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33 El primer colegio de estudios superiores en América Pedro Irigoyen Reyes RESUMEN Es un artículo que ofrece los antecedentes y el recorrido histórico que se vivió en las tierras de nuestro país para culminar en la fundación del primer colegio de estudios superiores en América en el año 1540. Este centro es producto de una presencia constante por parte de di- versas órdenes religiosas, además de una necesidad de estimular el aprendizaje de la filosof ía, teología y artes en las nuevas tierras conquistadas por la corona española. Conocer estos detalles permite ampliar el panorama de esta importante etapa en la cons- trucción de la nación mexicana. PALABRAS CLAVE Historia de la educación, órdenes religiosas en México, primer colegio de estudios superiores de América. THE FIRST SCHOOL OF HIGHER EDUCATION STUDIES IN THE AMERICAN CONTINENT It is an article that offers the background and historical events gone through in the lands of our country to culminate in the founding of the first School of Higher Education Studies in the American Continent in the year 1540. This center is the result of a constant presence of several religious orders as well as a need of stimulating the learning of philosophy, theology, and arts in the new lands conquered by the Spanish crown. By getting a grasp of these details, we are able to broaden the outlook of this important stage in the building of the Mexican nation. KEY WORDS History of education, religious orders in Mexico, first School of Higher Education Studies in the American Continent.

El primer colegio de estudios superiores en América

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El primer colegio de estudios superiores en América

Pedro Irigoyen Reyes

RESUMEN

Es un artículo que ofrece los antecedentes y el recorrido histórico que se vivió en las tierras de nuestro país para culminar en la fundación del primer colegio de estudios superiores en América en el año 1540. Este centro es producto de una presencia constante por parte de di-versas órdenes religiosas, además de una necesidad de estimular el aprendizaje de la filosof ía, teología y artes en las nuevas tierras conquistadas por la corona española. Conocer estos detalles permite ampliar el panorama de esta importante etapa en la cons-trucción de la nación mexicana.

PALABRAS CLAVE

Historia de la educación, órdenes religiosas en México, primer colegio de estudios superiores de América.

THE FIRST SCHOOL OF HIGHER EDUCATION STUDIES IN THE AMERICAN CONTINENT

It is an article that offers the background and historical events gone through in the lands of our country to culminate in the founding of the first School of Higher Education Studies in the American Continent in the year 1540. This center is the result of a constant presence of several religious orders as well as a need of stimulating the learning of philosophy, theology, and arts in the new lands conquered by the Spanish crown. By getting a grasp of these details, we are able to broaden the outlook of this important stage in the building of the Mexican nation.

KEY WORDS

History of education, religious orders in Mexico, first School of Higher Education Studies in the American Continent.

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Los frailes agustinos llegan a Nueva EspañaAl llegar Hernán Cortés a México se hizo acom-pañar de fray Bartolomé de Olmedo, mercedario. Narváez trajo al clérigo Juan Díaz, quien hizo una gran labor evangélica en Tlaxcala y ofrendó su vi-da por su fe a manos de los indígenas belicosos del lugar, convirtiéndose en el primer mártir de Nueva España. Garay vino acompañado del pres-bítero Juan de León. Estos fueron los primeros que trajeron a estas tierras la voz del evangelio. En 1527 iniciaron pláticas algunos religiosos de la orden de San Agustín en España, con el fin de decidir sobre el arribo a las tierras de América a predicar el evangelio y pedir al emperador Car-los V les favoreciera en sus deseos, ya que éste había pedido al sumo pontífice, Adriano VI, se enviaran al nuevo mundo frailes de las diversas órdenes mendicantes. Uno de los agustinos más entusiasmados con la idea fue fray Juan de Galle-gos, destacado por su deseo de servicio. En el capítulo general de la orden de San Agustín celebrado en Tarviso, de la señoría de Venecia, siendo ya pontífice Clemente VII, se nombraron dos vicarios en función de la división que se hiciera de las provincias de Castilla y An-dalucía, designándose a fray Tomás de Villanue-va, quien después fue arzobispo de Valencia, y a fray Juan Gallegos. Ese mismo año, en mayo, se celebró el siguiente capítulo de las provincias de Castilla y Andalucía, en el coro del convento de Las Dueñas, presidido el de Castilla por fray Juan Gallegos; y el capítulo de Andalucía, presidido por fray Tomás de Villanueva. En ellos se trató, entre otras cosas, la partida de los agustinos a las lejanas tierras, considerando pros y contras. La muerte del provincial fray Juan Gallegos en 1531, primer promotor del viaje, no interrumpió el ánimo de los agustinos para seguir las gestio-nes. Así el prior de Medina del Campo, fray Jeró-nimo Jiménez, quien después se llamó Jerónimo de San Esteban, se dirigió a Valladolid, donde era superior fray Juan de San Román, para invitarlo a la tan ansiada empresa. Juntos se dirigieron a To-ledo y pasaron por Madrigal, donde era prior fray Francisco de la Cruz, donde se encontraban dos

monjas hijas del rey Fernando El Católico, una de ellas llamada María de Aragón, y les ofrecieron ayuda.1 Llegaron a Toledo y de allí pasaron a Sa-lamanca, donde encontraron serias dificultades. Fray Jerónimo de San Esteban regresó a Madrid y fray Juan de San Román quedó en Sevilla, para seguir negociando. El provincial, pensando en la comunidad agustina, puso los ojos entre otros en los padres Juan de Moya —quien después se llamó fray Juan Bautista Moya—, fray Alonso de Borja, fray Agustín de Gormas —quien después se llamó fray Agustín de la Coruña—. Partió el provin-cial rumbo a Burgos, donde se encontraba como prior del convento fray Tomás de Villanueva, por la muerte de Juan Gallegos. Otro religioso de ese convento era fray Juan de Oseguera. En la pascua de ese año se reunieron en To-ledo el provincial con fray Jerónimo de San Es-teban, fray Juan de San Román, fray Agustín de la Coruña, fray Juan Bautista Moya, fray Jorge de ávila, fray Alonso de Borja, buscando dar una au-toridad espiritual. Hicieron esa elección en 1533, quedando a la cabeza fray Francisco de la Cruz. Partieron de Toledo a Sevilla, y al llegar ya los esperaba el maestre del barco, buscando viento para levantar las velas. Reunidos allí los agusti-nos se quedaron con la angustia de no contar con la compañía del padre Juan Bautista Moya, quien tuvo que regresar a Salamanca, hasta encontrar otra embarcación que lo llevara a América; lo consiguió en 1536. Partieron los siete compañeros, llegando en trece días a la Gomera, donde fueron bien reci-bidos y hospedados. Estuvieron allí tres días, para partir el día de San José hasta la Yaguana, puerto de la isla Española, para ser hospedados en la casa del alcalde ordinario de la isla, Alonso Ortiz. En este lugar se quedaron 15 días, los necesarios pa-ra reparar la nave y seguir para San Juan de Ulúa, donde llegaron con bien el 23 de mayo de 1533. El 27 de mayo salieron de Veracruz rumbo a México, llegando el 7 de junio. El pontífice era Máximo Clemente VII, Carlos V emperador de

