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Año X • Mayo-Junio de 2012 Precio: $8 / ISSN 1851-1813 Nº 66 La lucha por el Plan Argentina Trabaja Los docentes contra Onganía Europa: ¿la culpa es del neoliberalismo? El viajar no es un placer Observatorio Marxista de Economía Taller de Estudios Sociales Laboratorio de Análisis Político Gabinete de Educación Socialista Nacional y patronal La historia y el presente de EE.UU., por Charles Post Entrevista CLASE OBRERA ·Rienda suelta a las suspensiones HISTORIA ·La guerra nacional y la revolución ·Malvinas: en defensa de la ciencia ·¿Es útil recitar a Milcíades Peña? ARTE ·César Vallejo y el realismo socialista POLÍTICA ·CGE y CGERA: la burguesía de Cristina ·Elecciones en Venezuela y México ECONOMÍA ·Moreno, las importaciones y la crisis ·El (des) empleo en el sector público EDUCACIÓN ·El mundo de las fantasías K

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  • Ao X Mayo-Junio de 2012Precio: $8 / ISSN 1851-1813N 66

    La lucha por el Plan Argentina Trabaja

    Los docentes contra Ongana

    Europa: la culpa es del neoliberalismo?

    El viajar no es un placer

    Observatorio Marxista de Economa

    Taller de Estudios Sociales

    Laboratorio de Anlisis Poltico

    Gabinete de Educacin Socialista

    Nacional y patronal La historia y el presente de EE.UU., por Charles Post

    Entrevista

    CLASE OBRERA Rienda suelta a las suspensiones

    HISTORIALa guerra nacional y la revolucinMalvinas: en defensa de la cienciaEs til recitar a Milcades Pea?

    ARTECsar Vallejo y el realismo socialista

    POLTICACGE y CGERA: la burguesa

    de CristinaElecciones en Venezuela

    y Mxico

    ECONOMAMoreno, las importaciones

    y la crisisEl (des) empleo en

    el sector pblico

    EDUCACINEl mundo de las fantasas K

  • Mayo-Junio de 20122

    Qu significa ser argentino? O mejor an, cul es el contenido del sentimiento nacional? Lo primero parece determinado por el Derecho; lo segundo, el resultado de una intervencin ideolgi-ca. Sea como fuere, en los ltimos das, el gobierno, la oposicin y hasta la izquierda tuvo la oportunidad de constatar la respuesta. La nacionalizacin (en realidad, la compra de una parte) de YPF logr juntar a casi todo el espectro poltico y ganar la adhesin de gran parte de la poblacin. Sin llegar al pico de los festejos del Bi-centenario, el kirchnerismo logr, una vez ms, insuflar las calles de argentinidad y salir de una crisis poltica que acechaba. Con este impulso, seguramente, el 27 de abril Cristina va a llenar la cancha de Vlez.Lleg en el momento justo, de eso no hay dudas. Unos das antes del anuncio, la divisin en el seno del gobierno pareca inminen-te. El affaire Ciccone esconda un enfrentamiento. De un lado Scioli, ciertos intendentes (como Massa), algunos gobernadores (como Urtubey), sus operadores (entre los cuales se encuentra el procurador Esteban Righi y Florencio Randazzo) y una agrupa-cin, la Juan Domingo, que parece haberse creado para defender ese espacio. Del otro, el ncleo duro del kirchnerismo. Una dis-puta sin contenido sustantivo, pero que anticipa las alianzas para el 2015. YPF logr lo que no pudo Malvinas ni la disputa por la 125. Sin importancia real para nadie, las opiniones sobre las esas islas

    resultaron encontradas y la cuestin fue rpidamente superada por el crimen de Once y el escndalo de Bodou. En 2008, un in-tento de agrandar la caja ante la crisis quiso hacerse pasar como una lucha contra la oligarqua. Resultado: un choque entre la burguesa agraria, y sus aliados, y la burguesa industrial, que se relama pensando en esa masa de renta. En YPF, en cambio, la mano del gobierno en las arcas de la empresa suscit un acuerdo general. Toda la oposicin (excepto Macri) votar a favor. Biol-catti, tan opositor siempre, ahora salud la iniciativa, recordando que Repsol le mezquinaba combustible a los productores rurales. El presidente de la UIA, De Mendiguren, tambin apoy la me-dida. Lo mismo hicieron varios industriales. Por qu no encon-tramos aqu una oposicin semejante a la del conflicto agrario? Por dos razones. La primera es que la base social de Repsol es muy estrecha, a diferencia de la de la burguesa agraria. En segundo, porque esta medida va a beneficiar al conjunto de la burguesa que opera aqu, mediante la entrega de combustible barato y la compra de insumos (vase artculo de Juan Kornblihtt). En am-bos, el Estado aparece como el terrateniente general. Antes, para quitarle la renta a una fraccin numerosa y desperdigada por todo el pas. Ahora, para entregar renta a toda la burguesa que opera aqu (nacional y extranjera). El Estado interviene como parte de un proceso que lo contiene y retoma su funcin de representante de una clase social -no slo de tal o cual fraccin- y de un espacio de acumulacin. Desnuda as, la verdadera esencia de su natura-leza: el Estado Nacional es la forma que tiene determinada bur-guesa de ejercer su hegemona. Y bien, a todo esto, nadie se hace la pregunta ms elemental, la ms sencilla de todas: de dnde sale esa renta? La respuesta es incmoda: de las espaldas de los trabajadores. Lo que hace el Es-tado es entregar al conjunto de la burguesa lo que pertenece a la clase obrera. En ese contexto, poco importa si es 51% o 100% estatal, si tiene control obrero o no: lo que hay que discutir es qu se hace con esa masa de riqueza, si hay que subsidiar a los cha-careros o darle casa y comida a los chicos de la calle, si hay que comprar caro a Techint o aumentar el salario docente. Para ello, hace falta un mecanismo especfico: una Paritaria Nacional, en la que se discutan estas cosas. De un lado, el Estado; del otro, las centrales sindicales. Como los dirigentes sindicales ya se mostra-ron de acuerdo con este tipo de reparto (subsidios a la burguesa),

    la instauracin de la paritaria obliga a discutir de nuevo quines van a representar a los trabajadores, lo que lleva a la convocatoria a un congreso de base, con eleccin de delegados en asambleas. El kirchnerismo es un fiel representante de lo que pretende ser la Nacin Argentina. Ser argentino, entonces, es pertenecer a este espacio de acumulacin, que cada vez se rige menos por las fron-teras nacionales. Sentirse argentino es reconocer una solidaridad con todo aquel que comparta estas caractersticas, por ms patrn que sea. Esa solidaridad est basada en la pertenencia a ese Estado y requiere un sentimiento que disuelve necesariamente la iden-tidad de clase. En realidad, YPF es tan nuestra (o sea, tan ajena) ahora como lo es la Argentina. En vez de sumarnos a este Frente Nacional, deberamos combatirlo en nombre de lo que somos. En vez de alegrarnos porque se reparten lo nuestro, deberamos pelear para recuperarlo. Vaya si lo necesitamos.

    Y la izquierda? En medio de una crisis poltica mundial, la clase obrera ha dado sus primeros pasos resistiendo la salida reaccionaria a la crisis (el ajuste). Sin embargo, parece ms bien defender el statu-quo del Estado de Bienestar, el mismo que condujo a Europa a la crisis. La izquierda revolucionaria, a nivel mundial, parece no poder so-breponerse al desprestigio arrastrado por la contrarrevolucin de los 80 y la cada del Muro de Berln. Habra que revisar, tam-bin, la idea del giro izquierdista en Francia: la buena eleccin de Hollande oculta que, ms all del 27% de Sarkozy, hay un porcentaje idntico de votos que fueron al partido liberal y a la extrema derecha. En Argentina, la izquierda tiene sus propios problemas. El FIT carece de entidad propia. No avanza hacia una intervencin co-mn sistemtica. Se limita a algunas declaraciones (por ahora, slo la de YPF) y al llamado a los actos (lo que haca antes de constituirse en frente). El verdadero problema es que se encuen-tra en una encrucijada: si avanza hacia posiciones comunes en los diferentes frentes, se va a ver forzada a pensar en una plataforma que gue el proceso y a una estructura ms acorde (o sea, el Parti-do); si no quiere formar partido, el frente no tiene mucho que ha-cer y tal vez sera mejor desarmarlo hasta las prximas elecciones. No hace falta que reiteremos por dnde se sale del laberinto...

    EDITORIAL

    Fabin HarariLAP-CEICS

    OMAR DIBABOGADO

    Tel.: (011) - 4383-0098E-mail: [email protected]

    Peridico Cultural Piquetero

    Editor responsable: Sebastin Cominiello

    Redaccin: Condarco 90, CABA, Arg . CP: [email protected]

    Diseo e imagen: Sebastin CominielloCorreccin: Rosana Lpez Rodriguez

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    Ao X N66 Mayo-Junio de 2012

    ISSN 1851-1813Buenos Aires

    Los artculos firmados corren por exclusiva responsabilidad de los autores, asimismo las opiniones vertidas en las entrevistas corren por exclusiva responsabilidad de los entrevistados.

    El Frente Nacional

    El Aromo recibe (y lee)

    Recibimos la obra de Pablo Semadeni: Bajo Fondo. El gabinete asediado, Editorial Zahir, Buenos Aires, 2011.

  • 3Mayo-Junio de 2012

    Luego de que marcramos los gruesos errores en que incurri un Cristian Rath devenido en historiador, el Partido Obrero decidi cambiar de aficionado y encarg al periodista Alejandro Guerrero una historia de las Malvinas, que apa-reci en entregas de Prensa Obrera. En este caso, se busca justificar una posicin nacionalista. Otra vez, tenemos que llamar la atencin no slo acerca de su mirada burguesa del asunto, sino so-bre el poco cuidado y la preocupante ignorancia a la hora de abordar el problema.

