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E Sergio Bizzio E, ra el cielo @LaTtnoamertcana

Era el cielo

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Page 1: Era el cielo

E

Sergio Bizzio

E, ra el cielo

@LaTtnoamertcana

Page 2: Era el cielo

@ rarrnoamencana

Scrgio BizzioEra cl ciclo. - le cd. - Buenos Aires: lnterzona Editora, 2007.

208 p.; 22x14 cm. (lZ Latinoamericana; 48)

ISBN 97 8.987 -l 180-48.6

1. Narrativa Argentina. I. TíruloCDD A863

@ zooT Sergio Bizzio@ zooT Incerzona editora S.A.

República Árabe Siria 3o4o PB 'I'Buenos Aires, Argentinawww. interzo n aedito ra. co m

info @ i nrerzonaedito ra.co m

Diseño de colección y cubierra: Tiineo ComunicaciónForografia de cubierta: Ana Schaeffer

rs BN: g78-g87 -118o-48-6

Impreso en Argentina en ocruBRs/zoo7

Qt.d" prohibida la reproducción tot¡l o percid dc csr¡ obra, por cualguier medio o

procedimiento, sin permiso previo dcl cditor y/o euror.

Primera Pa rte

Page 3: Era el cielo

Cuando [egu{ dos hombres violaban a mi mujer. La escena me

impacró con dosis iguales de incredulid^dy de violencia, como si

un niño acabara de golpearme con la fuer ze de un gigante. Uno

de los hombres, con el pantalón desabrochado, de Pi" frente a

Dianar'i[ü€ esraba de rodillas, [a sujetaba de la nuca con la misma

mano en la que renía un cuchifio, obligándola a hundir [a cere en

su entrepierna, mientras que el otro, desde eúis,inclinado sobre

ella, le desprendía los botones del vesddo.

Me paralicé en una torsión extraña, con las piernas a mitad

de camino enrre un paso y orro. Ahora escribo, selecciono y

reconsrruyo, y quízi sea esta la única torsión ext rarfie (verda de'

re), pero en aquel momento aPenas si pude creer lo que veíU

senrí [a misma combinación de vértigo y lentirud, de morosidad

y egíteción que sienren los que acaban de sufrir un accidente y

moví la cabe ze alliy aquí acompañando el recorrido de mis ojos

por el cuadro como si la ima gen fotogr áfica de ese primer vista-

zo hubiera esrallado, ampliándose hasta volverse inabarcable.

Después, por fin, me ap ^rté

de la ventan'. Y Pegué la espalda a

la pared.

Lo primero que pensé fue gue, si me veítn, Diana podía

morir, Una serie de molestias menores (un reborde en La cerce'

dura que dificulraba el paso de la llave; eI zigzagueo Por un living

sobrepoblado de muebles, mesas, lámparas, sillas y sillones, Para

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to t Era eL cieLo

llegar a,La.cocina, cuando podí eír directarnente hacia allí entrxo-

do po, e[ pasillo exrerior que bordea la casa) eviró que eperccie'

ra de pronro en la habiración, pero la iron íe de que fuera una

suerte no haberme encontrado cata- a cata con e[[os era tan leve

que no la cepté;en ese momenro ruve miedo de que los laridos

de mi ,or^rón pudieran oírse atrevés de la pared. Todwíe inmó-

vil, retrocedí menralmenre hacia la escena y noré que algo me

había impacrado más el!áde [a violación en sí misma: la suavi-

dad, la rraraban con suavidad, Eso, por increíble que p^rezc^'

anuló en mí rodo impulso, roda esponraneidad, cualquiera de los

muchos recursos a los que el lecror echaría mano sin dudar y Por

lo cuat decidirá que soy abyecto. La suavidad destilaba emene'z^

-enrrlascaraba una violencia c^p^z de dominar l su víctima

desde la tógica, haciéndole enrender gue lo rerrible ya ocurcíó y

reduciendo su resisrencia al mínimo, a pequeños gestos y súpli-

cas que son como los estremecimientos de un mal recuerdo-,

pero también la promesa de que no iba a pasar nada horrible,

nada horrible más.No había griros ni grandes forcejeos. A los

tt " , - - "p.f faVOr " deDiana SegUían UnOS "Shh" menos peSadOSno y tos

que el aire y aun así con una enorm e cePacidad Pafe aplastar'

Volví a asomarrne. La, perspectiva, por entre las cortinas, me

permitía verlos de cuerpo entero. Estaban a cuatro o cinco

merros de la venr ^n,.,i,rrrio

eilepuerra del dormitorio, donde no

había ningún desorden, excepro en [a cama: la man t^ y las sába-

nas colgaban por un costado con los pliegues intactos, corno una

chorreadura de [ava; probablemenre la habían sorprendido en el

living y L^habían arrasrrado hasra allí, de donde Diana intentó

escapar. Los mínimos cembios que se habían producido mien-

rras permanecí de espaldas conrra la pared me apabullaron. El

panralón del hombre que estaba de pie había caído. Tenía pier-

nas musculosas y ofensivamenre pálidas y llevaba puesto un ca[-

Serglo Btzzlo ! It

zoncilro muy ajustado, es[arnpado con flores rojas, contra el que

empujaba ra. cuede Diana. Er segundo hombre le había quitado

er corpiño y ahora re rcxicíaba ros pezones con la punta de los

dedos. ya no se inclinaba sobre "ri"; esraba de rodillas' en

'a

misma posición que Diana, aprerándole desde atrás las piernas

con las suyas. por mornenros enrerraba [a cabe za en su pelo Y "L

cuchillo del primer hombre le toztba'la frente'

Nunca ros había visro antes. Debían rener unos treinta años'

Regisr ré eldaro con un escalofrío: eran bastante más jóvenes gue

Diana. Er que esraba de pie er^rubio, pálido, fibroso, enérgico'

Manrenía ra visra fija en ra boca de Dia n^ y se bamboleaba muy

despacio aderanre y *ris, con un sigilo de ceztdor gue se cuida

de espanrar a su presa y que disfrura más de la frraesrría con que

se acer c^ eella gue con su m'erte. El otro tenía la cabe zl t,'Pa'

da. usaba sandalias de cuero y se agitaba sobre la espalda de

Diana como un contrabajista'

Ninguno de ros dos parecía nervioso o apurado. Pero a cual-

quier varianre seguía ,r" refríege, una lucha milimérrica que

reavivaba mi remor a gue ra gorpearan o la hirieran' Me epxté'

respiré, vorví a mirar. El hombr" ¿" ra cabe z t^ptdala' '.g',rró de

ra cinrur a, y re ^rr.*nco

de ra enrrepierna del rubio P^r^ hacerla

sirtrhacia é1. Diane se incorporó de un salto, droneando y sacu-

o

diéndose. Suplicó que ra dejararl. El rubio la rg*ró de los brazos

y, mienrras el orro i. q,riraba er vesrido, le dijo algo al oído; qutzi

re ordenó quedarse quiera, o re promedó que iba a ser rápido'

Enronces Diana quiso llevarse las manos a la c^t^,pero el rubio

seguía sujerándora de ros brazos desde arrás; vi en sus ojos la

necesidad de cubrirse y el desconcierro de no poder hacerlo Y

esruve a punro de grirar. un momenro después el hombre de 'a

cúeztrapada le o.¿ la bombacha y Diana, ahora compl ..Í,'

mente desnuda' Pareció rendirse'

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rz r Era eL cielo

La llevaron ale cama. La llevaron con el mismo aire de corte-

sía funcional con que se [eva a un anciano hasta su mecedora

frente aljardín. Allí hubo un nuevo forcejeo: los hombres la sol-

taron al mismo tiempo (el rubio par e bajerse el calzoncillo y eI

rapado pera bajarse el pantalón) y Diana se escabulló y corrióhasra la pue rta, donde volvieron a etreparrla. Cayeron los tres al

suelo. Durante un momento nadie se movió ni dUo nada. Se

quedaron quiecos, mudos, respirand o agitedamentg desarricula-

dos, ageffedos unos a otros, con las ropas a medio quitar, hasta

que el rubio sacó un brazo del,amasijo que eran y ^poyó

el cuchi-

llo sobre los dientes de Diana metiéndolo de canto enrre sus

labios. Le dijo algo y Diana asinció . La llevaron de vuelra a la

cama. La acostaron boca arriba. El tipo de la cebeza rapada le

abrió las piernas, se arrodilló entre ellas y dej6 caer lenramenre

la boca sobre su sexo. Diana se arqueó.

El rubio la tenía ageffeda de las muñecas y I^ miraba con eire

melancólico, sin lascivi a. Perecía, haber descubierto un abismo

entre la piel de Diana -levemente

bronce ada, apenas más blan-

ca sobre los huesos al curvarse- y I^ sensibilidad de sus manos.

Y de pronto, como si hubiera saltado ese abismo un minuroatrás y recién ahor e, yl en el tíre, decidi era elcenzerle, Le epoy6

las manos sobre las costillas y las deslizó erribe y abejo muy des-

pacio, una y oúe vez, sin dej ar de admirar ni por un segundo la

voracidad con que el rapado la chupaba. Después tgarrí una

mano de Dian ,y la llevó hasca su entrepierna. Al tocarlo Dianaencogió el brazo, pero el rubio repitió la operación. Esra vezlemantuvo egerredela mano con fuerzahasta que notó que Dianaya no la quic aríe.

Me eperté otra vez. El rubio hab ía dejado el cuchillo. Supuse

que no sabía muy bien dónde (si a su izquierda o a su derecha)

y calculé cuánto le llevaría encontrarlo si yo entraba de golpe ela

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habiración. Un segundo,t lo mejor dos, palpando rápídamente

a un lado y e ocro, pero ¿qué iba a hacer una vez adentroi Me

agaché, pasé por debajo de la ventana y fui hasta el fondo de la

casa. Alcé una piedra, volví ^ dejerla. En la parrilla había una

serie de insrrumenros de asador que alguna vez me regaló Di ^na,

rodos cromados, rodos del mismo largo y todos igualmente inú-

riles. Agarré eLerízador, 1o sacudí en el aire y entré eLa casa.

Me detuve al oír gemidos. Por entre los gemidos roncos y aho-

gados de uno de los hombres oí también un gemido de Diana,

más débil y sinuoso y que ^p^recí^

y se perdí^ y volvía a ^Pere'

cer, enroscado a los gemidos del hombre como un hilo aPenas

más angosro enrre los cientos de hilos de un cable de acero. Eso

bastó p^r^aumencar el peso del hierro en mi mano; entendí que

no tlcenzxíe t dar mál de un golpe antes de que se echaran

sobre rní, incluso aquel que lo recibiera. No tenía ni la mitad de

la fuer z y la agilidad que renían e[os. Nos meterían. Retrocedí,

volví sobre mis pasos. Ahora el dpo de la ctbeztrapada Penetra-

ba a Diana con enviones cad ^

vez más rápidos. Acabó en silen-

cio unos segundos después, apretando las mandíbul ts, Y el rubio

ocupó su lug er. Cembiaron de posición sin ansied ed, e incluso

con un cierto aplomo, como actores de cine porno. Diana obe-

deció a,Iapr.riJn de las manos del rubio y se dio vuelta. El rubio

le indicó que se pus íere en cuatro patas. Después la agetrí de la

cinrura y duranre un mornento se frotó literalmente contra sus

nalgas, hasca que dejó de moverse. Parecía cont rariedo.'El tipo

de la cabezt rapada, sentado en el borde de la cama, con los

codos sobre las piernas, brillante de sudor, gít6 P^r^ ver qué

pasaba. por un insranre pensé que me habían visro y en lugar de

epart;rrme confié en mi inrnovilidad: más ttrde, si todo salía

"bien", cuando los hombres ya se hubieran ido, uno de ellos

registr aríede pronto mi silueta en la ventatta... Pero Le tazón de

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r+ r Era eL cieto

la pausa era menos Prosaica de lo que remí: el rubio esriró unbrazo, agarró el cuchillo y recién enronces recuperó la erección.La penetró Por acrás. Diana elzó la cabe ze,ladejó ceer.Apoyadasobre los codos, a cadaenvión del rubio su pelo rozebela cama.

Desvié la visra y miré alrededor. Miré nada más que pere*se-gurarme de estar ahí. Hecíavarios días que el cielo esraba limpioy que el sol Proyeccaba las mismas sombras, de las que yo em pe-zaba a ser Parte. Pensé, con ánimo de creerlo, que en el fondo ereDiana quien manejaba la situación: en la medida en que nopodía hacer otra cosa, dosificaba su resisrencia f su enrreg a, eIvolumen de su sometimiento. La idea me sonó absurd.x¡ €¡tot]-ces tanro como ahora; no arenuó mi angusria ni juscificó mi inac-ción, no me sirvió. Sentí también el vienro del ala de lo absurdoal reco tdar

-como si fuera algo lejano- que hacíeapenas una

semana que estábamos juntos de nuevo. Durante los d.os añosque estuvimos seParados no hab ía dejado de pensar un solo díaen la posibilidad de volver con ella. Diana era Ia única personadel mundo con la que yo me sentía realmenre seguro. Despuésde una década de matrimonio, la seguridad es un esrado ranro omás valioso que el estímulo intelectual o el deseo sexual. Tengocuarence Y tres años, empiezo a valorar esa clase de cosas. Por lodemás, el fucuro se ha ido angostando hasra volverse visible unaftanja de riemPo que en teoría es menor a lo que viví y enla queYe no h^y lugar Pera lo que me gustaría vivir. En esas cosaspensé, desordenadamente.

cuando volví a mirar Diana estaba sola.

No podía decirle que lo había visco rodo. Pero si dejaba que melo dijera ella no podría evirar la indignidad d" firgir sorpresa,violencia o desesperación. ¿Era mejor decirle que había sido un

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cobarde, que había esrado rodo el tiempo ahíi ¿Eso hubiera sido

el fin de mi vida con Diana, con Julián, hubiera sido e[ final de [o

que vine a busc ar? Eché un último vistazo hacia adencro Y suPe

que lo que heríe en ^Plaza;.

el engaño'

Diana esraba bien. I{abía una cierta vitalidad tranquilizadora

en la forma en que se levantó y se sentó en la cem , e incluso

durante los pocos segundos que permaneció quieta, pensativa, con

las menos sobre las piernas, como decidiendo si terminaba de

levanrarse o empezaba e. llorar. ¿Estaba pensando en hacer la

denuncia -Diana es una aurora de libros infanciles basrante

famosa; su violación podía resulmr el rema del mes-, pensaba en

ella, en mí, en cómo me 1o diría a míi Negó en silencio con la cabe-

zt como si efectivamenre hubi en úgo que pensar y ella acabara de

hacerlo, d. repasa r y rcarmar los momenros previos al ataque de la

misma forma "tt

q..., ahora lo hago )ro, aunque incluso en aquel

momenro me parecro evidenre que su repaso iba más allá que el

mío, un mero reborde en la cerradura. Tuve la impresión de que

estabe menos angustiada que enojada. De Pronto se estremeció, se

esrrerneció brevemenre, como si algo la hub ieruasqueado, y su pie

izquierdor Qu€ hasra ese momenro esraba apoyado sobre la punta

de los dedos, se desl iz6 hacia adelante y pisó el suelo con fuerze,

revolviéndose y acomodándose como en un mundo nuevo.

Después de unos segundos de'inrnovilidad se apoyó en ese pie

p^r^levanrarse, agarr| e[ vestido y salió del cuarto e Paso rápido.

Me ep;¡rtéde la venrana y volví por donde había llegado. Eran

las cuarro de [a rarde. A las cinco Julián salía del colegio. Diana

y yohabíamos acordado que esa tarde íríea buscarlo ella. Sabía

que Diana no ser íe cepez de i, Y que de un momento a otrÓ me

llamar ía pxa, pedirme que lo hici er'- yo, / rrre vino e ra mente

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-

16 r Era e[ cielo

-ca!ó en mi mente, como una piedra, provocando un oleaje

que bañó de terror las costas en miniatura de mi vida- la ima-

gen de Julián entrando por prim ere vez al deparramenro que

alquilé cuando Dian e y yo nos separamos, dos años arrás.

-Me gustan las cosas nuevas. Me gusra ese árbol -dijo."Lo nuevo" estab e rcferido al hecho de que el deparramenro

era nuevo: fui el primer inquilino que vivió allí.'El árbol" era unviejo paraíso ennegrecido f en aquel momento

-invis¡ne- si¡hojas: la copa, una red de ramas retorcidas, con nudillos inflarrrá.-

dos y coftez;rs resecas y ahuecadas, daba de lleno sobre la venra-

na del living, como un espectror prome tíe para el verano , ye flo-recido, el alivio de su sombre, pero en ese momento no era más

que una sombra en sí misrno. La aprobación de Julián me corl-movió. Recién entonces

-curiosamenre, porque Diana y yo

habíamos hablado de separarnos duranse meses- ceí en lacuenta de que ya no vívía con é1.

Mi hrjo, el ser más amado, el hombrecito que sostenía el serl-

tido del mundo, se sencó en el suelo, ajeno a mi angusria, y sacó

de la mochila del colegio una nave espacial sin cabina, sin puer-tas, completamente sellada, con luces ridlantes en las alas.

Después merió de nuevo la mano en la mochila, revolvió un poco(los niños confían en el tacto y en la vista por igual, pero le dejan

las tareas más fáciles al tacto) y sacó un superhéroe inarticuladoy demasiado grande pere la nave. A pesar de codas esas dificul-tades

-la nave pequei^y sellada y elsuperhéroe inmenso- los

acopló con la misma fluidez con la que él mismo prom etía aco-

plarse alanueva situación. Lo único que tuvo que hacer peruqueel juego resultara exicoso fue un sonido de rurbinas con la bocay $eer en é1.

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No me alejé de la casa; caminé por los alrededores, arurdido

como alguien que vegesin rumbo por entre las ruinas en el lugar

de un arenrado. Hasta que Diana llamó a mi celular y me Pre'

gunró si pod íe ír a busc er e.Julián. Se disculpó por llamarme a

último momento. ¿L\egeba? Le dU. que sí y [e Pregunté qué

había pasad.o.

Diana hizo una pausa.

Esperé su respuesta con [a ansiedad de un pacienre que acebe

de ent regarrl,e a su oncólogo un sobre con los resultados de un

chequeo de rurina, con la expectativa de un adicto que es dejado

a solas junto a un mueble con muchos cajoncitos.

-¿Pasa algo ? -tePetí.

-Me llamó Elisa -dU" por fin. Ningun signo en [a voz, nin-

guna fisura-. Quiere verm e y Ie dU" gue sí, parece urgente.o

De modo que no pensaba decírmelo, al menos Por el momento.

-Diaox.. . _-vecilé. Me cuesta escribir lo que dije; fue un

susurro, pero en el tono hubo montañas de complicidad y un

lago de dolor en el que un extraño hundía los remos sin aPuro-:

¿Algunevez te dije que te quieroi

E[la hizo una úpiáe Pausa:

-Tonto -dijo.No era- pera nad elaclase de términos que usaba Diana, fuera

de sus libros. En una conversación cualquiera su equivalente a

"tontd' ereun chasquido acomPañado Por une sonrisa y un giro

en cámara lenca de la cabe ze. El, acuerdo cariñoso que esa pala'

bra tenía o podía tener entre nosotros me resultó chirrianfe.

Apenas Julián salió del colegio (verlo me rompió el corazón:

de pronro ete un chico que no sabía nada sobre sus padres) lo

invité al cine. Me dU" que prefer ía juger al tenis. En el club alqui-

rc dos raqueras y un rubo de pelotas y fuimos al frontón.

Tuvimos que esperar un rato porque había seis adolescentes

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I8 r Era eL cielo

ocuPándolo, tres chicos y rres chicas, que jugaban por rurnos.

Habíamos comprado una Pepsi con dos pajitas y nos senramos

en el pasto a esperar que terminaran. "Mi pajita es la que esrá

torcida" , eclaró Julián para que no se la usara. Sólo uno de los

seis chicos jugaba bien f se pavoneaba ante los demás sub reyan-

do su estilo hasta la caricatura, daba golpes más fuerres de lonecesa rio y emiría el típico grito ahogado de los renisras profe-sionales. Cuando por fin se fueron Julián jrgó un poco desma-

ñadamente, quizi por reacción al estilo sobreactuado del chico,

como si no quisier^püecerse en absoluco a éI, o quizá porque el

uniforme del colegio lo incomodaba...

Yo tenía treinta y siete años cuando nació Julián y recuerdo

que en los meses previos a su nacimiento me dolía la idea de ser

un padre demasiado viejo púe.éI. Pensaba que mi agilidad no iba

a estar a la alrura de sus juegos, ilüe mi resistencia física no alcan-

zaríe a cubrir su necesidad de acción. No fue así. Incluso ruve

más ánimo y más fuerzes que nunca. Hasta esa tarde. Esa tardetuve rni edad..

Julián dejó de jugar enseguida. A unos rreinra merros del fron-tón dos hombres cortaban un árbol. Nos acercamos a ver,Uno de

ellos tiraba de la soga con la que había enlazado la rama que el

otro cortaba Por la base, con una motos ierta."Si la rama se le cee

encima lo metí', comenró Julián. Le dU. que no había ningún

peligro, ![ue sabían lo que hacían. "¿Eso h^y que saber hacerloi",

me Preguntó. Consideré las posibilidades de la pregunra, como si

la hub ierahecho un adulto más o menos irónico ,y L"dU. que sí.

Le rama se quebró y cayó muf despacio, pero el crujido de lamadera rompiéndose no se apagó hasta que la ram a peg6 en el

suelo, e incluso hasta unos cuantos segundos después.

Abrí la puerra de casa y Julián fue corriendo a prender la cotrt-

putadora. Yo evancé por el living lentamente.

-¿Dianai -llamé.Enrré al cuarro. La cama estaba tendida y no había nada fuera

de lugar. Me impresionó darme cuenta de qüe en ningún mornen'

to hubo nada fuera de Lugar, y que a Diana le bastó cender la

manra y alisar los pliegues con una mano penborrar las huellas

de lo que había pasado. Miré hacia la ventarla. Ahí estaba yo un

par de horas arrás. Sin embargo no me había retirado del tod.o,

y alo mejor no rendríe nunca la fuerza suficiente Pere aparter'

me completamente de allí.

Me senré en la cama. Desde el cuarto de al lado llegaba el

sonido del juego de computadora: aceleraciones, una sirena

monocordg golpes en las teclas y la voz de Julián gritando ^

intervalos irregulares "¡No !","¡Sí!", "¡Eso!".

De pronto me sentí agotado.

Le ftenre es el lugar del cuerpo donde sienco el cansancio con

más nicidez. No en rod elefrente: es un sector circular, ubicado

por encima del enrrec.jo, que se angosta y extiende t ízquierda

y derccha, hasta rocar las sienes, formando la figura de una Per-

sona con los bra zos abiertos sobre el respaldo de un soft. No es

un cansancio plácido, sin embargo, ni exclusivamente físico. Es

como si supi erelo que ve locurrir rnañanay no me interesxrx...

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zo r Era e[ cielo

Y al mismo tiempo, si lo pienso, cedamañana cuando me levan-

to, o mejor aún, a la noche, antes de acostarme, añoro La dulzuradel cansancio como resultado de un díeacrivo, impulsado hacia

la cima de cualquier cosa, por cualquier cosa que jusdfique el

veYecto. [.Jn hombre sube una montaña de polvo porque sabe

que arribe h^y algo sólido, o úril, o apenas discinro del polvo. Yo

fui ese hombre. La indiferencia, mi indiferencia por lo que v€n-

dri, es lo que siente la figura del sofá en su propia frente,porencima del encrec"jo, extendiéndos e a izquierda y derecha y for-mando otra figura, también sentada. No es una serie, ni ve al

infinito. Termina ahí. La figura del cansancio en la figura de micansancio. Pero miencras que yo sé lo que va a ocurrir mañ en ,

la figura lo ignora f no por eso siente menos cansancio qu e yo.Este es el que sof ahora.

Cuando abrí los ojos fa era de noche. Julián me había agetta.-

do de un hombro con las d.os manos y mesacudía con fuerze,aun

después de haberme despertado. Lo miré. Seguía sacudiéndome.

-Dice mami que vengas a comer...

Tuve la impresión de que no había oído nunca nada ran raro

en toda mi vida.

Después de dos años de ausencia la mucama me miraba como aun intruso. Diana y yo nos habíamos habiruado rápidamenrea estarjuntos otra vez,pero la mucama me seguía con la rnirada

Y Yo tenía la sensación de que esperaba a que Diana reaccio n r^de una vez por codas y me pregunrara quién en y qué esraba

haciendo ahí. Esa noche, cuando entr é e Ia cocina (la mucamatrasladaba algo en un cucharón desde una olla hasra un plaro en

las manos de Diana), fue la primera en levanr ar lavisra hacia mí.Diana no me miró hasra que la besé.

Sergio Bizzio

La cena fue breve, pero hicimos un esfu erzo tan grande Por

copiar los tonos y [a modulación de una cena cualquiera que

pareció eterna. Las inrervenciones de Julián, sus comenrarios a

nuesrros comentarios, o sus juegos (inclin er Ie silla hacia atrás y

balancearla sobre las patas traseras, meter un muñequito por el

pico de la borella de agua) eran lo único que restituía eL tiempo

reel, aceleríndolo. Diana no sabía que yo lo sabía, Por suPuesto,

pero yo no sabía por qué no lo decía. Y no parecía dispuesta a

hacerlo. Toda nues tre efectación de cotidianeidad estaba sürcá.-

da de chisporroteos y latidos, como una tormenta ecrevés de una

corrina, pero sólo Diana podía preguntar sin temor qué era 1o

que pasaba y acepcar mi respuesta como una verdad. Cuando lo

hizo, menos intrigada por mi silencio que pxedescomprimir su

propia rensión, le dU. que Bardem, el productor español para e[

que había esrado uab$ando por correo electrónico durante los

úlrimos meses, quería que fuera per;- elli.Teníe que irme dentro

de veinre días. El terror que sentía por los aviones le bascó a

Diana perl. enrender qué era 1o que me pasaba; rne sonrió y me

preguntó por qué se 1o concaba recién ahora. "Querida, vine

anres p^reeso, dejétodo p^revenir a cont irrcLo,Pero cuando lle-

gué re esraban violando y no supe qué hacer. De hecho no hice

nada... aparte de mirar. Me sienco muy mal Por eso' casi más

que por lo que Ee pasó. Esa es la rezón por la cual te lo digo

recién ahora. ¿Podrías llevar aJuli án esu cuarro y volver solal Me

encantaría morirme, pero no quisiera que éI esté Presentel'

Me encogí de hombros y L" dU. que no estaba seguro de poder

subir a un avión.

-¿Or ravezcon esoi

-dUo Diana como si le hablara a un niño

que insisre con usar la afeitadora del padre (o la ropa de la madre).

Después se levantó, me dio un beso en la sien (apoyó su mano

en el respaldo de mi silla, no sobre mi hombro) y dUo que iba a

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zz r Era et cleto

acoscarse. No se sentía bien. Le pregunré si quería que llamara a

un médico. Ella frunció el ceño, un gesto que volvía ex^gerada mi

Pregun¡a, Y dU" que no, que lo único que necesicaba era descá.rl-

sar un Poco,Dos horas después, cuando Julián se durmió, abrí la puerra

del cuarto milimétricamente, me quicé los zaparos y l^ropa y me

metí en la cama tratando de no desper tarla, aunque sabía quefingía dormir. Hacíamos el mismo número en las semanes pre-vias al,a separación. Con la diferencia de que en ese úlrimo riem-po juntos Yo casi no dormía, me mantenía florando enrre el

sueño y la vigilia, atento a sus movimientos en Ia, carna, a sus

cambios de posición. Dormía "eIa. expecr etívi'.¿Por qué no meabrezai ¿Va a abra z^rme si me doy vuelra, si le dof la espaldar

Recon ozco una cierta coreog rafía del sueño en mis relaciones

largas (.t las relaciones ocasionales no hay nada eparrte de ran-teo y desconcierto y,desde luego, la búsqueda de la propia corrro-

didad). Me bastaba un leve roce de la punra de los dedos sobre

su vientre Para que ella girera hacia ffií, no importaba cuán dor-mida estuviera. Me sentía.Mucho tiempo después me pregunra-ba tod avíe cómo era posible que sucedi eraalgo así, no ranro queella sinciera el roce de mis dedos (eso, incluso pereun cínico, es

amor) como el hecho de que yo mismo lo advirriera f lo r€cor-dare y no estuviera en ese momento con ella... Es más, Dianafue la prim eÍe que hizo el gesro. Y yo lo adopré. No como unimicador (como un estudiante de teatro gue, senrado en prime-re frLa, mira la mala versión de una obra pésima aplaudida por lacrítica y se abisma en la fe de que él mmbién debe acruar así, en

lugar de levantarse e irse) sino con devoción, suspendido a rodolo larg o y ancho de mi ser.

Entonces Diana recogía su pelo para que yo meriera Le caraen su cuello. Y lo hacía todas las noches. Todas. Todas las

Sergio B¡zzio ¡ 23

noches. Yo le pasaba un brezo por la cintura, cruzaba el otro

sobre su pecho para tomarle un hombr o, y ella se acurrucaba en

mí con un bamboleo tan dulce y ten suave que te hacía pensar

en el viento.

Y al revés, cuando fo [e daba la espalda (bastante menos st¡til-

mente que ella, y no lo digo por cortesía) se pegaba a mí con un

brazo extendido sobre mis piernas, cubriéndome una rodilla con

la mano. Cualquier alteración de esa rutina podía despertarnos.

Pero llegó un momento en el que ya sólo nos ebrazibamos

cuando coincidíamos de frente, como si el abrezo no fuera más

que el resultado de un encuentro casual.

"Salgo del agujero donde duermo', dice una línea de Apollinaire.

Esa fue mi sensación por la mañ ^ne,

aPenas me desPerté.

DU" "la ma irarni' , pero el abanico de lo superfluo era mucho

más amplio de lo que pensé: todaví e era de noche. El motor de

un auto rasgó los últimos segundos de confusión...

Diana dormía boca arriba. Saqué un pie de la cama y cuando

lo apo yé en e[ suelo entreabrió los ojos; dos ranuras en [a oscuri-

dad. Enseguida volvió e cerrerlos. Ap oyé el otro pí" y salí del

cuarto.

En la cocina encontré el frasco de plásdco en el que Julián

guarda algunos de sus juguetes. Le quité la taPa Y volqué e[

contenido sobre la mesa: un marcianico amarillo limón con un

gancho de metal en la cabe 2a,... un perro de tres colores... un

escorpión morado... una hormiga sin abdomen, con ojos de cal-

comaní^y manos en forma de teneze... l¡r1 gusanito verd€ €rtros-

cado en la cola de un [igre... un catacol sonriente, de antenas

redondeadas, con un libro en la mano... un guardián de zooló-

gico con un traje verde y un gorro celzedo hasta las ceias... un

Page 11: Era el cielo

2+ r Era et cieto

tractor sin ruedas... un ratón con los brazos abierros, como si

acabara de ver a alguien o algo muy querido... un boomerang d"plástico lila... un excraño hongo gris con cere humanx... unmonstruo morado con la boca abiertey la cola en llamxs...

¿Por qué no rne lo dijoi ¿Por qué no me lo dicei

Julián epereció en la cocina con el pelo revuelro. Se sencó sobre

mis piernas, apofó una mejilla sobre mi pecho y después de un

momento de silencio (ese momento al comie nzo del día en el

que uno palade ala dicha de cener al orro) me conró un sueño de

caíde y me preguntó si fo sencía lo mismo que é1. "¿Qu é?" Peracontar lo que sentía se sacudió, se estremeció. Le dU. que sí, que

yo senda lo mismo. Recuerdo perfectamente la sensación de los

sueños de caída.Le conté que siempre me despertaba un seguo-

do antes de estrellarme contra el suelo.Julián pareció sorprendi-

do. AIz6le cara, trl€ miró y me dUo que él no se desp ierta, que él

se estrella contra el suelo y se levanra y sale caminando.

Desde que Julián empezí e caminar, ere la primera vez que

Diana se despertaba después que é1. En general se vesría anres de

salir del cuarto, quiero decir completamente, con la ropa que pen-saba usar durance el resto del día, o con una bata si es que se

duchaba antes $el desayuno y no después; ahora llevaba puesra

nada más que la bombacha y una remera sin corpiño; se había

pasado un peine por el pelo. Nos dio un beso a Julián y a mí yentre un boscezo f orro dtlo que hacía mucho riempo que nodormía tan profundamen te y que a pesar de eso se sentía comosi la hubieran apaleado. Me levant é y le serví café. Cuando volvíe sentarme

-no antes, como si fuera un asunto que debiera

Sergio Bizzlo t

trararse a no más de medio metro de dis¡¿¡sf¿- me Preguntó

por los deralles del viaje. Le respondí en desorden: ten dríe que

esrar al\áun par de semanas, vabejar un poco en el guión antes

del comien zo de [a preproducción, etcétera. Diana dijo:

-¿Qué pasa si no vas?

-No sé. LJna de las cláusulas dice que estof a disposición del

productor...

Diana bajó la vista aplastó una cascarita de pan con un dedo

y volvi ó e mirarme, pero no dijo nada.

-¿Estás bieni -l

e Pregunté.

-Sí -dtjo ella con eíredespreocupado. Yo negué en silencio

con la cabeze-.,ifienen a la protagonistal

-Creo que sí. ¿Vendrías conmigoi

-Julián no puede faltar dos semanas al colegio...

-¡Sííí! -dijo Julián.

-Además ru problema no es ir solo, tu problema es eI... -dijo

"eví6ri' moviendo los labios en silencio; no quería que Julián

supiera que a su padre lo aterraba volar, no que ríe trensmitirle

ninguno de mis miedos, que eran decenas. No me extrefietía que

después de arios de palabras escamoteadas Julián cermin ^r^

reniéndole miedo a las elipsis e Me dUo Elisa que su hermano

hízo una vez un curso Para volar. ¿Querés que te averigüei

-¿Volól-Sí.-¿%lvió?-¿Cómo?

-si pudo volver,..

El problema de ir -P^ra

mí- es que después hay que vol-

ver. Los viajes siempre son dobles, tienen reverso, se completan

cuando uno regresa al punto de partida; nunca se trata de un

solo vuelo, a menos que uno sepa que no va a volver, con lo cual

Page 12: Era el cielo

26 r Era e[ cielo

la mitad de un viaje resulta ser todo eI viaje. Yo no cuenco con ese

alivio. Mis viajes de ida se adensaron siempre por Ia care€D sorrr-bras del regreso: ¿f si soy cep^zde ir, pero no d.e volveri Así quecodavía no he partido y emp íezo a considerar la vuel te, der¡xo€-ra tal que mucho antes de que mueva un ded o yese ha produci-do una colisión.

Diana se son rió, se puso el pelo detrás de las orejas f se incli-nó sobre un dibujo que Julián había empezado un minuco arrás:monstruos, monstruos silenciosos, monstruos articulados silen-ciosos. SiemPre me había gustado la honesridad de la arenciónque Diana le dedicaba a Julián; esra vez percibí una sombra decondescendencia, quizi profecrada por lo que yo mismo habíavisro y sobre lo qL. Diana guardaba silencio. Pero sus pupilas,siguiendo las líneas que Julián vazaba en el papel, iban a orravelocidad, o más rápido o más lentas o en la dirección opuesra;sus comentarios sonaban forzados y e veces sus respuescas se

demoraban tanto que Julián tenía que reperir la pregunra.

Lo primero que hizo el Dr. Rodolfo Comas (médico psiquiatra)

fue poner, con un movimiento de las manos ahuecadas, como

si rraslad ^ra

un puñado de aire por encima del escritorio, al,

miedo de un lado y a las fobias del otro."El miedo, del latín metus

-dUo , se mete en la persona por sí mismo, o Por la acción de

un tercero, en tanto que fobia es un sufijo que nosotros [os... ap[i-

camos específicamente a los temores íntimos Proyectados a un

objero exrerio riY aunque no hacía ni dos minutos que estaba allí

y^ me miró como preguntándome si lo seguía. Asentí. Debía

tener unos cincuenta años, dos hijos, a lo mejor [res, un piso en

Belgrano con muchos libros, con muebles laqueados, dinero en el

exterior, un Subaru verde musgo (con portaequipajes), un amigo

de la infancia (excedido de peso), un departamento en la costa y

no mucho más. Era simpácico, pulcro, meticuloso, vestía un saco

color crema, camisa blanca y una corbata patológicamente reyada

sobre la que de ranto en tanto apoyaba los dedos, como P^r^ as€-

gurarse de que seguía allí; hablaba con vozsuave, en tono amisto-

so. En la pare d, ?su espalda colgaban dos diplomas; el de la izquier'

da 1o acrediraba como miembro internacional de la American

Psychiarric Associarion y "L

de la derecha de la Association for

Cognirive Psychorherapy, arnbos de marco patinado. Era txlrl-

bién, y ahora principalmente, el fundador y coordinador de un

equipo profesional mulridisciplinario llamado "Volar sin miedo'

Page 13: Era el cielo

zB ¡ Era et cielo

f un disertante habirual de la induscria farmacéutica en pro gre-

mas de actu alizecíón médica que era lo que más me imporraba a

mí: eI firmeco,los efectos de la formula del fármaco.

-Yo puedo volar, lo que no puedo es subirme a un avión -dU.

en determinado momen[o.

-Es lo que te esroy diciendo -me rureó el Dr. Comas-.

¿Sabés quién es Damoclesi

-¿El de la espadai

-Exacto. Hipócrates notó un díe que Damocles no podía

estar al lado de un pozo, pero que sí podía entrar en é1... en el

Pozo. Acá pasa lo mismo. Es decir, el miedo no alude al verbo

sino al obje[o, no alude al verbo "volar" sino al avión.

-El probleme es que no hay otra manera de volar...El Dr. Comas se sonrió y mepidió tranquilidad con un gesro

de las manos abiertas, como si empuj are hacia rní las dos rrroo-

tañiras de aire que había dispuesto sobre el escrirorio al comien-

zo del encuentro. Acto seguido, levemente molesco con Los zig-

zegueos de la entrevista, dio vuelta Ie pigina hacia arrás y me

explicó en qué consis tíe el cu.rso: cuatro sesiones de una hora ymedia cada una, siguiendo'un programa que combinaba infor-mación técnica sobre el avión, simulador de vuelo, cécnicas de

respiración y psicotrópicos. Tuve la impresión de que no falraba

nada. No obstan te, aI cabo de una media hora de hur ger en laterreze de mi psicolo gíe y en mis pasadas experiencias de vuelo

sacó de un cajón del escritorio un libro firmado por €i,,, Estrategias

Para uencer el miedo a volar, con la trompa de un Jumbo en la apa,un video, Recursos para uencer el miedo a volar, en cuyetapa esraba

ahora su propia crompa, y una serie de hojas impresas con el

título de Consejos prácticos para vencer el miedo a volar. Esra vez,

leyendo los círulos, rrri impresión fue negariva (iba de "esrraregias"

a "recursos" y e 'tonsejos", un degtedé bastante desconsolador).

Sergio Bizzio I 29

Volví a animarme cuando sacó el recetario. Debía tomar üo cotrl-

prirnido diario (10 mg) de escitaloprzrrl, un inhibidor selectivo de

Ie recapcación de serotonina, es decir confianza. AgarréIa recet^ Y

é1 se puso de pie y me extendió [a mano al mismo tiempo que yo

mería la mía en el bolsillo; dijo que esa primera entrevista era "sin

cargd' , así que estreché su mano y en cierto sentido le ofrecí la

espalda, no al Dr. Comas sino alemano misma, que enseguida se

apoyó por encima de mi cintura y me condujo a la salida.

-¿Y? -me preguntó Diana.

-Bien, me dio una medicación y una película -le

alcanc é eL

video.

Diana le echó un vis tezo f lo dejó sobre la mesa' Dijo que

estaba cocinando algo " rico" i un atisbo de entusiasmo (tres días

después era evidentísimo que no pensaba decírmelo) . La trtucá.-

ma salió de la cocina secándose los dedos en la blusa.

-¿El señor va a cenari -me Preguntó.

-Por supuesto -le

dije.

Jutián ye había comido y estaba en nuestra cama mirando

Cbarlie y la fábrica de chocolate. Tenía sueño, hecía fuerzas Per,

rnantenerse despierto. Me dio un abrezo sin decir nad^ Y cuen'

do me solró se puso de costad o y cerr6 los ojos: listo, suficiente

por hoy, fa no lucharía más. Ap"gué la película, 1o llevé a su cama

y blé a cenar.

Esa noche, como esa mañana, como el díe anterior, como e.

cada momento frente a Diana, volví e sentirme horriblemente

deshonesro: leía en ella; en cualquier cosa que ella dijera o hicie-

ra o dejara de hac er yo Leíe la verdad, cuando su intención ere

oculra r\u sólo con mi presencia la obli gebe a mentir. Si Diana

desviaba la vista f se ausent eba., o si seguía mirándome fijo un

Page 14: Era el cielo

30 r Era et cieto

segundo después de que hubiera terminado de concarle aLgo, yo

sabía por 9ué; nada de lo que decía a continuación era verd.ad.

("M" quedé pensando gue...") Diana ere de pronto un texto

per.a rní, una mujer legible. Excepto cuando "se olvidaba", lo que

sucedía cadevez con más frecuencia, por lapsos cada vez mayo-

res, duranre los que volvíamos a sentirnos queridos y necesarios

f , p aradójicamente, seguros.

Una hora después nos acostamos y pusimos el video del Dr.

Comas.

Diana apoyó la cabeze en mi hombro y dUo en un susurro:

-Me gusta que estés eci.

Lo sabía. Cuando gfté hacia ella y me ebrezó con fuerza, tam-

bién supe que además de ebraztrme estaba deteniéndome.

Fue un momento raro pe.'e mí y seguramente horrible para

ella. Nada encajaba. Los cuerpos sí, pero no la elegría de escar

juntos, como en los días previos al ataque. Ér"mos de nuevo una

familia, p€ro y^ no podíamos decir que no hubiera nada más

dulce. Nos quedamos pensativos y calledos; pensativos sobre un

fondo de datos técnicos, callados sobre un fondo de curbinas.

Segunda parte

Page 15: Era el cielo

4

Diana y yo nos separamos en la misma fecha en la que nos

habíamos casado díez años atrás. "LJn matrimonio redondo',

comenró Diana al advertir la coincidencia.

Duranre algunos meses el desconcierto por la separación fue

simétrico,'tomo un tigre que mira sus alas abiertas", según escri-

bió en uno de sus cuenros, refiriéndose a una infelicidad de fan-

rasía. Hasra que una noche conocí a Vera en la fiesta de fin de

año de un canal de relevisión per^ el que vtb$ibamos los dos

como guionisras. Y aunque el hori zonte no se inclinó Por eso, mi

vida sí. En mi vida hasra enronces no había más que un montón

de heridas superficiales.

El lugar, un galpón en mirad de un proceso de reciclado, esca-

ba en penumbras, y decenas de productor eS, agentes, actores, eje-

cutivos, guionistas, periodistas, rePresentantes, cada cual con su

esposa o esposo o aman[e, todos cómicamente vestidos según

su rol, charlaban elztndo la voz por encima de la música en un

clima hererogéneo de rriunfo, promesa y ansiedad, regado por

un champagn" qug sin ser malo, dejaba entrever que respon día'

a un presupuesro. yo había ido solo, después de pensarlo mucho.

Detesro mi rrabajo, deresro el mundo de la televisión; quizi sea

por eso que no he podido librarrne todavía de é1. Allá y aquí €srx-

llaban de ranro en ranro risas como grenadas; el entusiasmo de

algunos abrazos daba vergüe nza. Derrás de la mirada entre

Page 16: Era el cielo

34 I Era et cleto

curios e Y embobada con la que muchos incerrumpían sus coo-versaciones Pare clavarla en los artistas cada vezque estos posa-ban Pe'"e una foco había recelo, desprecio. Todo era sordo, enros-cado, servil, automático, negociable y lercral. Con trelepared delfondo se había moncado una especie de carima, eleque en decer-minado momento subieron las autoridades del can

^I y uno rras

otro dieron discursos breves y ardienres como llagas; después,sobre una panralla no del todo rensa, s€ profecraron imágenes deambos ciclos, en las 9ue, con apenas una gora de sangre fría,podía adverrirse la despreocupación rutinaria de un ediror mal

Pago f aun así parte de la gran familia: fragmentos elegidos al ^zer,sin ninguna ilación de luz, rli de sonido, ni de planos, con inre-

rrupciones abrupras de la música y hasca de los parlamenros.Después de todo ¿quién lo not aríe? (Yo, idioca, el auror.) Haciael final de la proyección, la escrella del programa

-un especia-lista en sobreactuación que ahora carnbién rriunfa en Colombia,o en México, o en Ven ezuela- dUo en un primer plano, con vozuntuosa: " Vas e arrePentirtg créeme que vas e arrepentirtd'.Entonces, sin quicar los ojos de la pan n\Ia,Vera se inclinó haciarní, casualmente parado junto e eLIa, y, segura de que yo ereorro

-ahí mismo hab¡a orro un segundo acrás- me duo al oído:

-Es el esrúpido más grande que vi en mi vida.Enseguida se dio cuenca del error.

