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Hay acontecimientos que marcan un cambio de era. El lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki divide al siglo XX por la mitad separando el antes y el después de una era nuclear. La Revolución de 1917, a su vez, inició y marcó con su proyecto socialista autoritario el “corto siglo XX” que finalizaría en 1989 con la caída del Telón de Acero. La caída del Muro de Berlín nada tiene que envidiar en relevancia a estos acontecimientos. El derrumbe del muro de hormigón que separaba la parte occidental de Berlín de la parte oriental cerró el Corto Siglo XX (1917-1989) y dio paso a una nueva etapa histórica marcada por la globalización. En tanto que acontecimiento histórico, la caída del Muro de Berlín deja tras de sí un periodo marca- do por la amenaza de una escalada entre las superpo- tencias USA y URSS que habría podido finalizar en hecatombe nuclear. Sin embargo, su mayor interés como acontecimiento seguramente radica en que es un acontecimiento de futuro y, como tal, ha marcado y marca el tiempo transcurrido desde entonces hasta el presente, proyectándose más allá incluso de la ac- tualidad. A la luz de lo que entonces se puso en mar- cha, incluso un acontecimiento de la envergadura del 11-S sigue revelándose como un acontecimiento secundario. De aquí la relevancia de volver la mira- da hacia las dos décadas transcurridas e intentar re- flexionar sobre lo sucedido desde entonces. Y ello no ya sólo por medio de la inevitable “reelaboración consciente del pasado” (Aufarbeitung der Vergangenheit) 2 , sino también recurriendo al aná- lisis de la tendencia que la caída del Muro de Berlín hace posible como punto de referencia desde el que trazar un diagnóstico de la situación. En lo que sigue abordaremos algunas de las prin- cipales claves con las que reinterpretar el aconteci- miento que marcó este cambio de era. Abordaremos en primer lugar su fulgurante agenciamiento como mitología de la modernidad. El conjunto de relatos entonces estructurados en una única narrativa políti- ca (neo) liberal ha mantenido su vigor en buena me- dida, si bien no todos han escapado a su cuestiona- miento (caso, por ejemplo, del tan cacareado “fin de la Historia”). En segundo lugar, examinaremos la naturaleza del régimen político de la RDA. A tal fin, reconsiderare- mos brevemente el carácter ideológico de las tipologí- as al uso en los estudios de Política Comparada y su deuda para con los esquemas interpretativos de la Guerra Fría. De esta suerte nos será posible reubicar críticamente el análisis de la configuración del mando en los regímenes de fundamentación leninista. En tercer lugar, nos centraremos en el papel de la disidencia, sus méritos (y limitaciones) bajo las par- ticulares condiciones institucionales del régimen de poder germano-oriental. Al igual que la política de sujeción de la población al mando (la institución del poder soberano) se constituyó en una tensión perma- nente con el “riesgo de fuga” (que entre otras cosas hacía posible la cuestión nacional), la disidencia po- YOUKALI, 9 página 28 (artículos) uno, dos, mil... muros ISSN: 1885-477X www.tierradenadieediciones.com www.youkali.net 1 Institut de Govern i Polítiques Públiques, IGOP. Universitat Autònoma de Barcelona 2 Vid. Adorno, Theodor W. (1964): “Was bedeutet: Aufarbeitung der Vergangenheit”, en Eingriffe, Frankfurt am Main: Suhrkamp, p. 125-146. EL MURO DE BERLÍN, 20 AÑOS DESPUÉS por Raimundo Viejo Viñas 1

EL MURO DE BERLÍN, 20 AÑOS DESPUÉS - Youkali, revista crítica de las artes y del ... · 2010-07-11 · La producción de la caída del Muro de Berlín co-mo mitología de la modernidad

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Hay acontecimientos que marcan un cambio de era.El lanzamiento de la bomba atómica sobreHiroshima y Nagasaki divide al siglo XX por la mitadseparando el antes y el después de una era nuclear.La Revolución de 1917, a su vez, inició y marcó con suproyecto socialista autoritario el “corto siglo XX” quefinalizaría en 1989 con la caída del Telón de Acero. Lacaída del Muro de Berlín nada tiene que envidiar enrelevancia a estos acontecimientos. El derrumbe delmuro de hormigón que separaba la parte occidentalde Berlín de la parte oriental cerró el Corto Siglo XX(1917-1989) y dio paso a una nueva etapa históricamarcada por la globalización.

En tanto que acontecimiento histórico, la caídadel Muro de Berlín deja tras de sí un periodo marca-do por la amenaza de una escalada entre las superpo-tencias USA y URSS que habría podido finalizar enhecatombe nuclear. Sin embargo, su mayor interéscomo acontecimiento seguramente radica en que esun acontecimiento de futuro y, como tal, ha marcadoy marca el tiempo transcurrido desde entonces hastael presente, proyectándose más allá incluso de la ac-

tualidad. A la luz de lo que entonces se puso en mar-cha, incluso un acontecimiento de la envergaduradel 11-S sigue revelándose como un acontecimientosecundario. De aquí la relevancia de volver la mira-da hacia las dos décadas transcurridas e intentar re-flexionar sobre lo sucedido desde entonces. Y ello noya sólo por medio de la inevitable “reelaboraciónconsciente del pasado” (Aufarbeitung derVergangen heit)2, sino también recurriendo al aná-lisis de la tendencia que la caída del Muro de Berlínhace posible como punto de referencia desde el quetrazar un diagnóstico de la situación.

En lo que sigue abordaremos algunas de las prin-cipales claves con las que reinterpretar el aconteci-miento que marcó este cambio de era. Abordaremosen primer lugar su fulgurante agenciamiento comomitología de la modernidad. El conjunto de relatosentonces estructurados en una única narrativa políti-ca (neo) liberal ha mantenido su vigor en buena me-dida, si bien no todos han escapado a su cuestiona-miento (caso, por ejemplo, del tan cacareado “fin dela Historia”).

En segundo lugar, examinaremos la naturaleza delrégimen político de la RDA. A tal fin, reconsiderare-mos brevemente el carácter ideológico de las tipologí-as al uso en los estudios de Política Comparada y sudeuda para con los esquemas interpretativos de laGuerra Fría. De esta suerte nos será posible reubicarcríticamente el análisis de la configuración del mandoen los regímenes de fundamentación leninista.

En tercer lugar, nos centraremos en el papel de ladisidencia, sus méritos (y limitaciones) bajo las par-ticulares condiciones institucionales del régimen depoder germano-oriental. Al igual que la política desujeción de la población al mando (la institución delpoder soberano) se constituyó en una tensión perma-nente con el “riesgo de fuga” (que entre otras cosashacía posible la cuestión nacional), la disidencia po-

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1 Institut de Govern i Polítiques Públiques, IGOP. Universitat Autònoma de Barcelona

2 Vid. Adorno, Theodor W. (1964): “Was bedeutet: Aufarbeitung der Vergangenheit”, en Eingriffe, Frankfurt am Main: Suhrkamp, p.125-146.

EL MURO DE BERLÍN, 20 AÑOS DESPUÉSpor Raimundo Viejo Viñas1

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lítica configuró una línea de tensión con el poder so-berano a través del “riesgo de protesta” en el espaciopúblico (riesgo igualmente atravesado por la cues-tión nacional).

En cuarto lugar, y directamente relacionado conlo anterior, analizaremos las condiciones estructura-les que prepararon el colapso de la RDA. La ausenciade democratización sería un factor decisivo en la in-capacidad del mando para asegurarse sus propias ba-ses materiales. La disociación entre ambas constitu-ciones se prolongaría así hasta situar al régimen alborde de un colapso que, no obstante, sería acelera-do por el cambio en la situación internacional y losefectos de la ola de movilizaciones transnacional enmarcha desde principios de los años ochenta enPolonia y desde mediados de los ochenta en Hungría.

Para explicar, precisamente, cómo se produce elcolapso de la RDA y la transición subsiguiente es pre-ciso retomar —en quinto lugar— la modalidad revo-lucionaria del cambio de régimen. Paradójicamente,el año en que la historiografía conservadora celebra-ba el segundo centenario de los acontecimientos de1789 en Francia con réquiems por la revolución, elTelón de Acero se venía abajo por el impulso de unaola de movilizaciones que, en algunos casos (entreellos, la RDA) llegaría a ser propiamente revolucio-naria.

En este orden de cosas, y en sexto lugar, la cues-tión nacional nos ofrece una clave interpretativa conla que indagar en los límites políticos del denomina-do “patriotismo constitucional” y la crisis del Estadonacional. Así, aunque el paso de la República deBonn (RFA, 1949–1989) a la República de Berlín(Alemania, 1990–hoy) se pudo cerrar rápidamentegracias a la correspondiente previsión constitucional,la posterior institucionalización de la Alemania unifi-cada puso de manifiesto un déficit de legitimidad de-mocrático que, al tiempo que ha cuestionado la ma-triz identitaria del nacionalismo germánico, ha dadopie a una inédita escisión nacional entre Este y Oeste.Al mismo tiempo, la construcción del nuevo Estadonacional ha empeorado la situación de la minoría na-cional soraba en la extinta RDA. Por si fuera poco, elrepliegue identitario de los años posteriores a la IIUnificación de Alemania se ha demostrado duraderoy útil a los recurrentes brotes de xenofobia y racismo.