    El descubrimiento y la colonizacin

    A diferencia de lo ocurrido con el continente americano, las Islas Malvinas estaban completa-mente deshabitadas. Lo que resulta llamativo en Guerrero es que sostiene que las islas fueron des-cubiertas en 1540, por los espaoles. Pues bien, parece que ha resuelto una cuestin que nadie haba logrado dilucidar. Es una verdadera pena que el breve artculo de la Prensa Obrera no justi-fique por qu ya no debemos debatir si el hecho fue autora de espaoles (Amrico Vespucio en 1501, Magallanes en 1520, Alonso de Camar-go en 1540), ingleses (John Davis en 1592, Ri-chard Hawkins en 1594) u holandeses (Sebald de Weert en 1600). Sobre todo, sera interesante saber por qu Guerrero cree que la hiptesis es-paola es ms sustentable que la holandesa, dado que slo Sebald de Weert dej pruebas que com-prueban que avist las Malvinas (de all su pri-mer nombre, las Sebaldes). Uno sospecha, en realidad, que el periodista no se detuvo en estos debates y que copi lo primero que encontr. A lo largo del siglo XVII, marinos holandeses, ingleses y franceses dejaron rastros de avistaje y desembarco en las islas. De ellos, provienen los dos nombres que actualmente se encuentran en disputa. Aunque Guerrero omita este pequeo dato (para no contradecir su alma espaolista?), al Sebaldes holands, le sigui un nombre an-tiptico para nuestro periodista: a principios de 1690, el ingls John Strong llam al estrecho que separa a las islas Falkland Sound. Pero la cosa no iba a terminar ah. A diferencia de lo que el sentido comn pudiese sealar, el nombre que hoy reivindica el Estado argentino no proviene de su tradicin, sino que es la castellanizacin del utilizado los primeros colonizadores: los ma-rinos franceses del puerto de Saint-Mal bauti-zaron a las islas Malouinas. En este sentido, no hay controversia histrica: los primeros en colo-nizar el territorio no fueron ni argentinos (que en esa poca no existan), ni espaoles, ni ingle-ses, sino franceses. Antoine Louis de Bougainvi-lle fund Puerto Luis el 17 de marzo de 1764, tomando posesin en nombre del rey Luis XV.Pero los galos no estuvieron solos por mucho tiempo. En enero de 1765, el comodoro ingls John Byron tom posesin, en nombre de otro Rey, Jorge III de Gran Bretaa, de las islas Fa-lkland. Lo curioso es que, establecidos en otro sector de su territorio (Puerto Egmont), ambas colonias desconocieron la existencia de sus veci-nos hasta 1766.Recin entonces, cuando otras potencias ocupa-ron un territorio deshabitado, y a pesar de no ha-ber mostrado el mnimo inters de colonizacin, fue cuando los espaoles pusieron el grito en el cielo (o en Francia, mejor dicho). El reclamo fue un trmite sencillo (Espaa y Francia eran alia-das en aquel entonces) y todo se resolvi en tr-minos amigables. En abril de 1766, Bougainville acept el pago de una indemnizacin y, el 1 de abril de 1767, Espaa se hizo cargo de Puerto Luis, al que rebautiz como Puerto de Nuestra Seora de la Soledad. Otro Rey (el tercero en la lista), asuma la soberana de las islas. Los espaoles lograron la posesin total de las islas en 1770, cuando atacaron Puerto Egmont y, en una fcil victoria, expulsaron a los ingle-ses. Semejante hecho no poda ser obviado por nuestro compaero Guerrero, ansioso de haza-as antiimperialistas. Pero lo que no dice (tal vez porque le quita brillo a nuestra Madre Patria) es que, un ao despus, Carlos III devolvi a los ingleses su base. El 22 de enero de 1771, el Rey Sol se comprometa a dar rdenes inmediatas, a

    fin de que las cosas sean restablecidas en la Gran Malvina en el Puerto denominado Egmont exac-tamente al mismo estado en que se encontraban antes del 10 de junio de 1770, aclarando que esto no pona en cuestin la soberana espaola en las islas. Por su parte, el rey ingls aceptaba la Declaracin como una satisfaccin por la inju-ria hecha a la Corona de Gran Bretaa. Aunque es muy probable que en el acuerdo haya existido una clusula secreta que garantizaba que los in-gleses abandonaran las islas, Gran Bretaa uti-liz este pacto como argumento de su reclamo soberano durante mucho tiempo. Lo cierto es que los ingleses se retiraron en mayo de 1774, concluyendo que se trataba de una isla postergada para uso humano, tormentosa en in-vierno, y rida en verano; una isla que por no ha-bitarla ni los salvajes del sur han dignificado..., no sin antes dejar una placa que rezaba que las islas pertenecan a Jorge III, Rey de Gran Bre-taa. Por lo que vemos, no hay razones para su-poner que las Malvinas correspondan origina-riamente a Espaa.

    El proceso revolucionario rioplatense (1806-1810)

    Los ingleses, como todos sabemos, intentaron convertir al Ro de la Plata en colonia britni-ca en dos oportunidades, 1806 y 1807. Pese a que el marxismo ya dio unos cuantos pasos en el anlisis del tema, Guerrero prefiere convertir a la Prensa Obrera en una seccin de La Nacin o Pgina/12, retomando el anlisis de liberales y kirchneristas. Empecemos por lo ms bsico, pero no menos grosero: la caracterizacin de la economa. Es

    preocupante que un partido que necesita co-nocer la naturaleza del sistema capitalista que dice querer eliminar, se permita una afirmacin del estilo En 1806, cuando William Carr Be-resford ocup Buenos Aires, ac no se produca nada.1 En esto el PO ha sido realmente original: no existe corriente historiogrfica medianamen-te seria que afirme semejante barbaridad. Los debates sobre ganadera y agricultura, sobre los diezmos, sobre el carcter de la mano de obra y sobre la produccin urbana quedan abolidos de un plumazo. Recomendamos a Guerrero consul-tar algunas lecturas. Modestamente, podra leer nuestros trabajos.Cuando el periodista intenta explicar la aristo-cracia criolla, se envalentona y sentencia que Santiago de Liniers se cas con la hija de Mi-guel de Sarratea, un comerciante porteo prs-pero; es decir, negrero y contrabandista, que eso eran los comerciantes locales. El primer detalle a tener en cuenta es que Miguel de Sarratea no existe. Si Guerrero se hubiera informado, sabra que el suegro de Liniers fue Martn de Sarratea, uno de los apoderados del comercio porteo.2 Pero el problema no es un nombre mal copia-do, sino la concepcin que defiende, segn la cual todos los comerciantes son iguales (contra-bandistas y negreros). Pero hagamos un poco de historia real: Martn de Sarratea no fue ningn negrero contrabandista. Por el contrario, dedi-c todos sus esfuerzos a defender el monopolio gaditano y a combatir, en alianza con otros nota-bles monopolistas, el contrabando (que acicatea-ba su hegemona social). Tampoco se especializ en el trfico de esclavos, ms bien lo comba-ti, dado que era el preferido de sus enemigos, los comerciantes de cuero.3 En cambio su hijo,

    Manuel (que tampoco es Miguel), a diferencia de su padre, s se preocup por sortear el mo-nopolio gaditano para exportar cueros y unir los Estados Unidos con Buenos Aires, convirtindo-se en uno de los principales dirigentes revolucio-narios de 1810.4 En vez de investigar un poco, Guerrero le crey al primer libro que cay en sus manos. As, repi-te que el proceso de Mayo fue impulsado por la aristocracia portea, es decir, por un bloque integrado por negreros, contrabandistas, hacen-dados, modernistas y curas. Si esto es as, pa-rece que todos estn del lado de la revolucin. Algn compaero militante podra preguntar-se quines se oponen y dnde estn las clases y fuerzas sociales en pugna. Nada sabemos, dado que comerciantes, terratenientes, hacendados y hasta burcratas y curas pueden ser esclavistas, feudales o capitalistas. Su utilizacin indiscrimi-nada slo sirve a la defensa de una hiptesis des-cabellada: el triunfo sobre las Invasiones Ingle-sas (que uni a todos en un frente) constituy una revolucin. Se confunde as el inicio de un proceso con su desenlace.5 En su interpretacin, furiosos contrarrevolucionarios (como lzaga y Fernndez de Agero), por el solo hecho de combatir a los ingleses habran sido, en realidad, revolucionarios.

    El desprecio a la ciencia

    Las sentencias de Guerrero son las de Alejan-dro Horowicz. Quien escribe en Prensa Obrera se deja llevar de las narices por un kirchnerista que tambin tiene el mtodo de cortar y pegar. No slo Guerrero lo cita textualmente, sino que hace suyas las hiptesis y categoras de este dis-cpulo de Jorge Abelardo Ramos (el historiador preferido de Cristina). La pregunta es, entonces, por qu un aficionado que no puede delimitar-se del oficialismo es el responsable de explicar la historia argentina.Una direccin debe estar por delante de sus mi-litantes. En este caso, los artculos de Guerrero no resisten el anlisis de cualquier estudiante de la carrera de Historia o de un docente de escue-la media. Por una razn muy sencilla: no puede reconstruir el proceso en sus datos ms simples. Pero eso no es lo peor: ms grave es que muchos compaeros en diferentes frentes no tienen los recursos para recomponer estos errores. A ellos se les da, concientemente, una herramienta de mala calidad. Es decir: se los desprecia. Una di-reccin que no slo es incapaz de explicar ciertos problemas elementales, sino que incluso se jac-ta de hacerlo improvisada y desinteresadamente, est confesando su propio agotamiento.

    Notas1Prensa Obrera, n 1213.2La biografa que realiz Paul Groussac so-bre Liniers en 1897 es, an hoy, de lectura recomendada.3Vase Schlez, Mariano: Dios, rey y monopolio, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2010.4Heredia, Edmundo: Cundo Sarratea se hizo re-volucionario, Plus Ultra, Buenos Aires, 1986.5Vase, en esta misma edicin, el artculo de Juan Flores sobre el tema.

    Mariano Schlez Grupo de Investigacin de la Revolucin de Mayo-CEICS

    Es el conocimiento reaccionario?

    HISTORIA

    El Partido Obrero public una historia de las Malvinas en sucesivas entregas. Fiel a su tradicin, la direccin del partido se dedica a escribir sobre lo que no sabe y no quiere saber. En este primer artculo, le mostramos el resultado de la improvisacin. Preste atencin, no va a querer perderse esta sucesin de bloopers...

    Las Malvinas en la historia argentina, segn el Partido Obrero

  • Mayo-Junio de 20124

    HISTORIA

    De la a la ciencia

    El Nuevo MAS (NMAS) public en su revista Socialismo o Barbarie un artculo de Martiniano Rodrguez, criticando nuestra concepcin de la Revolucin de Mayo.1 Su principal acusacin es la misma que utiliz el PTS en su momento: que nuestras hiptesis no son las de Milcades Pea. Sus argumentos, por lo tanto, son citas a uno de los ensayos de este autor, escrito hace ya 50 aos. Antes de responder, corresponde un breve sea-lamiento: los compaeros dicen que todos nues-tros libros han sido editados con motivo del Bi-centenario. Si se hubieran fijado en las fechas de edicin, se habran ahorrado una frase absurda: nuestro primer artculo apareci en febrero de 20022; nuestro primer libro, La Contra, se edit en 2006; Hacendados en Armas, en 2009 y slo Dios, Rey y Monopolio apareci en 2010.

    Pea, el Verbo hecho Historia...

    Las crticas del NMAS se pueden resumir en una serie de puntos. En primer lugar, entienden que el tiempo que transcurre entre 1810 y la consoli-dacin de las relaciones sociales capitalistas, con la correspondiente estructura estatal (1880), se-ra demasiado largo, razn por la cual la Argen-tina capitalista no sera fruto de la Revolucin. En segundo trmino, se pone en duda el predo-minio del modo de produccin feudal en Am-rica, con el argumento de que al no existir en el Ro de la Plata la contradiccin principal entre nobleza y siervos no podramos hablar de feuda-lismo. De all se desprende el problema respecto al carcter de clase de los comerciantes mono-polistas, quienes no seran una clase capitalista productiva (sic), al igual que los hacendados, debido a la ligazn que tenan con el mercado internacional. La revolucin no habra implica-do la toma del poder por parte de la burguesa, ya que no hubo cambio en la clase dominante, tan slo se produjo un desplazamiento del perso-nal poltico (la burocracia virreinal).En tercer lugar, entienden que las clases explo-tadas no formaron parte de la revolucin, por-que no tenan ningn inters en participar. Por ltimo, la estructura econmica no habra cam-biado en lo ms mnimo, ya que el latifundio, antes y despus, habra sido la principal forma de explotacin dominante.

