien y si necesitaba algo yL" dtl. que síyque no. Abrí la puerta de un Volkswagen recién lustrado y d"adentro salió una nube de lavanda química ante la que Dianafrunció la nariz. Subió, cerréLepuerta, rrr€ dirigió una brevísima
mirada de am or y el taxi errancó y se la llevó. Saqué del bolsillo
el cicket par e ver la dirección del escacionamiento donde había
dejado el auco de Ver e y ceminé hacia allí; estab e e tres cuadras.
Despu és, ya al volante, giré e la derecha púe tomar la calle y
Sergio Bizzio r 8l
entonces tuve Ia impresión de haber visto, un segundo antes,
cuando asomaba la trompa del auto en la vereda, el saco a cüx'
dros del ex actor zambulléndose en un taxi. Miré Por el espejito
y sí,derrás de mí había un taxi, pero estaba libre, a menos que el
ex actor se hubier ^ egachado. ¿Me seguir ía? ¿Y Por qué, cuando
podía haberrne encarado en la calle mientras caminaba hacia el
esracionamientoi Unas cuadras después el raxi Ye no estaba
decrás de mí. Puse La radio y me olvidé del asunto. No había
forma de que no lo olvidara: una cronista de espectáculos decía
que las auroridades del canal donde se emitía el Programa que
hacíamos Trini y yo estaban considerando la posibilidad de
levanrarlo. Era mi único trabajo, ñi única fuente de ingresos.
Saqué el celular y disqué el número de tini. Ocupado. Lo
inrenré dos veces más. Seguía ocupado. Me desvié de mi camino
y fui directamence a su casa.
Tiini vivíeen el piso 25 de une torre cercada Por un muro, con
vigilantes de uniformg cimaras de video en la enrrad ^ y vecinos
dispuesros a rodo. A mí me daba vértigo sólo con acerca;rme ale
zon^,aunque no ranro como la posibilidad de quedarme sin tra-
bajo. De codos modos toqué el bocón de su piso en el portero
elécrri co y cuando arendió le pedí por favor que bajera. Me dUo
que no podía, que subier a yo. Habíamos tenido ese mismo diá'
logo una decena de veces a lo largo del añ o y yo hab ía ganado
nueve de ceda diez, pero Trini dUo que no bajaríe de ninguna
manera y sonaba firmg así que no tuve más remedio que subir.
Odio los ascensores herméricos; este era nuevo Y ten silencio-
so que no cenías la sensación de sub ír, tedejaba a solas con la idea
de subir: rodo lo demás pxecía.inmóvil, no había ni el más míni-
mo temblor y no se oía absolutamence nada. Trat é de discraerme
8+ r Era et cieLo
mirándome al espejo; entonces noté que no cenía el libro de
Handke en la mano, es decir: supe que no lo había dejado en el
auto, que me lo había olvidado en el bar. Fue una suerte, porque
mientras decidía si lo lamentaba o no el ascensor se decuvo, la
Puerfa se abri 6, y yo di un rápido salto hacia efuere. Mi corezón
no volvería e normaLizerse hasta que estuviera otra vez en lacaI\e,lo sabía. Podía soportarlo, sin embargo. Conocía los cá.rrr-
bios que se operaban en mí a partir de cierta alrura: se me efrne-
ba la voz, hablaba más ligero, me mo víe más rápido, me irritabacon facilid
^d y cualquier cosa que me dij eren, si es que Ie oía, me
resultaba idiota. Con la mano transpirada di un par de golpes
quizá demasiado fuertes en la puerra de la casa de Trini.Lo primero que vi fue un repasador a, reyes, una mano y una
oreja. Tiini cerró la puerta e mis espaldas y entonces lo vi mejor.
Había envuelto unos cubos de hielo con el repasador f lo rrrá.o-
tenía apoyado en un ojo , tapándose así la rnitad de la cer?, pero
en las fosas nasales, bien visibles, había unos cascarones de san-
gre coagul ada, oscura mientras que las dos o tres gotas que
habían caído en su remera se mantenían rojas.
-Dios mío, ¿qué te pasói
-Esa bestia
-dUo. Se quitó el repasador de la cere.Tenía el
pómulo inflamado f un corte en la ceja. El pómulo y L^ ceja (tra-bajando juncos) ya habían empezado a derramar sobre el ojo un
color espeso encre el verde y eI azul."Índigo", diría eI escultor si
fuera pintor. Pero era escultor. Y lo había golpeado. No recuer-
do si le pregunté por qué o simplemenre dejé que hablara.
-Le estaba concando de mi pareja con Lrki...
-¿No lo sabíai
-Sí, Sí, sabía, sabe codo, vive haciéndome pregunras. Loque no sabía era que Uki tiene sida. Se puso como loco, empe-
zó a grírar, me alzó de la silla y ahora ni me puedo sentar de la
Sergio Bizzio r 85
paada en el culo que me dio. Cree que yo tengo sida también
y que 1o contagíé.
-¿Dónde estál
-Se fue. DUo que iba a hacerse e[ análisis. Tengo miedo.
-jlenés miedo dei resultado?
-No, flo, yo ye me [o hice y no [engo nada. Adernás hoy en
díade sida no se muere nadie, pero sí de é1, tengo miedo de é1.
Hace rato ya que me viene metiendo miedo. Lo de hoy fue...
-¿Qué pensás hacerl
-No sé. Anres de que saliera le dije que me devolvierelas lla-
ves y me conresró agtrrándose las bolas con la mano. Llainé a los
de seguridad y les dU. que si vuelve no lo dejen entrar.
Me ofreció un té. Acepté una cerveza. Fue a la cocina, trl€ trajo
la cerv ez y volvió a la cocina Púe hacerse el té.
-¿Sabés algo del pro gra;m^? -le Pregunté'
-¿En qué sentidoi
-Oí en la radio que piensan levantarlo...
-No, oo, y^ medijeron que se corría esa bola, llamé al canal
y est^rodo bien. Nadie sabe de dónde salió el rumor, el progra-
ma anda bien. Ayer hicimos diecinueve siete.
-¿Y anteayer?
-Dieciocho. Dieciocho cinco.
-tf. acordis del díe anteriori
-También dieciocho.
El raci ng ereuna de las pocas cosas del mundo para las que
Trini tenía memo ríe. Podía recitar la planillt de mediciones de
audien cie, que recibía a diario por e-mail y que esrudiaba con
verdad er^pasión, d. la úlrima semana sin dudar y sin equivo c?Í'
se. Ocras eran el número de las patentes de los autos, los núlrl€-
ros d.e reléfon o, y las fechas de cumpleaños de los dueños de los
reléfonos y los auros. Sabía el número de patente del auto de
86 r Era et cieLo
Yera, Pero no su cumpleaños. Ya lo sabría. Por lo demás escaba
al tanco de todos los dimes y diretes del mundo de la relevisión,
no había productor al que no conoci ere y había rrabajado concasi codos los actores habiruales del medio, en una ceffereque ya
llevaba sus bueno s diezaños de crecimienro profesional y econó-
mico ininrerrumpido, lo cual se veía reflejado en su casa, en losobjetos que la decoraban, Qüe parecían condec orerle rnás bien.
Su úlrima adquisición era un escrito rio "ejecurivo ' , esí lo llama-ba, diseñado por un cal Marc Newson, que le había cosrado una
pequeña forrun e y sobre el que dormían tírulos rales como Et
8ozo, Cómo ueur Pe:rsonajes inolvidables, un Di rectorio de produc-
ción del espectáculo f un a, Antología del cuento triste.Había hechovoltear una pared pere darle al ambience "rul aire más de lofc".Salió de la cocina con su teze de té, se paró jusro allí donde ances
estaba la pare d y me Preguntó cómo iba mi relación con Vera. Ya
estaba al tanro de alguna novedad, así que me lirn ité adecir quebien, tomé un largo trago de cerv ezey me levant é pareirme: vernubes ala altura de la ventane ere algo que empezaba a inquie-tarme. Enconces se oyó un ruido de llaves en la cerradura. ATrini se le cey6 Ia hza, de las manos. Dio un salro hacia mí y mepidió por favor que no me fuera.
¡Es é1, es éll -d..i".
Y sí, era éI, Nudler, eI escultor.
Nudler pareció sorprendido de verme allí. Desde luego, noesperaba encontrarse con nadie aparre de Trini, pero apenas
Puso un pie en la casa me di cuenta de que escaba arrepenridoy que su arrePentimiento era tan grande que, una vez digeridala sorpresa de mi presencia, lo cual ocurrió casi en el acro, se
ecercó e Triní y le pidió disculpas -primero
con voz firmgdespués haciendo pucheros-, le romó el menrón con dosdedos, Iehizo girar la' ca;.a a un lado y e ocro mienrras repecía
Sergio B¡zzio I 8Z
las disculpas y to ebru6 y to apertó sin solrarlo y L" besó un ojo
(el ojo sano) y los labios Y otra- vez el ojo (siempre el ojo sano'
[o que me hízopensar que no se decidía a bes,' eL ojo go\pee'
do y por eso mismo se la tgarcaba con el sano) sin que le
impor t^ra un comino que hubiera allí un pobre hecerosexual
fobico observando. Después de rodo lo ctral Tiini, riptda.trl€o-
re conmovid o, giró hacia mí y me dUo con una gten sonrisa y
un tonito afeminad.o adredet
-Lo hacías más orgulloso, ¿no? -obviamen
te teftriéndose a
Nudler, que se había agachado solíciro, solísimo, a recoger los
pedtzos de la' ttze de té'
Aliviado de su arrepenrimienro (esa suspensión del ser en la
que uno empie za edarse cuenta de qué es lo que ha hecho)' ePe'
nas cinco minuros después Nudle r ya er^de nuevo el mismo que
erela.primet, vez que lo vi, y seguramente el mismo que unas
horas arrás había golpeado a Tlini. se senró en un silloncito de
pana color musgo, con las piernas estiradas y los borceguíes xpo-
y"do, sobre el Marc Newson y se puso a esrudiar detenidameo-
re los nudi[os de su mano d.erecha miencras fing íe no escuchar [o
que decíamos Triní Y Yo'
Trini inrentaba convencerme de hacer la próxima reunión
allí, en su casa; no quería salír a,la calle con Le cera' en ese esta-
do. Yo no pensaba en otra cosa más que en irme' Pero Trini me
retenía de una forma o de otra, incluso me Puso une mano en
el pecho cuando intenté revanrarme. Le hubiera golpeado el
ojo seno si Nudler no hubiera escado allí. En determinado
momenro Nudle t, tquien veíe levant ^r presión (era evidente
que la idea del contagio había vuelto a ProPagarse)' lo llamó
con un chisrido y un gesro del dedo índice. Trini fue y se acu-
clilló a su lado. El esculror le duo algo al oído y Trini respon-
dió en vozalta que sí, que yaLe había dicho que sí' que se lo
88 r Era et cielo
hizo, que se lo hizo. Y amagó incorporarse. El escultor lo
deruvo agarríndolo del cuello y [o miró como la llama de un
soplete:
-Le verdad.
-¡Ya te la dije! ¿Por qué te voy a mentir, qué más querés que
haga?
-a"e me digas la verdad.
Eso fue todo lo que oí. Dej éIepuerra abierta y bajé los vein-
ticinco pisos por la escalera a toda velocidad. Los japoneses -desde
un cocinero envuelto en nubes de vapor
hasra el director general de una compañía de alta tecnolo gí^- sos-
rienen que la confi^nzees un elemento decisivo par,e el desarrollo
de cosas fundamentales, la economía mundial, por ejemplo, casi un
precepto derivado de la vida cotidiana, más allá de las particuleri-
dades de caü casa. Pero p^r^ Monique Maosakg nacida en la
Argentina de padres argentinos, nieta de japoneses que habían
pasado la micad de sus vidas en la Argentina, la confi enz era un
valor económico, en el sentido de barato, y por lo tanto algo sobre
lo que uno podía evanz r sin culpa ni pruritos de ninguna especie.
Desde que Vera la hab ía acepcado como dialoguista pasaba más
riempo en nuestra casa que en la suya. Se quedaba después de las
reuniones, cuando los demás se iban, se ofre cía ecocinar -es
decir
se inviraba a comer_ y no hacía ningún esfuerzo por mostrar que
la pasaba bien: la pasaba bien. Los asentimientos con la cúeze
habían quedado atrás; ahora hablaba hasta Por los codos'
Esmba fascinada con Vera. Supongo que Les rezones de su fas-
cinación no eran muy distintas de las mías al principio, excluyen-
do al sexo, con la pequeñísima diferencia a su favor de que Pa;:e
ella no era un problema ser anulada -todo lo contrario, era un
gusro-, €o ranto que yo tenía sólo problemas y hubiera dado una
mano pme librarme de ellos. Siempre sentí que me sobraba
una mano; por algo el Mono nos htzo dobles, nos proveyó de
90 r Era eL cielo
"repuestos", por decirlo de alguna manera. No sería muy etracti-
vo, pero podríamos vivir perfectamente con un sol o brezo, una
sola pierna, un solo ojo, un solo riñón, un solo pulmón, un solo
testículo (incluso sin ninguno), un solo oído f un solo corezón,
Pero ¿qué hacía la japonesa todo el día allíl
Los rumores sobre el levantamiento del progrema no hab íen
cesado (había en el eire como un rozar de suelas que corren, s€
detien en, gíran, vuelven sobre sus pasos) y mi inquiecud iba en
aumento: no tenía ahorros para sobrevivir más que unos pocos
meses. Entré a casa mirando al suelo, Vera vino a mi encuentro
con una gren sonrisa en Ie cere; al fondo divisé a la japonesa s€rl-
rada en el borde de un sillón, con el mace en la mano.
-¡Tengo una buena nocicia!
-dijo.-Me
alegro.
-Presenté un guión a una productora alemana y lo aceptaron.
La televisión avenz^ba sobre su literatura de la misma forma
en que ev^nzasobre la vida de los demás, pero en esce caso no se
traraba de un guión celevisivo: tiempo arrás había empezado e.
escribir un largom etraje. El cine, una nueva actividad. Tenía que
irse tres meses a Berlín. Estaba feli z.Yo hice todo lo posible por
que mi contrariedad no se not era.
-Obviamente voy a usar ese tiempo peraterminar mi novela
-dUo bajando la voz, como si se tretere de una pequeña estafa.
-No tenés que terminarla, tenés que escribirla
-_Le dije-. Y
no vas a poder escribir literatura allá. Lo mejor es que si vas tre-
bajes en el guión.
Se ofendió. Surilmenre, pero se ofendió.
Nos sentamos a [a mes a..Lejaponesa me ofreció un mate, dije
que no con un dedo y enseguida la olvidé. Esa era:elvezuna de
Las razones por las cuales Vera roleraba su presencia en la casa:
era ficil olvidarse de ella.
rSergio Bizzio I 9I
-¿Y el prograrnai -le Pregunté.
-Monique me va a cubrir.
La mir é. ¿Ella? Lejaponesa me sonrió. Volví a mira r aYere y
a olvidarme de la orra en el acto, aunque noté que entre un olvi-
do y orro seguía siendo bonita .Yereme sostuvo la mirada'
-TreS meseS...
-mgfmUré.Era mucho tiempo.Le sola idea del víaje me asustaba -no
había tenido una buena experiencia con eso. Vera estaba escri-
biendo una buena novela , er^joven, tenía dinero y un hombre
que la amaba, ¿qu é más quería? Yo hubiera dado un pie Por escri-
bir sin preocupaciones con la mano restante una novela como la
que escribía ella. Hubiera dado un ojo por resultarle necesario,
ranro como ella a mí, pero lo cierto es que sólo se va quien no
ciene nada que perder Y Yeru se iba.
-Bueno -dU., con un Pi. y una mano Y un ojo menos,
como un monstruo- ya una vez viviste tres semanas de las
monedas del esrado socialista cubano, así que no veo Por qué no
vivirías ahora rres rneses de las migajas de una productora a\e'
mana.
Vera se levanró furiosa y se fue a Paso rápido.
Oí el ruido de la bombilla (el rradicional sonido de la última
chupada) y después los pasos de la japonesa ecercindose. Se
sentó frenre a trLí, en la misma silla donde estaba Vera unos
segundos antes. Me miró en silencio durante un momenfo.
-¿Y vos qué esperás de la vida , cbe?
-dUo tratando de sonar
amistosa, no irónica sino como si yo ruviera un gran problema
y ella fuera c^pez de ayudarme e resolverlo. Sí, tenía un
gren problema y ella podía ayudarme a resolverlo si se iba.
-¿Leprimerevezque me ves me Preguntás si quiero coger y
la segunda qué esPero de la vida?
Fingió hacer memo ríe Y se sonrió'
gz r Era et cieLo
-Fue un chiste
-duo.-¿Un
chistei ¿No ce das cuenta de que yo te podría haber
cogido de verdadl
Ahora hizo un silencio. Pensó. Después dijo:
-¿Y qué, hubiera sido un castigo?
-Por supuesto. Te hubiera cogido bien, te hubiera hecho
sufrir.
Nos reímos. Su risa duró mucho más que la mía, así que apro-
veché la ocasión para levantarme e ir al cuarto en busca de Vera.
Estaba acostada boca arriba, con los bra zos cruzados bajo la
nuca. De la canción a bajo volumen que salía del radiograbador
en la mesa d.e luz sólo se oía el riff de una guitar ra, e\éctrica que
sonaba como una mujer etrtpeda en un callejón a oscuras. Le
pedí perdón, tn€ senté en la cama y después de un silencio me
dejé ceer de espaldas a su lado. Cruzamos todavía un per de dis-
paros en voz baje y me rendí: ¿q,té había de extraño o de greve,
después de tod.o, en el hecho de que una chica de veintiséis años
que vive con un hombre d.e cuarenta f tres quiera viajar, bailar,
gener, coger con otras Personas y d.ivertirse un pocoi No ere
muy distinto de lo que yo mismo quería , f con la misma ilusión
aunque ye sin el mismo ard.or. La abracé y me besó, al principiotímidamente, con algo de enojo todavía; después giró hacia mí y
empezó a desprenderme los botones del pantalón miencras yo le
alzeba el vesrido.
Mojad e y con la misma increíble suavidad de un hielo tibio,
así es al tacco el paisaje de la felicid ^d
(y en su mano, muy erec-
ta, como si fuera a estallar,La otra versión del mismo cuadro).
Nos separamos penquitarnos la ropa a toda velocidad; después
le tom éIa cereentre las manos y volví a besarle,Iabesé con alegría,
con necesidad, con sed, y también con el placer que ella enviaba
hacia mi boca desde la suya. Entonces vi de reojo a la japonesa en
Serglo Blzzlo I 9t
el umbral de la pue rte,a menos de d.os meros de distancia. Me
inmovilicé. Vera alzó la cabeza. Nos miramos, nos miramos los
rres. Supe que la decisión sería de Vera; no por eso mi cor az6n
ernpezó a latir más fuertg Pero sí tomé conciencia de é1.
Creo que esta vezlos silencios fueron rres, es decir un toral de
seis segundos. Demasiado. Finalmente la japonesa dijo:
-Perdón -con voz de gus¿¡i¡s-, oo sabía que... Tengo
que irme.
Vera hizo un silencio, un silencio ahora sin tieffipo, un silen-
cio en el silencio, agónico, enorrlte. Después, por fin, asintió.
Una mujer de pelo rojo le decía a un hombre sin pelo: "Eres una
de las veinte personas más importantes de mi vida'. Un soldado
ya demasiado viejo pere ser un héroe gritabal "¡Ven E rt, cochi-
nos!". Sobre un fondo de risas grabadas dos hombres se besaban
y eL separarse uno le decía al otro: "Dime que no es verdad". {.Jn
periodisra logorreico frente a un ayarcIa maquillado, una señora
con voz de pito vendiendo audífonos Wow, una sesión en la
Cimara de Diputados, los gritos y maldiciones de un grupo de
religiosos armados hasta los dientes, la estridente voz en off del
conducror de un programa de entretenimientos sobre la imagen
de un peluquero ridícul o y famoso que trataba de embocar una
pelodra de pirg-pong en un aro de básquet... Pasé los canales
uno rras orro hasta que Vera salió del baño y se sentó en un
buracón frenre a ffrí, desnud a, secándose el pelo con una toalla.
-¿En la rele se habla más que en la radio o me Parece a míi
-du.'-TLes
meses no es nada.
-Vein¡e años no es nada, tres meses es muchísimo Ciempo.
Apagué el televisor'
It
9+ r Era eL cieLo Sergio Bizzio r gS
sentad a frente a un a vieja máquina de escribir junro a la venra-
ne, Pero no escribía: miraba hacia afuera con cierta melan colíe,
el mencón apoyado en el hueco de una mano, el codo apoyado en
la mesa,la mesa apoyada en el suelo y el suelo apoyado en pilo-tes sobre uno de los cuales Bergue había grabado con un corca-
plumas sus iniciales y las de Diana. Bergug alco, fibroso, de
hombros anchos, lampiño y con un diminuro slip negro que
parecía más bien un manchón de tinta, caminaba en ese rrrotrr€Il-
to Por la erene hacia donde estaba Diana llevando algo en lamano mientras Julián eparecía por detrás, rccién despierro, y I^abrezeba con un ronroneo de am or; yo entendía que Diana sería
complecamente feliz si le daba mi aprobació n y que eso era aIvez lo que había venido a buscar. Le pregunté si quería que
hablara con el tal Bergue y asintió ansiosamente con Ia cabeza;
es más, Bergue estaba ahí cerca, en el auto, esperando. Yo ibahacia eIIí y me encontraba exactamente con el hombre que había
imaginado; me sentaba a su lado y L" decía que por favor cuida-
ra de Diana y d"Julián y éI me respondía que no me preocu pe-ra, que pronto se olvideríen de mí. Yo me quedaba helado, para-lizado. Pero entonces él soltaba una carcajada mienrras me daba
unas palmaditas en la espald e y me decía que obvio, que obvia-
mente iba a cuidar de ellos: los amaba. Y de repenre Julián, que
se había mancenido escondido en el asienco trasero durante
nuestra conversación, me cubría los ojos con las manos f me pre-
guntaba: "¿Quién soyi"; "¿Sebasrián ?" , Ie decíe yo siguiéndole el
juego; "No", decíeJulián; " ¿Ivin?"; "No"; "¿Ramiroi"; "¡Sí!", decía
éI, y yo me daba vuelta y efectivamente ere Ramiro, no Julián.Pero Julián estaba a su lado. Ramiro era un nuevo niño, nl vez
hUo de Bergue. Después me bajaba del auto, le daba un abr ezo a
Diana, ella subía al asiento delantero, muy aliviada, con[ ente, y
Bergue ponía primera y se alejaba de allí ^
toda velocidad. Yo
Vera hizo un gesto de fastidio.
Volví e prender el televisor, y durante dos largos minutos traté
de prestar atención a lo que se decían un adolescente tirado en
un puf y una mujer hiperkinétíce y ceprichosa que se mantenía
de pie y que a pesar de todo no se "pertó
ni un solo milímetro
del lugar que le hab ía merca,Jo el director.
Una escena escrita pere ganer espacio , algo que después se
veía en el tiempo; pura adminiscración del espacio del libreto. Yo
mismo había escrito un millón de escenas muertas como esa,
contando las páginas, ansioso por llegar al final y darme una
ducha y servirme un whisky y ponerme a pensar en algo pere trLí,
en algo que me gustaría escribir e incluso ver, si es que tenía la
suerte de que se me ocurriera qué. En generel la vida les da a los
escritores el tiempo necesario pere que escriban algo bueno,
unos cincuenta años, digamos, I después, lo hayan conseguido o
no, los mafa.
Cuando cerminó la escena Vera se levantó y se fue sin decir
nada, a excepción de sus pies descal zos, que pedían por favor que
no los siga.
Esa noche tuve el siguiente sueño. Diana conocía a un hombre
de apellido Bergue, se enamoraba de él y éI de ella y Dian e veníe
ale casa de Ver e pere decírmelo; rne decía: "Quiero pasar el resto
de mi vida con éI" . Noté que le temblaban las manos, pero que
estaba fe\í2. Yo adivinaba que el temblor tenía que ver con el
hecho de que planeaban irse a vivir a otra ciudad , tal vez a otro
país, y por lo tanto que yo no veríe a Julián más que una vez aI
año, con suerte, pero que la decisión estaba tomad a y er;- irre-
nunciable. En ese rnomento cruzó por mi cab ez^ a Ie velocidad
d.el rel ámpago la imagen de una casa en la pleya; Diana esraba
96 r Era eL cieto
rompía en llanto. La mitad del llanto era de dolor, la ocra mitad
era de rabia. "¡Soy un idiota,La dejé ir, soy un idiote.!", me decía.
Entonces alguien a mi espalda afirmaba con voz untuosa: "Eso es
verdad",Y fo me daba vuelta y me encontraba care e cate con el
ex actor del saco a cuadros, que me apuntaba con un arma.
Vera no estaba (había una sandalia en el livin gt oftaen la cocina,
la toalla en el piso del baño) así que salí e dar una vuelta. Había
caminado menos de una cuadra cuando me di cuenta de que me
había olvidado el celular; volví a buscarlo. Lo encontré al lado del
teléfono fijo, sonando corno é1.
Atendí.
La secretaria del gerente de programación dijo que fuéramos
pare. aIIi, que el gerente quería vernos (tro érarnos personas que
íntegraban un equipo sino que cade uno de nosotros era eL equi-
po, así que me hablaba siempre en plura[).
-¿ustedes ya hablaron con Trinit
-le pregunté devolvién-
dole La. grecia.
-¿Perdón?
-Digo si uscedes ya lo llamaron a Trini...
-¿NosotrosiMe quedé en silencio.
La secretaria dijo:
-Bueoo, ah..,
-una expresión de lo más extraña: "bueoo,
¿["-. Pensaba llamarlo ahora. ¿Vienen, entoncesi
-Yo voy. Trini no Sé, supongo que sí. Ya les dirá a usted.es
cuando lo llamen.
Corté y tuve la impresión de que la casa se me venía encima.
Amagué incluso a protegerpe la cere con los brazos, Lo curioso
fue que rodo el tiempo supe que estaba exagerando... Llegué a
'ffi
S€rtlo Blzllo ' 9t
penser que mi angustia, la angustia que me había provocado e¡c
ll"*"do-" reunión, en la que ta|vezme dirían que el programa se
levantaba y que me quedaba sin trabajo hasta nuevo aviso' la
angustia "r^ rrp^rde succionarlo todo' empezando por el sillón
d"".n"ro ,r"gro "r,
el que solía echarme o rumbarme a leer (echar-
me de expulsarme, tumbarme de tumba)' pero enseguida entendí
qué era 1o qo" pasaba: había notado' por primeravez' de manera
*rrr.i"rra", qo" "n
l" casa no hebie nada' absolutamenrc nada que
fiere mío,excePto algunos libros y, desde luego' mi computadora
y mi ropa' Las cosas con las que había vivido antes de insalarrne
"n ."r"-d" Vera estaban amontonadas en un cuarto enla terrtze:
mi mesa, mi silla, mi alfombra mi colchón' mis lámparas' los pla-
tos y cubiertos en una ceja,la'heladera y el televisor y la cama en
un guardamuebles; úodo. Lo sabía desde antes' Por suPuesto' Pero
nunca hasta entonces lo había notado"Julián se preocuPa Porque
dice que no tenés naü', me comentó Diana unevezy yo no le
pr"r,i d"*"riada atención, atribuyendo el comentario a una cier-
ta malicia producto del despecho' AJulián le gustaba venir a cas&
a la casa de Vera; se llevaba muy bien con ell& jugaban juntos y
hasta mantenían largas conversaciones que yo escuchaba con disi-
mulo, sorprendido porque yo mismo nunca había hablado anto
.on ,ritgtrro d" lorlo'' ¿Entonces cambién lo notabaJulián?