El muro de Berlín, última mitología de lamodernidad

En la noche del 9 de noviembre de 1989, un aconte-cimiento tan sorprendente como largamente aguar-dado desconcertó a medio mundo: la Guerra Fría ha-bía llegado a su fin. Una multitud eufórica, armadade picos y pancartas, se presentó ante la audienciaglobal derrumbando por sus propios medios, en vivoy en directo, el principal símbolo de la Guerra Fría.Caía así el emblema de un orden geopolítico de má-xima tensión, la línea de un frente petrificado entredos bloques inamovibles. A pesar de que durante dé-cadas los cuerpos diplomáticos alemanes se habíanesforzado en alcanzar de forma negociada la disten-sión definitiva, nadie habría confiado a la multitud elprotagonismo de un momento así. Y sin embargo allíestaba. La revolución estaba siendo televisada3.

Quienes asistieron en directo al acontecimiento —en vivo o a través de los medios— pudieron observarel origen de la última gran mitología de la moderni-dad; y decimos última, que no necesariamente final odefinitiva. Por su propia validez y consistencia, lasnarrativas generadas a partir de la caída del Muro deBerlín son en sí mismas todo un síntoma de la crisisde la modernidad a la par que una tentativa (¿frus-trada?) de rescate de lo moderno; o, si se prefiere, elensayo discursivo de una recomposición de lo globalpor venir acorde con la gramática política de la mo-dernidad y las exigencias de un mando transnaciona-lizado. A partir de aquel 9 de noviembre4, de hecho,

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3 Vid. Sarkowicz, Hans; Ed. (1998): Aufstände, Unruhen, Revolutionen. Zur Geschichte der Demokratie in Deutschland, Frankfurt amMain: Insel Verlag.

4 La fecha tiene en Alemania un enorme valor simbólico. Otros 9 de noviembre fueron el de 1938 (La noche de los cristales rotos), elde 1923 (fracaso del Putsch de Hitler en Múnich) o el de 1918 (Abdicación de Guillermo II e inicio de la transición a la República deWeimar).

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en un mismo agenciamiento se presentarían integra-dos relatos tan dispares —y por veces incongruen-tes— como “el fin de la Historia”, “el derrumbe delComunismo”, “la democratización universal”, “la efi-cacia de la mano invisible del mercado” o “el triunfode la Libertad”. A juzgar por las décadas transcurri-das, la caída del Muro de Berlín parece insistir enpresentarse como este último gran acontecimientode la modernidad; un último gran evento en el quetodavía resultaría posible la lectura épica de laHistoria y en el que, al mismo tiempo, ésta se com-prendería como cierre o punto final.

Sin embargo, algo falló en la (re)producción deesta mitología. En la misma noche del 9 de noviem-bre de 1989, en el momento en que los agenciamien-

tos de la modernidad deberían haber sido institui-dos, las cosas tampoco salieron como previsto.Conocido es, en este sentido, el fiasco en que acabó latentativa de los próceres de la Alemania occidentalpor agenciarse el momento. Apenas unas horas an-tes, de hecho, el canciller Helmut Kohl estaba siendoprotagonista de un polémico episodio de irredentis-mo pangermanista con su visita a Annaberg5.Sorprendido por el inesperado desarrollo de losacontecimientos en Berlín, hubo de cancelar su viaje

a Polonia. Y así, el propio canciller, su ministro deAsuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, o el excanciller y referente de la Ostpolitik, Willy Brandt, sepresentaron de urgencia en el proscenio en que lamultitud había convertido el Muro de Berlín. Se ofre-cía una oportunidad de las que se dicen históricas ylos políticos aguardaban ser recibidos en olor demultitudes. Sin embargo, lo que encontraron fue unamultitud que, además de abuchearles, grabó sus gri-tos y silbidos para mayor ignominia6. El que deberíahaber sido un patriótico gesto instituyente que efec-tuase toda la potencia del momento histórico acabóen un completo fracaso.

La producción de la caída del Muro de Berlín co-mo mitología de la modernidad habría de producir-se, pues, sobre la base de un giro superador de las di-sonancias cognitivas abiertas entre la multitud y lasautoridades germano-occidentales. Únicamente apartir del giro etnonacionalista que siguió al 9 de no-viembre sería posible restituir la moderna gramáticapolítica sobre la que se refundaría el Estado nacionalalemán en vigor y su régimen político, la Repúblicade Berlín7. Por la parte de la multitud, la ausencia deuna mitopoiesis alternativa eficaz, capaz de agenciar-se del acontecimiento demostraría, entre otras cosas:(1) el calado de la crisis ideológica de la izquierda(crisis de la que no parece haber salido todavía); (2)el grado de dependencia de sus propias narrativas(socialdemócrata, comunista, ecologista, etc.) o, si seprefiere, su escasa capacidad de adaptación; y (3) elelevado nivel de integración y gestión del antagonis-mo alcanzado en la República de Bonn, por más quemenguante en las dos décadas posteriores de laRepública Berlín.

El régimen de Larda

Desde la Ciencia Política, y desde el estudio de lastransiciones a la democracia, más en concreto, se haescrito, y mucho, sobre la naturaleza de los regíme-nes del bloque del Este. Las tipologías al uso, nacidasal hilo de la teoría del totalitarismo en sus diferentes

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5 Sobre este particular no deja de ser interesante volver a la hemeroteca para consultar los semanarios Der Spiegel, http://www.spie -gel.de/spiegel/print/d-13496209.html y Die Zeit http://www.zeit.de/1989/45/Und-jetzt-der-Annaberg. Helmut Kohl vivía enton-ces uno de los momentos más difíciles de su carrera política y el estado general de la opinión pública apuntaba al candidato OskarLafontaine para una alternancia socialdemócrata en la cancillería.

6 Incluso un periódico de la relevancia de Die Tageszeitung distribuyó en su momento un CD en el que se podía escuchar a la multi-tud abucheando a los líderes occidentales mientras intentaban pronunciar sus discursos y entonar el himno nacional.

7 Vid. Offe, Claus (1994): Der Tunnel am Ende des Lichts. Erkundungen der politischen Transformation im Neuen Osten. New York:Frankfurt a.M.

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conjugaciones (de Friedrich a Arendt, pasando porBrzezinski)8, suelen identificar diferentes tipos idea-les en los que, o bien se reduce a conceptos extrema-damente simples realidades demasiado complejas, obien, a fuerza de querer concretar en términos empí-ricos, se hacen encajar en cada categoría uno o doscasos empíricos, tres a lo sumo. De esta suerte, porejemplo, clasificaciones como la de Stepan y Linz,identifican diferentes tipos de totalitarismos —opost-totalitarismos, para ser más exactos— como el“post-totalitarismo congelado” (frozen post-totalita-rianism), en el que vendrían a encajar los casos de laRDA y Checoslovaquia9.

Este apelar a la “congelación” de los regímenes encuestión resulta particularmente adecuado a los ima-ginarios lingüísticos de la Guerra Fría de la que esdeudora su pragmática discursiva. De hecho, con in-dependencia de su mayor o menor validez analítica,no resulta difícil ver la línea de continuidad que sitúaesta clasificación del régimen germano-oriental enuna común genealogía con aquellos esquemas ideo-lógicos tendentes a enfatizar los aspectos comunes delos regímenes fascistas y leninistas, y a suavizar almismo tiempo el carácter autocrático de las dictadu-ras militares de la Europa mediterránea y AméricaLatina del mismo periodo histórico. Asimismo, estaaproximación historiográficamente “presentista”(del presente que fue en su día la Guerra Fría) resul-ta no menos inconveniente a la hora de analizar lanaturaleza de la RDA, toda vez que oculta la constitu-cionalización de un pluralismo de partidos bajo hege-monía del partido leninista (el SED). Lejos de ser unrégimen de partido único, a la manera de lo que com-portaría el concepto totalitarismo, la RDA (o Che cos -lovaquia) era un régimen político que, partiendo deun inicial sistema de partidos pluralista, pronto deri-vó hacia un modelo de inequívoca hegemonia leni-nista, gracias, en parte, a la influencia de la URSS, pe-

ro también debido a los propios desarrollos que cons-tituyeron el régimen de poder germano-oriental.

