El Sacramento de La Misericordia CFP2E44

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    4.  LITURGIA

    El Sacramento de la Misericordia

    En camino hacia el 2000

    Paulino MONTERO 

    «En este tercer año el sentido del “camino hacia el Padre” deberá llevar a todos aemprender, en la adhesión a Cristo Redentor del hombre, un camino de auténtica

    conversión , que comprende tanto un aspecto “negativo” de liberación del pecado,como un aspecto “positivo” de elección del bien, manifestado por los valores éticoscontenidos en la ley natural, confirmada y profundizada por el Evangelio. Es éste elcontexto adecuado para el redescubrimiento y la intensa celebración del sacramentode la Penitencia  en su significado más profundo. El anuncio de la conversión comoexigencia imprescindible del amor cristiano es particularmente importante en lasociedad actual, donde con frecuencia parecen desvanecerse los fundamentosmismos de una visión ética de la existencia humana» (TMA 50).

    1.  INTRODUCCIÓN

    En el itinerario que Juan Pablo II nos ha sugerido como preparación al Jubileo del año2000, se nos invita a reflexionar, durante el año 1999, en la figura de Dios Padre, en elsacramento de la penitencia y en la virtud teologal de la caridad.

    No resulta fácil presentar elementos de reflexión y de motivación para la vivencia ycelebración del sacramento de la penitencia a un público que se desconoce. Puedeque seas sacerdote, consagrado, o laico y que vivas con profunda motivación estesacramento, o puede que todavía no hayas encontrado las motivaciones suficientespara celebrarlo con cierta periodicidad; puede, incluso, que lleves años sin celebrareste sacramento, o puede que seas uno de aquellos que, cada semana, de modoregular se acercan a la celebración del mismo. A pesar de todo, y por encima de lasituación y vivencia personal del sacramento de la penitencia, existen unos contenidos

    muy ligados al sacramento en cuestión y que constituyen el núcleo del mismo, a la vezque ponen de manifiesto su especificidad sacramental. Es mi intención detenerme enestos elementos para contribuir, a través de este servicio, en la animación de esteitinerario hacia el gran Jubileo del 2000.

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    2.  ¿CRISIS? ¿QUÉ CRISIS?

    Es frecuente escuchar en todos nuestros ambientes eclesiales que éste es unsacramento en crisis, o que existe una gran crisis respecto al sacramento de lapenitencia. Y como síntomas de la existencia de tal crisis se presentan las siguientesafirmaciones: la disminución cuantitativa en la práctica del sacramento; son muchos

    los que comulgan, pero pocos los que se «confiesan»; los que se «confiesan» pareceque no tienen de qué acusarse (DRD 8-9). Síntomas que ponen en evidencia otrosproblemas como son la pérdida de sentido de pecado, la débil formación de laconciencia moral, el individualismo y el subjetivismo en pugna con el sentido deIglesia, opciones abiertamente contrarias y en oposición a la praxis sacramental de laIglesia...

    No es bueno, pienso yo, permanecer constantemente en la misma crisis, porqueentonces no se madura. Y quizás seamos nosotros quienes nos encontramos en estasituación de persistencia en la misma crisis, con el consiguiente debilitamiento y faltade maduración en la vida de fe. Pero no saquemos conclusiones antes de tiempo.

    No es malo que existan crisis, y no es malo que exista crisis con respecto alsacramento de la penitencia, porque será un modo de madurar y profundizar en lavivencia y celebración del mismo. Es cierto que el Concilio Vaticano II ha supuestopara la Iglesia una oxigenación importante y, gracias a ello, día a día se está notandosu riqueza, acompañado también, cómo no, con situaciones de sombra. Es natural quela reflexión conciliar del Vaticano II sometiese a una crisis la celebración sacramentalde la penitencia, tan marcada por el encorsetamiento rubricista y tan centrada en ladeclaración oral de los pecados y los interrogantes aclaratorios por parte de lossacerdotes, a veces entendidos y sentidos como inquisitoriales y traumáticos. No hayque mirar con excesivo rigor opiniones que parecen negar el sentido de pecado, y quesu pretensión fundamental es combatir la opinión de que todo es pecado. Se venecesaria la purificación del sentido de pecado, como se ve necesaria la recuperacióndel sentido purificador y reconciliatorio de la eucaristía y de la vida cristiana en susexpresiones de fe, esperanza y caridad. Hay que decir, en definitiva, que la crisis esbuena cuando se trata de purificar el sentido del sacramento de la penitencia, cuandose trata de colocar a este sacramento en el lugar que le corresponde: ni por encima, nial margen de la eucaristía, ni por encima, ni al margen de la palabra de Dios, ni porencima, ni al margen del testimonio de vida de fe, esperanza y caridad.

    Mantenernos en la crisis o dar soluciones para salir de la misma, ésta es ladisyuntiva que no se soluciona con gritar año tras año el descenso del número de losque se «confiesan». Confundir síntoma de crisis con la crisis en sí no sirve de granayuda a la tarea de la Iglesia de ayudar a todos a configurarse más a Cristo.

