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El sol, mi corazón

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RAYOS DE SOL Y HOJAS VERDES 5

EL SOL, MI CORAZÓNVivir conscientemente

Thich Nhat Hanh

Traducción: Xavi Alongina

Ediciones Dharma

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Título original: “The Sun my Heart”

© 1990 by Unified Buddhist Church, Inc.

All rights reserved. No part of this book may be reproduced by any means, electronic or mechanical, or by any information sto-

rage and retrieval system, without permission in writing from the Unified Buddhist Church, Inc”

Portada Marc Alongina

Imagen de Thich Nhat Hanh de la contraportada de http://www.thichnhathanhsanghas.org

©de la traducción Xavi Alongina

© Ediciones Dharma, 2014Elias Abad, 3 bajos

www.edicionesdharma.comApartado 218

03660 Novelda (Alicante)

ISBN: 84-86615-41-0

Depósito Legal: Impreso en España. Printed in Spain

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema in-formático, ni la transmisión por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor o el propietario del Copyright.

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ÍNDICE

Introducción 9

Capítulo primero Rayos de sol y hojas verdes

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Capítulo segundo La danza de las abejas

43

Capítulo terceroEl universo en una mota de polvo

67

Capítulo cuarto Cortar la red del nacer y el morir

87

Capítulo quinto Mira profundamente en tu mano

115

Notas 131

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Introducción

Desde el principio de los tiempos los meditadores han sabido que debían usar sus propios ojos y el lenguaje de su época para expresar sus conocimientos. La sabiduría es un torrente vivo, no un cuadro que se deba preservar en un museo. Solo cuando un practicante encuentra el torrente de la sabiduría en su propia vida, esta puede fluir hacia las ge-neraciones futuras. Mantener la antorcha de la sabiduría res-plandeciendo es el trabajo de todos los que sabemos cómo abrir un camino a través de la selva para poder continuar avanzando.

Nuestro conocimiento y nuestro lenguaje son insepa-rables del momento en que vivimos. Desde hace mucho, Oriente ha seguido a Occidente en el camino del desarro-llo tecnológico y material, hasta el extremo de descuidar sus propios valores espirituales. En nuestro mundo, la tecnolo-gía es la fuerza principal que se encuentra detrás de la econo-mía y la política; sin embargo, los que están en la vanguardia de la ciencia han empezado a intuir lo que las disciplinas espirituales de Oriente descubrieron hace mucho tiempo. Si podemos sobrevivir a nuestra época, el espacio que separa la ciencia y la espiritualidad se reducirá, y Oriente y Occi-dente se encontrarán uno a otro en el camino que lleva a

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descubrir la mente verdadera. Aquéllos en quienes ya han sido sembradas las semillas de esta tentativa tan importan-te pueden empezar a trabajar hacia esta convergencia desde ahora mismo, empleando su propia vida diaria expresada en plena consciencia.

Este pequeño libro no fue escrito para mostrar conoci-miento alguno del autor. De hecho, no hay mucho de lo que pueda alardear. El libro prefiere ser más un amigo que un libro. Puedes llevarlo contigo al autobús o al metro como llevas el abrigo o la bufanda. Puede darte pequeños momen-tos de alegría en cualquier situación. A lo mejor te gusta leer unas líneas, cerrarlo y guardártelo en el bolsillo, y más tarde leer unas cuantas líneas más. Si encuentras algún párrafo di-fícil o complicado, pásalo por alto y prueba con el siguiente. Puedes volver a leerlo más adelante y quizá descubras que después de todo no era tan complicado. El capítulo quinto, el último, es bastante agradable de leer. Si lo prefieres, pue-des empezar desde allí.

Por favor, para entender este libro debes emplear algo de tu propia experiencia. No te dejes intimidar por ninguna de las palabras o ideas expresadas. Solo sintiéndote como el propio autor del texto encontrarás la alegría y la fuerza necesaria para recorrer el camino que va, desde la simple atención, al conocimiento profundo.