En este orden de cosas, profundizando en la hipó-tesis metodológica que radica en el antagonismo lapropia configuración del mando, es de recordar aquíel episodio del 17 de junio de 1953 como la primeracoyuntura decisional en la consolidación del régimenpolítico instaurado en 1949, vale decir la consolida-ción del modo de mando10. A este episodio constitu-yente seguirían otros momentos reactivos como laconstrucción del Muro de Berlín el 13 de agosto de1961 o el remplazo de Walter Ulbricht por Willi Stophy de éste, finalmente, por Erich Honecker. No obs-tante, resulta evidente que la rebelión obrera del 17de Junio fue el momento decisivo en la configuracióndel mando germano-oriental.

En efecto, tras la dura represión de la revuelta de1953, la imposibilidad de articular internamente laacción colectiva provocaría un cambio de estrategiaen la multitud silenciada por la represión. Así, desdela instauración de la RDA hasta la construcción delMuro, unos tres millones de alemanes orientales op-

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8 Vid. Arendt, Hannah (1981): Los orígenes del totalitarismo, Madrid: Alianza Editorial; Bracher, Karl-Dietrich (1976):Zeitgeschichtliche Kontroversen um Faschismus, Totalitarismus, Demokratie, Múnich: Piper; Dubs, Rolf; Ed. (1966): FreiheitlicheDemokratie und totalitäre Diktatur, Frauenfeld; Friedrich, Carl J./Brzezinski, Zbigniew K. (1956): Totalitarian Dictatorship andAutocracy, Cambridge: Harvard University Press; Seidel, Bruno/Jenker, Sigfried; Eds. (1968): Wege der Totalitarismus-Forschung, Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft; Stammer, Otto (1961): “Aspekte der Totalitarismus Forschung”, SozialeWelt, n° 12, págs. 97-111.

9 Vid. LINZ, Juan J./STEPAN, Alfred (1996): Problems of Democratic Transition and Consolidation, Baltimore/Londres: The JohnsHopkins.

10 Vid. Mitter, Armin/Wolle, Stefan (1993): Untergang auf Raten. Unbekannte Kapitel der DDR-Geschichte, Munich: Bertelsmann;Mitter, Armin (1991): “Die Ereignisse im Juni und Juli 1953 in der DDR. Aus den Akten des Ministeriums für Staatssicherheit”, AusPolitik und Zeitgeschichte, n° 5, págs. 31-41; Staritz, Dieter (1991): “Die SED, Stalin und die Gründung der DDR. Aus den Akten desZentralen Parteiarchivs des Instituts für Geschichte der Arbeiterbewegung”, Aus Politik und Zeitgeschichte, n° 5, págs. 3-16; Weber,Herman (1998): “Arbeiter versus ‘Sozialismus’: Der Aufstand vom 17. Juni 1953”, en Hans Sarkowicz (Ed.): Aufstände, Unruhe,Revolutionen. Zur Geschichte der Demokratie in Deutschland, Insel Verlag, Frankfurt a.M./Leipzig; págs. 143-177

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tarían por abandonar el país ante el endurecimientode la situación (47.533 sólo en las dos semanas queantecedieron al cierre definitivo). El éxodo se prefi-guraba ya entonces como la principal fisura del régi-men político y, a pesar de que el Muro de Berlín con-seguiría limitar la fuga masiva hacia la Alemania oc-cidental, el hecho es que a lo largo de las cuatro déca-das del régimen, la denominada “disidencia con lospies” perduró hasta relanzarse de manera definitivaen el verano de 1989.

Que el éxodo en sus diferentes variantes (exilio, emi-gración, etc.) es una modalidad de oposición políticaque caracteriza a los regímenes autocráticos es unageneralización validada por el análisis comparado di-fícilmente cuestionable11. Sin embargo, el caso ger-mano-oriental presenta al respecto una especificidadque hace de él un caso desviante (a diferencia deotras dictaduras de la región, la necesidad de contro-lar la movilidad de la población era doblemente pre-ocupante en la RDA). La explicación del caso germa-no-oriental requiere de una variable independienteparticular como es la cuestión nacional. Más aún, sintener en cuenta la vigencia del ius sanguinis en laRepública Federal Alemana, difícilmente se podríaexplicar la anomalía de la RDA en el contexto geopo-lítico de la Guerra Fría.

De hecho, en ningún otro país del Este, la huidapodía producirse con menores costes en lo que hace

a la acogida en el país de llegada. De acuerdo con laLey Fundamental de Bonn (artículo 116)12, quieneseran alemanes con anterioridad al 31 de diciembre de1937 (momento inmediatamente anterior al Ansch -luß austríaco), así como sus descendientes, disponí-an de acceso directo a la ciudadanía de la RFA. Comose puede suponer, este hecho rebajaba de forma no-table las dificultades legales y administrativas paraquienes decidían abandonar la RDA.

Y es que mientras que la RFA articuló su sobera-nía sobre la base de la aceptación de la derrota mili-tar del III Reich, la RDA hizo otro tanto sobre la ba-se del antifascismo. Renunciando a fundamentar sulegitimidad política en la germanidad a la manera deun Estado nacional, la RDA encontraba su razón deser en la doctrina leninista que hacía de ella un“Estado de obreros y campesinos” (Arbeiter-und-Bauern-Staat). Allí donde en la RFA el cuerpo socialdel Estado nacional era constituido como “Pueblo”(Volk), en la RDA lo conformaba la “clase trabajado-ra” (Arbeiterklasse) y si en la parte occidental deAlemania, al igual que en todo Estado-nación,Pueblo y Nación eran asimilados, en la parte oriental,la nación era un accidente de un único sujeto prole-tario. El propio nombre de ambas repúblicas dejóconstancia de ello al denominar República Federalde Alemania a la primera y República DemocráticaAlemana a la segunda. Siendo la RDA una repúbli-ca alemana entre otras posibles, la RFA se presenta-ba como la república del conjunto de la Nación13.

Esta circunstancia se habría de demostrar definiti-va una vez que tuviese lugar la caída del Muro. Cuandohoy nos volvemos atrás para examinar el desarrollo delos acontecimientos es preciso que retomemos en con-sideración el peso de la doctrina leninista y su lecturade la cuestión nacional alemana a través de un régi-men autocrático. Las dificultades de la izquierda en es-te sentido se demostrarían decisivas llegado el mo-mento de encontrar una salida al dilema de múltiplesoberanía que se originaría tras la quiebra del régimende la RDA. Llama la atención al respecto el olvido enque cayó la lectura y propuesta de la cuestión alemanaque en su día realizó Rudi Dutschke al proponer unaAlemania unificada, desarmada y neutral14.

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11 Vid. Mezzadra, Sandro (2005): Derecho de fuga, Madrid: Traficantes de Sueños.

12 Para el enunciado del artículo, véase: http://dejure.org/gesetze/GG/116.html

13 Vid. http://www.verfassungen.de/de/ddr/ddr-leiste.htm

14 Una propuesta de Stalin realizada en 1953, poco antes de morir, ha sido motivo de polémica entre historiadores. La que se conocecomo Nota de Stalin proponía unificar Alemania a cambio de su desarme y neutralidad en el nuevo contexto geopolítico. Va de su-yo que las motivaciones de Stalin y Dutschke no pueden ser más diametralmente opuestas.

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El paso del tiempo y la consolidación de las estructu-ras del régimen germano-oriental harían cada vezmás difícil pensar alternativas al orden geopolítico dela Guerra Fría. De ahí que llegado el momento de laquiebra de la RDA, pocos habían previsto o siquierapensado alternativas a la situación creada que no fue-sen propugnar una reforma interior del propio régi-men a la manera de la Perestroika. Para comprenderel alcance de estas condiciones de probabilidad espreciso clarificar más en detalle la manera en que secontroló y gestionó el antagonismo en la RDA.

La disidencia imposible

La disidencia política fue la principal modalidad deoposición en las autocracias leninistas de la Europadel Este15. En el caso de la Alemania oriental, estamodalidad se vería condicionada por la cuestión na-cional. A diferencia de otros países, la RDA habría dehacer frente a la división de Alemania como un pro-blema adicional al control político de la disidencia.Por una parte, los medios de comunicación occiden-tales —notablemente radios y televisiones—, conse-guían traspasar las fronteras de una misma comuni-dad lingüística y hasta hacía bien poco política.Sabido es el problema que representaba para el régi-men de la RDA el hecho de que cada noche la ciuda-danía se plantase ante el televisor. Imagínese por unmomento la frustración de vivir aislado de otra socie-dad que hasta hacía nada había sido la propia y de la

que sólo se recibían los imaginarios de la publicidad.La mitificación del otro lado sin lugar a dudas incen-tivó el deseo de fuga a la par que erosionaba las basesde legitimidad del propio régimen16.

Por otra parte, estos medios constituían un poten-te amplificador para la exigua disidencia germano-oriental. Expulsar a la disidencia hacia la otra Ale -mania se convirtió en uno de los principales mecanis-mos políticos de control ideológico para las elites go-bernantes. Las expulsiones de disidentes como RudolfBahro o Wolf Biermann fueron particularmen te sona-das en su momento. Y aunque la Ale mania occidentalse vanagloriaba de su mayor pluralismo gracias a laconcesión de asilo a los disidentes orientales, es preci-so no perder de vista que en la RFA tampoco se dabauna libertad ideológica plena, tal y como demostrabanmedidas como la prohibición del ejercicio de ciertasprofesiones y cargos públicos en caso de ser miembrodel partido comunista (lo que se conoció como laBerufsverbot).