    Los duros hechos

    Como primer cuestin, debe abordarse el pro-blema de cmo debe ser comprendida una revo-lucin burguesa. Para el NMAS, un fenmeno de esta magnitud debera transformar las bases de la estructura social (las relaciones sociales de produccin) en cuestin de pocos aos. No obs-tante, una revolucin debe medirse por su ciclo, desde la maduracin de las contradicciones hasta la plena hegemona del capitalismo. Habiendo hecho su revolucin en 1776, EE.UU. slo se consolid como Estado nacional en el perodo 1865-1877.3 Para 1880, en el Ro de la Plata, la burguesa crea el mercado nacional, eliminan-do las barreras aduaneras. Visto as, la revolucin criolla se desarroll mucho ms rpido de lo que parece, habilitando un exponencial desarrollo de las fuerzas productivas: crecimiento poblacional, aumento productivo, extensin de la frontera, etc. Que existieran relaciones asalariadas antes de la revolucin, no significa que la burguesa sea la clase dominante ni que el capitalismo sea el modo de produccin dominante. Si la bur-guesa y el capitalismo no existiesen antes de la revolucin burguesa, sta no sera posible. Sin burguesa no hay sujeto. Sin capitalismo, no hay trabas a su desarrollo. El NMAS hace un anlisis circulacionista de las clases sociales. Su definicin de capitalista

    obedece al mayor o menor contacto con el mar-cado mundial. El fundamento del poder de los comerciantes monopolistas, burcratas y ecle-sisticos provena de la capacidad de la corona espaola, la cual impona condiciones a sus colo-nias, posibilitando la enajenacin del excedente en la circulacin. En este sentido, no eran pro-ductivos, ya que obtenan ganancias de com-prar barato y vender caro. Esas condiciones eran resultado de una fuerza basada en la renta feudal (de la explotacin en Espaa de la nobleza sobre los siervos). Que exista un mar entre Espaa y Amrica no debe impedir ver el sistema como una totalidad: la formacin econmico social ame-ricana ostentaba el dominio del modo de produc-cin feudal, el cual impregnaba el resto de las re-laciones de explotacin y las subordinaba a su propia lgica de acumulacin. Por lo tanto, no puede decirse que antes y despus de la Revo-lucin los que dominaban sean los mismos, ya que los hacendados no ocupaban los principales cargos de poder.Para intentar fundamentar la nula participacin de las masas, nuestros crticos citan a Gervasio Posadas quien explica que l, aparentemente, no se habra enterado de los acontecimientos de la Semana de Mayo. Por lo que se habra tratado de una conspiracin hecha por unos pocos. El problema es que se lee slo unos extractos y se la trabaja sin los recaudos necesarios. Por ejemplo, hay que realizar una simple distincin entre una crnica (contempornea a los hechos) y una me-moria (una mirada retrospectiva). La Autobiogra-fa de Posadas es una memoria escrita en junio de 1829, casi 20 aos despus de la revolucin. Por lo tanto, no puede tomarse como si fuera una crnica. El autor es hostil a la revolucin y a sus consecuencias. Como l mismo seala: Yo fui rodeado de los honores de la proscripcin de

    un arresto con prisiones y hasta del secuestro de mis bienes [...] He tenido que vender y desha-cerme de todas mis propiedades para pagar mi empeo.4 Por ltimo, escribe en un momento en que las autoridades piden orden. Por lo tan-to, hay que tomar en cuenta que va a tratar de despegarse de todo lo que remita a revolucin. Decir que no se enter, es una forma de hacerlo.No obstante, tampoco es sincero cuando afirma que nada saba, ya que una vez adentrado en la coyuntura, reconoce que el 22 de mayo tuvo una acalorada discusin con un capitn de milicias, en casa de un amigo. All, Posadas le espet: que nada me gustaba [las novedades], que habindo-se depuesto dos virreyes, desobedecido otro por la ciudad de Montevideo y su gobernador Elo, se haban de seguir deponiendo y desobedecien-do otros muchos gobiernos.5 Es decir, lejos de un escenario tranquilo, el autor reconoce un cli-ma de crisis poltica general. Incluso, se refie-re expresamente a la participacin de las masas cuando seala que el 25 de mayo se produjo por la conmocin y gritera en el cuartel de Patri-cios.6 Ya en 1811, habla de la pueblada o pri-mera montonera del 5 y 6 de abril.7 Estas reflexiones obedecen a un escenario en el que se desarrolla un proceso revolucionario. En Buenos Aires, las masas estaban armadas y en-cuadradas en milicias, donde elegan a sus ofi-ciales en asambleas. Existan cuerpos milicianos integrados por negros, pardos y mulatos libres. Ms de 8.000 personas se encontraban armadas. Para el 25 de mayo, los milicianos estaban acuar-telados y esperaban la orden de los comandantes para entrar en accin. As lo hicieron saber estos, quienes advirtieron que el pueblo y las tropas estaban en terrible fermentacin.8

    Por ltimo, los compaeros entienden que en aquella poca el latifundio era

    contraproducente para el desarrollo, porque ac-tivaba la especulacin e impeda la inversin. La evidencia muestra que fueron las grandes uni-dades productivas las que permitieron un cre-cimiento de la produccin y posicionaron a la regin en el mercado mundial. Adems, habili-taron la creacin del saladero, establecimientos de elaboracin de la carne que ocupaban peo-nes constantemente, lo que da muestras del de-sarrollo de las fuerzas productivas en la regin. El error de los compaeros consiste en creer en el mito del desarrollo farmer, que es eso: un mito. En EE.UU. el desarrollo del capitalismo requiri, al revs de lo que se cree, la expropia-cin de los pequeos productores.9

    Para fundamentar su hiptesis de la dependen-cia, apelan al comercio como un determinante estructural. El hecho de que el comercio haya sido en mayor medida con Inglaterra, no ha-bla de una dependencia que ubica a la argenti-na como semi-colonia. De hecho, es falso que solo se haya comerciado con Inglaterra, las ci-fras muestran que en 1824 Inglaterra compraba el 60% de las exportaciones pecuarias. Cifra alta, pero no se corresponde con un monopolio.

    El mtodo de Marx

    La discusin permite examinar un problema co-mn al trotskismo argentino: la apelacin a la cita de autoridad como elemento para resolver un debate, un mtodo propio de la teologa. Se ha abandonado el socialismo cientfico en favor del copiar-pegar. No se produce conocimiento genuino, ya que nadie se toma el trabajo de in-vestigar la realidad argentina. No es que no pue-dan o no tengan capacidades. Simplemente, no creen que sea necesario. Esto los lleva a reducir el marxismo al acto de repetir sagradas escrituras. En vez de hacer honor a toda una rica tradicin de intelectuales revolucionarios, que dedicaron su vida a comprender el mundo en que vivan, se niega esta herencia, eligiendo el camino de la religin.

    Notas1Rodriguez, Martiniano: Un discusin bicente-naria, Socialismo o Barbarie, 4/2/2012.2Harari, Fabin: De un Argentinazo a otro. El estudio de la Revolucin de Mayo, en Razn y Revolucin, n 9, 1er semestre de 2002, Buenos Aires. 3Vase la entrevista al historiador Charles Post en esta misma edicin.4Posadas, Gervasio: Autobiografa, en Bibliote-ca de Mayo, Senado de la Nacin, Buenos Aires, 1961, t. II, p. 1469.5Ibdem, p. 1410.6dem. 7dem. 8Acuerdo del Cabildo del 25 de Mayo, en 25 de Mayo. Testimonios-Juicios-Documentos, Eudeba, Buenos Aires, 1968p. 272.9Vase Kullikoff, Allan: Transition to Capi-talism in Rural America, en The William and Mary Quarterly, Tercera serie, Vol. 46, n 1, en-ero, 1989.

    Respuesta a la crtica del Nuevo MASHemos recibido nuevas crticas a nuestra produccin sobre la Revolucin de Mayo. Esta vez, del Nuevo MAS, quienes nos acusan de no coincidir con Milcades Pea. A continuacin, explicamos por qu repetir religiosamente opiniones ajenas no ayuda a la comprensin de nuestra historia.

    Santiago Rossi DelaneyGrupo de Investigacin de la Revolucin de Mayo-CEICS

  • 5Mayo-Junio de 2012

    Cerca de la

    Aunque la Revolucin de Mayo constituye uno de los hechos ms importantes de la historia ar-gentina, el desconocimiento existente sobre sus orgenes y la dinmica que la impuls es sorpren-dente. Frente a la idea superficial de que la Re-volucin se inicia en mayo de 1810, con la for-macin de la Junta Provisional, los historiadores acadmicos y cierta izquierda sealan, con igual superficialidad, que todo comenz en 1808. En efecto, para ellos, el cautiverio del Rey Fernando VII habra generado un vaco de poder en las colonias. Ante esto, los grupos o partidos revo-lucionarios se reducen a cambiantes facciones de una elite que, sin ningn programa poltico y amparadas en el poder militar creado tras las In-vasiones Inglesas, compiten y se reacomodan, buscando la mejor circunstancia para asumir el poder. Visto de este modo, la Revolucin se de-vala, ya que supuestamente nadie quiso hacer lo que hizo. As, el problema central se reduce a cmo y con qu personal poltico formar un gobierno legtimo ante la fuerza de las circuns-tancias. A pesar de lo que los acadmicos digan, las revoluciones no caen del cielo.

    Un pueblo pide sangre

    El ao 1806 marca el inicio de lo que llamamos proceso revolucionario, es decir, un proceso en el cual, el estado quiebra poltica y militarmente, vindose la clase dominante feudal imposibilita-da de mantener su hegemona y surgiendo, den-tro de las filas de la burguesa hacendada -aliada a comerciantes librecambistas y al artesanado-, una estrategia poltica independiente de toda mediacin institucional del Estado y de la clase dominante. Qu es efectivamente lo que ocurre? En 1805, tras la cada de la flota espaola en manos brit-nicas en la batalla de Trafalgar, el comercio colo-nial queda paralizado. En este contexto, las fuer-zas britnicas a cargo de Beresford avanzan sobre el suelo porteo. Ahora bien, el lugar tomado no es producto de una eleccin fortuita: se trata del bastin ms importante del Virreinato, uno de los puntos neurlgicos del Imperio espaol. Cuando las corporaciones y la burocracia colo-nial se rinden ante el poder militar ingls, el pue-blo armado, a partir del saqueo de los arsenales, ser el que garantice la defensa. As, Buenos Ai-res asistir a un progresivo proceso de militari-zacin. Esto implica el surgimiento de organi-zaciones relativamente autnomas: las milicias urbanas hispnicas y criollas. En una carta que un burcrata espaol, el subinspector Don Pe-dro de Arce, dirige al Virrey Sobremonte, con un tono de reprobacin, se le advierte de la si-tuacin alarmante y explosiva vivida en Buenos Aires. A pesar de su efectividad para la Recon-quista, las milicias no deban tener ese carcter autnomo:

    He advertido que en esta capital se han levan-tado varios cuerpos urbanos en que est com-prendida la mayor parte del vecindario. Y su de-nominacin la toman de las provincias de que son naturales como de Catalanes, Vizcanos, An-daluces, suc. Y, segn tengo entendido, extraofi-cialmente han obtenido despachos de esa supe-rioridad los jefes y oficiales, que los mandan en virtud de eleccin o nombramiento que entre ellos hicieron sus mismos compatriotas.1