1 Juan de Grijalva, Crónica de la orden de San Agustín, Nueva España, México, Porrúa, 1985, p. 34.

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España, el general de la orden de San Agustín Gabriel Veneto y gobernaba Nueva España la au-diencia real. Se trasladaron al convento de Santo Domin-go, donde los esperaban los frailes de esa orden. Estuvieron cuarenta días; entablaron una exce-lente relación de cordialidad. Juan de Oseguera predicó en la iglesia mayor con gran erudición. Posteriormente también predicaron ante el pue-blo fray Jorge de Ávila y fray Agustín de Coruña; aunque este último no tenía la práctica de la ora-toria, lo hizo con gran brillantez. Los recién llegados encontraron serios pro-blemas para establecer un convento. Por cédu-la, el emperador consideraba que al haber dos conventos en México, los de San Francisco y de Santo Domingo, no se sustentaba un tercero. Al fin resolvió la audiencia señalarles el sitio para fundarlo y después avisar al emperador para con-firmarlo. Comenzaron los agustinos a hacer planes pa-ra su mejor desempeño en estas tierras. Una de sus primeras preocupaciones fue aprender la len-gua nativa y en seguida buscar provincias en las que aún no llegara la voz del evangelio. Encon-traron dos provincias, Chilapa y Tlapa. La real audiencia les señaló que en ellas se podría iniciar la conquista espiritual por ser ásperas y remotas. Se designaron para esta labor a Jerónimo de San Esteban y Jorge de Ávila, quienes aceptaron y se pusieron en camino. La real audiencia se enteró que en el pueblo de Ocuituco había necesidad de ministros, pues los indios querían que los admi-nistraran los religiosos. Diéronse instrucciones para que fundasen es ese lugar un convento. Caminando descalzos, llegaron primero a Míxquic, donde fueron bien recibidos por los indígenas, quienes les pidieron se quedaran con ellos para enseñarles la doctrina cristiana. De allí fueron a Totolapan, donde años después se fundó un convento agustino. Siguieron hasta Ocuitu-co, donde debían establecer el convento, y así lo hicieron. El pueblo los recibió con gran regocijo, ofreciéndoles danzas y alimentos, pues sabían que su petición a la real audiencia de México ha-bía sido aprobada. Los dos frailes postergaron su visita a Chilapa y Tlapa, pues consideraron que

era indispensable iniciar su prédica evangélica en aquella notable población. Ante la necesidad de seguir con el proyecto de Chilapa y Tlapa el padre superior hizo cambios y propuestas. Nombró a fray Juan de San Román para que se quedara en Ocuituco y a fray Agus-tín de Coruña para que fuese con fray Jerónimo de San Esteban a las otras provincias. Ambos sa-lieron luego para Ocuituco y de allí para Tlapa y Chilapa, donde llegaron el 5 de octubre de 1533, siendo muy bien recibidos por los indígenas. Pre-dicó al día siguiente Jerónimo de San Esteban a los naturales en su lengua, que ya empezaba a conocer. Agustín de la Coruña, quien era muy jo-ven, se dio a la tarea de aprender bien la lengua, llegando a ser el primero de los frailes agustinos en dominarla. Pronto tomaron fuerza estos religiosos, no sólo en el proceso de evangelización, que era su principal propósito, sino enseñándoles a vivir mejor. Los agustinos arreglaron aquellos pueblos, abriendo y trazando calles, plazas y agrupaciones vecinales y viviendas dignas para los indígenas. En México se había quedado fray Juan de Oseguera, predicando y recibiendo aportacio-nes, como las de doña Isabel de Moctezuma, hija legítima del emperador Moctezuma, que estaba casada con Pedro Cano, la cual ayudó amplia y generosamente a la comunidad. El provincial ordenó un ayuno continuo du-rante todo el año, conforme a la regla de San Agustín, que ordena que fuera de sus horas na-die debe comer, y si no se ayuna por lo menos se guarde abstinencia. Esto lo escribió a todos los conventos, para hacer cumplir tal ordenamiento en las provincias.2

Se preparó una junta en Ocuituco para la festividad de Corpus Christi en junio de 1534, avisándoseles a todos los religiosos. Asistieron puntualmente, salvo los de Chilapa, porque los indios temerosos de que los frailes no volvieran retrasaron su partida. Convencieron a los in-dígenas y pudieron asistir a la reunión. En este capítulo se convino que cada religioso expresara sus experiencias en los diferentes lugares que se

2 Idem.

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les había asignado. Se tomaron algunos acuerdos: las misas se celebrarían en lugares limpios y de-centes, si así no fuese se omitirían las celebracio-nes; se colocarían dos porteros, que fuesen fieles, mientras se oficiaba la misa, para que no entrara un infiel; si los indios ayudaban en los oficios, debían asistir con sus garlanchones limpios; los niños se bautizarían los domingos, los adultos en cuatro fechas: pascua de Resurrección, pascua de Navidad, pascua de Pentecostés y en San Agustín; en todo caso debía enseñarse la doc-trina para prepararse al cambio de vi-da y estar capacitados para recibir el sacramento del bautismo. Al terminar las misas los niños del pueblo debían reunirse en el patio para que indios hábiles y preparados les enseñaran la doctrina cristiana conforme al doctrinal de fray Pedro de Gante, y después según el doctri-nal elaborado por fray Agustín de la Coruña. Se ordenó que el superior, fray Francisco de la Cruz, y fray Juan de Oseguera se quedasen en ese con-vento de Ocuituco para aprender la lengua india y administraran los sacramentos. Que se quedaran en México, en el convento de San Agustín, fray Jerónimo de San Esteban y fray Jorge de Ávila; en el convento de Chilapa, fray Juan de San Román y fray Agustín de la Coruña; que regresara al convento de Santa Fe fray Alonso de Borja.3 Una vez leídas las actas del capítulo ce-lebrado en esa población de Ocuituco, partieron los religiosos a sus respectivas labores. El vicario provincial, fray Francisco de la Cruz, quien había recibido la autoridad del pro-vincial de Castilla, quedó en Ocuituco junto con fray Juan de Oseguera, quien se había distinguido en sus prédicas en el púlpito de la iglesia de San Agustín en México. Uno se quedaba en el con-vento y el otro iba a predicar el evangelio a Toto-lapan y a Yecapixtlan. Estos dos padres lograron administrar nueve conventos: Ocuituco, Zacual-pan, Xantetelco, Xonacatepec, Xumultepec, Ya-capixtlan —donde adoraban al dios Texcotl—,

3 Ibid., p. 50.

Totolapan, Atlatlahucan y Tlayacapan. Por ese tiempo los dominicos fundaron conventos en Te-telan y Huayapan y los franciscanos el convento de Tuchimilco. Todos en la misma región, que hoy forma parte de Morelos. Poco a poco llegaron más agustinos a estos conventos, particularmente en Chilapa y Tlapa, donde se encontraban fray Juan de San Román y fray Agustín de la Coruña, ampliando la zona de evangelización a Tlahucozautitlán, Huamus-

titlán, Olinalá, Tiztlán y beneficios en Ayutla, Cacahuamilpa y hasta el puerto de Atlapulco (Acapulco), en el actual Guerrero. A principios del siglo formaban esa comunidad un grupo de veinte agustinos. En su afán evangelizador de esa región fray Agustín de la Coruña ofició en una ocasión la primera misa del día en Chilapa, la segunda en Atliztaca, a seis leguas, y la tercera en Tlapa, a nueve leguas.4 En 1534 la real audiencia de México escribió una extensa carta al emperador Carlos V informándole

favorablemente de las fundaciones de los agusti-nos, de las razones por las que se fueron amplian-do, los frutos obtenidos en la conquista espiritual de estas tierras. Pero al ser tan pocos los padres, era imposible continuar extendiendo la obra de la nueva fe, por lo que se le pidieron enviara más religiosos a Nueva España. La misma real audien-cia escribió al Consejo de Indias y al provincial de Castilla con el mismo propósito. Al no haber res-puesta a sus demandas, los agustinos decidieron reunirse en la ciudad de México con los miem-bros de la real audiencia. Después de muchos discursos, se nombró a fray Francisco de la Cruz para ir a España a ver por la causa evangélica de la orden. Se discutió el problema de que siendo sólo siete los frailes, al retirarse temporalmente uno de ellos las comunidades indígenas queda-rían desprotegidas. Fray Francisco de la Cruz partió de México a San Juan de Ulúa el 15 de febrero de 1535. Llegó