-Etpero que no seas del canal... -dUo.

-En algún momento voy a ser gerenre de programación. Miplan es hundirlo rápido. No podría hacer orra cosa.

Vera señaló la pantalla. La estrella había desaparecido.

-En el guión decía: "Por fevo{' , ercétera. El personaje se que-braba y suplicaba. No quiso hacerlo. DUo que iba a afecrar suceffere. Tuve que reescribir escenas enreras para cuidar su ima-gen. Y lo peor de todo es que se empeñó en colaborar con la

Sergio Bizzio I 35

nueva orientación del personaje. ¿Sabés qué le escuché decir un

día? "Se me ocurrió una idea buenísima que vi en una película."

Dr.lo eso.

Un minuto después nos fuimos juntos.

Yo vivía solo y eLIa vívía con un Perro.

El perro se llamaba Sant o y enlogueció a mediados de diciem-

bre. Su enrrerenimienro principal consistía en perseguir mis pies

por la casa, gruñéndoles como si no fueran Parte de mí.

Recuerdo haber pensado que era un perro demasiado grande ya

p^n esa clase de juegos. Por lo demás su comportamiento era

roralmenre normal; mientras yo escribía él se echaba a mis pies

(vigilándolos, pienso ahora) , re^ccionaba a su nombre, Y ante la

promesa de un paseo ladraba con una ansiedad muy parecida a

Ia alegría. Una rarde me vio desnud o y a partir de ese momento

su carácrer cambió. Vera hizo un mohín cuando se lo dije, Pero

esroy seguro de que fue ahí cuando emp ez6 todo. Él *ismo se

encargó de hacérmelo sab er;Ie forma en que me miró, aLzando

apenas la cebeze, diría que tensándola, fue siempre la misma

desde enronces. A veces, de noche, ladraba dormido, sin desper-

rarse; eran ladridos suaves, homofilicos (.1 inconscience de los

perros esrá esrrucrurado como un ladrido, sin dud") y hasta cíet'

ro punto conmovedores. Después se volvió extemPoráneo Y

finalmente peligroso.

Una mañana Vera y yo compartíamos el diario en el jardín

cuando de pronro noré que Santo se paseaba a un lado y a otro en

cámera lenra, con la cabeztelzada. Le pedí aVera que lo mirera,

-Caza moscas -rne

dijo.

Page 17: Era el cielo

36 r Era eL cieLo

Pero a mí me pareció que acruaba. Otro día, il,ILegar a casa, lo

sorprendí dando salros en medio del living, como si esruviera

bailand.o. Lo curioso fue que no se detuvo hasta un buen rato

después de que yo entrere. Se me ocurrió que podía tener algún

problema con el olfato. El veterinario le hizo unas pruebas y drjo

que no. Una semana después Vera y yo fuimos a comer un asado

elacasa de fin de semenede unos amigos y tuvimos que llevar-

lo porque desde algunos días atrás había empezado a destr ozer

alfombras y sillones y a tirar las lámparas en nuestra ausencia.

Los hijos de los inviados nadaban en la piscina (no era una pile-ta: tenía forma de riñón) y de pronro Sanro, que hasra ese

momento descansaba e la sombra de un pino, observándose

decenidamente una pete -nunca

había visto ^ un perromirarse-t se tiró al agua y mordió a una nena. Por un instante

los gricos de la nena nos parecieron parre de un juego, pero su

sangre tiñó rápídamente el agua y todo el mundo corrió en su

auxilio mientras Santo salía de la piscina subiendo escalón rras

escalón a paso firme, como si acebera de hacer algo justo o o€c€-

sario. Noté que no se sacudía.Ere la primere vez que veía a un

perro salir del agua y no sacudirse.

-Vera -le dU. en el camino de regreso- tbaila, se mira, no

se sacude... Este perro está loco. Tenemos que hacer algo.

-Todos los perros muerden e alguien alguna vez

-duoVera.

Lo amaba.

-No digo que esté loco porque mordió a una nena. Digo que

cuando el padre de la nena le pegó una pacada Santo ni se movió:

no siente. No siente nada, Vera. No tiene miedo. Es desafianter

hace cosas raras.

Vera no dUo nada., siguió manejando en silencio un per de

minutos más.

Sergio Bizzio t 37

-Esrá bien -dU"

después. Y le echó un rápido vistazo ^

Sanro por el espejo retrovisor: iba senrado como una persona,

sobre la cola, con la visr a fija en mi nuca. Durante todo el ví$e

ruve rniedo de que me cla vera los dientes en el cuello, Pero tuve

rodavía más mied.o de enfrenrarlo: si esraba loco (v yo estaba

convencido de eso), cualquier orden mía,cualquier tono de áüto-

ridad con el que me dirigiera e é1,, cualquier gesro que hiciera

pe* mosrrarle quién es el que rnanda, podía ectívx un ataque

defensivo alucinarorio, en la medida en que ya no había ninguna

rez6n p^r^pensar que disringuía a su amo de la simple carne. Yo

mismo heríacualquier cosa -incluso

morde

me si un pedezo de cxne me atecera'

ya en casa Vera le puso la corr ee y se lo llevó. Tenía lágrimas

en los ojos, pero lloraba abierramenre al volver, una hora des-

pués. Se riró boca abajo en la cama. Vi que tenía lastimada la

mano derech a y Ie pregunré qué le había pasado, aunque podía

imaginármelo. Enrre sollozos me duo que Santo la hab íe ereñ.a'

do en un inrenro por eferrarse a ella, resistiéndose a'Ie inyección

del vererinario. Lo habían arado con sogas y coffeas, pero Santo

consiguió quitar una pate y eIIa, se la agarró con las manos. En

díez segundos ya estaba muerto'

-Fue 1o más horrible que vi en mi vidx" '

-No podíamos hacer otra cosa -le

ecericíé eI pelo.

-sí -dr.lo vera-, podíamos haberlo abandonado en el

camPo...

-Vera, los perros abandonados no tienen fururo' Y menos

rodavía si esrán locos. Lo hubiera pisado un auto, o alguien le

hubiera volado la cebezt de un escoPetezo..,

Más llanto.

Al otro día esrábamos solos. Por la tarde Vera emPezó e s€rl-

tirse mejor; hasta entonces no htzo más que Permanecer sentada

Page 18: Era el cielo

38 ¡ Era eL cieLo

frence al'a comPutadora corrigiendo y escribiendo y corrigiendo.Esa primera noche a solas, ye enla cama, lamenré haberle dichoalguna vez que la demencia de Santo se desató cuando me viodesnudo. Para darrne a entender que lo que quería era sexo Verasolía girar suavemente hacia

^í y, con los ojos abierros posándo-se allá y aquí en zonas neutrales del cuerpo, rodas curiosamenteubicadas en la cabe za (Lasien, el pómulo, el menrón), cruzaba unbrazo sobre mi pecho y me tomaba un hombro con la mano.Cuando sólo quería dormir el rnovimiento ere el mismo, perocon los oJos cerrados; el brezo ya no cruzaba e Ia alrura de mipecho sino un Poco más abajo y su mano se enc ogíay descá.osá.-

ba sobre la cama más eILi de mí como una erafie posrnu clear,

bañada Por la radiación celeste del televisor. Esa noche vimos undocumental sobre un actor de cine porno. Era un documencalsobre el respeto, en cierta forma; una decena de mujeres que habíantrabajado Por lo menos una vez con éI y que se referían e su

miembro altenlativamente como " pljí' o "herramienta" (oscilan-d'o enrre la emPresa f eI weekend, por decirlo de alguna manera)

Y e la que le prodigaban coda clase de ca\íficacivos esrécicos ymorales: "am abl.é', "pere nada egoísta" y "siempre firme y biendeline adi' fueron las que más nos llamaron la arención. Veraapagó el televisor y giró suavemente hacia mí. Los ojos abiertos,la mirada en' mi sien, cruzó un brazo por mi pecho, pero lamano, a punto de comarme un hombro,'de pronto se desv ió y fuedirectamente e mi entrepierna. El mundo enrero dormía. LascoPas a medio terminar de las que habíamos bebido duranre lapelícula un ponche de supermercad.o transpiraban sobre lasmesas de luz. Supe que Vera acababa de recordar mi comenrarioecerce del "motivo disparador" (una expresión infinitamenresuperior a "pijí'o "herramienti') de la demencia de Santo. Temíque me culpara. Obviamente esa trivialidad, como cualquier orra

Sergio Bizzio r 39

en la vida de las parejas, podía acabar con nuestra relación si

quedaba asociada al sexo. Ni la mejor de Las performances del

"mocivo disparador" sería suficiente en adelance pa;.a revertir un

rechazo de Vera. Fue un instante de temblor interno y de inmo-

vilidad exterior casi total, porque estar con Vera eru pera mí algo

que salpicaba el resto de mis sencimientos y d" mis actividades y

aspiraciones futuras, como las chorreaduras de agua de un pája-

ro que ecabe de atr ap^r algo en la superficie de un río y sigue

adelanre sin detenerse.

Pero Vera por suerte no dijo nada. Después de esa breve vecí-

lación (ahora sé que debida aleflaccid ez de mi propio santo más

que eLe posibilidad de que me achacaraLa demencia del perro)

me besó y acerició hasta ensordecerme.

Al día siguiente metió en una bolsa de residuos la manra del

perro, el recipiente de aluminio en el que bebía y comíe y un

Diccionario de Sinónimos y Antónimos de tapa dura completamente

masricado -fetiche

favorito del perro y objeto de chiste fácl|

pere las visitas-, la anudó con gesto firmg La dej6 en la vereda

y se sentó en su computadora a trabajar. Yo me levanmba siem-

pre mucho más temprano que Yera, a las siete de la mañane,Y a

veces antes; ella salía puntualmente de le cama a las nueve Y

media. Se daba una ducha y, rcdavía con el pelo mojado, se s€rt-

raba a su PC. Esa mañan ^

yo había ido a correr; estaba fum ?rr'

do mucho y sentí que necesitaba una dosis de salud. Corrí entre

Les 7 am y las 7 .09 ^m

y nunca en mi vida volví a hacerlo. Hecíe

ya dos horas que me había despatarrado en un sillón y seguía

agftado, tratando de concentrarme alternativamente en la lectu-

ra de las novelas Crónica de los Wapsbot, deJohn Cheev sr, Y El findel camino,deJohn Barth, que me había gustado en mi juvencud;

cuando Vera empezí e recoger las cosas del Perro.

-El mes que viene me voy a España -dijo.

Page 19: Era el cielo

+o r Era e[ cielo

Yo acababa de decidir que el de esa mariana no sería mi úlci-

mo combate contra el cigarrillo y que no quería enganarme

peleando toda mi vida contra él -una de esas decisiones serias

que causan gracia a los adictos y arrancan exclamaciones admi-

rativas en aquellos e los que molesta el humo- y aun así la

noticia me sorprendió.

-Mi agente organizó una serie de presentaciones de la rlov€-

la en Méxic o y Barceloox...

-¿Méxicoi-¿Méxicoi -repitió.-Duiste

México...

-Madrid y Barcelona. Tengo que ir. Es nada más que una

semana... -egtegó

con cierta culpa, como si el sentido del l,ep-

sus "Méxicd' fuera gue, además de ir a la presencación de su

libro, iríatambién"lotra perté', aun sin moverse de Madrid, Nome invitó a ir con eLIe; la idea no par ecíe siquiera habérsele crü-

zedo por la cabe za, Anudó la bolsa de residuos y fue e dejarla en

la vereda.

Paseé la vista por la casa hasta que me encontré emí rnismo

en el espejo de la pared de enfrente. Estaba sentado en un sillón,

con las piernas estiradas sobre una banqu ete,y contrastaba fuer-temente con el despojamiento y L^ pulcritud del espacio que se

abríe a medio metro de mí: tenía un libro abierto sobre las píer-nas f ocro en la mano; sobre el apo yabrazos izquierdo cenía micelular y eI control remoto del equipo de audio, mientras que en

el d.erecho hacían equilibrio un cenicero, un paquete de cigarri-

llos y un encendedor; del respaldo colgaba la remera que me

había quitado un momenro arrás; mis z p^tillas esraban en el

suelo, una de ellas boca abajo y bastante alejada de la orra.

Mirándome tuve exectemente la sensación contraria l Ia que

tenía cada vez que miraba vabejar ^

Vera. Ella se expandía.

Sergio Bizzio r +r

Aunque no se mov iere de su silla durante horas, lo que hacía se

publicaba, se emitía", iba a filmarse - salía, se abría-r en tanto

que rni rrabajo me hundía en un sillón, desde donde succionaba

o atrtíahacíemí las cosas de la casa -lámParas,

mesas, muebles

pesados- en un despla zamiento imperceptible pero seguro que

se acel erería. de pronro pete aplastarme y desap erecer conmigo,

como en un agujero negro.

Debí bewízarlo "Efecto México".

La febrilidad de Vera cubría, eL arco completo de cada' día', y e

veces continuaba en sueños ("Necesito dormir un poco", duo

una nochg dormid"). Senr ede e su escritorio, tabajeba en su

nueva novela hasra el mediodía. Sus desayunos erarn frugales y

heterogéneos: una botella de agua mineral con una mandarina, o

un ré y un pore de queso líguido con el que untaba tiras de apio

no siempre convenientemente frescas. Después salía, tlmorzaba

con orros guionisras, vabajaba con ellos hasta media terde, se

reunía con algún productor o con algún actor o con un edicor o

con cualqu iera.con quien pudier e bacer algo y volví a' aI atarde cer,

ran enérgica como si ecabera de despertarse y siemPre con algu-

na propuesta referid a eLe noche: cenar efuere, ir e una fiesta, al

cing usar las enrradas de reatro que alguien le hab ía tegalado,

invitar gente,ir de visitas... Hacía seis meses que estábamos j*t-

ros _.yo conservaba mi departamento de separado, aunque

prictícament e vivíe con ella en su casa- y nos queríamos de

una forma que no me atrevo a llamar ni mágtceni singular: está-

bamos, uno p;r.e,el orro, asociados a la felicidad; ante cualquier

cosa que me hic iere fe\iz, yo pensaba en ella. Más de una vez me

llamó por reléfono sólo p^re contarme que estaba divirtiéndose

y que le gust aríeque fo estuviere aLIí, No es algo que a uno le

p"r. rodos los días. En generarl la gente llama cuando precisa algo

o cuando se siente mal.

Page 20: Era el cielo

+z ¡ Era eL cieto

Unos días antes de su viaje fuimos juntos a una fiesra que tlt-minó en incendio, en la casa de un cirujano plásrico, novio deuno de los guionistas con los qu e vabajaba yo, en una casa en el

centro que parecía transportad.a (o que parecía transporcarre) e

las afueras de la ciudad , Llegamos cerce de la medianoche. Vera

escaba contenta, se le había ocurrido una nueva historia; su ele-

gría tenía un fururo. Estaba hermo sa, relejade, su voz brillaba a

Ia par de sus ojos. La mir eda de los que giraron hacia ella cüao-do entramos se mantuvo unos cuantos segundos más aIIi de lasimple curiosidad. Tenía puesto un vesrido negro que daba Le

impresión de estar vivo y d" sentirse tan cómodo con ella comoella con é1. Uki, el cirujano

-un cuarentón inocuo con un ape-

llido impronunciable que sus pacientes habían reemplazadodirectamente por su nombre: Dr. Uki-, nos acomp enó hasta eljardín, donde escaban las bebidas. Sonaba una especie de recnoworld desconcertante, como implantado. El césped se exrendíaunos veinte metros alrededor de un roble centenario. Al fondo,sentada en un banco de piedra, una chica lloraba con la cereenrre las manos, flanqu eadepor un hombre de naje

-senrado a

su izquierda, con un brazo sobre sus hombros- y por un chicode camisa floreada y sandalias que se mantenía en cuclillas a Iad.erecha, con una mano apoyada en su rodilla. Nadie les llevabael aPunte. Había unas ciento cincuenta personas, divididas entres categorías. Los profesionales

-cirujanos plásricos como el

dueño de casa, ricos, bronceados y con ropas cuidadosamenteelegidas Para la ocasión, en un estilo desenfadado, paréricá.rrr€rl-te juvenil, con el que pretendían Lenzer,se una vez más fuera desu mundo- f sus pacientes, desde luego

-señoras de ambos

sexos que se miraban f se moscraban unas a otras o a los dernás,

paseándose orgullosas por el jardín como ejemplos de pericte yprecisión, a las que sus autores seguían de reojo, como si velaran

Sergio Bizzio r +3

por absrracciones: la forma adecuade,Ie función acePtable. Cada

vez que Uki me presentaba a un colega suyo, yo me Preguntaba

al darle la mano cuántos kilos de piel, grasa y siliconas había

extraído y colocado en veinte o treinta años de ceffera'. Entre

rodos, sumando los liftings, las liposucciones, las abdominoplas-

tias, las próresis mamarias, las ginecomastias, las lipectomías, las

rinoplasrias y se llame como se llame a las cirugías de cintur a, de

glúteos, de pirpados, debían haber removido una montana de

mareria hum ^n y añadido otra igualmente grande de matería

inorgánica fe\iz. El segundo grupo er;- menos impresionante

pero más reducido, el de las estrella s públicas: ectores y un par de

renisras, uno de ellos recientemente suspendido Por dopping.

Un famoso acror de bolos dio una cerrerica al vernos, me salud"ó

con la misma mano con la que enseguida tomó de un brtzo a

Vera y se la llevó con é1. Fueron al encuentro de una chica páli-

da, seri^y muy fibrosa, con un vestido mínimo de seda gris y una

copa vacíeenrre los dedos. La chica tenía un hombro apoyado en

el roble, pero se aparró para besar en la mejilla a Vera, con una

sonrisa de la que hasra un segundo ances parecíe incapaz.

Enronces, al darme vuelr ^

p^re. eceptar las disculpas de alguien

que acababa de chocarme -el mismísimo Uki, que iba a recibir

a orra pereje-tveo a Sujatovich llamándome con una mano en

alro. Ahí escaba la terc ere c^tegoría: los guioniscas de TV.

El guionisra de una tiradiaria es un ser relativamente vivo que

se desloma mecanografiando p$e el aire. si no fuera porque

suele forrarse, el cxicter intrascendente de su esfuer zo Io heríe

rabiar en la misma medida en que la desesperación Por lo masi-

vo arrofia su senrido del humor, si es que lo tenía antes de lan-

z^rse a [a avenru ra; eI éxiro -Ia.

composición de la fórmula del

éxiro, cada vez más conoci d^ y mejor arricul ede por un puñado

de empresas creadoras de la tribu millonaria de adoradores de

Page 21: Era el cielo

++ r Era eL cieto

Lo Mismo- es su única satisfacción eparte del din ero, aunque

no se le atrib uy;- e éI más que en una muf pequeña dosis (unadosis de palmaditas en la espalda durante un encuenrro casual

en un pasillo), Pot lo cual se resient e y, paradójicamenrg em pie-ze

^ creer en lo que hace: fue su celídad la que produj o esa canri-

dad -de espectadores, d" segundos publicirarios. Así que ni

humor ni rabia y mucha fe. H^y excepciones, por supuesro,

Y Sujatovich er;- una. Thmbién Vera. Yo había rrabajado conSujatovich unos años arrás y nos conocíamos bastanre bien. Pero

Por desgracia no estaba solo. Con él estaba tini, mi compañerode crabajo ese año y novio de Uki. Nos detestábarnos. Yo no era

mejor Persona que é1, pero al menos podía reírme. LJnos meses

atrás a un productor del canal se le había ocurrido que Tiini yyo, trebajando junros, haríamos vn gran programe, y eru eso onada. Dtl. que nos derestábamos y debo

^greger que ranro éI

como fo estábamos seguros de que el otro no lo sabía. Hasraesa noche.

-¿Cómo anda el artisrai

-me dijo.Asentí con la cabe ze y le pregunré si no creíeque se le esraban

cayendo un Poco las cetas. Se lo dije con la misma sonrisa'th arL-

cetí'de siem Pre,la única que hacía posible el diálogo enrre noso-rros. Y entonces, sorpresivamente, Tiini echó un brezo haciaatrás y lo descargó con rodas sus fuerzas en mi nar iz. Sentí queme la había roto. Mientras retroce día

-rrasrabillando- supe

que me había invitado a la fiesta de su novio sólo pere rener laoPortunidad de golPearme y puse roda mi atención para evirarque la copa se me ceyerede la mano. Fue rodo muf rápido, perocuve tiempo incluso de echar un vistazo al secror del roble en

busca de Ver a; Ie chica pálida del vesrido gris había presenciadoel golpe, sin duda, mirando por encima de un hombro de Vera,que estaba de espaldas e mí, pero no se lo drjo. Nadie más parecía

Serglo Bizzio I +5

haber norado el incidenre, ^pafiede

la chica y d" Sujatovich, que

dio un largo paso adelan te y me sujeró de un brtzo, evitándome

c^er.Volví junto a Trini.

-No querías convidarme tu cocaína, ¿nol -le dU".

Trini sacó un pañuelo del bolsillo trasero del pantalón y me lo

ofreció pxecíe alterado. Lo estaba'

-Perd.oname, re juro que no sé qué me pasó... -duo-.

¿Escás bieni

-Estoy mejor.

sujatovich, que er;-un conversador inmenso, escaba inmen-

samenre mudo. Miré la mariposa de san gre que había dejado

en el pañuelo de Tiini y se lo devolví. Tenía la nari z ^nestesia-

da. Trini me pidió que lo acomp tíera al inrerior de la casa;

ahora, por lo visto, sencía que éramos amigos' Nos sentamos en

sillones enfrenrados en una sala del piso superior. Me duo que

ya no esraba bien con uki, que uki er^demasiado viejo p,'e éL,

que éLyuki no salían casi nunca, que uki prefería quedarse en

casa a mirar películas, que e él,Le"hecíe ilusión" una vida con

,,meyor movili ded" y que uki -lo duo por fin- tenía sida.

Trini se había hecho un análisis dos seman es etris; el resulta-

do dio negerivo, pero esraba asustado. Le pregunté cuánto

hacía que lo sabían. Me dijo que un mes. Lo miré. Ahora que

el hombre que lo amaba renía sida, d. pronto ere"viejo y abu-

rrido,,. Le dije que iba a buscar una copa. caminé por el pasi-

llo hasra la escalera. Desde allí, cuando ya empezaba abajar, vi

que Vera y L^chica del vestido gris entraban a la sala de planta

baja riéndose y charlando animadamenre. Después de bus c?'t'

las durante unos minutos las encontré en la biblioteca .La' chica

sosren ía enlas manos un libro abierto más grande que sü v€s-

tido; Vera se inclinaba sobre el libro, rozando el brezo de la

chica con el suYo. Me acerqué'

Page 22: Era el cielo

+6 ¡ Era et clelo

Siempre me llamó la acención la facilidad con que Vera absor-bía las sorpresas; esra vezlo que me llamó la arención fue la des-fachar ez con que la chica subr ey6la suya. Si hubiera sido cepezde pulverizerme, lo hubierahecho.

-Ah -dUo con rono apenado-, el novio...

Antes de que ceffer;.el libro alcanc é aver la foco de una mujerdesnuda

-o el desnudo de una mujer- que se esriraba unpez6n con dos dedos. Vera me preguntó dónde había escado y,

sin esPerar mi respues[a, me presenró a la chica. Se llamabaTi'ixie. Debía cener unos veinticinco años. Incliné la cabe za; eIIe

devolvió el saludo alzando el mentón. Después me dio la espal-d^ Y fue a dejar el libro sobre una mesa. Vera gir6 hacia ella.

-¡Me gusraría que las veal -le

duo.

Trixie volvió con el libro. Nunca había oído hablar de ella nide sus foros, si es que h^y alguien que hable de focos. Era unaedición cer^,la chica debía tener algo aparre de un nombre; dine-ro, tal vez, Pasé algunas páginas, demorándome por corresíaunos cuantos segundos más de lo que hubiera querido en cada

foto: Iuz kitsch f poses rebuscadas.

-¿No huelen algo como á.... quemadoi

-du., y ^proveché

pera- cerrar el libro.

-Son buenas, ¿noi -me preguncó Vera.

Le dije que sí. La chica dejó el libro sobre la mesa y volviójunto a nosocros oliendo el aire. Pero la tensión en las alecas desu nariz, toda su nariz, es:aba dirigida a Vera, como en un juegomicroscópico y sin embargo aparatoso montado sobre micomentario al cerrar su libro. Vera se son rió y agachó Ia cabeza;

el gesto no me ofendió por su complicidad sino por su enormeesrupidez. Se me heló la sangre. Y entonces se oyó un griro y el

ruido de un vidrio que acaba de romperse. Agarré eYerade unbrazo y bajamos la escalera corriendo. La genre se arropellaba al

Sergio Bt zzio r 47

salir del jardín. Algunos, codavía indecisos entre el miedo y L^

curiosidad, giraban sobre los talones en medio del livitg buscan-

do con la visra el origen del fuego mienrras otros se los llevaban

por delanre. Como siempre gue h.y algún peligro, Julián se me

cruzó por la cebezt En ese momento dormía. Diana también

dormía. Las dos personas que más me amaban dormían mientras

yo me erbrítpaso desesperadarnente hacia la salida llevando de la

mano alaúnica mujer del mundo que era c^pez de matarrne.

Page 23: Era el cielo

Vera se había ido por una seman e y rerminó quedándose tres.

Mtf pronto (demasiado pronco) sus correos se volvieron exrra-

ños, forzados, informativos y llenos de descripciones sin interés,

como Pere cubrir una suerte de "espacio reglamentario amoroso"

más que porque tuviera ganas de contarme algo. En ningunoprecisó el día y I^ hora de lleg ada, así que no fui a buscarl,e el

aeroPuerto. Supe que había llegado porque llamó por teléfono a

mi departamento pere decirme que ya estaba en casa. Fui €rls€-

guida. La había extrañado. Entré usando mi copia de las llaves yla encontré senrada en la cama revisando papeles; renía el pelomojado y se había puesto un joggirg corto de plush azul; su

bolso de viaje esraba abierto en el suelo. En el mismo momenroen que llegué, sonó el teléfono f ella atendió. Enrre una palabrasufa y otra nos dimos un beso en los labios: hablaba con su

madre; de acuerdo con lo que decían esa era la segunda vez quehablaban. Así que antes de llamarme se había duchado, se había

cambiado de ropa y había hablado con su madre.

-¿Cómo estási

-me dU" después, cuando cortó, sin levá.o-

tarse de la cama.

Me senté a su lado, la abra cé y le dr.¡e que la hab ía extrañado,

algo que ya Ie había dicho varias veces por correo elecrrónico, a

lo que ella respondió con un desapasionado " yo rambién".Después meció la cabezaentre mi hombro y mi cuello, la dejó cuer

Sergio Bizzlo ¡ +9

enrre mi cuello y mi hornbro, y nos quedamos un momento

callados, con los cor^zones latiendo a disdnta velocidad. Tenía

muchas ganas de esrar con ella, había imaginado que a su regre'

so yo enrrar í^ y al vern os chocaríamos y caeríamos besándonos y

desnudándonos sobre la c^ma, o en el suelo, o sobre la rnesa.

Nada de rodo eso. Sin despegar su mejilla de mi hombro rne

rransmirió un resumen informativo del viaje y se separó de mí

só[o penmirarme rnientras le cont abe, resPondiendo a una Pre'

gunra suya, cómo la había pasado yo. Mi propia voz me sonaba

arjene. Me interrumPí.

-¿Pasa algo, Verai

Vera negó en silencio, con la típica sonrisa cansada de los víe'

jeros que no rienen nada que ocultar. Pedimos un delivery de

comida china, almo rz mos intercambiando frases cortas , y Yeta,

mienrras yo escribía un capítulo del progralrlx, durmió una hora

en el sofá y dos más en la cam , entre papeles y roPa revuelta.

Después se puso un bikini y salió al jardín a.leer el diario al sol.

Yo me senré en una silla cercade ella y I^miré. Recost ada' en una

reposera, con el diario abierto a la alrura de La cera, mantenía las

pi.rrr"s flexionadas y abiertas.Y entonces me di cuenta de que ya

no me amaba. No ere una mujer pudorosa, más bien todo lo

contrario, pero sí muy coquet e, y sumamente vanidosa; una de

esas mujeres e.las que basta con no ser miradas Pera resultar

heridas y que se han preparado a tal punto perela mirada de los

orros que hasra les cambia el cuerpo, de la misma forma en que

se eg;rz^p^el pecho de un abogado o se ensanchan los muslos de

un nadador. Esraba pálida, Do se había depilado, jamás se hubie-

ra exhibido de esa forma si me amara; nunca unas piernas me

habían hecho sentir tan solo.

Una hora después, cuando salió pa;.e encontrarse con su

madre , ebrí la librera en la que apunra las cosas que pueden

Page 24: Era el cielo

jo ! Era e[ cieto

servirl e par. su rrabajo -frases

dichas por otros, esqueleros

de argumentos, huesos sueltos de alguna hisroria, vagueda-

des prometedoras- f noré que en las hojas correspondi€o-tes a la esta díe en Esp añe no había ninguno de esos dibujos con

los que suele encretenerse mientras habla por teléfono o con los

que llena sus propias pausas mientras escribe o mientras piensa:

caras de mujeres con su misma boca y con sus mismos ojos, una

exPresión idealízada de sí misma, €o la que aumenta el peso de

su pelo y hace que desaparezca su nariz. No ere un dato signi-ficacivo, en la medida en que no había ido a escribir ni renía

razones pera mantener largas charlas telefonicas con nadie,

pero una cosa es imagin er La, actividad de alguien durante unvieje

-incluso con sus tiempos muertos, sus momentos de can-

sancio o de tedio, por breves que sean- y oúe muy distinta es

verla a [a Luz de un reencuentro helado, una Luzde la que se ha

esfumado toda ceLidez.

Me dejé ceer en un sillón. De fondo se oían los gritos ah oge-

dos de unos jugadores de tenis en el televisor que Vera había

prendido un momen[o antes de irse. No soy más moderno que

nadie, pero la verdad es que no me efecte en lo más mínimo laposibilidad o el hecho de que alguien a quien quiero (fo quiero

a los que amo) se eche un polvito con un desconocido a la vuel-

ca de la esquina; es, por supuesto, una de esas cosas que no hace

ninguna fehe decir ni preguntar. El gesro de complicidad con

tixie en la fiesca aplaudía su vulgaridad, volviéndome indignode sentir lo que sentía; no me hubiera dolido tant o saber que se

habían acostado. Thl vez 1o hicieron, en algún encuentro furtivoancerior al vraje. No imporca. Aquella noche vi a través de ese

gesro e una Vera dissinta, c^p^z de una impiedad tan grandecomo mi amor por ella; recuerdo que pensé que era una de esas

mujeres de las que más vale mantenerse alejador pero que y^ er^

Sergio Blzzlo r 5r

rarde peremí. Ahora no tenía ninguna duda de que no se trela'

ba sólo de sexo. Y con el mismo aldsimo porcentaje de certeze

con que un renisra sabe que recibir ilepelota a su revés, suPe que

iba a sufrir.

Esa noche salimos a tomar un trago y volví a preguntarle qué

había pasado. Fui un poco más específico esta vez, Pero lo único

que conseguí fue que pusiera los ojos en blallco.

Al regresar hicimos el amor sin ale grhy sin curiosidad y cade

cual durmió en su lado de la cama, como si todas las preguntas

ya hubieran sido conresradas y uno culpar a, eL otro por la falta de

inrriga. Me lo contó recién al otro díepor la tarde. "Había cooo-

cido a alguien" y "1" pasaba algo" con é1. Muy bien, ffie dije, así

empie ze e|verdadero dolor, con algunos daros y un nombre real.

Salí de su casa arurdido. Me veo a mí mismo trascabillando, o

invadido por [a sensación de que trastabillaría de un momento a

orro. Esa rarde Julián iba a actuar en una obra de teatro en el

colegio. Paré un taxi.

El colegio de Jutián esrá a cinco cuadras de la que en esa época

fut mi casa. Mienrras en la radio del taxi sonaba un PoP lacoso

me sonreí pensando cuánto me gustab e ir a buscarlo y caminar

con é1. Eso er;- algo que siempre tendría; aunque en algún

momento é\ ye no quisiera caminar conmigo, a mí siempre me

gusraría caminar con é1. Nos hacíamos chistes y nos contábamos

cosas y Julián enconrraba siempre una forma distinta de Provo-

carme (durante una semana completa intentó hacerm e ca;er tta'

bándome desde acrás con un Pie)'Pero esre era un día especial: Julián va a actuar en una obra de

teatro. Desde gug me mostró el texto, la semana Pasada, esperé

esre momenro, porque Julián tiene miedo de hacerlo mal, ya que

Page 25: Era el cielo

jz r Era et cieto

es nuevo en el colegio: Diana y yo lo cambiamos a comienzos de

año y todavía no está lo suficientemente familia rizado pere s€rl-

tirse seguro. Por ocra pefie, sé que se muere de ganas de mostrar-

me su actuación.

Cada vez que llego al colegio tengo la impresión de esra r entre-

gándole mi hUo a cualquiera. Antes de anotarlo en este colegio,

un colegio francé.s, Dian e y yo hicimos una averiguación bascan-

te exhaustiva de los colegios de Le zona leímos y pensamos en sus

programas de escudio y en la oriencación de cada uno de ellos y

consideramos todos los detalles a conciencia. Pero nada resultó lo

suficiencemente bien. La dueña del colegio es una abogada con

una cirugía rnonstruosa de nariz.El director es un sobreadapta-

do, un burócrata que sólo se emociona con la tramitación de

cosas. Todos hacen un gren esfuerzo por resultar simpáticos.

Miro a las madres y a los padres de los compañeritos de Julián y

una vez más se me ponen los pelos de punta: son emergos, pre-

potentes, adinerados, incultos, fanfarrones, infelices y exitosos.

Me consuelo pensando que sus hijos todavía no se parecen a

ellos, aunque pronco lo harán. Pienso también en la posibilidadde cambiar nuevamente a Julián de colegio. Este es el segundo

colegio en su breve carrere de esrudianre. No lo sé, quizá unnuevo colegio sería demasiado. ¿Cómo pudimos equivocarnos

asíi Ya nos equivocamos anres y una vez más Julián rendrá que

p^ger el precio. Por el momento lo está haciendo basranre bien.

(A veces, mirándolo jugar, solo o con ocros chicos, siento una

alegría inmensa al notar que es rnucho mejor que yo.)

Me mantengo todo lo apartado que puedo de los padres de

sus amigos, hasta que un alcahuete de las autoridades del colegio

golpea las manos invitándonos a pasar al salón donde se ha rrrorl-

cado el escenario. Diana no va a poder venir, por cuestiones de

trabajo. Julián lo sabe, pero igual esrá muy conrenro de que yo

Serglo Blzzlo t 5,

esté ahí. Esa mañana, mienrras íbamos camino al colegío, noté

por prime r^ vez una cierta feka, de armonía, o de fluidez, en el

rraro, y encendí que eso riene que ver con el hecho impecable-

menre espanroso de que hace ya bastante tiempo que no vivo con

él: la pérdida d.e 1o coridiano se rraduce en ulla suerte de ansie-

dad gener,.l asordinada en la gue, buscando recuperar el tiempo

que no pasamos juntos, nos hundimos'

Los padres ocupan sus asientos ruidosamente. El escenario

está a oscuras. A un lado Y a otto hay gruPos de pequeños ecno'

res en sombras. De un momento a otro se encenderá laluz Y Yo

podré disringuir a Julián. Él me bu scericon la vista hasta €rlCoo-

rrarme. Me saludará con la mano. Y para estar seguro de que [o

he visro, espe raria que le devuelva el saludo' Eso 1o hará sentir

un poco más tranquilo. Si pude irme de su casa, ¿Por qué no

podría irme del colegioi

Me encanraba dormirlo. Lo primero que hrcíe ceda mañana

al despeffarm e er;- ir a verlo. Muchas veces almu etzo y ceno en

resranranres y los ojos se me llenan deLígrimas pensando cuán-

to me gustaría comer con éI, o cocinarle' Me Pasa lo mismo

cuand.o veo en relevisión algún dibujito o algún programa que le

gusrar íe ver conmi go, Y a mí con é1. Desde que Diana y yo nos

separamos casi no he comido dos días seguidos a la misma hora'

cada anochecer pienso si ya se hab rábaiado, si se habrá puesto

el pijam ^

y si no Ie hará demasiada fa\te que yo esté allí'

Estoy aci.

Julián me ve, levanca la mano y me saluda. Estoy aci.Aun así,

seguirá buscándome con la visra de tanto en tanto. Y en algún

momenro camin aráhasta el cenrro del escena flo y díri una frase

que me haril\orx.

Page 26: Era el cielo

5+ ¡ Era e[ cieLo

En ese momento se oyó un trueno f me vino a Ie memo ríe Ie

primera noche sin Diana. Había salido a caminar, no era tarde

Pero en la calle había poco movimiento y I^ oscuridad parecía

de ocra hora. Quince o veinte minuros después pasé por un club

de barrio que ere mitad restaurante y mirad salón de baile.

Tenía harnbre y entré. En ese momento en el salón de baile había

un grupo de seis personas, cuatro varones y dos mujeres, de

mediana edad, reunidos alrededor de nada, es decir senrados en

círculo, todos con hojas o cuadernos en las manos. Ocupé unade las mesas que evenzaban sobre el salón de baile, en parre paraevitar el bullicio a pleno del restauran te y en parre porque espe-

raba que de un momento a otro el grupo se fracturara (en pere-j"t) f se pusieran a bailar¡ calculé que la música iba a molesrá.r-

me menos que el celevisor y el gricerío del resrauranre.

Enseguida me di cuenta de que no eran bailarines sino poeras yque en las hojas y en los cuadernos no hab íen trazado core ogre-fías sino versos. Discutían. Antes de que el mozo vinie re eaten-

derme yahabían cirado a todo el gran merengue de la lireraturalatinoamericana, con Neruda y Benedemi a la cebeza. Sobre qué

discut ían, eso no estaba claro. Por momentos daban la impre-sión de discutir el poema de uno de ellos f por momenros pere-cían abalan zerce sobre el aucor, un hombre de camisa roja. Tenía

las mismas cejas de Frida Kahlo y eI mismo viencre de DiegoRivera, p€ro no los anceojos de Tiotsk¡ Este veía muf bien.Mienrras los demás lo desollaban mante níala vista en un punroa lo lejos. La espalda rígida, el mentón en alto. Miré hacia donde

mirab a y vi a uno de los mozos del restaurante, un hombrecico

menudo, gris áceo, semicalvo, que soscen ía Ia bandeja entre las

piernas y se palpaba el cuerpo con las manos buscando algo. Lobuscaba con desesperación. Pensé que había perdido la billere-ra. Finalmente sacó algo de una media: no sé qué ere, ere un

Sergio Bizzio ¡ Si

papelito, lo miró, volvió e guard.arlo (.r La misma media) yregresó aliviado al restaurante. El poete siguió mirando hacia

alli a pesar de que la escena que le servía de excusa ,I^ excusa

que sosten ía Ie dignidad indiferente de su postura, había corl-

cluido¡ ahora no quedaba más que l,e pared, un fondo vacío

sobre el que los otros 1o increpaban, f lo increpaban fuerte, con

argumenfos, sin pericia pero con celo, con impaciencia de maes-

tro, en una cascada de tonos de entre casa que se montaban a sí

mismos para salir a provocar. Hasta que se oyó un rrueno y L^

Luz del salón pasó del blanco al amarillo. Hubo un segundo

trueno y un tercer trueno y un décimo trueno y en ningún

momento llovió. Apenas si una brisa ligera hizo golpear una

persiana a lo lejos. Los poetas se miraron como si nunca hubie-

ran oído truenos como esos. Corrió un aire de realismo mágico

que ponía la piel de gallina, pero los reparos al poema se agora-

ron después que los truenos. Entonces e[ poeta de la camisa roja

drjo con voz tranquila: "¿Qué tal si vamos a comer?", y se levan-

tó sin levantarse: hízo un movimiento con la cabe zl, cambió la

respiración, aflojó la espalda y en la suma de esos gestos dio la

impresión de haberse levantado, de haberse ido y olvidado de

todo, pero no se movió de allí mientras que los demás se pusie-

ron de pie y abandonaron ruidosamente el salón.

Recuerdo el dolor de ese día como si fuera el dolor de todo un

año, y eI mismo tiempo sin ninguna distancia. Entré y salí de

casa muchas veces; caminé como un poseído, rogando que el día

cermine de una vez por todas. Cada vez que entré hice un inteo-

co por escribir. No escribí nunca nada. Por fit, a medianoche,

dormí dos horas. Había un silencio mortal, en sueños y mmbién

al despertarme.

Page 27: Era el cielo

56 r Era eL cielo

Miré hacia afuera. Las seis ventanas del edificio de enfrente

estaban a oscuras. Sobre una de ellas había un cartel de venta. Elárbol al otro lado de la calle rcnía la mitad de las hojas verdes y

la otra mitad amarillas. Una hoja verdg una hoja amarilla.

Apenas abrieron los negocios compré frutas y pasé la mañana

comiendo bananas f menzenas y mirando ela gente que pasaba

por la vereda de enfrente, o doblado sobre mí mismo. Fui a l,e

primera función de cin e y vi una película de Gus Van Sant. Noleí, no pensé en leer; me llama la atención hasta qué punto la lec-

tura dejó de ser un consuelo. Nunca lo fue, por orra parre: ¿R*9p a s ó ? ; c ó m o e s D o s i b

l.t-, g,*i : : : :-

E t l-S : {"qgJis,a59"**.--.-**** i l,

:--4 ;;;-ro erl "d :l..."*:h***_s", !1b.,3. 11_-q1o d.._ id.gs .rc"

nffió-"o tenía"i"gy_ Ígdg::ty!k_W,^:lY-tdUtq*:"!l:g:1:.:9-r*1-g-*hs*dg*-g*-J*gy,-.4*#*?arIaf uerza

de dos hombr€s", pero no me lo creí.,Quizá,,,ri,,{"g:i,*í" y no ab,an-

ffiU a, íbaa sufri, .or l3 i,t"t .e d" Lt n"_q¡t_U_pgQyt es,5.g;is-¡1 ¡¡i' r r'i1i4!dri¿

rir, por orra partei ¿Resistir el dolori ¿Y cómo pued e no resisgir-rF' ''* t'* *o'¡s"'w\' -¡E*j -i

' ;-t's'¡ --

se el dolori Eso es lo que hacemos rodos.''Me

arrastré por el living como un grr"*, como un hombre

lógico al que acaban de prohibirle que se sienta en las esrrellas.

Hasta que..el vecino del departamento de enfrente golpeó mi

puerta; un hombre menudo, con mucho pelo y aspecto de calvo.

-Hola... Mire, mi señora y yo estamos comiendo con los

chicos f... no sé si me enciende -me

dijo en un tono que pre-tend.ía ser amistoso sin perder severid

^d y mirándome de arriba

abajo como si lo sorprendiera encontrarme vestido.

Entendí.

-No estoy cogiendo, estoy llorando

-le du.-. Pero escá

bien, voy e treter de no grirar.

El hombrecico vaciló y yo cerré la puerte,Ie cerré muy despa-

cio; me había parecido mucho más pequeño ahora que cuando le

&

Serglo Blrrlo I S7

ebrí, cinco segundos arrá s, y ruve miedo de que un golpe dema-

siado fuerre de la puerra, e incluso un golpe normal, pudiera

expulsarlo por el aire hasta su casa,

Que confundiera mis aullidos con jadeos me hizo sentir

meior. yo rambién había confundido los "te amo" de Vera con la--- -J - -

*;,¡úJú''*'-,e -**\--é*

y:dg{JlrÍ-gF*1:-n*.g-s-.que5g-ilcidi"l,soi¡r5idia1?oyniyo'I**.r. sgqf^i{

?_..!:"q_n,la verdld: A me:os".qug Vera haya gentidg*g$e

yi Y pr*J**g3:,Jo 3_n ?t íi,. ti o s e rí a .9

s a:- P,..9.s-g+ fu -de i-o d9 e s u n a

de las op.i".iones del amor: hacer coincidir la proPi" i*19'_.."

.*Jgg*g:***g--*1.3--g,9g::gén*Í[p'-,q.e,m**plotr.*

Tnr.guida l; d"r."ir¿. Pero ¿cómo era posible que hubiera

sido ran brutal conrnigoi Haciéndome esa pregunta tuve [a sen-

sación de esra r tllado det chico que fui a la edad que ahora tenía

mi hr.¡o. El chico que fui me aprueba a pes x de que yo me colrl-

padezco de é1, como si el adulco que soy hubiera estado a su lado

desde siempr e y le hubiera prometido algo que finalmente no

cumplí, ser feLí2.

