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El sentido de la universidad alemana y las transformaciones del saber en la era industrial Por CARLOS FIGUEROA SALAZAR Tesis presentada al Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile para optar al grado académico de Licenciado en Filosofía Profesor guía: Dr. Eduardo Fermandois Muñoz Santiago, Chile, 2013. PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHIE FACULTAD DE FILOSOFÍA INSTITUTO DE FILOSOFÍA

El sentido de la universidad alemana

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y las transformaciones del saber en la era industrial

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El sentido de la universidad alemana

y las transformaciones del saber en la era industrial

Por CARLOS FIGUEROA SALAZAR

Tesis presentada al Instituto de Filosofía

de la Pontificia Universidad Católica de Chile

para optar al grado académico de Licenciado en Filosofía

Profesor guía: Dr. Eduardo Fermandois Muñoz

Santiago, Chile, 2013.

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHIE

FACULTAD DE FILOSOFÍA

INSTITUTO DE FILOSOFÍA

1

Índice

Introducción ..................................................................................................................................... 2

1. Tradición e idea de la universidad alemana ................................................................................. 6

1.1 Historia, sociología y filosofía de la universidad .................................................................. 6

1.2 Tradición de la idea alemana de la universidad .................................................................. 13

a. Idealismo .......................................................................................................................... 14

b. Ilustración ......................................................................................................................... 18

c. La tradición alemana ........................................................................................................ 21

2. El sentido de la universidad idealista ......................................................................................... 25

2.1 Sentido y sinsentido ............................................................................................................. 26

2.2 La reforma universitaria ...................................................................................................... 29

a. El proyecto de Humboldt .................................................................................................. 32

b. Bildung, Wissenschaft y Philosophie ............................................................................... 37

3. La caída del relato idealista y la transformación del saber en la era industrial .......................... 50

3.1 El cambio de sentido del saber y de la universidad ............................................................. 52

3.2 La importancia de lo que nos importa ................................................................................. 61

3.3 El valor del nuevo valor ...................................................................................................... 63

4. Tensiones contemporáneas en la universidad alemana .............................................................. 68

4.1 Docencia e investigación en la universidad idealista .......................................................... 69

4.2 El nuevo docente, el nuevo investigador ............................................................................. 73

4.3 El ideal formativo y la praxis universitaria ......................................................................... 82

4.4 Lo que queda de Humboldt ................................................................................................. 87

Conclusiones .................................................................................................................................. 91

Referencias ..................................................................................................................................... 95

2

Introducción

El proceso formal de la educación, dentro del cual se contempla una etapa pre-escolar, otra

escolar y una superior, es el proceso mediante el cual como sociedad transmitimos los

conocimientos que hemos acumulado y en el que nos perpetuamos en las siguientes generaciones

—a la par que intentamos mejorarnos continuamente en cada una de ellas. La educación

universitaria es, por tanto, parte de este proceso general. Hoy por hoy, sin embargo, proyectos

educativos universitarios hay de tantos tipos como países en el mundo. Las universidades han

sido, desde su creación, instituciones que han respondido de alguna manera a los contextos

sociales, corrientes culturales o intereses de grupos y, por tanto, han debido adecuar su tarea

general a los diferentes contextos o intereses. Han llegado a ser, a nuestro pesar, paladín de

dictaduras y también, en forma positiva, proyectos de liberación de la sociedad, lo que nos invita

a pensar su vínculo contingente con aquellas transformaciones o grupos que están presentes en

las diversas sociedades. Así visto, la universidad, a lo largo de la historia ha ido transformando su

quehacer, manteniendo, sin embargo, la general característica de situarse dentro del proceso

educativo y su constante relación con un saber de características más elaboradas que el escolar.

Con todo, las reflexiones que aquí se presentan no pretenden examinar de manera

exhaustiva la historia general de la universidad ni todos los problemas que esta ha enfrentado a lo

largo del tiempo. A la limitación temática que muestra el título, se suma la elección de una

tradición —la tradición alemana— que invitará, sobretodo a aquellos interesados en profundizar

el tema del sentido de la universidad, a sumirse en las agudas reflexiones de filósofos, sociólogos

e historiadores alemanes y extranjeros, sobre el tema. Desde ya adelantamos que no intentaremos

dar solución a todos los desafíos actuales que tiene la universidad. A lo sumo se ofrecerán

algunas directrices o cuestiones preliminares que debiesen discutirse para solucionar dichos

desafíos. El objetivo principal de nuestro análisis será, en cambio, examinar la transformación del

sentido de la universidad alemana en el transcurso del siglo diecinueve y veinte y dar cuenta de

las tensiones o problemas que produjo la llegada de la era industrial en la comprensión del saber

y el sentido de la universidad. La motivación detrás de este análisis es aportar, por medio de la

comprensión de estos cambios, a la reflexión actual sobre la misión de esta —y nuestra—

institución.

3

Ahora bien, toda transformación es, por definición, la transición de un estado a otro, lo

que supone un punto de arranque. En nuestro caso, el punto de partida es la universidad alemana

de finales del siglo dieciocho o, como la llamaremos de ahora en adelante, la universidad

idealista. El proyecto de la universidad idealista nace, como veremos en el primer capítulo, al

alero del Idealismo alemán y también al amparo de otras corrientes, como la Ilustración o el neo-

humanismo, que sin duda alguna marcarán el contenido y rumbo de esta tradición. El propósito

principal de este capítulo es introducir las fuentes desde las cuales se nutre la tradición alemana,

distinguir algunas características de esta tradición que comenzó a pensar la universidad y elaborar

algunas distinciones tendientes a dilucidar el papel que ha jugado la disciplina filosófica en esta

tradición.

En el segundo capítulo se expondrá el sentido de la universidad idealista y los elementos

más importantes de esta tradición, los que en su conjunto nos permitirán comprender la

importancia de la concepción idealista del saber, la tarea de la universidad en el marco general de

la educación y, por cierto, la gran influencia de Humboldt en la configuración del proyecto

idealista de la universidad. La predominancia de una terminología y de una clase social

preferentemente cultivada en el Idealismo determinará que el proyecto de la universidad alemana

del siglo diecinueve se configure en torno a un saber (Wissenschaft)1 capaz de transformar al

individuo en su dimensión ética y espiritual. Esta descripción general planteará también, a partir

de su exposición, preguntas que más adelante responderemos: ¿es aún posible el proyecto de

Humboldt? ¿Cuál es la función primordial de la universidad según esta tradición? ¿Es plausible

pensar aún el saber de la manera en que ellos lo hacían? ¿Puede aún la universidad atribuirse la

tarea de formar el carácter moral? Con esas y otras preguntas en mano, procederemos a revisar en

lo que comenzó a suceder a finales del siglo diecinueve con la llegada de la industrialización en

Alemania y las consecuencias que tuvo este y otros procesos en la comprensión del saber y en el

sentido de la universidad. La revisión de ciertos procesos históricos y de transformaciones

profundas de la sociedad de ese entonces determinará la necesidad de reexaminar las

posibilidades de sostener el proyecto idealista.

1 “Wissenschaft” es una palabra difícil de traducir al idioma español pues la palabra “ciencia”, que es la regular

traducción, está cargada de un significado ligado a las ciencias naturales y está comprometida metodológicamente.

En esta tesis traduciremos la palabra “Wissenschaft” principalmente como “saber”, pues hace referencia a todo el

conocimiento formal en general y a la amplitud de disciplinas y quehaceres científicos que convoca. Raramente,

según el contexto lo permita, ocuparemos también la palabra castellana “ciencia” para referirnos a esta gama amplia

de conocimientos que se agrupan bajo la Wissenschaft.

4

Por otra parte, este trabajo hará referencia a un vínculo que no escapará la atención del

lector y que resultará fundamental en el análisis sobre las transformaciones de la universidad

alemana. Esperamos que después de haber recorrido esta tesis, le sea notorio al lector que realizar

una comprensión más pormenorizada del desarrollo de este vínculo resulte fundamental para

entender a cabalidad los problemas que afectan y afectarán a la universidad. Me refiero a la

necesaria comprensión del saber en su vínculo indisoluble con la universidad. Es precisamente

este nudo el que nos permitirá argumentar a lo largo de la tesis que son los cambios en la

comprensión del saber los que, en primera instancia, hicieron que la universidad alemana

cambiara su sentido. Como hemos de examinar en el tercer capítulo, la llegada de la era industrial

produjo que la comprensión del saber mutara, casi radicalmente, en Alemania, transformando al

mismo tiempo las tareas que las universidades debían llevar a cabo. Realizaremos en ese capítulo

un análisis crítico de las causas y de las consecuencias de este cambio, sosteniendo como

argumento principal que tanto la revalorización del saber práctico, como el surgimiento de

nuevos grupos de poder y la caída del relato idealista explicarían el surgimiento de un nuevo

sentido de la universidad alemana.

Ahora bien, los temas que inquietan a la mayoría de los pensadores y los inclinan a la

investigación no nacen, en general, a partir de una mera búsqueda de satisfacción personal o

espiritual. Y aunque muchas veces sí confluye este aspecto en las motivaciones, hay también un

deseo de aportar conclusiones, consejos o simplemente consideraciones respecto a temas de

importancia para la sociedad. No creo que este pequeño escrito sea decisivo para todas las

discusiones actuales, ni tampoco espero que de este trabajo surjan respuestas a todos los desafíos

actuales que enfrenta la universidad. Pero si reducimos los lectores, y todos concordamos que

serán pocos —quizás sólo unos pocos académicos— los interesados en este particular tema, no

estará demás decirles a ellos, a los hombres de academia, que sobre ellos pesa una importante

responsabilidad. Pues, como bien veremos en el cuarto capítulo, la reflexión sobre el sentido de

la universidad a la luz de la tradición alemana nos llevará a concluir que muchas de las tensiones

que provocó la transformación del saber en la universidad post industrial aún siguen presentes. Y

la responsabilidad que les pesa estará en reflexionar el sentido de su profesión en el marco

general de la educación superior. ¿En vista de qué juzgamos un buen o mal docente/investigador?

¿Es correcto exigir de un académico la realización permanente investigaciones, siendo que su

principal preocupación es la de la formación profesional de los estudiantes?

5

Una de las motivaciones que guía el cuarto capítulo de esta tesis es dar respuesta a estas

preguntas a partir de los análisis de los capítulos anteriores. Se verá que el origen de muchas

confusiones conceptuales y tensiones que afectan a la universidad contemporánea provienen de la

carencia de respuestas a estas y otras preguntas y de la gran influencia que tuvo y tiene el

proyecto idealista de la universidad. Y quizás, si tenemos su venia, el propio gremio académico

se dará cuenta de su culpabilidad en estos males. Porque a pesar de haber integrado en su

conciencia las consecuencias de un saber especializado y de una universidad profesionalizada,

continúa sosteniendo algunos principios de la universidad idealista que dificultan tener claro el

sentido de la universidad y el sentido de su propia labor académica.

El esfuerzo que presentamos en este capítulo —pero también a lo largo de la tesis— está

orientado a tematizar algunos problemas que, de manera poco clara para la opinión pública,

afectan hoy a la universidad y al quehacer de docentes e investigadores. La claridad del sentido

de la universidad en el marco general de la educación formal no puede reducirse a eslóganes

como el que dice que “la universidad debe estar al servicio de la sociedad”. Pues hemos todos de

estar de acuerdo que cuando alguien dice que la universidad debe estar al servicio de la sociedad,

o está diciendo lo que le es imprescindible, o está queriendo decir algo que ni él comprende.

Quiero decir: es un hecho, algo necesario, el que la universidad realiza un servicio a la sociedad y

ese servicio se llama transmisión del saber. Asimismo, nadie negará que un hospital esté al

servicio de la sociedad. El problema de claridad radica en cuál es ese servicio que otorga y si lo

otorga bien o mal. Pero predicar el deber ser de algo que ya es sólo puede entenderse como una

equivocación o como querer de decir algo que le resulta al hablante aún incomprendido. En esa

dirección, y a la luz de las reflexiones que filósofos, sociólogos e historiadores han hecho de lo

que sucedió en Alemania, el trabajo que aquí presentamos pretende aportar claridad a las

discusiones sobre el sentido o misión de la universidad en la actualidad así como al trabajo que

en ella realizan los académicos y los directivos universitarios.

6

1. Tradición e idea de la universidad alemana

“Ustedes querrán saber qué es la Universidad Alemana. Pero querrán experimentar, sobre

todo, lo que sucede hoy en la Universidad Alemana” (Heidegger, 2001, 285). 2

Con estas palabras iniciaba Heidegger una serie de dos conferencias que dio en 1934 a los cursos

de estudiantes extranjeros que visitaban la Universidad de Freiburg. No sería un curso de historia

de la universidad ni tampoco un análisis sociológico lo que Heidegger haría en ese momento,

sino un renovado esfuerzo por pensar el rol que le cabía a la universidad en la constitución de un

nuevo orden social. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de la universidad alemana? Esa

podría ser la reformulación al cuestionamiento realizado por Heidegger.

La universidad ha sido objeto de estudio de diversas disciplinas a lo largo de los últimos

dos siglos. La labor que han hecho historiadores, sociólogos y filósofos intentando comprender el

origen, sentido y devenir de esta institución se ha manifestado en innumerables comentarios y

discusiones que, en parte, tocaremos en este trabajo.3 ¿Por qué podría resultar importante

examinar el acercamiento de estas disciplinas a la universidad en Alemania? Las

transformaciones que sufrió la idea de la universidad en Alemania, que hemos de examinar más

adelante, difícilmente podrían hacerse claras y patentes de no mediar una antesala que exponga

los elementos que están en juego en esa idea. De allí que consideremos necesario, con el afán de

otorgar mayor claridad al análisis, estudiar el acercamiento propio de la filosofía y dar cuenta de

las corrientes de pensamiento que forjaron el carácter particular de esta tradición que tanto ha

impactado en la discusión sobre el sentido de la universidad.

1.1 Historia, sociología y filosofía de la universidad

Resultará difícil, para quien pretenda encontrar una mirada disciplinar única sobre este tema,

hojear libros y ensayos sobre la historia de la universidad, investigar a quienes han reflexionado

sobre la influencia de los escritos universitarios de Humboldt o indagar en los patrones de

comportamiento y en las corrientes de pensamiento que explican el surgimiento de dicha

2 Las traducciones de este texto pertenecerán, en adelante, a la traducción no publicada de Bretto Onetto

(Onetto, 2001). Esta cita fue traducida por mí, ya que representa un tanto mejor el sentido de la frase en alemán. 3 Últimamente ha sido también objeto de investigación por parte de economistas, antropólogos y educadores,

pero el análisis de estas disciplinas escapa los límites de esta tesis.

7

institución. Distinguir cuándo se está haciendo historia de la idea de universidad y no filosofía de

su historia, cuándo se está pensando una institución desde una perspectiva sociológica y no

histórica y cuándo se está haciendo netamente filosofía es una tarea difícil de resolver. No quiero

decir con esto que nadie se haya hecho cargo de establecer las fronteras entre la filosofía y la

historia o entre la filosofía y la sociología o entre la sociología y la historia; más bien quiero decir

que a la hora de abordar la tradición escrita sobre la universidad alemana estas maneras de

acercarse, estas distintas aproximaciones a un mismo objeto parecieran —salvando los énfasis de

cada disciplina— difuminarse o, al menos, tender a solaparse unas con otras.

La fundación de la Universidad de Heildelberg en el siglo catorce es el inicio de lo que

podríamos llamar la historia de la universidad alemana y corresponde al primer hecho al que ella

regularmente se refiere. La historia, entonces, en tanto disciplina que se ocupa de hechos o

acontecimientos humanos particulares, toma la fundación de la Universidad de Heildelberg y las

posteriores fundaciones en el territorio que hoy llamamos Alemania (en ese entonces Prusia)

como objeto de su quehacer y material de investigación. Asimismo, todo aquello que estaba

relacionado con la universidad y su constitución (la cantidad de profesores en cada una de ellas,

el desarrollo de las distintas disciplinas, las relaciones de la universidad con el gobierno de turno

o los conflictos surgidos al interior de ellas), todo aquello que sucedió en un determinado tiempo

y espacio y pueda ser inquirido por medio de fuentes, pasó a ser parte de esta historia de la

universidad. Lo propiamente histórico en el caso de la universidad en Alemania reside en aquella

referencia a un acontecimiento singular y en la plena conciencia de la unicidad de los fenómenos

que acompaña al historiador. Así, puesto que el historiador sabe que su objeto de investigación es

fruto de la acción de un conjunto de individuos, lo sabe único e irrepetible, situado en un tiempo

y un lugar, y valora la singularidad de su acontecer.

De allí que Heidegger plantee, en un primer momento, contestar la pregunta realizada a

los estudiantes extranjeros explicando la historia de la universidad alemana y haciendo referencia

a los hechos particulares que tenían relación con la institución, su aparición y su desarrollo en el

tiempo: “el camino más corto para responder a estas preguntas es el siguiente: que describamos

las instalaciones de la Universidad Alemana y su constitución. Echaremos un vistazo a la

multiplicidad de las universidades, en particular. Al proceder de esta forma, recibiremos

efectivamente una imagen externa de la Universidad Alemana” (Heidegger, 2001, 285). Pero el

camino más corto, argüiría Heidegger, no es el que siempre lleva a las mejores respuestas. Una

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mirada a la imagen externa de la universidad alemana, es decir, a los distintos momentos en que

se fundaron las universidades, al número de docentes y estudiantes que poseían o la duración de

los estudios, sólo nos proporcionaría datos que no son conducentes a responder la pregunta por la

esencia de la universidad, sino sólo una descripción de eventos aislados, algo así como el relato

de un cuento universitario. De esta manera, lo que Heidegger plantea en un segundo momento es

revisar la historia de la universidad. Hemos de tener presente que, para Heidegger, la palabra

“historia” posee un significado bastante distinto al que regularmente estamos acostumbrados. En

tanto disciplina, la historia debería ocuparse, según Heidegger, del acontecer del espíritu, de su

desarrollo y destino futuro. Y de allí que Heidegger plantee, en un segundo momento, revisar la

historia interna, la historia del espíritu o de la idea de la universidad para responder a las

preguntas formuladas:

[P]reguntamos, ahora, por la historia de la Universidad Alemana. Y, en verdad, con la

intención de concebir su esencia más interna. O —como solemos decir, brevemente— el

espíritu. Con esto se mienta la mentalidad [Gesinnung], desde la cual la universidad dispone y

fundamenta su tarea. Con “espíritu” mentamos la actitud [Haltung], con la cual la universidad

ejecuta y defiende su tarea. Por tanto, si ahora preguntamos por la historia, prescindimos del

cuento acerca de cómo surgieron las actuales instalaciones externas (Heidegger, 2001, 289).

Lo que Heidegger estaría intentado decir es que el desarrollo de la universidad alemana

puede comprenderse de dos maneras: a partir de los hechos y a partir del espíritu detrás de esos

hechos. Y pesar de que Heidegger utiliza en este discurso la palabra “historia” para narrar

solamente lo que ha sucedido internamente en la universidad alemana, es decir, excluyendo del

vocablo las referencias a los hechos externos del devenir universitario, el texto nos otorga una

distinción que resulta útil para nuestros alcances. La disciplina histórica, en el contexto de

examinar lo acontecido, puede también ocuparse de las ideas, de los contenidos de estas ideas y

del desarrollo de estas ideas, pues desde el momento en que se pronuncia, se habla o se escribe,

la idea se puede convertir en objeto de estudio de la historia. Esta diferencia que Heidegger

realizaría no es algo nuevo en la teoría que discuto sobre la historia. Collinwood, destacado

historiador y filósofo inglés del siglo XX, declararía algo similar al decir que:

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el historiador, al investigar cualquier acontecimiento del pasado, hace una distinción entre lo que

podría llamarse el exterior y el interior de un acontecimiento. Por exterior del acontecimiento

quiero decir todo lo que le pertenece y que se puede describir en términos de cuerpos y sus

acontecimientos (...). Por interior del acontecimiento quiero decir lo que de él sólo puede

describirse en términos de pensamiento (Collinwood, 1946, 209).

Aunque no compartimos en este trabajo la interpretación que hace Heidegger de los

acontecimientos históricos desde una perspectiva que pretende hacerlos todos coherentes entre sí

desde la mirada de un espíritu que se desarrolla, sí es posible tomar de la interpretación esa

división o doble mirada de los acontecimientos pasados. Hablar de la historia de la universidad

alemana podría implicar tanto hablar del desarrollo de una idea como de los hechos externos que

acontecen. Y entonces es fácil entender que a una pregunta considerada como propiamente

filosófica, la pregunta por la esencia de la universidad alemana, se le responda desde la historia

interna y externa de esta institución. Ambas darían un indicio de los elementos que están en

juego cuando hablamos de la esencia de la universidad alemana y es precisamente ambos

elementos los que intentaremos tomar en cuenta en los próximos capítulos de este trabajo.

La pregunta por la esencia de la universidad no es, empero, una que reduzca su respuesta

al análisis histórico. El discurso que dio Heidegger en la Universidad de Freiburg es un buen

ejemplo de cómo, en el contexto de examinar la universidad alemana, la filosofía y la historia

parecen estar en constante conversación, llegando muchas veces a dilatarse y entremezclarse los

vocabularios y enfoques de cada disciplina. Y pareciera ser que no es el estilo particular de

Heidegger y ni su idea particular de la historia lo que plantea esta indiferenciación, sino la

constante y necesaria referencia que hacen los filósofos alemanes a las ideas y los hechos que han

marcado el devenir de la universidad. El discurso filosófico sobre la universidad, al igual que el

discurso histórico, hace suya, en general, esta preocupación por revisar los acontecimientos

individuales en la historia de la universidad alemana, tanto de manera interna como de manera

externa. No obstante, una de las cosas que parecieran diferenciar a la filosofía de la historia es

entender que la pregunta por la esencia de la universidad es también una pregunta ideal, es decir,

una pregunta que quiere ser respondida desde el deber ser. Así visto, una de las cosas que

distingue a la filosofía de la disciplina histórica pareciera ser no tanto su referirse a las ideas del

pasado —ello ya hemos visto que ambas lo hacen—, sino su preocupación por el presente y,

sobre todo, por el futuro de la universidad. No significa esto que la filosofía alemana le plantee

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únicamente preguntas relativas al deber ser a la universidad, sino que las respuestas que la

filosofía da parecieran estar en general orientadas por la pregunta del sentido de esta institución.

Con ello quiero decir que el discurso filosófico sobre la universidad en Alemania se caracteriza,

desde Kant y Humboldt, pasando por Scheler y Heidegger, hasta Habermas, por el hecho de

incorporar en sus reflexiones una preocupación orientadora de la práctica que se ve reflejada en

la constante creación de nuevos modelos ideales de universidad. Así también puede entenderse

que, por ejemplo, en el tercer y último apartado del discurso de Heidegger que hemos

mencionado se titule el último punto “La nueva tarea de la Universidad Alemana” y se proponga,

como corolario, un nuevo modelo ideal de universidad.

Algo similar ocurre si se examinan los textos referentes a la universidad alemana desde la

segunda mitad del siglo veinte en adelante. Algo similar, digo, en el sentido de que resulta difícil

encontrar aquello propio del discurso filosófico sobre la universidad en los textos de finales de

siglo e incluso en el siglo actual. Los lenguajes altamente conceptuales, las referencias constantes

a la historia y a la idea de universidad en la historia alemana, la utilización de cifras y análisis de

datos y la alta valoración del rol de la universidad en la sociedad fueron haciendo cada vez más

complejos, y más ricos en contenido, los análisis sobre esta institución. Del mismo modo, se fue

haciendo más complejo distinguir qué disciplina era la que estaba abordando el tema de la

universidad. De hecho, al momento de surgir la sociología al amparo de las ideas positivistas, una

fuerte confianza en los métodos cuantitativos y en la generación de un nuevo tipo de conceptos

comenzó a apoderarse de los estudios sobre la universidad. Junto a ello, pareciera ser que la

sociología comenzaba a hacer suya la misión de interpretar la historia y hacerse preguntas que

parecían semejantes a las de la filosofía. Faltaría poco para afirmar que el surgimiento de la

sociología y, en especial, su desarrollo, subsumió la labor de la historia y de la filosofía en sus

análisis sobre la universidad alemana.

Ello queda bastante claro si miramos, por ejemplo, las investigaciones realizadas sobre la

universidad alemana a fines del siglo veinte. En general, suelen ser sociólogos los que comienzan

a interesarse por analizar esta institución. Incluso en Chile, quienes en ese entonces más

escribieron sobre la universidad alemana fueron sociólogos de distintas casas de estudios. En el

libro Momentos cruciales de la universidad alemana —donde escriben cuatro destacados

sociólogos chilenos y uno alemán— podrá el lector encontrar algunos análisis, principalmente

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sociológicos, sobre la universidad alemana.4 Allí, por ejemplo, un texto comenzaba con la

siguiente frase:

[A] propósito de la tipología de la Universidad, metodológicamente, esta vale sólo como auxiliar de

una hermenéutica de la historia. En otras palabras, los conceptos de Universidad del Espíritu y

Universidad del Poder son sólo dos polos en tensión que están siempre presentes en todas las

realidades universitarias de todas las épocas, sin que exista, haya existido o llegue a existir alguna

institución que se identifique de manera absoluta y completa con uno u otro de estos conceptos

(Morandé, 1990, 71).

Este breve texto, que traemos a colación para ejemplificar la labor de la sociología,

comienza haciendo alusión a dos aspectos fundamentales de un típico análisis sociológico. El

primero es la alusión a la historia, a la sociología haciéndose de de la historia para poder realizar

su trabajo: una especial hermenéutica de la historia. El segundo, la referencia a los “tipos” o

modelos de universidad, la del Espíritu (Alemania) y la del Poder (Francia), que servirán como

una clave interpretativa para comprender el quehacer de las universidades a lo largo de la historia

a partir de modelos ideales que difícilmente puedan convertirse en realidad. La sociología suele

satisfacer, si se examina este y otros textos referidos a la universidad, aquella definición que

Scheler da a dicha disciplina en su obra Sociología del saber:

[P]ara fijar el concepto genérico de “sociología” nos servirán solo dos notas. Primero, que esta

ciencia no trata de hechos ni sucesos individuales, sino de reglas, tipos (tipos medios y tipos

ideales lógicos) y, donde es posible, de leyes. Y segunda, que analiza todo el inmenso contenido,

subjetivo y objetivo, de la vida humana (preferentemente), como quiera que se llame este

contenido, y lo estudia tanto descriptiva cuanto causalmente, pero exclusivamente desde el

punto de vista de su determinación efectiva, no de su determinación "normativa" o por un deber

ser ideal (Scheler, 1973, 10).

La cita fija un concepto genérico de sociología y destaca dos aspectos que están también

presentes, en general, en los análisis sobre la universidad alemana en el siglo veinte. El primero

de esos aspectos constata una diferencia con la historia (que sí trata de hechos o sucesos

4 En el compilado escribe Carlos Cousiño, Darío Rodríguez, Pedro Morandé, Luis Scherz y, como invitado,

Hanns-Albert Steger.

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individuales) adelantando la fijación de la sociología con la búsqueda de comportamientos

reiterados susceptibles de ser agrupados en leyes que permitan explicar un determinado

fenómeno. Aunque inevitablemente la sociología hace uso de la historia, su quehacer se centra en

la búsqueda de comportamientos reiterados que permitan explicar un fenómeno. El segundo

aspecto tiene que ver más con su relación con la filosofía: la sociología también se ocupa sobre el

inmenso contenido de la vida humana, pero no aludiendo a cómo debería ser o guiarse el actuar

del hombre, a cómo conocemos o cómo nos deberíamos organizar, sino aludiendo a aquellos

aspectos histórico-sociales que nos permiten entender y explicar determinados fenómenos. No

entraré en la discusión sobre la labor general de la sociología, ni en el detalle de sus diferencias

con la filosofía. Para esta tesis resulta suficiente recordar que ambos aspectos mencionados por

Scheler están muy presentes en los análisis realizados en el siglo veinte sobre la universidad

alemana. En dichos textos, como el que ya hemos mencionado de Morandé, abundan las

conceptualizaciones, las referencias a patrones de conducta o fenómenos sociales y las

referencias a modelos o tipologías. Abundan también las alusiones a los contextos históricos, a

las ideas de los filósofos e historiadores sobre la universidad alemana y la utilización de cifras

que muestran cómo, efectivamente, se fue desarrollando la universidad alemana.5

Por lo tanto, si se examina la labor de la sociología, se notará que ésta se ha servido de la

historia para realizar, por medio de un análisis riguroso (muchas veces empírico) del

comportamiento humano, una rica conceptualización y tipificación de la universidad alemana y

de los sucesos relativos a ella. Ejemplo de ello es el ya mencionado ensayo de Morandé en el que

se compara el modelo alemán de la universidad con el modelo francés en base a las

determinaciones históricas que explican uno y otro modelo. Y es, en especial, el lenguaje

sociológico el que pareciera hacer difícil la tarea de diferenciar cuándo se está haciendo filosofía

y cuándo sociología en los textos sobre la universidad. La sociología pareciera ser una disciplina

con una fuerte fascinación por la conceptualización, derivada quizás de la necesidad por tipificar

comportamientos o ideas. La filosofía, por su parte, al enfrentarse a la universidad tampoco deja

de lado su originario afán conceptualizador y tiende a hablar de ella en un lenguaje que no es tan

distinto al de la sociología. Lo que las diferencia es que la filosofía pareciera, también en este

contexto, perseguir algo más que interpretar la historia o explicar a partir de determinados

5 Para un análisis más profundo de las distinciones de campo y las similitudes entre la sociología y la historia

ver Burk, Peter. (1987). Sociología e Historia. Madrid: Alianza Editorial.

