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7/27/2019 El tercer aviso
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El tercer aviso
@tonisolano
Algunos compaeros con los que me he encontrado estos das se han dado
cuenta de mi desasosiego. Trato de ser simptico y abierto como lo he sido siempre,
pero, como se suele decir, la procesin va por dentro. No es fcil reconocer que mi
vida ha dado un vuelco y que ya no soy capaz de recuperar la serenidad y cordura que
requiere mi oficio docente. Mas, para encontrar explicacin a esta desazn, deboremontarme casi diez aos atrs en el tiempo.
Por entonces me llev el azar hasta un
pueblecito del sur de Madrid, muy cerca de esos
pramos que conducen hacia la Mancha. En las
lindes del ro Guadarrama, como protegindose de
esa vasta inmensidad de silencio, alguien haba
construido un colegio enorme con ms nfulas
materiales que medios humanos, al que fui a parar
con el desatino con que se mueven los bisoos al
arrancar en sus respectivos oficios.
Debo confesar que ya era un adicto a la docencia, en esa fase inicial en la que lo
mismo da meterse en vena una clase de latn que una de francs, una de informtica
para neonatos que una de animacin lectora para abuelas de alumnos. Tanto se me
notaba mi condicin de devoto mercenario docente que la buena directora del colegio
accedi a dejarme dormir en los altillos del edificio, que haban sido habilitados como
residencia de estudiantes, aunque, a la sazn, todava se hallaban vacos y sin
estrenar.
En un pequeo cuartito con un modesto jergn instal mi cuerpo y mi alma.
Desde all viva para y por el trabajo, inmerso en el ambiente estudiantil durante toda la
jornada, pues apenas unos tabiques separaban mi precario hogar del bullicio de las
aulas. Todo el da lo pasaba de la habitacin al aula y del aula a la habitacin, como si
fuese un monje asistiendo a los oficios. Sin embargo, al caer la tarde, el edificio se
despoblaba y, poco a poco, me iba quedando solo. Se marchaban los estudiantes, el
profesorado un ratito ms tarde, el personal de limpieza y la directora los ltimos. Me
dejaban solo con la compaa de un perro guardn, tan fiero de aspecto comodecrpito de nimo y edad, que vagaba o dormitaba al refugio de la valla exterior.
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Desde las ventanas que daban al sur, al final de un lbrego pasillo, contemplaba
el lento declive del sol sobre los pramos ms all del ro. Con las ltimas luces de ese
incendio vespertino, me retiraba a mis aposentos oyendo nicamente el eco de mis
pasos y el crujido del edificio asentndose en su terreno. Una vez en mi habitacin,
cerraba el pestillo y rezaba de manera laica para que el perro al menos ladrase si se
acercaba algn intruso.
Pasaron los das y las semanas. El sol cada vez atajaba ms su camino y en ms
de una ocasin me toc andar a tientas para llegar a mi dormitorio. Por el da me
senta como el feliz novicio de una profesin apasionante en la que cada da disfrutaba
ms; al llegar la noche, sin embargo, no era ms que un ermitao asustado.
Una noche en la que me hallaba desvelado preparando unidades didcticas para
una incierta oposicin, cre or los ladridos del perro. No eran exactamente ladridos,
sino ms bien gaidos sofocados. El dormitorio no tena ventanas y tampoco la puertapermita intuir nada de lo que ocurra fuera. No soy una persona valiente, salvo en lo
que respecta a enfrentarme a hordas de jvenes en edad de aprender. Por eso no
entiendo qu impulso me llev a abrir la puerta de la habitacin para ver qu ocurra.
La habitacin daba a una especie de zagun desde el que bajaban las escalinatas al
pasillo de las aulas. Un piso por debajo, tras una balaustrada de madera, se hallaba el
vestbulo del colegio, delimitado por unos grandes ventanales. Entre los ventanales y la
valla exterior se encontraba el perro guardin, el rabo entre las piernas y la cabeza
alzada, gimiendo a algo o a alguien que yo no poda ver porque me lo ocultaba uno de
los pilares que sostenan el prtico. Hubiera sido sensato retirarme al dormitorio y tratar
de llamar por el mvil a la polica del pueblo ms cercano. No obstante, la curiosidadpudo ms que el miedo, as que me aventur a descender por un lateral de la
escalinata, para tratar de llegar a la balaustrada. El perro segua ladrndole
lastimeramente a la oscuridad, mientras yo buscaba un buen ngulo para examinar al
intruso, a ser posible sin que l hiciera lo propio conmigo. En ese momento, sin darme
cuenta, pis un trozo de tiza que cruji como si fuese un petardo en el silencio de la
noche. El perro call de repente y gir su cabezota hacia m. Pens que ya tena pocas
opciones de pasar desapercibido ante el intruso, as que me desplac un par de
metros hacia el pasillo de las aulas para calibrar abiertamente a mi enemigo.