Eso era a\go que no podía desc erter. Y entonces, de pronto,

supe -no cuándo ni cómo, pero lo supe- que iba a volver. Vera

iba a volver.

bf

Page 28: Era el cielo

Trini ("tt realidad se llamaba Gustavo Adolfo Bécquer -poera

que su padre admiraba sin necesidad, ye que no descendía de

él- y a quien su madrg horrorízedapor la elección del nombre,

rebautizíTrini, haciéndolo puro) había dejado al Dr. Uki -queahora además de sidoso, viejo y aburrido, tenía la mirad de la

casa quemada- y había emp ezado a salir con un esculror mal-

dito de baja estatura, de hombros anchos, de apellido Nudler,

que hacía dragones con rezego metálico industrial. Lo ví fugaz-

mente cuando llegu é e La casa de Tiini para armar la estructura

de los próximos capírulos del programa; él se íba y en el viscazo

radiográfico que me echó al crvzarrnos en la puerra hubo una

advertencia cargeda de desprecio, por mí, por Tiini y hasra porél mismo: "Mientras encuencro algo mejor, a esta loca rne lo cojo

fo, ¿está claroi". Tenía las manos quemadas por la soldadura y L^

marca blanca de las antiparras abarcaba la micad de su c^ra,pero

Trini parecía encusiasmado. Nudler le había dejado en medio del

living un dragór de hie ffo y chapa y alambres rerorcidos, de más

de un metro de alro por dos de largo.

-¿No te encantal

-me preguntó.

-Sí... Me llama la atención que haga dragones, porque un

dragón sin fuego... ¿noi ¿No sería mejor que hiciera dinosauriosi

-¡Bah! -dU" éI,y ya dejó su vaso de tónicasobre el lomo de

la escultura.

Sergio Bizzio r 59

Noté que tenía rota un ala.

-Fueron los tarados del flete -dU"

Tlini-. [,Jno de los

ripos que la veíe se clavó un alambre en Ia mano Y la soltó.

Marcos (Nudler) escaba tan rabioso que me dio miedo. Te juro

que nunca nadie en la vida me cogió así.

Trabajamos un par de horas. Después fui conJulián ever King

Kong 1o llevé a su casa, crucé algunas palabras con la muc ema,

cené en un restaurante del centro, volví al departamento, abrí las

persianas, me paseé eLLi y aquí -deteniéndome

de tanto en

ranro pera- apoyalr la punca de los dedos sobre la mesa, corno si

escuviera muy cansado y ^L

mismo tiempo fuera muy liviano y

me basrara con apoyffi los dedos para sostenerme__, salí, colrl-

pré una borella de vodka, volví, tomé un vaso con hielo, salí de

nuevo, camin é, enlté a un bar, tomé otro vodka, volví a casa' miré

celevisión, me di una ducha , cercélas persianas ,l,eí media pigina

de La vozhumana de Cocteau, puse un disco, me tíré en [a cama

a esperar que amanecíere,Amaneció. Me levanté, a;brí la persia-

na, rne quedé un momento allí parado, desnudo, mirando hacia

afuera .Tenía.lágrimas hasta en los dedos de los pies.

¿Y cómo era é1? Vera me había dicho que ere CEO de algu-

na empresa. Dios mío, Vera enamo tede de un CEO...

Probablemente ese "amor" no fuera más que una desviación del

oprimismo, pero lo cierto es que ilLáestaba el CEO (Centro de

Exrracción de Ovarios) relamiéndose en el recuerdo de los días

y las noches que pasó con ella y esperando a que regrese.

Vera y yo nos habíamos conocido de golpe, tsíque yo no tenía

referencias sobre la clase de hombres que le gustaban, aparte de

mí mismo -si es que le gustaba une'tlase de hombre"- Pero

había visto unas foros de uno de sus novios anceriores, me había

hablado un poco sobre é1, en alguna ocasión nos habíamos cru-

zedo con otro, y decididamence yo no encajaba en el "perfil"'

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Page 29: Era el cielo

6o r Era eL cieLo

Eran feos y serios; una feelded que no tenía que ver con un revés

al canon occidental de la bel\eza masculina sino con las reglas

manuscritas de la tonter ía berriaL, y serios en el sentido en que

daban la impresión de pasarse las tardes escuchando e

Tchaikovsky, tomando mate y pensando, además de rnostrar

que es gente que sabe divertirse. Me daba mucho trabajo imagi-

nar a Vera en los brazos de tipos como esos, previsibles, porta-

dores de una irreverencia sensat a, de una inteligencia inflam eda,

progresistas, por supuesto, y relativamente jóvenes (medio

punto e favor), a menos güe, por razones que se me escapan,

haya senddo el impulso de clavar la banderita en un mundo

ajeno. No podía entend erIe, me desconcertaba. [Jn CEO había

conseguido que la perdiera. Las mujeres de una tribu de

Katmandú tienen la capacidad de seguir mentalmente las evolu'

ciones de sus hombres cad^vez que se internan en las peligrosas

montañas selváticas en busca de alimentos; a veces, €o Ie a\dee,

de pronto una mujer rompe en llanto; días después, cuando los

cezadores regresan, su hombre no est i entre ellos. Así la seguía

yo y d.e un día pere el otro la perdí, ya no supe dónde estaba.

"Fea sensación", como dUo Trini aquella noche en la fiesta antes

de contarme que era un cobarde.

Yo rambién lo era'. Se lo había dado tod.o, menos lo que me

pedía. No terminaba de instalarme en su casa, por ejemplo, jamás

hacía planes peru nosotros más allá del día siguien¡e, y (creo que

es una buena causa) dejé deslizar una tarde mi neg etiva. a tener

un hijo con ella, aunque algu ne vez había dicho que sí; un hUo

que no neceri se impone a un hU" que no nació. Sin dudas, el

Centro de Extracción de Ovarios le había promeddo una tribu

de niños rubios y ruidosos. Hay más: aYere;corrro a Diana-le encanta visitar otros países y yo detesto los aviones. ¿Nuncaviajaría con ellai Hum, sólo hasta donde se pueda ir en auto. Más:

Sergio Bizzlo r 6t

eYerale gusta encontrarse con amigos, salir con gente, ír e fies-

fas, y yo prefiero estar solo. Más: Vera -aunque

no tanto como

Diana- no le riene miedo a nada y yo le tengo miedo a todo,

desde el dolor hasra la velocidad y desde el mar hasta [a locura.

Así que en los úldmos meses flotaba en el aire la idea de que "no

íbamos a lleg er e ningun e part¿' (los hijos ya no son seres que 5e

traen sino sirios a los que se llega, corno a las pirámides de EgiPto)

o que "lo nuestro no iba a, dx frutos" (una casa, una cuenta ban-

ceriecomún), q*. son las cosas que la inmensa mayoría quiere, o

busca, o pretende (aun los mejores de nuestra especie, en gen eral

después de un baño). ¿Qué es la experiencia, qué es una idea, qué

son la ener gí^ y el sabe r y eL crecimiento y I^ contemplación al

lado de ese víajehacia las cosas, qué es el fururo si en el presente

no hay algo donde epoy^rloi ¿Qu éLe daba yo? Mi curiosidad por

ella mi curiosidad por lo que Vera hecíe e cede momento eta-

enorme; rne había sumergido en ella -'-pude haberla hecho

rebalsar de sí misma con un poco más de oxígeno-, pero no en

nuestra relació n, y veía -y oíe, aunque distorsionada, como una

vozilógica- los objetos de su interés, la corriente de sus deseos,

que me incluían y que no eran posibles sin mí.

Demasi,ldo lgj::.:n- 911a-P1-" darl-g, 1o gue pgdÍl demasiadg

{*- _é '"-

prof""do en ella para_ trarer en las mangs algo 5ea1,f - - -.

----**-.t*6--'"Io', .tí*k¡d- 'd'r ' ^ -': 1'¿ ^-

$¡s#Ésa; -'*3-*{dr;t ú@r

-Tiene razón Osho: los monos hicieron muchísimo rnás que

nosorros -dUo el Gerenre de Pro grema.ción abriendo los bre'

zossobre la mesa de reuniones pereabarcarnos a todos, Triní,yo

y los rres dialogsfs¡¿s-, los monos inventaron al hombre. ¿Y

qué hicimos nosotros? ¡Televisión!

Fue lo úlrimo que oí. Cuando abrí de nuevo los ojos estaba

rendido en el suelo. Una secretaria me tomaba el pulso. Los

Page 30: Era el cielo

6z r Era eL cieto

dialoguisras se hab ían apelotonado en un rincón; eren los que

menos ganaban y los que más vabajaban, los que tenían menos

responsabilidades y los que más fácilmente podían ser reempla-

zados. Sentí una pena injuscificada y enorme por ellos, que no

tenían ni voz ni voto y que d.ependían hasta de mi salud. Tbini

estaba de rodillas e mi lado; me palmeaba una mejilla con [a

rnano perfumada.

-¿Qué pasa con el médico, viene o no vienei

-le decía el

Gerente de Programación a alguien que no alc encé a ver.

-No hace felte, necesito dormir, estoy bien..,

-No hables

-me dUo Tiini. Era de los que creíen que las

palabras nos ernpujan hacia la muerte.

Retiré la muñ ece que la secretaria sostenía en su garrita antes

de que termin era de contar mis pulsaciones -podría haber

contado durante quince segundos f multiplicar el resultado por

cuatror pero era secretaria del gerente de un ette lineal-, rrr€

epoyéen un codo y conseguí sentarrne. La cab ez me daba vuel-

tas, pero empezaba a detenerse. Dije:

-Osho.,.-No hables, oo hables.

-¿... dice algo sobre el desm eyo?

Los dialoguistas bajaron la vista con ganas de reírse. Yo no

eramucho más valiente que ellos, pero sí consciente de que el

desmayo presuponía un exceso de trabajo y dedicación y que

eso me daba un cierto margen de impunidad. Por otra parte el

Gerente de Programación me apreci eba, no sé por qué. Creo

que se dive rtía conmigo casi tanto como yo con é1. Era uno de

los ripos más ignorantes y despreocupados que había conoci-

do en mi vida (una especie de Ozzy Osbourne calvo), p€ro me

hacía reír como nadie con su humor rancio y su agu deza pare

capcar y satis facer la ansiedad det "público". Claro que nunca

Serglo Blzzlo t 63

hasra ahora me había metido con Osho, su nueva religión. Me

dio el libro.

-Tom í,L\evtteló.

Era El libro del niñ0.

-¿Acá es donde habla de los monosi -le pregunté sorpr€o-

dido.

-LeeLo y después hablamos.

-¿Habla de televisión?

-insistí.-No,

lo de la tele lo digo Yo.

-¿De quién es lo de la tele?

-rePetí.

-Mío -maulló él y gft6 hacia [a secrs¡¿¡i¿-: ¿Adónde LLa'

maste un médico, ele Chinal

Increíblemenre el médico que entró ere- chino. Diagnóstico:

agoramienro, bajede presión. Remedio: Efortil, rePoso. Quince

minuros después, cuando sentí que erecaparzde avanzer en línea

recte, subí a[ taxi que me habían pedido Y me fui ^

casa. El

Gerenre de Programación liberó a Tiini para que me acomP ^iua'

ra y se encerró con los dialoguistas.

-¿Lallamo a Verai

-rne dijo Tiini.

-Vera me dejó.

-¡¿Cómoi!-¿Por

qué re alarmai Vos dejaste a un hombre enfermo de

verdad.

-Te juro que siempre pensé que eran el uno Pera el otro...

No caigo.

Le impedí subir a casa. El idiora había emp ezado a sencirse cul-

pable por el golpe que me dio en la fiesta de Uki. "Te debo un

golpe", me dijo. Le aseguré que nunca se 1o iba a cobrar. Me sonrió

como si no perdiera las espera nz s y, mientras yo ceffaba la puerta

de enr redaal edificio, me saludó con una mano y con la otra á.t€rl-

dió un llarnado: el dragón, tal vez.O el mismísimo escultor.

Page 31: Era el cielo

6+ r Era et cielo

Y entonces, de pronto, no pasó nada.

Supongo que floré en el tiempo (ni más ni menos que unas seis

o siete horas), sentado en un sillón, con la mirada perdida en un

punto en el eíre, hasta que Iavoz de un hombre que le gritabe a

alguien en el edificio de enfrente me sacó del trance. Eran las once

de la noche. Recalenté las sobras del almuerzo, tregué y me ttré

en la cama. Hacía cres o cuatro días que no dormía. A la media-

noche volví a prender laLuz y miré dibujitos animados hasta que

se me ceyeron los párpados; cuando me d.esperté erela una de la

mañana. Había dormido díezminutos. Estaba furioso. Me levan-

ré y tomé un vaso entero de vodka sin hielo y me errojé e mí

mismo en la cama como si me arrojara otro, e incluso oponiéndo-

me una cierta resistencia. A las cuatro de la mañan a ye no pude

más: me vesrí, salí del departamento y cami né apaso rápido, casi

corriendo, hasta la casa de Vera, ? díez cuadras de allí.

No usé mi copia de las llaves, que llevaba conrnigo; toqué tim-bre hasta que la mirilla se iluminó. LJn momento antes de que

eso sucediere, un momento antes de ese alivio, recordé una frase

de Arguedas que había leído treinta años atrás por prime re y

única vez y que había sepulcado y olvidado: "El sol pinta al pie

de la puerta su renglón de oro'. Me dtl. que tenía que contárse-

lo a Vera, que le caus eríe grecía; pero cuando abrió la puerca lo

único que hice fue dejarme ir sobre su cuerpo, con los bra zos ceí-

dos. Me abraz6.

-Necesito dormir

-le dU.-. Por favor, Yere, necesito

dormif...Me senró en la cama. En la oscuridad del cuarto me desvistió,

me acostó y me tapó, haciendo una cosa después de la otra,

suave, cuidadosamente, en silencio, como si pudiere espancarme

o disolverme.La secuencia de la dulzura de su poder sobre mI...

Cuando apoyó una mano en rni pecho, rrr€ cumbé sobre la espal-

Srr¡lo llrrlo t 6S

da. cuando merió una mano por debajo de rnis piernas para retí'

rx Lesábana y cubrirmg las alcé. Así me manej eba, con peque-

ños roques. cuando des pegó los labios pa re decir algo, abrí los

ojos. Era hermosa; no era mía Pero eta hermosa y yo en suyo'

aun como un esPectro, aun como un reflejo de mí mismo'

Apoyó una mano en mi frente Y sentí que toda la tensión

desapa recía, que Le engustia se evaPoraba. Después se acostó a

mi1adoymelbrazó.Em:-:'",y.l"i-*-F€ner.''c.JrerPo,ale{.unhombre.,,Ttenquilo,,ffiliii'^"dome.Ynuncaenmivida,

'-" r-is 'r

hastá ese momento, estuve tan tranquuo.

En [a expresión de Diana a] abrirme [a puerra cuando iba a bus-

c^t eJulián había siempre una combinación de fastidio y melan-

colía; cuando lo veíe de regreso seguía habiendo melancolía,

pero ahora muy por derrás de la felicidad de tener a Julián de

nuevo con ella. Nunca me invitaba a entrar. Esa tarde hizo varias

de las cosas que no hacía nunca¡ me miró, me apoyó una mano

en un brezo -un toce,apenas - tme preguntó si me sentía bien

-le dU. que escaba un Poco cansado- y me invitó a Pasar'

-¡Jrl ián,llegó pepál -gríró

hacia el cuarto de Julián, en el

piso superior.

-¡Hola, pryál -la

vocecita de Julián zígzegueó desde la

silla frente alecompuradora en la que jugaba, retrocedió hasta

la puerra del cuarro, dobló en u y baj6 la escalera sin perder

una pizca,de intensidad, más bien ganándola, pero é1 no ep,'

reció hasra un buen raro después. Me dejé c^er en uno de los

dos sillones junro e la venrana -mi sillón, en el que había

leído ctdemañan a, aldesperrarme ,y ^veces

también de noche;

er^una buena elección: a primeras horas del día había allí más

Iuzqr¡e en cualquier otra parte del living, y eLe izquierda una

Page 32: Era el cielo

66 r Era et cieLo

lámpara de Pi. con pantalla blanca- mienrras Diana iba e

hacer cefé. Hizo té.

En la mesa ratona había una fortale za delramaño de un cajónde ma nzenes custodiada por un ejército de personajes de rodaslas especies, calidades, valores y tamaños, desde héroes anóni-mos y rígidos y extraterrestres del universo de las golosinas hastahumanoides arciculados y estrellas de la indusrria cinemaro grá-fica o literaria, estos últimos con luces y voz. Despejé un sectorde la mesa, Diana apoyíla band ej^ y me alcanzó una tezede ré.

Después se senró en el sillón de al lado.

-¿Entoncesi -m e pregunró.

Solía hacer eso, seguir una conversación inrerrumpida quenunca había tenido lugar. A mí me había parecido siempre unsigno de úmidez, enmascarado de confia nze y naruralidad. Ledu. que estaba durmiendo mal y me pregunró por gué; no supe

qué resPonder, no encontré ninguna causa más al!áde la verdad.

-¿Mucho crabajoi

-Lo de siemPre -me encogí de hombros f eso fue suficien-

te, Pero no Pere que Diana se olvidara del asunto sino p^re queye no le quedara ninguna duda de que algo malo me pasaba.Desvió la vista, la posó por un instante en el suelo encre sus pies,volvió a mirarme y me preguntó si había algo que ella pudierahacer. Le son reí, mirándola en silencio. Eso pareció rensa r!a; nosconocíamos tan bien que éramos capaces de malinterpretar cual-quier gesto, Por mínimo que fuera. Que nuesrras miradas se

encontreren en esa especie de cima helada en que se había con-vertido nuestr e relación f se soscuvieran un segundo más de loestrictamente necesario podía ocasionar una avalancha de emo-ciones de toda clase, aunque ni un solo crisral de hielo Llegara e

la boca de ninguno de los dos; ni siqu iera hacía falte, por orra

Parte. En general nadie decíanada. Si alguno de los dos hablaba,

"%

Sergio Bizzio t 6Z

era Diana. Había sufrido nuestra seParación más que Yo, l,e

había padecido, no había podido olvidar y no había tenido la

suerte de enamorarse de otro. Yo sabía que ella quería que vol-

víera.,aunque hacía ya mucho tiempo que había dejado de pedír-

rnelo. Desvió la vista'

-Anoche robaron en la casa de mis viejos, fue un robo tan

ingenioso que da ver gúenza contarlo -dU" d'e un tirón.

-¿Anoche?

-Entre las nueve y las once, más o menos. Ellos salieron a las

ocho y med i^ y volvieron un Poco antes de las doce.

Le pregunté Por qué decía, que había sido "ingenioso", Pero en

el fondo pensaba que a esa hora, entre las nueve y las once, yo

estaba rerorciéndome de dolor a diez kilómetros de aLLí, e diez

planecas de distancia de las cosas de valor en la casa de sus padres.

-A la mañ anales robaron el auto. Al mediodíe lo llarnaron

a papipor reléfono para decirle que e[ auto escaba estacionado

en una calle en San Telmo. El tipo le dijo que tuvo que robarle

el auto por un asunto Personal, que 1o lamentaba mucho, y que

a modo de disculpas les había dejado a éI y e m^midos entradas

p^reque fueran esa noche ever Chicago.Papáfue a buscer eI auto

y sí,en el asiento, €D un sobre, estaban las entradas... Y fueron a

ver Cbicago. Dos horas o más de tranquilidad total para que los

ladrones desv altjaran la casa.

-¡Gané el quinro nivel! -gritó

de pronto Julián ePretendo

los puños en un gesro rriunfal, con el pelo revuelto y los ojos

como platos, vesrido nada más que con un celzoncillo, en lo

alro de la escaler a-. ¡El quinro nivel, pep:,gtné el quinto nivel!

-repició lan zindose escaleras abajo.

Se riró en mis brazos, lo felicité; el juego tenía cinco niveles y

había ganado el úlrimo. Entonces, durante unos segund'os, su

exciración pareció disolverse, como si no pudiera creerlo.

Page 33: Era el cielo

68 r Era eL cielo

-¿Qué les robaroni

-Plata no había. Se llevaron la video, el microondas, el rele-

visor, el equipo de música , Ie compu tadora, esas cosas. Ahoramis viejos esrán como en la Edad Media.

Apoyé mi boca en la cabeza deJulián, uD largo beso inmóvil.Diana nos miraba como a una parce del paisaje de su vida.

Hacía mucho' tiempo que no entraba e Ia casa, una casa quehabíamos comprado después de años de aho ffo y en la que esrá-bamos seguros de que íbamos e vivir mucho mejor de lo quehabíamos vivido hasra entonces. El ahorro es como el brezoarmado de la ilusión, Pero alailusión no hay cifraque la conr€rl-ga. Al llegar o al irmg es decir cuando Jul ián salía y me abreze-ba para venir conmigo o después de un beso de desped ide,cuá.rl-do la puerta de encrada se cerrtba derrás de é1, lo único quehabía, Pere Diana y pere ffií, era tristeza, una sensación ,C.e esra-fa masiva apoyada en la certezede que un hUo es la micad deldestino de cada uno de sus padres, f en el desconcierro de queninguno de los dos sepa si es posible la orra mirad.

De todas formas, en las semanas siguiences Vera me llamaba porteléfono, solía darse una vuelta por mi departamenro, de tanroen tanto cocinaba y me invitaba e comer, y en esas ocasioneshabía siempre algún escarceo de tipo sexual, pero yo teníe laimpresión de que a pesar de rodo le daba rrabajo, o culpa, esrarconmigo, un cierco pudor incomprensible en ella, como si ahoralo estuviera engañando al otro, y es más: como si quisierahacerlo, Pero tuviera miedo de estrellarse d.e pronco contra mí

-Podría haber craicionado a un ejército de amanres sin conse-

guir que la menosprec iarepor eso. Yo, por supuesro, no le habíaperdonado su historia con el Centro de Excracción de Ovarios;

Sergio Bizzio t 69

la quería, no había forma de perdonarla. Más bien me perdoné a

mí mismo -me absolví por mis indecisiones, ffii trabajo, mis

desacuerdos, mi edad, mis aspiraciones, mi nerviosismo, mi iro-

nía.,mi angustia, mi concentración, mis miedos, mi debilidad-

y emprendí la reconguisra, llevando todos mis defectos al triun-

fo. Mi virtud i erc. un buen lector. Y ella escribía. LIna tarde me

pidió que Leyerael prim er cepírulo de la novela en la gue trabe'

jebe;lo imprimió, me puso un \iptz en la rnano y se sentó a mi

lado. Era una oporrunidad única. Me zambullí en el texto, me

hundí en é1 con la desesperación de un testigo encadenado al que

un grupo de mafiosos arroj e aLrío desde un yete, y fui diciéndo-

le lo que opinaba a medida que Leíe(sin usar el lápiz).cuando

[.grrJ d final Vera se levantó y sin decir palabra salió al jardín.

La seguí. pensé que había dicho algo que la había ofendido. De

hecho busqué ofenderla en una ocasión, meriendo mano en un

pirrafo como si el, pirrafo fuera un guante en el que ninguna

mano podía encrar sin deformarlo o romperlo. Así que me senté

frenre e el.leen la punra de una silla y espe ré a, que me devolvie-

ra el golpe. un momenro después Vera levanró la vista y me pre'

guntó si me había gusrado. Le du. que sí. Acro seguido, me pidió

que la perdo nera',Hubo una Pausa. Yo no dUt ni que sí ni que no

/ .ll" dio un paso adelanre, se senró a mi lado, me ab rez6 con

uno de eso s abrazos que son más que nada la forma que tienen

las mujeres de abrezarse a sí mismas (o una forma de resultar

ebraztdas aunque el orro no mu eve un dedo, en realidad), y se

puso a llorar. Al día siguiente me inscalé en su casa.

Así como du. anres gue mi hijo es la mirad de mi destino, la

otra mitad es no escribir. Sinceramenre: no recuerdo qué quería

a los rreinta años, ni a los ocho, ni a los veinte, ni a los doce, más

aILá de ser astronauta y ser prorniscuo, dos "ocupaciones" que

basra juntar en una misma frase p^re ver\o dificil que es satisfrcer

Page 34: Era el cielo

Zo r Era eL cieLo

cualquier deseo, o al menos los deseos claros. Más elládel asrro-n au ta p ro m i s c u o r e co n o zco s i n e¡nh *Ig*o "** dS:S"glH::Hdg.-1Jgtxmi:l:",,,p:1ffi

üil.ii;'"g*.d.s-.r-p*e*pg:g*L*-e-gq.e:f-*.*g-.

f-:l.H:-"19*::":::bi (t Pol9u.g .l-TPo,?,g- l*.p*t-tb- tlid*-d,*,9-"::::.1F3). A

los once años puse una cucaracha en un vaso con "g"a;übrí el

vaso con cinta adhesiva y lo metí en el congelador; esa nochesoñé que la descongelab^ y que la cucaracha me insulraba, furio-sa. Al día siguiente escribí dos piginas manuscriras, sin rachadu-ras, contando la historia de una cucaracha que se convierte enhombre. Corrí a leérsela a mis padres. Estaban en la parre deacrás de la casa; habían invirado genre e un asado y mi padreprendía el fuego mientras mi madre ponía la mesa. Yo esrabatan excitado que emPec é e leer de pronto, sin darles riempo e

Preguntar de qué se trataba. Mi padre giró hacia mí con unapelota de papel de diario en la mano, mi madre apoyó los plarosen la mesa Y fue dejándose ceer lentamente sobre una silla.Había leído la mitad de la prim era página cuando llegaron losinvitados, un hombre delgadísimo y aun así de nariz redond.a,su esPosa (to recuerdo más que una blusa verde que brillab e elmoverse) y su hija Nadia, dos años mayor que yo. Me encanra-b^ y ella lo sabí e y, con su mir ada silenciosa, su mir adad.e pun-tos suspensivos, desplegaba ante mí su única habilidad: un airede invitarte a completar lo que no ha dicho. Después de unosrápidos saludos, el padre de Nadia, un curioso, insisci ó paraquevolviera a em Pezer. Me resistí hasta donde pude, es decir unasola vez. Después leí el cuenro, de pi. en el mismo lugar al queme había llevado el enrusiasmo inicial, con voz firmg hasra laúlcima palabra.

-Un Pequeño predador -dU" entonces el padre de Nadia

achinando los ojos y dándome un golpeciro en la espalda.

Nadia miró e su padre y bajó la vista, sonriéndose. En esa

Sergio Blzzlo r 7t

época yo no conocí e La rnetamorfosis. Le pedí a mi madre que rne

lo com prara.,y sólo después de leerlo comprendí hasta qué Punto

había hecho el ridículo, invirtiendo una historia célebre' Lo más

probable es que Nadia tarnpoco hubiera leído a Kafka, pero la

sonrisa cómplice que le dirigió a su padre cuando este hízo ese

comentario -conocedora

de sus tonos, más que de sus lectu-

ras- fue la misma que años después le haría Vera ele chica del

vesridiro gris. Para mí fue humillante y, después de leer el relaro

"origin aL" , demoledor. Cuando uno empie ze a escribir, lo único

que riene es una historia. En ese sentido, escribir una historia es

y^ escribir. ¿Cuál es el proceso que hace que la materia se vuelva

conscienrel Nadie lo sabe, la biofísica todavía no encontró la r€s-

puesra; como buen neófito me doy una explicación suficie nte: la

práctica.lJneconsrelación de partículas denza;ntes en una situa-

ción repedda no puede escapar a su destino; la conciencia es el

descino de la prácrica. Con la escricura sucede exactalnente lo

mismo. Pero yo recién emp ezaba,era el comienzo de un comien-

zo, y ye había sido descubierto y delacado. E[ padre de Nadia

murió ese mismo rnes. Me alegré.Años después, x los diecisiete

o dieciocho, escribí una serie de poemas políticos, tardíamenre

influido por una licerarura que también había encontrado su

desrino -eveporarse -

y que llamábamos "comprometida". El

fanrasma de esrar poniendo al revés algo ajeno echó sobre mis

poemas la sombra de un humor involuntario que mis comPai.e'

ros de enconces no dudaron en calificar de fascisca: los obreros,

en lugar de ceer de los andamios, volaban hacia al\í,por ejemplo.

No volví a incentarlo. Pero Ieíe corno un escricor, como un escri-

torjoven, menos atenro eletrama que al ritmo y buceando en la

oscuridad por enrre los pilares sumergidos de la construcción;

desde que prrede decirse de rní que sof tu1 "hombre adulto" he

vuelto a interesarme casi únicamence Por la trama.

Page 35: Era el cielo

#

Tz r Era et cieto

Todo el mundo quisiere publicar un libro ('tener" un libro),

Pero nadie quiere tomarse el trabajo de escribirlo. Cualquiera a

quien uno Pregunte si le gust aríatener un libro -raxisra,

fucbo-lista, lobbysra modelo, ginecólogo, barman, psiquiarra, locuror,agente inmobiliario o estrella del mundo del especráculo o de las

finanzas- dirá siernpre que sí, con el rnismo convencirlienrocon que dirá que sí en caso de que uno pregunre si le gustaría ser

bello o rico. Un libro es algo importante (rrascendenre: ralar unárbol pere escribir un libro que Leeriru hijo, o la comperencia).

Disciplina y entusiasmo son las dos palabras que en cambio

definen Ia práctica de las dos escritoras más imporrances pelamí, Y no precisamente como escritoras: Diana y Vera. DianaemPezí a escribir cuando quedó emberazada de Julián, al prin-cipio como un juego, después disciplinadamenre; publicó rres

nouvelles Pere chicos de ent re diez y doce años, y seis libros de

cuentos Para chicos de encre cinc o y siete. Sabe lo que hace, su

Prosa tiene gracía y las hiscorias son simples y envolvenres; nousa diminutivos. Vera es como una aspiradora con un radarhipersensible que detecta f succiona materiales de las proced€rl-cias más diversas y los articula en textos ágiles y milagrosam€rl-te comPactos. Nunca hablábamos de lireratura, pero ahí est abaella haciéndola miencras yo me limicaba a cipear guiones relevisi-

vos; sentados cada cual a su computadora, a fres o cuatro metrosde discancia uno del otro, slt entusiasmo contrastaba tan fuerte-mente con mi apatía como una chispa con un maní. Mancenía laespalda rígida,Iavista fija en la pantalla, en las pausas ecerceba o

alejaba la silla , clavaba el dedo en la cecla delete con un gesro de

fascidio, retomaba el hilo , aceleraba, se le agrandaban los ojos, x

veces se reía, a veces se interrumpía para leerme un pirrafo,a veces se levancaba y daba unas vueltas a paso lento por la casa

y volvía a sentarse y seguía adelante durante horas y más horas;

Serglo Blzzlo ¡ 7,

todo un estado. Si las cosas habían ido bien, al término de la jot'

nada renía incluso más energías que al com íenzo, Y L^sombra de

una suma de productividad y satisfacción avanzúa' sobre mí

hasra que se unía al cuerpo que la proyectaba , rbrezándome. Esa

tarde había ido bien' Me ebrez6.

-voy al mercado -duo.

Me dio un beso en e[ cuello y salió.

H,rcíe diezminuros que se había ido cuando sonó el rimbre.

Ances de levanrarme pxeir e arende r rccleé el número de la

escena siguien tet 2T . Me pareció que la chica que llamab e rcníe

esa edad; era, jtponesa, descendienre de japoneses. Esraba vesti-

da con una pollerica sin color, una musculosa sin corpiño' y san-

dalias. pregunró por vera. Le drye que había salido. Miró a un

lado y a otro como buscándola y después me dUo que ella eÍa-

dialoguisra y que había quedado en pasar a esa hora p^r^ hablar

de rrabajo con vera, así que la hice Pasar.

-Fue al mercado, suPongo que en veinte minutos v^ t estar

tcá. ¿Querés tomar algo? -Negó con la carbeze_¡ ¿No te

molesra que yo siga con lo que estaba haciendo mientras vos la

esperásl

volvió eneg r con la cabe z^yse senró en un sillón a mi espal-

da. Yo escribí INTERIOR. CASA DE WARLEY. DÍA y todo 1o demás

de un tirón, Pero al hacef una Pausa P;rrlPensar un Poco en 1o

que iba a ocurrir en la esce na,2g senrí que me había estado inco-

modando no ver e la japonesa' me incomodaba que estuviera

sentada a mi espalda. Di vuelta [a cabe za, suPongo que como un

monstruo, porq*e [a japonesa end erez6 tipíd?imente el cuello' y

le pedí q,r; po, fevor se sentara en un sillón que había ^ mi

izquie rda,a unos rres merros de distancia de la rnesa. Ella asin-

rió con La ctbeze al mismo riempo que se levantaba y dio una

cerrerira hacia allí como si yo acabara de advertirle que el techo

podía derrumbarse y se sentó con las piernas juntas' con las

Page 36: Era el cielo

7+ r Era et cielo

sandalias juntas. Como dialoguista era basranre muda; volví epreguntarle si no tenía.ganas de romar algo f dUo que no, siem-

Pre con la cabeza.La escena 28 no ere complicada pero sí traba-josa, con muchos personajes entrando y saliend o y diciendo las

mismas naderías sentimentales que venían dando tan buenos

resultados hasta ahora, lo cual me obligaba a salrar casi línea a

línea de la columnaízquierda aladerech a,haciendo acoraciones

de tono, de expresión y d" ubicación; teníaque esrar arenro a las

continuidades, además. Pero la japonesa me discraía: ahora me

miraba fijo. No supe en qué lugar me molestaba más, si en micamPo de visión o sencada a mi espalda. Le eché un vistazo ybajó la cabeza. Bien. Volví a escribir. INTERIoR. NAVE. DÍA.

Enseguida me di cuenta del error, borré NRvE y puse RESTAU-

RANTE. Ya había escrito casi una página cuando de pronro lajaponesa se levantó y vino e sentarse e la mesa directamenteenfrente de mí.

-¿Ibdo bieni

-l e pregunré.

Asintió (con la cabeza) sonriéndome.

Le sostuve la mirada sin devolverle la sonrisa hasra un límiremás aIIi del cual resultaría grosero, e menos que yo rambiénfuera cePez de sonreír. No pude. Thmpoco pude evirar que misojos descendieran desde los suyos hasca el pezón izquierdo yluego hasta el derecho (**f marcados conrra la rela de la reme-ra, "más pezón que tetí', pensé) antes de volver e subir, peroahora sólo hasra sus labios, que se separaron y cambiaron de

color, del rosa pálido a un rosa que no terminé de ver: di un rípi-do salto hasta sus ojos y d" aLlí e la panralla de la compuradora.Leílo último que había escrito f empecé con lo que seguía, dis-tribuyendo a tres o cuatro personajes en el restaurant e, almenosdos de ellos en mesas equivocadas, y haciendo chocar a orros dos

que entraban, uno de ellos incluso duplicado, fa que estaba en

Sergio Bizzlo ¡ 75

una de las mesas desde la línea ancerior. Borré todo y estuve e

punro de decirle a.Iejaponesa que saliera y esperer;- efuere; me

contuve. Y como no podía concentrarme y elgo rcnía que escri-

bir para no verme obligado a hablar con ella, que de todas for-

mas no hablaba, lo que hice fue escribir

La lista de mis miedos (en desorden):

A la muerte.

A los aviones.

A la locura.

A las enfermedades'

A las amputaciones.

A los barcos.

A la velocidad'

A la altura.

Al mar.

A los tiburones, osos, serpientes, arañas, Perros desconocidos.

A los desconocidos'

A las ciudades, barrios, calles desconocidas.

A los suburbios.

A los ascensores.

A la miseria.

A las operaciones médicas, a las operaciones financieras.

A las armas.

A los dentistas.

A la pérdida del olfaro (una cosa terribl e, ví un documental

sobre el tem e eL otro día. Vera, Yera, vamos ,Yeta, vení)'

A la policía.

A los estadios de futbol.

A las tormentas eléctricas.

Page 37: Era el cielo

76 ¡ Era eL cieto

A la soledad.

A las muchedumbres.

A la violencia.

A la vejez.

Al sida, aI cincer (enrra en enfermedad).

A la impotencia (¿encra en solecladi).

A los ladrones.

A la electricidad.

*.-. * *i-:f: (:li.'"" ¡odos l'l *j:"d:il*lgor "la. :,-e- *A los ercefaccos a gas: esrufas, calderas, garrafas,

A los secuesfros.

A tener que irme a vivir al campo.

Hubiera podido seguir, pero en ese momenro, de pronro, conuna vocecica de mariposa animada,lajaponesa dijo:

-¿Quelés cogeli

La mir é. Levtncé hacia ella primero los ojos y después, lenca-

mente, la cabeze.

-¿CómoiLa había escuchado perfectamencg desde luego. Y no sólo eso,

mmbién había encendido el chisreciro de las eles, esa parodia de

su origen que ahora acentuaba con un golpeteo nervioso de sus

largas pestañas negras, sin dejar de mirarme. Incluso había ade-

lancado el cuerpo. No decía nada, no dejaba de son reír.

-¿Si quiero quéi -reperí.

-No, nala.

-¿Nala? ¿Dónde h^y una "t" en"nadí'?En ese momento llegó Vera. Traíedos bolsas con las compras

en cade mano. Me levant é para ayudarla. Agarré las bolsas, las

apoyé en la mesadey empecé a sacar las cosas que había compra-do y a Ponerlas en la helade re y en el mueble sobre el lavaplaros

egeel amor).

calefones.

Serglo Blzzlo t 77

mienrras Vera y la japonesa cruzeben saludos Y disculpas, la

japonesa por haber llegado antes de la hora acordad^Y Vera Por

haber llegado después. La chica, es notable, se llamaba Monique,

un nombre frencés en una ^rgentina

de origen nipón, y Vera la

había convocado -prirnero

quería conocerla le acleró, aunque

seguramenre ya se 1o había dicho por teléfono- pere- reempla-

z r a uno de los dialoguistas de su equipo que "vive enfermo".

Vera le preguntó si quería tomar algo Y la japonesa dUo que

romaría lo que romar a eILe, a lo cual Vera dUo que iba a tomar

egv , agtramineral, agua bien fríe: estaba muerta de sed'

-Entonces una cervezr... si no es molestia -düo

La chica

mirando de reojo el pack de botellitas de Corona que había colrl-

prado Vera, una cerveza horrible y encima tibia. Vera agarrí una

Corona, se la alca nzót,después egarró una bocella de agua mineral

y dos vasos y L"indicó elajaponesa que la siguiera hasta el sofá. Se

senraron. Corrésmenre, Vera giró hacia mí y me Preguncó si me

molesraban. Corrésmente'le dü. que sí. Salieron al jardín. En

menos de cinco minuros estaban las dos riéndose a cxcejedas, con

esa risa ansiosa e inarmónica de amigas de la infancia que se

encuenrran después de años de no verse, Pero ere evidente que

Vera llevaba la barura, que Ie arcojaba hacia arriba Y L^ atajaba en

una mano y L^ hecía girar habilidosamence entre sus dedos ances

de golpearle la fren te e la japonesa al final de cada número y no

porque ocupara un lugar de poder fren te a ella sino Por naturale-

za:lechica buscab a, ensu cam l, en la cama de otro, en el callejón

a oscuras de su alma"ardientemente, que la degraden, mientras

que Vera no prerendía otra cosa (.t la vida) qt. ser adorada. Mi

compuradora tenía más capacidad de procesamiento de datos de

la que disponían los aliados en la Segunda Gu erra Mundial, pero

yo no podía concenrrarme ni para darle lecra a una pésima ectríz

secund aríe.Guardé mi archivo y salí a dar una vuelta.

Page 38: Era el cielo

*tt

T8 r Era eL cieLo

Después de una reunión con Tlini y los dialoguisras en un bardel centro me quedé sentado a esp erer a Diana; habíamos a.cor-dado encontrarnos allí a las tres y eran las tres menos diez, es

decir que tendría que esperar nada más que unos veinte o vein-ticinco minutos. A mí nunca me gustó Peter Handke, ningunad'e sus obras de ficción me había atrapado nunca, pero alguien(to puedo recordar quién, ni ahora ni en aquel momenro) mehabía regalado El Peso del mundo, una especie de diario o de"cró-nica de una conciencia individual en forma de libro", como él

rnismo lo llama,Y en una de esas leccuras al ezer que es en reeli-dad la form a de lectura que propone rodo libro de anoracioneshabía subrayado ese mismo medio día,anres de que llegaraa¡ini,una frase que me había gustado mucho y que ahora no podíaencontr^r,lo cual me resultaba sumament e rero,porqu elahabíamarcado, le había hecho un buen paréntesis de rinra azul a La

izquie rda, con trezo rápido , abarcando incluso la úlrima líneade la frase anterio r y la primera de la siguience. Pero no habíacaso; la marca parecía haberse esfumado. Pasé las páginas dellibro de atrás hacia adelante y de adelanre hacia arrás unadecena de veces, lo hice despacio f rápido y yehabía empezado

a hojearlo página por piginacuando oigo que alguien dice "p"r-dón". De pie frente e míhabía un hombre de unos cuarenra años,tal vez cuaren te Y cinco, vestido como un vendedor de electro,Co-

mésticos que busca Parecer un vendedor de auros deportivos yconsigue Parecer un dealer. La mano que había apoyado en elrespaldo de una silla, de gruesos dedos grisáceos, con el anularahorcado por un anillo de oro al que una esmeralda demasiadogrand. e Pere ser genuina delacaba como falso, le daba inclusoun toque extra de hombre de la noche del submundo. Olía a

Sergio Bizzio r 79

penicilina. Sacó la otra mano del bolsillo y señaló por encim e de

mi hombro una mesa a mis esPaldas'

-No pude evitar escuchar lo que decían -dUo -c

Soy

actor. permítame que me presente -me extendió la mano, se la

esrreché, dijo-: Mario Bravo, como la calle -_sonúó, abusando

de un comentario del que seguramenre abusaban todos-. No

sé si me ubi.ca...

Esruve a punro de preguntarle a qué altura, Pero me limtté e

decirle que t1o.

...--Yo vabajéen, bueno, hice papeles, paPeles chicos en, Partí'

cipaciones en yago, en alguna orra cosita y últimamente en Jesús,

elheredero.Ahí anduve bien, estuve bastante. Así que los escuché,

los escuchaba que son aurores y me du. lo saludo, me presento.

¿V" bieni -

-Sí.-¿cómo

es el programa que están haciendoi

-¿En qué sentidoi

-El nombre.

-Donde hubo fuego.

-cen ízesquedan, sí, lindo tírulo. No 1o vi nunca. vi que lo

esrán dando pero no 1o vi. ¿Así que va bien?

-Mire, usted me disculP xí Pero" '

-. e e no pensará que vengo a pedirle trabajo. ¡No, Por Dios!

Yo con el medio no quiero saber nada más. Y es más, ya ní actúo,

me rer íré. Le verdad es que bien bien bien no. me iba, per'- qué

nos vamos e enga¡iar. Se nac e, Y [a verdad es que yo no nací' Lo

que tengo sí es nostal gí^,los pasillos, los colegas, Pero esto fue

siempre una cosa de mi señora más que mía. ¿Q"é leei

Inclinó la cabe z y anres de que yo dijera nad a\eyó el dtulo en

vozaka. Bajéla vista hacia el libro -lo renía en la mano toda-

vía,lo había esrado hojeando impacientemente mientras el tipo

\

Page 39: Era el cielo

8o r Era et cieLo

hablab e- y I^ frase rcepereció como por erte de ma gia; esraba

encomillada, es decir que se trataba de un registro, de algo dicho

Por orro f que Handke ano taba, o que él mismo habí a imagín -do en boca de otror "Cuéntame una hisrori e de mí; quízino sea

correcte, Pero cuéntame de mí. Necesito una versión de ml". Eradesoladora, estaba llena de angustia más que de vanidad, llena de

angustia y desesperación. Me pregunté si Vera sería cepaz de

escribir algun e vez algo así, no igual o mejor, la frase no es grancosa después de rodo, sino desde ese lugar. ¿Qué lugari No lo sé,

no lo suPe. Vera vivía en una especie de desequilibrio sustenta-ble: el Yin felizsin Yang.No pude precisarlo, el ripo no dejaba de

hablar. Y de pronto epreté los puños , epreté las marrdíbulas,apoyé con fuerza los pies en el suelo, clav é Ia vista en la mesa fle dije que se fuera,lepedí que se fuera,leordené que sacara lamano de la silla y que se fuera. Se hizo un silencio. Obviamenreel tipo estaba sorprendido, pero yo no lo esraba menos que él yno Por mi reacción sino Por lo que a esa reacción le falraba roda-víat me hubiera gustado mararlo, le hub iera enrerrado la cucha-tira de café en el corezón y hubiera disfrurado limpiándome lasangre de la Punta de los dedos en el mantel. Un silencio durados segundos. Dos silencios después Diana se sentó alemesa.

-¿Quién esi :-rrr€ pregunró en vozbaja.

-¿Ib davía esrá ahít

-Fue a sentarse en la mesa de acrás.

Entonces leventé la vista y I^ miré.

-¿Nos vamosi

-Recién llego...

-Por fevor.

