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ENCONTRAR A JESUCRISTO Selección de escritos “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” Benedicto XVI, Carta enc. “Deus caritas est”, 25-12-2005, n. 1 Tabla de contenido “¿Quién decís que soy yo?” Pienso que el hombre que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que aún no ha comenzado a vivir José Luis Martín Descalzo ..................................................................................................................... 3 Una pretensión inimaginable Lo único que queda por hacer es preguntarse: ¿ha sucedido o no? Luigi Giussani ...................................................................................................................................... 5 Una primera mirada al misterio de Jesús Jesús vive ante el rostro de Dios no sólo como amigo, sino como Hijo, en la más íntima unidad con el Padre Joseph Ratzinger - Benedicto XVI .......................................................................................................... 11 “Y el Verbo se hizo carne” Él vino como niño para quebrar nuestra soberbia Joseph Ratzinger................................................................................................................................15 “Toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor” En esta noticia que nació con la Pascua estaba encerrada ya, como en una semilla, toda la fuerza de la predicación evangélica Raniero Cantalamessa ........................................................................................................................ 19 Jesús de Nazaret, centro de la historia El significado único de Jesucristo deriva de que nos ha introducido en su relación con Dios Gerhard Ludwig Müller ....................................................................................................................... 25 Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero hombre La verdadera humanidad de Cristo no es el velo de su verdadera divinidad, sino su revelación Karl-Heinz Menke .............................................................................................................................. 27 “Buscar lo de arriba” No seguimos al muerto sino al Viviente Joseph Ratzinger............................................................................................................................... 35 La eucaristía, celebración de la comunión de vida con Jesucristo En la eucaristía, Jesús sale al encuentro de cada creyente, igual que durante su vida terrena salía al encuentro de sus discípulos Gerhard Ludwig Müller ....................................................................................................................... 39 “No mi voluntad, sino la tuya” Se reza como se vive, pero se vive como se ama Jean Corbon ..................................................................................................................................... 42 “Tengo sed de ti” Toda tu vida he estado deseando tu amor Beata Teresa de Calcuta ..................................................................................................................... 45

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  • ENCONTRAR A JESUCRISTO Seleccin de escritos

    No se comienza a ser cristiano por una decisin tica o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,

    que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientacin decisiva.

    Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 25-12-2005, n. 1

    Tabla de contenido

    Quin decs que soy yo? Pienso que el hombre que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que an no ha comenzado a vivir

    Jos Luis Martn Descalzo ..................................................................................................................... 3

    Una pretensin inimaginable Lo nico que queda por hacer es preguntarse: ha sucedido o no?

    Luigi Giussani ...................................................................................................................................... 5

    Una primera mirada al misterio de Jess Jess vive ante el rostro de Dios no slo como amigo, sino como Hijo, en la ms ntima unidad con el Padre

    Joseph Ratzinger - Benedicto XVI .......................................................................................................... 11

    Y el Verbo se hizo carne l vino como nio para quebrar nuestra soberbia

    Joseph Ratzinger ................................................................................................................................ 15

    Toda lengua proclame: Jesucristo es el Seor En esta noticia que naci con la Pascua estaba encerrada ya, como en una semilla, toda la fuerza de la predicacin evanglica

    Raniero Cantalamessa ........................................................................................................................ 19

    Jess de Nazaret, centro de la historia El significado nico de Jesucristo deriva de que nos ha introducido en su relacin con Dios

    Gerhard Ludwig Mller ....................................................................................................................... 25

    Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero hombre La verdadera humanidad de Cristo no es el velo de su verdadera divinidad, sino su revelacin

    Karl-Heinz Menke .............................................................................................................................. 27

    Buscar lo de arriba No seguimos al muerto sino al Viviente

    Joseph Ratzinger ............................................................................................................................... 35

    La eucarista, celebracin de la comunin de vida con Jesucristo En la eucarista, Jess sale al encuentro de cada creyente, igual que durante su vida terrena sala al encuentro de sus discpulos

    Gerhard Ludwig Mller ....................................................................................................................... 39

    No mi voluntad, sino la tuya Se reza como se vive, pero se vive como se ama

    Jean Corbon ..................................................................................................................................... 42

    Tengo sed de ti Toda tu vida he estado deseando tu amor

    Beata Teresa de Calcuta ..................................................................................................................... 45

  • 14/11/2011

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    Quin decs que soy yo? Jos Luis Martn Descalzo

    Pienso que el hombre que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que an no ha comenzado a vivir

    Quin decs que soy yo? Hace dos mil aos un hombre formul esta pregunta a un grupo de amigos (Evangelio de San Marcos 8, 27). Y la historia no ha terminado an de res-ponderla. El que preguntaba era simplemente un aldeano que hablaba a un grupo de pesca-dores. Nada haca sospechar que se tratara de alguien importante. Vesta pobremente. l y los que le rodeaban eran gente sin cultura, sin lo que el mundo llama cultura. No posean ttulos ni apoyos. No tenan dinero ni posibilidades de adquirirlo. No contaban con armas ni con poder alguno. Eran todos ellos jvenes, poco ms que unos muchachos, y dos de ellos uno precisamente el que haca la pregunta moriran antes de dos aos con las ms vio-lentas de las muertes. Todos los dems acabaran, no mucho despus, en la cruz o bajo la espada. Eran, ya desde el principio y lo seran siempre, odiados por los poderosos. Pero tampoco los pobres terminaban de entender lo que aquel hombre y sus doce amigos predi-caban. Era, efectivamente, un incomprendido.

    Los violentos le encontraban dbil y manso. Los custodios del orden le juzgaban, en cambio, violento y peligroso. Los cultos le despreciaban y le teman. Los poderosos se rean de su locura. Haba dedicado toda su vida a Dios, pero los ministros oficiales de la religin de su pueblo le vean como un blasfemo y un enemigo del cielo. Eran ciertamente muchos los que le seguan por los caminos cuando predicaba, pero a la mayor parte les interesaban ms los gestos asombrosos que haca o el pan que les reparta que todas las palabras que salan de sus labios. De hecho todos le abandonaron cuando sobre su cabeza rugi la tormenta de la persecucin de los poderosos y slo su madre y tres o cuatro amigos ms le acompaaron en su agona.

    La tarde de aquel viernes, cuando la losa de un sepulcro prestado se cerr sobre su cuerpo, nadie habra dado un cntimo por su memoria, nadie habra podido sospechar que su recuerdo perdurara en algn sitio, fuera del corazn de aquella pobre mujer su ma-dre que probablemente se hundira en el silencio del olvido, de la noche y de la soledad.

    Y sin embargo, veinte siglos despus, la historia sigue girando en torno a aquel hom-bre. Los historiadores an los ms opuestos a l siguen diciendo que tal hecho o tal ba-talla ocurri tantos o cuantos aos antes o despus de l. Media humanidad, cuando se pre-gunta por sus creencias, sigue usando su nombre para denominarse. Dos mil aos despus de su vida y muerte, se siguen escribiendo cada ao ms de mil volmenes sobre su persona y doctrina. Su historia ha servido como inspiracin para, al menos, la mitad de todo el arte que ha producido el mundo desde que l vino a la tierra. Y, cada ao, decenas de miles de hombres y mujeres dejan todo sus familias, sus costumbres, tal vez hasta su patria para seguirle enteramente, como aquellos doce primeros amigos.

    Quin, quin es este hombre por quien tantos han muerto, a quien tantos han amado hasta la locura y en cuyo nombre se han hecho tambin ay! tantas violencias? Desde hace dos mil aos, su nombre ha estado en boca de millones de agonizantes, como una es-peranza, y de millares de mrtires, como un orgullo. Cuntos han sido encarcelados y ator-mentados, cuntos han muerto slo por proclamarse seguidores suyos! Y tambin ay! cuntos han sido obligados a creer en l con riesgo de sus vidas, cuantos tiranos han levan-tado su nombre como una bandera para justificar sus intereses o sus dogmas personales! Su

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    doctrina, paradjicamente, inflam el corazn de los santos y las hogueras de la Inquisicin. Discpulos suyos se han llamado los misioneros que cruzaron el mundo slo para anunciar su nombre y discpulos suyos nos atrevemos a llamarnos quienes por fin! hemos sabido compaginar su amor con el dinero.

    Quin es, pues, este personaje que parece llamar a la entrega total o al odio frontal, es-te personaje que cruza de medio a medio la historia como una espada ardiente y cuyo nom-bre o cuya falsificacin produce frutos tan opuestos de amor o de sangre, de locura magnfica o de vulgaridad? Quin es y qu hemos hecho de l, cmo hemos usado o traicio-nado su voz, qu jugo misterioso o maldito hemos sacado de sus palabras? Es fuego o es opio? Es blsamo que cura, espada que hiere o morfina que adormila? Quin es? Quin es? Pienso que el hombre que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que an no ha comenzado a vivir. Gandhi escribi una vez: Yo digo a los hindes que su vida ser imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jess. Y qu pensar entonces de los cristianos cuntos, Dios mo? que todo lo desconocen de l, que dicen amarle, pero jams le han conocido personalmente?

    Y es una pregunta que urge contestar porque, si l es lo que dijo de s mismo, si l es lo que dicen de l sus discpulos, ser hombre es algo muy distinto de lo que nos imaginamos, mucho ms importante de lo que creemos. Porque si Dios ha sido hombre, se ha hecho hombre, gira toda la condicin humana. Si, en cambio, l hubiera sido un embaucador o un loco, media humanidad estara perdiendo la mitad de sus vidas.

    Conocerle no es una curiosidad. Es mucho ms que un fenmeno de la cultura. Es algo que pone en juego nuestra existencia. Porque con Jess no ocurre como con otros persona-jes de la historia. Que Csar pasara el Rubicn o no lo pasara, es un hecho que puede ser verdad o mentira, pero que en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos V fuera empe-rador de Alemania o de Rusia, nada tiene que ver con mi salvacin como hombre. Que Napo-len muriera derrotado en Elba o que llegara siendo emperador al final de sus das no mo-ver hoy a un solo ser humano a dejar su casa, su comodidad y su amor y marcharse a hablar de l a una aldehuela del corazn de frica.

    Pero Jess no, Jess exige respuestas absolutas. l asegura que, creyendo en l, el hombre salva su vida e, ignorndole, la pierde. Este hombre se presenta como el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6). Por tanto si esto es verdad nuestro camino, nuestra vida, cambian segn sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona. Y cmo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su historia, sin contemplar los entresijos de su alma, sin haber ledo y reledo sus palabras?

    Vida y misterio de Jess de Nazaret, Sgueme, Madrid 1989, pp. 9-11.

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    Una pretensin inimaginable Luigi Giussani

    Lo nico que queda por hacer es preguntarse: ha sucedido o no?

    Hemos visto en el captulo anterior1 que, en el noble esfuerzo racional, moral y esttico que expresan, todas las religiones son verdaderas y que el hombre, inducido por las exi-gencias de su humanidad, tiene que realizar este esfuerzo y tener por tanto una religin.

    Despus hemos visto que la exigencia de una revelacin se halla en la raz de sus intentos y que esto vale para las ms diversas experiencias religiosas.

