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Enunciado El enunciado es la unidad del análisis de la lengua en uso que efectúa la Pragmática . Frente a la oración y a otras unidades del análisis gramatical -entidades abstractas y teóricas- el enunciado es siempre una manifestación, concreta y real, de la actividad verbal. Su definición y delimitación difieren ligeramente entre las distintas escuelas. Así, en el análisis conversacional un enunciado es la expresión lingüística producida por uno de los participantes en un evento comunicativo, y sus límites vienen marcados por el cambio de emisor ; en la lingüística textual, un texto -en cuanto unidad de sentido global en un determinado contexto situacional- constituye un enunciado. El enunciado, por tanto, puede consistir en una sola palabra [¡Silencio!] o en una secuencia no oracional [De lo dicho, nada], un sintagma, una oración, un párrafo o un texto (un artículo, un libro). La interpretación de su sentido depende del contexto situacional en que se produce y de la información que en ese contexto compartan los interlocutores , así como de los elementos paralingüísticos que acompañen su producción. Una misma forma lingüística puede dar lugar a enunciados de sentido muy diferente a tenor de las condiciones de emisión en que éstos se hayan producido; así, por ejemplo, el enunciado [Uno solo], dicho por el cliente de una cafetería al solicitar un café, no se interpreta del mismo modo que el enunciado [Uno solo] dicho por el camarero de un restaurante que recibe a un cliente, al dirigirse a su compañero encargado de asignar las mesas. El análisis de los enunciados establece el grado de adecuación , de efectividad y de eficacia comunicativa, a diferencia del análisis de las oraciones, que establece su corrección y su gramaticalidad. La teoría de los enunciados nace en el marco de la filosofía del lenguaje, en particular de la teoría de los actos de habla , propuesta por J. L. Austin en 1962 y desarrollada posteriormente por J. Searle a partir de 1969. Ha ejercido una gran influencia en la enseñanza comunicativa. Por otra parte, É. Benveniste desarrolla en 1974 la teoría de la enunciación , en la que analiza y describe el proceso de producción lingüística que desemboca en el enunciado. Otros términos relacionados Análisis del discurso ; Exponentes lingüísticos ; Secuencia textual . Bibliografía básica 1. Escandell, M.ª V. (1996). Introducción a la pragmática. Barcelona: Ariel Lingüística. 2. Lamíquiz, V. (1994). El enunciado textual. Análisis lingüístico del discurso. Barcelona, Ariel Lingüística. Bibliografía especializada

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Enunciado

El enunciado es la unidad del análisis de la lengua en uso que efectúa la Pragmática. Frente a la oración y a otras unidades del análisis gramatical -entidades abstractas y teóricas- el enunciado es siempre una manifestación, concreta y real, de la actividad verbal.

Su definición y delimitación difieren ligeramente entre las distintas escuelas. Así, en el análisis conversacional un enunciado es la expresión lingüística producida por uno de los participantes en un evento comunicativo, y sus límites vienen marcados por el cambio de emisor; en la lingüística textual, un texto -en cuanto unidad de sentido global en un determinado contexto situacional- constituye un enunciado.  El enunciado, por tanto, puede consistir en una sola palabra [¡Silencio!] o en una secuencia no oracional [De lo dicho, nada],  un sintagma, una oración, un párrafo o un texto (un artículo, un libro).

La interpretación de su sentido depende del contexto situacional en que se produce y de la información que en ese contexto compartan los interlocutores, así como de los elementos paralingüísticos que acompañen su producción. Una misma forma lingüística puede dar lugar a enunciados de sentido muy diferente a tenor de las condiciones de emisión en que éstos se hayan producido; así, por ejemplo, el enunciado [Uno solo], dicho por el cliente de una cafetería al solicitar un café, no se interpreta del mismo modo que el enunciado [Uno solo] dicho por el camarero de un restaurante que recibe a un cliente, al dirigirse a su compañero encargado de asignar las mesas. El análisis de los enunciados establece el grado de adecuación, de efectividad y de eficacia comunicativa, a diferencia del análisis de las oraciones, que establece su corrección y su gramaticalidad.

La teoría de los enunciados nace en el marco de la filosofía del lenguaje, en particular de la teoría de los actos de habla, propuesta por J. L. Austin en 1962 y desarrollada posteriormente por J. Searle a partir de 1969. Ha ejercido una gran influencia en la enseñanza comunicativa. Por otra parte, É. Benveniste desarrolla en 1974 la teoría de la enunciación, en la que analiza y describe el proceso de producción lingüística que desemboca en el enunciado.

Otros términos relacionados

Análisis del discurso; Exponentes lingüísticos; Secuencia textual.

Bibliografía básica

1. Escandell, M.ª V. (1996). Introducción a la pragmática. Barcelona: Ariel Lingüística.2. Lamíquiz, V. (1994). El enunciado textual. Análisis lingüístico del discurso. Barcelona,

Ariel Lingüística.

Bibliografía especializada

1. Austin, J. (1962). Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona: Paidós, 1982.2. Searle, J. (1969). Actos de habla. Madrid: Cátedra, 1980.3. Benveniste, É. (1974). Problemas de lingüística general. México: Siglo XXI, 1977.

Deíxis

El término deíxis, procedente de la palabra griega que significa «señalar» o «indicar», designa la referencia, por medio de unidades gramaticales de la lengua, a elementos del contexto de la comunicación; deíxis es, pues, sinónimo de referencia exofórica o extralingüística. Son deícticas todas las expresiones lingüísticas (del tipo yo, aquí, ahora) que se interpretan en relación con un elemento de la enunciación(interlocutores,

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coordenadas de espacio y tiempo). La señalización deíctica es frecuente sobre todo en las conversaciones cara a cara.

El primer teórico en tratar de sistematizar el fenómeno deíctico fue K. Bühler (1934). Este autor distingue entre campo mostrativo del lenguaje y campo simbólico: en el primero funcionan aquellos elementos que suponen una indicación a la situación comunicativa; el campo simbólico sería aquel donde los nombres (que funcionan como símbolos) reciben su precisión significativa. La deíxis recibirá, por tanto, su precisión significativa en el campo mostrativo del lenguaje.

