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¿Necesitáis alegría, necesitáis amor? ¿Sois hojas empapadas en algún patio ol- vidado? ¿Sufrís frío, hambre, soledad, parálisis, ceguera? Tengo lo que queráis, a puñados, a brazadas, para todos.La promesa de la pasión es siempre un buen reclamo. Oferta de plenitud y milagro, de deseo cumplido... ¿quién se negaría? Desde luego no el lector empedernido, ese extraño espécimen que se en- trega para ser habitado igual por una mente lúcida que por un co- razón en carne viva. Aquí lo encuentra todo: Una voz que declama con sabiduría antigua de profeta; Una pluma que genera perfectas imágenes literarias a un ritmo sofocante; Un narrador - personaje cuya piel se adhiere a la nuestra con peligrosa intensidad. Hablamos de En Grand Central Station me senté y lloré, inclasificable obra de la norteamericana Elisabeth Smart, editada en España por Periférica: una narración tan marcada por el torrente de emociones que el argumento se diluye en su ritmo poético. En sus escasas 130 páginas la autora nos obliga a la pausa continua para digerir tan cruda brillantez; y acto seguido nos impone una terca relectura. El papel soñado En Grand Central Station me senté y lloré Texto: Beatriz Sanjuán Fotogragía: Roberto Molero

En Grand Central Station me senté y lloré

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"¿Necesitáis alegría, necesitáis amor? ¿Sois hojas empapadas en algún patio olvidado? ¿Sufrís frío, hambre, soledad, parálisis, ceguera? Tengo lo que queráis, a puñados, a brazadas, para todos." Elisabeth Smart

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Page 1: En Grand Central Station me senté y lloré

“¿Necesitáis alegría, necesitáis amor? ¿Sois hojas empapadas en algún patio ol-vidado? ¿Sufrís frío, hambre, soledad, parálisis, ceguera? Tengo lo que queráis, a puñados, a brazadas, para todos.”

La promesa de la pasión es siempre un buen reclamo. Oferta de plenitud y milagro, de deseo cumplido... ¿quién se negaría? Desde luego no el lector empedernido, ese extraño espécimen que se en-trega para ser habitado igual por una mente lúcida que por un co-razón en carne viva. Aquí lo encuentra todo: Una voz que declama con sabiduría antigua de profeta; Una pluma que genera perfectas imágenes literarias a un ritmo sofocante; Un narrador - personaje cuya piel se adhiere a la nuestra con peligrosa intensidad.

Hablamos de En Grand Central Station me senté y lloré, inclasificable obra de la norteamericana Elisabeth Smart, editada en España por Periférica: una narración tan marcada por el torrente de emociones que el argumento se diluye en su ritmo poético. En sus escasas 130 páginas la autora nos obliga a la pausa continua para digerir tan cruda brillantez; y acto seguido nos impone una terca relectura.

El papel soñado En Grand Central Station

me senté y lloréTexto: Beatriz Sanjuán

Fotogragía: Roberto Molero

Page 2: En Grand Central Station me senté y lloré

Todos los textos entrecomillados pertenecen al libro citado.

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“Para recordarme las catástrofes, tengo el doloroso apareamiento de los gatos por los tejados que hay junto a mi ventana; el carillón que da los cuartos de hora sin llegar al final; el silbido de los radiadores, alegre y regular como los grillos en el campo. El as-censor, en cambio, martillea una promesa de acontecimiento jamás cumplida, y a veces las cañerías chillan remotamente como el mensaje de un cometa que cae.”

La experiencia destila un placer exquisito e hiriente; compromete nuestra cordura dejando al descubierto el frágil entramado nervioso que sostiene toda la contundencia del mundo que nos rodea. ¿Es una percepción enferma la que produce la amenaza o, por el contrario, es la dosis de clarividencia necesaria para sortear la mediocridad?

La recomendamos con gesto clandestino; como una sustancia casi mítica, entre la droga y el veneno. Abrimos con ella una sección de-dicada no a los libros sino a las lecturas, a la mirada que se sumerge en una realidad de papel y, soñándola, la cumple.

Las fotografías que la acompañan son parte de esa mirada. Tienen también el poder para cerrar o abrir y ocultan tras su diminuta fron-tera fuerzas inabarcables. Como las palabras. Como la mano que las escribe y el solitario rincón de la mente donde se guardan.

“Hiéreme, traicióname, pero dame una sola cosa, la certeza del amor, pues todo el día y toda la noche, lejos de él y con él, en todas partes y siempre, ésa es mi gravedad, y las manzanas que han madurado en mi jardín caen sólo en ésa dirección.”

“Amor mío, cariño, ¿me oyes, desde ahí donde duermes?”