4 Ibid., p. 52.

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sin contratiempos a Sevilla, donde fue muy bien recibido por religiosos de la orden encabezados por el provincial de Castilla, fray Tomás de Villa-nueva, quien había sido electo el año anterior en un capítulo efectuado en Burgos. El padre Villa-nueva designó a otros seis religiosos para América. Los seis se embarcaron en el puerto de San Lúcar los primeros días de junio de 1535, llegan-do a San Juan de Ulúa el 7 de septiembre, después de un largo y penoso trayecto. Todos enfermaron, poniéndose en camino a la ciudad de México para buscar curación. En el trayecto falleció fray Lucas de Pedroza, logrando sanar los de-más, incorporándose rápido a los conventos más solicitados donde aprendieron la lengua y el trabajo de sus ministerios. Como superior de estos seis re-ligiosos se designó a fray Nicolás de Agreda, encargado de traer las dis-posiciones de fray Tomás de Villa-nueva. El provincial de México, fray Francisco de la Cruz, había ido a Salamanca y después a Medina del Campo, donde volvió a encontrarse con el provincial de Castilla, fray Tomás de Villanueva, quien seleccionó a do-ce religiosos para viajar a América. Entre ellos se encontraba fray Juan Bautista Moya, quien había deseado venir en el primer viaje. También estaba fray Gregorio de Salazar, en la misma situación. Los otros fueron fray Francisco de Nieba, fray Juan de Alba —quien después de permanecer cuarenta años en Nueva España pasó a Filipi-nas—, fray Antonio de Aguilar, fray Antonio de Roa, fray Juan de Sevilla, fray Diego de San Mar-tín, fray Pedro Pareja, fray Agustín de Salamanca, fray Diego de la Cruz y fray Juan de San Martín. Fray Tomás de Villanueva pensó mandar con ellos a un hombre virtuoso, conocedor de las ar-tes, las letras y la teología, alumno y maestro en la Universidad de Salamanca, maestro de los hijos del duque del Infantado y que podría comple-mentar de manera docta la esmerada labor de los agustinos en América. Se puso en contacto con este hombre virtuoso, Alonso Gutiérrez; después

de algunas pláticas lo convenció para ir a las In-dias. Tomó luego el nombre de fray Alonso de la Veracruz. Se integró en Sevilla con los doce reli-giosos, diferenciándose de ellos sólo por el hábito que vestían. Salieron ese año de 1536 y llegaron a San Juan de Ulúa sin contratiempos y luego a Veracruz, donde tomó el hábito agustino Alonso Gutiérrez, donde adoptó el nombre de Alonso de la Vera-cruz. Partieron a México, donde llegaron el 2 de

julio de 1536. Fueron recibidos con gran júbilo. El provincial fray Francisco de la Cruz, quien había hecho las ges-tiones en España para traer más re-ligiosos y que acompañó al grupo, falleció el 12 de julio, con gran pena para la comunidad agustina. Asis-tieron a su entierro el virrey Anto-nio de Mendoza, llegado a Nueva España un año antes; los princi-pales religiosos de las órdenes de San Francisco y Santo Domingo; y los miembros de la real audiencia. Fue enterrado en el templo de San

Agustín, entonces de adobe; el 12 de diciembre de 1540 sus restos fueron trasladados al convento de Atotonilco. La siguiente región que visualizaron los frai-les agustinos fue la Sierra Alta, habitada por oto-míes. Para ello se nombró prior al padre fray Juan de Sevilla y se le comisionó con fray Antonio de Roa. También se pensó en otros grupos de oto-míes en la zona de Atotonilco, nombrando para esta nueva empresa a fray Alonso de Borja, quien había realizado una gran labor en el convento de Santa Fe, junto con otros dos religiosos: fray Gregorio de Salazar y fray Juan de San Martín. Se inició la construcción del convento en Atotonil-co y los frailes se dedicaron a aprender la lengua otomí y a extender el ámbito de sus enseñanzas. Al convento de Chilapa regresó fray Agustín de la Coruña. Pero el 11 de noviembre de 1537 un gran terremoto destruyó el convento y la iglesia de esa población, que se decía eran muy bellos. A Tlapa pasó fray Juan Bautista Moya. La conquista de la Sierra Alta fue de las más

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dif íciles, desde su parte norte en Meztitlán, don-de existe un labrado de la luna en la roca, lo que da nombre a la población. La prédica no parecía dar frutos, lo que entristeció mucho al padre Roa, al punto que deseaba regresar a España. En cam-bio, en Atotonilco los resultados fueron mejores, donde se encontraba fray Alonso de Borja; los indígenas profesaron con mucha fe su nueva reli-gión. Fray Juan de Sevilla quedó solo en aquellas tierras con algunos indios que había llevado de los llanos; fray Antonio de Roa consiguió licencia para regresar a España. Al no haber embarcación, se fue a Totolapan y encontró en esta población tal espíritu en la fe cristiana que después de un tiempo, en 1538, decidió regresar a la Sierra Alta, al pueblo de Molango, donde se adoraba a un dios llamado Mola, que dio nombre al lugar. Volvieron a trabajar juntos estos dos agustinos, logrando re-ducir a aquellos indígenas indómitos desde Mez-titlán hasta Tzitzicastla, Chapulhuacán y Xilitla.

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En 1537, al terminar el periodo del padre prin-cipal de Castilla, fray Tomás de Villanueva, una comisión nombró provincial a fray Nicolás de Agreda, quien había venido a estas tierras en la segunda barcada como mayor. En 1543 se celebró capítulo en Dueñas y salió electo en éste prior de Pamplona, donde luego murió. En este capítulo se acordó hacer convento en Tiripetío,5 provincia de Michoacán, y fueron encargados para ello fray Juan de San Román y fray Diego de Chávez Alvarado, sobrino de los conquistadores Pedro y Juan de Alvarado, quien después sería obispo electo de Michoacán. Aquí dio principio esta ilustre provincia, creciendo en iglesias y conventos de la orden. También se hizo iglesia y convento en Ocui-lán, al sur de la ciudad de México, de gran pobla-ción y con lengua diferente a las demás, que se distinguió por la música y coros que se formaron, siguiendo su tradición india. En 1540 se recibieron algunas actas hechas en Dueñas por el nuevo provincial en España, fray