En la teoría de la enunciación (É. Benveniste 1966 y 1974), el yo-aquí-ahoraconstituye el «centro deíctico» o «punto cero» de las coordenadas contextuales para la realización e interpretación de cada acto de comunicación. Es el hablante quien organiza el discurso desde su campo de referencias, que otorga sentido a los elementos deícticos y al propio discurso.

Según el factor contextual que se señale (los participantes, el momento o el lugar de la comunicación, o bien el propio texto) se distinguen varios tipos de deíxis, realizadas por categorías gramaticales diversas:

La deíxis personal, expresada con pronombres personales de 1.ª y 2.ª persona [[yo (mí, me), tú (te, ti,...)]); también, con los de de 3.ª persona [él, ella]), pero con éstos solo cuando señalan a una persona presente en la situación; con pronombres posesivos de 1.ª y 2.ª persona ([mi, tu, su, nuestro, vuestro,...]); y con morfemas verbales de 1.ª y 2.ª persona, a causa de la elipsis, habitual en español, del pronombre sujeto ([Quiero], en que la «o» final señala a la persona que habla).

La deíxis temporal, realizada mediante adverbios, locuciones y sintagmas adverbiales de presente ([hoy, ahora]), pasado ([ayer, el mes pasado, hace poco]) o futuro ([el mes próximo, dentro de poco,…]) y mediante morfemas de tiempo ([Llegó], [Llegas]).

La deíxis espacial, formulada con adverbios de lugar ([aquí, ahí, allí, allá,...]), demostrativos ([este, ese, aquel,…]) y verbos de significado locativo ([traer] al lugar en que se habla, [venir], etc.).

La deíxis textual o discursiva, a medio camino entre la deíxis y la anáfora, realizada con pronombres personales o demostrativos neutros ([eso, ello, lo]) o expresiones del tipo [líneas más arriba, como ya hemos comentado, a continuación], etc.; remite a fragmentos del texto que se han dicho, o que se van a decir, y que, por lo tanto, están ya presentes en el entorno comunicativo y son susceptibles de ser señalados.

Se distingue, además, en la pragmática otro tipo de deíxis: la deíxis social, que refleja o establece la relación social entre los participantes en la comunicación. Las fórmulas de tratamiento, aunque forman parte de la deíxis personal, se consideran como grupo específico ya que no solo señalan los papeles de locutor e interlocutor, sino también su estatus social y la relación que los une. En español el sistema de tratamientos varía según los dialectos: [tú, usted, vos, ustedes, vosotros] se utilizan de modo distinto, por ejemplo, en el español septentrional de la Península y en el español hablado en algunos países de América, conformando por lo tanto subsistemas distintos de deíxis social.

El estudio de los deícticos establece interrelaciones interesantes entre gramática y pragmática, pues son formas que adquieren sentido en las coordenadas espacio-temporales y personales en que se utilizan. Estos valores –por ejemplo, el uso de la 1ª persona del singular o plural para señalar al hablante, o de verbos con un componente de deíxis espacial como ir, venir, llevar, traer– pueden cambiar en cada situación de comunicación y en cada cultura y, por lo tanto, en cada lengua, por lo que su aprendizaje contribuye al desarrollo de la competencia comunicativa. Además, en relación con la competencia sociocultural, adquiere especial relevancia la deíxis social.

Otros términos relacionados

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Análisis del discurso; Conversación; Funciones del lenguaje; Lengua en uso;Negociación del significado.

Bibliografía básica

1. Martínez Ruiz, R. (2000) «La deixis». En Briz, A. y Grupo Val.Es.Co. ¿Cómo se comenta un texto coloquial? Barcelona: Ariel Practicum, capítulo 10.

2. Reyes, G., Baena, E. y Urios, E. (2000). «Deixis». En Ejercicios de pragmática (II). Madrid: Arco/Libros, capítulo 6.

3. Vicente Mateu, J. A. (1994). La deixis. Egocentrismo y subjetividad en el lenguaje. Murcia. Universidad de Murcia.

Bibliografía especializada

1. Benveniste, É. (1966 y 1974). Problemas de lingüística general I y  II. México: SigloXXI, 1971 y 1977.

2. Bühler, K. (1934). Teoría del lenguaje. Madrid: Alianza, 1979.3. Cifuentes Honrubia, J.L. (1989). Lengua y espacio. Introducción al problema de la deíxis

en español. Alicante: Universidad de Alicante.4. Eguren, J.J. (1999). «Pronombres y adverbios demostrativos. Las relaciones deícticas».

En Bosque, I. y Demonte, V. (dirs.). Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid: Espasa Calpe, volumen I, capítulo 14.

5. Kerbrat Orecchioni, C. (1980). La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje. Buenos Aires: Hachette, 1986.

Contexto discursivo

El contexto discursivo es el conjunto de factores extralingüísticos que condicionan tanto la producción de un enunciado como su significado. Comprende un conjunto amplio y complejo de elementos, desde las circunstancias de espacio y tiempo en las que tiene lugar el evento comunicativo hasta las características, expectativas, intenciones y conocimientos de los participantes de dicho evento.

El hecho de que la situación en la que se produce un enunciado condiciona tanto su forma como el modo en que se interpreta fue un descubrimiento que la lingüística moderna hizo en época muy temprana. En efecto, a principios del siglo XX algunos estudiosos de la antropología lingüística, como Sapir o Boas, se interesaron por el conocimiento de lenguas en aquel momento poco conocidas, y en sus investigaciones enseguida se percataron de que para comprender y usar una nueva lengua no bastaba con aprender el código lingüístico, sino que se debía aprender mucho más. Poco más tarde, ya concluido el primer tercio del siglo, el estudio sistemático de los factores que forman parte del contexto discursivo fue objeto de las primeras descripciones sistemáticas en la obra del lingüista británico J. R. Firth. Posteriormente, con la teoría de los Actos de habla, la formulación del Principio de cooperación de H. P. Grice y los sucesivos desarrollos de las diversas escuelas del análisis del discurso, el concepto de contexto ha pasado a ocupar un lugar central en el estudio de la lengua en uso.