¿Tenía alguna importancia? ¿Q"é tenía yo pera decit de parte
de las cosas,.o*o "l título de Francis Ponge? ¿Quizá "no somos
ruyas"? Cuando me enamoré de Vera' 1o recuerdo perfectamen-
te, lo hice también de muchas de sus cosas' unas botas' su lapi-
cera, su auto, un juego de copas' el bloc de tapa de aluminio en
el que tomab" rror", y dibujaba' una pulsera de la Inüa su escri-
,orio, l" caja de *"á"," d" inti""so en la que nunca guardaba
nad& su .o*pot"do,a, un vestido azul' las plantas de su jardín'
una larga ,"ri" d" cosas singul arizedes o sensualizadas por el
É;Í
98 r Era et cieto
amor, como Por concagio o Por un derrame. No ere íIógico pen-sar (ahora que las combustiones del fetichismo habían cesado,
frente a sus cenizas todavía humeantes) que esas mismas cosas,
Pero más que ningun a, las otras, aquellas con las que nunca me
había relacionado más ellide la mera funcionalidad... Ni vale la
Pena decirlo. No vale la pena, no riene sentido. Sí, lo rien e, eren
siniestras, siniestras, ahora que ella me abandonaba sus cosas
eran siniesrras. La casa me era ajena, el mundo entero estaba de
rePente inmóvil. Lo único que se movía, lo único que en ese
momento se mancenía activo, cerceo lejos de allí, era Vera; mien-tras que yo ni parpad eeba, a solas entre sus cosas, ella se movía
como un cuchillo sobre mí.
¡Qué fácil sería para el Centro de Extracción de Ovarios darse
una vueltecita por Berlín!
Finalmente el único momento dramático de la reunión se diocuando Boas, el Gerenre de Pro grtmeción, me pregunró qué me
había parecido el libro de Osho. Le dije que me había encanra-
do, que lo habíaleído como (increíble pero real) padre y perso-¡a, Y é1, con la misma descon ftenza con la que examinaba nü€s-
tros guiones pere cerciorarse de que hubiéramos comado el
camino correcto, que era el de sus propias ideas, €s decir el de
las ideas birladas, me pregunró qué, qué erelo que más me había
gustado. En líneas gener^les -ticubeé__,
rodo. ¿Y en parricu-lari Bueno, muchas cosas. ¿Por ejemploi La percepción incuiri-va de ese enorme abanico de estados del alma, siempre inesca-
bles, dU. yo echando mano a un breve ensayo de Lévi-srraussque había leído esa misma carde, un momenro anres de salir
Para la reunión, en busca de un poco de \uzsobre el asunro de
las cosas ("tt el sentido de objetos), cuidándome de cambiar el
ilr
Sergio Blzzlo I 99
término "m.ateríi' Por "almi',Le PercePción intuitiva, sí. ¿Sabía
el arte heráldico, por ejemplo, cuando imaginó las coronas, que
esos objeros reproducían por su forma esrados fugitivos de la
mareriai Una corona condal ofrece la imagen exacta de la salpi-
cadura de una gota de lech e cayendo dentro de ese líquido. ¿Lo
sabían? Claro que no. Los que concibieron las coronas reales o
imperiales llamadas'terradas" ¿sabían que la explosión de una
bomba arómica proporcion aríe durante una fra'cción de segun-
do un prototipo que la natura\eza mantenía en secretoi No, no
renían [a más mínima idea, las coronas son e[ resultado de una
percepción incuiriva de estados inestables de la materia, es decir
del alma -corr
egí aI voleo peligrosamente-. Osho sí.
-¿Osho sí quéi No te sigo...
-Lo dice. Osho lo dice. Dice que el espíritu humano es
cep^zde concebir esas formas mucho antes de que su exisrencia
real le fuese revelada -breve
paus¿-. f además todo [o que
dice del niño es verdad.
-No me acordaba de que Osho hablara de coronas -dUo
Boas frunciendo el ceño-. ,T. gustaron los chistes?
-¿Los chistesi
-Los que cuenta al final...
-No llegué al final todavía.
-Dice que un hombre entra a un bar y se queda sorPrendi-
do al ver a un perro sentado ela,mesa con tres hombres, jugTo'
do al póker. El hombre pregun tal' ¿El perro realmente puede leer
sus cartasi". "S.guro que puede -le dice Ltno de los hombres-.
El problema es que es muy mal jugador, siemPre que tiene una
buena mano mueve la colal'¿No es geniall
-Buenísimo.-El pobre perro no puede contener su aleg ríe
-dijo riéndo-
se con un espasmo salpicado de emoción-, qué bárbaro" ' Lo
Ioo ¡ Era et cieto
voy a comPter de nuevo, quiero ver el asunto ese de las coronas
que decís que no entendí un sorongo. Bueno , a ftabajet.
Quería un poco más de acción, eso era todo. LJna muerte, un
golPe bajo, otro casamiento, algún secuestro, más besos, más sexo,
más de eso, estaba como desbocado. " Toda la carne el, asador"
había sido su consigna al c,rmienzo de la tira, conrradiciendo una
vida profesional enteramente dedica da ala dosificación de la nada,
al estiramiento de lo mínimo en el mejor de los casos; ahora no
había forma de echarse etrás,estabajugado, rodos esrábarnos jug^-
dos, lo que podía hacers e yese había hecho y los únicos dos cami-
nos que nos qued.aban eran el subrayedo y lo imposible.
Mrf bien, allá vamos.
De vuelra en casa hablé por reléfono con Julián. "No me gus-taría tener un hermano, papá: se corn ería las cosas que me gus-tan e mí", me dijo. El verdadero libro del niño.
Vera llegó a media tarde. Como siem pre, traíe buenas noci-cias. Esta vez ere trabajo, el guión de una película de género.
Terror. Y quería escribirlo conmigo. Un alivio pere tr:í, queadivinaba en los desesperados pedidos de acción de Boas laantesala del fin de Ia úra. El alivio hubiera sido enorrne de no
haber visto al ex actor del saco e cuadros rondando la casa
unas horas atrás.
Se lo conté a Vera esa misma noche y lo repetíal orro díemien-tras íbamos hacia la casa de Liínez en Del Vso. Vera se sonrió
f dUo secamence que a mí todo el mundo me parece peligroso.
-Yo no dije que fuera peligroso. Lo que digo es que h^y queestar atento. Es evidence que me vig lla y tenemos que estar aten-
tos, nada más que eso. Atentos. ¿Me estás escuchando, VeraiLa casa del tal Lái nez (Dios mío, casi olvido decirlo : Trini Ie
::=
Sergio Bizzio I IoI
había hablado de Vera eLáinez, Trini se la había recomend¿do,
propinándole e mi orgullo un golpe por elevación que seguía
doliéndome cuando el inmenso portón cubierto de enredaderas
se cercó ^
nuesrro paso) estaba empla zada en el centro de un
parque rodeado de muros, con árboles añosos , a' La sombra de
uno de los cuales había una chica encorv ada sobre unas hojas de
papel que el viento hac íe a\ercar entre sus dedos y que al vernos
se levantó y corcíó a nuestro encuentro. A medida que se l'c€rca'
ba, aminorab e Ie velocidad. A unos diez metros de distancia su
paso y^ era normal y, se diríe que Por inercia más que Por corte-
sía, llegó a ponerse al alcance de un bra zo exEendido, aunque no
lo suficienre per;-gue le diéramos la marlo y duo, contrariada:
-Perdón, los confundí...
Nos la presenró Lítnez cinco segundos después. Se llamaba
Alejandrina. Era su hija. Era poeta, a, juzgar Por los rectárrgulos
de tinra (esrrofas, sin dud") con que había decorado al nrenos la
hoja visible de las muchas que sostenía en la mano'
Látnezvestía enceramente de blanco: camisa, pantalón, moca-
sines, pelo, barba e incluso la pupila del ojo izquierdo. (M. htzo
acordar a un rexro sobre "1o blanco" de Erik Satie.) Lo primero
que htzo fue obligar a su hU" e recitarnos 1o que había escrito;
después, mienrras Alejandrina se alejaba corriendo pef.a €oc€-
rrarse en la casa a llorar, nos condujo a una mesa junto ele pile-
ra de natación, una mesa sobre la que una mucama dejab a jarrx
y más jarras d. jugos y d. agua y d" café. Refiriéndose a lo que
había escrito su hrja, Preguntó:
-¿Qué opinan de la poes íe, tiene futuroi
Quería decir "qué opinan de la poesía de mi bio" y si " tni hin
tiene futuro como Poeta".
-yo no enriendo nada de poesía -duo
vera-, p€ro diría
que sí. Es sensible, suena bien.
Íoz r Era et cieLo
-Lo notable es que si uno dice dos veces Alejandrina da un
alejandrino -dije yo.
Láinez me miré mal.
Vera me rescetó en el acto (la amaba también por esas cosas):
-Sí -aprobó riéndos€-, es verdad, pero lo curioso es que
escribe octasílabos.
Es la magia de la uida,
':, :l,i;|,:," u': ;,' i,' il,ilumina a la par del sol.
Tremendo.
Lo más probable era que Alejandrina hubiera perdido La vír-ginidad la noche anterior, mientras Vera y yo discutíamos sobre
su viaje a Berlín, pero si no se daba cuente éL,Liinez...Nos sentamos a la mesa.
Liinez dijo:
-JugoiY mientras nos servía un café a cade uno fue directamenre al
grano. Así como yo le había dedicado mi vida al aire, éI se lahabía dedicado e la energía: encre los años 1996 y 2003 habíasido dueño de una estación de servicio, la había vendido y enrreel' 2003 y eI 2006 se hab ía"entregado", dí¡o,"al reiki y ocr es yer-bas". Estaba harto de todo eso, y además se sencía vacío y culpa-ble; dU" que podía encender perfectamenre la sensación de vacío
Pero no la de culpa, hasta que una noche se acostó con una actriz'q*. no vor a nombrer" (yo pensé inmediatamente en una, aüo-que puedo equivocarme, desde luego: el abanico de las musasergentinas es tan amplio como en cualquier lugar del mundo) yella le hizo "ver" que él tenía desde siempre una deuda pendien-
Serglo Blzzlo ¡ lot
re con el ^rtei
su sensibilidad, los gritos de su sensibilidad no
pedían otra cosa más que eso: "cine, cine, cine"'
A parrir de aquí hízouna serie de comentarios muy aceirados
sobre el funcionamienro de la indusr úa y yo sentí que era un
buen momenro pe._apedir un whisk;r, algo que éL egredeció con
una sonrisa: se moría de ganas de beber. Llamó desde su celular
a la rnucama, pero le daba permanenternente ocupado
(Alejandrina le conraba a su amanre la humillación a' Le que la
había somerido su padre un momenro arrás, y d. paso erceflebt
una nueva cita p,.r^esa noche), así que no tuvo más remedio qtre
levanrarse e ir a buscarlo é1 mismo. cuando Vera y yo nos ![üe'
damos solos le pregunté si el asunro le parecía serio y Vera me'
dU" que no.
Enronces, levemenre deprimidos, desviamos la vista hacia la
pilera. Lo que vimos nos dejó mudos a los dos. creo que yo fui
el primero en hablar'
-¿Eso es un tiburón?
-Dios mío... -düo
Vera.
Nos levanramos al mismo ciempo y fuimos a vet. Sí, no había
ninguna duda , enla pileta había un riburón. No era un tiburón
demasiado grande -deb ía rcner un merro y medio de punta a
punra- pero era un riburón. zigzegueaba en cimere lenta,
yendo y uirri"ndo por los bordes de la )il"r", con su aleta dorsal
sumer gídapero aun así cortando el agua.
Vera se inclinó en er borde p^r^ mirarlo de cerc^. No temí que
pudiera caerse -una prueba de amor, aunque el temor hubiera
sido una prueba igualmenre valiosa- pero le pedí que se apart^r^'
En ese momenro volvió Liinez.Trtíeuna botella de whitky y
tres copas en una bandeja'
-No pasa nad.a, no pasa nada -dU"
al verme. Yo había dado
un pas o etris y renía toda la actirud de dar otro, y otro' y otro,
rc+ r Era eL cieLo
hasta saltar el muro para huir de allí-, Esrá muy bien alimen-tado. ¿Quieren nadar con éli
-inviró.-¿Nadari -dij".-Es buenísimo
-dUo Látnez apoyando Le bandeja en la
mesa-. Y al mismo tieínpo... -se interrumpió, quizá p"re
concenrrarse en la medida del whisky que servía , quizá
Pere sugerir que había siempre algún peligro, por más bueno quefuera el tiburón.
-¿Cómo nadar?
-repetí.-Es coda una experiencia
-comentó Liinez con una soo-
risita.
-No tengo malla -dtlo Vera.
La miré. ¿Cótno que "no tengo malla"i ¿Pensaba meterse en la
pileca con un tiburóni Se lo dU. con la mirada. Vera dijo con Iavozt
-¿Por qué no?
-Esta chica y yo vamos a entendernos muy pero muy bien
-du" Látnez. Me puso el vaso de whisky en la mano y se
inclinó Per;- decirme al oído-: ¿Sabés si escá con alguien, si
tiene novioiLe dije que estaba conmi go y Láinez aLzó las cejas, sorprendi-
do. Creíaque éramos nada más que compañeros de trabajo. LeIIa-maba la atención enterarse de que Vera estaba con un hombre bas-
tante mafor que ella, un dis perete teniendo en cuenta que é1., ere
todavía mafor que yo. Se levantó y fu. hasm el borde de la pileta,donde cruzó con Vera algunas palabras que no pude oír.Después
caminaron hasta la casa, excitados como dos chicos a punto de
hacer alguna clase de travesura. Disqu é eI número de Ti.ini en micelular y cuando atendió le pregunté quién eraLiinez;me dijo que
era un tipo con mucho dinero y "con ganas de hacer cosas". euémás, le dije. No sé, no lo con ozco, du" é1. De fondo oí la voz de
Nudler preguncándole a Trini con quién hablaba. Corré.
Sergio Bizzlo t rcS
Vera se había puesro un bikini de Alejandrin ^,
cuyes medidas
eran exectemente las contrarias, lo que le daba un cierto aire obs-
ceno: la bombacha le quedaba grande y amena zeba con caerse
mienrras que el corpiño, que le quedaba chico, daba la impresión
de estar a punto de revent er,Liínez,por su Parte, se había Pues-
to un short blanco, d. un blanco intenso, como esmaltado, que
resplan decíey obligaba a desvier Ie vista.
-No lo hagas -le
dU.-, Do h^y ninguna necesidad,.
-Es un minuro -dUo
ella como si en el agua hubiera un
pato-. No te PreocuPes.
-;Dónde está la llave gener^l del gasi
-¿Cómoi-La,llave
del gas, la llave del ^gue,
voy a rener que cortar
rodo y cerrarr la casa si algo sale mal. ¿El arreglo del techo Y^
escá pago?
Me ebrezó.
-Me p^receque esto me va a gustat -dU . ¿Sentís cómo
me late el coraz6n?
-¿Es el tuyoi
-¡Vera! -llamó Liínezdesde el ocro lado de la pileta.
Fuimos hacia allí. Liinez estaba parado en el borde, sobre la
escalera; noré que en su pecho, del color del cobre aunque con la
rexrura del cuero, empezaban e erizarse un millón de pelitos
blancos. Le pregunré si el tiburón ya había comib. ese día y si
había comido bien y Liinez asintíí y dU" que no le entraba ni un
maní. Vera se rió. Estaba nervio se, y contenta de estarlo.
-Esro es mucho mejor que la cocaína -dU"
Látnez- t el
efecto dura todo el día.
-No me imagino a un dealer de tiburones dando vueltas Por
la ciudad -d ije yo,pero ya no me escuchaban: la adrenalina los
había encapsulado en una burbuja distinta de la mía.
i*
106 r Era e[ cieto
Láinezle dijo aYereque prestara atención a lo que iba a hacerél
-lo hecía todas las mañanas- , paraque después ella hicieraexectemente lo mismo. No estaban permitidas las variantes. Nodebía confiarse
-ien ningún rnomento!- y mucho menosdejarse llevar Por el sencimienco de que uno encró en fusión conel cosmos y esa clase de cosxs. "Esto no es el cosmos, es una pile-ta de nataci ón y ahí adentro hay un riburón rord', dUo Láinezcon un dedo en alto.
-rT"roi -Ie pregunté-. ¿No es la especie más agresiva detodasi Yera,los tiburones toro son más agresivos que los riburo-nes blancos...
-Bueno, ahí vamor
-dU o Líinez.
El primer movimiento ye me espantó. Cuando Láínez pusoun pie en el agua, el dburón, que en ese momenro nadaba haciael lado oPuesro, giró
^ mitad de camino: había senrido (quizá
incluso olido) el pie de Láinez en el primer escalón.
-Guau... -dijo Vera por lo bajo.
El tiburón llegó hasta la escalera al mismo riempo que Láinezmetía el otro Pie f, con un pequeño movimienro de la cola, des-cribió una curva y volv ió a alejars e. Láinez terminó de baj ar Ieescalera. Después, milímetro e milímetro, se meció en el aguahasta el cuello, moviendo apenas las manos pam ayudarse e
mantener el equilibrio. El riburón siguió nadando en círculos,acercándose y alejándose y ecercándose y alejándose, pero ahoracon el lomo encorvado: estaba molesto. Finalmente Láinezmerióla cabe ze en el agua.
-Se la com. -dije yo-. Esto es una locura. Lé ve ecomer
la cabeza.
El tiburón dio un par de vueltas más, siempre e la mismavelocidad, describiendo siernpre la misma curva, hasra que al
Pasar junto a Láin ez Por tercera vez este exrendió un brazo y l"
Sergio Blzzlo r to7
tocó la cola. El riburón se sacudió y se a\ej6 y dio una vuelta más
corta, como si ya no quisiera pasar cerca deLáínez, pero ela'vez
daba la impresión de escar más y más irritado; entonces Liínez
sacó por un insranre la cabe ze del agtr ,se llenó los pulmones de
tíre,volvió a sumergirse y nadó hasra el centro de [a pileta, obli-
gando al riburón a. gírar a su alreded,or.
-Eso vos no lo hagas -le
dUt a Vera'
Liínez gírebaen un punro, sin quitarle la vista de encima al tibu-
rón, que a su vezmanrenía la vista fija en él; eso duró unos dtez o
quince segundos. Después, siempre girando, alargó un btuo hacia
el riburón y abrió y cerró varias veces la mano como una ga.fra'
-¿Se esrá burlandoi ¿Esce mero viejo se burla de un ser mile-
nariol
Finalmenre Litnezinvirrió lo que le quedaba de oxígeno p^r^
retroceder hasta la escalere,que subió rápido y sotlrietrdo'
-¡Gueu! -aulló ni bien sacó los pies del agua.
-Yo dü. lo misffIo -dUo
Vera'
-Es increíble -Láinez
sacudía las rnanos como si roda la
rensión se hub íera.deposirado eLLí-, realmente increíble, es una
sensación que... No h^y parabras. Bu ce,'r con tiburones en mar
abierto es un juego de niños al lado de esto.
-De eso no me cabe duda -dU.
yo_' Vera, esto es una
ruleta rusa, no tiene senrido. vamos a sentarnos úIi a hablar de
la película...
vera tuvo un insrante de vacilación.
-¿Visre lo que hice yoi -le Pregun ú Liínez_' Muy bien'
vos podés hacer rodo eso sin ningún riesgo; 1o qug,no podés
hacer es ir al cenrro de la pilera. Eso no lo hagas. El bicho no te
ttecería, Pero te va e dx crabajo salir, Porque tendrías que folrl-
per su círculo y p^r^eso hace falta un Poco de ptictíca' En Parte
ru amigo tiene rtzón: algo de ruleta rusa h"y' Con el pequeño
Io8 r Era eL cieLo
detalle de que el tiburón está muy bien alimenrado y que ademásningún tiburón ataca por atecen Esta es mi casa. ¿Vos creés que
Yo te pondría en riesgo en mi propia casa,con un riburón en unapileta? No, querida, no cengo ninguna gene de pasar un añoencerrado en un celabozo.
-¿Nada más que un añoi
-Lo que sea.
-Láinez, si el tiburón se come a mi novia usted vecíela pile-
te y nos hace desapa recer a todos, incluido Io, por supuesro.Láinez se rió.
Vera dijo:
-a"iero hacerlo. Tengo ganas de hacerlo. Me doy cuenra de
que me muero de ganas de hacerlo -sus pestañas estaban rnás
seParadas que de costumbre, como si en efecco ye lo hubierahecho.
En ese momento Alejandrina salió de la casa grirandor
-iNo lo hagas, pap á, por favor, no lo hagas!
Lainez la desechó con un gesco de la mano.
-Hace siempre el mismo chiste escúpido
-dr;" con fasridio.Enconces, mientras Vera ponía un pi. en el agua y el riburón
se deteníe amitad de camino y girabahaciaella se me ocurrió de
Pronco que no era un tiburón sino un animatronic que man eja-ba Alejandrina Por control remoto desde la casa f que rodo elasunto no ere más que una comedia. Me acerqu é para mirarlobien f me acuclillé en el borde.
-Tranquilo -me düo Vera.
Ahora ere yo el que no la escuch eba; roda mi arención esra-ba diri gide a caPtar alguna prueba del engaño. El riburón pasódebajo de mí unas seis o siete veces antes de que Vera rermina-ra de sumergirse y lo único que cons'eguí fue darme cuenra de
que los tiburones verdaderos tienen aspecto de falsos, desde la
Sergio Blzzlo t lo9
rexrura de marerial inorgánico de la piel hasta la famosa frialdad
de la mirada.
Ahora el pelo de vera ondulaba b".lo eL eguacomo una medu-
sa. A1 principio el dburón se cornporró de la misma forma que
anres con Liinez, d.escribiendo Los misrnos óvalos abiertos y más
cenedos luego de que Vera le rocarala, cola con la punta de los
dedos, pero en dererminado momenro nadó directamente hacia
ella. Yo, que seguía acuclillado en el borde, noté que un pie de
Liinezenrraba en mi campo de visión.
Dios mío, Pensé.
El avance del riburón hacia vera duró menos de 1o que lleva
decir ,'Dios mío", pero la sensación fue de haber recitado un
padrenuesrro. Lo peor de rodo fue 9ü€, después de alejarse, vol-
vió a dirigirse direcramenre hacia ella. Me levancé.
-Tenemos que sacarla -le
du. a,Líinez,
-Shh -dijo él'
Entonces, en el rercer avance, Vera hizo algo insólito: le tocó
la nari z.Elriburón se sacudió y p.gó como un salto hacia atrás.
Ahora nadaba en círculos a roda velocidad, sin acercarse ni ale-
jarse un milímetro enrre un círculo y otro, como una Pú" en el
surco de un disco teYedo
-Muy bien -duo
Liínezqueriendo decir "Y^está" o"basta"'
Vera parecíó escucharlo; rerrocedió hasta la escalere, de la que
se hab íe eparrado apenas un merro o dos, y subió mirando hacia
atrás por encima de un hombro. cuando rerminó de sali r y vol'
vió a mirar hacia adelanre 1o primero que hizo fue exclamar (con
los ojos acuosos muY abiertos):
-¡se par ece a smile, de frente se Parece a Smile!
Le abrecé, Estaba helada'
-¡Es fancásrico! -dUo
acurrucándose en ffIí-, tendrías que
probar.
IIo ¡ Era et cielo
-Ocro día.
-En un momento se te fue al humo -comenró
Láinez, páIi-do-, conmigo nunca hizo eso. ¿Puedo confes erte algo? Measusté.
-Yo también -dtl" Vera-, lo vi venir en cámar e rápida y
pensé que renía que pegarle, pero eso fue muy lenro, no ruve
tiempo ni de ceffar el puño. Chocó con mi mano rod evíaabierra.
Le mucama trajo una salida de baño per;. Vera y otr;- per;-Liinez y nos sentamos por fin a hablar de la película. Pero en
realidad sentarnos fue lo único que hicimos en ese senrido. Vera
Y Láinez se enfrascaron en un cruce de sensaciones sobre laexperiencia 'del nado con riburón', como lo llamaba Liinez.Aunqu e é1, es justo reconocerlo, intenró de ranro en ranro abo-carse al asunto por el que escábamos aLLí, Vera lo inrerrumpía,emergía como desde otro estado f lo inrerrumpía, brindándoleuna y olre vez la oportunidad de plegarse a su emoción con lacond.escendencia de un maescro blando, ligero, ocasional, rico y,
como pudimos comprobar un momento después, sin ideas.
No tenía ni una idea, ni una sola idea. Ni siquiera la mirad de
una id.ea. Las ideas no eran lo sufo, definitivarnenre. Ver e y yohablamos de eso durante el viajede vuelta casi con la mismá. sor-presa con que hablamos de su "experien cií' y de su "locura";
obviamente ere ella la que decía "experiencia". Pero lo cierro es
que fo, aun convencido de que había sido una locura, €n el fondolo llamaba con otro término
-en voz baja incluso pere mímismo-'. felicidad.
Que cus intereses sean lo más amplios posibles y que rus reac-
ciones e las cosas y personas sean amistosos y no hosciles: el
motor de la felicidad. Sin duda Vera ere una chica felí2, felizpor
tSerglo Blzzlo t tll
sí mism ^,
y a mí me daba rod eleimpresión de que era esa fuer'
zelegue la empujaba e ^ceP:tt,
a confi ^t
y a prob ¡t, Y no Por un
senrido del deber, ni porque prerendíere ganarse la admiración
de nadie, sino nad.a más que porqu e así era ella. Pero eL efecto del
que había hablado Liinezno resultó con Vera sino conmigo, que
,.ro podía dejer de revolverme en e[ asiento mientras que ellá
esraba de lo más serena y diverrida. cuando llegamos a casa se
puso a escribir, como siempr e, Y no Paró hasta Pasada la media-
noche, ro p,oó ni siqu iere a los díez minuros de haber empez,'
do -que
supongo yo es algo mucho más ficl|de hacer que dete-
nerse e la hora o a las cuarro horas, ye embalado-, no paró
cuando la japonesa rocó el rimbre, ni rampoco media hora des-
pués, cuando la acomp aíé de regreso a la salida (diciéndole que
se llevara las uvas, nomás) y volví a conrarle que me parecía haber
visto un ped ezo del saco a cuadros del ex ector asomando Por
derrás de un árbol. Se limiró a desviar apenas la vista hacia mí y
a d.ecirme en el tono de su novela más que en e[ de este mundo:
-¿%s creés que ve eestar toda [a semana con el mismo sacoi
-Hay gente que no se cambia el saco en todelavida -dU'
yo, pero Vera ya había vuelto a teclear'
Agarcé una escultura de Rodin (rr Pensador en acrílico lila
.o*prado en un shopping, de cuarenra centímetros de altura,
que l. h"b ía regtlado eyere un novio anrerior confirmando lo
que yo opinaba de él) y salí e?e calle con la espe r^nzt de que el
ex acror, si rodavía andaba por thí, huyera a[ verme salir de casa
armado. Me pareció que al ex acror no [e quedaría ninguna dudr
sobre mis inrenciones, a menos que en los úlrimos días hubiera
visro e orras personas paseándose con una esculrura de Roc{irt e¡t
la rnano. Fui hasra la esquina, volví y fui hasta la otrt, Nlde,
volví a la primera esquina, esra vez echando un vistezo a lor
auros esracionados en [a cuadra (,tn ejemplar de la revisra Genfe
rrz r Era et cieLo
en un Fiat Duna, un sombrero de mujer en un Ro ver ezul) y aLIí
doblé y caminé hascel,e esquina siguiente, donde h^y una parri-llica muy coquera llam ede Claude.