5 Ibid., p. 86.

Antonio de Villasandino, para que en los conven-tos los priores eligieran un vicario provincial que rigiera con autoridad a sus provincias. Se celebró capítulo en Pasayuca, al noroeste de México, el 23 de noviembre de 1540, siendo electo fray Jorge de Ávila, uno de los siete que llegaron en 1533; murió en Puerto Rico en 1547, donde está ente-rrado en el monasterio de los dominicos. Se hizo convento en Cempoala, población muy grande, con una edificacón amplia y be-lla. Se hizo elección en favor de fray Nicolás de Agreda para que fuese a Castilla a solicitar apoyo para concluir la iglesia y convento de la ciudad de México. Se enviaron cédulas que fueron reci-bidas por el virrey Antonio de Mendoza, quien de inmediato las puso en aplicación. En éstas se señaló que el pueblo de Texcoco acudiese con sus tributos al convento de San Agustín de México con peones para la obra, señalando un jornal de seis dias a la semana de dos reales. Se comenzó la obra el 28 de agosto, festividad de San Agus-tín, de 1541. Ese día celebró la misa el obispo fray Juan de Zumárraga. Asistieron el virrey Antonio de Mendoza, la real audiencia, los dos cabildos, las órdenes de San Francisco y Santo Domingo y muchas importantes personas. Al final de la

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ceremonia se dirigieron a los cimientos abiertos, colocando la primera piedra el virrey De Men-doza, la segunda el obispo Zumárraga, la tercera el prior de Santo Domingo, la cuarta el guardián de San Francisco y la quinta el vicario provincial de los agustinos, fray Nicolás de Agreda. La obra siguió hasta 1544, cuando fue suspendida por va-rias razones, entre ellas de carácter económicas. En 1543 es nombrado vicario provincial fray Juan de San Román. En este periodo se realiza la fundación de Malinalco, con una brillante cons-trucción de la iglesia y del convento. Ese año se tomó Quahuchinango, región nublada y lluviosa. También llegó a Nueva España la quinta barcada de agustinos, con nueve de ellos, uno de los cua-les era fray Nicolás Vite, después llamado Nicolás de San Pablo, también conocido por Noco, como le decían con cariño los indios. Se sabe que tenía una estrecha relación con el emperador Carlos V, por la familiaridad con la que le escribía. Por esos años llegó un escrito del provincial de Castilla, dirigido a los frailes, en que por pri-mera vez llama “La provincia mexicana del San-tísimo Nombre de Jesús”, en el que se indicaba la posibilidad de que esta provincia obedeciese y alterase la manera que lo hicieran. Fray Alonso de la Veracruz hizo un tratado en el que concluyó que era bastante la testificación de aquellos pa-dres para que la provincia obedeciese y alterase su gobierno. Por esto determinaron que de allí en adelante el prelado de la provincia se llamase provincial, con un gobierno absoluto e indepen-diente de España. En 1542 murió fray Alonso de Borja, origina-rio de Aranda, razón por la que frecuentemente le llamaban fray Alonso de Aranda. Tomó hábito en el convento de Burgos, estudió en Salaman-ca y fue uno de los primeros que llegaron a es-tas tierras, aprendió las lenguas náhuatl y otomí cuando estuvo en el convento de Santa Fe, siendo el primer agustino en predicar en esta última len-gua. Asistía en la población de Atotonilco, reco-rriendo a pie aquellas extensas serranías. Vivió en esta provincia por más de ocho años; cuando sin-tió próxima su muerte se dirigió a México, donde murió en 1542. Fue enterrado en la iglesia de San Agustín.

En 1544 el provincial general reunió a toda la provincia para realizar elecciones de vicario pro-vincial, resultando electo fray Alonso de la Vera-cruz. Salieron en ese tiempo para visitar al empera-dor Carlos V, que se encontraba en Alemania, los tres provinciales de las tres órdenes mendicantes: Francisco de la Cruz de los dominicos, Francis-co de Soto por los franciscanos, que fuera de los doce primeros franciscanos que llegaron a Nue-va España, Juan de San Román por los agustinos. Iban para pedir al emperador se revocara la ley relativa a las uniones de españoles con indias y que no se despojaran a las viudas o los hijos, a lo cual accedió Carlos V. Juan de San Román solici-tó al emperador se le otorgaran tres mil pesos ca-da año de los tributos de Texcoco para las obras de construcción de la iglesia de San Agustín de México. La solicitud fue cumplida ampliamente; el virrey De Velasco actuó con esmero y puntua-lidad, y la obra se concluyó en 1587. En 1543 se desató la primera peste, llamada cocoliztli, por la que murieron cerca de ochen-ta por ciento de los indígenas, no encontrándo-se remedio. Los frailes los atendían, dándoles de comer, administrando los sacramentos y cuidán-dolos con extrema caridad. Para 1563 y 1564 apa-reció una epidemia de sarampión, que no puso en peligro la vida de los enfermos. En 1576 hubo un padecimiento de pujamiento de sangre del que murieron muchos. Las epidemias que con frecuencia diezmaban a la población obligaron a edificar cerca de los conventos, en especial en Michoacán, hospitales en los que eran llevados los indígenas que enfer-maran, sea cual fuere su condición. Este movi-mento hospitalario fue promovido por Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán, de grata y recor-dada memoria. Siendo aún oidor de la segunda audiencia de México, don Vasco fundó el colegio-hospital de Santa Fe. Para 1537 fue consagrado como obis-po de Michoacán, cargo que ocupó por 28 años. Posteriormente fundó el obispo en la población de Pátzcuaro el hospital de la Concepción, lla-mado de Santa María y Santa Martha, reservado para indios e indias en el que servían con tribu-

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to y servicio personal, a título de hospitaleros. El nombre de la Concepción fue aceptado para todas las construcciones hospitalarias del siglo . El hospital de Santa María y Santa Martha en Pátzcuaro sigue funcionando en la actualidad. Una de las devociones que aceptaron primero los indígenas fue la de la Santa Cruz. La cruz era colocada en todas las poblaciones, caminos, cru-ce de senderos, montes y valles y eran adornadas con enramadas y flores. Igualmente colocaban calvarios, como en Jerusalén. El día de la Santa Cruz, en mayo, era la fecha más alegre del año:la gente llevaba sus cruces a bendecir a la igle-sia y luego las paseaban en procesión bajo palios, acompañándolas con música, mitotes y fuegos de pólvora, siguiendo las fiestas hasta el día siguien-te con banquetes en diferentes casas. Las lenguas que tuvieron que aprender los agustinos en Michoacán fueron la mexicana, la más común y extendida; la otomí; la tarasca, la más conocida en Michoacán; la matlazinca o pi-rinda, empleada en el oriente de la región, des-de Indaparapeo hasta Undameo, generando una frontera natural con los dominios mexicas. En 1543 fue provincial fray Alonso de la Ve-racruz y duró dos años, hasta la elección en 1545 de fray Juan Estancio, quien había tomado el há-bito agustino en Salamanca e integrado a la co-munidad de América en 1539. Fue ministro en la Huasteca cinco años y puso frailes en la población de Huejutla, que hasta entonces había sido visita de Pánuco, y costruyó la iglesia y el convento con base en bóvedas. Hizo también casa en la Puebla de los Ángeles. Al terminar su trienio el padre Estancio, volvió a ser nombrado provincial fray Alonso de la Veracruz, en 1549. Por ese entonces Antonio de Mendoza fue enviado al Perú como virrey, por decisión del emperador Carlos V. En 1550 fray Alonso de la Veracruz fundó el conven-to de Santa María Magadalena de Cuitzeo, uno de los más grandes de la provincia. También ese año se inicia el convento de Yuririapúndaro, el más grande e imponente de la provincia agustina de Michoacán, y se funda el convento e iglesia de Santiago Copándaro, en la orilla sur de la laguna de Cuitzeo, cerca de la población de ese nombre, que hace península en la laguna. En el lado norte,