Salimos. No miré arrás.

caminando por Rivadavia o por Avenida de Mayo o porCallao o Por cualquier otra calle de la zonele concé lo que había

Sergio Bizzlo I 8¡

pasado y Diana me miró como si estu víere loco, Pero Le agtade-

cí que no hic íera.comentarios de la clase de "no en Para tantd' o

"pobre ripo'. Me preguntó qué era lo que me tenía tan nervioso.

-Leplara -le dU.-, la pla t^ y el tiemPo, estoy todo el día

a disposición de un pro grarme o de otro y no consigo ahorrar

nade, monedas. tJna vida dedicada al aire.

{renquilo -duo Diana rornándome de un btezo-.

Nosotros estamos bien, no necesitamos ntda, tranquilo.

¿Dormís).-á7

-)1.

-¿euerés que vey;rmos al cine con Julián uno de estos díasi

-Sí, puede S€f...

Diana no había dejado de dirigir sus pensamientos y sus

pequeñas acciones coridianas e nosotror, es decir al conjunto que

bien o mal, junros o separados, formábamos ella, Julián y yo,

pero rampoco hab íe dejedo de PreocuParse Por mí.Le miré, creo

que me sonreí. Era una madre y una mujer y también una mujer

separada, por supuesto. La mujer separada aceptaba el dinero

que yo pod ía derle, aunque rambién hecía todo lo que estaba a

su alcance (d" madre) p^re ganer su propio dinero, pero la

madrg pensiempre involucrada con el hijo y por lo tanto con el

padre, hacía incluso más de lo que estaba a su alcance (de mujer

separad") pe.3mediar enrre sus propias ideas y las mías acerce

de cualquier asunro relacionado con el hijo. Sí, le sonr eí.La. míté,

también. Tenía uno de esos cuerpos de los que se dice "extreor'

dinario', uo nivel superior al nivel que ^rr^nca

gróserías de las

venranillas de los auros. Sus senos cabían en la palma de mis

manos sin rebalsarlaS, x los rreinra y cinco años su piel era toda-

vía:ade una chica diezaños menor, tenía ojos color almendtey

su mir edeinspiraba con ftenzty seguridad. Entramos a otro bar.

Diana quería hablar conmigo sobre Julián, i[üe no la estaba

Page 40: Era el cielo

8z r Era eL cieto

pasand.o bien en el colegio nuevo. El asunto la preocupaba.

Mirándola mover las manos me di cuenta de que podía entender

1o que escribían al gesticular; si en la vida real se cort;rr^ de

repente el sonido, como en una película, yo sería c^p^z de ent€n-

der sin ninguna dificultad lo que decía. Entonces dejó las manos

quietas sobre [a mesa. Le dU. que esperáramos un poco más,

otro mes, antes de tomar una decisió n; e mí no rne pa recíe que

Julián la estuvierapasando tan mal, pero es cierto que era ella la

que vivía con éIy una vezmás me lastimó ceer en la cuenta de la

cantidad de pequeños detalles de la vida cotidiana de Julián que

me perdía, i[üe necesariamente se me escapaban. Palabra más,

palabra menos, Diana estuvo de acuerdo. Después me preguntó

si me gustaba el tírulo Flípar y Pepa.

-¿Estás loca?

-¿No te gusta?

-Sí, claro que me gusta, pero es demasiado alucinógeno pere

que se le escape e tu editora, y probablemente haya, muchos

pad.res que también lo noten...

Diana pareció sorprendida, se rió. ¿Cómo no se había dado

cuentai Eran personajes, no habían eperecido juntos sino e

medida que invent aba, y eI sentido que ahora sugerían sus norrr-

bres en el círulo había terminado por vaciarse. Segu ía pensando

en eso mientras salimos del ba r. La acomp ené a tomar un taxi.

Me preguntó si estaba bien y si necesitaba algo yL" dtl. que síyque no. Abrí la puerta de un Volkswagen recién lustrado y d"adentro salió una nube de lavanda química ante la que Dianafrunció la nariz. Subió, cerréLepuerta, rrr€ dirigió una brevísima

mirada de am or y el taxi errancó y se la llevó. Saqué del bolsillo

el cicket par e ver la dirección del escacionamiento donde había

dejado el auco de Ver e y ceminé hacia allí; estab e e tres cuadras.

Despu és, ya al volante, giré e la derecha púe tomar la calle y

Sergio Bizzio r 8l

entonces tuve Ia impresión de haber visto, un segundo antes,

cuando asomaba la trompa del auto en la vereda, el saco a cüx'

dros del ex actor zambulléndose en un taxi. Miré Por el espejito

y sí,derrás de mí había un taxi, pero estaba libre, a menos que el

ex actor se hubier ^ egachado. ¿Me seguir ía? ¿Y Por qué, cuando

podía haberrne encarado en la calle mientras caminaba hacia el

esracionamientoi Unas cuadras después el raxi Ye no estaba

decrás de mí. Puse La radio y me olvidé del asunto. No había

forma de que no lo olvidara: una cronista de espectáculos decía

que las auroridades del canal donde se emitía el Programa que

hacíamos Trini y yo estaban considerando la posibilidad de

levanrarlo. Era mi único trabajo, ñi única fuente de ingresos.

Saqué el celular y disqué el número de tini. Ocupado. Lo

inrenré dos veces más. Seguía ocupado. Me desvié de mi camino

y fui directamence a su casa.

Tiini vivíeen el piso 25 de une torre cercada Por un muro, con

vigilantes de uniformg cimaras de video en la enrrad ^ y vecinos

dispuesros a rodo. A mí me daba vértigo sólo con acerca;rme ale

zon^,aunque no ranro como la posibilidad de quedarme sin tra-

bajo. De codos modos toqué el bocón de su piso en el portero

elécrri co y cuando arendió le pedí por favor que bajera. Me dUo

que no podía, que subier a yo. Habíamos tenido ese mismo diá'

logo una decena de veces a lo largo del añ o y yo hab ía ganado

nueve de ceda diez, pero Trini dUo que no bajaríe de ninguna

manera y sonaba firmg así que no tuve más remedio que subir.

Odio los ascensores herméricos; este era nuevo Y ten silencio-

so que no cenías la sensación de sub ír, tedejaba a solas con la idea

de subir: rodo lo demás pxecía.inmóvil, no había ni el más míni-

mo temblor y no se oía absolutamence nada. Trat é de discraerme

Page 41: Era el cielo

8+ r Era et cieLo

mirándome al espejo; entonces noté que no cenía el libro de

Handke en la mano, es decir: supe que no lo había dejado en el

auto, que me lo había olvidado en el bar. Fue una suerte, porque

mientras decidía si lo lamentaba o no el ascensor se decuvo, la

Puerfa se abri 6, y yo di un rápido salto hacia efuere. Mi corezón

no volvería e normaLizerse hasta que estuviera otra vez en lacaI\e,lo sabía. Podía soportarlo, sin embargo. Conocía los cá.rrr-

bios que se operaban en mí a partir de cierta alrura: se me efrne-

ba la voz, hablaba más ligero, me mo víe más rápido, me irritabacon facilid

^d y cualquier cosa que me dij eren, si es que Ie oía, me

resultaba idiota. Con la mano transpirada di un par de golpes

quizá demasiado fuertes en la puerra de la casa de Trini.Lo primero que vi fue un repasador a, reyes, una mano y una

oreja. Tiini cerró la puerta e mis espaldas y entonces lo vi mejor.

Había envuelto unos cubos de hielo con el repasador f lo rrrá.o-

tenía apoyado en un ojo , tapándose así la rnitad de la cer?, pero

en las fosas nasales, bien visibles, había unos cascarones de san-

gre coagul ada, oscura mientras que las dos o tres gotas que

habían caído en su remera se mantenían rojas.

-Dios mío, ¿qué te pasói

-Esa bestia

-dUo. Se quitó el repasador de la cere.Tenía el

pómulo inflamado f un corte en la ceja. El pómulo y L^ ceja (tra-bajando juncos) ya habían empezado a derramar sobre el ojo un

color espeso encre el verde y eI azul."Índigo", diría eI escultor si

fuera pintor. Pero era escultor. Y lo había golpeado. No recuer-

do si le pregunté por qué o simplemenre dejé que hablara.

-Le estaba concando de mi pareja con Lrki...

-¿No lo sabíai

-Sí, Sí, sabía, sabe codo, vive haciéndome pregunras. Loque no sabía era que Uki tiene sida. Se puso como loco, empe-

zó a grírar, me alzó de la silla y ahora ni me puedo sentar de la

Sergio Bizzio r 85

paada en el culo que me dio. Cree que yo tengo sida también

y que 1o contagíé.

-¿Dónde estál

-Se fue. DUo que iba a hacerse e[ análisis. Tengo miedo.

-jlenés miedo dei resultado?

-No, flo, yo ye me [o hice y no [engo nada. Adernás hoy en

díade sida no se muere nadie, pero sí de é1, tengo miedo de é1.

Hace rato ya que me viene metiendo miedo. Lo de hoy fue...

-¿Qué pensás hacerl

-No sé. Anres de que saliera le dije que me devolvierelas lla-

ves y me conresró agtrrándose las bolas con la mano. Llainé a los

de seguridad y les dU. que si vuelve no lo dejen entrar.

Me ofreció un té. Acepté una cerveza. Fue a la cocina, trl€ trajo

la cerv ez y volvió a la cocina Púe hacerse el té.

-¿Sabés algo del pro gra;m^? -le Pregunté'

-¿En qué sentidoi

-Oí en la radio que piensan levantarlo...

-No, oo, y^ medijeron que se corría esa bola, llamé al canal

y est^rodo bien. Nadie sabe de dónde salió el rumor, el progra-

ma anda bien. Ayer hicimos diecinueve siete.

-¿Y anteayer?

-Dieciocho. Dieciocho cinco.

-tf. acordis del díe anteriori

-También dieciocho.

El raci ng ereuna de las pocas cosas del mundo para las que

Trini tenía memo ríe. Podía recitar la planillt de mediciones de

audien cie, que recibía a diario por e-mail y que esrudiaba con

verdad er^pasión, d. la úlrima semana sin dudar y sin equivo c?Í'

se. Ocras eran el número de las patentes de los autos, los núlrl€-

ros d.e reléfon o, y las fechas de cumpleaños de los dueños de los

reléfonos y los auros. Sabía el número de patente del auto de

Page 42: Era el cielo

86 r Era et cieLo

Yera, Pero no su cumpleaños. Ya lo sabría. Por lo demás escaba

al tanco de todos los dimes y diretes del mundo de la relevisión,

no había productor al que no conoci ere y había rrabajado concasi codos los actores habiruales del medio, en una ceffereque ya

llevaba sus bueno s diezaños de crecimienro profesional y econó-

mico ininrerrumpido, lo cual se veía reflejado en su casa, en losobjetos que la decoraban, Qüe parecían condec orerle rnás bien.

Su úlrima adquisición era un escrito rio "ejecurivo ' , esí lo llama-ba, diseñado por un cal Marc Newson, que le había cosrado una

pequeña forrun e y sobre el que dormían tírulos rales como Et

8ozo, Cómo ueur Pe:rsonajes inolvidables, un Di rectorio de produc-

ción del espectáculo f un a, Antología del cuento triste.Había hechovoltear una pared pere darle al ambience "rul aire más de lofc".Salió de la cocina con su teze de té, se paró jusro allí donde ances

estaba la pare d y me Preguntó cómo iba mi relación con Vera. Ya

estaba al tanro de alguna novedad, así que me lirn ité adecir quebien, tomé un largo trago de cerv ezey me levant é pareirme: vernubes ala altura de la ventane ere algo que empezaba a inquie-tarme. Enconces se oyó un ruido de llaves en la cerradura. ATrini se le cey6 Ia hza, de las manos. Dio un salro hacia mí y mepidió por favor que no me fuera.

¡Es é1, es éll -d..i".

Y sí, era éI, Nudler, eI escultor.

Nudler pareció sorprendido de verme allí. Desde luego, noesperaba encontrarse con nadie aparre de Trini, pero apenas

Puso un pie en la casa me di cuenta de que escaba arrepenridoy que su arrePentimiento era tan grande que, una vez digeridala sorpresa de mi presencia, lo cual ocurrió casi en el acro, se

ecercó e Triní y le pidió disculpas -primero

con voz firmgdespués haciendo pucheros-, le romó el menrón con dosdedos, Iehizo girar la' ca;.a a un lado y e ocro mienrras repecía

Sergio B¡zzio I 8Z

las disculpas y to ebru6 y to apertó sin solrarlo y L" besó un ojo

(el ojo sano) y los labios Y otra- vez el ojo (siempre el ojo sano'

[o que me hízopensar que no se decidía a bes,' eL ojo go\pee'

do y por eso mismo se la tgarcaba con el sano) sin que le

impor t^ra un comino que hubiera allí un pobre hecerosexual

fobico observando. Después de rodo lo ctral Tiini, riptda.trl€o-

re conmovid o, giró hacia mí y me dUo con una gten sonrisa y

un tonito afeminad.o adredet

-Lo hacías más orgulloso, ¿no? -obviamen

te teftriéndose a

Nudler, que se había agachado solíciro, solísimo, a recoger los

pedtzos de la' ttze de té'

Aliviado de su arrepenrimienro (esa suspensión del ser en la

que uno empie za edarse cuenta de qué es lo que ha hecho)' ePe'

nas cinco minuros después Nudle r ya er^de nuevo el mismo que

erela.primet, vez que lo vi, y seguramente el mismo que unas

horas arrás había golpeado a Tlini. se senró en un silloncito de

pana color musgo, con las piernas estiradas y los borceguíes xpo-

y"do, sobre el Marc Newson y se puso a esrudiar detenidameo-

re los nudi[os de su mano d.erecha miencras fing íe no escuchar [o

que decíamos Triní Y Yo'

Trini inrentaba convencerme de hacer la próxima reunión

allí, en su casa; no quería salír a,la calle con Le cera' en ese esta-

do. Yo no pensaba en otra cosa más que en irme' Pero Trini me

retenía de una forma o de otra, incluso me Puso une mano en

el pecho cuando intenté revanrarme. Le hubiera golpeado el

ojo seno si Nudler no hubiera escado allí. En determinado

momenro Nudle t, tquien veíe levant ^r presión (era evidente

que la idea del contagio había vuelto a ProPagarse)' lo llamó

con un chisrido y un gesro del dedo índice. Trini fue y se acu-

clilló a su lado. El esculror le duo algo al oído y Trini respon-

dió en vozalta que sí, que yaLe había dicho que sí' que se lo

Page 43: Era el cielo

88 r Era et cielo

hizo, que se lo hizo. Y amagó incorporarse. El escultor lo

deruvo agarríndolo del cuello y [o miró como la llama de un

soplete:

-Le verdad.

-¡Ya te la dije! ¿Por qué te voy a mentir, qué más querés que

haga?

-a"e me digas la verdad.

Eso fue todo lo que oí. Dej éIepuerra abierta y bajé los vein-

ticinco pisos por la escalera a toda velocidad. Los japoneses -desde

un cocinero envuelto en nubes de vapor

hasra el director general de una compañía de alta tecnolo gí^- sos-

rienen que la confi^nzees un elemento decisivo par,e el desarrollo

de cosas fundamentales, la economía mundial, por ejemplo, casi un

precepto derivado de la vida cotidiana, más allá de las particuleri-

dades de caü casa. Pero p^r^ Monique Maosakg nacida en la

Argentina de padres argentinos, nieta de japoneses que habían

pasado la micad de sus vidas en la Argentina, la confi enz era un

valor económico, en el sentido de barato, y por lo tanto algo sobre

lo que uno podía evanz r sin culpa ni pruritos de ninguna especie.

Desde que Vera la hab ía acepcado como dialoguista pasaba más

riempo en nuestra casa que en la suya. Se quedaba después de las

reuniones, cuando los demás se iban, se ofre cía ecocinar -es

decir

se inviraba a comer_ y no hacía ningún esfuerzo por mostrar que

la pasaba bien: la pasaba bien. Los asentimientos con la cúeze

habían quedado atrás; ahora hablaba hasta Por los codos'

Esmba fascinada con Vera. Supongo que Les rezones de su fas-

cinación no eran muy distintas de las mías al principio, excluyen-

do al sexo, con la pequeñísima diferencia a su favor de que Pa;:e

ella no era un problema ser anulada -todo lo contrario, era un

gusro-, €o ranto que yo tenía sólo problemas y hubiera dado una

mano pme librarme de ellos. Siempre sentí que me sobraba

una mano; por algo el Mono nos htzo dobles, nos proveyó de

Page 44: Era el cielo

90 r Era eL cielo

"repuestos", por decirlo de alguna manera. No sería muy etracti-

vo, pero podríamos vivir perfectamente con un sol o brezo, una

sola pierna, un solo ojo, un solo riñón, un solo pulmón, un solo

testículo (incluso sin ninguno), un solo oído f un solo corezón,

Pero ¿qué hacía la japonesa todo el día allíl

Los rumores sobre el levantamiento del progrema no hab íen

cesado (había en el eire como un rozar de suelas que corren, s€

detien en, gíran, vuelven sobre sus pasos) y mi inquiecud iba en

aumento: no tenía ahorros para sobrevivir más que unos pocos

meses. Entré a casa mirando al suelo, Vera vino a mi encuentro

con una gren sonrisa en Ie cere; al fondo divisé a la japonesa s€rl-

rada en el borde de un sillón, con el mace en la mano.

-¡Tengo una buena nocicia!

-dijo.-Me

alegro.

-Presenté un guión a una productora alemana y lo aceptaron.

La televisión avenz^ba sobre su literatura de la misma forma

en que ev^nzasobre la vida de los demás, pero en esce caso no se

traraba de un guión celevisivo: tiempo arrás había empezado e.

escribir un largom etraje. El cine, una nueva actividad. Tenía que

irse tres meses a Berlín. Estaba feli z.Yo hice todo lo posible por

que mi contrariedad no se not era.

-Obviamente voy a usar ese tiempo peraterminar mi novela

-dUo bajando la voz, como si se tretere de una pequeña estafa.

-No tenés que terminarla, tenés que escribirla

-_Le dije-. Y

no vas a poder escribir literatura allá. Lo mejor es que si vas tre-

bajes en el guión.

Se ofendió. Surilmenre, pero se ofendió.

Nos sentamos a [a mes a..Lejaponesa me ofreció un mate, dije

que no con un dedo y enseguida la olvidé. Esa era:elvezuna de

Las razones por las cuales Vera roleraba su presencia en la casa:

era ficil olvidarse de ella.

rSergio Bizzio I 9I

-¿Y el prograrnai -le Pregunté.

-Monique me va a cubrir.

La mir é. ¿Ella? Lejaponesa me sonrió. Volví a mira r aYere y

a olvidarme de la orra en el acto, aunque noté que entre un olvi-

do y orro seguía siendo bonita .Yereme sostuvo la mirada'

-TreS meseS...

-mgfmUré.Era mucho tiempo.Le sola idea del víaje me asustaba -no

había tenido una buena experiencia con eso. Vera estaba escri-

biendo una buena novela , er^joven, tenía dinero y un hombre

que la amaba, ¿qu é más quería? Yo hubiera dado un pie Por escri-

bir sin preocupaciones con la mano restante una novela como la

que escribía ella. Hubiera dado un ojo por resultarle necesario,

ranro como ella a mí, pero lo cierto es que sólo se va quien no

ciene nada que perder Y Yeru se iba.

-Bueno -dU., con un Pi. y una mano Y un ojo menos,

como un monstruo- ya una vez viviste tres semanas de las

monedas del esrado socialista cubano, así que no veo Por qué no

vivirías ahora rres rneses de las migajas de una productora a\e'

mana.

Vera se levanró furiosa y se fue a Paso rápido.

Oí el ruido de la bombilla (el rradicional sonido de la última

chupada) y después los pasos de la japonesa ecercindose. Se

sentó frenre a trLí, en la misma silla donde estaba Vera unos

segundos antes. Me miró en silencio durante un momenfo.

-¿Y vos qué esperás de la vida , cbe?

-dUo tratando de sonar

amistosa, no irónica sino como si yo ruviera un gran problema

y ella fuera c^pez de ayudarme e resolverlo. Sí, tenía un

gren problema y ella podía ayudarme a resolverlo si se iba.

-¿Leprimerevezque me ves me Preguntás si quiero coger y

la segunda qué esPero de la vida?

Fingió hacer memo ríe Y se sonrió'

Page 45: Era el cielo

gz r Era et cieLo

-Fue un chiste

-duo.-¿Un

chistei ¿No ce das cuenta de que yo te podría haber

cogido de verdadl

Ahora hizo un silencio. Pensó. Después dijo:

-¿Y qué, hubiera sido un castigo?

-Por supuesto. Te hubiera cogido bien, te hubiera hecho

sufrir.

Nos reímos. Su risa duró mucho más que la mía, así que apro-

veché la ocasión para levantarme e ir al cuarto en busca de Vera.

Estaba acostada boca arriba, con los bra zos cruzados bajo la

nuca. De la canción a bajo volumen que salía del radiograbador

en la mesa d.e luz sólo se oía el riff de una guitar ra, e\éctrica que

sonaba como una mujer etrtpeda en un callejón a oscuras. Le

pedí perdón, tn€ senté en la cama y después de un silencio me

dejé ceer de espaldas a su lado. Cruzamos todavía un per de dis-

paros en voz baje y me rendí: ¿q,té había de extraño o de greve,

después de tod.o, en el hecho de que una chica de veintiséis años

que vive con un hombre d.e cuarenta f tres quiera viajar, bailar,

gener, coger con otras Personas y d.ivertirse un pocoi No ere

muy distinto de lo que yo mismo quería , f con la misma ilusión

aunque ye sin el mismo ard.or. La abracé y me besó, al principiotímidamente, con algo de enojo todavía; después giró hacia mí y

empezó a desprenderme los botones del pantalón miencras yo le

alzeba el vesrido.

Mojad e y con la misma increíble suavidad de un hielo tibio,

así es al tacco el paisaje de la felicid ^d

(y en su mano, muy erec-

ta, como si fuera a estallar,La otra versión del mismo cuadro).

Nos separamos penquitarnos la ropa a toda velocidad; después

le tom éIa cereentre las manos y volví a besarle,Iabesé con alegría,

con necesidad, con sed, y también con el placer que ella enviaba

hacia mi boca desde la suya. Entonces vi de reojo a la japonesa en

Serglo Blzzlo I 9t

el umbral de la pue rte,a menos de d.os meros de distancia. Me

inmovilicé. Vera alzó la cabeza. Nos miramos, nos miramos los

rres. Supe que la decisión sería de Vera; no por eso mi cor az6n

ernpezó a latir más fuertg Pero sí tomé conciencia de é1.

Creo que esta vezlos silencios fueron rres, es decir un toral de

seis segundos. Demasiado. Finalmente la japonesa dijo:

-Perdón -con voz de gus¿¡i¡s-, oo sabía que... Tengo

que irme.

Vera hizo un silencio, un silencio ahora sin tieffipo, un silen-

cio en el silencio, agónico, enorrlte. Después, por fin, asintió.

Una mujer de pelo rojo le decía a un hombre sin pelo: "Eres una

de las veinte personas más importantes de mi vida'. Un soldado

ya demasiado viejo pere ser un héroe gritabal "¡Ven E rt, cochi-

nos!". Sobre un fondo de risas grabadas dos hombres se besaban

y eL separarse uno le decía al otro: "Dime que no es verdad". {.Jn

periodisra logorreico frente a un ayarcIa maquillado, una señora

con voz de pito vendiendo audífonos Wow, una sesión en la

Cimara de Diputados, los gritos y maldiciones de un grupo de

religiosos armados hasta los dientes, la estridente voz en off del

conducror de un programa de entretenimientos sobre la imagen

de un peluquero ridícul o y famoso que trataba de embocar una

pelodra de pirg-pong en un aro de básquet... Pasé los canales

uno rras orro hasta que Vera salió del baño y se sentó en un

buracón frenre a ffrí, desnud a, secándose el pelo con una toalla.

-¿En la rele se habla más que en la radio o me Parece a míi

-du.'-TLes

meses no es nada.

-Vein¡e años no es nada, tres meses es muchísimo Ciempo.

Apagué el televisor'

Page 46: Era el cielo

It

9+ r Era eL cieLo Sergio Bizzio r gS

sentad a frente a un a vieja máquina de escribir junro a la venra-

ne, Pero no escribía: miraba hacia afuera con cierta melan colíe,

el mencón apoyado en el hueco de una mano, el codo apoyado en

la mesa,la mesa apoyada en el suelo y el suelo apoyado en pilo-tes sobre uno de los cuales Bergue había grabado con un corca-

plumas sus iniciales y las de Diana. Bergug alco, fibroso, de

hombros anchos, lampiño y con un diminuro slip negro que

parecía más bien un manchón de tinta, caminaba en ese rrrotrr€Il-

to Por la erene hacia donde estaba Diana llevando algo en lamano mientras Julián eparecía por detrás, rccién despierro, y I^abrezeba con un ronroneo de am or; yo entendía que Diana sería

complecamente feliz si le daba mi aprobació n y que eso era aIvez lo que había venido a buscar. Le pregunté si quería que

hablara con el tal Bergue y asintió ansiosamente con Ia cabeza;

es más, Bergue estaba ahí cerca, en el auto, esperando. Yo ibahacia eIIí y me encontraba exactamente con el hombre que había

imaginado; me sentaba a su lado y L" decía que por favor cuida-

ra de Diana y d"Julián y éI me respondía que no me preocu pe-ra, que pronto se olvideríen de mí. Yo me quedaba helado, para-lizado. Pero entonces él soltaba una carcajada mienrras me daba

unas palmaditas en la espald e y me decía que obvio, que obvia-

mente iba a cuidar de ellos: los amaba. Y de repenre Julián, que

se había mancenido escondido en el asienco trasero durante

nuestra conversación, me cubría los ojos con las manos f me pre-

guntaba: "¿Quién soyi"; "¿Sebasrián ?" , Ie decíe yo siguiéndole el

juego; "No", decíeJulián; " ¿Ivin?"; "No"; "¿Ramiroi"; "¡Sí!", decía

éI, y yo me daba vuelta y efectivamente ere Ramiro, no Julián.Pero Julián estaba a su lado. Ramiro era un nuevo niño, nl vez

hUo de Bergue. Después me bajaba del auto, le daba un abr ezo a

Diana, ella subía al asiento delantero, muy aliviada, con[ ente, y

Bergue ponía primera y se alejaba de allí ^

toda velocidad. Yo

Vera hizo un gesto de fastidio.

Volví e prender el televisor, y durante dos largos minutos traté

de prestar atención a lo que se decían un adolescente tirado en

un puf y una mujer hiperkinétíce y ceprichosa que se mantenía

de pie y que a pesar de todo no se "pertó

ni un solo milímetro

del lugar que le hab ía merca,Jo el director.

Una escena escrita pere ganer espacio , algo que después se

veía en el tiempo; pura adminiscración del espacio del libreto. Yo

mismo había escrito un millón de escenas muertas como esa,

contando las páginas, ansioso por llegar al final y darme una

ducha y servirme un whisky y ponerme a pensar en algo pere trLí,

en algo que me gustaría escribir e incluso ver, si es que tenía la

suerte de que se me ocurriera qué. En generel la vida les da a los

escritores el tiempo necesario pere que escriban algo bueno,

unos cincuenta años, digamos, I después, lo hayan conseguido o

no, los mafa.

Cuando cerminó la escena Vera se levantó y se fue sin decir

nada, a excepción de sus pies descal zos, que pedían por favor que

no los siga.

Esa noche tuve el siguiente sueño. Diana conocía a un hombre

de apellido Bergue, se enamoraba de él y éI de ella y Dian e veníe

ale casa de Ver e pere decírmelo; rne decía: "Quiero pasar el resto

de mi vida con éI" . Noté que le temblaban las manos, pero que

estaba fe\í2. Yo adivinaba que el temblor tenía que ver con el

hecho de que planeaban irse a vivir a otra ciudad , tal vez a otro

país, y por lo tanto que yo no veríe a Julián más que una vez aI

año, con suerte, pero que la decisión estaba tomad a y er;- irre-

nunciable. En ese rnomento cruzó por mi cab ez^ a Ie velocidad

d.el rel ámpago la imagen de una casa en la pleya; Diana esraba

Page 47: Era el cielo

96 r Era eL cieto

rompía en llanto. La mitad del llanto era de dolor, la ocra mitad

era de rabia. "¡Soy un idiota,La dejé ir, soy un idiote.!", me decía.

Entonces alguien a mi espalda afirmaba con voz untuosa: "Eso es

verdad",Y fo me daba vuelta y me encontraba care e cate con el

ex actor del saco a cuadros, que me apuntaba con un arma.

Vera no estaba (había una sandalia en el livin gt oftaen la cocina,

la toalla en el piso del baño) así que salí e dar una vuelta. Había

caminado menos de una cuadra cuando me di cuenta de que me

había olvidado el celular; volví a buscarlo. Lo encontré al lado del

teléfono fijo, sonando corno é1.

Atendí.

La secretaria del gerente de programación dijo que fuéramos

pare. aIIi, que el gerente quería vernos (tro érarnos personas que

íntegraban un equipo sino que cade uno de nosotros era eL equi-

po, así que me hablaba siempre en plura[).

-¿ustedes ya hablaron con Trinit

-le pregunté devolvién-

dole La. grecia.

-¿Perdón?

-Digo si uscedes ya lo llamaron a Trini...

-¿NosotrosiMe quedé en silencio.

La secretaria dijo:

-Bueoo, ah..,

-una expresión de lo más extraña: "bueoo,

¿["-. Pensaba llamarlo ahora. ¿Vienen, entoncesi

-Yo voy. Trini no Sé, supongo que sí. Ya les dirá a usted.es

cuando lo llamen.

Corté y tuve la impresión de que la casa se me venía encima.

Amagué incluso a protegerpe la cere con los brazos, Lo curioso

fue que rodo el tiempo supe que estaba exagerando... Llegué a

'ffi

S€rtlo Blzllo ' 9t

penser que mi angustia, la angustia que me había provocado e¡c

ll"*"do-" reunión, en la que ta|vezme dirían que el programa se

levantaba y que me quedaba sin trabajo hasta nuevo aviso' la

angustia "r^ rrp^rde succionarlo todo' empezando por el sillón

d"".n"ro ,r"gro "r,

el que solía echarme o rumbarme a leer (echar-

me de expulsarme, tumbarme de tumba)' pero enseguida entendí

qué era 1o qo" pasaba: había notado' por primeravez' de manera

*rrr.i"rra", qo" "n

l" casa no hebie nada' absolutamenrc nada que

fiere mío,excePto algunos libros y, desde luego' mi computadora

y mi ropa' Las cosas con las que había vivido antes de insalarrne

"n ."r"-d" Vera estaban amontonadas en un cuarto enla terrtze:

mi mesa, mi silla, mi alfombra mi colchón' mis lámparas' los pla-

tos y cubiertos en una ceja,la'heladera y el televisor y la cama en

un guardamuebles; úodo. Lo sabía desde antes' Por suPuesto' Pero

nunca hasta entonces lo había notado"Julián se preocuPa Porque

dice que no tenés naü', me comentó Diana unevezy yo no le

pr"r,i d"*"riada atención, atribuyendo el comentario a una cier-

ta malicia producto del despecho' AJulián le gustaba venir a cas&

a la casa de Vera; se llevaba muy bien con ell& jugaban juntos y

hasta mantenían largas conversaciones que yo escuchaba con disi-

mulo, sorprendido porque yo mismo nunca había hablado anto

.on ,ritgtrro d" lorlo'' ¿Entonces cambién lo notabaJulián?

¿Tenía alguna importancia? ¿Q"é tenía yo pera decit de parte

de las cosas,.o*o "l título de Francis Ponge? ¿Quizá "no somos

ruyas"? Cuando me enamoré de Vera' 1o recuerdo perfectamen-

te, lo hice también de muchas de sus cosas' unas botas' su lapi-

cera, su auto, un juego de copas' el bloc de tapa de aluminio en

el que tomab" rror", y dibujaba' una pulsera de la Inüa su escri-

,orio, l" caja de *"á"," d" inti""so en la que nunca guardaba

nad& su .o*pot"do,a, un vestido azul' las plantas de su jardín'

una larga ,"ri" d" cosas singul arizedes o sensualizadas por el

Page 48: Era el cielo

É;Í

98 r Era et cieto

amor, como Por concagio o Por un derrame. No ere íIógico pen-sar (ahora que las combustiones del fetichismo habían cesado,

frente a sus cenizas todavía humeantes) que esas mismas cosas,

Pero más que ningun a, las otras, aquellas con las que nunca me

había relacionado más ellide la mera funcionalidad... Ni vale la

Pena decirlo. No vale la pena, no riene sentido. Sí, lo rien e, eren

siniestras, siniestras, ahora que ella me abandonaba sus cosas

eran siniesrras. La casa me era ajena, el mundo entero estaba de

rePente inmóvil. Lo único que se movía, lo único que en ese

momento se mancenía activo, cerceo lejos de allí, era Vera; mien-tras que yo ni parpad eeba, a solas entre sus cosas, ella se movía

como un cuchillo sobre mí.

¡Qué fácil sería para el Centro de Extracción de Ovarios darse

una vueltecita por Berlín!

Finalmente el único momento dramático de la reunión se diocuando Boas, el Gerenre de Pro grtmeción, me pregunró qué me

había parecido el libro de Osho. Le dije que me había encanra-

do, que lo habíaleído como (increíble pero real) padre y perso-¡a, Y é1, con la misma descon ftenza con la que examinaba nü€s-

tros guiones pere cerciorarse de que hubiéramos comado el

camino correcto, que era el de sus propias ideas, €s decir el de

las ideas birladas, me pregunró qué, qué erelo que más me había

gustado. En líneas gener^les -ticubeé__,

rodo. ¿Y en parricu-lari Bueno, muchas cosas. ¿Por ejemploi La percepción incuiri-va de ese enorme abanico de estados del alma, siempre inesca-

bles, dU. yo echando mano a un breve ensayo de Lévi-srraussque había leído esa misma carde, un momenro anres de salir

Para la reunión, en busca de un poco de \uzsobre el asunro de

las cosas ("tt el sentido de objetos), cuidándome de cambiar el

ilr

Sergio Blzzlo I 99

término "m.ateríi' Por "almi',Le PercePción intuitiva, sí. ¿Sabía

el arte heráldico, por ejemplo, cuando imaginó las coronas, que

esos objeros reproducían por su forma esrados fugitivos de la

mareriai Una corona condal ofrece la imagen exacta de la salpi-

cadura de una gota de lech e cayendo dentro de ese líquido. ¿Lo

sabían? Claro que no. Los que concibieron las coronas reales o

imperiales llamadas'terradas" ¿sabían que la explosión de una

bomba arómica proporcion aríe durante una fra'cción de segun-

do un prototipo que la natura\eza mantenía en secretoi No, no

renían [a más mínima idea, las coronas son e[ resultado de una

percepción incuiriva de estados inestables de la materia, es decir

del alma -corr

egí aI voleo peligrosamente-. Osho sí.

-¿Osho sí quéi No te sigo...

-Lo dice. Osho lo dice. Dice que el espíritu humano es

cep^zde concebir esas formas mucho antes de que su exisrencia

real le fuese revelada -breve

paus¿-. f además todo [o que

dice del niño es verdad.

-No me acordaba de que Osho hablara de coronas -dUo

Boas frunciendo el ceño-. ,T. gustaron los chistes?

-¿Los chistesi

-Los que cuenta al final...

-No llegué al final todavía.

-Dice que un hombre entra a un bar y se queda sorPrendi-

do al ver a un perro sentado ela,mesa con tres hombres, jugTo'

do al póker. El hombre pregun tal' ¿El perro realmente puede leer

sus cartasi". "S.guro que puede -le dice Ltno de los hombres-.

El problema es que es muy mal jugador, siemPre que tiene una

buena mano mueve la colal'¿No es geniall

-Buenísimo.-El pobre perro no puede contener su aleg ríe

-dijo riéndo-

se con un espasmo salpicado de emoción-, qué bárbaro" ' Lo

Page 49: Era el cielo

Ioo ¡ Era et cieto

voy a comPter de nuevo, quiero ver el asunto ese de las coronas

que decís que no entendí un sorongo. Bueno , a ftabajet.

Quería un poco más de acción, eso era todo. LJna muerte, un

golPe bajo, otro casamiento, algún secuestro, más besos, más sexo,

más de eso, estaba como desbocado. " Toda la carne el, asador"

había sido su consigna al c,rmienzo de la tira, conrradiciendo una

vida profesional enteramente dedica da ala dosificación de la nada,

al estiramiento de lo mínimo en el mejor de los casos; ahora no

había forma de echarse etrás,estabajugado, rodos esrábarnos jug^-

dos, lo que podía hacers e yese había hecho y los únicos dos cami-

nos que nos qued.aban eran el subrayedo y lo imposible.

Mrf bien, allá vamos.

De vuelra en casa hablé por reléfono con Julián. "No me gus-taría tener un hermano, papá: se corn ería las cosas que me gus-tan e mí", me dijo. El verdadero libro del niño.

Vera llegó a media tarde. Como siem pre, traíe buenas noci-cias. Esta vez ere trabajo, el guión de una película de género.

Terror. Y quería escribirlo conmigo. Un alivio pere tr:í, queadivinaba en los desesperados pedidos de acción de Boas laantesala del fin de Ia úra. El alivio hubiera sido enorrne de no

haber visto al ex actor del saco e cuadros rondando la casa

unas horas atrás.

Se lo conté a Vera esa misma noche y lo repetíal orro díemien-tras íbamos hacia la casa de Liínez en Del Vso. Vera se sonrió

f dUo secamence que a mí todo el mundo me parece peligroso.

-Yo no dije que fuera peligroso. Lo que digo es que h^y queestar atento. Es evidence que me vig lla y tenemos que estar aten-

tos, nada más que eso. Atentos. ¿Me estás escuchando, VeraiLa casa del tal Lái nez (Dios mío, casi olvido decirlo : Trini Ie

::=

Sergio Bizzio I IoI

había hablado de Vera eLáinez, Trini se la había recomend¿do,

propinándole e mi orgullo un golpe por elevación que seguía

doliéndome cuando el inmenso portón cubierto de enredaderas

se cercó ^

nuesrro paso) estaba empla zada en el centro de un

parque rodeado de muros, con árboles añosos , a' La sombra de

uno de los cuales había una chica encorv ada sobre unas hojas de

papel que el viento hac íe a\ercar entre sus dedos y que al vernos

se levantó y corcíó a nuestro encuentro. A medida que se l'c€rca'

ba, aminorab e Ie velocidad. A unos diez metros de distancia su

paso y^ era normal y, se diríe que Por inercia más que Por corte-

sía, llegó a ponerse al alcance de un bra zo exEendido, aunque no

lo suficienre per;-gue le diéramos la marlo y duo, contrariada:

-Perdón, los confundí...

Nos la presenró Lítnez cinco segundos después. Se llamaba

Alejandrina. Era su hija. Era poeta, a, juzgar Por los rectárrgulos

de tinra (esrrofas, sin dud") con que había decorado al nrenos la

hoja visible de las muchas que sostenía en la mano'

Látnezvestía enceramente de blanco: camisa, pantalón, moca-

sines, pelo, barba e incluso la pupila del ojo izquierdo. (M. htzo

acordar a un rexro sobre "1o blanco" de Erik Satie.) Lo primero

que htzo fue obligar a su hU" e recitarnos 1o que había escrito;

después, mienrras Alejandrina se alejaba corriendo pef.a €oc€-

rrarse en la casa a llorar, nos condujo a una mesa junto ele pile-

ra de natación, una mesa sobre la que una mucama dejab a jarrx

y más jarras d. jugos y d. agua y d" café. Refiriéndose a lo que

había escrito su hrja, Preguntó:

-¿Qué opinan de la poes íe, tiene futuroi

Quería decir "qué opinan de la poesía de mi bio" y si " tni hin

tiene futuro como Poeta".

-yo no enriendo nada de poesía -duo

vera-, p€ro diría

que sí. Es sensible, suena bien.

Page 50: Era el cielo

Íoz r Era et cieLo

-Lo notable es que si uno dice dos veces Alejandrina da un

alejandrino -dije yo.

Láinez me miré mal.

Vera me rescetó en el acto (la amaba también por esas cosas):

-Sí -aprobó riéndos€-, es verdad, pero lo curioso es que

escribe octasílabos.

Es la magia de la uida,

':, :l,i;|,:," u': ;,' i,' il,ilumina a la par del sol.

Tremendo.

Lo más probable era que Alejandrina hubiera perdido La vír-ginidad la noche anterior, mientras Vera y yo discutíamos sobre

su viaje a Berlín, pero si no se daba cuente éL,Liinez...Nos sentamos a la mesa.

Liinez dijo:

-JugoiY mientras nos servía un café a cade uno fue directamenre al

grano. Así como yo le había dedicado mi vida al aire, éI se lahabía dedicado e la energía: encre los años 1996 y 2003 habíasido dueño de una estación de servicio, la había vendido y enrreel' 2003 y eI 2006 se hab ía"entregado", dí¡o,"al reiki y ocr es yer-bas". Estaba harto de todo eso, y además se sencía vacío y culpa-ble; dU" que podía encender perfectamenre la sensación de vacío

Pero no la de culpa, hasta que una noche se acostó con una actriz'q*. no vor a nombrer" (yo pensé inmediatamente en una, aüo-que puedo equivocarme, desde luego: el abanico de las musasergentinas es tan amplio como en cualquier lugar del mundo) yella le hizo "ver" que él tenía desde siempre una deuda pendien-

Serglo Blzzlo ¡ lot

re con el ^rtei

su sensibilidad, los gritos de su sensibilidad no

pedían otra cosa más que eso: "cine, cine, cine"'

A parrir de aquí hízouna serie de comentarios muy aceirados

sobre el funcionamienro de la indusr úa y yo sentí que era un

buen momenro pe._apedir un whisk;r, algo que éL egredeció con

una sonrisa: se moría de ganas de beber. Llamó desde su celular

a la rnucama, pero le daba permanenternente ocupado

(Alejandrina le conraba a su amanre la humillación a' Le que la

había somerido su padre un momenro arrás, y d. paso erceflebt

una nueva cita p,.r^esa noche), así que no tuvo más remedio qtre

levanrarse e ir a buscarlo é1 mismo. cuando Vera y yo nos ![üe'

damos solos le pregunté si el asunro le parecía serio y Vera me'

dU" que no.

Enronces, levemenre deprimidos, desviamos la vista hacia la

pilera. Lo que vimos nos dejó mudos a los dos. creo que yo fui

el primero en hablar'

-¿Eso es un tiburón?

-Dios mío... -düo

Vera.

Nos levanramos al mismo ciempo y fuimos a vet. Sí, no había

ninguna duda , enla pileta había un riburón. No era un tiburón

demasiado grande -deb ía rcner un merro y medio de punta a

punra- pero era un riburón. zigzegueaba en cimere lenta,

yendo y uirri"ndo por los bordes de la )il"r", con su aleta dorsal

sumer gídapero aun así cortando el agua.

Vera se inclinó en er borde p^r^ mirarlo de cerc^. No temí que

pudiera caerse -una prueba de amor, aunque el temor hubiera

sido una prueba igualmenre valiosa- pero le pedí que se apart^r^'

En ese momenro volvió Liinez.Trtíeuna botella de whitky y

tres copas en una bandeja'

-No pasa nad.a, no pasa nada -dU"

al verme. Yo había dado

un pas o etris y renía toda la actirud de dar otro, y otro' y otro,

Page 51: Era el cielo

rc+ r Era eL cieLo

hasta saltar el muro para huir de allí-, Esrá muy bien alimen-tado. ¿Quieren nadar con éli

-inviró.-¿Nadari -dij".-Es buenísimo

-dUo Látnez apoyando Le bandeja en la

mesa-. Y al mismo tieínpo... -se interrumpió, quizá p"re

concenrrarse en la medida del whisky que servía , quizá

Pere sugerir que había siempre algún peligro, por más bueno quefuera el tiburón.

-¿Cómo nadar?

-repetí.-Es coda una experiencia

-comentó Liinez con una soo-

risita.

-No tengo malla -dtlo Vera.

La miré. ¿Cótno que "no tengo malla"i ¿Pensaba meterse en la

pileca con un tiburóni Se lo dU. con la mirada. Vera dijo con Iavozt

-¿Por qué no?

-Esta chica y yo vamos a entendernos muy pero muy bien

-du" Látnez. Me puso el vaso de whisky en la mano y se

inclinó Per;- decirme al oído-: ¿Sabés si escá con alguien, si

tiene novioiLe dije que estaba conmi go y Láinez aLzó las cejas, sorprendi-

do. Creíaque éramos nada más que compañeros de trabajo. LeIIa-maba la atención enterarse de que Vera estaba con un hombre bas-

tante mafor que ella, un dis perete teniendo en cuenta que é1., ere

todavía mafor que yo. Se levantó y fu. hasm el borde de la pileta,donde cruzó con Vera algunas palabras que no pude oír.Después

caminaron hasta la casa, excitados como dos chicos a punto de

hacer alguna clase de travesura. Disqu é eI número de Ti.ini en micelular y cuando atendió le pregunté quién eraLiinez;me dijo que

era un tipo con mucho dinero y "con ganas de hacer cosas". euémás, le dije. No sé, no lo con ozco, du" é1. De fondo oí la voz de

Nudler preguncándole a Trini con quién hablaba. Corré.