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conceptos y puntos de vista qué es eso de hablar de una universidad alemana. La filosofía se sirve

del trabajo de la historia y de la sociología y ambas aportan, por separado, una riqueza que

ninguna de las otras dos posee. En efecto, aquello que empieza a desaparecer y enterrarse en los

trabajos recientes de la sociología sobre la universidad alemana, esto es, la confianza en la

posibilidad de poder generar nuevas ideas de universidad, es justamente aquello que impulsa y

explica la labor —o lo que ha sido hasta el momento el aporte fundamental— de la filosofía. Esta

patente ausencia de propuestas o de confianza en las ideas no es quizás un fenómeno que se

reduzca al análisis sobre la universidad pero, de hecho, es difícil encontrar, hoy por hoy,

pensadores que ofrezcan en la tradición alemana ideas alternativas o nuevos modelos que puedan

orientar la práctica universitaria. Al menos no desde una perspectiva que considere lo que, a

nuestro parecer, sería la pregunta que ha orientado y debería seguir orientando la discusión

filosófica sobre la universidad, esta es: ¿y cuál es el sentido de la universidad?

1.2 Tradición de la idea alemana de la universidad

Volvamos por un momento a aquella reformulación que hicimos de la pregunta que

Heidegger planteó a mediados del siglo veinte: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la

universidad alemana? La pregunta planteada por Heidegger, según nuestra interpretación, tiene

una doble direccionalidad: se pregunta por el pasado, por el significado o por la esencia de la

universidad alemana, y también se pregunta por el sentido de dicha universidad, con un cierto

acento futurístico y normativo. Pues para Heidegger explicar el origen de la idea de la

universidad alemana o del espíritu que provocó su nacimiento resultaba tan importante como

hablar del destino de esta. Y es que la tradición alemana sobre la universidad difícilmente podría

ser desprendida del origen y contexto que motivó su nacimiento o ser desvinculada de la

preocupación por el destino de esta. La modernidad, aquel flujo de pensamiento y cultura cuya

cúspide se halla en los albores del siglo diecinueve, es el seno desde donde nace esta idea y, en lo

que sigue, nos ocuparemos de algunos elementos que nos permitirán comprender el origen de

esta tradición y, además, comprender el desenlace de esta historia.

Para el caso de la idea de la universidad alemana, la fundación de la Universidad de

Berlín (hoy Universidad Wilhelm von Humboldt de Berlín) resulta ser un ejemplo esclarecedor

de los elementos que estaban en juego. Como bien lo documenta Daniel Fallon, la fundación de

14

la Universidad de Berlín responde a las inquietudes que Beyme, ministro más cercano al rey

Federico III, percibió en un grupo de académicos que pidieron audiencia con el rey en 1807

(Fallon, 1980, 9). Las inquietudes de estos docentes se resumían en la doble necesidad de

balancear con una nueva institución el alicaído espíritu universitario (que por entonces se

enfrentaba al cierre de las universidades de Jena y Halle en manos de Napoleón) y de remontar la

decadencia general de las universidades en Alemania. De allí que Beyme, con el visto bueno del

rey, convocara a algunos de los más connotados pensadores de ese entonces a que elaboraran

planes o sugerencias para la construcción de una nueva universidad en Berlín. Esta invitación,

abierta y libre, a pensar una posible universidad fue respondida, en un primer momento, por

Fichte, Steffens y Schleiermacher con distintos modelos de lo que a sus pareceres debía orientar a

la nueva institución de educación superior (Fallon, 1980, 9). Fue en ese momento en el que el

ímpetu del Idealismo alemán y toda la fuerza de la Ilustración hicieron su aparición para modelar

y penetrar un nuevo concepto de universidad. Sin desmerecer la importancia del neokantismo,

del neohumanismo, del movimiento romántico o de otras savias que alimentaron, de alguna

manera, esta nueva idea, para efectos de comprender las grandes influencias que forjaron la

nueva universidad nos limitaremos a explicar la especial penetración del Idealismo alemán y

también la influencia de la Ilustración, como dos elementos sin los cuales resultaría difícil

comprender las transformaciones que la universidad comienza a sufrir a finales del siglo

diecinueve.

a. Idealismo

“Universidad” y “saber” son dos conceptos que parecen estar íntimamente unidos y que atraen la

atención del investigador al recorrer la historia de la universidad alemana. En efecto, cuando a

principios del siglo diecinueve se comenzó a hablar sobre la universidad en los escritos de los

filósofos alemanes, su concepción del saber fue determinante para el sentido que darían a esta

institución. El saber o la ciencia (die Wissenschaft) consistía en la totalidad de los conocimientos

que el hombre poseía, una totalidad en la cual los conocimientos de las distintas disciplinas

estaban todos conectados entre sí. Esta unidad del saber, esta imposibilidad del intelecto de

conocer aisladamente las distintas disciplinas, fue lo que determinó una visión orgánica de la

universidad: “cuán minuciosamente relacionado y engranado está todo en el terreno del saber, a

15

tal punto que es posible decir que cuanto más aisladamente se expone algo, tanto más

incomprensible y confuso resulta (...). Esta necesaria e íntima unidad de toda ciencia es sentida

también dondequiera se manifiesten aspiraciones de esta clase” (Schleiermacher, 1959, 119). O,

como dijera Humboldt al referirse a la misión de los establecimientos científicos superiores: “el

punto de vista principal lo constituye sólo la ciencia. Pues si ésta se mantiene pura, es

aprehendida correctamente por sí misma y en su totalidad” (Humboldt, 2005, 283). En ambas

citas, correspondientes a dos de los llamados textos fundacionales de Berlín, se hace referencia a

un aspecto clave del Idealismo que se manifestó en esta nueva idea universitaria, sobre todo en

las discusiones sobre las disciplinas y el sentido del saber. A diferencia de la visión limitada de la

razón que Kant promoviera con su Crítica, el Idealismo que impregna esta idea de universidad

está permeado por una idea infinita de la razón, una razón que se ha despojado de los límites y

que ha convertido al absoluto, a la totalidad, en clave interpretativa de la realidad. En palabras de

Colomer, “el viraje metafísico en el Idealismo es innegable. Sus causas se encuentran, en parte,

en la experiencia que anida en el fondo de la nueva corriente: no ya, como en Kant, la conciencia

de la finitud de la razón, sino, precisamente, de su infinitud, de lo que hay de absoluto en el

conocimiento humano” (Colomer, 1986, 11). Ello explica, como veremos más adelante, que esta

idea de universidad que nace anclada en el Idealismo desplace a la teología como la disciplina

fundante de la universidad y que sea la filosofía —la disciplina que por excelencia tiene acceso a

esta totalidad— la que tome el rol primordial.

Junto a esta idea de la totalidad del saber, la nueva idea de universidad se nutre de otro

aspecto clave del Idealismo que también será relevante a la hora de analizar las transformaciones

que trataremos en los capítulos venideros: la necesidad del Idealismo de pensar la idea como

patrón para los hechos históricos. El énfasis en esta razón absoluta que se piensa a sí misma y a

las ideas que de ella nacen acarrea la concepción de una primacía de la razón y sus ideas por

sobre toda praxis humana: “que la mente y la idea mueven y deberían mover el mundo, eso <es el

espíritu que construye el cuerpo por sí mismo>, por emplear la famosa frase de Schiller: ése fue

el <mensaje> cultural del idealismo” (Ringer, 1969, 105). De allí que los textos fundacionales

manifiesten un cierto optimismo en que las ideas que se están proponiendo puedan transformar la

realidad y no acomodarse a ella. Fichte lo manifiesta con estas palabras en su plan para la nueva

universidad en Berlín:

16

[L]as características generales de la solidez de un plan que no quiere conformarse con ser sólo un

bello sueño, sino que pretende una real y pronta ejecución, son estos: que en primer término no

olvide acaso el mundo real y desee seguir su camino para sí, sino que lo tome en consideración,

aunque ciertamente no en la suposición de que debería quedar tal cual está, sino que debería

cambiar y que en el desarrollo el plan no se adapte al mundo, sino que éste a aquél, y que él, en la

medida de la aplicabilidad, intervenga también en las otras relaciones de la vida y a su vez sea

llevado y elevado por éstas (Fichte, 1956, 96).

Y así como en Fichte se refleja una constante pretensión de transformar la realidad, sin

que la idea se acomode a ella, así también los otros autores enmarcaron sus planes bajo un hálito

optimista que motivaba el ejercicio de la razón absoluta y la producción de ideas orientadoras de

la realidad.

Con todo, son otros dos aspectos del Idealismo los que más nos interesa destacar para

efectos de esta tesis: la noción de un conocimiento puro y la idea de que este conocimiento debe

ser transformador de la personalidad, aspectos que permiten entender de mejor manera las

aspiraciones de los fundadores a la hora de plantear la esta idea de universidad. ¿Qué se entendía

por ese entonces por un conocimiento puro? Aunque suene extraño, la irrupción de Napoleón en

las tierras teutonas en 1807 podría ilustrar el temor que sentían los idealistas a que sus ideas

fueran invadidas por el espíritu pragmático que reinaba en Gran Bretaña y en la Francia de aquel

entonces. Convencidos de que las reformas llevadas a cabo por Napoleón en la Universidad de

París, tendientes a transformar las universidades en capacitadoras de funcionarios públicos,

traerían como consecuencia la pérdida del saber como un todo al servicio del hombre, la reacción

fue la de proponer la necesidad de cultivar un saber puro, alejado de la práctica profesional y de

los resultados utilitarios, más cerca del individuo y de la teoría. Ringer también hace alusión a

este aspecto del idealismo llamando la atención sobre las otras corrientes que comenzaban a

penetrar las universidades alemanas de ese entonces:

un aspecto todavía más importante de la herencia académica alemana era el ideal del saber

<puro> e impráctico. Tal como señaló Spranger, este concepto se desarrolló originalmente como

una reacción consciente contra el énfasis puesto sobre el conocimiento útil, que había

predominado en Halle y en otras universidades alemanas durante el siglo dieciocho. (...) Los

17

neohumanistas y los idealistas lograron evitar este peligro y su condena al sentido práctico de

miras estrechas pasó a formar parte permanente de la doctrina mandarinal (Ringer, 1969, 116).

La idea de universidad que proponían en ese entonces los académicos alemanes vino a

impregnarse de este espíritu que rechazaba la idea de un saber sometido a las exigencias

utilitarias de un estado o de la sociedad y en su lugar propuso la idea de una universidad que

debía cultivar un saber puro y, por medio de él, transformar la personalidad del futuro científico.

La propuesta de una universidad que cultivara un saber alejado de los requerimientos del Estado

o del mundo profesional,

[P]ara el sabio, empero, la ciencia no debe ser medio para un fin cualquiera, sino que debe volverse

fin ella misma (...). Cualquiera sea la forma en que aplique su formación científica en la vida, en

todo caso tendrá solamente en la Idea la raíz de su vida, y verá sólo desde ella la realidad y le dará

forma y la adaptará de acuerdo con ella, pero no admitirá de ninguna manera que la Idea se

conforme con la realidad (Fichte, 1959, 28).

Por lo tanto, no se trataba de que los fundadores no vieran relación alguna entre la

universidad y su rol en la transformación de la vida de la sociedad alemana, sino que esta

relación estaba subordinada a la primacía del saber teórico por sobre la práctica, a la no

funcionalización del saber. En efecto, esta relación universidad-sociedad estaba claramente

establecida en la creencia de que la tarea de la universidad consistía en formar individuos que

serían transformados moral y espiritualmente en su contacto con el saber. La palabra Bildung, un

concepto que revisaremos en profundidad en el siguiente capítulo y que ha empapado las

discusiones sobre la misión de la universidad hasta nuestros días, representa esta convicción ideal

de un saber que puede transformar el carácter del individuo. A la fecha del surgimiento de la

universidad de Berlín existían en Alemania un número no menor de universidades que dedicaban

su labor a la formación general en las profesiones de Derecho, Medicina, Teología y Filosofía.

No tenía, en ese entonces, una misión que sobrepasara la transmisión anquilosada de los

conocimientos de estas profesiones o un sentido relevante en el desarrollo de la sociedad. De allí

que pueda comprenderse la gran misión que Humboldt, recopilando las ideas de sus

contemporáneos, pusiera a la universidad como establecimiento científico superior:

18

[E]l concepto de instituciones científicas superiores como cumbre en la que converge todo lo

que acontece inmediatamente para la cultura moral [die moralische Cultur] de la nación,

descansa en que éstas están destinadas a elaborar la ciencia [die Wissenschaft] en el sentido más

profundo y más amplio de la palabra, y a suministrar a la formación espiritual y moral [der

geistigen und sittlichen Bildung] un material que, aunque no haya sido elaborado

premeditadamente para que sea apropiado para ésta, sí que resulta apropiado por sí mismo para

su utilización en esta formación (Humboldt, 2005, 283).

Cultivar la Wissenschaft, en toda su pureza, por medio de la investigación y la enseñanza,

será el móvil fundamental de esta nueva universidad. Formar científicos que por medio de esa

Wissenschaft puedan llegar a ser hombres de alta cultura moral y puedan cumplir así con el

objetivo primordial de la universidad será el sentido que se dará inicialmente a esta institución. Y

la comprensión del saber, como un saber puro y transformador de la personalidad, dará también

un nuevo sentido a la universidad, configurando, al mismo tiempo, nuevos perfiles para los

docentes universitarios y los investigadores de las Academias.

b. Ilustración

Otro acontecimiento que circunda este gran proyecto alemán y que muestra bastante bien algunas

de las influencias ilustradas que penetraron la idea de universidad alemana, son las respuestas que

dieron Kant y Mendelssohn a la pregunta que hizo el periódico Berlinische Monatschrift en el

mes de noviembre de 1784: Was ist Aufklärung? o ¿Qué es la Ilustración?

Kant respondió a esta interesante pregunta del periódico diciendo que “la Ilustración es la

salida del hombre de la incapacidad debida a sí mismo. La incapacidad es la impotencia para

servirse de su entendimiento sin la dirección de otro. (...) Sapere aude! ¡Ten valor para servirte

de tu propio entendimiento! Tal es la divisa de la Ilustración” (Kant, 1989, 16). La Ilustración es

generalmente descrita como la culminación de un proyecto que, influido fuertemente por las

ideas de Kant, logra posicionarse en el siglo dieciocho con la promesa de una mayor libertad. El

punto central, a nuestro entender, es comprender la Ilustración como la promesa de una

liberación. Y como una liberación es siempre un librarse de algo para otro algo, la Ilustración

debería poder analizarse también desde esa perspectiva. El texto que hemos citado hace

referencia a estos dos aspectos de la liberación desde el punto de vista Kant. En primer lugar, se

19

describe la liberación como un desprenderse de una antigua forma de conocer, que es la forma

dogmática de pensar que en ese entonces abundaba, no sólo en las escuelas y universidades, sino

en la vida general sometida a la autoridad del monarca y la Iglesia. En el texto que envió al

periódico, Kant describe esta liberación haciendo un primer énfasis en la necesidad de despojar a

la razón de la tutela de la religión. El segundo énfasis está puesto en la autonomía de la razón, es

decir, en la liberación para conseguir la autonomía de la razón, una razón que sea capaz de

ponerse a sí misma sus propias normas o que sea capaz de pensar por sí misma. De allí que la

divisa de la Ilustración, según Kant, sea el tener el coraje para desprenderse de la autoridad y

pasar a utilizar el propio entendimiento.

Esta liberación de la Ilustración tuvo, empero, una doble manifestación general: el

empirismo y la propuesta kantiana. El pensamiento empirista derivado de la Ilustración lo

representa bastante bien el filósofo francés Augusto Comte en su Discurso sobre el espíritu

positivo cuando señala que: “el espíritu humano renuncia desde ahora a las investigaciones

absolutas que no convenían más que a su infancia, y circunscribe sus esfuerzos al dominio, desde

entonces rápidamente progresivo, de la verdadera observación, única base posible de los

conocimientos accesibles en verdad, adaptados sensatamente a nuestras necesidades reales”

(Comte, 1980, 12). La etapa de la adultez de la razón, de la inteligencia emancipada, consiste para

Comte en una liberación para el escrutinio y control de la naturaleza, pues sólo de ellos, de los

datos empíricos, podríamos extraer conocimientos verdaderos y útiles para el progreso de la vida

humana. La contrapartida al empirismo lo darán aquellos intelectuales alemanes que, haciendo

también un fuerte énfasis en la necesidad de liberar la razón de la tutela de la religión, enfocarán

el sentido de la liberación en la necesidad del pensar por sí mismos, la autonomía, y en un fuerte

acento en la educación. Esta interpretación, que no pretende dejar de lado otras manifestaciones

de este espíritu de liberación de la Ilustración, da cuenta también de la batalla librada en ese

entonces por el sentido del saber y, por ende, del sentido de la universidad. Mientras que en

Francia y Gran Bretaña avanzaba una visión más pragmática del saber, basada en el escrutinio de

la naturaleza, en Alemania se concentró la liberación en la capacidad transformadora de esta

autonomía de la razón y en la importancia de la educación. En palabras de Kant:

si la naturaleza ha hecho desarrollarse bajo esta dura corteza el germen que cuida con mayor

solicitud, a saber, la inclinación y la vocación para el pensamiento libre, éste repercute luego poco a

20

poco en la mentalidad del pueblo (haciéndolo cada vez más capacitado para la libertad de la acción)

y por último también en los principios del gobierno, que encuentra ventajoso tratar al hombre de

acuerdo con su dignidad, ya que es más que una máquina (Kant, 1989, 21).

Kant sería sólo uno de los ejemplos de esta interpretación de la Ilustración como una

liberación por medio de la educación con consecuencias formativas. Mendelssohn, por ejemplo,

en respuesta a la pregunta del diario alemán, enfocó sus reflexiones en las relaciones entre

Ilustración (Aufklärung), cultura (Kultur) y formación (Bildung). El desarrollo del texto muestra

cómo la Ilustración, entendida como aquel “conocimiento racional (objetivo) y habilidad

(subjetiva) para reflexionar razonablemente sobre las cuestiones de la vida humana, en

consonancia con la importancia e influencia sobre el destino humano” (Mendelssohn, 1994, 12),

y la cultura, relacionada con aspectos morales prácticos y teóricos, son los elementos que

posibilitan la formación de los individuos. Como diría Liedman, “Kant, al igual que

Mendelssohn, utilizó ampliamente la palabra Bildung para significar no sólo lo intelectual, sino

también el desarrollo moral y emocional de los individuos” (Liedman, 1996, 87). A finales del

siglo dieciocho y a principios del siglo diecinueve el gran proyecto de la Ilustración había

ganado tantos adherentes, en uno y otro lado, que la conciencia de la realización de este proyecto

de liberación se expresó manifiestamente en un optimismo un tanto desmedido y se proyectó al

futuro como una fe ciega en el progreso del conocimiento humano.

Y no fue algo distinto para los proyectos que entonces nacían en las mentes de los

mandarines alemanes.6 En ese entonces, en Berlín, los catedráticos alemanes se hacían parte de

este optimismo con la invitación del rey a idear una nueva universidad para Alemania. Esta

nueva idea de universidad, que surgió también al amparo de la Ilustración, tuvo como

característica fundamental la incorporación de la investigación, es decir, la búsqueda de la

Wissenschaft (que en ese entonces sólo se realizaba en las Academias), en la nueva institución.

Esta incorporación de la investigación abarcó tanto el aspecto formativo y liberador que debía

tener el saber como el espíritu optimista y la fe en el progreso del conocimiento. Hemos dicho

anteriormente que el llamado realizado por el rey no fue contestado por Humboldt en un primer

momento. Wilhelm von Humboldt venía llegando en ese entonces de Roma para asumir como

6 La palabra “mandarín” hace referencia al grupo de intelectuales y académicos que ocupaban también en

Alemania los altos puestos de gobierno, ejerciendo, por lo tanto, gran parte del poder intelectual y gubernamental de

ese entonces. Tomo esta palabra del análisis histórico realizado por Ringer (1995).

21

ministro de cultura y será desde ese puesto ministerial que Humboldt elaborará y pondrá en

práctica la nueva Universidad de Berlín.

Idealismo e Ilustración podrían enarbolarse entonces como dos pilares que permiten

entender mejor la idea de universidad. Quise separar ambas miradas, no porque estén separadas

en los textos —de hecho, aparecen íntimamente unidas—, sino porque permiten entender, de

cara a los distintos problemas que se suscitan en esta idea de la universidad en el siglo veinte, los

elementos que están en juego en esta idea de universidad y porque permiten entender el origen de

ciertas obsesiones de los académicos que se harán parte de esta tradición en el siglo diecinueve y

veinte. Tanto la concepción de la ciencia como un todo que transforma el carácter como la idea

de la libertad como condición de posibilidad de la investigación serán importantes para entender

la transformaciones que pronto pasaremos a analizar.

c. La tradición alemana

Ha surgido, sin embargo, una constante disputa que no podemos dejar de mencionar, pues

hace alusión a esta tradición que comienza a forjarse en 1810. Es de público conocimiento que

el famoso escrito de Humboldt llamado Sobre la organización interna y externa de los

establecimientos científicos superiores en Berlín, escrito en 1807, no fue sino un

memorándum publicado por primera vez en 1896. ¿Cómo es posible, entonces, que Humboldt

sea enarbolado como el gran transformador de las universidades alemanas del siglo

diecinueve, si su escrito no era conocido? ¿Existió verdaderamente una discusión sobre una

idea de la universidad en el siglo diecinueve?

Según una connotada historiadora alemana, Sylvia Paletschek, la legitimación de la idea

de la universidad alemana como proveniente de la fundación de la Universidad de Berlín en 1810

y de las ideas que Wilhelm von Humboldt elaboró procede de los innumerables comentarios y

observaciones que se hicieron sobre este acontecimiento, no en el siglo diecinueve, sino a

principios del siglo veinte. Como bien lo argumenta en Die Erfindung der humboldtschen

Universität, “los temas de la universidad de Humboldt son un descubrimiento del siglo veinte,

[l]os contemporáneos del siglo diecinueve no los conocieron” (Paletschek, 2002, 184). Los textos

que se refieren a la universidad, en especial el de Humboldt, no son citados en ningún momento

durante el desarrollo de ese siglo.

22

Esto quiere decir que no fue sino hasta principios del siglo veinte que esta discusión, la

discusión sobre la idea de la universidad en Alemania, comenzó a tener cabida. Esto no debe

confundirse, sin embargo, con el impacto que tuvo la fundación de la Universidad de Berlín en el

resto de las universidades alemanas. Pues, a pesar de que existen quienes argumentan que la

influencia fue más bien borrosa7, lo cierto es que la documentación histórica demuestra que tanto

la institucionalidad educativa, a partir de la creación del Código General alemán, como los

estatutos de la Universidad de Berlín, influyeron notablemente en la constitución de

universidades como Bonn, Tübingen o Munich (cfr. Ringer, 1995, 38). Lo que Paletschek quiere

decir es que la mayoría de las ideas caracterizan la propuesta de Humboldt, es decir, la idea de la

libertad académica, de la unidad de la docencia e investigación o el principio de la unidad del

saber son un descubrimiento del siglo veinte y que, en el siglo diecinueve, esta tradición logró

tener, al menos en la discusión teórica, poco o ningún impacto para la formación de otras

universidades. Esta aseveración bien documentada, también es apoyada por las investigaciones

de Ringer en El ocaso de los mandarines alemanes, quien también nos adelanta que la discusión

sobre la idea de la universidad es una discusión del siglo veinte y no, como se suele pensar, una

discusión del siglo diecinueve. La tesis que maneja Ringer resalta de manera espectacular tanto el

surgimiento como el derrumbe del espíritu que inspiró la formación de la idea de universidad

alemana. Con un relato fluido repasa la historia de la comunidad académica alemana desde 1870

hasta 1931 haciendo énfasis en las opiniones de los catedráticos universitarios y, más en

concreto, en “la reacción de este colectivo ante la repentina transformación de Alemania, que la

convirtió en una nación de alto desarrollo industrial” (Ringer, 1995, 19). La tesis que defiende es

que los mandarines intentaron defender su pequeño mundo de privilegios académicos y sociales,

y con ello una cierta idea de universidad fuertemente marcada por el idealismo, a lo largo de todo

el siglo diecinueve y principios del siglo veinte. Uno de los hechos que confirma esta tesis es la

referencia que hace la comunidad académica alemana a la idea humboldtiana de la universidad en

la conmemoración de los 100 años de la fundación de la Universidad de Berlín. En una época

donde ya era casi imposible sostener la posibilidad de realizar la idea que Humboldt propuso para

los establecimientos científicos superiores debido a las transformaciones sociales que afectaban a

Alemania, la recurrencia a este espíritu idealista mostraba, de manera especial, cómo esta

7 Rolf Torstendahl (1993) pone de manifiesto en La transformación de la educación profesional en el siglo XIX

los puntos de vista y los autores que desafían la visión convencional de la influencia de la fundación de la

Universidad de Berlín en el resto de las universidades alemanas del siglo diecinueve.

23

comunidad se aferraba a una idea que les ayudaba a mantener sus privilegios y rechazar los

cambios que exigía la sociedad a la universidad. La discusión teórica es, por lo tanto, más

reciente de lo que se piensa regularmente. Y no obstante la indiscutida influencia que ha ejercido

la idea de universidad que postuló Humboldt en el resto del mundo y en las múltiples reformas

universitarias posteriores en Alemania, resulta también casi indiscutible, al leer a Ringer y

Paletschek, que esta discusión no se dio en el siglo diecinueve y que el espíritu que se esconde

tras la idea alemana de universidad a lo largo del siglo diecinueve responde más bien a una

defensa de intereses de una cierta clase que a una disputa intelectual.

Pero además de estas discusiones historiográficas, existe también un carácter especial de

esta tradición que vale la pena mencionar, pues ciertamente hay otros aspectos de esta tradición

que también han influido en el debate contemporáneo. Y si me cuestionaran si se puede o no

hablar de un carácter especial de esta tradición sobre la universidad, yo me inclinaría a decir que

sí. Hemos comentado más arriba que el acercamiento que realiza la filosofía alemana a la

universidad se caracteriza por hacerse una pregunta especial: ¿cuál es el sentido de la

universidad? Sin restringir a que esta sea la pregunta que se plantee la filosofía en general frente

a esta institución, la respuesta que la tradición filosófica alemana le ha dado ha tenido ciertos

elementos que la hacen única y bastante interesante. Tanto el Idealismo como la Ilustración, el

romanticismo o el neohumanismo, que tuvieron una larga influencia en el pensamiento alemán,

empaparon el discurso de la universidad con un vocabulario del que difícilmente puede

desprenderse quien hable, hoy por hoy, de la universidad en Alemania. Las palabras

“Wissenschaft”, “Bildung”, “Lehr-und Lernfreiheit”8

u otras aparejadas al surgimiento y

desarrollo de esta idea, continúan hoy recordando a una tradición que no ha tenido pocos

detractores. De allí la importancia de hacer uso de estos conceptos en su lengua originaria, ya

que, generalmente, las traducciones que se hacen de ellas no logran recobrar el alcance y riqueza

significativa que poseen. A un vocabulario amplio e influyente también se une un marcado matiz

idealista que implicó, hasta mediados del siglo veinte, que los discursos o reflexiones sobre la

universidad poseyeran un aspecto orientador de la práctica y una convicción de que las ideas

finalmente se impondrían por sobre la realidad. Asimismo, el discurso ideal sobre la universidad

tendrá en Alemania, en general, una fuerte tendencia a ver la educación como un todo, lo que se

manifestará en los múltiples intentos de los autores por enlazar la enseñanza escolar con la

8 “Saber”, “formación” y “libertad de enseñanza y de aprendizaje”.

24

superior y viceversa. Todo ello pareciera indicar que estamos frente a una tradición que posee

aún hoy capacidad de influir en los debates sobre educación superior y educación en general. Las

reformas universitarias tienden en general a abordar temas bastante similares a los que se

plantearon en estas discusiones y, sin duda alguna, tanto la formación como la investigación

universitaria continúan hoy siendo objeto de debate. La frase de Heidegger que mencionábamos

al comienzo de este capítulo hace referencia justamente a este cuestionamiento y constante

reforma que impulsa a las universidades y con ella se hace parte de la tradición que intentó y aún

hoy intenta responder el sentido de las universidades.