el mismo año, se inicia el convento de Huango, lugar conocido por sus numerosos ojos de agua. En Charo, al oriente de la región, lugar en el que se hablaba la lengua pirinda y que pertenecía en el siglo al marquesado del Valle —siendo sus pobladores descendientes de los habitantes de Toluca se le consideró como parte del marquesa-do—, se funda el convento y la iglesia que distan de la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, dos le-guas (11 km). Se inicia también la iglesia y convento de San Agustín de Valladolid en el valle de Guayangareo, llamado así por el río que llegaba a la zona desde Guayangareo. Este convento llegó a ser cabecera de la provincia. En la región otomí, al norte de la ciudad de México, a 14 leguas castellanas, es decir, 78 km, se funda la iglesia y convento de Actopan. El mis-mo año se funda el estupendo convento de Ixmi-quilpan, próximo al de Actopan, que dista de la ciudad de México 18 leguas, es decir, 100 kiló-metros. Más al norte en lo que era frontera con los indómitos chichimecas, se crea el convento de Xilitla, que fuera más de una vez saqueado e incendiado por esos nómadas. Así creció la provincia en los tres años que gobernó fray Alonso de la Veracruz, hasta 1551. El convento de Atotonilco fue centro del capítulo en el que resultó electo provincial fray Jerónimo de San Esteban, quien posteriormente hiciera la peregrinación a las islas Filipinas. Para 1552, durante el trienio de Jerónimo de San Esteban, se fundó la iglesia de San Pa-blo Pahuatlán, en la región en que predominan las lenguas mexicana y otomí, aunque también se hablaba el huasteco. Distaba de la ciudad de México 25 leguas, o 140 kilómetros, en la actual sierra de Puebla. En 1553 regresó de Alemania fray Juan de San Román, donde obtuvo muchos logros para la co-munidad agustina.

Fundación de la Real Universidad de MéxicoEn 1553, siendo emperador Carlos V y virrey de Nueva España Luis de Velasco, el primero, se ordenó la creación de una universidad para la ciudad de México en la que se pudiesen graduar

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doctores en todas las facultades, como se hacía en Salamanca, proporcionando de sus rentas sa-larios públicos para sus catedráticos. En cumplimiento con las cédulas enviadas por el emperador, el día de la conversión del apóstol San Pablo, en 1553, se reunieron los hombres de letras de todo el reino, incluyendo a los integran-tes de la real audiencia, en la iglesia de San Pa-blo, que era agustina, y se hizo la fundación en ceremonia pública. Se cantó una misa solemne y después salieron en procesión rumbo a las escue-las que habían sido antes casas de doña Catalina de Montejo. Fue nombrado como catedrático de prima en teología fray Pedro de la Peña, de la or-den de Santo Domingo, gran erudito quien fuera después obispo. La cátedra de sagrada escritura fue para fray Alonso de la Veracruz, y luego reci-bió también la de teología escolástica, siendo así uno de los pilares de la fundación universitaria. Iniciaron las labores académicas grandes conocedores de las ciencias de su tiempo. Baste mencionar algunos: fray Martín de Perea en la cá-tedra de teología; fray Melchor de los Reyes en las cátedras de teología y sagrada escritura, y lo fue durante 21 años; el erudito fray José de Herrera, catedrático de teología y amplio conocedor del griego y hebreo; fray Juan de Adriano, fundador de la cátedra de sagrada escritura, la cual dictó por muchos años; fray Juan de Mora en la cátedra de escritura; fray Esteban de Salazar en la cátedra de artes. Después las cátedras eran obtenidas por oposiciones muy reñidas, como la que ganó fray Diego de Contreras con grandes aclamaciones de la universidad y de la sociedad. Este fraile llegó a ser el arzobispo de Santo Domingo. Esos distinguidos religiosos sembraron la se-milla de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuna de grandes personajes de la vida pública y notables científicos que han conforma-do a través de los años este gran país. En 1554 fue nombrado provincial fray Diego de Vertavillo en capítulo celebrado en la ciudad de México. Había tomados los hábitos en el con-vento de Burgos y llegó a Nueva España en 1539, donde fue prior de México y confesor del tercer virrey, Martín Henríquez de Almanza, quien ha-bía iniciado su cargo en 1568. Durante su periodo

se hizo casa y convento en Huacareo, Michoacán, que dista de México 30 leguas al poniente, es de-cir, 170 kilómetros. También se empezó la iglesia y convento de Tlayacapan, en el actual Morelos, siendo de las mejores construcciones de la pro-vincia. Se funda la iglesia y convento de San Pe-dro Tezontepec, al norte de la ciudad de México, en el actual Hidalgo. En este tiempo regresó a España fray Juan de San Román, para defender las fundaciones agus-tinas que amenazaban con caer en posesión del clrero secular, bajo la tutela de algunos curas aje-nos a la labor emprendida por los frailes de las órdenes mendicantes. Pasó a visitar a los reyes de Castilla y negoció tan bien que en dos cédulas la justicia quedó declarada, los agustinos ampara-dos y cesaron las competencias. La construcción de nuevos conventos podría efectuarse sin licen-cia diocesana. Estas cédulas reales se ratificaron en Valladolid en 1557. Ese mismo año se celebró capítulo en Ocui-tuco, saliendo electo provincial por segunda vez fray Alonso de la Veracruz. Se decidió en este ca-pítulo tomar casa y convento de nuestra Señora de Montserrat, que después se llamó Ermita de Tzitzicastlán, que había sido visita desde 1539 del convento de Meztitlán. Tres años más tarde se celebró capítulo en Oculma, saliendo electo pro-vincial fray Agustín de la Coruña, uno de los siete primeros agustinos que llegaron a estas tierras. Fray Alonso de la Veracruz defendió los dere-chos de los indios para que no pagasen los diez-mos, situación que fue muy criticada e iba contra la opinión común. Al enterarse de este asunto el rey envió desde Madrid una cédula el 4 de agosto de 1561 dirigida al virrey Luis de Velasco, capitán general de Nueva España y presidente de la real audiencia, pidiendo ser informado por el provin-cial de la orden de San Agustín en estas tierras, fray Alonso de la Veracruz. Éste debía salir cuanto antes en el primer navío de Veracruz; una vez en el puerto de San Lúcar, asistir a la corte sin de-tenerse ni poner en ello excusa ni dilación algu-na.6 La visita se realizó conforme a lo previsto y,