Sergio Bizzlo t rcS

Vera se había puesro un bikini de Alejandrin ^,

cuyes medidas

eran exectemente las contrarias, lo que le daba un cierto aire obs-

ceno: la bombacha le quedaba grande y amena zeba con caerse

mienrras que el corpiño, que le quedaba chico, daba la impresión

de estar a punto de revent er,Liínez,por su Parte, se había Pues-

to un short blanco, d. un blanco intenso, como esmaltado, que

resplan decíey obligaba a desvier Ie vista.

-No lo hagas -le

dU.-, Do h^y ninguna necesidad,.

-Es un minuro -dUo

ella como si en el agua hubiera un

pato-. No te PreocuPes.

-;Dónde está la llave gener^l del gasi

-¿Cómoi-La,llave

del gas, la llave del ^gue,

voy a rener que cortar

rodo y cerrarr la casa si algo sale mal. ¿El arreglo del techo Y^

escá pago?

Me ebrezó.

-Me p^receque esto me va a gustat -dU . ¿Sentís cómo

me late el coraz6n?

-¿Es el tuyoi

-¡Vera! -llamó Liínezdesde el ocro lado de la pileta.

Fuimos hacia allí. Liinez estaba parado en el borde, sobre la

escalera; noré que en su pecho, del color del cobre aunque con la

rexrura del cuero, empezaban e erizarse un millón de pelitos

blancos. Le pregunré si el tiburón ya había comib. ese día y si

había comido bien y Liinez asintíí y dU" que no le entraba ni un

maní. Vera se rió. Estaba nervio se, y contenta de estarlo.

-Esro es mucho mejor que la cocaína -dU"

Látnez- t el

efecto dura todo el día.

-No me imagino a un dealer de tiburones dando vueltas Por

la ciudad -d ije yo,pero ya no me escuchaban: la adrenalina los

había encapsulado en una burbuja distinta de la mía.

Page 52: Era el cielo

i*

106 r Era e[ cieto

Láinezle dijo aYereque prestara atención a lo que iba a hacerél

-lo hecía todas las mañanas- , paraque después ella hicieraexectemente lo mismo. No estaban permitidas las variantes. Nodebía confiarse

-ien ningún rnomento!- y mucho menosdejarse llevar Por el sencimienco de que uno encró en fusión conel cosmos y esa clase de cosxs. "Esto no es el cosmos, es una pile-ta de nataci ón y ahí adentro hay un riburón rord', dUo Láinezcon un dedo en alto.

-rT"roi -Ie pregunté-. ¿No es la especie más agresiva detodasi Yera,los tiburones toro son más agresivos que los riburo-nes blancos...

-Bueno, ahí vamor

-dU o Líinez.

El primer movimiento ye me espantó. Cuando Láínez pusoun pie en el agua, el dburón, que en ese momenro nadaba haciael lado oPuesro, giró

^ mitad de camino: había senrido (quizá

incluso olido) el pie de Láinez en el primer escalón.

-Guau... -dijo Vera por lo bajo.

El tiburón llegó hasta la escalera al mismo riempo que Láinezmetía el otro Pie f, con un pequeño movimienro de la cola, des-cribió una curva y volv ió a alejars e. Láinez terminó de baj ar Ieescalera. Después, milímetro e milímetro, se meció en el aguahasta el cuello, moviendo apenas las manos pam ayudarse e

mantener el equilibrio. El riburón siguió nadando en círculos,acercándose y alejándose y ecercándose y alejándose, pero ahoracon el lomo encorvado: estaba molesto. Finalmente Láinezmerióla cabe ze en el agua.

-Se la com. -dije yo-. Esto es una locura. Lé ve ecomer

la cabeza.

El tiburón dio un par de vueltas más, siempre e la mismavelocidad, describiendo siernpre la misma curva, hasra que al

Pasar junto a Láin ez Por tercera vez este exrendió un brazo y l"

Sergio Blzzlo r to7

tocó la cola. El riburón se sacudió y se a\ej6 y dio una vuelta más

corta, como si ya no quisiera pasar cerca deLáínez, pero ela'vez

daba la impresión de escar más y más irritado; entonces Liínez

sacó por un insranre la cabe ze del agtr ,se llenó los pulmones de

tíre,volvió a sumergirse y nadó hasra el centro de [a pileta, obli-

gando al riburón a. gírar a su alreded,or.

-Eso vos no lo hagas -le

dUt a Vera'

Liínez gírebaen un punro, sin quitarle la vista de encima al tibu-

rón, que a su vezmanrenía la vista fija en él; eso duró unos dtez o

quince segundos. Después, siempre girando, alargó un btuo hacia

el riburón y abrió y cerró varias veces la mano como una ga.fra'

-¿Se esrá burlandoi ¿Esce mero viejo se burla de un ser mile-

nariol

Finalmenre Litnezinvirrió lo que le quedaba de oxígeno p^r^

retroceder hasta la escalere,que subió rápido y sotlrietrdo'

-¡Gueu! -aulló ni bien sacó los pies del agua.

-Yo dü. lo misffIo -dUo

Vera'

-Es increíble -Láinez

sacudía las rnanos como si roda la

rensión se hub íera.deposirado eLLí-, realmente increíble, es una

sensación que... No h^y parabras. Bu ce,'r con tiburones en mar

abierto es un juego de niños al lado de esto.

-De eso no me cabe duda -dU.

yo_' Vera, esto es una

ruleta rusa, no tiene senrido. vamos a sentarnos úIi a hablar de

la película...

vera tuvo un insrante de vacilación.

-¿Visre lo que hice yoi -le Pregun ú Liínez_' Muy bien'

vos podés hacer rodo eso sin ningún riesgo; 1o qug,no podés

hacer es ir al cenrro de la pilera. Eso no lo hagas. El bicho no te

ttecería, Pero te va e dx crabajo salir, Porque tendrías que folrl-

per su círculo y p^r^eso hace falta un Poco de ptictíca' En Parte

ru amigo tiene rtzón: algo de ruleta rusa h"y' Con el pequeño

Page 53: Era el cielo

Io8 r Era eL cieLo

detalle de que el tiburón está muy bien alimenrado y que ademásningún tiburón ataca por atecen Esta es mi casa. ¿Vos creés que

Yo te pondría en riesgo en mi propia casa,con un riburón en unapileta? No, querida, no cengo ninguna gene de pasar un añoencerrado en un celabozo.

-¿Nada más que un añoi

-Lo que sea.

-Láinez, si el tiburón se come a mi novia usted vecíela pile-

te y nos hace desapa recer a todos, incluido Io, por supuesro.Láinez se rió.

Vera dijo:

-a"iero hacerlo. Tengo ganas de hacerlo. Me doy cuenra de

que me muero de ganas de hacerlo -sus pestañas estaban rnás

seParadas que de costumbre, como si en efecco ye lo hubierahecho.

En ese momento Alejandrina salió de la casa grirandor

-iNo lo hagas, pap á, por favor, no lo hagas!

Lainez la desechó con un gesco de la mano.

-Hace siempre el mismo chiste escúpido

-dr;" con fasridio.Enconces, mientras Vera ponía un pi. en el agua y el riburón

se deteníe amitad de camino y girabahaciaella se me ocurrió de

Pronco que no era un tiburón sino un animatronic que man eja-ba Alejandrina Por control remoto desde la casa f que rodo elasunto no ere más que una comedia. Me acerqu é para mirarlobien f me acuclillé en el borde.

-Tranquilo -me düo Vera.

Ahora ere yo el que no la escuch eba; roda mi arención esra-ba diri gide a caPtar alguna prueba del engaño. El riburón pasódebajo de mí unas seis o siete veces antes de que Vera rermina-ra de sumergirse y lo único que cons'eguí fue darme cuenra de

que los tiburones verdaderos tienen aspecto de falsos, desde la

Sergio Blzzlo t lo9

rexrura de marerial inorgánico de la piel hasta la famosa frialdad

de la mirada.

Ahora el pelo de vera ondulaba b".lo eL eguacomo una medu-

sa. A1 principio el dburón se cornporró de la misma forma que

anres con Liinez, d.escribiendo Los misrnos óvalos abiertos y más

cenedos luego de que Vera le rocarala, cola con la punta de los

dedos, pero en dererminado momenro nadó directamente hacia

ella. Yo, que seguía acuclillado en el borde, noté que un pie de

Liinezenrraba en mi campo de visión.

Dios mío, Pensé.

El avance del riburón hacia vera duró menos de 1o que lleva

decir ,'Dios mío", pero la sensación fue de haber recitado un

padrenuesrro. Lo peor de rodo fue 9ü€, después de alejarse, vol-

vió a dirigirse direcramenre hacia ella. Me levancé.

-Tenemos que sacarla -le

du. a,Líinez,

-Shh -dijo él'

Entonces, en el rercer avance, Vera hizo algo insólito: le tocó

la nari z.Elriburón se sacudió y p.gó como un salto hacia atrás.

Ahora nadaba en círculos a roda velocidad, sin acercarse ni ale-

jarse un milímetro enrre un círculo y otro, como una Pú" en el

surco de un disco teYedo

-Muy bien -duo

Liínezqueriendo decir "Y^está" o"basta"'

Vera parecíó escucharlo; rerrocedió hasta la escalere, de la que

se hab íe eparrado apenas un merro o dos, y subió mirando hacia

atrás por encima de un hombro. cuando rerminó de sali r y vol'

vió a mirar hacia adelanre 1o primero que hizo fue exclamar (con

los ojos acuosos muY abiertos):

-¡se par ece a smile, de frente se Parece a Smile!

Le abrecé, Estaba helada'

-¡Es fancásrico! -dUo

acurrucándose en ffIí-, tendrías que

probar.

Page 54: Era el cielo

IIo ¡ Era et cielo

-Ocro día.

-En un momento se te fue al humo -comenró

Láinez, páIi-do-, conmigo nunca hizo eso. ¿Puedo confes erte algo? Measusté.

-Yo también -dtl" Vera-, lo vi venir en cámar e rápida y

pensé que renía que pegarle, pero eso fue muy lenro, no ruve

tiempo ni de ceffar el puño. Chocó con mi mano rod evíaabierra.

Le mucama trajo una salida de baño per;. Vera y otr;- per;-Liinez y nos sentamos por fin a hablar de la película. Pero en

realidad sentarnos fue lo único que hicimos en ese senrido. Vera

Y Láinez se enfrascaron en un cruce de sensaciones sobre laexperiencia 'del nado con riburón', como lo llamaba Liinez.Aunqu e é1, es justo reconocerlo, intenró de ranro en ranro abo-carse al asunto por el que escábamos aLLí, Vera lo inrerrumpía,emergía como desde otro estado f lo inrerrumpía, brindándoleuna y olre vez la oportunidad de plegarse a su emoción con lacond.escendencia de un maescro blando, ligero, ocasional, rico y,

como pudimos comprobar un momento después, sin ideas.

No tenía ni una idea, ni una sola idea. Ni siquiera la mirad de

una id.ea. Las ideas no eran lo sufo, definitivarnenre. Ver e y yohablamos de eso durante el viajede vuelta casi con la mismá. sor-presa con que hablamos de su "experien cií' y de su "locura";

obviamente ere ella la que decía "experiencia". Pero lo cierro es

que fo, aun convencido de que había sido una locura, €n el fondolo llamaba con otro término

-en voz baja incluso pere mímismo-'. felicidad.

Que cus intereses sean lo más amplios posibles y que rus reac-

ciones e las cosas y personas sean amistosos y no hosciles: el

motor de la felicidad. Sin duda Vera ere una chica felí2, felizpor

tSerglo Blzzlo t tll

sí mism ^,

y a mí me daba rod eleimpresión de que era esa fuer'

zelegue la empujaba e ^ceP:tt,

a confi ^t

y a prob ¡t, Y no Por un

senrido del deber, ni porque prerendíere ganarse la admiración

de nadie, sino nad.a más que porqu e así era ella. Pero eL efecto del

que había hablado Liinezno resultó con Vera sino conmigo, que

,.ro podía dejer de revolverme en e[ asiento mientras que ellá

esraba de lo más serena y diverrida. cuando llegamos a casa se

puso a escribir, como siempr e, Y no Paró hasta Pasada la media-

noche, ro p,oó ni siqu iere a los díez minuros de haber empez,'

do -que

supongo yo es algo mucho más ficl|de hacer que dete-

nerse e la hora o a las cuarro horas, ye embalado-, no paró

cuando la japonesa rocó el rimbre, ni rampoco media hora des-

pués, cuando la acomp aíé de regreso a la salida (diciéndole que

se llevara las uvas, nomás) y volví a conrarle que me parecía haber

visto un ped ezo del saco a cuadros del ex ector asomando Por

derrás de un árbol. Se limiró a desviar apenas la vista hacia mí y

a d.ecirme en el tono de su novela más que en e[ de este mundo:

-¿%s creés que ve eestar toda [a semana con el mismo sacoi

-Hay gente que no se cambia el saco en todelavida -dU'

yo, pero Vera ya había vuelto a teclear'

Agarcé una escultura de Rodin (rr Pensador en acrílico lila

.o*prado en un shopping, de cuarenra centímetros de altura,

que l. h"b ía regtlado eyere un novio anrerior confirmando lo

que yo opinaba de él) y salí e?e calle con la espe r^nzt de que el

ex acror, si rodavía andaba por thí, huyera a[ verme salir de casa

armado. Me pareció que al ex acror no [e quedaría ninguna dudr

sobre mis inrenciones, a menos que en los úlrimos días hubiera

visro e orras personas paseándose con una esculrura de Roc{irt e¡t

la rnano. Fui hasra la esquina, volví y fui hasta la otrt, Nlde,

volví a la primera esquina, esra vez echando un vistezo a lor

auros esracionados en [a cuadra (,tn ejemplar de la revisra Genfe

Page 55: Era el cielo

rrz r Era et cieLo

en un Fiat Duna, un sombrero de mujer en un Ro ver ezul) y aLIí

doblé y caminé hascel,e esquina siguiente, donde h^y una parri-llica muy coquera llam ede Claude.

Eran las ocho de la mrd e, y el único aroma de la cocina mun-dial que nos hace ver dorado ya inundaba el aire; entré, me senté

a una mesa y, i'al, vez obedeciendo a mi eIma, pedí medio vacío.

Pedí también una bocella de vino tinro y me quedé mirando porla ventana hasta que eI mozo la descorchó en rni oíd o: ¡booom!

DU" gracías y bebí un vaso de un solo ftego, sin respirar,peromirando e mi alrededor. Recién entonces olvidé al ex acror.

Pensé que Vera tal vez tenía ganas de comer conmigo f, como no

podía llamarla porque no había t;aído el celul,ar,Ie dU. al mozo,que ahora apoyaba en la mesa una bandeja de !e.;con la porciónde vacío, que iba a salir un rninuto y que enseguida volvía.

El mo zo me miró con descon fienza,

-Dejo el adorno -le du. (.1 cérmino "adorno" me pareció

más apropiado que "esculrura" y mucho más que "el Rodin") f f*ihasca casa todo lo rápido que pude.

Vera, ya imp acientindose con mis interrupciones, me dUo queno quería comer, que quería escribir, que lo único que teníaganas de hacer era escribir, y yo volví e Claude pensando en laparadoja de que justarnente cuando decido salir de casa armadoes cuando más ocasiones le doy al ex actor de aacarme. Habíaido y regresado sin el Rodin en la mano, ya de noche.

En la mesa vecina ale mía se había instalado una familia ripo(padre, madre, huo, hU") ergentlna (el señor mirando el Rodin,la señora diciéndole algo en vozbaje,la hga rrarando de escuchar

lo que decía la madre, y el hu" con cere de culo). Ni bien me

Pongo e masricar el primer bocado (otra cerecterísrica de lafamilia cipo argenrina: la pun tería), el hombre me dice que su

esPosa quería saber dónde la había comprado. Le drje que no

Sergio Bizzio r II3

sabía, que era un regalo de mi padre y que hacía rnucho tiempo

que no lo veíe. Mi respuesta pareció sorprender\o,y no sin moti-

vo: si hacía mucho tiempo que no veía a mi padre,¿q,té hacíayo

con su regalo en la mesa? Buena Pregunta, oí que le decía a su

esposa después de haberle transmitido lo que había dicho yo. En

lugar de resumir y decirle "no sabe", se hab ía, excedido clándole

los mismos dacos con los que me había excedido yo: un tema de

conversación magnífico ("¿Será locoi", etcétera). Para colmo, de

pura casualidad, cuando promediaba eI vecío y la segunda bote-

llita de tinto, entró al restaurante un poeta de los buenos -aun'que gauchesco- de apellido Infante, con quien me había fre'

cuencado veinte o veinticinco años atrás durante unos meses a

partir de un accidente de lancha cruzando el Paraná. La lancha

se prendió fuego a cien metros de una isla y nosotros y un turis-

ra noruego que nunca había cruzado un río nos tiramos de cabe-

za eL ^gtr

antes de que la lancha estallara.

-La puta madre que lo parió, ¿vos no sos...i -exclamó

Infante al verme,

Asenrí con la cabe za. Eso bastó para que el poeta me abra'

zere.

Después de ponernos aL tanto sobre el curso que habían

romado nuestras vidas (*i vid.a le pareció tan interesante como

a mí la suya) reparó de pronto en el Rodin.

-¿Y esoi

-preguntó.-Un

regalo que le compré e mi señora -dr.¡e

yo ("señora'

me pareció más apropiado que"mujer" y tttrcho más que "novid,',

teniendo en cuenta mi edad).

Infant e elzó las cejas.

-Perdonarne que te diga pero es flor de boludez

-asegu'16-. Mi novia si yo le regalo eso rne lo tira por Ia. ctbeza, sin

ofender.

Page 56: Era el cielo

il+ r Era et cieto

Pregunté:

-¿PortDijo:

-No sé, pensalo vos. ¿Cuánto hace que estás casadoi

-Poco.-Con más razón

-dUo Infante-. Cuidala si la querés, con

estas cosas se te v^ e ir. Son gestos, qué sé yo. ¿Vos la querés o no

la querési -tenía

la habilidad de parecer borracho aún ances de

emPezer e beber (d. hecho no bebía, era abstemio), por la cual

se permitía grandes arranques de confia nze y sinceridad. Le

conté algo, negó con la cabeze.Después sacó del bolsillo inreriorde una campera de nylon que llevaba enrollada en un brazo su

último poemario, La noch, y la otra noche, dU" que no me lo daba

Porque ere el único que teníe y me obsequió la lecrura de unsoneto de verso libre que no entendí. En mirad de la lecrura dioun respingo, como si acabara de acordarse de aLgo,Ieyó el resto

apurado, se levanró, me dio la man o y se fue.

Yo empuñé la estaruilla y volví a casa blandiéndola en la oscu-

ridad.

Un hombre de mediana edad ("pacífico y virruoso como una ceJe

de cereales") va en auro con su esposa y sus dos hijos Por una

avenida congesrionada. Ese día el hornbre maneja callado,

rumiando algo. Hasra que en un carnbio de semáforo saca

repenrinamenre la cabe z por la ventanilla e insul Ea ^

los gritos

al conducror del auro que va adelante. El conductor insultado

(*, joven'del mismo color que su aure" -r¡n BMw índigo-),

en lugar d.e av;rnz^r, abtela puer ca,,beja,y camina con Paso firrne

hacia el hombre apunrándole con un arffr a..La esposa da un ela'

rido de rerror que enmudece a los chicos. En el tiempo de un

parpadeo el hombr e pecífi,co enciende que el ocro v^ e disparar-

lg se sienre perdido, acel er^y lo arropella "en defensa propid'. El

joven tTluere.

Los hijos del hombre pacífico, que lo aman, no volverán a ser

los mismos desde que han visro a su padre marar a otro, y é1 lo

sabe, pero ese es sólo el primer eslabón de una Large cadena de

desgracias; el joven muerto resulta ser hUo -único' Pera

colmo- de un falsificador de medicamencos que en la décede

del g0 se había enriquecido con una licenci e P^re importar pis-

roleras remarcadoras de precios y que ahora invertía en camPos

y genedo. se ven gari.El hombre pacífico cae en la clrenra de que

no sólo su vida sino rambién la de sus hijos y la de su esposa

están definitivamente arruinadas'

Page 57: Era el cielo

116 r Era eL cieLo

Era el fin, o mejor dicho un fin.A partir de allí Ver;-retroc€-

de; en lugar de ir hacia ad.elante, en lugar de meterse con las con-

secuencias, con Leley, con la vengenz , con el cerror, elige recons-

truir la historia de los acontecimienfos, una suma de hechos que

se empalman unos a otros con su carga de pegamento mortal y

que llevan al hombre virtuoso a perderlo todo en cinco segundos

un d.omingo de sol.

Al principio es nada más que la causa inmediata de su irrite-

ción; después, siempre retrocediendo, la causa de esa causa, y la

causa de la causa de esa causa, con lo cual -al menos hasta

donde pude leer- Vera construfe una suerte de agujero negro

gu€, en vez de succionar, lo expulsa todo, incluido un carozo de

aceituna con el que e[ hornbre se rompió un diente en mitad de

un almverzo en el que se decidía su futuro profesional y dursrr-

te el que lógicamente debia sonreír. A pesar de su círuIo, Suerte, Le

novela no se mete con las jugarretas del destino o del azer sino

que es más bien un trabajo de excavación obsesivo y hast ^

per-

verso en bus ca de, precisamente, lo que encuentra en el camino

hacia el desasfre.

La idea de ir haciaarris es más viejaque la de ir hacia adelan-

te, pero el acierco de Vera es contar sin bostezos una vida feLiz, y

al mismo tiempo, después de habernos hecho conocer el episo-

dio final, conseguir que leamos "la historia d.e un error sist emi-tico" con la tensión de todo lo que es inocente, con las fisuras de

todo lo que parece pleno.

En tres meses había escrito ye LIz páginas. En ese mismo

tiempo se había hecho cargo de 70 libros de televisión, había

leído 5 o 6 novelas, había visto unas 30 peIículas y 7 obras de tr.a.-

tro, 1 show de acroba cía, 3 conciertos de rock, había cenado o

almorzado afueracon amigos o con compañeros de trabajo unas

60veces, había ido a unas 10 u 11 fiestas, había viajado a España,

Sergio B,zzio r n7

se había enamorado, había escrito la primera versión de un

guión de cine y hab íe nadado en una pileta con un tiburón.

Levanté la vista y me pregunté si Julián estaría asustado.

Desde unos minutos atrás había empezado a llover copiosamen-

te; todas y cada una de las gotas que golpeaban la ventene tenían

algo de la Luz de los relámpagos, y también de su fuerza.

Unos días antes del viaje de Vera, Nudler inauguró una exposi-

ción de dragones en su taller del barrio de La Boca.

El taller algune vez había sido una casa de familia, la familia

de Nudler: pedre, madre, un hermano esquizofréttico y éL,Los

padres se habían ido a vivir a Israel cinco años arrás; que se habían

ido a vivir es una manera de decir, porque murieron en utl xtcll-

tado cerrorista el mismo día que llegaron. Nudler encerró a su

hernlano en un neurosiquiátrico , agarró una maze y volreó las

paredes en cruzque dividían los cuatro ambientes, sin furia, más

bien feliz de no rener que uebejar ye en el patio y I^ terr^ze.

Las marcas de las paredes todavía podían verse en el suelo,

abulradas como cicatrices y cubiertas de una fina película de

óxido y limaduras de hierro. Brevemente: en determinado

momenro de la noche un acuarelista ignoto trop ezó con el rebor-

de de una de las parede s y ceyó hacia atrás, ensartándose en el

cuello el ala de un dragón . Le punta del ala, terminada en forma

de uña, entró por la nuca y salió por adelante, errencándole la

Nuez de Adán. El acuarelista achinó los ojos como si sospecha-

ra que algo malo acababa de ocurri rle y no sup ierebien qué; hizo

un gesro de pregunta con la mano e las personas con las que

estaba conversando y murió mientras ellos emPezaban a grirar.

Eso había sucedido cuarro años atrás. Así que esta erela segun-

da muestra que hacía Nudler desde entonces. Ladinamellte,

Page 58: Era el cielo

II8 r Era et cieLo

eI dragón asesino era la estrella de la muestra; ocupaba el cenrrodel taller y era el único de los veinte dragones que tenía ilumina-ción preferencial. Muchos de los presenres lo con ocían, porqueen aquella ocasión una revisra alemana de erte y un diario s€o-

sacionalista paragu eyo, siempre muy bien expuesros en los kios-cos de la calle Floride,habían publicado en tap elafoco del acua-

relista colgando del ala del dragón, Qüe compo níe una escena

sumamente llamativa, no sólo por el, cadávet, sino porque el dra-

gón giraba la cabezehtcia ély lo rniraba, como si Nudler hubie-ra previsco de alguna manera Ia vagedia.

Ahora los veince dragones tenían el mismo giro de la cebeza

hacia la punra del ala levantada, lo cual perlabe alamuesrra de

un sudor conceptual, de un sencido gener:il de enzuelo que €Xcá.-

siaba a los críticos y obl ígaba a todo el mundo, críricos incluidos,a rnoverse por el taller con sulna cautela.

La muestra no sólo revivíaal acuarelist4 es decir a alguien quehabía trabajado en las antípodas materiales de Nudler con sus

grandes chapones y hierros retorcidos y chispas y marrillazos ytnanos lastimadas con fuego azul, sino que adernás lo reensa rte-b^, sugería la posibilida d y hasta el deseo de que su muerre se

repíte, esta vez encarn eda en orro actor, sin que tenga yalamenorimportancia a qué se dedica. El efecro era de remoq, de indigna-ción, de sorpresa, de hisr eria, de asco, p€ro todo montado sobre la

base de la superstición parano ica, que era el efecro principal. LJna

mujer que apretaba en las manos una carterica dorada le decí ^

e,

un hombre que se aprecaba un testículo con la mano en el bolsi-llo que todo en la vida sucede siempre al menos dos veces y queel hecho de que ellos estuviesen ahora aIIí era ya vn rropiezo.

-Podemos irnos

-sugirió el hombre.

-No hago otra cosa que pensar en esor pero ¿me creeríes si

ce digo que estof aterrad e, p^ralizada, que no me arrevo a dar un

rlft

Sergio B¡zzio r II9

paso por miedo a troPe zu? Podría tomarme de ru brazo' Pefo éY

si resulta que sos vos el que rropieza? ¿Norasre 1o desparejo que

esrá el sueloi ¿Norasre lo afiladas que están las puntas d'e esas

alasi Thl vezdebería sacarme los racos, pero ¿y ri caigo al incli-

narmei ¿y si alguien me ve salir descalze? ¿Qué sería peor, salir

descal z o lasdm edad Yo pre ferirb salir descal z , Pero Para eso

debería moverme y no puedo, necesico ayuda, es notable lo rere

que me siento. Debería tomar algo. No, tlo' Por favor, no me

dejes sola, alguien podría empujarme. Estos racos... Además no

me refiero a tomar una coPa' no me refiero a eso'

Cercede allí alguien le conraba a otro la historia de una cor-

radora de césp.d que le había rebanado los dedos de los pies a

rres personas seguidas, el primero se [a había regalado a[

segundo y el segundo al rercero, hasra que esre la nrató de un

escoPetlzo,

Vera se paseaba diverrida por encre la genre escucharrdo sus

conversaciones y deteniéndose de canto en tanto a saludar a los

conocidos. Enconces lo vemos a Horacio Tambumi, el único

escritor ¿cómo decirloi "profesional" arnigo de Vera. Los amigos

de Vera (una biólog ^

y clrecro o cinco ex compañeros del colegio

que todavía buscaban su desrino, sin con tar e los guionistas) no

tenían absolutamente nada que ver con la literatura, un matgen

del que vera parecíe ir despegando poco a poco' Para ella se tra-

raba de escribir, todo su enrusiasm o y curiosidad estaban Pues-

tos exclusivamente en escribir, con una independencia casi €scx-

lofrianre de las orras ramas de la actividad, por decirlo de alguna

manera, incluida la amistad con otros escritores y la obra de esos

ocros escritores, concemporáneos suyos. No leía revistas especia-

lizadas, Do curios eabe en Internec, no iba a presentaciones de

libros, las industrias universitaria, periodística y editorial le eran

tan desconocidas como las lunas de [Jrano; no estaba "en el ajo

"

Page 59: Era el cielo

_:":

t

tzo r Era e[ cieLo

como decía Nudler de sí mismo, aunque a su edad escribía mejor

que muchos escritores de los que no pod ría, decirse que fueran

principiantes; al contrario, eren bien profesionales , ye habían

convertido sus obras en una caffete y sus vidas en una proven-

zal, siguiendo la rnetáfora del ajo.

Thmbumi (treinta y cinco años, bucles en la nuca) era eI líder

de la facción vanguardista, o lo había sido, en la época en que

sostenía sus experimencos manejando un taxi (es decir cuando

pasaba diez horas manejando un cax i, diez horas escribiendo y

cuatro con pesadillas), hasta que un episodio de corte policial locatapulró a la fama. Ahora mismo veníe de una gira de preS€rl-

tación de su últirno libro por México, Chile, Colombia y

Yenezuela, tirulado Un momento, en el que narraba los aconteci-

miento previos y posteriores a lo que él mismo llamaba "lo más

trisre, sórdido, pacécico, idiota, ridículo y rambién rerrible del

mundo": una terde, en la calle, notó que una mujer lo mir ebe; ere

una mujer común, parecida a millones de mujeres, una de esas

mujeres capaces de pasar inadvertidas hasta en su propia cese y

mucho más en la ceL\e, de no ser por la fijeza con que lo miraba.

La mujer estaba a unos diez metros de distan cía, parada sobre el

cordón de la vereda. De su bra zo izquierdo colgaba una certere.

Era atractiva, sin tener por eso nada especi ^l,yjoven,

con una de

esas juventudes que no tienen por sí mismas ninguna impor t?rr-cia, al contrario del "aire de juvenrud" de Thmbumi, que lo perla-

ba de un encanto extre, pegado como una ventosa inorg ánice aL

halo de misterio que le daba su fe en lo que escribía. f ambumi

empezó e acercarse; él daba un paso y eIIa otro. Él ,rtt paso, ella

otro. Faltó poco pereque laluzdel día se apa gerea su alrededor

y p^re que no se oyere nada, aparte del metal de la ciudad. LJna

vez que estuvieron uno frente al otro la mujer abrió la cartera, aI

mismo tiempo que Thmbumi despegó los labios. Había una

Serglo Blzzlo ¡ lll

coordinación absoluca, dU" Thmbumi. Entonces la mujer sacó

una pisrola y L" pegó un bal ^zo

en la cebeza.

Después se supo que la mujer lo había confundido con orro,

pero Thmbumi estuvo siete años en coma. (Jn molnento nertaba

esa experiencia (no la del corna, desde luego, aunque allí se había

permirido licencias poéricas extremas) y fue un gra;n éxito de

venras, üo éxiro notable, inmenso, descomunal' El episodio que

casi lo mara había rerminado por darle una vida; ahora Tambumi

era.ríco, podía darse el gusto de no hacer nada, ni siquiere escri-

bir; pasaba buena parte del año viajando por el mundo, dando

charlas y enrrevistas en las que concaba siemPre el rnismo cuen-

ro, o pavoneándose en una Harley-Davidson 1930 con sidecar.

Nada 1e gusraba ranro como que le preguntaran cómo furt su éxito

se basaba en un hecho real y, por lo tanto, la gente se acer cabe y

le pregunraba cómo fue, siempre deseosos de un poco de repul-

sión, que é1 satis fecíagenerosamence, lo hubieran leído o r1o'

-¡¡ini se acercó, le dio un beso a Vera eunque yale había dado

dos y cuando Verele Presenró eTambumi le preguntó:

-¿Cómo f*e, Thmbumii

Hasra ese momenro yo mismo había sido Presa de lo enorlne

del éxiro de Thmbumi más que de su mérito o sus ra:zones'

como si la mera dimensión me hubiera anestesiado. Pero al oír

Le pregunra en boca de Trini y "L

comie nzo de la resPuesta de

Tambuffi, pulida como un texto, ceíde pronto en la cuent'a de

que el asunto no tenía el más mínimo inrerér y que su repercu-

sión se debía no a un malenrendido sino justamente a que era

fictl de entender y de vender, y rarnbién por supuesto ^ la

casualidad.

Y en ese momento vi a Diana; estaba en el extremo oPuesto a

nosotros, charlando animadamente con tres o cuatro Personas'

Era la primera vez que Diana, Vera y yo coincidíamos en un

Page 60: Era el cielo

.:il.G.-G

€"

rz2 r Era et cieto

mismo lugar. Diana no par ecíehaberme visro rodavía; se la nora-ba sueka, relajad a y alegte. Me disculpé con Thmbucri, le dije aVera que enseguida volvía, me apa'rté y fui a saludarla,

Uno de los hornbres con los que estaba Diana dijo algo y eIIa

echó la cabeze hacia atrás, riéndose; después me vio , AIzó las

cejas como si le resulta re exttaño verme allí o como si verme lehubiera hecho notar lo extraño de que ella esruvie re aLIíy se des-

Pegó del grupo pere venir e mi encuentro. Yo no conocía e Ia

gente que escaba con ella y no me los presentó, pero me di cuen-

ta de que estaban por irse. Diana y yo cruzamos un per de

cotnentarios sobre la muescra, acordamos que yo iría a busc et e

Julián al día siguien re yjusto cuando los de su grupo empezaron

a moverse hacia la salida Diana vio aYeraal orro lado del raller.

-Ah... -dijo.Iba a decir algo más, pero no lo hizo. Me dio un beso en la

mejilla y se unió al grupo en recirada.

Volví junto a Vera.

Por la ventana vi que Diana subía a un auto esracionado fren-te al taller. Los demás se distribuyeron en un auro derrás del auro

al que había subido Diana y que manejaba un hombre cuya_ c^r^no alcancé e vet, una sombra, una silueta oscura que extendióuna rnano hacia su pelo y I" acarició brevemente la cebeze arrres

de poner prim ere y salir despacio, con todo el riempo del rnundopor delante.

-Entonces ebrí los ojos

-decía Thmbumi-. Esraba acósra-

do. Por un instante me extrañó darme cuenta de que había esta-

do durmiendo a esa hora del día, las cuarro de la cardg las cinco,las cuatro y media, p€ro enseguida noté que no ere mi cama.

Tampoco ere mi pieza, ¿Era la pieza de alguna amanrei Norecordé haberme acostado con nadie que no fuera Vilma en las

úlrimas semanas ("j" j¿', añadió). ¿Dónde esraba? Un silencio

Serglo Blzzlo I tzl

espeso inundaba el lugar. Desco rrí Ie frezeda que me cubría y, ^L

incorporarm e, ,tlgo me tiró de la boca, como un anzuelo... á'lJo-

que no deb ería,usar esa palabra ací, con perdón de Trini (Tiini

n.gO en silencio con la cebeza, compenetrado con el relaco).

Sentí el rnismc. cirón en un brtzo, Un recipiente de suero se

balanceaba frence a mí. Confundido, me dejé ceer de nuevo sobre

la cama. Lo primero que pensé fue que había cenido un accid'en-

te. La sensación fue muy rarte., Porque no estamos PreParados

para Cener accidentes: les ternemos, deseamos gue nunca OCtl-

tt;rn,tomamos nuestras Prevenciones' Pero no Por eso aprende-

mos algo sobre el' azar, . ,

-Eso es verdad -dijo

Trini.

-Mucho menos preparados todavía escamos Para volver de

ahí -conrinuó

Tambumi-. Así que la sensación fue de fe:':'Lí'

dad: no me elegró esrar vivo, no; eso sucedió después. Recordé

que iba en auto, Y al verme solo suspiré aliviado, como en las

películas. Inmediaramenre me roqué las piernas. Ahí estaban.

Esa comprobación basró p^r^ egotainn€, como si ecebara de

levancar un gr,.n peso. un minuro después, ye más rranquilo,

palpé el resro de mi cuerpo. Curiosamente no incluí la cabeza.,,

Esraba entero.No tenía ninguna herida. A 1o mejor no había sido

un accidenre, a lo mejor había sido un desmayo' pensé. De hecho

me ardía la cere,. Escaba transPirado, emPaPado, Pero tuve la

impresión de que hasra un minuto atrás había escado rnás seco

que un péralo de rela. Me du. que no había ninguna razón p^re

alarmarse. Y entonces entró una enferm et?,, Debía tener cin-

cuenta años, cuaren te Y ocho, cuaren ta y nueve. Era una de eSas

mujeres divididas por la cinrura; muy fl.ace de la cintura Para

arriba y enorme de la cinrur e p^reabajo. La perte de arriba entró

con expresión aburrida miencras que la parte de abajo se movía

rápido, como con urgencia. Me quiró el anzuelo de la boca,

Page 61: Era el cielo

124 I Era eL cieLo

reemplezó [a botella vecí^ de suero y se inclinó un momento

sobre la pantalla de un monitor, ^

la ízquierda. Después giró

hacia mí. Ya me quitaba ie vista de encima cuando de pronto

reaccio nó y se llevó las manos eleboca. Salió dispar tde; [a parte

de abajo se dio vuelta y echó a correr mientras que la parte de

arriba seguía mirándome con los ojos abiertos como platos vola-

dores. Medio minuto después el cuarto se llenó de médicos. Uno

se me ecercó sonriendo y me preguntó si me sentía bien. Otro

me puso un termómetro. Los demás se repa rtítn entre el moni-

tor y mi cere. Hablaban todos al mismo tiempo, asombrados,

contenros. Pregunté qué había pasado. Me dijeron que acababa

de desper ter. Si no hubiera sido por esa respuesta, en ningún

momento hubiera pensado que estaba soñando. ¿De spertari Era

evidente que algo no andaba bien. ¿Q"é tiene de raro despertar?

"Estuvo en coma", ffi€ dUo alguien. Hubo un silencio yL^ misma

voz agregó: ''Siete años". Me arranqué el suero y fui al baño.

Todos alargaron los brazos hacia rrlí, solarnente los alergeroo,

nadie intentó detenerme. Voy e decir rápido lo que vi, aunque

p^remí se deruvo el mundo. Había cambiado, chicos. Me recono-

cí, por supuesto, pero podría no haberlo hecho, porque de la

misma forma en que no estamos preperados pensufrir acciden-

tes notamos los cambios físicos únicamente hacia atris, nunca

hacia adelante... dejando de lado a le imaginación. Lo qu e veía

ere presente, y además imposible: la úlcima imagen que tenía de

mí no se correspondía con esta. Era más viejo. En ese momento,

sin la sensación del paso del cienpo, esperaba verme tal como era

el día anterior. Fue un impacto. Se me doblaron las rodillas. Y

justo cuando uno de los médicos dio un salto hacia mí per;- evi-

tar que me cayere, lo recordé todo.

-¿Fue así, fue realmente asíi

-preguntó Trini rnaravillado.

-No -le dU" Tambumi mirándolo con fastidio.

Scrglo Btttlo t llt

Esa noche, yl en la cama, mientras Vera escribí t' me Pregunté

una y otr^ vezquién sería el hombre que manejaba el auto al que

subió Diana; repas é tentts veces su mano en sombras acaríciin'

dole la cabe ze qve, ya entredormido, me sobres ilté al sentir que

también me rcerícíaba la cabe ze emí. Ahora me est temezco sólo

con pensar que el sobresalro por que rambién me rcxíciare e mí

no ruvo una pízca de grecia: fue más bien horribl., l" preftguta'

ción de algo horrible, horrible por donde se lo mire.

Al día siguiente hubo une nueva reunión en el canal, esta vez con

los actores protagonistas y el director del Ptogrerna.

Trini me llamó remprano. Quería pasarme e buscar p^r^

delinear conmigo una esrraregia con la que enfren E^r y resistir

los embates det elenco, besria de rres cebezas (.1 bueno, el

malo, la hero ína,engañ eda,o casualmenre en [o cierto) disPues-

ta ^hundir

sin piedad, una y otr^ vez, en nuestras pobres caf '

nes, su colección de puñales. Nada es tan cruel como un elen-

co de telenovela cuando algo no funciona bien"'Cuidado con la

genre que se maquilla

" solía decir Boas. Trini Y yo estábamos

de acuerdo con eso en líneas generales, pero también cono cíe'

mos la segunda parre: "cuidado con Boas cuando está con

gente que se maquilla'.

Duranre el vtaje Trini le robó unos minutos ^

la estrategia

pere dedicárselos al éxito de [a muesrra de Nudler, de la que

ftnalrnente nadie salió herido; fueron con un grupo de arnigos a

comer a un bodegón, Nudler estaba tan contento que se etnbo-

rrachó y vomitó en la mesa, etcétere. Debió haber vomirado

rambién en el auto, porque apenas subí se me cerraron los

Page 62: Era el cielo

::

;j

126 r Era e[ cieLo

bronquios. Tiini quiso saber cómo había sido el encuentro Yera-

Diana; le d¡e que no se habían cruzado y le pregunté quiénes

eran los tipos que estaban con Diana; me dUo que no los cono-

cía,, pero a,gregó con malicia que se noraba que uno de ellos

estaba "loco" por Diana. No dU. una palabra sobr e Liinez. Porúltimo, mirándose ell el espejito retrovisor, Ti"ini resumió su

estrate gia: dejarlos hablar.

Esruve de acuerdo.

La secretaria de Boas, más famos a pere mí que los accores, ya

que a ella le veíe más seguido que al prog reme, nos condujo hasca

la sala de reuniones: una mesa larga rodeada de sillas vacías,

excePto en el extremo norte, o sur, donde se agolpaban Boas, el

director y los tres protagonistas, todos en ese momenro hojeando

un libreto viejo, es decir del día anterior, donde sin duda no

había sucedido nada de lo que debía suceder, o "habíe sucedido

pésimo", según la extraña sintaxis que reinaba cuando entramos.

El encuentro empezó con agresiones baratas y terminó con

insultos y abrazos. El galin malo había trabajado siempre de

galán malo y desdehacía años se movía como pezen el agua en

ese rol, así que no tenía mucho pere decir, aperte de apo yar aL

galán bueno y a Ia heroína, que eran los que estaban ver dadera-

mente enojados. El galán bueno era un tipo de rnediana edad,

musculoso, caprichoso, emocionalmente producido, con implan-tes dentales en los colmillos, pelo largo y camisica mao. La hero ínaera igu eL e éI, excepto por el dato de que sus implantes no esra-

ban en la boca sino en el pecho. Eran esa clase de genre que dis-

cute si es mejor Buster Keaton o Chaplin f que serían cepeces de

Lever un shopping con la lengua con tal de no perder el pelo, €rl

el caso de ella, o echar tetas, en el caso de él (para seguir con sus

Preocupaciones principales además de accuar, digamos). Hasca

Tiini, que había nacido en el medio y aspiraba a morir en é1, los

Sergio Blzzlo r 127

admiraba con recelo. Los actores, junto al productor Y el direc-

ror, formaban una suerte de Estado Mayor Conjunto especiali-

zado en eludir responsabilidades cuando las cosas salían mal (lo

que se había ahorrado el productor, los planos anodinos del

direcror y !a, intención del galán -tanto la del bueno como la

del malo- que recibe un pu netazo y c^e pensando en gustar);

así que ehíestábamos nosotros, los verdaderos resPonsables. Lo

único claro después de una hora de tolerar los ernbares del gruPo

fue algo que dU" Boas:

-Se cee, muchachos, esto se cae.

El comenrario reavivó mi preocupación , L^ imporencia de

tini, la humillación de los actores y el tedio del director, Porque

senríamos todos cosas distintas, Val erít,la protagonista, insistió

con la psicología del personaje (".t taredi', dtjo, "lo ama y no se

da cuenra de que 1o ama';"^mí la gente en la calle me dicePeg 'le un cachec ezo,Valent íd' , intervino el gelin bueno) hasca que en

uno de los cinco relevisores de la sala un periodista anunció nove-

dades en el caso del asesino beurcizado 'del edifici ci' y todos nos

dimos vuelra a mirar. Boas agarró el control remoto equivocado y

subió el volumen a un cocinero que trataba de abrir una ostra con

la punra de un cuchillo y que dU" entre dientes "la dura concha

del ego'; enseguida, con otro control, también equivocado, subió

el volumen a un grupo de panelistas enardecidos con algún tema

del que sólo elcanzamos e oír la palabra "beso"' Finalmente dio

con el conrrol correcco, pero la noti cie, un flasb informativo ,Ien'guidecía: si había algo importante que decir, ya había sido dicho.

Boas quicó el sonido.

-Y encim e\a realidad no ayuda

-duo.Todos lo miramos sin asentir.