Eran las ocho de la mrd e, y el único aroma de la cocina mun-dial que nos hace ver dorado ya inundaba el aire; entré, me senté
a una mesa y, i'al, vez obedeciendo a mi eIma, pedí medio vacío.
Pedí también una bocella de vino tinro y me quedé mirando porla ventana hasta que eI mozo la descorchó en rni oíd o: ¡booom!
DU" gracías y bebí un vaso de un solo ftego, sin respirar,peromirando e mi alrededor. Recién entonces olvidé al ex acror.
Pensé que Vera tal vez tenía ganas de comer conmigo f, como no
podía llamarla porque no había t;aído el celul,ar,Ie dU. al mozo,que ahora apoyaba en la mesa una bandeja de !e.;con la porciónde vacío, que iba a salir un rninuto y que enseguida volvía.
El mo zo me miró con descon fienza,
-Dejo el adorno -le du. (.1 cérmino "adorno" me pareció
más apropiado que "esculrura" y mucho más que "el Rodin") f f*ihasca casa todo lo rápido que pude.
Vera, ya imp acientindose con mis interrupciones, me dUo queno quería comer, que quería escribir, que lo único que teníaganas de hacer era escribir, y yo volví e Claude pensando en laparadoja de que justarnente cuando decido salir de casa armadoes cuando más ocasiones le doy al ex actor de aacarme. Habíaido y regresado sin el Rodin en la mano, ya de noche.
En la mesa vecina ale mía se había instalado una familia ripo(padre, madre, huo, hU") ergentlna (el señor mirando el Rodin,la señora diciéndole algo en vozbaje,la hga rrarando de escuchar
lo que decía la madre, y el hu" con cere de culo). Ni bien me
Pongo e masricar el primer bocado (otra cerecterísrica de lafamilia cipo argenrina: la pun tería), el hombre me dice que su
esPosa quería saber dónde la había comprado. Le drje que no
Sergio Bizzio r II3
sabía, que era un regalo de mi padre y que hacía rnucho tiempo
que no lo veíe. Mi respuesta pareció sorprender\o,y no sin moti-
vo: si hacía mucho tiempo que no veía a mi padre,¿q,té hacíayo
con su regalo en la mesa? Buena Pregunta, oí que le decía a su
esposa después de haberle transmitido lo que había dicho yo. En
lugar de resumir y decirle "no sabe", se hab ía, excedido clándole
los mismos dacos con los que me había excedido yo: un tema de
conversación magnífico ("¿Será locoi", etcétera). Para colmo, de
pura casualidad, cuando promediaba eI vecío y la segunda bote-
llita de tinto, entró al restaurante un poeta de los buenos -aun'que gauchesco- de apellido Infante, con quien me había fre'
cuencado veinte o veinticinco años atrás durante unos meses a
partir de un accidente de lancha cruzando el Paraná. La lancha
se prendió fuego a cien metros de una isla y nosotros y un turis-
ra noruego que nunca había cruzado un río nos tiramos de cabe-
za eL ^gtr
antes de que la lancha estallara.
-La puta madre que lo parió, ¿vos no sos...i -exclamó
Infante al verme,
Asenrí con la cabe za. Eso bastó para que el poeta me abra'
zere.
Después de ponernos aL tanto sobre el curso que habían
romado nuestras vidas (*i vid.a le pareció tan interesante como
a mí la suya) reparó de pronto en el Rodin.
-¿Y esoi
-preguntó.-Un
regalo que le compré e mi señora -dr.¡e
yo ("señora'
me pareció más apropiado que"mujer" y tttrcho más que "novid,',
teniendo en cuenta mi edad).
Infant e elzó las cejas.
-Perdonarne que te diga pero es flor de boludez
-asegu'16-. Mi novia si yo le regalo eso rne lo tira por Ia. ctbeza, sin
ofender.
il+ r Era et cieto
Pregunté:
-¿PortDijo:
-No sé, pensalo vos. ¿Cuánto hace que estás casadoi
-Poco.-Con más razón
-dUo Infante-. Cuidala si la querés, con
estas cosas se te v^ e ir. Son gestos, qué sé yo. ¿Vos la querés o no
la querési -tenía
la habilidad de parecer borracho aún ances de
emPezer e beber (d. hecho no bebía, era abstemio), por la cual
se permitía grandes arranques de confia nze y sinceridad. Le
conté algo, negó con la cabeze.Después sacó del bolsillo inreriorde una campera de nylon que llevaba enrollada en un brazo su
último poemario, La noch, y la otra noche, dU" que no me lo daba
Porque ere el único que teníe y me obsequió la lecrura de unsoneto de verso libre que no entendí. En mirad de la lecrura dioun respingo, como si acabara de acordarse de aLgo,Ieyó el resto
apurado, se levanró, me dio la man o y se fue.
Yo empuñé la estaruilla y volví a casa blandiéndola en la oscu-
ridad.
Un hombre de mediana edad ("pacífico y virruoso como una ceJe
de cereales") va en auro con su esposa y sus dos hijos Por una
avenida congesrionada. Ese día el hornbre maneja callado,
rumiando algo. Hasra que en un carnbio de semáforo saca
repenrinamenre la cabe z por la ventanilla e insul Ea ^
los gritos
al conducror del auro que va adelante. El conductor insultado
(*, joven'del mismo color que su aure" -r¡n BMw índigo-),
en lugar d.e av;rnz^r, abtela puer ca,,beja,y camina con Paso firrne
hacia el hombre apunrándole con un arffr a..La esposa da un ela'
rido de rerror que enmudece a los chicos. En el tiempo de un
parpadeo el hombr e pecífi,co enciende que el ocro v^ e disparar-
lg se sienre perdido, acel er^y lo arropella "en defensa propid'. El
joven tTluere.
Los hijos del hombre pacífico, que lo aman, no volverán a ser
los mismos desde que han visro a su padre marar a otro, y é1 lo
sabe, pero ese es sólo el primer eslabón de una Large cadena de
desgracias; el joven muerto resulta ser hUo -único' Pera
colmo- de un falsificador de medicamencos que en la décede
del g0 se había enriquecido con una licenci e P^re importar pis-
roleras remarcadoras de precios y que ahora invertía en camPos
y genedo. se ven gari.El hombre pacífico cae en la clrenra de que
no sólo su vida sino rambién la de sus hijos y la de su esposa
están definitivamente arruinadas'
116 r Era eL cieLo
Era el fin, o mejor dicho un fin.A partir de allí Ver;-retroc€-
de; en lugar de ir hacia ad.elante, en lugar de meterse con las con-
secuencias, con Leley, con la vengenz , con el cerror, elige recons-
truir la historia de los acontecimienfos, una suma de hechos que
se empalman unos a otros con su carga de pegamento mortal y
que llevan al hombre virtuoso a perderlo todo en cinco segundos
un d.omingo de sol.
Al principio es nada más que la causa inmediata de su irrite-
ción; después, siempre retrocediendo, la causa de esa causa, y la
causa de la causa de esa causa, con lo cual -al menos hasta
donde pude leer- Vera construfe una suerte de agujero negro
gu€, en vez de succionar, lo expulsa todo, incluido un carozo de
aceituna con el que e[ hornbre se rompió un diente en mitad de
un almverzo en el que se decidía su futuro profesional y dursrr-
te el que lógicamente debia sonreír. A pesar de su círuIo, Suerte, Le
novela no se mete con las jugarretas del destino o del azer sino
que es más bien un trabajo de excavación obsesivo y hast ^
per-
verso en bus ca de, precisamente, lo que encuentra en el camino
hacia el desasfre.
La idea de ir haciaarris es más viejaque la de ir hacia adelan-
te, pero el acierco de Vera es contar sin bostezos una vida feLiz, y
al mismo tiempo, después de habernos hecho conocer el episo-
dio final, conseguir que leamos "la historia d.e un error sist emi-tico" con la tensión de todo lo que es inocente, con las fisuras de
todo lo que parece pleno.
En tres meses había escrito ye LIz páginas. En ese mismo
tiempo se había hecho cargo de 70 libros de televisión, había
leído 5 o 6 novelas, había visto unas 30 peIículas y 7 obras de tr.a.-
tro, 1 show de acroba cía, 3 conciertos de rock, había cenado o
almorzado afueracon amigos o con compañeros de trabajo unas
60veces, había ido a unas 10 u 11 fiestas, había viajado a España,
Sergio B,zzio r n7
se había enamorado, había escrito la primera versión de un
guión de cine y hab íe nadado en una pileta con un tiburón.
Levanté la vista y me pregunté si Julián estaría asustado.
Desde unos minutos atrás había empezado a llover copiosamen-
te; todas y cada una de las gotas que golpeaban la ventene tenían
algo de la Luz de los relámpagos, y también de su fuerza.
Unos días antes del viaje de Vera, Nudler inauguró una exposi-
ción de dragones en su taller del barrio de La Boca.
El taller algune vez había sido una casa de familia, la familia
de Nudler: pedre, madre, un hermano esquizofréttico y éL,Los
padres se habían ido a vivir a Israel cinco años arrás; que se habían
ido a vivir es una manera de decir, porque murieron en utl xtcll-
tado cerrorista el mismo día que llegaron. Nudler encerró a su
hernlano en un neurosiquiátrico , agarró una maze y volreó las
paredes en cruzque dividían los cuatro ambientes, sin furia, más
bien feliz de no rener que uebejar ye en el patio y I^ terr^ze.
Las marcas de las paredes todavía podían verse en el suelo,
abulradas como cicatrices y cubiertas de una fina película de
óxido y limaduras de hierro. Brevemente: en determinado
momenro de la noche un acuarelista ignoto trop ezó con el rebor-
de de una de las parede s y ceyó hacia atrás, ensartándose en el
cuello el ala de un dragón . Le punta del ala, terminada en forma
de uña, entró por la nuca y salió por adelante, errencándole la
Nuez de Adán. El acuarelista achinó los ojos como si sospecha-
ra que algo malo acababa de ocurri rle y no sup ierebien qué; hizo
un gesro de pregunta con la mano e las personas con las que
estaba conversando y murió mientras ellos emPezaban a grirar.
Eso había sucedido cuarro años atrás. Así que esta erela segun-
da muestra que hacía Nudler desde entonces. Ladinamellte,
II8 r Era et cieLo
eI dragón asesino era la estrella de la muestra; ocupaba el cenrrodel taller y era el único de los veinte dragones que tenía ilumina-ción preferencial. Muchos de los presenres lo con ocían, porqueen aquella ocasión una revisra alemana de erte y un diario s€o-
sacionalista paragu eyo, siempre muy bien expuesros en los kios-cos de la calle Floride,habían publicado en tap elafoco del acua-
relista colgando del ala del dragón, Qüe compo níe una escena
sumamente llamativa, no sólo por el, cadávet, sino porque el dra-
gón giraba la cabezehtcia ély lo rniraba, como si Nudler hubie-ra previsco de alguna manera Ia vagedia.
Ahora los veince dragones tenían el mismo giro de la cebeza
hacia la punra del ala levantada, lo cual perlabe alamuesrra de
un sudor conceptual, de un sencido gener:il de enzuelo que €Xcá.-
siaba a los críticos y obl ígaba a todo el mundo, críricos incluidos,a rnoverse por el taller con sulna cautela.
La muestra no sólo revivíaal acuarelist4 es decir a alguien quehabía trabajado en las antípodas materiales de Nudler con sus
grandes chapones y hierros retorcidos y chispas y marrillazos ytnanos lastimadas con fuego azul, sino que adernás lo reensa rte-b^, sugería la posibilida d y hasta el deseo de que su muerre se
repíte, esta vez encarn eda en orro actor, sin que tenga yalamenorimportancia a qué se dedica. El efecro era de remoq, de indigna-ción, de sorpresa, de hisr eria, de asco, p€ro todo montado sobre la
base de la superstición parano ica, que era el efecro principal. LJna
mujer que apretaba en las manos una carterica dorada le decí ^
e,
un hombre que se aprecaba un testículo con la mano en el bolsi-llo que todo en la vida sucede siempre al menos dos veces y queel hecho de que ellos estuviesen ahora aIIí era ya vn rropiezo.
-Podemos irnos
-sugirió el hombre.
-No hago otra cosa que pensar en esor pero ¿me creeríes si
ce digo que estof aterrad e, p^ralizada, que no me arrevo a dar un
rlft
Sergio B¡zzio r II9
paso por miedo a troPe zu? Podría tomarme de ru brazo' Pefo éY
si resulta que sos vos el que rropieza? ¿Norasre 1o desparejo que
esrá el sueloi ¿Norasre lo afiladas que están las puntas d'e esas
alasi Thl vezdebería sacarme los racos, pero ¿y ri caigo al incli-
narmei ¿y si alguien me ve salir descalze? ¿Qué sería peor, salir
descal z o lasdm edad Yo pre ferirb salir descal z , Pero Para eso
debería moverme y no puedo, necesico ayuda, es notable lo rere
que me siento. Debería tomar algo. No, tlo' Por favor, no me
dejes sola, alguien podría empujarme. Estos racos... Además no
me refiero a tomar una coPa' no me refiero a eso'
Cercede allí alguien le conraba a otro la historia de una cor-
radora de césp.d que le había rebanado los dedos de los pies a
rres personas seguidas, el primero se [a había regalado a[
segundo y el segundo al rercero, hasra que esre la nrató de un
escoPetlzo,
Vera se paseaba diverrida por encre la genre escucharrdo sus
conversaciones y deteniéndose de canto en tanto a saludar a los
conocidos. Enconces lo vemos a Horacio Tambumi, el único
escritor ¿cómo decirloi "profesional" arnigo de Vera. Los amigos
de Vera (una biólog ^
y clrecro o cinco ex compañeros del colegio
que todavía buscaban su desrino, sin con tar e los guionistas) no
tenían absolutamente nada que ver con la literatura, un matgen
del que vera parecíe ir despegando poco a poco' Para ella se tra-
raba de escribir, todo su enrusiasm o y curiosidad estaban Pues-
tos exclusivamente en escribir, con una independencia casi €scx-
lofrianre de las orras ramas de la actividad, por decirlo de alguna
manera, incluida la amistad con otros escritores y la obra de esos
ocros escritores, concemporáneos suyos. No leía revistas especia-
lizadas, Do curios eabe en Internec, no iba a presentaciones de
libros, las industrias universitaria, periodística y editorial le eran
tan desconocidas como las lunas de [Jrano; no estaba "en el ajo
"
_:":
t
tzo r Era e[ cieLo
como decía Nudler de sí mismo, aunque a su edad escribía mejor
que muchos escritores de los que no pod ría, decirse que fueran
principiantes; al contrario, eren bien profesionales , ye habían
convertido sus obras en una caffete y sus vidas en una proven-
zal, siguiendo la rnetáfora del ajo.
Thmbumi (treinta y cinco años, bucles en la nuca) era eI líder
de la facción vanguardista, o lo había sido, en la época en que
sostenía sus experimencos manejando un taxi (es decir cuando
pasaba diez horas manejando un cax i, diez horas escribiendo y
cuatro con pesadillas), hasta que un episodio de corte policial locatapulró a la fama. Ahora mismo veníe de una gira de preS€rl-
tación de su últirno libro por México, Chile, Colombia y
Yenezuela, tirulado Un momento, en el que narraba los aconteci-
miento previos y posteriores a lo que él mismo llamaba "lo más
trisre, sórdido, pacécico, idiota, ridículo y rambién rerrible del
mundo": una terde, en la calle, notó que una mujer lo mir ebe; ere
una mujer común, parecida a millones de mujeres, una de esas
mujeres capaces de pasar inadvertidas hasta en su propia cese y
mucho más en la ceL\e, de no ser por la fijeza con que lo miraba.
La mujer estaba a unos diez metros de distan cía, parada sobre el
cordón de la vereda. De su bra zo izquierdo colgaba una certere.
Era atractiva, sin tener por eso nada especi ^l,yjoven,
con una de
esas juventudes que no tienen por sí mismas ninguna impor t?rr-cia, al contrario del "aire de juvenrud" de Thmbumi, que lo perla-
ba de un encanto extre, pegado como una ventosa inorg ánice aL
halo de misterio que le daba su fe en lo que escribía. f ambumi
empezó e acercarse; él daba un paso y eIIa otro. Él ,rtt paso, ella
otro. Faltó poco pereque laluzdel día se apa gerea su alrededor
y p^re que no se oyere nada, aparte del metal de la ciudad. LJna
vez que estuvieron uno frente al otro la mujer abrió la cartera, aI
mismo tiempo que Thmbumi despegó los labios. Había una
Serglo Blzzlo ¡ lll
coordinación absoluca, dU" Thmbumi. Entonces la mujer sacó
una pisrola y L" pegó un bal ^zo
en la cebeza.
Después se supo que la mujer lo había confundido con orro,
pero Thmbumi estuvo siete años en coma. (Jn molnento nertaba
esa experiencia (no la del corna, desde luego, aunque allí se había
permirido licencias poéricas extremas) y fue un gra;n éxito de
venras, üo éxiro notable, inmenso, descomunal' El episodio que
casi lo mara había rerminado por darle una vida; ahora Tambumi
era.ríco, podía darse el gusto de no hacer nada, ni siquiere escri-
bir; pasaba buena parte del año viajando por el mundo, dando
charlas y enrrevistas en las que concaba siemPre el rnismo cuen-
ro, o pavoneándose en una Harley-Davidson 1930 con sidecar.
Nada 1e gusraba ranro como que le preguntaran cómo furt su éxito
se basaba en un hecho real y, por lo tanto, la gente se acer cabe y
le pregunraba cómo fue, siempre deseosos de un poco de repul-
sión, que é1 satis fecíagenerosamence, lo hubieran leído o r1o'
-¡¡ini se acercó, le dio un beso a Vera eunque yale había dado
dos y cuando Verele Presenró eTambumi le preguntó:
-¿Cómo f*e, Thmbumii
Hasra ese momenro yo mismo había sido Presa de lo enorlne
del éxiro de Thmbumi más que de su mérito o sus ra:zones'
como si la mera dimensión me hubiera anestesiado. Pero al oír
Le pregunra en boca de Trini y "L
comie nzo de la resPuesta de
Tambuffi, pulida como un texto, ceíde pronto en la cuent'a de
que el asunto no tenía el más mínimo inrerér y que su repercu-
sión se debía no a un malenrendido sino justamente a que era
fictl de entender y de vender, y rarnbién por supuesto ^ la
casualidad.
Y en ese momento vi a Diana; estaba en el extremo oPuesto a
nosotros, charlando animadamente con tres o cuatro Personas'
Era la primera vez que Diana, Vera y yo coincidíamos en un
.:il.G.-G
€"
rz2 r Era et cieto
mismo lugar. Diana no par ecíehaberme visro rodavía; se la nora-ba sueka, relajad a y alegte. Me disculpé con Thmbucri, le dije aVera que enseguida volvía, me apa'rté y fui a saludarla,
Uno de los hornbres con los que estaba Diana dijo algo y eIIa
echó la cabeze hacia atrás, riéndose; después me vio , AIzó las
cejas como si le resulta re exttaño verme allí o como si verme lehubiera hecho notar lo extraño de que ella esruvie re aLIíy se des-
Pegó del grupo pere venir e mi encuentro. Yo no conocía e Ia
gente que escaba con ella y no me los presentó, pero me di cuen-
ta de que estaban por irse. Diana y yo cruzamos un per de
cotnentarios sobre la muescra, acordamos que yo iría a busc et e
Julián al día siguien re yjusto cuando los de su grupo empezaron
a moverse hacia la salida Diana vio aYeraal orro lado del raller.
-Ah... -dijo.Iba a decir algo más, pero no lo hizo. Me dio un beso en la
mejilla y se unió al grupo en recirada.
Volví junto a Vera.
Por la ventana vi que Diana subía a un auto esracionado fren-te al taller. Los demás se distribuyeron en un auro derrás del auro
al que había subido Diana y que manejaba un hombre cuya_ c^r^no alcancé e vet, una sombra, una silueta oscura que extendióuna rnano hacia su pelo y I" acarició brevemente la cebeze arrres
de poner prim ere y salir despacio, con todo el riempo del rnundopor delante.
-Entonces ebrí los ojos
-decía Thmbumi-. Esraba acósra-
do. Por un instante me extrañó darme cuenta de que había esta-
do durmiendo a esa hora del día, las cuarro de la cardg las cinco,las cuatro y media, p€ro enseguida noté que no ere mi cama.
Tampoco ere mi pieza, ¿Era la pieza de alguna amanrei Norecordé haberme acostado con nadie que no fuera Vilma en las
úlrimas semanas ("j" j¿', añadió). ¿Dónde esraba? Un silencio
Serglo Blzzlo I tzl
espeso inundaba el lugar. Desco rrí Ie frezeda que me cubría y, ^L
incorporarm e, ,tlgo me tiró de la boca, como un anzuelo... á'lJo-
que no deb ería,usar esa palabra ací, con perdón de Trini (Tiini
n.gO en silencio con la cebeza, compenetrado con el relaco).
Sentí el rnismc. cirón en un brtzo, Un recipiente de suero se
balanceaba frence a mí. Confundido, me dejé ceer de nuevo sobre
la cama. Lo primero que pensé fue que había cenido un accid'en-
te. La sensación fue muy rarte., Porque no estamos PreParados
para Cener accidentes: les ternemos, deseamos gue nunca OCtl-
tt;rn,tomamos nuestras Prevenciones' Pero no Por eso aprende-
mos algo sobre el' azar, . ,
-Eso es verdad -dijo
Trini.
-Mucho menos preparados todavía escamos Para volver de
ahí -conrinuó
Tambumi-. Así que la sensación fue de fe:':'Lí'
dad: no me elegró esrar vivo, no; eso sucedió después. Recordé
que iba en auto, Y al verme solo suspiré aliviado, como en las
películas. Inmediaramenre me roqué las piernas. Ahí estaban.
Esa comprobación basró p^r^ egotainn€, como si ecebara de
levancar un gr,.n peso. un minuro después, ye más rranquilo,
palpé el resro de mi cuerpo. Curiosamente no incluí la cabeza.,,
Esraba entero.No tenía ninguna herida. A 1o mejor no había sido
un accidenre, a lo mejor había sido un desmayo' pensé. De hecho
me ardía la cere,. Escaba transPirado, emPaPado, Pero tuve la
impresión de que hasra un minuto atrás había escado rnás seco
que un péralo de rela. Me du. que no había ninguna razón p^re
alarmarse. Y entonces entró una enferm et?,, Debía tener cin-
cuenta años, cuaren te Y ocho, cuaren ta y nueve. Era una de eSas
mujeres divididas por la cinrura; muy fl.ace de la cintura Para
arriba y enorme de la cinrur e p^reabajo. La perte de arriba entró
con expresión aburrida miencras que la parte de abajo se movía
rápido, como con urgencia. Me quiró el anzuelo de la boca,
124 I Era eL cieLo
reemplezó [a botella vecí^ de suero y se inclinó un momento
sobre la pantalla de un monitor, ^
la ízquierda. Después giró
hacia mí. Ya me quitaba ie vista de encima cuando de pronto
reaccio nó y se llevó las manos eleboca. Salió dispar tde; [a parte
de abajo se dio vuelta y echó a correr mientras que la parte de
arriba seguía mirándome con los ojos abiertos como platos vola-
dores. Medio minuto después el cuarto se llenó de médicos. Uno
se me ecercó sonriendo y me preguntó si me sentía bien. Otro
me puso un termómetro. Los demás se repa rtítn entre el moni-
tor y mi cere. Hablaban todos al mismo tiempo, asombrados,
contenros. Pregunté qué había pasado. Me dijeron que acababa
de desper ter. Si no hubiera sido por esa respuesta, en ningún
momento hubiera pensado que estaba soñando. ¿De spertari Era
evidente que algo no andaba bien. ¿Q"é tiene de raro despertar?
"Estuvo en coma", ffi€ dUo alguien. Hubo un silencio yL^ misma
voz agregó: ''Siete años". Me arranqué el suero y fui al baño.
Todos alargaron los brazos hacia rrlí, solarnente los alergeroo,
nadie intentó detenerme. Voy e decir rápido lo que vi, aunque
p^remí se deruvo el mundo. Había cambiado, chicos. Me recono-
cí, por supuesto, pero podría no haberlo hecho, porque de la
misma forma en que no estamos preperados pensufrir acciden-
tes notamos los cambios físicos únicamente hacia atris, nunca
hacia adelante... dejando de lado a le imaginación. Lo qu e veía
ere presente, y además imposible: la úlcima imagen que tenía de
mí no se correspondía con esta. Era más viejo. En ese momento,
sin la sensación del paso del cienpo, esperaba verme tal como era
el día anterior. Fue un impacto. Se me doblaron las rodillas. Y
justo cuando uno de los médicos dio un salto hacia mí per;- evi-
tar que me cayere, lo recordé todo.
-¿Fue así, fue realmente asíi
-preguntó Trini rnaravillado.
-No -le dU" Tambumi mirándolo con fastidio.
Scrglo Btttlo t llt
Esa noche, yl en la cama, mientras Vera escribí t' me Pregunté
una y otr^ vezquién sería el hombre que manejaba el auto al que
subió Diana; repas é tentts veces su mano en sombras acaríciin'
dole la cabe ze qve, ya entredormido, me sobres ilté al sentir que
también me rcerícíaba la cabe ze emí. Ahora me est temezco sólo
con pensar que el sobresalro por que rambién me rcxíciare e mí
no ruvo una pízca de grecia: fue más bien horribl., l" preftguta'
ción de algo horrible, horrible por donde se lo mire.
Al día siguiente hubo une nueva reunión en el canal, esta vez con
los actores protagonistas y el director del Ptogrerna.
Trini me llamó remprano. Quería pasarme e buscar p^r^
delinear conmigo una esrraregia con la que enfren E^r y resistir
los embates det elenco, besria de rres cebezas (.1 bueno, el
malo, la hero ína,engañ eda,o casualmenre en [o cierto) disPues-
ta ^hundir
sin piedad, una y otr^ vez, en nuestras pobres caf '
nes, su colección de puñales. Nada es tan cruel como un elen-
co de telenovela cuando algo no funciona bien"'Cuidado con la
genre que se maquilla
" solía decir Boas. Trini Y yo estábamos
de acuerdo con eso en líneas generales, pero también cono cíe'
mos la segunda parre: "cuidado con Boas cuando está con
gente que se maquilla'.
Duranre el vtaje Trini le robó unos minutos ^
la estrategia
pere dedicárselos al éxito de [a muesrra de Nudler, de la que
ftnalrnente nadie salió herido; fueron con un grupo de arnigos a
comer a un bodegón, Nudler estaba tan contento que se etnbo-
rrachó y vomitó en la mesa, etcétere. Debió haber vomirado
rambién en el auto, porque apenas subí se me cerraron los
::
;j
126 r Era e[ cieLo
bronquios. Tiini quiso saber cómo había sido el encuentro Yera-
Diana; le d¡e que no se habían cruzado y le pregunté quiénes
eran los tipos que estaban con Diana; me dUo que no los cono-
cía,, pero a,gregó con malicia que se noraba que uno de ellos
estaba "loco" por Diana. No dU. una palabra sobr e Liinez. Porúltimo, mirándose ell el espejito retrovisor, Ti"ini resumió su
estrate gia: dejarlos hablar.
Esruve de acuerdo.