    En la libertad y pluralidad de formas de todos estos intentos y mensajes, si hay un delito que una religin puede cometer es el de decir yo soy la religin, el nico camino.

    Es exactamente lo que pretende el cristianismo. Sera delito en cuanto que resultara una imposicin moral de la propia expresin a los dems.

    En consecuencia, no es injusto sentir repugnancia ante tal afirmacin; lo injusto sera no preguntarse el porqu de dicha afirmacin, el motivo de esta gran pretensin.

    EL ENIGMA COMO HECHO EN LA TRAYECTORIA HUMANA

    Pretender una revelacin es lo que resume la situacin del espritu humano al concebir y establecer su relacin con lo divino, segn una alternativa que expresa el siguiente esquema.

    X

    La lnea horizontal representa la trayectoria de la historia humana sobre la que se cierne la presencia de una X: destino, hado, quid ltimo, misterio, Dios.

    En cada momento de su trayectoria histrica, la humanidad ha intentado, terica o prcti-camente, entender la relacin que exista entre su propia realidad contingente, el punto ef-mero que representa, y su sentido ltimo; ha intentado imaginar y vivir un vnculo entre lo efmero que le es propio y lo eterno. Supongamos ahora que el enigma de la X, la presencia enigmtica que se cierne sobre el horizonte, sin la cual la razn no podra ser razn, puesto que es la afirmacin del significado ltimo, penetrara en el tejido de la historia, entrase en el flujo del tiempo y del espacio y, con una fuerza expresiva inimaginable, se encarnase en un Hecho entre nosotros. Pero, en esta hiptesis, qu significa encarnarse? Significa supo-ner que esa X misteriosa se haya convertido en un fenmeno, un hecho normal registrable en la trayectoria histrica y que acta sobre ella.

    Esta suposicin correspondera a la exigencia de la revelacin. Sera irracional excluir la posibilidad de que el misterio que hace las cosas llegue a implicarse en la trayectoria histri-ca, comprometindose directa y personalmente con el hombre; ya hemos visto cmo por nuestra naturaleza no podemos poner lmites al misterio.

    1 Cf. Luigi Giussani, Curso bsico de cristianismo, 2: Los orgenes de la pretensin cristiana, nueva edicin revisada y anotada, Ed. Encuentro, Madrid 2001, caps. I y II.

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    Por tanto, dada la posibilidad del hecho y la racionalidad de la hiptesis, qu nos queda por hacer ante ella? Lo nico que queda por hacer es preguntarse: ha sucedido o no?

    Si hubiese sucedido, este camino sera el nico, no porque los dems fueran falsos, sino porque lo habra trazado Dios; histricamente el misterio se habra presentado como un hecho al que nadie, seria y realmente puesto ante l, podra sustraerse sin renegar de su mismo camino. Al aceptar y recorrer este camino trazado por Dios, el hombre podr darse cuenta de que, en comparacin con los dems, ste se muestra ms humano como sntesis, ms completo en la valoracin de los factores en juego. Siguiendo este camino excepcional, yo, a priori, tendra que entender tambin mejor los dems caminos a medida que los fuera conociendo; adquirira as la capacidad de captar todo lo que de bueno tienen tambin las otras vas, y sera una experiencia valorizadora, amplia, abierta, repleta de magnanimidad. Se tratara de una experiencia capaz de abrazar la totalidad de los valores, catlica, en su sen-tido etimolgico: entera, universal. Dice un documento del Concilio Vaticano II:

    La Iglesia catlica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Con-sidera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y ensea, no pocas veces reflejan un deste-llo de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres Por consiguiente exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el dilogo y la colaboracin con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristianas, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales as como los valores socioculturales que en ellos exis-ten2.

    La hiptesis de que el misterio que se cierne ms all del horizonte de cualquier paso humano haya roto la lnea de lo arcano y haya penetrado en el camino de esos pasos, nos coloca ante un cambio radical que diferencia esta modalidad religiosa de cualquier otro intento del hombre de relacionarse con lo ignoto. Pero tomar seriamente en consideracin que esta hiptesis sea verdadera no puede eliminar nada de una atenta capacidad de simpa-ta hacia toda bsqueda humana.

    UN CAMBIO RADICAL DE MTODO RELIGIOSO

    En la hiptesis de que el misterio haya penetrado en la existencia del hombre hablndole en trminos humanos, la relacin hombre-destino ya no se basar en el esfuerzo humano, entendido como construccin e imaginacin, como estudio dirigido a una cosa lejana, enigmtica, como tensin de espera hacia algo ausente. Ser, en cambio, dar con alguien presente. Si Dios hubiese manifestado en la historia humana una voluntad particular, hubie-se marcado un camino para alcanzarle, el problema central religioso ya no sera el intento, en todo caso expresivo de la gran dignidad del hombre, de fingirse a Dios; todo el proble-ma se centrara en el puro gesto de la libertad: que acepte o rechace. En esto consiste el cambio radical. Ya no es central el esfuerzo de una inteligencia y de una voluntad constructi-va, de una laboriosa fantasa, de una complicada moral, sino la sencillez de un reconocimien-to; una actitud anloga a la de quien, al ver llegar a un amigo, le identifica entre los dems y le saluda. La metodologa religiosa perdera, en esta hiptesis, todas sus caractersticas in-quietantes de remisin enigmtica a algo lejano, y coincidira con la dinmica de una expe-riencia, la experiencia de algo presente, la experiencia de un encuentro.

    Hay que sealar cmo el primer mtodo favorece al inteligente, al culto, al afortunado, al poderoso; con el segundo mtodo resulta en cambio favorecido el pobre, el hombre comn. El dar con una persona presente es una evidencia fcil para el nio y para el adulto. En la

    2 Concilio Vaticano II, Declaracin Nostra tate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 28/10/1965, n. 2, en Documentos del Concilio Vaticano II, BAC, Madrid 1974.

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    dinmica reveladora de esta hiptesis el principal acento no cae ya sobre la genialidad y la capacidad de iniciativa, sino sobre la sencillez y el amor. Amor que representa la nica y ver-dadera dependencia del hombre, la afirmacin del Otro como consistencia de nosotros mismos: eleccin suprema de la libertad.

    De todos modos, en semejante hiptesis la afirmacin del carcter nico del camino que se deriva de ella ya no sera expresin de una presuncin, sino obediencia a un hecho, al Hecho decisivo del tiempo.

    Slo se puede huir de una manera: negando la posibilidad misma de este Hecho. Este deli-to contra la suprema categora de la razn, la categora de la posibilidad, era lo que estigma-tizaba el frailecillo de Graham Greene ante el odio creciente del librepensador, cuando en El fin de la aventura mostraba la profunda contradiccin de ste dicindole que le pareca ms libre pensamiento admitir todas las posibilidades que descartar alguna.

    UNA HIPTESIS QUE YA NO ES SLO HIPTESIS

    Hemos visto que esta hiptesis es posible, y que si fuese cierta revolucionara la metodo-loga religiosa; ahora debemos reconocer que ha sido y es considerada cierta en la historia del hombre. El anuncio cristiano dice: Si, esto ha sucedido.

    Imaginemos el mundo como una inmensa llanura, en la que innumerables grupos huma-nos se afanan bajo la direccin de sus ingenieros y arquitectos, con proyectos de formas dis-pares, en construir puentes de mil arcos que sirvan de enlace entre la tierra y el cielo, entre el lugar efmero de su morada y la estrella del destino. La llanura est atestada de un sinfn de obras en las que se desarrolla un febril trabajo. En un determinado momento llega un hombre, abarca con la mirada todo ese intenso trabajo de construccin y, llegado un punto, grita: Parad!. Poco a poco, empezando por los que se hallan ms cerca, todos van sus-pendiendo el trabajo y le miran. l dice: Sois grandes, y nobles; vuestro esfuerzo es sublime, pero triste, porque no es posible que consigis construir el camino que una vuestra tierra con el misterio ltimo. Abandonad vuestros proyectos, soltad vuestras herramientas; el des-tino se ha apiadado de vosotros. Seguidme, el puente lo construir yo; de hecho, yo soy el destino.

    Intentemos imaginar la reaccin de toda esa gente ante semejantes afirmaciones. En pri-mer lugar los arquitectos, los maestros de obra, los mejores oficiales instintivamente se en-contrarn diciendo a sus obreros: No detengis el trabajo; nimo, volvamos a la obra. No os dais cuenta de que este hombre es un loco?. Cierto, est loco, respondera como un eco la gente. Se ve que est loco, comentaran reemprendiendo el trabajo segn la orden de sus jefes. Solamente algunos no apartan de l la mirada, estn hondamente impresiona-dos, no obedecen como la masa a sus jefes, se acercan a l y le siguen.

    Bien, esta forma fantstica resume lo que ha sucedido en la historia, lo que sucede en la historia todava.

    Llegados a este punto, ya no nos hallamos ante un problema de orden terico (filosfico o moral), sino ante un problema histrico. La primera pregunta a la que debemos respon-dernos no es: Es razonable o justo lo que dice el anuncio cristiano?, sino Es cierto que ha sucedido o no?, es cierto que Dios ha intervenido?.

    Querra indicar, aunque queda implcito en todo lo dicho hasta ahora, la diferencia de mtodo que requiere afrontar la nueva pregunta. Dicha diferencia se puede enunciar as: mientras que el descubrimiento de la existencia de un quid misterioso, del dios, el hombre puede y debe lograrlo a travs de una percepcin analtica de la experiencia que hace de lo real (y hemos visto cmo la historia puede documentar con creces que es as como se logra

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    normalmente), el problema del que ahora estamos hablando, al ser un hecho histrico, no puede ser comprobado con la reflexin analtica sobre la estructura de la propia relacin con lo real. Es un hecho acaecido en el tiempo o no: o es o no es, o se ha verificado o no se ha verificado. O es efectivamente un acontecimiento surgido en la existencia del hombre de-ntro de la historia, y requiere por lo tanto la constatacin de todo suceso, o queda como una idea. Ante esta hiptesis el mtodo no es otro que el del registro histrico de un hecho obje-tivo.

    La pregunta Es cierto que Dios ha intervenido en la historia? se ve entonces reducida sobre todo a referirse a esa pretensin sin parangn posible que constituye el contenido de un mensaje muy claro; se ve obligada a convertirse en esta otra pregunta: Quin es Jess?. El cristianismo surge como respuesta a esta pregunta.

    UN PROBLEMA QUE DEBE SER RESUELTO

    Dice Dostoyevski en Los hermanos Karamazov:

    La fe se reduce a este problema angustioso: un hombre culto, un europeo de nuestros das, puede creer, realmente creer, en la divinidad del hijo de Dios, Jesucristo?

    En dicha pregunta se juega hoy la cuestin religiosa; en cualquier caso, para cualquier in-dividuo a quien alcance esta noticia, el simple hecho de que haya incluso slo un hombre que afirme: Dios se ha hecho hombre plantea un problema radical e ineliminable para la vida religiosa de la humanidad.