En estas circunstancias particulares, y tras los su-cesivos refuerzos del mando que resultaron de acon-tecimientos como el 17 de Junio, la construcción delMuro de Berlín o el remplazo de Ulbricht porHonecker, en la RDA se fue configurando un régi-men político sin apenas oposición. Cuando en el ve-rano de 1989 comiencen a producirse las primeras fi-suras en el régimen debidas al impacto de la fuga ma-siva de ciudadanos, la oposición política apenas se li-mitaba a unos pocos grupúsculos extremadamentevigilados por el orwelliano Ministerio de Seguridaddel Estado (la célebre Stasi). Desafortunadamente, elrégimen dirigido por Honecker no sólo no aprovechólas oportunidades que se abrían con el reformismogorbachoviano, sino que, seguro de la ausencia deoposición interior gracias a la manera en que habíagestionado el disenso durante décadas, se afirmó enuna ortodoxia que únicamente tuvo por efecto facili-tar el colapso del régimen.

Asimismo, la precaria oposición interna se distin-guía de la de otros países del entorno por su adscrip-ción marxiana. A diferencia del colectivo Charta 77 li-derado por Vaclav Havel o el sindicato Solidarnosc deLech Walesa, los disidentes de la Alemania orientaldesarrollaron su crítica desde la matriz marxiana depensamiento. Nombres como Wolfgang Leonhard,

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15 Vid. Joppke, Christian (1995): East German Dissidents and the Revolution of 1989. NY: New York University Press.

16 Resulta ilustrativo en este sentido el caso del “Valle de los que no tienen ni idea” (Tal der Ahnungslosen). Este era el nombre que re-cibían las dos regiones del Noreste y Sureste de la RDA (sobre todo esta última, por ubicarse en ella la ciudad de Dresde) a las queno llegaba la señal televisiva. En numerosos estudios sobre acción colectiva se ha apuntado a este hecho para explicar la mayor acep-tación del régimen y reformismo de la región.

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Walter Janka, Robert Havemann o los ya menciona-dos Rudolf Bahro y Wolf Biermann, por citar tan sóloalgunos de los ejemplos más destacados, criticaron alrégimen desde su propia matriz socialista. Ex pre sio -nes como la céleberrima “Socialismo realmente exis-tente” acuñada por Rudolf Bahro en su obra La alter-nativa17, nacían de un marxismo heterodoxo y de lar-ga tradición en suelo alemán. Se ha señalado con razónque el marxismo no era visto en la Alemania orientalcomo una impostación del discurso oficial estalinista,sino como una tradición de pensamiento propia indi-sociable de las luchas históricas del movimiento obre-ro. Hasta que punto esto fue así se verifica en las expre-siones de disidencia pública que anunciaron la quiebradel régimen.

Así, por ejemplo, en enero de 1989 la conmemo-ración del asesinato de Rosa Luxemburg y KarlLiebknecht fue el escenario de las primeras protestasdisidentes que anunciaban la crisis del otoño. En laRDA el régimen se había apropiado desde hacía dé-cadas de las figuras emblemáticas del movimientoespartaquista. Su incorporación al corpus doctrinaldel régimen, no obstante, era objeto de una burdamanipulación. No es de extrañar, pues, que la meraexhibición de una pancarta con la máxima de RosaLuxemburgo, “La libertad es siempre la libertad delque piensa diferente” provocase arrestos y condenasa quienes la desplegaron. La frase hacía alusión a lacrítica que en su día Rosa Luxemburgo había dirigi-do a la concepción leninista del Partido. La reducidacantidad de participantes en la acción y la dureza delas medidas represivas demostraban las dificultadescon que todavía se las tenía que ver la disidencia aprincipios del año en que caería el Muro.

La movilización contra el régimen sólo comenza-ría como reacción al éxodo masivo de ciudadanosque comenzaría a tener lugar con la llegada de losmeses de vacaciones. El año 1989 sería, en este sen-tido, un año diferente a todos los precedentes.Gracias a los incentivos económicos de la Alemaniaoccidental y la tolerancia de la URSS, partidaria aho-ra de que cada país siguiese su propio camino18, seabría una estructura de oportunidad política que

pronto sería aprovechada por la ciudadanía germa-no-oriental para poner en marcha sendas estrategiasde huida y protesta contra el régimen; de “salida”(exit) y “voz” (voice), por decirlo en los términos acu-ñados por Albert O. Hirschman y con los que él mis-mo explicó el cambio revolucionario en la RDA19. Enel nuevo contexto internacional, Hungría abriría susfronteras con Austria permitiendo con ello que losmiles de alemanes orientales que habían emprendi-do el camino hacia su destino de vacaciones en elMar Negro optasen por cambiar su destino hacia laAlemania occidental. Sólo una vez finalizadas las va-caciones dieron comienzo las primeras manifestacio-nes de protesta contra el régimen al amparo de laúnica institución que gozaba de una cierta autono-mía: la Iglesia evangélica.

A partir de este momento se inició un ciclo de lu-chas que se desplegaría en un in crescendo vertigino-so desde apenas unas docenas de manifestantes has-ta los millones que acabarían derrumbando el Murode Berlín. El repertorio de la acción colectiva comen-zó a desplegarse con sencillas vigilias tras las reunio-nes en las iglesias, pero estas mismas pronto se con-virtieron en auténticas manifestaciones improvisa-das y, como es evidente, ilegales. No obstante, a pe-sar de la rotundidad de la represión en estos momen-tos iniciales, el agravamiento de la situación generaldel país no pudo impedir que las convocatorias fue-

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17 Vid. Bahro, Rudolf (1979) La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente, Madrid: Alianza Editorial.

18 El giro en la política exterior soviética fue decisivo para generar la serie de estructuras de oportunidad que facilitaron la moviliza-ción transnacional que impulsó los cambios de la Europa central y oriental. Tras años de injerencia soviética en los asuntos domés-ticos justificada en nombre de la denominada Doctrina Breznev, la URSS suavizaba ahora su presencia en la región ampliando elmargen de maniobra de sus satélites.

19 Vid. Hirschmann, Albert O. (1993): “Salida, voz y destino de la RDA: Un ensayo de historia conceptual”, Claves de Razón Práctica,39, págs. 66-80; Joppke, Christian (1994): “Why Leipzig? ‘Exit’, and ‘Voice’ in the East German Revolution”, German Politics, 2,págs. 393-414.

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sen cada vez más numerosas y se acabase instituyen-do como una práctica regular: las conocidas como“Manifestaciones de los Lunes” (Montagsdemos)20.Para cuando Gorbachov visitó el país con motivo delcuadragésimo aniversario de la RDA (7 de Octubre),las protestas ya habían rebasado cualquier masa crí-tica exigible a la implosión del régimen.

Durante el proceso de movilización aparecieronformas novedosas de organización basadas en losnuevos repertorios de acción colectiva nacidos al hilodel ciclo de luchas. De entre éstas, el caso más cono-cido fue el del “Nuevo Foro” (Neues Forum).Formado por un puñado de intelectuales disidentes,este colectivo pronto fue desbordado por el desarro-llo de los acontecimientos. Las organizaciones a imi-tación del Nuevo Foro empezaron a proliferar pordoquier. Primero con gran riesgo para sus integran-tes, pero pronto, en la misma medida en que se pre-cipitaba la descomposición del régimen con costesdecrecientes. Fue precisamente en este contexto don-de aparecieron organizaciones como “DespertarDemocrático” (Demokratischer Aufbruch) en dondedaba sus primeros pasos en política una joven AngelaMerkel. No obstante, la aportación principal delNuevo Foro, la idea de crear espacios deliberativospara abrir el debate político a la ciudadanía, perma-neció y pronto se concretó hasta extremos que ni delejos habrían podido imaginar sus artífices.

La creación de mesas de diálogo entre gobierno yoposición pasaron así a estar en el orden del día. Enuna tentativa desesperada por recuperar la iniciativapolítica el partido hegemónico (el SED) abrió mesasde diálogo al tiempo que intentaba contener su pro-

pia implosión. Tras la dimisión forzada de ErichHonecker y su sustitución por Egon Krenz, comenza-ron a cobrar peso figuras hasta entonces secundariasen el aparato central del Partido (como en el caso deHans Modrow) e incluso relativamente marginales(como en el caso de Gregor Gysi, posteriormente se-cretario general del partido heredero del SED, elPDS, y en su día abogado del disidente RudolfBahro).

