765

El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

  • Upload
    kara80

  • View
    124

  • Download
    3

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Un grupo de internautas, que no se conocen entre sí, se reúnen en un blog de Internet para formar "El Club de Holmes", Su objetivo es divertirse emulando al sagaz detective; para ello, cada uno expone un caso que deben resolver los demás. Pero de pronto, uno de ellos desaparece misteriosamente después de lanzar un mensaje de socorro a sus compañeros, que se ponen en marcha para ayudarle.

Citation preview

Page 1: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez
Page 2: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

El juego deSherlock Holmes(El Club de Holmes)

de

Gabriel Martínez

Page 3: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

When you have exclude theimpossible,

Whatevere mains,However improbable,

Must be truth

Arthur Conan Doyle

Page 4: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 1

El Club de Holmes

Hace un año la casualidad me llevó a

encontrar en Internet un blog llamado“El Club de Holmes”, que firmaba un talJames Moriarty. Aquello llamópoderosamente mi atención, porque,como bien sabrá todo aquel que hayaleído las aventuras del genial SherlockHolmes, el profesor Moriarty era su másacérrimo enemigo. Movido por lacuriosidad entré en el blog, y cuandopara poder acceder tuve que

Page 5: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

identificarme, se me ocurrió hacerlo conel nombre del doctor John H. Watson.¿Por qué no usar ese nombre si despuésde todo el creador del blog firmabacomo Moriarty?

En principio pensé que se trataba deuna de esas miles de páginas web,hechas por admiradores de Holmes, quesolo pretende glosar la figura delinvestigador, pero pronto me percaté deque allí había algo más que loscomentarios de un admirador.

En el blog se hacía un panegírico dela figura de Holmes y, sobre todo, de sumétodo deductivo para solucionar losdistintos casos en los que se veíaenvuelto. Una de las frases, con la queestaba completamente de acuerdo,

Page 6: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

decía: “Si la persecución del crimenfuera un arte, que lo es, SherlockHolmes sería uno de los más grandesartistas de la historia”.

Al final del texto, la siguiente frase:“Si tu opinión coincide con estas líneas,y estás dispuesto a mantener viva lafilosofía de Sherlock Holmes, pinchaaquí”, y señalaba a una flecha queapuntaba a la esquina inferior derecha,donde había un icono que invitaba atraspasar una puerta. Dentro meesperaba un pequeño misterio, y lapropuesta de resolverlo.

La historia era la siguiente: “En eldomicilio de un rico anticuario se hacometido un robo. Durante la noche hadesaparecido una valiosa tabla medieval

Page 7: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que colgaba de una de las paredes delsalón. La pintura es una representaciónde la Virgen con el Niño en un hermosopaisaje de la Toscana, y sus medidasson 127x143 cm. Esa noche libraba elservicio, por lo que los únicos en lacasa eran el anticuario y su esposa, quedormían tranquilamente en sudormitorio. La alarma no sonó y lapuerta no mostraba signos de haber sidoforzada desde el exterior.

Además de la pareja, sólo elmayordomo tiene llave de la casa, peroqueda libre de sospechas porque, en elmomento de cometerse el robo, estabaen otra ciudad, donde aparecióasesinado al día siguiente.

Al realizar la primera inspección de

Page 8: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la vivienda la policía halló, escondidostras un viejo arcón Luis XVI, lossiguientes objetos: un destornillador —la tabla estaba atornillada por la parteposterior a un soporte—, unas tenazas,un bote vacío de disolvente y restos decinta de embalar. ¿A quién interrogaría,y qué preguntas le haría?”. Concluía laproposición.

Desde que en la adolescencia leí laprimera, siempre me han gustado lasnovelas de Sir Arthur Conan Doyle. Heleído todas las novelas y relatosincansablemente, una y otra vez.Siempre encuentro aspectos nuevos,destellos de la inteligencia de Holmes,que no había sabido apreciar en misanteriores lecturas. Por esa razón no

Page 9: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pude evitar sentirme émulo de Holmes ylanzarme a resolver el enigma del roboen la casa del anticuario.

Sentí un hormigueo de excitación enel estómago cuando hice un croquis dela casa y traté de imaginar cuándo ycómo había salido la tabla de lavivienda del anticuario sin que nadie sepercatara de ello. Meterse en la piel deHolmes durante unas horas era unejercicio difícil y apasionante, puesexigía un grado de concentración querevitalizaba mi espíritu pero, al mismotiempo, me dejaba extenuado.

No me llevó mucho dar con elresponsable del robo y asesinato, o esocreo, y para ello solo tuve que hacer unpar de preguntas a la esposa del

Page 10: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

anticuario. Me sabía un meroaficionado, pero no sé por qué, enaquella ocasión, quería estar a la alturadel personaje, por lo que durante más deveinticuatro horas medité la resoluciónhallada para el caso hasta que me decidía dejarla por escrito en el blog.

Una semana después recibí un correoelectrónico del tal Moriarty, que decía:

“Estimado Dr. Watson, sin duda lesorprenderá esta misiva, pero he dedecirle que, aunque no acertóplenamente en la resolución del caso delanticuario, demostró en la soluciónpropuesta cierta dosis de imaginaciónque considero absolutamenteimprescindible para enfrentarse a unamente criminal. Por este motivo, le

Page 11: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

invito a integrarse en “El Club deHolmes”. Los invitados, además deusted, han sido Irene Adler y MycroftHolmes, que también han demostrado superspicacia al resolver el caso que lespropuse.

El objeto del Club no es otro querendir tributo a nuestro admiradoSherlock Holmes, intentando resolver,siguiendo el método de nuestrodetective, el caso que proponga uno denosotros. El siguiente caso seríaplanteado por quien primero hayasabido resolver el anterior y asísucesivamente. Naturalmente, habría untiempo máximo para ello, por ejemploun mes, si a ustedes les parece bien.

Si accede a ingresar en el Club, cosa

Page 12: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que deseo fervientemente, le ruego me locomunique por esta misma vía y, avuelta de correo, le facilitaré la clave deacceso al blog, que lógicamente ya no esde libre acceso. Suyo atentísimo, JamesMoriarty”.

No sé por qué, pero no pude evitarsentir cierta dosis de orgullo por habersido invitado a pertenecer al Club juntocon Irene Adler, la única yextraordinaria mujer por la que Holmesllegó a albergar sentimientos y unaprofunda admiración; y Mycroft Holmes,hermano mayor de Sherlock y, según suspropias palabras, mucho más inteligenteque él mismo, así que, naturalmente,acepté la invitación en ese mismoinstante.

Page 13: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Tal como me había prometido,enseguida recibí la clave de acceso y lanoticia de que también Irene Adler yMycroft H. habían aceptado sin demorala invitación. La clave era sencilla derecordar para todos nosotros pues era06011854, ocho dígitos que secorrespondían con la fecha denacimiento de nuestro héroe.

Pocos días después comenzamosnuestro juego, y pronto pude comprobarque si yo creía ser un avispadodetective, tenía mucho que aprender demis contrincantes, pues eran mucho másinteligentes que yo, sobre todo IreneAdler, que no desdecía —aunque esperoque no en cuanto a instintos criminales— del personaje del que había tomado

Page 14: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

el nombre. Eso me llevó a profesarleuna suerte de admiración secreta, y afantasear sobre una eventual historia deamor con ella que, por otro lado, yosabía del todo imposible.

En mis sueños imaginaba a esta IreneAdler como una mujer delgada, condedos tan largos y finos como los de unaconsumada pianista, morena de ojosverdes y mirada profunda. En resumidascuentas, había convertido a una mujervirtual —hasta el punto de que nisiquiera podía saber si, efectivamente,era una mujer—, en el paradigma de lamujer soñada.

Yo, sin embargo, no era más que untímido filólogo que trabajaba desdehacía once años en la Biblioteca

Page 15: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Nacional de España, en Madrid, al que,en la escuela, el resto de los niñosllamaban para su tortura empollón ycuatro ojos. Habían pasado los años,pero en el fondo seguía siendo aquelmismo niño asustado —incluso en lo decuatro ojos, y temo que también en lo deempollón—, que se sentía incómodo enla compañía de los demás, sobre todo sieran mujeres. Ni alto ni bajo,sorprendentemente delgado a pesar demi absoluta inapetencia por el ejerciciofísico, de mirada franca y nariz romana,con una blanca palidez que evidenciabamis largas horas de trabajo bajo la luzeléctrica, y amplias entradas en elcabello que anunciaban una prontacalvicie. Con una corta barba trataba de

Page 16: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ocultar las facciones de mi rostro queme desagradaban —casi todas, porcierto—, y me servía, además, comoparapeto entre el mundo y mispensamientos.

Es sorprendente como, por la manerade afrontar un asunto, de plantear unapregunta o dar la solución a unproblema, se puede llegar a conocer auna persona. Ése fue nuestro caso, enunos meses, llegamos a sentir verdaderoaprecio los unos por los otros, y yo diríaque a conocernos profundamente. Perono iba a durar mucho ese estado deplácida camaradería, y poco podíamosimaginar que pronto tendríamos queemplear toda nuestra capacidaddeductiva para resolver el caso más

Page 17: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

importante de nuestra vida, porque enesta ocasión no se trataba de un simplejuego, sino de salvar la vida a nuestroamigo.

Todo empezó cuando recibí unextraño correo electrónico del profesorMoriarty. El contenido era breve eincomprensible. Decía simplemente:“Phi-6174-SOS”. En un primer momentopensé que era otro juego que el“malvado” Moriarty nos estabaproponiendo, pero nunca había ocurridoque alguien propusiera un caso antes dehaber resuelto el anterior. Contesté aMoriarty con otro correo electrónicopreguntando qué significaba exactamenteaquel mensaje y si acaso nos estabaproponiendo un nuevo caso, pero no

Page 18: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

contestó. Mis dudas se disiparondefinitivamente cuando Irene Adler—“muy preocupada” según su propiaexpresión—, se puso en contactoconmigo para preguntarme si yo tambiénhabía recibido el correo del profesorMoriarty pidiendo ayuda. Igualmente,Mycroft H. había recibido idénticomensaje, y lo extraordinario de lasituación nos hizo cavilar sobre elsentido del mismo.

Al día siguiente, tanto Irene Adlercomo yo, recibimos un correo deMycroft H.: “Es indudable que Moriartyestá en serios apuros, y que su peticiónde ayuda es seria. ¿Qué proponen quehagamos?”. Nuestra respuesta fueidéntica e inmediata: ayudarle. Para ello

Page 19: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—a pesar de que intuía que tantoMycroft como Irene no vivían enMadrid, por lo que deduje que fueraaquí la entrevista por hallarse la ciudaden el centro geográfico de España—,nos citamos en el bar del hotel ReinaVictoria, de Madrid, a las cinco de latarde del día siguiente. Era viernes, ypensamos que así tendríamos todo el finde semana por delante para hacernuestras pesquisas. Solo hubo unacondición por parte de Irene Adler: norevelar nuestros verdaderos nombres.Ante mi extrañeza por lo que consideréuna especie de extraño pudor, me envióun nuevo correo electrónico: “Cuandotodo esto acabe nos separaremos y novolveremos a vernos nunca más. Nuestro

Page 20: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

contacto será a través del blog o elcorreo electrónico. Lo único que meinteresa saber de usted es que es John H.Watson. Nuestros verdaderos nombressolo conseguirían contaminar larelación”. Tuve que reconocer que teníarazón, y me propuse no volver a pensarnunca más en esa cuestión.

La idea de que, al día siguiente, iba aconocer a mi admirada Irene Adler, meimpidió conciliar el sueño esa noche.Estaba inquieto, con un hormigueo en elestómago similar al que se siente cuandovas a iniciar un largo viaje. Visualicétodos los escenarios posibles delencuentro que iba a tener con Irene yMycroft, imaginé diálogos y preparérespuestas. De ninguna manera quería

Page 21: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

dar a Irene la impresión de ser unapersona débil o pusilánime. Por fin, aldía siguiente, minutos antes de las cinco,traspasé el umbral de las puertas delhotel. Fui derecho al bar que, a aquellashoras, se encontraba bastanteconcurrido. Me acodé en la barra y, traspedir un café solo, me giré para echaruna ojeada a las personas que charlabandando pequeños sorbos a sus copas.Todos parecían estar con otras personas,por lo que deduje que mis desconocidosamigos todavía no habían llegado.

De pronto mis ojos se posaron en unamujer que, en la zona más oscura delbar, al final de la barra, sentada en untaburete, parecía fijar su vista en la copaque tenía delante. Durante unos minutos

Page 22: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

me regodeé observándola. Desde elmismo instante en que la vi, estuveseguro de que se trataba de Irene Adler.De alrededor de treinta años, era unamujer más alta de lo que habíaimaginado, de pelo castaño claro,ondulado hasta los hombros y perfilclásico. Parecía tener una magníficaestructura ósea, lo que daba a su cuerpouna armonía casi felina. Desde miposición me resultaba difícil ver surostro, pero mi instinto de voyeur medecía que era una mujer hermosa.

Me pareció inadecuado presentarme aella con una taza de café en la mano —ella tomaba una copa de no sabía quélicor—, así que pedí al camarero unwhisky con hielo, y tras tomar un primer

Page 23: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

trago para infundirme valor, meencaminé hacia la mujer.

—¿Irene? —pregunté cuando estuve asu lado.

Ella se giró y me miró directamente alos ojos. No había errado en miintuición de hacía unos minutos: era unamujer realmente hermosa. Sentí que metaladraba con su mirada color miel, y apunto estaba de desviar la mía cuandodijo con asombrosa seguridad en símisma:

—Usted debe ser Watson.Su cara ovalada, en la que

predominaban unos prominentespómulos, me sonreía de una manerafranca. Dibujó una deliciosa sonrisa consus generosos labios y alargó su mano,

Page 24: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que estreché con firmeza. Nervioso einseguro por su presencia, acerqué untaburete para sentarme a su lado.

—¿Hace mucho que espera? —pregunté sin saber qué decir.

—No —respondió tan directamenteque me hizo sentir un poco estúpido—.¿Qué piensa de todo esto?

—¿Se refiere al mensaje de Moriarty?—Claro.—No sé qué pensar —dije—. Espero

que Mycroft nos diga la razón de estartan seguro de que Moriarty necesitanuestra ayuda y que no se trate de unsimple juego de éste.

—¿Qué puede significar el número6174? —preguntó, y tuve la sensaciónde que se hallaba tan excitada con la

Page 25: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

posibilidad de participar en laresolución de lo que parecía ser unextraño misterio, que ni siquiera habíaescuchado mis palabras—. He hechotodas las combinaciones posibles conese número, y no se me ocurre cualpuede ser su significado.

—La constante de Kaprekar —dijo unhombre que imperceptiblemente se habíacolocado a nuestro lado. Era Mycroft H.

Mycroft Holmes era un hombre querondaba los cincuenta. Alto, al menosmás alto que Irene y yo, de complexiónfuerte y mirada incisiva. Una descuidadabarba poblaba su cara y el cabello lellegaba casi hasta los hombros, lo que ledaba un cierto aspecto bohemio queconsideré poco adecuado para el trabajo

Page 26: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que nos esperaba.—Encantada de conocerle, Mycroft.

Soy Irene Adler —le tendió la mano,que Mycroft, ceremoniosamente, besóhaciendo una ligera inclinación. Aquelgesto me pareció teatral y fuera de lugar,pero Irene sonrió satisfecha.

—Watson —me presenté.Mycroft, deslumbrado por la

presencia de Irene, apenas estrechó mimano, y me ignoró completamente acontinuación. Aquello me irritó, pero mienfado fue en aumento cuando observéque Irene respondía a las atenciones quele prodigaba el recién llegado.

—¿Qué es la constante de Kaprekar?—preguntó ella muy interesada.

Mycroft, halagado por el interés que

Page 27: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

había despertado en la mujer, tomó aireantes de empezar a hablar, y comenzóuna académica disertación.

—Si escoge cualquier número decuatro dígitos, siempre que no sean loscuatro iguales, los ordena de mayor amenor para obtener el minuendo de unaresta, después los vuelve a ordenar,pero esta vez de menor a mayor paraobtener el sustraendo de la misma resta,y hace la operación de restar elsustraendo al minuendo. Si el resto no esigual a 6174, debes repetir los cuatropasos anteriores hasta un máximo desiete veces, y obtendrá el número 6174.Es invariable, y nadie sabe por quéocurre. Ese número es al que se llama laconstante de Kaprekar.

Page 28: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Había sacado del bolsillo la agenda,de tipo moleskine, que solía llevarsiempre conmigo con el fin de tomarnota de cuantas ideas se me ocurrían ode las cosas que me llamaban laatención, y anoté cuidadosamente laexplicación que acababa de darnosMycroft H. sobre el número 6174.

—¿Y la palabra phi que precede alnúmero, qué cree que significa? —meatreví a preguntar bolígrafo en ristre.

—Quizá sean las tres primeras letrasde alguna palabra —repuso Irene.

—¿Qué palabras comienzan por phi?—pregunté escéptico—. Imposible —dije, pues no se me ocurría ninguna—.Más bien pienso que se trata de la letraΦ del alfabeto griego.

Page 29: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

La respuesta sobre lo que podíasignificar phi volvió a darla Mycroft H.,que, con gran complacencia por ser elcentro de atención, dijo:

—Efectivamente, phi es una letra delalfabeto griego con la que se denomina ala proporción áurea. —Ante nuestramirada de absoluta ignorancia, nos diouna pequeña charla sobre lo que era laproporción áurea— Es conocida desdela más remota antigüedad, y en base a lamisma se han realizado algunas de lasmás hermosas obras de todos lostiempos, como la Gran Pirámide deKeops o el Partenón de Atenas. —Hizouna pausa durante la que se regodeó antenuestra mirada de perplejidad. Continuó—: Todo comienza con una línea recta.

Page 30: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Supongamos un segmento y quequeremos dividirlo en dos partesdesiguales, pero de la forma más bellaposible, de la forma más armónica.Llamaremos a al segmento más grande yb al más pequeño. El mayor grado dearmonía se alcanza cuando la relaciónentre la longitud total y el segmentomayor es igual a la relación entre elsegmento mayor y el menor. Suexpresión sería:

Esto, matemáticamente, se expresa

Page 31: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

como: (a + b) / a = a / b. Vitruvio, elgran arquitecto romano, que con todaseguridad conocía las propiedades de laproporción áurea, indicó que para queun todo dividido en partes desigualespareciera hermoso, entre la parte mayory la menor debía existir la mismarelación que existe entre la mayor y eltodo.

La larga explicación me dejóexhausto, como si de pronto estuviera denuevo en la escuela y el profesor mehubiera propuesto resolver un complejoproblema matemático del que noentendía absolutamente nada. Decidí quede vuelta a casa me ocuparía deaveriguar todo lo que pudiera sobre losnúmeros que aparecían en el mensaje de

Page 32: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Moriarty, y la explicación dada porMycroft H. Me sacó de mispensamientos la pregunta que, impávida,hizo Irene.

—¿Y qué nos quiere decir Moriartycon esos números?

—Eso es precisamente lo quetenemos que averiguar.

—¿Cómo podemos ayudar a Moriartysi ni siquiera sabemos quién es o qué leha pasado? —pregunté a ambos.

—Y lo que es tan importante comoeso: dónde le ha pasado. No sabemos siMoriarty vive en Madrid o en cualquierotro lugar de España —añadió MycroftH.

—¡Ufff! Es cierto —exclamó Irenecon desánimo—. Realmente, podría

Page 33: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estar en cualquier lugar del mundo.—¿No creen que si no hubiera estado

en un lugar que él consideraraabsolutamente predecible, nos lo habríahecho saber en su correo? —apunté.

—Creo que tiene razón. Al menostiene sentido eso que dice.

—Bien —añadió Mycroft—.Trabajaremos sobre la hipótesis de queMoriarty vive en Madrid.

Nuestras copas habían quedadovacías y fue Mycroft quien reclamó alcamarero que las volviera a llenar. Depronto, Irene exclamó:

—¡Es matemático! ¿Qué personapediría ayuda utilizando para ello dosproblemas matemáticos?

—Un matemático, evidentemente —

Page 34: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

dije yo.Mycroft se mostró de acuerdo con

nosotros, y acordamos empezar poraveriguar si algún profesor universitariohabía desaparecido en los últimos días.Irene se levantó del taburete dispuesta ainiciar las pesquisas, cuando Mycroft,erigiéndose en el jefe del equipo quehabíamos formado, dijo:

—¡Un momento! Es una pérdida detiempo que andemos los tres juntos atodas partes. Usted, Irene, averigüe lodel profesor universitario; usted,Watson, ojee los periódicos de la últimasemana y anote todo aquello que lellame la atención; por mi parte,conseguiré más información sobre elnúmero phi y la constante de Kaprekar.

Page 35: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Convenimos en vernos al díasiguiente, en el mismo lugar y a lamisma hora. Nos dimos los números denuestros respectivos teléfonos móvilespor si, en algún momento, eraconveniente ponernos en contacto, y, traspagar cada uno sus propiasconsumiciones, nos separamos.

Quedé parado en la entrada del hotelsin saber a dónde dirigirme. Notéentonces una ligera vibración en elbolsillo del pantalón. Sabía que era laseñal de que había entrado un mensajeen mi móvil, y lo extraje para ver de quése trataba. Era un mensaje procedente deun número oculto, y estuve tentado deborrarlo sin antes abrirlo: pienso que lagente que se esconde tras un número

Page 36: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

oculto no guarda buenas intenciones,pero pudo más la curiosidad, y acepté elmensaje. Decía éste: “La clave está enConan”. Sonreí porque estuve seguroque se trataba de una broma de algunode mis nuevos amigos, seguramente deIrene. Entre nosotros, admiradores al finde Conan Doyle, existía siempre latentación de encontrar respuestas en loscasos resueltos por Holmes. Guardé elmóvil y me olvidé del asunto.

Al salir, Irene había girado a laizquierda, y Mycroft H. a la derecha,como si supieran, exactamente, a dóndedebían dirigirse para averiguar su parte,pero yo no sabía dónde podía encontrar,esa misma tarde, con la premura que elcaso requería, los periódicos de la

Page 37: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

última semana. Pensé también que quizádebía haber ofrecido mi casa a miscompañeros. Aunque era un asunto delque no se había hablado, estaba casiseguro que eran de fuera de Madrid yestarían pagando un hotel, y aunque miapartamento no era grande, podría haberhabilitado algún espacio para quedurmieran confortablemente. Metranquilizó pensar que seguramente nohubieran aceptado, al menos no IreneAdler, tan preocupada por manteneraparte cualquier aspecto de nuestrasvidas privadas, y no me hubiera gustadonada tener que compartir techo, aunquehubiera sido por unos días, con unhombre tan adusto por Mycroft H.

Se me ocurrió de pronto que en

Page 38: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cualquier biblioteca municipal podríaconsultar la prensa diaria de los díasque me interesara, y yo trabajabaprecisamente en la Biblioteca Nacional.Miré mi reloj: faltaban algunos minutospara las seis de la tarde, y si norecordaba mal, la sala de lectura estabaabierta hasta las nueve de la noche.Todavía tenía tiempo de hacer el trabajoque me había encargado Mycroft. Crucéa grandes pasos la plaza de Santa Ana ytomé un taxi para que me llevara alnúmero 22 del Paseo de Recoletos, sedede la Biblioteca Nacional. Al subir en elvehículo me fijé en la cara del conductor—un rostro ciertamente tosco, de escasafrente y mirada distraída—, y empecé aelucubrar sobre la personalidad de

Page 39: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aquel hombre y los problemas, sociales,económicos, o de cualquier otro tipo,que pudiera tener en ese momento —esejuego constituía uno de mis mejorespasatiempos—. A veces es fácil deducirno solo las características de lapersonalidad de un individuo, sinotambién la naturaleza de los problemasque la persona tiene en esos momentos.De ello se valen muchos quirománticosy echadores de cartas para leer el futuro—partiendo del presente, que vagamentededucen por sus expresiones y lenguajecorporal— de sus crédulos clientes.

Eso me llevó a pensar en loscompañeros del blog que habíaconocido esa tarde. La precipitación conque se habían producido los

Page 40: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

acontecimientos me había impedidopensar siquiera en los mensajes que metransmitían sus pequeñas arrugas, suforma de mirar o su manera de moverlas manos.

Los finos pliegues de su piel entre losojos cuando prestaba atención o mirabafijamente, indicaban que Irene Adler erauna mujer con carácter, pensé. Sin dudaera abogada, y las finas arrugas quecircundaban las comisuras de sus labiosmostraban que su vida amorosa habíasido realmente tormentosa.

En cuanto a Mycroft H., era unhombre hecho a sí mismo, valiente, queno teme equivocarse. Un triunfador enuna profesión creativa. Es un seductorque se cree invulnerable, pero un día

Page 41: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

terminará irremisiblemente seducido.Me sacó de mis cavilaciones el paso

de una furgoneta, de la que partía unaestridente música, con un enorme cartelcolocado sobre ella, en el que seanunciaba en sesión doble el “GranCirco Rex”. En el cartel se veíanelefantes, cebras y otros animales de lafauna africana, pero lo que llamó miatención fue el anuncio de la actuaciónestelar de Conan, “El HombreHipnótico”, el hombre que no solo podíaadivinar el pensamiento, sino tambiénhacer cualquier cálculo mental que se lepropusiera por parte del público.

Siempre he disfrutado con ese tipo deespectáculos en los que el “artista” escapaz de adivinar cualquier cosa que se

Page 42: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

le pregunte o hacer cálculosinverosímiles. Estoy seguro de que hayun truco que puede explicar susincreíbles actuaciones, pero, por másque lo he intentado, he sido incapaz dedesvelar el misterio.

Pero a pesar de lo mucho que megustaban esos trucos, fue concretamenteel nombre lo que me interesó: Conan.Aquella tarde todo parecía confabularsepara recordarme a Sir Arthur ConanDoyle, cosa que me pareció cuandomenos curiosa. ¿Era acaso una señal osolo una mera casualidad?

A esas horas, la sala de lectura de laBiblioteca Nacional estaba casi vacía.Algunos jóvenes, estudiantes en sumayoría, que preferían aquel ambiente

Page 43: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

propicio y silencioso para estudiar,ocupaban algunos asientos aquí y allá.Fui derecho a la sección de prensadiaria, busqué los periódicos de toda lasemana anterior y los apilé junto a mí enuna de las mesas.

No sabía qué era lo que tenía quebuscar, así que empecé a pasar páginasmirando los titulares, en espera de queuno de ellos, una frase o una simplepalabra, captara mi atención.

Después de hora y media ojeandoperiódicos, solamente había logrado unanoticia que parecía prometedora, unextraño anuncio clasificado y un enormedolor de cabeza. La noticia hacíareferencia a un congreso matemático quehabía comenzado esa misma tarde en el

Page 44: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Palacio de Congresos; el anuncioclasificado, que solamente aparecía endos ocasiones, el sábado y domingoanteriores, decía exactamente: “Φ-HotelPalace-1647-Mr. Vólkov”. Del anuncio,lo que despertó mi atención fue quecontenía la letra phi, y ese misteriosonúmero contenía exactamente losmismos dígitos que la constante deKaprekar. Ambas cosas fuerondetalladamente anotadas en mi agenda, yde la última, incluso, arranqué concuidado la parte de la hoja que lacontenía y la guardé en mi cartera.

Cansado, iba ya a abandonar mitrabajo cuando de pronto, en norecuerdo qué periódico, volvió a saltara mi vista el anuncio, a media página,

Page 45: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

del “Gran Circo Rex” y la actuaciónestelar del gran Conan. Durante unosinstantes miré el anuncio por si, apartede la casualidad del nombre del mago,había alguna otra palabra o indicio quelo relacionara con el escritor inglés o supersonaje, pero, con cierta decepción,comprobé que nada de ello había. Cerréel periódico, recogí mis notas, y devolvílos periódicos a su lugar.

Caminé hasta mi apartamento, que noestaba lejos de allí, y me dispuse acenar una ensalada y los fríos restos deun pollo asado que tenía en elfrigorífico.

Mientras colocaba todo sobre lamesa, se me ocurrió pensar con regocijoque por fin andaba metido en lo que

Page 46: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

prometía ser toda una aventura, pero eldetenido repaso de lo sucedido en lareunión con Irene Adler y Mycroft H., yla aburrida —y temía que infructuosa—búsqueda en la Biblioteca, me hicieronconcluir que no era exactamente asícomo yo me imaginaba una trepidanteaventura.

Recordé la curiosa coincidencia deque esa tarde, el nombre del creador deHolmes me hubiera aparecido una y otravez. Pero yo era un hombre que no solíadejarse llevar por ese tipo de cosas, asíque me senté en la mesa dispuesto azamparme el pollo.

Aún no había probado bocadocuando, de forma repentina, sin ningúnhecho que lo justificara, tomé la

Page 47: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

decisión. Bajé a la calle, paré el primertaxi que vi y pregunté al conductor sisabía donde paraba el “Gran CircoRex”.

—Al otro lado de la M30 —contestócon desgana, y preguntó—: ¿Quiere quele lleve?

—Vamos allá —contesté, y subí altaxi, que partió veloz en dirección a laautopista que circunvala Madrid.

Tardamos casi media hora en llegar, ytuve suerte, porque la segunda sesiónestaba a punto de empezar. Compré laentrada y me coloqué cerca de la pista,pero en segunda fila —en el circosiempre he sentido un miedo irracional aque un animal me atacara—. Entre elpúblico había algunos niños

Page 48: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

acompañados por sus padres, pero lamayoría eran parejas jóvenes, y algunosadultos, como yo, enamorados del circo.

Cuando dio comienzo el espectáculode equilibristas, payasos, domadores,bailarinas que cabalgan de pie a lomosde un caballo, elefantes amaestrados ytrapecistas, fue como si un mundomaravilloso surgiera de la nada, y medejé llevar por la magia del momento.Entonces, después de más de una hora,el presentador, anunció a Conan, “ElHombre Hipnótico”, y me removí en elasiento dispuesto a no perderme ni elmás mínimo detalle del número.

Conan apareció vestido con una largatúnica que le llegaba hasta los pies, y unturbante arrollado a la cabeza al modo

Page 49: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

oriental. Era un hombre moreno, dealrededor de cincuenta años, mentóncuadrado y facciones definidas. Sus ojoseran oscuros —aunque no pude precisarel color—, y su mirada penetrante.

Básicamente el número consistía enque el público le planteara cuestionessobre sí mismos, como la edad, elnombre o el lugar de procedencia que,tras unas pocas preguntas, él resolvíacon éxito, o problemas de cálculo cuyasolución hallaba con aparente pocoesfuerzo. Entonces recordé la reuniónque esa misma tarde había tenido conmis compañeros del “Club de Holmes”,el extraño mensaje de Moriarty, y laexplicación dada por Mycroft H. sobreel contenido formal del mismo, y se me

Page 50: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ocurrió levantar la mano. Cuando “ElHombre Hipnótico” me señaló para quehiciera mi pregunta, dije:

—¿Cuál es el número phi?Hizo una larga pausa, y sonrió,

después trató de hacer una broma a micosta.

—¡Atención! —dijo dirigiéndose alpúblico— ¡Nuestro amigo estáinteresado en el número de oro, en laproporción perfecta! ¿¡Trata usted dehacer una obra maestra!? Si es así, éstaes la clave del secreto:

1,618033988749894848204586834365638117720309179805762862—había enumerado, uno a uno, hastacincuenta y cuatro decimales—. ¡Podríaseguir recitando decimales —dijo consarcasmo—, pero me temo que se ha

Page 51: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

terminado el tiempo!No podía saber si el número que

había dicho era correcto o no, pero si loera, resultaba extraordinario que hubierapodido memorizar un número tan largo.

Levantó los brazos como señal de quehabía terminado su actuación, y elpúblico empezó a aplaudirle. Me pusede pie, pero no para aplaudir. Levante lavoz tanto que se me oyó por encima delos aplausos cuando volví a preguntar:

—¿¡Qué tiene de especial el número6174!?

Mi pregunta pareció desorientarle,porque durante unos instantespermaneció inmóvil. Los aplausosenmudecieron y él se acercó haciadonde yo estaba. Los focos de la pista le

Page 52: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

deslumbraban de tal forma que no podíaverme con claridad. Frunció el entrecejoy achicó los ojos tratando de mejorar lavisión de la grada que yo ocupaba.

—¿Puede levantarse? —me pidióeducadamente.

Lo hice.—¿Quiere repetir su pregunta, por

favor?—¿Qué tiene de especial el número

6174? —repetí.Conan estaba serio, extremadamente

s e r i o . Era como si el espectáculohubiera terminado y estuviéramos, él yyo, solos bajo la gigantesca carpa.

—Sin duda usted ya sabe por qué esespecial ese número —dijo sin apartarsus ojos de mí.

Page 53: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

No recordaba exactamente laexplicación que sobre el mismo noshabía dado Mycroft H., pero encualquier caso no había dicho nadasobre la razón por la cual ese númeroera único entre los primeros diez mil.

—No, no lo sé. ¿Puede decírmelousted? —insistí.

Me miró fijamente, y dijo:—Claro que sí. El 6174 es el número

en el que se resumen el resto de númerosde cuatro cifras.

Dicho esto, se giró y, tal como sabenhacer los artistas, hizo que el público lededicara un breve aplauso, porquerápidamente desapareció tras la cortina.El espectáculo había terminado. Por sumanera de reaccionar, tuve la sensación

Page 54: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de que Conan se había sentido molestocon mis preguntas, como si hubiera vistoen ellas el pretexto para dejarle enevidencia, y nada más lejos de miintención. Se encendieron por completolas luces de las gradas, y ordenadamentecomenzamos a salir de la carpa.

Fuera era noche cerrada. Respiréprofundamente y de pronto me di cuentade que, a la intemperie, alejado delresguardo de los edificios de la ciudad,hacía bastante fresco. Por un momentopensé en buscar a Conan paraexplicarle, aunque fuera someramente, larazón de mi interés por el número phi yla constante de Kaprekar, y de pasopreguntarle si podía decirme algo mássobre dichos números. Me interné en el

Page 55: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pequeño y oscuro laberinto de caravanasque había tras la taquilla, cuando mesalió al encuentro un hombremalencarado, de aspecto descuidado ybarba de varios días que deduje debíaser el cuidador de las fieras, que mepreguntó desabridamente:

—¿Qué busca por aquí?—Quería hablar con Conan. ¿Puede

indicarme cual es su caravana, porfavor?

Pareció dudar durante unos instantes,hasta que preguntó:

—¿Para qué quiere hablar conConan?

—Necesito preguntarle algo —se meocurrió decir.

—Conan nunca habla con nadie

Page 56: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

después de la función —me respondiótajante—. Vuelva mañana si quiere.

—Es solo un minuto —insistí—. Siusted me indica…

—He dicho que vuelva mañana siquiere —me cortó en tono amenazador.

Decidí que lo que deseaba hablar conConan no era tan importante quejustificara un enfrentamiento con aquelenergúmeno, así que, muy afablemente,concedí:

—Muy bien, volveré mañana —aunque, naturalmente, no tenía ni la másmínima intención de volver.

Retrocedí sobre mis pasos paravolver a la explanada de entrada alcirco y me sorprendí al encontrarlacompletamente vacía. ¿Dónde estaba la

Page 57: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

gente que había salido conmigo? Enpocos minutos había desaparecido todoel mundo como por arte deencantamiento. Sin duda, habían sidomás previsores que yo y dejaron suscoches aparcados en las cercanías. Unescalofrío hizo que me estremeciera y,de pronto, los focos que iluminaban elcirco empezaron a apagarse. De repente,me encontré solo en un descampado,únicamente iluminado por la luna, en elque las tenues sombras parecían adquirirvida propia. A unos cientos de metros vilas luces de una gasolinera, y comencé aandar hacia allí cuando, de improviso,sin que previamente hubiera escuchadoel más leve ruido en torno a mí, recibíun duro golpe en la cabeza tras el que

Page 58: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tuve la sensación de caer en un pozoabsolutamente negro, y perdí elconocimiento.

Desperté en una habitación pequeña.Estaba sentado en una silla con losbrazos asidos a ella con cinta aislante.Un potente foco me deslumbraba de talmanera que, aunque intuía que habíaalguna persona tras él, me resultabaimposible saber quien o quienes eran.La cabeza me dolía terriblemente y, depronto, escuché una voz que preguntó:

—¿Quién es usted?Me costó algunos segundos darme

cuenta de que era a mí a quien estabanhaciendo la pregunta. Estuve a punto dedecir que mi nombre era John H.Watson, lo que provocó que, a pesar del

Page 59: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

terrible dolor que sentía en la cabeza,dibujara una leve sonrisa. Dije minombre real, y me sorprendí a mí mismopor no sentir miedo en una situacióncomo aquella, que solo había visto enlas películas.

—¿A qué se dedica? —preguntó lamisma voz.

—Soy bibliotecario —respondí, yañadí—. Trabajo en la BibliotecaNacional.

Mi profesión le debió parecer de lomás inocua al que preguntaba, porque,en un tono completamente distinto,menos contundente, preguntó de nuevo:

—¿Por qué ha ido hoy al circo?—Me gusta el circo —mentí a

medias.

Page 60: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Se produjo de pronto un silencio quese prolongó durante muchos segundos.Imaginé que mi secuestrador estabaevaluando la sinceridad de misrespuestas, y esperé tranquilo a quevolviera a preguntarme. Escuchéentonces claramente el canto de un grilloen el exterior, por lo que deduje que ellugar donde estaba siendo interrogadoestaba en el campo.

—¿Había oído hablar de Conan antesde hoy?

—No. Jamás.—¿Por qué tenía tanto interés en los

números phi y 6174? —insistió la voz.Tenía la respuesta preparada.—Porque ayer leí algo sobre ellos en

la biblioteca y sentía curiosidad.

Page 61: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Pasados unos segundos, sentíinesperadamente un agudo pinchazo enla base del cuello, como si una avispaque se hubiera vuelto loca por el calorse vengara en mí, y, en una milésima desegundo pasé de estar completamentecegado por el foco de luz, a no ver nisentir absolutamente nada. La muertedebe ser algo así.

Page 62: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 2

Retorno al “Gran Circo Rex”

Desperté en mi cama de un profundo

sueño, con la sensación de haber estadobebiendo toda la noche. Tenía un regustoamargo en la boca, y el dolor que sentíaen la cabeza era tan grande, que creí quepodría estallar en cualquier momento.

Tenía la sensación de haber estadosoñando sobre un circo y la actuación deun mago prestidigitador, que habíaterminado convirtiéndose en unapesadilla, pero había sido tan real que

Page 63: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

por un instante dudé si había ocurrido ono esa historia.

Fue al levantarme cuando me dicuenta de que, bajo las sábanas, estabacompletamente desnudo. Eso era muyextraño. Imposible. Odiaba dormirdesnudo y jamás lo hacía. Entonces tuvela certeza de que la pesadilla que creíhaber tenido la noche anterior, habíasido una historia real. Busqué lospantalones que había llevado el díaanterior en el armario, donde los dejabahabitualmente al irme a la cama, y no losencontré. Miré alrededor y los vi,perfectamente doblados sobre símismos, encima de la butaca que habíaen la esquina del dormitorio. Hurgué enel bolsillo trasero para buscar la cartera

Page 64: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

y miré en el interior. Allí estaba elresguardo de la entrada al “Gran CircoRex”, exactamente en el mismocompartimiento donde la había dejado lanoche anterior.