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    3.  -PARA RECUPERAR EL SENTIDO DE ESTE SACRAMENTO

    Cuando el Concilio Vaticano II en su primera Constitución («SacrosanctumConcilium»)   pedía que se revisase el rito y las fórmulas de la penitencia para queexpresasen de modo más claro la naturaleza y el efecto del sacramento (SC 72),estaba exigiendo a grandes gritos un cambio esencial, un cambio que apostaba por

    subrayar lo esencial por encima de lo accidental. De este modo, en la Constitución «Lumen Gentium», también del Concilio Vaticano II, se dirá específicamente de estesacramento: Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de lamisericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo sereconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversióncon la caridad, con el ejemplo y las oraciones  (LG 11).

    Como se puede apreciar, el texto conciliar de la Constitución Lumen Gentium  nospresenta una pista de solución muy interesante con respecto al sentido del sacramentode la penitencia: descubrir el sentido de Dios y el sentido de Iglesia en nuestra vida decreyentes; un Dios que se expresa en gestos de misericordia, y una Iglesia queacompaña en el proceso de conversión del pecador.

    3.1.  -De confesión de pecados a celebración de la misericordia de Dios

    No quedó olvidada la expresión conciliar «misericordia de Dios» cuando se trató depreparar el nuevo ritual para la celebración de este sacramento. Se debatió muchosobre el nombre con el que denominarlo. Al final se resolvió llamarlo «penitencia»,pero en conexión con «reconciliación». Se evitó la mayoría de las veces usar lapalabra «confesión» al tratar del mismo en su globalidad, pero el peso de los siglos esgrande y tanto pastores como fieles preferimos seguir diciendo «confesión» y«confesarse», en vez de reconciliación o penitencia.

    De poco ha servido que el mismo ritual de la penitencia rece en una de susoraciones con estas palabras: Señor, Dios nuestro, que no te dejas vencer pornuestras ofensas, sino que te aplacas con nuestro arrepentimiento. Mira a tus siervos,que ante ti se confiesan pecadores y, al celebrar ahora el sacramento de tumisericordia , concédenos que, corregidas nuestras vidas, podamos gozar de lasalegrías eternas 2 (RP 114). Si la Iglesia muestra su fe cuando reza, hay que decir que,desde la celebración sacramental, reconoce este sacramento como el de lamisericordia de Dios. Esta conciencia no sólo aparece expresada en esta oración; todoel Ritual actual está plagado de expresiones continuas que subrayan este mismocontenido. No estaría mal que fuésemos cambiando el lenguaje a la hora de ofreceruna catequesis sobre este sacramento. Dejemos de usar la palabra «confesión» a lahora de designar la globalidad del sacramento en cuestión y comencemos a llamarlo

    «el sacramento de la misericordia», y en vez de decir «confesar» comencemos a decir«celebrar el sacramento de la misericordia de Dios». Esto, que parece sencillo, no esfácil porque tendemos a abreviar las expresiones en el lenguaje; pero no siempre lofácil es lo más conveniente, aunque parezca más convincente.

    Alguno puede pensar que con cambiar el nombre no solucionamos nada, y está ensu derecho a pensar de ese modo. Pero cambiar el nombre supone también cambiarel modo de entender el sacramento. Al decir que celebramos el sacramento de lamisericordia de Dios nos introducimos en el núcleo del sacramento, subrayamos loesencial, aquello que de verdad celebramos como expresión de nuestra fe: que Dioses misericordia, que Dios es perdón, que Dios es amor. El centro no lo ocupamos

    nosotros, nuestro pecado, sino Dios, su misericordia, su perdón, su amor.

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    De esto eran conscientes los Padres del Concilio Vaticano II y esta concienciaquedó plasmada en la estructura y en la eucología del nuevo ritual de Pablo VI. Sinembargo, esta riqueza permanece inservible o inutilizada si los pastores ladesconocen o si confunden lo esencial con lo accidental. Bastaría sencillamenterealizar una encuesta en la que se preguntase quiénes utilizan el ritual de Pablo VI oquiénes continúan usando todavía el ritual de Pablo V, aunque no sepan ni siquieradesde cuándo existe el ritual que usan. El ritual de Pablo VI sigue siendo el gran

    desconocido, al menos en lo que se refiere a este sacramento. Un gran porcentaje depastores, pienso, desconocen la estructura celebrativa del mismo. Esto nos lleva areflexionar, por tanto, sobre la situación en la que se pueden encontrar gran parte delos fieles que integran las distintas comunidades de fe.

    Un signo de no querer salir de la crisis es sencillamente el de mantenernos en loaccidental y no profundizar y vivir lo esencial, lo nuclear. Y lo esencial y nuclear es elmisterio de Dios que celebramos en todos y en cada uno de los sacramentos. Estemisterio no es otro que el Misterio Pascual de Jesucristo: la recapitulación de toda unavida de donación y entrega, de diaconía, que se resume en los momentos de pasión-muerte, resurrección y ascensión-pentecostés, y que permanece viva hoy en la Iglesia

    por la acción del Espíritu. Esto se hace presente en todos y cada uno de lossacramentos, pero desde una especial particularidad o especificidad. En elsacramento que tratamos, concretamente, esta especificidad queda manifiesta desdela expresión misericordiosa del Padre, subrayada a lo largo de la vida de Jesús y asíplasmada en los Evangelios y en la vida de la Iglesia.