La secretaria de Boas, más famos a pere mí que los accores, ya
que a ella le veíe más seguido que al prog reme, nos condujo hasca
la sala de reuniones: una mesa larga rodeada de sillas vacías,
excePto en el extremo norte, o sur, donde se agolpaban Boas, el
director y los tres protagonistas, todos en ese momenro hojeando
un libreto viejo, es decir del día anterior, donde sin duda no
había sucedido nada de lo que debía suceder, o "habíe sucedido
pésimo", según la extraña sintaxis que reinaba cuando entramos.
El encuentro empezó con agresiones baratas y terminó con
insultos y abrazos. El galin malo había trabajado siempre de
galán malo y desdehacía años se movía como pezen el agua en
ese rol, así que no tenía mucho pere decir, aperte de apo yar aL
galán bueno y a Ia heroína, que eran los que estaban ver dadera-
mente enojados. El galán bueno era un tipo de rnediana edad,
musculoso, caprichoso, emocionalmente producido, con implan-tes dentales en los colmillos, pelo largo y camisica mao. La hero ínaera igu eL e éI, excepto por el dato de que sus implantes no esra-
ban en la boca sino en el pecho. Eran esa clase de genre que dis-
cute si es mejor Buster Keaton o Chaplin f que serían cepeces de
Lever un shopping con la lengua con tal de no perder el pelo, €rl
el caso de ella, o echar tetas, en el caso de él (para seguir con sus
Preocupaciones principales además de accuar, digamos). Hasca
Tiini, que había nacido en el medio y aspiraba a morir en é1, los
Sergio Blzzlo r 127
admiraba con recelo. Los actores, junto al productor Y el direc-
ror, formaban una suerte de Estado Mayor Conjunto especiali-
zado en eludir responsabilidades cuando las cosas salían mal (lo
que se había ahorrado el productor, los planos anodinos del
direcror y !a, intención del galán -tanto la del bueno como la
del malo- que recibe un pu netazo y c^e pensando en gustar);
así que ehíestábamos nosotros, los verdaderos resPonsables. Lo
único claro después de una hora de tolerar los ernbares del gruPo
fue algo que dU" Boas:
-Se cee, muchachos, esto se cae.
El comenrario reavivó mi preocupación , L^ imporencia de
tini, la humillación de los actores y el tedio del director, Porque
senríamos todos cosas distintas, Val erít,la protagonista, insistió
con la psicología del personaje (".t taredi', dtjo, "lo ama y no se
da cuenra de que 1o ama';"^mí la gente en la calle me dicePeg 'le un cachec ezo,Valent íd' , intervino el gelin bueno) hasca que en
uno de los cinco relevisores de la sala un periodista anunció nove-
dades en el caso del asesino beurcizado 'del edifici ci' y todos nos
dimos vuelra a mirar. Boas agarró el control remoto equivocado y
subió el volumen a un cocinero que trataba de abrir una ostra con
la punra de un cuchillo y que dU" entre dientes "la dura concha
del ego'; enseguida, con otro control, también equivocado, subió
el volumen a un grupo de panelistas enardecidos con algún tema
del que sólo elcanzamos e oír la palabra "beso"' Finalmente dio
con el conrrol correcco, pero la noti cie, un flasb informativo ,Ien'guidecía: si había algo importante que decir, ya había sido dicho.
Boas quicó el sonido.
-Y encim e\a realidad no ayuda
-duo.Todos lo miramos sin asentir.
El programa salía al aire e Ia, misma hora que los noticieros
de orros canales y últimamente la realida d producía hechos con
r28 r Era eL cieto
los que ere difícil competir, según su "teoríí'. Desde una s€rrrá.-
na acrás el caso del asesino del edificio se llevaba todo el inte-
rés de la gente: alguien había matado a seis personas en distin-cos pisos de un edificio de Recoleta (.rtt matrimonio que
almor zabe en el segundo piso, una anciana en el tercero, üo
joven f un técnico que repereba su computadora en el quinco,
y ala esposa del portero en planta baja, una mujer menuda con
la que se había ensañado antes de huir). Era evidente que el
tipo no sabía lo que quería , eparte de matar; elgo muy pareci-
do le pasaba a los accores. Hasta que Boas no dio por termina-
da la reunión, la heroína insistió con su pedido de "lóg ici' en
"las pasiones del personaje" y eI gal,án bueno con sus ciras enó-
nimas recogidas en la calle o en su casa, todas inventadas, sin
dud.a, mientras que el malo, a medida que aumentaba La trrita-ción de sus compañeros, se abismaba más y más en la terea de
quitarse una basurita de debajo de una uña, o un pellejiro de la
cutícula, o una idea obsesiva de larga data que el trabajo man-
tenía e ray;- y que afloraba cuando lo perdía o cuando esrabe e
punto de perderlo.
Después de la reunión 1o fui a busc ^r
e.Julián. Llegué una hora
tard.e. Julián me esp eraba con su mochila ya lista, sentado en el
último escalón de la entrada; hacía volar un muñeco mienrras
Diana plantaba unas flores en un macetón. La música de cárn era
que salía por la ventana abierta me hizo sentir que el cuadro
había sido real hasta el momento en que llegué. Los guantes de
jardin eríe amarillos que usaba Diana subrayaban el aire de compo-
sición, de escena exclusivalnenre dirigida a mí, incapaz de provo-
cer el más mínim o rizo en la atención de un extraño.
Por un lnomento ninguno de los dos me vio. Diana estaba de
cuclillas, con el pelo atado en una trenze, manejando inhábil-
mence una palita de jardineríatan nueva como los guantes; hacía
Serglo Blzzlo t 129
un pozo en la rierra seca y dura del macetón y L^ponía sobre un
diario abierro en el suelo. Julián, con el muñeco en alto , grita;be
en vozbejaque 1o solr era., que el muñeco lo solt ^ra
e éI, mientras
él pon ía cere de dol or y estiraba más y más eI brazo, como si el
muñeco inrenra rl affancárselo describiendo ochos Por encima
de su cabeze.
Llovió todo el fin de semarla. Mientras cocinábamos, mientras
jugábamos con Julián, por la manana o por la noche mientras él
dormía, Vera fue separando las cosas que pensaba llevarse; lo
hacía al pasar, como una actividad dentro de otra. El domingo a
la mrd e y^había seleccionado y acumulado en cl escritorio, sobre
las sillas y en el suelo, rodo lo que después pondría en las velijas,
desde ropa hasta papeles.
En dererminado momento Jutián le preguntó adónde iba Y
Vera le conró que se iba un tiempo a Berlín.Julián hizo un silen-
cio, se aparró sin decir nada y emp ezó ^
gua;rdar sus juguetes en
la mochila. Era Ia primera vez que recogía sus propias cosas.
Cuando terminó volvió junto a mí-
-tf" vas a quedar solo? -me Preguntó'
Asenrí sonriendo, le guiñé un ojo y dije en tono cómplice que
íbamos a tener tod a, La casa pela nosotros. Pero a él no le hizo
ninguna gracia. Más bien estaba triste o Preocupado'
-Yo me voy a quedar con vos -duo'
Y se senró en el suelo enrre mis piernas, como si me Protegíe'
ra protegiéndose.
Aun así no culpó a Vera, oo le reprochó nada y cuando se des-
pidieron le dio el mismo abrezo cariñoso de siempre, ni más
fuerre ni más largo, es decir sin noción del tie*Po, como si fuera
e'verlede nuevo el próximo fin de sem ^n ,
y ^cePtó
con a\egtía,
r3o r Era et cielo
la promesa que le hizo Vera de teerle un regalo, e incluso se
animó a decirle qué es lo que quería.
Cuando Dian ^
y yo nos separamos, la noche anterior seleccioné
y busqué lo que iba a llevar conmigo. Esa noche había llegado el
díe. Caminé a un lado y e otro por la casa evaluando qué cosas
necesic ería o querría conservar en mi nueva vida. El resultado de
esa inspección estaba ahora en una cajaen el escrirorio de Yera,una de esas cajas desplegables que se compran en los supermer-cad,os o en los negocios de baratijas chinas. Pero aquella úlrimanoche en la casa que todaví e ere mi casa lo que hice en realidadfue desechar las cosas con las que había vivido hasta enronces.
Los libros, por empezar. No podía llevarm e Ie biblior ece, en laque convivíen mis libros con los de Diana, rri mis discos, unamontaña de todas las épocas que algún día sería de Julián. Esa
misma noche mis discos quedaban en sus manos. Era mi plan,de todos modos. Elegí unos pocos. Marquee Moon deTelevisionen primer lugar. Guardé en la caje algunos papeles personales, el
PasaPorte, la agenda. fámbién me llevé unos cuanros dibujos de
Julián , y algunas fotos. En una hoja en blanco copié los númerosde teléfono de los médicos de Julián, el de su ped íal:e y eLde untraumacólogo al que lo habíamos llevado la semana anrerior por-que le dolían las piernas: se estaba estirando, esraba creciendo."EI
dolor del crecimienro", dtlo el rraurnatólogo. Lo úlrimo queguardé en la caja fue una foto de nosotros tres que me llevó unbuen rato encont rar,Julián debía rener unos dos meses de edad
y Dian e Y Yo lo besábamos en las mejillas, uno en cada mejilla.
Julián tenía la cabe ze epenas echada hacia arrás, los ojos cerrados
y I^ boca enrreabierta. Fue rodo lo que llevé.
Sergio Bizzio r I3I
-¿DUo a qué hora volvía? -le pregunté e la mucama mientras
Julián corría.escaleras arriba para encender la computadora.
La mucama se encogió de hombros. Pensé quedarme hasta
que L\egaraDiana, p€ro la posibilidad de que la mucama se nega-
re edejarme enrrar a casa rne acobardó; le pedí por favor que no
|e quir eraa Julián la visra de encima, a lo que asintió con un gru-
ñido, y me fui, A mitad de camino llamé por teléfono. Atendió
Diana, i[üe acababa de llegar. Me preguntó cómo la había Pasa-
do Julián durante el fin de semalla.
-Muy bien -le
dU..
-Me hubiera gustado que te quedaras a coffIer con nosotros
-dU" ella.
Suspiré con un silbido, corno un nlufieco de gorna. Yo atnaba
aquella secuencia de llegar e casa, besar a ttti hUo Y dorrrtir
ebreztdo a una rnujer que había dado pruebas nrás quc sufi'
cientes de güe, de ser por ella, estará a mi lado el resto de su
vida. ¿Es posible que un milagro como ese resulte tan débil
-qui zá porque uno pone al deseo en la cima, cuando sabe que
en la cima no esr i eL deseo sino el terror? ¿Qué pasa si la vida
ree1,la vida improducriva o plena, esrá con la mujer a la que se
va t d,ejar,Pero junto aLeque se tiene y con la que se hace casi
todo lo que uno amai
Toqué rimbre en Ia casa de Vera. Enseguida noté que yo vivíe
aILí y que tenía las llaves de la puerta en el bolsillo.
Monique Maosake esraba de pie junto al equipo de música. Cott
la cabe ze ínclinada leía el lomo de los discos. una carterira de
cocodrilo sinrérico colgab a de su hombro. Ye eren casi las nueve
de la noche'
r1,2 r Era e[ cieto
.'Fuere -lc
dije.
-Así nó se trete a una dama. e o -rrrurmuró
ella sonriéndose.
Me senté en un sillón, me quité las zepñiLlas. Esdré un bra zo y
agarré una calculadora del primer estante de la biblioc ecá.. En los
últimos 15 años, como guionisra, yo había escrico, directa o indi-
rectamente, a rezón de 2}libros semanales de 40 páginas cada uno
durante 10 meses del año, uo total de L20.000 piginas. A esos 15
años debería quitarle los 3 o 4 años en los que no tuve trabaj o y
d.urance los que me gasté e[ dinero que había ganado en los 11 o
L2 tnos restantes, pero después de un cierto punto toda cífrada lo
mismo, €s siempre una "friole ti' , corno dice Trini. Ahora bien,
¿cuál es la altura del trabajo de un añoi 2 metros. Si un libro mide
1 centímetro de altu re, 200 libros apilados uno sobre otro miden
2 metros. Por lo tanto en 15 años yo había escrito una montaña de
25 metros de alrura: la alrura de King Kong.
Vera acompañó a Monique hasta la pue rt^,Volvió díez minu-tos d.espués. Apenas entró sonó el teléfono. Atendió. Era tini.Hablaron, se despidieron (hubo una posdata en la que Tlini pre-
guntó por mí y ella dU" "aci está"). Cuando col96, elguien rocó
el dmbre. Vera dio una carrerita hastaLa puerta,"Le posdara de
Moniqvd', pensé. Era un deliver¡ Comimos pizze y romamos
cerveza sentados frente a frente en los sillones del livirg. Huboun Par de llamados más durante la comida. Después Ia eyudé e
hacer las valijas, cru zendo miradas en silencio como si estuviéra-
mos descua rtizando a un acreedor.
A medianoche me tíré en la cama. Duranre un rato oí a Vera
que caminaba de allá pere aci, abriendo y certendo cajones; des-
pués sentí el peso de su cuerpo en la cama y medi cuenta de que
me había quedado dormido. Vera acercó su boca a mi oreja y me
Preguntó en un susurro si me sentía bien. Le dije que sí. La ebrecé.
Esraba desnud& pero también agotada. Sin quitarse mis brazos de
Serglo Btzzlo t t33
encima, más bien sujerándoros, giró, me dio la espa\day s€ xcü-
rrucó en mí, la nuca en mi boca, sus pies entre mis pies. Pensé
decirle: "¿por qué le vendés ru relación conm igo a una producto-
ra alem ,.ne?" .pensé que ella me contestaba: "Peor que venderse es
esrar en ven ti',y durante unos segundos aumenté la presión del
abrezo; después me reLajé,como si acab are de gastarlo todo.
At día siguienre, cuando enrré a su casa, de regreso del aeroPuer-
ro, e[ reléfono esraba sonando. No atendí. Era Leínez. Habló
ranto que el conrestador automático se cortó en mitad de una
frase. \lolvió a llamar. eu eúesaber si esrábamos pensando en la
historia. Me di una ducha y va¡b$é un par de horas en el progra-
ma. Ahora que Vera no estaba su casa me pareció más que nunca
su casa. Excepro yo mismo, ro había rastros de mí. Era como un
amanre que ,.girrra las marcas previas a[ abandono (el envase de
shampoo en e[ fondo de la ban er^,los restos de una torta de
crema en un plaro) y que al hacerlo se vuelve un inrruso'
Una d.e las boras que finalmenre había desechado estaba sobre
la cam a, y Laorra en el suelo; en el jardín, colgando del respaldo
de una silla como una prenda de vesrir esraban sus anteojos' Pero
ni rastros de mí. Ygt" hfia gasado.Somo un remolino sobre mis
h p..1-1 + : rh,.::**deJ*x d*i**lá-l o s P5,gP l r
at ivo s fi nal e s' d e s u v i aj e ; .
n,q_ qüt-ffi, gy; F rqgnci" *. :._:--1::9"3cia e.a loda la eas'a¿
mirara donde mirara.
9
Todas las semanas Vera me mandaba por correo electrónico lo
que había escriro y yo lo leía cuidadosamente y se lo reenviaba
lleno de subrayados y sugerencias y acotaciones y notas al pie.
Vera me contestaba enseguida pere agtedecerme las correcciones
y hacíe silencio hastale semana siguiente, cuando volvíá. x lrlao-
darme el archivo con lo nuevo de su novela. Rara vez rne escri-
bía entre un capítulo y otro y aunque en esas ocasiones me decía
que me extrañ eba yo tenía la sensación de que no era así. Sus
mensajes eran ligeros, €tl lecra mayúscula, Y cerccían de "paisaje':
no decía absolutamente nada sobre el lugar en el que estaba,
sobre la gence con la que vívía, sobre lo que había hecho o sobre
lo que planeaba hacer. Thmpoco preguntaba nada sobre mí.
Yo escribía en su novela porque la quería , y recíén en segundo
lugar porque mi trabajo pudiera servirle o resultarle útil. "No re
creas que no me doy cuenta', me dUo una vez, a veinte días de su
parrida. Eso era todo. Le pregunté a,qué se referíay no me cort-
testó, pero ahora en su próximo correo hubo una descripción
muy detallada, casi loca, de una excursión que había hecho a los
suburbios pa re ver a un marroquí que por doscientos euros se
tragó una serpiente viva. El espectáculo la había hecho vomitar,
pero rarnbién la había fascinado: durante varios días siguió
hablándome de eso, dándome más y más detalles sobre el asun-
to, hasta que por fin pareció olvida rlo y volvió a su novela.
Sergio Bl zzlo t trj
Nunca me escribió ranc o a mí como durante esos días en los
que dejó de escribir su novela. Pero yo en el fondo temblaba
ceáe vez gue al abrir el correo me encontraba con un meosx-
je suy o sin arcbivo adjunto, es decir sin novela. En ese mensaje
Vera podía decirme que había conocido a alguie n, etcétete' en
tanto que su novela -que no gar enEízeba nada en ese senti-
do, aunqu e ereimposible pa', mí obviar su "no te crees que no
me doy cuenta '- se había convertido en nuestra forma de
estar juntos.
A veces la exrr aftaba y a veces [a odiaba. A veces me daban
celos. Laparanoia -que para rní es url estado de acceso alev)n'
dad- se pon íe e descascararlo rodo con sus garriras de hurón:
no podía, evitarlo.
Una rarde llamé a los producrores de los programas en los que
dUo haber rrabajado el ex acror del saco a cuadros; quería saber
quién er^, pero nadie lo conocía y los Progremas habían sido
borrados. ¡Fi7ll Me senré a cipear. Era un día silencioso, limpio y
soleado, un viernes que imitaba a un domingo, con mariposas
diminuras, grisáceas, de alas obesas y peludas, de cab eze amar-
Ea, de abdomen agrio, que volaban allá y aquí bajo la atenta
mirada de unos pijxos (diez, doce) frustrados en las antenas de
televisión de las casas vecinas. Enronces una pelota de fútbol
cayó del cielo, por decirlo así. La pelora rebocó sin gracíe (tto
esraba del todo inflad") y quedó sobre una repose r^, junto a un
paraguas, en un clirn a.hgeramente dadaísta. Hacía varios minu-
tos ya que en mi guión había sonado el timbre, así que le hice
decir "¡Adelanre!" al personaje que esraba adentro. Acto seguido
un chico de unos once años salró el tapial desde la casa vecina
hacia el jard ín, agerró la pelota, S€ la puso debajo de un brazo y
86 r Era e[ cielo
de pronto se encontró con que volver no era lo mismo que venir.
El tapial no eremuy alto, unos dos metros, no más, pero el chico
no hab ía calculado que fuera lo que fuese aquello en lo que se
había apoyado del lado de su casa pensaltarlo -una mesa, una
escaler ^- no est aríe mmbién de este lado. Dio una vuelta porel jardín buscando algo a qué subirsg inrentó con la reposera,
que no le elctnzó, arcojó la pelota hacia su cas a y gritó hacia
allí que no podía volver. Escaba ñrepado. Apoyó una mano en
la pared, mirando hacia arriba, como si estudiara la posibilidadde adherirse ("tt adelanrcyeno podríafantasear con el Hombre
Araria) y "^pezó
a llorar. Desde la casa vecina llegaron las risas
de otros chicos. Me levant é y saLí. Al verme abrió más la boca
que los ojos. Le hice un gesto indicándole que se acer c^re y loacomp ené hasta la puerta de calle. Creíe que me había ido de
víaje.Le dije que no, que evidentemente escaba ahí. Me dUo que
su mamá había dicho que Vera y yo estábamos de viaje. Le dU.
que su mamá estaba equivocada. Asintió en silencio, después
me dio las gracias y corrió hasta su casa. Esperé a que entrara.
Anres de entrar a, Ia, mía eché un vistazo e un lado y a otro.
Todavía antes de entrar pisé la caca de un perro, fui hasta el cor-
dón de la vereda, rrl€ limpié lo mejor que pude, saqué del bolsi-
llo del pauralón una hoja de papel doblada en seis (Ia egenda de
esa semana), chequeé el día y I^ hora de la próxima reunión de
autores, alguien que pasó en bicicleta y e quien nunca había
visto me saludó con la mano, una brisa fríe me crajo a la mente
una mañana con Julián y Diana en la cama (los tres recién des-
piertos, las tres cebezas juntas) leyend o Las aventuras de Tintín,
sonó mi celular, acendí , ere la secrecaria de Boas, dije que sí, dije
dos veces que sí, corté, cerréIepuerta con llave y paré un taxi.
Sabía qué era lo que Boas iba a decirme y con qué ánimo volve-
ría yo y entrería por fin a casa.
Serglo Blzzlo t tr7
Todav ía. entes de entrar fui a mi cas a"original" a busc lr '-Julián'
Fui inmediararnenre después de la reunión con Boas. Aun así era
rarde. Diana me duo que había pensado que ya no íríe. Me dis-
culpé y L"dU. que había tenido una reunión importante y que de
hecho acababa de quedarrne sin rrabajo, Ella hízo una Pausa y
desvió 1a visra, apenas unos cenrímetros, la disrancia suficiente
p^reasimilar la noricia. Después me inviró a pasar. Teníainvita-
dos. Julián jugaba en su cuarro con los hijos de uno de ellos. Los
invirados se sorprendieron de verme. En una époce también
habían sido amigos míos, pero no habíamos vuelro e. vernos
desde que Diana Y Yo nos seParamos'
La mesa esraba puesra para cinco. Diana tgreg' un plato. La
úldma chispa de una fogeta,de malhumor rcrbabe de apaglrse
(¿cómo .r, posible que Vera le hubiera dejedo "su" progrlma a le
japonesa cuando sabía que mi economía andaba en la cuerda
flojai). Enseguida me send cómodo y ^ gttsto' Era un grupo de
lo más heterogéneo y e la vez comPacto' quízi Porque no se
esforzaban po; resurrar menos inreligentes ni más graciosos de
lo que .r"rr. Cuando Diana trajo un plato Para mí lo hizo sin
preguntarrne nada, y cuando yo amenacé con decir que me iba'
gue me había gusrado verlos y saludarlos Pero que no rne queda-
úa. a, cen'tme hizo un gesro increíblemente impúdico (*t trató
como a una mujer, pero como a una mujer arruin edapor la cul-
, rura, con los párp"áo, violetas y un pañuelo de gasa rosa al cue-
l[o, una de esas mujeres que no pueden acabar si antes no llegan
al orgasmo) que agredecí duranre las dos horas que pasé con
ellos: nadie habló de cine, ni de relevisión, ni de productoras,
nadie barajó ambiciones, ni rraficó o escamoteó contactos' ni
tl¡"nz"r, ,ri camarillas, ni poderes, ni se urdieron hiscorias sobre
I38 r Era et c ie Lo
el fondo rabioso de lo que aspira únicamenre al reconocimienroy I^ recaudación.
Después de comer y entes del posrre subí a salud er ^Julián(ilo había olvidadol). Estaba sencado en el suelo con sus amigos,
los cres serios y callados alrededor de un monrón dejugueres conlos que de Pronto parecían no saber qué hacer. Le drje que iba avolver a buscarlo mañan a,Iedi un beso y bajécon ganas de que-darme hasra el final y con la inrención de irme lo más rápidoposible' Pero algo había cambiado duranre mi ausencia. Ahoraestaban todos serios. Sus rniradas se paseaban por la casa comoreflectores Por un Presidior uno miraba al suelo, orro al cecho,otro a la pared. Esther ere la única que no miraba e ningunaParte: mante nía los ojos cerrados y Diana le acariciaba una manosobre la mesa, mientras Daniel, el marido de Esther, un ex nada-dor olímpico dedicado al culcivo induscrial de flores, se ponía elsaco, egerreba sus cigarrillos, los guardaba en el saco, buscaba enel saco las llaves del auto, las enconrraba sobre la mesa (el sacoera central en ese motnento de su vida,pero mantuvo las llavesen la mano) f, con un cono de vozmarcial, anunció que se iba.Me había escuchado decir lo mismo a mí aI bajar la"r."l.ra asíque se ofre ció a llevarm e, algo a lo que ye no me pude negar: unacosa ete ecePtar una cena de mi ex muj er y otra quedarme á. corl-solar a sus amigas. Saludé.
salimos. Diana me acomp anó hasca la pue rte. Le pregunréqué había pasado. Me duo que ye me lo con teríaDaniel y mePregunró si lne senría mejor, si estaba más rranquilo. Tuve quePensar Pete darme cuenta e qué se refería. Para ella eso fueuna buena señal: la había pasado bien. Sí, la había pasad.obien, Pero ahora cenía que irme. No sé quién drjo eso. .ilbníaque irmei ¿Quién dijo que cénía que irmei ¿Lo duo Dianar ¿Lodry. yo?
Serglo B¡zzlo r I39
En el,auto, duranre el vitje, Daniel me conró que Esrher lo
había engañado. Iba ^
pregunrarle cómo 1o sabía cuando se me
adelan tó y me pidió que no le pregunre cómo era que lo sabía.
No se lo pregunté,lepregunré si se había enterado recíén DUo
que sí. Mi próxima pregunta, forzosamente, debía ser cómo,
pero Daniel repirió que no le pregunte cómo, eso ya me lo diría
Diana. Le du. que Diana me había dicho que eso me lo diría éI,
y éIduo que no renía ninguna g n^de hablar de eso ahora. Le
pregunré si esraba seguro. Da'iel vaciló, pero no dijo palabra.
Así que no insiscí. Hicimos el resto del viaje en silencio. Me
dejó ., l" puerra de casa. Anres de bajx del auro le preguncé
si escaba bie n y duo que sí. Le di la mano. Le dije, por cortesía
-porque ere lo úlrimo que hubiera querido aunque me la
había hecho pasar ran bien-, {üe me llamara si necesitaba
hablar."voy l estar despierco cinco minutos más", le dU. en
rono de broma. Él h¡zo un chasquido con la lengua y arrancó
con la puerra abierra. Le cerró diez merros más adelante, sin
derene r :amarch t. En la una de la mañana. Me \tvé los dien-
res sin mirarme al espejo y me ciré vesrido en la cama. tnía
fuerzes de sobra p^redesvestirrne, lo que no ten íe etevoluntad.
cerrélos ojos y dormí un minuro. Me desperté porque algo me
molescaba. Me di cuenra de que ere Le Luz de la luna, que me
daba en la c,.ra.No, no puede ser, me du.. Me levant é, cerré las
cortinas, me quicé la ropa f, en lugar de meterme en la cama'
fui al living, me serví un whisky, me senré en un sillón y rne
quedé un buen raro a oscuras odiando la persecución de leluz
de la luna sobre mí. Era falsa, pero dos veces no me iba a hacer
Ievanrar. Mi vida et^ falsa, ¿cómo no iba a ser falsa esa luz?
;Falsa la luzi eué ridículo. Ridículo, pero cambién rremendo:
r+o r Era eL cieto
la sensación de lo falso cuando se impone a lo real, como unamujer petisa y chaca que impacta por la alru re y por las reras.
¿AIgo mási Sí: hasra mañarla.
Al día siguiente, pero siete años atrás (la vida real es así), sosru-ve eJulián en mis manos mienrras una enfermera lo lavaba. Endeterminado momento me di vuelra y miré por encima de unhombro: Diana me sonreía desde la came,con los ojos brillanresde emoción. "El bebé de mis sueñosj' Esraba agorada por elesfuerzo' Pero hasra su pal idez era feli z, Entonces un médico se
inrerpuso entre nosotros. Diana esciró una rnano f lo apartó . LaexPresión de su cereno había cambiado, su cab ezeni siquiera sehabía movido. Simplemente apartó al médico con la mano ysiguió mirándonos.