    Pero la defensa militar no se limita al restable-cimiento intacto del poder espaol y de su cla-se dominante colonial. Ms bien, en este con-texto de quiebra del Estado, con la constitucin de estas milicias armadas, lo que se conforman son verdaderos partidos polticos. Es decir, aqu-llas eran rganos de poder popular por fuera del

    control del Estado, con direcciones emanadas de la votacin nominal de sus integrantes y con el objetivo de influir directamente en la poltica. Es en estos rganos donde la burguesa disputara un rol de direccin con una estrategia indepen-diente respecto de la clase dominante. Por otra parte, el carcter popular de estas mi-licias no es menor. Si tenemos en cuenta que la poblacin masculina, con capacidad de armarse militarmente, asciende a 10 mil personas, y te-nemos que 8 mil de ellas efectivamente lo hacen, podemos asegurar que el pueblo estaba en armas. Pero adems, debemos tener en cuenta que los despachos virreinales no tenan mayor capacidad de legitimar las autoridades militares, sino que sta recaa en el poder del pueblo armado. Como lo relata el propio Cornelio Saavedra, dirigente del Cuerpo de Patricios:

    Que el primero soy yo por nombramiento y aclamacin de todos mis paisanos (). Y don Esteban Romero, en los mismos trminos, el se-gundo. Que como tales, y en virtud de nombra-miento del pueblo, an sin tener despachos del seor virrey procedimos a formar las compaas en los respectivos cuarteles de la ciudad, y auto-rizar el nombramiento que stas hacan de sus capitanes y oficiales.2

    El 14 de agosto de 1806, pasada la primera inva-sin, se llama a un Cabildo Abierto y las milicias criollas deponen al virrey Sobremonte, desig-nando a Liniers como autoridad militar, a pesar de no contar el candidato con despacho alguno y sin consultar a la pennsula que, todava, esta-ba entera.El 2 de febrero de 1807 tropas britnicas toman la ciudad de Montevideo. Cuatro das despus, ese mismo pueblo de Buenos Aires se agolpara en el Cabildo pidiendo la renuncia del virrey y de la Audiencia y llamando a un Cabildo Abier-to. Es, en efecto, el conjunto de la poblacin la que entrara directamente en la accin poltica. El acta del Cabildo dira:

    se present a la puerta de esta sala capitular un gran nmero de pueblo clamando y diciendo a voces que todos queran ir a reconquistar la pla-za de Montevideo y estaban pronto a derramar su sangre3.

    As, en primera instancia las milicias peninsula-res y criollas confluan en una batalla al invasor britnico, bajo la direccin de Liniers. No obs-tante, a pesar de dicha confluencia, en las filas de

    la burguesa se encuentra casi maduro un pro-grama verdaderamente revolucionario con su propia causa nacional y no una defensa de la Corona. De hecho, en 1807, una direccin del Cuerpo de Patricios, Francisco de Escalada se negara, desde su estancia de San Isidro, a con-tribuir en un donativo para la Corona. La burguesa se lanza a la defensa del territorio frente a la potencia invasora, pero siempre inten-tando sentar las bases para la instauracin de su propia hegemona. Hace un frente militar con el feudalismo, pero sin perder nunca su indepen-dencia de clase, sus propias organizaciones. Tal como explicaba un funcionario espaol:

    Los tercios que [Liniers] form componan una milicia popular, o libre o sedentaria; cuyos indi-viduos ms bien defendieron sus propiedades que no contradamente el supremo dominio de la Real Corona. Ms bien se batieron porque quisieron conservar sus riquezas y derecho particulares que no por cumplir aquel precepto de subordina-cin a que estn comprometidos y habituados los soldados.4

    A partir de aqu, nos encontramos ante una si-tuacin de doble poder: por un lado, el Cabildo y sus milicias peninsulares como mximos repre-sentantes del poder del Rey y, por el otro, las milicias criollas sosteniendo al Virrey Liniers y esperando la ocasin correcta para la toma del poder. Liniers, a su vez, personificara un rgi-men de tipo bonapartista, es decir, mediador en-tre las clases en pugna, aunque buscando falli-damente sostener el sistema y la autoridad real e institucionalizar las milicias. La solucin de las tensiones tendr lugar en 1810: ser el momento militar en donde un partido revolucionario pre-parado y colocado como direccin de una vasta alianza toma el poder.

    El ao en cuestin

    Como lo sealaba el peridico ingls The Mor-ning Post en 1811, no hay cosa ms cierta como que la Amrica espaola del sur estaba en un gradual camino de separacin del Estado prin-cipal, mucho tiempo antes que un solo solda-do francs hubiese pasado los Pirineos. Es decir, en ningn momento hay un vaco de poder en Buenos Aires. Es ms, desde 1806 que el po-der es ocupado, sistemticamente, por las fuerzas que se disputan la conduccin de la sociedad. Pero estas fuerzas, lejos de ser slo facciones de una misma elite, expresan alianzas sociales bajo

    direcciones de dos clases y dos programas polti-cos verdaderamente antagnicos. En definitiva, ante una invasin al conjunto de la vida social, cada clase elabora su propia salida. Cada una pugna por dirigir la lucha nacional. La clase dominante exige la subordinacin al or-den establecido. La burguesa revolucionaria, en cambio, utiliza la crisis para imponer una sali-da acordes a sus intereses. No se arma en defen-sa del rgimen, sino para sus propios fines. Un buen ejemplo para aquellos que, ante invasiones militares, deciden apoyar a las reivindicaciones nacionales.

    Notas1Archivo General de la Nacin: IX, 28-8-2.2Archivo General de la Nacin: IX, 28-5-3.3AECBA, Serie III, t. XIII, p.432.4Apunte y Oficio de Miguel Lastarria a Casa Iru-jo, 26 de diciembre de 1818.

    Cmo debe organizarse una clase revolucionaria ante una invasin militar?La Academia dice (y la izquierda repite) que la Revolucin de Mayo fue producto de acontecimientos externos. En particular, la cada de la monarqua en 1808. Aqu mostramos por qu la revolucin empieza en 1806. Adems, explicamos cmo, ante una invasin extranjera, la burguesa no se pleg a la clase dominante y elabor su propia estrategia.

    Juan FloresGrupo de Investigacin de la Revolucin de Mayo-CEICS

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    HISTORIA

  • Mayo-Junio de 20126

    HISTORIA

    El cinismo hecho historia

    En los ltimos aos, los dueos de las institu-ciones acadmicas, los cultores del posmoder-nismo, han decidido salir personalmente a en-frentar al gran pblico, manchados en su honor por los xitos de gente como Pigna o Pacho ODonnell. En esta ocasin, llevan adelante una coleccin de biografas de los prceres. En la pri-mera de estas aventuras, encargaron a uno de sus laderos, Fabio Wasserman, a explicar a Juan Jos Castelli. Veamos entonces qu dice un posmo-derno sobre un verdadero revolucionario.

    Talento argentino

    El objetivo del libro de Wasserman es enten-der por qu Castelli, un miembro de la elite y sbdito fiel de la corona, como se lo llama, se transform en un revolucionario partidario de la soberana del pueblo. Para el autor esa trayec-toria no estaba predeterminada, sino que se fue construyendo al calor de los sucesos, adems de estar plagada de dudas, ambigedades, incohe-rencias y contradicciones. Lo que se afirma aqu es que la entrada de Castelli en la revolucin no fue un proceso consciente sino accidental. No fue la consecuencia de un programa, sino la suma de actos empricos puntuales. Ms an, se caracteriza como incoherente y ambiguo al ms decidido hombre de la revolucin. Como idea central el autor asegura, tomando la teora de las redes sociales, que Castelli habra ampliado su red de relaciones para posicionar-se como una importante personalidad en la so-ciedad portea. Mayo de 1810 entonces no fue una verdadera revolucin, ya que ni se habran modificado las relaciones sociales, ni habra cambiado la clase dominante, por lo que todo el movimiento se limit a un traspaso de poder al interior de la elite. En este esquema, los intelectuales revoluciona-rios habran intervenido sobre la desintegracin de la monarqua, con el solo objetivo de tomar el gobierno (sin modificar sustancialmente la so-ciedad). En concreto, los dirigentes no slo se-ran parte de la clase dominante colonial, sino que habran aprovechado una serie de aconteci-mientos fortuitos. Ms que ante una revolucin, estaramos frente a un golpe de Estado. Algunos podrn sorprenderse, pero el posmodernismo criollo ha llevado sus teoras al extremo, convir-tiendo a los revolucionarios en vacilantes arri-bistas. Es decir, gente que desea acomodarse en posiciones de poder, sin importar el programa poltico al que sirvan. Estos supuestos derivan en apreciaciones in-correctas, como que la vida de Castelli esta-ra marcada por la bsqueda de prestigio, la

    pertenencia a la gente decente, con lo que se probaran las ambigedades de su carcter re-volucionario. En principio, la categora gente de-cente es en el mejor de los casos un concepto am-biguo (no se sabe en qu consiste esa decencia) y en el peor una reproduccin de los prejuicios de clase imperantes en aquel momento. En cual-quier caso, es una confesin de la poca pericia del historiador en cuestin. Wasserman presenta un juicio donde Castelli, como abogado de Gonzlez Balcarce, habra ale-gado la impureza de sangre de la flamante mu-jer de su representado, como forma de poder di-solver el matrimonio. Puede de all concluirse que Castelli crea en estas jerarquas? Puede ser, no se sabe, pero en la medida que un abogado litiga en favor de su cliente, debe tomar como dato las leyes vigentes. No es ese el lugar para cuestionarlas. En este caso, Castelli intentaba deshacer el matrimonio de un hacendado. Unos aos despus, estaba dando un discurso sobre la igualdad en las ruinas de Tiahuanaco, traducido al quechua y al aymara. Que antes haya pensado otra cosa no lo hace ambiguo ni contradicto-rio, sino parte consiente de la evolucin de la lucha de clases. Cuando se intenta poner en contradiccin el tren de vida del personaje, antes del estallido de la crisis, con su carcter revolucionario se est haciendo una abstraccin del contexto. Castelli no era un comunista (Wasserman tampoco lo es, si es por eso), era un burgus. Como buen bur-gus, estaba de acuerdo con el dominio de una clase sobre el resto de la sociedad. A comienzos del siglo XIX, ser burgus, defender la explota-cin y las diferencias de clase no es un obstculo para ser revolucionario. El problema es que Wasserman intenta explicar un problema histrico a travs de atributos pura-mente individuales, desgajados del marco social e histrico que le dan sentido. Social, porque es cierto que Castelli anhel el poder, pero nadie lo ostenta a ttulo personal. Incluso, los oportu-nistas sirven siempre a alguna clase y calculan su salto de acuerdo a las relaciones de fuerza. His-trico, porque cualquier miembro de cualquier clase, en tiempos normales, nace a la vida con la conciencia dominante, es decir, la conciencia de la clase dominante. El desarrollo de la crisis es lo que va provocando el pasaje hacia otro tipo de conciencia. Pretender que Castelli actuase en 1803 como el cuadro que fusil a Liniers siete aos despus, es ridculo. Pretender que la crisis

    de 1806 no obligue a un replanteo general de las ideas dominantes, tambin. E incluso, una vez alcanzada la conciencia revolucionaria, el desen-volvimiento del proceso obliga a acomodar al-guna de ellas y cuestionar el programa (Lenin cambi hasta el nombre del partido en plena re-volucin). Si Wasserman, en vez de poner los he-chos uno al lado del otro, los pusiera uno despus del otro, vera un desarrollo donde crey ver una paradoja.La historia al estilo revista Papparazzi de poco nos sirve para comprender los motivos ms pro-fundos que dinamizan el accionar de los sujetos. Tampoco viene en nuestra ayuda el concepto de lite, que mete en la misma bolsa a comercian-tes feudales, hacendados burgueses y burcratas de aqu y de all. Una mirada ms atenta im-plica, necesariamente, preguntarnos a qu clase social perteneca el gran revolucionario porteo.