En ese momento, el estridente sonidodel teléfono móvil, que guardaba en otrobolsillo del pantalón, me sobresaltó. Loextraje como pudo y pulsé la tecla deadmisión de llamadas.

—¿Diga? —pregunté todavíaalterado.

—¿Watson? —reconocí la voz deIrene Adler al otro lado de la línea—.¿Es usted?

—Sí, sí —respondí aturdido.—¿Dónde está?—En mi casa —indiqué sorprendido

Page 65: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—. ¿Qué pasa? —pregunté a mi vez—.¿Hay algún problema?

—Son las cinco y media, estamos enel bar del Reina Victoria, y nos haextrañado que no viniera.

—¡¿Las cinco y media?! —exclaméincrédulo. Miré el reloj. Efectivamente,pasaban algunos minutos de las cinco ymedia—. ¡Voy enseguida! Espérenme,por favor, hay algo importante que deboreferirles.

Durante unos segundos el teléfonopermaneció mudo, hasta que de pronto,volví a escuchar la voz de Irene.

—De acuerdo —dijo—. Leesperamos.

Me vestí rápidamente, y salídisparado para tomar un taxi que me

Page 66: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

llevara a la plaza de Santa Ana. Con lasprisas no me di cuenta de que, aparcadojusto enfrente de mi casa, había un FordFocus de color negro con dos hombresen el interior. Fue después cuando lorecordé y comprendí que eran policíasque me estaban siguiendo.

Esperé durante unos minutos hasta queapareció el primer taxi con el pilotoverde; le paré y di al taxista lasindicaciones precisas sin percatarme deque el coche con los dos hombresiniciaba la marcha al tiempo que lohacía el taxi, y nos seguía a una prudentedistancia.

Unos veinticinco minutos despuésirrumpía en el bar del Hotel ReinaVictoria, donde me esperaban mis

Page 67: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

amigos.Los hallé charlando animadamente

sentados en una mesa. Hice señas alcamarero para que me sirviera unwhisky con hielo, y tomé asiento junto aellos.

—¿Qué es lo que debía contarnos? —me espetó Irene nada más sentarme.

Les relaté mi visita a la bibliotecapara leer los periódicos de la semanaanterior, y el escaso fruto que obtuve deesa lectura. Aún así, a Mycroft H. lepareció muy interesante que el díaanterior hubiera dado comienzo uncongreso de matemáticos en Madrid.“Puede ser un buen comienzo”, dijo.También se mostró muy interesado en elanuncio clasificado cuyo texto, que

Page 68: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

había copiado en la agenda/libro denotas. Eché mano de él al bolsillo dondesolía guardarla, pero no estaba allí.Pensé que, con las prisas, la habríadejado en casa, pero sí hallé en lacartera el recorte que del periódico quecontenía el anuncio y puse sobre lamesa. Les hablé a continuación deConan, y del pálpito que sentí que meempujó a ir para ver su actuación en el“Gran Circo Rex”; de las preguntas quele hice, de sus nervios y de su extrañarespuesta. Continué con el secuestro quehabía padecido y el interés de misecuestrador por saber quién era yo, ypor qué había ido al circo aquellanoche.

Mis palabras dejaron pensativo a

Page 69: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft H.—Debería ir yo al circo esta noche

—concluyó al fin—. Me gustaría haceralgunas preguntas a ese tal Conan.

—Iremos juntos —propuse.—Iremos los tres —dijo Irene Adler

de una forma que no admitía discusión, yañadió dirigiéndose a mí—: Es ustedquien no debería ir después de lo que leocurrió anoche.

—Iré —afirmé con determinación—.No tengo miedo. —Irene me miró con unatisbo de admiración y, por un momento,me sentí poco menos que un héroeinvencible—. ¿Cuál fue el resultado devuestras pesquisas?

—Tengo un contacto en la policía —dijo Irene—. Me puse en contacto con él

Page 70: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

y le pedí que averiguara si, entre losdesaparecidos en Madrid durante laúltima semana, había algún profesor dematemáticas o de ciencias. La respuestafue negativa, ningún profesor habíadesaparecido, o al menos nadie habíadenunciado que eso hubiera ocurrido,por lo que caben dos posibilidades: porun lado, que Moriarty sea un hombresolitario, con lo cual, si ha sufrido algúndaño, nadie se ha percatado todavía; o,por otro, que no sea profesor, con locual estamos como al principio.

A pesar de lo infructuoso de susgestiones, no vi que eso hubieraafectado a su convencimiento de quepodíamos descubrir qué era lo que lehabía pasado a Moriarty.

Page 71: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Era el turno de Mycroft H. parainformar de sus hallazgos, y comenzódiciendo:

—Yo, por mi parte, descubrí que elnúmero phi no es algo arbitrario o uninvento humano que solamente está en elarte o la arquitectura, sino que, sobretodo, está en el hombre y en lanaturaleza. En la forma y dibujo de laconcha de los caracoles y los moluscos,en la distribución de las hojas en losárboles o la relación entre las falangesde los dedos en el hombre. En realidad—añadió—, todas las proporciones delcuerpo humano responden a phi, como siese número hubiera sido el patrón queutilizó Dios para hacer el mundo. No séqué relación puede tener con el caso,

Page 72: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pero también descubrí que el número phiestaba en el centro de varias sectasesotéricas representando la perfección.—Mycroft interrumpió su relato paracoger el papel en el que había copiadoel anuncio clasificado, y musitó como sihablara consigo mismo—: Es curiosoeste anuncio. Deberíamos investigar quéhay detrás de él.

—¿Propone que vayamos al HotelPalace para hablar con ese Mr. Vólkov?—pregunté.

—Sí —respondió Mycroft H.—, peroprimero deberíamos hacer una visita aese misterioso Conan. Si alguien se pusonervioso porque quiso saber quéopinaba sobre el número phi y sobre laconstante de Kaprekar, quiere decir que

Page 73: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

metió el dedo en la llaga.El tiempo apremiaba, así que

decidimos dejar para más tarde queMycroft H. nos terminara de contar susaveriguaciones, salimos a la plaza ytomamos un taxi para que nos llevara al“Gran Circo Rex”. Cuando llegamosMycroft H., que definitivamente habíatomado el mando, ordenó al taxista quenos esperara y, seguido a unos metros dedistancia por Irene y por mí, caminó condecisión hacia el sector privado delcirco. Afortunadamente hacía poco quehabía empezado la primera sesión y,salvo los empleados, apenas había gentepor allí. Fue derecho hacia un guardaque vigilaba las jaulas de las fieras, queobservé —y así se lo dije a mis amigos

Page 74: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

— no era la misma persona que mehabía impedido hablar con Conan lanoche anterior.

—Buenas tardes, señor —dijoMycroft H. muy educadamente—,¿podemos hablar con Conan?

El hombre le miró de forma huraña, ypronunció una palabra ininteligible,como un gruñido. Desapareció tras unacortina de lona y volvió a los pocosminutos acompañado por otro hombre.Éste era de reducida estatura —quetrataba de disimular calzando unoszapatos con calzas— y mirada ansiosa.Excesivamente maquillado, parecíallevar el rostro completamente cubiertopor polvo de arroz, en el que únicamentedestacaban sus ojillos negros, los labios

Page 75: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sombreados de rojo, y un largo y finobigote parecido al que usaba SalvadorDalí. Se presentó como Valieri, eldirector del circo.

—¿Qué desean ustedes? —preguntócon escaso interés.

Bastaron esas palabras para que mediera cuenta de que pretendía hacerpasar su acento extranjero por italiano.¿Era ese acento parte de su personaje, opretendía engañarnos desviando nuestraatención de su verdadera nacionalidad?

—Queríamos hablar con Conan —informó Mycroft H.

El director del circo pareciósorprenderse por la demanda de miamigo, y dijo:

—Imposible. “El Hombre Hipnótico”,

Page 76: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hace días que no actúa. Se largó sinprevio aviso —se quejó—, de una formamuy poco profesional.

Ahora el sorprendido fue Mycroft.Irritado por esa mentira, me adelanté

dos pasos hasta quedar a la altura de micompañero, e Irene hizo lo mismo.

—¿Está usted seguro de que…? —empezó a decir éste, pero le interrumpíde forme vehemente:

—¡Miente! —exclamé encarándomecon Valieri— ¡Yo mismo presenciéanoche su actuación!

El jefe del circo ni se inmutó ante miexabrupto.

—Me temo que se equivoca, señor.Como he dicho, hace días que no vemosa Conan por aquí.

Page 77: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¡No solo le vi, sino que…! —Mycroft me interrumpió con un gesto desu mano.

—¿Podríamos ver su caravana? —preguntó Mycroft.

—¿Su caravana? —preguntódesconfiado el jefe del circo—. No sési…

—Le aseguro que solo serán unosminutos —insistió Mycroft con vozamable.

—Ni siquiera me han dicho quienesson ustedes.

—Estamos investigando ladesaparición de una persona, ypensamos que es posible que Conan nospueda dar alguna información sobre suparadero.

Page 78: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Lo dijo de forma que no quedabaclaro si buscábamos a Conan porque lecreíamos implicado en la desapariciónde Moriarty, o porque en su calidad de“El Hombre Hipnótico”, nos pudierafacilitar alguna pista.

—¿Puedo saber cómo se llama lapersona que, según ustedes, hadesaparecido?

Mycroft titubeó durante un instante. Nisiquiera sabíamos el nombre real deMoriarty, y pensé que no iba a ser fácilencontrar a un hombre del que lodesconocíamos todo: nombre, edad,apariencia física y dirección.

—Moriarty —respondió por finMycroft—. Su nombre es Moriarty.

Valieri se encogió de hombros dando

Page 79: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

a entender que jamás había oído esenombre.

—¿Podemos ver la caravana deConan? —insistió Mycroft.

—No sé… —seguía dudando Valierisobre si permitirnos ver la caravana deConan.

—Preferiríamos no tener que llamar ala policía —amenazó sutilmenteMycroft.

—Está bien —se rindió el otro por fin—. No quiero líos con la policía.Acompáñenme.

Le seguimos a través del pequeñopoblado de caravanas donde vivíanhasta que llegamos a una, ligeramentemás grande que las demás. Eligió unllavín de un manojo que llevaba en el

Page 80: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

bolsillo, y abrió la puerta pasando él enprimer lugar.

—Esta es la caravana donde vivíaConan —dijo una vez que estuvimostodos dentro.

El desorden en el interior de lacaravana era total. Ropa de calle ytúnicas de trabajo, similares a la quevestía en la actuación de la nocheanterior, aparecían esparcidas por elsuelo, como si alguien hubiera estadorevolviendo en las pertenencias deConan.

—Les ruego que no toquen nada —pidió Valieri.

Durante un par de minutos Mycroft H.estuvo haciendo un detallado recorridovisual por todo el contorno del

Page 81: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

habitáculo. Me dio la impresión de queestaba memorizando los objetos que allíhabía, y su desordenada disposición enla caravana.

Inconscientemente hice lo mismo queél, e hice un recorrido visual detrescientos sesenta grados en el interiorde la caravana. Al fondo se podían verun armario y, junto al mismo, unaestrecha puerta que deduje daba accesoa un minúsculo cuarto de aseo. Antes,pegada a la pared, una cama de pocomás de un metro de ancha, cubierta poruna aterciopelada colcha de color rojovivo; en la pared contraria, una cómodade cuatro cajones, dos de ellos a medioabrir, y era en el suelo, entre la cómoday la cama, donde estaban esparcidos los

Page 82: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ropajes de Conan. A los pies de lacama, un mesa de pequeño tamaño sobrela que pude ver algunos libros apiladosy, junto a ellos, sin orden ni concierto,unos cuantos papeles; un ordenadorportátil con la tapa no del todo cerrada,y un ratón que emitía una pequeña perointensa luz de color azul eléctrico, loque me hizo pensar que el portátil estabaconectado.

Mycroft H., dio algunos pasos en elpoco espacio que quedaba libre, y seacercó a la mesa. Observé que, sintocarlos, se fijaba en los títulos de loslibros que había sobre ella, despuéscogió uno de los papeles, el único en elque aparecían trazos de escritura, y, trasleer su contenido —apenas unas

Page 83: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

palabras según pude apreciar—, volvióa dejarlos exactamente en la mismaposición que tenía antes.

—¿Ha echado algo de menos? —preguntó Mycroft de pronto señalandolas pertenencias de Conan.

El director del circo pareció dudar.Echó un vistazo alrededor, y respondió:

—Aparentemente lo dejó todo aquí.—¿Cuándo fue la última vez que

actuó Conan?El encargado se quedó pensativo.—A ver… El lunes —dijo tras unos

segundos—. Lo recuerdo perfectamenteporque ese día solo hacemos unafunción.

No escapó a nuestra atención quehabía sido precisamente el lunes

Page 84: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

anterior cuando, los tres, recibimos elextraño mensaje de Moriarty pidiendoayuda.

—¿Qué función hacen? —se interesóIrene Adler.

—La de la tarde.—¿Y desde entonces no le ha vuelto a

ver? —insistió Mycroft H.—Efectivamente. Cuando acabó la

función, le vi entrar en su caravana, yhasta hoy.

Haciendo caso omiso de la peticióndel director del circo, Mycroft H. seadelantó y levantó una de las túnicas deConan que había tiradas en el suelo, laextendió con sus dos manos y fueentonces cuando vimos una pequeñaestrella de cinco puntas festoneada en la

Page 85: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

parte izquierda de la prenda. La nocheanterior, durante su actuación, me habíapasado totalmente desapercibida lapresencia de la estrella en su ropaje.

—¿Este dibujo está en todas lastúnicas? —preguntó Mycroft H.

—Así es.—Bien —dijo Mycroft con un

suspiro. Dejó caer al suelo la túnica y sevolvió con intención de salir de lacaravana.

Lo hicimos tras él. Ya en el exterior,Mycroft H. agradeció su colaboración aldirector del circo y le tendió para manoa modo de despedida.

—¿No se quedan a ver la función? —preguntó aquel un tanto decepcionado.

—No hay cosa que nos gustara más

Page 86: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—afirmó Mycroft—, pero hoy es deltodo imposible, nuestras ocupacionesnos lo impiden. —Ante la expresión dedesencanto de Valieri, añadió—: Leaseguro que tan pronto nos sea posible,vendremos a disfrutar del espectáculo.

Aquello pareció animar alhombrecillo, que rápidamente dijo:

—Estaremos aquí hasta finales demayo. Nos encantará verles por aquícuando deseen.

Nos despidió junto a la taquilla conun: “Hasta pronto”, y caminamos haciael taxi que nos esperaba a pocos metrosde allí.

Irene preguntó mientras caminábamos:—¿Creen que Conan tiene algo que

ver con la desaparición de Moriarty?

Page 87: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Ahora estoy completamente segurode ello —afirmó Mycroft H. en tonomisterioso.

Me pregunté por qué el director delcirco había mentido al afirmar queConan había desaparecido el lunesanterior. ¿Qué pretendía con ello? Salvopor la turbación de Conan cuando lepregunté por el número phi, y el extrañosecuestro que había sufrido la nocheanterior, no alcanzaba a ver qué relaciónpodía haber entre el “El HombreHipnótico”, que después de todo no eramás que un ilusionista mental, y nuestroamigo Moriarty, pero, dada la seguridadcon la que había hablado Mycroft H., nome atreví a manifestar mi desconcierto.

Durante todo el tiempo habíamos

Page 88: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estado escuchando las reacciones delpúblico al desarrollo del espectáculo,ya fueran risas por las gansadas de lospayasos, o exclamaciones de temor anteel rugido de los leones; de pronto, elpúblico gritó de tal modo que los tresnos giramos temiendo que hubieraocurrido alguna desgracia. Fue entoncescuando vimos, los tres casi al mismotiempo, la estrella de cinco puntas —como la que habíamos visto en las ropasde Conan— colocada como un faro en elpunto más alto de la carpa. Era tanmanifiesta y destacada su presencia, queme pregunté por qué razón no la habíavisto la noche anterior.

—¡Es idéntica a las estrellas que hayen las vestimentas de Conan! —murmuró

Page 89: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene Adler—. ¿Están pensando lomismo que yo?

Sí, yo había pensado lo mismo queella, a pesar de lo cual la mirésorprendido, porque su reacciónindicaba que, de alguna manera, dabapor buena la afirmación de Mycroft H.de que había un nexo entre “El GranCirco Rex” y la desaparición deMoriarty.

—¿Qué puede significar la estrella decinco puntas? —pensé en voz alta sindejar de mirarla.

—Supongo que puede significarmuchas cosas —respondió Mycroft H.—, incluso podría no significar nada,pero yo tengo varias posibles respuestasque en otro momento expondré a vuestra

Page 90: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

consideración.Su manera de hablar me dejó muy

intrigado, porque lo dijo en un tono queconcedía enorme importancia a un hechoque, por otro lado, podría no ser másuna mera coincidencia.

Subimos al taxi y, definitivamenteerigido Mycroft H. en el dueño de lasituación, le pidió que nos llevara alHotel Palace, en la Carrera de SanJerónimo. Durante todo el trayectoapenas cruzamos algunas palabras quenada tenían que ver con el caso, como sino hubiera nada de lo que tuviéramosque hablar, cosa que no era cierta,porque yo estaba deseando comentar conmis amigos la impresión que me habíacausado la actitud de Valieri. Miré a

Page 91: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene Adler, y estuve seguro de que,también ella, tenía reflexiones que hacersobre los últimos hechos, pero era comosi no nos atreviéramos a expresarnuestras opiniones hasta que Mycroftnos invitara a ello.

El taxi se detuvo en la puerta delPalace, donde nos apeamos. Subimoslos cuatro escalones para acceder alvestíbulo y fuimos derechos a recepción,donde Mycroft se dirigió educadamentea una de las personas que había tras elmostrador:

—Buenas tardes —dijo—. Nosgustaría hablar con el señor Vólkov, porfavor.

El recepcionista nos miró condisplicencia, y preguntó:

Page 92: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Están citados?—En cierto modo, sí —respondió

Mycroft H.Tomó el teléfono el recepcionista y,

antes de marcar, preguntó:—¿Cuál es su nombre, por favor?Por un instante tuve la impresión de

que, como yo estuve a punto de hacer lanoche anterior, Mycroft H. iba a dar esenombre, pero se limitó a decir:

—Dígale que venimos por el anuncio.Durante unos segundos estuvo el

recepcionista hablando con su cliente.De pronto colgó el aparto y nos anuncióque el señor Vólkov nos recibiría a lasnueve en punto de la mañana siguiente.

Parecía inútil insistir, por lo quesalimos al exterior y nos quedamos

Page 93: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

parados en la esquina sin saber quéhacer. Lo más preocupante era que lashoras pasaban y seguíamos sin sabernada de Moriarty.

—¿Qué podemos hacer? —pregunté.—El Reina Victoria está cerca de

aquí —dijo Mycroft H.—. Vayamos allí,—hizo un gesto con la mano señalandoel hotel que había a su espalda y,haciendo un paréntesis en suproposición, dijo—: siempre será másasequible para nuestras economías queel Palace, y terminaré de contarles elresultado de mis pesquisas.

Enfilamos la suave pendiente de laCalle del Prado, en dirección a la Plazade Santa Ana y, después de unas decenasde metros caminando en silencio, dijo

Page 94: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene Adler:—¿Qué impresión les ha causado

Valieri, el director del circo?Realmente estaba deseando hablar de

ese tema, por lo que aproveché elcomentario de Irene para afirmar:

—Estoy convencido de que sabemucho más de lo que dice.

—¿En qué se basa para ello? —preguntó Mycroft H. en un tonodisplicente que me molestósobremanera; primero, porque tuve lasensación de que estaba poniendo aprueba mis dotes de observación, ysegundo, porque estaba seguro de que élopinaba exactamente lo mismo que yo.No obstante, respondí:

—En primer lugar, me llamó la

Page 95: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

atención de que en ningún momentopreguntara de qué queríamos hablar conConan. Tuve la sensación de que meconocía a mí, y de que sabíaperfectamente qué era lo que queríamospreguntar al mago. Mintió —dije trasuna pausa—, porque anoche vi a Conan,estoy seguro, y no fue una pesadilla loque pasó después.

—¿Y? —preguntó Mycroft H.No pude evitar una sonrisa y un gesto,

sorprendido por su perspicacia —me dicuenta que, de una forma paulatina,había empezado a caerme bien—, yrepuse:

—Cuando Valieri nos acompañó paraver la caravana de Conan, dijo que allíera donde vivía éste. ¿Se dan cuenta? —

Page 96: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

subrayé como si mis interlocutoresfueran principiantes a los que había queexplicarles todo—, habló en pasadocuando solo hacía unos días, según él,de la desaparición de Conan, y tenía,además, todas sus cosas allí. Creo quele traicionó el subconsciente, y que laprobabilidad de que dijera eso porquesabe perfectamente que nunca volverá esmuy alta.

—En resumidas cuentas —intervinoIrene—, usted opina que Conan ha sidoasesinado por Valieri, o por alguien aquien éste protege.

—Exactamente —concluí ufano.Miré a Mycroft H. esperando su

aprobación, pero éste caminaba absortoen sus pensamientos, completamente

Page 97: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ajeno a lo que acababa de decir.En esto llegamos a la Plaza de Santa

Ana, y al pasar por delante de laCervecería Alemana, dijo de pronto:

—Entremos aquí si les parece. Creoque estaremos más cómodos que en elbar del hotel.

La Cervecería Alemana era unestablecimiento de principios del sigloXX en el que había estado en algunasocasiones en mis años de estudiante. Susmesas de mármol y sus paredespaneladas de maderas envejecidas, asícomo la decoración, a tono con laantigüedad del local, invitaban a latertulia. Un delicioso aroma a salchichasBratwurst hizo que empezara a segregarjugos gástricos, pero no era momento de

Page 98: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

entregarse a los placeres de la comida.Ocupamos una mesa en la parte mástranquila del local y pedimos unascervezas. Cuando se hubo marchado elcamarero que nos las sirvió, Mycroft H.inició su relato.

—Recordemos —empezó conparsimonia— que el mensaje querecibimos decía exactamente “Phi-6174-SOS”. Enseguida me di cuenta de que enel mismo había dos constantesmatemáticas sin ninguna relaciónaparente la una con la otra. ¿Qué teníaque ver “la divina proporción”, comotambién es conocido el número phi, conla constante de Kaprekar que, en elfondo, no es más que una curiosidadmatemática? Absolutamente nada. Así

Page 99: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que ayer, cuando salimos del ReinaVictoria, acudí a un experto enesoterismo. ¿Por qué un experto enesoterismo?, se preguntarán ustedes —aquí hizo una pausa durante la que dioun largo trago a su vaso de cerveza—.Se lo voy a explicar a continuación:“Todo en el Universo está ordenadosegún los números”. Esta frase,atribuida a Pitágoras, otorga a larealidad que nos rodea, incluso a losseres humanos, un orden y armonía denaturaleza matemática. Para lospitagóricos, los números y las figurasgeométricas son la esencia de las cosas.La influencia de esta concepciónmatemática de la naturaleza en la culturaoccidental ha sido, y todavía es,

Page 100: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

inmensa, y a ella debemos el inicio de laciencia como tal, y los avances de latecnología. Pero la filosofía pitagóricatambién alimenta las tradicionesesotéricas relacionadas con la místicade los números, en la que el númeroáureo, como también se conoce alnúmero phi, juega un papel primordial.La proporción a que hace referencia elnúmero phi ha sido fuente deinspiración, desde hace al menos cincomil años, de arquitectos, filósofos,artistas, científicos, músicos ymatemáticos. Basta citar como ejemplosal constructor de Keops, Fidias, Platón,Leonardo, Kepler, Dalí o Béla Bartók,porque en el número phi está lo queparece ser el misterio del canon de la

Page 101: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

belleza. ¿Recuerdan la estrella grabadaque vimos en las túnicas de Conan, y laque coronaba la carpa del circo? —preguntó de forma retórica, porqueevidentemente la recordábamos, aunqueno supiéramos su significado—. Elpentágono, y el pentagrama, que así sellama la estrella formada a partir de unpentágono, es el símbolo de numerosassectas esotéricas desde que lospitagóricos lo adoptaron como señal;pero, ¿qué ocultan ambas figuras? ¿Nose lo imaginan? —insistió Mycroft H.,esperando que, como alumnosaplicados, lo adivinásemos; pero tantoIrene Adler como yo permanecimos enel más absoluto de los silencios, porqueno teníamos idea de cuál podría ser la

Page 102: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

respuesta, por lo que al cabo de algunossegundos, continuó—: Ambas figuras secontienen la una en la otra, y ocultan elnúmero de oro, phi. —Tomó unaservilleta y, para que pudiéramosvisualizar lo que estaba explicando, hizoel siguiente dibujo—:

De forma que a/b = b/c = c/d =1,618… Exactamente igual que en elsegmento dividido en dos partesdesiguales que ayer vimos para explicarlo que era la razón áurea.

—¿Quiere decir que podemos estarante una secta o grupo esotérico que

Page 103: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

utiliza como señal el pentagrama? —preguntó Irene.

—No se me ocurre otra explicación—respondió Mycroft H.

Durante muchos segundospermanecimos pensativos, porque esoquería decir que si Mycroft H. teníarazón en sus deducciones, nosenfrentábamos a una organización queestaba llevando a cabo un plan criminaly, por la razón que fuera, Moriarty leshabía descubierto. Este nuevo escenariocambiaba por completo las cosas,porque podría convertirse en unaaventura peligrosa, y, probablemente, lamuestra de ello la había tenido yo lanoche anterior.

—¿Y qué vamos a hacer? —pregunté.

Page 104: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Continuar, por supuesto —dijoIrene Adler sin asomo de vacilación—.Por lo menos yo.

Mycroft la miró con una sonrisa deaprobación, y declaró:

—Yo también sigo adelante.Entonces, los dos me miraron

fijamente esperando que mepronunciase, lo que me hizo sentirsumamente nervioso, porque por nadadel mundo deseaba aparecer como uncobarde a los ojos de Irene Adler. Asíque me apresuré a decir:

—Y yo también, naturalmente.Aclarado este punto, todo parecimos

más relajados, como si la idea de quenuestras pesquisas podrían implicar unpeligro produjera en nosotros un fuerte

Page 105: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sentimiento de unión.—¿Algo más? —preguntó Irene.—Sí. Y para terminar —dijo—, el

pentagrama, como símbolo esotérico,expresa la dominación del espíritu sobrelos elementos de la Naturaleza, la tierra,el aire, el fuego y el agua. Tambiénrepresenta la idea de lo bueno y de laperfección. Ante este símbolo tiemblanlos demonios, y huyen atemorizados.

No me gustaba el sesgo que estabatomando la perorata de Mycroft H. ¿Acuento de qué venía ahora eso de losdemonios? ¿Acaso un hombreabsolutamente racional —al menos esaera la imagen que yo tenía de él—,puede hablar de demonios y quedarsetan tranquilo? Sin embargo Irene Adler

Page 106: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

le miraba fascinada, como si estuvieraescuchando a la misma Pitia del Oráculode Delfos.

—¿Qué piensa que debemos hacerahora? —preguntó Irene con unaseriedad que contrastó con la sonrisapícara de Mycroft H. al decir:

—¿Ahora? Cenar.Irene estalló en una carcajada.—Tiene razón, estoy muerta de

hambre. ¿Usted qué dice, Watson? —dijo mirándome directamente a los ojos,con la sonrisa todavía dibujada en loslabios.

—Cenemos —respondí—. La verdades que el aroma de las salchichas hadespertado mi apetito.

Hizo Mycroft H. una seña al

Page 107: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

camarero, que acudió rápidamente.Pedimos unas Bratwurst con chucrut ynuevas cervezas y nos dispusimos paranuestra frugal cena.

Estábamos hablando sobre elmisterioso anuncio de Vólkov y sobrequé nos podría deparar la entrevista queteníamos con él para el día siguiente,cuando ocurrió algo realmenteinesperado: un hombre de alrededor detreinta y cinco años, que había entradoen la cervecería poco después quenosotros y había permanecido desdeentonces acodado en la barra, vestido deuna manera tan corriente que lepodríamos haber confundido con unoficinista, y barba de dos días, se acercóa nuestra mesa y, para nuestra sorpresa,

Page 108: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

nos mostró una placa policial que habíaextraído del bolsillo.

—Buenas tardes, señores y señora —dijo con una levísima inclinación decabeza—. Soy el inspector Ventura, ¿lesimporta que me siente unos minutos conustedes?

Tanto mis amigos como yo estábamosestupefactos por la repentina irrupciónde un inspector de policía en nuestraconversación.

—¿Qué quiere de nosotros? —preguntó, tan serio como una estaca,Mycroft H.

El inspector Ventura interpretó lapregunta de Mycroft H. como unainvitación para que tomara asiento ennuestra mesa, y lo hizo, ocupando la

Page 109: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cuarta silla, que estaba libre. Se dirigióa Mycroft H. e Irene Adler cuandopreguntó:

—¿Qué hacen ustedes en Madrid?A lo que Irene contestó en tono

arisco:—Eso no es de su incumbencia

¿Acaso hemos cometido algún delito?—No, ciertamente no —respondió el

inspector Ventura, pero dejó caer—: Almenos de momento. —Ante la actitudevidentemente poco amistosa quemanteníamos hacía él, en un tono nomenos hosco que el de Irene Adler, dijoel inspector—: He de hacerles unaspreguntas, elijan si las responden aquí, oprefieren hacerlo en comisaría.

—Pregunte —repuso Mycroft ante el

Page 110: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cariz que estaban tomando las cosas—.No tenemos nada que ocultar.

El inspector me miró por primera vezpara preguntarme:

—¿Qué hacía usted anoche en el“Gran Circo Rex”?

No fui el único sorprendido con supregunta. También mis amigos parecíanimpresionados, pero la cuestión era:¿cómo sabía aquel inspector de policíaque había estado la noche anterior en elcirco? Resultaba poco creíble que mehubiera seguido a mí, porque yo no eranadie; pero esa reflexión me llevó aotra, si cabe, más preocupante: ¿sabíatambién que, por unas horas, había sidogolpeado, secuestrado y drogado? Nosabía qué hacer, y, de forma subrepticia,

Page 111: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

miré a Mycroft H. que, con un levemovimiento de cabeza me indicó quepodía hablar.

—En realidad no sé por qué fui alcirco anoche —respondí—. Sentí unacorazonada y me dejé llevar por ella.

Ventura me miró de forma escéptica.Se envaró sobre la silla y nos miró a lostres, uno tras otro.

—Sé todo sobre ustedes —dijo porfin—. Sé que han formado una especiede club en Internet, ¿El Club de Holmes?—preguntó cargando sus palabras deironía—, y que les gusta jugar adetectives. Supongo que les resultadivertido hacerlo a través delordenador, cómodamente sentados en elsalón de sus casas. Pero esto no es un

Page 112: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

juego —añadió cambiando el tono de suvoz para hacerlo más sombrío—. Estoes la realidad, y en la realidad mueregente. Así que me van a decir deinmediato qué están haciendo enMadrid, y todo lo que sepan sobre esteasunto.

Tras unos segundos durante los quetodos permanecimos en silencio,Mycroft H. habló por fin.

—Si sabe que formamos parte del“Club de Holmes”, también sabrá que enel mismo hay un cuarto miembro —dijo.

—Sí —afirmó el policía—, lo sé.Uno que se hace llamar Moriarty, creo.

—Efectivamente. Pues bien —hurgóen el bolsillo del pantalón, de dondeextrajo su teléfono móvil en el que hizo

Page 113: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

una breve búsqueda—, hace cinco díasrecibimos este mensaje —continuómientras mostraba al inspector lapantalla del móvil en la que se podíaleer el texto de un mensaje de correoelectrónico.

El inspector Ventura leyó en voz alta:—“Phi-6174-SOS”. ¿Qué quiere

decir esto? —preguntó.—Eso mismo es lo que tratamos de

averiguar —señaló Mycroft H.—.Pensamos que nuestro amigo ha sidosecuestrado, o algo peor —dijo en tonosombrío—, y que antes logró enviarnosuna llamada de socorro.

—¿Y nada más? —preguntódecepcionado el inspector.

—Nada más.

Page 114: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Se giró entonces hacia mí, y dijo:—Le repito la pregunta que le hice:

¿Qué hacía usted anoche en el “GranCirco Rex”?

—Me llamó la atención el nombre deuno de los artistas del espectáculo:Conan. Como Arthur Conan Doyle, yasabe…

—¡Sí! —exclamó el inspector, queacababa de ver la relación—. El autorde Sherlock Holmes.

—Me pareció curiosa lacoincidencia, y fui para ver suactuación.

—Le preguntó por unos números… —continuó el policía—. ¿Qué son esosnúmeros?

—Precisamente los que hay en el

Page 115: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mensaje de Moriarty, el número phi y el6174.

—¿Qué le hizo pensar que Conanpodría decirle algo sobre esos números?

—No sé… —dije dubitativo—. Lacasualidad me había llevado hasta allí, yél presumía de saberlo todo.

Por un instante pensé en contarle lahistoria de la agresión que había sufridoa la salida del circo, pero Ireneintervino en la conversación cambiandoel tema de conversación, y opté pordejarlo pasar, cosa que al día siguienteme traería desagradables consecuencias.

—Un momento —dijo Irene—. ¿Ustedestuvo también en el circo anoche?

—Sí —respondió el inspector.—Entonces vio la actuación de

Page 116: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Conan.—Claro. ¿Por qué me lo pregunta?—Esta tarde, Valieri, el director del

circo, nos ha dicho que Conandesapareció el pasado lunes y que no havuelto a verle desde entonces.

Ventura se quedó pasmado con larevelación de Irene.

—No es posible, yo mismo…Mycroft H. le interrumpió.—Resulta evidente que ese Valieri

oculta algo.—Parece que sí. ¿Han averiguado

algo más?—No por el momento —indicó

Mycroft H., pero rectificó enseguida—.Salvo…, pero no, seguramente no esmás que una tontería.

Page 117: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Déjeme decidir a mi qué es unatontería o no.

Mycroft H. le habló sobre lasestrellas de cinco puntas que habíamoshallado en los ropajes de Conan, asícomo la que coronaba la carpa delcirco, y la estrechísima relación de esaestrella con el número phi. Aquello dejópensativo al inspector.

—Interesante —dijo. Y preguntóenseguida—: ¿Creen que estamos antealgún tipo de secta?

No nos sorprendió la pregunta delinspector. Tanto Irene como Mycroft lohabían sugerido cuando supimos que enla estrella de cinco puntas estabacontenido el número phi. Además, ¿quépodía ser el pentagrama sino una señal?

Page 118: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Debería investigar eso la policía—recomendé.

—Lo haremos —afirmó el inspector,y achicó los ojos para preguntar:

—¿Y la visita a Vólkov?Aquel tipo parecía saberlo todo. Sin

duda tenían sometido a vigilancia al talVólkov y les habían visto entrar en elPalace. En esto apareció el camarerocon los platos que habían pedido. Loscolocó sobre la mesa y, al advertir lapresencia de alguien más en la mesa,preguntó a Ventura:

—¿Desea algo el señor?—No gracias —dijo aquel secamente.Una vez hubo desaparecido el

camarero, contestó Mycroft H. a lapregunta del inspector.

Page 119: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Hemos ido a su hotel con laintención de hablar con él, pero nopodremos verle hasta mañana.

—¿De qué van a hablar con Vólkov?—insistió el inspector.

A una señal de Mycroft H., saqué dela cartera el recorte del anuncioclasificado que nos puso tras la pista deVólkov, y lo puse ante los ojos delinspector Ventura. Tras leerlo condetenimiento un par de veces, dijo:

—No entiendo. ¿Qué tiene esteanuncio que les llamara la atención? —dijo sin quitarle ojo.

—Fíjese bien —pidió Mycroft H.—.Curiosamente repite el contenido delmensaje de socorro que nos enviónuestro amigo Moriarty: la letra phi y el

Page 120: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

número 6174, escrito en este caso alrevés. ¿Quién es Vólkov? —espetó depronto.

Ventura, sorprendido por la preguntade Mycroft H., levantó los ojos delrecorte de periódico. Le miró fijamentey, tras unos segundos en silencio, dijo:

—No estamos seguros; pero, encualquier caso, es un hombre peligroso.No deben acudir a la cita de mañana.Este es un trabajo para profesionales.Por favor —dijo con indolencia—,vuelvan a sus casas, y sigan jugando porInternet.

—¿Es una orden? —preguntó IreneAdler enarcando las cejas.

—Es solo una advertencia. —Elinspector Ventura echó mano de su

Page 121: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cartera y extrajo tres tarjetas que pusosobre la mesa— Pero si sigueninvestigando, y averiguan algo más, nopretendan ser héroes. Llámenme deinmediato.

Dicho esto, se levantó de la silla ydesapareció rápidamente entre la genteque ya llenaba el local.

—¿Qué les parece? —dije lacónico—. Primero se burla de nosotros y nosinvita a volver a casa, y luego insinúaque sigamos haciendo indagacionessobre el caso.

—¿Qué piensan de todo esto? —preguntó Irene Adler.

—Que las Bratwurst se enfrían —r e s p o nd i ó Mycroft extremadamenteserio. Tomó sus cubiertos y cortó un

Page 122: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

trozo de salchicha llevándoselo a laboca. Lo masticó despacio, dejando quecada una de sus papilas gustativassaboreara el manjar—. Deliciosa —dijo, y siguió comiendo con delectación.

Page 123: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 3

Konstantin Vólkov

Dormí mal esa noche. Me sentía

inquieto, y lo peor de todo era que nosupe hallar la causa de mi desazón.Habían pasado tantas cosas durante losdos últimos días que las sensaciones seme agolpaban y confundían con losrecuerdos, por lo que me resultaba muydifícil hacer una relación coherente delos hechos. El colmo fue la aparicióndel inspector Ventura la noche anterior.

Page 124: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Sus palabras únicamente habían servidopara que el fantasma del miedo hicierasu aparición. Empezaba a conocer bien amis amigos, y estaba seguro de que ellos—aunque también estaba seguro de queno lo reconocerían jamás— igualmentese habían sentido inseguros por lasadvertencias del inspector.

Me levanté muy temprano y tras unareconfortante ducha bajé, como cadadomingo, a comprar el periódico antesde desayunar —uno de mis pequeñosplaceres es leer la prensa durante eldesayuno en las tranquilas mañanas dedomingo—. Las calles estaban desiertas,y eso —acostumbrado a la barahúnda decoches y peatones entre los que memuevo a diario— siempre me produce

Page 125: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

una cierta sensación de estar en otrolugar lo que invariablemente provocaque mis cinco sentidos estén en alerta.Por otro lado, algo en mi interior medecía que aquel domingo iba a sercompletamente distinto a todos losdemás, y eso me hacía estarespecialmente atento.