    Las comunidades cristianas primeras tenían muy claro quién era el Diosmanifestado en Jesucristo. El diálogo de Jesús con Pedro, cuando por tres veces lepregunta si le ama, constituye la expresión más clara de misericordia para con aquélque por tres veces negó a Jesús. Es el signo por el que Cristo restituye a Pedro en ellugar que le correspondía, como cabeza de la Iglesia, en servicio total hacia el rebañoque se le confiaba. El dato mismo de encontrarnos con el texto de la negación de

    Pedro en los Sinópticos y en Juan (cf. Mt 26,71-75; Mc 14,69-72; Lc 22,58-62; Jn18,25-27) es una aportación significativa a la hora de entender el pensamiento de lascomunidades primeras con respecto a la situación del pecador y el modo de obrar deDios. Un Dios que actúa en misericordia pide, a los que a él acuden, el testimonio deuna vida también en misericordia. Dios, que se expresa en gestos de misericordia,está invitando a la Iglesia a ser testigo de su misericordia.

    3.2.  -Del privatismo y subjetivismo a la dimensión comunitaria y eclesial

    Si es clara la opción del ritual por subrayar la presencia misericordiosa del Padre Dios,

    no menos claro aparece el interés por mostrar la dimensión eclesial a la que se abre lacelebración global de este sacramento.

    Las indicaciones del Concilio en la constitutición sobre la liturgia eran precisas alafirmar que las acciones litúrgicas no son acciones privadas sino celebraciones de laIglesia (SC 26), y que siempre que los ritos admitiesen una celebración comunitaria,con asistencia y participación activa de los fieles, había que preferirla (SC 27). Esinnegable el deseo del Concilio Vaticano II por expresar en la celebración la dimensióneclesial, pues no en vano es la Iglesia la que celebra su fe. Por eso el ritual de laPenitencia no podía descuidar u olvidar un aspecto tan importante para la celebración.

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    Tanto los tres esquemas celebrativos del sacramento, como las así llamadas«celebraciones penitenciales», se hacen eco de esta dimensión eclesial. Incluso en lacelebración privada, en la que interviene sólo un individuo ante el sacerdote, se haprocurado reflejar su apertura a la comunidad eclesial, bien por medio del diálogo bienpor medio de gestos comunes (señal de la cruz, saludo, silencio de uno y otro paraunirse en la plegaria…).

    Hoy, quizá más que en otras etapas de la historia de la Iglesia, es importantedescubrir o recuperar esta dimensión eclesial del sacramento de la misericordia deDios. Todavía se siguen oyendo expresiones como «yo me “confieso” directamentecon Dios y no necesito de sacerdotes intermediarios», o «la Iglesia no puede ir encontra de mi libertad de conciencia e imponerme la obligación de ir a contar a unsacerdote las miserias de mi vida», o «¿por qué tengo que pedir perdón a la Iglesia,cuando el que me tiene que perdonar es Dios?».

    Expresiones como las apenas indicadas son un claro reflejo de la sociedad que nosrodea; una sociedad que intenta dividir, separar, privatizar, siempre desde laperspectiva de una economía de mercado. Si perdemos el sentido simbólico de

    familia, de comunidad, de sociedad, perderemos también el sentido simbólico deIglesia.

    Es claro el ritual de la Penitencia al afirmar, citando palabras de Pablo VI, que «envirtud de un arcano y benigno misterio de la voluntad divina reina entre los hombresuna tal solidaridad sobrenatural que el pecado de uno daña también a los otros, y lasantidad de uno aprovecha también a los demás; por ello la penitencia lleva consigosiempre una reconciliación con los hermanos a quienes el propio pecado perjudica»(RP 5). Tomar conciencia de este contenido nos servirá de ayuda para la vivencia másprofunda de este sacramento y, cómo no, de todos los demás sacramentos. Es precisoinsistir desde la catequesis sobre esta dimensión comunitaria-eclesial de lacelebración sacramental si no queremos perder poco a poco una de las dimensiones

    fundamentales de los sacramentos. El Año Litúrgico, especialmente desde el Advientoy la Cuaresma, nos brinda esa clara oportunidad de una catequesis que recuerdeestas dimensiones tan importantes y centrales del sacramento de la misericordia deDios. Esta misma catequesis nos dará pie para recuperar otros ‘sentidos’ que nosabren a la comprensión y vivencia de la dimensión reconciliadora dentro de la Iglesia.

    4.  -RECUPERAR OTROS «SENTIDOS» EN FAVOR DELSACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DE DIOS

    La dimensión penitencial y reconciliadora de la Iglesia no solo se expresa por mediodel sacramento de la misericordia de Dios. Existen otras manifestaciones eclesialesque nos remiten a la dimensión penitencial y reconciliadora de la Iglesia, como puedenser la Palabra de Dios, la Eucaristía, la vida de caridad…

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    Acertadamente el ritual de la Penitencia en su edición española afirma que «unelemento esencial de la tradición penitencial de la Iglesia es considerar y establecer lareconciliación sacramental como necesaria en orden a los pecados mortales», y que«también los pecados veniales, según la venerable tradición de la Iglesia, pueden serfructuosamente objeto de reconciliación sacramental» (RP, Praenotanda, 45). Con ellose está sugiriendo el contenido expresado en uno de los números anteriores: «Estaconstante vida penitencial el pueblo de Dios la vive y la lleva a plenitud de múltiples y

    variadas maneras. La Iglesia, cuando comparte los padecimientos de Cristo y seejercita en las obras de misericordia y caridad, va convirtiéndose cada día más alEvangelio de Jesucristo y se hace así, en el mundo, signo de conversión a Dios. Estola Iglesia lo realiza en su vida y lo celebra en su liturgia, siempre que los fieles seconfiesan pecadores e imploran el perdón de Dios y de sus hermanos, como aconteceen las celebraciones penitenciales, en la proclamación de la Palabra de Dios, en laoración y en los aspectos penitenciales de la celebración eucarística» (RP,Praenotanda, 4).