En la actualidad el término «contexto discursivo» designa realidades diversas, en función de la adscripción teórica de los autores que lo utilizan. En su sentido más restrictivo, el término alude únicamente a las circunstancias de espacio y tiempo en las que tiene lugar la comunicación, para las que algunos autores reservan el término «contexto comunicativo»; en un sentido más amplio, sin embargo, se incluyen también factores sociales, culturales y cognitivos relativos a los participantes del intercambio comunicativo. Según esta última visión, el contexto discursivo comprende, al menos, los siguientes tipos de factores interrelacionados:

Contexto espacio-temporal: se trata del entorno en el que tiene lugar la comunicación, e incluye las coordenadas espaciales y temporales en las que se produce un enunciado. Esta información tiene una especial relevancia para

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interpretar elementos deícticos, como los adverbios de lugar (aquí, allí) o de tiempo (ahora, hoy), las personas del discurso (yo, tú, él) o los tiempos verbales.

Contexto situacional: comprende tanto las circunstancias que perciben los interlocutores mientras hablan como el mismo discurso que van produciendo, que construye un contexto al que los emisores se pueden referir. En este sentido, en la producción y comprensión del discurso no sólo influye lo que los hablantes dicen, sino también lo que hacen, lo que ocurre mientras hablan y el hecho mismo de que lo hagan.

Contexto sociocultural: también condicionan la forma y la interpretación de un mensaje las características sociales de los interlocutores, que tienen por ejemplo una importancia decisiva en el empleo de fórmulas de cortesía.

Contexto cognitivo: incide finalmente en la comunicación el conocimiento del mundo que poseen y comparten los hablantes, así como las intenciones que persiguen en su acto comunicativo o que presuponen en su interlocutor.

En la enseñanza y aprendizaje de segundas lenguas, la toma en consideración del contexto ha ido estrechamente unido a la creciente importancia que han tenido las aproximaciones del análisis del discurso en la formulación de propuestas de base comunicativa. En concreto, ha tenido gran influencia en el abandono de los modelos centrados exclusivamente en la enseñanza de formas lingüísticas en favor de otros modelos que pretenden desarrollar la competencia comunicativa, puesto que ésta implica una consideración de los factores contextuales que inciden en la comunicación.

Otros términos relacionados

Etnografía de la comunicación; Enunciado; Evento comunicativo; Negociación del significado; Enfoque comunicativo; Programa nociofuncional.

Bibliografía básica

1. Casalmiglia, H. y Tusón, A. (1999). Las cosas del decir. Barcelona: Ariel.2. Escandell, M.ª V. (1996). Introducción a la pragmática. Barcelona: Ariel.3. Escandell, M.ª V. (2004). «Aportaciones de la pragmática». En Sánchez Lobato, J. y

Santos Gargallo, I. (Eds.). Vademécum para  la formación de profesores. Enseñar  español como segunda lengua (L2) / lengua extranjera (LE). Madrid: SGEL, pp. 179-197.

Bibliografía especializada

1. Brown, G. y Yule G. (1993). Análisis del discurso. Madrid: Visor Libros, 1983.2. Van Dijk, T. A. (1980). Texto y contexto. Madrid: Cátedra, 1977.

Modalización

Modalización y modalidad son conceptos que se relacionan con la subjetividad en el lenguaje y con la expresividad. La modalización está siempre presente en la actividad discursiva, indicando la actitud del sujeto hablante con respecto a su interlocutor y a sus propios enunciados. Se diferencia de la modalidad como la acción se distingue de su resultado.

Los primeros estudios sobre modalización proceden de la lógica y la filosofía. Según los lógicos escolásticos, en toda proposición cabe distinguir el modus y el dictum:

el dictum corresponde al contenido representado en el enunciado, «lo dicho»; la proposición [Pedro vendrá], por ejemplo;

el modus consiste en la actitud adoptada por el hablante con respecto a ese contenido: [Es posible que Pedro venga]; [¡Que venga Pedro!], [Pedro debe venir].

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Los lingüistas han seguido a los lógicos en la utilización de la noción de modalización, pero reconociendo que las lenguas no se adaptan necesariamente a las diferencias que se han establecido desde la lógica.

Las lenguas disponen de numerosos mecanismos para modalizar un discurso; pueden estar explícitos en el discurso o, como en la ironía, implícitos; es el contexto discursivo en este último caso el que permite interpretar la actitud del emisor ante lo que dice. Los mecanismos explícitos modalizadores pertenecen a distintos niveles lingüísticos:

pueden ser mecanismos prosódicos (como la entonación o las pausas); morfológicos (como el modo subjuntivo, indicativo, etc.); sintácticos (formas de focalización, impersonalización, etc.); léxicos (adjetivos como deseable, cierto, etc.); textuales (marcadores como francamente); metaenunciativos, es decir, muestran la actitud con la que el hablante se

presenta a sí mismo en el texto (si puedo decir, de algún modo); tipográficos (como las comillas).

En la enseñanza-aprendizaje de lenguas, se han elaborado gramáticas funcionales (M. A. K. Halliday, 1985) y comunicativas (F. Matte Bon, 1995) que analizan el valor modalizador que determinadas formas lingüísticas (por ejemplo, poder, deber) tienen en la lengua que se aprende. Por otro lado, la acción de modalizar o no una determinada proposición y el mecanismo lingüístico escogido varía en cada lengua para una misma clase de texto. La modalización, por ello, es un acto retórico que requiere ser dominado para producir y comprender adecuadamente discursos en cada comunidad lingüística particular. En este sentido, desde la retórica contrastiva (K. Hyland, 1996; B. Laca, 2000), se han especificado las expresiones con función modalizadora que caracterizan determinados géneros discursivos: cuáles son las más frecuentes en cada tradición retórica, qué sentidos presentan, etc. Estos trabajos destacan que el valor modalizador de las formas lingüísticas solo puede establecerse en contexto.