Ya en casa, saboreando una taza decafé, di una rápida ojeada a lainformación general del periódico yenseguida pasé a la sección de sucesos.Me fascinaba el mundo del crimen. Creoque el ser humano es naturalmenteperverso y que solo la concienciaimpide que aflore con naturalidad elcriminal que todos llevamos dentro. Uncrimen dice más sobre la personalidad

Page 126: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de su autor que un cuadro o una noveladel suyo, porque se actúa apelando a lomás oscuro de la razón, a la zona de laconciencia donde las normas no existeny, por lo tanto, el ser humano se muestraen toda su crudeza, sin tapujos. Unanoticia captó casi de inmediato miatención. Decía así el titular:“Encontrado hombre brutalmenteasesinado”. El contenido de la noticiadaba algunos detalles del hallazgo: “Enlas inmediaciones de la M30, ha sidohallado, por el guardia jurado de unaurbanización cercana, el cadáver de unhombre de mediana edad. El cuerpoapareció con un tiro en la nuca, propiode una ejecución sumaria en ciertasmafias, aunque presenta indicios de

Page 127: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

haber recibido previamente una brutalpaliza. Por el momento se desconoce elnombre y nacionalidad de la víctima. Lapolicía, dadas las características delcrimen, baraja la eventualidad de que setrate de un ajuste de cuentas entrebandas rivales, aunque no descartaninguna otra posibilidad”.

Con tan escasa información hice misprimeras conjeturas; la primera fue quela policía tenía datos que apuntaban aque, la víctima, era un extranjero. Lasegunda, que se trataba de un trabajorealizado por sicarios sin escrúpulos.

Recordé de pronto que la nocheanterior había quedado con Mycroft eIrene en la Plaza de Neptuno a las ochoy media para tomar un café y planificar

Page 128: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

someramente la entrevista con Vólkov.Entre unas cosas y otras se me había idoel santo al cielo. Miré mi reloj: erancasi las ocho, por lo que si me dabaprisa, todavía podía llegar a tiempo a micita. Salté de la silla, dejando sobre lamesa el periódico abierto por la secciónde sucesos y la taza de café todavíamedio llena, cogí la chaqueta delperchero de la entrada, y salí a todaprisa.

Llegué puntual, pero allí estaban yalos dos esperándome, y nos allegamos auna cafetería cercana para hablar sobreel encuentro que iba a tener lugar pocosminutos después. Irene apuntó entoncesalgo que sin duda llevaba barruntandovarias horas:

Page 129: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Somos nosotros los que hemospedido la entrevista con Vólkov, ¿peroqué vamos a decirle cuando estemosfrente a frente? Ni siquiera sabemos aqué se dedica o para qué puso elanuncio.

Detecté un cierto tono depreocupación en sus palabras, peroMycroft lo disipó rápidamente.

—Dejemos que hable él primero yactuemos en consecuencia.

Eso se llama ir a verlas venir, y no esun juego que siempre se pueda practicar,pero lo dejamos ahí porque a ninguno senos ocurrió una idea mejor.

Salimos de la cafetería a las nuevemenos diez y ascendimos caminando porla Carrera de San Jerónimo hasta el

Page 130: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Hotel Palace. Exactamente a las nuevemenos tres minutos estábamos de nuevoante el conserje del hotel —aunque erauna persona distinta a la del día anterior—. Recibido nuestro encargo, hizo unallamada y pocos segundos despuésestábamos en el ascensor camino de lahabitación 412.

Abrió la puerta un hombre de unostreinta años que resultó ser el secretariode Mr. Vólkov.

—Pasen —dijo—. El señor Vólkovles recibirá enseguida.

La habitación era una suite, y loprimero que pensé cuando accedimos aun salón con vistas a Neptuno fue elexorbitante precio que debía pagar el talVólkov por aquella lujosa habitación.

Page 131: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Al cabo de unos minutos, se abrieronunas puertas correderas y aparecióVólkov. Nosotros estábamos de pie,junto al ventanal, y nos giramos alunísono al escuchar la puerta. Era ésteun hombre de alrededor de sesenta años,abundante pelo cano y mirada severa.Cerró las puertas tras él y se quedóinmóvil junto a la puerta.

—Soy Konstantin Vólkov —dijo convoz grave y marcado acento extranjerocuya procedencia no pude en un primermomento identificar, aunque estabaseguro de que no era ruso, tal comohabría sido de esperar por su nombre yapellido.

—Buenos días —se limitó a decirMycroft H. que, como solía ocurrir, se

Page 132: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

había convertido en portavoz del grupo.—¿A qué debo el honor de su visita?—Venimos por el anuncio.Me pareció percibir un atisbo de

alarma en la mirada de Vólkov, que, enpocos segundos, resolvió con soltura.

—Desgraciadamente, ese asunto yaestá cerrado —dijo—, pero… estoydispuesto a escuchar cualquier cosa quequieran decirme.

Se produjo un silencio espeso, porqueen realidad nosotros, como bien habíaapuntado Irene unos minutos antes en lacafetería, no sabíamos qué decir.

—Más bien queríamos hacerle unaspreguntas —apuntó Mycroft con unatranquilidad que me dejó pasmado.

Vólkov hizo un pequeño gesto con la

Page 133: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mano y, al cabo de un segundo, apareciópor una puerta lateral el hombre que noshabía abierto la puerta. No tuve ningunaduda de que estaba, desde el principio,observando la escena.

—Es mi secretario —pareciópresentarlo Vólkov, pero aquel semantuvo firme en el rincón en unaactitud ciertamente intimidatoria—.¿Qué clase de preguntas queríanhacerme ustedes?

—Su anuncio —dijo Mycroft H.—.Parece… un mensaje cifrado, y nosgustaría saber su significado.

Me gustó el estilo con el que miamigo había afrontado la situación.¿Para qué dar rodeos si se puede irdirectamente al grano? Mycroft lo había

Page 134: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hecho, y Vólkov rompió a reír de unaforma compulsiva, como si el otrohubiera dicho una solemne tontería.Miró entonces a Mycroft H. de unamanera oblicua, y preguntó:

—¿Son ustedes policías?—No —contestó Mycroft. Percibí en

su actitud que dudaba sobre si ponertodas nuestras cartas sobre la mesa. Alfinal dijo—: Estamos investigando ladesaparición de una persona, —y aclaró—: un amigo nuestro.

—¿Y qué tengo que ver yo con eso?—preguntó Vólkov mientras avanzabaunos pasos hasta una pequeña mesa quehabía entre su posición y la nuestra,donde empezó a juguetear con algunosobjetos que había sobre ella—. ¿Creen

Page 135: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

acaso que yo soy el responsable de ladesaparición de su amigo? —volvió apreguntar arqueando las cejas.

—En absoluto —se apresuró a decirMycroft H.—. Discúlpenos si le hemosdado esa impresión. Simplemente nosgustaría saber qué significa exactamentela letra phi y el número que aparece ensu anuncio.

—¿Por qué? —insistió Vólkov.—Sabemos que la letra phi está, de

alguna manera que desconocemos,relacionada con la desaparición denuestro amigo.

De una forma casi imperceptible, ellabio inferior de Vólkov tembló alescuchar aquellas palabras.

—Yo soy “marchand d’art” en Nueva

Page 136: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

York, y si se hubieran molestado enmirar cualquier tratado, sabrían que,tanto en las ciencias como en las artes,phi siempre ha representado la búsquedade la perfección en el proceso decreación. Yo solo compro obrasmaestras, porque eso es lo que misclientes esperan que les ofrezca. —Hizouna larga pausa durante la que inspiróprofundamente, y después continuó—:En cuanto al número, nada tengo queexplicar, pues únicamente me identificacomo galerista en Nueva York. —Hizootra pausa, y preguntó—: ¿Es esto lo quequerían saber?

Miré de soslayo a Mycroft y vi ladesilusión reflejada en su rostro. Laexplicación de Vólkov parecía

Page 137: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

coherente, pero aquello no nos conducíaabsolutamente a ningún sitio. Sin duda,no era más que una absurda coincidenciael hecho de que, en el anuncio, estuvieracontenido el mensaje de socorro deMoriarty.

—¿Nada más? —preguntó Mycroft H.—Nada más —respondió Vólkov.—Bien —dijo el primero, claramente

decepcionado—. Lamentamos haberlemolestado, señor Vólkov.

—Lamento yo no haberles sido másútil.

Salimos del Hotel Palace sin cruzarpalabra entre nosotros y con un saboragridulce en nuestras bocas. Nuestravisita a Vólkov había resultadoinfructuosa, pero al menos podíamos

Page 138: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

descartar aquella pista.Era temprano todavía, y deambulamos

por el Paseo de Recoletos sin saber quéhacer. Nos sentamos en una terraza ehicimos una recapitulación de lo quehabía ocurrido desde que decidimosresponder al mensaje de Moriarty. Loprimero que nos planteamos fue por quéno fue más explícito Moriarty alenviarnos su mensaje de socorro.

—Seguramente se sentía amenazado ysolo pudo enviarnos un mensaje muybreve antes de que le secuestraran —dijo Irene Adler.

—Aún así —respondí a la sugerenciade Irene—, podría haber sido másexplícito.

Irene y yo nos enzarzamos en una

Page 139: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tonta discusión sobre las supuestascircunstancias en la que nuestro amigoMoriarty debía de haber escrito elmensaje. De pronto, Irene cayó en lacuenta de que Mycroft H. todavía nohabía dado su opinión.

—¿Y usted qué piensa? —preguntó enun tono acalorado que Mycroft H.prefirió ignorar.

—Yo me inclino a pensar queMoriarty, sencillamente, espera denuestra inteligencia que seamos capacesde leer su mensaje, de descubrir quéquiere decir cada uno de los datos queaporta.

La opinión de Mycroft H. no nosdejaba precisamente en buen lugar, puessi esa había sido la intención de

Page 140: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Moriarty, no creo que se hubiera sentidoorgulloso de los miembros del “Club deHolmes”, lo que nos hizo sentirnos másapesadumbrados todavía.

—Lamento tener que decir esto —añadió Mycroft H. tras una larga pausa—, pero nuestra estancia en Madrid yano tiene sentido. Con los datos quetenemos, es como buscar una aguja en unpajar. Las pistas que hemos seguidohasta ahora se han revelado inútiles o noconducen a ningún sitio, y yo confiesoque no se me ocurre nada más.

Las palabras de Mycroft H. cayeronen el grupo como una bombadevastadora. Nos quedamos en silencio,con la amarga sensación de fracasodibujada en nuestros rostros.

Page 141: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Es cierto que con Vólkov hemosmetido la pata hasta el cuello.Seguramente es, tal como dijo elinspector Ventura, un peligrosodelincuente, mas no es nuestrodelincuente. Pero todavía tenemos aConan y la estrella de cinco puntas.Valieri mintió, ¿recuerdan? ¿Por qué lohizo sino porque había algo que deseabaocultarnos a toda costa? —insistítratando de animar a mis compañeros.

—La policía investigará a Valieri y elpor qué de las estrellas de cinco puntasen el “Gran Circo Rex”, y sin duda loharán mucho mejor que nosotros.

—Moriarty confió en nosotros, yopino que deberíamos seguir buscandoalgún indicio que nos lleve hasta él.

Page 142: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Es inútil —dijo Mycroft H.descorazonado—. Creí que nunca lodiría, y menos en este caso, pero yo tirola toalla.

Mycroft H. ni siquiera comió connosotros. Alegó una urgenciarelacionada con su trabajo y se despidióallí mismo para tomar el primer tren quesaliera hacia su ciudad de origen, no sinantes quedar de acuerdo en mantener elcontacto a través del blog.

—Cualquier cosa que se os ocurra,por nimio que parezca, reportarlo alblog. Yo haré lo mismo; porque dondeuno no ha visto nada, otro puede atisbarun camino a seguir. Adiós, amigos.Estaremos en contacto —fueron susúltimas palabras antes de alejarse a

Page 143: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

paso rápido.—No se va —apunto Irene Adler

mientras le veíamos perderse entre lagente—, huye. Creo que se sienteavergonzado de haber fracasado.

—¿Qué hará Irene Adler? —preguntéen tono irónico, temeroso de que ellatambién decidiera también abandonar elasunto.

Irene apoyó el cuerpo sobre elrespaldo de la silla y estiró las piernas.Se tomó su tiempo para responder y,mientras tanto, percibí en sus rostro quese debatía entre el deseo de encontrar aMoriarty, y la inutilidad de nuestraspesquisas.

—Me iré en el último tren —dijo alfin, y pensé que era la primera vez que

Page 144: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hacía un comentario de carácterpersonal: aunque fuera indirectamente,estaba afirmando que su lugar deprocedencia estaba lejos—. Me gustaMadrid, ¿sabes? Siempre es agradablepasear por Madrid.

Entonces caí en la cuenta de que ibana pasar un domingo con una mujer queme encantaba, y eso me produjo uncosquilleo en el estómago que me hizosentir como un adolescente enamorado.

—¿Quieres que te muestre el Madridque más me gusta a mí? —le propuse.

Me sonrió de tal forma que micorazón empezó a latir más rápido.

—Me encantaría.—¿A qué hora es tu último tren? —

pregunté para hacerme una idea de

Page 145: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cuánto tiempo teníamos por delante.—A las ocho.Miré mi reloj: faltaban unos minutos

para las diez y media.—Tenemos tiempo de sobra —dije

—, pero deberíamos empezar ya.Irene se llevó la mano extendida a la

frente, y me hizo un saludo militar.—A sus órdenes, mi capitán.Pagué las consumiciones y

comenzamos a andar por el Paseo deRecoletos.

—La primera parada será en elMuseo del Prado. Estoy seguro de queya lo conoces —dije antes de que lopudiera decir ella—, pero no sé si hasvisto mi cuadro favorito, o, al menos, lohas visto con los ojos con los que yo lo

Page 146: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

miro.—¿De qué cuadro se trata?—Es una sorpresa.La tomé de la mano y la conduje,

Recoletos abajo, hacia el Prado, a solounos cientos de metros de dondeestábamos.

Acababa de abrir sus puertas ytodavía no había demasiada gente, porlo que no tardamos demasiado en sacarlas entradas y acceder al Museo.

Camino de las salas donde se exponíala pintura flamenca del siglo XVIpasamos por otras en cuyas paredescolgaban cuadros maravillosos. Alpasar ante “Las Meninas”, dijo Irene:

—No se puede pasar ante “LasMeninas” sin pararse para contemplarlo

Page 147: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

con detenimiento. Es un sacrilegio.—No. No quiero que te embotes los

sentidos. Hoy veremos únicamente elcuadro que hemos venido a ver.

—¿Pero de qué cuadro se trata? —preguntó dejándose llevar por mí.

—Ahora lo verás.Continuamos hasta llegar a la sala

56ª, la puse ante el cuadro, a unos dosmetros de distancia para que pudieraabarcarlo completamente con la vista, yanuncié:

—“El Jardín de las Delicias”.Con cierta frecuencia, hacía el

recorrido que acababa de hacer conIrene Adler a través de las salas delMuseo del Prado para contemplar eltríptico del Bosco. Era un cuadro

Page 148: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

inagotable e inabarcable, capaz desugerir mil ideas y sensaciones, y a mijuicio precursor, en más de quinientosaños, del surrealismo. En el mundo delarte —y de introspección en la esferadel subconsciente— hay un triple saltomortal sin red del Bosco a Dalí.

Era la segunda vez que llevaba aalguien a ver mi cuadro. La primera fueotra chica, que dejó súbitamente deinteresarme cuando, haciendo unestúpido mohín con los labios, exclamó:“¡Qué asco, hay animales comiendopersonas!”. Irene, en cambio, quedómuda al contemplar el cuadro —luegome confesó que había visto fotos yrepresentaciones a pequeño tamaño,pero nunca el original—, y yo me sentí

Page 149: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

satisfecho del efecto causado. No pudeevitar sentirme como un avezado guía y,tras dejar que se embriagara con lasimágenes del cuadro, pasé a explicarle—si es que es posible explicar unenigma— la simbología del mismo.

—La tabla de la izquierda —dije envoz baja— representa el Paraíso, con lacreación de Adán y Eva y la Fuente dela Vida; la tabla central, que da nombreal cuadro, es el jardín de las delicias,donde se disfrutan sin trabas todos losplaceres de la vida, representa a laHumanidad entregada a los placeresmundanos; y la derecha, está dedicada alInfierno.

—Impresionante —fue la palabra quemusitó Irene Adler una vez que hube

Page 150: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

terminado mi breve descripción delcuadro.

Aún permanecimos durante variosminutos ante el cuadro, sin cruzarpalabra, hasta que toqué su hombro ysusurré junto a su oído:

—Tengo más sitios donde llevarte.Giró entonces su cabeza, y me dijo:—Vamos pues.Desandamos el camino hecho antes

pero ésta vez, al pasar ante grandescuadros, Irene no me pidió un alto paracontemplarlos. Ocasión habría para ello.Ahora estaba saturada de belleza y demisterio.

—¿Tienes hambre? —le preguntécuando estuvimos de vuelta en elexterior. Ella se limitó a hacer un gesto

Page 151: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

afirmativo—. Iremos a Lhardy —leanuncié—, está un poco pasado demoda, pero siguen haciendo el mejorcocido madrileño. Espero que te guste elcocido.

—Me gusta —dijo ella con unasonrisa.

La tomé del brazo y nos encaminamoshacia la Plaza de Neptuno para subir porla Carrera de San Jerónimo. Quinceminutos después traspasábamos lasviejas puertas del restaurante Lhardy.Conocía al encargado, así que no fuedifícil conseguir una mesa para dos apesar de ser domingo.

Nos dieron una mesa en la zonacentral del restaurante, junto a la pared,y pedimos unos vinos mientras nos

Page 152: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

servían el cocido.Deseaba preguntarle su nombre, a qué

se dedicaba y cuáles eran sus gustos,pero, tras su advertencia del viernes deevitar a toda costa entrar en el terrenode lo personal, me contuve. Hubo unmomento, tras la primera copa de vino,que ella dijo: “¿Tú…?”, pero cortó enseco la frase. Estuve seguro que me ibaa preguntar algo relativo a mi vidaprivada; y, lo que era más importante,me di cuenta de que estábamostuteándonos desde que se había idoMycroft.

—¿Qué? —la animé a hablar.—No, nada. Es una tontería.A pesar de su reticencia a dejarse

llevar por el momento, observé hasta

Page 153: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

qué punto la ausencia de Mycroft H.había creado una auténtica atmósfera decamaradería entre nosotros. ConMycroft H. presente, erigido en líder del“Club de Holmes”, estábamosenvarados, temerosos de hacer o deciralgo que no obtuviese su aprobación, yme planteé si acaso no pudo ser esa faltade espontaneidad un factor determinanteen nuestra falta de resultados.

Afortunadamente no fue muyabundante la comida, porque todavía nosesperaban algunas horas para deambularpor Madrid antes de que partiera, quizáspara siempre.

Al salir de Lhardy paseamos hasta laPlaza Mayor, donde tomamos café enuna terraza, y después callejeamos por

Page 154: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

el barrio de los Austrias hasta que, unosminutos después de las seis de la tarde,dijo Irene:

—Mi tren sale a las ocho. He de ir alhotel para hacer el equipaje.

—Te acompaño —ofrecí con tal depasar un par de horas más cerca de ella.

—Te lo agradezco, pero no. Prefieroir sola.

Estuve seguro que lo hizo para evitarque pudiera saber en qué hotel se habíaalojado durante aquellos dos días, o aqué ciudad regresaba, por lo que noinsistí.

Hubo cierta tensión en el momento dela despedida, como si después de haberestado todo el día juntos, charlando decosas interesantes, no supiéramos de

Page 155: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pronto de qué hablar.—Estamos en contacto a través del

blog, ¿de acuerdo? —dijoinmediatamente antes de subir al taxique la alejaría —al menos físicamente— de mí.

Me quedé mirando el vehículo hastaque se perdió en la primera esquina, ydespués, malhumorado sin saber porqué, caminé lentamente hasta la Puertadel Sol, donde tomé el metro paravolver a casa.

Tras media hora en atestados ymalolientes trenes llegué a mi parada ysalí al exterior. Mi casa quedaba a algomás de quinientos metros, pero meapetecía andar. Fue entonces cuandosonó mi teléfono móvil.

Page 156: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Convencido de que era ella quien mellamaba, mi corazón cambió ligeramentede ritmo mientras buscaba el teléfono enel bolsillo y apretaba la tecla paraadmitir la llamada.

—¡Hola! —dije nervioso, esperandooír su voz al otro lado.

—¡Hola! —respondió unadesconocida voz de hombre—. Soy elinspector Ventura.

—¡Ah! —repuse decepcionado—.¿Qué quiere? —pregunté molesto porqueno era precisamente la persona a quienyo deseaba escuchar.

—Pensé que quizá le interesaría saberque ha aparecido Conan.

Súbitamente interesado, pregunté:—¿Ha hablado con él?

Page 157: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—No puedo —contestó el inspector—. Está muerto. —La noticia hizo queme parara en seco. Permanecí ensilencio durante unos segundosrememorando las palabras del inspectorla noche anterior, cuando nos advirtiósobre lo peligroso de aquel caso. Penséa continuación en Moriarty, del quehacía seis días que no sabíamos nada, ytemí lo peor—. ¿Sigue ahí?

—Sí, discúlpeme, pero me haimpresionado la noticia. ¿Cómo ha sido?—quise saber.

—Recibió un tiro en la cabeza que ledejó completamente desfigurado.

Recordé la noticia sobre el hombreasesinado que había leído en el diariode la mañana, y, aunque estaba casi

Page 158: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

seguro que se trataba del mismo suceso,pregunté:

—¿Ocurrió en un descampadocercano a la M30?

—¿Cómo lo sabe? —escuché que mepreguntaba intrigado.

—El periódico de la mañanadescribía el crimen con bastante detalle.

No obstante el largo silencio que seprodujo a continuación, sabía queVentura continuaba pegado al teléfono,porque podía escuchar su fuerte yacompasada respiración.

—Necesito que venga a la morguepara identificar el cadáver —dijo al fin.

Ir a la morgue aquella tarde dedomingo, en la que todavía permanecíaen mi retina la adorable imagen de Irene

Page 159: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Adler, era lo último que me apetecía eneste mundo, por lo que intentéexcusarme.

—Inspector Ventura —dije con vozcansada—, no es que no quiera ir, peroseguro que en el “Gran Circo Rex” haydecenas de personas que le puedenidentificar con más fiabilidad que yo.Además —aduje para abundar en miargumentación—, yo solo le he visto unavez, no sé si…

—Déjeme decirle que la muerte seprodujo en la madrugada del sábado,por lo tanto usted fue una de las últimaspersonas en verle con vida.

Sus palabras produjeron en mí unefecto a medio camino entre eldesconcierto y las ganas de reír, y

Page 160: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pregunté irónico:—¿Me convierte eso en sospechoso?—Hay más detalles que le comentaré

cara a cara. Pero si estuviera en sulugar, yo vendría rápidamente a lamorgue y me pondría a disposición de lapolicía.

El inspector Ventura pronunció esaspalabras en un tono circunspecto, comosi al decirlas me estuviera haciendo unfavor. Jamás un policía me habíahablado así; es más, jamás me habíavisto involucrado en un caso como loestaba en aquel, pero el hecho de que lapolicía se interesara por ti no era tanexcitante como yo había pensado. Encualquier caso, no tenía otra opción quehacer lo que me decía.

Page 161: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Voy para allá —dije.—¿Sabe dónde está la morgue?Después de tantos años intentando

adelantarme a la policía en elesclarecimiento de los más importantescrímenes que aparecían en la prensa,¡claro que sabía dónde estaba lamorgue! Y hacia allí me dirigí en elprimer taxi que encontré.

Pregunté por el inspector Ventura alpolicía que hacía guardia en la entradadel depósito, y pocos minutos despuésestábamos ante un cadáver desnudo conla cabeza destrozada. Un extraño olor,mezcla de lejía y formol, invadía elrecinto, y pensé que si me dejaba llevarpor las sensaciones terminaríavomitando, por lo que traté de pensar en

Page 162: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

otra cosa e imaginar que todo aquellosucedía en una película.

No era fácil reconocer a un hombre,al que apenas conocía, en aquel estado.No obstante, por el color y el largo delcabello hubiera jurado que se trataba deConan, y así se lo dije al inspectorVentura, pero lo que definitivamente meconvenció de ello fue un pequeñísimotatuaje que llevaba en la cadera derecha:una pequeña estrella de cinco puntas, ysobre ella, lo que parecía el dibujo deun extraño animal de enormes ojos.

—¿Qué es? —pregunté señalando eldibujo con el dedo.

El inspector se inclinó un poco yaguzó la vista frunciendo el entrecejo.

—Podría ser un búho —dijo—, o una

Page 163: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

lechuza. ¿Tiene eso algún significadopara usted?

—La estrella es idéntica a la que haysobre el circo —dije—, y tambiénestaba bordada en su ropa, pero el búhono sé…

—No importa. Vamos.Una vez resuelto este trámite, me

pidió Ventura que le acompañara a lacomisaría.

—¿Qué detalles dijo que queríahablar conmigo cara a cara? —lepregunté una vez estuvimos en el asientotrasero del coche policial que nosllevaba a la comisaría.

—Lo sabrá cuando lleguemos —contestó con sequedad.

Ignoraba por completo a qué detalles

Page 164: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

se podía estar refiriendo, y francamente,eso era lo que menos me preocupaba enaquellos momentos.

—¿Saben algo de la desaparición denuestro amigo? —pregunté.

—¿Ese que llaman Moriarty? —inquirió con un rictus de burla en loslabios.

—Sí.Al contrario que yo, él no parecía

estar muy preocupado por ladesaparición de mi amigo, y se limitó adecir:

—A fecha de hoy, nadie hadenunciado su desaparición. Seasombraría usted de las razones por lasque muchos hombres deciden apartarsevoluntariamente de la circulación.

Page 165: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Pero su mensaje de socorro…—¿Unos números y las letras S, O, S

enviados a unas personas con las quejuega a detectives? Vamos, seamosserios.

Yo era serio, y estaba seguro de queel mensaje de Moriarty respondía a unasituación de verdadera emergencia, peroaquel estúpido energúmeno, pensé, noiba a hacer nada hasta que no fuerademasiado tarde.

Llegados a la comisaría, me hizopasar a su despacho. En una de lasesquinas, una bandera de España, y lafoto oficial del Rey, que presidía lapared que tenía frente a mí, conferían ala habitación el carácter institucionalimprescindible. Las otras paredes, sin

Page 166: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

embargo, estaban cubiertas sin orden niconcierto de fotos en las que reconocí alinspector Ventura acompañados de otraspersonas desconocidas y un gran planode la ciudad de Madrid. Sobre la mesa,muchos papeles, a pesar de los cualestaba bastante ordenada, y, en unamesilla lateral, un viejo ordenador desobremesa en cuya pantalla bailaba deun lado a otro el escudo de la PolicíaNacional.

Una vez sentados, sin decir palabra,abrió uno de los cajones de su mesa,extrajo una pequeña agenda de tapasnegras y la puso sobre la mesa. ¡Era miagenda!

—¿Reconoce esta agenda? —mepreguntó el inspector.

Page 167: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¡Claro que la reconozco! Es miagenda, aunque principalmente la utilizopara tomar notas.

—¿Cuándo la echó de menos?—Ayer por la mañana. ¿Dónde la ha

encontrado? —pregunté intrigado.—Estaba en el bolsillo de Conan.

¿Tiene idea de cómo fue a parar allí?Pensativo, negué con la cabeza. Pero

de pronto recordé el golpe en la cabeza,el foco sobre mi rostro que me impedíaver dónde me encontraba, elinterrogatorio al que fui sometido y lashoras que pasé inconsciente hasta quedesperté en mi casa. Fuera quien fuera—y todo apuntaba a Conan—, la agendame la debieron quitar durante eseperiodo de tiempo. Ante mi silencio y la

Page 168: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

expresión de incertidumbre que sin dudaestaba transmitiendo, insistió en tonoáspero:

—¿Se da cuenta de que esto leconvierte en nuestro principalsospechoso?

—Hay algo que no le conté ayer, nosé por qué, la verdad —pero en esemismo instante supe la razón por la queno lo había hecho: desconfiaba delinspector Ventura. Al decir que estabaen el circo la misma noche que fui yo, deuna forma difusa temí que pudiera habersido la propia policía quien me habíadrogado la noche del viernes.

El cuerpo de Ventura se envaró en suasiento, me miró fijamente a los ojos y,por primera vez, percibí la desconfianza

Page 169: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

reflejada en su rostro.—¿Y qué es eso?—La noche del viernes, al salir del

espectáculo, intenté hablar con Conan.—¡Qué curioso! —exclamó el

inspector—. Al terminar la función ysalir los espectadores, yo le busqué austed entre la gente, pero no estaba. Fuecomo si se hubiera evaporado.Enseguida la gente se dispersó y quedóaquello desierto, por lo que volví aMadrid.

—Eso debió ser cuando yo entré en laparte del circo donde se hallan lascaravanas de los artistas. Quería hablarcon Conan.

—¿De qué? —preguntó el inspector.—Pensé explicarle los motivos por

Page 170: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

los que había hecho aquellas preguntas,y pedirle que me dijera algo más sobreesos números.

—¿Y qué paso?—Me salió alguien al paso y me dijo

que Conan nunca hablaba con nadiedespués de la función. Insistí, pero fueinútil. Cuando volví a la explanada todoel mundo había desaparecido. No teníacoche, y decidí andar hasta unagasolinera cercana para pedir un taxi. Enplena oscuridad, recibí un golpe en lacabeza que me dejó inconsciente.Desperté con un foco que medeslumbraba por completoimpidiéndome ver el lugar donde estabao a las personas que me hacíanpreguntas.

Page 171: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Qué tipo de preguntas le hicieron?—Mi nombre y profesión, y sobre

todo, por qué había hecho aquellaspreguntas a Conan.

—Qué les respondió a esto último.—Algo así como que había leído algo

sobre ello y sentía curiosidad.Ventura apoyó los codos sobre la

mesa, juntó una mano con la otra yapoyó la barbilla sobre ellas.

—¿Y después? —preguntó tras unapausa.

—Después sentí un pinchazo en elcuello y desperté a la mañana siguienteen mi casa.

—Fue entonces cuando echó en faltasu agenda.

—Un poco más tarde, cuando tuve

Page 172: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

necesidad de tomar algunas notas.—¿Por qué no me contó todo esto

ayer, cuando hablamos del “Gran CircoRex”?

—No sé por qué no lo hice. Deberíahaberlo hecho —confesé.

El inspector Ventura me miraba deuna manera en la que podía percibir lareprobación, aquello me puso muynervioso porque tratándose de lapolicía, no sabes si al minuto siguientevas a estar detenido en una celda de lacomisaría. No dejaba de mirarme, loque me ponía más y más nervioso.Deduje que estaba calibrando lasinceridad de mis palabras.

—Había algo más en los bolsillos deConan —dijo de pronto.

Page 173: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Qué? —pregunté intentandomostrarme seguro de mí mismo.

Puso un arrugado papel sobre lamesa.

—Esto —dijo, y con un gesto meanimó a leerlo.

Lo cogí con una mano y leí en vozalta:

—“KV 4527”. ¿Qué significa? —pregunté, volviendo a dejar el papelsobre la mesa.

—Esperaba que usted o sus amigos,que tan aficionados parecen a este tipode acertijos, me lo dijeran.

—Pues lamento decirle que no tengoni idea.

Tras otra larga pausa, añadió elinspector:

Page 174: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Sigue usted siendo mi sospechosoprincipal en el asesinato de Conan. Noobstante…, no le voy a detener por elmomento, pero ándese con cuidado.

—Gracias —fue lo único que, enaquellas circunstancias, se me ocurriódecir.

—¡Váyase a casa! Por cierto, ¿qué talles fue la entrevista con Vólkov? —preguntó con desgana, sin mirarmesiquiera, haciendo como que ordenabalos papeles que había sobre su mesa.

—¡Ah!, nada importante —dije, yañadí—: una falsa pista.

—¿Qué les dijo? —insistió elinspector.

—Que se dedicaba al negocio del artey tenía una galería en Nueva York. Dijo

Page 175: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que era un… ¿cómo dijo?... ¡Ah, sí!, un“marchand d’art” o algo así. —Aproveché sus preguntas para preguntara mi vez—: ¿Por qué nos dijo que setrataba de un hombre muy peligroso?

—Recibimos la petición de Interpolde que vigiláramos estrechamente todossus movimientos. Quizá la galería y elnegocio del arte no sean más que unatapadera de negocios más turbios.

—¿Qué hay de Valieri? —preguntéseguro de que había sido investigadopor la policía a causa de sus mentiras ycontradicciones, y por su cercanía aConan.

—Se ha esfumado —respondió—.Ayer fui para hablar con él, y habíadesaparecido. Todas sus cosas están en

Page 176: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

su caravana, pero no hay ni rastro de él.—Igual que Conan.—Sí, pero no creo que Valieri esté

muerto.—¿Me permite otra pregunta?—Adelante.—¿Qué hacía usted la noche del

viernes en el “Gran Circo Rex”? No esposible que estuviera por mí. ¿A quiénestaba vigilando en realidad? ¿AConan?

—Son demasiadas preguntas —dijotras un instante de reflexión—. Pero leprometo que, en su momento, tendrátodas las respuestas.

Era tan tarde, y estaba tan cansado,que decidí tomar un taxi para volver acasa. Recapitulé los sucesos de las

Page 177: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

últimas veinticuatro horas —elparéntesis con Irene Adler había pasadoa un segundo plano— y me dije queresultaba irónico que hubiera empezadoel día enterándome por la prensa delhallazgo de un cadáver, y que terminarasiendo el principal sospechoso delmismo. Por otro lado, pensé en elespantoso ridículo que habíamos hechocon Vólkov y en la decisión de MycroftH. de apartarse del caso dejando quefuera la policía quien investigara. Teníahambre, y abrí el frigorífico con laesperanza de encontrar algo comestible.Cené algunos fiambres y dos cervezas,tras lo cual, me senté frente al ordenadorpara dar cumplida cuenta a mis amigosdel “Club de Holmes” de las novedades

Page 178: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que había en el caso. La más importantede ellas, que Conan había sidoasesinado, y que yo era el principalsospechoso del crimen.

Page 179: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 4

Watson discurre

Apenas dormí. Esa noche mis

pesadillas estuvieron pobladas por laimagen de Conan con la cabezadestrozada, tal como le había visto en lamorgue, y por series aleatorias denúmeros en movimiento que me hacíansentir como una especie de espectadorprivilegiado de un mátrix que soloexistía en mis sueños. Había un númeroque se repetía constantemente, el 6174.

Page 180: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Un número del que, hasta hacía dos días,no sabía absolutamente nada y ahora erauna de las claves para resolver no solola desaparición de Moriarty, sinotambién el asesinato de Conan.

Al despertar, la primera idea que mevino a la cabeza, como si fuera un avisode mi subconsciente, fue que Conan yMoriarty eran la misma persona, pero lodescarté de inmediato porque no habíaninguna razón objetiva que me llevara apensar eso.

Como todos los días, a las ocho enpunto de la mañana comencé mi jornadade trabajo en la Biblioteca Nacional. Nome resultó fácil concentrarme, porque acada instante, por más esfuerzos quehiciera para evitarlo, me encontraba

Page 181: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pensando en los acontecimientos del finde semana.

De pronto se me ocurrió que si, comotodo parecía indicar, estaba relacionadala desaparición de Moriarty con elasesinato de Conan, también debía haberrelación entre los mensajes que ambosnos dejaron. El de Moriarty era “Phi-6174-SOS”, y el de Conan, “KV 4527”.Los dos contenían letras y números, perono coincidía ninguno de ellos con losdel otro. Durante varias horas estuvedándole vueltas, incluso pensé que sibien la letra “Phi” del primer mensajepodía ser una alusión a Grecia, las letras“KV” del segundo podían serlo a lanomenclatura de las tumbas del Valle delos Reyes, en Egipto. ¿Acaso hacía

Page 182: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

referencia a las tumbas 45 y 27 deldicho Valle? Esa idea hizo que fuerahasta la sección de “Culturas Antiguas”y buscara información sobre talestumbas. La KV 45 estuvo destinada alnoble Userhet, supervisor del templo deAmón que vivió durante el reinado deTutmosis IV; en cuanto a la KV 27,apenas encontré información sobre ella:la falta de decoración hacía imposibledeterminar para quién fue construida latumba. Solo encontré dos datos querelacionaban ambas tumbas: las dosfueron excavadas bajo el reinado delfaraón Tutmosis IV, y, también las dos,habían sido desescombradas en los años90 del siglo XX por el arqueólogonorteamericano Donald P. Ryan. ¿Qué

Page 183: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pintaba el mundo antiguo en aquelacertijo?, me pregunté, y solo hallé unarespuesta: NADA. Era otra posible pistaque no conducía a ningún sitio, por loque volví desalentado a mi mesa. Fueentonces cuando se me ocurrió cogerpapel y lápiz y empezar a hacercombinaciones con las letras y númerosde los dos mensajes. De ahí a recordar aKaprekar y llegar a la sustracción de losdos números solo había un paso, y lo di.El resultado me dejó estupefacto. ¡Eraexactamente 1647, el número queaparecía en el anuncio de Vólkov!Resultaba imposible que se tratara deuna mera casualidad, y recordé entoncessu voz grave y angulosa diciendo: “SoyKonstantin Vólkov”. Konstantin Vólkov,

Page 184: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

KV. Sentí, lleno de alegría, que todoempezaba a encajar como las piezas deun puzzle. Estaba tan excitado por midescubrimiento que entréinmediatamente al blog para dar cuentade ello a Mycroft H. e Irene Adler, traslo cual, recogí todas mis cosas y,alegando un fortísimo —y falso— dolorde cabeza, anuncié que me iba a casa.

Ya en la calle, busqué en mi cartera latarjeta que nos había dado el inspectorVentura dos días atrás, y marqué sunúmero.

—¡Tiene que detener a Vólkov! —exclamé nervioso tan pronto escuché lavoz del inspector Ventura al otro ladodel aparato.

—¡Ah!, es usted, el detective

Page 185: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aficionado —respondió con palabrascargadas de ironía.

—¡Inspector, debe detener a Vólkov!—insistí—. Acabo de descubrir que estárelacionado con el asesinato de Conan ycon la desaparición de Moriarty.

Se produjo un prolongado silencio alteléfono durante el que intuí que elinspector Ventura ponía sus sentidos enalerta antes de preguntar:

—¿Qué es lo que ha descubierto?—¿Recuerda la nota que me enseñó?

La que apareció en uno de los bolsillosde Conan.

—Sí —respondió vagamente.—“KV 4527”, ¿lo recuerda?—Claro que sí.—KV son las iniciales de Konstantin

Page 186: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Vólkov, y el número es la diferenciaentre el que aparecía en el mensaje deMoriarty, y el del anuncio de Vólkov enel periódico.