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CAPÍTULO PRIMERO

Rayos de sol y hojas verdes

El zumo de manzana de Thanh Thuy

Hoy han venido tres niños, dos niñas y un niño peque-ño del pueblo, para jugar con Thanh Thuy —pronunciado “Tahn Tui”—. Los cuatro corrieron hacia la colina que está detrás de nuestra casa; estuvieron fuera casi una hora. Cuan-do volvieron para pedir algo de beber, tomé la última botella de zumo de manzana casero y les di un vaso entero a cada uno, sirviendo a Thuy el último. Puesto que su zumo era del fondo de la botella tenía algo de pulpa. Cuando ella se dio cuenta de la pulpa, puso mala cara y no quiso bebérselo. Así pues, los cuatro volvieron a sus juegos en la colina, y Thuy no bebió nada.

Media hora más tarde, cuando estaba meditando en mi habitación, oí que me llamaba. Thuy quería servirse un vaso de agua fría, pero ni tan siquiera de puntillas lograba llegar al grifo. Le recordé que todavía tenía el vaso de zumo so-bre la mesa y le pedí que se lo bebiera primero. Fijándose en el vaso vio que la pulpa se había posado en el fondo y el zumo tenía un aspecto claro y delicioso. Se dirigió a la mesa y tomó el vaso con las dos manos. Después de haberse bebido casi medio vaso lo dejó en la mesa y preguntó: “Tío monje —una expresión habitual en los niños vietnamitas cuando se dirigen a un monje mayor—: ¿es este otro vaso?

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“No”, le respondí, “es el mismo de antes. Ha reposado un rato, tranquilamente, y ahora lo ves claro y delicioso”. Thuy miro de nuevo el vaso. “De verdad que está muy bueno. ¿Es que ha meditado como tú, tío monje?”. Me reí y le acaricié la cabeza. “Digamos que cuando me siento en meditación estoy imitando al zumo de manzana. Esto es algo que se acerca mucho a la verdad”.

Cuando Thuy se va a dormir cada noche, me siento en meditación. La dejo que duerma en la misma habitación, cerca de donde medito. Hemos acordado que mientras estoy sentado meditando, ella se acostará sin hablar. En esta at-mósfera apacible el descanso le llega con facilidad, y normal-mente se duerme en diez o quince minutos. Cuando acabo de meditar, la cubro con una manta.

Thanh Thuy es hija de la “gente de los barcos”. Cruzó los mares con su padre y llegó a Malasia en abril de 1987. Su madre se quedó en Vietnam. Cuando su padre llegó a Fran-cia nos dejó a Thuy con nosotros varios meses mientras iba a Paris en busca de trabajo. Le enseñé el alfabeto vietnamita y algunas canciones populares de nuestro país. Es muy in-teligente, y después de quince días fue capaz de pronunciar y leer despacio “El reino de los locos” de Leo Tolstoi, que traduje del francés al vietnamita.

Cada noche Thanh Thuy me ve y me observa. Le con-té que me “siento a meditar” sin explicarle qué significa o por qué lo hago. Cada noche cuando me ve lavarme la cara, ponerme el hábito y encender una barrita de incienso para llenar la habitación de fragancia, sabe que pronto empezaré a meditar. Ella también sabe que es la hora de cepillarse los dientes, ponerse el pijama e irse silenciosamente a la cama. Nunca se lo tengo que recordar.

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Sin ningún género de dudas Thuy creyó que el zumo de manzana descansando por un rato sobre la mesa, lo hacía así para volverse más claro, igual que su tío monje. “¿Esta-ba meditando como tú?”. Pienso que Thuy, que aún no ha cumplido cuatro años y medio, comprende el significado de la meditación sin ninguna explicación. El zumo de manzana se volvió claro después de descansar un rato. De igual forma, si descansamos un poco en la meditación, nosotros también nos volvemos más claros. Esta claridad nos refresca y nos da fuerza y serenidad. Al sentirnos renovados, nuestro entorno también se renueva. A los niños les gusta estar cerca de no-sotros, no solo para conseguir caramelos y escuchar cuentos; les gusta estar cerca de nosotros porque les agrada sentir este frescor.