    Dice Kierkegaard en su Diario:

    La forma ms baja del escndalo, humanamente hablando, es dejar sin solucin todo el problema en torno a Cristo. La verdad es que se ha olvidado por completo el imperativo cris-tiano: t debes. Que el cristianismo te haya sido anunciado significa que t debes tomar una postura ante Cristo. l, o el hecho de que l exista, o el hecho de que haya existido, es la deci-sin clave de toda la existencia.

    Hay ciertas llamadas que, por su radicalidad, cuando un hombre las ha percibido, si acta como un hombre, no pueden ser eliminadas, censuradas. El hombre est obligado a decir s, o a decir no. El hombre no puede desinteresarse ante el hecho de haberle llegado la noticia de que un hombre haya declarado: Yo soy Dios; tendr que intentar alcanzar el convenci-miento de que la noticia es verdadera o que es falsa. Un hombre no puede aceptar pasiva-mente que se le aleje o distraiga de un problema de este tipo; en este sentido emplea Kier-kegaard la palabra escndalo, segn su autntica etimologa griega, en la que scndalon significa impedimento. Se impedira a s mismo ser hombre todo aqul que permitiese que inmediata o poco a poco se le apartase de la posibilidad de formarse una opinin personal sobre el problema de Cristo. Como inciso, quisiera resaltar que podemos estar convencidos de que vivimos como cristianos, formando parte de lo que llamara la tropa cristiana, sin que este problema haya sido realmente resuelto por la propia persona, sin que sta haya sido liberada de ese impedimento.

    Un hecho tiene algo de inevitable. En la medida en que el hecho tiene un contenido im-portante, eludirlo, con la persistente e irracional distraccin de la que el hombre es paradji-camente capaz, deforma gravemente la personalidad humana. Si uno estuviese conduciendo un pequeo camin a lo largo de una carretera de dos metros de anchura y de repente en-contrara el camino bloqueado por un desprendimiento no podra seguir adelante, tendra que detenerse a resolver la situacin. El conductor se hallara ante lo que Kierkegaard llama-ba en el fragmento citado un debe, un imperativo, un problema que es necesario resolver.

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    Pues bien, el imperativo cristiano consiste en que el contenido de su mensaje se plantea como hecho. Nunca se subrayar suficientemente esto. Una insidiosa deslealtad cultural ha hecho posible, en parte por la ambigedad y la fragilidad de los cristianos, la difusin de una vaga idea del cristianismo como discurso, doctrina y, por consiguiente, incluso fbula o mo-raleja. No; es ante todo un hecho, un hombre que ha entrado en la categora de los hombres.

    Sin embargo, el imperativo tambin afecta a otra flexin del hecho: la llegada de ese hombre constituye una noticia transmitida hasta hoy; hasta hoy ese evento ha sido procla-mado, anunciado, como el evento de una Presencia. El que un hombre haya dicho: Yo soy Dios y que esto sea relatado como un hecho presente es algo que requiere avasalladora-mente una toma de posicin personal. Se puede sonrer al respecto, se puede decidir no hacer caso; significara con todo que se ha querido resolver el problema negativamente, que no se ha querido tomar nota del hecho de que nos hallamos ante una propuesta cuyos trminos son de tal magnitud que ninguna imaginacin humana podr esbozar jams algo ms grande.

    He aqu por qu tan a menudo la sociedad no quiere saber nada de este anuncio, por qu quiere confinarlo en las iglesias, en las conciencias. Lo que molesta es precisamente percibir las enormes proporciones de los trminos del problema: constatar o no constatar que l haya o no existido, o mejor, que l exista o que haya existido es la mayor decisin de la exis-tencia. Ninguna otra opcin que la sociedad pueda proponer o el hombre imaginar como importante tiene este valor. Y esto suena a imposicin; afirmar el contenido cristiano parece despotismo. Pero es despotismo dar noticia de algo acaecido, por muy grande que pueda ser?

    UN PROBLEMA DE HECHO

    Es necesario tener bien presente que el problema se refiere a una cuestin de hecho. Re-sulta amargo, desde el punto de vista de la razn, que todo se date a partir del nacimiento de Cristo y que muchos nunca se hayan preguntado en qu consiste histricamente el pro-blema de Cristo. No es un problema de pareceres, de gustos, ni tampoco se trata de un pro-blema de anlisis del nimo religioso. Una indagacin sobre el sentido religioso no lleva a entender si el cristianismo nos transmite una noticia verdadera o falsa. Ya he enunciado esta posicin en el primer volumen de este curso3: el mtodo lo impone el objeto, no lo fija el sujeto. El sentido religioso es un fenmeno de la persona; por eso ya hemos aclarado cmo el mtodo para abordarlo y esta aproximacin es algo que se ha de renovar siempre es reflexionar sobre nosotros mismos. Sin embargo, el que Cristo haya dicho o no que es Dios, el que sea o no sea Dios, y el que todava hoy llegue o no llegue a nosotros, es un problema histrico; por eso el mtodo para resolverlo ha de ser el que le corresponde, y el que corres-ponde a la gravedad del problema.

    Respecto a esto quisiera hacer un breve inciso. A veces se oyen expresiones de este tipo: Los cristianos tienen a Cristo, as como los budistas tienen a Buda o los musulmanes tienen a Mahoma. Es evidente que frases de este tipo son fruto de la ignorancia. Sin embargo es necesario caer en la cuenta, aunque sea brevemente, de ello.

    El anuncio cristiano es que un hombre que coma, caminaba, que llevaba a cabo normal-mente su existencia humana, ha dicho: Yo soy vuestro destino, Yo soy Aquel de quien todo el Cosmos est hecho. Objetivamente, es el nico caso de la historia en que un hom-bre se ha, no ya divinizado genricamente, sino identificado sustancialmente con Dios.

    3 Luigi Giussani, Curso bsico de cristianismo, 1: El sentido religioso, nueva edicin revisada y anotada, Ed. Encuentro, Madrid 1998, pp. 18-20.

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    Desde el punto de vista de la historia del sentimiento religioso de la humanidad debe obser-varse que, cuanto mayor ha sido la genialidad religiosa de un hombre, ms ha percibido y experimentado su distancia de Dios, la supremaca de Dios, la desproporcin entre Dios y el ser humano. La experiencia religiosa es precisamente la vivencia de la conciencia de la pe-queez del hombre, de la inconmensurabilidad del misterio. Se cuenta que san Francisco fue sorprendido en los bosques de la Verna, a gatas, con el rostro hundido en los matorrales mientras repeta: Quin eres t? Quin soy yo?, estableciendo de esa manera la diferen-cia abismal entre los dos polos, el hombre y Dios, que crean la fascinacin del sentimiento religioso. Cuanto ms profundo es este sentimiento, cuanto ms se asemeja al rayo que esta-lla poderoso, luminoso y abrasador, tanto ms siente el hombre la diferencia de potencial entre los dos polos. Cuanto ms genio religioso tiene un hombre, menos tentacin siente de identificarse con lo divino. El hombre puede, efectivamente, actuar fingindose dios, pero tericamente es imposible concebir tal identificacin. Estructuralmente, el hombre no puede identificar su evidente parcialidad con el todo, excepto en el caso de una clamorosa y mani-fiesta patologa. El dinamismo normal de la inteligencia est incapacitado para esta tenta-cin, porque una tentacin, para subsistir, debe tener como punto de partida cierta verosi-militud, una apariencia de posibilidad. Y que el hombre realmente se conciba Dios carece de verosimilitud, de toda apariencia de posibilidad.

    Curso bsico de cristianismo, 2: Los orgenes de la pretensin cristiana, Ed. Encuentro, Madrid 2001, pp. 36-45.

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    Una primera mirada al misterio de Jess Joseph Ratzinger Benedicto XVI

    Jess vive ante el rostro de Dios no slo como amigo, sino como Hijo, en la ms ntima unidad con el Padre

    En el Libro del Deuteronomio se encuentra una promesa muy diferente de la esperanza mesinica de otros libros del Antiguo Testamento, pero que tiene una importancia decisiva para entender la figura de Jess. No se promete un rey de Israel y del mundo, un nuevo Da-vid, sino un nuevo Moiss; pero a Moiss mismo se le considera un profeta. En contraste con el mundo de las religiones del entorno, la calificacin de profeta entraa aqu algo peculiar y diverso que, como tal, slo existe en Israel. Esta novedad y diferencia se deriva de la singu-laridad de la fe en Dios que le fue concedida al pueblo de Israel. En todos los tiempos, el hombre no se ha preguntado slo por su proveniencia originaria; ms que la oscuridad de su origen, al hombre le preocupa lo impenetrable del futuro hacia el que se encamina. Quiere rasgar el velo que lo cubre; quiere saber qu pasar, para poder evitar las desventuras e ir al encuentro de la salvacin.

    Tambin las religiones se preocupan no slo de responder a la pregunta sobre el origen; todas ellas intentan desvelar de algn modo el futuro. Son importantes precisamente por-que proponen un saber sobre lo venidero y pueden mostrar as al hombre el camino que debe tomar para no fracasar. Por ello, prcticamente todas las religiones han desarrollado formas de predecir el futuro.

    El Libro del Deuteronomio, en el texto al que aludimos, recuerda las diversas formas de apertura del futuro que se practicaban en el entorno de Israel: Cuando entres en la tierra que va a darte el Seor tu Dios, no imites las abominaciones de esos pueblos. No haya entre los tuyos quien queme a sus hijos o hijas, ni vaticinadores, ni astrlogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque el que practi-ca eso es abominable para el Seor. (18, 9-12).

    Lo difcil que resultaba aceptar una tal renuncia, lo difcil que era soportarla, se observa en la historia del final de Sal. l mismo haba intentado imponer esta prohibicin y acabar con toda forma de magia, pero ante la inminente y peligrosa batalla contra los filisteos, le resul-taba insoportable el silencio de Dios y cabalga hasta Endor para pedir a una nigromante que invocara al espritu de Samuel para que le mostrara el futuro: si el Seor no habla, otro debe rasgar el velo del maana... (cf. 1S 28).

    * * *

    El captulo 18 del Deuteronomio, que califica todas estas formas de apoderarse del futuro como abominaciones a los ojos de Dios, contrapone a estas artes adivinatorias el otro ca-mino de Israel el camino de la fe, y lo hace en forma de una promesa: El Seor, tu Dios, te suscitar un profeta como yo de entre tus hermanos. A l le escucharis (18, 15). En prin-cipio parece que esto es slo el anuncio de la institucin proftica en Israel y que con ello se confa al profeta la interpretacin del presente y el futuro. Pero la crtica a los falsos profetas que aparece reiteradamente con gran dureza en los libros profticos seala el peligro de que asuman en la prctica el papel de adivinos, de que se comporten y se les pregunte como a ellos. De este modo, Israel volvera a caer exactamente en la situacin que los profetas ten-an el cometido de evitar.

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    La conclusin del Libro del Deuteronomio vuelve otra vez sobre la promesa y le da un giro sorprendente que va mucho ms all de la institucin proftica y que otorga a la figura del profeta su verdadero sentido. All se dice: Pero no surgi en Israel otro profeta como Moiss, con quien el Seor trataba cara a cara. (34, 10). Sobre esta conclusin del quinto libro de Moiss se cierne una singular melancola: la promesa de un profeta como yo no se ha cumplido todava. Y entonces se ve claro que con esas palabras no se haca referencia slo a la institucin proftica, que ya exista, sino a algo distinto y de mayor alcance: eran el anuncio de un nuevo Moiss. Se haba comprobado que la llegada a Palestina no haba coin-cidido con el ingreso en la salvacin, que Israel todava esperaba su verdadera liberacin, que era necesario un xodo ms radical y que para ello se necesitaba un nuevo Moiss.