Otros términos relacionados

Acto de habla; Enunciación; Funciones de la lengua.

Bibliografía básica

1. Calsamiglia, H. y Tusón, A. (1999). Las cosas del decir. Manual de análisis del discurso. Barcelona: Ariel.

2. Kerbrat Orecchioni, C. (1980). La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje.Buenos Aires: Hachette, 1986.

Bibliografía especializada

1. Bally, C. (1942). «Syntaxe de la modalité explicite». En Cahiers de Ferdinand de Saussure, 2, pp. 3-13.

2. Charaudeau, P. (1992). Grammaire du sens et de l'expression, París: Hachette.3. Halliday, M. A. K. (1985). An Introduction to Functional Grammar, Londres-Nueva York-

Sidney-Auckland: Arnoltd, 2.ª edición, 1994.4. Hyland, K. (1998). Hedging in Scientific Research Articles, Amsterdam / Filadelfia: John

Benjamins B. V.5. Laca, B. (2000). «Matizaciones, modalizaciones, comentarios». En Vázquez, G. (coord.)

(2000). Guía didáctica del discurso académico escrito, capítulo 6, Madrid: Edinumen, pp. 95-105.

Acto de habla

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Se entiende por acto de habla la unidad básica de la comunicación lingüística, propia del ámbito de la pragmática, con la que se realiza una acción (orden, petición, aserción, promesa...).

Esta forma de concebir el lenguaje parte del filósofo británico J. L. Austin, quien en la década de los 40 expuso en sus clases sus investigaciones pragmáticas en torno a la lengua, recogidas luego en su obra póstuma de 1962. El término fue acuñado posteriormente por un discípulo suyo, el filósofo J. Searle, quien perfeccionó y consolidó dicha teoría.

Según Austin, al producir un acto de habla, se activan simultáneamente tres dimensiones:

Un acto locutivo (el acto físico de emitir el enunciado, como decir, pronunciar,etc.). Este acto es, en sí mismo, una actividad compleja, que comprende, a su vez, tres tipos de actos diferentes:

o acto fónico: el acto de emitir ciertos sonidos;o acto fático: el acto de emitir palabras en una secuencia gramatical

estructurada;o acto rético: el acto de emitir las secuencias gramaticales con

un sentidodeterminado. Un acto ilocutivo o intención (la realización de una función comunicativa,

comoafirmar, prometer, etc.) Un acto perlocutivo o efecto (la (re)acción que provoca dicha emisión en el

interlocutor, como convencer, interesar, calmar, etc.)

De este modo, al emitir un enunciado como [te prometo que lo haré] estamos, por un lado, diciendo algo (acto locutivo); prometiendo una acción (acto ilocutivo) y provocando un efecto (convencer de la promesa al interlocutor).

Según esta teoría, los enunciados sirven no sólo para expresar proposiciones con las que describir, constatar, en suma, decir algo, sino también para realizar acciones lingüísticas muy diversas en contexto, por ejemplo, dar una orden o hacer una promesa. La realización de tales actos está sujeta a un conjunto de reglas convencionales, cuya infracción afectará directamente a los efectos comunicativos del acto. Searle propuso una tipología de dichas condiciones; éstas se refieren a las circunstancias y al papel de los participantes del acto de habla, a sus intenciones así como a los efectos que pretenden provocar. Son las llamadas condiciones de felicidad. Así, por ejemplo, para prometer algo a alguien, hay que ser sincero, dirigirse a un destinatario interesado en la realización de esta promesa, no prometer algo imposible de cumplir o cuyo cumplimiento, por el contrario, resulta evidente, etc.

Searle agrupa los actos de habla en cinco categorías: los actos de habla asertivos dicen algo acerca de la realidad: [el teatro estaba lleno]; los directivos pretenden influir en la conducta del interlocutor: [no te olvides de cerrar con llave]; los compromisivos condicionan la ulterior conducta del hablante: [si tengo tiempo pasaré a saludarte]; en los expresivos el hablante manifiesta sus sentimientos o sus actitudes: [lo siento mucho, no quería molestarle] y los declarativos modifican la realidad [queda rescindido este contrato].

En una primera versión de su teoría, Searle establece una relación directa entre la forma lingüística de una expresión y la fuerza ilocutiva del acto de habla que se realiza al emitirla (siempre que ello se dé en las condiciones apropiadas); así, por ejemplo, con un imperativo se estaría dando órdenes, y con una interrogativa, solicitando información. Posteriormente, observa que en muchas ocasiones se da una discrepancia entre la forma lingüística y la fuerza ilocutiva: con una pregunta puede estar haciéndose una sugerencia, o dando un mandato. Ello lo lleva a establecer el concepto de acto de habla indirecto, para referirse a los casos en que el significado literal no coincide con la fuerza ilocutiva o intención, como ocurre ante un enunciado del tipo[¿puedes cerrar la ventana?], donde bajo la pregunta se esconde una intención de petición. Si se

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respondiera literalmente a este enunciado, la respuesta podría ser un[sí, puedo]. En cambio, al formularla, lo que esperamos es que el interlocutor cierre la ventana.

En la didáctica de las lenguas la teoría de los actos de habla ha servido de base para las propuestas de enseñanza comunicativa. Los programas nociofuncionaleselaborados en esta metodología se construyen sobre las nociones y las funciones, conceptos que se inspiran en los actos de habla.

Otros términos relacionados

Enfoque comunicativo; Enunciado; Forma-función; Interacción; Lengua en uso;Negociación del significado.

Bibliografía básica

1. Bertuccelli, M. (1993). Qué es la pragmática. Barcelona: Paidós, 1995.2. Escandell Vidal, M.ª V. (1996). Introducción a la pragmática. Barcelona: Ariel Lingüística.3. Slagter, P. (1979). Un Nivel Umbral. Estrasburgo: Consejo de Europa.