La implosión del socialismo que realmenteexistió

Las condiciones de posibilidad para que tuviese lugarun cambio revolucionario en la RDA eran un hechobastante antes de la caída del Muro de Berlín. Losacontecimientos de 1989 (la crisis de los refugiados,las manifestaciones de los lunes, etc.) fueron el cata-lizador de una situación estructural difícilmente sos-tenible por mucho tiempo más. La conjunción de loscambios que se estaban operando desde mediados delos ochenta en la arena internacional y el problemaalemán se resolverían de manera decisiva a partir delotoño de 1989 provocando primero la implosión delrégimen y, más adelante, el giro nacionalista hacia laII Unificación de Alemania. En la convergencia deambos planos encontramos un problema común: laausencia de democratización.

Visto en perspectiva, de hecho, la ausencia de de-mocratización se demuestra la variable independien-te que explica la incapacidad del mando para asegu-rarse sus propias bases materiales. Tras unos prime-ros episodios de cierta inestabilidad que facilitaronuna trayectoria democratizadora, tanto en la RDAcomo en Checoslovaquia (no por nada los dos regí-menes que experimentaron cambios de régimen re-volucionarios en 1989) la deriva histórica de sus regí-menes hacia el autoritarismo se afirmaría tras las dosexperiencias fallidas de 1953 y 1968, respectivamen-te. El éxito del mando en articular un orden socialdisciplinario capaz de erradicar cualquier forma dedisidencia comportaría, empero, su propio fracaso ala hora de afrontar las nuevas contradicciones que re-sultaban de su propio éxito.

Así las cosas, si bien resultan indudables los lo-gros de postguerra en lo que hizo a la política de re-construcción del país (en los términos, claro está, desu propia eficiencia), no lo es menos que el agota-miento del modelo organizativo del fordismo de

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20 Las Manifestaciones de los Lunes tuvieron tal éxito que finalmente se han incorporado al repertorio de acción colectiva alemán, bienque con aplicaciones diferentes como, por ejemplo, las protestas contra las políticas de recortes sociales de 2004.

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Estado conllevaba un desafío al que difícilmente sepodía hacer frente desde el diseño institucional deregímenes extremadamente disciplinarios y autocrá-ticos. A diferencia de la democracia liberal, capaz dereadaptar el mando al desafío de la crisis de la fábri-ca fordista por medio de la contrarrevolución neoli-beral de Reagan y Thatcher, las autocracias leninistasse encontraban entrampadas en sus propias realida-des institucionales y principios normativos. Mientrasque el proyecto neoliberal supo redefinir su estrate-gia a las exigencias de un mando desterritorializado,de un trabajo inmaterializado y de una produccióndescentralizada, el leninismo persistió en su apego ala territorialidad fabril, a la explotación del trabajomaterial y a un diseño extremadamente centralistade todo entramado institucional.

A resultas de lo anterior, mientras que los añossesenta y setenta fueron seguidos en las democraciasoccidentales por una forma más acabada del capita-lismo (lo que se ha dado en llamar “capitalismo cog-nitivo” o “semiocapitalismo”)21, en las autocraciasleninistas el mando comenzó a desmoronarse sobrelas bases de su propio éxito represivo y su fracaso re-combinante. Nuestra propia experiencia marca eneste sentido un contrapunto del que deberían habertomado buena nota los países del Este. Allí donde elproyecto capitalista de las autocracias militares me-diterráneas supo realizar las concesiones oportunasal desafío movimentista de los sesenta y setenta pormedio de transiciones más o menos pactadas (el ca-so español, más; el portugués, menos), las autocra-cias de Europa oriental, y muy especialmenteChecoslovaquia y la RDA, pretendieron no verseafectadas por el problema.

La falsificación de todo tipo de inputs sistémicoscontinuó en aumento hasta hacerse una trampa ideo-lógica insostenible por más tiempo. En contraposicióna las autocracias de la Europa mediterránea, dondeuna democratización relativamente controlada se con-virtió en una herramienta útil a la modernización desus aparatos productivos, las autocracias de la Europadel Este permanecieron aferradas a los principios tele-ológicos del leninismo que informaban la naturaleza

misma de sus regímenes de poder. De acuerdo con es-tas normas resultaba difícil saber donde comenzabaun diagnóstico acertado de la situación y donde la pro-paganda política. Más aún, al ser el Estado quien se en-cargaba de definir ideológicamente las preferencias dela ciudadanía, los aparatos productivos de la Europadel Este comenzaron a perder contacto directo con lasdemandas sociales22. Y mientras que las autocraciasmediterráneas hacían de su democratización el proce-dimiento institucional capaz de detectar, negociar yprocesar estas mismas demandas, las autocracias delEste vieron como se ahondaban de forma creciente lasdiferencias entre las preferencia sociales y las decisio-nes gubernamentales.

Al acabar la década de los ochenta la disociaciónentre las constituciones formal y material de la socie-dad se había prolongado hasta situar a los regímenesdel Este al borde de un colapso. La paradoja de los pa-íses que finalmente experimentaron la modalidad decambio revolucionario es que, de acuerdo con suspropios preceptos, sus regímenes demostraban unasolvencia mucho mayor incluso que la de aquel otroque los había inspirado y que constituía, por ello mis-mo, su referente directo: la URSS. De ahí que el des-concierto de los dirigentes de la RDA ante la huidamasiva de ciudadanos a la Alemania occidental no pu-diera ser mayor. Más que la inevitable actitud de in-transigencia deliberada propia de toda autocracia fue,sin embargo, la propia inercia del régimen la que in-dujo a la serie de errores de cálculo que precipitaronel país en la vía revolucionaria de cambio de régimen.La convicción de que las reformas no eran necesariasy que el país podía afrontar el futuro sin grandes pro-blemas se vino abajo sólo cuando ya era demasiadotarde para una democratización negociada.

A partir de la caída del Muro de Berlín y en ape-nas un par de meses, la RDA sería liquidada. En co-sa de unas semanas las principales instituciones delrégimen comenzaron a desintegrarse, incapaces demantener ya autoridad alguna. Los gobiernos deconcentración se sucedieron en vano (tras ErichHonecker, Egon Krenz, y tras éste, Hans Modrow,que perdería las primeras elecciones democráticas en

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21 Vid. Blondeau, O. et al. (2004): Capitalismo cognitivo, propiedad intelectual y creación colectiva, Madrid: Traficantes de sueños.http://sindominio.net/traficantes/editorial/capitalismocognitivo.htm

22 Las dos excepciones, cada una a su manera, serían Hungría y Polonia. Mientras que la primera optaría por una liberalización de sueconomía estrechando lazos con organizaciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, la segunda vería apa-recer en su seno una organización extraña a los regímenes de la región: un sindicato obrero independiente. En Hungría, donde se-guramente se dio la transición más previsora, la aplicación de indicadores occidentales fue integrada en un proceso de cambio de ré-gimen que de manera inequívoca apuntaba hacia la instauración de una economía de mercado. En Polonia las reformas llegarían deuna transacción muy particular entre gobierno y oposición que se acabaría traduciendo en la convocatoria de elecciones libres parala mitad del Parlamento en 1989.

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décadas). Sirva a modo de ejemplo, que el omnipre-sente partido hegemónico, el SED, pasó de más de unmillón de militantes a unos doscientos mil en apenasun mes. En diciembre fue reconvertido en un nuevopartido de vocación democrática bajo las siglas PDS,siendo encabezado por el abogado de algunos disi-dentes, Gregor Gysi. Para cuando llegaron las prime-ras elecciones competitivas en marzo del año si-guiente, sus resultados no le permitieron superar latercera posición por detrás de los partidos de inspira-ción occidental democristiano (CDU, 40,8%) y so-cialdemócrata (SPD, 21,9%) con apenas un 16,4%.

En esta lógica de precipitada descomposición secomprende que el diálogo por una democratización delSocialismo en que se habían implicado gobierno y di-sidencia pronto fuese percibida como un debate obso-leto que ya sólo interesaba, tal y como dijo WolfBiermann: “a los represores de antaño y a sus vícti-mas”. Llegado este punto, no obstante, se hace impres-cindible concretar cómo fue posible un cambio tanacelerado y definitivo. La clave de todo ello estriba enla modalidad de cambio y las particulares circunstan-cias en que la cuestión nacional situaba a la RDA unavez producida la quiebra de su régimen político.

La modalidad revolucionaria de cambio derégimen

Para explicar, pues, cómo tuvo lugar el colapso de laRDA y la transición subsiguiente es preciso retomaraquí un tema largamente olvidado por los estudiossobre transiciones, a saber: la modalidad revolucio-naria del cambio de régimen. El éxito de las elites po-líticas en negociar la democratización de la Europamediterránea hizo pensar al mainstream de laCiencia Política que el cambio de régimen revolucio-nario era cosa del pasado. Paradójicamente, el mis-mo año en que la historiografía conservadora cele-braba el segundo centenario de la Revolución de1789 con réquiems por la revolución, el Telón deAcero se venía abajo por el impulso de una ola de mo-vilizaciones que, en algunos casos (entre ellos el de laRDA) llegó a ser propiamente revolucionaria23.