—¿Está seguro?La estúpida pregunta me exasperó.—¡Haga usted la operación! —

respondí en tono ciertamente desabrido—; pero, por favor, detengan a Vólkov.Me temo que es la única persona quenos puede conducir al paradero deMoriarty.

—Está bien. ¿Dónde está usted ahora?—En la acera, frente a la Biblioteca

Nacional. He dicho en el trabajo queestaba enfermo y que me iba para casa.

—Entonces hágalo —ordenó Ventura—. Le tendré informado de las

Page 187: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

novedades que se produzcan.—De acuerdo —dije, pero estaba

mintiendo, porque ya había decididodirigirme al cercano Hotel Palace parapresenciar con mis propios ojos ladetención de Vólkov—, pero denseprisa, por favor.

Pocos minutos después estabaapostado en la acera contraria a laentrada del Palace. No tuve que esperarmucho hasta que aparecieron dos cochespoliciales, sin sirena, de los que bajaroncuatro hombres que entraronrápidamente al hotel. Esperaba ver saliresposado a Vólkov para ir rápidamentea mi casa e insertar la noticia en el blog,pero cual no fue mi sorpresa cuando,pocos minutos después de que hubieran

Page 188: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

entrado al hotel, vi salir, solos, a losmismos policías —uno de elloshablando por el móvil, supuse que conel inspector Ventura—, que subieron enel coches, y desparecieron del lugar.

Deduje que, después de la inocentevisita que le habíamos hecho el díaanterior los miembros del “Club deHolmes”, el pájaro había volado delnido, y con él, nuestras posibilidades dedesenmarañar la madeja y descubrir elparadero de Moriarty.

Derrotado, regresé a casa en el metro.Entendí el sentimiento de Mycroft H.cuando, reconociendo su insolvenciapara resolver aquel extraño asunto,había decidido tirar la toalla. Yo meencontraba en la misma situación: lleno

Page 189: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de frustración al verme incapaz deresolver el primer caso real al que meenfrentaba en toda mi vida.

Al llegar a casa me tumbé sobre lacama, cerré los ojos tratando derelajarme y, a pesar de lo agitado de lamañana, me invadió un sopor dulcelogrando que, en pocos minutos,estuviera profundamente dormido.

Desperté, un poco amodorrado, al filode las tres de la tarde. Lo primero quehice fue conectar el ordenador y entraral blog. Había dos comentarios a lainformación que había introducido porla mañana. El primero, de Irene Adler,era de felicitación por el gran paso quesuponía mi descubrimiento, y terminabapreguntando por la detención de Vólkov;

Page 190: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

el segundo, de Mycroft H., era deentusiasmo. Decía que ahora estabaseguro de la rápida resolución del caso,y se ofrecía para volver a Madrid ycontinuar la investigación —naturalmente, él todavía no sabía queKonstantin Vólkov no había sidodetenido—. Terminaba diciendo:“Teníamos que haber concedido másimportancia a los libros de Conan”.

Como es de suponer, ese comentariome dejó estupefacto. ¿Teníamos? ¿A quélibros de Conan se estaba refiriendo?Entonces recordé vagamente que en lacaravana de Conan, sobre una mesilla,había un par de libros. ¿Se referíaMycroft H. a esos libros? ¿Y a cuento dequé teníamos que haberles concedido

Page 191: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

más importancia?Rápidamente introduje una entradilla

en el blog para pedir aclaraciones aMycroft sobre este asunto y, porsupuesto, preguntarle, si es que lo sabía,sobre la temática de dichos libros o, almenos, los títulos.

En pocos minutos apareció publicadala respuesta de Mycroft H. Decíasimplemente: “Había dos libros en lacaravana de Conan cuyos títulos mellamaron la atención. El primero era:“Hechos y fantasías masónicas”, deEdward Sadler; el segundo: “The secrethistory of the Grand Lodge of Londonand Westminster Unified”, de RodneyChaitkin. Había algún que otro librotambién relacionado con la masonería,

Page 192: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cuyos títulos o autores no recuerdo. Vea,si le es posible, hacerse con un ejemplarde los libros que le he mencionado,sospecho que podemos llevarnos más deuna sorpresa”.

Con la información de Mycroft H.sobre la mesa, llamé a un viejo amigo,amante de los libros que, más por amora éstos que por negocio, regentaba unalibrería de viejo en la calle de lasHuertas, y le pregunté donde podríaconseguir, o consultar, dichos libros.Tras una rápida ojeada a sus archivos,me dijo tener referencias del primero,publicado en Londres en 1887 yprácticamente imposible de encontrar enla actualidad. Del segundo no sabíaabsolutamente nada, dudando incluso

Page 193: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que hubiera sido alguna vez traducido alespañol.

—¿Te interesan mucho? —preguntó.—Sí, mucho. ¿Hay alguna posibilidad

de que me localices cuanto antescualquiera de ellos, o los dos? —insistí.

—Mmmm… —pareció dudar duranteunos instantes—. Déjame que lo intente.En unos días te digo algo.

Dediqué el resto de la tarde a divagarsobre la deriva que estaban tomando losacontecimientos y volví a pensar en laposibilidad de que fuera Conan quien seescondía tras el alias de Moriarty yestuviéramos, por tanto, persiguiendo aun fantasma.

A eso de las siete recibí la llamadadel inspector Ventura para darme cuenta

Page 194: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de aquello que ya sabía, que Vólkovhabía dejado su habitación el díaanterior, por lo que no pudo serdetenido.

—¿Ha vuelto a Nueva York? —pregunté.

—No lo sabemos. Ni siquierasabemos si sigue en Madrid o ha huidovía Portugal o Francia. Lo único de loque estamos seguros es que no hatomado ningún vuelo con destino aEstados Unidos.

—Puede haberlo hecho con un falsopasaporte. ¿Han revisado las cámarasdel aeropuerto?

—Estamos en ello, pero sonveinticuatro horas de grabaciones lo queestamos revisando.

Page 195: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Quién es en realidad KonstantinVólkov? —volví a preguntar. Laprimera vez que le había hecho esamisma pregunta al inspector Ventura fuela noche en que nos conocimos en laCervecería Alemana, y la únicarespuesta fue una vaga alusión a lopeligroso que era ese hombre—. Y nome diga, como hace unos días, que noestá seguro.

Se produjo un largo silencio al otrolado del teléfono.

—Hemos hablado con el FBI —dijopor fin—, y lo único que puedo decirlees básicamente lo mismo: que noestamos seguros de a qué o a quiénrepresenta.

—No es mucho.

Page 196: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Es suficiente para empezar.—Recuerde que hay un hombre

desaparecido desde hace una semana:Moriarty, y temo que su supervivenciadependa de que seamos capaces deencontrarle lo antes posible.

—¿Ustedes han descubierto algo más?—preguntó, supongo, para no tener queresponder a mi comentario anterior.

Iba a responderle que no, cuandorecordé el súbito interés de Mycroft H.por lo libros que había en la caravanade Conan, y así se lo expuse alinspector, añadiendo que yo no veía quepudiera haber relación alguna entre unosantiguos libros sobre la masonería y elcaso que estábamos investigando.

—¿Sabe exactamente de qué tratan

Page 197: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

esos libros?—No —repuse—. No obstante, he

pedido a un amigo librero que intenteconseguir una copia de los mismos.

—Manténgame informado —pidió elinspector—, intuyo que esa pista puedeser importante —dijo, y colgó.

Pocos minutos después, mientrasestaba en la cocina preparándome unatortilla para cenar, ocurrió un sucesoinesperado que me llenó de gozo.Volvió a sonar el teléfono, y atendí lallamada sin prestar atención a quien lahacía. Escuche entonces su hermosa vozque dijo como un eco:

—¿Watson?—Irene… ¿Cómo estás?—He leído los últimos reportes de

Page 198: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft en el blog. ¿Tú crees que esoslibros pueden ser realmente importantespara resolver este asunto? —preguntó.Su voz me sonó a música celestial, yobservé con regocijo que seguíatuteándome.

—No lo sé. Pero Mycroft es… yasabes, muy perspicaz. Además de habervisto los libros en la caravana de Conan,debe de tener alguna otra razón que nonos ha dicho.

—Cuando se fijó en los libros quehabía sobre la mesa, recuerdo que leyóuna pequeña nota que había junto aellos.

—¡Es cierto! —exclamé. Yo tambiénme había fijado en eso, pero al nodecirnos nada di por supuesto que la

Page 199: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

nota no decía nada relevante—. ¿Túcrees que Mycroft nos ocultainformación?

—No creo —dijo Irene tras una pausalo suficientemente larga como parahacerme pensar que no estabacompletamente segura de ello.

—Yo tampoco —dije, a pesar de quetampoco estaba totalmente seguro.

—Watson —dijo Irene de pronto—,me voy para Madrid. Intuyo que van apasar cosas importantes, y quiero estarallí cuando eso suceda.

Solo se me ocurrió preguntar:—¿Le dirás a Mycroft que venga

también?—No. Claro que no. Es una decisión

que debe tomar él. Que haga lo que

Page 200: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

considere conveniente.—Mi casa no es muy grande, pero no

hace falta que te diga que te puedesquedar aquí. Hay sitio de sobra para losdos.

—Te lo agradezco, Watson. Mieconomía no es muy boyante.

—No se hable más. ¿Cuándo llegas aMadrid?

—Mañana a las 10 llega mi tren a laestación de Atocha.

—Allí estaré.—Gracias. Oye… —escuché que

decía justo cuando iba a colgar elteléfono.

—Dime.—Solo quería decirte que estoy

segura de que vamos a hallar a Moriarty.

Page 201: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Yo también. Hasta mañana.Cerré los ojos, feliz, y permanecí

durante unos instantes regodeándomecon la perspectiva de que, Irene y yo,íbamos a estar juntos, y solos en micasa, durante unos días. De pronto, enpleno éxtasis, al darme cuenta de queíbamos a estar en mi casa, abrí los ojosespantado y miré alrededor: la casaestaba manga por hombro, ropa suciaencima del sofá, pequeños enredossobre cualquier superficie horizontalsusceptible de ser aprovechada, platosen el fregadero desde… no sabía desdecuándo. Recordé la promesa que mehice, el mismo día en que empecé avivir solo, con respecto a la limpieza yel orden en mi nueva casa. ¿Cuándo

Page 202: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

perdí el control sobre el espacio quehabitaba? Preferí no responderme a esapregunta y me dispuse a dejar mi casa,esa misma noche, en perfecto estado derevista.

Empecé por la habitación que habríade ocupar Irene. Durante años habíahecho las veces de trastero y habíavarias cajas de cartón vacías que en sumomento habían sido envases depequeños electrodomésticos y de losdistintos aparatos electrónicos que habíacomprado durante aquellos años. Conellas hice mi primer viaje de la noche alcontenedor de basura.

Hasta las tres de la mañana, mientrasla lavadora no cesaba de hacer sutrabajo, estuve pasando la aspiradora,

Page 203: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

fregando suelos, lavando platos,cambiando camas, reorganizando lacocina con un criterio racional, quitandopolvo y ordenando la casa. Al terminar,miré satisfecho mi obra. Parecía unacasa distinta a la mía y pensé que hacíamuchos años que no resultaba tanagradable estar en mi apartamento, peroestaba tan agotado que, tras disfrutarlodurante unos minutos, me fui a la camano sin antes poner el despertador paraque sonara a las ocho en punto de lamañana.

Por la mañana estaba tan nerviosoque, tras ducharme y hacer la cama —norecordaba lo complicado que era haceruna cama sin arrugas, por lo que medemoré muchos minutos en ello—,

Page 204: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

preferí irme a desayunar a la estación,porque no me entraba bocado —¿o fuepara no ensuciar lo que tanto me habíacostado limpiar?—.

Antes de salir de casa, llamé altrabajo para comunicar que seguía conmis fuertes dolores de cabeza y quetampoco podría acudir ese día a laBiblioteca. Me dije a mí mismo que siquería aprovechar los días que Irene ibaa permanecer en Madrid para estar conella, debería tomarme unos días devacaciones, o conseguirme una bajamédica, y decidí que, puesto que yaestaba enfermo, lo más prudente sería iral médico para que me diera la baja.

El tren llegó con un par de minutos deadelanto y de él se apeó Irene Adler.

Page 205: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Venía hacia mí, arrastrando su pequeñamaleta con ruedas, con paso decidido yuna amplia sonrisa. Su pelo, que semecía al compás de sus pasos, y laimagen de dignidad perversa quetransmitía, hacía que, a pesar de caminarrodeada por decenas de personas quehabían bajado con ella del tren, solotuviera ojos para ella.

Me dio un par de besos, apenas unroce en las mejillas, y preguntó concortesía:

—¿Hace mucho que esperas?—Acabo de llegar —mentí.Intenté entonces apoderarme de su

pequeña maleta, pero ella no lopermitió.

Salimos al exterior de la estación,

Page 206: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

donde tomamos un taxi y di al conductorla dirección de mi casa. Durante eltrayecto apenas hablamos, y cuando lohicimos fue con esas frases que sesuelen decir cuando no se sabe qué deciro de obviedades del tipo: “¿Entonces,cuantos días te vas a quedar?”.

Una vez que se hubo instalado, nossentamos en el salón e hicimos de nuevo—siempre era posible que se nosescapara un detalle decisivo— unasomera recopilación de lo acontecidodesde que recibimos el mensaje desocorro de Moriarty. Llegados a estepunto, vislumbramos que lo másimportante era esclarecer el nexo deunión que indudablemente había entreConan y Konstantin Vólkov.

Page 207: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Qué relación puede haber entre unartista de circo y un marchante de artede Nueva York? —se preguntó en vozalta Irene—. ¿Dirías que Conan eraespañol? —me preguntó de pronto.

—Sí —respondí—. Al menos yo nopercibí ningún acento extranjero cuandole vi actuar.

—Sin embargo Vólkov, aunque viveen los Estados Unidos, es ruso —apuntóIrene buscando una relación queaparentemente no existía.

—Ambos estaban en Madrid losmismos días —apunté—, ¿no te pareceuna extraña coincidencia?

—Sí —dijo ella, y añadió—: Yambos manejaron un número cuya sumaera la constante de Kaprekar de la que

Page 208: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

nos habló Mycroft H.—Número que a su vez incluyó

Moriarty en su mensaje. ¿No crees quedeberíamos incluirle también en lapregunta?

—¿Qué quieres decir?—Que puede que la pregunta que

debemos hacernos no sea qué relaciónhabía entre Conan y Vólkov, sino entreellos y Moriarty.

Irene quedó pensativa al percatarsede que, de una u otra manera, los datoscon que contábamos provenían no dedos, si no de tres personas. De pronto,como si se hubiera producido undestello en mi cabeza, exclamé:

—¡Ucrania!—¿Qué? —preguntó Irene sin

Page 209: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

comprender mi alborozo.—Que Vólkov no es ruso, sino

ucraniano. Cuando hablamos con él mellamó la atención su acento. Estabaseguro que no era ruso, pero en aquelmomento no pude identificarlo.

Irene me miró escéptica, y preguntósorprendida:

—¿Puedes distinguir el acentoucraniano de otros acentos eslavos?

—Durante un tiempo salí con unapianista de Kiev.

— ¡Ah! —exclamó—. ¿Y crees que elhecho de que Vólkov será ruso oucraniano afecta en algo a este caso? —preguntó Irene con cierta sorna.

—Supongo que en nada, porque élnunca dijo cual era su nacionalidad.

Page 210: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Solo que vivía en Nueva York.Irene comenzó de pronto a reír.—En cualquier caso, no deja de tener

su aquel: un tipo con nombre ruso yacento ucraniano, que vive en losEstados Unidos. El paradigma delhombre cosmopolita.

Me molestaron las risas de IreneAdler, porque tuve la impresión de quese estaba burlando de mis observacionessobre el acento de Vólkov.

—No me hace gracia —dije muyserio.

—Disculpa —se excusó—. Solo erauna broma. Estoy muerta de hambre —dijo tras una pausa—, ¿quieres quesalgamos a cenar?

—Mejor preparo yo algo de pasta.

Page 211: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

¿Te gusta la pasta?—Me encanta la pasta.Entre los dos preparamos unos

estupendos tallarines con queso yalbahaca. Durante el tiempo queestuvimos en la pequeña cocina de miapartamento preparando la comida, huboalgunos momentos de complicidaddifíciles de explicar. Veía a Irenerelajada y a gusto, como si aquelmomento fuera un instante especial ennuestras vidas y ambos fuéramosconscientes de ello.

Habíamos empezado a comer cuandosonó el teléfono. Era mi amigo ellibrero.

—He dado con alguien que ha leídoel libro de Sadler —me dijo—. “Hechos

Page 212: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

y fantasías masónicas”.—¿Y?—Como te dije fue publicado en

Londres en 1887. Parece que suimportancia reside en que, por primera ycasi única vez, revela una escisión quese produjo en la masonería inglesa en1832 que pasó a denominarse “La Ordende los Iluminados”.

—¿Y por qué es tan importante esaescisión? —pregunté intrigado.

Sin duda, mi amigo el librero estabaesperando esa pregunta, porque ya él lahabía hecho antes. Carraspeó paraaclararse la voz, y comenzó a hablar:

—El nombre de “Iluminados” loadoptaron porque, en cierto modo,pretendían convertirse en los

Page 213: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

continuadores de la Orden fundada en1776, con el mismo nombre, por AdamWeishaupt, un profesor de Derechocanónico de la Universidad deIngolstadt, en Baviera. Les copiaron entodo, incluido que los Iluminados tenían13 grados de iniciación en lugar de los33 de la Gran Logia de Londres. Laprimitiva “Orden der Illuminaten” deBaviera tenía un carácter absolutamenteocultista, contrario a la monarquía y lareligión, y tenía la voluntad de conspirarpara cambiar la situación política de lasnaciones con arreglo a sus principios.Por ejemplo, aunque en el siglo XIXcuando se escribió la obra, solo seinsinuaba la participación de losIluminados en la génesis y desarrollo de

Page 214: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la Revolución Francesa, es algo que hoyestá absolutamente comprobado.Probablemente, la Revolución Francesano hubiera pasado de una simplerevuelta popular sin la expresaintervención de los Iluminados que,desde la sombra, la dirigieron.

Me pareció francamente exagerado sucomentario sobre el papel de los“Iluminados” en la RevoluciónFrancesa. ¿Cómo es posible que lo queno era más que una secta formada porapenas unos cientos de hombresprovocara un terremoto político y socialde tal magnitud? Pensé que, sin duda, elestudioso de un tema tiende magnificarla influencia del objeto estudiado en lasociedad de su época, por lo que preferí

Page 215: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

obviar el asunto.—¿Qué ocurrió con esa escisión de

1832? ¿Qué fue de la “Orden de losIluminados”? —pregunté.

—Mi amigo, que como ya teimaginarás es un estudioso de lamasonería, cree que la nueva “Orden delos Iluminados”, tras la escisión de laGran Logia de Londres, se trasladó aAmérica. Primero a Filadelfia y despuésa Nueva York.

—¿Cree? —pregunté, extrañado deque un experto en la materia noconociera más detalles de esa ordenmasónica.

—Según él es el grupo masónico quemás se ha preocupado por mantener ensecreto a sus miembros, y sus fines.

Page 216: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—O sea, que se trata de un libro que,en principio, solo puede interesar a losestudiosos del tema.

—Más o menos —concluyó—, y másespecíficamente a los estudiosos de losIluminados.

Esas afirmaciones de mi amigo medejaron caviloso. ¿Quería eso decir queConan era un especialista en ciertosaspectos de la masonería? Y, encualquier caso, ¿por qué era esoimportante para nuestro caso? ¿Por quérazón le había dado tanta importanciaMycroft a la presencia de aquelloslibros en la caravana de Conan?

—¿Y del segundo libro? —pregunté.—Eso es todavía más extraño, porque

“The secret history of the Grand Lodge

Page 217: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

of London and Westminster Unified” fuepublicado en 1909 por un miembro de laLogia, que fue inmediatamenteexpulsado y condenado al ostracismo;los libros, retirados de la circulación ydestruidos. En realidad, nadie sabe quéclase de secretos se contaban sobre laGran Logia de Londres. —Hizo unapausa, tras la que, con sumo interés,preguntó de improviso—: ¿Tú has vistoese libro?

—Sí —repuse, y de pronto me dicuenta de que aunque mi afirmación eratécnicamente cierta, en realidad nopodía asegurar que fuera exactamenteese libro el que estuviera allí—. Bueno,en realidad, fue un amigo mío el quepudo leer el título del libro.

Page 218: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Si ese libro existe —dijo el librero—, es posible que sea el único ejemplarque hay en el mundo, por lo que puedevaler literalmente su peso en oro.¿Puedes decirme dónde lo habéis visto?—preguntó con sumo interés.

Naturalmente, no era el caso de queyo le hablara del “Club de Holmes”, dela desaparición de Moriarty que noshabía llevado a intervenir en el caso, odel asesinato de Conan, del cual yopasaba por ser el principal sospechoso.

—No puedo decírtelo —le dije conpesar—, pero te prometo que cuandotodo este lío se haya resuelto, te contarédónde y en qué circunstancias he visto ellibro.

—De acuerdo —repuso el librero—.

Page 219: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

No hace falta que te diga que sinecesitas alguna información que yopueda darte, ya sabes dóndeencontrarme.

—Gracias por todo, amigo.Tras colgar el teléfono me senté de

nuevo en la mesa, desde donde Irene nohabía dejado de mirarme tratando dededucir, por mis palabras, el contenidode la conversación.

— La comida se ha enfriado —dijetras llevarme unos espaguetis a la boca.

—Cuéntame —dijo ella, y llenó micopa de vino.

Entre sorbo y sorbo, la puse alcorriente de la conversación que habíamantenido con mi amigo librero sobrelos extraños libros de Conan, mientras

Page 220: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la comida seguía enfriándose.—¿Crees posible que Mycroft H. se

equivocara al decirte los títulos de loslibros? —preguntó.

—Parecía muy seguro cuando me lodijo. Además, podría haberseequivocado en una o más palabras, perono decirme un título por otro. No mecabe duda que, si me dijo que eran esoslos libros que vio, es porque ciertamenteestaban allí.

—Tienes razón. No parece MycroftH. uno de esos hombres que hablan porhablar. —Tras una pausa durante la queIrene parecía estar muy concentrada enun pensamiento, dijo—: Tenemos quepreguntar a Mycroft qué decía la notaque leyó en la caravana de Conan.

Page 221: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Como si nos hubiéramos puesto deacuerdo para hacerlo, nos levantamos delas sillas al mismo tiempo y fuimoshacia mi mesa de trabajo sobre la queestaba, permanentemente conectado, miordenador. Entré al blog, y escribí:“Para Mycroft H.: tanto Irene Adlercomo yo recordamos que, en la caravanade Conan, sobre su mesa, había una notaque leíste. ¿Qué decía exactamente esanota?”.

—¿No vas a contar en el blog lo quehemos averiguado sobre los libros? —preguntó Irene.

—Sí, más tarde —repuse.En realidad temía que Mycroft H. se

estuviera guardando alguna carta en lamanga, y decidí hacer lo mismo. Si nos

Page 222: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

decía el contenido de la nota, yo lecontaría todo lo que sabíamos sobre loslibros de Conan.

Debíamos esperar a que Mycroft noscontestara, pero Irene Adler, siempreinquieta, no podía esperar. Al cabo demedia hora de andar de un lado paraotro como un león enjaulado, dijo condeterminación:

—Vayamos a la caravana de Conan.—¿Ahora? —pregunté sorprendido

por su proposición.—Sí, ahora —insistió—. Podemos

intentar entrar en la caravana de Conansin que nadie se dé cuenta y registrarla.Además —añadió, sin duda paraanimarme a hacer aquella locura—, lanota que leyó Mycroft H. debe de seguir

Page 223: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

allí.—Estás loca, Irene. Te recuerdo que

yo fui atacado allí hace solo unos días.—Había más libros —continuó Irene

como si no hubiera escuchado misreservas—. ¿No te gustaría saber quéotros libros leía Conan además de lostítulos que te ha dado Mycroft?

—¡Claro que me gustaría!—Entonces intentémoslo. —Irene

hablaba mirándome fijamente a los ojospara infundirme la fuerza que a mí mefaltaba— Te prometo que, al másmínimo problema, nos volvemos. —Tras una pausa en la que yo seguí sincontestar, dijo—: La vez que estuvimosallí fue siguiendo una corazonada tuya,miramos con atención las cosas que

Page 224: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

había en la caravana, pero apenashallamos nada sospechoso, porque enrealidad no sabíamos qué buscar, peroahora sabemos que Conan estáimplicado y que ha sido asesinado porello. En el lugar donde vivía tiene quehaber pistas que nos digan qué sabíaConan, y por qué fue asesinado.

Fue este último argumento de IreneAdler el que me convenció para intentarcolarnos en la caravana de Conan. Mirémi reloj: eran poco más de las seis de latarde y la primera sesión debía estar apunto de empezar.

—De acuerdo —dije—. Vamos allá,pero prométeme que lo dejaremos tanpronto yo lo diga.

—Te lo prometo.

Page 225: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Estuve seguro de que, en aquellosmomentos, Irene Adler me habríaprometido cualquier cosa con tal desalirse con la suya.

Bien entrada la noche, nos vestimoscon las ropas más oscuras de nuestroarmario, me hice con una pequeñalinterna que usaba cuando salía deexcursión y, tras comprobar que todavíafuncionaban las pilas, bajamos a la calley tomamos un taxi. Le pedí al conductorque nos dejara en la estación de servicioque había visto, a unos cientos de metrosdel circo, la noche en que fui atacado.Desde allí, en una relativa oscuridad,pues la luna estaba en cuarto menguante,andando con cuidado de no tropezar porun estrecho camino de tierra, nos

Page 226: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

dirigimos hacia donde estaba el “GranCirco Rex”.

En las cercanías de la entradaprincipal, nos parapetamos tras unosarbustos para vigilar el movimiento delos guardas. En aquel lugar reinaba elmás absoluto silencio, solo perturbadopor el canto de un insistente grillo. Miréal cielo, donde miles de lucesparpadeaban como candiles y sentí tantomiedo que estuve a punto de echar acorrer. Miré a Irene que, a mi lado,vigilaba con la tensión de un felinocualquier movimiento que pudiera haberen el entorno, y eso me tranquilizó.

Los dos sabíamos dónde estabasituada la caravana de Conan, y haciaella nos dirigimos dando un rodeo para

Page 227: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

evitar pasar por zonas al descubierto.Estábamos a unos metros de nuestroobjetivo, cuando escuchamos pisadas anuestra izquierda. Se acercaban dospersonas que hablaban en susurros.Rápidamente nos echamos al sueloescondiéndonos bajo las ruedas de otracaravana para evitar ser descubiertospor los dos hombres —seguramentevigilantes— que pasaron a solo unoscentímetros de nuestras cabezas. Separaron junto a la caravana bajo la cualnos escondíamos y vimos el haz de luzde una linterna que se movía por elsuelo. Ahora podíamos escuchar susvoces, pero no entendimosabsolutamente nada, porque hablaban enárabe. Temeroso de que nos hubiera

Page 228: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

descubierto, asomé con cuidado lacabeza y pude ver el perfil de uno deellos. Era un hombre de mediana edad yaspecto rudo. Estaba fumando uncigarrillo y, sin duda, por su miradaausente y algunas muecas que hacía conla boca, estaba meditando sobre algúnasunto que le preocupaba. Volví aocultarme por completo y agarré lamano de Irene con fuerza. Parecía estartan tranquila como nervioso estaba yo;de hecho, fue ella la primera en salir denuestro escondite una vez que sehubieron alejado los vigilantes. Seacercó a la caravana de Conan con unatarjeta de crédito en la mano, y abrió lapuerta en un santiamén. Tenía quepreguntarle dónde había adquirido

Page 229: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aquella habilidad. Entró, y yo la seguí.—Ya estamos aquí —dijo ella en un

susurro. Yo tenía el corazón a punto deestallar y, aunque hubiese querido, nome salían las palabras del cuerpo—.¿Llevas la linterna? —preguntó.

Temiendo haberla perdido cuando mearrastraba por el suelo, la busqué en elbolsillo, y, afortunadamente, allí estaba.Se la puse en las manos mientras lesusurré:

—Ten cuidado, por Dios.—Siempre lo tengo —repuso ella sin

mirarme.Con buen criterio, enfocó primero

sobre el suelo para poder movernos sintropezar con los obstáculos que pudierahaber, y después fue ampliando el radio

Page 230: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de acción del débil foco de la linternamoviéndola en círculos concéntricos.

Decidimos empezar la inspección porla mesa que había junto a su cama. Todoparecía estar igual que la anterior vezque estuvimos allí, todo excepto lospapeles desordenados que había sobrela mesa —que ahora aparecía libre deellos—, incluida la nota que habíaojeado Mycroft H.; Irene la buscó en elsuelo, bajo la mesa, entre los libros,sobre la cama, pero fue inútil, la notahabía desaparecido.

—Valieri —dijo simplemente.—Debió volver para retirar la nota

después de habernos ido nosotros.Menos mal que antes la leyó Mycroft H.Enfoca a los libros.

Page 231: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene enfocó la linterna a los lomos delos libros que aparecían apilados sobrela mesa, y comenzó a leer sus títulos:

—“Nuevo Análisis Transaccional”,“Hechos y fantasías masónicas”, “Losmecanismos de la mente humana”,“Problemas y curiosidadesmatemáticas”, “Ahiman Rezon”, “Thesecret history of the Grand Lodge ofLondon and Westminster Unified”…

Recordé los comentarios de mi amigolibrero sobre la rareza de este últimolibro. La única manera de comprobar sise trataba del mismo que él pensaba eracomprobar su fecha y lugar depublicación.

—Pásame ese último —pedí a Irene.Cuando lo tuve en mis manos

Page 232: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

comprobé, por la tipografía y estado delas tapas, que se trataba de un libroviejo, lo abrí por las primeras páginas ypedí a Irene que acercara el haz de lalinterna. Rápidamente encontré lo quebuscaba, al pie de una de las páginas, enbonita letra cursiva, leí: “Published inLondon, England, in 1909”. Mi amigohabía dicho que todos los ejemplares deese libro habían sido localizados ydestruidos, y su autor condenado alostracismo por la Logia. Algunainformación debía contener el libro quela Gran Logia de Londres no estabadispuesta a que se supiera. De pronto,algo que había entre las páginas dellibro cayó al suelo. Era un mapa delmetro de Londres en formato

Page 233: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

desplegable. En ese momento no mellamó la atención la aparición del mapadel metro de Londres —cabía laposibilidad de que fuera ese el próximodestino del circo, y Conan estuvierafamiliarizándose con el mapa de laciudad—, y no creí que fueraimportante, no obstante lo recogí consumo cuidado y volví a ponerlo entre laspáginas del libro.

—Coge también el segundo libro —lepedí a Irene señalando con la linterna—.Sí, ése: “Hechos y fantasías masónicas”.

—¿Para qué? —preguntó ella.—Nos llevamos estos dos libros —

respondí—. Estoy seguro de que, dealguna manera, contienen informaciónsobre el caso.

Page 234: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Bien —dijo ella cogiendo el libroy entregándomelo—. Sigamos buscando.

Me pasó la linterna y la alumbré paraque ella revolviera en los cajones,buscara entre sus vestidos y capas queestaban colgados en una barra metálica,la bolsa de aseo e, incluso, debajo de lapequeña cama.

—Es curioso —musitó Ireneextrañada.

—¿El qué?—No hay ni un solo objeto personal

en toda la caravana. Es como si todo loque hay no fuera más que atrezo teatralpara dar la impresión de que aquí havivido alguien.

—Lo libros —dije yo que, quizá pordeformación profesional, siempre he

Page 235: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pensado que un libro es una de las cosasmás personales que puede poseer unhombre.

—Sí, los libros. Han debido pensarque no eran más que herramientas detrabajo para Conan.

—Mira dentro, por si hubiera algo.Irene dio un rápido repaso a las

páginas de cada uno de los libros sinhallar nada significativo en ninguno deellos, salvo en el que llevaba por título“Ahiman Rezon”, del que extrajo unacuartilla, doblada en dos.

—¿Qué es? —pregunté.—Nada —repuso Irene—. Palabras

en inglés. Supongo que Conan estabaaprendiendo inglés —dijo. Volvió aponer el papel dentro del libro, y lo dejó

Page 236: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

en su lugar.Hizo una pequeña pausa durante la

que volvió a echar una rápida ojeada alcontorno, suspiró, y dijo:

—Pienso que no hay nada más quever. ¿Nos vamos?

—Creí que nunca lo ibas a decir.Apagué la linterna y esperamos unos

minutos para acostumbrarnos a laoscuridad, después nos deslizamos alexterior y, con total sigilo, salimos delrecinto del circo.

Inquietos, y volviendo la vista atráscada pocos metros, retornamos por elcamino de tierra hasta la estación deservicio, desde donde llamamos a untaxi que nos devolvió a casa.

—Nunca había robado —dije cuando

Page 237: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

puse los dos libros sustraídos de lacaravana de Conan sobre mi mesa detrabajo.

—Considera que son un préstamo —apuntó Irene, despreocupada.

Entre unas cosas y otras se habíahecho muy tarde y, después de laincursión que habíamos hecho al circo,estábamos agotados, por lo queenseguida nos fuimos a la cama.

No fue hasta la mañana siguientecuando vimos en el blog la respuesta deMycroft sobre el contenido de la nota.Decía simplemente: “Parecía el iniciode una carta, que comenzaba diciendo:Deberemos ir a Londres si…”.

“Deberemos ir a Londres”, repetímentalmente una y otra vez con la

Page 238: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

esperanza de que, a fuerza de repetirlo,se me ocurrieran las razones que teníaConan para ir a Londres. ¿Conan, yquién más, porque utilizaba un plural?Además estaba el condicional: “si”. ¿Siqué? —me pregunté.

—Tengo la sensación —dije en vozalta, aunque sin dirigirmeespecíficamente a Irene— de quetenemos muchas piezas, no todas, peromuchas piezas de un puzzle, que nosabemos ordenar.

—¿Por qué no hacemos un resumen detodo lo que hemos averiguado desde elprincipio?

—¿Otra vez? —repuse cansado deestar, una y otra vez, dando vueltas a lamismas cosas, sin llegar a ninguna

Page 239: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

conclusión.—¿Tienes tú una idea mejor?—No. Realmente, no.—Pues entonces empecemos.Recordé que, obsesionados como

estábamos con el caso, todavía nohabíamos desayunado.

—Necesito un café —dijedesalentado.

—Tienes razón. Desayunemosprimero. No se puede pensar con elestómago vacío.

El desayuno fue rápido y frugal, sobretodo porque Irene estaba deseandoempezar a trabajar con los datos queteníamos. Terminado el mismo, Irene sesentó sobre la alfombra y yo lo hice enmi silla de trabajo, frente a ella.

Page 240: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—A ver —dijo—, repasemos todo denuevo a partir del día que recibimos elmensaje de Moriarty.

—Al cabo de unos días sin saber deél, decidimos vernos ese fin de semanaen Madrid para investigar sudesaparición.

—Mycroft H. descubrió que la letragriega y el número que aparecía en elmensaje tenían un significado especial.Aunque, si te soy sincera —dijo Irenecon expresión pícara—, no recuerdocual era ese significado.

—Espera.Fui en busca de mi agenda, donde

había anotado meticulosamente lasexplicaciones que Mycroft H. nos habíadado sobre el significado de phi y del

Page 241: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

número 6174, para repasarlo con ella.De vuelta en mi silla, la abrí y busqué enlas últimas páginas. De pronto vi algoque si bien al principio no terminaba decomprender, me dejó estupefacto.

—¿Qué pasa? —se interesó Irene,extrañada por mi gesto de asombro.

—Aquí hay algo que no he escrito yo—dije sin terminar de entender todavíaqué hacían allí aquellas palabras—.Parece una dirección.

—¿Qué pone?Leí en voz alta:—60, Great Queen St., London WC2B

5AZ.—¡Londres otra vez! —exclamó

Irene.—Sí, pero ¿quién ha escrito esto en

Page 242: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mi libreta? —me pregunté en voz alta.—¿Quién ha tenido la oportunidad de

hacerlo? —respondió Irene.Reflexioné durante unos instantes.—La única persona que pudo hacerlo

fue la que me agredió la noche en que fuial circo. Esa noche perdí mi agenda,mejor dicho, alguien me la robó, yapareció días después en los bolsillosdel cadáver de Conan.

—Está claro entonces —dijo Irene—,fue Conan quien te atacó y luego robó tuagenda.

—No sé —repuse lleno de dudas,porque en el fondo siempre habíadescartado la posibilidad de que fueraConan la persona que me había atacadoaquella noche—. Intuyo que hay algo

Page 243: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que no termina de encajar.Recordé entonces el mapa del metro

de Londres que había caído de entre laspáginas del libro de Conan cuando lomanejaba en la caravana, y corrí abuscarlo. Lo desplegué sobre el suelobuscando algo que me llamara laatención, y allí estaba, marcado con unrotulador de tinta roja, un grueso círculosobre la estación de metro de CoventGarden.

Primero fue el raro libro, publicadoen Londres, en poder del mago; después,el mapa del metro de Londres guardadoentre las páginas de ese libro; y porúltimo, la dirección de Londres que —todo apuntaba a que, él mismo— habíaanotado en mi agenda. Eran demasiados

Page 244: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

los indicios que señalaban a Londrescomo para pensar que pudieran ser uncúmulo de casualidades. Tomar ladecisión de que teníamos que ir a lacapital británica para intentar averiguarqué buscaba allí Conan, no fue más queun paso natural, dictado por lascircunstancias.

—Deberemos ir a Londres —dijeremedando la frase que iniciaba la cartade Conan encontrada por Mycroft H.

—Supongo que sí —fue la respuestade Irene Adler—. Pero deberías escribiren el blog a dónde vamos, y por qué.Yo, mientras tanto, prepararé algo deequipaje. ¡Ah! También tendrías quellamar al inspector Ventura y decírselo,pero, por favor —añadió con una

Page 245: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

maliciosa sonrisa—, omite nuestraexcursión de anoche.

Page 246: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 5

Inesperado viaje a Londres

Watson e Irene tomaron el primer

vuelo que salió de Barajas con destino aLondres, a donde llegaron yaanochecido. Una fina y persistentellovizna caía sin cesar sobre elaeropuerto de Heathrow, y las luces delos coches que iban y venían por laautopista que conducía a la ciudad sereflejaban sobre el húmedo asfaltoproduciendo tenebrosos efectos de neón.

Page 247: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Ambos habían estado en anterioresocasiones en la capital británica, peronunca de una manera tan brusca einesperada, por lo que, cuando tomaronel taxi, no supieron qué dirección darleal conductor.

Fue cuando faltaban pocos kilómetrospara llegar a la ciudad cuando Irenerecordó la dirección de un Bed &Breakfast en el que se había alojadounos meses antes.

—Está bastante céntrico y, además,no es caro.

—Me basta con que no hayacucarachas —dije yo.