25

2. El sentido de la universidad idealista

Tradicionalmente las universidades han cumplido, a lo largo de su historia, una labor docente (o

de transmisión del conocimiento superior) concentrada, en el período posterior a la edad media,

en la formación de profesionales y la formación de funcionarios al servicio del Estado. Además,

en el caso particular de Alemania, la misión de la universidad se amplió en esa época hacia la

formación de sabios letrados (estudiantes formados en las artes y las ciencias). A ello vino a

agregarse en el siglo diecinueve, entre otras funciones, lo que hoy resulta un quehacer bastante

común para las universidades: la investigación de nuevos conocimientos. Ambas labores, la

formativa y la investigativa, fueron y siguen siendo parte relevante de las tareas que en general

las universidades alemanas y, por qué no decirlo, las universidades del mundo, desarrollan

cotidianamente. En el caso singular de la historia alemana las funciones que las universidades

han cumplido en la sociedad podrían separarse en tres grandes etapas, previas a la II Guerra

Mundial. Un primer período, en el que las universidades estaban concentradas en la tarea de

formar profesionales en las áreas de derecho, medicina, teología y, tangencialmente, en las artes

y ciencias, período que abarcó desde el nacimiento de la primera universidad (Heildelberg, 1386)

hasta el surgimiento de la Universidad de Berlín en 1810. El período que comienza con la

fundación de esta última universidad destaca por tener universidades con la función de generar

sabios letrados, éticamente ejemplares, para servir al naciente Estado cultural.9 Esta fase, que

concentra gran parte de nuestros análisis, es seguido por uno que comienza a gestarse a mediados

del siglo diecinueve y que tiene su apogeo después de la I Guerra Mundial. En dicha fase las

universidades se concentrarán fuertemente en la investigación específica y en la transmisión de

habilidades prácticas. Los cambios sociales en Alemania, asociados a la industrialización, el

desarrollo de las ciencias naturales, la especialización, el pensamiento técnico y democrático,

entre otros factores, provocaron que los proyectos universitarios tuvieran que adaptarse a las

nuevas condiciones sociales y, de paso, traicionar los principios que los mandarines deseaban

para la universidad.

Sin embargo, difícilmente podrán comprenderse las transformaciones del saber y el

cambio de funciones de la universidad alemana si no fijamos antes nuestra mirada en la

9 “Estado cultural” es la noción utilizada para referirse al Estado naciente alemán, que pretendió unir por medio

de la cultura (lengua, espíritu, artes, etc.) a la dispersa nación alemana.

26

universidad idealista y en una comprensión acabada de los elementos que en ella estaban en

juego. ¿Cuál es el sentido de la universidad idealista? Esa es la pregunta que pareciera necesitar

una respuesta. Hemos vinculado también esta pregunta por el sentido de la universidad a la

pregunta por el sentido del saber: uno y otro, hemos dicho, estarían en estricta relación. Si

analizamos entonces el desarrollo del siglo diecinueve fijando nuestra mirada en la universidad y

el saber, quizás podríamos constatar no sólo que esta relación es efectivamente de mutua

dependencia, sino también que la universidad y el saber son conceptos comprensibles desde la

perspectiva del sentido y del sinsentido. Preguntémonos entonces: ¿qué significa hablar del

sentido de una institución y por qué resulta ser el sentido una clave hermenéutica efectiva para

vislumbrar las transformaciones en la misión de la universidad alemana? ¿Qué queremos decir

cuando hablamos del sentido de la universidad idealista?

2.1 Sentido y sinsentido

Carla Cordua en su libro Ideas y ocurrencias analiza los significados de la palabra “sentido” en el

lenguaje cotidiano destacando aquel significado que brota al confrontarlo con su antónimo, el

“sinsentido”. Tomando una postura clara, Carla Cordua argumenta —siguiendo a Nietzsche y a

Deleuze— que es preferible hablar del sentido no como algo que el ser humano necesita y, por

eso, busca, sino como algo que concebimos o nos representamos (Cordua, 2001, 16). Con ello

mienta la autora que las cualidades de “sentido” y de “sinsentido” no las usamos como

propiedades indelebles o permanentes de los entes, las situaciones o las cosas que crea o hace el

hombre, sino como una atribución o calificación que no obedece a una mirada esencialista de la

realidad. En el lenguaje cotidiano solemos decir que tienen sentido, en una acepción amplísima,

“las cosas humanas, los productos de nuestra actividad, los fines que ella persigue y, a veces,

logra, otras no. También de los instrumentos que forman parte de la acción decimos que tienen

sentido” (Cordua, 2001, 16). Incluso, argumenta Cordua, “una institución política lo posee

porque ha sido inventada para cumplir ciertas funciones que nos importan” (Cordua, 2001, 17). Y

luego continúa: “las palabras, las empresas, los útiles, los gestos, las convenciones sociales, la

medicina, los amores tienen sentido. Los podemos comprender, comentar, aprobar y desaprobar”

(Cordua, 2001, 17). Atribuimos entonces las palabras “sentido” y “sinsentido” a una gama amplia

de acciones o cosas relativas al hombre en general. Y lo que de hecho confirma ―así continúa su

27

argumentación― que no estamos ante un vocablo que evoque una esencialidad o cualidad

permanente de las cosas relativas al hombre es que el sentido que le atribuimos a estas cosas

puede tanto perderse como recuperarse después de perdido: “el sentido les pertenece o falta a las

cosas de otra manera desde que puede abandonarlas y retornar sin que ellas dejen de ser en todo

respecto lo que eran” (Cordua, 2001, 17). El sentido abandona o retorna a las cosas como una

atribución sobre las cosas, como un juicio sobre la importancia o insignificancia de lo analizado.

El ejemplo que usa la autora para argumentar se ajusta al tema que hemos estado discutiendo,

pues, como comenta Cordua: “una institución que tuvo un papel en el pasado remoto puede haber

perdido su antigua función y con ella, su sentido. Al punto que, aunque la institución persiste en

la existencia, ya nadie entiende por qué se encuentra aquí todavía. La pérdida del sentido no la

destruye pero la deja deshabitada, desalmada” (Cordua, 2001, 17).

El ejemplo viene al caso de nuestra tesis y generaliza una característica que podría afectar

a la mayoría de las instituciones. Efectivamente hablamos, de vez en cuando, del sentido o

sinsentido de tal o cual institución (de la universidad, por cierto, pero también de la escuela, de

los tribunales o de la democracia) y decimos, muchas veces, que tal sistema escolar o tal forma

de gobierno ya no tiene sentido. Sin embargo, el sentido que hoy tiene una institución también

puede cambiar hacia otro sentido sin por ello quedar desalmada y, por lo tanto, no perder el

sentido absolutamente hablando, como argumenta Cordua, sino ese sentido específico. Un

sentido inicial efectivamente cambiaría, pero ello no las dejaría desalmadas, sino compuestas de

una nueva alma, de un nuevo sentido. En el caso de instituciones como la universitaria, el sentido

podría analogarse a la función, los roles o las tareas que atribuimos a tales instituciones a través

del tiempo y al valor que le otorgamos a dichas funciones. Así, veremos que en la historia de la

universidad el sentido ha variado en relación a las tareas que el hombre le ha asignado en un

determinado momento, e invocar el sinsentido de la tarea universitaria invita más a una reflexión

sobre qué sentido queremos darle, que a una discusión sobre si tiene sentido o no absolutamente

hablando. Alguien, intentando contrargumentar esta idea, podría argüir que es posible imaginarse

que la institución universitaria pierda completamente su sentido, es decir, que deje de cumplir su

función general en la sociedad, que sea reemplazable en su misión de transmitir el saber superior

por otra institución o que simplemente ya no consideremos en absoluto como valioso su aporte a

la sociedad. Si alguien pudiese imaginarse estos u otros casos, podría hablarse entonces de una

pérdida absoluta del sentido de la institución universitaria. En ese caso, la universidad no nos

28

importaría. Pero también resulta difícil imaginarse, y el contrargumento pierde un tanto —no

completamente— su fortaleza, el que las universidades en general dejen de cumplir sus

funciones, que nazcan otras instituciones que hagan mejor su tarea o que, de un tiempo a esta

parte, ya no sea valorado aquello que realizan. Y es que hay un particular matiz de sentido que

envuelve a la universidad y que radica quizás en que esta institución es la manera en que

Occidente concretó su afán por perfeccionarse y desarrollar generaciones siempre mejores que

las anteriores. Dicho de otra manera, de la universidad difícilmente podrá predicarse el sinsentido

absoluto dada la importancia de su quehacer dentro del proceso educativo en Occidente. Lo que

queremos decir, por tanto, al hablar del sentido de la universidad es que existe un horizonte de

valores que hacen su tarea más o menos importante. Las distinciones que hemos trazado en un

comienzo sobre las aproximaciones históricas, sociológicas y filosóficas a nuestro tema pueden

aquí ayudarnos. Desde la historia, la aproximación al sentido de la universidad pasa a ser algo

meramente descriptivo: en tal o cual fecha la universidad cumplía tal o cual función en la

sociedad. Desde el punto de vista de la sociología, algo similar se podría decir. Desde la mirada

de la filosofía, sin embargo, la pregunta por el sentido de la universidad es, sobre todo, una

pregunta por el deber ser, una pregunta normativa. Lo que quiero decir con ello es que la

pregunta por el sentido de la universidad es más bien una invitación a pensar cuál debería ser el

valor específico de la tarea de universidad en relación a otro valor, más que una invitación a

pensar si tiene sentido o no absolutamente hablando. Por tanto, no es que hoy, por ejemplo, la

universidad que quiera capacitar profesionales carezca de sentido absolutamente, sino que el

sentido que se invoca para ella podría no acomodarse a los valores de algún grupo humano y, por

lo tanto, lo que queda es discutir cuál debería ser aquel valor a cumplir por la nueva institución o

los énfasis de valores que se quieran incorporar en el marco general de su misión.10

El sentido y

el sinsentido, en esta interpretación, estarían estrechamente ligados a nuestras estimaciones y

evaluaciones “en las que siempre es posible ya coincidir, ya disentir” (Cordua, 2001, 18) y,

agregaría yo, priorizar.

No obstante que el análisis realizado por Cordua se extiende a examinar el teatro del

absurdo y otras manifestaciones literarias que comienzan a darle forma a la palabra “sentido” y

“sinsentido”, lo anteriormente expuesto nos remite ya a una respuesta a la pregunta planteada:

10

Nótese que en el contexto universitario la nueva institución no deja de ser llamada “universidad” sino que la

novedad está en su nuevo sentido, que quizás toma los sentidos anteriores y suma otros, o desplaza las prioridades de

sentido.

29

¿qué queremos decir cuando hablamos del sentido o del sinsentido de la universidad alemana y

del saber? Queremos decir que podemos discutir el sentido del saber y de la institución

universitaria, es decir, la función que cumplía o debía cumplir aquella institución o aquel saber

en la sociedad alemana. Por otra parte, podemos analizar en qué consistía ese sentido, cómo se

fue desarrollando y, sobre todo, analizar si aquel sentido se conservó o se perdió en el transcurso

de los años que analizamos. Y aunque posteriormente ahondaremos en la respuesta a la segunda

pregunta, podemos adelantar desde ya que hablar del sentido de la universidad alemana y del

saber significa adentrarnos en las funciones, roles, misiones u objetivos que se les otorgaba en

ese entonces a ambos conceptos y en las transformaciones que esas funciones, roles, misiones u

objetivos sufrieron a lo largo de los siglos diecinueve y veinte. De allí que podamos decir con

justicia que el análisis del sentido de esta institución, fuertemente transformada por las

circunstancias sociales y culturales, constituye una clave interpretativa poderosa para mostrar

dichos cambios en la universidad y el saber en la Alemania de ese entonces.

2.2 La reforma universitaria

El momento en el cual comienza a gestarse el ambiente reformista de la Educación Superior en

Alemania viene encabezado por múltiples disputas entre académicos de las universidades y el

mandamás de la monarquía, el rey Federico Guillermo II (1786-1797). Los conflictos tenían que

ver, por una parte, con las constantes censuras a las libertades académicas que establecía el

gobierno en nombre de la ortodoxia protestante y, por otra, con el temor del rey a que ideas

controversiales vinieran a despertar un espíritu semejante al que se forjaba en la Francia

revolucionaria de aquel entonces. La disputa más popular la llevó en su cuerpo el propio Kant.

En octubre de 1794 Kant recibe un rescripto regio firmado por la misma mano del rey en que se

le conminaba a no seguir abusando de su filosofía “para deformar y profanar algunos principios

capitales de la Sagrada Escritura y el cristianismo” (Kant, 1999, 56), principalmente en referencia

a su libro La religión dentro de los límites de la mera razón y otros tratados más breves. La

censura recibe la obligada lealtad del filósofo quien, como veremos más adelante, publica, sólo

un año después de la muerte del rey, el escrito La contienda de las facultades de filosofía y

teología (1798) como una respuesta a esta restricción de pensamiento y a los temores de

30

subversión de la monarquía. Este mismo ambiente de censura y temores lo describe Ringer

diciendo que

[A] finales de la década de 1780 y la de 1790, la censura prusiana interfirió repetidas veces con las

libertades de pensamiento en un nivel demasiado inmediato, especialmente en nombre de la

ortodoxia protestante. Esto provocó una revuelta entre los intelectuales más influyentes que duró

hasta 1810. Con anterioridad a 1806 la mayor parte del estímulo provino de la Universidad de Jena,

que entonces se encontraba en el cenit de su gloria como centro de la nueva filosofía. A partir de

1806, la Prusia del período de la reforma estableció el escenario principal, y aparecieron en primer

plano los planes para establecer una nueva universidad en Berlín (Ringer, 1995, 36).

A estos dos aspectos debemos sumar la evidente decadencia que afectaba, según la crítica

de los mismos alemanes, a las instituciones universitarias. Según relata el historiador Daniel

Fallon, “era ampliamente aceptado en las universidades que el conocimiento era fijado dentro de

sistemas cerrados y que la única tarea de la universidad era transmitir lo que se sabía a los

estudiantes, usualmente leyendo en voz alta a partir de textos antiguos” (Fallon, 1980, 6).11

De

hecho, muchas veces las universidades fueron descritas como “medievales” (un término que no

dejaba de tener un matiz peyorativo), haciendo referencia al estancamiento de las universidades

en métodos de enseñanza enfocados en la transmisión de saberes por medio de libros,

excluyendo la mediación de la reflexión. Hay, en efecto, quienes creen que la universidad

idealista no es más que una actualización de los elementos esenciales de la universidad medieval

en un nuevo contexto histórico. Así, en La fundación de la universidad de Berlín: Humboldt

desafía a Napoleón Pedro Morandé defiende la tesis de que la Universidad de Berlín no

corresponde a la fundación de un nuevo tipo de institución, sino a la actualización de la memoria

histórica del concepto alemán de nación, tal como éste se formó en torno a la universidad durante

el Medioevo y la Reforma Luterana (cfr. Morandé, 1981). Pero resulta difícil mantener esta

posición, no sólo porque difícilmente podrían atribuirse a la universidad medieval las

características de la autonomía del pensar o de la libertad, propias de la Ilustración y del período

de principios del siglo diecinueve, sino también porque el contexto en el que nace la universidad

idealista responde a fundamentos, como el de la individualidad personal o el rechazo a concebir

un saber vinculado con la práctica, distintos a los que inspiraban a la universidad medieval.

11

La traducción es mía.

31

Ahora bien, más allá de esta discusión sobre el legado de la universidad medieval a la

universidad que surge de la reforma impulsada, entre otros, por Humboldt, 12

el hecho es que

para el período comprendido entre 1792 y 1818 más de la mitad de las universidades de la

Europa que hablaba alemán habían dejado de existir.13

La reforma se hacía necesaria, más aún en

momentos en que la misma integridad de la nación estaba, según la visión de los intelectuales de

aquella época, en manos de la educación.

La propuesta de Humboldt de una reforma completa al sistema educacional viene

antecedida, como hemos mencionado en el primer capítulo, por el llamado de parte de la

monarquía a generar proyectos para una nueva universidad en Berlín. No obstante los textos de

Schleiermacher, Fichte (quien fuera el primer rector de dicha universidad) y Steffens, entre otros,

hubieron de influenciar en la estructuración de esta nueva universidad, la llegada de Humboldt

como encargado de la nueva sección de Cultura e Instrucción Pública del Ministerio Interior fue

el factor determinante en esta nueva etapa de la instrucción pública alemana. Humboldt, en poco

más de un año, propició los fundamentos y los elementos concretos para reformular la enseñanza

escolar y superior, otorgando a las universidades un puesto central en la reforma. Haremos, en

adelante, mención reiterada al escrito de Humboldt en el que se propone esta reforma en

desmedro de los escritos de Schleiermacher, Fichte y Steffens, ya que es este pequeño escrito el

que más se acercaría a lo que efectivamente fue el proyecto de la nueva Universidad en Berlín y

en él se hallarían también las ideas que más influyeron, tanto en la formación de las nuevas

universidades alemanas como en la visión que los académicos del siglo diecinueve adoptarían

respecto a la universidad en general. A esta razón podemos agregar la enorme influencia de este

escrito —que sólo fue descubierto, como hemos mencionado, en 1898— en las discusiones

llevadas a cabo a principios del siglo veinte sobre la necesidad de una nueva reforma en

Alemania y también en las posteriores discusiones sobre el sentido de la universidad en otros

países del mundo.

12

Otro punto de vista que aporta a esta discusión es Turner, 1974, en donde se profundiza la visión que tenían

los académicos alemanes de ese entonces sobre el conocimiento. 13

El derrumbe de las universidades alemanas está detallado en Schlesky, 1963, 20-30.

32

a. El proyecto de Humboldt

La palabra “reforma” hace alusión, generalmente, a un proyecto o la consolidación de un

proyecto que tendría como resultado una transformación importante del status quo. Sin lugar a

dudas, el proyecto de Humboldt cumple con esas características. Basado en las reflexiones de

Schleiermacher, Fichte y, remotamente, en las ideas de Kant14

, el proyecto humboldtiano para la

Universidad de Berlín propone un nuevo sentido de la universidad en el marco general de

establecer un nuevo orden político y social, ligado a los valores de la Ilustración y del Idealismo.

Humboldt describiría esta nueva función en el primer párrafo de su memorandum con las

siguientes palabras:

el concepto de instituciones científicas superiores como cumbre en la que converge todo lo que

acontece inmediatamente para la cultura moral [moralische Cultur] de la nación, descansa en que

estas están destinadas a elaborar la ciencia [Wissenschaft] en el sentido más profundo y más

amplio de la palabra, y a suministrar a la formación espiritual y moral [der geistigen und sittlichen

Bildung] un material que, aunque no haya sido elaborado premeditadamente para que sea

apropiado para ésta, sí que resulta apropiado por sí mismo para su utilización en esta formación

(Humboldt, 2005, 283).15

El peso que pone Humboldt sobre la universidad como parte irrenunciable de su proyecto

nacional no es menor. Esta institución, según su visión, debía constituirse como la sede

intelectual y moral del nuevo proyecto que, por medio de la elaboración de la Wissenschaft,

formaría también a los nuevos intelectuales destinados a elevar la cultura moral de la nación.

Ahora bien, ¿por qué podría tildarse a este un proyecto reformista? La crítica que hace Kant en

medio del asedio de la monarquía a las universidades puede darnos una respuesta pues, de alguna

u otra manera, el proyecto de los berlineses del siglo diecinueve se sitúa o basa en algunas de sus

consideraciones. En efecto, las reflexiones de Kant sobre la autonomía universitaria y sobre el

sentido del saber nos sitúan ya en la controversia que intentará, en parte y quizás

14

Remotamente, decimos, porque a pesar de que Humboldt había leído a Kant, no se sabe si los escritos de este

último sobre la universidad alguna vez llegaron a manos de Humboldt. 15

He destacado en cursivas las palabras en alemán que, en adelante, serán relevantes en la discusión. He

preferido la traducción de Villa Pacheco por sobre la de Wenceslao (1956) por su fidelidad al texto alemán y por su

atención a todo el texto en su integridad, en contraste con párrafos omitidos deliberadamente por la traducción de

Wenceslao.

33

inconscientemente, resolver Humboldt al proyectar un nuevo sentido para la universidad. El

proyecto kantiano, elaborado en La contienda entre las facultades de filosofía y teología, pone

en relieve un conflicto estructural entre dos tipos de saber que Humboldt intentará resolver: el

conflicto entre un saber teórico y un saber práctico. Kant da cuenta de este conflicto a partir de

una crítica a la autoridad que el gobierno ejercía sobre la opinión pública de los docentes

universitarios. Distinguió, en su crítica, entre dos tipos de saber que debían enseñarse en la

universidad y, según el carácter teórico o práctico de estos, definió la validez de su sometimiento

a la autoridad del gobierno. Allí, según Kant, donde el saber tiene que ver con la verdad, no cabe

el principio de autoridad y sólo es válido el criterio de la libertad de la razón para buscarla. Allí,

por otro lado, donde el saber tiene que ver con la utilidad práctica, el principio de autoridad del

gobierno sobre el contenido de esos conocimientos es completamente válido. Con ello puede

entenderse la estructuración que propusiera Kant para las universidades, en la cual las facultades

superiores de medicina, teología y derecho (tradicionalmente ligadas a los intereses del gobierno

y que se mueven en el ámbito de los saberes con una finalidad práctica) deberían estar bajo la

tutela del Estado y la facultad inferior, la de filosofía (ligada a intereses teóricos y que se mueven

en el ámbito de los saberes desprovistos de toda finalidad práctica), no debería estar bajo la tutela

de autoridad alguna, sino sólo bajo la vigilancia de la razón de quienes pertenecían a ella.16

El

conflicto estructural se manifiesta entonces como una contienda entre las facultades de finalidad

práctica

y una facultad independiente de los mandatos del gobierno con respecto a sus doctrinas y [que

tiene] la libertad, no de dar orden alguna, pero sí de juzgar todo cuanto tenga que ver con los

intereses científicos (wissenschaftliche Interessen), es decir, con la verdad, terreno en que la razón

debe tener el derecho de expresarse públicamente, ya que sin ellos la verdad nunca llegaría a

manifestarse (en perjuicio del propio gobierno) (Kant, 1999, 4).

Lo que realiza Kant es, por lo tanto, una apología de la autonomía del saber teórico

respecto a los intereses ajenos a la verdad y una justificación de la necesidad de establecer un

16

Desde Kant en adelante, pero especialmente desde Humboldt, la Facultad de Filosofía considerará en su

interior a las disciplinas conocidas como las artes y las ciencias. Dentro de ellas estaban la gramática, la retórica, la

lógica, la aritmética, la música, la geometría y la astronomía, entre otras. Esta facultad era considerada “inferior”

porque era menos valorada dentro del conjunto de saberes universitarios. Las disciplinas superiores habían adquirido

importancia, según relata Kant, porque el gobierno le interesaba “por encima de todo aquello que procura un fuerte y

duradero influjo sobre el pueblo, y de esta índole son las materias de las Facultades superiores (Kant, 1999, 3)

34

tipo de facultad que tenga en la universidad a la verdad como condición primera y esencial del

saber. Kant no rompe entonces con la clásica función de la universidad alemana de formar

profesionales liberales (médicos, magistrados o clérigos) pero otorga, en el seno de la

universidad, una justificación para la autonomía del saber teórico respecto a intereses ajenos a la

verdad. Por otra parte, el proyecto ilustrado de Kant, que pone al sapere aude como guía para

esta nueva facultad, reestructura la visión que hasta ese entonces imperaba sobre las

universidades, dándole a los saberes teóricos que estaban amparados bajo la facultad de filosofía

un valor superior a los saberes con finalidad práctica por el sólo hecho de moverse ellos en el

espacio de la libertad de la razón y no de la autoridad. La universidad kantiana así concebida

vendría a promover la formación de dos tipos de hombres: los profesionales y los sabios. Unos

relacionados con los saberes prácticos, que hoy llamaríamos disciplinas profesionales, y los otros

relacionados con los saberes teóricos y vinculados a lo que hoy llamaríamos las ciencias

humanistas, matemáticas y naturales. El proyecto de Kant, que ha quedado bastante relegado en

la tradición como punto de referencia, aporta un punto central a la reflexión universitaria que

seguirá estando presente hasta el día de hoy y que podríamos resumir en la discusión sobre la

autonomía del saber bajo el proyecto de la liberación ilustrada del hombre (autonomía del

pensar) y la inversión de la valoración teórica por sobre la práctica, que se manifiesta en el lugar

que pasaría a ocupar la facultad de filosofía en la universidad por sobre la de teología.

Humboldt intenta un nuevo proyecto de universidad que, a pesar de arrastrar y hacer

suyas algunas de las reflexiones kantianas que hemos mencionado (al referirse, por ejemplo, a

las libertades académicas, a la autonomía respecto del Estado o a la primacía del saber

teórico) puede interpretarse como un notorio intento de superación o de reforma de aquel

modelo que Kant había otorgado a las universidades. Como ya lo hemos mencionado, el

proyecto de Humboldt tendrá como principal sustento una nueva visión del saber, superadora

de la visión dualista entre saber teórico y saber práctico. En su afán por generar un proyecto

político nacional, Humboldt propondrá un saber filosóficamente comprendido que será capaz

de formar intelectual y moralmente al individuo, es decir, de transformar la praxis por medio

de la teoría. En dicho afán, propondrá al saber puro o libre (reine Wissenschaft) como aquella

condición necesaria para lograr semejante formación, y levantará la bandera del progreso

científico como aquel motor que impulsará dicha tarea en las universidades. Helmut Schelsky

35

refuerza este propósito de Humboldt poniendo el acento en la formación moral del individuo

como el principal objetivo de su pensamiento:

[P]ara los idealistas, y también para Humboldt, lograr la moralidad de los hombres es la

principal finalidad de la educación (Erziehung) y de la formación (Bildung). No sólo en la

escuela, sino también en la universidad, el hombre debería llenarse de motivaciones morales

que después pueda acarrear toda su vida y pueda guiar sus acciones, es decir, como un proceso

que debería representar el perfeccionamiento autónomo de su vida humana (Schelsky, 1963,

79).17

Entender el proyecto humboldtiano implica, por lo tanto, comprender cómo es concebido

el saber y cómo este puede lograr tal transformación a partir de la teoría, pues, como el mismo

Humboldt lo escribe, “la esencia de estas instituciones científicas consiste internamente en

conectar la ciencia objetiva [objetiven Wissenschaft] con la formación subjetiva [subjetiven

Bildung]” (Humboldt, 2005, 283) y es, precisamente, en esos dos conceptos donde reside la clave

para comprender el nuevo sentido que se le otorga a la universidad.

Comencemos por entender qué quería decir Humboldt y sus contemporáneos con la

palabra “Bildung”, que en el texto anteriormente citado es traducida como “formación”.

Describir detalladamente el concepto de Bildung y sus transformaciones en el tiempo resultaría,

empero, algo difícil y entorpecedor. Bastará que mencionemos algunos de los elementos más

importantes que caracterizaban, por aquel entonces, a este concepto ilustrado y ver cómo ellos

impregnaban este nuevo proyecto universitario. El significado de la palabra “Bildung”, según el

connotado historiador conceptual Reinhart Koselleck, podría ser descrito como “un particular,

autoinducido, patrón de comportamiento y forma de conocimiento que depende de

precondiciones económicas y condiciones políticas para su florecimiento” (Koselleck, 2002,

174). Ignacio Mazzola comenta, en un lúcido texto explicativo de esta descripción que hace

Koselleck de la Bildung, que este concepto-guía de la modernidad implica un concepto ligado a

lo educacional en el sentido de una “autoformación, autodesarrollo o autoeducación” (Mazzola,

2008, 94). “Bildung”, a diferencia de la palabra “Erziehung” (educación), es un concepto que

invita a una autoexigencia autónoma de transformación del individuo, una demanda interna,

mientras que la educación vendría a ser una oferta externa al individuo. Al hablar de la Bildung 17

La traducción es mía.