    Se dice tambin lo que caracterizaba a ese Moiss, lo peculiar y esencial de esa figura: l haba tratado con el Seor cara a cara; haba hablado con el Seor como el amigo con el amigo (cf. Ex 33, 11). Lo decisivo de la figura de Moiss no son todos los hechos prodigiosos que se cuentan de l, ni tampoco todo lo que ha hecho o las penalidades sufridas en el cami-no desde la condicin de esclavitud en Egipto, a travs del desierto, hasta las puertas de la tierra prometida. El punto decisivo es que ha hablado con Dios como con un amigo: slo de ah podan provenir sus obras, slo de esto poda proceder la Ley que deba mostrar a Israel el camino a travs de la historia.

    Y se ve finalmente muy claro que el profeta no es la variante israelita del adivino, como de hecho muchos lo consideraban hasta entonces y como se consideraron a s mismos muchos presuntos profetas. Su significado es completamente diverso: no tiene el cometido de anun-ciar los acontecimientos de maana o pasado maana, ponindose as al servicio de la curio-sidad o de la necesidad de seguridad de los hombres. Nos muestra el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar. El futuro de que se trata en sus indicaciones va mucho ms all de lo que se intenta conocer a travs de los adivinos. Es la indicacin del camino que lleva al autntico xodo, que consiste en que en todos los avatares de la historia hay que buscar y encontrar el camino que lleva a Dios como la verdadera orientacin. En este senti-do, la profeca est en total correspondencia con la fe de Israel en un solo Dios, es su trans-formacin en la vida concreta de una comunidad ante Dios y en camino hacia l.

    * * *

    No surgi en Israel otro profeta como Moiss.... Esta afirmacin da un giro escatolgico a la promesa de que el Seor, tu Dios, te suscitar... un profeta como yo. Israel puede es-perar en un nuevo Moiss, que todava no ha aparecido, pero que surgir en el momento oportuno. Y la verdadera caracterstica de este profeta ser que tratar a Dios cara a cara como un amigo habla con el amigo. Su rasgo distintivo es el acceso inmediato a Dios, de mo-do que puede transmitir la voluntad y la palabra de Dios de primera mano, sin falsearla. Y esto es lo que salva, lo que Israel y la humanidad estn esperando.

    Pero en este punto debemos recordar otra historia digna de mencin sobre la relacin de Moiss con Dios que se relata en el Libro del xodo. All se nos narra la peticin que Moiss hace a Dios: Djame ver tu gloria (Ex 33, 18). La peticin no es atendida: Mi rostro no lo puedes ver (33, 20). A Moiss se le pone en un lugar cercano a Dios, en la hendidura de una roca, sobre la que pasar Dios con su gloria. Mientras pasa Dios le cubre con su mano y slo al final la retira: Podrs ver mi espalda, pero mi rostro no lo vers (33, 23).

    Este misterioso texto ha desempeado un papel fundamental en la historia de la mstica juda y cristiana; a partir de l se intent establecer hasta qu punto puede llegar el contacto

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    con Dios en esta vida y dnde se sitan los lmites de la visin mstica. En la cuestin que nos ocupa queda claro que el acceso inmediato de Moiss a Dios, que le convierte en el gran mediador de la revelacin, en el mediador de la Alianza, tiene sus lmites. No puede ver el rostro de Dios, aunque se le permite entrar en la nube de su cercana y hablar con l como con un amigo. As, la promesa de un profeta como yo lleva en s una expectativa mayor todava no explcita: al ltimo profeta, al nuevo Moiss, se le otorgar el don que se niega al primero: ver real e inmediatamente el rostro de Dios y, por ello, poder hablar basndose en que lo ve plenamente y no slo despus de haberlo visto de espaldas. Este hecho se relacio-na de por s con la expectativa de que el nuevo Moiss ser el mediador de una Alianza supe-rior a la que Moiss poda traer del Sina (cf. Hb 9, 11-24).

    * * *

    En este contexto hay que leer el final del Prlogo del Evangelio de Juan: A Dios nadie lo ha visto jams; el Hijo nico, que est en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (1,18). En Jess se cumple la promesa del nuevo profeta. En l se ha hecho plenamente reali-dad lo que en Moiss era slo imperfecto: l vive ante el rostro de Dios no slo como amigo, sino como Hijo; vive en la ms ntima unidad con el Padre.

    Slo partiendo de esta afirmacin se puede entender verdaderamente la figura de Jess, tal como se nos muestra en el Nuevo Testamento; en ella se fundamenta todo lo que se nos dice sobre las palabras, las obras, los sufrimientos y la gloria de Jess. Si se prescinde de este autntico baricentro, no se percibe lo especfico de la figura de Jess, que se hace entonces contradictoria y, en ltima instancia, incomprensible. La pregunta que debe plantearse todo lector del Nuevo Testamento sobre la procedencia de la doctrina de Jess, sobre la clave para explicar su comportamiento, slo puede responderse a partir de este punto. La reac-cin de sus oyentes fue clara: esa doctrina no procede de ninguna escuela; es radicalmente diferente a lo que se puede aprender en las escuelas. No se trata de una explicacin segn el mtodo interpretativo transmitido. Es diferente: es una explicacin con autoridad. Al re-flexionar sobre las palabras de Jess tendremos que volver sobre este diagnstico de sus oyentes y profundizar ms en su significado.

    La doctrina de Jess no procede de enseanzas humanas, sean del tipo que sean, sino del contacto inmediato con el Padre, del dilogo cara a cara, de la visin de Aquel que descan-sa en el seno del Padre. Es la palabra del Hijo. Sin este fundamento interior sera una teme-ridad. As la consideraron los eruditos de los tiempos de Jess, precisamente porque no qui-sieron aceptar este fundamento interior: el ver y conocer cara a cara.

    * * *

    Para entender a Jess resultan fundamentales las repetidas indicaciones de que se retira-ba al monte y all oraba noches enteras, a solas con el Padre. Estas breves anotaciones descorren un poco el velo del misterio, nos permiten asomarnos a la existencia filial de Jess, entrever el origen ltimo de sus acciones, de sus enseanzas y de su sufrimiento. Este orar de Jess es la conversacin del Hijo con el Padre, en la que estn implicadas la con-ciencia y la voluntad humanas, el alma humana de Jess, de forma que la oracin del hom-bre pueda llegar a ser una participacin en la comunin del Hijo con el Padre.

    La famosa tesis de Adolf von Harnack, segn la cual el anuncio de Jess sera un anuncio del Padre, del que el Hijo no formara parte y por tanto la cristologa no pertenecera al anuncio de Jess, es una tesis que se desmiente por s sola. Jess puede hablar del Padre como lo hace slo porque es el Hijo y est en comunin filial con l. La dimensin cristolgi-ca, esto es, el misterio del Hijo como revelador del Padre, la cristologa, est presente en

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    todas las palabras y obras de Jess. Aqu resalta otro punto importante: hemos dicho que la comunin de Jess con el Padre comprende el alma humana de Jess en el acto de la ora-cin. Quien ve a Jess, ve al Padre (cf. Jn 14,9). De este modo, el discpulo que camina con Jess se ver implicado con l en la comunin con Dios. Y esto es lo que realmente salva: el trascender los lmites del ser humano, algo para lo cual est ya predispuesto desde la crea-cin, como esperanza y posibilidad, por su semejanza con Dios.

    Jess de Nazaret, I: Desde el Bautismo hasta la Transfiguracin, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, pp. 23-30.

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    Y el Verbo se hizo carne * Joseph Ratzinger

    * En este artculo se ha modificado la traduccin de las citas bblicas, adoptando la versin oficial de la Conferencia Episco-pal Espaola de 2010.

    l vino como nio para quebrar nuestra soberbia

    Prlogo del Evangelio segn san Juan (Captulo 1)

    1 Al principio exista el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. 2 Este estaba en el principio junto a Dios. 3 Por medio de l se hizo todo, y sin l no se hizo nada de cuanto se ha hecho. 4 En l estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 5 Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibi. 6 Surgi un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: 7 este vena como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de l. 8 No era l la luz, sino el que daba testimonio de la luz. 9 El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. 10 En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de l, y el mundo no lo conoci. 11 Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

    12 Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. 13 Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varn, sino que han nacido de Dios. 14 Y el Verbo se hizo carne y habit entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unignito del Padre, lleno de gracia y de verdad. 15 Juan da testimonio de l y grita diciendo: Este es de quien dije: El que viene detrs de m se ha puesto delante de m, porque exista antes que yo. 16 Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. 17 Porque la Ley se dio por medio de Moiss, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. 18 A Dios nadie lo ha visto jams: Dios unignito, que est en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

    En el Evangelio de la tercera misa de Navidad (Jn 1,1-18), lo amable y familiar del nacimien-to de Jesucristo en el establo de Beln parece ser arrebatado hacia la extraa magnitud del misterio. No se habla aqu del Nio y de su madre, como tampoco de los pastores y de sus ovejas ni del cntico de los ngeles que anuncia a los hombres la paz que proviene de la glo-ria de Dios.

    Y sin embargo, hay cosas en comn con los otros relatos: tambin este Evangelio habla de la luz que brilla en la tiniebla, habla de la gloria de Dios, que podemos contemplar en el Verbo hecho carne como gracia, y habla del Seor que no fue recibido por los suyos.

    As, a travs de esas palabras misteriosamente magnas se hace visible de pronto el esta-blo en el que deba nacer el Hijo de David porque no haba lugar para l en la ciudad.

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    Del mismo modo, una escucha ms atenta y honda puede reconocer por cierto que el Evangelio del da no dice otra cosa que el de la Nochebuena, y que todos los evangelistas no anuncian sino un nico evangelio. Slo que parten desde distintas perspectivas.

    Lucas y, de forma semejante, Mateo narran la historia terrena y abren a partir de ella el camino hacia el actuar oculto de Dios; Juan, el guila, mira desde el misterio de Dios y mues-tra cmo ese misterio llega hasta el establo, hasta la carne y la sangre del ser humano. Cul es, propiamente, su intencin? Qu quiere decirnos la Iglesia para el da de Navidad y, a par-tir de l, para el ao entero, para nuestra vida en general, cuando nos presenta este texto de solemne austeridad, cuando en realidad esperaramos que se nos anuncien las clidas pala-bras de la historia de la Natividad?

    S: MI VIDA TIENE SENTIDO. PUEDE SER AS?

    Este Evangelio forma parte de la liturgia de Navidad desde remotsimos tiempos porque contiene la frase que indica el motivo de nuestra alegra, el contenido propio de la fiesta: el Verbo se hizo carne y habit entre nosotros (1,14).

    En Navidad no celebramos el da del nacimiento de un gran hombre cualquiera como los hay tantos. Tampoco celebramos simplemente el misterio de la infancia.