Bibliografía especializada

1. Austin, J. L. (1962). Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona: Paidós.2. Blum-Kulka, S. (1999). «Pragmática del discurso». En Van Dijk, T. A. El discurso como

interacción social, vol. 2, Barcelona: Gedisa, pp. 67-100.3. Kasper, G. y Blum-Kulka, S. (comps.) (1993). Interlanguage Pragmatics. Nueva York:

Oxford University Press.4. Searle, John (1969). Actos de habla. Madrid: Cátedra, 1980.

Uso de la lengua

Con el enunciado uso de la lengua se hace referencia al empleo de esta  en tanto que práctica social, destacando de este modo la que se concibe como su función fundamental, que es la comunicación. La lengua, entendida de este modo, se convierte en el objeto de estudio del análisis del discurso, de la lingüística del texto, de la etnografía de la comunicación, de la pragmática, entre otras.

En lingüística, el uso de la lengua se ha concebido de modos muy distintos. Así, suelen considerarse dos perspectivas distintas de acercarse al estudio de la lengua:

- Una perspectiva formal, propugnada por el estructuralismo y el generativismo, cuyo objeto de estudio es la descripción de la lengua como un sistema autónomo, abstracto o virtual. De todos modos, cabe precisar que tanto el estructuralismo como el generativismo hacen mención al uso de la lengua, aunque sin considerarlo objeto de estudio. Así, desde el estructuralismo se acuñó el término habla; y desde el generativismo, se habló de actuación, en contraste con competencia, entendida exclusivamente como competencia lingüística.

- Una perspectiva funcional, cuyo objeto de estudio es la uso de la lengua en contexto, en situaciones reales de comunicación. Desde dicha perspectiva, se considera que el uso de la lengua va más allá del empleo correcto del código lingüístico, pues supone tener competencia comunicativa, y no sólo competencia lingüística. Por otro lado, se entiende que comunicar no puede limitarse a transmitir información, sino que es un proceso interactivo mucho más complejo, que incluye la continua interpretación por parte del destinatario de la intención comunicativa del emisor, expresada explícita oimplícitamente.

En didáctica de lenguas, este planteamiento de la lengua supone una revolución en la enseñanza de idiomas. Tras el declive del método audiolingüe, esta concepción de la

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lengua constituye la base de los enfoques comunicativos. Desde esta perspectiva, para la enseñanza-aprendizaje de un idioma, no basta con conocer un conjunto de reglas de construcción gramatical, asignación semántica y fonológica, sino que es preciso también emplear un amplio conjunto de conocimientos de sentido común, para poder interpretar las intenciones comunicativas no siempre expresadas lingüísticamente.

Otros términos relacionados

Actividad comunicativa; Autenticidad; Comunicación no verbal; Etnografía de la comunicación; Interlocutores; Negociación de significado; Pragmática.

Bibliografía básica

1. Calsamiglia, H. y Tusón, A. (1999). Las cosas del decir. Barcelona: Ariel2. Cortés, L. y Camacho, M.ª M. (2003). ¿Qué es el análisis del discurso? Barcelona:

Octaedro.

Bibliografía especializada

1. Castellà, J. M. (1992). De la frase al text. Barcelona: Empúries.2. Cuenca, M. J. (1991). Teories gramaticals i ensenyament de llengües. Valencia: Tàndem.3. Dik, S. (1978). Gramática funcional del español. Madrid: SGEL, 1981.

La poeta y ensayista oaxaqueña Lorena Ventura (1983) nos ofrece este magnífico ensayo

sobre el sujeto lírico en la poesía reciente. Este es uno de los temas fundamentales de la

reflexión actual sobre poesía no sólo en México sino en otras tradiciones literarias. Lorena

Ventura estudia el Doctorado en Letras en la UNAM y fue becaria del Fonca 2009-2010.

 

 

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La configuración del sujeto lírico en la poesía latinoamericana de posvanguardia

 

 

1. Poesía del lenguaje

Con la segunda mitad del siglo XX inicia lo que la crítica ha llamado la nueva

vanguardia o antivanguardia de la poesía latinoamericana. Se trata de un periodo en el

que confluyen distintas expresiones como la poesía aforística, la conversacional o la

neobarroca, en las cuales todavía es posible percibir, en mayor o menor grado, la

influencia de los movimientos vanguardistas de las primeras décadas.

             El punto de convergencia de escrituras tan disímiles como las de Roberto Juarroz,

Nicanor Parra o José Lezama Lima, no obstante, ha sido advertido por Guillermo Sucre en

un breve ensayo de 1970[1]. El autor señala ahí que el rasgo característico de los poetas

de la “nueva tradición latinoamericana” es un marcado escepticismo frente al lenguaje y

sus posibilidades expresivas. La autoconciencia que atraviesa a la lírica de este periodo,

así como una actitud contestataria contra sí misma, son aspectos que la convierten en un

contra-lenguaje que con frecuencia parece ceder ante el silencio: “no tengo nada que

decir, nadie tiene nada que decir, nada/ ni nadie excepto la sangre”[2], escribe Octavio Paz

y, años más tarde, Roberto Juarroz todavía afirma: “porque aquí y ahora la palabra no

existe”[3].

            Uno de los elementos constitutivos del género lírico en el que se hace patente este

cuestionamiento profundo del lenguaje es el sujeto poético. La despersonalización del yo

no sólo es uno de los rasgos esenciales de la literatura moderna, sino también una de las

formas que evidencian el fracaso del signo como medio de expresión y la búsqueda de un

“nuevo lenguaje”. El “yo” ha dejado de ser así una entidad irreductible y homogénea para

convertirse en una instancia múltiple y fragmentaria. No se trata, sin embargo, de la “ruina

del yo” –como afirma Sucre– sino de un nuevo modo de experimentar y concebir la

subjetividad. Ahora bien, ¿cuáles son las implicaciones de esta importante transformación

en el ámbito específico de la poesía latinoamericana de posvanguardia? ¿Cuáles son las

precisiones teóricas que permitirían dar cuenta de las distintas estrategias de configuración

del sujeto poético en la lírica moderna?