En efecto, si por revolución entendemos un tipode cambio de régimen en el que la iniciativa políticaradica en la movilización social y ésta alcanza a gene-

rar en el seno del poder soberano, por efecto de supropio despliegue autónomo, un dilema de múltiplesoberanía (lo que se ha dado en llamar “situaciónprerrevolucionaria”) que se resuelve en una nuevamodalidad de régimen político (el “resultado revolu-cionario”), no cabe duda que el caso de la RDA reúnelos requisitos exigibles a un caso para ser considera-do como una revolución. Empíricamente hablando,la situación prerrevolucionaria comenzaría lenta-mente en una prolongada etapa que iría desde lasprimeras protestas con motivo de la conmemoracióndel aniversario del asesinato de Rosa Luxemburg yKarl Liebknecht hasta el inicio del periodo estival. Elprotagonismo pasaría entonces de los grupúsculosdisidentes a la fuga masiva de ciudadanos por la fron-tera austrohúngara. En una tercera etapa, que se po-dría identificar desde el final de las vacaciones estiva-les hasta la celebración del cuadragésimo aniversariode la RDA, ambas estrategias —“salida” (éxodo masi-vo) y “voz” (primeras manifestaciones)24— se com-plementarían socavando la legitimidad del régimen.En una cuarta etapa del ciclo de luchas que se exten-dería hasta la caída del Muro de Berlín, las moviliza-ciones domésticas, facilitadas por la declaración deGorbachov con motivo de los festejos del cuadragési-mo aniversario de la RDA25, acabarían instituciona-lizándose en las Manifestaciones de los Lunes.

Ante la situación creada en un país al borde delcolapso, el 9 de noviembre el gobierno realizó un úl-timo esfuerzo por recuperar la credibilidad reformis-ta. Apenas habían pasado un par de semanas desde

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23 Vid. Tilly, Charles (1993): Las Revoluciones europeas 1492-1992. Barcelona: Crítica, pág. 17.

24 Vid. Hirschmann, Albert O., Op. cit.

25 Uno de los hechos más controvertidos de la visita de Gorbachov para los historiadores constituye saber si, como se dijo en su mo-mento, el secretario general del PCUS pronunció realmente la frase “a quien llega tarde, la vida lo castiga”. Para la Ciencia Política

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la dimisión de Erich Honecker y el nuevo gobiernoproponía la apertura de las fronteras entre la RDA yla RFA. En la rueda de prensa correspondiente, elportavoz del Comité Central del SED, GünterSchabowski (a los efectos un auténtico portavoz delgobierno), cometió un pequeño error de consecuen-cias definitivas. Al anunciar en rueda de prensa inter-nacional la apertura de fronteras fue preguntado porun periodista que deseaba saber desde cuando entra-rían en vigor las medidas adoptadas. Sin consultarlos papeles ni verificar, por tanto, que se había pre-visto que las fronteras fuesen abiertas a la mañana si-guiente, respondió con un inmediatamente interpre-tado por la multitud como una oportunidad históri-ca. En apenas unas horas el Muro de Berlín caía lite-

ralmente en pedazos para sorpresa de medio mundo.La situación prerrevolucionaria quedaba atrás. Enlas semanas siguientes la cuestión ya no era el qué si-no el cómo del cambio de régimen. Fue en este con-texto donde se produjo la ruptura definitiva entre losdos polos alternativos de soberanía que habrían derivalizar por la resolución de la situación creada.

La cuestión nacional y el patriotismo consti-tucional

Con la caída del Muro de Berlín tuvo lugar un giro in-esperado entre la multitud. Al grito de “Somos elPueblo” (Wir sind das Volk) con el que la ciudadanía

había desafiado al mando le surgió espontáneamen-te un competidor: “Somos un Pueblo” (Wir sind einVolk). Al tiempo que se entablaban las negociacionesentre gobierno y oposición en la Mesa Redonda y laparticipación en las manifestaciones comenzaba adeclinar, la reivindicación de la Nación hizo su apari-ción en escena. Contra todo pronóstico y para mayorpreocupación de las potencias aliadas, la cuestiónalemana se presentaba en el orden del día por dondemenos se la esperaba: entre la multitud. El agota-miento de la vía de una democratización pactada en-tre elites (dirigentes y disidentes) cedió el paso a lareivindicación de Alemania como instancia legítima,fuente de soberanía diferente al “Pueblo” (Volk) delEstado germano-oriental.

Para cuando cayó el Muro de Berlín, la moviliza-ción había alcanzado tal punto que se hacía posible elcambio de la gramática política leninista por aquellaotra del Estado nacional. Es de notar aquí el dobledesplazamiento operado en apenas unas semanas enel discurso político hasta configurar la gramática so-bre la que se fundamenta la actual República deBerlín. Así, la lectura vertical del concepto Pueblo,entendido como el cuerpo social sobre el que el sobe-rano (el Estado de la RDA) ejercía su poder (y contrael que este mismo cuerpo social se insubordinaba pormedio del “Somos el Pueblo”), cedió el lugar a la rei-vindicación horizontal de la igualdad de nacimientoque hacía posible la idea de Alemania en tanto queinstancia de legitimación legal-impersonal de uneventual Estado alemán unificado. Al pasar de ser elPueblo a ser un Pueblo, la ciudadanía reivindicabaque el hecho de haber nacido les hacía libres e igua-les entre sí, y no súbditos de un poder soberano ilegí-timo cualquiera.

La lectura de quienes participaban en el procesode democratización de la RDA, sin embargo, daría laespalda a la cuestión nacional. El miedo a tener quehacer frente a un pasado que no había sido debida-mente “reelaborado”26 se hizo presente en su argu-mentación. El fantasma de un “IV Reich”, el temor aque “Alemania volviese a hacer de las suyas”, el“Alemania nunca más”… en suma, la mitología delantifascismo fundacional de la RDA impidió com-prender el carácter constituyente que catalizaba laidea de Nación, a la par que abría una ventana de

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este dato es, sin embargo, menos polémico, toda vez que si en realidad pronunció dicha frase o no, poco importa, habida cuenta deque el rumor no fue desmentido y, sin embargo, si vino a cumplir las exigencias del conocido principio de I. W. Thomas: “aquelloque es considerado como real, es real en sus consecuencias”. Y a juzgar por el impacto en la estructura de oportunidad política y elauge de la movilización, ¡vaya que si lo fue!

26 Hacemos alusión aquí al concepto de “reelaboración consciente del pasado” (Aufarbeitung der Vergangenheit) desarrollado en sudía por Theodor W. Adorno.

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oportunidad inigualable para la RFA (oportunidadque Helmut Kohl no desaprovecharía para llevar acabo su propio proyecto de Alemania). A pesar delpacifismo declarado de buena parte de los miembrosde la Mesa Redonda, entre éstos nadie reivindicó laidea de una Alemania reunificada y neutral que en sudía habían defendido Stalin y Dutschke, y a la que,por ello mismo, ambas partes negociadoras podríanhaberse acogido sin renunciar a sus posiciones res-pectivas. Paradójicamente, quienes por el contrariosí sabrían leer la oportunidad histórica serían los po-líticos occidentales abucheados ante la Puerta deBrandemburgo el 9 de noviembre.

Escarmentados por su fiasco ante la multitud, lospolíticos occidentales trasladaron el debate a una are-na política más favorable. Aprovechando el repuntemovilizador que estaba teniendo lugar en la RDA algrito del “Somos un Pueblo”, Helmut Kohl presentópor sorpresa en el Bundestag un Plan de Diez Puntospara la Unificación de Alemania y Europa. A pesar delo modesto que hoy nos pueda parecer, el Plan de losDiez Puntos de Kohl rompía un gran tabú e instalabadefinitivamente la cuestión alemana en el orden deldía internacional. Lo limitado de los objetivos (unaconfederación de ambos Estados), sin embargo, enca-jaba mucho mejor en el impulso constituyente de lascalles que la refundación democrática de la RDA de-fendida en la Mesa Redonda.

Por su parte, las críticas de los aliados no se hicie-ron esperar, especialmente dadas las ambigüedadesirrendentistas del canciller alemán reticente a un re-conocimiento explícito de los límites territoriales deAlemania. Lejos de facilitar la situación, las potenciasaliadas, especialmente el Reino Unido y Francia, ad-virtieron de los riesgos que implicaba una GranAlemania para la construcción europea. Sin embar-go, dada la naturaleza constituyente del proceso encurso, poco se podía hacer ya para impedir la resolu-ción de una cuestión a la que se había dedicado el tra-bajo diplomático de varias décadas y que, a fin decuentas, era perfectamente resoluble en los términosde la política de los Estados nacionales sin mayoresriesgos que los de perder en las negociaciones de unaeventual unificación.