36

nos referiremos entonces a un ideal de autoformación y de enseñanza que apunta a la reflexión y

la autoeducación por medio del saber. Este aspecto formativo-educacional lo llamaremos el

carácter autoeducativo o autoformativo de la Bildung. A esta particular característica se agrega

otra, de suma importancia, que enfatiza su carácter transformador de la praxis y que está de

alguna manera ligado al concepto de “Zivilisation” (civilización). La Bildung comparte, según

Mazzola, con ese concepto de civilización “el aspecto «agentivo», una común referencia a la

praxis” (Mazzola, 2008, 94) que liga la autoeducación a un proceso de transformación práctica,

en el ámbito del obrar, bastante cercano a la formación ética y un tanto alejado del ámbito de la

mera transmisión de conocimientos. Por último, no podemos dejar de lado el aspecto cultural

asociado a la Bildung, que, según Mazzola, hace referencia “a la suma de las actividades de una

comunidad y sus producciones, intelectuales y materiales” (Mazzola, 2008, 94). A este aspecto

lo llamaremos el carácter socio-cultural de la Bildung. Los tres aspectos, ligados al proyecto de

la Ilustración (el autoeducativo, el transformador de la práctica ética y el socio-cultural),

engloban, en el uso cotidiano del lenguaje de aquella época, el significado de un concepto que,

en ese entonces, tanto Humboldt como sus contemporáneos usaban para referirse al proceso de

desarrollo intelectual y moral que permitía al individuo determinarse autónomamente y

transformar activamente el contexto en el que se situaba. Era, al mismo tiempo, un patrón de

comportamiento que se esperaba, como cualidad, de los hombres y mujeres ya formados

(gebildete Menschen). La formación, que es como traduciremos en adelante la palabra

“Bildung”, se entendía entonces como una cualidad intelectual y moral, que por medio de la

autoeducación contemplaba también la transformación de la práctica en la sociedad. Como

comenta Schnädelbach, “para Humboldt el cultivo de la inteligencia supuso una forma de

moralización de los seres humanos; esperaba que el hecho de adquirir el hábito de la reflexión

filosófica en pos de la verdad, se tradujera en un obrar con mayor corrección” (Schnädelbach,

1991, 40). En el contexto del idealismo y de la Ilustración no parecía entonces una locura el

asignarle a la universidad la misión de formar intelectual y moralmente a los que allí asistieran

por medio de la elaboración de un saber (Wissenschaft) específicamente determinado hacia esos

objetivos. Los establecimientos científicos superiores, en especial las universidades, debían ser,

en palabras de Humboldt, la “cumbre en la que converge todo lo que acontece inmediatamente

para la cultura moral de la nación” (Humboldt, 2005, 283), misión que sería cumplida por medio

de la conexión entre la formación (Bildung) y el saber (Wissenschaft): “[É]stas [las instituciones

37

científicas superiores] están destinadas a elaborar la ciencia [Wissenschaft] en el sentido más

profundo y más amplio de la palabra, y a suministrar a la formación espiritual y moral [geistigen

und sittlichen Bildung] un material que, aunque no haya sido elaborado premeditadamente para

que sea apropiado para ésta, sí que resulta apropiado por sí mismo para su utilización en esta

formación” (Humboldt, 2005, 283).

Pero la universidad que Humboldt está pensando no es un ente abstracto que por arte de

magia habría de hacer progresar al género humano. Humboldt cree, por el contrario, que serán

los sabios que allí se formen los que generarán ese cambio y son ellos los que en definitiva serán

los referentes de este nuevo cambio cultural. De allí que la formación o la Bildung sea

fundamental para el proyecto. Sólo es posible pensar que la universidad cumpla la función de

cambiar la cultura moral de la nación en la medida en que se idee una institución que forme

personas que sean capaces de adquirir cualidades o caracteres que eleven el status de decadencia

moral. Y ello sólo se podría lograr, diría Humboldt, en la medida en que se entregue y busque un

saber que pueda lograr este cometido formativo, cumpliendo con las características básicas que

hemos expuesto. Visto así, no podríamos llegar a entender el lugar que ocupa la universidad en el

proyecto de Humboldt si no entendemos antes cuál es el papel que juega el saber, la

Wissenschaft, en todo esto. Pues, como bien lo dijo el mismo Humboldt, “estas instituciones sólo

pueden alcanzar su fin si cada una de ellas sitúa ante sí, en la medida en que le sea posible, la

idea pura de ciencia” (Humboldt, 2005, 283). ¿Cómo tenemos que entender ese saber puro, que

es condición para que la universidad pueda alcanzar tan noble tarea? ¿Qué hace que este saber

pueda formar tales hombres? O, dicho en otras palabras: ¿cómo es que se da esta Bildung del

estudiante por medio de la Wissenschaft? ¿Cuál es el elemento que une el saber con la formación

subjetiva?

b. Bildung, Wissenschaft y Philosophie

En un connotado libro llamado Soledad y libertad, de Helmut Schelsky, donde se ensaya una

nueva interpretación de la idea humboldtiana de la universidad a partir de los principios de la

soledad y la libertad, se resume en una pequeña frase lo que sería para nosotros el punto crucial

de la reforma de Humboldt: “la formación por medio de la ciencia comprendida como filosofía”

(Bildung durch Wissenschaft als Philosophie) (Schelsky, 1963, 82). Hemos avanzado en el

38

apartado anterior una conceptualización general de la Bildung como patrón de comportamiento y

forma de conocimiento y también hemos mencionado el lugar que este concepto, el de

formación, ocuparía en la propuesta de Humboldt. ¿Cómo lograr, entonces, esta formación

―ambiciosa por lo demás― de hombres auto-cultivados moral e intelectualmente? ¿Cómo

entendían Humboldt y sus contemporáneos este saber que, supuestamente, lograría dicha

formación? La respuesta que Schleiermacher ofreció en su tiempo a la pregunta por la esencia de

la universidad es la que quizás más se acerca a lo que estaba pensando Humboldt al hablar del

saber en general:

[S]e supone que cada miembro de una academia está de acuerdo consigo mismo y con los demás

acerca de los principios filosóficos de su ciencia, que cada uno encara su materia con espíritu

filosófico y que este espíritu, en todos semejante a sí mismo, al unirse con el talento propio de

cada uno, convierte a cada individuo en un verdadero miembro de la asociación. (...) Aquí se

encuentra la esencia de la universidad. A ella le corresponde esta producción y esta educación, y

de este modo constituye el punto de transición entre la época en la cual la juventud es preparada

para la ciencia mediante una base de conocimientos, mediante un verdadero aprendizaje, y la

época en la cual el hombre, ya en toda la fuerza y plenitud de su vida científica, investigando por

sí mismo, amplía o construye más hermosamente el campo del conocimiento. La universidad tiene

que ver, por tanto, con un proceso, con la vigilancia de sus primeros desarrollos (Schleiermacher,

1959, 134).

La cita es elocuente en dos sentidos distintos. Remarca, en primer lugar, lo esencial que

resulta la investigación en el proceso de formación, aspecto que retomaremos un tanto más

adelante cuando recalquemos lo novedoso que resulta el proyecto de Humboldt. El segundo

aspecto que nos gustaría resaltar, aspecto esencial al idealismo de los contemporáneos de

Humboldt, es el espíritu filosófico que aparece mencionado en el texto. Schleiermacher considera

la universidad, al igual que Humboldt, como una etapa intermedia entre la escuela y la

Academia. El espíritu filosófico debería ser preparado en la escuela, despertado y cuidado en la

universidad para luego, en una etapa posterior, ser profundizado y desarrollado plenamente en la

Academia como un espíritu que busca abierta y libremente el saber, sin restricciones. Este

espíritu filosófico, tan nombrado en los escritos universitarios, aparece, en general, unido a una

capacidad de comprender el mundo circundante y también unido al conocimiento como una

39

totalidad (cfr. Schleiermacher, 1959, 131; Fichte, 1959, 38). Aparece, también, regularmente

mencionado como un espíritu que conlleva la autonomía reflexiva o crítica que impulsa al

individuo a la búsqueda individual del saber, en contraste con los espíritus que sólo acumulan

conocimientos ya descubiertos y anquilosados (cfr. Fichte, 1959, 76; Schleiermacher, 1959,

127). Por último, puede aparecer también vinculado a la formación ética y práctica del individuo

y a aquello que tiene que animar a todo estudiante que quiera emprender un conocimiento total y

unitario del saber (cfr. Fichte, 1959, 20; Humboldt, 2005, 285). No parecen haber diferencias, en

general, entre este espíritu filosófico y el espíritu científico que se intenta inculcar en la

formación universitaria y, si nos adelantamos un poco, tampoco habría problemas en asimilar

este espíritu filosófico con el saber general que en dicha universidad debía enseñarse. El

problema, para nosotros los contemporáneos, es que nos resulta difícil no concebir a la filosofía

como una disciplina más entre otras. En cambio, si tomamos en cuenta aquel espíritu filosófico

como aquello que debería ser enseñado en la universidad, no deberíamos tener problemas en

comprender que el saber no era para ellos otra cosa que la filosofía. O, como diría Schelsky,

[e]l saber que surge del movimiento puro del pensamiento meditativo del individuo y la reflexión

crítica es, por sí sola, la filosofía, y los pensadores de este ideal formativo del saber explican a las

otras disciplinas, con áridas palabras, que el carácter científico de sus disciplinas comienza donde

en ellas comienza la filosofía o, mejor dicho, desde el momento en que ellas brotan de la filosofía

(Schelsky, 1967, 83).18

Podríamos decir que, tanto en Schleiermacher como en Humboldt y Fichte, el saber o la

Wissenschaft no eran otra cosa que la filosofía y que el espíritu filosófico esperado en los

estudiantes no era otra cosa que el espíritu científico o wissenschaftlich. Esta confianza en la

filosofía, como un saber fundante que comprende en sí al resto de los saberes, y la confianza en

este espíritu filosófico como un espíritu científico, también podemos verlas manifestadas en el

pensamiento de Fichte, cuando menciona que

aquello que abarca científicamente la total actividad intelectual y por consiguiente también

todas las manifestaciones especiales y más extensas de la misma, es la filosofía (...). El espíritu

18

La traducción es mía.

40

de la filosofía sería aquel que se entendería primero a sí mismo y después en sí mismo a los

otros; el artista en una ciencia especial tendría que llegar a ser ante todo un artista filosófico, y

su arte especial sería solamente una determinación más amplia y una aplicación particular de su

arte filosófico general (Fichte, 1959, 38).

La confianza en este saber filosófico como un saber capaz de formar al individuo, tanto

en su carácter y actuar como en su desarrollo crítico e individual, reside en la creencia de que el

estudio del saber, especialmente del saber que concierne al ámbito de las artes y las ciencias,

provocará en el individuo un aprendizaje práctico de aquellos conocimientos que adquiere,

provocando así, en su carácter y personalidad, el efecto de imbricarse con lo conocido. Así es

como —en palabras de Ringer— los mandarines alemanes de ese entonces:

expresaron su interés por el impacto moral del saber, por su efecto sobre la totalidad de la persona.

Ya fuera a través de las metáforas platónicas o del lenguaje del idealismo, describieron

invariablemente el acto de saber como una completa implicación personal del conocedor con lo

conocido. En este sentido fue muy útil el concepto de empatía pues cabía pensar que implicaba un

vínculo algo más que conceptual entre el estudiante de las disciplinas humanistas y sus fuentes

(Ringer, 1995, 111).

Ahora bien, esta relación del saber con la transformación de la personalidad a la que se

refiere Ringer no sólo habría actuado en la formación de un carácter determinado o en ciertos

aspectos valóricos o éticos del estudiante, sino también en su carácter social o ciudadano. En

efecto, la apuesta de Humboldt por una Bildung con las características que hemos mencionado

apunta, sobre todo, a dotar a la universidad de la posibilidad de poder formar sabios que se auto-

comprendan y se involucren en la formación de un nuevo orden social. Humboldt propone que

las universidades tengan como misión el formar académicos que puedan guiar la nueva sociedad,

y el Estado alemán se asegurará que sus universidades puedan contribuir en ese sentido

otorgándoles financiamiento y no interfiriendo en sus asuntos. De allí que Humboldt proponga

la Wissenschaft, a este saber filosóficamente comprendido que transforma el carácter y la acción

del individuo por medio de la reflexión y el conocimiento de ciertos saberes, como aquello que

debe ser investigado y estudiado incesantemente en la universidad y, por ende, desplegado en la

interioridad de cada uno de los que allí concurren. En efecto,

41

en cuanto se cesa de buscar propiamente la ciencia, o en cuanto se imagina uno que ésta no precisa

ser extraída de lo profundo del espíritu sino que puede ser alineada, acumulando extensivamente,

entonces ya está todo irremediablemente perdido para siempre; perdido para la ciencia que, si esto

continúa por mucho tiempo, desaparece hasta el punto de abandonar al lenguaje tras de sí como si

fuera una cáscara vacía, y perdido para el Estado. Pues sólo la ciencia, que surge de lo interno y en

lo interno puede arraigar, transforma también el carácter, y al Estado, al igual que a la humanidad,

no le va tanto en el saber y el hablar como en el carácter y el actuar (Humboldt, 2005, 285).

De la cita se desprende el interés que tendría el Estado en la formación de hombres

íntegros salidos de las universidades. La cita también refuerza la tesis de que Humboldt

comulgaba con los principios idealistas que defendían la necesidad de un saber que se

involucrara con el individuo y que sacara lo mejor de él. Como diría uno de los primeros

comentaristas de Humboldt, Eduard Spranger, “la ocupación con ideas wissenschaftlich [sic] en

el sentido de Kant, Fichte, Schelling y Hegel, apareció como el camino hacia la perfección de la

personalidad, y la personalidad humanista, plena y ricamente desplegada, también pareció la

mejor garantía de una ciudadanía libre, consciente e intelectualmente alerta” (Ringer, 1995, 111).

El proyecto humboldtiano para la Universidad de Berlín se presenta, por ende, como un lugar

donde se conecta el saber con la formación, “la ciencia objetiva (objetiven Wissenschaft) con la

formación subjetiva (subjetiven Bildung)” (Humboldt, 2005, 283), en miras a generar hombres

intelectual y moralmente respetables (los sabios) y, al mismo tiempo, colaborar en la ampliación

de los conocimientos para la humanidad por medio de la investigación.

Nos encontramos aquí con una diferencia notable del proyecto humboldtiano con el

proyecto de kantiano, pues mientras uno intentó dar a la universidad dos funciones diferentes (la

formación de profesionales y la formación de sabios), amparado en dos visiones distintas del

saber (práctico y teórico), el otro enarboló como bandera de reforma una universidad que sólo

formaría sabios investigadores, dejando de lado la formación profesional.19

Propuso, asimismo,

19

El escrito de Humbold efectivamente carece de referencias a las carreras profesionales y realza positivamente

el rol del saber (Wissenschaft) para lograr la Bildung. Por otra parte, las contrataciones de los primeros académicos

muestra un decidido intento por nombrar académicos que pudiesen lograr este acometido en la Facultad: 3 de

teología, 3 en leyes, 6 en medicina y 12 en las artes y ciencias. Todos ellos serían parte de esta gran Facultad inicial.

Se cuenta, además, que la inscripción que intaló Humboldt en el portal de la Universidad de Berlín, Universitati

litterariae, la inscribió en plural para remarcar que la nueva universidad era una unión de la academia, la universidad

y los institutos de investigación y enseñanza (cfr.Fallon, 1980, 20).

42

la comprensión del saber como una totalidad que suponía la interconexión y unidad de todos los

saberes, al mismo tiempo que se alejaba de una comprensión del saber que involucrara a los

conocimientos práctico-profesionales como parte de ella. El saber o la Wissenschaft era, para

Humboldt, un conjunto de conocimientos del ámbito teórico-filosófico que nada tenía que ver

con aquellos conocimientos técnicos o aplicables y que de alguna manera estaban unidos todos

entre sí, conectados intrínsecamente:

“La ciencia” se identificaba con una ciencia filosófica fundamental, una theoria referida a “la

esencia inmutable de las cosas”, que apuntaba a algo más allá del ámbito cambiante de los avatares

humanos, persiguiendo la comprensión del cosmos en su conjunto, y que, siguiendo en este sentido

la tradición de la gran filosofía, pretendía captar la “conexión ideal” en los hechos comprendidos.

Por esta razón se le concedía a la ciencia “especulativa”, a la theoría, un carácter totalizante y

unificante, estructurado de manera enciclopédica. Era esta la ciencia que se enseñaba mientras se

investigaba y de la cual resultaba la formación (Mazzola, 2008, 84).

A pesar de que Mazzola no profundiza en el carácter moralizante de la Wissenschaft, recalca

aquel aspecto totalizante y absoluto del saber. No queda claro aún, empero, el por qué Humboldt no

nombra en su escrito los conocimientos técnicos, propios de las disciplinas profesionales, como

parte del saber enseñable en la universidad y reivindica, por el contrario, tan fehacientemente la

necesidad de concebir el saber como algo puro, alejado de toda finalidad práctica. Como diría

Ringer:

[I]nspiradas [las universidades] por la filosofía idealista alemana y entregadas a una búsqueda

faustiana de la verdad <pura>, se hallaban cuidadosamente protegidas contra las exigencias

prematuras de ofrecer resultados prácticos. Como <fortalezas del grial>, estaban destinadas a tener

una influencia espiritualmente ennoblecedora, antes que estrechamente utilitaria, sobre las

disciplinas del saber y sobre el conjunto de la nación (Ringer, 1969, 111).

La razón de este desprecio por los conocimientos prácticos podría encontrarse, por una

parte, en la pureza del saber como una condición para acceder a ese conocimiento filosófico y

total, ya que al momento de ser aprendido en toda su pureza se aseguraría también de que este

sea comprendido en su totalidad filosófica-teórica, alejado de toda influencia práctica. De allí

que Humboldt manifieste en su escrito que “el punto de vista principal lo constituye sólo la

43

ciencia. Pues si ésta se mantiene pura, es aprehendida correctamente por sí misma y en su

totalidad” (Humboldt, 2005, 283). La pureza habilitaría entonces al estudiante a aprender la

ciencia en su totalidad filosófica, mientras que los saberes mezclados con finalidades prácticas

impedirían al estudiante captar esa totalidad y espíritu filosófico que caracterizaban al saber.

“Creían —dirá Ringer— que la enseñanza debía ser <pura> o <libre>, en el sentido de que sus

preocupaciones no deberían estar dictadas por consideraciones utilitarias.” (Ringer, 1969, 117).

Pureza y totalidad, ambas fuertemente influenciadas por la filosofía idealista, serían dos

características fundamentales de este saber universitario que lo protegería de los intereses ajenos

a la teoría. Pero también podría argumentarse que Humboldt, siguiendo a Kant, reivindicó la

necesidad de alejar los influjos externos y prácticos porque desviarían la atención de la búsqueda

desinteresada de la Wissenschaft. La búsqueda desinteresada del saber por el saber sería entonces

un motivo para sacar las carreras profesionales como parte de la formación universitaria. Sin

embargo, Humboldt era consciente de que esta no era una búsqueda del saber por el saber, sino

una búsqueda del saber que tendría como consecuencia deseada la Bildung y, por qué no, la

liberación de los individuos que a él se entregaran. De esta manera, lo que empezamos a ver es

un proyecto que busca darle un nuevo sentido al saber teórico al unirlo con las transformaciones

en el ámbito del obrar práctico-formativo, alejándose al mismo tiempo de toda la angustiosa

influencia que los saberes profesionales podrían ejercer en los universitarios. A ello, de hecho,

apunta la radical implementación que propone Humboldt para los modelos universitarios,

desechando la idea de que éstos generen profesionales como parte de su misión principal y

anteponiendo, como principio fundamental y único del quehacer universitario, la búsqueda de la

Wissenschaft: “todo descansa en alcanzar el principio de considerar la ciencia como algo todavía

no encontrado en su totalidad y como algo que nunca podrá ser descubierto por completo, y en

buscarla incesantemente como tal” (Humboldt, 2005, 285).

Hemos dicho que el proyecto de Humboldt tendría como principal sustento una nueva

visión del saber, superadora de la visión dualista kantiana entre saber teórico y saber práctico.

Humboldt, como hemos explicado, deja fuera de la enseñanza universitaria los saberes

profesionales e incluso a los saberes específicos de las distintas disciplinas en vistas de potenciar

la labor formativa general que sólo el saber filosóficamente concebido podía lograr.20

La

20

Schleiermacher y Fichte son más precisos en decir que los saberes profesionales o de carácter específico

deberían aprenderse después de la formación inicial en filosofía, base del quehacer universitario. Schleiermacher así

44

superación de este dualismo tiene que ver, entonces, con derrotar la visión kantiana de un saber

que se busca por sí mismo y que no tiene ninguna relación con la práctica. No es posible

establecer una intencionalidad consciente de superación del proyecto de Kant en Humboldt, pero

sí un afán por establecer a la Bildung como aquel elemento al cual apuntaría la función práctica

del saber teórico. Y esa formación sólo es posible, diría Humboldt, si se concibe al saber, a la

Wissenschaft, como un saber filosóficamente comprendido capaz de transformar ética e

intelectualmente al individuo y de guiarlo hacia la propia formación. Así visto, “la praxis con la

que esta “ciencia” estaba relacionada intrínsecamente era el tipo de praxis de que se ocupa la

reflexión ética o “filosofía práctica” de Aristóteles.” (Mazzola, 2008, 85). La pureza teórica,

siguiendo a Mazzola, de esta ciencia no la distanciaría de la vida práctica sino que, al contrario,

la interpelaría hacia la vida práctica toda vez que el saber filosóficamente comprendido

transformaría ética y socialmente al individuo que asistiera a la universidad:

[T]eoría y praxis no estaban entonces, de ninguna manera, separadas, sino que su relación

intrínseca se realizaba precisamente por mediación de la Bildung, y ésta en la universidad. La

Bildung de un ser humano era concebida entonces como el proceso en el cual, mediante el

aprendizaje y el desarrollo cooperativo de la theoría, esa persona se hacía capaz de una praxis

total específica, ética; la theoría en el proceso de la Bildung resultaba en una “actitud vital” del

ser humano que aspiraba a plasmarse en el mundo social y cooperativo de la comunidad”

(Mazzola, 2008, 85)

Esto no significaba que el saber fuera condicionado por la práctica ni que su enseñanza

estuviera sometida a los intereses del Estado o del mundo privado. Significaba, por el contrario,

que el saber teórico era un saber que repercutía directamente (por su carácter filosófico) en el

carácter y la acción de quienes lo aprendieran (praxis). De hecho, Humboldt propuso que, para

no desviarse de este espíritu filosófico que transformaría la personalidad, se siguieran los

siguientes tres principios:

[P]ara evitar para siempre este extravío sólo hace falta mantener viva y en pie una triple

aspiración del espíritu:

lo da a entender cuando menciona que “en la universidad se reconoce, en general, la enseñanza filosófica como

fundamento de todo lo que allí se realiza” (Schleiermacher, 1959, 137).

45

• en primer lugar, derivar todo de un principio originario (mediante lo cual, por

ejemplo, las explicaciones acerca de la naturaleza se elevan de lo mecánico a lo

dinámico, a lo orgánico y finalmente a lo psíquico en su sentido más amplio);

• más allá de esto, conformar todo a un ideal;

• finalmente conectar aquel principio y este ideal en una idea (Humboldt, 2005, 285).

Quien ha ofrecido quizás la interpretación más amable de esta cita que se refiere a la

conexión íntima entre el saber y la práxis es Jean-Francois Lyotard. En La condición

postmoderna. Informe sobre el saber declara Lyotard que Humboldt se encuentra frente a un

conflicto mayor: “el conflicto entre un juego de lenguaje hecho de denotaciones que sólo se

refieren al criterio de la verdad, y un juego de lenguaje que dirige la práctica ética, social,

política, y que comporta necesariamente decisiones y obligaciones, es decir, enunciados de los

que no se espera que sean verdaderos, sino justos, y que no dependen más que en último análisis

del saber científico.” (Lyotard, 1991, 28). Como hemos visto anteriormente, el criterio de verdad

era, en Kant, lo que legitimaba los saberes en el ámbito teórico, y la autoridad del gobierno, que

buscaba el bien común, lo que legitimaba los saberes que estaban relacionados con la vida

práctica. La unificación de esos dos tipos de lenguaje era, por lo tanto, lo que Humboldt

necesitaba para poder conseguir la Bildung de los sujetos que pasaran por la universidad. Y es

allí, en esa cita, en donde, según Lyotard,

Humboldt invoca, pues, un Espíritu que Fichte llamaba también la vida, provisto de una triple

aspiración o, mejor, de una aspiración triplemente unitaria: «la de derivarlo todo de un principio

original», a la que responde la actividad científica; «la de referirlo todo a un ideal», que gobierna la

práctica ética; «la de reunir ese principio y este ideal en una única Idea», que asegura que la

búsqueda de causas verdaderas en la ciencia no puede dejar de coincidir con la persecución de fines

justos en la vida moral y política. El sujeto legítimo se constituye a partir de esta última síntesis

(Lyotard, 1991, 29).

La función que tendrían que cumplir las universidades, por lo tanto, sería la de

“exponer el conjunto de conocimientos y hacer que aparezcan los principios al mismo tiempo

que los fundamentos de todo saber” (Lyotard, 1991, 29). ¿Y cuál es la justificación última de este

nuevo saber teórico-práctico propuesto por los idealistas? El mismo espíritu filosófico que

46

engloba a los distintos saberes y que los encubre como momentos o puntos conectados en la gran

totalidad del conocimiento. Un saber, por lo tanto, será justificadamente un saber, en tanto sea

parte de esta totalidad y esté alejado de una finalidad práctica-profesional. Eso es lo que Lyotard

llamará la justificación metanarrativa racional del saber que atribuye, en especial, al gran relato

del idealismo como justificador último de este proyecto universitario.21

Así pues se entiende que, según Humboldt, la esencia de los establecimientos científicos

superiores y, en especial, la esencia de la universidad consista “internamente en conectar la

ciencia objetiva [objektiven Wissenschaft] con la formación subjetiva [subjektiven Bildung],

externamente en conectar la enseñanza que ya ha se ha completado en la escuela, con el estudio

que el estudiante comienza a guiar por sí mismo, o más bien consiste su esencia en efectuar el

tránsito de lo uno a lo otro” (Humboldt, 2005, 283). Humboldt sitúa a la universidad en un

tránsito institucional exterior hacia la autonomía personal del individuo en su educación e,

interiormente, la sitúa como el lugar en donde se debería conectar el saber (Wissenschaft) con la

formación moral e intelectual (Bildung). El nuevo sentido que Humboldt quería imprimirle a las

universidades estaría completamente ligado a una nueva comprensión del saber, justificado

especialmente en el metarrelato del idealismo, y en la convicción de que ese saber

permanentemente buscado provocaría, finalmente, la Bildung de los individuos e,

indirectamente, la elevación de la cultura moral de la nación. Spranger lo dirá en resumidas

palabras:

la universidad es, según su propia idea, la organización de la universalidad de la ciencia: cada

parte está unida dentro de ella por medio de su posición y unión con el todo. Esta ciencia no es

algo acabado, sino que es algo en constante devenir, nunca del todo descubierto. Se produce sólo

por medio de la actividad interna que presupone la plena libertad de la creación intelectual: “Pues

sólo la ciencia, que brota de lo interno y se puede plantar en lo interior, transforma también el

carácter”. Humboldt creyó que esta amplia vida de la ciencia sólo se podría lograr por medio de la

21

Lyotard dirá que “la especulación es el nombre que aquí lleva el discurso sobre la legitimación del saber

científico. Las escuelas son funcionales; la universidad es especulativa, es decir, filosófica. Esta filosofía debe

restituir la unidad de los conocimientos dispersos en ciencias particulares en los laboratorios y en las enseñanzas pre-

universitarias; sólo lo puede hacer en un juego de lenguaje que los enlaza unos a otros como momentos en el devenir

del espíritu y, por tanto, en una narración o más bien en una metanarración racional. La Enciclopedia de Hegel

(1817-27) tratará de satisfacer ese proyecto de totalización, ya presente en Fichte y en Schelling como idea del

Sistema” (Lyotard, 1991, 29).

47

conexión orgánica entre la universidad, la academia y los otros institutos científicos (Spranger,

1910, XL).

Lo interesante de esta nueva visión que se proyecta sobre la universidad alemana, que

integra dentro del quehacer universitario, es decir, del quehacer de los docentes y de los

estudiantes, a la investigación como un elemento fundamental no es tanto el que esta sea parte

del complejo universitario, sino especialmente el que la misión de ampliar el conocimiento sea

parte de la función social emancipadora y forjadora de un nuevo orden social que Humboldt

imprimirá a la universidad. Por aquel entonces las academias alemanas sólo cumplían una

función investigativa y eran las únicas encargadas de ampliar el conocimiento.22

Las

universidades, por su parte, se limitaban, en general, a la enseñanza profesional y la difusión de

los conocimientos (docencia). Esta preferencia por la investigación como un factor relevante en

el quehacer universitario será, por lo tanto, parte del notable esfuerzo que hace Humboldt por

unir la misión que por entonces tenían las Academias con la misión de las universidades. Dirá

Humboldt: “Se comete una injusticia manifiesta contra la Universidad si se la declara destinada

sólo a la enseñanza y difusión de la ciencia, en tanto que a la Academia por su parte le

correspondería su ampliación” (Humboldt, 2005, 288). Incluso su petición es más explícita, casi

profética: pide trasladar la investigación científica, en el futuro, a las universidades, pues es allí

donde se dará la reflexión conjunta de estudiantes y docentes y donde el terreno para los

descubrimientos se encontraría plenamente abierto:

en general, la ciencia en tanto que ciencia no se deja verdaderamente exponer, sin que se la

conciba de nuevo espontáneamente en cada ocasión, y sería inconcebible si aquí no se diese,

incluso con frecuencia, con descubrimientos. (...) Se podría por ello seguramente encomendar la

ampliación de las ciencias meramente a las Universidades, si éstas estuvieran tan sólo ordenadas

de modo conveniente, y prescindir para este fin último de las Academias. (Humboldt, 2005,

288)

La verdadera reforma será, por tanto, no sólo el que Humboldt proponga la búsqueda de

la ciencia como una función de la universidad sino, sobre todo, el lugar que ocupará la

22

Según McClelland, “las academias del siglodieciocho en toda Europa fueron reticentes en su asociación con

universidades y en Londres y París, por ejemplo, cumplían funciones completamente separadas” (McClelland, 1980,

130).