 

2. La enunciación lírica. Algunas consideraciones

La cuestión de la enunciación en el género lírico, a diferencia de lo que ocurre en el

terreno de la narrativa, ha sido objeto de una larga controversia para la teoría literaria.

Mientras la narratología ha sabido aceptar y sacar provecho de la distinción

entre autor y narrador, es decir, entre instancia real (situada al margen del relato) e

instancia ficcional (fuente de enunciación narrativa), la lírica ha debido enfrentarse a una

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división de opiniones entre aquellos que argumentan a favor de la ficcionalidad del yo lírico

y los que, por el contrario, sostienen que éste puede ser equiparado con el autor.

            La problemática hoy podría parecer resuelta a la luz de una concepción del texto

como estructura cerrada, que torna caduca la cuestión de saber si quien dice “yo” en un

poema es ficticio o no, ya que, por definición, todo discurso literario –poético o narrativo–

margina al autor como persona, razón por la cual el “yo” designa estrictamente un sujeto

de enunciación. En este sentido, sólo es pertinente la distinción entre sujeto de la

enunciación (el “yo” que habla) y sujeto del enunciado (el “yo” que actúa). Por otra parte, la

noción de un “yo lírico” ¿no sugiere por sí misma la constitución de un sujeto

esencialmente distinto del autor?

            Si la distinción entre autor y sujeto de enunciación no ha tenido en poesía la

resonancia que ha alcanzado en el ámbito del relato, ello se debe en gran medida al

postulado romántico según el cual las narraciones pertenecen al orden de la ficción,

mientras los poemas se caracterizan por la dicción, esto es, por la enunciación efectiva.

Esto querría decir entonces que quien habla en un poema es el autor. Para el

romanticismo, en efecto, el centro y contenido de la lírica es el sujeto empírico, esto es, el

poeta.

            La noción de “sujeto poético” o “yo lírico” como instancia autónoma y específica,

por lo tanto, no tiene cabida en el romanticismo, ya que la voz del poema expresa a la voz

del autor. Para que emerja la problemática de su estatuto particular será necesario que el

aspecto de la autenticidad resulte abordable, lo cual no ocurrirá sino hasta con el

surgimiento de la poesía moderna. Es a partir de la obra de autores como Mallarmé o

Rimbaud que críticos como Hugo Friedrich han podido afirmar que la lírica de la

modernidad “excluye no sólo a la persona, sino también a la humanidad normal”,

agregando además que “ninguno de los poemas de Mallarmé puede ser analizado

biográficamente”[4].

 

3. El sujeto lírico en la poesía crítica latinoamericana

En un trabajo donde analiza brevemente algunos de los procedimientos de construcción

del yo lírico en autores como Oliverio Girondo u Octavio Paz, Walter Mignolo observa que

una de las constantes de la poesía latinoamericana de vanguardia es la “evaporación” del

sujeto poético hasta convertirse en una “pura voz”[5]. Esta afirmación tiene que ver no sólo

con una “deshumanización” del sujeto construido por el texto –ya advertida por Friedrich

en relación con los simbolistas franceses– sino con un cuestionamiento del “yo” como

signo de una entidad irreductible y consciente de sí misma. En lo que respecta a la poesía

de posvanguardia, es posible observar una radicalización y sistematización de dicho

cuestionamiento, según lo muestra el siguiente texto de la poeta uruguaya Idea Vilariño:

 

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34

 

No sé quién soy.

Mi nombre

ya no me dice nada.

No sé qué estoy haciendo.

Nada tiene que ver ya más

con nada.

Tampoco yo

tengo que ver con nada.

Digo yo

por decirlo de algún modo.[6]

 

El poema forma parte del libro No, una compilación de cincuenta y ocho poemas

numerados de breve extensión que fueron escritos entre 1951 y 1994. La simplificación de

recursos poéticos (a diferencia de poemarios anteriores como La suplicante o Paraíso

perdido), así como el adverbio que da título al libro y que anuncia el uso recurrente de

vocablos negativos en los textos (tampoco, no, nada, ni, nadie, etcétera), constituyen los

rasgos más significativos de este poemario.

            La negación es además un aspecto determinante en la configuración del sujeto

poético. Así, decir “yo” en este poema es, de cierta manera, no decir, pues no se sabe ya

qué es aquello que designa dicho pronombre (“mi nombre ya no me dice nada”. La primera

persona no designa aquí la consciencia del sí mismo (“no sé quién soy”). El “yo” ha sido

vaciado, en tanto signo, de su contenido habitual: “digo yo por decirlo de algún modo”. En

otro poema del mismo libro pueden leerse estos versos finales:

[…]

yo quisiera morirme

yo yo yo

yo.

Qué es eso.[7]

 

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Esta ilusión del “yo” que la poesía crítica desenmascara no sólo atraviesa a la enunciación

sino también al enunciado. El sujeto construido por el discurso poético de Idea Vilariño es,

hasta cierto punto, un yo incorpóreo que, por esa razón, no puede constituirse como punto

de referencia:

31

Sin arriba ni abajo

sin comienzo ni fin

sin este y sin oeste

sin lados ni costados

y sin centro

sin centro.

 

El procedimiento de “disolución” del yo consiste aquí en un distanciamiento entre el yo de

la enunciación y el yo del enunciado. Como ya lo advertía Walter Mignolo a propósito de la

poesía de vanguardia, el resultado aquí es la configuración de un sujeto que se “evapora”,

hasta emerger como una pura voz. Ésta, por cierto, es una estrategia que puede

verificarse en otro de los autores más representativos de este periodo de poesía crítica

posvanguardista, como lo es Roberto Juarroz, según se observa en uno de los poemas de

la Duodécima poesía vertical:

4

Todo viene de lejos.

Y sigue estando lejos.

 

¿Pero lejos de qué?

De algo que está lejos.