Ante el desarrollo autónomo de los acontecimien-tos, primero Hans Modrow, y más adelante el propioNuevo Foro (hacia finales de enero), reconocieron la

inevitabilidad de abordar el problema de la unifica-ción alemana. Para entonces, sin embargo, ya era de-masiado tarde. La determinación de Helmut Kohlhabía calado hondo en una sociedad que se descubríade golpe en la falsedad de un sistema colapsado porcompleto y sin demasiado margen de acción. El“Pue blo” de la RDA ya no quería ser tal sino parte del“Pueblo” alemán del Estado nacional vecino. Lejos deaprovechar la ocasión para recombinar la matriz delnacionalismo teutón y redefinir el lugar de la idea deNación en la gramática política de la postmoderni-dad, se cedía la iniciativa política al establishmentgermano-occidental.

Ante el estado de cosas que se configuraba tras lacaída del Muro cada vez resultaba más difícil sus-traerse al contraste entre las realidades occidental yoriental. Más aún, precisamente, en un momento enque todavía se desconocían los efectos que habría detener la II Unificación de Alemania27 sobre la RDA.Pero a medida que la Mesa Redonda establecía undiagnóstico más realista de la situación económicadel país, los cálculos se decantaban más y más a favorde una unificación de las repúblicas alemanas. En uncontexto semejante no es de extrañar que las prime-ras elecciones libres y competitivas, se convirtieranen un auténtico plebiscito sobre la unificación. A par-tir del 18 de marzo de 1990, el panorama políticocambiaría radicalmente redefiniendo el debate polí-tico en unos términos estrictamente prefijados por elimperativo de dar respuesta a la cuestión nacional.

En este nuevo horizonte se abrieron dos vías queencarnaban dos concepciones diferentes de la idea deNación. Cada vía se identificaba con un artículo distin-to de la Ley Fundamental (Grundgesetz) de Bonn. Laprimera vía, posible gracias al artículo 23, entendíaque la RFA, en tanto que Estado nacional alemán po-día incorporar nuevos territorios. De hecho, en 1957,tras el referendum de 1955, la RFA había incorporadoa la Federación (Bund) el pequeño Estado (Land) delSarre. Para poder hacer efectiva esta vía de unificaciónera preciso, no obstante que la RDA modificase su es-tructura territorial centralista en las unidades federa-bles (Länder) y se aprobase su integración en la RFA.Desde un terreno ideológico esta vía dejaba intacta lamatriz etnonacionalista sobre la que se fundaba (y sesigue fundando) la RFA. No se modificaba la naciona-lidad, que podía seguir en vigor de acuerdo con el artí-

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27 Contrariamente a los usos lingüísticos habituales en 1990 no tuvo lugar una “Reunificación” (Wiedervereiningung) propiamentedicha. En rigor, lo único reunificado fue la ciudad-Estado de Berlín. El territorio alemán tal y como lo conocemos actualmente nun-ca había sido con anterioridad el territorio de un Estado nacional germano, por lo que carece de sentido hablar de reunificar. Buenaparte de los territorios y poblaciones alemanes anteriores al Anschluß austríaco de 1938 se encuentran actualmente fuera del Estadonacional al que decimos Alemania. Negar este hecho equivale a olvidar la condición de minoría nacional que todavía tienen los ale-manes de Silesia, Sudetes, etc.

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culo 116 (ius sanguinis) e incluso se podía resolver elproblema territorial de las fronteras por medio de eu-femismos legales como la definición de la frontera ger-mano-polaca en la conocida expresión “frontera occi-dental de Polonia” (que no necesariamente fronteraoriental de Alemania).

La segunda vía veía en el artículo 146 de la LeyFundamental la posibilidad de zanjar de manera de-finitiva la cuestión nacional y dar paso, incluso, a unmundo “post-nacional”, entendiéndose por tal unmundo en el que el Estado-nación no fuese ya la uni-dad institucional básica con la que se articulase el po-der soberano. Ante las resonancias etnonacionalistasde la vía del artículo 23, diversas figuras intelectua-les, partidos políticos y organizaciones sociales de iz-quierda se aprestaron a exigir la efectuación del artí-culo 146, esto es, la convocatoria de un referendumque dejase atrás el provisorio que era la LeyFundamental y constituyese la nueva Alemania co-mo un Estado nacional con base en una concepcióncívica y no étnica de la nacionalidad.

El debate se cerró, como es sabido, con la imple-mentación de la primera solución a través de los di-ferentes “tratados de unificación” (Einigungsver -träge)28. Y si bien es cierto que la matriz etnonacio-nalista realizaba importantes concesiones en mate-rias tan sensibles para su propia configuración comola territorialidad, el hecho es que los peores resulta-dos fueron para el proyecto teórico neorrepublicanoque identificaba en el “Patriotismo Constitucional”(Verfassungspatriotismus) la alternativa política aletnonacionalismo.

Esta apuesta teórico-normativa, defendida en eldebate público por el filósofo Jürgen Habermas, partíade las condiciones institucionales y culturales específi-cas en que se había desarrollado la República de Bonncomo un punto de partida, obviando que había sido enla RDA donde se había producido la ruptura constitu-yente. De acuerdo con la argumentación habermasia-na, cuatro décadas de democracia continuada sin ne-cesidad de un Estado nacional unificado habían de-mostrado que era perfectamente posible instituir unEstado republicano eliminando la identidad nacionaldel dispositivo de legitimación procedimental del régi-men político. Gracias a la des-diferenciación cognitivarespecto al “ser alemán” que hacía posible la prácticaefectiva de la democracia, el “ciudadano federal”(Bundesbürger) había dejado atrás la era de los nacio-

nalismos para adentrarse en el kantiano mundo cos-mopolita de lo postnacional. El éxito de los cuarentaaños de RFA habría permitido producir una fides polí-tica al régimen estrictamente procedimental, carentede los elementos emotivos y simbólico-culturales inhe-rentes a la matriz etnonacionalista y que, en su des-arrollo, siempre abocarían a la actualización del irre-dentismo teutón y las tentaciones belicistas o hegemo-nistas sobre el conjunto de Europa.

Huelga decir que el propio desarrollo posterior delos hechos invalidó las hipótesis habermasianas yque, por el contrario, el uso adecuado de emocionesy juegos simbólico-culturales por parte de las elitesdirigentes de la RFA culminó con éxito el proyecto deII Unificación de Alemania liderado por HelmutKohl. Para bien o para mal, pero en todo caso paranegación de las tesis habermasianas, la democraciarepresentativa de la RFA de la que tan orgulloso sesentía el filósofo en su condición de patriota constitu-cional permitió que la RDA se fragmentase en cinconuevos Länder y Berlín se reunificase y convirtieseen la nueva capital de un Estado nacional. En lo su-cesivo, el Estado a-nacional republicano de Ha ber -mas, la República Federal (Bundesrepublik), recupe-raría en los usos lingüísticos cotidianos la denomina-ción de “Alemania” (y no sólo para los propios impli-cados, sino también para el resto de la comunidad in-ternacional).Aunque el paso de la República de Bonn (RFA,1949–1989) a la República de Berlín (Alemania,1990–hoy) se pudo cerrar rápidamente mediante lacorrespondiente previsión constitucional, la posteriorinstitucionalización de la República de Berlín puso demanifiesto un déficit de legitimidad democrático que,al tiempo que ha cuestionado la matriz identitaria delnacionalismo germánico, ha dado pie a una inédita es-cisión nacional entre Este y Oeste. A consecuencia deldesigual reparto de costes de la unificación, el cleava-ge Este-Oeste hizo surgir dos identidades subnaciona-les mutuamente excluyentes. Los alemanes orientalespasaron a verse como Ossies y los occidentales comoWessies. En la extinta RDA las tensiones entre alema-nes occidentales y orientales fueron canalizadas insti-tucionalmente por medio del crecimiento electoral delPDS. Durante la década de los noventa y buena partede los dos mil, el PDS sería, de hecho, la única institu-ción superviviente de la RDA. Votar al PDS se conver-tiría en un ejercicio de “Ostalgie”29. Sólo reciente-

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28 Aunque como tal sólo hay un único Tratado de Unificación (Einigungsvertrag) —y no de “reunificación—, se suele denominar co-mo “tratados de unificación” (Einigungsverträge) a los diversos tratados implicados de una manera u otra en la implementación dela II Unificación de Alemania (esto incluiría, por ejemplo, al tratado 2+4 con las potencias aliadas que regula la condición interna-cional de la Alemania Unificada o el tratado sobre la capitalidad de Alemania que estableció la capital en Berlín).

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mente, de hecho, tras la fusión de dicho partido con laescisión socialdemócrata liderada por Oskar Lafon tai -ne ha conseguido el PDS (ahora renombrado DieLinke) superar la barrera del 5% en los Länder occi-dentales.