48

investigación en la misión universitaria de la formación del individuo. En palabras de

Schleiermacher: “La ciencia, según se da en todos los pueblos cultos como obra y posesión

colectivas, debe formar al individuo en la ciencia y el individuo, por su parte, debe también

continuar formando la ciencia. Estas son las dos funciones hacia las cuales se encamina todo el

hacer común dentro de este terreno” (Schleiermacher, 1959, 130). La garantía de la unidad de la

docencia y la investigación como principio ordenador de la actividad universitaria orientada a la

formación está puesta en su espíritu filosófico-formativo, lo que le otorgaría la posibilidad de

formar al individuo. Y, por otro lado, en la garantía de que ese es un saber transmisible, lo que le

otorgaría a los docentes la capacidad de poder formar nuevos sabios por medio de la transmisión

y enseñanza del saber. Sólo se enseña y se aprende en la medida en que se investigue.

En Idea de la universidad - procesos de aprendizaje Habermas apunta a este mismo

aspecto resaltando la importancia dada por Humboldt y Schleiermacher a la unidad de la

docencia y la investigación para cumplir con el propósito de formar en el contexto del progreso

científico:

la estricta unidad comprendida de investigación y docencia, significa que sólo se enseña y se

aprehende en la medida que sea necesario para el progreso científico. En este sentido la ciencia

también se debe poder reproducir, de manera que los profesores formen sus generaciones

sustitutas. El investigador del futuro es la única meta que la universidad hace suya en sus tareas

formativas de los sabios que investigan (Habermas, 1987a, 18).

La Universidad de Berlín se configura así bajo la garantía de un saber filosófico formador

que debe ser buscado y que puede ser transmitido a quienes quieran aprenderlo. La unidad de la

investigación y la docencia configurará el principio de esta nueva universidad que buscará,

mediante la formación de sabios, generar un nuevo orden social. La investigación, será, por otra

parte, aquel motor que permitirá que tanto estudiantes como docentes puedan involucrarse con el

nuevo sentido que la universidad debía adquirir. La fuerza de la investigación estará puesta en la

conciencia del saber ilimitado y en la posibilidad de formar individuos por medio de la búsqueda

de esos conocimientos aún no descubiertos. Y será quizás ese lado oscuro del saber, esa totalidad

aún no descubierta, la que motivará una investigación sin límites que, como veremos en el

siguiente capítulo, terminará por cambiar el comedido mismo de la universidad humboldtiana. El

sentido del saber y de la universidad de Humboldt traerá en su propio seno un sentido distinto

49

que el pretendido por sus fundadores. Y así la historia de Occidente será generosa en otorgarle a

esta racionalidad investigadora de origen griego y a los nuevos grupos de poder surgidos al alero

de la era industrial el mando del saber y de las funciones de la universidad.

50

3. La caída del relato idealista y las transformaciones del saber en la era industrial

Hemos establecido como hipótesis la posibilidad de analizar las transformaciones del saber y de

la universidad en Alemania desde la óptica del sentido. Esto nos otorgaría las herramientas

necesarias para dar cuenta de algunos de los procesos y elementos en juego en dichas

transformaciones. Lo que nos interesa destacar en este capítulo es que la comprensión del saber,

ligada en un principio a una cosmovisión sobre todo idealista, cambió a finales del siglo

diecinueve hacia una noción más bien productiva del saber. Ese cambio de sentido llevó a que la

universidad alemana fuera comprendida de manera distinta y que sus funciones en la sociedad

cambiaran diametralmente. Bajo ese contexto, nos preguntamos: ¿qué es entonces lo que explica

esta transformación del saber? ¿Cómo influye este cambio del saber en el sentido de la

universidad idealista? ¿Cuál es el nuevo sentido del saber y de la universidad?

Fritz Ringer, a lo largo del libro El ocaso de los mandarines alemanes, revisa el origen,

auge y declive de la comunidad académica alemana, sosteniendo que esta especial clase social,

que nace a mediados del siglo dieciocho y se involucra de lleno en la clase dirigencial de

Alemania a finales de ese mismo siglo, defendió una cierta idea de la educación y de la cultura

que le permitió mantenerse en el poder hasta alrededor de 1933. W. H. Bruford comenta que en

el siglo dieciocho “la formación académica sólo llegó a convertirse en una fuente bastante

predecible de distinción social por medio de la renovación de los estudios humanísticos en las

universidades” (Ringer, 1969, 33). Dicha distinción social determinó que los títulos universitarios

fueran más valorados. Ringer argumenta, de hecho, que el poseer títulos universitarios en

Alemania tenía un valor incomparablemente más alto que el valor que le asignaban resto de las

sociedades de esa época:

en las sociedades democráticas y altamente industrializadas un grado o puesto universitario

compite con varias otras medidas de valor y estima social, las más importantes de las cuales son

de origen político y económico. En contraste, en la Alemania anterior a 1890, los valores

académicos llevaban consigo el marchamo del reconocimiento público y oficial. La clase media

alta no empresarial, la aristocracia mandarinal de la cultura, se había convertido en la clase

funcionarial dirigente de la nación. (...). Los académicos ocupaban necesariamente un lugar

insólitamente eminente en su país, en la medida en que la educación superior constituyó un

51

factor importante en la estratificación social alemana. Esa condición se cumplió al menos hasta

finales del siglo diecinueve (Ringer, 1969, 49).

La historia que sigue al nacimiento de esta clase social cultivada ya nos es más o menos

conocida. Este grupo de hombres, que mantenía en sus manos también el poder gubernamental,

sostuvo con firmeza la necesidad de elevar la cultura personal y moral como un valor

fundamental de la sociedad y consecuentemente levantaron universidades, como la de Berlín, que

se orientaban por estos valores. El período que sigue a este despertar cultural del que filósofos

como Humboldt, Schiller, Fichte y Schleiermacher fueron parte terminó de consolidar la idea de

un sistema educacional que mantenía el sistema exclusivo del Gymnasium (establecimientos

escolares para las elites cultivadas) como único acceso a las universidades, al mismo tiempo que

se consolidó una clase social y política predominantemente unida a los sectores universitarios, a

los funcionarios de gobierno y a los clérigos. Ni la revolución de 1848 pudo derrotar los

privilegios que esta misma clase otorgaba a sus descendientes, ni la visión purista e idealista que

predominaba en las universidades. De hecho, como bien nos lo muestra Ringer, durante casi todo

el siglo diecinueve las escuelas no clásicas de educación básica —escuelas que se alejaban de una

visión pura del saber y se acercaban a una visión técnica de estas— “fueron condenadas como

Nützlichkeitskramschulen, que significa más o menos «escuelas de basura útil», o de «utilidad

barata». Se decía que el Gymnasium representaba el «idealismo alemán», mientras que el

modernismo se identificaba con el «mezquino sentido práctico de los franceses» (wälsche

Anstelligkeit)” (Ringer, 1969, 41). Hacia 1885 la importancia de las universidades para alcanzar

puestos de poder y prestigio era realmente notable, pues sus títulos constituían casi una condición

para pertenecer a la nobleza y al poder político23

.

Pero la tranquilidad de esta clase letrada de funcionarios, clérigos, profesionales,

académicos y maestros de escuela vino a ser amenazada y, por qué no decirlo, terminantemente

perjudicada con la llegada, hacia fines del siglo diecinueve, de la industrialización. Tanto en el

auge de las técnicas y en la masificación de las universidades, como en la especialización del

saber y en los procesos de racionalización, se gestaba ya la dificultad para mantener un discurso

23

En 1885, cuando la población de Alemania alcanzaba los 47 millones, la asistencia a las universidades había

alcanzado la cifra de 27.000 y sólo había 2.500 estudiantes en institutos técnicos y 1.900 en las academias agrícolas,

forestales, etc. Y, según Ringer, “la rígida compartimentación del sistema escolar, el predominio anacrónico del

Gymnasium, y la íntima identificación entre educación superior y la burocracia, tendían a mantener esa división de

todos los niveles sociales” (Ringer, 1969, 50).

52

y, especialmente, una práctica que asegurara los privilegios que habían conseguido los

mandarines. En las tres primeras décadas del siglo veinte, pasando por la primera guerra, este

grupo (no empresarial) cultivado vio caer el sentido que habían impreso en las universidades de

mano de dichos procesos sociales y culturales. Dichos procesos, aunque pueden ser descritos de

manera separada, concurren inevitablemente unos con otros en las mismas consecuencias: la

imposibilidad de sostener el espíritu filosófico idealista como base de la comprensión total y pura

del saber, la revalorización del saber práctico por sobre el saber teórico y la intervención de

nuevos agentes que determinarán un sentido distinto del saber y de la universidad. Todas ellas

condujeron al inevitable cambio de sentido del saber al que ahora nos abocaremos. Comencemos

por analizar aquellos aspectos que explican la transformación del saber.

3.1 El cambio de sentido del saber y de la universidad

El esfuerzo de separar las causas o los procesos que influyeron en este cambio de sentido

responde a uno de carácter metodológico en vistas de una mayor comprensión de las

transformaciones. Es posible que existan otros elementos que puedan explicar la caída del sentido

idealista que aquí no se mencionan. Aún así, podemos afirmar con certeza que las causas que

aquí describimos bastan para dar cuenta del cambio en la comprensión del saber y las

consecuentes transformaciones del campo universitario. Dichas causas podríamos resumirlas en

tres: la especialización y expansión del saber, el auge del pensamiento técnico característico de la

industrialización, y el desencantamiento del mundo.

Dentro de ellas, quizás una de las más relevantes es el proceso de expansión y

especialización de las ciencias. Este proceso afectó directamente la comprensión del saber como

una totalidad y, también de manera directa, su anclaje metafísico en el espíritu filosófico. A este

respecto, el discurso de Heidegger en 1932 en la Universidad de Friburgo es especialmente

esclarecedor. En un primer momento, según Heidegger, la idea de un saber que se dirigía al todo

produjo un desarrollo fructífero de los distintos conocimientos:

durante el primer período se lleva a cabo un desarrollo fructífero de las nuevas tareas de las

universidades en un determinado respecto: se consigue, por vez primera, la amplia fundación de

las ciencias históricas del espíritu; al mismo tiempo que en el dominio de las ciencias naturales,

se van fundando los institutos de investigación, desde los que irán saliendo muy pronto

53

importantes investigadores y profesores. (...) Las ciencias todavía eran llevadas por la idea de un

saber acerca del todo de lo que puede saberse; sus preguntas concernían siempre a conexiones y

leyes esenciales de sus regiones. La palabra y el concepto “ciencia” tenía todavía el significado

de un saber, que se dirige necesariamente al todo y, por tanto, que es necesariamente en sí

mismo filosófico. De allí que los planteamientos de las ciencias naturales y los de las ciencias

históricas tuviesen aún una gran fuerza de irradiación (Heidegger, 2001, 6).

Todavía, hasta ese momento, el ideal de la búsqueda de la Wissenschaft, de la

investigación de un saber total y puro para la formación, era factible. El peligro era que con este

auge de las ciencias que impulsaba el espíritu del idealismo se ocultaba la ruptura fundamental

del espíritu filosófico que mantenía unida tal idea del saber. Es decir, encerraba en sí mismo su

propia destrucción. Pues al mismo tiempo que las ciencias avanzaban,

los campos del saber se fueron ensanchando cada vez más y el material de aquello que podía

saberse se fue haciendo cada vez más múltiple. Los investigadores se fueron vinculando cada

vez más con recintos individuales. Se rompe el nexo con los otros campos de saberes; al interior

de la ciencia misma singular se pasa por alto cada vez más la totalidad. El instinto filosófico

vivo cede terreno a las ciencias. Incluso más –cuanto más autónomas se volvieron las ciencias

en adelante, tanto más agudo se hizo ahora, incluso, el alejamiento explícito de la filosofía. La

ciencia se convirtió en ciencia propiamente dicha, cuanto más exclusiva se desplegó ella en

ciencia autónoma individual y se desligó del suelo raíz de la filosofía (Heidegger, 2011, 8).

La ampliación de los conocimientos, la profundización de los saberes de las distintas

disciplinas hacia una especificidad antes no conocida y la creación de nuevos campos de estudio

hicieron, como era de esperarse, que la antigua costumbre de generar enciclopedias del

conocimiento que englobaran los principios fundamentales de las distintas áreas del saber se

hiciera cada vez más irreal. La totalidad del saber se hacía cada vez más difícil de abordar con la

mirada. Por otro lado, la concentración de los investigadores en temáticas cada vez más

específicas desembocó en que estos, de manera natural, pasaran por alto esa totalidad del saber

que habían propuesto los idealistas. El peligro se ocultaba, como bien dijo Heidegger, en que al

mismo tiempo que los científicos se alejaban de esa visión del saber como una totalidad

interconectada, comenzaron también a alejarse de una visión filosófica del mismo, a desligarse y

desarraigarse del suelo filosófico que antaño sostenía sus disciplinas. Pues desde el momento en

54

que aceptamos a la totalidad como una característica irrenunciable de este saber filosófico, la

consecuencia directa de perder de vista esa totalidad es comenzar a perder también de vista el

carácter filosófico de este saber. Es así como la Alemania de fines del siglo diecinueve comienza

a ver universidades en las que se hace difícil mantener una práctica basada en la idea total y

filosófica del saber que garantizara la formación de sabios ejemplares para la nación. La filosofía

(y el espíritu filosófico que debía inspirar todo saber) perdía relevancia a medida que las ciencias

se emancipaban desde el vientre de la facultad de filosofía y el acelerado crecimiento del vasto

campo del saber hacía difícil la comprensión del mismo como una totalidad interconectada: la

totalidad del saber se desgarró hacia los conocimientos específicos. El saber se ve, si resumimos,

desgarrado hacia lo particular y desarraigado del espíritu filosófico que lo sustentaba.

A este desgarramiento y desarraigo de la Wissenschaft se unen otros dos elementos, que

en conjunto conforman una segunda gran causa, y que influyeron de manera determinante no

sólo en que este espíritu filosófico de raigrambre idealista dejase de ser relevantes a la hora de

comprender el saber, sino también en que se revalorizara el saber práctico orientado por valores

económicos y en el surgimiento de nuevos actores que determinarán su nuevo sentido. Estos dos

elementos son la industrialización y el nacimiento del pensamiento técnico (o auge de las

técnicas). Partamos por caracterizar aquello que entendemos por técnica. Las técnicas podrían

definirse, siguiendo a Lyotard, como

prótesis de órganos o de sistemas fisiológicos humanos que tienen por función recibir

los datos o actuar sobre el contexto. Obedecen a un principio, el de la optimización de

actuaciones: aumento del output (informaciones o modificaciones obtenidas), disminución del

input (energía gastada) para obtenerlos. Son, pues, juegos en los que la pertinencia no es ni

la verdadera, ni la justa, ni la bella, etc., sino la eficiente: una «jugada» técnica es «buena»

cuando funciona mejor y/o cuando gasta menos que otra. (Lyotard, 1991, 37)

Según esta cita de Lyotard, el pensamiento técnico sería ese asociado a obtener la mayor

información o modificaciones de la realidad posibles por medio de herramientas que permitan

racionalizar al máximo la energía utilizada. El predominio de este pensamiento técnico y su

determinante influencia en la vida productiva de la industria científica fue en parte lo que llevó a

Alemania, un poco más tardíamente que al resto de los países de Europa, a la revolución

industrial y económica, y a la ciencia en general a ser el motor de esa fuerza de producción. El

55

saber se ve involucrado, a contrapelo de lo que habrían deseado los mandarines, en este

desarrollo industrial que llevaba como bandera de lucha el progreso económico de las naciones.

Lo determinante en este contexto no será ya el que un conocimiento logre la formación de un

individuo en ámbitos de la vida personal o cultural, sino la utilidad práctica que este otorgue.

Según Lyotard, lo que comenzará a ser determinante en este contexto será el valor que posea un

conocimiento (y las técnicas que puedan proporcionar los nuevos conocimientos) en un sentido

productivo, especialmente en algunas disciplinas:

lo que se produce a fines del siglo XVIII, cuando [ocurre] la primera revolución industrial, es el

descubrimiento de la recíproca: no hay técnica sin riqueza, pero tampoco riqueza sin técnica. Un

dispositivo técnico exige una inversión, pero, dado que optimiza la actuación a la que se aplica,

puede optimizar también la plusvalía que resulta de esta mejor actuación. Basta con que esta

plusvalía se realice, es decir, que el producto de la actuación se venda. Y se puede cerrar el

sistema de la manera siguiente: una parte del producto de esta venta es absorbido por el fondo de

investigación destinado a mejorar todavía más la actuación. Es en ese momento preciso en el que

la ciencia se convierte en una fuerza de producción, es decir en un momento de la circulación del

capital (Lyotard, 1991, 37).

La caracterización que Lyotard realiza del proceso productivo y de la ciencia como motor

del progreso económico y del propio progreso científico da cuenta de una nueva manera de

comprender el saber que ya no posee en su seno una conexión intrínseca con la transformación

del individuo. Más bien, se lo valoriza de manera funcional al progreso. Aquí pareciera ser

necesario hacer un poco de memoria para detenernos en aquello que implicó esta revalorización

del saber. Hemos visto que el idealismo proclamaba la pureza o la libertad como una

característica indispensable de la Wissenschaft. Dicha pureza tenía que ver con la ausencia de

influencias externas que, en el caso de Kant, puedan determinar peligrosamente la verdad de los

enunciados del ámbito teórico y, en el caso de los idealistas, con un rechazo a toda influencia de

intereses externos y estatales en el saber teórico orientado a la formación. Lo que vino a generar

el desarrollo de la industria, el desarrollo productivo en general y el auge de las ciencias fue, por

lo tanto, una amenaza directa a esta pureza. Y quizás esta amenaza se revela más aguda si

miramos de cerca la universidad alemana, pues la revalorización de los conocimientos en función

de su acometido práctico-técnico y, finalmente, monetario, no sólo afectó la orientación de la

56

investigación de las universidades alemanas, desarrollando preferentemente aquellas que

proporcionaran conocimientos útiles al progreso, sino también el tipo de conocimientos que en

ellas se comenzó a entregar. Financiadas por privados o por el Estado, nuevas universidades

como la de Frankfurt (1914), Hamburgo (1919) o Colonia (1919) comenzaron a desarrollar

currículums orientados más por los sucesos de la vida económica que por la motivación

formativa o cultural de los idealistas. En Frankfurt, por ejemplo, los financistas privados de las

nuevas universidades estaban convencidos “de que las universidades existentes no

proporcionaban a los futuros hombres de negocios una formación suficientemente meticulosa y

actualizada sobre los problemas económicos y sociales de una era industrial” (Ringer, 1969, 80).

A esta universidad se unieron, durante la década del 20, “una serie de escuelas progresistas y

experimentales [que] persiguieron nuevos ideales pedagógicos y sociales” (Ringer, 1969, 79) y

que encontraron en la comunidad académica, como era de esperarse, numerosas advertencias y

reclamos a esos cambios.24

Al igual que en el resto de Europa, las carreras profesionales con

orientación práctica comenzaron, al alero de la industrialización, a tomar un lugar muy relevante

en las universidades al costado de las ya tradicionales carreras de medicina, derecho, teología y

filosofía o letras. Al mismo tiempo, carreras especiales del ámbito de las ciencias naturales

tomaron espacios de la vida universitaria y la preocupación de los académicos, comenzando a

desplazar la antigua formación que había propuesto el idealismo alemán. El mismo Estado, según

Heidegger, “terminó viendo en las universidades cada vez más al establecimiento educador

práctico-técnico para sus funcionarios públicos. Cada una de las Facultades individuales se

convirtieron en organismos de fines, en escuelas profesionales” (Heidegger, 2001, 7).

La predominancia del pensamiento técnico, que ponía al saber en la cadena descrita por

Lyotard al servicio del desarrollo productivo, y la oportunidad que detectaron tanto los agentes

gubernamentales como los agentes comerciales e industriales en las universidades hicieron que la

pureza del saber y el perfil formativo de las instituciones de educación superior cambiaran

radicalmente. El capital, dueño de las decisiones, fortaleció universidades que formaran

24

Según Ringer, la recientemente formada Corporación de Universidades Alemanas “se opuso violentamente a

cada innovación que se propuso o que llevaron a efecto los reformadores individuales, los partidos políticos o los

ministerios. (...) [A]tacaron las recientemente introducidas escuelas superiores alemanas y escuelas suplemenarias, se

manifestaron contra el énfasis que daban los reformadores al alemán, a la educación cívica y la historia moderna, y

hasta trataron de revertir el crecimiento de las Realschulen ya aceptadas. Anunciaron una y otra vez su preferencia

por la vieja forma del Gymnasium” (Ringer, 1969, 82).

57

profesionales, carreras con espíritu progresista25

y escuelas de las ciencias exactas, desplazando

la posibilidad de mantener la filosofía como base de la formación universitaria idealista.

Asimismo, el ideal de la pureza del saber dejó de ser relevante para una gran mayoría de la

sociedad que veía tanto en la especialización de las ciencias y su conexión con el progreso como

en el desarrollo de carreras profesionales el futuro bienestar de la nación. El concepto de

autonomía desarrollado por Kant, que consolidaba la no intervención de los poderes externos en

la determinación de la validez o invalidez de una cierta afirmación, comenzó a difuminarse, al

tiempo que la filosofía como disciplina retrocedió en el espacio universitario y las nuevas

carreras consolidaron sus propias reglas para determinar la verdad de sus campos.

Scheler describe un proceso similar de desplazamiento de la filosofía por las técnicas

aparejado más bien al predominio de las metodologías experimentales que comenzaron a primar

en las ciencias en general. Cada disciplina comenzó, al amparo de distintos métodos, a desarrollar

una visión particular del saber que difícilmente podía conectarse con el instinto filosófico.

Inspirados por el control de la naturaleza y orientados por el espíritu del progreso devenido

industrialización, la fuerza científica consiguió hacer primar el proceso por sobre el resultado, la

utilización del método científico y la experimentación por sobre la importancia de aquello

conseguido por el método. Y todo tendía a imitar ese método de las ciencias exactas; también la

filosofía. “La filosofía se hizo lógica y metodología de las ciencias, <historia de la filosofía> o

psicología experimental” (Scheler, 1959, 352), criticaba Scheler, al mismo tiempo que daba

cuenta de que “la filosofía, ya no sólo <reina>, sino déspota de las ciencias en tiempos de Hegel,

se volvió sierva de las ciencias especializadas, o ella misma una ciencia especializada” (Scheler,

1959, 352). La filosofía, que pretendía antiguamente reinar el imperio del saber, poco a poco fue

transformándose en súbdita, trabajadora de una parcela, ella misma una ciencia particular. Así, al

desplazamiento de la filosofía como base de la universidad por el auge de las carreras

profesionales y la desvalorización del ideal de la pureza, se unió una fuerte dilución del espíritu

filosófico, toda vez que tendió a imitar el proceder de las ciencias exactas y el gran éxito de su

proceder. La filosofía, antes fundamento del quehacer de la universidad y del sentido del saber,

pasó a ser un objeto de cuestionamiento por parte de la universidad, y el saber pasó a ser

25

Para ahondar en este punto recomiendo el capítulo 1de Ringer (1969).

58

valorado por la utilidad que entregara al progreso, a la vez que su totalidad metafísica se diluía en

el surgimiento de nuevos y vastos conocimientos.

No obstante, la comunidad académica alemana (la que no dudó en apodar este espíritu

que invadía el saber como “positivista”) no se sumó a la moda que terminaría por imponerse

posteriormente en Alemania. Un rechazo inicial generalizado produciría en dicha comunidad

toda idea que promoviera la especialización o la profesionalización de la Wissenschaft. Según

relata el historiador Fritz Ringer,

una y otra vez los mandarines se lamentaban del predominio de la especialización y del

<positivismo> en la Wissenschaft. Al parecer, con esos términos se pretendían describir una

considerable gama de pecados. El pedagogo Eduard Spranger fechó la oleada positivista hacia

1840 y habló de la transformación de <la totalidad metafísica de la enseñanza [metaphisiche

Gesamtwissenschaft] en una <suma de disciplinas especializadas>. Observó una creciente

diferenciación entre Wissenschaft y formación profesional, y una escisión igualmente grave

entre enseñanza y Weltanschauung (Ringer, 1969, 248).

A este rechazo generalizado de la especialización y la profesionalización de las

universidades, se unió el mal augurio que veía la comunidad académica en el fenómeno de la

masificación de la enseñanza universitaria. Según Charles McClelland, en el período entre los

años 1830 y 1870, no existió una gran variación del número de estudiantes: la cantidad de

asistentes a las universidades creció al ritmo de la población. Pero la llegada de la

industrialización, que en sus palabras fue “la más rápida de aquellas que sucedieron en los

mayores países de Europa” (McClelland, 1980, 243),26

terminó por transformar la sociedad

alemana entre 1870 y 1914. Durante ese período la población estudiantil creció al doble de la

rapidez con que creció la población.27

Asimismo, según McClelland, “la disminución,

proporcionalmente, de estudiantes provenientes de hogares cultos y provenientes de las escuelas

clásicas selló un fin a la privilegiada posición de la Bildungsbürgertum28

en el profesorado y en

el servicio público, sin mencionar las universidades mismas” (McClelland, 1980, 266). La

26

La traducción es mía. 27

Si en 1950 entraban 33.5 estudiantes a las universidad por cada 100.000 habitantes, en 1866 la proporción

había aumentado a 60. En menos de una década se había duplicado el número de estudiantes respecto a la población

general. Cfr. McClelland, 1980, 242. 28

Este término hace referencia a la misma clase cultivada que hemos intentado graficar a lo largo de esta tesis y

que hemos llamado la clase mandarinal o cultivada.

59

comunidad académica alemana, que había mantenido por alrededor de un siglo los privilegios de

acceder a una educación con status social, comenzaba a perder influencias y, con ello, el poder

político para determinar el futuro de la educación. Un nuevo grupo emergente comenzaría a

tomar posiciones de poder en el el ámbito público y empresarial que se distanciaba de las

creencias idealistas de los mandarines alemanes.

Dentro de esta comunidad académica había, sin embargo, intelectuales que sí supieron

leer el momento y desprenderse de los intereses que ayudaban a sostener el idealismo. Quien

quizás más fiel fue a los procesos que estaban sucediendo y no se ancló en la visión de la

comunidad académica apegada al idealismo fue el sociólogo y filósofo Max Weber. Fue él quien

hizo patente, en una destacada conferencia en 1919, la tercera causa de la transformación del

saber: el proceso de desencantamiento del mundo y la consecuente dificultad de mantener

discursos que apelaran a una fundamentación metafísica del saber en una época marcada, según

él, por el irrenunciable progreso científico. El desencantamiento del mundo es, según Weber, la

creencia o la conciencia del ser humano de poder conocer las condiciones de la propia existencia

con tal que se quiera. Ello quiere decir que “no existen poderes misteriosos e incalculables que

intervengan en ello, sino que todas las cosas pueden, en principio, ser dominadas mediante un

cálculo” (Weber, 1959, 318). Cualquier fenómeno o acontecimiento que académica o

popularmente era explicado como místico o proveniente de fuerzas desconocidas es ahora visto

como proveniente de fuerzas naturales o físicas. O al menos existe la creencia de que cualquier

efecto tiene una causa razonable o físicamente demostrable y que el desarrollo de las técnicas

podrían eventualmente llegar a explicar. En un lenguaje simple, eso equivaldría al

desencantamiento del mundo. Trasladarlo al ámbito discursivo solo requeriría de un paso. Un

discurso que apelara a ideas abstractas o a un panteísmo filosóficamente inspirado como

fundamento del saber tampoco era creíble, o al menos no tan creíble. Francisco Naishtat, en un

artículo que describe las transformaciones de la universidad alemana desde la perspectiva de la

Ilustración, anuncia también el “abandono de la universidad humanista, que de Kant a Humboldt

y a Karl Jaspers buscaba en la filosofía o en las humanidades, como hemos visto, una unidad del

conocimiento. La contracara es aquí la universidad científica, que hundirá verdaderamente sus

raíces en la Norteamérica de la segunda postguerra” (Naishtat, 2008, 34). Como causa de este

abandono de la universidad humboldtiana menciona a la racionalización y el desencantamiento

60

modernos, los cuales conllevarían la erosión de, al menos, dos unidades del modelo

humboldtiano de universidad, a saber:

a) Abandono de toda pretensión unificada del conocimiento en favor de una especialización

descarnada de las disciplinas y de la investigación, donde cada rama especializada del saber

define sus propios parámetros heurísticos y epistemológicos. b) Abandono consiguiente de

una “idea de universidad” como alma o espíritu sustantivo de la organización universitaria,

cara al idealismo alemán. La universidad pasa a explicarse como organización burocrática,

regida por parámetros competitivos, y descansa en las formas de legitimidad legal-racional

inherentes a los modos modernos de burocracia (Naishtat, 2008, 34).