El programa salía al aire e Ia, misma hora que los noticieros

de orros canales y últimamente la realida d producía hechos con

Page 63: Era el cielo

r28 r Era eL cieto

los que ere difícil competir, según su "teoríí'. Desde una s€rrrá.-

na acrás el caso del asesino del edificio se llevaba todo el inte-

rés de la gente: alguien había matado a seis personas en distin-cos pisos de un edificio de Recoleta (.rtt matrimonio que

almor zabe en el segundo piso, una anciana en el tercero, üo

joven f un técnico que repereba su computadora en el quinco,

y ala esposa del portero en planta baja, una mujer menuda con

la que se había ensañado antes de huir). Era evidente que el

tipo no sabía lo que quería , eparte de matar; elgo muy pareci-

do le pasaba a los accores. Hasta que Boas no dio por termina-

da la reunión, la heroína insistió con su pedido de "lóg ici' en

"las pasiones del personaje" y eI gal,án bueno con sus ciras enó-

nimas recogidas en la calle o en su casa, todas inventadas, sin

dud.a, mientras que el malo, a medida que aumentaba La trrita-ción de sus compañeros, se abismaba más y más en la terea de

quitarse una basurita de debajo de una uña, o un pellejiro de la

cutícula, o una idea obsesiva de larga data que el trabajo man-

tenía e ray;- y que afloraba cuando lo perdía o cuando esrabe e

punto de perderlo.

Después de la reunión 1o fui a busc ^r

e.Julián. Llegué una hora

tard.e. Julián me esp eraba con su mochila ya lista, sentado en el

último escalón de la entrada; hacía volar un muñeco mienrras

Diana plantaba unas flores en un macetón. La música de cárn era

que salía por la ventana abierta me hizo sentir que el cuadro

había sido real hasta el momento en que llegué. Los guantes de

jardin eríe amarillos que usaba Diana subrayaban el aire de compo-

sición, de escena exclusivalnenre dirigida a mí, incapaz de provo-

cer el más mínim o rizo en la atención de un extraño.

Por un lnomento ninguno de los dos me vio. Diana estaba de

cuclillas, con el pelo atado en una trenze, manejando inhábil-

mence una palita de jardineríatan nueva como los guantes; hacía

Serglo Blzzlo t 129

un pozo en la rierra seca y dura del macetón y L^ponía sobre un

diario abierro en el suelo. Julián, con el muñeco en alto , grita;be

en vozbejaque 1o solr era., que el muñeco lo solt ^ra

e éI, mientras

él pon ía cere de dol or y estiraba más y más eI brazo, como si el

muñeco inrenra rl affancárselo describiendo ochos Por encima

de su cabeze.

Llovió todo el fin de semarla. Mientras cocinábamos, mientras

jugábamos con Julián, por la manana o por la noche mientras él

dormía, Vera fue separando las cosas que pensaba llevarse; lo

hacía al pasar, como una actividad dentro de otra. El domingo a

la mrd e y^había seleccionado y acumulado en cl escritorio, sobre

las sillas y en el suelo, rodo lo que después pondría en las velijas,

desde ropa hasta papeles.

En dererminado momento Jutián le preguntó adónde iba Y

Vera le conró que se iba un tiempo a Berlín.Julián hizo un silen-

cio, se aparró sin decir nada y emp ezó ^

gua;rdar sus juguetes en

la mochila. Era Ia primera vez que recogía sus propias cosas.

Cuando terminó volvió junto a mí-

-tf" vas a quedar solo? -me Preguntó'

Asenrí sonriendo, le guiñé un ojo y dije en tono cómplice que

íbamos a tener tod a, La casa pela nosotros. Pero a él no le hizo

ninguna gracia. Más bien estaba triste o Preocupado'

-Yo me voy a quedar con vos -duo'

Y se senró en el suelo enrre mis piernas, como si me Protegíe'

ra protegiéndose.

Aun así no culpó a Vera, oo le reprochó nada y cuando se des-

pidieron le dio el mismo abrezo cariñoso de siempre, ni más

fuerre ni más largo, es decir sin noción del tie*Po, como si fuera

e'verlede nuevo el próximo fin de sem ^n ,

y ^cePtó

con a\egtía,

Page 64: Era el cielo

r3o r Era et cielo

la promesa que le hizo Vera de teerle un regalo, e incluso se

animó a decirle qué es lo que quería.

Cuando Dian ^

y yo nos separamos, la noche anterior seleccioné

y busqué lo que iba a llevar conmigo. Esa noche había llegado el

díe. Caminé a un lado y e otro por la casa evaluando qué cosas

necesic ería o querría conservar en mi nueva vida. El resultado de

esa inspección estaba ahora en una cajaen el escrirorio de Yera,una de esas cajas desplegables que se compran en los supermer-cad,os o en los negocios de baratijas chinas. Pero aquella úlrimanoche en la casa que todaví e ere mi casa lo que hice en realidadfue desechar las cosas con las que había vivido hasta enronces.

Los libros, por empezar. No podía llevarm e Ie biblior ece, en laque convivíen mis libros con los de Diana, rri mis discos, unamontaña de todas las épocas que algún día sería de Julián. Esa

misma noche mis discos quedaban en sus manos. Era mi plan,de todos modos. Elegí unos pocos. Marquee Moon deTelevisionen primer lugar. Guardé en la caje algunos papeles personales, el

PasaPorte, la agenda. fámbién me llevé unos cuanros dibujos de

Julián , y algunas fotos. En una hoja en blanco copié los númerosde teléfono de los médicos de Julián, el de su ped íal:e y eLde untraumacólogo al que lo habíamos llevado la semana anrerior por-que le dolían las piernas: se estaba estirando, esraba creciendo."EI

dolor del crecimienro", dtlo el rraurnatólogo. Lo úlrimo queguardé en la caja fue una foto de nosotros tres que me llevó unbuen rato encont rar,Julián debía rener unos dos meses de edad

y Dian e Y Yo lo besábamos en las mejillas, uno en cada mejilla.

Julián tenía la cabe ze epenas echada hacia arrás, los ojos cerrados

y I^ boca enrreabierta. Fue rodo lo que llevé.

Sergio Bizzio r I3I

-¿DUo a qué hora volvía? -le pregunté e la mucama mientras

Julián corría.escaleras arriba para encender la computadora.

La mucama se encogió de hombros. Pensé quedarme hasta

que L\egaraDiana, p€ro la posibilidad de que la mucama se nega-

re edejarme enrrar a casa rne acobardó; le pedí por favor que no

|e quir eraa Julián la visra de encima, a lo que asintió con un gru-

ñido, y me fui, A mitad de camino llamé por teléfono. Atendió

Diana, i[üe acababa de llegar. Me preguntó cómo la había Pasa-

do Julián durante el fin de semalla.

-Muy bien -le

dU..

-Me hubiera gustado que te quedaras a coffIer con nosotros

-dU" ella.

Suspiré con un silbido, corno un nlufieco de gorna. Yo atnaba

aquella secuencia de llegar e casa, besar a ttti hUo Y dorrrtir

ebreztdo a una rnujer que había dado pruebas nrás quc sufi'

cientes de güe, de ser por ella, estará a mi lado el resto de su

vida. ¿Es posible que un milagro como ese resulte tan débil

-qui zá porque uno pone al deseo en la cima, cuando sabe que

en la cima no esr i eL deseo sino el terror? ¿Qué pasa si la vida

ree1,la vida improducriva o plena, esrá con la mujer a la que se

va t d,ejar,Pero junto aLeque se tiene y con la que se hace casi

todo lo que uno amai

Toqué rimbre en Ia casa de Vera. Enseguida noté que yo vivíe

aILí y que tenía las llaves de la puerta en el bolsillo.

Monique Maosake esraba de pie junto al equipo de música. Cott

la cabe ze ínclinada leía el lomo de los discos. una carterira de

cocodrilo sinrérico colgab a de su hombro. Ye eren casi las nueve

de la noche'

Page 65: Era el cielo

r1,2 r Era e[ cieto

.'Fuere -lc

dije.

-Así nó se trete a una dama. e o -rrrurmuró

ella sonriéndose.

Me senté en un sillón, me quité las zepñiLlas. Esdré un bra zo y

agarré una calculadora del primer estante de la biblioc ecá.. En los

últimos 15 años, como guionisra, yo había escrico, directa o indi-

rectamente, a rezón de 2}libros semanales de 40 páginas cada uno

durante 10 meses del año, uo total de L20.000 piginas. A esos 15

años debería quitarle los 3 o 4 años en los que no tuve trabaj o y

d.urance los que me gasté e[ dinero que había ganado en los 11 o

L2 tnos restantes, pero después de un cierto punto toda cífrada lo

mismo, €s siempre una "friole ti' , corno dice Trini. Ahora bien,

¿cuál es la altura del trabajo de un añoi 2 metros. Si un libro mide

1 centímetro de altu re, 200 libros apilados uno sobre otro miden

2 metros. Por lo tanto en 15 años yo había escrito una montaña de

25 metros de alrura: la alrura de King Kong.

Vera acompañó a Monique hasta la pue rt^,Volvió díez minu-tos d.espués. Apenas entró sonó el teléfono. Atendió. Era tini.Hablaron, se despidieron (hubo una posdata en la que Tlini pre-

guntó por mí y ella dU" "aci está"). Cuando col96, elguien rocó

el dmbre. Vera dio una carrerita hastaLa puerta,"Le posdara de

Moniqvd', pensé. Era un deliver¡ Comimos pizze y romamos

cerveza sentados frente a frente en los sillones del livirg. Huboun Par de llamados más durante la comida. Después Ia eyudé e

hacer las valijas, cru zendo miradas en silencio como si estuviéra-

mos descua rtizando a un acreedor.

A medianoche me tíré en la cama. Duranre un rato oí a Vera

que caminaba de allá pere aci, abriendo y certendo cajones; des-

pués sentí el peso de su cuerpo en la cama y medi cuenta de que

me había quedado dormido. Vera acercó su boca a mi oreja y me

Preguntó en un susurro si me sentía bien. Le dije que sí. La ebrecé.

Esraba desnud& pero también agotada. Sin quitarse mis brazos de

Serglo Btzzlo t t33

encima, más bien sujerándoros, giró, me dio la espa\day s€ xcü-

rrucó en mí, la nuca en mi boca, sus pies entre mis pies. Pensé

decirle: "¿por qué le vendés ru relación conm igo a una producto-

ra alem ,.ne?" .pensé que ella me contestaba: "Peor que venderse es

esrar en ven ti',y durante unos segundos aumenté la presión del

abrezo; después me reLajé,como si acab are de gastarlo todo.

At día siguienre, cuando enrré a su casa, de regreso del aeroPuer-

ro, e[ reléfono esraba sonando. No atendí. Era Leínez. Habló

ranto que el conrestador automático se cortó en mitad de una

frase. \lolvió a llamar. eu eúesaber si esrábamos pensando en la

historia. Me di una ducha y va¡b$é un par de horas en el progra-

ma. Ahora que Vera no estaba su casa me pareció más que nunca

su casa. Excepro yo mismo, ro había rastros de mí. Era como un

amanre que ,.girrra las marcas previas a[ abandono (el envase de

shampoo en e[ fondo de la ban er^,los restos de una torta de

crema en un plaro) y que al hacerlo se vuelve un inrruso'

Una d.e las boras que finalmenre había desechado estaba sobre

la cam a, y Laorra en el suelo; en el jardín, colgando del respaldo

de una silla como una prenda de vesrir esraban sus anteojos' Pero

ni rastros de mí. Ygt" hfia gasado.Somo un remolino sobre mis

h p..1-1 + : rh,.::**deJ*x d*i**lá-l o s P5,gP l r

at ivo s fi nal e s' d e s u v i aj e ; .

n,q_ qüt-ffi, gy; F rqgnci" *. :._:--1::9"3cia e.a loda la eas'a¿

mirara donde mirara.

Page 66: Era el cielo

9

Todas las semanas Vera me mandaba por correo electrónico lo

que había escriro y yo lo leía cuidadosamente y se lo reenviaba

lleno de subrayados y sugerencias y acotaciones y notas al pie.

Vera me contestaba enseguida pere agtedecerme las correcciones

y hacíe silencio hastale semana siguiente, cuando volvíá. x lrlao-

darme el archivo con lo nuevo de su novela. Rara vez rne escri-

bía entre un capítulo y otro y aunque en esas ocasiones me decía

que me extrañ eba yo tenía la sensación de que no era así. Sus

mensajes eran ligeros, €tl lecra mayúscula, Y cerccían de "paisaje':

no decía absolutamente nada sobre el lugar en el que estaba,

sobre la gence con la que vívía, sobre lo que había hecho o sobre

lo que planeaba hacer. Thmpoco preguntaba nada sobre mí.

Yo escribía en su novela porque la quería , y recíén en segundo

lugar porque mi trabajo pudiera servirle o resultarle útil. "No re

creas que no me doy cuenta', me dUo una vez, a veinte días de su

parrida. Eso era todo. Le pregunté a,qué se referíay no me cort-

testó, pero ahora en su próximo correo hubo una descripción

muy detallada, casi loca, de una excursión que había hecho a los

suburbios pa re ver a un marroquí que por doscientos euros se

tragó una serpiente viva. El espectáculo la había hecho vomitar,

pero rarnbién la había fascinado: durante varios días siguió

hablándome de eso, dándome más y más detalles sobre el asun-

to, hasta que por fin pareció olvida rlo y volvió a su novela.

Sergio Bl zzlo t trj

Nunca me escribió ranc o a mí como durante esos días en los

que dejó de escribir su novela. Pero yo en el fondo temblaba

ceáe vez gue al abrir el correo me encontraba con un meosx-

je suy o sin arcbivo adjunto, es decir sin novela. En ese mensaje

Vera podía decirme que había conocido a alguie n, etcétete' en

tanto que su novela -que no gar enEízeba nada en ese senti-

do, aunqu e ereimposible pa', mí obviar su "no te crees que no

me doy cuenta '- se había convertido en nuestra forma de

estar juntos.

A veces la exrr aftaba y a veces [a odiaba. A veces me daban

celos. Laparanoia -que para rní es url estado de acceso alev)n'

dad- se pon íe e descascararlo rodo con sus garriras de hurón:

no podía, evitarlo.

Una rarde llamé a los producrores de los programas en los que

dUo haber rrabajado el ex acror del saco a cuadros; quería saber

quién er^, pero nadie lo conocía y los Progremas habían sido

borrados. ¡Fi7ll Me senré a cipear. Era un día silencioso, limpio y

soleado, un viernes que imitaba a un domingo, con mariposas

diminuras, grisáceas, de alas obesas y peludas, de cab eze amar-

Ea, de abdomen agrio, que volaban allá y aquí bajo la atenta

mirada de unos pijxos (diez, doce) frustrados en las antenas de

televisión de las casas vecinas. Enronces una pelota de fútbol

cayó del cielo, por decirlo así. La pelora rebocó sin gracíe (tto

esraba del todo inflad") y quedó sobre una repose r^, junto a un

paraguas, en un clirn a.hgeramente dadaísta. Hacía varios minu-

tos ya que en mi guión había sonado el timbre, así que le hice

decir "¡Adelanre!" al personaje que esraba adentro. Acto seguido

un chico de unos once años salró el tapial desde la casa vecina

hacia el jard ín, agerró la pelota, S€ la puso debajo de un brazo y

Page 67: Era el cielo

86 r Era e[ cielo

de pronto se encontró con que volver no era lo mismo que venir.

El tapial no eremuy alto, unos dos metros, no más, pero el chico

no hab ía calculado que fuera lo que fuese aquello en lo que se

había apoyado del lado de su casa pensaltarlo -una mesa, una

escaler ^- no est aríe mmbién de este lado. Dio una vuelta porel jardín buscando algo a qué subirsg inrentó con la reposera,

que no le elctnzó, arcojó la pelota hacia su cas a y gritó hacia

allí que no podía volver. Escaba ñrepado. Apoyó una mano en

la pared, mirando hacia arriba, como si estudiara la posibilidadde adherirse ("tt adelanrcyeno podríafantasear con el Hombre

Araria) y "^pezó

a llorar. Desde la casa vecina llegaron las risas

de otros chicos. Me levant é y saLí. Al verme abrió más la boca

que los ojos. Le hice un gesto indicándole que se acer c^re y loacomp ené hasta la puerta de calle. Creíe que me había ido de

víaje.Le dije que no, que evidentemente escaba ahí. Me dUo que

su mamá había dicho que Vera y yo estábamos de viaje. Le dU.

que su mamá estaba equivocada. Asintió en silencio, después

me dio las gracias y corrió hasta su casa. Esperé a que entrara.

Anres de entrar a, Ia, mía eché un vistazo e un lado y a otro.

Todavía antes de entrar pisé la caca de un perro, fui hasta el cor-

dón de la vereda, rrl€ limpié lo mejor que pude, saqué del bolsi-

llo del pauralón una hoja de papel doblada en seis (Ia egenda de

esa semana), chequeé el día y I^ hora de la próxima reunión de

autores, alguien que pasó en bicicleta y e quien nunca había

visto me saludó con la mano, una brisa fríe me crajo a la mente

una mañana con Julián y Diana en la cama (los tres recién des-

piertos, las tres cebezas juntas) leyend o Las aventuras de Tintín,

sonó mi celular, acendí , ere la secrecaria de Boas, dije que sí, dije

dos veces que sí, corté, cerréIepuerta con llave y paré un taxi.

Sabía qué era lo que Boas iba a decirme y con qué ánimo volve-

ría yo y entrería por fin a casa.

Serglo Blzzlo t tr7

Todav ía. entes de entrar fui a mi cas a"original" a busc lr '-Julián'

Fui inmediararnenre después de la reunión con Boas. Aun así era

rarde. Diana me duo que había pensado que ya no íríe. Me dis-

culpé y L"dU. que había tenido una reunión importante y que de

hecho acababa de quedarrne sin rrabajo, Ella hízo una Pausa y

desvió 1a visra, apenas unos cenrímetros, la disrancia suficiente

p^reasimilar la noricia. Después me inviró a pasar. Teníainvita-

dos. Julián jugaba en su cuarro con los hijos de uno de ellos. Los

invirados se sorprendieron de verme. En una époce también

habían sido amigos míos, pero no habíamos vuelro e. vernos

desde que Diana Y Yo nos seParamos'

La mesa esraba puesra para cinco. Diana tgreg' un plato. La

úldma chispa de una fogeta,de malhumor rcrbabe de apaglrse

(¿cómo .r, posible que Vera le hubiera dejedo "su" progrlma a le

japonesa cuando sabía que mi economía andaba en la cuerda

flojai). Enseguida me send cómodo y ^ gttsto' Era un grupo de

lo más heterogéneo y e la vez comPacto' quízi Porque no se

esforzaban po; resurrar menos inreligentes ni más graciosos de

lo que .r"rr. Cuando Diana trajo un plato Para mí lo hizo sin

preguntarrne nada, y cuando yo amenacé con decir que me iba'

gue me había gusrado verlos y saludarlos Pero que no rne queda-

úa. a, cen'tme hizo un gesro increíblemente impúdico (*t trató

como a una mujer, pero como a una mujer arruin edapor la cul-

, rura, con los párp"áo, violetas y un pañuelo de gasa rosa al cue-

l[o, una de esas mujeres que no pueden acabar si antes no llegan

al orgasmo) que agredecí duranre las dos horas que pasé con

ellos: nadie habló de cine, ni de relevisión, ni de productoras,

nadie barajó ambiciones, ni rraficó o escamoteó contactos' ni

tl¡"nz"r, ,ri camarillas, ni poderes, ni se urdieron hiscorias sobre

Page 68: Era el cielo

I38 r Era et c ie Lo

el fondo rabioso de lo que aspira únicamenre al reconocimienroy I^ recaudación.

Después de comer y entes del posrre subí a salud er ^Julián(ilo había olvidadol). Estaba sencado en el suelo con sus amigos,

los cres serios y callados alrededor de un monrón dejugueres conlos que de Pronto parecían no saber qué hacer. Le drje que iba avolver a buscarlo mañan a,Iedi un beso y bajécon ganas de que-darme hasra el final y con la inrención de irme lo más rápidoposible' Pero algo había cambiado duranre mi ausencia. Ahoraestaban todos serios. Sus rniradas se paseaban por la casa comoreflectores Por un Presidior uno miraba al suelo, orro al cecho,otro a la pared. Esther ere la única que no miraba e ningunaParte: mante nía los ojos cerrados y Diana le acariciaba una manosobre la mesa, mientras Daniel, el marido de Esther, un ex nada-dor olímpico dedicado al culcivo induscrial de flores, se ponía elsaco, egerreba sus cigarrillos, los guardaba en el saco, buscaba enel saco las llaves del auto, las enconrraba sobre la mesa (el sacoera central en ese motnento de su vida,pero mantuvo las llavesen la mano) f, con un cono de vozmarcial, anunció que se iba.Me había escuchado decir lo mismo a mí aI bajar la"r."l.ra asíque se ofre ció a llevarm e, algo a lo que ye no me pude negar: unacosa ete ecePtar una cena de mi ex muj er y otra quedarme á. corl-solar a sus amigas. Saludé.

salimos. Diana me acomp anó hasca la pue rte. Le pregunréqué había pasado. Me duo que ye me lo con teríaDaniel y mePregunró si lne senría mejor, si estaba más rranquilo. Tuve quePensar Pete darme cuenta e qué se refería. Para ella eso fueuna buena señal: la había pasado bien. Sí, la había pasad.obien, Pero ahora cenía que irme. No sé quién drjo eso. .ilbníaque irmei ¿Quién dijo que cénía que irmei ¿Lo duo Dianar ¿Lodry. yo?

Serglo B¡zzlo r I39

En el,auto, duranre el vitje, Daniel me conró que Esrher lo

había engañado. Iba ^

pregunrarle cómo 1o sabía cuando se me

adelan tó y me pidió que no le pregunre cómo era que lo sabía.

No se lo pregunté,lepregunré si se había enterado recíén DUo

que sí. Mi próxima pregunta, forzosamente, debía ser cómo,

pero Daniel repirió que no le pregunte cómo, eso ya me lo diría

Diana. Le du. que Diana me había dicho que eso me lo diría éI,

y éIduo que no renía ninguna g n^de hablar de eso ahora. Le

pregunré si esraba seguro. Da'iel vaciló, pero no dijo palabra.

Así que no insiscí. Hicimos el resto del viaje en silencio. Me

dejó ., l" puerra de casa. Anres de bajx del auro le preguncé

si escaba bie n y duo que sí. Le di la mano. Le dije, por cortesía

-porque ere lo úlrimo que hubiera querido aunque me la

había hecho pasar ran bien-, {üe me llamara si necesitaba

hablar."voy l estar despierco cinco minutos más", le dU. en

rono de broma. Él h¡zo un chasquido con la lengua y arrancó

con la puerra abierra. Le cerró diez merros más adelante, sin

derene r :amarch t. En la una de la mañana. Me \tvé los dien-

res sin mirarme al espejo y me ciré vesrido en la cama. tnía

fuerzes de sobra p^redesvestirrne, lo que no ten íe etevoluntad.

cerrélos ojos y dormí un minuro. Me desperté porque algo me

molescaba. Me di cuenra de que ere Le Luz de la luna, que me

daba en la c,.ra.No, no puede ser, me du.. Me levant é, cerré las

cortinas, me quicé la ropa f, en lugar de meterme en la cama'

fui al living, me serví un whisky, me senré en un sillón y rne

quedé un buen raro a oscuras odiando la persecución de leluz

de la luna sobre mí. Era falsa, pero dos veces no me iba a hacer

Ievanrar. Mi vida et^ falsa, ¿cómo no iba a ser falsa esa luz?

;Falsa la luzi eué ridículo. Ridículo, pero cambién rremendo:

Page 69: Era el cielo

r+o r Era eL cieto

la sensación de lo falso cuando se impone a lo real, como unamujer petisa y chaca que impacta por la alru re y por las reras.

¿AIgo mási Sí: hasra mañarla.

Al día siguiente, pero siete años atrás (la vida real es así), sosru-ve eJulián en mis manos mienrras una enfermera lo lavaba. Endeterminado momento me di vuelra y miré por encima de unhombro: Diana me sonreía desde la came,con los ojos brillanresde emoción. "El bebé de mis sueñosj' Esraba agorada por elesfuerzo' Pero hasra su pal idez era feli z, Entonces un médico se

inrerpuso entre nosotros. Diana esciró una rnano f lo apartó . LaexPresión de su cereno había cambiado, su cab ezeni siquiera sehabía movido. Simplemente apartó al médico con la mano ysiguió mirándonos.

¿Qué hubiese Pasado si un dios injurioso f menos indiferenreque el que ruvimos le hubiera dicho que en unos años más iba airme f que le toca ríe retorcerse de dol or y sinsenrido? (¿.r, quémomento empezó e tener sentido haber nacido, para que unosienta el deseo de hacer naceri). Diana hubiera seguido sonrien-do. Tal vez no aPartería al médico con la mano, pero yo Ia veríasonreír cuando él se fuera.

-iPaPi... ! -me llamó Julián desde el jardín, salvándome de

ese enrresueño celesrg deshilvanado y ocioso.Fui.

Había un pájaro muerco entre unas flores. Esraba agusanad.o.

Julián lo había descubierco buscando "el nido de las mariposicxs",que eran cada vez más. Le dye que no lo cocara.

Fuimos al cine y cenemos afuera. (En el cine Julián dijo: "Megustaría venir con cinco chicos y di:ez padres e ver Cbucky, el

muneco maldito".) De vuelra en casa se durmió mirando dibujos

Serglo B¡zzlo r r4r

animados. Cambié de canal. El asesino del edificio había vuelto

a atec,.r, esra vezen los pisos L y 5 de un edificio al sur de la ciu-

dad. En e[ piso 5 había marado a rres personas. Frente ela cimt'

r^ y anre un micrófono, una mujer que vívía. en el piso 4 y q,te a[

hablar tensab a,y aflojaba las aleras de la nariz decíaque ele hora

de los asesinaros ella "sinrió" el rimbre y que no lleg ó a atencler

porque esraba en el baño. El asesino bajó orros dos pisos, llamó

" ,r. deparramenro en el piso 1 y cuando desde adentro lo aten-

dieron disparó cuarro veces e rravés de la puerta, hiriendo de

grweded. eun psicólogo en slip. se suponía que usaba un silen-

ciador, porque nadie había escuchado disparos.

siere años ttris, al día, siguiente (recién enronces) me di

cuenra de que et^ padre, un padre. Jutián había tenido una

complicación respiraroria y pasó varias horas en una incubado-

t^. Le habían puesro una camPana de vidrio en la cabeza,

dejando los bracitos afuer;- p^r^ que no se ^rrencara

las cánu-

[as, y lloraba, lloraba sin sonido, lloraba y yo no podía oírlo , t}i-

taba las maniros en el aire y no podía rocarlo... Durante los

meses siguientes estuve particularmenre atento l su respira'

ción. podía oírlo hasra dormido (cua'do yo dormía). Tenía

miedo de que se aho gera, que perdiera demasiado Peso o que

ruviera alguna enfermedad; cuando empezí ^ g^tear tuve

miedo de que pusiera un dedo en un enchufe, que se tragara un

encendedor, que se mer iere algo en el oído; cuando empez' l

caminar temí que se golpeara con la punta de una mesa' que

c^yer^ det balcón, i[ü€ se meriera en el lavarropasi cuando

empezó eiral colegio ruve miedo de que un exrraño [o robar','

q,r; lo abusara "t profesor de flaura... La lisre era infinit"#¡

k::**.i*{*:. :s*-4: r::*Y,'i:,'9r"IP.r-** i

Me "."J¿Xüi"¿. ili;;e" ;ti"g"i d. vera en la cama y lo

tbrrcécomo sólo yo podíe tbraztt\o,después de todo.

Page 70: Era el cielo

{

r+2 r Era et cieLo

El lunes llamé e mis conocidos en el mundo de la TV pereponerlos al tanto de que estaba'ton ganas de hacer algo". Hablécon Liinez y I" ProPuse una historia que no le gusró. Volví aIIe-marlo ela noche Y l" conté otra. Me dUo que necesir eba"masri-carlí'un Poco. Antes de corter lepregunré por el riburón y éI

Por Vera. Con cierta Iógica, se inceresó por mi respuesra muchomás de lo que yo me inreresé por la de ér.

A medianoch e, Ye lanzadas mis redes (con codas mis fuerzesaunque llo muy lejos de la costa), abrí el correo y vabajé hasralas dos dc la tnairatta en el nuevo capírulo de la novela d.e Vera.

Al día siguierlre nte encontré de pura casuali,iad con la japo-nesa en un resraurall[e. Se la veíe tan sola que por un momentoolvidé que fo también lo estaba. Nos engañábamos: los d.os espe-rábamos a alguien, aunque ese alguien fueran personas disrinras,Tomamos un vodka en una copica pensada p^re jerez y melevanté cuando llegó Boas, me levanré sin presentarlos, lo queemPezó a pesarme a medida que pasaba el riem po y se hac ía evi-dente que la persona que ella esperaba no ]legaría.

Fue en ese almue rzo cuando Boas me habló de Joan Bardem,un Produccor catalán de veintinueve años de edad, amigo sufo,que buscaba un guionista para una película. Boas había pensadoen mí. Le pregunré por qué. Boas alzó las cejas y a su vez me pre-guncó si había hecho mal. Después arendió un llamado. La japo-nesa había etnPezado a comer. Boas corró y me dijo que reníaque aPurarlne: ere una producción grande y el avispero de losguionistas debía estar ya basranre revuelro. Sacó del bolsillo inre-rior del saco una hoja impres e y me la enrregór la idea. Cincolíneas y media.Laleí mienrras él aren díaorro llamado. Era nad.a,

Pero codo es nada hasca que se escribe. Sin dejar de oír lo que

Serglo Bizzio I r+3

alguien le decía, al orro lado del teléfono Boas señaló la hoja

impresa con el menrón y me hizo un gesro de pregunta con la

rnano. Apreté los labios y asentí con Ia cabeza'

-¿Qu é te Perecei me dijo cuando cortó'

-Bien -le dU.-. ¿Y ahora qué tcndría que haceri

-Nada. Pensar. El dpo quiere un drarna. De todo lo demás

me en cergo yo. vos desarrollá eso en unas quince o veinte pigí'

nas y cuando lo rengas me avisás. No, vernos a hacer algo mejor.

Le hablo hoy mismo y L" digo que te inreresó y que Y^ est^s !fx-

bajando y lo dejo en contacto con vos. Ojo, te vendí muy bien,

tenés que uatbejer en serio. Hay mucha plara.

Le pregunté qué era lo que quería él'

-¡Nadal -duo, sorprendido por mi pregurltl Pero lejos de

ofenderse.

Me quedé en silencio, mirándolo. Mirándolo y creyéndole,

algo que debe haber norado. Enronces se sonrió, pesttñeó, Puso

las manos sobre la mesa, dejó c^er los hornbros y con u' totlo de

vozdisrinto, un tono bajo, como de alivio, dijo:

-Nunca ayudé a nadie.

En ese momenro llegó Belgrano, un viejo guionista largamen-

ce desempleado. Se sorprendió de encontrarme con Boas, Pero

Boas lo despachó sin vuelras, e incluso con un gesto de [a mano

en líne e recta. Belgrano fue a sentarse con la japonesa'

-A mí ru inteligencia me da lástim" -duo

Boas con su par-

ticular sintaxis, en este caso una bonita contracción de sentido-'

Siempre rne pareció que vos tenías que estar en otro lado'

(,,puede ser una rramp i', medu..) Mirá esos dos __eiiedió seña-

lando a Belgrano y \^japonesa-: dan la vida Por esto, Pero no la

d,an de apasionados, la dan de comPulsivos' No pueden hacer

orra cosa, ni siquiera pueden diverrirse. Yo hice toda la vida lo

mismo, pero yo por lo menos mando. vos tenés talento, sos culto

Page 71: Era el cielo

==

=]:

r+4 r Era e[ cielo

y estás en el lugar equivocado: acá esas cosas no se aprecian. Yocon el veinticinco Por ciento de tu mlento sería Suar. Aci esa

medida es un techo. De ahí pereabajo esrá rodo bien. De ahí peruarriba sobrás, rebotás. ¿No pensaste en poner[e e escribir unlibrol ví la cebeza sobre un hombro ), sobre el orro. Boashízo una Pausa-. Es todo basura

-murmuró después. Enrr ela

Pregunta Por el libro Y el resultado de la pausa ("es rodo basura")traté de imaginar los ingredientes del cócrel que lo hab ía arcasrrá.-

do e" esra crisis; no enconr ré nade (¡después de rodo apenas loconocía, aunque él qeyereconocerme a míl) pero seguramente enla mezcla había un buen fracaso comercial y hasra unas .reyedu-ras de Osho. Tenía cere de haber dormido poco. Después supeque la noche anterior hab ía partrcipado en Moncevideo, LJr uguey,de la tercera edición de un encuenrro muldnacional d.e operado-res de televisión, programadores, canales de Tv pega y TvAbierta, emPresas enfocadas en el área sareliral y la relefon í^ ygremio s Y egrupaciones del sector, f que había bebido y charlad.oanimadamente con representantes (ejecurivos, tesoreros) de laOrgan ización de Asociaciones f Empresas de Televisión Paga deIberoa méríca, de la Come rcializadora de Programación pe,aTelevisión, de la Asociación Argentina de Televisión, de RedIntercable, de la Asociación Nacional de Broadcascers Chilenos,de Agremiaciones Televisivas Paragu eyes, de Pirineos TV deCadenas Públicas de Información Europea en Améri ca Latrna,de la Asociación Interamericana de Televisión del S*r, en unclima o marco de ctiversidad y enriquecimienro del que unashoras despué s, yeen el vuelo de regreso, no quedaba más que ellogo de los Patrocinadores del encuentro. Probablemence nopudo conciliar el sueño. Se levantó, encendió su compu tadora y(¿quién no estaba al tanco de su adicción alaporno grafia?) visirópáginas de sexo duro, páginas que se llamaban "abuelas enculadas",

Sergio Bizzio I r45

"bisex teetl',"[luvia dorada', "dendo Y recibiendo",'tonsoladores' ' " ,l amateurs guarrd" 'defeque hentai", "ninfómanasvlvos , ene

pelUdas", "inCeStO", " Ofgíede enanas", "[UttO transexüal", "SeX ZOd' ,

"putiX animado"r " eyecllaCiOnes caserxS", "orgíaS biZertas inte ttl.'

ciales" y"coftítos de Zorrespelirrojas". Después me l[amó. Eran las

once de la mañana y quería alm orzet conmigo.

Boas se suicidó ese mismo día por la rardg pero Joan Bardem y

yo seguimos adelanre. A Berdem le había guscado mi desarrollo

de la hisrori e y leforma en que habíl delineado a los Personajes.

Me ofreció una pequeña fortune y me mrndó un contrato que

firmé a expensas de mi fobia a volar: una de las cláusulas decía

que el guionisca deberí a vi$tr r Españr en h etrPa de prePro-

ducción para hacerle a[ guión los ajuster que hicieran falta si el

productor así lo requería, En ese momento no me importó.

Trabajé desde las primeras horas de la mañana ha¡te lrs pri'

meras horas de la noche como un poseído y en mcnos de tres

semanas ruve una primera versión, pero no se la mandé hasta

díezdías después. El prejuicio con la velocidad es más fuerte que

con la lenrirud; nadie p^rece haberse puesto a pensar que aquel

a quien las cosas [e llevan mucho tiempo Puede estar, más que

dedicándose concienzudamente a[ asunto, €D alguna clase de

dificulrad. El riempo es un plus en favor del resulcado, una Pri-

mera garantra. Al menos a ojos del que Pone la plata. "Que te

cueste si me cuesta" es la ecuación. ("Después vemos qué salió".)

Así que mientras esperaba prudentemente a que Pesaran esos

días, imaginé las objeciones de Bardem, para lo cual tuve que

mererme en su cab ez^,palpar el interior de la ctbezede un des-

conocido (terreno pegajoso, olor a quemado, Penumbra), y me

puse a rrabajer en la segunda versión; menos una forma de ganar

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146 r Era eL cieLo

ciempo que de hacer lo que me gustaba: discucir solo , pelear solo,

soñar solo. Y sólo escribir.

Una tarde vino Nudler. Apa reció de pronco, sin llamar, sinavisar, fiel a su ningún estilo, con un libro de Georg Groddeck en

la mano, las Conferencias que este había pronunciado en su sana-

rorio de Baden-Baden enrre 1916 y L9LT.

-Tomá,lo encontré enel taxi

-dU" apoyándome el libro de

canto en el pecho-. Se me acercí un tipo recién cuan do bejé yme Preguntó si vos seguías viviendo acá. Ni buenas rardes duo."¿No ves que sí, que lo verrgo a vis iter?",Ie dije yo.

-¿Tenía un saco a cuadrosi

-No -dU" Nudler después de pensarlo, como si un saco acuadros fuera algo dificil de recordar.

Salí e ver si el tipo seguía por ahí y cuando volví encon cré a

Nudler sentado en mi sillón. Me dU" que la casa era linda. LedU. que no lo esperaba. Me dUo que T?ini, sorpresivamenrg lohabía querido marar.

-En serio -dUo -t matar en serio.

Se hac ía de noche. . .

-Te vine e ver Porque me percce que podrías hablar con é1.

- fr.f6.

Hice un llamado. Tiini confirmó la versión de Nudler. Y es

más, dijo, necesito, cteo, mediceción, un psiquiatre."Hece unahora que no paro de llorar", duo. Dios mío, me dij". corré y I"dU. a Nudler que se calmere, que fuera a dar una vuelta, que se

tomare un vino, que yo renía que nabajar.Nudler desprendió los tres botones de la camisera negra que

llevaba Puesta , hizo una rorsión y sacó un hombro al aire: teníaun tejo, un tajo sin sangre, uD raspón de cinco centímerros delargo. Él t"mbién se lo miró. Después volvió a guardarlo, se abo-tonó la camiseca y dyo:

Sergio Bizzto r r+7

-.T" das cuentai

Cuando sacó el hombro hubo un relámpago. Cuando me Pre'guntó si me daba cuenca empezó e llover. El viento apoy6 la

palma de su mano en la puerca que daba aIe galeríeyL^ puerta

se abrió; también se abrió el libro de Groddeck sobre la mesa.

Las pigines pasaron a toda velocidad.

Le dr.¡e que a lo mejor había llegado la hora de que no se vie-

ran más. Me dUo que él pensaba lo mismo . Le dU. que enfon-

c€s... Me preguntó si tenía algo Para tomar, algo fuertg y si no

pensab e ceff^r la puerra. Esto último lo dr.¡o cerrando el libro de

Groddeck y aplastando la tapa con un dedo.

Yo hice un largo silencio.

Después me Levanté y cerré la puertx. Me eti cuenra de que

estaba sentado cuando me levanté, y que había cerrado la puer-

ra cuando él quicó el dedo de encima del libro. Se eclró co¡rtra el

respaldo del sillón, con las nranos enlazades detrás de la truca, ftosió dos o tres veces con la boca abierta.

-La verdad estoy hecho pelota -duo-. Nunca pensé

que íbamos a lleger e este punto. Yo le pego una pacada en el

culo y éI me cleve un cuchillo en un hombro: no h^Y ProPor-ción. Me fui pere evitar un desastre, creeme. Si me hubiera

quedado, ahora no estaría eci. Yo no estaría acá' y Trini no

esraría en ninguna otra parte -dljo, y se besó mentalmente

los ded.os en cruz.

Esa noche no pude echarlo. Se quedó a dormir. Llovíe,I\ovía

mucho. Escaba lejos de su casa, pero no esgrimió ese r^zón: dUo

que renía miedo de pasar por lo de tini, no miedo a agarrarlo

del cuello sino miedo a no soltarlo después. Desequilibrado, esa

es la palabra que usó. El y Tiini. Estaban desequilibrados los

dos, Dijo:

-¿Me podré cirar en algún rincónl

;irilt,;

Page 73: Era el cielo

r+8 r Era e[ cieto

Le escribí aYere contándole que Nudler estaba en casa y me

resPondió con dos signos: un signo de pregunra seguido de un

signo de admiración.

Esa noche esperé a que Nudler se durmi en y después esperé

que roncara, gritara, tosi ere, escupi en y que sus pulmones silba-

ran y sus extremidades inferiores temblaran y voltearan algo,

pero no sucedió nada de eso; fui hasta el living en punras de pie:

Nudler dormía en el soFá, inmóvil y mudo como una rumba.

Empezó a sonar mi celular. Nudler ni mosqueó. Mi ré eI display:

era Trini. Instinrivamence no arendí. Era la hora del instinro.Un momento después empe zó e sonar el celéfono de línea. O

a lo mejor fue eI revés, sonó primero el teléfono de línea y des-

pués el celular. Trini tretebe de entrar por algún lado. Anres de

que cortare reeccioné, salré sobre el teléfono f le dije en vozbaja

Pero enérgicamente que sacara a Nudler de mi casa. Del orrolado se hizo un silencio y después la comunicación se inrerrurrr-

pió. A lo mejor no era T?ini.

Al día siguience salí temprarlo. Nudler dormía; ahora sí roo-caba, y hasra tenía espuma en la boca.LIevé aJulián al colegio.

-¿Ibdos los humanos que h^y ahora en el mundo van e

moriri -me preguntó.

Desayuné en el bar de una estación de servicio y escribí un

diálogo en la parce áspera de una hoja que me dio una emplea-

da. Cuando levanté la vista vi pasar e Inés Monres; que había

estado casada con un amigo de Diana, un escritor de apellidoFroind que había muerto unos años atrás y cuy^obra, cinco \er-gas novelas publicadas y dos definitivamenre inédiras, había

desaparecido anres que él; su obra desapa recíe a medida que era-

e,Citadá. Recuerdo mi con gojepor la forma en que ereignorado,

Por el vací o y la cond.escendencia a su alrededor. Yo había leído

sus dos primeras novelas (tri siquier e yo las había leído rodas,

Sergio Bizzio I r+9

probablemente ni siquiera Inés) y no era malo, todo lo contrario,

era un buen escritor; el problema era que lo hacía todo demasia-

do bien. Con un poco menos hubiera sido ml vez un escritor

comercialmente exitoso; con un poco más, hubiera escrito algo

imporranre o de valor. Ese equilibrio lo volvía inocuo, epigonal; lo

anulaba. No era Svevo en relación con Joyce. Froind producía e[

efecro de un hUo que mira a su padre y piensa que lo que el padre

ruvo que lograr mediante la lucha, él lo obriene de su rnano.

Tiabajaba sin descubrir, corno un espejó en el que nadie se

rnira. Cuando murió er;. todevía joven: tenía cuarenr^ Y cinco

años.

Anres de morir le dUo a Inés: " Escribf un promedio de 5 horas

diarias duranre 30 años. Eso dr un total de 55.000 horas, sin

contar el tiempo que pasé leyendo. No vivf, nri emor. No viví",

Nudler esraba masturbándose de pie en medio del living cülrl-

do llegué.

He visro ^

una chica de quince años quitándose el ojo de

vidrio en una pisca de esquí, he visto une mariposa Parada sobre

una mosca muerta, he visto al botó n y alvelcro darse la mano, he

visto a un hombr e negro, vestido de negro, con un bastón negro,

con anceojos negros, bejar de un auto negro a, plenaluz del día,

he visco e Kubrick rascándose un huevo en una esquina de

Hampsread, a metros de la casa de Keats, he visto a un ciego

manoseando ele Lolita de Nabokov con la yema de los dedos, en

una edición preciosa; si rengo tiempo f una oportunidad ct| vez

un día vea rayos gamma sobre el hombro de Orión. Pero ver ^

Nudler masturbándose en mi casa era sencillamente dernasiado.

-itenés pensado dónde vas e acabari -le Pregunté de

Prontoo

Page 74: Era el cielo

ryo r Era eL cieLo

Nudler ni se inmutó, como si habirualmenre se masrurbara en

casa de otro y fuera habirualmenre sorprendido. Se levanró el

pantalón, se ajuscó el cinturón con cierta violenc i^ y,por rodaresPuesfa, me alc anzó una hoja de papel de cuaderno en la queél mismo había escrito: "Papí, te devuelvo lo único que re debo".

-Bah -dUo con despre6i6-, después de rodo es una idea

de Dalí.

-¿De quiéni

-Del boludo de Dalí.

-¿Dalí boludoi

-dU..-Era un gcnio.

-¿Era un genio f le decís boludoi

-'[bdos los genios son rnedio boludos.Después de este diálogo (pleno de misrer io y a Ie vez plano)

volví a pedirle que se fuera.LedU. que necesiraba esrar solo per^vabajar. Pero alguien que ha dado una muescra ran grande deinvasividad como él no iba a tomarse jamás en serio un pedidocomo el mío. Abrió las palmas de sus manos quemadas (recien-temente frotadas) y juró que no molest aríe. Me encerré en elescritorio, transcribí a mi archivo el diálogo que había escrico esa

mañana en la escación de servicio y segu í adelanre con lo demás.Un Par de horas después vino a pedirme un cigarrillo. Le dije

que no tenía y I" Pregunté si no que ría ír a buscar. Acepró. Lodejé salir, cerré la pue rte y ra no volví a abrirle.