Tantos aos despus, an me resulta difcil explicar lo que ocurri. S que
muchos me tomarn por loco y puede que dejen incluso de respetarme como colega o
como amigo. Yo mismo estuve mucho tiempo pensando que lo haba soado todo,
pero los acontecimientos ms recientes me han demostrado que no, que fue todo real,
demasiado real. Por eso he de contarlo, por dar respuesta a mi turbacin y por dar
ocasin a muchos para que tomen las precauciones que consideren oportunas antes
de que todo se venga abajo. Pero no adelantemos lo que apenas ha comenzado.
El perro me mir y en ese cruce de miradas descubr que el animal tena aun ms
miedo que yo. Ahora s que pude ver junto a l una sombra. En realidad, no era una
sombra, sino todo lo contrario, un resplandor que proyectaba la sombra del can como
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en una de esas pelculas de Murnau que yo todava no haba visto. Era una nebulosa
de contornos imprecisos que flotaba a un palmo del suelo y que mostraba algo
parecido a un perfil que, en un tris, se gir hacia m imitando al perro. Si hubiese
quedado sangre en mi cuerpo, el pasillo se habra convertido en una pista de
despegue, pero me qued petrificado. Ni siquiera las piernas me temblaban. El
espectro o lo que fuese aquello atraves limpiamente la cristalera y se alz como unglobo de helio desde la planta baja hasta la balaustrada, apenas a metro y medio de
donde me hallaba yo. Ahora pude apreciar mejor su aspecto que, enseguida, me
result familiar: una perilla, unos anteojos, una desvada Cruz de Santiago No poda
ser verdad, me hallaba ante el espectro de Quevedo. Pens que haba trabajado
demasiado el Barroco en los ltimos das y que estaba soando; ya he dicho que esa
fue la primera de una larga serie de excusas para eludir la verdad. Pero lo cierto es
que el espectro de algo muy parecido a don Francisco de Quevedo y Villegas estaba
ah frente a m, tan contrahecho como decan los libros, aunque un poco menos feo de
como lo pintan sus retratistas, algo que agradec sobre todo al pensar en los siglos quellevaba muerto.
- Ese endiablado can se ha emperrado en no
dejarme pasar, nunca mejor dicho!
El fantasma de un clsico que hablaba y un profesor
de literatura en pijama. Bonito cuadro para ser
representado! Tal vez podramos invocar a Velzquez
para que lo hiciera. Ya todo me pareca posible.
- Cmo dice? -respond, tratando de ganar tiempo
para pensar.
- Digo que ese ajado mastn no me deja seguir con
mi camino. Tengo que llegar a Villanueva antes del alba y
ya no estoy para mucho correr.
La voz sonaba un poco aflautada, lo que me supuso cierta decepcin. No he
mencionado que Quevedo es uno de mis autores favoritos y que siempre haba ledo
sus poemas imaginando una voz cascada, ms cercana a Sabina que a Jimnez
Losantos. Pero ah estaba el autor de los Sueos, frente a m, protagonizando una
recreacin de esos mismos textos que yo tan bien conoca.
- Qu le ocurre a vuesarced? Nunca antes vio un aparecido? Le advierto que
soy inofensivo -me espet al verme tan sorprendido.
- No, no me pasa nada, pero es verdad que usted es mi primer fantasma, seor
- Quevedo y Villegas, Francisco, seor de la Torre de Juan Abad, poeta y
castellano viejo. Es posible que haya odo hablar de m, pues tengo escritas algunas
obras de cierto renombre.
- Por supuesto que lo conozco. Soy profesor de literatura, estudio sus obras, me
encantan sus poemas, me deleito con sus burlas, me fascina su ingenio -y comenc
a recitar de memoria alguno de sus poemas.
-Ah! Polvo sern, mas polvo enamorado, todava recuerdo cuando compuse
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aquellos versillos a una manceba que me serva el mejor vino de toda Castilla. Poemas
sencillos para almas de cntaro.
- No se menosprecie, don Francisco. Es usted un ilustre de las letras y modelo
para escritores que nunca alcanzarn su maestra -le dije arrobado y segu
desgranando detalles de mi amor por los clsicos en general y por su recuerdo en
particular.- Vaya por Dios! He ido a dar con un bizarro admirador. No saba que a estas
alturas del siglo todava hubiese tiempo y ganas de leer antiguallas como las nuestras.
Mi amigo Luis se sentira muy contento con ello.
- Luis? Se refiere a Gngora?
- Cierto.
- Pero, ustedes no eran enemigos?
- Vamos, vamos, no ir a creer a todos esos sesudos bigrafos que cegados por
su vana erudicin nunca comprendieron el juego que haba detrs de tanta disputa.