Las consideraciones de Naishtat son asertivas en mostrar las transformaciones del saber y

de la universidad desde la perspectiva del desencantamiento del mundo. Coincide con lo que

hemos planteado en atribuir, por una parte, el desgarramiento de la unidad del saber a la

especialización y al aislamiento de las ciencias (ambos procesos desencadenados por la

racionalidad occidental) y, por otra parte, coincide en atribuir la pérdida del espíritu que

sustentaba esta universidad al desencantamiento del mundo.

Así visto, a pesar de lo que deseara la comunidad académica alemana para sus

universidades, tanto la industrialización como el saber puesto al servicio del progreso económico

y el desarrollo del pensamiento técnico redundaron en el reemplazo del saber puro, que debía ser

investigado y enseñado en la universidad, por un saber más bien orientado hacia la productividad.

Por otra parte, la antigua Wissenschaft, comprendida como una totalidad transformadora de la

personalidad, ponderó como más relevante la consecución de habilidades que pudieran aportar a

dicho desarrollo productivo antes que a la formación moral de los individuos, al mismo tiempo

que se perdía de vista la totalidad que inspiraba esa formación individual. De igual manera, en un

contexto de desencantamiento, comenzó a desaparecer la confianza en ese poder formativo y

transformador del saber y, en su reemplazo, confluyó la idea de que el saber puede otorgar

beneficios económicos o réditos individuales, al mismo tiempo que habilidades profesionales o

de análisis social. El saber se comienza a enseñar e investigar de acuerdo a esa lógica y la pureza

y totalidad metafísica de la Wissenschaft comienza poco a poco a desdibujarse y

profesionalizarse.

61

3.2 La importancia de los que nos importa

Hemos mencionado que la palabra “sentido” y “sinsentido” en el lenguaje cotidiano no son

palabras que ocupamos como atributos indelebles de las cosas, propiedades intrínsecas de ellas,

sino como cualidades que les colgamos y que eventualmente pueden dejar de pertenecerles en

virtud de lo que hacemos y pensamos nosotros mismos. Un ejemplo de ello es la recientemente

abordada universidad alemana. Como hemos visto, la sociedad (quiero decir, los distintos grupos

de poder en ella, ya sea el gobierno de turno, la opinión pública, el mundo privado, etc.) le asigna

a las universidades una función que cumplir, una misión. Y esa función (o funciones) de la

universidad, en el caso alemán, ha ido cambiado a través del tiempo. En un primer momento fue

la formación de abogados, médicos, magistrados y clérigos por medio de la enseñanza de los

saberes acumulados por la sociedad. Con Humboldt vino un nuevo sentido: formar, por medio de

la investigación, sabios éticamente ejemplares para elevar la cultura moral de la nación. Y con el

advenimiento del siglo veinte la función de la universidad pasa más bien a estar del lado de la

capacitación de profesionales y el desarrollo de nuevos conocimientos y técnicas al servicio del

progreso económico. Jacques Derrida llamó a este sentido o función que le atribuimos a la

universidad su “razón de ser” 29

o justificación para existir. Podríamos decir que tiene sentido que

la universidad exista porque cumple una función, misión o destinación cuyo resultado es un

cierto valor que, al parecer, ninguna otra institución cumple o puede cumplir. Y, visto así, el

sentido de la universidad depende de que cumpla aquel propósito que le otorgamos y que como

sociedad nos importa o valoramos.30

En la época anterior a Humboldt se valoró el saber en la

universidad en tanto que conducía al conocimiento de Dios.31

En la era de Humboldt se valoró el

29 En Cómo no hablar y otros textos, Jacques Derrida desarrolla un tanto más el entramado lingüístico de

“razón de ser”. “En dos o tres palabras, nombra todo aquello de lo que hablaré: la razón y el ser, por supuesto, la

esencia de la Universidad en Su relación con la razón y con el ser, pero también la causa, la finalidad, la necesidad,

las justificaciones, el sentido, la misión, en una palabra, la destinación de la universidad. Tener una <razón de ser> es

tener una justificación para existir, tener un sentido, una finalidad, una destinación” (Derrida, 1997, 117).

30 Algo similar nos quiere decir Cordua al comparar y asimilar —en algún grado de parentesco— las

acepciones “valor” y “desvalor” con las de “sentido” y “sinsentido”, destacando que a menudo podrían reemplazarse

unas por otras: “Afirmar de una acción que no tiene sentido muchas veces quiere decir que da lo mismo llevarla a

cabo o no, que no cuenta para..., o es indiferente. Este uso se conecta con el mencionado antes: “sentido” como

dirección, propósito o meta. Lo que posee una dirección o un fin posee el carácter de un movimiento dirigido hacia

un logro o resultado. El valor de la actividad o del proceso depende de que se cumpla su para qué, de que alcancen el

propósito que los animaba” (Cordua, 2001, 18). 31

Weber complementa diciendo que Spenner, no menos que otros pietistas alemanes de aquella época, “sabía

que Dios no podía encontrarse en el camino en que el medioevo lo había buscado. Dios está oculto, sus sendas no

62

saber en tanto que este podía transformar ética y prácticamente al individuo y constituirlo como

punta de lanza para elevar la cultura de la nación. En la era que lo siguió, se valoró el saber en

tanto que podía ser útil para el progreso económico de la nación, disminuyendo en la misma

medida la fuerza valorativa del saber orientado a la formación ética e intelectual. Lo que intento

decir es que la valoración que en cada época se ha hecho del saber es lo que ha configurado el

sentido de las universidades. Y esa valoración, si bien está dada en parte por los distintos grupos

de poder, está también profundamente arraigada en los procesos culturales y sociales que afectan

a cada sociedad. Esto no corresponde solamente, como podría pensar un idealista, a procesos

discursivos de las élites que cambiaron las condiciones del saber. Responde, sobre todo, a

procesos económico-culturales y sociales que poco a poco fueron desencadenando que los grupos

de poder cambiaran el horizonte de valoración general y, por tanto, la función que le asignaron al

saber y a la universidad.

El advenimiento de la industrialización y la masificación de las universidades, precedido

por lo que Jorge Millas llamó “el interés y la capacidad para una comprensión y dominio racional

del mundo físico” (Millas, 1981, 120), el desencantamiento del mundo, el auge del pensamiento

técnico y el surgimiento de nuevos actores en la arena del poder hicieron que las valoraciones del

siglo dieciocho y diecinueve fueran desplazadas o de suyo menospreciadas por el espíritu de la

nueva era. Con ello, hablar de la formación ética o personal de los individuos o de la importancia

de la filosofía pasó más bien a ser un decoro de los discursos que una realidad práctica. La caída

paulatina del idealismo como legitimador del saber transformador, la revalorización del saber

práctico y el surgimiento de nuevos grupos de poder contribuyeron, de una u otra manera, a que

el sentido del saber cambiara hacia uno que valoró, especialmente, su contribución al progreso.

El nuevo sentido de la universidad alemana se configuró, por lo tanto, alrededor de este nuevo

valor. Amplió y especializó aún más sus conocimientos con el fin de obtener nuevos resultados,

se enfocó en la entrega de habilidades conducentes a un mejor desempeño profesional o laboral

en consonancia con el espíritu y funcionalidad de la época, su organización comenzó a

burocratizarse y las investigaciones comenzaron, cada vez más, a realizarse en función de la

aplicación o del rédito económico que estas pudieran otorgar. Aumentaron, al mismo tiempo, el

número de estudiantes y profesores que enseñaban y aprendían en esta institución y la enseñanza

son las nuestras, ni sus pensamientos los nuestros. En las ciencias naturales exactas, empero, donde sus obras podían

asirse físicamente, allí se esperaba dar con las huellas de sus intenciones en el mundo” (Weber, 1959, 321).

63

del saber superior tendió hacia una masificación antes no conocida: era la oportunidad de acceder

al mundo del trabajo o del capital. El Estado, por su parte, intervino en el financiamiento y

dirección de las universidades de manera más directa (al igual que los financistas privados) con el

objetivo de dirigir y regular los profesionales o conocimientos que se necesitaran.

3.3 El valor del nuevo valor

Y es quizás en este punto del presente trabajo donde se nos plantean las siguientes interrogantes

relativas a este nuevo estatuto del saber: ¿es acaso un valor, es decir, algo relevante o importante,

el que el saber aporte al progreso económico? ¿Qué valor tiene ese valor? La respuesta a esta

pregunta no deja de ser interesante para aquellos que aún persisten en la tarea de analizar esta

transformación del saber. Pone de relieve una mirada crítica al cambio de sentido del saber y la

necesaria regla con la cual deberíamos medir esa nueva valoración como deseable o no deseable.

Es necesario puntualizar, en este momento, que las transformaciones en la comprensión del saber

y, por lo tanto, de las disciplinas en general no fueron ni simultáneas ni uniformes. No fueron

simultáneas, porque no se dieron todas al mismo tiempo, ni uniformes, porque estas

transformaciones se dieron especialmente en las disciplinas científico-experimentales y las

disciplinas profesionales, y no tanto en las ciencias sociales, humanidades o disciplinas artísticas.

Dicho esto, pasemos a ver dos respuestas, la de Max Weber y la de Jean Francois Lyotard, a estas

preguntas que hemos planteado y que pondrán de manifiesto el valor de la universidad en su

nuevo contexto.

Para Max Weber la búsqueda de nuevos saberes científicos no sólo empezó a estar

orientada por la convicción de que realizar algo verdaderamente positivo en el terreno científico

se daría en el caso de la más severa especialización (Weber, 1959, 312). Cabe puntualizar que el

análisis que hace Weber en esa conferencia limita, en general, el concepto de “ciencia” y del

trabajo científico al quehacer de las ciencias exactas y naturales (biología, bioquímica, física,

geología, etc.). Pues según él, y con toda razón, disciplinas como las artes y las humanidades no

estarían sometidas en su totalidad a esta lógica del progreso. (Cf. Weber, 1959, 222). En el

sentido científico, entonces, la búsqueda de nuevos conocimientos y de nuevas técnicas para

desarrollar esos conocimientos empieza a estar orientada sobre todo, según Weber, por la

seguridad de que ningún conocimiento será acabado si no supera los conocimientos anteriores. Si

64

antaño el sentido de la investigación de nuevos conocimientos científicos era la formación moral

y cultural de los individuos, el nuevo sentido de la búsqueda del conocimiento comienza a ser la

simple superación del conocimiento anterior. El nuevo valor es la superación o el progreso. Un

conocimiento será valioso en tanto logre superar el conocimiento que lo antecede, especialmente

en el ámbito de las ciencias naturales ligadas al método científico. El sentido último del trabajo

científico, por lo tanto, era la superación de cada descubrimiento ya hecho. Este progreso

continuo del cual, según Weber, “la ciencia es parte y fuerza motriz” (Weber, 1959, 318) corrió

paralelo al proceso que él mismo llamó desencantamiento del mundo. Y es en este contexto en el

cual Weber entona en su destacada conferencia sobre el sentido de la profesión académica, una

melodía que pareciera asimilarse al fin del sentido del saber como útil para la vida práctica y

personal de los individuos. Inspirado en las tragedias de Tolstoy, Weber declara: “la vida

individual civilizada, colocada en el <progreso> y en la infinitud, no debería, según su propio

sentido inmanente, tener fin alguno” (Weber, 1959, 318). La pregunta que Weber deja rebotando

es: ¿y cuál es entonces el sentido de la ciencia, cuál es su valor para la vida práctica e individual

de la humanidad? La respuesta de Weber es que la ciencia, según su propia lógica interna de

superación, no puede dar al hombre respuestas concretas o válidas para su actuar, para su vida

ética o personal:

[L]a respuesta más sencilla fue dada por Tolstoy cuando decía: “La ciencia carece de sentido,

porque no contesta la única pregunta importante para nosotros de qué debemos hacer y cómo

debemos vivir.” El que no la conteste es, a buen seguro, indiscutible; lo que debe preguntarse

es en qué sentido no contesta <para nada>, y si no dejaría de contestar negativamente a quien

planteara bien la pregunta (Weber, 1959. 322).

Con ello quiso decir, y con toda razón, que el progreso per se o la mera superación no

era algo valioso para la vida práctica-ética de la humanidad. El sentido formativo, ético o

personal, del saber científico que antaño supuestamente poseía la ciencia pasó a un segundo

plano y comenzó a desarrollarse una comprensión del saber científico carente de significación

práctica o ética para la vida del hombre.32

El horizonte para analizar el nuevo estatuto del saber,

32

A pesar de que es correcto afirmar que Weber no creía que el sentido de la ciencia moderna pudiese dar

respuesta a las preguntas formuladas, lo cierto es que sí hay algunos elementos, según weber, que aporta el trabajo

científico y que le son inherentes a su sentido, y que podrían servirle al hombre en su horizonte de la vida práctica.

65

estatuto que según Weber debemos aceptar con resiliencia, es el horizonte del valor del saber

para la vida ética y valórica de la humanidad. En ese contexto, el valor del saber, especialmente

el científico, carecería de toda importancia para este horizonte, ya que limita su función a algo

que remotamente podría considerarse como un valor en este contexto: la lógica de la mera

superación. El saber estaría desprovisto de valor para la conducta y carácter del hombre, lo cual

resulta a todas luces algo inquietante.

Algo similar ocurre con algunos saberes de otras disciplinas que terminaron por

subordinarse, en aquel entonces, a la lógica económica del progreso. Para Lyotard este cambio de

sentido de la universidad responde al fin de los grandes relatos que legitimaban esta idea del

saber como garante de la formación ética e intelectual en base a un espíritu filosófico. Según el

autor, la Ilustración, en su esfuerzo por generar una liberación del pueblo por medio de la

formación, pierde su legitimidad toda vez que la posibilidad de mantener un saber que pueda

poseer un carácter práctico-formativo al mismo tiempo que teórico deja de ser real. Lo que

intenta decir Lyotard es que, ya sea desde la Ilustración o desde el Idealismo, el saber se verá

fuertemente exteriorizado respecto al sabiente: “El antiguo principio de que la adquisición del

saber es indisociable de la formación (Bildung) del espíritu, e incluso de la persona, cae y caerá

todavía más en desuso” (Lyotard, 1991, 6). La exteriorización vendría dada por el cambio de

estatuto del saber desde el valor formativo al valor de uso comercial. Según Ignacio Mazzola,

quien analiza las transformaciones de la universidad moderna, el análisis de Lyotard sería

correcto ya que con este cambio de estatuto el saber dejaría de ser en sí mismo su propio fin y,

por tanto, en las sociedades postindustriales ya no se trataría de la “difusión de los

conocimientos en virtud de su valor <formativo> o de su importancia política sino que se trata

del valor y la utilidad que se pueda obtener de ellos” (Mazzola, 2008, 75). Según el mismo

Lyotard,

esa relación de los proveedores y de los usuarios del conocimiento con el saber tiende y

tenderá cada vez más a revestir la forma que los productores y los consumidores de

mercancías mantienen con estas últimas, es decir, la forma valor. El saber es y será producido

para ser vendido, y es y será consumido para ser valorado en una nueva producción: en los

Estos elementos los resume Weber en aquellos conocimientos sobre la técnica, que le permiten al hombre dominar la

propia vida, los métodos que ella aporta para el pensar, que le permiten razonar con agudeza, y la claridad que

otorgaran los conocimientos científicos. Aún así, y siendo fieles a la pregunta, la respuesta de Weber tiende a

mostrar el lado negativo del aporte de la ciencia a la vida práctico-ética del ser humano.

66

dos casos, para ser cambiado. Deja de ser en sí mismo su propio fin, pierde su «valor de uso»

(Lyotard, 1991, 6).

Esta transformación del saber en valor de cambio no afectaría solo al saber científico.

Esta transformación vendría a permear las distintas disciplinas profesionales y también en las

relativas al arte y las humanidades, aunque en menor medida. De allí que estas últimas

empezasen a ser cada vez menos cotizadas por las universidades. La transformación relevante

que Lyotard pone sobre el tapete es la pérdida del valor del conocimiento o del saber para la vida

práctico-política del individuo en reemplazo por el valor de cambio o de inversión en el que este

deviene. ¿Cuál es entonces el valor de este nuevo valor? En el acercamiento que Lyotard realiza

se pone de manifiesto un nuevo estatuto comercial del saber que comienza ya a florecer en las

universidades alemanas en la época de la revolución industrial a fines del siglo diecinueve. El

nuevo valor es medio para conseguir el capital y, finalmente, el poder. Y el valor de ese valor es

el de mero intercambio. En el horizonte de la vida práctica, un conocimiento de cualquier tipo,

comenzará a ser enseñado o investigado no tanto por su poder formativo, sino por el equivalente

monetario o de inversión que este suponga.

Cabe destacar, en este punto, que los acercamientos que tanto Lyotard como Weber

realizan parecen no ser excluyentes, sino complementarios. Ambos acercamientos resaltan,

además, un aspecto relevante: la nueva comprensión del saber se exterioriza de la persona que

conoce (ya no lo transforma o lo ayuda para su vida práctica), mediatizándose conforme a

finalidades externas sin un valor aparentemente relevante para la vida político-práctica del

hombre. Y, por lo mismo, las universidades comenzaron a mutar su función ético-política (de

cara a un proyecto nacional como lo era en el caso de Humboldt) hacia una función más bien

orientada al progreso económico. El tránsito que hemos intentado revelar, cual radiografía que

intenta mostrar lo que en la superficie de los lugares comunes a veces no se logra percibir, desde

un saber idealista hasta el saber progresista revela también su conexión intrínseca con la

universidad. Esta, conforme a los cambios, adecuó sus funciones merced de los nuevos grupos de

poder e intentó adecuar sus pretensiones a los nuevos valores.

Ahora bien, ¿qué es aquello que ha motivado esta discusión del sentido del saber? ¿Puede

tener aún hoy relevancia el proyecto que Humboldt enarboló para la Universidad de Berlín en el

marco de un análisis contemporáneo de la institución universitaria? ¿Podrá aún sostenerse, como

67

algunos piensan, el principio moderno de la unidad de la docencia y la investigación como

paradigma de la universidad actual? ¿Es aún posible sostener la capacidad formativa del saber

como proyecto universitario? Estas y otras consideraciones críticas serán profundizadas en el

siguiente capítulo que, esperamos, pueda recoger algunas reflexiones que han ido apareciendo a

lo largo de este largo camino que representa la tradición alemana de la universidad.

68

4. Tensiones contemporáneas en la universidad alemana

La historia que hemos relatado corresponde, como hemos mostrado, a la transformación de la

universidad alemana en el período que comienza con la fundación de la Universidad de Berlín y

que termina, previo a la Segunda Guerra Mundial, con la constatación del cambio que se produjo

en la universidad y en la concepción del saber. La sociedad alemana, empero, no terminó allí las

discusiones sobre la universidad. Endurecidos e importantes debates sucedieron también en el

período de posguerra, dentro de los cuales cabe destacar los que tuvieron lugar en las décadas del

60 al 80. Sumergidos en una época masificada y eminentemente técnica, algunos filósofos se

aventuraron a reflexionar sobre las condiciones del saber y de la universidad. Entre los autores

alemanes más conocidos que participaron en estos debates se cuentan Habermas, Jaspers,

Schelsky, Gadamer y otros que, no siendo alemanes, también se hicieron parte de esta disputada

tradición.

Pero los cambios que hemos retratado, matices más matices menos, sucedieron también

en otras urbes de Occidente. Difícilmente se encontrarán universidades que escapen a las

dificultades provenientes de la era industrial y las tensiones que tal cambio trajo a las

expectativas del quehacer universitario. Y es que, tanto en Alemania como en las universidades

en general, el ideal de formar sabios investigadores muchas veces se convirtió en quimera y la

realidad en una incomodidad permanente. Los discursos rectorales fueron cada vez más una

instancia soñadora y la realidad del quehacer universitario una cada vez más difícil de

compatibilizar con aquel ideal. Funcionales al progreso económico, los valores formativos, los

sueños de libertad y autonomía del saber, e incluso la conciencia que la universidad tenía de su

propio quehacer comenzaron a peligrar.

La batalla que se libró en Alemania a comienzos del siglo veinte da cuenta, en general, de

estas mismas preocupaciones. Tanto Weber como Scheler hicieron eco de la poca conciencia que

la comunidad académica tenía de las condiciones que establecía el nuevo estatuto del saber, en

contraste con la añeja visión que seguía imperando en la comunidad general. La comunidad

académica de principios de siglo había intentado justificar la existencia de la universidad

asignándole una cantidad excesiva de funciones o tareas. A raíz de ello, Max Scheler, ya en 1921,

proclamaba la necesidad de “abrir el paso a una lenta separación y distribución de las tareas

fundamentalmente distintas, que se hallan, hasta ahora, a cargo de las universidades” (Scheler,

69

1959, 361). La razón que esgrimía era que dicha acumulación de funciones había llevado a la

universidad a incurrir en contradicciones o tensiones existenciales (Scheler, 1959, 356) que le

impedían llevar a cabo de buena manera sus tareas fundamentales. Pero, como muchas veces

sucede, dar cuenta de dificultades, aunque sean de vital importancia, no necesariamente implica

que en la práctica se haga el esfuerzo por resolverlas. De hecho, muchas de esas tensiones

afectaron también a las universidades a lo largo de todo el siglo veinte y afectan todavía hoy a

muchas de nuestras universidades.

Las tensiones que hemos de revisar en el presente capítulo ponen de manifiesto algunos

problemas estructurales que vive la universidad postindustrial. Dicho problema se origina, según

nuestra opinión, en la permanente búsqueda de la comunidad académica de algunos valores de

origen idealista que entran en contraste con las tareas que el mundo contemporáneo le ha impreso

a la universidad. A partir del examen de las tensiones que se produjeron en la universidad

alemana luego de la industrialización intentaremos, por tanto, iluminar algunas de las actuales

vicisitudes que enfrentan las universidades. Para ello, analizaremos dos tensiones que parecen

relevantes a la luz del presente: a) la tensión entre el ideal de la docencia y la investigación y la

realidad de los nuevos perfiles docentes e investigadores y b) la tensión entre el ideal formativo

(Bildung) y la profesionalización de la universidad.

4.1. Docencia e investigación en la universidad idealista

Muchas veces, la dificultad de evaluar el desempeño de las universidades radica en la falta de

precisión de las tareas que esta cumple y, por tanto, de los resultados a evaluar. Esta falta de

precisión del quehacer universitario evoca también la ausencia de una reflexión profunda sobre la

razón de ser del trabajo académico y el rol que los propios docentes o investigadores juegan en

este espacio de institucionalización del saber. Por una parte, no parece haber unanimidad en que

la investigación produzca sus mejores frutos en el espacio universitario y que, por tanto, deba sea

realizada en él.33

Y menos parece haber una clara conciencia por parte de las universidades

mismas respecto a las tareas que sus docentes deberían cumplir. Se argumenta que la formación

33

En Alemania, por ejemplo, y según refrenda el Ministerio de Educación e Investigación, gran parte de las

investigaciones se realizan en institutos de investigación como la Helmholtz Gemeinschaft, los centros de

investigación de la Max-Planck-Gesellschaft u organizaciones internacionales de investigación como

la CERN, ESRF, ESO, y la ILL. Según refrenda el mismo Ministerio, otra gran parte se realiza en las universidades.

70

es su principal misión pero, de hecho, la capacitación profesional es sin duda su principal

preocupación. Por otra parte, ser hoy un reconocido investigador o un destacado docente

parecieran no ser características exigibles de una misma persona. En resumen, a una falta general

de la comprensión del sentido del quehacer universitario se sumaría la desorientación del

quehacer de los docentes e investigadores. Y es que ¿cómo podríamos comprender el sentido de

la investigación o de la docencia sin un marco de referencia que permita evaluarlos? ¿Según qué

se es un buen o mal docente/investigador? ¿Es razonable evaluarlos excluyendo su concordancia

con la tarea última de la universidad, sea cual sea que esta sea?

Estas preguntas resultan comprensibles y atingentes sobre todo cuando examinamos las

transformaciones del saber y del sentido de la labor académica. La tradición filosófica alemana es

especialmente rica en detallar las vicisitudes que enfrentaron las universidades y,

específicamente, los académicos, al percatarse de que su quehacer ideal muchas veces no se

condecía con lo que en la práctica realizaban. Esta esquizofrenia entre el ideal y la práctica llegó,

en efecto, a repercutir duramente en las discusiones sobre el sentido de la universidad. Y quizás

el principal motivo de esta tensión entre lo ideal y lo real anida en que los valores que los

idealistas alemanes implantaron en el mundo académico —valores que aún hoy pueden

escucharse en los discursos rectorales— siguen siendo un marco de referencia al cual se aspira

como ideal de la universidad. En efecto, para Humboldt y sus contemporáneos las preguntas que

hemos mencionado anteriormente estaban más o menos resueltas. Las características del saber

idealista hacían que la docencia y la investigación fueran tareas que podían confluir en los

objetivos últimos de la universidad. Es más, la formación de nuevas generaciones científicas con

un carácter moral y espiritual (geistig) era un objetivo que sólo podía lograr la unidad de la

búsqueda del saber (investigación) y de la reflexión interna de este saber en el proceso de

aprendizaje (docencia) por parte de los estudiantes:

en cuanto se cesa de buscar propiamente la ciencia, o en cuanto se imagina uno que ésta no

precisa ser extraída de lo profundo del espíritu sino que puede ser alineada, acumulando

extensivamente, entonces ya está todo irremediablemente perdido para siempre. (...) Pues

sólo la ciencia, que surge de lo interno y en lo interno puede arraigar, transforma también el

carácter, y al Estado, al igual que a la humanidad, no le va tanto en el saber y el hablar como

en el carácter y el actuar (Humboldt, 2005, 285).

71

Es en este texto donde se manifiesta la totalidad del pensamiento humboldtiano sobre la

universidad en su vínculo indisoluble con el saber (Wissenschaft) y la genial iniciativa de integrar

la investigación como un quehacer fundamental de los docentes y, de manera secundaria, de los

estudiantes. Recordemos que en ese entonces la universidad alemana no era el lugar en donde se

generaban nuevos conocimientos. Las Academias, institutos destinados a la elaboración del saber

puro, era el lugar donde, por antonomasia, sucedía la investigación. Humboldt, en cambio, cree

que esta labor de investigación puede llevarse a cabo de mejor manera en la universidad y, de

hecho, la considera fundamental para lograr la Bildung de los que allí concurrieran. La novedad

fue poner el ideal del buen investigador, del desarrollo de la ciencia, en la universidad. El

académico universitario debía iniciar un proceso de transmisión de conocimientos adquiridos, no

en el sentido de que estos sean memorizados por los estudiantes, sino que sean analizados y

transformados interiormente por estos: “la ciencia en tanto que ciencia no se deja verdaderamente

exponer, sin que se la conciba de nuevo espontáneamente en cada ocasión, y sería inconcebible si

aquí no se diese, incluso con frecuencia, con descubrimientos” (Humboldt, 2005, 288). Los

académicos, por su parte, se verían beneficiados por este proceso al recibir de vuelta

apreciaciones o nuevos descubrimientos que ampliarían los conocimientos pues, según

Humboldt,

la libre exposición oral ante oyentes, entre los cuales hay siempre un significativo número de

cabezas que siguen activamente el pensar, estimula a aquellos [los académicos], una vez que

están habituados a esta clase de estudio, tanto como la aislada tranquilidad de la vida del

escritor o la libre asociación en una Sociedad Académica. El curso de la ciencia discurre de

modo manifiestamente más veloz y vivo en una Universidad, donde continuamente se dispone

en gran cantidad de inteligencias en verdad más fuertes, vigorosas y jóvenes” (Humboldt,

2005, 288).

De allí que todo descanse, según Humboldt, “en alcanzar el principio de considerar la

ciencia como algo todavía no encontrado en su totalidad y como algo que nunca podrá ser

descubierto por completo, y en buscarla incesantemente como tal” (Humboldt, 2005, 283).