6 Juan de Grijalva, Crónica de la provincia de San Agustín, México, Porrúa, 1985, p. 208.

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de acuerdo a los buenos resultados, años después fray Alonso publicaría su libro sobre los diezmos. En 1563 se celebró capítulo en Epazoyucan, saliendo provincial por segunda vez fray Diego de Vertavillo. Durante su periodo acontecen las muertes de dos grandes agustinos: fray Antonio de Roa y fray Juan de Sevilla. El padre Antonio nació en la población de Roa, y fue hijo de padres nobles y cristianos. Su padre se llamó Hernando Álvarez de la Puebla y fue camarero de la duquesa de Alburquerque, Mencía de Velasco, y de su hijo Cristóbal de Velasco, conde de Siruela. Su madre se llamó Inés López y orientó y ayudó a su hijo, primero para ser canónigo de su pueblo y luego en la toma del hábito agustino. Vino a las tierras de Nueva España en 1536, después de haber vivi-do doce años en su celda de la ciudad de Burgos, llagando a ser uno de los grandes evangelizadores de América. Al concluir su trienio fray Diego de Vertavillo se celebró un nuevo capítulo en 1566 en Atoto-nilco, resultando provincial fray Juan de Medina Rincón, quien luego fue designado obispo de Mi-choacán. Durante su periodo como provincial se tornaron prioratos algunas vicarías, como las de Tlayacapan y Jonacatepec, en lo que entonces era parte del marquesado; la de Metlatepec en Hue-jutlán y la de Santiago Copándaro en Michoacán. También puso religiosos en la población de Quauhtlatlaucan, que era administrada por reli-giosos franciscanos y pertenecía al obispado de Puebla. En la región se tenían sembradíos de caña y se crearon importantes ingenios de azúcar. Otro gran agustino que dejó profunda huella en esas tierras, en especial en Michoacán, fue fray Juan Bautista Moya. Nació en Jaén, en el reino de Granada.7 Sus padres lo enviaron a Salamanca, donde estudió latín y griego. Tomó el hábito en el convento de San Agustín, en Salamanca, y siguió estudios en teología y en artes, siendo muy des-tacado. Su deseo de venir a Nueva España se vio impedido por el provincial de Castilla, fray Fran-cisco de Nieba, quien consideró que era indis-pensable su persona para el convento de Toledo,

7 Juan de Grijalva, Crónica de la orden de San Agustín, op. cit., p. 275.

donde era conventual y vicario del coro. Al fin se concretó su deseo al salir en la segunda barcada. Al llegar fue designado prior de Huauchinango en 1544, siendo el primero en tomar ese cargo. Eran frecuentes sus idas a Cempoala, donde ad-ministraba los sacramentos a los indios. En uno de esos recorridos por la sierra despeñó, salván-dose milagrosamente. Poco duró en su cargo el padre Moya, pues fue trasladado a la ciudad de México como prior, para que predicase y enseñara sus vastos conoci-mientos. A pesar de su sabiduría, reconocida por todos, ejerció los oficios de obrero, portero, en-fermero y refitolero después de haber sido prior y definidor de San Agustín en México. Asistía a Culhuacán en Cuaresma para hacer penitencia, siguiendo una vida de sacrificios. Es trasladado a Guayangareo, a la Huacana y a la Tierra Calien-te, al sur de Michoacán, donde predicaba en los pueblos de Zinahua y Zacatula, hasta las costas del Pacífico. En aquellos caminos encontró más de una vez al conquistador Cristóbal de Oñate, quien buscaba minas en esas regiones.8 Las peni-tencias de este santo varón y las de otros distin-guidos agustinos igualaban a las de los primeros ermitaños de la antigua Tebaida, por lo cual el cronista de la provincia de Michoacán, fray Ma-tías de Escobar, decidió titular su obra America-na 1ebaida, publicada en 1729. El padre Juan Bautista regresó a la Huacana, donde vivió los últimos años de su vida. Faltán-dole las fuerzas se dirigió a Valladolid y se agudi-zó su enfermedad. El obispo de Michoacán, Juan Medina Rincón, lo atendió en sus últimos mo-mentos. Muere en 1567. Sus restos se encuentran en la iglesia de San Agustín de Morelia, junto a los de otro gran agustino: fray Diego de Basalen-que, en el muro izquierdo del templo. Dos años después se realiza capítulo en el convento de San Agustín de México, resultan-do provincial fray Juan de San Román, quien fue uno de los primeros siete agustinos que llegaron a fundar la provincia. Durante su trienio se hizo convento en Axacuba, tierra de otomíes.9

8 Ibid., p. 284.9 Ibid., p. 289.

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En 1559 se había creado en la Real Univer-sidad la cátedra de escritura con la ayuda de un gran minero, Alonso de Villaseca, señalando por estipendio quinientos pesos. Aceptó la cátedra fray Alonso de la Veracruz, la cual más tarde se transformó en teología escolástica.10

En 1572 se celebró capítulo provincial en Iz-miquilpan, resultando electo fray Juan Adriano, quien era catedrático de sagrada escritura en la ciudad de México. En su periodo se fundó la casa de Zacualtipán, que era visita de Meztitlán; igual se fundó la iglesia y convento de Guadalajara, en el reino de Galicia, donde ya habían estado reli-giosos agustinos.

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Fray Alonso de la VeracruzFray Alonso de la Veracruz nació en Caspueñas, Toledo, en 1504; en la Universidad de Salamanca recibe una profunda formación dialéctica, la que le servirá en sus históricos cursos en Nueva Espa-ña. Sigue la corriente aristotélica-tomista, con las bases humanistas del Renacimiento. Uno de sus maestros en Salamanca fue Francisco de Vitoria, a quien fue dedicada una sala en esa universidad. Profundiza tanto en la lógica menor o formal, en que se reúnen la semiótica, la epistemología y la ontología, como en la lógica superior o dialéctica. Con estos conocimientos y bases fray Alonso de la Veracruz es el primero en presentar en Nueva Es-paña y en América la cosmovisión aristotélica.11 Fray Alonso divide su lógica en dos partes principales: las súmulas, que eran la iniciación de los principiantes en la dif ícil tarea de esa discipli-na, y la dialéctica, que después fue llamada lógica material, lo que equivaldría a la filosof ía de la lógica. En su esfuerzo evangélico sus primeras etapas las dedica a la construcción axiomática o

10 Ibid., p. 290.11 Mauricio Beuchot, Homenaje a fray Alonso de la Vera-cruz, México, , 1992, p. 13.

silogística aristotélica. Ya que es una axiomática, las premisas, cualesquiera que sean, se prueban por premisas anteriores y cada vez más evidentes hasta llegar al principio de no contradicción. Así, fray Alonso hace ver cómo todos los tratados, desde los de filosof ía del lenguaje, se encaminan a lograr silogismos impecablemente válidos. En los tiempos de fray Alonso se pensaba que uno de los frutos de la enseñanza lógica o dialéctica era dar armas para saber discutir de manera reglamen-tada y estricta, con una buena argumentación, y no, como a veces se ha pensado, para aplicarla en trucos o frases vacías con el afán de ganar pleitos estériles e infundados; por esta razón era motivo de una asignatura obligatoria. Al pensamiento aristotélico se le habían su-mado aportaciones de Cicerón, Temistio, Boecio, además de pensadores del medievo y en especial del Renacimiento. Fray Alonso adopta todo esto y lo dispone para la mejor enseñanza de los jóvenes filósofos y estudiosos de Nueva España.