Esta noche ha venido un invitado. Lleno un vaso con lo que quedaba del zumo de manzana y lo pongo en la mesa, en medio de la habitación que utilizo para meditar. Thuy ya duerme profundamente e invito a mi amigo a sentarse con tranquilidad, igual que el zumo de manzana.

Un río de percepciones

Transcurren unos cuarenta minutos. Me doy cuenta de que mi amigo sonreía al mirar el zumo. Se ha vuelto muy claro. ¿Y tú, amigo mío, lo estás? Aunque no te hayas posado tan completamente como el zumo de manzana ¿no te sientes un poco menos agitado, menos inquieto, menos preocupa-do? La sonrisa de tus labios todavía no se ha desvanecido, pero pienso que dudas sobre tu posibilidad de ser tan claro como el zumo de manzana, aunque permanezcas sentado muchas horas.

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El vaso de zumo tiene una base muy estable, pero tu me-ditación no es tan estable. Esos pequeños trocitos de pulpa solo tienen que seguir las leyes de la naturaleza para caer de-licadamente hacia el fondo del vaso. Pero tus pensamientos no siguen esta ley. Más bien al contrario, revolotean en vilo, como un enjambre de abejas; por eso piensas que no pueden descansar como el zumo de manzana.

Me dices que las personas, seres vivos con la capacidad de pensar y sentir, no pueden ser comparadas a un vaso de zumo. Estoy de acuerdo, pero también sé que podemos hacer lo que hace el vaso de zumo y aún más. Podemos estar en paz, no solamente al meditar, sino también al andar y trabajar.

Quizá no me creas porque han transcurrido cuarenta mi-nutos y lo has intentado de verdad, sin conseguir la paz que esperabas. Thuy está durmiendo profundamente, su respi-ración es ligera. ¿Por qué no encendemos otra vela antes de proseguir con nuestra conversación?

La pequeña Thuy duerme sin ningún esfuerzo. Conoces aquellas noches en las que el sueño no llega, y cuanto más duramente lo intentas menos lo consigues. Estás tratando de forzarte por estar en paz y sientes la resistencia en tu interior. Este mismo tipo de resistencia es la que descubren muchas personas en sus primeras experiencias con la meditación. Cuanto más intentan calmarse más inquietos se sienten. Los vietnamitas creen que es porque son víctimas de los demo-nios o del mal karma pero, en realidad, esta resistencia nace de los mismos esfuerzos por calmarse. El mismo esfuerzo se vuelve opresivo. Nuestros pensamientos y sensaciones fluyen como un río; si intentamos detener el fluir del río nos en-contraremos con la resistencia del agua. Es mejor fluir con ella, y quizá después consigamos guiarla hacia donde quere-mos ir. No debemos tratar de detenerla.

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Recuerda que el río debe fluir y que le vamos a seguir. Debemos ser conscientes de cada pequeño arroyo que se una al río. Debemos ser conscientes del nacimiento, duración y desaparición de todos los pensamientos, sensaciones y senti-mientos que surjan en nosotros. ¿Lo ves? Ahora la resisten-cia empieza a desaparecer. El río de las percepciones todavía fluye, pero no en la oscuridad. Está fluyendo en los rayos del sol de la comprensión. Mantener el sol brillando siempre en nuestro interior, iluminando cada afluente, cada canto rodado, cada vuelta en el río, es la práctica de la meditación. Practicar meditación es, antes que nada, observar y seguir estos detalles.