 

Mi mano me hace señas

desde otro universo.[8]

 

Los dos primeros versos ponen de manifiesto la imposibilidad de la voz poética de

constituirse como centro de referencia. Si la expresión “venir de lejos” parece localizar a

quien enuncia, la segunda línea desmiente el significado de esa frase al afirmar: “y sigue

estando lejos”. Despojado de un cuerpo, constituido como pura enunciación, el hablante

Page 13: Enunciado Enunciación Centro VIrtual Cervantes

poético es incapaz de designar un espacio y colmar de sentido al adverbio (¿pero lejos

de qué?). Los últimos versos confirman que ese algo de lo que se está lejos es el propio

cuerpo, al cual se alude incluso sólo de manera sinecdóquica: “mi mano me hace señas/

desde otro universo”. Voz y cuerpo –yo enunciador y yo actor– se han convertido aquí en

entidades independientes, en una totalidad fracturada. ¿No podría afirmarse, por otro lado,

que el sujeto poético ha pasado a designar en la poesía de posvanguardia una instancia

completamente ficcional? El siguiente poema ha sido extraído del libro Canto villano, de la

escritora peruana Blanca Varela, publicado en 1978:

 

Identikit

 

la oscura materia

animada por tu mano

soy yo[9]

 

Lo que se anuncia como identidad en el título resulta, en realidad, una otredad en el

desarrollo del texto. Una vez más aquí el sujeto poético aparece negado como cuerpo y

asumido, en cambio, como “oscura materia”, comoescritura. El poema evidencia así la

distancia infranqueable entre sujeto poético y autor que el lenguaje inaugura, y de la cual

parece tomar consciencia la lírica moderna. La subjetividad emerge entonces como una

ilusión que la escritura construye. El distanciamiento –que es también

un desdoblamiento– entre el yo-escritura y el tú-escritor se encuentra enfatizado en este

poema por el uso de la segunda persona (tu mano) a través de la cual el primero interpela

al segundo. Se diría que con la poesía crítica asistimos a una paradójica y

radical objetivación de lasubjetividad, ya advertida, en efecto, por Rimbaud al afirmar que

“je est un autre”.

           

4. El sujeto poético como figura

En la medida en que puede sugerir una instancia idéntica (autobiográfica) o distinta

(¿ficcional?) a la del autor, la noción de “sujeto lírico” emerge como un concepto inestable,

viable y hasta necesario en el caso de la lírica moderna –dentro de la cual se incluye la

poesía latinoamericana de posvanguardia–, pero sin pertinencia alguna en el caso de las

obras románticas, por ejemplo. La poesía parece plantear así a la teoría la cuestión de que

no basta con definir al sujeto lírico como sujeto de enunciación, es necesario también

delinear su identidad a fin de hacer efectiva su operatividad en el análisis.

Page 14: Enunciado Enunciación Centro VIrtual Cervantes

Es sabido, por otra parte, que tanto la teoría anglosajona como la francesa se han

ocupado fundamentalmente del relato y sus técnicas de enunciación, de modo tal que si

hay un sujeto digno de interés es el que se enuncia en una novela y no en un poema.

Sujeto “ficcional” o sujeto “real”, la problemática del sujeto lírico está estrechamente ligada

a la relación entre poesía y ficción, así como a la cuestión, siempre compleja, de la

referencia en el discurso poético.

No habría que perder de vista, sin embargo, que ficción y realidad, lejos de excluirse, se

alimentan mutuamente, como ya observaba Goethe a propósito de su obra Poesía y

verdad, cuyo título por sí mismo es significativo, y como lo prueban numerosos textos

autobiográficos que se han valido de cierta invención para ser escritos, como es el caso de

la extensa novela de Marcel Proust.

Convendría entonces, en este sentido, relativizar esa oposición tajante que la teoría ha

establecido entre “sujeto lírico” y “sujeto empírico”, entre ficción y autobiografía, entre

poesía y realidad. Lo anterior, no sólo porque todo discurso referencial implica una

actividad de la imaginación y de distanciamiento respecto al mundo, sino también porque,

recíprocamente, toda ficción, como ya lo ha ilustrado Paul Ricoeur en Tiempo y Narración,

está anclada en la realidad y, por esta razón, no puede considerarse un mundo cerrado

sobre sí mismo. Así, más que tratar de ajustar la noción de sujeto lírico a los esquemas,

demasiado fijos, de la ficción o la autobiografía, ¿no sería más conveniente concebirlo

como un proceso que se construye entre dos sentidos? De esta manera, el sujeto lírico

aparecería como un sujeto en vías de ficcionalización, pero no ficticio, y anclado en la

realidad, pero no autobiográfico, sino más bien mediador entre esos dos sentidos; en otras

palabras, como un sujeto retórico o figural.

Este sujeto retórico puede considerarse “extraído” de un sujeto empírico, pero su extensión

lógica es más extensa, más general y menos anclada en la temporalidad. La inclusión de

lo singular (el individuo) en lo general (el poeta), e incluso en lo universal (el hombre), pone

de relieve el mecanismo de la sinécdoque, a partir de la cual es posible concebir el “Yo”

de Las flores del mal, como una figura del “Yo” autobiográfico de Charles Baudelaire: ya no

se trata de una voz singular, sino de una voz inclusiva extensa que apunta a un nosotros.

Abstraído de la esfera de la “psicología personal”, por otra parte, no puede decirse que el

yo lírico ignore el sentimiento, más bien éste se convierte en un “estado patético” universal

compartido por el lector. Esto quizás explique por qué en la lectura de un poema

buscamos ocupar el lugar del “yo” que enuncia y no el de oyente, como ocurre con las

narraciones. Poco importa entonces que el yo de un poema corresponda efectivamente al

yo del escritor, pues los sentimientos desplegados en él, liberados de las contingencias de

lo anecdótico, se han separado de lo singular abriéndose así a lo universal, esto es, a la

experiencia vivida como mera posibilidad de lo humano. El sujeto lírico redescribe al sujeto

empírico anclándose en su experiencia de lo real pero liberándolo de lo autobiográfico y

personal.