Era una casa de cuatro plantas sinascensor con fachada de ladrillo, másparecida a una fábrica de época

Page 248: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

victoriana que a una casa de huéspedes,situada en Brewer Street, una tranquilacalle en pleno centro del Soho. Enrecepción les dieron la llave de suhabitación, una pequeña estancia en lasegunda planta, sin ascensor.

Irene miró los folletos que habíasobre el mostrador de la recepción, ycogió el que era un mapa de la zonacentro de Londres.

—Nos vendrá bien de momento —dijo—, pero mañana deberíamoscomprar un mapa más completo de laciudad.

—No venimos a hacer turismo —repuse secamente.

Irene ignoró mi comentario, y echó aandar hacia donde el recepcionista había

Page 249: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

señalado que estaba la escalera. Laseguí escaleras arriba y, al cabo de unosminutos, estábamos en la habitación quenos había dado. “Al menos está limpia”,pensé. Pero había un pequeño problema,si es que así podía llamársele: había unasola cama.

Irene me miró, interrogándome conlos ojos, y yo me encogí de hombrospara indicar que no me importaba.

La situación tenía algo de cómica: losdos, parados frente a la cama sin saberqué hacer. Por fin, Irene puso su mochilasobre uno de los lados de la cama.

—Después de todo —dijo—, solo espara dormir. Yo prefiero este lado —añadió mientras se sentaba sobre elcolchón para comprobar su dureza—,

Page 250: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

¿te importa?—Claro que no —respondí, y añadí

con sorna—: después de todo, solo espara dormir.

Ambos reímos la broma, y notumbamos sobre la colcha paradescansar un rato antes de bajar parabuscar un sitio donde cenar algo.

—¿Qué crees que vamos a encontrar?—preguntó Irene de pronto sin apartarlos ojos del techo.

—¿Dónde?—En el 60 de Great Queen Street.—No tengo ni idea.Irene se incorporó sobre la cama,

extrajo de su bolso el mapa que habíacogido en la recepción, y lo extendiósobre la cama.

Page 251: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Qué miras? —pregunté condejadez.

—¿Por qué crees que Conan señalóen su mapa la estación de metro deCovent Garden?

Me encogí de hombros.—¿Porque donde tenía que ir estaba

cerca y era allí donde debía de apearsedel metro? —sugerí.

—O porque allí tenía que ver algo oencontrarse con alguien.

Estaba demasiado cansado yhambriento como para iniciar unadiscusión con Irene. Elucubrar sobre lasrazones que pudo haber tenido Conanpara señalar en rojo el nombre de unaestación de metro de Londres noconducía a ningún sitio. Al menos hasta

Page 252: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que llenara el estómago.—Con el estómago vacío no puedo

pensar —dije entonces.—Sí —apuntó ella, y miró su reloj—,

además se está haciendo demasiadotarde.

—Pues no hablemos más —repuso, y,casi de un salto, se levantó de la cama.

Ella, más indolente, se incorporódespacio, extrajo su bolsa de aseo delequipaje, y se metió en el cuarto debaño. Pasados quince larguísimosminutos salió con la cabellera másordenada y retoques en el maquillaje.

—Ya estoy lista —anunció.Bajamos las escaleras y me fijé que

había cambiado el recepcionista: ahoraera un hombre de color, de mirada

Page 253: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cetrina y grande como un armario de doscuerpos, que nos miró fijamente alpasar.

La calle Brewer había cambiado porcompleto durante el escaso tiempo quehabíamos permanecido en la habitación.Ahora ya no era la calle tranquila yapacible, a un paso de PiccadillyCircus, que había visto a nuestrallegada, sino una calle sórdida,flanqueada de tugurios de los que, alabrir la puerta, se escuchaba todo tipode músicas, desde rock duro hasta salsa,pasando por la vieja música de losochenta. Hombres malencarados,pandillas de jóvenes bulliciosospasados de copas, y travestís que hacíanla carrera moviendo el trasero con

Page 254: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

descaro tomaban las aceras. En unaesquina, uno de ellos, alzado sobre unosimponentes tacones, meaba sinproblemas soltando un potente chorrocontra la pared. Sonreí ante elespectáculo y, al advertirlo, apuntóIrene:

—Te dije que era un bed & breakfastcéntrico y barato, nada más.

Reí abiertamente por la frase deIrene, que sonaba a intento de disculpa.

—Si no me importa —aseguré, y eracierto—, solo espero que no terminemosen un rincón con un tajo en el cuello —añadí con sorna.

—¡Por favor! —exclamómalhumorada—, ¡Déjalo ya!

Llegamos a Piccadilly, donde

Page 255: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

entramos en el primer local de comidarápida que encontramos: un minúsculolugar regentado por un pakistaní —quizáera hindú, nunca he podido distinguirles—, en el que ni siquiera había sillas otaburetes donde poder sentarse, por loque nos vimos obligados a volver a lacalle con una especie de kebab grasientoentre las manos. Dando bocados anuestra cena, deambulamos por RegentStreet mirando escaparates, y decidimosterminar la noche tomando unas pintasde Guinness en uno de los muchos pubsque había por la zona.

Fue tomando la segunda pinta cuandoIrene me confesó que era abogada, queera socia fundadora de un bufete quemarchaba muy bien, y que su verdadera

Page 256: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pasión era la criminología, másexactamente la motivación criminal.

En cierto modo sentí un extrañoregocijo al ver a la inflexible IreneAdler, la que prefería —según me dijoel primer día que nos vimos— dejar aun lado toda cuestión personal paraevitar que, con el tiempo, eseconocimiento concreto de la persona quehabía detrás de nuestros seudónimosterminara contaminando el juego. Esome hizo pensar que, si había terminadoconvirtiendo su participación en el“Club de Holmes” en una de las cosasmás importantes de su vida, era señal deque su existencia se hallaba muy vacía.Pero, por otro lado, me dije con unapizca de amargura: “¿En qué se

Page 257: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

diferenciaba su vida de la mía?”.¿Acaso no había encontrado yo en el“Club de Holmes” una razón paralevantarme cada mañana?

—¿Tú qué piensas? —preguntó Irenesacándome de mis pensamientos.

—¿Sobre qué?—Me preguntaba qué es lo que

conduce a una persona normal al mundodel crimen.

—En general, la sociedad tiende apensar que es la necesidad económica loque lleva a las personas a conductas…digamos antisociales —respondí.

—La sociedad se equivoca si piensaasí —repuso Irene con convicción.

—Estoy de acuerdo. Detrás de esaidea únicamente hay una concepción

Page 258: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

materialista de la conducta humana. Elser humano no solo se mueve porrazones económicas. Sería demasiadosencillo. Desgraciadamente, intervienenmil factores en sus decisiones, lamayoría de ellos insignificantes en símismos, pero todos juntos… Sería comodecir que una gota colma un vaso, sintener en cuenta las mil gotas previas. Lanecesidad, o incluso la comodidad,serían uno de esos factores. ¿Una mujerse prostituye siempre por necesidad?

—Solo a veces —respondió Irene—.Estoy segura que muchas mujeresprefieren trabajar cuatro horas comoputas, que ocho como dependientas deEl Corte Inglés. Pero una puta no hacedaño a nadie, sin embargo un ladrón… o

Page 259: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

un asesino, es distinto.Fue en la tercera pinta cuando de

pronto, mirándome fijamente a los ojos,dijo de pronto:

—¿Sabes una cosa? Desde el primerinstante en que pusiste el pie en el bardel Hotel Victoria supe que erasWatson.

Sus palabras sonaron a mis oídoscomo si hubiera dicho que, al verme,reconoció en mí al hombre que habíaestado esperando durante toda su vida, yel flujo de mi sangre se aceleró, y sentíque, como en el champaña, miles deminúsculas burbujas estallaban contralas paredes de mis arteriasproduciéndome un intenso placer.

—Yo te vi primero —farfullé—.

Page 260: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Estabas al final de la barra, de perfil,mirando fijamente tu copa…

—¿Qué fue lo primero que pensaste alverme?

—Supe que tú eras tú, y, aunque nopodía ver toda tu cara, estuve seguro deque eras una mujer hermosa.

Irene rió halagada.—¿Se confirmó esa idea cuando me

viste? —preguntó seductora.—Absolutamente.Volvió a reír, nerviosa esta vez. De

pronto, como si una densa nube hubierapasado por la córnea de sus ojos, suactitud cambió por completo. Su espaldase enderezó perceptiblemente alpreguntar:

—¿Te das cuenta de que hasta ahora

Page 261: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hemos estado dando palos de ciego?¿De que ésta es la primera vez queseguimos una pista aparentementesólida?

—Tan sólida que ni siquiera sabemoslo que vamos a encontrar mañana en elnº 60 de Great Queen Street —ironicé.

—Sea lo que sea, al menos sabemosque estamos en el camino correcto. Solotendremos que saber interpretar lo quedescubramos, buscar el hilo conductor, yseguirlo hasta el final.

La breve conversación personal quehabía tenido unos minutos antes conIrene me había dejado confuso. Confusoy excitado. Me resultaba difícil pensaren otra cosa que no fuera su cálidocuerpo que tan cerca de mí iba a estar

Page 262: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

esa noche. Quizá ella pensó lo mismo y,por esa razón, truncó tan bruscamente elinocente flirteo que habíamos iniciado.Si es así, pensé, en algo tiene razón: queahora mismo lo único importante eraencontrar a Moriarty; que, en el fondo,para eso estábamos en Londres, y queera importante que nada nos distrajerade nuestro objetivo.

—Estoy cansado —dije entonces—.Deberíamos irnos a dormir.

—Supongo que tienes razón.Sin hacer caso a los excéntricos

personajes que se cruzaban en nuestrocamino, andamos, uno junto al otro, endirección a nuestro alojamiento.

Una vez en la habitación, sin apenasintercambiar palabras, nos acostamos

Page 263: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

uno a cada lado de la cama, lo máscerca posible del borde, como sitemiéramos que, durante el sueño,llegara a producirse el más leve roce.Pero estaba tan cansado que, al cabo decinco minutos, me dormí profundamente.

Cuando desperté a la mañanasiguiente encontré a Irene, junto a laventana, con el mapa del metro deLondres desplegado.

—Buenos días, bello durmiente —dijo cuando me vio, incorporado sobrelos codos, mirándola con el ceñofruncido.

—¿Qué hora es?—Las ocho y cinco —respondió sin

mirar el reloj.Me dejé caer pesadamente sobre la

Page 264: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cama, pero sabía que no había tiempopara regodearme entre las sábanas, porlo que me levanté casi de un salto y mefui derecho al cuarto de baño. Me afeitéconcienzudamente, tomé una rápidaducha y me vestí. Al salir del baño Ireneseguía enfrascada, en esta ocasión, en elmapa del centro de Londres que habíaextendido sobre la cama.

—Great Queen Street está tan cercade aquí que podríamos ir andando —dijo sin levantar la mirada del mapa.

—Bien —dije despreocupadamente.—Pero iremos en metro. Son solo dos

paradas, desde Piccadilly Circus hastaCovent Garden.

La mención de Covent Garden hizoque de pronto prestara más atención a lo

Page 265: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que me estaba diciendo Irene.—Creo que esa fue la razón de que la

marcara Conan en su mapa: si quieres iren metro a Great Queen Street, CoventGarden es la estación más cercana. Unoscinco minutos a pie.

—Y quieres hacer las cosas tal ycomo las habría hecho Conan, ¿no eseso?

—Exactamente. He estado dándolevueltas toda la noche, y estoyconvencida de que Conan tampoco sabíaqué, o a quién, se iba a encontrar en esadirección. Después —añadió tras unapausa—, cuando supo que iba a serasesinado, anotó la dirección en tuagenda para que tú la encontraras. Sihubiera sabido algo más, lo habría

Page 266: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

anotado, pero es evidente que solamentesabía a dónde había de acudir paraobtener la información que necesitaba.Y esa información tenía que ser muyimportante para que justificara su viajehasta aquí, y para que provocara sumuerte.

—Es coherente lo que acabas dedecir —admití—, pero ¿cómo esposible que tuviera Conan en su podermi agenda?

—No solo es coherente —dijo ella—,es exactamente lo que pasó. En cuanto ala agenda, es posible que Conan y susasesinos trabajaran juntos al principio, oque se lo hiciera creer, y participó asíen tu secuestro, durante el queaprovechó para robártela.

Page 267: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Estoy deseando llegar a GreatQueen Street para ver qué nosencontramos. ¿Desayunamos antes aquío lo hacemos por el camino?

—Desayunamos aquí —señaló Irenesin dudarlo ni un instante—. Estáincluido en el precio de la habitación.

Yo tomé un café con leche y unpanecillo, sin tostar, untado demantequilla, y un vaso de un horrorosozumo que, según el envase, era denaranjas, e Irene añadió un huevococido. En total, no más de quinceminutos, tras los cuales salimos a lacalle, que volvía a ser una calle normal,sin apenas tráfico, del centro deLondres.

Cinco minutos después bajábamos las

Page 268: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

interminables escaleras mecánicas de laestación de Piccadilly y subimos en untren que se dirigía hacía Cockfosters. Lasiguiente parada era Leicester Square, eIrene me condujo hacia la puerta porquela siguiente era Covent Garden, nuestraparada. Ya en la calle, caminamos haciael este por Long Acre, y unos minutosdespués, haciendo esquina con WildStreet, nos topamos con el imponenteedifico que había en el número 60 deGreat Queen Street: se trataba delFreemasons’ Hall, la sede de la GranLogia Unida de Inglaterra.

Parados en la acera contraria, Irene yyo admirábamos el magnífico edificiode estilo art decó, coronado por untemplete con cuatro aberturas,

Page 269: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

culminado en cúpula, con una enormepuerta en la misma esquina flanqueadapor dos altas columnas.

Irene y yo estábamos mudos y sinsaber qué pensar. Allí se guardaba elsecreto que nos ayudaría a desentrañarel misterio de la desaparición deMoriarty y todo lo que había sucedidodespués. Eso esperábamos, al menos.

En ese mismo momento, un guardia deseguridad salió del interior, y abrió lasenormes puertas dejándolas de par enpar. Lo recibimos como una señal. Ireneme miró dijo:

—¿Vamos?—Vamos allá —respondí. Y

cruzamos la calle con paso firme.Nos quedamos parados en el

Page 270: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

amplísimo recibidor sin saber quéhacer. Pronto nos ubicamos, dándonoscuenta de que, en el edificio, había unGran Templo, así como un museo y unabiblioteca que se podían visitarlibremente. Naturalmente, sin saber quées lo que debíamos buscar, decidimoshacer una visita lo más completaposible, y empezamos por el GranTemplo, una enorme sala capaz dealbergar hasta 1700 personas.

Irene, más observadora que yo, meseñalaba cualquier detalle que llamabasu atención, ya fuera una placa sobre lapared, escrita en latín, o un símbolosobre un escudo. Pasamos después a labiblioteca, donde tampoco hallamosnada digno de atención, y terminamos en

Page 271: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

el museo. Visionamos detalladamentecada estante, cada vitrina, cada objetoque allí se hallaba expuesto, pero bienfuera porque ni Irene ni yo teníamosconocimientos para descifrar mensajesocultos de la masonería, bien porque allíno había nada que descifrar, nosencontramos a las doce de la mañana devuelta en la calle y con nuestrasexpectativas por los suelos.

Estábamos comentando nuestrodesconocimiento de la simbología ehistoria de las logias masónicas, cuandoIrene tuvo una brillante idea.

—Hablemos con el director delmuseo —dijo—. Él debe de saberexactamente qué cosas importantes hayaquí —dijo señalando la entrada al

Page 272: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

museo del que acabábamos de salir—, ycuál es su significado.

Dicho y hecho. Volvimos a entrar enel museo y fuimos derechos a una zonadonde una señorita de piel lechosa ypelo pajizo, atrincherada tras una mesa yun ordenador, atendía a los visitantes.

—Disculpe, ¿podemos hablar con eldirector del museo? —preguntó Irene,cuyo inglés, según pude comprobar lanoche anterior, era mucho mejor que elmío.

No creo que fuera habitual que losvisitantes del Museo de la Gran LogiaUnida de Inglaterra quisieran hablar conel director, por lo que, ante tan extrañapetición, la chica hizo un ligeroaspaviento del que inmediatamente se

Page 273: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

recompuso.—¿El director? —repitió con toda la

flema de la que solo son capaces losingleses—. ¿Es posible saber para quédesean hablar con el director delmuseo? —preguntó con voz cantarina.

Irene me miró indecisa, y me adivinóel pensamiento, porque se volvió ycontestó de inmediato:

—Somos investigadores españoles, ypara nosotros sería muy importanteconocer su opinión sobre algunascuestiones.

—¡Ah! —exclamó complacida lainglesa—. Perfecto, pero tendrán quepedir cita.

—¿Dónde debemos pedir la cita? —preguntó Irene.

Page 274: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Aquí —dijo la inglesa—, a mí. —Irene hizo un gesto que venía asignificar: “Adelante, pues”—.Disculpen un momento, por favor.

Marcó un número en el teléfono, y segiró levemente para impedir que leviéramos la boca al hablar. Lo hizo envoz muy baja, por lo que entendimos quelo estaba haciendo con el director delmuseo. Tras un par de minutos debisbiseos, de los que únicamenteentendimos las palabras “Spanishinvestigators”, colgó al aparato y, conuna sonrisa encantadora, se dirigió anosotros:

—El señor Harris les recibirámañana por la mañana, a las once enpunto. —Tomó papel y lápiz, y preguntó

Page 275: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—: ¿Me pueden dar un teléfono poravisarles si surgiera un problema?

—Naturalmente —respondió Irene—,tome nota por favor. —Le dio su númerode teléfono, que la secretaria anotó yguardó en un cajón— ¿Cómo ha dichoque se llama el director del Museo? —preguntó entonces Irene.

—Señor Harris, Arthur P. Harris.—Gracias. Hasta mañana. —Nos

despedimos de la inglesaencaminándonos hacia la puerta desalida, cuando de pronto escuchamos anuestra espalda una voz chillona. Era lainglesa que, sin perder la sonrisa, nosdecía:

—¡No lo olviden, por favor, a lasonce en punto de la mañana!

Page 276: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Gracias —dijimos a dúo, yabandonamos el Freemasons’ Hall.

—Supongo que es estúpido preguntarqué podemos hacer en Londres hastamañana, ¿no?

Irene me lanzó una mirada furibunda.—¿No estarás pensando en hacer

turismo? —dijo muy seria.—Hasta mañana a las once no

tenemos otra cosa mejor que hacer —repuse.

—Yo sí —respondió Irene condeterminación, y añadió—. Mañanatenemos una cita con el director delMuseo de la más grande Logia masónicadel mundo, y, al menos yo, no seprácticamente nada de la masonería.

—¿Y? —pregunté sin saber a dónde

Page 277: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

quería ir a parar.—Pues que tenemos veinticuatro

horas para aprender todo lo quepodamos sobre ella.

La miré escéptico. Me parecía unalocura su propuesta, pero al mismotiempo sabía que era inútilcontradecirla. Empezaba a conocerlabien, y sabía que cuando se le metía unaidea entre ceja y ceja, nada ni nadiesería capaz de convencerla para quehiciera otra cosa.

—¿Qué propones que hagamos? —pregunté.

—Busquemos una librería. Londres esuna de las ciudades con más libreríasdel mundo —añadió—, y compremoslibros sobre la masonería. Tú lees unos

Page 278: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

y yo otros, y después los comentamos.¿Te parece bien?

Antes de que yo pudiera contestar,exclamó señalando a unas decenas demetros más adelante:

—¡Ahí tenemos una!Miré hacia donde señalaba y vi el

letrero: Waterstone’s, y hacia allí nosdirigimos. No era una libreríaexcesivamente grande, pero sí parecíabien surtida. Naturalmente, noesperábamos encontrar libros enespañol, y menos sobre un tema tanespecífico como el que nos interesaba,pero eso no significaba un serioproblema para nosotros, porque ambosteníamos un buen nivel de inglés.

Compramos los cuatro libros que nos

Page 279: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

parecieron más adecuados parahacernos una idea cabal de lo que lamasonería era en la actualidad, y sobrelo que había significado en el pasado,sobre sus principios y rituales, y lainfluencia que había ejercido sobrealgunos movimientos políticos en elmundo occidental.

Durante las diez horas siguientes noparamos de leer. Primero, durante másde dos horas, sentados en un banco enHyde Park; después, tumbados sobre elcésped sin preocuparnos lo más mínimode quedar manchados por la clorofila dela hierba; y por último, tras comer unahamburguesa y unas patatas fritas,encerrados en la habitación del hotel.Por fin, durante la cena, y hasta bastante

Page 280: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

después de medianoche, intercambiamoslos nuevos conocimientos adquiridos.Básicamente fueron éstos:

“Una leyenda atribuye a Hiram Abif,mítico arquitecto del Templo deSalomón en Jerusalén, la fundación de lamasonería. Otros textos retrasan elorigen de la masonería a épocas muchomás antiguas, adjudicándolo a losconstructores de las pirámides delantiguo Egipto, o posteriores, como losCollegia Fabrorum romanos, a la ordende los Templarios, la de los Rosacruceso a los humanistas del Renacimiento.

El término masonería proviene delfrancés maçon, albañil, y está aceptadoque la masonería moderna procede delos gremios de constructores medievales

Page 281: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de catedrales, que fueron evolucionandohacia comunidades de tipo especulativoe intelectual que, en parte, conservaronalguno de su antiguos ritos y símbolos.

Los maçones medievales disponían delugares de reunión llamados logias,situados habitualmente cerca de lasobras que estaban realizando. Era normade los gremios de la época,especialmente en el de albañiles, eldotarse de reglamentos y normas deconducta, utilizando un ritual para dar asus miembros acceso a ciertosconocimientos o al ejercicio de ciertasfunciones.

Los gremios de albañiles sonmencionados en varios de los másantiguos códigos de leyes, incluido el de

Page 282: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Hammurabi (1692 a.C.), pero el primercódigo específicamente masónico fue elque el rey Athelstan de Inglaterraconcedió a estos gremios en el año 926,las denominadas Constituciones deYork. Trata de aspectos jurídicos,administrativos y de usos y costumbresdel gremio. Le siguen en antigüedadotros documentos, como la Carta deBolonia, redactada en 1248, elManuscrito Halliwell (1390), elManuscrito Cooke (1410), el Manuscritode Estrasburgo (1459), los Estatutos deRatisbona (1459), los de Schaw (1598),el Iñigo Jones (1607), los de Absolion(1668) y el Sloane (1700). Todos estosdocumentos se refieren a la masoneríagremial, y en ellos se especifica, sobre

Page 283: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

todo, las reglas del oficio.En cuanto a los rituales masónicos, el

más antiguo que se conoce en sutotalidad es el denominado Archivos deEdimburgo, de 1696.

Con el desarrollo social y lastransformaciones económicas que seprodujeron a partir de la Edad Media, lamayoría de las logias de la masoneríagremial dejaron, poco a poco, derealizar construcciones, transformándoseen organizaciones fraternales que, enparte, conservaron sus ritostradicionales —“Algo así como clubs”,bromeó Irene—. A partir del siglo XVII,algunas logias gremiales comenzaron aadmitir como miembros a personasajenas al oficio. El perfil de estos

Page 284: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

masones aceptados solía ser el deintelectuales humanistas, interesados porla antigüedad, el hermetismo, lasciencias experimentales, etc. Así, laslogias de este tipo se convirtieron en unespacio de librepensamiento yespeculación filosófica.

El 24 de junio de 1717, cuatro logiaslondinenses que llevaban el nombre delas tabernas donde realizaban susencuentros (La Corona, El Ganso y laParrilla, El manzano, y El Racimo y laJarra), se reunieron para formar unaagrupación común, que denominaronGran Logia de Londres y Westminster.La creación de esta nueva instituciónsupuso un gran salto en la organizaciónde la masonería, y a ella pertenecieron

Page 285: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

numerosos miembros de la RoyalSociety cercanos a Isaac Newton.

El ritual practicado en esta GranLogia, plasmado en las Constitucionesde Anderson, aunque enriquecido ydesarrollado, era perfectamenteconforme a los usos escocesescontemplados en los Archivos deEdimburgo.

El nuevo modelo masónico seextendió rápidamente por Europa yAmérica con la creación de diversasGrandes Logias, como las de Irlanda,Francia, Massachussets o Escocia. Peropocos años después, se formaron dosgrandes corrientes, que tenían dos cosasen común: Primero, la necesidad de unalegitimidad de origen; esto es, que su

Page 286: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

constitución hubiera sido auspiciada poralguna otra organización masónicaregular. En este sentido, sueleconsiderarse que la regularidad inicialemana de la antigua Gran Logia deLondres y Westminster; y segundo, elrespeto y los valores y principiosestablecidos en las llamadasConstituciones de Anderson, publicadasen 1723.

Las características de las dos grandescorrientes son, en resumen, lassiguientes:

La corriente denominada regular,encabezada por la Gran Logia Unida deInglaterra, sucesora de la de Londres yWestminster, que basándose en suinterpretación de la tradición masónica,

Page 287: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

establecen los siguientes criterios deregularidad:

1.- La creencia en Dios o en un Ser

Supremo, que puede ser entendido comoun principio no dogmático, como unrequisito imprescindible a susmiembros.

2 . - Los juramentos deben realizarsobre el llamado Volumen de la LeySagrada, generalmente la Biblia u otrolibro considerado sagrado. La presenciade este libro de la Ley Sagrada, laEscuadra y el Compás sonimprescindibles en la Logia.

3 . - No se reconoce la iniciaciónmasónica femenina, ni se acepta larelación con otras Logias que admitan

Page 288: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mujeres entre sus miembros.4.- Quedan expresamente prohibidas

las discusiones sobre política y religión,así como el posicionamientoinstitucional sobre estos aspectos.”

Irene hizo un mohín de disgusto

cuando escuchó sobre la prohibición depertenencia de las mujeres a estacorriente masónica, pero no dijo nada.

“La corriente que se denomina liberalo adogmática tiene su principalexponente mundial en el Gran Oriente deFrancia, y son sus principalescaracterísticas:

1.- El principio de libertad absoluta

de conciencia. Admite entre sus

Page 289: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

miembros tanto a creyentes como a ateosy los juramentos pueden realizarse,según las Logias, sobre el Libro de laLey (las Constituciones de la Orden) osobre el Volumen de la Ley Sagrada, enambos casos junto a la Escuadra y elCompás.

2.- El reconocimiento del carácterregular de la iniciación femenina. LasObediencias pueden ser masculinas,mixtas o femeninas.

3.- El debate de las ideas y laparticipación social. Las logias debatenlibremente incluso sobre cuestionesrelacionadas con la religión o lapolítica, llegando, en determinadasocasiones, a posicionarseinstitucionalmente sobre cuestiones

Page 290: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

relacionadas con esos aspectos.” En este punto hicimos un alto para

comentar las características de cadacorriente de la masonería, que acababaleer de los apuntes tomados sobre mislecturas.

—¿En qué momento se formaron estasdos corrientes de la masonería? —preguntó Irene.

No recordaba haber leído ese dato,aun así repasé mis apuntesinfructuosamente.

—Creo que no lo dice en ningún sitio—respondí al fin—, pero debió ser enlos primeros años del siglo XIX.

Irene resopló cansada, y dijo:—Te juro que no termino de entender

Page 291: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la razón por la que la masonería fue algotan importante en los siglos pasados.

—Eran lugares donde se debatíanideas —repuse—. Ideas nuevas, enmuchos casos. En ese sentido pienso quetuvieron una enorme influencia, a finalesdel siglo XVIII y durante todo el XIX, enel desarrollo del pensamiento. Además,solía haber gente importante entre ellos.Tenían acceso directo a los centrosdonde se tomaban las grandesdecisiones, y supongo que funcionabancomo magníficos grupos de presión.

—En algún sitio he leído que la GranLogia Unida de Inglaterra tuvo unaenorme influencia en los procesos deindependencia de la América española,pero eso es un contrasentido con lo que

Page 292: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

me acabas de decir.—¿Por qué?—Porque, según tú, los masones

ingleses tenían expresamente prohibidaslas discusiones sobre política. ¿Acasono fue política fomentar los procesos deindependencia de los paísessudamericanos de principios del sigloXIX? —preguntó Irene.

—Indudablemente sí.Los dos quedamos pensativos, aunque

creo que, en realidad, estábamos tancansados que ya nos resultaba muydifícil hasta el simple hecho de pensar.

—¿Hay más corrientes aparte de lasdos que has comentado?

—Parece que sí, hay varios gruposque andan de por libre, pero deben ser

Page 293: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tan insignificantes y combativos que seles llama los salvajes.

Seguimos durante varios minutoshablando de esto y aquello, de cosas quenos habían llamado la atención durantenuestras lecturas, y de pronto, intrigada,preguntó Irene:

—¿Has leído algo sobre el “AhimanRezon”?

—¿Qué es eso? —pregunté, aunqueme sonaba vagamente el nombre. Depronto recordé que era el título de unode los libros que aparecían en lacaravana de Conan.

—Vi en el Museo, guardado en unavitrina en un lugar de honor, un ejemplarde la primera edición. Estaba también enla caravana de Conan, ¿recuerdas?

Page 294: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Sí.—Deberíamos haberlo cogido

también.—¿Crees que ese libro tiene algo que

ver con el caso? —pregunté.—Quien sabe —respondió

encogiéndose de hombros. Irenecarraspeó, consultó después algunosdetalles en uno de los libros que habíaleído, y empezó a hablar:

—La Gran Logia de Londres yWestminster parece que no fue la únicalogia importante que funcionó enInglaterra en el siglo XVIII. En 1751 ungrupo de francmasones descontentosporque, según ellos, la de Londres yWestminster se había apartado de losantiguos senderos de la masonería,

Page 295: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

formó una logia rival, la Gran Logia deMasones Libres y Aceptados deInglaterra, que trabajarían de acuerdocon las antiguas reglas de la masonería.Por eso, a esta logia, se les llamó de losantiguos, y a la de Londres yWestminster, que paradójicamente eraanterior, de los modernos.

La Constitución de los antiguos,donde se detallan su organización yrituales, fue publicada en 1751 y sellama “Ahiman Rezon”, nombre del quenadie, salvo el autor, sabe susignificado. Supuestamente no es másque una compilación de los antiguosrituales, hecha por Lawrence Dermott.

—¿Y qué es lo que te ha llamado laatención de ese libro? — me interesé.

Page 296: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Pues que desde entonces se hareeditado decenas de veces, incluso hoyen día se sigue vendiendo en todo elmundo.

—¿Y qué tiene eso de extraordinario?—Un libro escrito hace más de

doscientos cincuenta años, sobreorganización y rituales de una logiamasónica, supongo que debe de resultaralgo trasnochado en el mundo de hoy,algo fuera de lugar, lo que me hacepensar que debe de ser algo así como laBiblia de los masones. ¿Te imaginas quese siguieran publicando los tratados dealquimia medievales?

—Estas siendo excesivamentesubjetiva —apunté—. Puede resultartrasnochado para ti, que no crees en

Page 297: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

nada de eso, pero no necesariamentepara ellos.

Irene hizo un gesto con el que venía adarme la razón, pero sin hacercomentario alguno.

— ¿ E s en ese libro donde seestablecen los grados de la masonería ylos rituales que permitían el paso de unoa otro?

—Supongo que sí —dijo ella—.Aunque seguramente también estará enotras Constituciones.

—¿Cómo funciona exactamente segúnel “Ahiman Rezon”?

—En principio depende de laantigüedad en la Logia, pero siempre,para pasar de un grado a otro, esnecesario pasar ciertas pruebas rituales.

Page 298: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Parece que no da muchos más detalles ellibro. ¿Tú has leído algo sobre eso?

—Sí —respondí—. Hay hasta treintay tres grados, y en sus nombres hay algode esotérico, de mágico y misterioso,supongo que…

—¿Cuáles eran esos nombres? —meinterrumpió.

Pasé varias páginas de mi moleskine,hasta encontrar lo que buscaba.

—Te leo —dije, y comencé a recitar: “Primeros grados. Conferidos en una

Logia Simbólica o de Masonería Azul.AprendizCompañero3- Maestro

Page 299: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Serie de grados conferidos en unaLogia de Perfección, también llamadosgrados “inefables”

4- Maestro Secreto5- Maestro Perfecto6- Secretario Íntimo7- Preboste y Juez8- Intendente de los edificios9- Maestro Elegido de los Nueve10- Maestro Elegido de los Quince11- Sublime Caballero Elegido12- Gran Maestro Arquitecto13- Caballero del Real Arco14- Gran Elegido Perfecto y Sublime Los grados que siguen se otorgan en

el Consejo de Príncipes de Jerusalén

Page 300: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

15- Caballero de Oriente o de la

Espada16- Príncipe de Jerusalén Los siguientes dos se confieren en el

capítulo rosacruz 17- Caballero de Oriente y Occidente18- Soberano Príncipe Rosacruz Los catorce grados siguientes se

confieren en un Consistorio de Príncipesdel Real secreto

19- Gran Pontífice20- Gran maestro ad vital o de todas

las logias

Page 301: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

21- Patriarca Noaquita o CaballeroPrusiano

22- Príncipe del Líbano o Caballerode la Real Hacha

23- Jefe del tabernáculo24- Príncipe del Tabernáculo25- Caballero de la Serpiente de

Bronce26- Príncipe de Merced o Escocés

trinitario27- Soberano Comendador del

Templo28- Caballero del Sol o Príncipe

Adepto29- Gran Escocés de San Andrés30- Gran elegido Caballero Kadosh o

del Águila blanca y negra31- Gran Inspector inquisidor

Page 302: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

comendador32- Sublime y valiente Príncipe del

Gran secreto El último Grado lo confiere el

Supremo Consejo del Grado 33° 33- Soberano Gran Inspector general

de la Orden”. Cuando terminé la lectura, Irene se

había dormido tumbada de costadosobre la cama, y aproveché paraobservarla detenidamente. Apoyaba lacabeza sobre su brazo derecho yrespiraba acompasadamente sin emitir elmás leve sonido. Por un instante tuve lasensación de que sus labios dibujaban

Page 303: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

una imperceptible sonrisa. Con cuidadode no despertarla, aparté un mechón depelo que cubría parte de su cara y mefijé en sus pómulos, la recta nariz, sudespejada frente, los apetitosos labios…Deseé cubrir su rostro con mis besos,pero sabía que no podía hacerlo. Por elmomento no éramos más que dosmiembros del “Club de Holmes”tratando de resolver un misterio, y quedebía respetar esa condición porque,sencillamente, así eran las cosas hastaque ella decidiera que fueran de otraforma.

Con cuidado, la tomé entre mis brazosy la coloqué a un lado de la camacubriéndola con un edredón. Despuésaparté los libros y papeles que habíamos

Page 304: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estado manejando y me tumbé a su lado.Durante varios minutos no pude dejar demirarla, y pensé que era la mujer máshermosa que había visto en toda mi vida;recordé la primera vez que la habíavisto en Madrid, apoyada en la barra deun bar; en el día que pasamos juntosdespués de que Mycroft H. decidieraabandonar la búsqueda de Moriarty, yde pronto me vino a la mente laimportante entrevista que teníamos aldía siguiente con el director del Museode la Gran Logia Unida de Inglaterra. Nisiquiera me desnudé, cerré los ojos ypocos minutos después estabaprofundamente dormido.

Page 305: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 6

Intento de robo en el museo

Arthur P. Harris, director del Museo

de la Gran Logia Unida de Inglaterraandaba, esos días, inquieto. Habíahabido un intento de robo que todavía nohabía sido resuelto. El miércolesanterior, el día de menos afluencia devisitantes al Museo de la Logia, durantela hora de la comida, alguien había rotola vitrina donde se exponía uno de losescasos ejemplares que se conservaban

Page 306: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de la primera edición del “AhimanRezon”, el libro de las Constitucionesde la Gran Logia Antigua de Inglaterra,escrito en 1751 por Lawrence Dermott,y el único con anotaciones marginalesdel propio autor, la mayoría de lasveces frases o palabras sin sentido que,al igual que ocurría con el título,únicamente el propio Dermott sabría suexacto significado.

Afortunadamente, una empleadarezagada que casualmente presenció elhecho, dio la voz de alarma provocandola precipitada huida del ladrón. Laimagen del malhechor fue captada porlas cámaras de seguridad, pero ScotlandYard —que, según el inspector Marvin,ocupado del asunto, dedicaba para su

Page 307: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

investigación más recursos humanos ytécnicos que para similares casos—había sido incapaz de identificarle.

Harris se preguntaba por qué,habiendo en el Museo otros objetos devalor material mucho más alto, el ladrónsolo pareció tener interés por el libro.Por otra parte, del “Ahiman Rezon”existían numerosas ediciones —laúltima, para la que él había escrito elprólogo, del año anterior—, por lo quesegún estimaba la policía, y él estaba deacuerdo en ello, el deseo de poseerlosolo podía provenir de un rico ycaprichoso interesado en la historia dela masonería. ¿Era pues el intento derobo el encargo de un coleccionista?Esa era la tesis sobre la que estaban

Page 308: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

trabajando los de Scotland Yard, segúnle había informado el inspector Marvinel día anterior; no obstante, le habíaprevenido de que, hasta tanto fueradetenido el ladrón, intensificara laseguridad. Harris no necesitaba el avisode la policía para hacerlo: desde elmismo instante en que tuvo conocimientodel intento de robo, había ordenado seredoblara la vigilancia en las distintassalas del Museo.

Arthur P. Harris, Caballero deOriente y Occidente dentro de lajerarquía de la Gran Logia Unida deInglaterra, o, lo que era lo mismo,poseedor del grado 17º de la masonería,era abogado en ejercicio dentro del staffde un prestigioso bufete londinense, y

Page 309: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tenía treinta y ocho años en aquellosmomentos. Era un hombre inquieto ylleno de curiosidad, por lo que, ademásde su formación como jurista, no habíacesado de estudiar y analizar cuantosdocumentos sobre la masonería que,desde que tuvo quince años, habíancaído sobre sus manos. Hablaba conbastante corrección cuatro idiomasaparte del inglés: francés, alemán,español e italiano. De piel lechosasalpicada de pecas y pelo castaño, teníauna sonrisa cándida y un hablar pausadoque seducía a sus interlocutores.Acompañaba esas cualidades con uncuerpo proporcionado y modales delord, razones todas ellas por las que eramuy popular entre el sexo femenino.

Page 310: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Casado desde hacía siete años conAlice, abogada en el mismo bufete queél, y padre de dos hijos de cuatro y seisaños, Arthur P. Harris dedicabahabitualmente una par de horas al díapara atender los asuntos del Museo de laGran Logia Unida de Inglaterra, aunquedesde el intento de robo ese tiempo sehabía duplicado o, incluso, triplicado.