No es que Humboldt o Fichte, como plantean algunos autores (cfr. Ricken, 2007),

proponga a los estudiantes como agentes investigadores en su paso por la universidad,

estudiantes que dediquen su tiempo a descubrir nuevos conocimientos. Aunque es cierto que

72

ellos debían participar y podían aportar con nuevos descubrimientos, lo central era que entraran

en contacto con el saber, lo meditaran, se cultivaran por medio de este proceso y, finalmente, se

entusiasmaran con la búsqueda del saber. Como bien lo expone Schleiermacher, “la tarea de la

universidad es despertar la idea de la ciencia en los jóvenes más nobles (…); que aprendan a ser

conscientes de las leyes fundamentales de la ciencia en cada acto del pensamiento y que,

precisamente así, indaguen, inventen y expongan el caudal científico, elaborándolo

paulatinamente” (Schleiermacher, 1959, 135). Y para que ello ocurriera no parecía necesario

contratar docentes que, al mismo tiempo, fueran investigadores, sino sólo buenos docentes que

los introduzcan y les transmitan ese saber total y sus conexiones, al mismo tiempo que los

motiven a reflexionarlo. El ideal de poseer en la universidad docentes que fueran, al mismo

tiempo, investigadores sólo se entiende en el contexto de perpetuar generaciones que en el futuro

se dediquen a ampliar la ciencia en su conjunto. El centro es, por tanto, el progreso científico: el

concebir la ciencia como algo inacabado y que debe ser incesantemente buscado. Ese era la

semilla que los académicos debían plantar en el espíritu de los estudiantes: la semilla de la

investigación científica, la semilla que hará brotar, en el futuro, caudales de nuevos

conocimientos para la ciencia. La labor académica de formación (Bildung) estaba, de alguna

manera, subordinada a la perpetuación de generaciones que se dedicasen a buscar nuevos

conocimientos. Pues la universidad, a la que le estaba encargada la formación cultural y moral de

la nación, sólo podía subsistir si esta hacía suya la tarea de formar hombres interesados en la

ampliación del conocimiento que, en este contacto asiduo, transformaran —siguiendo el ejemplo

de sus maestros— también su carácter y altura moral.

Las preguntas antes mencionadas estaban entonces bastante resueltas. La investigación

era valorada por su aporte a la ampliación de los conocimientos y por su aporte al objetivo último

de la universidad de formar sabios investigadores con altura moral. La docencia, por su parte,

compartía con la investigación este último objetivo al mismo tiempo que se ocupaba de que las

nuevas generaciones aprendieran la totalidad del saber que se había cultivado en las cabezas

académicas de la universidad. Ambas constituían, por tanto, una unidad necesaria en los

académicos para lograr la formación de nuevas generaciones de investigadores que hiciesen suyo

este doble llamado amoroso de la ciencia: dejarse transformar por ella y no cesar nunca de

buscarla. Es entendible, entonces, que la universidad de Humboldt sea por muchos llamada la

universidad de la investigación, pues el principio que internamente determinaba su actuar era

73

considerar la ciencia como algo que debía ser incesantemente buscado. Sólo ello podría lograr la

tan anhelada elevación de la cultura nacional. El principio de unidad de docencia e investigación,

del que Humboldt nunca hizo mención, corresponde, entonces, al fundamento último de la

universidad idealista alemana.

4.2 El nuevo docente, el nuevo investigador

Tanto hoy como en la época posterior a la industrialización, la universidad se encuentra sometida

a condiciones que difieren radicalmente de las que Humboldt propuso. A pesar de que el modelo

humboldtiano fue el que inspiró a muchas naciones a concebir la labor universitaria como una

inevitablemente unida a la formación y a la investigación, hoy difícilmente podría sostenerse la

vigencia del modelo idealista tal cual fue formulado. La propuesta de Jaspers en La Idea de

Universidad presenta, sin cohibirse, un neo idealismo que pretende renovar el espíritu originario

de la universidad alemana. En tiempos desencantados, reivindica a la universidad como sede de

la Idea o Espíritu y como coronación de la formación espiritual por medio de la ciencia. A pesar

de que Jaspers intenta integrar la labor de formación profesional, el centro de la propuesta está en

considerar que “el alto e irrenunciable principio de la universidad sea la vinculación de

investigación y docencia; (...) porque de acuerdo con la idea el mejor investigador es a la vez el

único docente bueno” (Jaspers, 1959, 428). Jaspers justifica esta concepción, al igual que

Humboldt, personalizando en el investigador el maestro que guiará al discípulo al encuentro y

formación por medio de la ciencia: “Sólo él mismo es ciencia viva, y es en el contacto con él que

puede ser contemplada la ciencia tal cual es originariamente.” (Jaspers, 1959, 428). Es por ello

que Jaspers, en un inútil intento por reivindicar a la filosofía como piedra angular, propone el

espíritu filosófico como levadura de las ciencias y como el espíritu que debiera animar el sentido

de la universidad (cfr. Jaspers, 1959, 431).

Sin embargo, tanto el horizonte general de la universidad humboldtiana como el principio

de la unidad de la docencia y la investigación, que Jaspers intenta actualizar en la década de los

sesenta, ya parecían un asunto controversial en las discusiones a principios del siglo veinte en

Alemania. En ese entonces, algunos pensadores como Max Scheler o Max Weber pusieron sobre

la mesa la tensión entre los ideales de la tradición y los cambios que la industrialización había

provocado en el claustro académico. Y es que estas instituciones se habían convertido, ya a

74

principios del siglo veinte, en algo completamente distinto a lo que Humboldt o Jaspers desearan.

Como lo hemos mencionado en el capítulo anterior, los nuevos conocimientos, al servicio de la

técnica y la riqueza, hicieron que las universidades, a fuerza de las circunstancias, se

transformaran en instituciones capacitadoras de profesionales y en un conglomerado de escuelas

especiales que ejercían la tarea de generar nuevos conocimientos al servicio del progreso

económico. Nietzsche es, en efecto, quien primero vino a denunciar el vínculo matrimonial entre

la inteligencia y la riqueza (cfr. Nietzsche, 1959, 240). El saber, según el autor, se subordinó a la

economía nacional y se convirtió en la principal moneda de cambio: “la mayor suma de

conocimientos posible, la mayor suma de cultura, lo cual dará por resultado la mayor producción

y competencia, que ocasionará una maximación de la dicha: esta es la fórmula. Aquí vemos la

utilidad como objeto y fin de la cultura” (Nietzsche, 1954, 240). Las causas de este cambio de

estatuto del saber en la era industrial ya las hemos vislumbrado en el capítulo anterior: aumento

del pensamiento técnico, expansión de los conocimientos, especialización de la investigación,

masificación de la enseñanza universitaria; con las respectivas consecuencias: revalorización del

saber práctico, pérdida del sentido idealista y el surgimiento de nuevos grupos de poder. Todas

estas circunstancias llevaron a algunos filósofos a considerar de una manera completamente

distinta el problema de la enseñanza del saber superior y la organización de la investigación. En

primer lugar, fue problemático para la docencia universitaria el hecho de que el saber perdió, al

tiempo que fue visto en función de su aplicación y utilidad práctica, el valor transformador o útil

para la praxis ética del hombre y su valor cultural como herencia y riqueza de la humanidad para

su propia perfección. Con ello, el rol del docente ya no era el mismo. Al docente se le exigió la

entrega de habilidades o conocimientos para la vida profesional y el dominio de un campo

específico de saber. Su misión sería la de formar profesionales de la salud, profesionales de la

ingeniería, especialistas en organización de la administración pública y de empresas,

profesionales en derecho, en ciencias sociales y culturales, etc. Lo que se esperaba de un buen

docente, por tanto, era manejar un determinado saber y habilidades para una determinada

profesión. A ello agregamos la necesaria capacidad pedagógica para transmitir tales

conocimientos y el necesario vínculo que debía tener con la realidad, frente a la cual se le exigía

tener respuestas para aquellos interesados en ocupaciones prácticas.

En segundo lugar, estos cambios fueron también problemáticos para la investigación.

Como bien mencionó Ortega y Gasset en su libro La rebelión de las masas, “para progresar, la

75

ciencia necesitaba que los hombres de ciencia se especializasen. Los hombres de ciencia, no ella

misma. La ciencia no es especialista” (Ortega y Gasset, 1989, 143). La llegada del siglo veinte ya

traía en sus hombros el destino del académico alemán: la especialización para el progreso de la

ciencia. La investigación poco a poco se convierte en un objetivo autónomo de la institución

universitaria (es decir, no ligado necesariamente a la docencia) a razón de subordinarse a

objetivos de aplicación práctica, desarrollo de nuevas tecnologías para generar nuevos

descubrimientos o especialización. Signo de ello es que nacen, al costado de la universidad,

numerosos centros de investigación que realizan descubrimientos y reciben cuantiosos aportes

estatales, muchas veces con gran éxito. El designio contemporáneo que guía a las universidades,

el publish or perish, proviene sin duda de los procesos desencadenados en esta época. Existe, por

ende, en la universidad posindustrial, un proceso de diferenciación de sus funciones las que, no

obstante, intentan permanecer unidas bajo el alero de la concepción idealista de la universidad.

Pasemos ahora a ver las tensiones que dicho escenario trajo para la universidad alemana de

principios de siglo veinte.

Max Scheler fue quien primero advirtió las complicaciones que la industrialización traía

para el principio de la unidad de la docencia y la investigación y para el horizonte general de la

universidad alemana. Según él, la universidad se había convertido en una institución con poca

conciencia de la labor que ella misma realizaba. Al tiempo que el filósofo criticaba la

sobreabundancia de funciones que ejercían las universidades (la formación de profesionales, la

investigación, la generación de cultura y la educación de las masas), reprochaba que la

universidad siguiese teniendo como ideal el formar investigadores:

‘[T]odavía sigue afirmándose, por parte de los profesores —así se expresó alguna vez

Becker34

— que la universidad sólo debe formar investigadores, esto es, sabios’. Y continúa:

‘La universidad, sin embargo, es un lugar de educación para las profesiones que tienen una

base científica. El 95% de nuestros estudiantes no investigarán jamás en su vida’. Y no

obstante, esta juventud no es educada e instruida en la universidad con la intención dirigida a

su formación profesional, sino con la intención de hacer de ellos pequeños investigadores

(Scheler, 1959, 348).

34

Carl Heinrich Becker (1876-1933) fue un destacado político alemán, Ministro de Cultura en los años 1921 y

1925–1930.

76

Es paradójico, según Scheler, que sean los mismos académicos quienes insisten en que la

universidad tenga este ideal de formar investigadores y, no obstante, dediquen la mayor parte de

su tiempo a la formación profesional. La paradoja se resuelve, sin embargo, cuando damos cuenta

de la mala conciencia de los mandarines: “[…] ellos saben también que han de ser valorados en

primer término, mucho menos por sus aptitudes y su profesión, que por su rendimiento científico.

La profesión docente es para la mayoría de ellos una cosa subordinada” (Scheler, 1954, 349). Y

esta es la primera tensión manifiesta de la universidad moderna que, como bien dijo Scheler,

“bajo la presión de las circunstancias, ya no es más una universitas,35

sino una suma de escuelas

especializadas; la que al mismo tiempo, sin embargo, no quiere ser una escuela especializada sino

instituto de investigación realizada por investigadores” (Scheler, 1954, 349). Las consecuencias

de esta errada autoconciencia universitaria se hicieron y se siguen haciendo sentir, tanto en la

docencia como en la investigación. Quienes desearan ser docentes profesionales serían

evaluados, en primer lugar, como investigadores. Y como su valor estaría en ser antes buenos

investigadores que buenos docentes, probablemente carecerán “del menor interés por la única

animación espiritual que puede poseer la transmisión del conocimiento: la metodología

pedadógica rigurosamente elaborada de la enseñanza” (Scheler, 1959, 349). La ocupación

científica les es tan apremiante que “no hacen ni siquiera bien aquello que implica para ellos una

pérdida de energía para la investigación” (cfr. Scheler, 1959, 350). En efecto, aún hoy estas

mismas consideraciones podrían hacerse válidas, sobretodo, para las disciplinas profesionales.

Pues quienes aún quieran (con mucho esfuerzo) mantener el ideal de formar investigadores y, por

tanto, mantener en pie el principio de la docencia y la investigación, se enfrentarán a las

tensiones provenientes de la diferenciación de funciones que trajo consigo la profesionalización y

la super especialización de la investigación.36

He dicho que estas tensiones afectan, sobre todo, a

las disciplinas profesionales, porque las humanidades aún conservan un pequeño espacio para

realizar este ideal. Las carreras humanistas aún podrían conservar, aunque no como tarea

principal, el ideal de formar investigadores, siempre y cuando sean conscientes de que la gran

35

Universitas es el concepto que engloba el ideal de la universidad que concentra en sí la suma de todas las

disciplinas concebidas como una totalidad. Engloba, también, lo que podríamos llamar el ideal de Humboldt de la

universidad. El origen medieval del término alude, en este caso, a la universalidad del saber. Como bien lo describe

Millas, “era, pues, la universalidad de una cosmovisión y de una homovisión que como tales se hundieron, al parecer

irremediablemente, con el sencillo mundo social, ideológico y técnico que las hacía posibles” (Millas, 1981, 69). 36

Las disciplinas filosóficas y, me atrevería a decir, las humanistas en general, conservan aún la posibilidad de

apuntar, con mucho menos dificultades, a este ideal.

77

mayoría de sus estudiantes jamás se dedicará a la investigación. Podría exigirse, por tanto, de un

docente una cuota de investigación y que, por medio de la motivación, puedan lograr que algunos

estudiantes, quizás en un plan especial de una facultad, tengan como meta el ser investigadores.

Sin embargo, la docencia seguirá siendo la tarea principal de estas disciplinas y de allí deberían

emanar las exigencias para los docentes. En muchos casos, la adecuación a la realidad exigirá

redefinir los perfiles de egreso. En el caso de las disciplinas profesionales, que generalmente

conservan el ideal de formar pequeños investigadores, la práctica se vuelve aún más tediosa. A

los docentes se les exige ser eximios investigadores en temáticas superespecíficas, siendo que, en

realidad, lo que se debiese exigir de ellos es que posean habilidades para formar buenos

profesionales y no, como se intenta, buenos investigadores. Aquí el ideal de unidad de docencia e

investigación resalta como un absurdo, toda vez que las tareas que se exigen de un investigador

en áreas específicas cercanas a la profesión son radicalmente distintas de las que se deberían

exigir de un buen docente profesional. De esta manera, exigir hoy en una misma persona las

habilidades de la investigación específica y las de la docencia profesional sólo es entendible en el

modelo universitario que se empecinase en el ideal de formar investigadores, lo que a todas luces

obviaría la crítica de esta tradición.

Las consecuencias de la era industrial para el investigador no son más tranquilizadoras.

En vista de la especialización que le es requerida y de las horas que debe destinar a esta

especialización, no le resulta cómodo el trabajo docente. El profesor universitario se siente

propiamente un investigador y “rara vez posee su espíritu un contacto con lo actual y con la

realidad, para poder referirse precisamente a aquello que exige la formación profesional”

(Scheler, 1959, 350). Sus energías y su tiempo tienen que gastarlos en volver a repetir cosas que

ya le son sabidas y que quizás un grupo de competentes podría hacer mucho mejor pues, para él,

pensar o trabajar el conocimiento para la enseñanza no es lo mismo que trabajar para la obtención

de nuevos conocimientos. Y así, aunque la finalidad de la investigación deja de ser la formación

y se convierte en desarrollo de un conocimiento que, en general, debe ser aplicado, al

investigador aún se le exige que no se desentienda de la docencia profesional y del horizonte

general de formar nuevas generaciones científicas.

Jorge Millas, en una conferencia leída en un encuentro nacional de directores de

investigación, no tuvo problema en poner de manifiesto el problema de fondo de esta cuestión.

Siguiendo las reflexiones de Ortega y Gasset, Millas atacó el lugar común de poner como norte

78

de la universidad a la investigación científica. No entraremos, en este lugar, en el detalle del

pensamiento de Jorge Millas. Bastará destacar que, al igual que a los filósofos alemanes de

principios de siglo, le incomodaba la idea de una universidad únicamente abocada al fetiche de la

investigación. Al respecto decía: “martirizar al docente bien formado, al buen profesor, al

eficiente maestro, con esta exigencia de pedantes, me parece irresponsable. Peor todavía la peor

versión de lo mismo, el dicho de que sólo puede enseñar con verdadera autoridad quien

contribuye a enriquecer el conocimiento con su aporte personal” (Millas, 1981, 103). De esta

manera, Millas se manifiesta contrario a juzgar al docente por medio de un criterio científico.

Pues, según su opinión,

si uno tiene algo verdaderamente nuevo que decir, interesará más, precisamente por eso, y

deberá escuchársele aún más, por la presunción de que siga revelando cosas nuevas, pero no

porque tenga una autoridad de principio respecto a todo un campo de conocimientos. Allí

donde la ciencia sigue intacta, en todo aquello que su pensamiento no toque, y que será a no

dudar lo más, tiene tanta autoridad docente como otro cualquiera que domine la disciplina

(Millas, 1981, 103).

Bien sabe Millas, sin embargo, que el problema no se limita al mero criterio científico con el

que se juzga al docente. Aún si la universidad tuviese autoconciencia de este extravío, quedarían

dando vueltas problemas que no se resuelven con la salida fácil del juicio científico: pues

“¿Cómo han de elegirse los mejores profesores y cómo han de distribuirse entre ellos los

honores, funciones y ascensos de la carrera académica?” (Millas, 1981, 104).

En este punto parece ser necesario atender una discusión que ha alimentado por bastante

tiempo la idea de que la universidad deba mantener la unidad de la docencia y la investigación

como exigencia para sus académicos. Dicha discusión radica en el análisis de los beneficios

mutuos que podrían desprenderse de la unidad de ambas actividades. El informe Investigating the

myth of the relationship between teaching and research in higher education: A review of

empirical research llega a la conclusión, después de revisar múltiples investigaciones, que los

resultados aún no se inclinarían por una evaluación positiva o negativa de la influencia entre

investigación y docencia (Verburgh et al., 2007, 450-455). El informe es conclusivo sólo en que

aún deben realizarse más informes de este tipo, siempre teniendo en mente un conjunto de

habilidades que deberían ponerse en juego en la evaluación. Y dicha evaluación debería tener en

79

consideración, al menos, la realidad de la docencia profesional y la de la investigación específica.

Scheler y Weber creían, por ejemplo, que un buen docente no necesariamente sería un buen

investigador y la experiencia les mostró que muchos eximios investigadores resultaron ser un

desastre como docentes (Cfr. Weber, 1959, 310; Scheler, 1959, 349). Años después, alrededor de

1930, Ortega y Gasset repite esta misma inquietud:

[U]no de los males traídos por la confusión de ciencia y Universidad ha sido entregar las cátedras,

según la manía del tiempo, a los investigadores, los cuales son casi siempre pésimos profesores,

que sienten la enseñanza como un robo de horas hecho a su labor de laboratorio o de archivo. Así

me ha acontecido durante mis años de estudio en Alemania: he convivido con muchos de los

hombres de ciencia más altos de la época, pero me no he topado con un solo buen maestro (10).

¡Para que venga nadie a contarme que la Universidad Alemana es, como institución, un modelo!

(Ortega y Gasset, 1936, 72).

La universidad, para Ortega, debería enfocar su tarea educativa en la enseñanza de las

profesiones y la transmisión de la cultura. Y por eso propone “separar la enseñanza profesional

de la investigación científica y que ni en los profesores ni en los muchachos se confunda lo uno

con los otro, so pena de que, como ahora, lo uno dañe a lo otro. (...) La pedantería y la falta de

reflexión han sido los grandes agentes de este vicio de “cientificismo” que la universidad

padece” (Ortega, 2001, 14). Lo que molestaba a Ortega era la cientifización de las universidades

que habían dejado de lado otras funciones que le eran igualmente importantes, como lo es la

verdadera formación profesional:

cualquier pelafustán que ha estado seis meses en un laboratorio o seminario alemán o

norteamericano, cualquier sinsonte que ha hecho un descubrimientillo científico se repatría

convertido en un «nuevo rico» de la ciencia, en un parvenu de la investigación; y sin pensar un

cuarto de hora en la misión de la Universidad, propone las reformas más ridículas y pedantes.

En cambio, es incapaz de enseñar su «asignatura» porque ni siquiera conoce íntegramente su

disciplina. (Ortega y Gasset, 1936, 72)

Los intentos de transformar universidades profesionales en proyectos humboldtianos

enfocados a la investigación no sólo fueron un sello de la época posindustrial. En el caso de

Alemania, el correr de los años dio cuenta de una universidad que aún tenía dificultades para

80

solucionar los problemas estructurales provenientes del desafío de lograr la docencia profesional

y la investigación, a la par de otras tareas. Hanns-Albert Steger expresa que “lo insuficiente de

este desarrollo condujo en muchos lugares, coincidiendo con el inicio de los años 70, al ensayo

de proyectar modelos estructurales, totalmente nuevos, orientados hacia la investigación, los que

no debían ser concebidos a partir de las congeladas estructuras de fachada de nuestra tradición

educacional, sino que debían retornar de manera directa a los fundamentos libertarios de

Humboldt” (Steger, 1991, 101). Dichos proyectos, según argumenta el propio Steger, fracasaron

por una falta de reflexión sobre las condiciones en las que se desenvuelve el trabajo universitario

(cfr. Steger, 1991, 107).

En este punto tiendo a estar de acuerdo con aquellos que proclaman la casi nula

interdependencia de la docencia y la investigación, especialmente en las áreas profesionales. La

labor de investigación superespecializada lleva al académico por líneas bastante lejanas a

aquellas vinculadas a la enseñanza pedagógica de contenidos, más aún en disciplinas donde la

entrega de habilidades profesionales se torna fundamental. Ello no significa que la universidad no

deba alojar el descubrimiento científico. En efecto, desde diversos puntos de vista la presencia de

la investigación científica en las universidades podría beneficiar la enseñanza profesional. Lo

importante es hacer la distinción entre el conocimiento acabado que emana de la investigación (a

partir del cual el docente podría actualizar sus conocimientos) y el proceso de la investigación

misma (para el cual se necesitan habilidades que un docente cualquiera no necesariamente

posee).

La pregunta de fondo, en cambio, aún queda sin una cabal respuesta: ¿en función de qué

entonces juzgaremos un buen o mal docente e investigador? ¿Cuál es la vara con la que

mediremos su diferenciada labor? La respuesta a esta pregunta es la cara trasera de la pregunta

por el sentido de la universidad. Pues una vez que determinemos aquel sentido, podremos

determinar si un docente cumple bien o mal dicha función. Desde ya nos hacemos parte de la

tradición que se separa del cientificismo universitario y de la idea de universidad ligada a una

superlativa misión de formación científica. Hemos visto ya las consecuencias que esta visión

podría traer para el quehacer y calidad de la enseñanza universitaria y para los propios

académicos. En una sociedad en la que el acceso a la educación ha devenido oportunidad para

educar a grandes masas de la sociedad, el desafío parece más bien lograr la enseñanza del saber

superior de un amplio número de estudiantes y perfeccionar la enseñanza universitaria de las

81

profesiones. Por lo pronto, dichas tareas no exigen la unidad de la docencia y la investigación.

Más bien exige repensar el modo en el que se realiza la enseñanza y discutir la adecuación de

esta a los objetivos que se definan. En segundo lugar, el examen de las funciones que de hecho

cumple la universidad pareciera ser un ejercicio de importancia vital. Vital en el sentido de la

sobrevivencia, pero también en el sentido de la importancia de revisar la tarea que le corresponde

a la universidad. La aglomeración de múltiples tareas que, tanto hoy como ayer, se le exigen a la

universidad impide precisión sobre la misión que ésta debiese cumplir. Carecer de un horizonte

ha conducido a la universidad a acumular tareas que perfectamente otros organismos estatales

podrían cumplir mucho mejor y de paso ha exigido a los académicos tareas que muchas veces no

cumplirán de buena manera, como lo es la extensión.

En tercer lugar, respecto a la ciencia, pareciera necesario protegerla del vicio externo de

la mercantilización. La universidad no debiese transformarse, como Jaspers quisiera, en un

instituto de investigadores para investigadores, sino en sitial de la enseñanza profesional, difusión

y búsqueda de nuevos saberes. La ciencia, sin embargo, corre hoy el grave peligro, como ya lo

anunciaba Nietzsche, de supeditarse al poderío de la riqueza. La autonomía de la ciencia se ve

hoy limitada, ya no sólo por el Estado, sino principalmente por el mundo privado y militar. Por

“autonomía” entiendo la libertad de investigación y de enseñanza y la ausencia de una autoridad

que determine qué debe investigarse o qué debe enseñarse. Como bien lo planteó Derridá, los

mecanismos que actualmente ocupa el mercado para hacer o deshacer una investigación (y que

ponen en juego la libertad de la misma) poco se acercan a las controversias que alguna vez

tuviera Kant con el rey prusiano. Sujeto el saber, como hemos visto, a valores de utilidad y

dependiente del financiamiento para su ejecución, bastará argumentar la inexistencia de fondos

para tal o cual investigación o la limitación de la difusión en caso de que una universidad no la

quisiese publicar (cfr. Derridá, 1997, 130). Las habilidades y conocimientos profesionales están

en un peligro similar toda vez que la enseñanza de profesiones corre el riesgo de estandarizarse

según parámetros empresariales.

Por lo tanto, resulta vital no sólo reflexionar las tensiones que anuncian el cientificismo

universitario y el fetiche de la unidad de docencia e investigación, sino también proteger la

autonomía científica de la amenaza de la oligarquía moderna. El resultado inverso, el de

mantener el status quo, será oír permanentemente discursos que poco o nada tienen que ver con

la realidad y, por otra parte, mantener unida artificialmente dos labores que debiesen hace tiempo

82

ya haberse divorciado por el bien de sus propias tareas. Queda aún por ver, cómo los cambios

post industriales afectaron otra esfera que, sin lugar a dudas, también trajo consigo tensiones

entre el ideal y la realidad a la universidad. Pues, como bien comenta Mazzola, “este cambio

fundamental (...) se encuentra íntimamente conectado con otros cambios sociales muy profundos

que afectan la posibilidad y el sentido de la idea de la Bildung en la sociedad contemporánea”

(Mazzola, 2008, 86). De ello nos ocuparemos en el siguiente apartado.

4.3. El ideal formativo y la praxis universitaria

Otra de las principales preocupaciones de los académicos y pensadores alemanes respecto al

cambio de estatuto del saber fue en el ámbito de la formación de la personalidad. La época que

sucedió a la I Guerra Mundial dio pie para que muchos filósofos reflexionaran sobre el estado de

la institución y dieran a entender las vicisitudes que causaba este cambio en el ideal de la

formación. Porque a pesar de que para muchos, en la década de 1920, aún tenía sentido hablar de

la formación ética o personal (Bildung) de los individuos como función primaria de la

universidad, lo cierto es que en la realidad ello se hacía cada vez más difícil. El punto es que ese

tipo de formación anclado en la filosofía idealista ya no era posible. Y no era posible porque la

primera y gran consecuencia de la industrialización fue el cambio en la valoración del saber y la

consecuente profesionalización de las universidades. La inversión entre formación profesional y

formación en el sentido de la Bildung se hacía evidente toda vez que las universidades de

Alemania tuvieron que incorporar las carreras profesionales para mantenerse vivas. Tanto el

Estado como el mundo privado comenzaron a invertir en dichas carreras para el progreso

económico, sin preocuparse de generar una institución que supliera la función que los idealistas

defendían. En ese momento, comienza a perder valor la idea de formar hombres íntegros y toma

fuerza la idea de capacitar hombres que puedan funcionar en el mundo laboral a partir de una

formación especializada y generalmente técnica.

Por otra parte, la caída del idealismo como fundamento de una comprensión

transformadora del saber hizo que perdiera fuerza la idea de una universidad que formara

estudiantes con altura moral. Esto, con toda razón, puesto que la tesis platónica de la

transformación de la personalidad está arraigada en un supuesto que, en una época desencantada,

era difícil de aceptar: la implicación moral del contacto intelectual. O, lo que es lo mismo, la idea

83

de que conocer conceptualmente sea, también, origen de moralidad. Y difícilmente lo podríamos

aceptar porque no existe ni evidencia ni buenos argumentos para plantear que, porque alguien

conoce, por ejemplo, lo honesto, será por tanto una persona honesta. Es la confianza en el poder

conductor del saber lo que allí se pone de manifiesto. Heidegger fue uno de los últimos en

proclamar la posibilidad de formar ética y espiritualmente a la población por medio del saber,

para lo cual propuso la necesidad de un Führer (líder) que encausara a la sociedad.37

Algunos

aspectos del idealismo, ligados a una idea de nación cultural, de transformación de la

personalidad y de hermenéutica de la historia como espíritu, potenciaron las aspiraciones de

quienes reivindicaron, por última vez, la idea de una universidad que formara hombres con altura

ética. Esto no quiere decir que quien aspire hoy al ideal de la Bildung en las universidades tenga

que ser vinculado con estas radicales ideas. Quiere decir que, antes tarde que temprano, los

alemanes se dieron cuenta del peligro y de la imposibilidad de realizar el tipo de formación

cultural y moral que los idealistas alguna vez sostuvieron.