    El hombre y su clase

    En el Ro de la Plata, los intelectuales se pusie-ron al servicio de alguna de las dos clases en pug-na: la nobleza espaola (la clase dominante) o la burguesa agraria (la clase oprimida). La ads-cripcin de este dirigente a la burguesa fue el producto de una serie de factores. Entre ellos, no es un dato menor, el haber nacido en una familia estrechamente vinculada a los intereses de los hacendados (el padre de Castelli, ngel, era boticario y propietario de tierras) y su propia trayectoria econmica (adquiri su propia quin-ta en San Isidro). Entre las causas ms importantes que tuvo en sus manos como abogado, se encuentra la defensa de Domingo Belgrano Peri (padre de Manuel) y la de Juan Ramn Balcarce. Cuando las co-sas se empezaron a complicar, Castelli dio otro paso, convirtindose en defensor de su clase ya no a ttulo personal, sino a nivel corporativo: los hacendados contaron con sus servicios en el Consulado, tarea que comparti con Manuel Belgrano. Finalmente, desde 1806, puso su vida al servicio de la causa revolucionaria, convirtin-dose en uno de los principales dirigentes de la alianza que llev a la burguesa al poder. Castelli no es un oportunista desgajado de su base so-cial. Mucho menos, un revolucionario del pue-blo en abstracto. Por el contrario, se trata de un hombre que dio su vida para que su clase cons-truya un mundo a su medida. Podemos rastrear en su actuacin el derrotero transcurrido por la

    burguesa agraria para tomar el poder en Bue-nos Aires.El abordaje de Wasserman no solo elude estas cuestiones centrales, sino que incluso, en su ge-neralizacin, no puede individualizar a Castelli. Al poner su caso como el lgico derrotero de una elite arribista, deja de lado que dentro de los intelectuales burgueses hubo oportunistas y con-secuentes. Por ejemplo, Juan Jos Paso fue cam-biando de posicin desde 1810 a 1815 y siem-pre sali bien parado. Lo mismo hizo Viamonte, que consultaba el humor poltico en Buenos Ai-res antes de tomar una determinacin. La revo-lucin est llena de estos ejemplares. Pero no fue el caso de Castelli, quien siempre pugn por el desarrollo de la revolucin luchando contra las tendencias ms vacilantes. Hay que examinar detenidamente la dinmica poltica antes de lan-zar afirmaciones sin sustento.

    Resignacin y arribismo

    Los acadmicos nos presentan una visin em-presarial del dirigente estudiado: un individuo que despliega estrategias individuales para lograr acomodarse frente a una coyuntura cambiante, en pos de aumentar su prestigio personal y po-sicionarse como una importante figura pblica. En pocas palabras, Castelli sigue la misma lgica que Anbal Fernndez (menemista, duhaldista y kirchnerista) e incluso que la de Ricardo Fort o Zulma Lobato. Son justamente los acadmicos los primeros en banalizar la historia y destruir la ciencia. Las motivaciones de las acciones se buscan en todos lados (las ideas, la familia, las redes...), me-nos en donde realmente hay que hacerlo: en las relaciones de clase. Las contradicciones sociales son eliminadas y la opresin y la explotacin son naturalizadas, convertidas en un paisaje donde lo que importa es cmo hace cada uno para esca-lar posiciones. El problema historiogrfico se ha desplazado desde el estudio del sistema social a la mejor estrategia individual para acomodarse. Se trata de una historia que acepta cnicamente, e incluso sacraliza, el estado de cosas. Prrafo aparte merece el intento del autor de in-ternarse en la catadura moral de un revoluciona-rio en toda la regla, como lo fue Castelli, y til-darlo de ambiguo, contradictorio y peor an, de oportunista. Un hombre que dio todo, que muri pobre y enfermo, que bien pudo haber-se quedado en Buenos Aires conspirando y ser-vir a la faccin de turno (como Paso, por ejem-plo) es puesto bajo la sospecha de arribista. Lo que Wasserman y la academia no pueden com-prender es que haya seres humanos que no estn preocupados por acomodarse y que, en cambio, estn dispuestos a sacrificar su propia existencia por un proyecto colectivo. Esta biografa adolece de un problema epistemolgico: el autor busca en Castelli los atributos que l cree indispensa-bles (mezquindad, indiferencia, individualismo) y los coloca en primer plano. Al investigar con este marco, la academia no se encuentra con la realidad, sino con su propia imagen.

    Santiago Rossi DelaneyGrupo de Investigacin de la Revolucin de Mayo-CEICS

    Resea de Juan Jos Castelli. De sbdito de la corona a lder revolucionario, de Fabio Wasserman

    Los historiadores acadmicos, aquellos que manejan los resortes institucionales de la disciplina, salieron a explicar al gran pblico la vida de nuestros prceres. Como primera figura, eligieron a Castelli, el ms arrojado de todos. Si quiere saber cmo los dueos de la Historia transforman al gran jacobino en Ricardo Fort, preste atencin...

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  • 7Mayo-Junio de 2012

    Socialismo o

    Nuestra posicin sobre la cuestin Malvinas, ex-plicada en varios lugares, ha desatado una serie de crticas que van desde el kirchnerismo al PTS. Todas, sin embargo, tienen una matriz comn: la defensa del nacionalismo. Vamos a privile-giar la respuesta al PTS, porque expresa en for-ma ms transparente los vnculos entre el llama-do antiimperialismo y el programa burgus.1 Por razones de espacio, nos concentraremos en el ncleo duro de la posicin de los compaeros: la opresin imperialista.

    Volver a 1810...

    Gran parte de las ideas que sustentan en progra-ma del PTS, y del trotskismo en general, se ba-san en una determinada evaluacin de la revo-lucin burguesa en el pas. Segn esta corriente, aquella no se habra completado y, por lo tanto, quedan sus tareas an pendientes. Ante todo, es necesario ponerse de acuerdo a qu nos referi-mos con tareas burguesas. Los compaeros de-ciden realizar una distincin entre autodetermi-nacin nacional y revolucin burguesa. Para eso citan a Lenin. Pues bien, en ningn momento nosotros reducimos la revolucin burguesa a la secesin poltica. Como ya explicamos ms de una vez (y los compaeros haran bien en leer nuestros libros) la revolucin es un proceso que no culmina con la independencia, sino que se extiende en el siglo XIX y se cierra hacia 1880, ya que abarca las tareas de unificacin nacional, unificacin econmica, extensin del capital y eliminacin de relaciones precapitalistas.La burguesa, para consolidar su dominio re-quiere, tal como explicamos, la constitucin de un Estado nacional, la hegemona burguesa y la unificacin econmica y mercantil en una economa plenamente capitalista.2 Es decir, el dominio poltico sobre el resto de las clases y la instauracin plena del sistema social que esa clase porta. Para los compaeros, en cambio, la revolucin implica mucho ms. Sin embargo, cuando enumeran los objetivos, reiteran, salvo por un elemento, la misma idea:

    el pleno desarrollo del capitalismo en el campo, la eliminacin de los resabios pre-capitalistas, los privilegios, el desarrollo industrial, la plena independencia no slo formal (como un estado slo formalmente independiente, como las ex-colonias latinoamericanas) sino real de todos los lazos econmicos y polticos que ponan trabas al desarrollo econmico independiente de la nacin

    En ese ltimo elemento podemos ver la causa de la confusin: los lazos econmicos y pol-ticos que trabaran el desarrollo capitalista. El PTS cree que antes que el socialismo, la tarea del momento es liberar a la Argentina de las trabas que impiden la acumulacin de capital nacional. Es decir, hay que darle un impulso a los patrones argentinos, aunque ellos sean lo suficientemente cobardes para dar el primer paso. Si se detuvieran a estudiar la historia argentina, antes que recitar el Programa de Transicin, po-dran apreciar que la Revolucin de Mayo barri al Estado feudal que garantizaba la dominacin colonial y la transferencia de valor por la va ex-traeconmica. En todo caso, todava estamos es-perando que nos demuestren ese lazo en trmi-nos empricos. Dicho en forma prosaica: deben mostrar alguna prueba tangible. El reclamo de independencia econmica es una consigna histrica del peronismo. Es la es-trategia de los capitales ms chicos y expresa una utopa burguesa liberal. Qu significa, en con-creto, esa reivindicacin? Ningn desarrollo es independiente, por la sencilla razn de que, bajo el capitalismo, las relaciones sociales se desen-vuelven dentro de un mercado mundial, donde

    rige la competencia. En ese contexto, los capita-les ms chicos (como los argentinos) tienen ms dificultades para reproducirse y tienden a ceder plusvala. Pero tambin, ese mercado mundial permite a la burguesa argentina hacerse con una masa de renta agraria, que pagan los pases cen-trales (quienes, segn el PTS, perderan inde-pendencia). En realidad, lo que se oculta detrs de esta idea es lisa y llanamente el proteccionis-mo para la industria nacional, la nica forma de que burgueses menos competitivos puedan ate-nuar, o incluso suspender por un tiempo, los efectos de la competencia. Claro que eso no es gratuito: lo tiene que soportar la clase obrera, ya sea pagando ms caros los artculos nacionales, cediendo sus impuestos para subsidios o viendo cmo se usa la renta y/o la plusvala generada por ella para subvencionar a sus patrones. El pro-grama de independencia econmica es el que ha sostenido histricamente la Unin Industrial Argentina y, con ms vehemencia actualmente, la CGE y la CGRA. Decimos que es una utopa liberal, porque su-pone individuos atomizados que se relacionan slo comercialmente en el marco de la llama-da competencia perfecta. En esa trama, cada agente econmico puede desarrollarse indepen-dientemente del otro y slo parece depender de s mismo, salvo que alguien interfiera. Ese al-guien puede ser el Estado (para la derecha) o el imperialismo (para el nacionalismo). Lo que se oculta, detrs de esto, es la hiptesis de que slo puede sealarse a una revolucin bur-guesa triunfante all donde el proceso dio lugar a la formacin de una gran potencia. Si esto fuese realmente as, la nica burguesa realmente re-volucionaria habra sido la inglesa y, luego, la yanqui. Incluso, la alemana (tan denostada por Marx) se habra comportado ms valientemente que la francesa, visto el tamao y la incidencia de una y otra economa. Esto es porque confun-den la tarea revolucionaria de instaurar un nue-vo sistema con el tamao que tiene una deter-minada economa. Le atribuyen a la poltica la capacidad para revertir cualquier determinacin material. No dejamos de ser potencia porque Sa-avedra fue menos arrojado o menos burgus que Washington, sino porque los puntos de partida eran diferentes. Por ejemplo (y ya lo explicamos varias veces), para 1776, en las 13 colonias vi-van 3 millones de habitantes comunicados por la va martima, mientras, en todo el Virreina-to (incluyendo el Alto Per, Paraguay y la Ban-da Oriental), en 1778, vivan 220.000 personas desperdigadas en un territorio con pocas vas de comunicacin. Lo mismo vale para hoy da: la revolucin socialista no va a transformar a la Ar-gentina en ninguna gran potencia. El verdadero salto requiere de la revolucin mundial.