En otro orden de cosas, la construcción del nuevoEstado nacional empeoraría la situación de la únicaminoría nacional de la extinta RDA: los sorabos, sor-bios o serbo-lusatas: reconocidos como minoría na-cional, los sorabos vieron como la II Unificación deAlemania los dividía administrativamente entre dosdistritos, liquidaba derechos culturales reconocidospor la RDA y no alcanzaban siquiera las condicionesde las minorías nacionales de la Alemania occidental(caso, por ejemplo, de la minoría danesa de Schles -wig-Holstein, que dispone de una representación es-table en el parlamento del Land). La situación de lossorbios, de hecho, puede ser un buen indicador de losefectos germanizadores de la implementación de laUnificación llevada a cabo por Helmut Kohl.

Por último, hemos de considerar aquí otro aspec-to más negativo aún derivado de la manera en quefue realizada la unificación. Al no aprovechar la opor-tunidad constituyente para redefinir la matriz identi-taria del nacionalismo alemán, el repliegue que si-guió a la Unificación se demostraría particularmenteduradero y útil a los recurrentes brotes de xenofobiay racismo. En los años inmediatamente posteriores ala unificación, en lógica coherencia con las dinámicascíclicas de la movilización política, la caída de la par-ticipación se tradujo en la radicalización de reperto-rios de acción colectiva y la emergencia de un contra-movimiento xenófobo de gran implantación en la ex-tinta RDA. La pervivencia del autoritarismo, la au-sencia de perspectivas vitales y el desigual reparto de

los costes de la unificación condujeron a un auge dela extrema derecha durante la década de los noventaque alcanzó incluso a tener presencia en diversosparlamentos regionales y otras instituciones.

Con todo, contrariamente a los peores vaticiniosde los agoreros de turno, la II Unificación de Ale ma -nia no supuso el advenimiento de un IV Reich ni na-da parecido. El arraigo de la democracia en la cultu-ra política germana es desde hace años uno de losmás elevados de Europa y así lo demuestra, entremuchas otras cosas, el vigor de su movimiento anti-fascista.

A modo de conclusión

La caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de1989 constituye un acontecimiento histórico quepronto fue elevado a la categoría de una auténtica mi-tología de la modernidad. Al igual que sucedió con elbombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki o laRevolución de 1917, la caída del Muro marca una ce-sura entre dos épocas, entre la Guerra Fría y la EraGlobal. Con la Revolución de 1989 se cerró, además,el corto siglo XX que había comenzado con la IGuerra Mundial y la Revolución de 1917. Y en unaperspectiva histórica de más largo alcance incluso, noresulta difícil ligar 1989 a su bicentenario, laRevolución de 1789 o, para el caso, al fin del largoproceso de gestación de la moderna gramática políti-ca que dio comienzo con la ruptura renacentista y lasguerras de religión.

Desgranar hoy la mitología originada por la caídadel Muro de Berlín requiere diagnosticar la profundi-dad de las crisis que con ella se organizan en el man-do semiocapitalista: la crisis de la izquierda (de lagramática política del mundo contemporáneo), lacrisis del trabajo (de la sociedad postindustrial), lacrisis del Estado nacional (de la soberanía en unmundo globalizado), la crisis de la modernidad (delos grandes relatos ideológicos de legitimación), etc.;crisis todas ellas que nos sitúan a un tiempo en nues-tro umbral y nos proyectan hacia un futuro para elque seguimos huérfanos. Veinte años después de lacaída del Muro de Berlín, las palabras con que Alexisde Tocqueville afrontaba los cambios políticos de sutiempo cobran pleno vigor: “Il faut une science poli-tique nouvelle à un monde tout nouveau.”

Para comenzar esta Ciencia Política será precisoolvidar los esquemas interpretativos derivados de losviejos esquemas ideológicos de la Guerra Fría. La te-

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29 Conocido juego de palabras a partir de “nostalgia” (Nostalgie) y Este (Ost) que resultaría de privar de la “N” inicial a la palabra pa-ra evocar así una suerte de “nostalgia del Este”.

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oría del totalitarismo debe ser reevaluada en la justamedida de sus méritos analíticos, pero sin por ellodejar de reconocer los lastres ideológicos que arras-tra. La divisoria fundamental entre democracia y au-tocracia ya no pasa hoy por la defensa de la primerafrente a un exterior, sino por la identificación de lastensiones internas que la amenazan. La democraciano es un diseño institucional determinado, tampocouna Constitución, y menos aún un estado de cosasque, una vez instaurado, no requiere de alguna mo-dalidad agonística de praxis política para su funcio-namiento. Al contrario, la democracia es un procesoque aboca a una permanente disyuntiva entre la de-mocratización o la des-democratización. Trazar hoyla genealogía política del presente nos conduce, pues,a situar la caída del Muro en la perspectiva constitu-yente de la democratización y en el riesgo de su des-democratización (en el agotamiento que comporta elpoder constituido).

El fin de las autocracias de la Europa del Este, engeneral, y de la RDA, más en particular, supuso eltránsito definitivo a la instauración de un modo demando propio del capitalismo cognitivo. Frente a lanegación de la disidencia, la represión directa y lacomprensión del poder soberano como un ejercicioexterior al cuerpo social, el mando se constituye hoysobre las bases del pluralismo óntico tal y como es re-conocido en las bases del liberalismo clásico, esto es,como un pluralismo limitado, sometido a su institu-cionalización por medio de los dispositivos de con-trol indirecto y regulado por las reglas del mercado.El disenso político, institucionalizado por medio delas distintas variantes de democracia liberal, aseguraun mando capaz de integrar contradicciones a la parque rendirlas productivas al gobierno de las subjeti-vidades antagonistas. Los riesgos de fuga o protestase reducen así a su mínima expresión incrementan-do en todo momento la eficiencia sistémica.

Esto último no significa, en todo caso, que no ha-ya riesgos de colapso o implosión sistémica. Sin em-bargo, la progresiva homologación democratizadora(liberal) que acompaña al proceso globalizador im-posibilita el riesgo de colapso y que, por ende, se ori-ginen situaciones prerrevolucionarias a la manera dela crisis que puso fin a la RDA. La disociación entrelas constituciones formal y material de las sociedadesque harían posible una ruptura constituyente acordea los parámetros de las revoluciones conocidas discu-rre cada vez menos entre el interior y el exterior deun determinado soberano territorial (riesgos de fugay protesta) y más en las contradicciones endógenasen que la subsunción global sitúa los poderes sobera-nos institucionalizados en el Estado nacional. Laemergencia de un poder imperial global se afirma así

como auténtico modo de mando precisamente por sucapacidad para asegurar a los Estados nacionales sucapacidad para aminorar las probabilidades de gue-rra y/o revolución.

Correlativamente guerra y revolución se van defi-niendo progresivamente en función de las dinámicasimperiales. De la guerra de Iraq y la insurgencia ira-quí a los estallidos de la banlieue francesa en 2005 oen la revuelta griega de 2008, pasando por la intifadapalestina, el mundo posterior a la Revolución de 1989no ha cesado de experimentar nuevas modalidades deguerra y revolución social mucho más fragmentarias,transnacionales, rizomáticas. La tendencia que se tra-za desde la caída del muro hasta hoy evidencia que loscambios en el mando son cada vez más cambios “en”el régimen político y no cambios “de” régimen políti-co. No es de sorprender, por tanto, que el paso de lo“molar” a lo “molecular” se afirme con mayor claridadque en tiempos de la Guerra Fría.

Esta transición en las escalas de lo político redefi-ne por su parte la cuestión nacional más allá de lostérminos en que se ha venido formulando desde elnacimiento del Estado nacional. En este sentido, larevolución de 1989 inaugura una nueva fase que seremite al umbral de 1789, momento en que Estado yNación se conjugaron en el paso histórico hacia labiopolítica. La mutación de la estructura de la sobe-ranía en su modalidad imperial actual sitúa al Estadonacional en crisis. El vínculo que en la DeclaraciónUniversal de Derechos del Hombre y el Ciudadano li-gaba Estado y nación (“todos los hombres nacen li-bres e iguales”) está siendo cuestionado tras la caídadel Muro en la misma medida en que los ámbitos de-cisionales son desplazados a niveles superiores e in-feriores al del propio Estado nacional.

Con todo, lejos de validarse la hipótesis del dis-curso “postnacional” (entendido como lo “post-Estado nacional” a la manera del patriotismo consti-tucional habermasiano), la política posterior a 1989brinda la posibilidad de resituarse en el horizonteabierto con los comienzos de la propia modernidad,en el momento en que la Nación se constituía comoinstancia de legitimación frente al Estado absolutis-ta. La clave de una reconceptualización adecuada aldevenir global requiere, no obstante, resituar otrosconceptos a los que se ha venido ligando, ya se remi-tan estos a la constitución del cuerpo social (pueblo,multitud, etc.), ya se vinculen con los procedimientosde legitimación de la decisión (poder constituyente,república, etc.). A fin de cuentas, si alguna lecciónnos ha legado la caída del Muro de Berlín es la nece-sidad de redefinir por completo la heurística de laemancipación.

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