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A mas de 450 años del inicio de la enseñanza de la filosof ía en el nuevo mundo, sigue presen-te la figura del gran fraile agustino fray Alonso Gutiérrez de la Veracruz y su imagen austera en el convento de Tiripetío, fundado en tierras tarascas próximas al lago de Pátzcuaro, como iniciador del curso escolástico de artes o filoso-f ía a nivel universitario en 1540, antes de que se fundara la Universidad de México. Fue maestro, filósofo, teólogo, jurista, humanista y sin duda el pensador mas notable del siglo en Nueva España. Fue digno representante de las más nota-bles tendencias espirituales de Europa de la época y de la escolástica renovada y del humanismo que impregnó el Renacimiento. Estas tendencias las recibió fray Alonso primero en la Universidad de Salamanca con grandes maestros como Vitoria o Soto, luego en la nueva Universidad de Alcalá en sus cursos de gramática y retórica. Su inicio co-mo docente fue un curso de filosof ía, entre 1532 y 1535, en la universidad salmantina. Su labor docente siguió en Nueva España en las poblacio-nes de Tiripetío y Tacámbaro en tierras tarascas y en Atotonilco, entre 1540 y 1548, en cursos de filosof ía orientados a los noveles filósofos mexi-canos. Los primeros escritos en Nueva España de ti-po filosófico fueron publicados en 1554 y 1548: Recognitio summularum, Dialéctica resolutio, y de filosof ía de la naturaleza: Phisica speculatio. La labor, la preocupación y propósitos fun-damentales a lo largo de la vida de fray Alonso fueron de manera explícita espirituales, después

de forma implícita la enseñanza, exposición, pre-sentación y aplicación en el nuevo mundo de su pensamiento filosófico. Así cumplió la misión pa-ra la que aceptó venir a las Indias: evangelizar y predicar a los habitantes de tierras americanas.12

Desde 1940 se empezaron a organizar en la Facultad de Filosof ía y Letras, de la , y en el Centro de Estudios Filosóficos análisis sobre la filosof ía del México virreinal, siendo su prin-cipal impulsor José Gaos. Después proliferaron los escritos y monograf ías en torno a la filoso-f ía novohispánica. Más reciente, el Instituto de Investigaciones Filosóficas decidió ampliar sus trabajos hacia nuevas áreas con la misma tenden-cia de la filosof ía de México durante el virreinato, siendo tema imprescindible la obra del maestro agustino Alonso de la Veracruz, particularmente en el ámbito de Michoacán, quien abrió para el nuevo mundo la filosof ía aristotélica.

12 Bernabé Navarro, La Phisica speculatio de fray Alonso de la Veracruz, México, , 1992, p. 48.

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Fray Alonso es considerado el iniciador del pensamiento filosófico aristotélico en Améri-ca, fundador de colegios de filosof ía y teología, bibliotecas como las de Tacámbaro, Atotonilco, San Pablo de México y Tiripetío. Fue uno de los primeros catedráticos de la Real Universidad de México e iniciador, como autor, de un curso de fi-losof ía, publicado en un volumen en la imprenta de Juan Pablos en 1554. Publicó también otros trabajos, uno en lo que ahora se llama antropología filosófica o filosof ía del hombre; otro sobre la antropología científica, donde trata los problema del matrimonio entre los indígenas tarascos. En su publicación Phisica speculatio, editada en 1557 en la imprenta de Juan Pablos, trata de sus investigaciones relativas al alma, en una an-tropología filosófica o racional, diferenciándola de la antropología científica o positiva. Fray Alon-so defiende la proposición aristotélica del alma sustancial del cuerpo orgánico, apto para recibir la vida; el alma no es cuerpo sino forma del cuer-po. Señala tres tipos de alma: la vegetativa, propia de las plantas; la sensitiva, que corresponde a los animales; y la racional, propia del hombre. Indica cinco facultades o potencias del hombre: vegeta-tiva, sensitiva, apetitiva, motriz e intelectiva. En el hombre hay además apetito racional por su fa-cultad intelectiva.13

En otra de sus investigaciones trata extensa-mente sobre el apetito humano, donde muestra su acendrado humanismo y su preocupación por las acciones humanas en beneficio de la sociedad; muestra que en el apetito volitivo se encuentra la libertad del hombre. El apetito lo divide en dos: sensitivo, que compartimos con los animales, e intelectivo, propio del hombre. El apetito sensiti-vo lo subdivide en dos facultades: la concupisci-ble, que se refiere a lo agradable y placentero, y la irascible, que busca la destrucción y la muerte de lo que se nos opone e impulsa a recuperar el ho-nor o la dignidad por medio de la indignación. Otra de sus investigaciones se pregunta si se deben o no considerar las pasiones en el alma. Su

13Mauricio Beuchot, Ideas sociales y antropológicas de fray Alonso de la Veracruz, p. 30.

respuesta es afirmativa y ubica las pasiones en el alma sensitiva, unas de apetito concupiscible —como el amor, el deseo, el gozo, el odio, la fuga y la tristeza— y otras en el apetito irascible —co-mo la esperanza, la desesperación, el temor, la au-dacia y la ira—. Estas pasiones son contrarias; así, el amor se opone al odio y el gozo a la tristeza. La vertiente tomista sostiene que las pasiones son buenas de suyo, y lo que puede ser malo es el uso que se les dé y el modo de vivirlas. Esto res-tringe en gran medida la libertad, aunque nunca se niega existencia, pero siempre hay un reducto en el que el hombre puede elegir y decidir por sí mismo, es decir, el libre albedrío. Otro aspecto investigado por fray Alonso en Speculum coniugiorum, en el ámbito antropoló-gico científico o etnológico, se refiere al matrimo-nio entre indios en relación con el matrimonio cristiano. Se pregunta si el matrimonio entre in-fieles es sacramento. Acepta y disculpa la infide-lidad en la que los paganos viven por ignorancia. Los teóricos de su tiempo negaban que pudiera haber sacramento en los matrimonios paganos, pero fray Alonso distingue el sacramento matri-monial, en tanto que consagra a las personas, y la indisolubilidad de la unión, admitiendo en un sentido que sí hay sacramento pues se cumple el cometido por el que Dios instituyó el matrimo-nio: el mutuo amor de los cónyuges y la procrea-ción. Aceptado lo anterior, considera prudente invitar a los nuevos bautizados para que reciban el sacramento del matrimonio no como una obli-gación sino como algo aconsejado.14 Señala fray Alonso que no es de extrañar que entre los indios hubiese diferentes modos de casarse, como el ri-to que seguían los indios de Michoacán, tarascos o purépechas, que sí era auténtico matrimonio pues se daban consentimiento. Planteó el caso de alguien que hubiera toma-do varias esposas, ¿habría matrimonio en todas o sólo con una? Concluía que nada más con la primera, porque sólo con ella podía hacerlo líci-tamente según las leyes. En tanto, la mujer que tuviera varios hombres iba contra los principios de la ley natural, pues no puede procrear con to-

14 Ibid., p. 33.

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dos ellos. Fray Alonso procura defender la mo-nogamia, excluyendo el concubinato, entendido como posesión de la mujer sin voluntad marital. Esto es así conforme a la ley cristiana, que debía ser inculcada a los indígenas. En todos sus trabajos antropológicos expresa fray Alonso su sentido humanista. El estudio del hombre es su principal preocupación, además es-tá su celo misionero en apoyo a los indígenas y su trabajo como catedrático, impartiendo cursos en los colegios fundados por la comunidad agustina. TiripetíoPara 1540 se realizó capítulo de los agustinos en la ciudad de México, donde fue elegido provincial fray Jorge de Ávila, uno de los primeros siete que llegaron a estas tierras. Ese año se funda la Casa de Estudios Mayores del convento de Tiripetío, en atención a la gran fama que había alcanzado tanto su construcción, la traza del pueblo, el clima y el rápido aprendizaje de los indígenas en torno a la doctrina cristiana. Así con esta Casa de Estudios Mayores, primera en toda América, se iniciaron las cátedras de artes y teología, proponiéndose a fray Juan Bautista Moya para que las impartiese, además que dominaba la lengua tarasca. De esas primeras enseñanzas salieron algunos brillantes estudiantes que acostumbraban salir de vacacio-nes y en pascuas para la Tierra Caliente. Ahí estudió el hijo del rey Calzontzi, Antonio Huitziméngari, enseñándole fray Alonso de la Ve-racruz, resultando muy hábil en su aprendizaje. Antonio enseñó a sus compañeros la lengua ta-rasca, así como a los frailes Juan de San Román y Diego de Chávez y a algunos más. Por la noche pa-saban al coro, donde estudiaban sus lecciones de artes y teología y practicaban la lengua tarasca. Fray Alonso organizó las cátedras antes men-cionadas, llegando a ser el primer lector de esa Casa, pues por sus estudios en Alcalá y Salamanca pudo encabezar a los agustinos. Instituyó las va-caciones para ir a Tacámbaro, donde predicaba y administraba su tiempo de retiro y oración, hasta su regreso a Tiripetío, donde volvía a su cátedra. Sabiendo de su sabiduría y sus virtudes, el emperador Carlos V le envío una cédula en la que le pedía ocupar el obispado de la ciudad de