Había revisado decenas de veces lacopia —que tuvo el cuidado de sacarantes de que la policía se llevara eloriginal— del vídeo de la cámara deseguridad que registró los movimientosdel ladrón, desde su entrada al Museo,hasta el intento de robo, buscando nosabía qué, un gesto, una indecisión, undetalle que le permitiera entender mejor

Page 311: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

lo que había pasado. Pero la realidadque mostraban las imágenes eraimplacable. Aquel hombre accedió alMuseo con paso decidido y fue derechohasta la sala donde se exponía el“Ahiman Rezon”. Resultaba evidenteque aquel libro era su único objetivo, yeso era precisamente lo que máspreocupaba a Arthur P. Harris.

Ese día estaba en el Museo a horasdesacostumbradas porque tenía una citacon dos investigadores españoles. Noera la primera vez que Arthur P. Harrisconcedía entrevistas de este tipo ya que,además de su labor como director delMuseo y Biblioteca de la Logia, era unreconocido especialista, con variaspublicaciones en su haber, en la historia

Page 312: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de la masonería.Tan pronto como la encargada de la

recepción le comunicó que losinvestigadores españoles habíanllegado, salió a recibirles con la mejorde sus sonrisas.

—Bienvenidos a la Gran Logia Unidade Inglaterra —les dijo en su magníficoespañol—. Mi nombre es Arthur P.Harris —se presentó.

“Lo que ocurrió a continuación eraalgo que en ningún momento noshabíamos planteado, y era que, alpresentarnos, tendríamos que darnuestros verdaderos nombres. La solaidea de que ella se presentara comoIrene Adler, o yo como John H. Watson,provocó que aflorara a mis labios una

Page 313: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

enorme sonrisa. Por primera vezescuché de su propia voz que Irene sellamaba en realidad Idoia Aguirre. Yome presenté a mi vez:

—Jorge Álvarez —dije tendiendo lamano.

—Pasen, por favor.Seguimos al inglés por un ancho

pasillo. Yo caminaba tras Irene, y, envoz muy baja para que no me escucharaMr. Harris, susurré en su oído consorna:

—Vaya, vaya. Es un bonito nombre,Idoia Aguirre.

No pareció hacerle gracia mi broma,porque disimuladamente me lanzó uncodazo al costado.

Llegamos ante una sólida puerta de

Page 314: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

roble que abrió nuestro anfitriónhaciéndonos pasar a su despacho. Laestancia era amplia para lo que yoestaba acostumbrado, y, más que para eltrabajo del día a día, parecía estarenfocado para recibir visitas o servircomo escenario a entrevistas comoaquella.

Nos sentamos en una esquina delmismo, en dos sofás de cuero negro. Élen uno, y nosotros dos enfrente.Carraspeó, y preguntó:

—¿Quieren tomar algo? ¿Té, café?—No, muchas gracias —respondimos

Irene y yo al unísono.Mr. Harris pareció relajarse y se

repantigó en el sofá apoyando un brazosobre el lomo del mismo.

Page 315: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Entonces, ustedes dirán.A pesar de lo mucho que habíamos

leído sobre la masonería durante todo eldía anterior para preparar la entrevista,Irene soltó a bocajarro:

—¿Qué significa para usted la letragriega phi?

La pregunta sorprendió al inglés, que,tras unos segundos de incertidumbre,contestó impasible:

—Si no recuerdo mal, es la vigésimaprimera letra del alfabeto griego.

—Pero —insistió Irene—, ¿tienealgún significado especial en latradición masónica?

Arthur P. Harris parecía incómodocuando preguntó a su vez:

—¿En qué contexto debo interpretar

Page 316: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la letra phi?Irene me lanzó una mirada

interrogativa, y yo le hice un gesto deasentimiento. Sin mencionar los sucesosposteriores, brevemente le explicó ladesaparición de nuestro amigo y elextraño mensaje que de él habíamosrecibido por correo electrónico.

—¿Podría ver ese mensaje? —preguntó el inglés.

Busqué en la moleskine la páginadonde lo había copiado, y se lo mostré:“Phi-6174-SOS”.

—¿Qué significa el número 6174? —preguntó entonces.

—Pensamos, aunque no estamosseguros de ello, que se trata de laconstante de Kaprekar —dije yo.

Page 317: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿La constante de qué? —preguntófrunciendo el ceño.

Resultaba evidente que ese número nosignificaba nada para él, por lo quevolví a la carga preguntando sobre losotros dos números que habían surgidorelacionados con el primero.

—¿Y el número 1647 o el 4527?El inglés hizo un gesto negativo con la

cabeza. Durante varios segundospermanecimos los tres en un incómodosilencio, que rompió el director delMuseo preguntando escéptico:

—¿En qué se basan para pensar quela letra griega o esos números tienenalgo que ver con la masonería?

—Existen indicios —afirmé, aunquenaturalmente me cuidé de decir que esos

Page 318: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

indicios procedían de un hombre quehabía sido asesinado, probablemente,para evitar que los divulgara.

—¿Hay algo más en lo que puedaayudarles? —preguntó Arthur P. Harristras un nuevo silencio.

—Sí —espetó Irene—, dentro de lamasonería, ¿qué significado tieneexactamente el “Ahiman Rezon”?

La pregunta sobresaltó al director delMuseo e hizo que se pusierainmediatamente en guardia.

—¿Qué interés tienen ustedes en el“Ahiman Rezon”?

—¿Por qué es tan importante eselibro? —insistió Irene.

—Es el libro donde, por primera vez,se especifican todos los usos y rituales

Page 319: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de la masonería moderna, además dedecenas de canciones que se cantabanantaño. Es una reliquia —dijo—, unacuriosidad que a todos nos gusta tener encasa.

—¿Cree que puede contener algunareferencia a phi o a los números que lehe mencionado antes? —pregunté.

—¡Nooo! —exclamó Harris—, enabsoluto. Si lo que quieres saber es si setrata de un texto iniciático, la respuestaes no. Ya les he dicho que el “AhimanRezon” no es más que una curiosidadque guardamos por razonessentimentales.

De pronto Irene recordó lasobservaciones del amigo librero deWatson sobre la información publicada

Page 320: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

en uno de libros de Conan, “Hechos yfantasías masónicas”, y preguntó:

—¿Qué nos puede decir de la “Ordende los Iluminados”?

—¿Se refiere a la orden fundada porel alemán Adam Weishaupt en 1776?

—No. A una escisión de la GranLogia Unida de Inglaterra que seprodujo, si no recuerdo mal, en 1832.

Harris sonrió malévolamente y dijocon desgana:

—Eso no es más que un mito. Sepublicó en algún libro de finales delsiglo XIX, incluso llegó a decirse que,al igual que la originaria Orden, habíanadoptado el búho como uno de sussímbolos, pero no hay nada de verdad enello. Nunca se produjo una escisión de

Page 321: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la Gran Logia Unida de Inglaterra.Recordé repentinamente el búho que

había visto tatuado en la cadera delcadáver de Conan.

—¿Ha dicho el búho? —pregunté.—Sí. El búho de Minerva, la diosa

griega de la sabiduría. Pero ya les hedicho que no es más que una leyenda.

—¿Ha leído usted el libro de Sadler?—No.—Entonces, ¿cómo sabe que la

escisión de la que habla no es más queuna leyenda?

Arthur P. Harris amplió su sonrisa, seechó ligeramente hacia atrás y cruzó unapierna sobre otra en actitud displicente.

—Porque por razón de mis cargos,tengo acceso a los archivos de la Logia.

Page 322: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Durante la primera mitad del siglo XIXhubo serios debates y durosenfrentamientos, pero les aseguro que si,en cualquier momento, hubiera habidouna escisión, yo lo sabría.

—¿Aunque su principal característicafuera, precisamente, su carácter secreto,incluso para sus antiguos hermanos? —pregunté.

Pareció vacilar durante un instante;leí en sus ojos que jamás se habíaplanteado esa posibilidad, pero desechórápidamente sus dudas y dijo:

—Incluso en ese hipotético caso, perole aseguro que tiene una ideaequivocada de la masonería.

—Entonces, según usted, ya no haylogias masónicas en las que el secreto,

Page 323: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

en cuanto a sus miembros y sus fines,sea la norma —apunté.

—No —apuntó con rotundidad—.Eso era más propio en ciertas logias definales del siglo XVIII, pero no ahora;salvo, claro está, en aquellos casos enque se sientan en peligro. Sin ir máslejos, imagino que no hace faltarecordarles con cuanto ahínco persiguióel general Franco a los masones durantelos cuarenta años que duró su dictadura.

Eso era algo que siempre me habíapreguntado: ¿por qué ese odio visceralde Franco hacia los masones? Podíaentender que un hombre como él lotuviera a los comunistas, ¿pero quéhabían hecho los masones para que seles metiera en el mismo saco?

Page 324: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Qué piensa de la masoneríaespañola? —pregunté.

Debía estar esperando la pregunta,porque no se tomó ni siquiera unsegundo para responder.

—Bueno, la masonería en general noestá en su mejor momento, peroespecialmente en España estáatravesando una dificilísima situación.Apenas funcionan unas cuantas logias,pero eso ya lo sabrán ustedes —apuntó—, y parece que no acaba de estar bienvista por la sociedad en general. Esta es,naturalmente, una visión muy subjetiva,porque ya saben ustedes que lamasonería española tiene más estrechoslazos con el Gran Oriente de Franciaque con nosotros.

Page 325: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Recordé vagamente haber leído el díaanterior, que una de las característicasde la corriente inglesa de la masoneríaprohibía, expresamente, las discusionessobre política y religión en el seno de lalogia, mientras la corriente francesaestimulaba esos debates. Por lo demás,aparte de este aspecto —y la cuestión dela admisión o no de mujeres en su seno,que tanto había exasperado a micompañera—, no tenía la menor idea —y me temo que tampoco Irene— de quéclase de diferencias podía haber entre elGran Oriente de Francia, que acababade mencionar el inglés, y la Gran LogiaUnida de Inglaterra, por lo que ambosnos limitamos a asentir como muestra deconformidad con el escueto análisis que

Page 326: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

había hecho.—La dictadura —dijo Irene—. Con la

llegada de la democracia se tuvo queempezar desde cero.

—Así es —corroboró el inglés.No se nos ocurrían más preguntas que

hacer. La entrevista había terminado,pero Arthur P. Harris puso a nuestradisposición el Museo y la Bibliotecapara cuantas consultas deseáramosrealizar, y nos despidió con un apretónde manos en la puerta del edificio, en laesquina entre Great Queen y Wild Street.

Caminábamos en silencio, con laamarga sensación de que todas laspuertas que durante los días anterioreshabíamos creído entreabiertas, parecíancerrarse de golpe, cuando de pronto

Page 327: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sonó mi móvil.—¿Cómo les va por Londres? —

escuché que preguntaba la ya familiarvoz del inspector Ventura.

—Es el inspector Ventura —dije aIrene en voz baja, tapando el micrófonodel teléfono para que no me escuchara elaludido—. No tan bien comoquisiéramos, inspector —comenté aéste.

—¿Y eso?Le conté nuestra sorpresa al descubrir

que el 60 de Great Queen Street era ladirección de la Gran Logia Unida deLondres, nuestra primera visita a ella yla ocurrencia de, haciéndonos pasar porinvestigadores españoles sobre lamasonería, pedir una entrevista con el

Page 328: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

director del Museo.—¿Y qué han sacado de todo eso? —

se interesó el inspector.—Absolutamente nada —dije—.

Parece que phi o el número 6174 notienen nada que ver con la masonería.

—¿Le han preguntado sobre los librosque Conan guardaba en su caravana?

—Sí. Sobre la “Orden de losIluminados” de la que, al parecer, hablauno de esos libros, pero, según él, todoeso no es más que literatura.

—¿Y el Ahiman Rezon?—También hemos hablado sobre ese

libro, pero dice que no tiene nada que lehaga verdaderamente interesante paranosotros. No contiene claves nimisterios.

Page 329: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Les ha dicho el director delMuseo que, hace cinco días, alguienintentó robar el ejemplar del AhimanRezon que exponen en una vitrina?

—No —respondí muy sorprendido.—¿Y que Scotland Yard está

buscando al ladrón entre coleccionistasy estudiosos de la masonería? —volvióa preguntar.

Tragué saliva con dificultad. Desdeque habíamos empezado a trabajar en elcaso, apenas una semana atrás, ya erasospechoso de un asesinato cometido enMadrid, y por nada del mundo deseabaconvertirme en sospechoso de un intentode robo a un museo de Londres.

—¿Quiere decir que, en estemomento, Irene y yo somos sospechosos

Page 330: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de intentar robar al Museo? ¿Que ahoramismo el director del Museo estáhablando con la policía para decirlesque acaban de salir de su despacho dosespañoles que se han mostradointeresados por el Ahiman Rezon? —pregunté alarmado.

Ventura dejó que me cociera duranteunos segundos en mi propio jugo antesde responder.

—No creo que llegue la sangre al río—dijo al fin, y añadió—: No obstante,estoy seguro que les investigarán.Pueden hacer dos cosas: seguir ahí hastaagotar la posibilidades de investigación,comportándose con absoluta naturalidad,o… —hizo una pausa para dar másénfasis a lo que iba a decir a

Page 331: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

continuación— regresar inmediatamentea Madrid. Ustedes deciden.

Decididamente me inclinaba por lasegunda opción.

—Ya no hay nada más que investigar—me apresuré a decir—, así que…

—Se equivoca —me interrumpió elinspector Ventura—. ¿No se le haocurrido pensar que si han intentadorobar ese ejemplar del Ahiman Rezon,es porque contiene algo que solo está enél? —Hizo una pausa durante la cual suspalabras resonaron en mi cabeza coninsistencia: parecía evidente que eseejemplar del libro tenía algo que lehacía único y, lo que era más importanteen nuestro caso, que para alguien era tanimportante, que estaba dispuesto a robar

Page 332: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

por ello—. Vuelvan a hablar con eldirector del Museo, y averigüen qué esese algo.

Dijo eso el inspector Ventura y colgó.Tuve la impresión de que no estabasugiriendo posibilidades con suscomentarios, sino dando órdenes, lo queme molestaba sobremanera. ¿Quién sehabía creído que era? Pero tenía razón,quedaban algunas cosas que hacer enLondres, y éramos nosotros quienesdebíamos hacerlas.

Fue al relatar la conversación a Irenecuando me di cuenta que lo queverdaderamente me había cabreado nofue que Ventura pareciera estardándonos órdenes, sino que laposibilidad que apuntó no se nos hubiera

Page 333: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ocurrido antes a nosotros.—Echo de menos la agudeza de

Mycroft H. —dijo Irene al terminar deescuchar mi relato.

—Yo también —repuse a mi pesar.Tenía que reconocer que Mycroft H.,

al margen de su actitud prepotente que lellevaba a asumir el liderazgo encualquier situación, era mucho másperspicaz que cualquiera de nosotros.

—¿Crees que deberíamos volver alMuseo? —preguntó Irene.

—¿Ahora?—Inmediatamente.Estábamos frente a frente, parados en

medio de la acera, a unos quinientosmetros del Freemasons’ Hall. La puertaque creía cerrada, se había vuelto a

Page 334: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

entornar.—¡Vamos! —exclamé dándome la

vuelta.A paso acelerado, casi corriendo,

desandamos el camino andado, y cincominutos después estábamos de nuevofrente a la secretaria del Museo, que nosmiraba impávida.

—¿Podríamos hablar de nuevo conMr. Harris? —preguntó Irene con larespiración agitada.

—¡Oh, sorry! —exclamó—. Me temoque va a ser imposible. Mr. Harrisacaba de marcharse. Pero estará aquíesta tarde a las cinco en punto, siquieren venir unos minutos antes de lacinco… —añadió con una sonrisa—,supongo que no tendrá ningún

Page 335: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

inconveniente en recibirles.—Gracias. Aquí estaremos.Más relajados, salimos nuevamente a

la calle y, tras una breve conversaciónsobre qué hacer, decidimos que nosmerecíamos disfrutar un poco deLondres, pero solo hasta las cuatro de latarde. Yo hubiera preferido pasar esashoras en la National Gallery, pero Ireneinsistió en que fuéramos al BritishMuseum para ver una exposición sobreel México prehispánico de la quefaltaban pocos días para su clausura, yallí fuimos.

A pesar de lo interesante queresultaba la exposición, no podía dejarde pensar en la nueva conversación queíbamos a tener esa tarde con Mr. Harris.

Page 336: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

En absoluto conocíamos el libro encuestión, ¿cómo pues íbamos a saber siel expuesto en el Museo era distinto detodos los demás? Miré el reloj ycomprobé que todavía faltaban casicuatro horas para estar de vuelta en elMuseo. Decidí que entonces mepreocuparía de resolver aquel asunto, ycentrarme ahora en las maravillasaztecas que tenía ante mis ojos, pero nopodía imaginar que, pocos minutosdespués, los acontecimientos se iban aprecipitar.

Apenas habíamos visto la primerasala de la exposición cuando, parasobresalto de dos vigilantes quehicieron gestos desaprobatorios, sonó elteléfono móvil de Irene. Salimos

Page 337: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

rápidamente al vestíbulo y contestó lallamada:

—¿Dígame? —preguntó. De pronto surostro pasó de la sorpresa al sobresalto.Tapó con la mano el micrófono delteléfono, y me dijo en voz baja—: ¡EsArthur P. Harris!

Pegué la cabeza a la suya para poderescuchar la conversación, y pude oír lavoz de Mr. Harris, que decía: “Megustaría volver a hablar con Vds. loantes posible. Han surgido algunasnovedades que desearía comentarles.¿Es posible que vengan ahora mismo alMuseo?”. Irene me interrogó con lamirada y yo le hice gestos afirmativos.Nosotros queríamos hablar con él, yahora, él quería hablar con nosotros.

Page 338: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mejor. Escuche la voz de Irenediciendo:

—Sí. Estaremos ahí en quinceminutos.

—Les espero.Fueron exactamente diecisiete

minutos los que tardó el taxi en dejarnosen la puerta de Freemasons’ Hall.Accedimos al interior y, al vernos, fuela secretaria quien nos condujodirectamente al despacho del director.Tocó levemente la puerta con losnudillos, y abrió. Arthur P. Harris estabaenfrascado en la lectura de un viejolibro de hojas amarillentas y, sin apenaslevantar la vista del mismo, hizo gestoscon las manos mientras decía:

—Siéntense, por favor.

Page 339: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Durante los dos o tres minutossiguientes siguió leyendo ignorando porcompleto nuestra presencia, tras loscuales levantó la cabeza y nos miróextrañado, como si no supiera la razónpor la que estábamos allí. Fue Irenequien habló:

—¿Por qué quería hablar connosotros con tanta urgencia?

Aún tardó varios segundos enresponder:

—No era la primera vez queescuchaba la fábula de la escisión de1832, pero conozco mejor que nadie lahistoria de la Gran Logia Unida deInglaterra, he leído todas las actas desdesu fundación, y en ninguna de ellas,ninguna —repitió con énfasis—, se

Page 340: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

menciona jamás que se produjera esaescisión, que un grupo de hermanossaliera de esta Logia para formar otra;pero… algo que dijo usted —dijomirándome a los ojos—, me hizoreflexionar. —Hizo una pausa, y depronto, preguntó—: ¿Les importa quefume?

Yo negué con la cabeza.—No, claro que no —dijo Irene.Mr. Harris sacó una cajetilla de

Chesterfield sin filtro de uno de loscajones de su mesa, extrajo de ella uncigarrillo y, antes de encenderlo, selevantó para abrir una hoja del ventanalque había a su costado. Lo encendiódespués, y dio una larga calada parallenar de humo sus pulmones.

Page 341: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Volvió a fijar en mí su mirada, ycontinuó:

—Si no fue una escisión formal, y loshermanos que se separaron de laobediencia de la Logia creyeron quedebían mantener el más absoluto de lossecretos, es posible que no quedararastro en los archivos de la Gran LogiaUnida de Inglaterra. Nada más irse Vds.,me dediqué a leer, una a una, las actasde las reuniones a partir de 1830. Lesdije que los enfrentamientos eranfrecuentes, pero a partir de 1831 éstosse hicieron tremendamente duros; pero,curiosamente, a partir de mediados de1832, éstos cesaron por completo. Lasreuniones de la Logia volvieron a ser unremanso de paz. —Nos miró

Page 342: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

alternativamente a uno y a otro, dio otracalada al cigarrillo, y preguntó—:¿Piensan Vds. lo mismo que yo?

La respuesta era evidente, así que laobvié y me lance a hacerle la preguntaque me estaba quemando los labios.

—¿Sobre qué cuestiones giraban losenfrentamientos antes de 1832?

—Básicamente sobre una solacuestión: la conveniencia de que, en elseno de la Logia se pudiera discutir depolítica e, incluso, posicionarse comoentidad e intervenir ante cualquieracontecimiento de tipo político. Los queestaban a favor de ello alegaban que laGran Logia Unida de Londres ya lohabía hecho durante el primer deceniodel siglo.

Page 343: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Y era cierto? —se interesó Irene.—Totalmente. La Gran Logia Unida

de Inglaterra intervino activamente entodo el proceso de emancipación de laAmérica española. Bolívar, San Martín,Miranda, O’Higgins… la prácticatotalidad de los llamados Libertadoreseran masones.

—¿Quiere decir con ello que fue laGran Logia de Inglaterra quien dirigió elproceso de la emancipación americana?

—Sería excesivo decir que dirigió elproceso, pero no que lo inspiró y lonutrió de ideales.

—¿Por qué, durante esos años, laGran Logia hizo una excepción a susprincipios interviniendo en ese procesopolítico?

Page 344: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Esa pregunta tiene una difícilrespuesta. Como Vds. deben saber, losGrandes Maestros de la Gran Logia casisiempre han sido miembros de la familiareal británica, lo que supongo que, enocasiones, les hace ser más sensibles alas grandes cuestiones de Estado.Entonces, quizá es que el ImperioBritánico pretendía sustituir lainfluencia de España por la suya propia,o que solo fuera una sutil venganza porel apoyo español a la independencia delos Estados Unidos.

—¿Y usted qué piensa sobre lacuestión? —preguntó de pronto Irene.

—¿Me pregunta mi opinión personal—dijo poniendo mucho énfasis— sobresi la Logia hizo bien o mal en apoyar la

Page 345: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

debacle española en América?—Sí.Arthur P. Harris se encogió de

hombros e insinuó un gesto de hastío.—Soy un hombre pragmático —dijo

—. Jamás opino sobre hechos que ya nose pueden cambiar. La historia es solohistoria. Pero sí puedo decirle que, siese debate se planteara en el seno de laLogia ahora mismo, mi postura seríacontraria a la intervención en cuestionespolíticas.

—¿Por qué? —insistió Irene—.Después de todo, la política es algoinherente al ser humano.

—Touché —respondió Harris con unafragante sonrisa—. Es cierto lo quedice, pero creo que debemos centrarnos

Page 346: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

en el individuo, en hacer mejores a loshombres, no en la sociedad. Si lohombres somos mejores cada día,también lo será la sociedad.

—Es una manera de verlo —repusoescéptica Irene.

—Pero hay algo más que queríadecirles. Ustedes me hablaron de la letraphi, ¿recuerdan? Estaba en un mensajeque recibieron. Se me ocurrió repasar lacorrespondencia del que era GranMaestro de la Logia de Inglaterra en1832, el duque de Sussex, a su hermanoel duque de Kent. En una carta, fechadaen octubre de 1831, le habla de ciertoshermanos que se creen llamados acambiar el mundo; y en otra, de febrerode 1832, le dice que los “Illuminati”, así

Page 347: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

es como les llama en la carta, se reúnensecretamente, al margen de la disciplinade la Hermandad. En otra carta demarzo, les llama también “los griegos”,al parecer porque utilizan como señalpara reconocer su pertenencia al grupo,¿se imaginan qué letra griega?

—Phi —apuntó Irene.—Exacto.Se produjo un espeso silencio.

Reinaba en el ambiente cierto aire desatisfacción, del que yo participaba adisgusto, porque únicamente habíamosconseguido relacionar el mensaje deMoriarty con cierta secta secretamasónica, de la que desconocíamosabsolutamente todo.

—¿Ha averiguado algo más? —

Page 348: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pregunté.No contestó a mi pregunta. Se limitó a

coger un libro que había en la partederecha de su mesa, abrirlo por unapágina previamente señalada, y decir:

—Creo que deberíamos empezar porla originaria “Orden de los Iluminados”,también llamada “Orden de losPerfectibilistas”, que proponían que lasociedad fuera regida por seres humanosen camino hacia la perfección. Sin dudalos nuevos “iluminados” queríanparecerse a ellos y, probablemente, lesimitarían en todo aquello que les fueraposible. He estado ojeando algunoslibros para refrescar la memoria —dijotras una pausa—. Como les dije estamañana, dicha Orden fue fundada por

Page 349: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Adam Weishaupt, antiguo alumno de losjesuitas y profesor de la Universidad deIngolstadt, en Baviera. Hasta entonces,las logias masónicas habían sido,básicamente, escuelas de pensamiento,con Weishaupt se trata de llevar losprincipios a la práctica. Antimonárquicoy anticristiano, creerá que sobre lasruinas de las monarquías y de la Iglesiase podrá levantar un Orden Nuevo. ¿Lessuena de algo? —ironizó.

¡Claro que me sonaba! En esoconsisten, básicamente, todas lasrevoluciones que en el mundo han sido,construir un mundo nuevo sobre lasruinas del anterior, y así se lo dije.También le pregunté si acaso ahoracreía que era cierto lo que, por la

Page 350: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mañana, consideraba solo una leyenda.Me miró extrañado, como si hubiera

recibido un inesperado golpe bajo de miparte, y balbuceó:

—Ahora hay nuevos datos que meinclinan a pensar de distinta forma.

Miré a Irene que, a mi lado, parecíaabstraída. ¿Qué idea estaba rondandopor su cabeza? Volví a fijar mi atenciónen Harris, pero de pronto soltó Irenedirigiéndose a mí:

—Ha dicho que a la “Orden de losIluminados” también se le llamaba delos “Perfectibilistas”, porquepropugnaban que el mundo fueragobernado por hombres que buscaban laperfección.

Asentí con la cabeza, y también

Page 351: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Harris los hizo.—¿No te das cuenta? —continuó

Irene—. ¿No recuerdas lo que nos contóMycroft sobre lo que encierra el númerophi? El número de oro. La medida queDios utilizó para construir el Universo.El número que representa la belleza, laperfección. —Se dirigió ahora a Harrispara preguntar—: ¿No dijo antes que los“iluminados” utilizaban la letra griegaphi como santo y seña?

—Sí, eso leí —balbuceó el inglés.—¡Pues esa es la razón! —concluyó

alborozada—, que el número phirepresenta en el orden de las cosas loque ellos pretender representar ante elresto de los hombres: la perfección.

Las palabras de Irene nos dejaron

Page 352: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estupefactos, porque eran laconstatación no solo de que los“Iluminados” operaban en la sombra,sino también de que, de alguna manera,nuestro amigo Moriarty les habíadescubierto, provocando con ellos susecuestro, si no algo mucho peor.

—Nos queda por descifrar quésignifican los números que aparecensiempre en los mensajes —apunté.

—Pueden significar cualquier cosa,desde un mensaje cifrado hasta unareferencia coyuntural —señaló eldirector del Museo.

La idea de estar enfrentado a unasecta misteriosa, cuyo origen estaba enla Alemania del siglo XVIII, que nodudaba en llegar al crimen si ello era

Page 353: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

conveniente para sus planes, hizo que unescalofrío recorriera mi cuerpo. A pesarde la aparente evidencia que habíasubrayado Irene, me resistía a creer quetodo aquello fuera cierto.

—¿De veras cree que los“iluminados” consiguieron llevar suproyecto a la práctica, que estabandetrás de todas las grandesconspiraciones? —pregunté a Harris.

—No de todas, por supuesto, pero síde alguna de las más importantes.

Recordé las palabras de mi amigo ellibrero sobre la intervención de los“Iluminados” en ciertos sucesoshistóricos, a las que tan poco créditohabía concedido, y pregunté:

—¿Está pensando en la Revolución

Page 354: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Francesa?Arthur P. Harris balanceó ligeramente

la cabeza en un gesto afirmativo.De pronto, despertó Irene de su

ensimismamiento haciendo una preguntaque sorprendió al director del Museo:

—¿Qué tiene de especial el AhimanRezon expuesto en el Museo?

—Es un ejemplar de la primeraedición del libro.

—¿Fue esa la razón de que intentaranrobarlo haces unos días?

Harris no pareció sorprenderse deque estuviéramos enterados del intentode robo, y contestó displicente:

—Puede ser, pero me sorprendió queintentaran robar ese libro habiendo en elMuseo objetos mucho más valiosos que

Page 355: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

él.—El valor siempre es un concepto

relativo, depende de con cuanta fuerzase desee, o se necesite —apunté.

—¿No tiene algo que le haga único?—insistió Irene.

Eso era exactamente lo que habíadicho el inspector Ventura algunas horasantes cuando me llamó por teléfono.

—Bueno —repuso Harris—, tienealgunas anotaciones marginales delpropio autor.

—¿Recuerda lo que dicen esasanotaciones?

—Eran frases y palabras sin sentido.No las recuerdo exactamente, pero síque no significaban nada.

—¿Podríamos ver el libro?

Page 356: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Harris llenó sus pulmones de aire.Resultaba evidente que no le hacíaninguna gracia la petición que le habíahecho Irene.

—¿Qué quiere ver en él? —preguntómolesto—. Tenga en cuenta que se tratade un libro único, y su conservación noes precisamente muy buena. Podríamosfacilitarle un libro de cualquier otraedición.

—No sirve cualquier otra edición.Necesito ver ese libro —repuso Irene enun tono que no admitía objeción alguna.No tuve la impresión de que desconfiarade nosotros, pero supongo que, despuésdel intento de robo, le preocupaba laseguridad del libro.

Yo asistía con regocijo a aquel tour

Page 357: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de force entre mi compañera y eldirector del Museo. Miré a Irene yrecordé la primera vez que la vi, sentadaen la barra del bar del Hotel Victoria.Su pelo castaño, al que la luz más suavede Londres confería de ligeros tonosrojizos, cayendo en suaves ondas sobresus hombros, el perfil clásico y elmentón contundente me hacían sentircomo el marino que llega a puertodespués de años de haber pasado añosperdido en la mar. ¿Era algo así lo quesintió Ulises al mirar a Penélope trasarribar a Ítaca? No sé el tiempo quepasó mientras pensaba —y sentía—estas cosas, pero debieron ser solo unossegundos, porque de pronto escuché lavoz de Harris, que dijo en tono abatido:

Page 358: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Tendremos que esperar a quecierre el Museo, a las seis de la tarde.

Faltaba poco más de una hora paraeso, y recordé que no habíamos comidoabsolutamente nada desde el desayuno.

—Tengo hambre —dije, y pregunté alos otros dos—: ¿Les apetece comeralgo?

Irene aceptó enseguida, tambiénestaba hambrienta, pero Harris se hizoun poco de rogar. Aceptó al fin ycaminamos hasta una cafetería cercana aFreemasons’ Hall. Comimos unossándwiches, lo que, en mi caso, mepermitió pensar mejor, y aproveché paravolver sobre el asunto del robo dellibro.

—¿Han atrapado al ladrón?

Page 359: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Todavía no, pero Scotland Yardestá en ello —fue su respuesta. Depronto, se quedó pensativo, hizo unapequeña mueca que interpreté como unasonrisa, y dijo—: Estoy seguro que elinspector Marvin no aprobaría que lespermita tocar el libro.

Supuse que se refería a un inspectorde Scotland Yard y, antes de quepudiera decir algo, propuso Irene que nohabía inconveniente por nuestra parte enque ese tal inspector Marvin estuvierapresente cuando nos lo mostrase.

—Solamente necesito comprobar unacosa, y, si como temo, se confirma, nosolo nos ayudará a nosotros en nuestrainvestigación, sino también a la policíapara identificar a los responsables del

Page 360: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

intento de robo —dijo Irene.Aunque a estas alturas era evidente

que Arthur P. Harris confiaba ennosotros —al menos eso es lo que noshacía pensar con su amigable actitud—,las palabras de Irene añadieron mássosiego a su estado de ánimo. Extrajodel bolsillo su teléfono móvil y marcóun número. Hablaba bastante rápido yme costaba entenderle —¿por qué mecuesta tanto entender el inglés de losingleses?—, pero deduje que estabahablando con el inspector de ScotlandYard.

—¿Vendrá el inspector? —preguntóIrene, que indudablemente habíaentendido la conversación mejor que yo,cuando cortó la comunicación.

Page 361: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—No —repuso Harris—, pero, talcomo imaginaba, me ha pedido que nome fíe demasiado de ustedes.

Irene rió el comentario del directordel Museo, como si el inglés hubierahecho una, por estúpida, divertidabroma, pero a mí no me hizo ningunagracia.

Entre unas cosas y otras, casi era lahora de cierre del Museo, por lo queiniciamos el regreso a Freemasons’Hall.

—Supongo que ese ejemplar del“Ahiman Rezon” lo donó al Museo elpropio autor —comentó Irene mientrascaminábamos por la acera.

—¿Por qué lo pregunta?—Dijo usted que las anotaciones

Page 362: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

marginales que tiene son del propioautor, pensé que…

—No —la interrumpió Harris—. Ellibro fue donado al Museo, por undonante anónimo, en 1945, poco despuésde terminar la Segunda Guerra Mundial.

—Entonces, ¿cómo saben que lasnotas que aparecen en él son del autor?

—Se comparó la letra con una cartade Lawrence Dermott que se conservaen la British Library. Según los peritosque se consultaron, la mayoría deanotaciones que aparecen en el libro sonde puño y letra de Dermott

Ya en el despacho de Harris, aúntuvimos que esperar casi quince minutoshasta que apareció éste con el libroentre sus manos enguantadas. Lo

Page 363: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

depositó con cuidado en una mesaanexa, que previamente había cubiertocon un paño de terciopelo, y sacó de unode los cajones unos guantes blancos queofreció a Irene.

—Pase las hojas con cuidado, porfavor. No es muy bueno su estado deconservación —dijo el director delMuseo.

Irene se acercó a la mesa en silencio—y yo con ella—, se puso los guantes,abrió el libro por la página donde sepresenta el libro, y leyó en voz alta:“Ahiman Rezon: or. A Help to aBrother; Shewing the excellency ofsecrecy, and the first Cause, or Motive,of the Institution of Free Masonery”.Pasó varias páginas más, hasta que

Page 364: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aparecieron las primeras anotaciones,escritas con grueso trazo de tinta negra,en los márgenes del libro.

En silencio, Irene fue pasandopáginas, observando detenidamente laspalabras escritas con refinada letragótica que a mí me resultabanprácticamente ilegibles, por lo quecentré mi atención en los gestos deIrene, en los ligeros movimientos de suslabios entreabiertos, en sus manosenguantadas que parecían acariciar ellibro. Cuando hubo terminado y cerró laúltima página, volvió de nuevo alprincipio. Giró levemente la cabeza yme miró a los ojos. Percibí la intensidadde su mirada, aunque no supe dilucidarla emoción que reflejaba. Retornó su

Page 365: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

atención al libro y volvió a abrirlobuscando una página, la número 4,después otra, volvió a la primera, pasó ala página 2, la 7, después a la 52 y la 27y luego otra vez a la 4. Durante más deuna hora, Irene estuvo haciendo cálculosy combinaciones bajo la atenta miradade Harris. Yo me había sentado en unsofá que había frente a la mesa deldirector del Museo, y meditaba sobre adónde nos conduciría todo aquello.Entonces, pidió ella algo con quéescribir, que rápidamente le fuefacilitado por Harris. Irene, con manotemblorosa, copió en un cuaderno lassiguientes palabras: Only, Europe, Tosave, When, To be, In danger, Light.

Durante un buen rato las estuvo

Page 366: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mirando. Al final, con voz opaca, dijo:—Es una sentencia.—¡¿Cómo?! —preguntó incrédulo el

inglés. Eso es completamente absurdo.—Es como un anagrama, solo que en

lugar de letras hay que ordenar palabras.—¿Y qué dice? —pregunté

expectante.—When Europe is in danger, only the

Light will save. Cuando Europa esté enpeligro, solo la luz la salvará —tradujo,aunque en este caso no tenía necesidadde que lo hiciera.

—¡No puede ser! —exclamóHarris—. Eso no es más que un juego depalabras. —Arrancó nervioso elcuaderno de manos de Irene y, trasojearlo durante unos segundos, dijo

Page 367: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

triunfante—: Esas palabras puedenordenarse de otras maneras, porejemplo: Only Europe will save thelight when is in danger. Es fácilconstruir frases convenientes conpalabras de aquí y de allá, pero estoyconvencido de que si Dermott hubieradeseado enviar un mensaje al futuro, lohabría escrito con claridad en laspáginas de su libro.

Irene no se inmutó ante las reservasdel director del Museo. Después detodo, ¿cómo no sentirse humillado si,tras sesenta años con el libro ante susnarices, ni él ni sus antecesores habíansido capaces de descifrar los mensajesque ocultaban sus páginas?

—Dice algo más —afirmó

Page 368: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

simplemente, pero en esta ocasión noesperó nuestras preguntas para enunciarel siguiente mensaje contenido enalgunas de las páginas del libro—: TheKings must die.

—¿En qué te basas para hacer esainterpretación? —preguntó, todavíaincrédulo Arthur P. Harris.

—Pensé que si phi era una señal paraidentificarse como miembro de los“iluminados”, el número que le seguíadebía de ser una clave.

—Pero había varios números —señalé.

—Sí, el primero era la base, elinmutable: el 6174, la constante deKaprekar. El que publicó Vólkov en suanuncio solo cambiaba el orden de las

Page 369: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cifras. Evidentemente, el que seencontró en el bolsillo de Conan, el4527, era la diferencia entre los otrosdos, y su tarjeta de presentación. Elsaber cómo obtener ese número, leidentificaba a ojos de Konstantin Vólkovcomo alguien en quien podía confiarplenamente, quizá un alto grado dentrode la Orden de los Iluminados.

—Pero hay muchas otras palabras enel libro, incluso la frase “The Kingsmust die” está en el libro, y tambiénotras frases similares, ¿por qué esas yno otras? —preguntó el inglés.

—Porque en el número que,indirectamente, Vólkov facilitó a Conan,el 4527, se indicaban las páginas dedonde había que extraer el mensaje.

Page 370: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Eran las páginas 4, 5, 2, 7, 45, 52, y 27.En las primeras páginas están laspalabras, la página 52 da la clave paraleerlas, y en la página 27 está lasentencia sobre los reyes.

—Entonces, ¿crees que el intento derobo del libro fue para poder descifrarese mensaje? —preguntó Harris, todavíaescéptico.

—¿Te acuerdas de la cuartilla…? —comencé a hablar, pero Irene me cortócon un gesto de su mano.

Había recordado la noche queasaltamos la caravana de Conan, y lacuartilla, con números y palabrasinglesas, que encontró ella en el interiordel ejemplar del “Ahiman Rezon” queallí había. ¿Pensaba ella también que

Page 371: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

esos números y esas palabras, a las queentonces no concedimos ningunaimportancia, debían ser la trascripciónde las palabras manuscritas en el librodel Museo?