    Un tipo de espiritualidad que ha descuidado sistemáticamente el aspectopenitencial y reconciliatorio de otras expresiones eclesiales, y se ha centrado

    exclusivamente en el sacramento de la misericordia de Dios, ha conducido a lainflación del sacramento en cuestión, con detrimento, claro está, de las otrasmanifestaciones penitenciales de la Iglesia, e incluso con detrimento de la mismacelebración sacramental de la misericordia de Dios. Por eso es necesario recuperar elsentido penitencial y reconciliatorio de esas otras expresiones eclesiales.

    4.1.  El «sentido» de la Palabra de Dios

    La proclamación de la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica es una de lasexpresiones sacramentales de Cristo mismo en la comunidad, como reconoce laConstitución sobre la Liturgia3. Esta presencia sacramental de Cristo, que acontecepor la proclamación de su palabra en la asamblea, no puede ocultar su misiónreconciliadora, como expresión de su diaconía y de su obediencia al Padre. Por eso, lamisma Iglesia, cuando reza, pone al descubierto este contenido de la fe: «Señor, quereconcilias contigo a los hombres por tu Palabra hecha carne, haz que el pueblocristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las próximas fiestaspascuales»4.

    La Iglesia da a la Palabra de Dios proclamada en la acción litúrgica un valor sinigual, la reconoce como fundamento de la acción litúrgica, porque todo cuanto decimosen la celebración litúrgica tiene su inspiración en la misma Palabra de Dios (SC 24).Siendo esto así, no podemos seguir mirando a las celebraciones penitenciales,consistentes básicamente en una celebración de la Palabra, como carentes de un

    valor reconciliatorio5

    ; ni podemos seguir olvidando sistemáticamente la proclamaciónde la Palabra de Dios en la celebración sacramental de la misericordia de Dios en sumodalidad primera (la que tiene lugar entre un solo penitente y el sacerdote)6.

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    El mismo gesto sacramental de imposición de manos y de absolución tiene suinspiración en la Palabra de Dios y expresa la síntesis del misterio de la Pascua: «DiosPadre de misericordia, que, por la muerte y resurrección de su Hijo, reconcilió consigoel mundo y envió el Espíritu Santo para remisión de los pecados, te conceda por elministerio de la Iglesia el perdón y la paz. Y yo te absuelvo... Amén»7. De este modo,toda la celebración se va construyendo en torno a la Palabra, se va edificando comoexpresión viva de la Palabra de Dios proclamada8. Por eso, la proclamación de la

    Palabra de Dios en la celebración constituye una ratificación de nuestra fe en el valorreconciliatorio de la Palabra: una Palabra que tiene valor por sí misma, en cuanto quees Cristo mismo quien habla y es Cristo quien nos reconcilia con el Padre; y unaPalabra que identifica el gesto sacramental, lo individualiza y lo concretiza. Estos datosson, entre otros, los que han sugerido la presencia explícita de la Palabra de Dios enla celebración litúrgica; por lo que no nos encontramos, después del Concilio VaticanoII, ningún ritual que no inserte la Palabra de Dios en el esquema de la celebracióncomo fundamento de la misma9.

    Todo eso nos da pie para afrontar algunas líneas concretas de pastoral, comopueden ser: la formación bíblica de la comunidad cristiana, buscando espacios y

    momentos idóneos; descubrir la palabra de Dios como base de nuestra oraciónpersonal, es decir, introducir y guiar en la Liturgia de las Horas; vivir las celebracionesde la palabra de Dios como experiencia de la misericordia de Dios y momento deperdón ante una situación de vida que no está marcada por los así llamados «pecadosgraves»…

    Este especial encuentro con la palabra de Dios nos ayudará a vivir y a participar,con mayor interés, en el sacramento mismo de la misericordia de Dios y en las otrasmanifestaciones en las que experimentamos la cercanía amorosa del Padre y superdón.

    4.2.  El «sentido» de la eucaristía

    Cuanto ya se ha dicho de la palabra de Dios lo tendríamos que repetir al hablar dela eucaristía (Misa), pues, siendo ésta un único acto de culto, consta de dos mesas: lamesa de la Palabra y la mesa de la eucaristía (SC 56.51). Pero al ser la mesa de laPalabra momento integrante del mismo acto de culto de la eucaristía en su conjunto,habrá que considerarla desde la nueva perspectiva de la unidad cultual.

    La eucaristía es cumbre de la vida sacramental de la Iglesia y cumbre, también, desu actividad apostólica (SC 10). Y puesto que entendemos la eucaristía como laexpresión más honda de participación en el misterio de la Pascua, no puede quedar almargen de la manifestación reconciliadora del Padre.