León, en Nicaragua. Estando en su celda fue no-tificado de la petición real, a lo que respondió que renunciaba, arguyendo no ser digno de tan alta distinción. Más tarde recibió otra carta en la que se le pedía ocupara el cargo de obispo de Michoacán en lugar de don Vasco de Quiroga. Renunció igualmente, por considerarse indigno, prefiriendo seguir como catedrático en Tiripetío. Con paciencia y cuidado formó en la población una muy importante biblioteca que perduró mu-chos años. De esa Casa de Estudios Superiores salieron religiosos muy aventajados que se distribuyeron a lo largo de la provincia agustina, como Puebla, Acolman, Actopan e Ixmiquilpan. Teniendo co-mo raíz esta casa de estudios, fray Alonso fundó más tarde el Colegio de San Pablo de la ciudad de México. Cuando terminó su periodo como provin-cial, fray Jorge de Ávila convocó a capítulo en la ciudad de México, asistiendo a esta reunión fray Juan de San Román, superior de Tiripetío, y fray Alonso de la Veracruz, lector de la Casa de Estu-dios Mayores. Fueron electos como provincial el padre San Román y definidor fray Alonso. Más tarde San Román regresó a España para defender a las órdenes religiosas, pues se preten-día quitarles, en particular, la administración de sacramentos. Asistió al Concilio de Trento, don-de luchó junto con franciscanos y dominicos para lograr sus propósitos. El lugar elegido para construir el templo y convento de Tiripetío fue junto a la casa del enco-mendero Juan de Alvarado, protegido del viento e inundaciones, con buen clima, frente a la plaza y con la atinada dirección de fray Juan de San Ro-mán. Al oriente se ubicó el hospital, al norte la escuela de cantores y de la enseñanza elemental de los niños. Al frente de la iglesia, en el atrio, donde se enseñaba la doctrina cristiana, se colo-caron capillas. Luego esos espacios se convirtie-ron en cementerio. En la actualidad la plaza ha sido reformada, con plazas y calzadas arboladas y con estatuas del ilustre catedrático agustino fray Alonso de la Veracruz. Se llevó agua del río y del ojo de agua de Hui-ramba, distante a 12 kilómetros de Tiripetío, por

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conductos subterráneos, hasta la plaza central, empleándose en el convento, el hospital, la casa del encomendero y todo el pueblo. Se fomentó la agricultura, el cultivo de cítricos —naranjas, li-mones y cidras—, nogales, membrillos, duraznos. Se propició la ganadería menor y mayor y se de-sarrollaron las artesanías, la sastrería, la carpin-tería, la herrería y la alfarería, transformándose el pueblo de San Juan Bautista de Tiripetío en digno marco de la Casa de Estudios Superiores, modelo de otras fundaciones agustinas en Michoacán.15 La casa del encomendero Juan de Alvarado con el tiempo fue demolida quedando aprovecha-do su espacio para el hospital. Esta construcción contaba con dos niveles, corredores y grandes salas bien ventiladas y con buena luz; en la plan-ta baja se encontraban las oficinas y una buena botica, provista de toda clase de sustancias para preparar las más variadas recetas, mezclándose con las antiguas medicinas indígenas. Es muy probable que también se usaran los temascales con propósitos curativos. El patio del hospital es-taba jardinado para recreo de los enfermos. En el centro se levantó una bella fuente, asegurando los cronistas no existir otro mejor, incluyendo el hospital fundado por el notable franciscano Juan de San Miguel en Uruapan.16

Muy cerca estaban las minas de Curucupa-seo, que trabajadas de manera comunal ayudaban al mantenimiento del Hospital de la Concepción. Cuando decayó la mina el convento se mantuvo

15 Josefina Muriel, Hospitales de la Nueva España, p. 97.16 Ibid., p. 98.

con las propiedades adquiridas por los agustinos, incluyendo las del encomendero Alvarado. El hospital además de atender enfermos servía como hospedaje para caminantes y viajeros. Se procura-ba del aseo del edificio, ropa limpia, buena botica y buena alimentación para los hospitalizados. La atención médica la realizaban los agustinos, ayu-dados por los indígenas. Mucho tiempo después, cuando el hospital desapareció, los pobladores seguían acudiendo por costumbre al convento a pedir medicinas para sus males, constituyéndose después los dispensarios en iglesias y conventos. El maguey era para los indígenas desde tiempos remotos un bálsamo para curar sus males y heri-das, lo tenían como antídoto para el mal de orina o diabetes y para curar el tabardillo. Mezclado el aguamiel con panocha o melado era excelente pa-ra los dolores causados por la frialdad. Cuando se inició el servicio hospitalario en San Juan Bautista de Tiripetío entraban semana-riamente de ocho a diez indios con sus esposas para trabajar, llamándoles los semaneros. Los días que los semaneros pasaban en la casa de Ma-ría Santísima de la Concepción, que así llamaban al hospital, eran días de oración y penitencia. Los sábados se celebraba una misa en honor de la In-maculada Concepción, patrona de las fundacio-nes hospitalarias de Nueva España. El hospital y el convento fueron terminados en 1548. La iglesia era dignificada por su cubierta de madera a dos aguas y sus magníficos artesonados; en los muros se encontraban pinturas al temple con pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamen-to. En 1640 el descuido de un indio campanero,

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quien dejó una tea encendida en el coro, provocó un incendio que destruyó la techumbre con sus bellos artesonados, salvándose sólo la sacristía.17

Se inició la restauración bajo la dirección de fray Antonio de Salas, quedando terminado de forma muy similar al que hoy admiramos.

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Resulta de gran importancia para cualquier in-vestigador en esta materia el conocimiento de la formación del primer Colegio de Estudios Supe-riores en América, ubicado en Tiripetío, fundado en 1540 por fray Alonso de la Veracruz. La des-cripción detallada corre a cargo de los notables cronistas de la provincia de San Nicolás de Tolen-tino de Michoacán, como Diego de Basalenque, el agustino Matías de Escobar y Juan de Grijalva. El presente artículo pretende ampliar el panora-ma de esta importantísima etapa de la historia de nuestra patria y dar pie a futuras investigaciones sobre el tema.

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P I R es doctor en arquitectura por la , se desempeña como profesor titular “A” me-dio tiempo definitivo; sus áreas de especialización son la geometría, la historia, restauración y matemáticas en Arquitectura; recibió Medalla al Mérito Universitario por 50 años de servicio en la .