Luis y yo quisimos escenificar nuestra pugna literaria para vender mejor nuestrasobras. Que se hablase de nosotros y de las pullas que nos lanzbamos nos
beneficiaba a ambos. Cunto nos hemos redo de las invenciones de esos
intelectuales de tres al cuarto! Hasta nos comamos buenos jamones a cuenta de ello
-me dijo Quevedo, soltando una carcajada que son como un bufido.
Y as estuvo contndome ancdotas un buen rato. Aunque quisiera, no las podra
recordar todas, pero algunas de ellas me han acompaado en mis clases durante
estos ltimos aos y han servido para regocijo de mis alumnos y para censura de mis
colegas. Con tanta charla, perd toda nocin temporal y no sabra decir si pasaron
veinte minutos o tres horas. Segua siendo noche cerrada, pero al fondo del pasillo, enaquellas ventanas en las que despeda al sol todas las tardes, me pareca atisbar el
asomo rosado de la aurora. Tambin Quevedo se dio cuenta de que el tiempo se le
acababa.
- Amigo mo. Es placentera la pltica, mas no puedo demorarme por ms tiempo.
Vengo de la Villa y Corte buscando mis huesos, que andan de aqu para all por el
albur de autoridades incompetentes que, para hinchar sus egos, quieren tener cerca mi
calavera cuando se cuidaron poco de mi cuerpo en vida. Me siento muy agradecido por
el buen rato que he pasado junto a vos y por ello os quiero advertir del ms temido delos horrores que he podido conocer gracias a mis excursiones a las zahrdas de
Plutn, ahora ms reales que soadas. Debo advertiros que el fin de este reino de
Espaa se halla ms cerca de lo que pensis. Tres avisos os lo sealarn -y alzando la
mano comenz a numerarlos con los dedos.
- El primero que os debe poner en guardia ser la ignominiosa gesta de los ricos,
que robarn a las pobres, como siempre lo hicieron, pero en esta ocasin
convencindolos con trapaceras para que sean los propios pobres quienes los elijan
alegremente como saqueadores.
Alz un nuevo dedo en el aire y continu:
- El segundo aviso, no menos inslito, ser ver cmo los ancianos habrn de
sostener y proveer a los jvenes para que sobrevivan, un sinsentido contra natura que
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costar lgrimas y mucho dolor.
Por ltimo, alz el tercer dedo resplandeciente y me dijo mirndome de hito en
hito:
- Y el tercer aviso, el que marcar el fin de la patria ser un acontecimiento que se
conocer en todo el orbe por su singularidad: el corregidor de nuestra Villa y Corte
viajar allende la mar ocana y all comenzar a hablar en lenguas que no conoce.Cuando esto suceda, poned vuestra alma a buen recaudo, pues sonarn las trompetas
de Jeric y no hallaris cosa en qu poner los ojos que no sea recuerdo de la muerte.
Se acerc con un leve renqueo a menos de un palmo de m y con aire de
confidencia me susurr al odo:
- Un corregidor o una corregidora, qu ms da, el maligno no atiende a
distinciones de sexo. Cudese, amigo, y arrmese a los buenos, que ya ve lo que me
pas a m por ir de vivo.
Ech sobre mi hombro su brazo,con el que sujetaba la capa
resplandeciente, y se apoder de m un
terrible sopor. Antes de caer
desvanecido sobre los escalones, vi
volar al espectro a lo largo del pasillo y
perderse como una estrella fugaz en el
horizonte del sur, por el que
comenzaba a despuntar el sol.
Ya digo que han pasado diez aos de aquello. Estuve al menos tres das postrado
en mi cama con una gripe intensa. Me asaltaban sueos extraos de apariciones
literarias, por lo que nunca distingu bien qu ancdotas me cont Quevedo y qu otras
so por mi cuenta. Me apliqu en el esfuerzo de olvidar los tres avisos del fantasma,
pero, cuando ya lo haba conseguido, comenzaron a manifestarse evidencias de ellos.
En estos tres ltimos aos se cumplieron los dos primeros avisos, o al menos eso
pens en cuanto vi los efectos de la crisis a mi alrededor. Estaba claro que los ricos
robaban a los pobres y que los ancianos cuidaban de los jvenes. Pero, el tercer aviso
tena tan poco sentido Sin embargo, un da, mientras vea la defensa de la
candidatura olmpica de Madrid en Buenos Aires, casi se me detiene el corazn. Ahestaba la corregidora, allende los mares, hablando lenguas que no conoca. El tercer
aviso.
Ya no soy ni sombra de lo que era, pues s muy bien que pronto sonarn las
trompetas y ver cados los muros de la patria ma. Solo espero que cuando todo se
convierta en polvo, en sombra, en nada, al menos mis huesos reposen junto a
Quevedo para seguir con aquella conversacin interrumpida.
Crdito de la imagen: I sing the body electric
http://www.flickr.com/photos/36521966221@N01/83080847http://www.flickr.com/photos/36521966221@N01/83080847