—Estoy segura de que no —respondió Irene a la pregunta que lehabía hecho Arthur P. Harris. —Percibíen su mirada la duda sobre si contar alinglés la existencia de esa cuartilla, odejar que la investigación de ScotlandYard siguiera su curso. En cualquiercaso, lo importante para nosotros no eraencontrar al hombre que había intentadorobar el libro del Museo, sino a losresponsables de la desaparición deMoriarty, pero la inevitable preguntaque me hice a continuación, fue: ¿Detrás

Page 372: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de ambas cosas está la misma persona?—. Pero no se puede descartar nada.

—Me gustaría que contara alinspector Marvin la interpretación queusted hace del número 4527 utilizandopara ello el libro que intentaron robar—pidió Harris a Irene.

—Es urgente que volvamos a Madrid—intentó excusarse Irene.

—Señorita Aguirre —dijo Harris conun semblante tan serio como todavía nole habíamos visto—, espero que lo queha leído sobre Europa, la luz y que losreyes deben morir, no sean más quetonterías, pero, por si existe la másmínima posibilidad de que esté en locierto, no saldrá usted de Londres sinantes haber hablado con el inspector

Page 373: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Marvin. ¿He hablado claro? —Irene selimitó a hacer un gesto afirmativo con lacabeza—. Bien —continuó el inglés—,ahora voy a llamar a Scotland Yard, lepasaré el teléfono, y hablará usted con elinspector Marvin. ¿De acuerdo?

Irene volvió a asentir, y Harris marcóun número en el teléfono que habíasobre su mesa. Habló con alguien y, alcabo de unos segundos, le pasó elaparato a Irene. La conversación sedesarrolló en inglés, y fue breve. Ambosteníamos cita con el inspector Marvin,en el vestíbulo de nuestro hotel, para eldía siguiente a las once de la mañana.

De vuelta a nuestro hotel, mientasIrene buscaba pasajes para el primeravión que saliera al día siguiente por la

Page 374: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tarde con destino a Madrid, yo medediqué a dar cumplida cuenta en el“Club de Holmes” de los avances quehabíamos hecho.

Por la noche, tras cenar una pizza enun restaurante italiano, decidimosterminar de nuevo con una pinta deGuinness en el mismo pub dondehabíamos estado la noche anterior.

Otra vez, de forma imperceptible, laconversación se deslizó poco a pocohacia asuntos que nada tenían que vercon el motivo de nuestra estancia enLondres, y sí con las cosas que nosconvertían en las personas que éramos,es decir, los pequeños anhelos yfrustraciones de cada día.

—¿Estás sola? —me atreví a

Page 375: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

preguntar.—¿Qué quieres decir? —preguntó

poniéndose súbitamente en guardia.—Que si tienes pareja —aclaré.Irene tomó la pinta con las dos manos

y dio un largo trago de cerveza.—La tuve —dijo evitando mirarme.

Lo dijo además en un tono en el queadiviné el dolor, todavía reciente, de laausencia del otro. Entonces, inspiróhondo, levantó la barbilla y setransformó de nuevo en la mujer fuerte ydecidida que yo conocía—. Pero noquiero hablar de eso. No ahora. ¿Y tú?

—No. Hace tiempo tuve algoparecido a una novia, pero imagino queno la quería lo suficiente.

Irene fue a decir algo, pero se

Page 376: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

arrepintió. En su lugar, alzó la pinta ybrindó de forma solemne:

—Por Sherlock Holmes, que es elúnico hombre del que estoy segura quenunca me abandonará.

Sus palabras estaban ribeteadas deamargura, o al menos eso me pareció amí. A pesar de todo, brindé con ella.Pero hubo —de eso me di cuenta mástarde— un antes y un después a esaspalabras. Imperceptiblemente habíamosentrado en un nivel de comunicación queno teníamos hasta ese momento. Ya noeran necesarias las palabras para saberlo que estaba pensando, o sintiendo, elotro, y eso hizo que nos sintiéramosincómodos, que el miedo se apoderarade nosotros al traspasar el umbral de lo

Page 377: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que, al menos para mí, era terraincógnita.

Había cierta tensión durante elcamino de vuelta al hotel. Lo hicimossin apenas hablar, conscientes de quecualquier palabra, o gesto, o mirada,podía desencadenar el incendio queambos temíamos y deseábamos al mismotiempo. Esa noche, por primera vez enmi vida, tuve la sensación de que unaemoción nueva y maravillosa se habíaapoderado de mí, de que era el hombremás afortunado del universo por estarjunto a Irene, y que el tiempo seralentizaba con la única finalidad de queyo pudiera saborear cada uno de losinstantes que estaba a su lado. ¿Aquelabismo era el amor?

Page 378: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Esa noche hicimos el amorapasionadamente. Bastó una mirada paraque nos lanzáramos el uno sobre el otrocomo dos asesinos que, más que matar,desean morir en la batalla. Nos besamoscon la ferocidad de lobos hambrientos.Recorrí su cuerpo con la meticulosidaddel general que analiza el campo debatalla. Me emborraché de su aroma aperfume, sudor y sexo. Hablamosabrazados, en susurros, como dosmalhechores al acecho. Comimos frutossecos —Irene siempre llevaba en subolso algunas bolsas de almendras ocacahuetes— y bebimos agua paravolver después a nuestros cuerpos conun deseo que, en ese momento,hubiéramos jurado inextinguible. Así,

Page 379: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hasta, ya de madrugada, caer extenuadosen un profundo sueño.

Nos despertamos cerca de las once,con el tiempo justo de tomar una duchaantes de acudir a la entrevista queteníamos en el vestíbulo del hotel con elinspector Marvin, de Scotland Yard.

Si solo se pudiera utilizar un adjetivopara describir al inspector DerekMarvin, ése sería el de pulcro. No soloera su aspecto físico, era también sumanera de vestir lo que ayudaba a daresa impresión de agente de la city. Teníaalrededor de cuarenta años y una miradainteligente que parecía traspasarte.Esperaba con la gabardina bajo el brazoy, como nosotros a él, nos reconociónada más vernos.

Page 380: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Hay algún lugar donde podamoshablar? —preguntó Marvin después delas presentaciones.

Realmente el vestíbulo del hotel teníaalgo de inhóspito. Un mugriento sofájunto al ascensor era todo el mobiliarioen el que uno podía sentarse. Elrecepcionista, que en esos momentos noatendía a nadie, no nos quitaba ojo deencima. Miraba con descaro,preguntándose qué hacía allí un hombrecomo Derek Marvin.

—Quizá en una cafetería estemosmejor —apuntó Irene.

Recordé que a unas decenas demetros del hotel, en dirección aPicadilly Circus, había una ampliacafetería con grandes ventanales a la

Page 381: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

calle. Hacia allá nos dirigimos, yocupamos una mesa a mitad de caminoentre la barra y la cristalera.

—¿Les gustó el Museo? —preguntóuna vez se hubo retirado el camarero alque pedimos, café solo el inspectorMarvin, y huevos con beicon y caféIrene y yo.

—¿Se refiere el Museo deFreemasons’ Hall? —puntualizó Irene.

—Sí, por supuesto.—Es interesante —dijo ésta.—¿Y el libro?—Supongo que ya le ha contado Mr.

Harris.—Sí —repuso el inspector—, pero

quería que lo hicieran ustedes, desde elprincipio, por favor.

Page 382: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Había una cierta indiferencia en sumanera de hablar que, en principio,achaqué a la flema británica, pero queenseguida comprendí que no era más queuna pose teatral destinada a mantener lasdistancias.

Entre Irene y yo le contamos toda lahistoria, desde el mensaje en petición deayuda que recibimos de Moriarty, laextraña entrevista con KonstantinVólkov, hasta la lectura que había hechoIrene de las frases escondidas en ellibro expuesto en el Museo. Soloomitimos el hecho de que Conan habíasido asesinado y que —salvo que lascosas hubieran cambiado en los últimosdías— yo era el principal sospechosodel crimen.

Page 383: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

El inspector Marvin, que se habíamostrado muy interesado por lassentencias que Irene había extraído dellibro, repitió en voz alta la primera deellas:

—When Europe is in danger, onlythe Light will save it. ¿Qué cree quequiere decir? —preguntó.

Irene tardó algunos segundos enresponder. Por fin dijo:

—No sé si ha oído hablar de lallamada “Orden de los Iluminados”…

—Algo comentó Mr. Harris, pero metemo que no le entendí demasiado bien.Hablaba de una organización del sigloXVIII, ¿qué tiene eso que ver connosotros?

—Quizá más de lo que imaginamos

Page 384: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—susurró Irene.—Quiere decir que cabe la

posibilidad de que los “Iluminados”sigan existiendo hoy en día —intervineyo.

El inspector arqueó las cejasescéptico. Debía considerarnos dospirados excéntricos que habíamoscontagiado de nuestra locura al otroraecuánime Arthur P. Harris.

—Y en el hipotético caso de queexistieran, ¿saben cuál sería suobjetivo? —preguntó sin abandonar esetono displicente que tanto empezaba amolestarme.

—Controlar el mundo —respondióIrene.

El inspector Marvin perdió su

Page 385: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

compostura y rompió a reír a carcajadalimpia.

—Perdonen —dijo cuando paró dereír—. No he podido evitarlo. Es tan…absurdo todo lo que dicen. ¿Saben unacosa? —preguntó volviendo a la sonrisaautosuficiente del principio—, no sonlos únicos en pensar que hay unaorganización secreta que pretendecontrolar el mundo. Dense una vueltapor Internet.

—Hay hechos… —empezó a decirIrene, pero el inspector Marvin lainterrumpió de forma brusca:

—Entonces, también estánconvencidos de que la Reina deInglaterra corre peligro.

—No solo la Reina de Inglaterra. La

Page 386: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

frase decía: Los reyes deben morir.Imagino que se refería a todos los reyes,a las monarquías europeas.

Era una idea tan descabellada queDerek Marvin la ignoró por completo.

—Una última cuestión —extrajo delbolsillo interior de la chaqueta una fotoy nos la mostró—. Por casualidad,¿reconocen a este hombre? —preguntó.

Sentí como un golpe en la boca delestómago al reconocer en el hombre dela foto al secretario de Vólkov, elmismo que nos había recibido en elHotel Palace, y pensé que el inspectorVentura, por aquello de poder hacer uninforme en el que hubiera las menoslagunas posibles, se alegraría de saberque Vólkov fue a Londres cuando

Page 387: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

desapareció de Madrid.—Le vimos en la habitación de

Konstantin Vólkov en Madrid. Pensamosque era su secretario —repuso Irene.

—¿Quién es? —pregunté yo.—El hombre que intentó robar un

valioso libro en el Museo de la GranLogia Unida de Inglaterra.

Por primera vez el inspector Marvinnos miró de una forma distinta. Quizá elhecho de que hubiéramos vistoanteriormente al ladrón frustrado delMuseo hizo que empezara a plantearseque, al menos, algo de lo queafirmábamos podría ser verdad.

Se puso de pie provocando que Ireney yo lo hiciéramos también.

—¿Cuándo salen ustedes para

Page 388: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Madrid? —preguntó entonces.—En el avión de las tres de la tarde

—respondió Irene.Tendió a ésta una tarjeta y puso otra

en mi mano.—Si averiguan algo más sobre esa

gente, les ruego se pongan en contactoconmigo. Ahí tienen mi teléfono, ytambién mi dirección de correoelectrónico en Scotland Yard —nos diola mano como despedida—. Que tenganbuen viaje —dijo, y salió rápidamentede la cafetería sin pagar su consumición.

Me sentía cansado. Cansado de todo,de aquella historia que cada vez parecíacomplicarse más, de la ceguera deScotland Yard y de las amenazas delinspector Ventura, estaba incluso

Page 389: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cansado del “Club de Holmes”, y, porprimera vez en mi vida, eché de menosmi trabajo en Madrid en la BibliotecaNacional. Miré a Irene esperandoencontrar en ella un reflejo de mi propioestado de ánimo, pero solo encontré susojos fulgurantes.

—Este capullo —dijo por elinspector Derek Marvin— era el quetenía interés en hablar con nosotros. Porlo menos podría habernos invitado —soltó Irene.

Reí a carcajadas.—Ya sabes lo que se dice de los

ingleses.—¿Qué? —preguntó.—Que, como las mujeres guapas,

siempre esperan que uno les invite.

Page 390: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene, muy seria, me miró largamente.—Te acabas de inventar esa

estupidez, ¿verdad? —dijo muy seria.—Sí.—Pues no tiene gracia.

Page 391: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 7

El informe Vólkov

Watson no podía imaginar que, a la

misma hora en que despegaba delaeropuerto de Heathrow el avión que lesdevolvía a Madrid, a seis mil kilómetrosde distancia empezaba una reunión de laComisión de los Diez, el grupo mássecreto dentro de la organización mássecreta del mundo. El motivo eradiscutir el informe que para ellos habíapreparado el hermano Spartakus, recién

Page 392: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

vuelto de Europa.Estaba amaneciendo en Nueva York,

y Spartakus, abstraído en suspensamientos, completamente ajeno a labelleza del amanecer sobre la ciudad delos rascacielos, estaba en pijama, con unvaso de zumo de naranja en la mano, enla terraza de su ático, situado en laQuinta Avenida, frente a Central Park.

Hizo un repaso mental de las personasque, procedentes de cuatro continentes,acudirían esa mañana a la reunión.Contándose él mismo serían diez, sietehombres y tres mujeres. Al pensar en lasmujeres no pudo evitar una sensación dedesagrado. Él, amante de la tradición,nunca había visto con buenos ojos laincorporación de la mujer a los órganos

Page 393: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

decisorios de la Fraternidad. Bienestaba que participaran, inclusoampliamente, en la organización de laOrden, y que tomaran decisiones dealcance limitado —después de todo noera posible excluir a la mitad de lapoblación mundial—, pero lasconsideraba emocionalmenteincapacitadas para tomar decisiones queimplicaran grandes riesgos. La idea deuna mujer dirigiendo los destinos de laHumanidad no solo le parecíaextravagante, sino inclusotremendamente peligrosa.

Conocía bien a todo ellos, pues al seruno de los miembros más antiguos de laComisión, había participado en suselección y nombramiento. Tres venían

Page 394: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de Europa, dos de Asia, uno de África, ylos cuatro restantes de América. Detodos, solo le preocupaba la actitud quepudiera tomar Helius; temía que, llegadoel momento de la verdad, los escrúpulosle impidieran tomar la decisión correcta,al igual que había ocurrido en 1941,cuando cierto miembro de la Comisiónde los Diez traicionó a la Ordenimpidiendo así que la Segunda GuerraMundial transcurriera tal y como habíasido planificada.

Helius, profesor de Física Cuánticaen la Universidad de Leipzig, era unhombre que en los últimos años se habíaopuesto sistemáticamente a todas lasiniciativas propuestas por Spartakus.Negaba que fuera Europa el escenario

Page 395: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sobre el había que intervenirsistemáticamente para cambiar almundo, e incluso, últimamente, habíadiscutido la necesidad de que dichasintervenciones tuvieran un carácterviolento. “No era necesario que mediaEuropa quedara arrasada, por no hablarde los millones de muertos que la guerraprovocó”, afirmó en alusión a lasegunda Gran Guerra hacía cinco años,cuando cuestionó las decisiones que laComisión había tomado sesenta añosatrás.

Desde el punto de vista de Spartakus,demostraba cierta tendencia hacia lapusilanimidad al no admitir que lasguerras, y las muertes que ellasimplican, es la herramienta que

Page 396: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

periódicamente utiliza la naturaleza paramantener el equilibrio de los hombrescon el resto de seres vivos.Históricamente fueron las guerras, perosobre todo las grandes epidemias, lasque restablecían el equilibrio natural,pero con el desarrollo de la medicinaésta última posibilidad había quedadoprácticamente descartada. Todos elloseran conscientes de que el progreso y latecnología estaba subvirtiendo el ordennatural de las cosas. Por primera vez enmillones de años de evolución, losdébiles tenían tantas posibilidades desobrevivir como los fuertes. Todos en laComisión eran conscientes de ese hecho,y de que el mismo terminaría resultandoletal para la raza humana, pero pocos

Page 397: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estaban todavía dispuestos a asumir laresponsabilidad de tomar las decisionesadecuadas.

El sol empezaba a abrirse paso entreel bosque de rascacielos, y las sombrasde éstos parecían alargarse hasta elinfinito. Spartakus apuró el zumo quequedaba en el vaso, se giró y entró denuevo al apartamento dispuesto aprepararse para la reunión.

La cita era en el bufete de Cravath,Parker & Moore, situado en la OctavaAvenida. Se trataba de uno de los másimportantes despachos de abogados deNueva York, y no llamaría la atención lareunión, en su Sala de Juntas, deimportantes inversionistas en nuevastecnologías venidos de todo el mundo.

Page 398: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

El presidente de la firma, conocido en laOrden como Alcides, era miembro de laComisión de los Diez desde hacíabastantes años, y se había ocupado deorganizar el encuentro.

El primero en llegar a la sede delbufete fue Spartakus, veinte minutosantes de la hora fijada. Tras él lohicieron Joachim, Pandora, Gualterius,Nerthus y Umai, Helius, y por últimoSavior y Naúm, que entraron juntos en lasala a las nueve en punto.

Alcides se ocupó de cerrar la puerta,asegurándose de que resultaríaimposible abrirla desde el exterior, ytomó asiento junto a Spartakus en lapresidencia de la mesa.

—¿Es segura la sala? —preguntó

Page 399: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Joachim como preámbulo.Fue Alcides, anfitrión de la reunión,

quien respondió.—Absolutamente —dijo—. En esta

sala se realizan a menudo importantesreuniones. Por nuestra propia seguridad,y la de nuestros clientes, todos losmeses se hace un barrido en busca demicrófonos ocultos. La sala está limpia.

Había una cierta tensión en laestancia. Después de tantos años deesperas y persecuciones, todos ellosintuían que el momento de la verdadestaba cerca, y que por fin, el viejosueño de tantos hombres ilustres, desdePlatón a Goethe, podía estar cerca decumplirse.

Spartakus carraspeó para llamar la

Page 400: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

atención del resto, e inició un brevediscurso de bienvenida que servía, almismo tiempo, como introducción delúnico punto a tratar:

“En primer lugar, queridos hermanos,quiero agradeceros vuestra presencia enesta sala. Como recordareis, en nuestraúltima reunión, hace seis meses, trasanalizar exhaustivamente la situaciónmundial, llegamos a la conclusión deque era el momento de que la Ordeninterviniera nueva y decisivamente paradar un paso más, quizá el último —señaló regodeándose en las palabrasmientras miraba a sus compañeros paracomprobar el efecto de las mimas—, enpos de la consecución de nuestrosobjetivos. Fui encargado por la

Page 401: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Comisión para concebir un plan, unahoja de ruta. Pues bien, como todossabéis, acabo de llegar de Europa,donde creo que, como en ocasionesanteriores, debemos actuarprioritariamente. Por favor, si abrís lacarpeta blanca que tenéis ante vosotrospodréis conocer el plan que heelaborado, con la especificación de loshitos más importantes que consideroimprescindible se produzcan. Ahora, porfavor, leed el informe que hemos dedebatir”.

Spartakus se sentó en la silla queocupaba en la cabecera de la mesa, ytodos los demás abrieron la carpetillablanca que había ante ellos ycomenzaron a leer con avidez el

Page 402: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

informe. Éste constaba de tres foliosescritos por una sola cara. Era realmenteun informe muy breve teniendo en cuentala importancia extraordinaria de losacontecimientos que anticipaba.

Spartakus aprovechó aquellos minutosp a r a observar detenidamente a suscompañeros. Tenía la sensación de quealgo había cambiado desde la última vezque estuvieron juntos en aquella mismasala, pero fue incapaz de saber qué era.Fijó su atención en Helius, un hombre deojos grises y pelo blanco que nunca lehabía terminado de gustar. Le conocíadesde hacía más de treinta años, perosolo en profundidad desde doce añosatrás, cuando, por decisión de lamayoría, entró a formar parte de la

Page 403: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Comisión. Pensó en qué era lo que no legustaba de Helius, y se preguntó si acasosería el fuerte acento alemán con el quese expresaba lo que generaba el rechazoque sentía, cosa extraña por otro lado,porque él mismo tenía acento alemán apesar de no serlo. A su lado estabaUmai, una mujer menuda de alrededorde cincuenta años, morena, de miradaincisiva y aspecto elegante. Leía —paralo que se había puesto unas pequeñasgafas— pausadamente el informe,buscando en él no solo las cosas quedecía, sino, y sobre todo, aquellas quese pudieran leer entre líneas. “Se notaque es una profesional de la política”, sedijo Spartakus.

Alcides, sentado a su lado, fue el

Page 404: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

primero en terminar de leer el informe,pero esperó a que concluyeran dehacerlo los demás antes de hablar.

—¿Crees que el incidente quepropones desencadenará losacontecimientos necesarios? —preguntóentonces.

—Estoy seguro de ello —repusoSpartakus.

Helius echó el cuerpo hacia atrás,apoyando el tronco en el respaldo delsillón. Esbozó una sonrisa queSpartakus, pendiente de él desde elprincipio, no supo interpretar, y miró asus compañeros esperando que algunode ellos hablara. Durante unos segundos,el más absoluto silencio reinó tras laspalabras de Spartakus. Por fin, Helius,

Page 405: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sin perder la relajada actitud quemantenía, dijo:

—Yo no lo estoy tanto —y añadió—:Creo que hace demasiado tiempo queabandonaste Europa, y no acabas decaptar los cambios que se han producidoen ella durante los últimos cincuentaaños.

Spartakus miró a Helius tratando dedisimular la ira que sentía, ycomprendió que, definitivamente, éste sehabía convertido en su enemigo.

—¿Qué quieres decir? —preguntócon voz de acero.

—Exactamente lo que he dicho. Teruego que no lo tomes como algopersonal, hermano Spartakus, peropienso que hace demasiados años que

Page 406: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

solo haces cortos viajes a Europa, ysiempre por motivos puntuales. —Hizouna pausa esperando una reacción deSpartakus, pero ante el silencio de éste,continuó— ¿Cuánto tiempo hace quedejaste Ucrania para instalarte aquí? —preguntó, aunque sabía, como todos lospresentes, que Spartakus se instaló enNueva York en el año 1969 al sernombrado para la Comisión de los Diez,debido a las dificultades que ponían lossoviéticos a sus frecuentesdesplazamientos a los Estados Unidosde América—. Los europeos de hoynada tienen que ver con los de hacecincuenta o sesenta años.

Helius hubiera querido decir que,incluso entonces, Spartakus, un pintor

Page 407: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ucraniano de segunda fila, educado en lamás estricta ortodoxia soviética, habríasido incapaz de comprender a un obrerometalúrgico de Manchester o a unestudiante de la Sorbona, pero secontuvo.

—No voy a discutir si miconocimiento de la psicología de loseuropeos me permite predecir o no susreacciones ante hechos ciertamentetraumáticos —repuso Spartakus—. Solote voy a pedir que puesto que, en nuestraúltima reunión, decidimos que habíallegado el momento de intervenir,propongas tú el cómo, dónde y cuándo.

Spartakus había hablado con unatranquilidad que de ninguna manerasentía, y sus palabras cogieron

Page 408: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

desprevenido a Helius, que como enotras ocasiones esperaba que iniciarauna discusión en defensa de susposiciones. Por este motivo, tardóalgunos segundos en reaccionar.

—¡Europa, siempre Europa! —exclamó con desaliento, y preguntó sindirigirse a nadie en especial—: ¿No esposible que, al menos en esta ocasión, elescenario sea otro lugar?

Todos, en silencio, dirigieron sumirada hacia Spartakus que, sin apartarlos ojos de Helius, permanecióimpasible.

Recordó entonces la primera vez quele vio. Fue en Dresde, AlemaniaOriental, a mediados de los añossetenta. Helius, que entonces era

Page 409: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

conocido exclusivamente como HelmutLanzmich, hacía poco tiempo que habíaterminado la carrera y trabajaba comoprofesor ayudante en la mismaUniversidad donde había cursado susestudios.

Desde su época de estudiantepertenecía a una organizacióndenominada “Deutschen komitee fürkultur und wissen” que, como tantasotras asociaciones de todo tipo en elmundo entero, giraba en la órbita de la“Orden de los Iluminados” sin que susmiembros tuvieran siquiera la másremota idea de que existía dicha Orden.

Spartakus viajó a Dresde para asistir,como miembro de la delegación deMéxico, a un simposio internacional

Page 410: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sobre pintura y socialismo, pero la únicamotivación para hacerlo fue la deconocer a un joven que destacabaextraordinariamente en variasdisciplinas.

La presentación, hecha por unprofesor de filosofía que compartíaaficiones e inquietudes con Lanzmich, seprodujo en el transcurso de unarecepción en la Universidad a losmiembros del simposio. Hablarondurante horas, primero paseando por elclaustro de la Universidad y, cuandoconcluyó la recepción, en el domiciliodel profesor de filosofía que les habíapresentado.

Ya de madrugada, Spartakus regresó asu hotel con la decisión de hacer, a

Page 411: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

partir de ese instante, un exhaustivoseguimiento de la labor y lospensamientos del joven profesor, y laconvicción de que había conocido a unfuturo dirigente de los Iluminados.

Le sacó de su ensimismamiento la vozde Pandora que, con su voz ronca yquebrada, dijo:

—La decisión que hemos de tomarahora no es el dónde, sino el qué. Miopinión —continuó tras una pausa—,como la de todos vosotros, es queestamos más cerca que nunca de lograrnuestro objetivo final. Quiero dejarclaro que no considero excesivo, entérminos de costo, el plan propuesto pornuestro hermano Spartakus. Ningúncosto es excesivo si el plan tiene éxito.

Page 412: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Por eso considero que lo sustancial,aquí y ahora, es debatir si el plan que senos propone es el adecuado para lograrnuestro principal objetivo.

Las palabras de Pandora produjeronsu efecto, porque inmediatamente todosse lanzaron a dar su opinión sobre eldocumento que tenían en sus manos. Elprimero en hacerlo fue Alcides, elprincipal socio de la firma de abogadosen cuyas dependencias se estabacelebrando la reunión. Se mostróplenamente de acuerdo con el planpropuesto por Spartakus, y, en alusión ala intervención que antes había hechoHelius, dijo que, por su innegableinfluencia sobre el resto del mundo, paracualquier plan que se adoptara solo

Page 413: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

habría dos escenarios posibles: EstadosUnidos o Europa.

Unos tras otro intervinieron todospara dar su opinión. La mayoría, conmás o menos matices, se mostró deacuerdo con el plan propuesto porSpartakus. Los únicos discrepantes,aunque por motivos totalmente distintos,fueron Helius, y Naúm, importantedirigente de la iglesia copta de El Cairo.Este último fue categórico en su rechazoal plan alegando que el conflictoprovocado podría derivar en una guerrade religión, del cristianismo contra elislamismo, e incluso en una guerra racialcontra el mundo árabe.

Cuando algunas horas después seprodujo la votación, el resultado fue de

Page 414: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

siete votos a favor del plan —dePandora, Nerthus, Umai, Alcides,Joachim, Gualterius y Savior—, y dosen contra —de Helius y Naúm.Spartakus, sabiendo que contaba con lossuficientes votos a favor, se abstuvo devotar su propia propuesta—.

No fue hasta que se hubo producido lavotación que Spartakus informó devarias reuniones, tenidas en Madrid yLondres con personas de laOrganización, de las que resultó que elplan era perfectamente realizablecuando llegara el momento. Sinembargo, no dijo absolutamente nada delfracaso en el intento de recuperar elejemplar del “Ahiman Rezon”, que lesfue robado a principios de la Segunda

Page 415: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Gran Guerra. No es que este asuntofuera verdaderamente importante paraellos —disponían de una copia idénticaal libro original—, pero temía que lacasualidad llevara a algún investigadora descubrir que las anotacionesmarginales del libro no eran otra cosamás que un completo manual deinstrucciones, interpretable en funciónde la situación política que, en cadamomento, reinara en el mundo.

Helius no se preocupó de ocultar elenfado que le había producido laresolución adoptada por la mayoría dela Comisión. Sentada frente a él,Pandora le observaba con disimulo,nunca le había visto tan disgustado y,por un instante, sus miradas de cruzaron.

Page 416: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Lo que vio Pandora en esa mirada ladejó profundamente preocupada, y tratóde entablar una conversación con él.

—¿Qué te pasa, Helius? ¿Quieres quehablemos? —preguntó.

Helius la miró con los ojosinyectados de rabia y, tratando de dotara sus palabras de una indiferencia queestaba lejos de sentir, se limitó a decir:

—Hay un proverbio alemán que dice:¿Qué sentido tiene correr cuando estásen la carretera equivocada?

Dicho lo cual, cerró su maletín, ysalió de la estancia sin volver la vistaatrás.

Page 417: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 8

Mycroft H. entra de nuevo enescena

Nuestra alegría se disipó cuando,

nada más despegar el avión delaeropuerto de Heathrow, hicimos unasomera recapitulación de todo losucedido desde nuestra llegada aLondres, porque si bien era cierto quehabíamos dado un paso de gigante en elconocimiento del caso, también lo eraque nos hallábamos ante un nuevo

Page 418: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

callejón sin salida.Si realmente existía esa “Orden de los

Iluminados” —cosa de la que Ireneestaba completamente segura—, eranuna organización tan secreta comoparecían, y también eran losresponsables de la misteriosadesaparición de Moriarty, ¿dónde ycómo iniciar la búsqueda de losIluminados? Ésa es la pregunta que noshicimos Irene y yo mientras el aviónsurcaba los cielos de Francia, que nosllenó de desaliento. La respuesta laobtuvimos apenas unas horas después.

Mycroft H. aguardaba nuestra llegadaen el aeropuerto de Barajas. Parecíamuy animado cuando nos saludó al finaldel túnel de llegadas, pero mantenía

Page 419: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

intacto su aspecto de pintor desaliñado,de bohemio misógino totalmentedespreocupado por su aspecto. Tuve laimpresión de que había rejuvenecidocon respecto a la última vez que lehabíamos visto.

—¿Cómo sabía que llegábamos eneste vuelo? —me atreví a preguntarintrigado.

—He seguido vuestras andanzas através del blog —fue su respuesta. Memiró de una forma que podría calificarde afectuosa, y me dijo—: Gracias porhaber mantenido al día el blog. ¡Cómome hubiera gustado estar con vosotros!

Naturalmente no le dije que cuandoescribía en el blog cada uno de lossucesos que nos habían ocurrido,

Page 420: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pensaba más en el inspector Ventura —del que estaba seguro que habíaencontrado la forma de seguirpuntualmente los nuevos post del “Clubde Holmes”—, que en él.

Mientras el taxi que habíamos tomadorodaba hacia Madrid a toda velocidad,pusimos a Mycroft H. al corriente de lasúltimas novedades —la conversaciónmantenida ésa misma mañana con elinspector de Scotland Yard, DerekMarvin; la sorpresa que nos produjosaber que el secretario de KonstantinVólkov, el misterioso marchante de arteque habíamos conocido en Madrid,había intentado robar un valioso libro enel Museo de la Gran Logia Unida deInglaterra; y la conclusión a la que

Page 421: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

habíamos llegado durante el vuelo deque volvíamos a estar en un callejón sinsalida—.

—¡De ninguna manera! —exclamóMycroft H.—. Estoy convencido de queestamos más cerca de encontrar aMoriarty, y de la resolución del caso, delo que podamos imaginar.

—¿En qué se basa para hacer ésaafirmación? —preguntó Irene.

—He estado reflexionando —dijoMycroft—. Cuando se avanza en laresolución de un caso, hay que volvercontinuamente a examinar las pesquisasanteriores, porque casi siempre haycosas, detalles, aspectos que pasarondesapercibidos la primera vez, queluego, a la luz del mayor conocimiento

Page 422: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que se tiene, adquieren otra dimensión,otro significado.

Calló de pronto y volvió su miradahacia la vista que se podía ver a travésde la ventanilla del coche. Lasurbanizaciones y las arboledas sesucedían una tras otra. Tras unossegundos de silencio expectante porsaber el resultado de sus reflexiones,pregunté:

—¿Y?Mycroft H. pareció volver de otra

galaxia, y me miró como si noentendiera sobre qué le estabapreguntando. De pronto cayó en lacuenta, y exclamó:

—¡Ah! —durante un par de segundos,volvió a mirar a través de la ventanilla,

Page 423: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

después nos miró, primero a Irene ydespués a mí—. Les invito a cenar.Durante la cena les haré partícipes demis reflexiones.

Pasamos primero por mi casa paradejar los equipajes, y seguimos hasta laplaza de Santa Ana, para comer unasBratwurst en la Cervecería Alemana.

El local estaba semivacío. Nossentamos en una mesa próxima a la quehabíamos ocupado la anterior ocasiónque estuvimos allí y pedimos de nuevoun menú a base de Bratwurst y unascervezas.

Mientras esperábamos que nossirvieran nuestro pedido, dijo Mycroft:

—Sin duda estarán ustedes ansiososporque les diga las conclusiones a las

Page 424: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que he llegado de momento.—Así es —repuso Irene.Yo di un largo trago a mi vaso de

cerveza, y me dispuse a escuchar todo loque tuviera que decir Mycroft H.

Hizo un pequeño preámbulo paradecir cuan arrepentido estaba por haberclaudicado con tanta facilidadabandonando el caso al primercontratiempo, y a continuación entró ahablar de sus impresiones sobre elmismo:

—Son las entradas en nuestro blogque, casi cada día, afortunadamente hahecho Watson —me miró e hizo unligero gesto de agradecimiento—, lasque han hecho que no haya dejado depensar en este asunto. Los nuevos datos

Page 425: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aportados por la policía, y lo quevosotros habéis descubierto, hicieronque me replanteara todo de nuevo, y, porseguir un orden cronológico, empecemospor el principio, cuando los tresrecibimos un mensaje de socorro deMoriarty que contenía unos númerosenigmáticos. La primera pregunta queme hice fue que cual fue la razón de queMoriarty incluyera esos números en elmensaje. Si estaba en peligro, y queríadecirnos algo, ¿por qué no lo hizoclaramente? ¿Por qué añadir unosnúmeros cuyo significado podríamos serincapaces de averiguar? La respuesta estan obvia que me sonroja no habermedado cuenta antes: ¡porque Moriarty nosabía su significado! Los incluyó en el

Page 426: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mensaje porque, por alguna razón quedesconocemos, sabía que eranimportantes, y necesitaba que nosotrosintentáramos averiguar qué es lo quequerían decir.

Irene y yo nos quedamos estupefactos.¡Mycroft tenía razón! ¿Qué sentido teníaque, estando en peligro, Moriarty no nosdiera las claves para ayudarle, si es quelas conocía, naturalmente.

—¡Es cierto! —exclamé—. ¿Cómo nose nos había ocurrido antes?

El razonamiento era tan brillante, ytan simple al mismo tiempo, que nopudimos menos que alegrarnos de queMycroft H. hubiera decidido volver connosotros.

Mycroft me miró de una forma que

Page 427: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

temí que, de un momento a otro, lanzaraaquello de: “Elemental, queridoWatson”. Afortunad amente, en lugar dehacerlo, continuó con el relato de susreflexiones:

—Bien —dijo—, más o menos,sabemos qué querían decir esosnúmeros, pero primero: ¿cómo podemoshacer para transmitir a Moriarty, estédonde esté, todo lo que hemos… habéis—rectificó— descubierto?; y segundo,¿qué relación hay entre la desapariciónde Moriarty y una organización secreta,que nadie sabe exactamente cuál es sufinalidad, como la Orden de losIluminados? Digo más, ¿qué vínculo hayentre el “Gran Circo Rex” y losIluminados? —Dio un trago a su vaso de

Page 428: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cerveza, y añadió solemnemente—:Encontrar la respuesta a éstas preguntases absolutamente necesario pararesolver este caso.

En ese momento apareció el camarerocon nuestros platos, que puso ante cadauno de nosotros, y aprovechamos parapedir —Mycroft y yo— otras cervezas.Una vez que su hubo ido el camarero,apunté:

—Pero los Iluminados son una ordensecreta, ¿cómo podemos saber dónde seocultan?

Irene, que hasta el momento habíapermanecido en silencio, dijo conrotundidad:

—Es evidente que tienen gente enMadrid.

Page 429: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft asintió con la cabeza, eindicó:

—Konstantin Vólkov.—Sí. Vólkov, ¿qué hacía en Madrid?

Indudablemente, vino para verse conalguien. La cuestión es averiguar conquién lo hizo, pero ¿cómo?

—Es fácil —señaló Mycroft—. Encierto modo sabemos su modusoperandi, y lo vamos a hacerexactamente igual: Alojarnos en el HotelPalace, poner un anuncio en losprincipales periódicos, y esperar a quealguien se ponga en contacto connosotros.

—En el Palace conocen al verdaderoVólkov —apuntó Irene.

—Cualquier otro hotel de lujo servirá

Page 430: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—dijo Mycroft.—El Hotel Villamagna, o el Ritz —

propuse.—¿Qué decía el anuncio que nos

llevó hasta Vólkov?Extraje mi agenda, y busqué la nota

que tomé cuando descubrí el anuncio.Leí en voz alta:

—“Φ-Hotel Palace-1647-Mr.Vólkov”.

—Pondremos un anuncio idéntico,cambiando el nombre del hotel,naturalmente —afirmó Mycroft justoantes de atacar su último trozo deBrathwurst.

Había olvidado la manera decomportarse de Mycroft H. La forma tanarrogante de dar por descontado que era

Page 431: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

él quien dirigía el grupo, y el quetomaba las decisiones, me molestó tanto,o más, como al principio. Pero observésatisfecho que, a diferencia de antes,Irene mucho más crítica. Ya no mirabaembelesada a Mycroft H. mientras éstepontificaba sobre esto y aquello.

—Creo que deberíamos cambiar elnúmero. No sabemos exactamente susignificado. Quizá cada número solo seutiliza en una ocasión, y no deberíamosarriesgarnos —apunto Irene con firmeza.

—Tú lo has dicho —señaló Mycroft—: no sabemos exactamente susignificado, por lo que cualquier otronúmero podría no simbolizar nada parala persona a la que va dirigido. Siponemos el mismo número, siempre

Page 432: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

puede parecer que se trata de un simpleerror.

—No estoy de acuerdo —repusoIrene con terquedad.

A pesar del regocijo que me producíael enfrentamiento entre ellos, hube deintervenir para que el desacuerdo nofuera a más. Y desgraciadamente, eneste caso, tuve que dar la razón aMycroft.

—Tiene razón él —dije a Irene—,deberíamos poner el anuncioexactamente igual, y ver qué ocurre.

Irene me miró durante unos segundos.Se había producido un silencio espeso eincómodo, y de pronto, con la mismarapidez con la que había objetado lapropuesta de Mycroft, se mostró de

Page 433: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

acuerdo.—Muy bien —dijo—, como queráis.A esas horas las oficinas de los

periódicos estaban cerradas para incluirel anuncio en las ediciones del díasiguiente, por lo que decidimos que porla mañana, Irene y yo contrataríamos elanuncio en los periódicos másimportantes de Madrid mientras Mycroftse ocuparía de tomar una habitación enel Hotel Villamagna, donde nosreuniríamos a media mañana.