Tocó el cirrrbre largo raco. Después llamó por reléfono. Noatendí. Cuando se acrivó el contescador aurom ítico, Nudlerempezí e d.ecir en vozbaja, con rono de complicidad:

-Che... -Pause_. Che.,, -pausa-, Da\e, che...

-Pausa-. Che, a[endé... -pausa

larga-. Che, ¿me oísiCaí en la cuenra de que no tenía amigos (yo no renía amigos).

Los había perdido, hab ía dejado de verlos, de llamarlos, d.e inre-

Sergio Bizzlo r t5r

resarme por ellos. ¿Cómo era posible que un energúmeno como

Nudler esruviera rogándome que le abri ere? Conocía e muchísi-

ma genre en los circos más variados de la comedia humana, Pero

no eran amigos. Podía decir que "etetl,'Pero no que eran'

Mis verdaderos amigos escaban en la infancia, donde Y^ no

esrábamos ni e[os ni yo. Nos rnirábamos con descon fr'enze cada

vezque nos encontrábamos, pero no desconfiando uno del otro

sino sólo de uno mismo, incómodos en la confrontación con el

que ya no éramos, como si algo terrible hubiera ocurrido de un

día peael otro. Algunas arnistades se habían deslizado hasta la

adolescencia; dos de e[os habían sido asesitrados Por la dictadu-

ra mili ar y un rercero se había ido a Brasil, de donde no había

vuelro rnás. A parrir de entonces tuve atnistrdes fugaces que ter'

minaron en rraiciones, decepciones o alejarnientos rcPenrinos,

aparenremenre inmorivados. Después vinierotr las etnistadcs

laborales (los compañeros de trabrjo) y por últirrro los rmigos de

Diana y los amigos de Vera. Me llevé siempre muy bien con los

amigos de Diana, hasra que Diana y yo nos separamos. Entonces

ellos y yo dejamos de vernos. Al principio cruzábamos de canro

en ranro algún llamado, pero todo era forzedo y vacuo sin Diana

como nexo, además de mi sospecha de que cualquier cosa since-

ra o cualquier confidencia que yo hici era, círcularía y sería cotrl€o-

rada en grupo, y senría alivio al cortar. Los amigos de Ver ^

eran

mucho más jóvenes que yo y no ruve nunca ningún problema con

ellos, ni ellos conmi go;Laverdad es que no es muy dificil ser aceP-

rado por los jóvenes. Deresran la infacuacién (h"y que adoptar sin

impos ter, parecen deci r) y se cagan en la experiencia. ¡Y lo bien

que hacen! pero, aunque me gustaba que me hicieran conocer

música nueva, por ejemplo, no llegaba a interesarme Por las cosas

con las que soñaban mientras la oían. Así que los evicaba.

Mientras Nudler. .. ahora, míentras Nudler dejaba su rnensaje en

Page 75: Era el cielo

r5z r Era et clelo

el contesrado r, ceí en la cuenta de que hacía décadas que no renía

un solo amigo verdadero, que hecíadécadas que había dejado de

PreocuParme Por la amiscad, y que deberían pas er décadas anres

de que fuera c^pez de reconocer que eso me dolía y levantara el

reléfon o y le dijera al monsrruo que me dej e::. en pez.

Habíamos ido e almorz er e uno

pronto Julián dijo:

-¡Mamá!

de los bares sobre el río y d"

En la mesa de al lado un hombre sosren ía el diario abierro

frenre a su cere en la págína de *rás había una foro de Diana.

Julián me pregunró si mamá esraba lejos.

-No, esrá en casa -le dij".

Cuando el hombre dejó el diario le pregunré si me lo presra-ba un momenco. Di vuelta las páginas buscando la foro de

Diana. Era un report ^j".

Empecé ^

leerlo. Julián se b"Jó de lasilla dio media vuelra ale mesa y me abrazí por derrás.

-Me gusra que esrén cerca -düo.

Bardem estaba muf satisfecho con la prim ereversión y yoconmis "anticipaciones" e sus comentarios: había acertado en un

Porcen caje basranre alto. Y si antes había dejado que pasaranunos días antes de mandarle la primera versión, esta vez hiceaPenas unos cambios y reajustes y le mandé la segunda versióninmediatamente. Bardem estaba sorprendido. Iba a leerl o y mediría qué opinaba. Ahora, de pronto , er^yo quien renía que espe-

rarlo a é1.

Llamé Por reléfono a Diana. ¿A quién pod.ía llamar si noi Esraba

contenüo. Acendió la mucama. Me dij" que Diana había salido.

Serglo Blzzlo r r53

Eran las nueve de la noche. Me etreví a preguntarle con quién.

-Con un señor, señor -dijo

ella.

-¿Y Juliáni

-Acáestá. ¿Quiere hablar con él?

Julián rardó un buen raro en atender. Estaba apurado y moles-

ro. Me pregunró por qué lo llamaba siempre por teléfono. Le dU"

que lo llamaba porque me gusraba hablar con é1. Me düo que e

A no le gustaba hablar conmigo cuando estaba mirando los

dibujicos. Que no lo llamara cuando miraba los dibujitos. Me

dUo que ahora, Por culpa mía, se había perdido lo mejor'

Al día siguienre me encontré con Diana. Yo mismo me sorPren-

dí at decir lo que dlje,pero ella asintió como si hubiera estado

esperándolo desde hacía mucho, mucho demPo.

-Tengo que erreSar algunas cosas -dijo'

Entendí a qué se refe ría'.

Diana riene ojos marrones. En realidad el color de sus ojos osci-

la (se mueve) enrre el guinda brillante y eL cerezo, también bri-

llante. Al arardecer es el color de un scotch. Por la mañana, de

acuerdo con la\uzmás que el ánimo, sus ojos re hacen pensar en

lo que tocamos, o en lo que podemos tocar, o en lo que nos toca'

Cualquiera que se haya perdido en la naturaleza de los ojos de

Diana riene que aprovechar la noch. y guiarse Por las estrellas.

Saldrá. Es una manera de decirlo, por supuesto. Pero aun cu2.r1-

do sus ojos indican rodeos espiralados y senderos sin comienzo

ni fin, inspiran confi ^nz^.

Confia nze y generosidad. En los ojos

de Diana codo salta, asorna, se deja ver. Un breve vistazo a sus

ojos elcanz p^r^saber que lo dará todo por uno. En los ojos de

Page 76: Era el cielo

15+ r Era eL cieLo

Diana se lee como en un libro abierto. Ella misma sosriene el

libro. Si está enojada, o angustiade, o ansiosa, sus ojos son como

los ojos de los gatos del poema de Picabia cuando miran a unpijaro: piensan. Y a Ia inversa, si uno dice una palabra de más

(tres palabras de más, en realidad) sus ojos son como los ojos de

los pájaros que miran a los gatosr dudan. Si re desea o re deres-

te sus ojos consiguen que adviertas hasta Ia menor de las

microscopías: los despla zamiencos de air:e anre cedeparpadeo,

Por ejernplo. A veces en sus ojos se ve más eILi, e veces más

adenrro. Si está feliz sus ojos te siguen. Si esrá más feliz, re

acompañan.

En la oscuridad (una rodaja plana y circular de oscuridad, comol,e fe:.a de una materia sin bordes) ui una pequeña piedra lumi-nosa que giraba acercándose. Se acercó lentamente, siempre

girando, hasra que pude verla bien. Era un diamanre. No mecegó, lo ocupó todo pero no me cegó. En su inrerior había ungauchito sencado a una mesa de ma dere cIara, con un láp iz enlamano. El gauchito escribía directamente en la mad ere.Adelanréla care y alcancé a leer: " Esos días con vos se recortan del restode rni vida con la tonalidad de lo ideal: si algu ne vez ruviera ladesgracia de estar a punro de ahogarme, en la película compleradesde mi nacirnienco, esos días (q"é pocos fueron, ¿noi) se des-

tacarían en la oscuridad con tal suficiencia que yo, encre las olas,

sonrei ría, en vez de luchar". Apenas rerminé de leer, el diamá.rl-te se alejó llevándose al gauchito enamorado a coda velocidad.Yo entendía que ere un sue no y que el mens"J. no esraba dirigi-do a tní, Pero que estaría autorizado a descifrarlo o a incerpre-carlo si despertaba en ese instante. Tod evíedenrro del sueño, medesperté. Pero había olvidado el rexto del geuchiro y por más

rill

Sergio Btzzlo ' t55

que inrent é rccordarlo no pude. Enronces desperté de verdad y

lo reco rdé todo, palabre Por palabra'

Pero esta vez ahí estaba Vera'

Recién llegaba. Tenía un saco doblado sobre un brazo y me

había apoyado una mano en un talón, como si estuviere a punto

de echarse encima de mí. Sonreía'

Me ebraz6.

-Hola -dijo.Lo dUo en un susurro, rozándome la mejilla con los labios.

Después a;z|la cer^ y me rniró; hacía mucho riempo que no

nos veíamos y lo senrí: senrí que hacía r'ucho tiempo que no nos

veíatnos.

Al día siguiente (pero colno desde rrrás allá del día siguiente)

le drje que había habrado con Diana y quc iba a volvcr con ella'

vera apartó la visra, gir6 la cabeze lenrattlcntc Y tne ¡rrcgu'tó

qué había pasado. Traré de explicárselo cuatrdo volvitl a tttirar'

nle. La explicación fue también Para mí.

se le llenaron los ojos de lágrimas. Después, como si y^ no

quisiera rocar lo que d,ecíadejó ceer [a mano con la que hasca ese

momenro se había pell ízctdo los labios y duo con una voz ePe'

nas audible:

-No puedo creer qge no me quieras" '

Le dr.¡e que no 1o cree. No la quería menos que ances' Pero

todo 1o demás hab íe cembiado'

Ese mismo día me fui'

Page 77: Era el cielo

UI

I

Te rce ra Pa rte

Page 78: Era el cielo

\lilT'

t0

El Dr. Comas dedicó el segundo encuentro casi enterarnente a

concarme por qué podía confiar en un avión. Habló de la cabina,

de los pilotos, d. la alticud, de las rurbulencias , d" las tormentas,

del despegue y del descenso. El daco rnás importante, Pere mí,

fue que un avión es doble, y en parte triple, Es decir: los sistemas

más imporrances -electrónicos,

hidráulicos y neumáticos-

esrán dispuesros en zonas independientes y son sustiruibles: en

caso de que falle uno, puede actuar orro. Las dos manitos de rni

mente se pusieron a aplaud,ir.

¿Esraba romando el psicotrópicoi Sí, todavía tlo sentía nada.

tanquilo. Finalmente me puso el casco del simulador de vuelo

y 'despe gvé" , pero l,e imagen estaba demasiado pixelada, con

pixeles del camaño de una cajade fosforos, así que el efecto, cual-

quiera de los efectos esperados, fue nulo. En pleno vuelo, para

colmo, el Dr. Comas atendió un llamado, probablemente d.e su

esposa ('Queri di' , le decía, aunque podía decirle querida ^ su

hU", a su amant€, o a las tres) y, rnientras yo hac íe fuerzas P^te

imaginar que estaba a áíez rnil metros de alrura, hablaron de la

ubicación de unas macetas con unas plantas que habían encerg 'do y que por lo visto acababan de llegar. El Dr. Comas parecía

molesco por la interrupción. Despachó el asunto lo más rápido

que pudo, después me quitó el casco, me dio unas págines foto-

copiadas con instrucciones pere unos ejercicios de respiración,

Page 79: Era el cielo

160 ¡ Era et cielo

me dio también la mano y abú6la puerra del consulrorio dicien-do que me esperaba el jueves. Era martes.

En la sala de esp era alguien acababa de dejar un gran macerónde cemento con un ficus larguirucho y sedienro que daba laimpresión de estar examinando su nuevo hábirar mienrras lasecreraria del Dr. Comas, con el cuerpo en el pasillo y eI brazoen la sala de espera (sosteniendo la puerra abierra), les decía algosobre una factura o sobre una firma a las personas que habíantraído el macetón y que por lo visto iban en busca de orro. Elescensor emP ezó t bajer antes de que ella compl etar;- una frasglo que la puso de malhumor (ya lo esraba en realidad, sólo querhora te¡rfa un mocivo), así que cerró la puerra protesrando enrredienres; cuando le pregunté dónde quedaba el baño, rrr€ señaló a

mí (el baño estaba a mi espalda) con el mismo gesro auromáricocon el que me hubiera mandado matar si yo fuera judío y eIIanezi, ("Queride',le decíe eI Dr. Comas.)

Después de usar el baño pagué la sesión y salí al pasillo. Oí los

Pasos cortos y Pesados de los hombres cargando un macerón enel ascensor, tres pisos ebajo; un momento después el ascensor se

abrió frente e mí. Trúan otro ficus, rnucho más grande que elancerior. A uno de los hombres no lo había visto nunc a; eI orroera el tipo de cab eze rapada que había violado a Diarla.

Lo que sentí al reconocerlo fue tan intenso que no importa.Pero tuve que clavar las uñas en la pare d y encoger con fuerze elbrazo como un alpinista pere epefierme y dejarlos bajar. El ripode la cabeze rapada tenía puescas las mismas sandalias de cueroque aquell e vez. A pesar de que yo lo miraba fijo, no me miró; se

agachó Para egerrer el macetón por la base, lo alzó mienrras elotro tiraba hacia arriba del tronco del ficus y, callados, sin respi-teÍ, con una carrerita, lo entraron al consultorio.

-Por acá, por acá -les decía la secreraria.

Sergio Bizzlo I 16l

Subí al ascensor, cerré la puerte,bajé. Si el próximo paciente

del Dr. Comas hubiera llegado en ese momento y me hubiera

visro salir habría pensado que algo andaba mal con la medíc^'

ción, o que su propio miedo a volar no era nada después de todo.

Caminé rápido a un lado y ^otro,

sin alejarme del edificio, bus-

cando la camionera de un flete o de un vivero, en la que debía

figurar alguna dirección. El único vehículo en el que podían

haber cargado semejanres macetones er;- una Tiaffic (blanca)

estacionad.a a metros del edificio, pero en los costados no figura-

ba ninguna dirección. Paré un taxi.

-¿Adóndei -me pregunró el raxista después de quince Lat'

gos segundos de silencio.

-Erpero a alguis¡ -[e dije sin dcsPeger la vista de la Puer-

ta del edificio.

Enconces dos auros se rozaron a nuesrro ledo, Los dos iban

conducidos por mujeres de mediana edrd, vestidas de verde,

Inspeccionaron sus autos durance un momento y, mientrls una

se ponía el pelo derrás de las orejas para llevarse después las

manos eLa. cara,la otra se acercó al taxista y lo acusó de proVo-

car e[ roce, esracionado como esraba en doble mano. El taxista,

señalando con el pulgar por sobre un hombro, le dijo muy tran-

quilamenre que renía las bal izes puesras, x [o que la mujer res-

pondió con un insóliro -por la violencia del rono más que por

el lenguaje- "nle cago en las búizes". El raxisra sopló por la

nxíz con esa condescendencia entre falsa e impotente de la

obra vigíca, que se permite exPresiones de Poca monta' DU'

que enseguida volvía y me bajé.El tipo de la cabezt rapada esfa-

ba demorándose demasiado; cemí que hubiera salido en un

momenro de distracción mío, quízi durante el choque, así que

volví a enrrar al edificio, volví a subir, volví a encontrarme con la

puerra abierra del consukorio (.1 tipo de la c?;bezt rapada

Page 80: Era el cielo

16z^ r Era eL cieto

seguía ehí), volví abajar y volvía subir al caxi .Lemujer se habíaapartado e inrercambiaba con la orra los papeles del seguro,

Pero de canto en tanto miraba de reojo al caxisra, iluien a su vezse miraba en el espejito recrovisor, esrirándose un labio haciaadelante con dos dedos y doblándolo hacia afuera con una pre-sión del pulgar.

-¿Podés creer que me pegói

-¿Le pegói -rePecí

yo sin quitar la visra d.e la puerca deledificio.

-No nre lo esPeraba. Hasra ahí para mí venía rodo bastancebien, la cipa sacada , yo tranquilo. Me dr.l" una sarra d.e incon-gruencias que cualquiera se hubiera reído. Y yo me le cagué derisa en la care,lógico. Ahí la tipa sacó una mano f me la puso enel hocico. Sencí como una piedra en la boca y I" miré la mano:cenía un anillo, un anillo de rubí."Me corrasre, hlja de pur í',Iedij.."Bajique te corto bien', me dUo ella y mienrras ranro bailo-ceaba en Puntas de Pie con la guardia en alro. Bajé. Me ciró orramano Y I^ agarré de la muñec ay ledoblé elbrazo hasra que pusouna rodilla en el suelo. "No, la muñ eceoo, la muñ eceoo", grita-6e,"tengo que operar, soy cirujan o".Lesolté.'Mi huo se operamañan í',Ie dij.. Me preguncó adónde. Le drje dónde y me pre-guncó el apellido f cuando le dU. me dijo que lo operaba ella. Seme caferon las medias. La cipa se empezó e reír. Yo no sabíacómo disculparme, imagin ete. Mi hUo mañana esrá en susmanos. "Es que ciene una boquita, doccorl',le dr.¡e yo. Me duoque sí, 9ue escá un Poco tensa, QU€ la operación de mañana es laprimera que hace y que no me preocupe, que es una operaciónmuf sirnple...

La mujer se acercó a Ia vencanilla. Le dyo que se iba, que sal-dría bien, que codo saldría bien, que se quedara rranquilo.Después le dio la rnano.

Sergio Bizzio t 163

-Hasta mañana.

-Hasta maírana, doctora y disculpe el choque Pero...

-Usced no cuvo nada que ver, fue la estúpida aquella -dU"

la docrora señalando con el mentón al,e otra mujer, que acababa

de irse-. ¿Cómo está ese labioi

El raxi sta minimizó, como se dice en televisión, encogiendo un

hombr o y negando milimérricarnente con Ia cebeza,

-Tiene su cericter

-comentó después, mientras la doctora

se alejaba en su auto a todr velocidad-. Lo único que esPero es

que no se desquite con el nene -hizo una Paus ?-,No, los doc-

tores no son de hacer eso, que fo sePa -nueva Pausa-.Capaz

incluso que le pone más arención, ahora que nos peleamos.. -

-Orra pausa, esta vezacompañada de un chesquido con la len-

gua-. Ojalá no le haye estroPerdo la tnuttecl. . , '-' [,1 última

pausa fue la más lergu ye pensabr otra vez en el trabajo-.

ilardará mucho la personal

-No, ehí viene, es ese.

El de la cabe z^ repada subió e Ie Tiaffic por el lado del con-

ducror. El raxisca se había hecho a la idea de que el tipo viejaría

con nosotros, así que estuvimos a punto de perderlos: había un

espacio libre en la calle delante de la Traffic y salieron de pronto,

sin maniobrar.

-Sigámoslos -le dU.'

-¿Como en las películas?

-preguntó él con una sonrisita,

dándoIe errenque al motor.

En cierro sentido enyo el que manejaba. Preveiala dirección

qu.e iba a romar la taffic, me adelanraba aIe posibilidad de que

orro auro se ubicara entre nosotros y decidía la velocidad y el

cerrll por el que debíamos ir, intercalando mis órdenes en el

monólogo del taxista, un monólogo sin asunto: el zurnbido de

una voz. Estaba tan concentrado en la Traffic que mi sensación,

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1::=::::::

il

t6+ . Era e[ cieLo

unos diez minutos después, cuando de pronro dejé de verla, fuela de un borramiento total de la ciudad. Y cuando la Traffic mila-grosamente reaPareció ante nosotros, reaparecieron también las

particularidades del ft^yecto, zonas abierras y rápidas, arbola-das, humeantes, con gente acónita que cruzaba a pie en cualquier

Parte Y zonas de emborellamientos que parecían un juego de

encasrre, de Pequeños avances y reacomodos que eran siemprerecibidos con ráfagas de bocina. Finalmenre la Traffic se deruvo.El Dr. Comas debía tener una buena rezónpara comprar plan-res en un lugar tan alejado del consulcorio; estábamos a rres cgá.-

dre¡ de lr Gcner tl Pag., Del otro lado, diez o doce cuad.ras rnásrllá, estaba rni casa.

El dpo de la cabeze rapada y su acompañanre enrraron a unvivero; iban riéndose. Despedí al conductor del raxi y los seguí.

Recuerdo ahora la expresión de mi cere reflejada en los venra-nales del vivero, que vi en aquel momen[o al ecercerme e laentrada y Por la que recién estuve a punto de escribir que vacilé("vacilé como si no rne conociera", estuve a punco d.e escribir).No fue así. Encré direccamenre, entré sin dudar.

Conozco un Ulises que maneja una lancha colecriva en el Delradel Tigre, un Funes hiscoriador f un Ismael que vende arrículosde pesca, Pero que el violador de la esposa de un hombre queregalaría su alma Por una obra lleve el nombre de uno de los per-sonajes más célebres de la liceratura universal me dejó perplejo:Fausco, el ripo de la cabe ze repada se llamaba Fausro.

-¡Fausto! -.luo una señora al otro lado del moscrador, lla-mándolo.

El tipo de la cabeza rapada se aparró del hombre con el quehabía viajado en la Tlaffic y se acercó al mosrrador, un rablón

Serglo Blzzlo ¡ 165

donde la señora revisaba un montoncito de papeles effvgedos.

Yo me había quedado cerca de [a entr ede, a unos diez pasos de

e\Lí,así que no alcancé a escuchar lo que dU" la señora, que P^re'

cíe molesra, o sobrepasada de rrabajo, p€ro a medida que fui

ecercándome enrendí que erel,a,duena del vivero y que Fausto, a

juzgar por Ia descortesía con que lo v^tó, no era un empleado

cualqu ierey que al vez, a. juzg r por la insolencia con que él le

respondió, era su huo.

Fausro egerr|el reléfono, discó un número, habló con alguien.

La señora guardó los papeles y fu. al encuentro de una pa;.eji'

ca de novios que zígztgueaba entre las plantas con una exPresión

ran grande de liviandad gue resultaban sospechosos; si en lugar

de estar en un vivero hubieran estado en un aeroPuerto habrían

sido inmediatamenre derenidos. El que había viajado en la Traffic

con Fausro llevaba bolsas de tierra por un pasillo lateral hacia un

patio en el fondo. A la derecha, muy cerc^ de mí, un hombre de

mediana ed"ad, vestido con ropa deportiva (el shorr le apretaba los

resrículos de ral forma que los bolsillos se abrían como orejas y el

logo de Nike parec ía, elguiño de un ojo), inspeccionaba un arbo-

liro de cincuenra cenrímerros de altura con flores rojas, unas flo-

res diminutas, temerosas e implosivas, como atrofiadas'

Fausro se acer c6 y Le preguntó en qué podía ayudarlo y, mien-

rras el hombre del short señalaba el arbolito, me miró, me miró

de reojo duranre medio segundo como mucho y tuve miedo, rlo

de él sino a que se diera cuenta de quién en yo, aunque eso ere

imposible porqu e erela prim ere vez que me veíe. Ahora entien-

do la causa de aquel remor: todavía no teníalamenor idea de lo

que iba e hacer. Y no quería ser descubierto antes de saberlo,

fuera 1o que fuese.

Tenso, ffi€ sequé la yerne de los dedos en las hojas de rres

especies diferen[es, como si esru viera.examinándolas, mientras el

ll

Page 82: Era el cielo

rc6 r Era eL cieto

hombre del short, definicivamente interesado en el arbolir o, ,,v..-riguaba cosas sobre la tierra y sob relaluz.El rono de las respu€S-tas del tipo de la cabeza rapada, seco, expedirivo, negaba no sólocualquier poesía sobre la nobleza de su acrividad (l* vocación

Por el cultivo, ercécera) sino que además rraslucía un desprecioinmenso por ella.

(A solas, al caminar, deb ía apartar asu paso los planrines conun pie.)

-p5¡á bien, lo llevo -dtl" por fin el hornbre del shorr.

Frusto cargó en un brazo la maceta de plásrico negro en la queel erbolico sobrevivíe con lo justo y caminó hasra el mosrrador.Le envolvió en un papel que engrampó con una abrochadora,convirriendo la tnaceta en un sobre (d. hecho, "sobre vivir" es"vivir en un sobre"), dio un golpe con un dedo en Iacajaregiscra-dora, guardó los billetes que le hab ía dado el hombre del shorr,dejó ceer unas monedas en la palma d.e su mano r esperó a queel hombre saliera Penvenir a mi encuenrro. Se reía por lo bajo.Lo mi té y me sonreí.

-Tenía un raJo rremendo en el panralón

-me dijo.

-¿El ripo que salió reciéni

Asinció con la cabe za. Ahora se reía abierramente.

-fv[s tuve que hacer el antipácico, Do podía aguanr ar lerisa.Una pizca de sim paúay terminaba a los golpes. Se le veía Ia rayade purlra a Punra. ¡Y lo contenro que salió con su plancira!

-Tb juro que no lo vi...

-Se le va e egrendar cuando se agache para merer la plancaen el aufo.

-Ahí se va a dar cuenta -le dU.-. Va a senrir el peluche

del asienro en el culo.

Se rió.

-¿En qué re ayudoi -me dijo.

Sergio Blzzlo r t6l

-No, €o nada, voy a llevar esta nomás -le

dU. señalando

con el mencón una yunta de flores de pétalos carnosos que se

abrían migicamente en la cima de un palito plagado de espinas.

-Ag*a y sol -dUo -,

mucha ^gu^

y mucho sol. Se muere

el' mes que viene. No la tires: vuelve.

Le hice un gesro con la cabeza, e\go así como un agradecí'

mienro: la información que acababa de darme no tenía ningún

sentido Para mí.

Ese díe, y eLorro díe,lo seguf, le primer e vez hasca un viejo pub

morado, donde se enconrró con emlgos, dos varones y una

mujeq, con los que tomó cervezt, ientado¡ e una mesa en la v€Il-

rana con caras de nada, hasra que ¡ubieron rl suto de uno de

ellos y se alejaron a roda vclocided, y la regurtda vez helta $u

casa, un edificio de los aíros 60, de cinco piros. [Jn minuto des'

pués levantó la persiana del segundo piso, salió el balcó¡r, tiró

un cigarrillo a,Iacalle y volvió a entrar. Vivía con su madre,'le

mujer del vivero, que llegó una hora más tarde. Eran las nueve

de la noche.

Me fui.

Cené con Julián y con Diana. (Julián dijo que los platos vola-

dores son los aviones.) Lo llevé a su cama y L" Ieí Moc y Poc, d.

Luis María Pescerri, nuestro autor favorito. Trab a1é en el guión

hasca las dos de la mañana. Cuando entré al cuarco, Diana tpagó

Ie\uz. Me desvesrí resoplando y crujiendo, como si no me fun-

cionaran las articulaciones, I me metí en la cama. Diana me dio

la espalda; al ebrezerla me sentí de nuevo flexible. un minuco

después le pregunré si estaba bien.

-Sí -dU" -. ¿Por qué?

-Te no¡o rate.

Page 83: Era el cielo

168 r Era et cieLo

Giró hacia mí sin soltarse de mis brazos f me miró en la oscu-ridad.

-Yo también te noto raro a vos.

-Debemos estar raros, en[onces,

Me sonreí.

Ella no.

Cerramos los ojos, ajustamos el abrazo y duranre un buen rarofui consciente de que seguía despie rte y de que a su vez ella ereconsciente de que rambién fo seguía despierro.

Algun l vez, durmiendo con Yera, soñé con Diana. Esa nochesoíré con Vera. Soñé que Vera giraba sobre un pie; se reíe comosi bailara Pero no era un baile sino exectemente un giro, un girocontinuo y a distintas velocidades, a veces muy despacio, como sijugata con la idea de perder el equilibrio, y e veces ran rápido quesus rasgos se borraban.

Al día siguientg después de mi sesión con el Dr. Comas, volví alvivero cuando cerraba. Fausco subió al mismo auro al que habíasubido un Par de días atrás y, como aquelle vez, el auro (sin dudala prolongación ené rgica de un idiota sin carácrer) volvió a ale-jarse a toda velocidad.

El viernes lo esperé en un taxi. Esta vreztcomo si se trarara d.e

un juego, Fausro salió del vivero con su madre y emp ezeron e

camin et e Paso lento por la vereda; ella iba romada de su brazo.Bajé d.el taxi y los seguí por la vereda opuesra.

La madre iba diciéndole algo, se diri gía a él con gesros vehe-mentes de la mano libre y éI asentía con la cabe za.Iba mirandoal suelo, Pero daba la impresión de estar pensando en orra cosa

más que de escucharl a; de ranro en ranro levanraba la visra y I^fijaba en alguna chica que pasaba, o en una vidriera.

Sergio Bizzio r 169

El monólogo de la madre se prolongó durante dos cuadras,

hasra que llegaron a una helade ría.. Allí se soltó del brezo de su

hUo y entró a comprar un helado mientras que él se quedó efue'

ra mirando a La gente que iba y veníe, un flujo constante a esa

hora de la terde, que enseguida pareció molestarlo; con las

manos en los bolsillos caminó hasta el cordón de la veteda,

^p^rt^ndose. :Hrízo un llamado con su celular, un llamado muy

breve que lo animó, rras e[ cual hizo orro, con el que emPezó e

reírse. Hablaba ran alto -no el volumen en realidad sino el bri-

llo de Lavoz-que desde h vereda dc enfrente yo podía cePta.r'

1o con toda nitidez, aunque no etlrendiera nada de 1o que

d,ecíe. seguía hablando culndo ¡alió Éu rnadre (con la lengua

mante níe a. :rryluna monteñe de creml f con la cucharita Lt ?lta.'

caba), seguía hablando mienrras cruzrbrn la celle hacia la plaza

y siguió hablando hasta un buen reto despué¡ de que ;u rnadre

ocupara un banco a[ pie de una estatul que $e inclinaba hacia

ella con un traPo en la mano.

cuando por fin corró puso un pie sobre el banco, cruzó los

brtzos sobre la rodilla y se quedó un momento pensativo. La

mad.re le dr.¡o a!go, quízi\e pregunró con quién hablaba. Recién

enronces é1 reaccionó y se sentó a su lado. No me Pateció que

hubiera respondido ela,pregunte.Le madre volvió a habler Y e

medida que hablab e éI perecía más y más abatido, hasta que ella

le dio un golpe amisroso en una pierna con la palma de una

mano. Él l^ miró. Ella le dijo algo y éL se inclinó hacia adelante,

apoyó los codos en los musros y dejó ceer la cabeza,qtrese bam-

boleó suavemenre, sin neg ar, re\ajándose.

La madre desvió la vista hacia un niño que golpeaba el agua de

una fuente con un palo. Ten dríecinco o seis años. una chica v€s-

tida de mucama se mantenía cerce de éI,con los brazos cruzados,

mirando erenramenre a 1o lejos, como si estuviera esperando la

Page 84: Era el cielo

Í7o r Era e[ cieto

llegada de alguien. Daba la impresión de que esra no era la prime-revez que alguien no llegaba. Fausco se echó hacia arrás y Lrhízoun gesto a su madre con la cabe zet" ¿venlosi", pero la madre esta-ba tan concen trada en el chico que él no ruvo más remed.io quemirar hacia donde miraba ella. El chico había solrado el palo ycrepaba Por el borde de la fuente. La mucama segu ía deespaldas.

El chico se descolgó por el borde interior de la fuen te y d.uranreunos segundos se quedó inmóvil, sorprendido, como si se esru-viera haciendo pis encima; después empezó e caminar por el

agua. La madre llarnó a la mucam a. La mucam a gir6. La madreseúaló hacia la fuenre con la misma mano en la que sosren ía Ieúlcima micad del vasito de helado, i[üe inmediaramenre d.espués

se llev ó a la boc a. La mucama dio una carrerira hasta la fuencgagarcó de las axilas al chico y lo sacó del agu e, retíndolo y lamen-tándose. Ahora esraba muf ansiosa. Le quiró las zepeúIlas, lasmedias y el panral ón y los extendió sobre un banco con la espe-renzede que el sol los secara lo más rápido posible: no podía vol-ver con el chico así. ¿Q"é escaba haciendo ella mienrras el chicose metía en la fuen te? La echarían. El chico lloraba agicando las

piernitas desnudas, como un pulpo...Espiar a otro es enr arccerlo. Y cuanto más intrascendente es

el registro de sus acciones, más raro resulta. Pero no era ese efec-ro lo que me llamaba la atención, sino la absolura nada con la queconsrruía su vida. Violar e mi esposa, si ere la única mujerque había violado, debía ser el episodio más "inrenso" de su vidahasra el mornenro; esa idea basró pe:: que lo odiara con todasmis fuerzas.

Esa tardg y I^ siguien te, y la siguienrg enconrré nad a, y nad.a,y nada. Lo vi salir al balc ón y escupir; lo vi cerrar los ojos y alzarla cere al sol en la puerta del vivero durance cinco ridículossegundos de ansied ed; lo vi dorrnirar en la taffic esracionad.a; lo

Sergio Blzzlo I r7r

vi salir de su casa con una remera rosa, detenerse y entrar de

nuevo y vorver con una remera ezul;lo vi charlando con un veci-

no (un anciano que perecíadivertirlo o del que se burlaba); 1o vi

romando cer r""^y leyendo el diario, solo, en el Pub morado; lo

vi enrr ^r aun shopping, recorrer la mitad de la planta baja, vol-

ver sobre sus pasos, subir a un raxi; lo vi pasarse la mano por la

cebeze, hacer gesros de impaciencia, limpiarse las uñas con una

llave, camin ^r ^discinras

velocidades, despacio, rápido y otra vez

despacio, como si ninguna ocurrencia o ningún propósito ruvie-

ra, La, fuerze suficienr. pera hacerle manrener el ritmo más elli

del impulso inicial. Hasra que una noche me guió al encuentro

de Vando Mo rea'' el rubio'

ril;

t

i,l

t,,,

tl

il,

I

Page 85: Era el cielo

Yo me ocupaba de los asuntos de ord en prácrico, d.e las finanzas,del rnanrenimiento fisico de la casa y d"la seguridad en general.(Diana es muf confiada y desaprens iva;mienrras esruvimos sepa-rados la llamaba de tanto en tanto por la noche

-la hubier e IIe-mado todas las noches- pere preguncarle si había cerrado la

Puerta -Diana era cePez de dormir con la puerta abi erte,comosi viviera en Montreal- o si había encendido la luzdel frenre, alo que ella resPon díe con un gruñido.) Thmbién me ocupaba deque nada la molestara cuando escribía. Escrib ía amano, en gran-des cuadernos de hojas sin renglones, muf despacio, siempre demañana, con una teze de café al lado y música de JeanSibelius oLeos Janacek a bajo volumen. Casi no tachaba; basraba con echar-le url visrazo panorámico al cuaderno peresaber que había mas-ticado cuidadosarnente cada frase antes d.e ano tarla.

Yo nre serlría parte del rra zo clero r sereno de su lecra.El día que volví ternrinó un relaro. Quiero dec ir, Diana termi-

nó de escribir un relaro. Yo llevé a Julián a dar unas vuelcas enbicicleta. Escribir es una de las mejores cosas que Diana podíahacer Por é1. Juli án veía a su madre apasionada. (¡El bien que leharían ranros padres a sus hijos si l"y"ranr)

Esa nochg mientras comíamos, sentí que no habíamos czrrr-biado, que éramos exactamente los mismos que éramos d.os añosatrás. Y me asuscó la idea de que todo fuera un error; no que

Sergio B¡zzlo t t7t

fuera un error haber vuelro, sino que había sido un error irme de

casa y que ese error conCinuaba ahora que había vuelto'

Julián me preguncó si iba a quedarme a dorm ít y me dio un

beso y un ebrtzo cuando le du. que sí. Diana 1o llevó e su

cuarto.

Yo salí al jardín. Hacía tanto tiempo que no lo miraba que

ruve [a impr"sión de que el jardín enrero se irguió cuando salí,

como si hub íereendere zedo [a espalda. Ahí estábamos otra vez'

Tuve que decirme que era normal que me sinriera incómodo o

raro. ya dej xíede sentirme así cuando supiera quién era. o en

qué nos habíamos convertido Diana y yo. pero eso llevaría un

,i.*po. De momenro ya no ibr a irrquietarme que Julián y Diana

estuvieran solos'

Después arravesé la casa de una Punta r [e otra -como había

hecho [a noche anres de irme, eurlque ehora a paso rápido-t

encend í La Luzdel frenre y me aseguré dc que lr puerra de calle

escuviera cerrada con llave'

El primer díe fue así'

Le pregunté cómo escaba Y dijo:

-Bien. ¿Qué es roda esta locura del tipo que entra a matar

en edificiosi Lo esroy viendo ahora misfrro, no 1o puedo creer.

-¿Lo ^garraroni

-No. Ayer mató a tres Personas cerca de ecá, está todo el

mundo hablando de eso. ¿Dónde estásl

-En la calle.

_Es rerrible. Hablé con Trini. Me duo que lo echó a Nudler

p^r^siernpre de su cas ^

y que ahora no se anima ni a abrir la

PUerta.aaa

Page 86: Era el cielo

rZ4 r Era eL cieto

-¿Holái_Sí.

-Pensaste que no te queríar inoi

ooo

-Yo también lo pensé, pero ahora re odio. El odio siemprenos da orra oporrunidad, ¿no? Esperá , voy ^ epeger la rele...¿Holái

-Hola.-ooo

-.Verai-a

a o

-¿Holái-H.^y cosas ruras por todas partes... Dios mío, h^y cosas

cufas Por todas partes. Y yo lo único que quería era hacerre bien.

-Verx.,,-¡Se prendió el relevisor!

-¿Cómoi-EtP erá.., ¿Holár ¿Podés creer que el relevisor se prendió

soloi Debo haber... ife vas a Espaírai

-Sí.-¿Cuánro

riempoi

-a"ince días. Esruve haciendo un curso...

-Qué ridículo._Sí.

aoa

-¿Cómo vas con tu novelai

-Bien. ¿Llamaste Perepreguntarme cómo voy con la novelai

-No.-Es como un agujero negro, va todo a pa rar ahí.

tao

-¿t{olái

Sergio Bizzio r Í75

-Estoy eca

-Yo estoy tci,Esta mañana me levanté y sentí que me asfi-

xiaba... Enconcré un papel abollado abajo de un sillón. Decía:

"papi, re devuelvo lo único que te debd'. Pero no era tu letra.

¿Qué es esoi

-Una frase de Dalí. La escribió Nudler'

-oil

-Ver 1...

-Qué.aaa

-¿Ho1á?

-Sí.-¿sabés

qué me dijo une vezun tipo en unl fiesta? Me dijo:

"Tenés cara dezotro de oro muerto Cn [r fUerlte"' Me dUo eso y

se fue.

-Es un versito de Montale.

-¿Cómoi-Ergenio

Monrale, un poeta italiano. "El zoffo de oro'

muerro en la fuen t¿'.A lo mejor no es de Montale, a lo mejor es

d. Q"asimodo...

-¿Es verdadi

-¿Si es verdad quét

-¿Es un verso?

-Sí.-¿Sabés

todoi

-Casualidad. Lo leí. Lo recuerdo'

-¿Qué quiere decir?

-No sé, no tengo la menor idea. ife lo dr.¡o un italianoi

-No, uo argenrino. Pasó al lado mío, me dijo eso y se fue.

Nunca lo había visro y no 1o volví a.ver.No sé por qué lne acor-

dé de eso ahora... ¡Síl Me sencí halagada. Inquiera y hala gada',

Page 87: Era el cielo

rZ6 r Era et cieto

un efecto muy rufo sobre mí. Recién, cuando ibas a decirme algo

f no dijiste nada... No imporra.

-Sí.-Me acordé de eso.

aco

-Te juro que me da todo ranra lásrimá....

-Lo siento, Vera.

-Empecé algo nuevo.

-¿En qué senridol

-¿En gué sentidoi ¡Empe cé a esuibir algo nuevo! Escribí unarole escene. Culndo termine la nov ela voy a seguir con eso. Oíesto. Él .s un kerareka, el mejor del mund.o, un Bruce Lee. Tuvouna hUt Y l^ abandonó para seguir con su car rere. Cine, relevi-sión, publicidad, mucho cine, cine, cine. pero no era solamenteuna gloria, además era un genio. Un genio de verd.ad. Muchosaños después de haber abandonado e su hija, ye rerirado, yeviejo, vive en una isla, y su híja, que ha seguido sus pasos, profe-sionalmenüe hablan do,y que riene su mismo ralenro, lo busca, loencuentra Y ve e verlo. Emoción, llanto, etcéteret el karateka

Parece un pelele. Esa noche se sientan los dos en la aren 3, aori-llas del mar. LJno al lado del otro, pad re e hija,los d.os en silen-cio' Sopla un viento muy fuerte. Tienen un millón d,e cosas quedecirse, pero no saben ni cómo empezar. El ruido del vienro esmuy fuerte Y en cierra forma los escud,a, los ayuda a mantenerseen silencio. En dererrninado mornenro la hU" le pide al padreque le enseñe su mafor secreto. Es lo único que le pide. El s€cr€-to de su técnica, digamos. El anciano la mira. El vienro soplacada vez más fuerte, suena tan alco que parece arrificial. El ancia-no niega con la cabeza.Ella dice "po, favor". El anciano enton-ces se levant a, da un Par de pasos hasta la orilla, se con centre, yda unos golpes en el aire con las manos y los pies, unos golpes

Sergio Bizzio r r77

breves y veloces, casi como si escribiera en el aíre con el cuerPo,

y "Iviento

cesa por completo. Después vuelve a sentarse junto a

su hU". Etla esrá boquiabierta. No lo puede creer. Le dice:

"¡Detuviste el vientol Dios mío, ¿cómo lo hicistei". Él la mira y

le sonr í" y le dice tranquilamente: "Casualidad".

-Es genial.

-Lo escribí pere,vos. A mí también me gusta, Pero lo escri'

bí y [o pensé para vos. Todo lo que escribo lo escribo Para vos.

Lo que más me gusta de mí va siempre dirigido a vos... ¿Entendés

por qué re odioi

Corré con Vera y me senté a una mesa en la vereda de un bar del

camaño de un bor 6n, e metros de la casa del rubio. En la mesa

de al lado había un hombre de unos setenta años, con e[ pelo

blanco muy largo, casi hasra los hombros, muy prolijamente

peinado y vesrido. Lo miré sólo porque e[ estado de sus zlPatos

-resquebrajados, sucios- desentonaba con el resto de su roBa'

y por un momenro me dis vaje considerando la idea de que uno

empie zt rcelrnenre a envej ecer cuando descuida el estado de sus

zapatos, más que de cualquier otra cosa' como si se emPezetl e

envejecer desde abajo, Y d" Pronto me dijo:

-¿Sabe córno fue que enloqu ecí Yo?

-¿Perdóni-¿Sabe

cómo fue que enloqu ecí?

Negué en silencio con la cabeza. Su voz era sueve y tranquila

y se dírígía,a mí con ademanes tan amables que no pude fie$a;t-

me a escucharlo, aunque por un instante deseé que me tra ge;ta'lí-

tierra.

-Mire qué simple -dUo-:

una noche tuve un sueño y no

pude salir más de ahí.

Page 88: Era el cielo

r78 r Era eL cieto

En el centro de su mesa (literalmente en el centro, obses ive-mente ubicada en el centro) había una copira con un líquidoesPeso de colo r azul, sin duda uno de esos licores Cusenier quecubren toda la paleta de los colores primos (recordé que añosatrás en algún lugar de veraneo había probado el de color rojo yque me había encanrado f que me había promerido beber siem-

Pre esos licores Pero que nunca había vuelro a probar uno ni aPensar en él); se llevé la copira a los labios, bebió un pequeñosorbo y despué;, durante un momenro , trabajó a conciencia pereuhicar de lluevo la copita en el cencro d.e la mesa. Inclinó apenasla cabe z,a a, u¡r lre{ o y e orro, midiendo las disrancias, se dio porsatisfecho f giró de nuevo hacia nlí.

-p¡¿ de noche -dijo-. En un claro en el bosque, o en lamonraña... Vea qué curioso: vivo en ese sueño desde hace añosy no rermino de saber si se trata de u¡r bosque o de la montaña...