¿Qué hubiese Pasado si un dios injurioso f menos indiferenreque el que ruvimos le hubiera dicho que en unos años más iba airme f que le toca ríe retorcerse de dol or y sinsenrido? (¿.r, quémomento empezó e tener sentido haber nacido, para que unosienta el deseo de hacer naceri). Diana hubiera seguido sonrien-do. Tal vez no aPartería al médico con la mano, pero yo Ia veríasonreír cuando él se fuera.
-iPaPi... ! -me llamó Julián desde el jardín, salvándome de
ese enrresueño celesrg deshilvanado y ocioso.Fui.
Había un pájaro muerco entre unas flores. Esraba agusanad.o.
Julián lo había descubierco buscando "el nido de las mariposicxs",que eran cada vez más. Le dye que no lo cocara.
Fuimos al cine y cenemos afuera. (En el cine Julián dijo: "Megustaría venir con cinco chicos y di:ez padres e ver Cbucky, el
muneco maldito".) De vuelra en casa se durmió mirando dibujos
Serglo B¡zzlo r r4r
animados. Cambié de canal. El asesino del edificio había vuelto
a atec,.r, esra vezen los pisos L y 5 de un edificio al sur de la ciu-
dad. En e[ piso 5 había marado a rres personas. Frente ela cimt'
r^ y anre un micrófono, una mujer que vívía. en el piso 4 y q,te a[
hablar tensab a,y aflojaba las aleras de la nariz decíaque ele hora
de los asesinaros ella "sinrió" el rimbre y que no lleg ó a atencler
porque esraba en el baño. El asesino bajó orros dos pisos, llamó
" ,r. deparramenro en el piso 1 y cuando desde adentro lo aten-
dieron disparó cuarro veces e rravés de la puerta, hiriendo de
grweded. eun psicólogo en slip. se suponía que usaba un silen-
ciador, porque nadie había escuchado disparos.
siere años ttris, al día, siguiente (recién enronces) me di
cuenra de que et^ padre, un padre. Jutián había tenido una
complicación respiraroria y pasó varias horas en una incubado-
t^. Le habían puesro una camPana de vidrio en la cabeza,
dejando los bracitos afuer;- p^r^ que no se ^rrencara
las cánu-
[as, y lloraba, lloraba sin sonido, lloraba y yo no podía oírlo , t}i-
taba las maniros en el aire y no podía rocarlo... Durante los
meses siguientes estuve particularmenre atento l su respira'
ción. podía oírlo hasra dormido (cua'do yo dormía). Tenía
miedo de que se aho gera, que perdiera demasiado Peso o que
ruviera alguna enfermedad; cuando empezí ^ g^tear tuve
miedo de que pusiera un dedo en un enchufe, que se tragara un
encendedor, que se mer iere algo en el oído; cuando empez' l
caminar temí que se golpeara con la punta de una mesa' que
c^yer^ det balcón, i[ü€ se meriera en el lavarropasi cuando
empezó eiral colegio ruve miedo de que un exrraño [o robar','
q,r; lo abusara "t profesor de flaura... La lisre era infinit"#¡
k::**.i*{*:. :s*-4: r::*Y,'i:,'9r"IP.r-** i
Me "."J¿Xüi"¿. ili;;e" ;ti"g"i d. vera en la cama y lo
tbrrcécomo sólo yo podíe tbraztt\o,después de todo.
{
r+2 r Era et cieLo
El lunes llamé e mis conocidos en el mundo de la TV pereponerlos al tanto de que estaba'ton ganas de hacer algo". Hablécon Liinez y I" ProPuse una historia que no le gusró. Volví aIIe-marlo ela noche Y l" conté otra. Me dUo que necesir eba"masri-carlí'un Poco. Antes de corter lepregunré por el riburón y éI
Por Vera. Con cierta Iógica, se inceresó por mi respuesra muchomás de lo que yo me inreresé por la de ér.
A medianoch e, Ye lanzadas mis redes (con codas mis fuerzesaunque llo muy lejos de la costa), abrí el correo y vabajé hasralas dos dc la tnairatta en el nuevo capírulo de la novela d.e Vera.
Al día siguierlre nte encontré de pura casuali,iad con la japo-nesa en un resraurall[e. Se la veíe tan sola que por un momentoolvidé que fo también lo estaba. Nos engañábamos: los d.os espe-rábamos a alguien, aunque ese alguien fueran personas disrinras,Tomamos un vodka en una copica pensada p^re jerez y melevanté cuando llegó Boas, me levanré sin presentarlos, lo queemPezó a pesarme a medida que pasaba el riem po y se hac ía evi-dente que la persona que ella esperaba no ]legaría.
Fue en ese almue rzo cuando Boas me habló de Joan Bardem,un Produccor catalán de veintinueve años de edad, amigo sufo,que buscaba un guionista para una película. Boas había pensadoen mí. Le pregunré por qué. Boas alzó las cejas y a su vez me pre-guncó si había hecho mal. Después arendió un llamado. La japo-nesa había etnPezado a comer. Boas corró y me dijo que reníaque aPurarlne: ere una producción grande y el avispero de losguionistas debía estar ya basranre revuelro. Sacó del bolsillo inre-rior del saco una hoja impres e y me la enrregór la idea. Cincolíneas y media.Laleí mienrras él aren díaorro llamado. Era nad.a,
Pero codo es nada hasca que se escribe. Sin dejar de oír lo que
Serglo Bizzio I r+3
alguien le decía, al orro lado del teléfono Boas señaló la hoja
impresa con el menrón y me hizo un gesro de pregunta con la
rnano. Apreté los labios y asentí con Ia cabeza'
-¿Qu é te Perecei me dijo cuando cortó'
-Bien -le dU.-. ¿Y ahora qué tcndría que haceri
-Nada. Pensar. El dpo quiere un drarna. De todo lo demás
me en cergo yo. vos desarrollá eso en unas quince o veinte pigí'
nas y cuando lo rengas me avisás. No, vernos a hacer algo mejor.
Le hablo hoy mismo y L" digo que te inreresó y que Y^ est^s !fx-
bajando y lo dejo en contacto con vos. Ojo, te vendí muy bien,
tenés que uatbejer en serio. Hay mucha plara.
Le pregunté qué era lo que quería él'
-¡Nadal -duo, sorprendido por mi pregurltl Pero lejos de
ofenderse.
Me quedé en silencio, mirándolo. Mirándolo y creyéndole,
algo que debe haber norado. Enronces se sonrió, pesttñeó, Puso
las manos sobre la mesa, dejó c^er los hornbros y con u' totlo de
vozdisrinto, un tono bajo, como de alivio, dijo:
-Nunca ayudé a nadie.
En ese momenro llegó Belgrano, un viejo guionista largamen-
ce desempleado. Se sorprendió de encontrarme con Boas, Pero
Boas lo despachó sin vuelras, e incluso con un gesto de [a mano
en líne e recta. Belgrano fue a sentarse con la japonesa'
-A mí ru inteligencia me da lástim" -duo
Boas con su par-
ticular sintaxis, en este caso una bonita contracción de sentido-'
Siempre rne pareció que vos tenías que estar en otro lado'
(,,puede ser una rramp i', medu..) Mirá esos dos __eiiedió seña-
lando a Belgrano y \^japonesa-: dan la vida Por esto, Pero no la
d,an de apasionados, la dan de comPulsivos' No pueden hacer
orra cosa, ni siquiera pueden diverrirse. Yo hice toda la vida lo
mismo, pero yo por lo menos mando. vos tenés talento, sos culto
==
=]:
r+4 r Era e[ cielo
y estás en el lugar equivocado: acá esas cosas no se aprecian. Yocon el veinticinco Por ciento de tu mlento sería Suar. Aci esa
medida es un techo. De ahí pereabajo esrá rodo bien. De ahí peruarriba sobrás, rebotás. ¿No pensaste en poner[e e escribir unlibrol ví la cebeza sobre un hombro ), sobre el orro. Boashízo una Pausa-. Es todo basura
-murmuró después. Enrr ela
Pregunta Por el libro Y el resultado de la pausa ("es rodo basura")traté de imaginar los ingredientes del cócrel que lo hab ía arcasrrá.-
do e" esra crisis; no enconr ré nade (¡después de rodo apenas loconocía, aunque él qeyereconocerme a míl) pero seguramente enla mezcla había un buen fracaso comercial y hasra unas .reyedu-ras de Osho. Tenía cere de haber dormido poco. Después supeque la noche anterior hab ía partrcipado en Moncevideo, LJr uguey,de la tercera edición de un encuenrro muldnacional d.e operado-res de televisión, programadores, canales de Tv pega y TvAbierta, emPresas enfocadas en el área sareliral y la relefon í^ ygremio s Y egrupaciones del sector, f que había bebido y charlad.oanimadamente con representantes (ejecurivos, tesoreros) de laOrgan ización de Asociaciones f Empresas de Televisión Paga deIberoa méríca, de la Come rcializadora de Programación pe,aTelevisión, de la Asociación Argentina de Televisión, de RedIntercable, de la Asociación Nacional de Broadcascers Chilenos,de Agremiaciones Televisivas Paragu eyes, de Pirineos TV deCadenas Públicas de Información Europea en Améri ca Latrna,de la Asociación Interamericana de Televisión del S*r, en unclima o marco de ctiversidad y enriquecimienro del que unashoras despué s, yeen el vuelo de regreso, no quedaba más que ellogo de los Patrocinadores del encuentro. Probablemence nopudo conciliar el sueño. Se levantó, encendió su compu tadora y(¿quién no estaba al tanco de su adicción alaporno grafia?) visirópáginas de sexo duro, páginas que se llamaban "abuelas enculadas",
Sergio Bizzio I r45
"bisex teetl',"[luvia dorada', "dendo Y recibiendo",'tonsoladores' ' " ,l amateurs guarrd" 'defeque hentai", "ninfómanasvlvos , ene
pelUdas", "inCeStO", " Ofgíede enanas", "[UttO transexüal", "SeX ZOd' ,
"putiX animado"r " eyecllaCiOnes caserxS", "orgíaS biZertas inte ttl.'
ciales" y"coftítos de Zorrespelirrojas". Después me l[amó. Eran las
once de la mañana y quería alm orzet conmigo.
Boas se suicidó ese mismo día por la rardg pero Joan Bardem y
yo seguimos adelanre. A Berdem le había guscado mi desarrollo
de la hisrori e y leforma en que habíl delineado a los Personajes.
Me ofreció una pequeña fortune y me mrndó un contrato que
firmé a expensas de mi fobia a volar: una de las cláusulas decía
que el guionisca deberí a vi$tr r Españr en h etrPa de prePro-
ducción para hacerle a[ guión los ajuster que hicieran falta si el
productor así lo requería, En ese momento no me importó.
Trabajé desde las primeras horas de la mañana ha¡te lrs pri'
meras horas de la noche como un poseído y en mcnos de tres
semanas ruve una primera versión, pero no se la mandé hasta
díezdías después. El prejuicio con la velocidad es más fuerte que
con la lenrirud; nadie p^rece haberse puesto a pensar que aquel
a quien las cosas [e llevan mucho tiempo Puede estar, más que
dedicándose concienzudamente a[ asunto, €D alguna clase de
dificulrad. El riempo es un plus en favor del resulcado, una Pri-
mera garantra. Al menos a ojos del que Pone la plata. "Que te
cueste si me cuesta" es la ecuación. ("Después vemos qué salió".)
Así que mientras esperaba prudentemente a que Pesaran esos
días, imaginé las objeciones de Bardem, para lo cual tuve que
mererme en su cab ez^,palpar el interior de la ctbezede un des-
conocido (terreno pegajoso, olor a quemado, Penumbra), y me
puse a rrabajer en la segunda versión; menos una forma de ganar
146 r Era eL cieLo
ciempo que de hacer lo que me gustaba: discucir solo , pelear solo,
soñar solo. Y sólo escribir.
Una tarde vino Nudler. Apa reció de pronco, sin llamar, sinavisar, fiel a su ningún estilo, con un libro de Georg Groddeck en
la mano, las Conferencias que este había pronunciado en su sana-
rorio de Baden-Baden enrre 1916 y L9LT.
-Tomá,lo encontré enel taxi
-dU" apoyándome el libro de
canto en el pecho-. Se me acercí un tipo recién cuan do bejé yme Preguntó si vos seguías viviendo acá. Ni buenas rardes duo."¿No ves que sí, que lo verrgo a vis iter?",Ie dije yo.
-¿Tenía un saco a cuadrosi
-No -dU" Nudler después de pensarlo, como si un saco acuadros fuera algo dificil de recordar.
Salí e ver si el tipo seguía por ahí y cuando volví encon cré a
Nudler sentado en mi sillón. Me dU" que la casa era linda. LedU. que no lo esperaba. Me dUo que T?ini, sorpresivamenrg lohabía querido marar.
-En serio -dUo -t matar en serio.
Se hac ía de noche. . .
-Te vine e ver Porque me percce que podrías hablar con é1.
- fr.f6.
Hice un llamado. Tiini confirmó la versión de Nudler. Y es
más, dijo, necesito, cteo, mediceción, un psiquiatre."Hece unahora que no paro de llorar", duo. Dios mío, me dij". corré y I"dU. a Nudler que se calmere, que fuera a dar una vuelta, que se
tomare un vino, que yo renía que nabajar.Nudler desprendió los tres botones de la camisera negra que
llevaba Puesta , hizo una rorsión y sacó un hombro al aire: teníaun tejo, un tajo sin sangre, uD raspón de cinco centímerros delargo. Él t"mbién se lo miró. Después volvió a guardarlo, se abo-tonó la camiseca y dyo:
Sergio Bizzto r r+7
-.T" das cuentai
Cuando sacó el hombro hubo un relámpago. Cuando me Pre'guntó si me daba cuenca empezó e llover. El viento apoy6 la
palma de su mano en la puerca que daba aIe galeríeyL^ puerta
se abrió; también se abrió el libro de Groddeck sobre la mesa.
Las pigines pasaron a toda velocidad.
Le dr.¡e que a lo mejor había llegado la hora de que no se vie-
ran más. Me dUo que él pensaba lo mismo . Le dU. que enfon-
c€s... Me preguntó si tenía algo Para tomar, algo fuertg y si no
pensab e ceff^r la puerra. Esto último lo dr.¡o cerrando el libro de
Groddeck y aplastando la tapa con un dedo.
Yo hice un largo silencio.
Después me Levanté y cerré la puertx. Me eti cuenra de que
estaba sentado cuando me levanté, y que había cerrado la puer-
ra cuando él quicó el dedo de encima del libro. Se eclró co¡rtra el
respaldo del sillón, con las nranos enlazades detrás de la truca, ftosió dos o tres veces con la boca abierta.
-La verdad estoy hecho pelota -duo-. Nunca pensé
que íbamos a lleger e este punto. Yo le pego una pacada en el
culo y éI me cleve un cuchillo en un hombro: no h^Y ProPor-ción. Me fui pere evitar un desastre, creeme. Si me hubiera
quedado, ahora no estaría eci. Yo no estaría acá' y Trini no
esraría en ninguna otra parte -dljo, y se besó mentalmente
los ded.os en cruz.
Esa noche no pude echarlo. Se quedó a dormir. Llovíe,I\ovía
mucho. Escaba lejos de su casa, pero no esgrimió ese r^zón: dUo
que renía miedo de pasar por lo de tini, no miedo a agarrarlo
del cuello sino miedo a no soltarlo después. Desequilibrado, esa
es la palabra que usó. El y Tiini. Estaban desequilibrados los
dos, Dijo:
-¿Me podré cirar en algún rincónl
;irilt,;
r+8 r Era e[ cieto
Le escribí aYere contándole que Nudler estaba en casa y me
resPondió con dos signos: un signo de pregunra seguido de un
signo de admiración.
Esa noche esperé a que Nudler se durmi en y después esperé
que roncara, gritara, tosi ere, escupi en y que sus pulmones silba-
ran y sus extremidades inferiores temblaran y voltearan algo,
pero no sucedió nada de eso; fui hasta el living en punras de pie:
Nudler dormía en el soFá, inmóvil y mudo como una rumba.
Empezó a sonar mi celular. Nudler ni mosqueó. Mi ré eI display:
era Trini. Instinrivamence no arendí. Era la hora del instinro.Un momento después empe zó e sonar el celéfono de línea. O
a lo mejor fue eI revés, sonó primero el teléfono de línea y des-
pués el celular. Trini tretebe de entrar por algún lado. Anres de
que cortare reeccioné, salré sobre el teléfono f le dije en vozbaja
Pero enérgicamente que sacara a Nudler de mi casa. Del orrolado se hizo un silencio y después la comunicación se inrerrurrr-
pió. A lo mejor no era T?ini.
Al día siguience salí temprarlo. Nudler dormía; ahora sí roo-caba, y hasra tenía espuma en la boca.LIevé aJulián al colegio.
-¿Ibdos los humanos que h^y ahora en el mundo van e
moriri -me preguntó.
Desayuné en el bar de una estación de servicio y escribí un
diálogo en la parce áspera de una hoja que me dio una emplea-
da. Cuando levanté la vista vi pasar e Inés Monres; que había
estado casada con un amigo de Diana, un escritor de apellidoFroind que había muerto unos años atrás y cuy^obra, cinco \er-gas novelas publicadas y dos definitivamenre inédiras, había
desaparecido anres que él; su obra desapa recíe a medida que era-
e,Citadá. Recuerdo mi con gojepor la forma en que ereignorado,
Por el vací o y la cond.escendencia a su alrededor. Yo había leído
sus dos primeras novelas (tri siquier e yo las había leído rodas,
Sergio Bizzio I r+9
probablemente ni siquiera Inés) y no era malo, todo lo contrario,
era un buen escritor; el problema era que lo hacía todo demasia-
do bien. Con un poco menos hubiera sido ml vez un escritor
comercialmente exitoso; con un poco más, hubiera escrito algo
imporranre o de valor. Ese equilibrio lo volvía inocuo, epigonal; lo
anulaba. No era Svevo en relación con Joyce. Froind producía e[
efecro de un hUo que mira a su padre y piensa que lo que el padre
ruvo que lograr mediante la lucha, él lo obriene de su rnano.
Tiabajaba sin descubrir, corno un espejó en el que nadie se
rnira. Cuando murió er;. todevía joven: tenía cuarenr^ Y cinco
años.
Anres de morir le dUo a Inés: " Escribf un promedio de 5 horas
diarias duranre 30 años. Eso dr un total de 55.000 horas, sin
contar el tiempo que pasé leyendo. No vivf, nri emor. No viví",
Nudler esraba masturbándose de pie en medio del living cülrl-
do llegué.
He visro ^
una chica de quince años quitándose el ojo de
vidrio en una pisca de esquí, he visto une mariposa Parada sobre
una mosca muerta, he visto al botó n y alvelcro darse la mano, he
visto a un hombr e negro, vestido de negro, con un bastón negro,
con anceojos negros, bejar de un auto negro a, plenaluz del día,
he visco e Kubrick rascándose un huevo en una esquina de
Hampsread, a metros de la casa de Keats, he visto a un ciego
manoseando ele Lolita de Nabokov con la yema de los dedos, en
una edición preciosa; si rengo tiempo f una oportunidad ct| vez
un día vea rayos gamma sobre el hombro de Orión. Pero ver ^
Nudler masturbándose en mi casa era sencillamente dernasiado.
-itenés pensado dónde vas e acabari -le Pregunté de
Prontoo
ryo r Era eL cieLo
Nudler ni se inmutó, como si habirualmenre se masrurbara en
casa de otro y fuera habirualmenre sorprendido. Se levanró el
pantalón, se ajuscó el cinturón con cierta violenc i^ y,por rodaresPuesfa, me alc anzó una hoja de papel de cuaderno en la queél mismo había escrito: "Papí, te devuelvo lo único que re debo".
-Bah -dUo con despre6i6-, después de rodo es una idea
de Dalí.
-¿De quiéni
-Del boludo de Dalí.
-¿Dalí boludoi
-dU..-Era un gcnio.
-¿Era un genio f le decís boludoi
-'[bdos los genios son rnedio boludos.Después de este diálogo (pleno de misrer io y a Ie vez plano)
volví a pedirle que se fuera.LedU. que necesiraba esrar solo per^vabajar. Pero alguien que ha dado una muescra ran grande deinvasividad como él no iba a tomarse jamás en serio un pedidocomo el mío. Abrió las palmas de sus manos quemadas (recien-temente frotadas) y juró que no molest aríe. Me encerré en elescritorio, transcribí a mi archivo el diálogo que había escrico esa
mañana en la escación de servicio y segu í adelanre con lo demás.Un Par de horas después vino a pedirme un cigarrillo. Le dije
que no tenía y I" Pregunté si no que ría ír a buscar. Acepró. Lodejé salir, cerré la pue rte y ra no volví a abrirle.
Tocó el cirrrbre largo raco. Después llamó por reléfono. Noatendí. Cuando se acrivó el contescador aurom ítico, Nudlerempezí e d.ecir en vozbaja, con rono de complicidad:
-Che... -Pause_. Che.,, -pausa-, Da\e, che...
-Pausa-. Che, a[endé... -pausa
larga-. Che, ¿me oísiCaí en la cuenra de que no tenía amigos (yo no renía amigos).
Los había perdido, hab ía dejado de verlos, de llamarlos, d.e inre-
Sergio Bizzlo r t5r
resarme por ellos. ¿Cómo era posible que un energúmeno como
Nudler esruviera rogándome que le abri ere? Conocía e muchísi-
ma genre en los circos más variados de la comedia humana, Pero
no eran amigos. Podía decir que "etetl,'Pero no que eran'
Mis verdaderos amigos escaban en la infancia, donde Y^ no
esrábamos ni e[os ni yo. Nos rnirábamos con descon fr'enze cada
vezque nos encontrábamos, pero no desconfiando uno del otro
sino sólo de uno mismo, incómodos en la confrontación con el
que ya no éramos, como si algo terrible hubiera ocurrido de un
día peael otro. Algunas arnistades se habían deslizado hasta la
adolescencia; dos de e[os habían sido asesitrados Por la dictadu-
ra mili ar y un rercero se había ido a Brasil, de donde no había
vuelro rnás. A parrir de entonces tuve atnistrdes fugaces que ter'
minaron en rraiciones, decepciones o alejarnientos rcPenrinos,
aparenremenre inmorivados. Después vinierotr las etnistadcs
laborales (los compañeros de trabrjo) y por últirrro los rmigos de
Diana y los amigos de Vera. Me llevé siempre muy bien con los
amigos de Diana, hasra que Diana y yo nos separamos. Entonces
ellos y yo dejamos de vernos. Al principio cruzábamos de canro
en ranro algún llamado, pero todo era forzedo y vacuo sin Diana
como nexo, además de mi sospecha de que cualquier cosa since-
ra o cualquier confidencia que yo hici era, círcularía y sería cotrl€o-
rada en grupo, y senría alivio al cortar. Los amigos de Ver ^
eran
mucho más jóvenes que yo y no ruve nunca ningún problema con
ellos, ni ellos conmi go;Laverdad es que no es muy dificil ser aceP-
rado por los jóvenes. Deresran la infacuacién (h"y que adoptar sin
impos ter, parecen deci r) y se cagan en la experiencia. ¡Y lo bien
que hacen! pero, aunque me gustaba que me hicieran conocer
música nueva, por ejemplo, no llegaba a interesarme Por las cosas
con las que soñaban mientras la oían. Así que los evicaba.
Mientras Nudler. .. ahora, míentras Nudler dejaba su rnensaje en
r5z r Era et clelo
el contesrado r, ceí en la cuenta de que hacía décadas que no renía
un solo amigo verdadero, que hecíadécadas que había dejado de
PreocuParme Por la amiscad, y que deberían pas er décadas anres
de que fuera c^pez de reconocer que eso me dolía y levantara el
reléfon o y le dijera al monsrruo que me dej e::. en pez.
Habíamos ido e almorz er e uno
pronto Julián dijo:
-¡Mamá!
de los bares sobre el río y d"
En la mesa de al lado un hombre sosren ía el diario abierro
frenre a su cere en la págína de *rás había una foro de Diana.
Julián me pregunró si mamá esraba lejos.
-No, esrá en casa -le dij".
Cuando el hombre dejó el diario le pregunré si me lo presra-ba un momenco. Di vuelta las páginas buscando la foro de
Diana. Era un report ^j".
Empecé ^
leerlo. Julián se b"Jó de lasilla dio media vuelra ale mesa y me abrazí por derrás.
-Me gusra que esrén cerca -düo.
Bardem estaba muf satisfecho con la prim ereversión y yoconmis "anticipaciones" e sus comentarios: había acertado en un
Porcen caje basranre alto. Y si antes había dejado que pasaranunos días antes de mandarle la primera versión, esta vez hiceaPenas unos cambios y reajustes y le mandé la segunda versióninmediatamente. Bardem estaba sorprendido. Iba a leerl o y mediría qué opinaba. Ahora, de pronto , er^yo quien renía que espe-
rarlo a é1.
Llamé Por reléfono a Diana. ¿A quién pod.ía llamar si noi Esraba
contenüo. Acendió la mucama. Me dij" que Diana había salido.
Serglo Blzzlo r r53
Eran las nueve de la noche. Me etreví a preguntarle con quién.
-Con un señor, señor -dijo
ella.
-¿Y Juliáni
-Acáestá. ¿Quiere hablar con él?
Julián rardó un buen raro en atender. Estaba apurado y moles-
ro. Me pregunró por qué lo llamaba siempre por teléfono. Le dU"
que lo llamaba porque me gusraba hablar con é1. Me düo que e
A no le gustaba hablar conmigo cuando estaba mirando los
dibujicos. Que no lo llamara cuando miraba los dibujitos. Me
dUo que ahora, Por culpa mía, se había perdido lo mejor'
Al día siguienre me encontré con Diana. Yo mismo me sorPren-
dí at decir lo que dlje,pero ella asintió como si hubiera estado
esperándolo desde hacía mucho, mucho demPo.
-Tengo que erreSar algunas cosas -dijo'
Entendí a qué se refe ría'.
Diana riene ojos marrones. En realidad el color de sus ojos osci-
la (se mueve) enrre el guinda brillante y eL cerezo, también bri-
llante. Al arardecer es el color de un scotch. Por la mañana, de
acuerdo con la\uzmás que el ánimo, sus ojos re hacen pensar en
lo que tocamos, o en lo que podemos tocar, o en lo que nos toca'
Cualquiera que se haya perdido en la naturaleza de los ojos de
Diana riene que aprovechar la noch. y guiarse Por las estrellas.
Saldrá. Es una manera de decirlo, por supuesto. Pero aun cu2.r1-
do sus ojos indican rodeos espiralados y senderos sin comienzo
ni fin, inspiran confi ^nz^.
Confia nze y generosidad. En los ojos
de Diana codo salta, asorna, se deja ver. Un breve vistazo a sus
ojos elcanz p^r^saber que lo dará todo por uno. En los ojos de
15+ r Era eL cieLo
Diana se lee como en un libro abierto. Ella misma sosriene el
libro. Si está enojada, o angustiade, o ansiosa, sus ojos son como
los ojos de los gatos del poema de Picabia cuando miran a unpijaro: piensan. Y a Ia inversa, si uno dice una palabra de más
(tres palabras de más, en realidad) sus ojos son como los ojos de
los pájaros que miran a los gatosr dudan. Si re desea o re deres-
te sus ojos consiguen que adviertas hasta Ia menor de las
microscopías: los despla zamiencos de air:e anre cedeparpadeo,
Por ejernplo. A veces en sus ojos se ve más eILi, e veces más
adenrro. Si está feliz sus ojos te siguen. Si esrá más feliz, re
acompañan.