    Cierto, la condicin lozana, pura y abierta de un nio es fuente de esperanzas. Nos da nimos para contar con nuevas posibilidades del ser humano. Pero si nos aferramos dema-siado a esto solo, al nuevo comienzo de la vida en el nio, al final podra quedarnos slo tris-teza: tambin esto nuevo perder su lozana. Tambin el nio deber entrar en la pugna de la competencia de la vida y participar de sus componendas y humillaciones, y al final ser botn de la muerte al igual que todos nosotros.

    Si no tuviramos otra cosa que celebrar ms que el idilio del nacimiento y del ser nio, al final no nos quedara idilio alguno. Al final slo nos queda el eterno morir y devenir, y se puede preguntar si el nacer no es propiamente algo triste, puesto que, al fin y al cabo, no conduce sino a la muerte. Por eso es tan importante que, aqu, haya sucedido algo ms: el Verbo se hizo carne.

    Este nio es Hijo de Dios, nos dice uno de nuestros antiguos y hermosos cnticos navi-deos. Aqu ha sucedido lo tremendo, lo inimaginable y, sin embargo, al mismo tiempo lo siempre esperado, y hasta lo necesario: Dios ha venido a nosotros. Se ha unido al hombre de forma tan indisoluble que ese hombre es verdaderamente Dios de Dios, Luz de Luz, y sigue siendo verdadero hombre.

    El eterno Sentido del mundo ha llegado a nosotros de forma tan real y verdadera que se lo puede tocar y mirar (vase 1 Jn 1,1). Pues lo que Juan llama el Verbo significa en griego al mismo tiempo tanto como el sentido. Por eso podramos traducir, con toda justeza: el Sentido se hizo carne.

    Pero este Sentido no es simplemente una idea general que se encuentra escondida den-tro del mismo mundo. El Sentido se vuelve hacia nosotros. El Sentido es una palabra, una interpelacin que se nos dirige. El Sentido nos conoce, nos llama, nos conduce. El Sentido no es una ley general en la que desempeamos algn tipo de papel. Ese Sentido est pensado de forma totalmente personal para cada uno. l mismo es persona: es el Hijo del Dios vivo, que naci en el establo de Beln.

    A muchas personas de alguna manera a todos nosotros, esto nos parece demasiado bello para que sea verdad. Se nos dice, en efecto: hay un sentido detrs de todo ello. Y ese sentido no es una rebelin impotente contra el sinsentido. El Sentido tiene poder. El Sentido

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    es Dios. Y Dios es bueno. Dios no es cierto ser supremo que se encuentra lejos y al que nunca es posible acercarse. l est muy cerca, al alcance de nuestra voz, siempre accesible. Dios tiene tiempo para m, tanto tiempo que estuvo acostado como hombre en el pesebre y man-tiene eternamente su condicin humana.

    Nos preguntamos, una y otra vez: es posible esto? Guarda correspondencia con Dios el que sea un nio? No queremos creer que la verdad sea hermosa. Segn nuestra experiencia, la verdad es a fin de cuentas casi siempre cruel y sucia: y cuando alguna vez parece no serlo, cavilamos tanto y le damos tantas vueltas que, al final, seguimos teniendo razn con nuestro recelo.

    Del arte se afirm una vez que sirve a lo bello y que lo bello, a su vez, es splendor veritatis, el esplendor de la verdad, su luminosidad interior. Hoy en da, sin embargo, en la mayora de los casos el arte ve su tarea suprema en desenmascarar al hombre como un ser sucio y as-queroso.

    Si pensamos en los dramas de Bertolt Brecht, encontramos que, tambin en su caso, toda la genialidad del poeta est dirigida al desvelamiento de la verdad, pero no ya para mostrar su esplendor sino para indicar que la verdad es sucia, que la suciedad es la verdad. El en-cuentro con la verdad ya no ennoblece sino que denigra. De ah la burla contra la Navidad, la ridiculizacin de nuestra alegra.

    Y as es: si Dios no existe, no queda luz alguna sino slo la sucia tierra. En ello estriba la verdad realmente trgica de este tipo de poesa.

    DIOS QUERA Y QUIERE NUESTRO AMOR

    Los suyos no lo recibieron (1,11), dice el prlogo de san Juan sobre el Verbo encarnado. Al final, preferimos nuestra empecinada desesperacin a la bondad de Dios que quisiera to-car nuestro corazn desde Beln. Al final, somos demasiado orgullosos como para dejarnos redimir.

    Los suyos no lo recibieron: el abismo de esta frase no se agota en la historia de la bsqueda de albergue que solemos representar una y otra vez con tanto amor en nuestro teatro popular navideo. Tampoco se agota con el llamamiento moral a pensar en los sin techo que pueblan el mundo entero y nuestras propias ciudades, por importante que sea tal llamamiento. Esa frase toca algo ms profundo en nosotros, toca el motivo ms ntimo y hondo por el cual la tierra no ofrece techo a tantos seres humanos: el hecho de que nuestra soberbia cierra las puertas a Dios y, con ello, tambin a los hombres.

    Somos demasiado soberbios para ver a Dios. Nos pasa como a Herodes y a sus especialis-tas en teologa: en ese nivel ya no se oye cantar a los ngeles. En ese nivel uno se siente amenazado por Dios o bien se aburre de l. En ese nivel no se quiere ser ya de los suyos, ser de Dios, propiedad de Dios, sino pertenecerse slo a uno mismo. Por eso tampoco po-demos recibir entonces a Aquel que viene a los suyos, a su propiedad: para hacerlo, debe-ramos cambiar, reconocerlo como dueo.

    l vino como nio para quebrar nuestra soberbia. Quiz hasta hubisemos capitulado an-te el poder, ante la sabidura. Pero l no quiere nuestra capitulacin sino nuestro amor. Quiere liberarnos de nuestro orgullo y, de ese modo, hacernos verdaderamente libres.

    Por eso, dejemos que la alegra de este da penetre en nuestra alma. No es una ilusin. Es la verdad. Pues la verdad la ltima, la verdadera es hermosa. Y es buena. Encontrarla hace bueno al hombre. Ella nos habla desde el Nio que es el propio Hijo de Dios.

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    SU GLORIA EN MEDIO DE ESTE MUNDO

    Nuestro Evangelio desemboca en la frase hemos contemplado su gloria... (1,14). Podra ser la expresin de los pastores que regresan del establo y resumen as su vivencia. Podra ser tambin la expresin con la cual Mara y Jos describen su recuerdo de la noche de Beln. Pero aqu se trata de la mirada retrospectiva del discpulo, que afirma lo que le suce-di en el encuentro con Jess.

    Y, en realidad, todos los cristianos deberamos poder decir la frase: hemos contemplado su gloria. Ms an, hasta se podra declarar, a partir de all, en qu consiste creer: contem-plar su gloria en medio del mundo.

    El que cree, ve. Pero hemos visto nosotros? No nos habremos quedado ciegos? No es-tamos mirndonos siempre a nosotros mismos y a nuestra propia imagen? Cada cual puede ver fuera de s mismo slo aquello con lo que su interior guarda correspondencia.

    Dejemos que el misterio de este da nos abra los ojos y nos torne videntes. Entonces vivi-remos por iniciativa propia como quienes ven, como hombres que no piensan slo en s mismos ni se conocen slo a s mismos. La colecta de Adveniat1 podra ser una pequea res-puesta a la llamada de la Navidad, un signo de que escuchamos y hemos aprendido a ver, de que reconocemos a Dios como el verdadero propietario tambin de nuestro patrimonio. As podramos convertirnos nosotros mismos en portadores de la luz que proviene de Beln y, despus, rezar, llenos de confianza: Adveniat regnum tuum. Venga a nosotros tu reino. Venga a nosotros tu luz. Venga a nosotros tu alegra.

    La bendicin de la Navidad. Meditaciones, Herder, Barcelona 2007, pp. 101-115.

    1 Obra episcopal de ayuda de la Iglesia catlica en Alemania para la Iglesia de Amrica Latina. La llamada de Adveniat a la que se refiere el autor es la accin anual que se realiza durante el Adviento y que culmina en una colecta nacional.

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    Toda lengua proclame: Jesucristo es el Seor Raniero Cantalamessa

    En esta noticia que naci con la Pascua estaba encerrada ya, como en una semilla, toda la fuerza de la predicacin evanglica

    El da ms santo del ao para el pueblo judo el Yom Kippur, o da de la Gran expia-cin [ ], el sumo sacerdote, llevando la sangre de las vctimas, pasaba al otro lado del velo del templo, entraba en el Santo de los santos y all, solo en presencia del Alt-simo, pronunciaba el Nombre de Dios. Era el Nombre que se le haba revelado a Moiss des-de la zarza ardiendo, compuesto de cuatro letras [], que a nadie le era lcito pronunciar durante el resto del ao, sino que se sustitua, al pronunciarlo, con Adonai [], que quiere decir Seor. Ese Nombre que tampoco yo quiero pronunciar por respeto al deseo del pue-blo judo, por el que la Iglesia reza el da de Viernes Santo, proclamado en aquellas circuns-tancias, estableca una comunicacin entre el cielo y la tierra, haca presente a la misma per-sona de Dios y expiaba, aunque slo fuese en figura, los pecados de la nacin.

    Tambin el pueblo cristiano tiene su Yom Kippur, su da de la Gran expiacin, y ese da es ste que estamos celebrando1. Ese cumplimiento ha sido proclamado, en la segunda lectura de esta liturgia, con las palabras de la carta a los Hebreos: Tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jess, Hijo de Dios (Hb 4,14). Cristo leemos en esa misma carta ha entrado en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabros ni de becerros, sino con la suya propia (Hb 9,12). Tambin en este da, en el que ce-lebramos, ya no en figura sino en realidad, la Gran expiacin, no ya de los pecados de una sola nacin sino los del mundo entero (cf 1 Jn 2,2; Rm 3,25), tambin en este da se pro-nuncia un Nombre. En la aclamacin al Evangelio hemos cantado, hace un momento, estas palabras del apstol Pablo: Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levant sobre todo y le concedi el Nombre sobre todo nombre. Tambin el Apstol se abstiene de pronunciar ese nombre inefable y lo sustituye por Adonai, que en griego suena Kyrios [], en latn Dominus y en espaol Seor: Toda rodilla prosigue el texto se doble y toda lengua proclame: Jesucristo es el Seor! para gloria de Dios Pa-dre (Flp 2,8-11). Pero lo que l quiere expresar con la palabra Seor es precisamente aquel Nombre que proclama el Ser divino. El Padre ha dado a Cristo incluso como hom-bre su mismo Nombre y su mismo poder (cf Mt 28,18); sta es la verdad inaudita que se encierra en la proclamacin: Jesucristo es el Seor! Jesucristo es El que es, el Viviente

    San Pablo no es el nico que proclama esta verdad: Cuando levantis al Hijo del Hom-bre dice Jess en el evangelio de Juan, sabris que Yo Soy (Jn 1,28 [cf. Ex 3,13 LXX: ]). Y tambin: Si no creis que Yo Soy, moriris por vuestros pecados (Jn 8,24). La remisin de los pecados tiene lugar ahora en este Nombre, en esta Persona. Hace unos momentos hemos odo, en el relato de la Pasin, lo que ocurri cuando los soldados se acercaron a Jess para prenderlo: Les dijo: 'A quin buscis?' Le contestaron: 'A Jess el Nazareno'. Les dijo Jess: 'Yo Soy'. Al decirles: 'Yo Soy', retrocedieron y cayeron a tierra (Jn 18,4-6). Por qu retrocedieron y cayeron a tierra? Porque l haba pronunciado su Nombre divino, Ego eim [ ] Yo soy, y ste qued libre por un instante para desencadenar su poder. Tambin para el evangelista Juan, el Nombre divino est ntimamente ligado a la obediencia de Jess hasta la muerte: Cuando levantis al Hijo del Hombre, sabris que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseado (Jn

    1 El original es una homila en la celebracin del Viernes Santo.

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    8,28). Jess no es Seor en contra del Padre, o en lugar del Padre, sino para gloria de Dios Padre.