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    Existen expresiones distintas a lo largo de toda la celebración eucarística que vansubrayando esta dimensión reconciliadora de la eucaristía. En primer lugar, nosencontramos con el así llamado «acto penitencial», que, según el Misal «realiza todala comunidad con la confesión general y se termina con la absolución del sacerdote»(OGMR 29). Esta fórmula se ha mantenido vigente desde principios del siglo XI, yconsistía en adoptar también para la misa la confesión de los pecados que desde elsiglo IX se hacía, como cosa ordinaria, de dos en dos en el rezo de las Horas de Prima

    y Completas10. A finales del siglo XII, ante la tendencia de confesar los pecados inspecie , se recordará insistentemente que se trata de una confesión general. Con todo,esta confesión general irá acompañada de una oración de absolución e incluso de unapenitencia impuesta a los fieles arrepentidos, como nos encontramos en el libroSacerdotale   de 155511. Esta confesión general y absolución por parte del sacerdote,con una formulación deprecativa, no deja de tener su valor reconciliatorio, y así lomanifiesta el mismo Concilio de Trento al declarar que «Nuestro Salvador […] quisoque este sacramento se tomara como espiritual alimento […] y como antídoto por elque seamos liberados de las culpas cotidianas y preservados de los pecadosmortales» (DS 1638).

    Otro momento de la eucaristía, en el que se pone de manifiesto esta dimensiónreconciliadora, es la misma plegaria eucarística, en la que se confiesa,explícitamente en las palabras del cáliz, que la actualización del sacrificio de Cristo espara la remisión de los pecados. En definitiva, es toda la plegaria eucarística la que vaexpresando implícita o explícitamente el misterio Pascual de Jesucristo, misterio dereconciliación y de unidad, sobre todo desde la anámnesis  y desde la epíclesis . Así loreconoce también el Concilio de Trento al declarar que «aplacado el Señor por laoblación de este sacrificio, concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona loscrímenes y pecados, por grandes que sean» (DS 1743). Por eso, ante la imposibilidadde acercarse al sacramento de la misericordia de Dios o reconciliación, necesario parala situación de pecado grave, la contrición perfecta y el propósito de la penitenciasacramental nos abren el camino hacia la eucaristía, la expresión ritual más honda del

    misterio de la Pascua.

    No podemos olvidarnos del contenido reconciliatorio de la oración dominical, en laque pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas como también nosotrosperdonamos a los que nos ofenden. Una oración que abre el camino hacia lacomunión eucarística y que inserta en el mismo el gesto de la paz, como expresión dereconciliación y de comunión de hermanos. Este contenido aparece en el misal en unade sus moniciones al momento de la paz, convirtiéndose en una profesión de fe delacto litúrgico que se está celebrando y precediendo inmediatamente a la comunión:«En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz, daos la paz como signo dereconciliación» (MR 548).

    Y finalmente, la misma comunión se presenta como claro exponente de ladimensión reconciliadora del Misterio Pascual que se actualiza en la eucaristía. Laoración con la que el presidente de la celebración se prepara a recibir el cuerpo y lasangre de Cristo es claramente evocadora de este contenido: «Señor Jesucristo, Hijode Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tumuerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, detodas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti» (MR 549). Incluso la misma letanía que se cantadurante la fracción del pan (el Cordero de Dios), y la expresión con que se acompañael mostrar el pan, como invitación a la mesa del Señor, son también indicativosprecisos de esta dimensión reconciliadora de la eucaristía.

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    No estaría mal que pensásemos en una catequesis formativa en vistas aprofundizar esta dimensión reconciliadora de la eucaristía. Pienso que repercutiría enbeneficio de una comprensión más precisa del sacramento de la misericordia de Dioso reconciliación-penitencia.

    4.3.  El «sentido» de la vida cristiana

    La oración que durante años hemos escuchado de labios de tantos sacerdotes en elmomento de concluir la celebración sacramental de la misericordia de Dios, y quecontinúa como oración opcional en el ritual actual (si bien con alguna variante), erauna declaración de cómo la vida misma puede convertirse en expresión de lareconciliación del Padre Dios: La pasión de nuestro Señor Jesucristo, los méritos de labeata Virgen María y de todos los Santos, cuanto bien hagas y cuanto mal sufras, tesirvan de perdón («remissio») de los pecados, aumento de gracia, y premio de vidaeterna. 

    El mismo Catecismo de la Iglesia Católica se hace eco de esto cuando dice que «lapenitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas». La Escritura y

    los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna, queexpresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación alos demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio,citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados parareconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por lasalvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad «quecubre multitud de pecados (1 Pe 4,8)»12. Y más adelante, el mismo Catecismo amplíaeste contenido a cuanto aquí vamos indicando: «La lectura de la Sagrada Escritura, laoración de la Liturgia de las Horas y del Padrenuestro, todo acto sincero de culto o depiedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye alperdón de nuestros pecados»13.

    Bastaría hacer un sencillo recorrido por todas las oraciones que, en la Misa, serecitan después de la comunión para descubrir cómo la vida cotidiana es el marcodonde se prolonga cuanto celebramos en la fe; de modo que, la reconciliación operadaen la eucaristía se prolonga desde el testimonio de la vida misma. El mismo ritual de laPenitencia también se hace eco de esto mismo en las oraciones conclusivas delsacramento, al pedir que seamos testigos del amor del Padre Dios en el mundo (PR137).