Page 15: Enunciado Enunciación Centro VIrtual Cervantes

Bajo tal perspectiva retórica, el sujeto lírico puede remitir a la voz del autor como individuo

y, simultáneamente, abrirse a lo universal por mediación de la figura. Esto nos conduciría a

pensar en una doble referencia o, incluso, según la expresión de Paul Ricoeur, en

una referencia desdoblada: la de un sujeto vuelto hacia sí mismo y, al mismo tiempo, hacia

lo universal. Este sujeto alegórico “sobrepasa” al sujeto empírico en lo intemporalizante y

en lo universalizante, pero nunca deja de abrevar de su experiencia humana posible. Por

lo tanto, se define más bien como una tensión entre dos sentidos que no se resuelve en

una “síntesis superior”. El espacio en que se establece el sujeto lírico es un espacio

dinámico que va de lo singular a lo universal, de lo biográfico a lo ficticio, de lo empírico a

lo trascendental: es el espacio de la figura. Ni biografía ni ficción acabada, puede decirse

entonces que no hay, en sentido estricto, una identidad del sujeto lírico más allá de la que

el texto le otorga. El sujeto lírico se crea y se renueva en y por el poema: fuera de él no

existe.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Guillermo Sucre, “Poesía crítica: Lenguaje y silencio”, Revista Iberoamericana, vol.

XXXVI, núm. 73, octubre-diciembre, 1970, pp. 575-597.

[2] Octavio Paz, La estación violenta (1958), citado por Sucre, p. 576.

[3] Roberto Juarroz, “Tercera poesía vertical”, Poesía vertical I, Buenos Aires: Emecé,

2005.

[4] Hugo Friedrich, Estrutura da lírica moderna (da metade do século XIX a meados do

século XX). São Paulo: Duas Cidades, 1991. (Problemas atuais e suas fontes, 3), p. 110.

Traducción mía.

[5] Walter Mignolo, “La figura del poeta en la lírica de vanguardia”, Revista Iberoamericana,

núms. 118-119, enero-junio de 1982.

[6] Idea Vilariño, Poesía completa. Barcelona: Lumen, 2008, p. 304. Cursivas mías.

[7] Vilariño, p. 305. Cursivas mías.

[8] Roberto Juarroz, “Duodécima poesía vertical” (1965), en Poesía vertical II. Buenos

Aires: Emecé, 2005, p. 111. Cursivas mías.

[9] Blanca Varela, Donde todo termina abre las alas. Poesía reunida (1949-2000).

Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2001.

Page 16: Enunciado Enunciación Centro VIrtual Cervantes

 ¿Qué es el historicismo?por Teoría de la historia

Doctrina según la cual el conocimiento de los asuntos humanos tiene un carácter  irreductiblemente

histórico de modo que no puede haber una perspectiva ahistórica desde la cual comprender  la

naturaleza humana y la sociedad. Lo que se precisa es una explicación filosófica del conocimiento

histórico que dé razón del conocimiento correcto de las actividades humanas. Así visto, el

historicismo puede ser tenido por una doctrina filosófica que se origina en los

supuestos metodológicos y epistemológicos de la historiografía crítica. A mediados del siglo XIX

ciertos pensadores alemanes reaccionan contra el ideal positivista de la ciencia y el conocimiento

rechazando  los modelos científicos de conocimiento para reemplazarlos por otros de tipo histórico.

Aplican este principio no sólo a la historia, sino  también al derecho, a la teoría política y a

considerables  fragmentos de la filosofía. Comprometido  inicialmente con algunos problemas

metodológicos en disciplinas particulares, el historicismo, tal y como se desarrolló, se vio obligado

a ofrecer una doctrina  filosófica común capaz de afectar a todas esas disciplinas. Lo que es

esencial a la hora de obtener conocimiento en el terreno de las ciencias humanas es servirse de las

vías de comprensión que se usan en los estudios históricos. En el campo de las ciencias humanas

no se deberían buscar leyes naturales; el conocimiento debería ser interpretativo y

hallarse conectado con episodios históricos concretos. De ese modo, sería inherentemente

contextual  (contextualismo) y dotado de perspectiva. Esto hace surgir el problema de si el

historicismo no será un cierto tipo de relativismo histórico. El historicismo parece estar

comprometido con la tesis de que dado cierto grupo de individuos, aquello que éstos pueden

afirmar de una manera incontrovertible está determinado por la perspectiva

histórica característica desde la que contemplan la vida y la sociedad. La insistencia en su carácter

único y en su especificidad concreta, así como el rechazo a cualquier apelación a leyes de tipo

universal del desarrollo humano refuerzan el anterior punto de vista. Sucede, sin embargo, que el

énfasis sobre el desarrollo acumulativo que tiene lugar en marcos amplios de nuestro conocimiento

histórico pone en cuestión la conveniencia de identificar el historicismo y el relativismo

histórico. El tratamiento anterior del historicismo es el desarrollado por sus principales

impulsores: Meinecke, Croce, Collingwood, Ortega y Gasset y Mannheim. En el siglo XX, y debido

principalmente a pensadores como Popper y Hayek, cobra actualidad una concepción bastante

distinta del historicismo. Para éstos, ser historicista equivale a creer en la existencia de «leyes

históricas», a creer en una «ley del desarrollo histórico» y en la existencia de un patrón en la

historia, e incluso de un fin, y en que su descubrimiento es la tarea central de la ciencia

social. Asimismo, creen que esas leyes deben determinar  la dirección de la acción política y

social. Popper y Hayek atribuyen esta doctrina (aunque de modo incorrecto) a Marx, para

Page 17: Enunciado Enunciación Centro VIrtual Cervantes

denunciar a continuación y con acierto, su carácter pseudocientífico. No obstante, es verdad que

algunos marxistas posteriores (Lukács, Korsch y Gramsci) fueron historicistas en el sentido

original no popperiano, al igual que el teórico crítico Adorno, y hermeneutas tales como Gadamer.

[Kai NIELSEN. “Historicismo”, in Robert AUDI. Diccionario de Filosofía. Madrid: Akal, 2004, pp.

493b-494b]