En la oscuridad (una rodaja plana y circular de oscuridad, comol,e fe:.a de una materia sin bordes) ui una pequeña piedra lumi-nosa que giraba acercándose. Se acercó lentamente, siempre
girando, hasra que pude verla bien. Era un diamanre. No mecegó, lo ocupó todo pero no me cegó. En su inrerior había ungauchito sencado a una mesa de ma dere cIara, con un láp iz enlamano. El gauchito escribía directamente en la mad ere.Adelanréla care y alcancé a leer: " Esos días con vos se recortan del restode rni vida con la tonalidad de lo ideal: si algu ne vez ruviera ladesgracia de estar a punro de ahogarme, en la película compleradesde mi nacirnienco, esos días (q"é pocos fueron, ¿noi) se des-
tacarían en la oscuridad con tal suficiencia que yo, encre las olas,
sonrei ría, en vez de luchar". Apenas rerminé de leer, el diamá.rl-te se alejó llevándose al gauchito enamorado a coda velocidad.Yo entendía que ere un sue no y que el mens"J. no esraba dirigi-do a tní, Pero que estaría autorizado a descifrarlo o a incerpre-carlo si despertaba en ese instante. Tod evíedenrro del sueño, medesperté. Pero había olvidado el rexto del geuchiro y por más
rill
Sergio Btzzlo ' t55
que inrent é rccordarlo no pude. Enronces desperté de verdad y
lo reco rdé todo, palabre Por palabra'
Pero esta vez ahí estaba Vera'
Recién llegaba. Tenía un saco doblado sobre un brazo y me
había apoyado una mano en un talón, como si estuviere a punto
de echarse encima de mí. Sonreía'
Me ebraz6.
-Hola -dijo.Lo dUo en un susurro, rozándome la mejilla con los labios.
Después a;z|la cer^ y me rniró; hacía mucho riempo que no
nos veíamos y lo senrí: senrí que hacía r'ucho tiempo que no nos
veíatnos.
Al día siguiente (pero colno desde rrrás allá del día siguiente)
le drje que había habrado con Diana y quc iba a volvcr con ella'
vera apartó la visra, gir6 la cabeze lenrattlcntc Y tne ¡rrcgu'tó
qué había pasado. Traré de explicárselo cuatrdo volvitl a tttirar'
nle. La explicación fue también Para mí.
se le llenaron los ojos de lágrimas. Después, como si y^ no
quisiera rocar lo que d,ecíadejó ceer [a mano con la que hasca ese
momenro se había pell ízctdo los labios y duo con una voz ePe'
nas audible:
-No puedo creer qge no me quieras" '
Le dr.¡e que no 1o cree. No la quería menos que ances' Pero
todo 1o demás hab íe cembiado'
Ese mismo día me fui'
UI
I
Te rce ra Pa rte
\lilT'
t0
El Dr. Comas dedicó el segundo encuentro casi enterarnente a
concarme por qué podía confiar en un avión. Habló de la cabina,
de los pilotos, d. la alticud, de las rurbulencias , d" las tormentas,
del despegue y del descenso. El daco rnás importante, Pere mí,
fue que un avión es doble, y en parte triple, Es decir: los sistemas
más imporrances -electrónicos,
hidráulicos y neumáticos-
esrán dispuesros en zonas independientes y son sustiruibles: en
caso de que falle uno, puede actuar orro. Las dos manitos de rni
mente se pusieron a aplaud,ir.
¿Esraba romando el psicotrópicoi Sí, todavía tlo sentía nada.
tanquilo. Finalmente me puso el casco del simulador de vuelo
y 'despe gvé" , pero l,e imagen estaba demasiado pixelada, con
pixeles del camaño de una cajade fosforos, así que el efecto, cual-
quiera de los efectos esperados, fue nulo. En pleno vuelo, para
colmo, el Dr. Comas atendió un llamado, probablemente d.e su
esposa ('Queri di' , le decía, aunque podía decirle querida ^ su
hU", a su amant€, o a las tres) y, rnientras yo hac íe fuerzas P^te
imaginar que estaba a áíez rnil metros de alrura, hablaron de la
ubicación de unas macetas con unas plantas que habían encerg 'do y que por lo visto acababan de llegar. El Dr. Comas parecía
molesco por la interrupción. Despachó el asunto lo más rápido
que pudo, después me quitó el casco, me dio unas págines foto-
copiadas con instrucciones pere unos ejercicios de respiración,
160 ¡ Era et cielo
me dio también la mano y abú6la puerra del consulrorio dicien-do que me esperaba el jueves. Era martes.
En la sala de esp era alguien acababa de dejar un gran macerónde cemento con un ficus larguirucho y sedienro que daba laimpresión de estar examinando su nuevo hábirar mienrras lasecreraria del Dr. Comas, con el cuerpo en el pasillo y eI brazoen la sala de espera (sosteniendo la puerra abierra), les decía algosobre una factura o sobre una firma a las personas que habíantraído el macetón y que por lo visto iban en busca de orro. Elescensor emP ezó t bajer antes de que ella compl etar;- una frasglo que la puso de malhumor (ya lo esraba en realidad, sólo querhora te¡rfa un mocivo), así que cerró la puerra protesrando enrredienres; cuando le pregunté dónde quedaba el baño, rrr€ señaló a
mí (el baño estaba a mi espalda) con el mismo gesro auromáricocon el que me hubiera mandado matar si yo fuera judío y eIIanezi, ("Queride',le decíe eI Dr. Comas.)
Después de usar el baño pagué la sesión y salí al pasillo. Oí los
Pasos cortos y Pesados de los hombres cargando un macerón enel ascensor, tres pisos ebajo; un momento después el ascensor se
abrió frente e mí. Trúan otro ficus, rnucho más grande que elancerior. A uno de los hombres no lo había visto nunc a; eI orroera el tipo de cab eze rapada que había violado a Diarla.
Lo que sentí al reconocerlo fue tan intenso que no importa.Pero tuve que clavar las uñas en la pare d y encoger con fuerze elbrazo como un alpinista pere epefierme y dejarlos bajar. El ripode la cabeze rapada tenía puescas las mismas sandalias de cueroque aquell e vez. A pesar de que yo lo miraba fijo, no me miró; se
agachó Para egerrer el macetón por la base, lo alzó mienrras elotro tiraba hacia arriba del tronco del ficus y, callados, sin respi-teÍ, con una carrerita, lo entraron al consultorio.
-Por acá, por acá -les decía la secreraria.
Sergio Bizzlo I 16l
Subí al ascensor, cerré la puerte,bajé. Si el próximo paciente
del Dr. Comas hubiera llegado en ese momento y me hubiera
visro salir habría pensado que algo andaba mal con la medíc^'
ción, o que su propio miedo a volar no era nada después de todo.
Caminé rápido a un lado y ^otro,
sin alejarme del edificio, bus-
cando la camionera de un flete o de un vivero, en la que debía
figurar alguna dirección. El único vehículo en el que podían
haber cargado semejanres macetones er;- una Tiaffic (blanca)
estacionad.a a metros del edificio, pero en los costados no figura-
ba ninguna dirección. Paré un taxi.
-¿Adóndei -me pregunró el raxista después de quince Lat'
gos segundos de silencio.
-Erpero a alguis¡ -[e dije sin dcsPeger la vista de la Puer-
ta del edificio.
Enconces dos auros se rozaron a nuesrro ledo, Los dos iban
conducidos por mujeres de mediana edrd, vestidas de verde,
Inspeccionaron sus autos durance un momento y, mientrls una
se ponía el pelo derrás de las orejas para llevarse después las
manos eLa. cara,la otra se acercó al taxista y lo acusó de proVo-
car e[ roce, esracionado como esraba en doble mano. El taxista,
señalando con el pulgar por sobre un hombro, le dijo muy tran-
quilamenre que renía las bal izes puesras, x [o que la mujer res-
pondió con un insóliro -por la violencia del rono más que por
el lenguaje- "nle cago en las búizes". El raxisra sopló por la
nxíz con esa condescendencia entre falsa e impotente de la
obra vigíca, que se permite exPresiones de Poca monta' DU'
que enseguida volvía y me bajé.El tipo de la cabezt rapada esfa-
ba demorándose demasiado; cemí que hubiera salido en un
momenro de distracción mío, quízi durante el choque, así que
volví a enrrar al edificio, volví a subir, volví a encontrarme con la
puerra abierra del consukorio (.1 tipo de la c?;bezt rapada
16z^ r Era eL cieto
seguía ehí), volví abajar y volvía subir al caxi .Lemujer se habíaapartado e inrercambiaba con la orra los papeles del seguro,
Pero de canto en tanto miraba de reojo al caxisra, iluien a su vezse miraba en el espejito recrovisor, esrirándose un labio haciaadelante con dos dedos y doblándolo hacia afuera con una pre-sión del pulgar.
-¿Podés creer que me pegói
-¿Le pegói -rePecí
yo sin quitar la visra d.e la puerca deledificio.
-No nre lo esPeraba. Hasra ahí para mí venía rodo bastancebien, la cipa sacada , yo tranquilo. Me dr.l" una sarra d.e incon-gruencias que cualquiera se hubiera reído. Y yo me le cagué derisa en la care,lógico. Ahí la tipa sacó una mano f me la puso enel hocico. Sencí como una piedra en la boca y I" miré la mano:cenía un anillo, un anillo de rubí."Me corrasre, hlja de pur í',Iedij.."Bajique te corto bien', me dUo ella y mienrras ranro bailo-ceaba en Puntas de Pie con la guardia en alro. Bajé. Me ciró orramano Y I^ agarré de la muñec ay ledoblé elbrazo hasra que pusouna rodilla en el suelo. "No, la muñ eceoo, la muñ eceoo", grita-6e,"tengo que operar, soy cirujan o".Lesolté.'Mi huo se operamañan í',Ie dij.. Me preguncó adónde. Le drje dónde y me pre-guncó el apellido f cuando le dU. me dijo que lo operaba ella. Seme caferon las medias. La cipa se empezó e reír. Yo no sabíacómo disculparme, imagin ete. Mi hUo mañana esrá en susmanos. "Es que ciene una boquita, doccorl',le dr.¡e yo. Me duoque sí, 9ue escá un Poco tensa, QU€ la operación de mañana es laprimera que hace y que no me preocupe, que es una operaciónmuf sirnple...
La mujer se acercó a Ia vencanilla. Le dyo que se iba, que sal-dría bien, que codo saldría bien, que se quedara rranquilo.Después le dio la rnano.
Sergio Bizzio t 163
-Hasta mañana.
-Hasta maírana, doctora y disculpe el choque Pero...
-Usced no cuvo nada que ver, fue la estúpida aquella -dU"
la docrora señalando con el mentón al,e otra mujer, que acababa
de irse-. ¿Cómo está ese labioi
El raxi sta minimizó, como se dice en televisión, encogiendo un
hombr o y negando milimérricarnente con Ia cebeza,
-Tiene su cericter
-comentó después, mientras la doctora
se alejaba en su auto a todr velocidad-. Lo único que esPero es
que no se desquite con el nene -hizo una Paus ?-,No, los doc-
tores no son de hacer eso, que fo sePa -nueva Pausa-.Capaz
incluso que le pone más arención, ahora que nos peleamos.. -
-Orra pausa, esta vezacompañada de un chesquido con la len-
gua-. Ojalá no le haye estroPerdo la tnuttecl. . , '-' [,1 última
pausa fue la más lergu ye pensabr otra vez en el trabajo-.
ilardará mucho la personal
-No, ehí viene, es ese.
El de la cabe z^ repada subió e Ie Tiaffic por el lado del con-
ducror. El raxisca se había hecho a la idea de que el tipo viejaría
con nosotros, así que estuvimos a punto de perderlos: había un
espacio libre en la calle delante de la Traffic y salieron de pronto,
sin maniobrar.
-Sigámoslos -le dU.'
-¿Como en las películas?
-preguntó él con una sonrisita,
dándoIe errenque al motor.
En cierro sentido enyo el que manejaba. Preveiala dirección
qu.e iba a romar la taffic, me adelanraba aIe posibilidad de que
orro auro se ubicara entre nosotros y decidía la velocidad y el
cerrll por el que debíamos ir, intercalando mis órdenes en el
monólogo del taxista, un monólogo sin asunto: el zurnbido de
una voz. Estaba tan concentrado en la Traffic que mi sensación,
1::=::::::
il
t6+ . Era e[ cieLo
unos diez minutos después, cuando de pronro dejé de verla, fuela de un borramiento total de la ciudad. Y cuando la Traffic mila-grosamente reaPareció ante nosotros, reaparecieron también las
particularidades del ft^yecto, zonas abierras y rápidas, arbola-das, humeantes, con gente acónita que cruzaba a pie en cualquier
Parte Y zonas de emborellamientos que parecían un juego de
encasrre, de Pequeños avances y reacomodos que eran siemprerecibidos con ráfagas de bocina. Finalmenre la Traffic se deruvo.El Dr. Comas debía tener una buena rezónpara comprar plan-res en un lugar tan alejado del consulcorio; estábamos a rres cgá.-
dre¡ de lr Gcner tl Pag., Del otro lado, diez o doce cuad.ras rnásrllá, estaba rni casa.
El dpo de la cabeze rapada y su acompañanre enrraron a unvivero; iban riéndose. Despedí al conductor del raxi y los seguí.
Recuerdo ahora la expresión de mi cere reflejada en los venra-nales del vivero, que vi en aquel momen[o al ecercerme e laentrada y Por la que recién estuve a punto de escribir que vacilé("vacilé como si no rne conociera", estuve a punco d.e escribir).No fue así. Encré direccamenre, entré sin dudar.
Conozco un Ulises que maneja una lancha colecriva en el Delradel Tigre, un Funes hiscoriador f un Ismael que vende arrículosde pesca, Pero que el violador de la esposa de un hombre queregalaría su alma Por una obra lleve el nombre de uno de los per-sonajes más célebres de la liceratura universal me dejó perplejo:Fausco, el ripo de la cabe ze repada se llamaba Fausro.
-¡Fausto! -.luo una señora al otro lado del moscrador, lla-mándolo.
El tipo de la cabeza rapada se aparró del hombre con el quehabía viajado en la Tlaffic y se acercó al mosrrador, un rablón
Serglo Blzzlo ¡ 165
donde la señora revisaba un montoncito de papeles effvgedos.
Yo me había quedado cerca de [a entr ede, a unos diez pasos de
e\Lí,así que no alcancé a escuchar lo que dU" la señora, que P^re'
cíe molesra, o sobrepasada de rrabajo, p€ro a medida que fui
ecercándome enrendí que erel,a,duena del vivero y que Fausto, a
juzgar por Ia descortesía con que lo v^tó, no era un empleado
cualqu ierey que al vez, a. juzg r por la insolencia con que él le
respondió, era su huo.
Fausro egerr|el reléfono, discó un número, habló con alguien.
La señora guardó los papeles y fu. al encuentro de una pa;.eji'
ca de novios que zígztgueaba entre las plantas con una exPresión
ran grande de liviandad gue resultaban sospechosos; si en lugar
de estar en un vivero hubieran estado en un aeroPuerto habrían
sido inmediatamenre derenidos. El que había viajado en la Traffic
con Fausro llevaba bolsas de tierra por un pasillo lateral hacia un
patio en el fondo. A la derecha, muy cerc^ de mí, un hombre de
mediana ed"ad, vestido con ropa deportiva (el shorr le apretaba los
resrículos de ral forma que los bolsillos se abrían como orejas y el
logo de Nike parec ía, elguiño de un ojo), inspeccionaba un arbo-
liro de cincuenra cenrímerros de altura con flores rojas, unas flo-
res diminutas, temerosas e implosivas, como atrofiadas'
Fausro se acer c6 y Le preguntó en qué podía ayudarlo y, mien-
rras el hombre del short señalaba el arbolito, me miró, me miró
de reojo duranre medio segundo como mucho y tuve miedo, rlo
de él sino a que se diera cuenta de quién en yo, aunque eso ere
imposible porqu e erela prim ere vez que me veíe. Ahora entien-
do la causa de aquel remor: todavía no teníalamenor idea de lo
que iba e hacer. Y no quería ser descubierto antes de saberlo,
fuera 1o que fuese.
Tenso, ffi€ sequé la yerne de los dedos en las hojas de rres
especies diferen[es, como si esru viera.examinándolas, mientras el
ll
rc6 r Era eL cieto
hombre del short, definicivamente interesado en el arbolir o, ,,v..-riguaba cosas sobre la tierra y sob relaluz.El rono de las respu€S-tas del tipo de la cabeza rapada, seco, expedirivo, negaba no sólocualquier poesía sobre la nobleza de su acrividad (l* vocación
Por el cultivo, ercécera) sino que además rraslucía un desprecioinmenso por ella.
(A solas, al caminar, deb ía apartar asu paso los planrines conun pie.)
-p5¡á bien, lo llevo -dtl" por fin el hornbre del shorr.
Frusto cargó en un brazo la maceta de plásrico negro en la queel erbolico sobrevivíe con lo justo y caminó hasra el mosrrador.Le envolvió en un papel que engrampó con una abrochadora,convirriendo la tnaceta en un sobre (d. hecho, "sobre vivir" es"vivir en un sobre"), dio un golpe con un dedo en Iacajaregiscra-dora, guardó los billetes que le hab ía dado el hombre del shorr,dejó ceer unas monedas en la palma d.e su mano r esperó a queel hombre saliera Penvenir a mi encuenrro. Se reía por lo bajo.Lo mi té y me sonreí.
-Tenía un raJo rremendo en el panralón
-me dijo.
-¿El ripo que salió reciéni
Asinció con la cabe za. Ahora se reía abierramente.
-fv[s tuve que hacer el antipácico, Do podía aguanr ar lerisa.Una pizca de sim paúay terminaba a los golpes. Se le veía Ia rayade purlra a Punra. ¡Y lo contenro que salió con su plancira!
-Tb juro que no lo vi...
-Se le va e egrendar cuando se agache para merer la plancaen el aufo.
-Ahí se va a dar cuenta -le dU.-. Va a senrir el peluche
del asienro en el culo.
Se rió.
-¿En qué re ayudoi -me dijo.
Sergio Blzzlo r t6l
-No, €o nada, voy a llevar esta nomás -le
dU. señalando
con el mencón una yunta de flores de pétalos carnosos que se
abrían migicamente en la cima de un palito plagado de espinas.
-Ag*a y sol -dUo -,
mucha ^gu^
y mucho sol. Se muere
el' mes que viene. No la tires: vuelve.
Le hice un gesro con la cabeza, e\go así como un agradecí'
mienro: la información que acababa de darme no tenía ningún
sentido Para mí.
Ese díe, y eLorro díe,lo seguf, le primer e vez hasca un viejo pub
morado, donde se enconrró con emlgos, dos varones y una
mujeq, con los que tomó cervezt, ientado¡ e una mesa en la v€Il-
rana con caras de nada, hasra que ¡ubieron rl suto de uno de
ellos y se alejaron a roda vclocided, y la regurtda vez helta $u
casa, un edificio de los aíros 60, de cinco piros. [Jn minuto des'
pués levantó la persiana del segundo piso, salió el balcó¡r, tiró
un cigarrillo a,Iacalle y volvió a entrar. Vivía con su madre,'le
mujer del vivero, que llegó una hora más tarde. Eran las nueve
de la noche.
Me fui.
Cené con Julián y con Diana. (Julián dijo que los platos vola-
dores son los aviones.) Lo llevé a su cama y L" Ieí Moc y Poc, d.
Luis María Pescerri, nuestro autor favorito. Trab a1é en el guión
hasca las dos de la mañana. Cuando entré al cuarco, Diana tpagó
Ie\uz. Me desvesrí resoplando y crujiendo, como si no me fun-
cionaran las articulaciones, I me metí en la cama. Diana me dio
la espalda; al ebrezerla me sentí de nuevo flexible. un minuco
después le pregunré si estaba bien.
-Sí -dU" -. ¿Por qué?
-Te no¡o rate.
168 r Era et cieLo
Giró hacia mí sin soltarse de mis brazos f me miró en la oscu-ridad.
-Yo también te noto raro a vos.
-Debemos estar raros, en[onces,
Me sonreí.
Ella no.
Cerramos los ojos, ajustamos el abrazo y duranre un buen rarofui consciente de que seguía despie rte y de que a su vez ella ereconsciente de que rambién fo seguía despierro.
Algun l vez, durmiendo con Yera, soñé con Diana. Esa nochesoíré con Vera. Soñé que Vera giraba sobre un pie; se reíe comosi bailara Pero no era un baile sino exectemente un giro, un girocontinuo y a distintas velocidades, a veces muy despacio, como sijugata con la idea de perder el equilibrio, y e veces ran rápido quesus rasgos se borraban.
Al día siguientg después de mi sesión con el Dr. Comas, volví alvivero cuando cerraba. Fausco subió al mismo auro al que habíasubido un Par de días atrás y, como aquelle vez, el auro (sin dudala prolongación ené rgica de un idiota sin carácrer) volvió a ale-jarse a toda velocidad.
El viernes lo esperé en un taxi. Esta vreztcomo si se trarara d.e
un juego, Fausro salió del vivero con su madre y emp ezeron e
camin et e Paso lento por la vereda; ella iba romada de su brazo.Bajé d.el taxi y los seguí por la vereda opuesra.
La madre iba diciéndole algo, se diri gía a él con gesros vehe-mentes de la mano libre y éI asentía con la cabe za.Iba mirandoal suelo, Pero daba la impresión de estar pensando en orra cosa
más que de escucharl a; de ranro en ranro levanraba la visra y I^fijaba en alguna chica que pasaba, o en una vidriera.
Sergio Bizzio r 169
El monólogo de la madre se prolongó durante dos cuadras,
hasra que llegaron a una helade ría.. Allí se soltó del brezo de su
hUo y entró a comprar un helado mientras que él se quedó efue'
ra mirando a La gente que iba y veníe, un flujo constante a esa
hora de la terde, que enseguida pareció molestarlo; con las
manos en los bolsillos caminó hasta el cordón de la veteda,
^p^rt^ndose. :Hrízo un llamado con su celular, un llamado muy
breve que lo animó, rras e[ cual hizo orro, con el que emPezó e
reírse. Hablaba ran alto -no el volumen en realidad sino el bri-
llo de Lavoz-que desde h vereda dc enfrente yo podía cePta.r'
1o con toda nitidez, aunque no etlrendiera nada de 1o que
d,ecíe. seguía hablando culndo ¡alió Éu rnadre (con la lengua
mante níe a. :rryluna monteñe de creml f con la cucharita Lt ?lta.'
caba), seguía hablando mienrras cruzrbrn la celle hacia la plaza
y siguió hablando hasta un buen reto despué¡ de que ;u rnadre
ocupara un banco a[ pie de una estatul que $e inclinaba hacia
ella con un traPo en la mano.
cuando por fin corró puso un pie sobre el banco, cruzó los
brtzos sobre la rodilla y se quedó un momento pensativo. La
mad.re le dr.¡o a!go, quízi\e pregunró con quién hablaba. Recién
enronces é1 reaccionó y se sentó a su lado. No me Pateció que
hubiera respondido ela,pregunte.Le madre volvió a habler Y e
medida que hablab e éI perecía más y más abatido, hasta que ella
le dio un golpe amisroso en una pierna con la palma de una
mano. Él l^ miró. Ella le dijo algo y éL se inclinó hacia adelante,
apoyó los codos en los musros y dejó ceer la cabeza,qtrese bam-
boleó suavemenre, sin neg ar, re\ajándose.
La madre desvió la vista hacia un niño que golpeaba el agua de
una fuente con un palo. Ten dríecinco o seis años. una chica v€s-
tida de mucama se mantenía cerce de éI,con los brazos cruzados,
mirando erenramenre a 1o lejos, como si estuviera esperando la
Í7o r Era e[ cieto
llegada de alguien. Daba la impresión de que esra no era la prime-revez que alguien no llegaba. Fausco se echó hacia arrás y Lrhízoun gesto a su madre con la cabe zet" ¿venlosi", pero la madre esta-ba tan concen trada en el chico que él no ruvo más remed.io quemirar hacia donde miraba ella. El chico había solrado el palo ycrepaba Por el borde de la fuente. La mucama segu ía deespaldas.
El chico se descolgó por el borde interior de la fuen te y d.uranreunos segundos se quedó inmóvil, sorprendido, como si se esru-viera haciendo pis encima; después empezó e caminar por el
agua. La madre llarnó a la mucam a. La mucam a gir6. La madreseúaló hacia la fuenre con la misma mano en la que sosren ía Ieúlcima micad del vasito de helado, i[üe inmediaramenre d.espués
se llev ó a la boc a. La mucama dio una carrerira hasta la fuencgagarcó de las axilas al chico y lo sacó del agu e, retíndolo y lamen-tándose. Ahora esraba muf ansiosa. Le quiró las zepeúIlas, lasmedias y el panral ón y los extendió sobre un banco con la espe-renzede que el sol los secara lo más rápido posible: no podía vol-ver con el chico así. ¿Q"é escaba haciendo ella mienrras el chicose metía en la fuen te? La echarían. El chico lloraba agicando las
piernitas desnudas, como un pulpo...Espiar a otro es enr arccerlo. Y cuanto más intrascendente es
el registro de sus acciones, más raro resulta. Pero no era ese efec-ro lo que me llamaba la atención, sino la absolura nada con la queconsrruía su vida. Violar e mi esposa, si ere la única mujerque había violado, debía ser el episodio más "inrenso" de su vidahasra el mornenro; esa idea basró pe:: que lo odiara con todasmis fuerzas.
Esa tardg y I^ siguien te, y la siguienrg enconrré nad a, y nad.a,y nada. Lo vi salir al balc ón y escupir; lo vi cerrar los ojos y alzarla cere al sol en la puerta del vivero durance cinco ridículossegundos de ansied ed; lo vi dorrnirar en la taffic esracionad.a; lo
Sergio Blzzlo I r7r
vi salir de su casa con una remera rosa, detenerse y entrar de
nuevo y vorver con una remera ezul;lo vi charlando con un veci-
no (un anciano que perecíadivertirlo o del que se burlaba); 1o vi
romando cer r""^y leyendo el diario, solo, en el Pub morado; lo
vi enrr ^r aun shopping, recorrer la mitad de la planta baja, vol-
ver sobre sus pasos, subir a un raxi; lo vi pasarse la mano por la
cebeze, hacer gesros de impaciencia, limpiarse las uñas con una
llave, camin ^r ^discinras
velocidades, despacio, rápido y otra vez
despacio, como si ninguna ocurrencia o ningún propósito ruvie-
ra, La, fuerze suficienr. pera hacerle manrener el ritmo más elli
del impulso inicial. Hasra que una noche me guió al encuentro
de Vando Mo rea'' el rubio'
ril;
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I
Yo me ocupaba de los asuntos de ord en prácrico, d.e las finanzas,del rnanrenimiento fisico de la casa y d"la seguridad en general.(Diana es muf confiada y desaprens iva;mienrras esruvimos sepa-rados la llamaba de tanto en tanto por la noche
-la hubier e IIe-mado todas las noches- pere preguncarle si había cerrado la
Puerta -Diana era cePez de dormir con la puerta abi erte,comosi viviera en Montreal- o si había encendido la luzdel frenre, alo que ella resPon díe con un gruñido.) Thmbién me ocupaba deque nada la molestara cuando escribía. Escrib ía amano, en gran-des cuadernos de hojas sin renglones, muf despacio, siempre demañana, con una teze de café al lado y música de JeanSibelius oLeos Janacek a bajo volumen. Casi no tachaba; basraba con echar-le url visrazo panorámico al cuaderno peresaber que había mas-ticado cuidadosarnente cada frase antes d.e ano tarla.