Como bien lo destaca Ignacio Mazzola, es evidente que, desde aquel entonces, no sólo ha

desaparecido gran parte del concepto de un saber transformador de la personalidad, sino que

además se ha modificado completamente nuestra comprensión del saber y de la actividad

asociada a él (Mazzola, 2008, 85). Y los diversos autores que aún mantienen la idea de una cierta

formación en la universidad difieren radicalmente de los idealistas. Habermas, por ejemplo,

planteaba ya en 1963 que

la forma universitaria de los estudios no debe hoy ya proteger, por así decirlo, la esfera

profesional porque ésta siga siendo ajena a la ciencia, sino porque, al contrario, la ciencia se ha

hecho a su vez ajena a la formación [Bildung] en la medida en que ha impregnado la praxis

profesional. La convicción filosófica del idealismo alemán, según la cual la ciencia debe formar,

no se aplica ya a los procedimientos de las ciencias empíricas (Habermas, 1987b, 338).

Es cierto, por otro lado, que las ciencias nos proporcionan hoy un poder específico para

transformar la realidad y controlarla, pero “el poder de disposición que enseñan no es ya la

37

No fue Heidegger, precisamente, el último en proclamarlo, pero sí en ser escuchado. Como bien anota

Habermas, a pesar de que esta idea sobrevivió a los mandarines alemanes y a los nazis, “gracias a la impotencia

mostrada contra, o por su absoluta complicidad con el régimen nazi, apareció ante los ojos de todos la carencia de su

sustancialidad” (Habermas, 1987, 10). Representantes de esta idea en la posteridad al III Reich, como Jaspers, nunca

tomaron vuelo.

84

misma capacidad de vivir y actuar que se esperaba en aquel entonces del hombre científicamente

cultivado” (Habermas, 1987b, 338). Habermas se muestra bastante escéptico a otorgarle a los

sistemas de investigación y a los conocimientos técnicos la capacidad de poder ayudar en la

formación en el ámbito de la vida política: “a la vista del carácter autónomo alcanzado por el

sistema de investigación, técnica, economía y administración, parece irremisiblemente anticuada

la idea —inspirada por la exigencia neo humanista de formación— relativa a la posible soberanía

de la sociedad sobre las condiciones técnicas de la vida, a la integración de dichas condiciones en

la praxis del mundo de la vida” (Habermas, 1987b, 345). De esta manera, “puesto que, en

cualquier caso, la ciencia y la técnica dictan sus condiciones a la vida práctica de acuerdo con sus

leyes, la formación se ve relegada al ámbito de la interioridad religiosa, que trasciende la ciencia:

la pregunta por la formación ha de responderse ciertamente atravesando el campo de las ciencias,

pero ya no desde la dimensión de la ciencia misma” (Habermas, 1987b, 346). Esta postura de

Habermas no dista mucho de aquella que Weber planteó en 1921. Weber creía que el único

aporte que la ciencia podía brindarle al hombre para su vida ética y personal eran los

conocimientos acerca de la técnica de dominar la vida mediante el cálculo, excluyendo todo

aporte de la ciencia a la praxis. Así visto, un docente podría tomar la siguiente postura de

enseñanza: “frente al valor de que se trate en cada caso (...) nos es dable adoptar, en la práctica,

tal actitud o tal otra. Si se adopta tal actitud o tal otra, habrá que echar mano, según las

experiencias de la ciencia, de tales o cuales recursos para llevarla a la realización práctica”

(Weber, 1959, 332). Para Weber no existen criterios científicos que nos permitan hacer primar

algún valor por sobre otro o alguna cosmovisión por sobre otra y, por tanto, en la formación

universitaria la entrega de cosmovisiones debería estar ausente o ser planteadas todas como

opciones viables. Habermas intenta, sin embargo, ir un poco más allá y argumenta que la ciencia

aún puede aportar al ámbito de la praxis humana, aunque no desde ella misma. Según este primer

Habermas, a la investigación le correspondería una noble función educativa: la retraducción de

resultados científicos al horizonte del mundo de la vida.38

Esta retraducción significaría

38

El mundo de la vida es un saber implícito porque no puede exponerse en una multiplicidad finita de

proposiciones; “el mundo de la vida nos es presente a modo de autoevidencias con las que quienes actúan

comunicativamente están intuitivamente familiarizados, de suerte que ni siquiera pueden contar con la posibilidad de

que queden problematizados”. (Habermas, 1994, 11). Sólo un fragmento de este mundo de la vida, relevante en cada

situación, es susceptible de tematizarse a voluntad. Y es que el mundo de la vida es un bagaje de convicciones a los

que recurre el sujeto para entenderse en una situación determinada. Este mundo, en la medida en que entra en

consideración como recurso de los procesos de interpretación, podemos representarlo como acervo lingüísticamente

organizado de supuestos de fondo, que se reproduce en forma de tradición cultural. Ocupa, según las palabras del

85

“introducir el contenido informativo de las recomendaciones técnicas en discusiones acerca de lo

prácticamente necesario desde la perspectiva del interés general. (…) Recuperar dicho saber para

el patrimonio lingüístico de la comunicación en la sociedad” (Habermas, 1987b, 348). En pocas

palabras, Habermas cree que, en el contexto de una supuesta comunidad democrática, el aporte

del saber científico es el de ayudar a la ilustración de una opinión pública manifestada en forma

políticamente madura:

[S]olo si las ciencias aprenden a reflexionar sobre la permanente ampliación del poder de

disposición técnico situándolo al mismo tiempo en el horizonte de las consecuencias prácticas en

vista de las cuales nos toca a nosotros actuar, o, en otras palabras, sólo si aprenden a reflexionar

desde presupuestos históricos, podrán recuperar la energía necesaria para la formación académica

en un sentido acorde con la transformación social” (Habermas, 1987b, 350).

Sin desechar la posibilidad de que tal ordenamiento del saber hacia la política pueda

teóricamente realizarse, creo que la respuesta a la pregunta por la posibilidad de la formación

anida en algo que, sostenidamente en el tiempo, ha conservado mecanismos formativos que

podrían orientarse hacia una modelación valórica de los que concurran a la universidad. Esta vez,

dicha formación no anidaría en el saber, sino en los procesos de aprendizaje. Habermas, en un

segundo período en el que reflexiona sobre la idea de universidad a partir de su teoría de la

acción comunicativa, se hace cargo de esta idea. Cree que la única posibilidad de que la

universidad siga anclada al mundo de la vida, es decir, al bagaje cultural, lingüístico y social

desde donde interpretamos el mundo y decidimos qué hacer, es que esta siga desarrollando los

procesos de aprendizaje científico en el contexto de una comunidad con conciencia corporativa.

Según Habermas, “es la forma universitaria de la enraización de tales procesos la que todavía

enraíza a las disciplinas diferenciadas, más allá de la satisfacción paralela de sus diversas

funciones, en el mundo de la vida” (Habermas, 1987a, 37). Estos procesos de aprendizaje

universitarios estarían unidos artificialmente a este mundo de la vida y serían procesos que

influirían en la formación del estudiante en una triple dimensión: la de la tradición cultural, la de

autor, una posición de cierto modo trascendental, pues “provee a que los participantes en interacción encuentren ya

de antemano interpretada, en lo que a contenido se refiere, la conexión entre el mundo objetivo, mundo social y el

mundo subjetivo” (Habermas, 1994, 11).

86

la formación general (socialización) y la de la ilustración en la esfera público-política. El

estudiante,

al ir más allá de la preparación profesional académica, presenta rendimientos con el estudio de la

manera científica de pensar, es decir, con un enfoque hipotético frente a los hechos y normas, al

ofrecer su contribución para los procesos generales de socialización. Al ir más allá del

conocimiento de expertos, los procesos universitarios de aprendizaje también coadyuvan con

interpretaciones informadas y especializadas al diagnóstico de la época y a tomas de posturas

políticas de fondo, con lo cual dan un aporte a la ilustración. (...) los procesos de aprendizaje

junto con las ciencias sociales también generan un perfeccionamiento hermenéutico de

tradiciones, por medio de teorías de la ciencia, de la moral, del arte y de la literatura.

(Habermas, 1987ª, 35).39

Según esta segunda versión de Habermas, la idea de universidad aún arraiga, mediante los

procesos de aprendizaje, en elementos que podrían lograr la formación, ya no en el sentido de la

Bildung, pero sí una formación que va más allá de las habilidades técnicas o los conocimientos

científicos entregados en la universidad. Con ello quiere decir que la formación cultural, política

o de ilustración y la general aún son elementos que pueden alcanzarse y, por qué no, potenciarse,

en el ambiente universitario. El ejemplo que el mismo Habermas utiliza es el fortalecimiento del

seminario como lugar y mecanismo de aprendizaje, en oposición al desgaste de la cátedra. En sus

dinámicas conservaría residuos de formación y posibilidades abiertas de generar formación

cultural e ilustración. Esta propuesta general de Habermas coincide, en efecto, con el riesgo que

corre la universidad contemporánea de perder todo vínculo con la formación de los estudiantes.

Nuevamente, la autoconciencia universitaria tiende a sacralizar el antiguo modelo humboldtiano

y a proclamar en los discursos la posibilidad de formar éticamente o de modelar la personalidad.

Basta con asistir a una graduación y observar que los rectores enuncian con esas mismas palabras

la tarea que, junto a la investigación, son el centro del quehacer universitario. Se menciona la

necesidad de que la universidad forme hombres íntegros o profesionales con discernimiento

ético, al mismo tiempo que incitan a los docentes a realizar investigación. Y es más interesante

aún, notar que muchas de las reflexiones sobre el papel que juega la universidad en el mundo

39

Las cursivas son mías.

87

contemporáneo terminan por referirse, como ideal, a la universidad de Humboldt. Esta conciencia

que revive una y otra vez la utopía universitaria de la unidad de la docencia y la investigación y,

de paso, la idea de la formación entendida como Bildung pareciera carecer de todo fundamento.

Es fácil darse cuenta que los valores formativos ligados a la responsabilidad social, la conciencia

crítica y el diálogo universitario han comenzado a desaparecer con el tiempo, merced de la

entrega de estos conocimientos y habilidades profesionales especializados para un mundo cada

vez más diferenciado. Querámoslo o no, las universidades son hoy, preferentemente, formadoras

de profesionales.

4.4. Lo que queda de Humboldt

En el capítulo tercero expusimos los argumentos que nos llevaron a pensar que el cambio

valorativo es el que condujo a la universidad por un rumbo desconocido y que ha terminado por

extraviarla. Este camino, por desconocido, le ha sido asombroso. Tan asombroso que lo cegó de

advertir los cambios que ocurrían en su interior. El valor comercial de la especificidad del

conocimiento en un contexto de progreso económico y la alta valoración que alcanzó dicho valor

terminaron de romper los nexos ya debilitados del saber idealista y constituyeron el motor que,

en adelante, ha movido los estudios superiores. Hemos advertido también, en este capítulo, que

algunas de las vicisitudes que desde entonces alcanzan a la universidad provienen precisamente

de esa época post industrial. Con excepción de algunas mentes que supieron mirar por sobre los

intereses de clase o que se arrimaron la sana crítica universitaria, el común de los académicos

siguió persiguiendo el ideal científico de la universidad. Sin siquiera advertir lo difícil que

resultaba revivir la Bildung o la antigua Wissenschaft, repudiaron la formación profesional y

mantuvieron la promesa de formación de nuevas generaciones de investigadores. Y cuando

hallaron la universidad convertida, a presión de las circunstancias, en una ensalada de funciones

—muchas veces disfuncionales entre sí— acusaron al progreso o a la especialización descomunal

del sentido pragmático de la educación superior.

Hoy, sin embargo, se repiten cláusulas y se escriben discursos sobre el mentado espíritu

alemán o sobre su modelo decimonónico sin el análisis previo que exige de toda universidad la

tarea vital de determinar su sentido. Se tiende a tomar el rábano por las hojas y la idea por la

realidad. Y con estas alusiones tiende también a desintegrarse en ese amasijo de recuerdos lo que

88

está verdaderamente vivo, lo que aún queda utilizable, de la añorada idea de universidad

idealista. Nombremos algunos que aún sirven de referencia real para pensar la idea de

universidad contemporánea. Sirve a la discusión, en primer lugar, el remanente antropológico-

cultural de la Bildung. En general la Bildung, como un objetivo de la universidad ya no es, como

hemos visto, posible. Eso no significa que los elementos aparejados a este mismo concepto no

conserven, por ejemplo, para los procesos de aprendizaje, elementos que sirvan a su realización o

para la discusión. Como bien dijiera Koselleck, “existen estructuras de la Bildung, una vez

conceptualizadas, que permanecen activas y se extienden a través de las épocas. Y si la

expresión, fuera de moda, formación del carácter [...] es hoy cuestionada por la crítica de las

ideologías o el diagnóstico social, entonces deberá recordarse que detrás de esas críticas acecha la

autorrendición del crítico” (Koselleck, 2002, 207). La sobrevivencia discursiva de la Bildung

como referencia para la idea de universidad conserva, al menos, una referencia directa a la

necesidad de la formación cultural del hombre como finalidad. A ello podemos agregar, en

segundo lugar, la necesidad ilustrada de la crítica que necesita el conocimiento entregado, so

pena que volvamos a una época medieval donde los conocimientos anquilosados sean los que

predominen. El sentido crítico, autoeducativo, inmanente a la Bildung como concepto fiel a la

Ilustración, es del todo actual para las discusiones sobre universidad. Kant habría estado de

acuerdo, por otro lado, en que la autonomía del pensar, es decir, la libertad explícita que necesita

la razón para poder juzgar con veracidad los contenidos analizados o pensados en el espacio

colectivo de la academia, conserva del todo una validez y, además, una urgencia, para el

quehacer universitario de docentes, investigadores y estudiantes. Como hemos mencionado, el

saber se halla hoy hipervinculado a valores comerciales o productivos, tanto en la investigación

como en las carreras profesionales. Los vínculos empresa-universidad, hoy tan de moda, ponen

en peligro la autonomía del saber: intereses privados determinarán el quehacer del pensar y el

hablar por medio de la autoridad del capital. Especialmente peligroso se muestra este vínculo en

la aplicación de la investigación científica: bajo el manto sagrado del vínculo social, el saber se

encapsula en aplicaciones prácticas que, además de servir los intereses de grandes conglomerados

económicos, sacrifica toda libertad para experimentar y redirigir el saber por medio de una razón

libre. Esta inquietud, defensivamente conceptualizada en Humboldt como la pureza del saber,

hoy reflota como pensamiento atingente para el porvenir de la universidad. Derrida puso el

acento en el peligro de la finalización de la investigación:

89

[H]oy en día, en la finalización de la investigación —les pido perdón por recordar cosas tan

evidentes— resulta ya imposible distinguir entre ambas finalidades. Es imposible, por ejemplo,

distinguir entre programas que se desearía considerar «nobles» o, incluso, técnicamente

provechosos para la humanidad y otros programas que resultarían destructores. Esto no es nuevo,

pero la investigación científica llamada fundamental no ha estado jamás tan racionalmente

comprometida como hoy con unas finalidades que son asimismo finalidades militares.(...) En las

sociedades de tecnología avanzada, este programa, impulsa, ordena, financia, directamente o no,

por vía estatal o no, las investigaciones punteras en apariencia menos «finalizadas». (Derrida,

1997, 128)

De Humboldt nos alcanza, además, la idea misma de la universidad. Los idealistas

pecaban, como hemos remarcado en el primer capítulo, de sobrevalorar el influjo de la idea en la

totalidad de la realidad. La idea debía ser ama, no sierva, del acontecer. Pero el desencantamiento

del mundo, la estruendosa caída del idealismo y la ascensión de grupos de poder de espíritu

pragmático llevó a la universidad al mundo al revés. Con mala conciencia, la comunidad

académica no ha podido desembarazarse de la idea humboldtiana (llevándola muchas veces a las

tensiones que hemos manifestado), pero mantiene, muchas veces gracias a esa idea, una

referencia a la normatividad. Esa normatividad no puede ser despreciada, aunque a veces carezca

de realidad. Dicho residuo de normatividad es, por lo demás, el que inspira y nutre el trabajo

filosófico que piensa y repiensa el sentido actual del quehacer universitario a la luz de la

tradición.

Queda, por último, nombrar, la decidida influencia que ejerció, para bien (mucho bien) y

para mal, el poner la búsqueda de la ciencia en el centro de la universidad. Occidente ha

desarrollado, desde entonces, universidades basadas en el modelo alemán de investigación

científica y concentradas, al mismo tiempo, en la formación de nuevas generaciones de

investigadores. Es indudable el progreso que, desde entonces, han experimentado las ciencias

experimentales y sociales y el saber en general. El desarrollo de nuevas técnicas y las nuevas

tecnologías hallan también en esta idea su origen. Esta tarea que, en general, ha invadido a las

mejores universidades del mundo, retrae sus raíces a los idealistas alemanes que supusieron, con

buena conciencia, que la casa de estudios superior debía tener un vínculo estrecho con el

progreso científico. Este centralismo dejó de lado, sin embargo, no sólo la reflexión sobre el

90

porvenir de la universidad, sino el delicado aspecto docente que tradicionalmente poseía la

universidad. El vínculo del saber con el capital ha hecho más fecundo el desarrollo del saber,

pero ha sacrificado toda precisión sobre la finalidad o el sentido de la universidad. Hoy, en

efecto, de un pensador se debiera exigir que vuelva a reafirmar principios sustantivos que

involucran su propio quehacer, el pensar, so pena de que pierda todo valor. Pensar las

condiciones que sustentan el trabajo académico, la importancia de la transmisión del saber

superior y las condiciones de su desarrollo, pensar el sentido del progreso del saber y pensar,

especialmente, el saber mismo. Incluso debería arriesgarse a contestar, al menos, algunas

preguntas normativas: ¿necesita la sociedad una institución que transmita e investigue el saber

especializado? ¿Debería la universidad cumplir esa función? ¿Cuáles deberían ser los valores que

guíen la transmisión del saber superior y su desarrollo? Todas estas preguntas están lejos de

poder ser contestadas mientras la propia universidad siga siendo ciega a las condiciones a las que

el saber se halla sometido y a los ideales utópicos a los que muchas veces apunta. Como alguna

vez dijo Hanns-Albert Steger en una visita a Chile, “nuestro sistema educacional ha

experimentado hace ya largo una transformación profunda sin que amplios sectores de la opinión

pública lo hubieran advertido” (Steger, 1991, 107) y, aunque sea tarea tediosa, el recordarlo una y

otra vez es quizás nuestra reiterada misión.

91

5. Conclusiones

Uno de los peligros que acecha nuestra era de la información es la de una sobreinformación, en

desmedro de una toma de posición sobre los problemas fundamentales que afectan a nuestra

sociedad. Si se examinan, por ejemplo, los periódicos y las columnas de opinión sobre el tema

universitario, la gran mayoría de las veces se encontrarán argumentos en contra o a favor de una

mayor intervención estatal, la discusión sobre el origen de los recursos para el desarrollo de la

ciencia, la defensa de intereses corporativos, la lucha por hacer de la educación profesional un

bien no sujeto a la capacidad de pago o, si se haya con suerte, una discusión sobre la calidad de la

educación. Todas ellas son discusiones que merecen ser atendidas, pero no son las únicas, ni

tampoco las más importantes. Como hemos intentado poner de manifiesto a lo largo de esta tesis,

los problemas que afectan hoy a las universidades, no sólo en Alemania, sino también al conjunto

de la enseñanza superior del saber especializado en el mundo, están profundamente atados al

pensamiento económico y técnico de nuestra era, a la irrupción de la Ilustración y el Idealismo,

pero especialmente a las transformaciones que todos estos factores produjeron en el saber y en el

trabajo académico. En efecto, esperamos que cualquiera que haya llegado hasta este punto de la

tesis y se pregunte nuevamente por el sentido de la universidad alemana, pueda vislumbrar que, a

pesar de no tener un examen exhaustivo de todos los elementos que han estado en juego, cuenta

ya con algunos de ellos, quizás los más básicos, para tomar una posición sobre el sentido del

saber y el propósito que debiese cumplir la universidad en nuestra sociedad. Y, en este caso, una

toma de posición no significa poseer un corpus de principios ni una respuesta cabal sobre cuál

debiese ser el sentido que debería orientar a las universidades, sino una conciencia de los

elementos, las preguntas y las tensiones en disputa en el tema. El primer capítulo avanza en dicha

dirección, proporcionando algunos elementos básicos para una toma de posición, poniendo de

manifiesto la importancia que posee la disciplina filosófica en la direccionalidad que tomen los

debates. Hoy, las discusiones cotidianas y versadas sobre la educación superior vienen

contundentemente marcadas por el lenguaje y el marco de análisis de la economía, de la

sociología y de la historia, dejando de lado preguntas que vayan un tanto más allá de la

contingencia y la resolución de conflictos financieros. La filosofía aporta, en este contexto,

preguntas que orientan la discusión hacia y desde horizontes ideales, desplazando la mirada

historicista y determinista que suele empañar la discusión. Una de ellas, que hemos puesto en el

92

centro de nuestra tesis, es la pregunta por el sentido del saber y de la universidad; pregunta

propiamente filosófica que nos invita a pensar cuál debería ser el sentido o misión de la

universidad en el contexto general de la vida del hombre. Así, en el primer capítulo, se aborda el

aporte que aún hoy puede hacer la filosofía en la discusión de este tema y se entregan algunos

elementos introductorios para comprender la tradición idealista alemana de la universidad.

En efecto, los idealistas alemanes renacen aquí como un ejemplo de reflexión y

profundidad que a veces llega a sorprender. Como hemos visto en el segundo capítulo, la

principal pregunta que intentaron resolver los fundadores de la Universidad de Berlín fue cómo el

saber convertido filosofía podía institucionalizarse para ser enseñado y buscado, al mismo tiempo

que orientado para generar un nuevo orden social. La claridad que poseían del vínculo del saber

con la universidad, de cómo la institucionalización del saber conllevaba una tensión entre la

búsqueda de los conocimientos por parte de los académicos y la utilización de ese saber por parte

del Estado u otros poderes externos, la dificultad de la enseñanza de ese saber y la importancia de

los valores, son algunas de las pistas que nos muestran la agudeza y la clara conciencia de los

académicos decimonónicos sobre el sentido de la universidad. Empero, esa clara conciencia no

los hizo recular las sabias mentes idealistas en reinventar la tradición. Humboldt defenderá, a

contrapelo de Kant, un saber que integrará en sí mismo el impacto teorético del saber en la praxis

del individuo, desechando la idea de que la división de las disciplinas universitarias se ordenase

según criterios teóricos o prácticos, como Kant proponía. El elemento unificador de esta nueva

concepción del saber será la filosofía entendida como espíritu capaz de transformar y penetrar el

carácter y la praxis ética de los individuos, a la vez que la comprensión de todo saber como

filosofía. De esta manera, el ordenamiento de las disciplinas tendrá siempre una base filosófica

común y, consecuentemente, los egresados serán hombres íntegros capaces de dirigir la nación

hacia un nuevo orden social. La conciencia del alcance que posee el saber y de las claras

implicancias de su institucionalización fue determinante en la permanencia e influencia de las

distintas propuestas de los académicos de principios del siglo diecinueve, que aún hoy pueden

vislumbrarse en algunas organizaciones.

Pero, la conciencia de ese sentido y de los problemas relacionados a la

institucionalización del saber comenzó a desdibujarse en el mundo académico alemán, no sólo

por la rapidez con que sucedieron las transformaciones a finales del siglo diecinueve, sino

especialmente —como lo hemos demostrado en el tercer capítulo— por una defensa corporativa

93

de una clase académica privilegiada que no logró captar, en general, las implicancias profundas

de estas transformaciones sociales. Tanto la revalorización del saber práctico, como el

surgimiento de nuevos grupos de poder y la caída del relato idealista terminaron por cambiar casi

radicalmente sentido de la universidad alemana. Sería reiterativo repetir las causas que llevaron a

tales acontecimientos.40

De una universidad centrada en un saber filosóficamente fundante de

todas las disciplinas, pasamos a una diferenciación extrema de los quehaceres y fundamentación

de las distintas disciplinas; de una universidad que proponía la investigación como método para

formar a las nuevas generaciones científicas y gobernantes, pasamos a una universidad que puso

a la investigación como motor para el crecimiento económico; de un saber concebido de cara a la

práctica, pasamos a un saber concebido como un bien de intercambio comercial. Al mismo

tiempo, corrientes democratizadoras permitieron por fin la entrada de nuevos grupos

socioeconómicos a los estudios superiores —lo que reconfiguró el poder político alemán— al

mismo tiempo que permitió a nuevos grupos económicos hacerse del destino de la nación

alemana. Previo a la Segunda Guerra Mundial, los académicos alemanes comenzaron a darse

cuenta que habían perdido la soberanía de la interpretación del saber y comenzaron a rendirse,

muy lentamente, a las profecías de Nietzsche y a las teorías que aceptaban la realidad, como las

de Weber. El sentido del saber y de la universidad habían cambiado radicalmente y la gran

mayoría de los académicos no quiso ver los alcances de este cambio; prefirieron mantenerse

apegados a las potentes doctrinas del idealismo y al sentido que por más de un siglo habían

propuesto para la universidad y para el saber.

Por otra parte, no ha sido sólo el sentido de la universidad y del saber el que cambió sino

también el sentido del trabajo académico. La integración de la investigación del saber en la

universidad —uno de los grandes logros del modelo alemán impulsado por los idealistas—

repercutió profundamente en su estructura y en el perfil de los que allí trabajaban. Los

académicos, desde entonces, no fueron evaluados solamente por la enseñanza, sino también por

la investigación. La gran diferencia, en este ámbito, es que el sentido de ambos trabajos —el de

la investigación y el de la docencia— tenía un horizonte común para los idealistas y uno

diferenciado en las universidades posteriores a la era industrial. Como hemos visto en el cuarto

40

La finalidad de un espacio destinado a las conclusiones del corpus suele ser el corroborar las preguntas o

tesis planteadas, además de la repetición de los argumentos más importantes. Ello tiende a ser redundante y a ratos

suele ser más cómodo remarcar aquellos elementos que el autor desea poner sobre la mesa. Incluso creo que, más

preferible aún, es la inexistencia de las iteraciones.

94

capítulo, la desorientación producida por el cambio de sentido del saber afectó también al trabajo

académico en las universidades, toda vez que se desdibujó el horizonte de sentido general de este

trabajo y dividió las funciones que cada una de ellas cumplía. Esta división del trabajo

académico, empero, no logró derrotar a los ideales de los mandarines alemanes. El ideal de la

unidad de la docencia y la investigación, por un lado, y el ideal de formar investigadores, por el

otro, han predominado hasta el día de hoy, pese a que las transformaciones del siglo diecinueve

y veinte muestran una realidad reticente a la posibilidad de ser consecuentes con esos ideales.

¿Por qué entonces seguimos anclados en ideas que en realidad no hacen sino entorpecer, muchas

veces, el trabajo académico? Quizá la principal razón es que las consecuencias de este cambio de

sentido del saber aún no han sido interiorizadas. Es decir, a pesar de que las nuevas condiciones

sociales y el nuevo estatuto del saber exigen que el sentido de la universidad sea repensado, aún

la comunidad académica persiste en ideas que acentúan las tensiones internas de la universidad y

que dificultan un buen trabajo docente e investigativo.

La tesis que hemos planteado precisamente pretende aportar en esa dirección, pues la

pregunta por el sentido de la universidad alemana es, sobre todo, una invitación a pensar cuál es

el sentido que queremos darle a la universidad y el saber en general. ¿Nos acomoda el sentido de

la universidad industrial? ¿Puede el saber desde sí mismo o desde las prácticas de su enseñanza

otorgarle al hombre herramientas o valores para su vida ética o personal? ¿Cuál debiese ser la

función principal de los docentes universitarios? ¿Qué valores debiesen orientar el desarrollo de

nuevos conocimientos? Estas y otras preguntas dan cuenta de que en este análisis han quedado

bastantes vacíos que deberían ser atendidos. El recorrido que hemos hecho propone a la tradición

alemana como una fuente inagotable de discusiones y conflictos que sin logar a dudas pueden

iluminar las respuestas a estas preguntas y la reflexión sobre el sentido general de nuestras

universidades. La revisión de otras tradiciones como la francesa, la española, la inglesa, la

norteamericana o las tradiciones orientales sin lugar a dudas podría aportar un marco general más

nutrido para responder a estas preguntas. Lo cierto es que tanto el sentido de la universidad

alemana como el sentido general de la universidad es algo que aún está en discusión. Dependerá

especialmente de quienes realizan el trabajo académico el poner sobre la mesa la importancia de

este debate del porvenir de la universidad.

95

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