    * * *

    sta es la fe que la Iglesia hered de los apstoles, que santific sus orgenes, que mo-del su culto e incluso su arte. En la aureola del Cristo Pantocrtor [] de los mo-saicos y de los iconos antiguos aparecen inscritas en oro tres letras griegas: [ ] El que es. Nosotros estamos aqu para hacer que esta fe se despierte, si es necesario, inclu-so de las piedras. En los primeros siglos de la Iglesia, en la semana siguiente al bautismo, que era la semana de Pascua, tena lugar la revelacin y la entrega a los nefitos de las realidades cristianas ms sagradas, que hasta ese momento se les haban mantenido ocultas o de las que slo se hablaba por alusin, de acuerdo a la disciplina de lo arcano, entonces en vigor. Se les introduca, un da tras otro, en el conocimiento de los misterios es decir, del bau-tismo, de la Eucarista, del Padre nuestro y de su simbolismo, y por eso se lo llamaba cate-quesis mistaggica. Era una experiencia nica, que dejaba una impresin imborrable para toda la vida, no tanto por la forma en que ocurra cuanto por la grandeza de las realidades espirituales que se desplegaban ante sus ojos. Tertuliano dice que los convertidos se so-brecogan de asombro ante la luz de la verdad2. Actualmente todo esto ya no existe; con el paso del tiempo, las cosas han ido cambiando. Pero podemos recrear momentos como aquellos. La liturgia an nos ofrece ocasiones para hacerlo. Y una de ellas es esta solemne liturgia del Viernes Santo. Esta tarde la Iglesia, si nos encuentra atentos, tiene algo para revelarnos y para entregarnos, como si furamos nefitos. Tiene para entregarnos el seoro de Cristo; tiene para revelarnos este secreto que est escondido para el mundo: que Jess es el Seor y que ante l debe doblarse toda rodilla. Que, un da, se doblar indefectiblemente ante l toda rodilla (cf Is 45,23). De la palabra o dabar [] de Dios, se dice en el Antiguo Testamento que caa sobre Israel (cf Is 9,7), que vena sobre alguien. Pues bien, esta palabra Jess es el Seor, culmina-cin de todas las palabras, cae sobre nosotros, viene sobre esta asamblea, se hace reali-dad viviente aqu, en el centro de la Iglesia catlica. Pasa como la antorcha ardiendo que pas entre las dos mitades de las vctimas que haba preparado Abrahn para el sacrificio de alianza (cf Gn 15,17).

    Seor es el nombre divino que nos afecta ms directamente a nosotros. Dios era Dios y Padre antes que existiesen el mundo, los ngeles y los hombres, pero an no era Seor. Se hace Seor, Dominus, a partir del momento en que existen creaturas sobre las que ejercer su dominio y que aceptan libremente ese dominio. En la Trinidad no hay se-ores porque no hay servidores, sino que todos son iguales. Somos nosotros, en cierto sen-tido, los que hacemos que Dios sea el Seor. Ese dominio de Dios, que fue rechazado por el pecado, ha sido restablecido por la obediencia de Cristo, el nuevo Adn. Por Cristo, Dios ha vuelto a ser Seor por un ttulo ms fuerte: por creacin y por redencin. Dios ha vuelto a reinar desde la Cruz! Regnavit a ligno Deus. Para esto muri y resucit Cristo: para ser Seor de vivos y muertos (Rm 14,9).

    * * *

    La fuerza objetiva de la frase Jess es el Seor reside en el hecho de que hace presen-te la historia. Esa frase es la consecuencia de dos acontecimientos fundamentales: Jess mu-ri por nuestros pecados, y resucit para nuestra justificacin; por eso, Jess es el Seor. Los acontecimientos que la prepararon se han condensado despus, por as decirlo, en esa con-

    2 TERTULIANO, Apologtico, 39, 9.

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    secuencia y ahora se hacen presentes y operantes en ella, cuando la proclamamos con fe: Si tus labios profesan que Jess es el Seor y tu corazn cree que Dios lo resucit de entre los muertos, te salvars (Rm 10,9).

    Bsicamente, hay dos maneras de entrar en comunin con los acontecimientos de la salvacin: uno es el sacramento, el otro es la palabra. Esta manera de la que estamos hablando es la de la palabra, y de la palabra por excelencia, que es el kerigma [: proclamacin]. El cristianismo es rico en ejemplos y en modelos de experiencias de lo divino. La espiritualidad ortodoxa insiste en la experiencia de Dios a travs de los misterios, a travs de la oracin del corazn... La espiritualidad occidental insiste en la experiencia de Dios mediante la contemplacin, en la que el hombre se recoge en su interior y se eleva, con la mente, por encima de las cosas y de s mismo... Y es que hay muchos caminos de la men-te hacia Dios. Pero la palabra de Dios nos revela uno que ha servido para abrir el horizonte de Dios a las primeras generaciones cristianas, un camino que no es extraordinario y que no est reservado para unos pocos privilegiados, sino que est abierto a todos los hombres de recto corazn a los que ya creen y a los que andan en busca de la fe; un camino que no sube a travs de los grados de la contemplacin, sino que pasa por los acontecimientos divi-nos de la salvacin; que no nace del silencio, sino de la escucha. Y es el camino del kerigma: Jesucristo ha muerto! Jesucristo ha resucitado! Jesucristo es el Seor!.

    Tal vez una experiencia de ese tipo es la que tenan los primeros cristianos cuando, en el culto, exclamaban: Maranatha!, que quera decir dos cosas, dependiendo de la manera de pronunciarlo [ : maran' th' o maran 'ath'], a saber: Ven, Seor!, o El : Seor est aqu. Poda expresar un anhelo de la vuelta de Cristo, o bien una respuesta entu-siasta a la epifana litrgica de Cristo, es decir a su manifestacin en medio de la asamblea reunida en oracin.

    Este sentimiento de la presencia del Seor resucitado es una especie de iluminacin in-terior que, a veces, cambia por completo el estado de nimo de la persona que lo recibe. Nos recuerda lo que ocurra en las apariciones del Resucitado a los discpulos. Un da, des-pus de Pascua, los apstoles estaban pescando en el lago de Tiberades, cuando en la orilla apareci un hombre que se puso a hablar con ellos desde lejos. Hasta cierto punto, todo era normal: se quejaban de que no haban pescado nada, como hacen con frecuencia los pesca-dores. Pero de pronto, en el corazn de uno de ellos del discpulo al que Jess quera se encendi una luz; lo reconoci y exclam: Es el Seor! (Jn 21,7). Y entonces todo cambi de golpe en la barca.

    Entendemos as por qu afirma san Pablo que nadie puede decir 'Jess es el Seor!' si no es bajo la accin del Espritu Santo (1 Co 12,3). Como el pan, en el altar, se convierte en el cuerpo vivo de Cristo por la fuerza del Espritu Santo que desciende sobre l, as, de manera semejante, esa palabra se hace viva y eficaz (Hb 4,12) por la fuerza del Espritu Santo que acta en ella. Se trata de un acontecimiento de gracia que podemos preparar, favorecer y desear, pero que no podemos provocar por nosotros mismos. Generalmente no nos damos cuenta de ello mientras est sucediendo, sino slo despus de que ha ocurrido, a veces des-pus de varios aos. En este momento podra ocurrirle a alguno de los aqu presentes lo que ocurri en el corazn del discpulo amado en el lago de Tiberades: que reconozca al Se-or.

    * * *

    En la frase Jess es el Seor! hay tambin un aspecto subjetivo, que depende de quien la pronuncia. Varias veces me he preguntado por qu los demonios, en los evangelios,

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    nunca pronuncian este ttulo de Jess. Llegan hasta a decirle a Jess: T eres el Hijo de Dios, o tambin T eres el Santo de Dios (cf Mt 4,3; Mc 3,11; 5,7; Lc 4,41); pero nunca los omos exclamar: T eres el Seor! La respuesta ms plausible me parece sta: Decir T eres el Hijo de Dios es reconocer un dato real que no depende de ellos y que ellos no pue-den cambiar. Pero decir T eres el Seor! es algo muy distinto. Implica una decisin per-sonal. Significa reconocerlo como tal, someterse a su dominio. Si lo hiciesen, dejaran en ese mismo momento de ser lo que son y se convertiran en ngeles de luz.

    Esa expresin divide realmente dos mundos. Decir Jess es el Seor! significa entrar libremente en el mbito de su dominio. Es como decir: Jesucristo es mi Seor; l es la razn de mi vida; yo vivo para l, y ya no para m. Ninguno de nosotros escriba Pa-blo a los Romanos vive para s mismo y ninguno muere para s mismo. Si vivimos, vivimos para el Seor; si morimos, morimos para el Seor; en la vida y en la muerte somos del Seor (Rm 14,7-8). La suprema contradiccin que el hombre experimenta desde siempre la con-tradiccin entre la vida y la muerte ya ha sido superada. Ahora la contradiccin ms radical no se da entre el vivir y el morir, sino entre el vivir para el Seor y el vivir para s mismos. Vivir para s mismos es el nuevo nombre de la muerte.

    La proclamacin Jess es el Seor! ocup, despus de Pascua, el lugar que en la pre-dicacin de Jess haba tenido el anuncio Ha llegado a vosotros el reino de Dios! Antes de que existiesen los evangelios y antes de que existiese el proyecto de escribirlos, exista ya esta noticia: Jess ha resucitado. l es el Mesas. l es el Seor! Todo empez con esto. En esta noticia que naci con la Pascua estaba encerrada ya, como en una semilla, toda la fuer-za de la predicacin evanglica. La catequesis y la teologa de la Iglesia son como un rbol majestuoso que brot de esa semilla. Pero sta como ocurre con la semilla natural, con el paso del tiempo, qued sepultada bajo la planta que produjo. El kerigma, en nuestra con-ciencia actual, es una de las verdades de la fe, un punto, aun cuando sea importante, de la catequesis y de la predicacin. No es algo que est aparte, en el origen de la fe.