Yo nre serlría parte del rra zo clero r sereno de su lecra.El día que volví ternrinó un relaro. Quiero dec ir, Diana termi-
nó de escribir un relaro. Yo llevé a Julián a dar unas vuelcas enbicicleta. Escribir es una de las mejores cosas que Diana podíahacer Por é1. Juli án veía a su madre apasionada. (¡El bien que leharían ranros padres a sus hijos si l"y"ranr)
Esa nochg mientras comíamos, sentí que no habíamos czrrr-biado, que éramos exactamente los mismos que éramos d.os añosatrás. Y me asuscó la idea de que todo fuera un error; no que
Sergio B¡zzlo t t7t
fuera un error haber vuelro, sino que había sido un error irme de
casa y que ese error conCinuaba ahora que había vuelto'
Julián me preguncó si iba a quedarme a dorm ít y me dio un
beso y un ebrtzo cuando le du. que sí. Diana 1o llevó e su
cuarto.
Yo salí al jardín. Hacía tanto tiempo que no lo miraba que
ruve [a impr"sión de que el jardín enrero se irguió cuando salí,
como si hub íereendere zedo [a espalda. Ahí estábamos otra vez'
Tuve que decirme que era normal que me sinriera incómodo o
raro. ya dej xíede sentirme así cuando supiera quién era. o en
qué nos habíamos convertido Diana y yo. pero eso llevaría un
,i.*po. De momenro ya no ibr a irrquietarme que Julián y Diana
estuvieran solos'
Después arravesé la casa de una Punta r [e otra -como había
hecho [a noche anres de irme, eurlque ehora a paso rápido-t
encend í La Luzdel frenre y me aseguré dc que lr puerra de calle
escuviera cerrada con llave'
El primer díe fue así'
Le pregunté cómo escaba Y dijo:
-Bien. ¿Qué es roda esta locura del tipo que entra a matar
en edificiosi Lo esroy viendo ahora misfrro, no 1o puedo creer.
-¿Lo ^garraroni
-No. Ayer mató a tres Personas cerca de ecá, está todo el
mundo hablando de eso. ¿Dónde estásl
-En la calle.
_Es rerrible. Hablé con Trini. Me duo que lo echó a Nudler
p^r^siernpre de su cas ^
y que ahora no se anima ni a abrir la
PUerta.aaa
rZ4 r Era eL cieto
-¿Holái_Sí.
-Pensaste que no te queríar inoi
ooo
-Yo también lo pensé, pero ahora re odio. El odio siemprenos da orra oporrunidad, ¿no? Esperá , voy ^ epeger la rele...¿Holái
-Hola.-ooo
-.Verai-a
a o
-¿Holái-H.^y cosas ruras por todas partes... Dios mío, h^y cosas
cufas Por todas partes. Y yo lo único que quería era hacerre bien.
-Verx.,,-¡Se prendió el relevisor!
-¿Cómoi-EtP erá.., ¿Holár ¿Podés creer que el relevisor se prendió
soloi Debo haber... ife vas a Espaírai
-Sí.-¿Cuánro
riempoi
-a"ince días. Esruve haciendo un curso...
-Qué ridículo._Sí.
aoa
-¿Cómo vas con tu novelai
-Bien. ¿Llamaste Perepreguntarme cómo voy con la novelai
-No.-Es como un agujero negro, va todo a pa rar ahí.
tao
-¿t{olái
Sergio Bizzio r Í75
-Estoy eca
-Yo estoy tci,Esta mañana me levanté y sentí que me asfi-
xiaba... Enconcré un papel abollado abajo de un sillón. Decía:
"papi, re devuelvo lo único que te debd'. Pero no era tu letra.
¿Qué es esoi
-Una frase de Dalí. La escribió Nudler'
-oil
-Ver 1...
-Qué.aaa
-¿Ho1á?
-Sí.-¿sabés
qué me dijo une vezun tipo en unl fiesta? Me dijo:
"Tenés cara dezotro de oro muerto Cn [r fUerlte"' Me dUo eso y
se fue.
-Es un versito de Montale.
-¿Cómoi-Ergenio
Monrale, un poeta italiano. "El zoffo de oro'
muerro en la fuen t¿'.A lo mejor no es de Montale, a lo mejor es
d. Q"asimodo...
-¿Es verdadi
-¿Si es verdad quét
-¿Es un verso?
-Sí.-¿Sabés
todoi
-Casualidad. Lo leí. Lo recuerdo'
-¿Qué quiere decir?
-No sé, no tengo la menor idea. ife lo dr.¡o un italianoi
-No, uo argenrino. Pasó al lado mío, me dijo eso y se fue.
Nunca lo había visro y no 1o volví a.ver.No sé por qué lne acor-
dé de eso ahora... ¡Síl Me sencí halagada. Inquiera y hala gada',
rZ6 r Era et cieto
un efecto muy rufo sobre mí. Recién, cuando ibas a decirme algo
f no dijiste nada... No imporra.
-Sí.-Me acordé de eso.
aco
-Te juro que me da todo ranra lásrimá....
-Lo siento, Vera.
-Empecé algo nuevo.
-¿En qué senridol
-¿En gué sentidoi ¡Empe cé a esuibir algo nuevo! Escribí unarole escene. Culndo termine la nov ela voy a seguir con eso. Oíesto. Él .s un kerareka, el mejor del mund.o, un Bruce Lee. Tuvouna hUt Y l^ abandonó para seguir con su car rere. Cine, relevi-sión, publicidad, mucho cine, cine, cine. pero no era solamenteuna gloria, además era un genio. Un genio de verd.ad. Muchosaños después de haber abandonado e su hija, ye rerirado, yeviejo, vive en una isla, y su híja, que ha seguido sus pasos, profe-sionalmenüe hablan do,y que riene su mismo ralenro, lo busca, loencuentra Y ve e verlo. Emoción, llanto, etcéteret el karateka
Parece un pelele. Esa noche se sientan los dos en la aren 3, aori-llas del mar. LJno al lado del otro, pad re e hija,los d.os en silen-cio' Sopla un viento muy fuerte. Tienen un millón d,e cosas quedecirse, pero no saben ni cómo empezar. El ruido del vienro esmuy fuerte Y en cierra forma los escud,a, los ayuda a mantenerseen silencio. En dererrninado mornenro la hU" le pide al padreque le enseñe su mafor secreto. Es lo único que le pide. El s€cr€-to de su técnica, digamos. El anciano la mira. El vienro soplacada vez más fuerte, suena tan alco que parece arrificial. El ancia-no niega con la cabeza.Ella dice "po, favor". El anciano enton-ces se levant a, da un Par de pasos hasta la orilla, se con centre, yda unos golpes en el aire con las manos y los pies, unos golpes
Sergio Bizzio r r77
breves y veloces, casi como si escribiera en el aíre con el cuerPo,
y "Iviento
cesa por completo. Después vuelve a sentarse junto a
su hU". Etla esrá boquiabierta. No lo puede creer. Le dice:
"¡Detuviste el vientol Dios mío, ¿cómo lo hicistei". Él la mira y
le sonr í" y le dice tranquilamente: "Casualidad".
-Es genial.
-Lo escribí pere,vos. A mí también me gusta, Pero lo escri'
bí y [o pensé para vos. Todo lo que escribo lo escribo Para vos.
Lo que más me gusta de mí va siempre dirigido a vos... ¿Entendés
por qué re odioi
Corré con Vera y me senté a una mesa en la vereda de un bar del
camaño de un bor 6n, e metros de la casa del rubio. En la mesa
de al lado había un hombre de unos setenta años, con e[ pelo
blanco muy largo, casi hasra los hombros, muy prolijamente
peinado y vesrido. Lo miré sólo porque e[ estado de sus zlPatos
-resquebrajados, sucios- desentonaba con el resto de su roBa'
y por un momenro me dis vaje considerando la idea de que uno
empie zt rcelrnenre a envej ecer cuando descuida el estado de sus
zapatos, más que de cualquier otra cosa' como si se emPezetl e
envejecer desde abajo, Y d" Pronto me dijo:
-¿Sabe córno fue que enloqu ecí Yo?
-¿Perdóni-¿Sabe
cómo fue que enloqu ecí?
Negué en silencio con la cabeza. Su voz era sueve y tranquila
y se dírígía,a mí con ademanes tan amables que no pude fie$a;t-
me a escucharlo, aunque por un instante deseé que me tra ge;ta'lí-
tierra.
-Mire qué simple -dUo-:
una noche tuve un sueño y no
pude salir más de ahí.
r78 r Era eL cieto
En el centro de su mesa (literalmente en el centro, obses ive-mente ubicada en el centro) había una copira con un líquidoesPeso de colo r azul, sin duda uno de esos licores Cusenier quecubren toda la paleta de los colores primos (recordé que añosatrás en algún lugar de veraneo había probado el de color rojo yque me había encanrado f que me había promerido beber siem-
Pre esos licores Pero que nunca había vuelro a probar uno ni aPensar en él); se llevé la copira a los labios, bebió un pequeñosorbo y despué;, durante un momenro , trabajó a conciencia pereuhicar de lluevo la copita en el cencro d.e la mesa. Inclinó apenasla cabe z,a a, u¡r lre{ o y e orro, midiendo las disrancias, se dio porsatisfecho f giró de nuevo hacia nlí.
-p¡¿ de noche -dijo-. En un claro en el bosque, o en lamonraña... Vea qué curioso: vivo en ese sueño desde hace añosy no rermino de saber si se trata de u¡r bosque o de la montaña...
-sacudió la cab eze, hizo un chasquido con la lengua- . Ér^-
mos unas veinte Personas f acababa de llegar un nuevo grupo.Thmpoco sé a qué se dedicaba roda esa genfe... Lo cierro es queesa noche soplaba un viento fuerte y muy ruidoso que dificulra-ba la conversación, (¿L^ próxima novela de Vera fa esraba en elaire, en el aire de la psicosis, tambienl) Habíamos encendido unafogata, como codas las noches, y elmáximo plac er eresentarnosalrededor del fuego a conversaq, pero el vienro, como le digo, ulu-laba, era el Protagonista absoluco de la nochg aunque no conse-guía hacer volar una sola chispa. Yo estaba e cergo de alimenrarel fuego, de tnantenerlo vivo, así que d.e tanto en tanro me apar-taba, tecogía algún leño del suelo y volv ía para echárselo en laboca, si me permite la rneráfora. Bien. El sonido del vienro eretan fuerte que debíarnos leernos los labios. En el grupo había ungran narrador, un hombre joven, obeso, con una boquita delcamaño de una ranura de teléfono público, que noche a noche
Sergio Bizzio t r79
solía compecir conmigo: yo relataba primero algo, después rela-
caba algo éL. Por supuesto había otros narradores, en realidad
todos en el grupo eran narradores, pero como decía mi madre
"son muchos los llamados Y somos Pocos los elegidos". En el
conringente de narradores que acababa de llegar había una mujer
muy hermosa, de rcz y pelo tan oscuro que daba la impresión de
no rener cabe za cuendo se aparraba de la luz del fue go y de recu-
perarla cuando se acercaba. Irrrnediacamente me sencí atraído
por ella. Había nocado que la rnujer, mientras yo decía mi rela.'
to, leía mis labios, lógicarnente, Pcro que aProvechaba mis Pau-
sas para mirarme a los ojos, corno si yo también le guscara. Eso,
si me permire la confidencia, rne excitó. Di tantos detalles,
enrrando y saliendo del asunco principal, que por momentos,
mienrras hablaba, temí no volver a alcatlzar orra vez ulle cima
semejanre. Cuando terlniné se pusierorr todos de Pie y a¡rlaudie'
ron a rabiar, aunque los aplausos no se oíetr. Después volvierotr
a senrarse. Era el tunlo del joven obeso. Yo llle aparté unos
segundos pwe recoger un nuevo leño (e[egí un leño grande,
ancho, seco), pero el joven no comenzó su relato hasra que volví.
Enronces veo que la mujer de pelo negro se adelanta (aparece su
cabeze) y *. dice algo a voz en cuello. Yo me llevo una mano a
modo de pantalla sobre una oreja,, dándole ^
entender que no
escucho nada.La mujer vuelve a decirlo en voz más e\ta, griten'
do. Me doy cuenra de que gritapor la expresión de su care.Y
esta vez creo entenderla. Dice: "¿Qué se siente ser un geniol".
¡Diosl ¡Q"é pregunta! Yo me sonrío,agacho la cabez y vuelvo a
mirarla, ahora pesrañeando con pudor (como si por primer^ vez
me molesrara el vienro). Ella, sin ernbargo, vuelve e gritar. Grita
tanto que Ia. care se le deforma. Enciendo que quiere una r€s-
puesra, pero ¿cómo se responde e ta Pregunta 'qué se siente scr
un genio' en medio de un ruido como aqueh Le hago una seña
t8o r Era et cielo
en tirabuzón con un dedo, indicándole que podemos hablar de
eso después, en otro momento, cuando el viento hrye cesado.
Eso parece molesc erla,Y en ese preciso instante el viento hace unsilencio y yo puedo oír a, Ie mujer con roda claridad grirando:"¡Qué se sienre el del leño!".
DU" eso f emp ezó a reírse. Se reíe con una risa bajica pero
profun da, retorciéndose, echándose adelan rc y arrás y dando pal-madas en la mese con el co¡rsiguiente desplezamienro de la copi-ta desde el centro hrcie el borde. Agarró la copita y, sin dejar de
refrse, lr ro¡tuvo en su mano mienrras decía, casi ahogándose:
- Lo ree uerdo todo el ticmpo... Me río de golpe, me río en laeem¡, en el baño, etl el colecrivo, en e[ banco, €r1 las fiesras, en
h mire, en el cine, donde sel. ¡Me acuerd o y me río, señor, merío! ¡A rní ese sueño me ha hecho felizl Hasra que no lo soñé eraun amargado , vívía tenso, insarisfecho, nervioso, deprimido, r1o
hecíemás que recordar el amor perdido, maldecirme por no renerforruna, sentirme enfermo por cualquier cosa. Quería caminarmás rápido de lo qt" podía f sacar más de lo que enrraba, pordecirlo de alguna manera.
Me miró.
-¿Y usred e qué se dedicai -duo, poniéndose serio de
rePenre,
-Soy guionisca de relevisión.
-Lo sienro -dijo é1.
Y cabeceamos los dos.
se hizo una pausa, una pausa grave, no exagerada pero sí
injustificada, como si acabara de decirle que asesinaba genre
Por dinero o que hacía comerciales de cerveze (por dinero,
ipor qué más, si no?). Después el hombre llamó eI mozo, pagósu coPita, se levantó, me saludó con la mano y se alejó sin reír-se. Una sola risa, un mínimo encogimienro de los hornbros
Sergio Bizzio r t8l
mienrras se aLejabe y yo no hub iere creído una sola palabra de
lo que me había dicho.
Lo seguí con la visra hasta que dobló la esquina. Creer en su
relaro o no en algo que no teníaIa, menor imporEalncia, después
de todo. Enronces vi unas llaves en el suelo, debajo de su rnesa.
Me levanré, las egarréy fui rápido hasra la esguirra Para llamar-
lo; no debía esrar muy lejos. Y de pronto epareció frenre a mí.
Casi chocamos. Le mosrré las llaves.
-Me di cuenta de que no las Cenía -duo
egttrindolas-r
Gracias.
-Por favor.
-Adiós.Giré pelmvolver y tenía al rubio enfrente.
A él lo sorprendió verme y a mí que me conociera'
Algunas cosas son ran sencillas que resultan apabullantes: me
conocía porq ue conocía a Diana. Fue lo primero que se me ctuz6
por la cabe ze,Le conocía desd e 6ntes de violarla'
Esrábamos a cinco mecros de discancia y elefecto que tuvo ese
daro fue el de un brazo que se estira literalmente (el suyo) P^re
frenarme poniéndome una mano en el pecho' Sé lo que pensó:
"Diana se lo drjo'. (Qui zi inc\uso haya, evitado el "Dian i' .)
Nos miramos con fijeze, nos miramos fijo, fijamence. Fue un
segundo, pero supe que 1o reco rd?¡.jíe como a una latge mirada.
su rraje (vesría un ambo gris, una remera negrí- y z^P^tillas al
tono) quedó moviéndose después de que él se deruvo¡ brisa,
inercia ,fantesía o rodo ela,vez,el rubio se acopló inmediaramen'
te al movimiento del traje y dio un Paso hacia mí'
Fui yo el que cubrió el resro de la distancia que nos separaba.
-Tenemos que hablar, ¿nol -fue
1o prirnero que dUo'
r8z r Era e[ cieLo
-Sería buerlo.
Se llenó los Pulmones de aire y espiró veneno mirando a sualrededor como si consid erere lá posibilidad de salir corriendosin humillarse.
-¿El barciroi -ptopuso.
Vi que el barciro, increíblemenre, se llamaba "susurros".
-ftf6 sé si vatnos a poder hablar de esto en susurros -le dt;.
y me arre¡rcntí en el acto: un mero alarde de bobo ingenio, enrllla siruación así. Pero él no pareció darse cuenra de nada.
Señalé con el rrrenrón por encima de mi hombro.
-Vivo alrf -dUo.
Lo dijo después de pensarlo.
Y después de decirlo melió urla nlano en el bolsillo, pasó a milado y puso la llave en la cerradura.
No me miró más, ni cuando abrió la puerra ni cuando se eper-tó para dejarme en trer.
Tengo que hacer algunos comentarios: meció la mano en elbolsillo con decisión, pero no como si esa d.ecisión fuera el resul-tado de lo que pensó sino más bien interrumpiéndose, impacienre;lo mismo cuando pasó a mi lado: hasca un robor hub ierasenri-do su impulso. Pero mientras abrí alepuerca y cuando se aparcó
Pere dejarme enrrar, pens aba,pensaba a roda velocidad, pensabay no me miró Porque no había nada en el mundo aparre de loque él pensaba.
La cas e ere,., bueno, estaba codo puesto, como exhibido: unacasa en bascardillas. Sospeché hasra de la naruralidad con que sedescolgaba del cecho una planra de rallo largo en el hall de enrra-da' Era evidente que el decorador se había sacado chispas con elesrudio de arquirecrura que la hab ía proy,eccado; mirándola, casipodían oírse sus conversaciones, manejaban concepros y se decíancosas como "le fuerza de este volumen" y "pere enfaúzar las
Sergio Bizzio r 183
fugas", en tanto que el decorador se hab ía rccostado en el Presu-
puesto del propietario como en un puf,, desde donde no siempre
había elegido lo mejor pero sí lo más caro. Algunos muebles,
incluso, parecían diseñados ad boc pera bombardear el rrabajo
conceprual del estudio.
Todo er;- grende, hasca la luz. Grand e y blanco, ordenado y
limpio. El vajegris del rubio rne pasó a[ lado como una sombra.
Lo seguí hacia el estar: chirnenea, mesa ratona ovalad a, cetca.-
da por anchísimos sillorres de cuero, montañas de videos y CDs,
una obra de Jeff Koons en la pared.
-Voy a tomar un whisk¡ ¿It sirvo unol
Asenrí, más porque [a formuhción del convite era descortés
que porque tuvie n genas de beber.
Miencras él iba a buscar el whisky me quedé parrdo curiose'
ando aLIi y aquí. Era la casa de alguien cxiroso o de alguien que
quiere serlo. En principio cenía dinero y lo inverría en resulrar
contemporáneo. fbnía todo lo que h.y que rener. ¿Quién ere, e.
qué se dedicabai Lo único que sabía era qu e éI sabía quién ere yo.
-Lo ganamos el mes pasado -dUo de pronto a mi espalda.
Me di vuelta. Agarcé la copa que me ofrecíeY Pregunté qué.
Señaló algo sobre la chimenea con la misma mano en la que
sosrenía su copa y enseguida se Ia llevó a los labios. Miré hacia
ehí,pero no supe qué había señalado ni qué había estado miran-
do yo. En el volado de la chimenea había por lo menos una dece-
na de objeros qug excepto un Mickey desnudo y con una ectec'
ción, podían ser premios.
Ahora mismo no puedo imaginer un desinterés más grande
que el que sentí en aquel momento por sus premios. Y entonces,
jusco cuando menos sabía gué decir, entendí a qué se dcdicaba,
qué ere lo que hecía.
Dios mío, me dije.
t8+ t Era e[ cieto
Le pregunté:
-¿Cómo se llama la agenciai
ÉI hizo dos cosas, no sé en qué orden; una, corregirrne ("pro-ductor í') Y la otra tlzar las ccjas, como si le extr añareque Dianano me lo hubiere dicho.
Me quedé mirándolo.
-"$srvicio técnico" -dijo por fin.
-¿Se llerna asíl
Asinrió, orgulloso del nombre.
-Me gusra más pe'"e un restaurance -dije.
Se son rió, dio media vuelta y caminó rápido hasta el fondo dela sala, donde había un control remoto sobre una mesira ; Io aga-ttó,lo apuntó hacia un ventanal, presionó un botón y las persia-nas emPezaron a levantarse. Daban a un jardín En mirad del jar-dín había una pileta de natación y más e\láuna especie de refugiomarroquí (arcadas, almohadones) que no combinaba en absolu-to con el resto de la casa. El rubio estaba tenso, ansioso. Me pete-ció que emPezaba a considerar la posibilidad de que Diana nome hubiera dicho que él la había violad o y que acciones cornolevanrar las persianas o fingir que buscaba las llaves enrre losalmohadones del sofá, como hizo inmediaramenre después, erauna forrna de demorar el asunto por el que esrábamos allí mi€rl-tras resolvía o adivinaba qué ere lo que sabía yo. Si alguien lehubiera garant izado que podía acercarse e la verdad sólo congener tiempo, s€ hubiera puesto a lavar los pisos f los plaros y asoplar el polvo de sus premios.
Por segund e vezse palpó los bolsillos. Hizo un chasquido conla lengua. Después fingió recordar que había dejado las llaves enla puerta de entrada. El recuerdo era fingido, pero las llaves esta-ban ahí. Fue a buscarlas. Volvió y mepidió un cigarrillo. Le diurlo. Lo encendió. Pensé, mirándolo: "Sabe que lo úlrimo que
Serglo Bizzio r I85
puede hacer antes de em Pezü a hablar es soplar el humo"' En
ese momento sonó su celular.
Me llamó la arención la cantidad de cosas a las que puede a;fe'
rrarse un hombre asustado. Todo el ciempo sucede algo, o hace-
mos que suceda; si esto seguía así, en la medida en que yo me
manruviera callado, esperando a que empez arrl. l hablar, podía
asisrir al especráculo de una constelación de nimiedades encade-
nadas. Lo curioso, sin embargo, es que é[ era más joven y mucho
más fuerte que yo. No podía tener miedo de mí.
Si ahora cebíe la posibilidad de que Diana no me hubiera
dicho que la habían violado, que élIa, había violado, debía estar
^ffepenrido de haberme hecho entrar a su casa. Después de codo
nos habíamos encontrado caminando, nos habíamos encontrado
en movimienro; unos segundos rnás y me hubiera visto sentado
a la mesa del barcito en la vereda y hubiera entendido que esta'
ba esperándolo, pero no fue así. Yo incluso había dejado atrás su
casa, había pasado junro al paredón pintarrajeado y descxscxrx-
do que cubría el lujo de adenrro cuando nos vimos y nos sor-
prendimos de vernos, como si se tr,.tarade un encuencro casual'
En ese momenro fue imposible simular nada, pero lo más proba-
ble es que si é1 no se hubiera detenido al verme, delatando que
me conocí a, yo lo hub íeradejado pasar, como había hecho y^ en
varias ocasiones con el ripo de la cabeze rtprda. Me hubiera
limicado a seguirlo y a espiarlo sin emoción hasta que supiera
qué hacer o qué podta hacer.
-Nada, estaba acicharlando un Poco con u11... amigo -oí
que decieal teléfono, mirándome de reojo.
No oí su vozduplic arde, ni doble, ni patinando, ni con cátnara,
no oí chillidos merálicos, ni el susurro amplificado de lo gue le
düo aquella carde a Diana, no me asalcó el flash del cuchillo en su
boca, las paredes no se pusieron a girx, no hubo fogonrZo$, ni
186 ¡ Era e[ cielo
mareo, ni saltos en el tiempo, nada se borroneó, no apreté los pár-pados, ni las mandíbulas, ni los puños, no perdí la conciencia, micorazón latía normalmenre y todo a mi alrededor seguía el rirmode su propio sentido: unl brisa movía la sombra de unas ramasen la pared, emPezaba e caer una lluvia apenas visible, ran fina yespaciada que parccl¡ más bien un efecro de laluz.Pero enroncesme vi a ml mistno buscaudo algo con qué limpiar las huellas dernis dedos e¡r la coPa y supe qué era lo que iba a haces mararlo.
Finalmente cortó.
-¿Qué es lo que querést
-duo y fue a servirse orro whisk¡
-Escuchart" -dU e yo.
La conversación celefon ica,por el mero hecho de haberle dad.oun respiro , parecía haberlo envalenconado, pero igualmente se
Protegió detrás de un sofá, con los codos apoyados en el respal-do' Dejó caer la cebeze entre los hombros y cuando volvió elevanr arla dijo:
-Te lo cuento rápido y te vas. ¿De acuerd.oi Tengo orrascosas que hacer.
Asenrí.
-Me dejó -duo.
Hizo una pausa ran largaque dio larodo lo quc esraba dispuesro a conrar.serio, callado.
impresión de que eso era
Yo seguí mirándolo fiio,
-De golpe me dejó. Así, sin ninguna explicación. Me dejó.Yo estaba enamorado de ella. Nunca me había enamorado denadie' Para rní fue como si me clevarauna estaca en el conzór.r....Me fulminó. Te juro que había noches en las que parecía que meiba a morir de dolor. Y no enrendía por qué. No quería verme,no atendía mis llarnados, de pronco era como si me odiara. LJna
Sergio Bizzio r t87
rarde fui e buscarla a su casa, lloré, me humillé, Pero ella rne
epartó con una mano y me volví [oco. Le pegué.
Sentí u¡p escalofrío.
-Diana no me dUo que "de Pronto" no quiso verte más" '
-du..-Esrá
bien, puede ser. Yo lo sentí así. Bs verdad: al principio
fuimos una vez a comer afuere, otra vez salinros a camirrar, Pero
no había nada que hacer. No digo que no había nada que hacer
con nosotros... Con nosotros no había nada que hacer, Pero
principalmenre no había nada que hacer con ella. Estab e fríe, me
decía rodo el riempo la verdad. Todo el tiempo me hecíe sentir
que era definirivo, definirivo como si me detest et^.Y después sí,
de pronto yl no quiso verme, oo acendía rnis llamadoS... Me
senrí ridículo, parérico, horrible, una cosa horrible. Empecé e
andar mal en rodo. Todevíe ahora estoy tratando de juntar los
pedacitos.
-Muy bien, ahora vamos con la verdad -le
dije.
Me miró. Yo desvié la visra buscando la botella. Fui hasta eLIí,
me serví un rrago y volví e p^rarme en el mismo punto en donde
estaba un momento atrás.
-Lo que re du. es la verdad. Me dejó,le pegué. Nunca le
había pegado ^ nadie. Me dejó de golpe y me enloquecí y le
pegué. Lo sienro. lHrízo que mi vida fuera un infierno. Eso es
todo. Ahora necesico darme una ducha' tengo una reunión
importante.
-a"ién es Fausto.