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    Este modo de entender la vida cotidiana —como expresión de la misericordia deDios, de la reconciliación que Cristo nos ha conseguido con el Padre— contrasta engran medida con un tipo de espiritualidad que da exagerado valor a los llamados«pecados cotidianos», como si éstos estuviesen por encima de las obras demisericordia, de caridad y servicio. Parecería como si los cristianos tuviésemos quevivir siempre en estado de pecado y no en estado de gracia, de configuraciónprogresiva con Cristo. Este tipo de espiritualidad negativa, que cambia la expresión del

    Génesis «y vio Dios que todo era bueno», por otra como «nosotros vemos todo malo»,olvida la riqueza de la Iglesia en su Tradición y se cierra al contenido del texto paulinodel «allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). Unaespiritualidad negativa desfigura la realidad del sacramento de la misericordia de Dioso reconciliación y desfigura, por tanto, las otras realidades penitenciales yreconciliatorias citadas. Es cierto que la doctrina y práctica de la Iglesia declaran quees necesario examinar la propia conciencia antes de comulgar para que nadie,consciente de pecado grave, se acerque a la sagrada Eucaristía sin que hayaprecedido la confesión sacramental. Pero esto no significa que haya que «confesarse»cada vez que uno se acerque a comulgar (DRD 70), como todavía siguen pensandoun gran número de laicos y, peor aún, sacerdotes. No estaría mal que nos

    comprometiésemos en una tarea de clarificación y encauzamiento de algunas praxiseclesiales que continúan siendo un obstáculo para la comprensión y vivencia delsacramento de la misericordia de Dios.

    5.  -CLARIFICAR Y ENCAUZAR ALGUNAS OPCIONES

    A lo largo de la historia de la Iglesia se han ido integrando, en la estructurasacramental de la misericordia de Dios, ciertas opciones que podían ayudar a vivir, engrado mayor, el acontecimiento sacramental celebrado. Opciones que, por una parte,han tomado tal protagonismo que llegan a desdibujar la centralidad del sacramentocelebrado; y, por otra, opciones tendentes a comprender el valor sacramental, peroque no han recibido el apoyo oportuno por miedo a «crear confusión». Algunas deestas opciones son, precisamente, las que deseo abordar en esta parte última de lareflexión, como ayuda pastoral en vistas a la formación permanente de la comunidadcristiana.

    5.1.  -Dirección espiritual y sacramento de la misericordia de Dios

    La Conferencia Episcopal Española, al hablar de la crisis del sentido de estesacramento, decía: «También pesan experiencias negativas, y deficiencias, que sehan ido acumulando en el transcurso del tiempo, tales como:… la reducción a vecesde la confesión a buscar soluciones a los problemas personales, incluso psicológicos,muy lejanos a los pecados que el cristiano ha de someter al juicio y absolución de la

    Iglesia» (DRD 19). Y entre los hechos que han podido contribuir al oscurecimiento dela penitencia en la comunidad cristiana, el documento indica «un cierto olvido pastoralde la atención personalizada, de la dirección espiritual» (DRD 20). Por una parte serecrimina el ir buscando en el sacramento soluciones a problemas de tipo psicológico,y por otra se incentiva el uso de la dirección espiritual en este sacramento, como si enla dirección espiritual no se tuviesen en cuenta factores de tipo psicológico de lapersona.

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    No podemos olvidar cómo la práctica de la «confesión auricular» del solo penitentecon el sacerdote proviene de la dirección espiritual que realizaban los monjes entre sío de los lacios con los monjes de los monasterios. Y creo que sería un error olvidar lasventajas que, a nivel personal, puede tener una celebración individual del sacramentoque se abre a una dirección espiritual, o mejor, una dirección espiritual que culminacon la celebración del sacramento de la misericordia de Dios14. Pero, con todo, nopodemos identificar dirección espiritual con celebración sacramental de la misericordia

    de Dios. Y debemos educar también para descubrir la autonomía de cada una deellas, de modo que no se diluyan la una en la otra y se confunda lo que essubordinado de lo que es principal. Es curioso observar el olvido constante de lapalabra de Dios y cómo «nunca» faltan los «consejos» —que eso no es direcciónespiritual ni tampoco homilía— que da el sacerdote; «consejos» que, a veces, ni sonoportunos ni necesarios.

    La mejor dirección espiritual es la que proviene de la escucha atenta y la meditaciónde la palabra de Dios, pues ella es la que abre nuestro corazón a la conversión a Dios.Y el marco más oportuno siempre será la eucaristía, lugar en el que también el EspírituSanto personaliza el mensaje divino, como bien se afirma en el documento

    introductorio de las lecturas de la Misa: «Por consiguiente, la actuación del Espíritu nosólo precede, acompaña y sigue a toda acción litúrgica, sino que también varecordando, en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de lapalabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando launidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona lamultiplicidad de actuaciones» (OLM 9).

    Clarificar la conexión entre celebración de la reconciliación y la celebracióneucarística, y descubrir la dimensión reconciliadora de la eucaristía servirán de mayorprovecho para la revalorización del sacramento de la misericordia de Dios que elhecho de insistir tanto en el valor —reconocido por algunos como casi esencial— de ladirección espiritual dentro del sacramento.

    5.2. 

    -Celebración sacramental con confesión y absolución generales:¿para cuándo?

    Si nos detenemos a pensar en las condiciones necesarias para que se pueda permitiruna celebración sacramental de este tipo15, básicamente el problema se encuentra enla escasez de sacerdotes en el momento de la celebración. Ante esta situación, ysiguiendo el pensamiento de Trento, es suficiente la contrición perfecta con el deseode acercarse a la reconciliación-sacramento cuanto antes se pueda16. No haría falta,por tanto, acudir a tal celebración comunitaria con confesión y absolución generales.Sin embargo, se considera con valor mayor, a nivel pedagógico y a nivel de expresión

    sacramental y eclesial, la celebración sacramental que prescindir de ella.