-sacudió la cab eze, hizo un chasquido con la lengua- . Ér^-

mos unas veinte Personas f acababa de llegar un nuevo grupo.Thmpoco sé a qué se dedicaba roda esa genfe... Lo cierro es queesa noche soplaba un viento fuerte y muy ruidoso que dificulra-ba la conversación, (¿L^ próxima novela de Vera fa esraba en elaire, en el aire de la psicosis, tambienl) Habíamos encendido unafogata, como codas las noches, y elmáximo plac er eresentarnosalrededor del fuego a conversaq, pero el vienro, como le digo, ulu-laba, era el Protagonista absoluco de la nochg aunque no conse-guía hacer volar una sola chispa. Yo estaba e cergo de alimenrarel fuego, de tnantenerlo vivo, así que d.e tanto en tanro me apar-taba, tecogía algún leño del suelo y volv ía para echárselo en laboca, si me permite la rneráfora. Bien. El sonido del vienro eretan fuerte que debíarnos leernos los labios. En el grupo había ungran narrador, un hombre joven, obeso, con una boquita delcamaño de una ranura de teléfono público, que noche a noche

Sergio Bizzio t r79

solía compecir conmigo: yo relataba primero algo, después rela-

caba algo éL. Por supuesto había otros narradores, en realidad

todos en el grupo eran narradores, pero como decía mi madre

"son muchos los llamados Y somos Pocos los elegidos". En el

conringente de narradores que acababa de llegar había una mujer

muy hermosa, de rcz y pelo tan oscuro que daba la impresión de

no rener cabe za cuendo se aparraba de la luz del fue go y de recu-

perarla cuando se acercaba. Irrrnediacamente me sencí atraído

por ella. Había nocado que la rnujer, mientras yo decía mi rela.'

to, leía mis labios, lógicarnente, Pcro que aProvechaba mis Pau-

sas para mirarme a los ojos, corno si yo también le guscara. Eso,

si me permire la confidencia, rne excitó. Di tantos detalles,

enrrando y saliendo del asunco principal, que por momentos,

mienrras hablaba, temí no volver a alcatlzar orra vez ulle cima

semejanre. Cuando terlniné se pusierorr todos de Pie y a¡rlaudie'

ron a rabiar, aunque los aplausos no se oíetr. Después volvierotr

a senrarse. Era el tunlo del joven obeso. Yo llle aparté unos

segundos pwe recoger un nuevo leño (e[egí un leño grande,

ancho, seco), pero el joven no comenzó su relato hasra que volví.

Enronces veo que la mujer de pelo negro se adelanta (aparece su

cabeze) y *. dice algo a voz en cuello. Yo me llevo una mano a

modo de pantalla sobre una oreja,, dándole ^

entender que no

escucho nada.La mujer vuelve a decirlo en voz más e\ta, griten'

do. Me doy cuenra de que gritapor la expresión de su care.Y

esta vez creo entenderla. Dice: "¿Qué se siente ser un geniol".

¡Diosl ¡Q"é pregunta! Yo me sonrío,agacho la cabez y vuelvo a

mirarla, ahora pesrañeando con pudor (como si por primer^ vez

me molesrara el vienro). Ella, sin ernbargo, vuelve e gritar. Grita

tanto que Ia. care se le deforma. Enciendo que quiere una r€s-

puesra, pero ¿cómo se responde e ta Pregunta 'qué se siente scr

un genio' en medio de un ruido como aqueh Le hago una seña

Page 89: Era el cielo

t8o r Era et cielo

en tirabuzón con un dedo, indicándole que podemos hablar de

eso después, en otro momento, cuando el viento hrye cesado.

Eso parece molesc erla,Y en ese preciso instante el viento hace unsilencio y yo puedo oír a, Ie mujer con roda claridad grirando:"¡Qué se sienre el del leño!".

DU" eso f emp ezó a reírse. Se reíe con una risa bajica pero

profun da, retorciéndose, echándose adelan rc y arrás y dando pal-madas en la mese con el co¡rsiguiente desplezamienro de la copi-ta desde el centro hrcie el borde. Agarró la copita y, sin dejar de

refrse, lr ro¡tuvo en su mano mienrras decía, casi ahogándose:

- Lo ree uerdo todo el ticmpo... Me río de golpe, me río en laeem¡, en el baño, etl el colecrivo, en e[ banco, €r1 las fiesras, en

h mire, en el cine, donde sel. ¡Me acuerd o y me río, señor, merío! ¡A rní ese sueño me ha hecho felizl Hasra que no lo soñé eraun amargado , vívía tenso, insarisfecho, nervioso, deprimido, r1o

hecíemás que recordar el amor perdido, maldecirme por no renerforruna, sentirme enfermo por cualquier cosa. Quería caminarmás rápido de lo qt" podía f sacar más de lo que enrraba, pordecirlo de alguna manera.

Me miró.

-¿Y usred e qué se dedicai -duo, poniéndose serio de

rePenre,

-Soy guionisca de relevisión.

-Lo sienro -dijo é1.

Y cabeceamos los dos.

se hizo una pausa, una pausa grave, no exagerada pero sí

injustificada, como si acabara de decirle que asesinaba genre

Por dinero o que hacía comerciales de cerveze (por dinero,

ipor qué más, si no?). Después el hombre llamó eI mozo, pagósu coPita, se levantó, me saludó con la mano y se alejó sin reír-se. Una sola risa, un mínimo encogimienro de los hornbros

Sergio Bizzio r t8l

mienrras se aLejabe y yo no hub iere creído una sola palabra de

lo que me había dicho.

Lo seguí con la visra hasta que dobló la esquina. Creer en su

relaro o no en algo que no teníaIa, menor imporEalncia, después

de todo. Enronces vi unas llaves en el suelo, debajo de su rnesa.

Me levanré, las egarréy fui rápido hasra la esguirra Para llamar-

lo; no debía esrar muy lejos. Y de pronto epareció frenre a mí.

Casi chocamos. Le mosrré las llaves.

-Me di cuenta de que no las Cenía -duo

egttrindolas-r

Gracias.

-Por favor.

-Adiós.Giré pelmvolver y tenía al rubio enfrente.

A él lo sorprendió verme y a mí que me conociera'

Algunas cosas son ran sencillas que resultan apabullantes: me

conocía porq ue conocía a Diana. Fue lo primero que se me ctuz6

por la cabe ze,Le conocía desd e 6ntes de violarla'

Esrábamos a cinco mecros de discancia y elefecto que tuvo ese

daro fue el de un brazo que se estira literalmente (el suyo) P^re

frenarme poniéndome una mano en el pecho' Sé lo que pensó:

"Diana se lo drjo'. (Qui zi inc\uso haya, evitado el "Dian i' .)

Nos miramos con fijeze, nos miramos fijo, fijamence. Fue un

segundo, pero supe que 1o reco rd?¡.jíe como a una latge mirada.

su rraje (vesría un ambo gris, una remera negrí- y z^P^tillas al

tono) quedó moviéndose después de que él se deruvo¡ brisa,

inercia ,fantesía o rodo ela,vez,el rubio se acopló inmediaramen'

te al movimiento del traje y dio un Paso hacia mí'

Fui yo el que cubrió el resro de la distancia que nos separaba.

-Tenemos que hablar, ¿nol -fue

1o prirnero que dUo'

Page 90: Era el cielo

r8z r Era e[ cieLo

-Sería buerlo.

Se llenó los Pulmones de aire y espiró veneno mirando a sualrededor como si consid erere lá posibilidad de salir corriendosin humillarse.

-¿El barciroi -ptopuso.

Vi que el barciro, increíblemenre, se llamaba "susurros".

-ftf6 sé si vatnos a poder hablar de esto en susurros -le dt;.

y me arre¡rcntí en el acto: un mero alarde de bobo ingenio, enrllla siruación así. Pero él no pareció darse cuenra de nada.

Señalé con el rrrenrón por encima de mi hombro.

-Vivo alrf -dUo.

Lo dijo después de pensarlo.

Y después de decirlo melió urla nlano en el bolsillo, pasó a milado y puso la llave en la cerradura.

No me miró más, ni cuando abrió la puerra ni cuando se eper-tó para dejarme en trer.

Tengo que hacer algunos comentarios: meció la mano en elbolsillo con decisión, pero no como si esa d.ecisión fuera el resul-tado de lo que pensó sino más bien interrumpiéndose, impacienre;lo mismo cuando pasó a mi lado: hasca un robor hub ierasenri-do su impulso. Pero mientras abrí alepuerca y cuando se aparcó

Pere dejarme enrrar, pens aba,pensaba a roda velocidad, pensabay no me miró Porque no había nada en el mundo aparre de loque él pensaba.

La cas e ere,., bueno, estaba codo puesto, como exhibido: unacasa en bascardillas. Sospeché hasra de la naruralidad con que sedescolgaba del cecho una planra de rallo largo en el hall de enrra-da' Era evidente que el decorador se había sacado chispas con elesrudio de arquirecrura que la hab ía proy,eccado; mirándola, casipodían oírse sus conversaciones, manejaban concepros y se decíancosas como "le fuerza de este volumen" y "pere enfaúzar las

Sergio Bizzio r 183

fugas", en tanto que el decorador se hab ía rccostado en el Presu-

puesto del propietario como en un puf,, desde donde no siempre

había elegido lo mejor pero sí lo más caro. Algunos muebles,

incluso, parecían diseñados ad boc pera bombardear el rrabajo

conceprual del estudio.

Todo er;- grende, hasca la luz. Grand e y blanco, ordenado y

limpio. El vajegris del rubio rne pasó a[ lado como una sombra.

Lo seguí hacia el estar: chirnenea, mesa ratona ovalad a, cetca.-

da por anchísimos sillorres de cuero, montañas de videos y CDs,

una obra de Jeff Koons en la pared.

-Voy a tomar un whisk¡ ¿It sirvo unol

Asenrí, más porque [a formuhción del convite era descortés

que porque tuvie n genas de beber.

Miencras él iba a buscar el whisky me quedé parrdo curiose'

ando aLIi y aquí. Era la casa de alguien cxiroso o de alguien que

quiere serlo. En principio cenía dinero y lo inverría en resulrar

contemporáneo. fbnía todo lo que h.y que rener. ¿Quién ere, e.

qué se dedicabai Lo único que sabía era qu e éI sabía quién ere yo.

-Lo ganamos el mes pasado -dUo de pronto a mi espalda.

Me di vuelta. Agarcé la copa que me ofrecíeY Pregunté qué.

Señaló algo sobre la chimenea con la misma mano en la que

sosrenía su copa y enseguida se Ia llevó a los labios. Miré hacia

ehí,pero no supe qué había señalado ni qué había estado miran-

do yo. En el volado de la chimenea había por lo menos una dece-

na de objeros qug excepto un Mickey desnudo y con una ectec'

ción, podían ser premios.

Ahora mismo no puedo imaginer un desinterés más grande

que el que sentí en aquel momento por sus premios. Y entonces,

jusco cuando menos sabía gué decir, entendí a qué se dcdicaba,

qué ere lo que hecía.

Dios mío, me dije.

Page 91: Era el cielo

t8+ t Era e[ cieto

Le pregunté:

-¿Cómo se llama la agenciai

ÉI hizo dos cosas, no sé en qué orden; una, corregirrne ("pro-ductor í') Y la otra tlzar las ccjas, como si le extr añareque Dianano me lo hubiere dicho.

Me quedé mirándolo.

-"$srvicio técnico" -dijo por fin.

-¿Se llerna asíl

Asinrió, orgulloso del nombre.

-Me gusra más pe'"e un restaurance -dije.

Se son rió, dio media vuelta y caminó rápido hasta el fondo dela sala, donde había un control remoto sobre una mesira ; Io aga-ttó,lo apuntó hacia un ventanal, presionó un botón y las persia-nas emPezaron a levantarse. Daban a un jardín En mirad del jar-dín había una pileta de natación y más e\láuna especie de refugiomarroquí (arcadas, almohadones) que no combinaba en absolu-to con el resto de la casa. El rubio estaba tenso, ansioso. Me pete-ció que emPezaba a considerar la posibilidad de que Diana nome hubiera dicho que él la había violad o y que acciones cornolevanrar las persianas o fingir que buscaba las llaves enrre losalmohadones del sofá, como hizo inmediaramenre después, erauna forrna de demorar el asunto por el que esrábamos allí mi€rl-tras resolvía o adivinaba qué ere lo que sabía yo. Si alguien lehubiera garant izado que podía acercarse e la verdad sólo congener tiempo, s€ hubiera puesto a lavar los pisos f los plaros y asoplar el polvo de sus premios.

Por segund e vezse palpó los bolsillos. Hizo un chasquido conla lengua. Después fingió recordar que había dejado las llaves enla puerta de entrada. El recuerdo era fingido, pero las llaves esta-ban ahí. Fue a buscarlas. Volvió y mepidió un cigarrillo. Le diurlo. Lo encendió. Pensé, mirándolo: "Sabe que lo úlrimo que

Serglo Bizzio r I85

puede hacer antes de em Pezü a hablar es soplar el humo"' En

ese momento sonó su celular.

Me llamó la arención la cantidad de cosas a las que puede a;fe'

rrarse un hombre asustado. Todo el ciempo sucede algo, o hace-

mos que suceda; si esto seguía así, en la medida en que yo me

manruviera callado, esperando a que empez arrl. l hablar, podía

asisrir al especráculo de una constelación de nimiedades encade-

nadas. Lo curioso, sin embargo, es que é[ era más joven y mucho

más fuerte que yo. No podía tener miedo de mí.

Si ahora cebíe la posibilidad de que Diana no me hubiera

dicho que la habían violado, que élIa, había violado, debía estar

^ffepenrido de haberme hecho entrar a su casa. Después de codo

nos habíamos encontrado caminando, nos habíamos encontrado

en movimienro; unos segundos rnás y me hubiera visto sentado

a la mesa del barcito en la vereda y hubiera entendido que esta'

ba esperándolo, pero no fue así. Yo incluso había dejado atrás su

casa, había pasado junro al paredón pintarrajeado y descxscxrx-

do que cubría el lujo de adenrro cuando nos vimos y nos sor-

prendimos de vernos, como si se tr,.tarade un encuencro casual'

En ese momenro fue imposible simular nada, pero lo más proba-

ble es que si é1 no se hubiera detenido al verme, delatando que

me conocí a, yo lo hub íeradejado pasar, como había hecho y^ en

varias ocasiones con el ripo de la cabeze rtprda. Me hubiera

limicado a seguirlo y a espiarlo sin emoción hasta que supiera

qué hacer o qué podta hacer.

-Nada, estaba acicharlando un Poco con u11... amigo -oí

que decieal teléfono, mirándome de reojo.

No oí su vozduplic arde, ni doble, ni patinando, ni con cátnara,

no oí chillidos merálicos, ni el susurro amplificado de lo gue le

düo aquella carde a Diana, no me asalcó el flash del cuchillo en su

boca, las paredes no se pusieron a girx, no hubo fogonrZo$, ni

Page 92: Era el cielo

186 ¡ Era e[ cielo

mareo, ni saltos en el tiempo, nada se borroneó, no apreté los pár-pados, ni las mandíbulas, ni los puños, no perdí la conciencia, micorazón latía normalmenre y todo a mi alrededor seguía el rirmode su propio sentido: unl brisa movía la sombra de unas ramasen la pared, emPezaba e caer una lluvia apenas visible, ran fina yespaciada que parccl¡ más bien un efecro de laluz.Pero enroncesme vi a ml mistno buscaudo algo con qué limpiar las huellas dernis dedos e¡r la coPa y supe qué era lo que iba a haces mararlo.

Finalmente cortó.

-¿Qué es lo que querést

-duo y fue a servirse orro whisk¡

-Escuchart" -dU e yo.

La conversación celefon ica,por el mero hecho de haberle dad.oun respiro , parecía haberlo envalenconado, pero igualmente se

Protegió detrás de un sofá, con los codos apoyados en el respal-do' Dejó caer la cebeze entre los hombros y cuando volvió elevanr arla dijo:

-Te lo cuento rápido y te vas. ¿De acuerd.oi Tengo orrascosas que hacer.

Asenrí.

-Me dejó -duo.

Hizo una pausa ran largaque dio larodo lo quc esraba dispuesro a conrar.serio, callado.

impresión de que eso era

Yo seguí mirándolo fiio,

-De golpe me dejó. Así, sin ninguna explicación. Me dejó.Yo estaba enamorado de ella. Nunca me había enamorado denadie' Para rní fue como si me clevarauna estaca en el conzór.r....Me fulminó. Te juro que había noches en las que parecía que meiba a morir de dolor. Y no enrendía por qué. No quería verme,no atendía mis llarnados, de pronco era como si me odiara. LJna

Sergio Bizzio r t87

rarde fui e buscarla a su casa, lloré, me humillé, Pero ella rne

epartó con una mano y me volví [oco. Le pegué.

Sentí u¡p escalofrío.

-Diana no me dUo que "de Pronto" no quiso verte más" '

-du..-Esrá

bien, puede ser. Yo lo sentí así. Bs verdad: al principio

fuimos una vez a comer afuere, otra vez salinros a camirrar, Pero

no había nada que hacer. No digo que no había nada que hacer

con nosotros... Con nosotros no había nada que hacer, Pero

principalmenre no había nada que hacer con ella. Estab e fríe, me

decía rodo el riempo la verdad. Todo el tiempo me hecíe sentir

que era definirivo, definirivo como si me detest et^.Y después sí,

de pronto yl no quiso verme, oo acendía rnis llamadoS... Me

senrí ridículo, parérico, horrible, una cosa horrible. Empecé e

andar mal en rodo. Todevíe ahora estoy tratando de juntar los

pedacitos.

-Muy bien, ahora vamos con la verdad -le

dije.

Me miró. Yo desvié la visra buscando la botella. Fui hasta eLIí,

me serví un rrago y volví e p^rarme en el mismo punto en donde

estaba un momento atrás.

-Lo que re du. es la verdad. Me dejó,le pegué. Nunca le

había pegado ^ nadie. Me dejó de golpe y me enloquecí y le

pegué. Lo sienro. lHrízo que mi vida fuera un infierno. Eso es

todo. Ahora necesico darme una ducha' tengo una reunión

importante.

-a"ién es Fausto.

La pregunra 1o descolocó. Había salido de etris del sillón y se

había senrad.o, incluso se había hundido en é1. Ahora se cchó

lenramence hacia adelanre hasc e apoyar los codos en las rodillas,

la misma posición que había adoptado antes en el respaldo del

sillón: perdía altuta.

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Page 93: Era el cielo

I88 r Era et cielo

Estaba pálido. Tomó un sorbito de whirky; fue un sorbiro míni-rrro, Pero dio la impresión de haber querido vecier la copa y de notener fuerzas Para hacerlo. Todas sus esp eranzes, que eran una solaacababan de derrumbarse: sí Diana me lo había conrado.

Pensé Por él:" Está lleno de odio y yo solamenre soy más fuerrd'.Di un Paso acrás y apoyé la espalda en la pared. Ahora me

Parece que lo hice p^re darle espacio, pero lo que recuerdo de

aquel tnomento es un gran cansancio, un cansancio enorm e ypesado y hasra crujienre.

"Bueno", dijo é1.

Ol un soplido y me pareció haberlo oído decir "bueno" ylevarrté le visca. Es decir: me di cuenta de que no esraba mirán-dolo y oí un suspiro o un soplid o y levanré la visra. Él sí escaba

mirándome. Me miraba como une presa, pero no como una

Presa cualqu iera, me miraba con el orgullo de un predador queacaba de enterarse de su condición secund arie.Orgulloso y tem-bién irrirado.

-Un día me enteré de que me había dejado p6ra volver con

vos. Le odié con toda mi alma, y quise vengarrn€... -alzó

lacoPa, Pero a mitad de camino desisdó de beber; se inclinó y I^dejó sobre la mes e-. Fausto es un amigo de la infancia. Dianalo derestaba, decía que ere un idioca y lo es: nunca hizo nadabien, ni siquiera era cap az de mirarla con disimulo.. . Le d5e loque pensaba hacer y le pedí que me acomp afrera. El idiora se

frotó las mallos...

Eso era todo, por fin.Alzó la cara hacia mí y sus pupilas se agrandaron y achicaron

y volvieron e egrandarse como la lente de una cámara que hacefoco en su objerivo. No ruvo ciernpo. No se lo di.

t2

Cumplí con rodos los consejos prácticos del Dr. Comas P^t^

volar rranquilo. Fui al aeropuerto solo; sabía que despedirme allí

de Juli in,y también de Dienr, nle pondría nervioso. El Consejo

Núme ro Zera llegar descansado. Lo inrenté, Pero [a noche ante-

rior dormí apenas tres horas, tel vez cuetro, f tuve una pesadilla

exrraña, una pesadilla que senrí ajenr y que se repitió varias veces

a 1o largo de mi corta noche.

Ér"mos cinco hermanos. Estábamos al borde de un Precipi'

cio y rrarábamos de empujar al más grande. Yo me daba cuen-

ra de que una vez que lo riráramos, el más grande de los cua-

tro restantes sería yo y que los otros tres treterían de tirarme

a mí. Entonces dejaba de hacer fuerze.EI tercero 1o notebe, y

enrendía que después de mí el mayor sería éI, y tambié n deje'

ba de hacer fuerza.. y así hasta que ye nadie hacía nada por

xrojar al mayor. Resulrado: lo sokábamos y éL nos ctgrba a

patadas en el culo.

Me desperté con la sensación de que era un sueño de otro.

Volví a soñar 1o mismo y a despertanrre. La angustia tenía que ver

con la sensación de que era un sueño ajeno, más que con el sueño

en sí mismo. No hecít'tontacto" con su sentido -[o tenía, y en

claro, pero no me imporraba- i eracomo si alguien (no Dios, por

favor, pero sí ral vezel rubio) me obligar a a cítar un pasaje de su

inconscienre, o a visirarlo. La idea de que podía estar soñando un

Page 94: Era el cielo

r9o r EraeLcieto

sueño del rubio me aterró pero también me conformó. Y ya nome desperté la terc ere vez que volví a soñarlo.

Me despertó Diana. Eran las cinco de la madru gada.El aviónsalía a las nueve. Me di una ducha. Cuando terminé de vesrirme

bajé e desayunar. Diana había hecho café y rosradas y había

puesto eI Albutn Blanco de los Beacles a bajo volumen.

-Cómo me gusraría que ep^rezca un grupo así para la vidade Julián.,. -16 dU..

Diana se sonrió con cierca condescenden cia y me dU" que era

un buen díe, que el cielo esraba limpio. Todavía erade noche.

Habla estrellas en rodas parres, hasra en sus ojos.

-Te quiero -ls dU..

-fe también -dijo ella r me agarró de la . ¿Esrás

tranquiloi

-Creo que sí.

-La vas a pasar bien.

-Cuando vuelva. Cuando vuelva la voy a pasar bien, re lo

juro.

Tomé la mitad de una teze de café y, mienrras esperaba a quellegarael rernise que Diana había pedido la rarde arlrerior

-q uizá

en el mismo molnento en que yo golpeaba en la frenre al rubiocotl su trisre premio publicitario-, revisé las cosas que teníaque llevar Y que había dispuesco en el suelo, alrededor de unbolso de tnatrc¡: el pasaporre, dinero, rni agenda, uD bloc de hojassin renglones, dos lapiceras, el Kingsron con rnis archivos de tre-bajo, aspirinas, colirio, caramelos, una caja de chiclecs, una cajade tanquinal, una bocellica de agua mineral, anceo;os per^leery anceojos Para el sol y un par de libros. Gu ardé rodo en el bolsoy fui a dejarlo junro a la vaLija, en la planra beje,

Después subí al cuarto de Julián. Dormía boca arriba, con losbrazos abiertos, como si estuviera tomando sol. Tenía la sábana

Sergio Bizzio r I9I

enredada en las piernas. Las quité cuidadosamente y lo cubrí

hasta la cintura. Lo mi ré y noté que emPezaba ^ Perecerse a su

madre; hasra el año pasado se parecía mucho a mí, Pero sus rxs-

gos se hab íen despla zedo durante mi ausencia.. . Ahora Diana

y yo podíamos reconocernos en su cera en partes iguales, La

neriz y I^ boca eran de Diana, los ojos y \^ forrna de la cabeza

erenmías. Me senté en la cama y éIgiró y ^PoYó

un brtzo sobre

rnis piernas.

-P"pi, ¿puedo dormir un Poquiro mási -dUo

(sin abrir mis

ojos, moviendo apenas los labios de Diana).

Le drle que sí, que durmi era,, que rodaví e er^ temPrano y se

sonrió f una vezmás yo sentí la razón por la que daría mi vida Por

él aparte del amor. Falraban todavíe dos horas p^re que debiera

levantarse e ir al colegio. Tomé su mano de encima de mis pier

nas, me incorporé y d"pronto no supe qué hacer con ella, si apo-

yarlea un cosrado, si extenderla jurrto a su cuerPo o simple¡nen'

te deja rla caer. Entonces Diana entró al cuarto.

-LIegó el remise -dUo

en un susurro.

No me moví'

-¿Qué pasai -me Preguntó.

-No puedo solCarlo... -le dU..

Diana se emp ezó a reír. Se capó la boca con una mano y se rió

ranro que me conragió. Yo me reí de su risa, pero ella se rió d'e mi

rerror. Eso me calmó. Dejé la mano de Julián sobre la cama, le di

un beso y salí del cuarto siguiendo a Diana, que iba negando

divertida con Ie cebeza.

Orro consejo del Dr. Comas era usar ropa cómod a y de algodórr

y zepetos acordonados y con suela de goma, no me Pregunten

por qué: yo no lo preguncé. Lo hice. Le productora tne había

{'1itiiIit¡I

,

Page 95: Era el cielo

r9z r Era et cieto

pagado el pasaje, así que anedí una montaña de monedas y locambié por un pasaje en prime ra chse, donde los movimienros flos ruidos del avión son menores. El Dr. Comas aplaudió midecisión cuando se lo comenté. "Vas a tener un vuelo fascinante",duo. usaba ese rérmino con frecuencia de tic.

El conducror del remise no habló: dormía (o esraba ran con-centrado en el camino que parecía dormir).Tuve menos miedo de

eso que de la sangre empapándole le cara al rubio. Hab ía caído

Para ecrás con cierte entereza, como si supiera que iba a golpear-lo. Pero enteguidr se lcvrntó y se puso a aulla r y edar salciros de

lengoltl ¡llá y rqul. Le grité que se callara. Di un paso haci a él

con lr e¡trtuille en alto y l, grité que se calla re y él obedeció.

-pqele, duele mucho, rn€ rompisre la cabeza -du". Tenía

Ie ceta fruncida como una pasa de uva y se palpab alaherida conla punta de los dedos. La sangre esraba muerra.

Me preguncé cómo era posible que Diana, ran exigente yselectiva, hubiera sido cepaiz de salir con un ripo como é1. Dabaperfectamente la medida de su soledad. Supuse que cambiénDiana debió hacerse esa pregun te y que su respuesra, si es quehubo una respuesra, fue un remblor.

El remise hizo una maniobra brusca pe.:- esquivar e unamoto. En la moto iban un hombre y una mujer y enrre ellos unchico de unos seis o siere años. La muj er y el chico iban

^gerre-dos de la camPera de cuero del hornbre, que nos miró y griróalgocon la boca muf abierra.

ia -dUo el remisero-, de chico mis viejos me llevabanasf.. .

"Que no hable, por favor, que no hab\e", rogué. No du" nadamás. Medio minuco después ya estaba de nuevo dormido o coo-cenrrado. Aman ecíe. Era la mism aluzdel acardecer del día anre-rior Entonces el rubio dio un salrc, hacia mí, No lo golpeé con la

Sergio Bizzlo t r93

esratuilla, lo golpeé con la mano en la que tenía la estatuilla. Por

un instanre quedó inmóvil en el lugar del golpe, como si el

impulso de su cuerpo hacia adelan re y el impulso de mi golpe

hacia arrás midieran fuerz s, Finalmente retrocedió y ceyó S€rl-

tado en el suelo, con la espalda contra el borde del sillón. A la

sangre que chorreaba del ra.¡o en la frente se sumaba ahorx sá.o-

gre de la nariz y d" los labios.

"eu é ficlles romper a un hombre", pensé. Debió derse cü€o'

ra, porque yo no me moví de donde estaba, no hice ningún gesto'

ningún movimienro, me quedé ahí quiero mirándolo, y sin

embargo él alzóhacia mí una mano, [a misma mano que se había

llevado ele c^r^después der primer golpe y eil [a que su sangre

se había secado a una velocidad asombrosa, pidiéndorne gue no

lo haga.

Durante mucho tiempo, durante meses, durante un ano, duran-

re dos años, cada díe,casi todos los días, Diana me había pedido

que volviera a cas t, o me 1o había sugerido, o dado a entender, o

lo p.rrsaba y se dejaba leer el pensamienro. Abandon ^r

e la per-

sona con la que se ha vivido una déceda, puede ser tremendo,

pero no menos rremendo es p^r^ el que ha sido abandonado

pedirle a aquel con quien ha vivido una década que vuelva. Es

además de rodo el exrrañamiento, Le rareza, eL sinsentido lo que

lo envuelve, como si fuer e algo en el dempo lo que se ha roto'

más que en [a pereja; como si el dempo hubiera enloquecido en

alguna parte."Y de un día p?fjeel otro, d. rePent€..." No pensé

en eso cuando el rubio il26 una mano hacia mí. Pensé en eso

cuand,o vi su orra mano apoyada en el suelo, con la palma hacia

arriba. Eran las dos caras de una misma moneda en manos dis'

cincas: la mano que ahora suplicaba por su vida era la que la

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Page 96: Era el cielo

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19+ r Era eL cielo

había violado mientras que la mano que yacía como desma yadaen el suelo podría haberla hech o feliz, tuvo esa posibilidad.

Me esPantó la idea de que esa rata ensangrenr eda incapa z de

Pronunciar palabra hubiera podido converrirse en casi un padre

Pen mi hr.¡o . Tuvo esa Posibilidad. Su erroü al fin y ^l

cabo, habíasido ser el que es. Qué poca piedad me inspiran los que son inca-

Paces de cambiar de lugar, excepto como turiscas, aquellos para losque lo nuevo viene siempre de afuera y siempre como curiosidad odiversión, los que son lo que son a rajarabla, los empeñad.os en elpeñasco, etl la crisr eze del efbcro. El género de la publicidad es lacomedial la cotnedia de lo ideaL Para fisurar la educación senrimerl-tal conrplcra de un inúdl hiperactivo que le ha enrregad.o su vid.a ala mendr a y aI dinero basta una mujer como Diana (palabra d.eenamorado, palabra de escricor que no ha escrito una palabra),

Pero no fue suficiente PereéI. ¡El hU" de pur e ereincapa z derod.o,menos de vengarse de la mujer que decíaamar! ¡Y de confes irme-lo como si tuvi era raz6n! La tenía, en el fondo tenía " rez6n': nopodía Poners e ala alrura de Diana, entrar enla alrura de Diana,sólo podía vivir a su propia alrura; senrado de culo en el suelo, alzan-do hacia mí una mano en la que hasm su propia sangre se secaba aroda velocidad, como si no quisiera tener nada que ver con é1.

De la misma forlna en que fo no podía conrarle a Diana quehabíe Presenciado la violación a que la habían somerido y gueno había renido cl valor de incervenir, ella no renía resto paraenfrenrarse a ulla nueva separación, ni siqu ieraa su posibilidad.Ya había renido demasiado, [Jna violación no es el mejor "presen-te" Pere ninguna pareja que haya dicho recomencemos. Debióhaberlo pensado asl... Es verdad: su gemido, los gemidos quealcanc é a oít y que me decuvieron jusro cuando me disponía eencrar no merecen siquiera la consideración de una excusa. Comoen aquel momenro, me lasciman ahora. No h^y ffrrr.r:ho más para

decir. No sé si fue el odio

automáticamente; cuando

Sergio Bizzio r t95

o la benzodiacep íne, Pero lo hice codo

quise acordarme ya estaba en el avión.

Había muy poca gence en prim ere c\ese; alguien en el asiento de

adelanrg dos mujeres jóvenes en diagonal e nrí, un hornbre de

camisa celesre y rnteojos de marco metálico a mi espalda... Miré

hacia afuera por La venrani[a. Un camión cisterna bombeaba

combusdble desde los depósitos subterráneos hasta los sanques

de un Jumbo que perecíauna orca marina de cien toneladas. Metí

una mano en el bolsillo: roqué mi copia de las llaves de casa' que

obviamenre había rraído sin ninguna necesid ^d, Y me sonreí con

la misma sonrisa abst tect;.de las dos ezefetes que en ese trlotrl€tl-

ro iban y venían enrre la cabina y algun lugar a mi espalda. colrl-

probando el funcionamienro de los sistemas de iluminación Y

comunicación. Los piloros debían estar chequeando asPectos téc-

nicos; inrroducían datos en la computadora de nav egecróll y coor-

dinaban su rrabajo con los enc ergados de despacho y con los con-

troladores de vuelo. Finalmente las puertas se cerraron'

Un chico de uno s diez años salió de la cabina de mando y se

senró a mi lado. Tenía el pelo muy lacio, castaño, con hebras de

un rubio luminoso, y Llevaba puesta una remera lisa de un gris

oscuro, rodavía con las rayas del planchado en las mangas, lo que

le daba un eire demasiado formal p^re su edad. Estaba un Poco

excedido de peso y Purecía. cansado o aburrido.

Los morores se pusieron en marcha. Volví a mirar hacia afuera

cuando emp ez mos a movernos. LJn técnico de pista observaba

el desplezemienro del avión, hablando por un incercomunicador,

Nos dirigimos lenramenre hacia la pisca de despegue mielltras

una ezafetarecitaba las medidas de seguridad. Se oía el zutlrbi'

rlo de lcrs morores hidrát licos que movían las enormes suPerficies

Page 97: Era el cielo

t

196 r Era et cieto

de control de las alas y del cimón. El chico ajusró su cinrurón de

seguridad (algo que fo había hecho hacía ya una rnedia hora,

aPenas ocupé mi lugar), apoyó la cabeze en una mano y cerró los

ojos. Lo envidié, er^ iucreíble que alguien pudiera dormir o

intentar dormir en un momenro asi

Finalmente el avión se ubicó en la pista de despegue. Hastaahora no había tenido que rccurrir a las técnicas de relajación yeso rne ale g16, Un módico triunfo del conocimiento por sobre la

fe ciege en el comandrnre, en los técnicos, en el aparato y en las

leye; de le t€re€re ditnensión. Busqué árboles con la visra pereverhecia dónde loplaba el viento porque sabía que si la física que

habfe ertudiedo en el colegio seguíevigenre la fuerzadeelevación

dependerfe de le velocidad con la que el aire rodeara las alas, y que

el rvión €ont€guirfe mucho anres elctnzar la velocidad necesaria

Parr rl delpegue ei lo rerlizeba contrr el vienro f no a favor.Pero

lo hnico qu€ vi f'ua un pá,jaro que ibr apurado hacia el río.

Entoneet el ruids del moror aumentó y el avión se disparóh¡cie ndelente, Setrrf la aceleración en los brazos y en el pecho,

Pero nirtgún [lareo, ri emboramienco, ni sudor. La trompa se

inclinó hacia arriba. Y de pronto las ruedas perdieron conracro

con el suelo.

El avió n volaba.

Calculé que mi excicación ere normal, una exciración leve-

mente negative y fácil de asumir. Metí una mano en el bolso yagerré el blíster con el tanquinal pero dejé Ia mano adenrro:

¿necesitaba tomarlol Era toda una decisión. Era ridículo, rambién:"busco mi droga cuando más fácilme resulra asumir mi esrado".

Un momento después se oyó un ruido sordo f unas vibraciones.

Sabía que acababa de cerrarse el comparrimienro del rren de ate-

rrizaje, pero igual me inquiecé.:franquilo

-le du. al chico-, guardaron las ruedas.

Serglo Blzzlo r t97

El chico me miró con aplomo.

Tirve la impresión de que hacía mucho ciempo que no veía a

nadie ran sereno. Me quedé mirándolo durante unos segundos,

como si fuer e Le primera oportunidad que tenía de obs ervar l,e

orre carade la fobia. Después despegué [a espalda del asiento.

-Este eS un momento feo... -dU.,

Ya no hablaba con el chic o Y él tamPoco me escuchaba.

La potencia de los mocores se" había reducido, justamente Por-

que al guardar el tren de ater rizaje el avión oponía menos resisten-

cia y necesiraba una fuerzede impulso menor: [o sabía todo , tenía

roda la información, pero igualmenre empujé al avión hacia arriba

con el cuerpo. En vuelos anteriores mi sensación había sido siem-

pre la de que al avión no le alcanzabr la potencia y que iba a des-

plomarse de un momento a otro. Debo haberlo hecho bien: no era

el primer avión que sosrenía. (¡La cantidad de aviones que llegaron

a destino sólo porque yo los sostuve en el aire!) Al minuto siguien-

re el comandanre desconecró la señal para indicar que a Partir de

ese momehto podíamos desabrocharnos los cinturones de seguri-

dad. ¿Esrábamos ye. e diez mil metros de altura, Y^ habíamos

puesro un almohadón de eíre entre nosotros y la tierrai Sí: ePe're'

cieron Lx azafatas empujando un carrito con champ ^gne.

Recién enronces saqué la mano del bolso. Presioné el blíster

sobre una mano, y una pastillita blanca como la luna quedó aPo-

yada sobre la línea del horizonte (esa línea que todo el mundo

conoce como línea de [a vida) .La egerré con dos dedos Y -con¿renro de haber renido éxito en todo- me la puse debajo de la

lengua. Le dU. a la alzefarue que por favor no me despert^ra Pera

elmorzar o pere_cenar o lo que fuera si me veíe dormido y cerré

los ojos. Lo úlcimo que vi fue al chico llevándose a los labios un

j,rgo de naranjas.

Bueno hubiera sido que se tom ar;- mi chamPagne.

Page 98: Era el cielo

w

r98 r Era e[ cieLo

Cuando me desperré ere de noche, si es que puede llamársele

noche a lo que h^y por encima del cielo. Uno de los pilocos, o ralvez el comandante de a bordo, un hombre de unos cuaren te ycinco años, conversaba en susurros con el chico, inclinado sobre

él.LePregunró si estaba bien, a lo que el chico respondió con unasentitnienro mudo; lo cubrió con una manra y volvió a la cabi-

na. El chico, que había reclinado el asienro al máximo, estiró aún

nrás la lnanta, moviendo las manos por deba.¡o de ella como si

llevara un par de animalitos ocultoS, I bosrez ó y cerró los ojos.

Tuve un sueño que no vale la pena contar, pero algo del sueño

me despertó. 6ilbnsióni ¿O su fini Mi vida sería discinra si hubie-ra matado al rubio. Sería más oscura, más seria, más triste ft parra.-

dójicamente, menos espesa. Sin quitarle una pizca de amor, lehubiera dado un padre asesino a Julián. Fue eso lo que me deru-vo. Ahora mismo, mientras escribo, revivo la alegría de habermedetenido y el alivio que senrí en el avión al despertarme y norarque la furia por no haberlo hecho cambién se había disuelro. Elrubio no volvería a icercarse a Diana, r1o era ronto después de

todo. Un solo llamado por teléfono al cipo de la cabeza rapadahabía sido suficiente p^r^ hacerlo lloriqu eer y hasra suplicar.Thmpoco era tonro: sabía perfectarnenre qué era lo que esraba

diciéndole. No me excrañó la posibilidad de que el equilibrioentre oxígeno y dióxido de carbono en mi sangre se hubiera alte-rado ese día, salrando la valla de los psicorrópicos, para después

renivelarse y rePosar, un efecto que duraba hasta ahora. Todoescaba en calma. Lo único que se oía era elzumbido en el que víe-jábarnos, un zumbido que llevaba nuestras vidas en la oscuridad.

Entonces alg o cayó por debajo de la manra del chico. Merí la

mano entre los dos asientos y lo agarré. Era un viejo ejemplar de

Sergio B¡zzio r I99

Astérix. El chico reaccionó al deslizamiento de la revista con cier-

ta dem ora, como si hub iera tenido que decidir dormido que se

vetabe de la revista y no de un asunto del sueño. Giró Le cera

hacia mí y me dijo:

-¿Lequerés leeri

Me gusró que me tut eere, Ya hab ía gente diez o quince años

mayor que él que me tra,taba de usted. Le dU. que no, le di las gre'

cias y se la devolví. El chico volvió a guardarla debajo de la manta.

Yo estiré un brtzo, encendí [a [uz, saqué dc rni bolso el bloc de

hojas blancas y una lapicera y no escribí. Me qucdé un buen rato

quiero, inmóvil, apretando la lapicera con fuerza. En deterrninado

momento el avión se sacudió uu poco, subiendo y bajando y tem-

blando como un auto en un camino de piedras. Guardé eL bloc y

la lapicera en el bolso y [e preguncéúchico cómo se llamaba.

-Gusti -me dijo.

-¿Augusto o Gustavoi

-¿Augusto? ¡Nol Gustavo. VoY ^L

baño...

La revista quedó sobre el asiento. La agarré y la abrí aI ezer.

Astérix y Obélix entraban e un baño turco. "Buf qué celor",

decía Astérix."Me estaba preguntando si podríamos abrir una

venran i', decía Obélix. Yo me escaba preguntando qué hacía un

chico solo en un avión. Gusti volvió a sentarse:

-tf. gusta? -dU" señalando la revista.

-Sí._A mí no.

Hice un silencio. Le devolví la revista.

-¿Qu é te gustai -le

dU.'

-¿De comeri

-Por ejemplo...

-Las papas fricas. Acá no hay PaPas fritas.

-jtenés hambre?

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?

zoo r Era et cieLo

-Nada. Thmbién me gustan el futbol f el renis. ¿Vos sabés

juger al futboll

-Hurrr...-¿Y

al cenisi

-Algo. ¿De qué jugásf

-¿Al fúúoli

-Sí.-{¡¡iba. Juego de nue ve y a veces de diez. Y a veces rambién

atajo -hizo un movimiento con las manos en el aire, arajando

una pelora, / ct'tseguida las dej ó caer-. Ahora hace mucho que

no juego. A veces juego en el colegio. Pero antes, cuando era más

chico, jugaba en una canchita que había cerce de casa. Hacemucho que no vof.

El avión dio un pequeño salto arriba y un pequeño salro

abajo.

-¿Estás viajando soloi

-¿Solo? ¡No! Mi papi es piloro.

-tf" pepá esrá piloreando esre avión?

DUo que sí con la cabe z^ y añadió:

-Los pilotos son dos. Mi papá es uno.

Si el padre lleva a su hUo en este avión es porque el avión esrá en

buenas condiciones, pensé. En ese momenro el padre salió de lacabina. Gusri no me lo presentó, pero el hombr., il,ver que fo esra-

ba hablando corl su hijo, rrr€ dirigió una sonrisa; después le acarí-

ció la cabeze y volvió a pregunrarle si escaba rodo bien y si necesi-

taba'"lgo. Era muy cariñoso con é1. Le hablaba en vozbajaporquelos otros pasajeros a nuestro alrededor dormían, pero se noraba queno era un rono muy disrinto al que usaba habirualrnenre.

liFalta mucho? -le dUo Gusri.

-Un poco, no mucho. ¿No tenés sueñoi

Gusci negó con Ia cebeza.

Serglo Blzzlo r 2or

-¿Querés venir e\a cabinai

-No, no -dU"

Gusti impacientándose'

El hombre se inclinó Y L" dio un beso en el pelo

-Treú de dormir -le

duo.

Después caminó hasra la cabina sujetándose de los portaequi-

pajes como si el avión esruviera sacudiéndose, algo que oo ocü-

rrít.Recién cuando entró y cercíla puerra Gusti me duo que ese

era su padre.

-Ese es mi papá -duo

con una vocecira que no eludía el

cansancio ni el orgullo.

Le pregunré si esta era la primer^vezque volabanjuntos y me

dtlo que no, que volaban todos los fines de semana'

Lo miré. Lo miré dos veces (las dos veces en [a misma mirada)'

Me conró que su madrey su padre se habían divorciado el año

anrerio r. Creíenrender, completando y leyendo cl sobrenrendido

con el que se manejan los niños -ese "recurso" nacural por el

que perccen hijos de rodos, amigos de rodos, conocidos de todos,

como celebridades-, i[ue su madre se había enamorado de otro

hombre, que ahora vivía,con ese hombre y que su padte vivía en

un depaffamenro que é1, Gusri, apenas si había visto alguna vez.

Todos los viernes su padre volaba desde Buenos Aires a Madrid

y rodos los domingos desde Madrid a Buenos Aires. Y Gusti con

é1. Los fines de sem ene su padre lo pasaba a buscar por la casa

de la madre y enlugar de llevarlo ela.canchita de fútbol 1o lleva-

ba al aeropuerro. ¿eué orra cosa podía hacer? Se notaba que era

un buen hombre y que amaba a su huo, pero su rrabajo era pilo-

teer aviones. Así que en lugar de llevar a Gusti a andar en bici-

clera lo llevaba a andar en avión. ¡Hacíayemás de un año que se

relacionaban en el aire!

Lo que al principio me había parecido insólito ahora me Pare-

cía solamenre rrisre y miré hacia afuera sin saber qué decir. Me

lii

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t

zoz r Era e[ cieto

hubiera gustado pasarle un bra zo por los hombros, conrarle unchiste, ayudarlo a dormi r, tel como hrcía con Julián f como sinduda seguir ía haciendo hasra que mi bra zo empezere a pesarle,hasra que mis chisces dejaran de diverrirlo y hasra que un díadescubra que Ye rLo necesira de mí. A lo lejos, un poco por deba-jo de nosotros, se abría un abanico de un rosa limpio, suave, unrosa crédul o, cada vez más intenso, de bordes neceredos, pareci-do al cielo. Era el cielo.

*