La pregunra 1o descolocó. Había salido de etris del sillón y se
había senrad.o, incluso se había hundido en é1. Ahora se cchó
lenramence hacia adelanre hasc e apoyar los codos en las rodillas,
la misma posición que había adoptado antes en el respaldo del
sillón: perdía altuta.
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11l,r
I88 r Era et cielo
Estaba pálido. Tomó un sorbito de whirky; fue un sorbiro míni-rrro, Pero dio la impresión de haber querido vecier la copa y de notener fuerzas Para hacerlo. Todas sus esp eranzes, que eran una solaacababan de derrumbarse: sí Diana me lo había conrado.
Pensé Por él:" Está lleno de odio y yo solamenre soy más fuerrd'.Di un Paso acrás y apoyé la espalda en la pared. Ahora me
Parece que lo hice p^re darle espacio, pero lo que recuerdo de
aquel tnomento es un gran cansancio, un cansancio enorm e ypesado y hasra crujienre.
"Bueno", dijo é1.
Ol un soplido y me pareció haberlo oído decir "bueno" ylevarrté le visca. Es decir: me di cuenta de que no esraba mirán-dolo y oí un suspiro o un soplid o y levanré la visra. Él sí escaba
mirándome. Me miraba como une presa, pero no como una
Presa cualqu iera, me miraba con el orgullo de un predador queacaba de enterarse de su condición secund arie.Orgulloso y tem-bién irrirado.
-Un día me enteré de que me había dejado p6ra volver con
vos. Le odié con toda mi alma, y quise vengarrn€... -alzó
lacoPa, Pero a mitad de camino desisdó de beber; se inclinó y I^dejó sobre la mes e-. Fausto es un amigo de la infancia. Dianalo derestaba, decía que ere un idioca y lo es: nunca hizo nadabien, ni siquiera era cap az de mirarla con disimulo.. . Le d5e loque pensaba hacer y le pedí que me acomp afrera. El idiora se
frotó las mallos...
Eso era todo, por fin.Alzó la cara hacia mí y sus pupilas se agrandaron y achicaron
y volvieron e egrandarse como la lente de una cámara que hacefoco en su objerivo. No ruvo ciernpo. No se lo di.
t2
Cumplí con rodos los consejos prácticos del Dr. Comas P^t^
volar rranquilo. Fui al aeropuerto solo; sabía que despedirme allí
de Juli in,y también de Dienr, nle pondría nervioso. El Consejo
Núme ro Zera llegar descansado. Lo inrenté, Pero [a noche ante-
rior dormí apenas tres horas, tel vez cuetro, f tuve una pesadilla
exrraña, una pesadilla que senrí ajenr y que se repitió varias veces
a 1o largo de mi corta noche.
Ér"mos cinco hermanos. Estábamos al borde de un Precipi'
cio y rrarábamos de empujar al más grande. Yo me daba cuen-
ra de que una vez que lo riráramos, el más grande de los cua-
tro restantes sería yo y que los otros tres treterían de tirarme
a mí. Entonces dejaba de hacer fuerze.EI tercero 1o notebe, y
enrendía que después de mí el mayor sería éI, y tambié n deje'
ba de hacer fuerza.. y así hasta que ye nadie hacía nada por
xrojar al mayor. Resulrado: lo sokábamos y éL nos ctgrba a
patadas en el culo.
Me desperté con la sensación de que era un sueño de otro.
Volví a soñar 1o mismo y a despertanrre. La angustia tenía que ver
con la sensación de que era un sueño ajeno, más que con el sueño
en sí mismo. No hecít'tontacto" con su sentido -[o tenía, y en
claro, pero no me imporraba- i eracomo si alguien (no Dios, por
favor, pero sí ral vezel rubio) me obligar a a cítar un pasaje de su
inconscienre, o a visirarlo. La idea de que podía estar soñando un
r9o r EraeLcieto
sueño del rubio me aterró pero también me conformó. Y ya nome desperté la terc ere vez que volví a soñarlo.
Me despertó Diana. Eran las cinco de la madru gada.El aviónsalía a las nueve. Me di una ducha. Cuando terminé de vesrirme
bajé e desayunar. Diana había hecho café y rosradas y había
puesto eI Albutn Blanco de los Beacles a bajo volumen.
-Cómo me gusraría que ep^rezca un grupo así para la vidade Julián.,. -16 dU..
Diana se sonrió con cierca condescenden cia y me dU" que era
un buen díe, que el cielo esraba limpio. Todavía erade noche.
Habla estrellas en rodas parres, hasra en sus ojos.
-Te quiero -ls dU..
-fe también -dijo ella r me agarró de la . ¿Esrás
tranquiloi
-Creo que sí.
-La vas a pasar bien.
-Cuando vuelva. Cuando vuelva la voy a pasar bien, re lo
juro.
Tomé la mitad de una teze de café y, mienrras esperaba a quellegarael rernise que Diana había pedido la rarde arlrerior
-q uizá
en el mismo molnento en que yo golpeaba en la frenre al rubiocotl su trisre premio publicitario-, revisé las cosas que teníaque llevar Y que había dispuesco en el suelo, alrededor de unbolso de tnatrc¡: el pasaporre, dinero, rni agenda, uD bloc de hojassin renglones, dos lapiceras, el Kingsron con rnis archivos de tre-bajo, aspirinas, colirio, caramelos, una caja de chiclecs, una cajade tanquinal, una bocellica de agua mineral, anceo;os per^leery anceojos Para el sol y un par de libros. Gu ardé rodo en el bolsoy fui a dejarlo junro a la vaLija, en la planra beje,
Después subí al cuarto de Julián. Dormía boca arriba, con losbrazos abiertos, como si estuviera tomando sol. Tenía la sábana
Sergio Bizzio r I9I
enredada en las piernas. Las quité cuidadosamente y lo cubrí
hasta la cintura. Lo mi ré y noté que emPezaba ^ Perecerse a su
madre; hasra el año pasado se parecía mucho a mí, Pero sus rxs-
gos se hab íen despla zedo durante mi ausencia.. . Ahora Diana
y yo podíamos reconocernos en su cera en partes iguales, La
neriz y I^ boca eran de Diana, los ojos y \^ forrna de la cabeza
erenmías. Me senté en la cama y éIgiró y ^PoYó
un brtzo sobre
rnis piernas.
-P"pi, ¿puedo dormir un Poquiro mási -dUo
(sin abrir mis
ojos, moviendo apenas los labios de Diana).
Le drle que sí, que durmi era,, que rodaví e er^ temPrano y se
sonrió f una vezmás yo sentí la razón por la que daría mi vida Por
él aparte del amor. Falraban todavíe dos horas p^re que debiera
levantarse e ir al colegio. Tomé su mano de encima de mis pier
nas, me incorporé y d"pronto no supe qué hacer con ella, si apo-
yarlea un cosrado, si extenderla jurrto a su cuerPo o simple¡nen'
te deja rla caer. Entonces Diana entró al cuarto.
-LIegó el remise -dUo
en un susurro.
No me moví'
-¿Qué pasai -me Preguntó.
-No puedo solCarlo... -le dU..
Diana se emp ezó a reír. Se capó la boca con una mano y se rió
ranro que me conragió. Yo me reí de su risa, pero ella se rió d'e mi
rerror. Eso me calmó. Dejé la mano de Julián sobre la cama, le di
un beso y salí del cuarto siguiendo a Diana, que iba negando
divertida con Ie cebeza.
Orro consejo del Dr. Comas era usar ropa cómod a y de algodórr
y zepetos acordonados y con suela de goma, no me Pregunten
por qué: yo no lo preguncé. Lo hice. Le productora tne había
{'1itiiIit¡I
,
r9z r Era et cieto
pagado el pasaje, así que anedí una montaña de monedas y locambié por un pasaje en prime ra chse, donde los movimienros flos ruidos del avión son menores. El Dr. Comas aplaudió midecisión cuando se lo comenté. "Vas a tener un vuelo fascinante",duo. usaba ese rérmino con frecuencia de tic.
El conducror del remise no habló: dormía (o esraba ran con-centrado en el camino que parecía dormir).Tuve menos miedo de
eso que de la sangre empapándole le cara al rubio. Hab ía caído
Para ecrás con cierte entereza, como si supiera que iba a golpear-lo. Pero enteguidr se lcvrntó y se puso a aulla r y edar salciros de
lengoltl ¡llá y rqul. Le grité que se callara. Di un paso haci a él
con lr e¡trtuille en alto y l, grité que se calla re y él obedeció.
-pqele, duele mucho, rn€ rompisre la cabeza -du". Tenía
Ie ceta fruncida como una pasa de uva y se palpab alaherida conla punta de los dedos. La sangre esraba muerra.
Me preguncé cómo era posible que Diana, ran exigente yselectiva, hubiera sido cepaiz de salir con un ripo como é1. Dabaperfectamente la medida de su soledad. Supuse que cambiénDiana debió hacerse esa pregun te y que su respuesra, si es quehubo una respuesra, fue un remblor.
El remise hizo una maniobra brusca pe.:- esquivar e unamoto. En la moto iban un hombre y una mujer y enrre ellos unchico de unos seis o siere años. La muj er y el chico iban
^gerre-dos de la camPera de cuero del hornbre, que nos miró y griróalgocon la boca muf abierra.
ia -dUo el remisero-, de chico mis viejos me llevabanasf.. .
"Que no hable, por favor, que no hab\e", rogué. No du" nadamás. Medio minuco después ya estaba de nuevo dormido o coo-cenrrado. Aman ecíe. Era la mism aluzdel acardecer del día anre-rior Entonces el rubio dio un salrc, hacia mí, No lo golpeé con la
Sergio Bizzlo t r93
esratuilla, lo golpeé con la mano en la que tenía la estatuilla. Por
un instanre quedó inmóvil en el lugar del golpe, como si el
impulso de su cuerpo hacia adelan re y el impulso de mi golpe
hacia arrás midieran fuerz s, Finalmente retrocedió y ceyó S€rl-
tado en el suelo, con la espalda contra el borde del sillón. A la
sangre que chorreaba del ra.¡o en la frente se sumaba ahorx sá.o-
gre de la nariz y d" los labios.
"eu é ficlles romper a un hombre", pensé. Debió derse cü€o'
ra, porque yo no me moví de donde estaba, no hice ningún gesto'
ningún movimienro, me quedé ahí quiero mirándolo, y sin
embargo él alzóhacia mí una mano, [a misma mano que se había
llevado ele c^r^después der primer golpe y eil [a que su sangre
se había secado a una velocidad asombrosa, pidiéndorne gue no
lo haga.
Durante mucho tiempo, durante meses, durante un ano, duran-
re dos años, cada díe,casi todos los días, Diana me había pedido
que volviera a cas t, o me 1o había sugerido, o dado a entender, o
lo p.rrsaba y se dejaba leer el pensamienro. Abandon ^r
e la per-
sona con la que se ha vivido una déceda, puede ser tremendo,
pero no menos rremendo es p^r^ el que ha sido abandonado
pedirle a aquel con quien ha vivido una década que vuelva. Es
además de rodo el exrrañamiento, Le rareza, eL sinsentido lo que
lo envuelve, como si fuer e algo en el dempo lo que se ha roto'
más que en [a pereja; como si el dempo hubiera enloquecido en
alguna parte."Y de un día p?fjeel otro, d. rePent€..." No pensé
en eso cuando el rubio il26 una mano hacia mí. Pensé en eso
cuand,o vi su orra mano apoyada en el suelo, con la palma hacia
arriba. Eran las dos caras de una misma moneda en manos dis'
cincas: la mano que ahora suplicaba por su vida era la que la
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19+ r Era eL cielo
había violado mientras que la mano que yacía como desma yadaen el suelo podría haberla hech o feliz, tuvo esa posibilidad.
Me esPantó la idea de que esa rata ensangrenr eda incapa z de
Pronunciar palabra hubiera podido converrirse en casi un padre
Pen mi hr.¡o . Tuvo esa Posibilidad. Su erroü al fin y ^l
cabo, habíasido ser el que es. Qué poca piedad me inspiran los que son inca-
Paces de cambiar de lugar, excepto como turiscas, aquellos para losque lo nuevo viene siempre de afuera y siempre como curiosidad odiversión, los que son lo que son a rajarabla, los empeñad.os en elpeñasco, etl la crisr eze del efbcro. El género de la publicidad es lacomedial la cotnedia de lo ideaL Para fisurar la educación senrimerl-tal conrplcra de un inúdl hiperactivo que le ha enrregad.o su vid.a ala mendr a y aI dinero basta una mujer como Diana (palabra d.eenamorado, palabra de escricor que no ha escrito una palabra),
Pero no fue suficiente PereéI. ¡El hU" de pur e ereincapa z derod.o,menos de vengarse de la mujer que decíaamar! ¡Y de confes irme-lo como si tuvi era raz6n! La tenía, en el fondo tenía " rez6n': nopodía Poners e ala alrura de Diana, entrar enla alrura de Diana,sólo podía vivir a su propia alrura; senrado de culo en el suelo, alzan-do hacia mí una mano en la que hasm su propia sangre se secaba aroda velocidad, como si no quisiera tener nada que ver con é1.
De la misma forlna en que fo no podía conrarle a Diana quehabíe Presenciado la violación a que la habían somerido y gueno había renido cl valor de incervenir, ella no renía resto paraenfrenrarse a ulla nueva separación, ni siqu ieraa su posibilidad.Ya había renido demasiado, [Jna violación no es el mejor "presen-te" Pere ninguna pareja que haya dicho recomencemos. Debióhaberlo pensado asl... Es verdad: su gemido, los gemidos quealcanc é a oít y que me decuvieron jusro cuando me disponía eencrar no merecen siquiera la consideración de una excusa. Comoen aquel momenro, me lasciman ahora. No h^y ffrrr.r:ho más para
decir. No sé si fue el odio
automáticamente; cuando
Sergio Bizzio r t95
o la benzodiacep íne, Pero lo hice codo
quise acordarme ya estaba en el avión.
Había muy poca gence en prim ere c\ese; alguien en el asiento de
adelanrg dos mujeres jóvenes en diagonal e nrí, un hornbre de
camisa celesre y rnteojos de marco metálico a mi espalda... Miré
hacia afuera por La venrani[a. Un camión cisterna bombeaba
combusdble desde los depósitos subterráneos hasta los sanques
de un Jumbo que perecíauna orca marina de cien toneladas. Metí
una mano en el bolsillo: roqué mi copia de las llaves de casa' que
obviamenre había rraído sin ninguna necesid ^d, Y me sonreí con
la misma sonrisa abst tect;.de las dos ezefetes que en ese trlotrl€tl-
ro iban y venían enrre la cabina y algun lugar a mi espalda. colrl-
probando el funcionamienro de los sistemas de iluminación Y
comunicación. Los piloros debían estar chequeando asPectos téc-
nicos; inrroducían datos en la computadora de nav egecróll y coor-
dinaban su rrabajo con los enc ergados de despacho y con los con-
troladores de vuelo. Finalmente las puertas se cerraron'
Un chico de uno s diez años salió de la cabina de mando y se
senró a mi lado. Tenía el pelo muy lacio, castaño, con hebras de
un rubio luminoso, y Llevaba puesta una remera lisa de un gris
oscuro, rodavía con las rayas del planchado en las mangas, lo que
le daba un eire demasiado formal p^re su edad. Estaba un Poco
excedido de peso y Purecía. cansado o aburrido.
Los morores se pusieron en marcha. Volví a mirar hacia afuera
cuando emp ez mos a movernos. LJn técnico de pista observaba
el desplezemienro del avión, hablando por un incercomunicador,
Nos dirigimos lenramenre hacia la pisca de despegue mielltras
una ezafetarecitaba las medidas de seguridad. Se oía el zutlrbi'
rlo de lcrs morores hidrát licos que movían las enormes suPerficies
t
196 r Era et cieto
de control de las alas y del cimón. El chico ajusró su cinrurón de
seguridad (algo que fo había hecho hacía ya una rnedia hora,
aPenas ocupé mi lugar), apoyó la cabeze en una mano y cerró los
ojos. Lo envidié, er^ iucreíble que alguien pudiera dormir o
intentar dormir en un momenro asi
Finalmente el avión se ubicó en la pista de despegue. Hastaahora no había tenido que rccurrir a las técnicas de relajación yeso rne ale g16, Un módico triunfo del conocimiento por sobre la
fe ciege en el comandrnre, en los técnicos, en el aparato y en las
leye; de le t€re€re ditnensión. Busqué árboles con la visra pereverhecia dónde loplaba el viento porque sabía que si la física que
habfe ertudiedo en el colegio seguíevigenre la fuerzadeelevación
dependerfe de le velocidad con la que el aire rodeara las alas, y que
el rvión €ont€guirfe mucho anres elctnzar la velocidad necesaria
Parr rl delpegue ei lo rerlizeba contrr el vienro f no a favor.Pero
lo hnico qu€ vi f'ua un pá,jaro que ibr apurado hacia el río.
Entoneet el ruids del moror aumentó y el avión se disparóh¡cie ndelente, Setrrf la aceleración en los brazos y en el pecho,
Pero nirtgún [lareo, ri emboramienco, ni sudor. La trompa se
inclinó hacia arriba. Y de pronto las ruedas perdieron conracro
con el suelo.
El avió n volaba.
Calculé que mi excicación ere normal, una exciración leve-
mente negative y fácil de asumir. Metí una mano en el bolso yagerré el blíster con el tanquinal pero dejé Ia mano adenrro:
¿necesitaba tomarlol Era toda una decisión. Era ridículo, rambién:"busco mi droga cuando más fácilme resulra asumir mi esrado".
Un momento después se oyó un ruido sordo f unas vibraciones.
Sabía que acababa de cerrarse el comparrimienro del rren de ate-
rrizaje, pero igual me inquiecé.:franquilo
-le du. al chico-, guardaron las ruedas.
Serglo Blzzlo r t97
El chico me miró con aplomo.
Tirve la impresión de que hacía mucho ciempo que no veía a
nadie ran sereno. Me quedé mirándolo durante unos segundos,
como si fuer e Le primera oportunidad que tenía de obs ervar l,e
orre carade la fobia. Después despegué [a espalda del asiento.
-Este eS un momento feo... -dU.,
Ya no hablaba con el chic o Y él tamPoco me escuchaba.
La potencia de los mocores se" había reducido, justamente Por-
que al guardar el tren de ater rizaje el avión oponía menos resisten-
cia y necesiraba una fuerzede impulso menor: [o sabía todo , tenía
roda la información, pero igualmenre empujé al avión hacia arriba
con el cuerpo. En vuelos anteriores mi sensación había sido siem-
pre la de que al avión no le alcanzabr la potencia y que iba a des-
plomarse de un momento a otro. Debo haberlo hecho bien: no era
el primer avión que sosrenía. (¡La cantidad de aviones que llegaron
a destino sólo porque yo los sostuve en el aire!) Al minuto siguien-
re el comandanre desconecró la señal para indicar que a Partir de
ese momehto podíamos desabrocharnos los cinturones de seguri-
dad. ¿Esrábamos ye. e diez mil metros de altura, Y^ habíamos
puesro un almohadón de eíre entre nosotros y la tierrai Sí: ePe're'
cieron Lx azafatas empujando un carrito con champ ^gne.
Recién enronces saqué la mano del bolso. Presioné el blíster
sobre una mano, y una pastillita blanca como la luna quedó aPo-
yada sobre la línea del horizonte (esa línea que todo el mundo
conoce como línea de [a vida) .La egerré con dos dedos Y -con¿renro de haber renido éxito en todo- me la puse debajo de la
lengua. Le dU. a la alzefarue que por favor no me despert^ra Pera
elmorzar o pere_cenar o lo que fuera si me veíe dormido y cerré
los ojos. Lo úlcimo que vi fue al chico llevándose a los labios un
j,rgo de naranjas.
Bueno hubiera sido que se tom ar;- mi chamPagne.
w
r98 r Era e[ cieLo
Cuando me desperré ere de noche, si es que puede llamársele
noche a lo que h^y por encima del cielo. Uno de los pilocos, o ralvez el comandante de a bordo, un hombre de unos cuaren te ycinco años, conversaba en susurros con el chico, inclinado sobre
él.LePregunró si estaba bien, a lo que el chico respondió con unasentitnienro mudo; lo cubrió con una manra y volvió a la cabi-
na. El chico, que había reclinado el asienro al máximo, estiró aún
nrás la lnanta, moviendo las manos por deba.¡o de ella como si
llevara un par de animalitos ocultoS, I bosrez ó y cerró los ojos.
Tuve un sueño que no vale la pena contar, pero algo del sueño
me despertó. 6ilbnsióni ¿O su fini Mi vida sería discinra si hubie-ra matado al rubio. Sería más oscura, más seria, más triste ft parra.-
dójicamente, menos espesa. Sin quitarle una pizca de amor, lehubiera dado un padre asesino a Julián. Fue eso lo que me deru-vo. Ahora mismo, mientras escribo, revivo la alegría de habermedetenido y el alivio que senrí en el avión al despertarme y norarque la furia por no haberlo hecho cambién se había disuelro. Elrubio no volvería a icercarse a Diana, r1o era ronto después de
todo. Un solo llamado por teléfono al cipo de la cabeza rapadahabía sido suficiente p^r^ hacerlo lloriqu eer y hasra suplicar.Thmpoco era tonro: sabía perfectarnenre qué era lo que esraba
diciéndole. No me excrañó la posibilidad de que el equilibrioentre oxígeno y dióxido de carbono en mi sangre se hubiera alte-rado ese día, salrando la valla de los psicorrópicos, para después
renivelarse y rePosar, un efecto que duraba hasta ahora. Todoescaba en calma. Lo único que se oía era elzumbido en el que víe-jábarnos, un zumbido que llevaba nuestras vidas en la oscuridad.
Entonces alg o cayó por debajo de la manra del chico. Merí la
mano entre los dos asientos y lo agarré. Era un viejo ejemplar de
Sergio B¡zzio r I99
Astérix. El chico reaccionó al deslizamiento de la revista con cier-
ta dem ora, como si hub iera tenido que decidir dormido que se
vetabe de la revista y no de un asunto del sueño. Giró Le cera
hacia mí y me dijo:
-¿Lequerés leeri
Me gusró que me tut eere, Ya hab ía gente diez o quince años
mayor que él que me tra,taba de usted. Le dU. que no, le di las gre'
cias y se la devolví. El chico volvió a guardarla debajo de la manta.
Yo estiré un brtzo, encendí [a [uz, saqué dc rni bolso el bloc de
hojas blancas y una lapicera y no escribí. Me qucdé un buen rato
quiero, inmóvil, apretando la lapicera con fuerza. En deterrninado
momento el avión se sacudió uu poco, subiendo y bajando y tem-
blando como un auto en un camino de piedras. Guardé eL bloc y
la lapicera en el bolso y [e preguncéúchico cómo se llamaba.
-Gusti -me dijo.
-¿Augusto o Gustavoi
-¿Augusto? ¡Nol Gustavo. VoY ^L
baño...
La revista quedó sobre el asiento. La agarré y la abrí aI ezer.
Astérix y Obélix entraban e un baño turco. "Buf qué celor",
decía Astérix."Me estaba preguntando si podríamos abrir una
venran i', decía Obélix. Yo me escaba preguntando qué hacía un
chico solo en un avión. Gusti volvió a sentarse:
-tf. gusta? -dU" señalando la revista.
-Sí._A mí no.
Hice un silencio. Le devolví la revista.
-¿Qu é te gustai -le
dU.'
-¿De comeri
-Por ejemplo...
-Las papas fricas. Acá no hay PaPas fritas.
-jtenés hambre?
?
zoo r Era et cieLo
-Nada. Thmbién me gustan el futbol f el renis. ¿Vos sabés
juger al futboll
-Hurrr...-¿Y
al cenisi
-Algo. ¿De qué jugásf
-¿Al fúúoli
-Sí.-{¡¡iba. Juego de nue ve y a veces de diez. Y a veces rambién
atajo -hizo un movimiento con las manos en el aire, arajando
una pelora, / ct'tseguida las dej ó caer-. Ahora hace mucho que
no juego. A veces juego en el colegio. Pero antes, cuando era más
chico, jugaba en una canchita que había cerce de casa. Hacemucho que no vof.
El avión dio un pequeño salto arriba y un pequeño salro
abajo.
-¿Estás viajando soloi
-¿Solo? ¡No! Mi papi es piloro.
-tf" pepá esrá piloreando esre avión?
DUo que sí con la cabe z^ y añadió:
-Los pilotos son dos. Mi papá es uno.
Si el padre lleva a su hUo en este avión es porque el avión esrá en
buenas condiciones, pensé. En ese momenro el padre salió de lacabina. Gusri no me lo presentó, pero el hombr., il,ver que fo esra-
ba hablando corl su hijo, rrr€ dirigió una sonrisa; después le acarí-
ció la cabeze y volvió a pregunrarle si escaba rodo bien y si necesi-
taba'"lgo. Era muy cariñoso con é1. Le hablaba en vozbajaporquelos otros pasajeros a nuestro alrededor dormían, pero se noraba queno era un rono muy disrinto al que usaba habirualrnenre.
liFalta mucho? -le dUo Gusri.
-Un poco, no mucho. ¿No tenés sueñoi
Gusci negó con Ia cebeza.
Serglo Blzzlo r 2or
-¿Querés venir e\a cabinai
-No, no -dU"
Gusti impacientándose'
El hombre se inclinó Y L" dio un beso en el pelo
-Treú de dormir -le
duo.
Después caminó hasra la cabina sujetándose de los portaequi-
pajes como si el avión esruviera sacudiéndose, algo que oo ocü-
rrít.Recién cuando entró y cercíla puerra Gusti me duo que ese
era su padre.
-Ese es mi papá -duo
con una vocecira que no eludía el
cansancio ni el orgullo.
Le pregunré si esta era la primer^vezque volabanjuntos y me
dtlo que no, que volaban todos los fines de semana'
Lo miré. Lo miré dos veces (las dos veces en [a misma mirada)'
Me conró que su madrey su padre se habían divorciado el año
anrerio r. Creíenrender, completando y leyendo cl sobrenrendido
con el que se manejan los niños -ese "recurso" nacural por el
que perccen hijos de rodos, amigos de rodos, conocidos de todos,
como celebridades-, i[ue su madre se había enamorado de otro
hombre, que ahora vivía,con ese hombre y que su padte vivía en
un depaffamenro que é1, Gusri, apenas si había visto alguna vez.
Todos los viernes su padre volaba desde Buenos Aires a Madrid
y rodos los domingos desde Madrid a Buenos Aires. Y Gusti con
é1. Los fines de sem ene su padre lo pasaba a buscar por la casa
de la madre y enlugar de llevarlo ela.canchita de fútbol 1o lleva-
ba al aeropuerro. ¿eué orra cosa podía hacer? Se notaba que era
un buen hombre y que amaba a su huo, pero su rrabajo era pilo-
teer aviones. Así que en lugar de llevar a Gusti a andar en bici-
clera lo llevaba a andar en avión. ¡Hacíayemás de un año que se
relacionaban en el aire!
Lo que al principio me había parecido insólito ahora me Pare-
cía solamenre rrisre y miré hacia afuera sin saber qué decir. Me
lii
t
zoz r Era e[ cieto
hubiera gustado pasarle un bra zo por los hombros, conrarle unchiste, ayudarlo a dormi r, tel como hrcía con Julián f como sinduda seguir ía haciendo hasra que mi bra zo empezere a pesarle,hasra que mis chisces dejaran de diverrirlo y hasra que un díadescubra que Ye rLo necesira de mí. A lo lejos, un poco por deba-jo de nosotros, se abría un abanico de un rosa limpio, suave, unrosa crédul o, cada vez más intenso, de bordes neceredos, pareci-do al cielo. Era el cielo.
*