    A partir de este presupuesto, y del dato disciplinar eclesial de que sólo se exige elsacramento para quienes «grava la conciencia de pecado mortal», nos podemospreguntar: ¿por qué no enfocar desde otra perspectiva este modelo celebrativo-sacramental de la misericordia de Dios? Si un gran número de los que continúancelebrado el sacramento del perdón, y de los que viven su fe desde la expresión de fedominical, se acusan con conciencia no gravada por el pecado mortal, ¿por quécontinuar con las limitaciones a esta modalidad celebrativa del sacramento?

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    Es cierto que una conciencia no gravada por el peso del pecado mortal no estáobligada al sacramento de la misericordia de Dios, pero, como dice Juan Pablo II «esnecesario seguir atribuyendo gran valor y educar a los fieles a recurrir al sacramentode la Penitencia incluso sólo para los pecados veniales, como lo atestiguan unatradición doctrinal y una praxis ya seculares» (ReP 32). Considerando esta reflexión,podríamos concluir diciendo que la modalidad sacramental con confesión y absolucióngenerales podría ser una vía interesante para vivir sacramentalmente la conversión de

    la propia vida incluso sin sentir gravada la conciencia por el pecado mortal.

    6.  -A MODO DE CONCLUSIÓN: CRECER EN LA MISERICORDIAAL RITMO DEL AÑO LITÚRGICO

    El Año Litúrgico se nos presenta como un camino pedagógico muy interesante paravivir y expresar nuestra conversión hacia Dios. Marcar los tiempos fuertes concelebraciones sacramentales de la misericordia de Dios, y vivir el resto del Año desdeesos «otros sentidos» que nos abren a la experiencia del Dios misericordioso, segúnhemos indicado anteriormente, pienso que será un gran paso en el itinerario hacia elJubileo del 2000. Son de alabar y de imitar las distintas experiencias que van tomandocuerpo en tantas comunidades parroquiales respecto al ritmo del Año Litúrgico y laexpresión sacramental de la misericordia de Dios, como puede ser el Adviento, laCuaresma, Pentecostés, comienzo de la actividad escolar…

    Si prestamos interés por valorar el encuentro con la misericordia de Dios a travésdel sacramento de la reconciliación, no podemos olvidar las otras manifestaciones porlas que también experimentamos la esencia de Dios. Se expresó acertadamente JuanPablo II cuando dijo que «aun sabiendo y enseñando que los pecados veniales sonperdonados también de otros modos —piénsese en los actos de dolor, en las obras decaridad, en la oración, en los ritos penitenciales—, la Iglesia no cesa de recordar atodos la riqueza singular del momento sacramental también con referencia a tales

    pecados» (ReP 32). Esos «otros modos», en expresión de Juan Pablo II, para elperdón de los pecados veniales es algo que debemos recuperar en su sentido máspropio, es decir, en el sentido de guiarnos en la valoración real del sacramento de lamisericordia de Dios.

    Miremos la realidad de la sociedad en la que nos encontramos inmersos yfijémonos en la realidad juvenil que nos invita a abrirnos a un vasto campo derelaciones, de pluralidad de encuentros. Esta pluralidad de encuentros y relacionescon la misericordia de Dios la tenemos ya dentro de la misma Iglesia. Valoremos loque poseemos. Dejémonos enseñar y hagamos esfuerzo por aprender. El 2000 puedeser un excelente test para comprobar nuestra apertura a la misericordia de Dios en lasdistintas expresiones sacramentales y eclesiales.

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    7.  BIBLIOGRAFÍA

    Ohlig, K. –H.  «¿Está muerto el sacramento de la penitencia? Orientación a base de laTradición», Selecciones de Teología 145 (1998) 63-70.

    Se trata de una síntesis de un artículo publicado en la revista Diakonia (1996). Parte de lasituación de crisis en la que parece encontrarse el sacramento e invita a que la Iglesiaponga en juego su imaginación creadora para favorecer otras formas de celebración querespondan a las necesidades de las distintas comunidades.

    Pastoral litúrgica 219-220 (1994) (monográfico sobre la reconciliación-penitencia).

    Recoge la casi totalidad de las conferencias y comunicaciones que se presentaron en lasJornadas Nacionales de Liturgia, que tuvieron lugar en Madrid en octubre de 1993. Elmotivo de estas Jornadas era recordar el XX aniversario del Ritual de la Penitencia. Losartículos se mueven en torno a la teología, espiritualidad y pastoral del sacramento de laPenitencia.

    Sal Terrae   n. 1006 (1997) (monográfico sobre el tema «La reconciliación. Gracia en elconflicto»).

    Las reflexiones que se ofrecen, tanto a nivel eclesial como a nivel moral, ecumenénico einterreligioso, tienen en su base el tema de la reconciliación como don de Dios para hacerlovida. Nos encontramos con una visión muy actual de presentar el tema de la reconciliación,que puede ayudarnos a descubrir valores que están presentes en el mismo sacramento dela Iglesia.

    VERGOTE, A.  «El sacramento de la penitencia y la reconciliación», Selecciones de Teología 145 (1998) 71-80.