En el momento de atención plena sentimos que tenemos control, aunque el río todavía está ahí, siempre fluyendo. Nos sentimos en paz, pero esta no es la paz del zumo de manzana. Estar en paz no quiere decir que nuestros pensa-mientos y sensaciones estén congelados. Estar en paz no es lo mismo que estar anestesiado. Una mente en paz no signi-fica una mente vacía de pensamientos, sensaciones y emo-ciones. Una mente en paz no es una mente ausente. Está cla-ro que no solo los pensamientos y sensaciones constituyen la totalidad de nuestro ser. La furia, el odio, la vergüenza, la fe, la duda, la impaciencia, el desagrado, el deseo, la tristeza y la angustia también son mente. La esperanza, la inhibición, la intuición, el instinto, la mente inconsciente y subconsciente también son igualmente parte de nuestro ser. El budismo Vijñanavada discute con amplitud las condiciones mentales, de las que ocho son principales y cincuenta y una subordi-nadas. Si tienes tiempo a lo mejor quieres ver esos escritos, abarcan todo el fenómeno psicológico.

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Rayos de sol y hojas verdes

Normalmente, los meditadores principiantes piensan que deben suprimir todos los pensamientos y sensaciones —a menudo llamados mente falsa— con el fin de crear las con-diciones favorables para la concentración y la comprensión —llamados mente verdadera—. Utilizan métodos, como enfocar su atención en un objeto o contar sus respiraciones, para intentar alejar los pensamientos y las sensaciones. La concentración en un objeto y contar las respiraciones son métodos excelentes, pero no deben ser utilizados para su-primir o reprimir. Todos sabemos que cuando hay represión aparece la rebeldía. La mente falsa y la mente verdadera solo son una. Negar una es negar la otra. Nuestra mente es no-sotros mismos. No podemos suprimirla. Debemos tratarla con respeto, con suavidad y desechar totalmente la violen-cia. Puesto que no sabemos con exactitud lo que es nuestro yo, ¿cómo podemos saber si es el falso o el verdadero, o si debemos suprimirlo y qué debemos suprimir? Lo único que podemos hacer es dejar que la luz de la sabiduría alumbre nuestro yo y lo ilumine, para que podamos verlo de forma directa.

Al igual que las flores y las hojas solo son una parte de la planta, y al igual que las olas solo son una parte del océano, las percepciones, las sensaciones y los pensamientos solo son una parte del yo. Las flores y las hojas son una mani-festación natural de las plantas y las olas son un fenómeno natural del océano. Puesto que ellos existen podemos encon-trar su origen que es, exactamente, el mismo que el nuestro.

Volvamos con el zumo de manzana, descansando tran-quilamente. El río de nuestras percepciones continúa flu-

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yendo pero, ahora, en la luz del sol de la atención, fluye apaciblemente y estamos tranquilos. La relación entre el río de percepciones y el sol de la atención plena no es la misma que la de un verdadero río y la del verdadero sol. Tanto si es medianoche como mediodía, tanto si el sol no está pre-sente como si sus rayos penetrantes se dejan sentir, las aguas del río Mississippi continúan fluyendo de igual forma. Pero cuando el sol de la atención plena brilla en el río de nuestras percepciones, la mente se transforma. Tanto el río como el sol son de la misma naturaleza.

Consideremos la relación entre el color de las hojas y la luz, que son de la misma naturaleza. A medianoche la luz de las estrellas y la luna revelan solo la forma de los árboles y sus hojas. Pero si, de repente, el sol pudiera brillar, el color verde de las hojas aparecería de inmediato. El delicado verde de las hojas de abril existe porque la luz del sol existe. Un día, mientras estaba sentado en un bosque, recitando el Pra-jnaparamita —el Sutra del Corazón—, escribí:

La luz del sol es las hojas verdes.Las hojas verdes son la luz del sol.La luz del sol no es diferente de las hojas verdes.Las hojas verdes no son distintas de la luz del sol.Lo mismo es aplicable para todas las formas y colores.(1)

Tan pronto como brilla la luz de la sabiduría, en ese mis-mo instante, tiene lugar un gran cambio. La meditación per-mite que la luz del conocimiento surja fácilmente, de este modo podemos ver con más claridad. Cuando meditamos parece que tengamos dos personalidades, una es el río de los pensamientos y sensaciones que fluyen, y la otra el sol del conocimiento que brilla sobre ellos. ¿Cuál es el bueno?