    El enemigo principal

    El PTS ha confesado su programa: El principal obstculo a la revolucin socialista en Argenti-na es el imperialismo en general. En cambio, la burguesa nacional es una clase semi-oprimida. Ms all de que no se comprende qu signifi-ca semi (si hay opresin, ms all del grado, es una clase oprimida), la conclusin es clara: el enfrentamiento central no debe ser con la bur-guesa nacional, ni siquiera con la burguesa de Brasil o Chile, sino con los capitales de los pa-ses centrales. Si el enemigo no es la burguesa en general, sino el imperialismo en particular, el PTS debiera abstenerse de apoyar las huelgas a empresarios nacionales, ya que esas acciones los debilitan frente a la competencia imperialista y, por lo tanto, desarrolla contradicciones secun-darias (de clase) en detrimento de las principales (nacionales). Con ese criterio, tampoco tendra que apoyar acciones sindicales contra empresas brasileas o chilenas. Cmo describe la opresin imperialista el PTS? Mediante tres mecanismos: la remisin de ganancias al exterior de las empresas extranjeras, la deuda externa y las reglas comerciales. Sobre el primero, no hay mucho para decir: se trata de un mecanismo por el cual los capitales fluyen hacia destinos ms rentables. Pero esa fuga no es un comportamiento exclusivo del capital imperia-lista, sino de cualquier capital local, incluso la pequeo burguesa suele utilizar el mecanismo de colocar sus ahorros en bancos extranjeros. No hay opresin, son las leyes del capital. Con respecto a la deuda externa, ya lo explica-mos: se trata de un mecanismo de compensacin ante la menor productividad con la que se opera en la Argentina. Es decir, lejos de ser un meca-nismo de opresin, es una forma por la cual la burguesa nacional logra sobrevivir (a costa de la clase obrera argentina y extranjera). Con res-pecto a las reglas comerciales, cada Estado tiene el peso mundial que su economa le permite y no al revs. No hay ninguna regla comercial que pueda explicar el poco desarrollo del capital na-cional en la mayora de las ramas, as como la preponderancia argentina en el agro o en tubos sin costura no se explica por la voluntad poltica. El punto mximo de concesiones al programa burgus aparece en su defensa del parlamenta-rismo. El PTS nos pregunta: Para RyR es nor-mal que, desde un punto de vista puramente burgus, el presupuesto argentino se discuta ver-daderamente no en el Congreso, sino en el FMI o el Club de Pars?. S, es normal que en un Estado burgus, los problemas fundamentales se discutan en los organismos de la burguesa. Lo contrario es creer que el Congreso representa a todos los argentinos y, por lo tanto, debieran escuchar a todas las clases por igual.

    Ahora bien, si con ello el PTS se refiere a que el Congreso es un simple despacho del imperialis-mo en el cual la burguesa nacional nada tiene para decir, tambin se equivocan. En primer lu-gar, las decisiones del Congreso se dan en el mar-co de una serie de disputas entre las diferentes capas y fracciones de la burguesa. Estas divisio-nes son ms importantes, a la hora de negociar beneficios, que la nacionalidad. La burguesa agraria (nacional y extranjera) pide la baja de las retenciones. La burguesa industrial (nacional y extranjera) pide subsidios. A su vez, las empresas ms grandes enfrentan a las chicas. Cuando una burguesa se encuentra debilitada y necesita crditos, es lgico que el FMI comience su intromisin. Con ese criterio, Italia y Espaa seran pases semicoloniales, porque su poltica est dictada por el Banco Central Europeo. Slo EE.UU. y Alemania escaparan de esta caracte-rizacin. Inversamente, desde el 2002 hasta el 2005, la Argentina se encontraba en default y, por lo tanto, el FMI no audit las cuentas. Has-ta 2010, el FMI no pudo enviar funcionarios a evaluar el curso de la economa local. Ese ao, se permiti que una delegacin ingresara para fis-calizar los ndices de precios. Como sabemos, la adulteracin de estos datos permite al pas pagar menos deuda. A pesar de las crticas, hasta ahora nada cambi. Por lo tanto, puede decirse que el kirchnerismo cumpli con los anhelos naciona-les de los compaeros. En definitiva, el PTS reproduce, en forma ms cruda (y por ello ms sincera), los problemas del trotskismo argentino para delimitarse del programa de liberacin nacional, levantado por FORJA, Montoneros y, en la actualidad, por Pino Solanas o Patria Libre. Se trata, en ltima instancia, de la defensa de capitales ms inefi-cientes, que pugnan (ellos s) por privilegios po-lticos que tenemos que pagar todos. Y es tan o ms preocupante que todo esto se sostenga sin ninguna evidencia que lo respalde.

    Notas1Las crticas del PTS pueden consultarse en www.ips.org.ar/?p=4999 y www.ips.org.ar/?p=4905.2En nuestro prlogo a La izquierda y Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012, p. 18.

    Una respuesta al PTS sobre el caso Malvinas Ley nuestra posicin sobre Malvinas? Pues bien, a partir de lo que hemos escrito, se ha desatado toda una serie de polmicas. Aqu, le respondemos a los compaeros del PTS. El nacionalismo, el imperialismo y la Revolucin de Mayo son los problemas a debatir.

    Fabin HarariLAP-CEICS

    HISTORIA

    ESTUDIO JURIDICOIgnacio L. Achval & Asoc.

    Derecho del Trabajador

    Despidos

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    Derecho de Familia

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  • Mayo-Junio de 20128

    Si uno entra en los buenos restaurantes de Mi-raflores, como La Rosa Natica o La Tiendecita Blanca, enseguida percibe que toda la clientela es blanca. Cmo es posible eso en Per, de mayo-ra mestiza? La misma sensacin se tiene al repa-sar a los grandes escritores del pas: Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Alonso Cue-to Es que ningn cholo toma la pluma? Por suerte, dentro del canon nacional, encontramos al poeta Csar Vallejo, descendiente por parte de madre de indios quechuas. Este ao conmemo-ramos el 120 aniversario de su nacimiento. Bien-venida sea la efemride si nos permite conocer mejor al cholo universal, al creador de obras tan vanguardistas como Los heraldos negros o Trilce. Al hombre comprometido con su tiempo a travs de la militancia comunista, o de su apo-yo a la Segunda Repblica durante la guerra civil espaola. Cmo olvidar ese poemario vibrante titulado Espaa, aparta de m este cliz? El Vallejo narrador, sin embargo, permanece en un segundo plano. Tal vez sea cierto que esta faceta no est a la misma altura que sus versos, pero sera injusto obviar la fuerza de El Tungste-no, una novela social en la que se intenta hacer accesible la ideologa del marxismo sin renunciar a las exigencias estilsticas. Por desgracia, hasta la fecha era difcil encontrar en Argentina una edicin de esta obra. Es por eso que la editorial Razn y Revolucin la ha rescatado, acompaa-da de un prlogo de Rosana Lpez Rodrguez, en el que esta intelectual expresa ideas que pare-cern provocativas y a contracorriente, como su defensa del realismo socialista, tantas veces de-nostado. En su opinin, este tipo de literatura no slo contiene propaganda, tambin recursos artsticos renovadores procedentes, por ejemplo, del cine de Eisenstein. El tungsteno empieza con una imagen muy vvida del auge econmico en Colca, capital del distri-to de Quivilca, que alude a la Quiruvilca don-de naci el autor. All el mundo parece haberse vuelto loco, porque todo es bullicio y desmesura. De la mano de esplendor minero, la ciudad ex-perimenta un crecimiento vertiginoso. Por todas partes se suceden las transacciones comerciales y el dinero corre incontenible. La escena, por su dinamismo, recuerda los trminos en que Marx nos habla de la apoteosis de la burguesa en el Manifiesto Comunista. En ambos casos se trata de un proceso incontrolado que slo atiende a las cifras, sin tener en cuenta las secuelas del ca-pitalismo en forma de sufrimiento humano. Vallejo contrapone este ambiente, definido por la codicia, al de los indios soras. Estos supues-tos salvajes representan la inocencia, el despren-dimiento, la armona. Para ellos, el trabajo no supone una carga pesada, ni una ocasin para que el hombre explote al hombre, sino un juego. Frente a los valores utilitaristas occidentales, pre-fieren una concepcin ldica de la vida donde lo gratuito es primordial. Por desgracia, su buena fe no tarda en verse sorprendida por unos blan-cos que les minusvaloran por brutos, como si las diferencias entre unos y otros respondieran a la naturaleza y no a la distinta aculturacin. La trama da pie para criticar -Y con qu dureza!- el racismo que separa a los habitantes de la costa de los de la sierra, un desprecio que las elites in-telectuales no dudan en legitimar. Nos hallamos en una poca marcada por el darwinismo social, con su creencia en razas superiores e inferiores. No haca mucho que Clemente Palma presen-taba los indios como una raza degenerada inep-ta para el progreso, que acabara desapareciendo ante el empuje de la civilizacin. Intentar educar a tales criaturas constitua una prdida de tiem-po, porque carecan de inteligencia y aspiracio-nes. Por la escasa actividad de sus mentes, vivan en un estadio prximo a la animalidad.1

    Deca Cioran, con su habitual pesimismo, que hay que estar del lado de los oprimidos sin ol-vidar que estn hechos del mismo barro que sus opresores. En Vallejo, en cambio, los mando-nes estn hechos de una pasta distinta y perver-sa. Su maldad adquiere tintes casi metafsicos, ya que todos los vicios, desde la ebriedad a la concu-piscencia, parecen concentrarse en estos seres va-cos interiormente. Ellos personifican la deshu-manizacin de todo un sistema, el capitalismo, por esencia sinnimo de inmoralidad. Se podra argumentar que la descripcin carga demasiado las tintas, pero ese es el propsito del autor, que busca indignarnos o conmovernos por el camino ms rpido. Segn sus propias palabras, el arte revolucionario deba odiar el matiz. Porque no se trata solamente de hacer que el lector sepa, sino de hacer que sienta y que, por tanto, se implique en la lucha contra lo injusticia. Si los hombres sufren explotacin, las mujeres la padecen corregida y aumentada al ser vctimas de los desafueros sexuales de sus amos, en una versin contempornea del Derecho de Perna-da. Resulta estremecedora la escena de la orga, en la que los dirigentes polticos y econmicos se aprovechan de una pobre chica a la que obli-gan a embriagarse. Al da siguiente ella aparece muerta, vctima de los excesos. Pero nadie paga por el homicidio. La situacin se complica cuando dos indios son capturados para hacer el servicio militar. In-corporarse al ejrcito les supone abandonar sus familias para ir no se sabe adonde, ni con qu finalidad. La novela refleja as la oposicin in-dgena a las levas, manifestada, como nos dice la historiografa, a travs de mltiples actos de

    resistencia. Para evitar incorporarse a filas, algu-nos huan de sus hogares para vivir en los cerros. Otros se escondan en cuevas.2