    Es la traducción y resumen de un artículo aparecido en la revista Nouvelle Revue

    Théologique  (1996). Partiendo de la psicología religiosa, invita a recuperar en la celebracióndel sacramento, toda su densidad antropológico-teológica, de modo que se ponga demanifiesto y se viva como proceso de conversión a Dios.

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    NOTAS

    octor en agra a turga por e ont c o nst tuto t rg co « an nsemo» e oma. rector eInstituto Superior de Teología «Don Bosco» (Madrid), y profesor de Liturgia del mismo Instituto.Colabora en la Escuela Diocesana de Liturgia de la Facultad de Teología «San Dámaso» de Madrid.2 Cf. Montero, P., «El sacramento de la misericordia como acto de culto», Pastoral litúrgica 219-220(1994) 102-104.3 «Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quienhabla» (SC 7).4 Misal Romano de Pablo VI, Oración colecta del IV domingo de cuaresma, Coeditores litúrgicos,Madrid 1988, 216 (edición en castellano).5 «Las celebraciones penitenciales son reuniones del pueblo de Dios para oír la palabra de Dios, por lacual se invita a la conversión y a la renovación de vida, y se proclama, además, nuestra liberación delpecado por la muerte y resurrección de Cristo» (RP, Praenotanda, 36). «Téngase cuidado de que estascelebraciones no se confundan, en la apreciación de los fieles, con la misma celebración delsacramento de la Penitencia. Sin embargo, estas celebraciones penitenciales son muy útiles parapromover la conversión y la purificación del corazón [...]. Además, donde no hay sacerdote a disposiciónpara dar la absolución sacramental, las celebraciones penitenciales son utilísimas, puesto que ayudan ala contrición perfecta por la caridad, por la cual los fieles pueden conseguir la gracia de Dios con el

    propósito de recibir el sacramento de la penitencia» (Ídem, 37).6 «El Ritual inserta orgánicamente en el mismo rito sacramental la proclamación de la Palabra de Dios.La renovación pastoral del Sacramento de la Penitencia pide que todos los que son responsables de lacelebración valoren mucho esta presencia de la Escritura, incluso en las celebraciones individuales. Aunen los casos en que por alguna circunstancia que lo justifique, se omite la lectura, será bueno que losfieles tengan fácilmente a mano algunos textos bíblicos para que ellos mismos puedan leerlos antes dela confesión, y así se mantenga el enlace entre la Palabra, la Fe y el Sacramento de lareconciliación» (RP, Praenotanda, 59).7 Cf. la Editio typica del Ritual de la Penitencia 46, donde la oración presenta un contenido más rico quela traducción al castellano presente en el ritual español.8 Al exponer el sentido de la así llamada «oración del penitente» en la modalidad sacramental primera,el Ritual de la Penitencia dice: «Es conveniente que esta plegaria esté compuesta con palabras de laSagrada Escritura» (RP, Praenotanda 19). Y al presentar el valor de la «acción de gracias» dentro de laestructura celebrativa, indica: «Una vez recibido el perdón de los pecados, el penitente proclama la

    misericordia de Dios y le da gracias con una breve aclamación tomada de la Sagrada Escritura» (RP,Praenotanda 20).9 «Para que la palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos, serequiere la acción del Espíritu Santo, con cuya inspiración y ayuda la palabra de Dios se convierte enfundamento de la acción litúrgica y ayuda de toda la vida» (OLM 9.) «Se requiere la predicación de lapalabra para el ministerio de los sacramentos, puesto que son sacramentos de la fe, la cual procede dela palabra y de ella se nutre» (PO 4).10 Cf. J. A. Jungmann, El sacrificio de la Misa. Tratado histórico-litúrgico (Madrid: BAC, 21953) 388.11 Cf. A. Nocent, «L'atto penitenziale del nuovo “Ordo Missae”: sacramento o sacramentale?», en: AA.VV., Il nuovo Rito della Messa = Quaderni di Rivista Liturgica 12 (Turín, LDC, 1969) 185-204.12 Catecismo de la Iglesia Católica (Madrid: Asociación Editores del Catecismo, 1992) 1434. Comoampliación de este contenido, el mismo catecismo añade: La conversión se realiza en la vida cotidianamediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y delderecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión

    de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer lapersecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro dela penitencia (Ídem, 1435).13 Ídem, 1437.14 Juan Pablo II en la Exhortación apostólica post-sinodal «Reconciliatio et Paenitentia», reconoce ladirección espiritual como uno de los valores que acompañan a la celebración individual del sacramento:«Gracias también a su índole individual, la primera forma de celebración permite asociar el Sacramentode la Penitencia a algo distinto, pero conciliable con ello: me refiero a la dirección espiritual» (ReP 32).15 «Si a causa de una gran afluencia de turistas en los lugares de verano, mar o montaña, o con motivode la fiesta patronal o de otra celebración similar, no se puede disponer de un suficiente número desacerdotes para oír las confesiones individuales en un tiempo oportuno de forma que los fielesparticipantes, sin culpa de su parte, se vieran privados, durante notable tiempo, de la graciasacramental o de la Sagrada Comunión, el Obispo podría autorizar, en cada uno de los casos, el uso dela absolución general, siempre que se tomen las cautelas requeridas y se den las oportunasinstrucciones» (DRD 112).16 «El mismo santo Concilio establece y declara que aquellos a quienes grave la conciencia de pecadomortal, por muy contritos que se consideren, deben necesariamente hacer previa confesiónsacramental, habida facilidad de confesar» (DS 1661).