    Mi primera reaccin ante un texto de la Escritura es siempre la de ir a buscar las reso-nancias que ese texto ha tenido en la Tradicin, es decir en los Padres y en los Doctores de la Iglesia, en la liturgia, en los santos. Y lo normal es que se agolpen los testimonios en la men-te. Pero cuando intent hacerlo con la expresin Jess es el Seor!, comprob con sor-presa que la Tradicin era casi muda. En el siglo III d. C., el ttulo de Seor ya no conserva su significado original y se lo considera inferior al ttulo de Maestro. Se lo concepta como ttu-lo caracterstico de los que siguen siendo siervos y todava no han llegado a ser amigos, y por lo tanto es propio del estadio del temor3. Sin embargo, ya sabemos que es algo muy distinto.

    Para una nueva evangelizacin del mundo, necesitamos volver a sacar a la luz aquella semilla, en la que se encuentra condensada, an intacta, toda la fuerza del mensaje evang-lico. Necesitamos desenterrar la espada del Espritu, que es el anuncio apasionado de Jess como Seor. En una clebre obra pica del medioevo cristiano, se habla de un mundo en el que todo languidece y se vuelve confuso porque nadie plantea la cuestin fundamental y nadie pronuncia la palabra crucial la del Santo Grial, pero que vuelve a florecer cuando se pronuncia de nuevo esa palabra y cuando se atrae la atencin sobre lo que tiene que estar por encima de los pensamientos de todos. Algo as ocurre, creo yo, con la palabra del kerig-ma: Jess es el Seor! Todo languidece y carece de vigor donde ya no se pronuncia esa palabra, o ya no se coloca en el centro, o ya no se pone en el Espritu. Y todo se reanima y se vuelve a inflamar donde esa palabra se pone en toda su pureza, en la fe. Aparentemente,

    3 Cf. ORGENES, Comentario al evangelio de Juan, I, 29 (Sch 120. p. 158).

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    nada nos es tan familiar como la palabra Seor. Es parte del nombre con que invocamos a Cristo al final de todas las oraciones litrgicas. Pero una cosa es decir Nuestro Seor Jesu-cristo y otra decir Jesucristo es nuestro Seor! Durante siglos, y puede decirse que hasta nuestros das, la misma proclamacin Jess es el Seor con que se cierra el himno de la carta a los Filipenses ha quedado escondida bajo una traduccin errnea. En efecto, la Vul-gata traduca Toda lengua proclame que el Seor Jesucristo est en la gloria de Dios Padre Omnis lingua confiteatur quia Dominus Iesus Christus in gloria est Dei Patris, mientras que como ahora sabemos el sentido de esa frase no es que el Seor Jesucristo est en la gloria de Dios Padre, sino que Jess es el Seor, y que lo es para gloria de Dios Padre!

    * * *

    Pero no basta con que la lengua proclame que Jesucristo es el Seor; es preciso adems que toda rodilla se doble. No son dos cosas separadas, sino una sola cosa. Quien proclama a Jess como Seor tiene que hacerlo doblando la rodilla, es decir sometindose con amor a esa realidad, doblando la propia inteligencia en obediencia a la fe. Se trata de renunciar a ese tipo de fuerza y de seguridad que proviene de la sabidura, es decir de la capacidad para afrontar al mundo incrdulo y soberbio con sus mismas armas, que son la dialctica, la discu-sin, los razonamientos sin fin, cosas todas que nos permiten estar siempre buscando sin nunca encontrar (cf 2 Tm 3,7), y por tanto sin sentirnos nunca obligados a tener que obe-decer a la verdad una vez que la hemos encontrado. El kerigma no da explicaciones, sino que exige obediencia, porque en l acta la autoridad del mismo Dios. Despus y al lado de l, hay lugar para todas las razones y demostraciones, pero no dentro de l. La luz del sol brilla por s misma y no puede ser esclarecida con otras luces, sino que es ella la que lo escla-rece todo. Quien dice que no la ve, lo nico que hace es proclamar que l mismo es ciego.

    Es preciso aceptar la debilidad y la necedad del kerigma lo cual significa tambin la propia debilidad, humillacin y derrota, para que la fuerza y la sabidura de Dios puedan salir victoriosamente a la luz y seguir actuando. Las armas con que luchamos dice Pa-blo no son humanas, sino divinas, y tienen poder para destruir fortalezas. Deshacemos sofismas y cualquier clase de altanera que se levante contra el conocimiento de Dios. Esta-mos tambin dispuestos a someter a Cristo todo pensamiento (2 Co 10,4-5). En otras pala-bras, es necesario estar en la cruz, porque la fuerza del seoro de Cristo brota toda ella de la cruz.

    Debemos estar atentos a no avergonzarnos del kerigma. La tentacin de avergonzarnos de l es fuerte. Tambin lo fue para el apstol Pablo, que sinti la necesidad de gritarse a s mismo: Yo no me avergenzo del Evangelio! (Rm 1,16). Y lo sigue siendo an ms en nues-tros das. Qu sentido tiene nos insina una parte de nosotros mismos hablar de que Cristo ha resucitado y de que es el Seor, mientras a nuestro alrededor existen tantos pro-blemas concretos que acosan al hombre: el hambre, la injusticia, la guerra...? Al hombre le gusta que se hable de l aunque se hable mal bastante ms que or hablar de Dios. En tiempos de Pablo una parte del inundo peda milagros y otra parte peda sabidura. Hoy una parte del mundo (la que vive bajo regmenes capitalistas) pide justicia, y otra parte (la que vive bajo regmenes totalitarios comunistas) pide libertad. Pero nosotros predicamos a Cris-to crucificado y resucitado (cf 1 Co 1,23), porque estamos convencidos de que en l tienen su fundamento la verdadera justicia y la verdadera libertad.

    * * *

    En la catequesis mistaggica, la revelacin de los misterios tena lugar de dos maneras: mediante las palabras y mediante los ritos. Los nefitos escuchaban las explicaciones y vean

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    los ritos, sobre todo el rito eucarstico que nunca antes haban contemplado con sus ojos. Lo mismo sucede tambin en esta liturgia, en la que se nos entrega el misterio del seoro de Cristo. Despus de la liturgia de la palabra, vienen ahora una serie de ritos. Se descubrir solemnemente la imagen del Crucificado y nos arrodillaremos todos tres veces. Mostrare-mos, incluso de manera visible, que en la Iglesia toda rodilla se dobla. El velo morado que hasta ahora cubra la imagen del Crucificado simboliza ese otro velo que oculta al Crucifijo desnudo a los ojos del mundo. Hasta hoy deca san Pablo de los judos de su tiempo, un velo cubre sus mentes; pero cuando se vuelvan hacia el Seor, se quitar el velo (2 Co 3,15-16). Por desgracia, ese velo est tendido tambin ante los ojos de muchos cristianos y slo se descorrer cuando se vuelvan hacia el Seor, cuando descubran el seoro de Cris-to. No antes.

    Cuando, esta tarde, se eleve ante nuestros ojos el Crucifijo desnudo, mirmoslo bien. se es el Jess a quien proclamamos como Seor, y no otro, no un Jess fcil, de agua de rosas. Es importante lo que vamos a hacer. Para que nosotros pudisemos tener el privilegio de saludarlo como Rey y Seor verdadero, como haremos enseguida, Jess acept ser salu-dado como rey de burlas; para que nosotros pudisemos tener el privilegio de doblar humil-demente la rodilla ante l, l acept que se arrodillaran ante l por burla y por escarnio. Los soldados est escrito lo vistieron de prpura, le pusieron una corona de espinas, que haban trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo... Le golpearon la cabeza con una caa, le escupieron y, doblando las rodillas, se postraban ante l (Mc 15,16-19).

    Tenemos que estar muy compenetrados con lo que hacemos y poner en ello una gran adoracin y una enorme gratitud, pues es muy grande el precio que l ha pagado. Todas las proclamaciones que escuch, estando vivo, fueron proclamaciones de odio; todas las genuflexiones que vio fueron genuflexiones de ignominia. No debemos aadir nosotros otras ms con nuestra frialdad y nuestra superficialidad. Mientras expiraba en la cruz, an tena en sus odos el eco ensordecedor de aquellos gritos y la palabra Rey colgaba escrita sobre su cabeza como una condena. Ahora que vive a la derecha del Padre y que est pre-sente, por el Espritu, en medio de nosotros, que sus ojos puedan ver que toda rodilla se do-bla y que, con ello, se dobla la mente, el corazn, la voluntad y todo; que sus odos escuchen el grito de alegra que brota del corazn de los redimidos: Jesucristo es el Seor, para glo-ria de Dios Padre!

    La fuerza de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos 2003, pp. 7-21.

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    Jess de Nazaret, centro de la historia Gerhard Ludwig Mller

    El significado nico de Jesucristo deriva de que nos ha introducido en su relacin con Dios

    El mayor y ms significativo acontecimiento de toda la historia salvfica y de la historia uni-versal es el sacrificio de la cruz en el Glgota, donde el Hijo de Dios encarnado, Jesucristo, llev a cabo la obra de la glorificacin de Dios y de la salvacin de los hombres.

    Este conmovedor texto est tomado del antiguo Cantoral de Mainz. Si dice verdad, no fueron los reyes y generales, los pensadores y artistas que encontramos en las clases de historia quienes decidieron el destino del mundo. Alejandro Magno o Napolen, Hegel o Einstein, Mozart o Picasso no constituyen modelos definitivos de humanidad. La estrella que eclipsa todas las dems es Jess de Nazaret. Nacido en un rincn del mundo que los grandes de su tiempo consideraban insignificante, supuso el giro de la historia.

    Reconocer a Jess como Cristo es lo que determina el destino de la humanidad. La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se encuentra en su Seor y Maestro (GS 10). Por l, con l y en l, el hombre llega hasta Dios, hasta el origen y el fin de todo ser. Jess de Nazaret tiene un significado nico para todo hombre: su vida y su muerte no fueron un punto fugaz en la lnea infinita del tiempo. Todo lo contrario: en Jesucristo y por l, Dios interviene en el espacio, en el tiempo y en la historia de la hum a-nidad. Jess es el punto de interseccin donde la eternidad de Dios se ha introducido en el tiempo del hombre. l es el eje en que convergen las lneas vertical y horizontal. Vinien-do de Dios y siendo Dios entre nosotros los hombres, Emmanuel (Mt 1,23). l es el nico mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5).

    Como nuevo y definitivo Adn (1 Cor 15,45), Jesucristo es el hombre en el que todos los hombres se encuentran y se reconocen como hermanos y hermanas. Los aconteci-mientos y destinos individuales que se pierden en el pasado, los que despuntan como po-sibilidades en el horizonte del futuro, reciben un centro inequvoco. La actuacin de Dios en Jess y el comportamiento de Jess ante Dios cualifican el hecho histrico del Glgota como foco de toda existencia humana. En la relacin de cualquier hombre con Dios, Jess de Nazaret no posee significado universal y exclusivo por ser el ncleo de un poder logra-do humanamente, o el de una gran cultura o el de una religin universal. No es la culmin a-cin de la historia del espritu por haber sido el mayor pensador de todos los tiempos o porque un jurado lo haya incluido en algn libro de rcords mundiales.