    El episodio pone de relieve, asimismo, la dbil nacionalizacin del Per, es decir, el fracaso a la hora de conseguir que, en zonas alejadas de la capital, los indios se sientan peruanos. Vallejo apunta que los yanaconas vivan fuera del Esta-do, sin saber nada de patria ni de gobierno. De hecho, en fechas mucho ms recientes, el ejrcito se senta obligado a ensear a los habitantes de segn qu territorios cul era su pas. La escena final de la pelcula Pantalen y las visitadoras, en la que el protagonista imparte clases de alfabeti-zacin, es muy ilustrativa a este respecto. Unae las oraciones que copia en la pizarra dice, preci-samente, Yo amo a mi Per. La conscripcin ser la chispa que desate el mo-tn, tanto tiempo incubado. Las gentes del pue-blo, hartas de abusos, se echan a la calle. Para detenerlas, el poder recurre al procedimiento acostumbrado, la fuerza. Se desencadena enton-ces la tragedia, con un alud de muertos y prisio-neros. A los ltimos, el destino que les espera es trabajar como forzados en las minas. Porque la accin transcurre, no lo olvidemos, en parale-lo a la primera guerra mundial: Estados Unidos ha intervenido en el conflicto europeo y necesita urgentemente el tungsteno que produce el Per. Basta que alguien chasquee los dedos en Nueva York para que los responsables de las minas de Colca se afanen en buscar mano de obra a toda costa. Como acabamos de ver, Vallejo denuncia con energa el imperialismo norteamericano. Pero arremete, sobre todo, contra la abyeccin de una

    burguesa nacional que se somete, con increble servilismo, a los dictados de una potencia ex-tranjera. Yo soy todo de los yanquis!, llega a exclamar el alcalde de Colca.Qu hacer para salir de este infierno? Dos per-sonajes arquetpicos representan las soluciones posibles. La primera, ofrecer a los trabajadores mejoras condiciones laborales, aparece desacre-ditada por insuficiente. El nico camino sera la revolucin, seguir el ejemplo de la Rusia que acaba de derrocar al zar. De la Unin Soviti-ca que Vallejo visit en varias ocasiones a partir de 1928. Servando Huanca, el sindicalista que trata de organizar a los mineros, defiende esta lnea desde una admiracin incondicional hacia Lenin y el partido comunista. Tiene muy claro que han de ser los trabajadores los agentes de su liberacin, en alianza con otras clases si es ne-cesario, pero siempre ostentando la hegemona para evitar traiciones. El Tugnsteno es, indiscutiblemente, la obra ms importante de la narrativa de nuestro poeta, pero no debemos prescindir de algunos cuentos que recoge el volumen que nos ocupa. Destaca Paco Yunque, la historia de un nio obligado a tragar las malacrianzas del hijo de la seora rica que tiene a su madre de sirvienta. A partir esta premisa, la escuela se desenmascara en tanto que monumental impostura: se supone que es un es-pacio donde las desigualdades sociales no cuen-tan, pero al vstago de los millonarios todo le est permitido. Para colmo, al final se apropia de un trabajo del protagonista y todos le admiran por ser el primero de la clase. La meritocracia aparece as como un espejismo: no cuenta el ta-lento sino el origen de clase. Igual que un Gonzlez Prada o un Ciro Alegra, Vallejo transmite una visin doliente de su pas. Por eso, en una reciente columna publicada en el diario limeo El Comercio, se le acusaba de influir de manera negativa en el subconsciente colectivo de los peruanos. Una manera como otra de caricaturizarle como un maldito agua-fiestas, empeado en insuflar en sus compatrio-tas la mentalidad de los perdedores, con letanas derrotistas del estilo de Paco Yunque. Lo correc-to, en la lnea de la autoayuda ms superficial, se-ra proclamar a los cuatro vientos lo maravilloso que es el Per.3 S, Per es maravilloso hasta extremos difciles de expresar con palabras. Pero a cualquiera le parte el alma contemplar la pobreza de un suburbio limeo o ver a los nios mendigando en las ca-lles. Y estos y otros problemas slo se soluciona-ran con reformas radicales, no con una sesin de coaching que lave el cerebro a los desheredados. Si Vallejo tiene alguna culpa, pues, es la de decir su verdad y querer un futuro mejor.

    Notas1Palma, Clemente: El porvenir de las razas en el Per, Tesis para optar al grado de Bachiller, Uni-versidad Nacional Mayor de San Marcos, 1897. 2Informe del alcalde provincial de Huaraz, 1883, citado en Thurner, Mark: Republicanos Andinos, Instituto de Estudios Peruanos/Centro Bartolo-m de las Casas, Lima, 2006, p. 133.3Torre, Diego de la: Vallejo, Ribeyro y Montaigne, El Comercio (Lima), 13 de marzo de 2012.

    Francisco Martnez Hoyos

    ARTE

    Un anlisis de El Tungsteno, de Csar Vallejo

    Cul es el lugar de Csar Vallejo en la literatura peruana?Cul es el lugar del realismo socialista en la literatura? A partir de nuestra edicin de El Tungsteno, Francisco Martnez Hoyos, historiador y novelista radicado en Barcelona, reflexiona sobre estos problemas.

    Culpable

  • 9Mayo-Junio de 2012

    Aplaudida por todos los movimientos de indig-nados a nivel mundial, Margin Call es presenta-da como la pelcula que no slo hizo fcil enten-der la crisis financiera, sino que, por sobre todo, denunciara a los culpables del crack econmico. El film atrapa, en particular, con el relato de las contradicciones que viven dos grandes jefes de las finanzas la noche de la quiebra de un impor-tante banco de inversin. Por un lado, aparece el capitalista (representado por el actor Jeremy Irons) al que slo le importa la plata, aun cuan-do por sus decisiones se desate una depresin ca-tastrfica. Por el otro, se retrata al Jefe de Ven-tas (encarnado en Kevin Spacey) quien, luego de ejecutar todos los planes de ajuste en la empresa, entra en un quiebre de valores al saber que esta-ra dando inicio a un colapso mundial. Como salida, plantea que todo eso se podra evitar con un mejor control a aquellos que toman las deci-siones. Ante estas dos posturas, la pelcula se in-clina por la segunda y presenta al primero como el culpable de todos los males. Una mala sali-da que se basa en una mala lectura de la crisis econmica. Una opcin equivocada

    El precio de la codicia, estrenada en marzo en nuestro pas, muestra cmo se viven las 24 horas antes de que un banco de inversin (inspirado en el caso Lehman Brothers) decidiera liquidar sus activos. En el marco de la crisis que se viene desatando desde el 2008, en esta empresa finan-ciera hay un recorte de personal, entre los que se incluye al Jefe de la seccin de Riesgos. Antes de retirarse, le deja a un empleado un informe importante en el que vena trabajando. ste, al leerlo, se da cuenta que la empresa haba adqui-rido una serie de activos en forma de hipotecas que no podra volver a vender. Todo el negocio y su empleo estn en riesgo. Sin embargo, informa a sus superiores. Luego de unas dudas sobre su veracidad, la noticia empieza a ser aceptada. En la madrugada, el informe del inminente colap-so pasa de jefe en jefe hasta llegar a la autoridad mxima. El consejero delegado, interpretado por un genial Jeremy Irons, convoca al Consejo Di-rectivo a las 2 a.m. para tomar una decisin lo antes posible. En medio de la madrugada, antes de que abran las bolsas, se resuelve rematar todos esos activos txicos de la empresa, infectando al mercado. Esta medida implica la imposibilidad de la empresa de seguir operando a futuro y el desprestigio de la gerencia. Dado el peso de la empresa, es seguro tambin un colapso generali-zado del mercado. En esta parte de la pelcula co-bra protagonismo Kevin Spacey, interpretando al Jefe de Ventas, encargado de llevar a cabo de manera concreta la venta de esas acciones, quien

    se debate sobre si realizar esas ventas es una con-ducta aceptable o no.Como vemos, en el film se van a plantear dos salidas. La primera est protagonizada por la mxima autoridad en el Consejo Directivo (Irons). l expresa la conciencia del capitalista sosteniendo que hay que vender los activos txi-cos al precio que sean, an desatando una gran derrumbe. Slo es dinero, afirma el personaje. Conoce que la crisis es algo ms general, que ex-cede a su voluntad, e incluso a su empresa. No le tiembla el pulso si tiene que liquidarla. Tampoco la larga tradicin y el prestigio de la financiera es un problema para l. En ese sentido, afirma que lleg a esa posicin por adivinar cmo ser la msica en una semana, un mes o un ao, en alusin a cmo se mueven los negocios. Y esta noche temo que no oigo nada, sentencia. Esta conciencia clara y cnica aparece contra-puesta a la angustia y la crisis que vive el Jefe de Ventas (Spacey). Ante la tarea que debe asu-mir, pasa de un gerente implacable que despide a cuanto empleado sea necesario y slo preocupa por la muerte de su perro a un buen ciudada-no preocupado por el futuro del mundo. Su an-gustia surge no slo porque perdera su prestigio como vendedor, sino porque considera que, si la decisin fuera no vender esas acciones, pondra en riesgo al conjunto de la sociedad.Ese quiebre moral es el gran tema de la pelcula. A partir del mismo, el ritmo se acelera en forma de thriller que juega con la posibilidad de que se arrepienta y decida no venderlos. Tal es as que cuando termina toda la operacin piensa en abandonar la empresa. No s cmo arruinamos tanto las cosas, afirma antes de volver tras sus pasos y no renunciar, movido por el cuantioso sueldo que recibe. Ese es el debate moral que introduce el director, que es acompaado por largos silencios llamando as a la reflexin del es-pectador. Por un lado, la angustia y la impoten-cia producto del quiebre de valores del Jefe de Ventas. Por el otro, la conciencia clara de quien sabe que lo nico que tiene que hacer es ganar ms plata. Y que si se termin ese negocio, se

    termin. Aunque logra generar empata hacia la posicin presentada como moralmente co-rrecta, el problema es que el debate est mal planteado.