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¿Cuál es el malo? Por favor, tranquilízate, amigo mío. Deja a un lado la afilada espada del pensamiento conceptual. No tengas tanta prisa como para dividir tu yo en dos. Ambos son uno mismo. Ambos son verdaderos y ambos son falsos. Sabemos que la luz y el color no son fenómenos separados. De la misma forma, la luz del yo y el río del yo no son dife-rentes.

Siéntate conmigo, deja que tu sonrisa asome a tus labios, deja brillar tu sol, cierra tus ojos si lo prefieres para ver tu yo más claramente. Tu sol de la atención plena solo es parte de tu río del yo, sigue las mismas leyes de todos los fenómenos psicológicos; surgen y desaparecen. Para examinar algo con un microscopio, un científico debe alumbrar el objeto de observación. Para observar el yo también se debe alumbrar con la luz de la plena atención.

Yo solo te pedí que soltaras tu espada de la conceptua-lización y no que cortaras tu ser en pedazos. De hecho, no podrías aunque quisieras. ¿Crees que puedes separar la luz del sol, del color verde de las hojas? Y no puedes separar el yo observador del yo observado. Cuando el sol de la atención plena brilla, la naturaleza de los pensamientos y las sensa-ciones se transforma. Es unidad con la mente que observa, pero permanece diferente, como el verde de las hojas y la luz del sol. No saltes del concepto de dos al concepto de uno. Este sol de la atención plena siempre presente es, al mismo tiempo, su propio objeto. Cuando se enciende una lámpara, la lámpara por sí misma se transforma en luz. “Yo sé que sé”. “Soy consciente de ser consciente”. Cuando piensas: “La luz del conocimiento se ha apagado en mí”, en ese momento, esa luz reluce por sí misma, más deprisa que la velocidad de la luz.

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La oscuridad se transforma en luz

Observa los cambios que tiene lugar en tu mente bajo la luz de la atención. Incluso tu respiración ha cambiado y se hace no dual (no quiero utilizar “una”) con tu propio yo observador. Esto también es así en tus pensamientos y sensaciones que, junto con sus efectos, son transformados de repente. Cuando no intentas juzgarlos o eliminarlos, se quedan entrelazados con la mente que los observa.

De vez en cuando puedes sentirte inquieto y esta inquie-tud no desaparece. En tal circunstancia, tan solo siéntate có-modamente, sigue tu respiración, esboza una media sonrisa y enciende la sabiduría de tu inquietud. No la juzgues ni intentes destruirla porque esta agitación eres tú mismo. Ha nacido, tiene un periodo de existencia y se desvanece al fi-nal y todo con bastante naturalidad. No tengas tanta prisa en encontrar su origen. No intentes hacerla desaparecer con tanto esfuerzo. Solo ilumínala. Verás que poco a poco cam-biará, fusionándose, quedando conectada contigo; el obser-vador. Cualquier estado psicológico que sometas a esta luz, con el tiempo se suavizará y tomará la misma naturaleza que la mente que la observa.

A lo largo de tu meditación, mantén la luz de tu sabiduría encendida. Como el sol que ilumina cada hoja y cada briz-na de hierba, nuestra sabiduría ilumina cada pensamiento y sensación, permitiéndonos reconocerlos, ser conscientes de su nacimiento, duración y disolución, sin juzgarlos o eva-luarlos, sin acogerlos ni desecharlos. Es importante que no consideres la sabiduría como tu aliado, al que llamas para suprimir los enemigos que son tus pensamientos indiscipli-nados. No conviertas tu mente en un campo de batalla. No mantengas allí una guerra; pues todas tus sensaciones —ale-

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