    El significado nico de Jesucristo deriva de que nos ha introducido en su relacin con Dios. Esta relacin se manifiesta en su forma de dirigirse a Dios: Abba, Padre. Su con-ciencia de hijo nace de la relacin intradivina del Padre con el Hijo anunciado desde toda la eternidad y con el Espritu Santo que procede del Padre, Espritu que es el Espritu del Hijo. La Trinidad inmanente se revela en la automanifestacin histrica de Dios a travs de la encarnacin de su palabra y a travs del amor del Espritu Santo derramado en el co-razn de sus fieles (cf. Rom 5,5). Por esa revelacin histrica de Dios, quienes creen en Jess como Cristo los cristianos (cf. Hch 11,26) son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espritu Santo (cf. Mt 28,19). Entramos en comunin con Dios al en-contrar a Jesucristo como hombre, en virtud de su automanifestacin como Hijo del Pa-dre celestial. La comunidad de Padre, Hijo y Espritu es el Dios eterno, revelado a travs de Cristo como verdad, vida y amor.

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    En aquel momento, el Espritu Santo llen de alegra a Jess, que dijo: Yo te alabo, Padre, Seor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los sencillos. S, Padre, as te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Pa-dre, y nadie conoce quin es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quin es el Padre, sino el Hijo y aqul a quien el Hijo se lo quiera revelar (Lc 10,21s.; cf. Mt 11,25-27).

    Ya no cabe concebir la historia como una sucesin interminable de hechos y relaciones trazadas sobre las cenizas del tiempo, una sucesin en la que el hombre quedara inserto, desamparado y a merced de poderosas fuerzas que le superan. La historia no es un oca-no encrespado y sin centro. Interpelado por Dios a travs de Jesucristo, el hombre se convierte, por la fe y en virtud de su naturaleza espiritual, en sujeto de la historia. Junto al resto de los hombres, se hace responsable de que la historia encuentre su meta en Dios, que llegar a ser todo en todo y todo en todos (cf. 1 Cor 15,28). La promesa de la nueva y definitiva alianza se ha hecho realidad en la historia.

    Yo ser su Dios y ellos sern mi pueblo (Jr 31,33). Entonces sern mi pueblo y yo ser su Dios. Mi siervo David ser su rey, y tendrn todos un solo pastor... Har con ellos una alianza de paz, una alianza eterna, y pondr mi santuario en medio de ellos para siempre, pondr en medio de ellos mi morada... Y cuando mi santuario est en medio de ellos por siempre, sabrn las naciones que yo soy el Seor que ha consagrado a Israel (Ez 37,23-28).

    Corresponde a la determinacin fundamental del hombre en su ser histrico que, en su existencia espiritual, est orientado hacia Dios. De l aguarda la respuesta definitiva a la pregunta que el hombre es para s mismo. Conoce su contingencia, su carcter mortal, lo efmero de su ser. No es capaz de superar la inseguridad de su existencia amenazada, la fragilidad de su amor, su sumisin a la ley de lo perecedero. Esto slo es posible cuando lo infinito entra en lo finito, cuando lo absoluto abre hacia s lo relativo, cuando Dios viene al hombre y, a travs de Dios, el hombre llega hasta Dios. El hombre ya no puede definirse sin entender la referencia a Dios como su determinacin esencial ms propia. Al comienzo de sus conmovedoras Confesiones, san Agustn explica esta situacin humana ante Dios:

    Grande eres, Seor, y laudable sobremanera; grande tu poder, y tu sabidura no tiene nmero. Y pretende alabarte el hombre, pequea parte de tu creacin, y precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testi-monio de que resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hombre, pequea parte de tu creacin. T mismo lo mueves a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazn est inquieto hasta que descanse en ti (Confesiones, 1,1).

    El encuentro con el Dios del amor libra a los hombres de la convulsin del atesmo heroico. ste no es otra cosa que una presentacin necia y terca de la bancarrota del nihil-ismo, aquella desesperada actitud fundamental que nada tendra que ver con el ser. Para un nihilista, todo esperar y amar, todo construir y preocuparse es devorado por un dest i-no mordaz y maligno. Nosotros reconocemos a Jesucristo como el hombre entre los mu-chos hombres en medio de la historia, como uno de los nuestros que es hermano de to-dos nosotros (Heb 2,17).

    En l, el Dios infinito, eterno e inalcanzable ha entrado en nuestro mundo. Cristo ha es-tablecido una meta para el flujo inmenso de las sucesivas generaciones, una meta que une ntimamente a todos los hombres de todo tiempo y lugar en una nica comunidad de es-peranza. l ha dado centro y fin a la historia. Por ello puede decirse: creer en Dios es re-conocer en Jesucristo su Hijo el centro de la vida y dejarse determinar totalmente por l en comunin amorosa.

    No os inquietis. Confiad en Dios y confiad tambin en m. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por m (Jn 14,1.6).

    La Misa. Fuente de vida cristiana, Cristiandad, Madrid 2004, pp. 11-15.

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    Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero hombre Karl-Heinz Menke

    La verdadera humanidad de Cristo no es el velo de su verdadera divinidad, sino su revelacin

    No te hars escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra (Ex 20,4; Deut 5,8).

    Esta prohibicin veterotestamentaria de las imgenes continu teniendo efecto durante largo tiempo tambin en el cristianismo, a pesar de que Dios haba adquirido en la persona de Jesucristo una visibilidad sin igual. Cristo es, sin embargo, una persona, no una imagen capturada en un lienzo. En cuanto persona, es la revelacin del Dios invisible. Pero cmo podemos nosotros, que vivimos dos mil aos despus, representar la revelacin de Dios en Cristo? Solamente bajo la forma del Pan eucarstico? Solamente a travs del smbolo de la Cruz? O tambin en imgenes que presentan a Cristo como un determinado ser humano?

    La solucin intentada por la Iglesia primitiva se podra describir sintticamente de la ma-nera siguiente: una profusin de imgenes de Cristo usadas al mismo tiempo prevendra la identificacin con una nica imagen y en consecuencia la fijacin de una imagen individual. Mediante la estilizacin, los iconos de las Iglesias orientales suprimen de raz la impresin de una representacin realista. La adicin de letras se refiere a la diferencia entre la imagen y la realidad, que es slo indicada por la pintura. El ejemplo de los iconos deja, pues, claro que la imagen de Cristo no hace disponible a Dios; por el contrario, lo que se describe es la lla-mada a una relacin personal con l.

    1. L ES LA IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE (COL 1,15).

    La prohibicin islmica de las imgenes renov en el s. VIII la controversia sobre la cuestin de si est permitido enmarcar a Cristo siendo verdaderamente Dios y por tanto indefini-ble dentro de una imagen definida, y llev en el 787 al ltimo de los grandes concilios cristolgicos, el segundo concilio de Nicea1. La cuestin particular sobre la posibilidad de representar a Cristo se convirti en el centro de todos los debates teolgicos. Juan Damas-ceno ( 749), indiscutiblemente el mayor telogo del s. VIII, nos cuenta el porqu. En la pers-pectiva de la Biblia, la materia es algo bastante diferente de lo que es en la filosofa griega. Desde el punto de vista del neoplatonismo, la materia es realmente lo opuesto a la divinidad, al absolutamente Uno. Por tanto, la filosofa griega no puede pensar que una criatura en cuanto criatura sea la revelacin de la divinidad; no puede decir nada sobre lo que la fe cris-tiana expresa con el dogma de la encarnacin de Dios. Juan Damasceno conoce la prohibi-cin del Antiguo Testamento sobre las imgenes. Pero tambin sabe que esta prohibicin no est basada en la devaluacin de todos los seres finitos y materiales sino en la reverencia a la trascendencia del Creador. En un discurso contra los iconoclastas de su tiempo, afirma lite-ralmente:

    En otros tiempos Dios no haba sido representado nunca en imagen, siendo incorpreo y sin rostro. Pero ahora, puesto que Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres (Bar 3,38), yo puedo representar lo que es visible en Dios. No venero la materia, sino al creador de la materia, que se ha hecho materia por m y se ha dignado habitar en la materia y obrar mi sal-vacin a travs de la materia.2

    1 Cf. Dz 302-310. 2 San Juan Damasceno, Contra imaginum calumniatores, I, 16, ed. Kotter, p. 89; PG 94, 1245 AC.

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    En opinin del gran monje telogo Teodoro el Estudita ( 826), se pierde el ncleo del credo cristiano si se ensea que la circunscribible y por tanto representable naturaleza humana de Cristo se vuelve incircunscribible a causa de su unin hiposttica con la incir-cunscribible naturaleza divina. Porque la verdadera humanidad de Cristo no es el velo de su verdadera divinidad, sino su revelacin. La adopcin de la naturaleza humana por la persona del Logos eterno no significa una suerte de dominio de las cualidades de la naturaleza divina del Redentor sobre las cualidades de su naturaleza humana, sino ms bien lo contrario: la persona del Logos se hace visible en la existencia humana del Redentor. Teodoro el Estudita presenta su cristologa con el lema: El incircunscribible se hace circunscribible. Es decir,

    La persona del Verbo eterno se convierte, asumiendo la carne, en el sustento y la fuente de un ser humano en su circunscrita individualidad. [...] Precisamente en los rasgos caractersticos que caracterizan a Jess como este particular ser humano, se hace visible su persona divina. La paradoja de la encarnacin es que la persona divina del Verbo eterno se ha hecho circunscribi-ble en los rasgos individuales, personales de Jess.3

    Joseph Ratzinger expresa as este hecho en su Introduccin al cristianismo:

    Jesucristo ha explicado a Dios, lo ha sacado de s mismo o, como dice ms drsticamente la primera Carta de Juan, lo ha expuesto a nuestra vista y a nuestro tacto, aquel a quien nadie vio entra ahora en contacto histrico con nosotros (cf. 1 Jn 1,1-3).4

    Y en su libro Jess de Nazaret el Papa muestra que toda escena de la vida de Jess, todas sus parbolas, cada lnea del Sermn de la Montaa, cada detalle de su vida, su pasin y su muerte es, en el ms verdadero sentido de la palabra, auto-revelacin de Dios5.

    Esto no quiere decir en absoluto que la humanidad de Jess sea idntica a su divinidad. Porque Dios no es (en el sentido de un signo igual) una criatura ni una criatura es (en el sen-tido de un signo igual) Dios. Quien crea esto dej de pensar cuando empez a creer. Aunque solemos hablar por ejemplo, en el contexto de la Navidad del Dios hecho hombre, tenemos que ser siempre conscientes de lo impropio de esta manera de decir. Pues no po-demos decir de Dios, como lo decimos de nosotros, que l se hace algo o alguien.

    El Dios proclamado por la Biblia no se transforma en un ser humano como, por ejemplo, el Zeus de la pica homrica se transforma en un toro o el prncipe del cuento de hadas de los hermanos Grimm se transforma en una rana. En ese caso, su humanidad sera la larva, el re-cubrimiento o incluso la ofuscacin de su divinidad. Entonces dejara de ser Dios en el mo-mento de la encarnacin. Entonces la humanidad de Cristo no sera la revelacin de Dios, sino exactamente lo contrario. No, Dios no deja de ser Dios en el acontecimiento de la en-carnacin. Ni tampoco esconde su divinidad bajo el manto de una humanidad slo aparente. Por el contrario, la humanidad de Jess como tal es la reve