    producto de una mala lectura

    El falso dilema surge de una mala comprensin de la crisis, que la supone slo como un proble-ma del mundo de las finanzas. En ningn mo-mento aparece una mencin al mundo de la produccin. Es decir, la relacin entre capital y trabajo est borrada. Slo hay monitores y perso-nas hablando de finanzas. Un elemento que re-fuerza este punto es que ms del 80% del rodaje se hizo en una sola planta de un edificio de gran altura en Wall Street.1 Todo el tiempo se muestra un universo egocntrico, aislado del mundo, fro y cerrado. La banda sonora refuerza este cuadro. Al ser metlica e industrial termina de pintar el cuadro de frialdad y amenidad.2 Centrndose ex-clusivamente en este mundo de las finanzas, la riqueza aparece en un plano virtual y no en la produccin real de esa riqueza. No se muestra en ningn momento a la clase obrera produciendo. Al no plantearlo, se tira por la borda la relacin de explotacin, piedra angular de la produccin de plusvala. La crisis que retrata la pelcula no es una crisis financiera, es una crisis del capital en su conjunto. Aparece vinculada al mbito de las finanzas, pero en realidad surge por la inca-pacidad del conjunto del capital de producir la plusvala necesaria para valorizarse. Esto tiene su correlato en la cada de la tasa de ganancia a partir de la dcada del 70. Lo especfico de esa cada es que no se sale por medio de la elimi-nacin del capital sobrante y la concentracin y centralizacin del capital. O al menos no lo hace con toda la intensidad necesaria. Sino que para compensar la falta de plusvala aparece el capital ficticio que permite congelar la cada y patearla para adelante.3 Hablar de una crisis financiera es plantear la autonoma de esta esfera escindida de la produccin real de plusvalor. De esa autonoma se desprende una mirada

    donde el problema es la moral de quienes diri-gen las finanzas. Como no hay ms objetividad que la decisin de qu activos comprar y cu-les vender, se cae en una postura voluntarista y conspirativa. En la pelcula, es esa voluntad lo que genera el quiebre emocional del Jefe de Ven-tas cuando toma conciencia de que su decisin afectar a otras personas. El personaje de Spa-cey cree que est en condiciones de cambiar la historia si la gerencia y los empresarios resignan un poco de sus ganancias. Por eso se vuelve tan simptico a quienes piensan que existe un grupo exclusivo (el 1%) que tiene el poder de decidir por la gente (el restante 99%) en qu momen-to y de qu manera desatar la colapso por fue-ra de las relaciones de clase. En este sentido, la pelcula llega al mismo diagnstico que los mo-vimientos de indignados. Ante las ilusiones del personaje de Spacey, Irons en un momento re-cuerda todas las crisis econmicas en la historia del capitalismo desde 1600 hasta el presente y su carcter inevitable. Por supuesto no propone ninguna salida positiva, pero al menos no genera falsas ilusiones. Para enfrentar a la crisis y dejar de ser impotentes, los indignados deben animar-se a cuestionar al capital y no alimentar sus ilu-siones. Algo que en esta pelcula, por supuesto, no est planteado.

    Notas1blogs.wickedlocal.com2cinemelodic.blogspot.com.ar3Kornblihtt, Juan: No es una crisis financiera, en El Aromo, n 45, en www.razonyrevolucion.org.

    Emiliano MussiOME-CEICS

    La crisis segn los indignadosCINE

    Resea de la pelcula Margin Call (El precio de la codicia), de Jeffrey C. Chandor Hollywood no fue inmune a la crisis econmica. Por el contrario, en el ltimo tiempo hemos asistido a la produccin de varias pelculas que intentan abordar el problema. Una de ellas, logr la aceptacin y reivindicacin del movimiento de indignados: El precio de la codicia. Estrenada en Argentina, muestra una particular explicacin de la crisis: la conducta inescrupulosa de los hombres de las finanzas. A continuacin, un detallado anlisis de una obra que propone una salida moral a la miseria general.

  • 10 Mayo-Junio de 2012

    Charles Post es socilogo e historiador y reside en Nueva York. Es miembro de la organizacin Solidarity y autor del libro El camino al capita-lismo en los Estados Unidos. Por esta obra, fue nominado al ltimo premio Isaac Deutscher. En esta entrevista, analiza el surgimiento del capita-lismo en EE.UU., la opresin tnica, las condi-ciones del desarrollo de la clase obrera, las razo-nes de su conservadurismo, su vinculacin con el imperialismo y las potencialidades de la ac-cin actual de los movimientos como el Occupy Wall Street.

    Podra explicar en forma breve cul es el principal aporte de la investigacin que desa-rrolla en su libro El camino al capitalismo en los EE.UU. y cules cree que son los debates polticos a los que aporta?

    Creo que mi libro contribuye a dos debates po-lticos contemporneos. Primero, ayuda a con-testar la pregunta del por qu la clase obrera es-tadounidense es diferente. O, ms precisamente, por qu la clase obrera estadounidense nunca de-sarroll un partido de los trabajadores indepen-diente. Segundo, pienso que el libro contribuye a una discusin marxista sobre la raza y el racis-mo en los Estados Unidos. Especficamente, al plantear que la revolucin burguesa fue comple-tada espero poder situar la discusin de la opre-sin (en especial hacia los afroamericanos y otra gente de color) fuera del marco de la opresin de nacionalidades enraizada en relaciones socia-les de propiedad precapitalistas. Al contrario, la raza y el racismo deberan ser mirados como pro-ductos del desarrollo del capitalismo. Es solo en el contexto de una sociedad capitalista desarro-llada, donde la mayora de la poblacin es libre e igual frente a la ley, que la raza la idea de que la humanidad est dividida en distintos grupos con caractersticas inmutables que hacen a unos superiores y a otros inferiores- es inventada como una forma de explicar por qu solo la po-blacin de descendencia africana es esclava. La competencia capitalista, especialmente la com-petencia en el mercado de trabajo, provee un ambiente frtil para la continua reproduccin del racismo, en la medida en que los trabajado-res y los capitalistas buscan usar la raza como una forma de organizar la competencia por puestos de trabajo.

    En qu medida puede decirse que en EE.UU. se produjo una revolucin burguesa? Cun-do puede decirse que comienza y cundo se cierra ese ciclo?

    Uno de los objetivos centrales de El camino al capitalismo en los Estados Unidos es plantear que la revolucin burguesa -una revolucin que es-tablece un Estado especficamente capitalista y promueve la acumulacin de capital- fue com-pletada para 1877. La abolicin de la esclavitud (aunque fue reemplazada por otra forma no ca-pitalista: la aparcera), la centralizacin radical del Estado capitalista en los Estados Unidos y el impulso a la expansin geogrfica de la industria

    y la pequea agricultura capitalista, marcan la fi-nalizacin de la revolucin burguesa en los Esta-dos Unidos. La continuacin de la opresin ra-cial a los afro-americanos, despus de la guerra civil, tiene su raz en relaciones sociales de pro-piedad capitalistas, no en remanentes de relacio-nes de clase precapitalistas.

    Desde la dcada del '90, los historiadores han venido insistiendo en quitar todo contenido revolucionario y de clase a las revoluciones de los siglos XVIII y XIX, transformndolos en una cuestin de discursos e identidades cul es la situacin en EE.UU. y cules son los de-bates que all se dan?

    No soy precisamente un experto en los debates histricos sobre los orgenes de la Revolucin Norteamericana. Sin embargo, la mayora de las interpretaciones de la Guerra Civil de los Esta-dos Unidos, si bien no directamente influencia-das por el post-estructuralismo y el post-moder-nismo, tienden a enfatizar factores no-sociales. La interpretacin social de Beard1 sobre la guerra que enfatizaba el conflicto entre el sector de los negocios y el sector agrcola- fue desacredi-tada en los aos 40 y 50. Desde ese entonces, las dos interpretaciones dominantes de la guerra tienden a enfatizar ya sea la demagogia polti-ca (una generacin incompetente de polticos exacerbaron las diferencias de distintas secciones de la clase dominante llevando a la guerra) o el trastorno de la identidad nacional homog-nea de los Estados Unidos, con la inmigracin masiva de catlicos irlandeses, despus de 1840. Los anlisis marxistas de la guerra, desde los 70 (Eric Foner, John Ashworth), si bien relacionan los crecientes conflictos polticos de las dcadas de 1840 y 1850 con los efectos ideolgicos de la esclavitud y el capitalismo, tienden a minimizar las contradicciones econmicas entre la expan-sin del capitalismo y la esclavitud. Mi trabajo trata de enraizar los conflictos de clase que cul-minan en la guerra civil en la creciente incompa-tibilidad de la expansin de la esclavitud con el capitalismo despus de 1840.

    Cul es la particularidad de este desarrollo del capitalismo en los EE.UU. en relacin a las otras naciones que fueron colonias?

    Pienso que hay algunos temas en mi libro que tienen ms resonancia general para otras anti-guas colonias. El anlisis de la especificidad de la

    esclavitud de las plantaciones en los siglos XVIII y XIX aclara no solo la cuestin de la esclavitud de plantacin en Brasil y el Caribe, sino tambin al problema del trabajo no libre en el capitalis-mo temprano. Especficamente, espero que mi anlisis nos permita diferenciar distintas formas de trabajo no libre: la esclavitud en sentido es-tricto, productores campesinos sujetos a coer-cin extra-econmica o rentas no capitalistas y otras formas varias de trabajo asalariado legal-mente constreido. El otro tema, que se aplica a varias colonias de colonos blancos (y posi-blemente al Cono Sur de Amrica Latina, espe-cialmente Argentina y Chile) es sobre las con-diciones bajo las cuales los productores rurales que son legalmente libres estn o no sujetos a la coercin mercantil. En otras palabras, cu-les son las condiciones bajo las cuales los pro-ductores agrcolas se ven o no se ven obligados a especializar su produccin, introduciendo herra-mientas y maquinaria que ahorren trabajo y, a su vez, acumulando tierras y herramientas.

    Cmo afectan estas particularidades a la for-macin de la clase obrera en los EE.UU.?

    Al igual que mi compaero Kim Moody2, no pienso que las divisiones raciales entre inmi-grantes de descendencia europea y afro-ame-ricanos o entre los mismos inmigrantes eu-ropeo-americanos previo a la segunda guerra mundial- sea la clave para entender el fracaso de la clase obrera norteamericana en producir una organizacin poltica independiente, ya fuera esta una de tipo reformista. Las divisiones racia-les en la clase obrera son un aspecto de todas las sociedades capitalistas, as como lo es la confron-tacin competitiva entre los trabajadores como vendedores de fuerza de trabajo. Empero, la con-tinua movilidad geogrfica de capital y obreros en los Estados Unidos durante las dcadas de 1870 y 1880 socav el desarrollo de sindicatos nacionales y partidos independientes de la clase obrera (si bien estos eran pequeos) que emer-gieron en Europa y Japn durante estos aos. Dicha movilidad estaba enraizada en la especi-ficidad del camino estadounidense: la expan-sin geogrfica de una frontera agro-industrial. Para la dcada de 1890, solo los sindicatos de trabajadores calificados, que pudieron establecer monopolios en los mercados de trabajo urbanos (trabajadores de la construccin y camioneros intra-urbanos), sobrevivieron. Los lderes de es-tos sindicatos desarrollaron una ideologa de sin-dicatos corporativos, basada en que el nico pro-psito de los sindicatos era incrementar el precio de la fuerza de trabajo de sus miembros y que la poltica era un problema pragmtico de castigar a los enemigos (los republicanos) y recompen-sar a los amigos (los demcratas).

    Desarrollo capitalista, racismo y

    conservadurismo en EE.UU.

    ENTREVISTA

    Entrevista al historiador Charles Post

    El racismo es un vestigio de relaciones precapitalistas o es una expresin del desarrollo del capital? Los trabajadores norteamericanos viven mejor a costa de los del tercer mundo? Cul es la causa del conservadurismo obrero en EE.UU.? En esta entrevista, Charles Post, especialista en la formacin del capitalismo en Norteamrica, da una respuesta sumamente original.

    Juan Kornblihtt y Fabin Harari*

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  • 11Mayo-Junio de 2012

    En relacin a esto, en un artculo reciente us-ted discute la idea de la existencia de una aris-tocracia obrera que se reproduzca en base a la explotacin de los obreros de los pases del llamado Tercer Mundo. Podra desarrollar este argumento y sealar qu implicancias polticas tiene?

    Elabor una discusin en detalle sobre esto en un nmero recien