Recordé de pronto que había sidoallí, en la Cervecería Alemana, dondenos había abordado por primera vez elinspector Ventura, y que yo, hasta que nose encontrara al verdadero culpable, erael principal sospechoso del asesinato de

Page 434: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Conan.—Una última cuestión: ¿creéis que

deberíamos informar de todo esto alinspector Ventura?

—¿Por qué? —preguntó Irene.—Él también está investigando este

asunto, y estoy seguro de que tieneinformación que desconocemos.Supongo que vamos en el mismo barco—concluí, aunque en realidad me dije amí mismo que una plena colaboraciónpor nuestra parte ayudaría a disipar susdudas con respecto a mí.

—Informemos de todo, excepto delanuncio que vamos a poner para intentarcontactar con la Orden de losIluminados; al menos, hasta que todohaya terminado —sugirió Mycroft.

Page 435: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Por qué? —insistió Irene, queparecía dispuesta a discutir cadapropuesta.

—Porque podría no parecerle bienque suplantáramos la identidad de otrapersona.

—O porque eso sea más peligroso delo que nos imaginamos. Ya nos loadvirtió.

Concluida la cena, nos despedimos enla puerta de la Cervecería Alemana, eIrene y yo nos dirigimos en taxi a micasa.

Durante el trayecto evitamos el másligero roce de nuestras manos o rodillas.Durante todo el día nos habíamosolvidado de lo que había ocurrido lanoche anterior, pero ahora, ante lo

Page 436: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

inevitable de estar de nuevo a solas, latensión se levantó entre nosotros comosi fuera un muro.

—Al llegar a casa llamaré alinspector Ventura —dije en un vanointento de aliviar esa tensión—. Aunquesolo sea para decirle que estamos devuelta en Madrid.

Irene ni siquiera contestó. Se limitó ahacer un movimiento con la cabeza queinterpreté que le parecía una buena idea.La miré de reojo. Parecía ensimismada,y de pronto me di cuenta de que aquellasituación era absurda. Me dije que noéramos unos niños y que hicimos elamor en Londres porque ambos lodeseábamos. ¿Por qué había esa tensiónentonces? La respuesta vino sola, como

Page 437: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

si fuera una obviedad, y comprendí que,para los dos, lo ocurrido en Londreshabía sido algo más importante que elsexo, algo mucho más profundo para loque, probablemente, estábamosdesprevenidos.

La llamada al inspector Ventura duróapenas unos minutos. Le informé queestábamos en Madrid de nuevo, y élaprovechó para preguntar con ciertadesgana:

—Al final, ¿qué tal por Londres?Por el tono que utilizó en su pregunta

deduje que había seguido accediendo al“Club de Holmes”, y había leído misúltimas entradas, por lo que me limité acontarle la conversación que habíamosmantenido esa misma mañana con el

Page 438: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

inspector Derek Marvin, de ScortlandYard, y eso pareció interesarle mucho.

—¿Por qué cree que Scotland Yard seinteresó por ustedes?

—Imagino que por lo que micompañera descubrió en el “AhimanRezon”, y la “Orden de los Iluminados”,pero a él le hizo bastante gracia. —Ventura se quedó pensativo durantevarios segundos y, por un momento, temíque se hubiera cortado la comunicación— ¿Sigue ahí, inspector?

—Sí, disculpe, estoy aquí. Estabapensando en la frase que creen haberdescubierto en el libro del Museo. ¿Aqué creen que se puede referir? —preguntó.

Durante unos segundos rememoré la

Page 439: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

frase que extrajo Irene de las páginasdel “Ahiman”: “Los Reyes debenmorir”. En su literalidad no tenía nadade misterioso, pero ¿cabía otrainterpretación? ¿Manifestaba un merodeseo político —por otro lado muypropio de los primeros “Iluminados”—,o era una orden?

—No sabría decirle. Por un lado, elmensaje parece muy claro; pero, laverdad, más bien pienso que, en ellenguaje de la época, están hablando desu voluntad de acabar con el ordenestablecido; no creo que se refiera a quese esté gestando un regicidio, si es esoen lo que está pensando.

—Bien —dijo el inspector—, ¿yahora qué?

Page 440: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Casi me echo a reír por la preguntaque me acababa de hacer, y le espeté:

—Esa pregunta me corresponderíahacerla a mí.

—La investigación está atascada —dijo al fin—. Lo único que tenemos es laposible relación de Vólkov en elasesinato de Conan, pero los indiciosson tan frágiles que ningún jueztramitaría la formación de una comisiónrogatoria para interrogarle en NuevaYork.

Esa información no me tranquilizó enabsoluto, no solo porque era la pruebade la ausencia de pistas que ayudaran ala policía a resolver próximamente elcaso, sino porque me constituía enpermanente sospechoso de asesinato.

Page 441: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Y lo que hemos averiguado enLondres? —pregunté, porque para mí, loque habíamos descubierto suponía unimportante salto cualitativo en lainvestigación.

—¿”Los Reyes deben morir”? —dijoen un tono sarcástico que no me gustónada—. ¡Vamos, amigo!, ¿quiere que meconvierta en el hazmerreír del Cuerpode Policía? Estoy seguro que usted y suamiga han hecho un buen trabajo, y lesfelicito por ello, pero necesito algo másconsistente para poder incluirlo en uninforme.

O sea, que ni a la policía española nia Scotland Yard le resultaban útiles loshallazgos que habíamos hecho en nuestroviaje a Londres. Definitivamente

Page 442: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft tenía razón al proponer que noinformáramos a la policía de nuestraintención de intentar contactar con losmiembros de la “Orden de losIluminados” en Madrid. ¿Cómo confiaren el buen criterio de hombres como elinspector Ventura, que se mofaban del—desde mi punto de vista— grandescubrimiento de Irene?

—Supongo que solo tendrá algo másconsistente si continúa investigando —apunté con cierto retintín.

—Sí, claro. ¿Y ustedes? —preguntóde pronto.

—¿Qué quiere decir?—Que si ustedes van a seguir

investigando por su cuenta.No sé por qué, pero tuve la sensación

Page 443: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de que, más que una pregunta, era unasugerencia lo que me estaba haciendo.Hubiera querido decirle que al margendel interés que, por nuestra aficióndetectivesca, teníamos en la resolucióndel caso, la única preocupación de losmiembros del “Club de Holmes” erahallar, antes de que fuera demasiadotarde, el paradero de nuestro compañeroMoriarty, pero me abstuve de hacerlo.

—No lo sé —repuse—. Nosotros,desgraciadamente, no disponemos de losmedios con los que cuenta la policía.

—Si lo hacen —dijo—, no deje detenerme al tanto de lo que ocurra. —Hizo una larga pausa y añadió—: Yasabe que, de momento, sigue siendo elprincipal sospechoso en el asesinato de

Page 444: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Conan.Cortó la comunicación antes de que

pudiera responderle, y me di la vueltapara relatar a Irene los pormenores de laconversación con el inspector Ventura.La encontré enfrascada en el ordenador.

—¿Qué haces? —pregunté.—Estoy en

“anunciosenperiodicos.com”. Desdeesta página podemos insertar el anuncioen los periódicos que queramos —respondió—. ¿Qué te parece?

Señaló la pantalla y me fijé en lo quehabía escrito. Era una solicitud parapublicar en el diario “El País” elsiguiente anuncio: “Φ-HotelVillamagna-1647-Mr. Vólkov”.

—Perfecto —dije, e Irene pulsó una

Page 445: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tecla para pasar a la siguiente pantalla.—¿En qué otros periódicos ponemos

el anuncio?—“El Mundo” y “ABC” —sugerí.Irene siguió tecleando durante un par

de minutos hasta que hubo terminado lasolicitud.

—Tu tarjeta —dijo entonces.Naturalmente se refería a mi tarjeta decrédito. Se la di y tecleo los datosnecesarios para hacer el pago—. Elanuncio aparecerá en la primera ediciónde mañana. Espero que tengamos suerte.

—La tendremos —repuse confiado.—¿Apago el ordenador? —preguntó

Irene.—No. Aprovecharé para actualizar el

blog.

Page 446: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene se levantó del sillón y ocupé sulugar. Entré en el “Club de Holmes” ydurante unos quince minutos escribí unaentrada en la que daba cuenta de laconversación de la mañana con elinspector de Scotland Yard, DerekMarvin —¿solo habían pasado docehoras desde entonces? Tenía lasensación de que había pasado muchomás tiempo, días incluso—, y delreencuentro con Mycroft H. Acontinuación apague el ordenador ybusqué a Irene con la mirada. Habíadesaparecido.

La busqué por toda la casa, y por finla encontré metida en mi cama, tumbadaboca abajo. Adiviné su cuerpo desnudobajo la sábana y, aunque daba la

Page 447: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

impresión de estar dormida, yo estabaseguro de que no era así. Me desnudérápidamente y me deslicé junto a ellaabrazándola por detrás. Aparté el peloque cubría su nuca, y la besédepositando suavemente mis labios enella. Su aroma me embriagó. La girépara besar sus labios y perderme en susojos y, cuando estuvimos frente a frente,fue ella quien me besó apasionadamente.En ese instante el vértigo se apoderó demí y me olvidé del inspector Ventura yde la conversación que acababa de tenercon él, del pulcro Derek Marvin, deMycroft H, de Moriarty y hasta de losreyes que debían morir.

Page 448: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Nos levantamos bastante tarde y, tras

una reconfortante ducha y un aún másreconfortante desayuno, nos dirigimos alHotel Villamagna, en cuya recepciónpreguntamos por Mr. Vólkov.

Tal como había ocurrido la vezanterior en el Palace, el recepcionista,antes de darnos una respuesta, hizo unallamada para anunciar nuestra presencia.

—¿Quién desea ver al Sr. Vólkov? —preguntó entonces.

—Irene Adler —respondiórápidamente mi acompañante.

—Habitación 318 —dijo elrecepcionista. Y señaló hacia laizquierda—. Ahí tienen los ascensores.

Mientras el elevador nos conducía

Page 449: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

silencioso hasta el tercer piso, pensé,otra vez, que estábamos jugando confuego, que aquel no era un juego comolos que habitualmente practicábamos.Que la persona o personas que habíamoscitado mediante el falso anuncio deVólkov eran, probablemente, losresponsables del asesinato de Conan.

—Somos unos inconscientes —dijede pronto como si hablara conmigomismo.

Irene me miró y adiviné un asomo depreocupación en su mirada.

—¿Por qué dices eso? —inquirió.—El inspector Ventura tiene razón.

Ésta gente es peligrosa, y nosotrosactuamos como si no fuera más que otrode nuestros juegos del “Club de

Page 450: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Holmes”.El ascensor había llegado a la tercera

planta, y salimos a un largo yalfombrado pasillo. Seguimos ladirección que señalaba una pequeñaplaca con los números de habitacionesque había a cada lado.

—Exageras —dijo Irene con ciertadisplicencia—. Lo único que estamoshaciendo es buscar a nuestro amigo. —Hizo una corta pausa durante la cualtuve la impresión de que estabaordenando sus ideas, y continuó—: Elmismo día que aparezca Moriarty, yovolveré a casa.

—Sí, pero ellos no saben que loúnico que nos interesa a nosotros eshallar a Moriarty. Si es que todavía vive

Page 451: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—musité.Era la primera vez que manifestaba en

voz alta —era incluso la primera vezque lo pensaba— que Moriarty podíaestar muerto, y ese pensamiento meprodujo una sensación de zozobra, dedesasosiego y fracaso, como no habíasentido hasta entonces, ni siquieracuando nos movíamos a ciegas contandoúnicamente con la información que noshabía dado Moriarty en su correoelectrónico.

Irene, como si no hubiera escuchadomis palabras, hizo caso omiso a miobservación.

—Me importan un bledo los planesque puedan tener los miembros de la“Orden de los Iluminados”.

Page 452: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Habíamos llegado frente a la puertade la habitación 318, y llamésuavemente con los nudillos. Como sihubiera estado esperándonos, la puertase abrió casi inmediatamente,apareciendo Mycroft en el vano de lamisma.

—El anuncio está en los periódicos—dijo a modo de saludo, apartándosepara que entráramos en la habitación.

Se trataba de una pequeña suitecompuesta por un saloncito, y por undormitorio lateral cuyas puertas estabanabiertas de par en par. El lujo estabapresente en cada uno de los detalles, ypensé que con mi salario de un mes,apenas podríamos pagar un par denoches en aquella habitación.

Page 453: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Los pusimos anoche por Internet —le informó Irene.

—Bien —dijo Mycroft—, así hemosganado un día. —Señaló unas butacasque había junto a la ventana para quenos sentáramos, mientras él lo hacíafrente a ellos, en un sofá de cuero, ycontinuó—: No sabemos exactamente loque están haciendo los “Iluminados”, nitampoco qué es lo que espera de Vólkovla persona que llame a ésa puerta —señaló hacia la puerta que acabábamosde atravesar—, así que pienso quedeberíamos plantearnos todos losescenarios posibles.

—Watson opina que el inspectorVentura tenía razón cuando nos dijo queestábamos frente a gente peligrosa —

Page 454: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

apuntó Irene.—Mataron a Conan —añadí yo.—Pero no podemos saber si son los

“Iluminados” los que están tras elasesinato de Conan —señaló Mycroft.

—¿Quién si no?Mycroft se encogió de hombros.—Puede que tengamos una visión

bastante simple de todo este asunto.Irene ha descubierto que la “Orden delos Iluminados”, una escisión de la GranLogia Unida de Inglaterra producidahace casi doscientos años, que todoscreían desaparecida, sigue actuando, locual quiere decir que tienen un plan,unos objetivos, aunquedesgraciadamente ignoramos cuales son;pero, ¿creéis posible que una

Page 455: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

organización de esa naturaleza puedepasar desapercibida para ciertosámbitos de poder? ¿Creéis posible que,si están urdiendo un plan, no hayaalguien dispuesto a que no lo consigan?

Pensé que Mycroft se estabarefiriendo a los servicios secretos dealgún país, pero esa posibilidad meparecía francamente rocambolesca, porlo que intenté que se expresara con másclaridad.

—¿A qué, o quien, te refieresexactamente?

—Solo apunto la posibilidad de quehaya más actores de lo que nosimaginamos. No hacerlo sería comoponernos voluntariamente unas orejeras.

—Bien —intervino Irene—,

Page 456: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

supongamos que no fueron los“Iluminados” los responsables delasesinato de Conan. ¿Quiere eso decirque son los buenos, que podemosconfiar en ellos?

—En absoluto. Lo único que quierodecir es que, si fueran así las cosas,deberíamos evitar que nos cojan en unfuego cruzado.

—¿Y qué pasa en el supuesto de queno haya nadie enfrentándose a los“Iluminados”? —pregunté.

—En ese caso —afirmó Mycroft—,que Dios nos coja confesados, porquequerrá decir que asesinaron a Conan, yque para conseguir sus objetivos, seanlos que sean, están dispuestos a todo, encuyo caso estaremos verdaderamente en

Page 457: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

una situación de extremo peligro.—¿Y cómo sabremos en qué terreno

jugamos, si están solos o hay alguienmás en el campo de juego? —preguntóIrene.

Se produjo un espeso silencio en lahabitación. Mycroft suspiró hondo, ydijo:

—No lo sé. Supongo que, por elmomento, tendremos que confiar en lasuerte, y en nuestra intuición —añadió.

Durante varias horas —con elparéntesis de una hora, en que bajamos auna cafetería para tomar un tentempié—seguimos hablando sobre la manera —en el supuesto de que surtiera efecto elanuncio publicado en la prensa, y sepresentara alguien en el hotel— de

Page 458: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

enfocar la entrevista, y de la importanciaque, desde todos los puntos de vista,tenía el que averiguáramos cuales eranlas intenciones últimas de los“Iluminados”.

—Contando con que aún subsistan enla Orden algunos de los principios paralos que fue creada, debemos imaginarque su intención es gobernar el mundo—apuntó Irene.

—Eso podía tener sentido en el sigloXVIII, incluso en el XIX, pero no en elsiglo XXI —dije.

—Al contrario —reflexionó Mycroft—. Si alguna vez ha sido posible queuna secta consiga gobernar el mundo, esahora. —Esas palabras no era más queuna frase oportuna, y Mycroft se sintió

Page 459: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

impelido a ahondar en su reflexión, ycontinuó—: Estamos en la era de lascomunicaciones, en la aldea global. Loque ocurre en cualquier rincón delGlobo, se expande casi de inmediato,como un tsunami, al resto del Planeta.Lo mismo ocurre con las ideas, lacultura o las modas. Ya apenas haydiferencias entre un joven de Madrid, yotro de Tokio, Buenos Aires o NuevaYork. La información, verdadera o falsa,objetiva o sesgada, circula por el airecomo la sangre por nuestras venas.Nunca se han manipulado tanto lasconciencias como ahora. Nunca comoahora ha sido tan fácil, con el marketingadecuado, imponer una idea o crear unanecesidad a escala global. Un buen

Page 460: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

programa de televisión puede generarmás solidaridad con los afectados poruna catástrofe, que las peticionesrealizadas desde los púlpitos de todaslas iglesias, mezquitas o sinagogas de unpaís. —Suspiró, y concluyó diciendo—:De todas formas, desde mi punto devista lo peor no es esto, sino que no haymarcha atrás. Esto es lo que hay; este esel horizonte que hemos dejado quealgunos creen con nuestra más absolutaindiferencia, aunque en algunos casospodríamos hablar de entusiastacolaboración.

El panorama dibujado por Mycroftera absolutamente real —tanacostumbrados estamos al paisaje quenos rodea, que apenas percibimos las

Page 461: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

amenazas que se esconden agazapadastras lo que nos muestran a diario losmedios de comunicación, y,precisamente por eso, me estremecí.

De pronto, alrededor de las seis de latarde, sonó el teléfono de la habitación.Alguien preguntaba por Mr. Vólkov,anunciaron desde recepción.

—Que suba —ordenó Mycroft.Decidimos que fuera el propio

Mycroft quien llevara la voz cantante;primero, porque de él había sido la ideade que, si no sabíamos dónde buscar alos “Iluminados”, fueran ellos quienesnos encontraran a nosotros; y segundo,porque, por edad, era quien mejor podíareflejar la jerarquía que parecía haberentre ellos —Los tres recordamos la

Page 462: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

presencia subordinada a Vólkov del quesupusimos su secretario—. Yo fui elencargado de abrir la cuando sonó untoc-toc en la puerta. Tenía el corazónencogido cuando lo hice, porque intuíaque, con la puerta, estaba abriendo uncamino lleno de trampas y peligros porel que tendríamos que transitar.

Ante mi apareció la figura de unhombre de mediana edad que me resultóvagamente conocido. Iba vestido con undesgastado pantalón vaquero y una ajadacazadora de cuero negro. Por su aspecto,daba la impresión de ser un obrero quehubiera dejado el tajo para acudir a lallamada de Vólkov. Le hice pasar alsalón, donde, de pie, junto a la puertadel dormitorio, esperaban Mycroft e

Page 463: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene. Quedó parado frente a ellos,conmigo a su espalda por si intentabahuir al percatarse de la encerrona.

Durante varios segundos reinó unsilencio sepulcral en la habitación.Pensé que nuestro visitante no debíaconocer personalmente a Vólkov,porque parecía estar en actitudexpectante, como si fuéramos nosotros—Vólkov para él— los que tuviéramosque transmitirle algo. De pronto, algocambió. No pude ver la expresión de surostro, pero empezó a revolverseinquieto y deduje que, poco a poco, laidea de que no era Konstantin Vólkov lapersona que había puesto el anuncio,empezó a filtrarse en su mente.

Mycroft también se percató de que

Page 464: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

nuestro hombre estaba a punto de iniciarla huida, y comenzó a hablar:

—Mi nombre es Mycroft Holmes, yéstos —dijo por nosotros, mientras yome solazaba con la idea de que él, másque nadie, había asumido absolutamentela personalidad del hermano mayor deSherlock Holmes—, son mis amigosIrene y Watson. Supongo —continuó—,que usted pertenece a la “Orden de losIluminados” y, para su tranquilidad, leaseguro que nada tenemos contraustedes.

El hombre se giró bruscamentepillándome desprevenido. Me apartó deu n manotazo derribándome, y corrióhacia la puerta de salida. Me incorporécomo pude y salté hacia él agarrándole

Page 465: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

por las piernas. Tiré con fuerza hastaque conseguí derribarle y, en esemomento, los tres caímos sobre él. Lasituación me pareció tan cómica, que sino hubiera estado sangrando por la nariza causa del golpe recibido, me habríaechado a reír. El forcejeo duró poco. Leatamos a una silla con el cordón de lacortina, y corrí al cuarto de baño paralimpiar la sangre que me cubría parte dela cara. Cuando salí del baño, Mycroftestaba sentado en otra silla frente anuestro visitante.

—No tenemos nada contra la “Ordende los Iluminados” —insistió Mycroftdando a su voz un tono lo más amigableque pudo.

—No sé de qué está hablando —dijo

Page 466: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

el desconocido con acento extranjero.—Yo creo que sí —afirmó Mycroft

—. Hace unos diez días, aquí, enMadrid, desapareció un hombre amigonuestro. Suponemos que el motivo fueque había descubierto sus planes —elhombre le miraba fijamente, sin moverun solo músculo de la cara—. Soloqueremos que le dejen libre, con lapromesa de que nadie, ni él ni nosotros,se inmiscuirá en sus planes.

El hombre pareció relajarse.—Le repito que no sé de qué está

hablando —insistió, y, sin venir acuento, añadió—: Últimamente no heleído en los periódicos nada referente auna desaparición.

Recordé las palabras en el mismo

Page 467: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sentido del inspector Ventura. ¿Eraposible que nos hubiéramosequivocando y que Moriarty no hubierasido raptado, sino que estuvierasimplemente escondido? Casiinmediatamente descarté ésta idea,porque si así fuera, estaba seguro de quehubiera encontrado la forma de ponerseen contacto con nosotros a través de“Club de Holmes” o mediante un simplecorreo electrónico.

—Ese tipo de noticias no siempresalen en los periódicos —repuso Irene,que hasta entonces había permanecidocallada.

El hombre se encogió de hombros ehizo una mueca con los labios, y esesimple gesto hizo que evocara una

Page 468: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

imagen, su imagen, y supiera dónde lehabía visto con anterioridad.

—¿Qué tal por el circo? —pregunté.Mi pregunta le pilló desprevenido, y

me miró boquiabierto.Se trataba del vigilante que estuvo a

punto de sorprendernos cuando Irene yyo hicimos la incursión nocturna a lacaravana de Conan.

Recordaba haber escuchado alinspector Ventura decir que habíanestado vigilando el circo. —Eso fueantes de que Conan aparecieraasesinado en un descampado— Ellosolo podía deberse a que resultabansospechosos de haber cometido algúndelito, y sin duda, los trabajadores delcirco sabían que la policía les tenía

Page 469: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

vigilados.—¡Llamad a la policía! —se me

ocurrió pedir de pronto a miscompañeros mientras le manteníainmóvil—. Si no quiere hablar connosotros, tendrá que hacerlo con ellos.

Naturalmente no era nuestra intenciónhacer esa llamada, pero el vigilante nolo sabía. Fueron unos segundos deenorme tensión, porque si noconseguíamos asustarle para quehablara, en pocos minutos estaríasaliendo tranquilamente por la puerta dela habitación.

—No —rogó con un hilo de voz—.No la llamen, por favor.

Mycroft me hizo un gesto, y meaparté.

Page 470: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Les diré lo que sé, pero no creoque pueda ayudarles —dijo, cambiandode actitud.

—¿Cómo se llama? —preguntóMycroft.

—Roland Picard —respondió.—Señor Picard, le vamos a soltar,

pero necesitamos su promesa de que nointentará escapar.

—Lo prometo —dijo.Fui yo quien desató la cuerda bajo la

atenta mirada de Irene, que parecíadivertirse con aquella situación.

—¿Quiere beber algo? —le ofrecióamablemente Mycroft.

Picard pidió agua para beber. Irene leofreció un botellín de agua que extrajodel minibar, y un vaso. Apuró de un

Page 471: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

trago la botella, sin usar el vaso, y nosmiró a los tres, uno tras otro, todavíadesconcertado.

—¿Qué hay del hombredesaparecido? —volvió a preguntarMycroft.

—Antes le dije la verdad —respondió Picard—. No sabemos deningún hombre que haya desaparecido, ysi ha sido así, nosotros nada tenemosque ver.

Parecía sincero, por lo que surespuesta nos dejó desconcertados. SiMoriarty no había sido secuestrado porlos “Iluminados”, ¿qué había sido de él?

Recordé que yo seguía siendosospechoso del asesinato de Conan, yaproveché para preguntar:

Page 472: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Y Conan, qué tiene que ver Conanen todo esto?

—Conan era la mano derecha deMassimo Valieri —fue la respuesta.

Valieri era el director del “GranCirco Rex”, el hombre que nos habíamostrado la caravana de Conan y quenos mintió al afirmar que le había vistocuando ya estaba muerto.

—¿Fue él quien le mató?Picard tardó algunos segundos en

responder.—No lo sé —dijo al fin.—¿Está seguro? —insistí.—No, no estoy seguro. No puedo

asegurar que Valieri sea el asesino, perolo cierto es que la misma noche en queConan fue asesinado escuché una fuerte

Page 473: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

discusión en la caravana de Conan.—¿Discutían Valieri y Conan o había

alguien más?—Solo escuché las voces de ellos

dos.—¿Sobre qué discutían? —se interesó

Mycroft.—Lo hacían sobre las preguntas que

había hecho a Conan un espectador. Éstedecía que sus preguntas señalaban que elplan había sido descubierto y debía serpospuesto, y Valieri opinaba que alguiense había ido de la lengua.

—¿Cómo concluyó la discusión?—¿Qué quiere decir?—Pregunto quién impuso su opinión

al otro.—No lo sé, porque no podía

Page 474: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

quedarme junto a la caravana paraescuchar, y seguí con mis asuntos.

—¿Cuál es el plan del que hablóConan? —preguntó Irene.

—No lo sé. Valieri y Conan era losúnicos que tenían todas las claves. Ellosmandaban, y los demás obedecíamos.

—¿Quién vino a la primera entrevistacon Vólkov?

—Valieri.—¿Y por qué ha venido usted hoy?—Cuando leí el anuncio, supe que se

trataba de una entrevista importante.Siempre lo era cuando aparecía unanuncio similar en los periódicos, peroValieri desapareció del circo hace diezdías, y Conan está muerto. Alguien teníaque venir.

Page 475: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Cuando Picard terminó de hablar, seprodujo un largo silencio. Tuvimos lasensación de que aquel hombre noshabía contado todo lo que sabía, que porotra parte era bien poco, y nos dejaba,además, en peor situación que alprincipio, porque si los “Iluminados” noeran los responsables de la desapariciónde Moriarty, entonces, ¿quién lo era?

—Una última pregunta —intervinoMycroft—, ¿quién es Vólkov?

Picard permaneció callado. Me miró,y supe que no sabía qué responder.

—No sé quién es Vólkov. Lo únicoque sé es que Valieri y Conan le temían.

La conversación —si es que aquelinterrogatorio en toda regla podíacalificarse de conversación— había

Page 476: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

terminado. Picard se puso en pie y, convoz opaca, dijo:

—Si cuentan todo esto a la policía,soy hombre muerto.

Pensé que estaba exagerando, porquedesgraciadamente no nos había dadoninguna información trascendental, peroPicard estaba realmente aterrorizado.

—No se preocupe —le dije paratranquilizarle—. Lo que nos ha contadoquedará entre nosotros.

Roland Picard salió de la habitacióndejándonos en un estado de totalincertidumbre.

—¿Y ahora qué? —se preguntó Irene.Mycroft se hizo otra pregunta, ésta

más positiva que la de Irene:—¿Quién, además de la policía,

Page 477: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

puede tener interés en que la “Orden delos Iluminados” no lleve a cabo susplanes?

Pero también la pregunta de MycroftH. quedó en suspenso, porque noteníamos respuesta para ella.

Page 478: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 9

Las dudas de Vólkov

Lo tratado en la reunión celebrada por

la Comisión de los Diez en el bufete deCravath, Parker & Moore era de talimportancia que, desde el mismoinstante en que finalizó dicha reunión,Konstantin Vólkov empezó a temer quealguno de los miembros de la Comisióncríticos con el proyecto —estabapensando en Helius y Naúm—,traicionara a la Orden.

Page 479: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Pero, a la vista de los sucesos queocurrieron durante los siguientes días,no fue el único en pensarlo. Ésa mismanoche se presentó Pandora en su casa dela Quinta Avenida. Se conocían desdehacía más de cuarenta años, después deque Pandora publicara su primeranovela. Al principio, debido a sucarácter anárquico e independiente, nofue nada fácil su incorporación a laOrden. De hecho, ni ella misma conocióla naturaleza de la misma hasta que lepropusieron su incorporación a laComisión de los Diez. Hasta esemomento había creído pertenecer a unaorganización de escritores, preocupadospor la libertad de expresión en elmundo, en la que llegó a ser presidenta.

Page 480: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Era una mujer alta, de pelo rubio —casi blanco ya—, y facciones angulosas.Fumadora empedernida, había dejado eltabaco unos meses antes, al cumplir lossesenta y un años, tras la aparición deunos nódulos en las cuerdas vocales quele habían enronquecido la voz.

—No esperaba volver a verte tanpronto —dijo Spartakus tras abrirle lapuerta de su casa.

—Tenemos que hablar —respondióPandora.

Vólkov la condujo por un cortopasillo hasta su despacho y, trasofrecerle una copa que ella rechazó, leofreció sentarse en un sillón mientras éllo hacía él frente a ella.

No dijo nada. Se quedó mirándola

Page 481: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

fijamente en espera de que fuera ellaquien rompiera a hablar.

—¿Qué piensas de Helius? —preguntó al fin.

—Creo que no le ha gustado el plan—repuso Spartakus.

Pandora esbozó una sonrisa.—En estos últimos años, su actitud es

cada vez más obstinada. Estáacostumbrado a que todo el mundo lerinda pleitesía como uno de los cerebrosmás brillantes de Europa, y no aceptamuy bien que nadie le lleve la contraria.—Se quedó mirando al otro duranteunos segundos, y, de pronto, inquirió—:¿Por qué sois tan arrogantes loseuropeos?

Spartakus tuvo que reprimir una

Page 482: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

carcajada.—Los europeos —respondió él—

piensan exactamente lo mismo de losamericanos.

Tras esas palabras se produjo unlargo silencio durante el que los dospersonajes parecieron medirse con lasmiradas. Vólkov conocía bien aPandora, no era una mujer que hiciera odijera las cosas porque sí. Su visitatenía un objetivo, y éste debía ser muyespinoso cuando ella, tan directasiempre, daba tantos rodeos antes dehablar.

—¿Para qué has venido, Pandora? —preguntó Spartakus muy serio, y añadió—: Creo que yo sí me tomaré una copa.

Se encaminó hacia una pequeña mesa

Page 483: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pegada a la pared, llena de botellas detoda clase de licores.

—Te acompañaré —dijo Pandora—.Whisky con agua para mí.

Spartakus sirvió las copas —doswhiskys con agua, aunque en la suyaañadió unos cubitos de hielo—, y, trasdarle su copa, se sentó muy cerca deella.

—¿Para qué has venido, Pandora? —repitió la pregunta que le habíaformulado segundos antes, y ella aún setomó su tiempo antes de responder.

—Sólo quería decirte que he visto elbrillo de la traición en los ojos deHelius.

No habría sabido decir por qué, peroesas palabras, dichas por una persona

Page 484: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tan intuitiva y observadora comoPandora, no sorprendieron a Spartakus.

—¿Lo sabías ya? —preguntó Pandoraante la falta de reacción de Spartakus.

—Supongo que sí —fue la respuestade éste.

—¿Y qué vas a hacer?—¿Crees que debo hacer algo?—Sí.—Él sabe como castiga la Orden a

los traidores.—Se cree más inteligente que todos

nosotros. Lo hará, convencido de que sutraición puede quedar impune.

—¿Piensas entonces que debemosactuar ya, anticipándonos a sudeslealtad?

Pandora inició un leve movimiento

Page 485: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

afirmativo con la cabeza, y, de formacasi inaudible, dijo:

—Sí.—No —repuso con rotundidad

Spartakus—. No haremos absolutamentenada hasta tener la certeza de que nos vaa delatar.

—¿Y si llegamos tarde? —insistióPandora.

—No será así. No te preocupes.Pandora aceptó pertenecer a la

Comisión de los Diez consciente de laalta responsabilidad que el ejercicio delcargo le exigiría. Previamente, no habíasido fácil para ella entender el conceptocasi religioso de perfectibilidad,entendido como la búsqueda —en laOrden y con la Orden— de la perfección

Page 486: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que le hizo tomar conciencia de lanecesidad de superar el egoísmopersonal. Tuvo la conciencia de estartrabajando por el bien del génerohumano, y rápidamente se sintióinvestida de una enorme superioridadmoral sobre el resto de los mortales.Aprendió a actuar como una célula,importante pero prescindible, del cuerpoque era la Orden. El individuo no eranada, y el objetivo no era otro quepensar y actuar dentro del grupo.

Pandora relajó su cuerpo dejando quese apoyara completamente sobre elrespaldo del sillón de cuero negro en elque estaba sentada. Dio un largo trago alvaso de whisky y, más tranquila,suspiró.

Page 487: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Cómo va la galería? —preguntóentonces. Pandora se refería a la galeríade arte, una de las más grandes yprestigiosas de Nueva York, queregentaba Spartakus—. No pude asistir ala inauguración de tu última exposición.

—No importa. No te perdiste grancosa —dijo Spartakus—. Ya no haypintores como los de antes. ¿Dóndeestán los nuevos Modigliani, Picasso,Dalí o incluso Lichtenstein o Warhol?

—¿Qué piensas de Warhol? —preguntó Pandora—. ¿Le llegaste aconocer?

A cualquier espectador que hubieraseguido aquella conversación, le habríaasombrado la facilidad con que pasaronde hablar de traiciones y castigos, a

Page 488: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pintores y exposiciones.—¿Warhol? —repitió Spartakus—,

no era más que un diletante. Pero sí hede reconocerle algo, era casi tan buenpromotor de sí mismo como Dalí.

Pandora rió la broma de Spartakus, ydurante media hora más siguieronhablando de pintura y literatura con laactitud de dos amigos, más preocupadospor el devenir del arte que por lahecatombe que estaban dispuestos aperpetrar algunos meses después.

No pasó desapercibido para Vólkovel despego moral mostrado aquellanoche por Pandora y él mismo, conrespecto a los acontecimientos que casiinevitablemente iban a ocurrir porqueellos así lo habían decidido. ¿Qué

Page 489: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sentido tenía luchar por un mundo mejorsi, para lograrlo, perdían lo que dehumano quedaba todavía en su corazón?

Pandora le había hablado de la novelaque estaba escribiendo en esosmomentos, una parábola sobre el fin delos tiempos y la esperanza de un nuevoamanecer.

—¿Por qué escribes sobre eso? —seinteresó Spartakus.

—¿Temes que pueda contar lo que nodebo?

—No.—No puedo evitar escribir sobre lo

que tanto deseo. Después de más dedoscientos años de lucha clandestina, deocultarnos como si fuéramos apestadospara poder sobrevivir, es muy

Page 490: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

emocionante sentir que por fin estamoscerca de lograrlo.

—Dentro de unos pocos años, tunovela será vista como una premonición—dije—. Volverás a conseguir elPulitzer.

Pandora rió satisfecha, y repuso:—Sabes que no es eso lo que de

verdad me interesa.Pandora se fue alrededor de las diez

de la noche después de haber bebidomás de la cuenta. Spartakus, también unpoco achispado, quedó solo en suapartamento, y salió a la terraza paracontemplar el firmamento. A veces teníala sensación de que alguien nosobservaba desde uno de los miles depuntos luminosos que había sobre su

Page 491: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cabeza, y se preguntó que, si así fuera,se trataría de seres superiores, por loque su organización política seríaabsolutamente racional, como la queellos pretendían instaurar para todos lospueblos del mundo. La Humanidad debeser gobernada desde la inteligencia y larazón, no desde las emociones y elcorazón. Sintió un escalofrío, y,cruzando los brazos sobre su pechocomo si se abrazara a sí mismo, entró denuevo en el apartamento.

A la mañana siguiente, tal como solíahacer, se levantó muy temprano, y a lasnueve en punto, completamente ajeno ala sorpresa que allí le esperaba, sedirigió a su galería de arte, que ocupabatodo un edificio de cuatro plantas en el

Page 492: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Soho.Valieri le esperaba a las puertas de su

despacho, sentado en un magnífico sillónTugendhat original, que habíaconseguido recientemente en unasubasta. Al verle, Vólkov no pudo evitarun gesto de fastidio. Las instruccionesdadas a los grados inferiores eran quejamás, salvo caso de extrema urgencia,debían presentarse en Nueva York sinpreviamente concertar la entrevistamediante la inserción de un anuncio enla prensa local.

Valieri se levantó como movido porun resorte cuando le vio aparecer, peroVólkov pasó a su lado como si no leconociera y entró rápidamente en sudespacho. Valieri dudó por un instante,

Page 493: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sabía que no estaba actuando según loestablecido, pero estaba seguro de quela información que traía merecía que secorrieran algunos riesgos. Se acercó a lasecretaria que, atrincherada tras sumesa, parecía ignorarle, y pidió hablarcon Mr. Vólkov.

—¿Tiene cita? —preguntó ésta casisin mirarle.

—No, pero estoy seguro de quecuando le diga mi nombre a Mr. Vólkov,me recibirá inmediatamente.

—¿Cuál es su nombre? —preguntóentonces la secretaria.

—Massimo Valieri.La secretaria se puso en pie y alisó su

falda sobre las caderas.—Espere un momento, Mr. Valieri —

Page 494: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

dijo, y desapareció tras la puerta pordonde antes había entrado KonstantinVólkov.

Pocos segundos después Valieriestaba en el despacho de Vólkov, que lemiraba sombrío desde detrás de la mesa.

—¿Qué hace aquí? —le espetó.Valieri ostentaba el grado 23 y era

por tanto Jefe del tabernáculo. La misiónque tenía asignada era servir de enlaceentre la Comisión de los Diez y todasaquellas organizaciones que dependían—aunque fueran ignorantes de ello— dela Orden de los Iluminados en el sur deEuropa. Por esa razón el “Gran CircoRex” efectuaba largos recorridos porItalia, Francia y España.

—Tengo que hablar con usted de algo

Page 495: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

importante.Durante algunos segundos más,

Vólkov siguió taladrándole con lamirada.

—¿Por qué no siguió el conductoreglamentario establecido para estoscasos?

—Porque me habría prohibido venir,y era imprescindible que hablara cuantoantes con usted.

De manera ostentosa, para hacerlesentir el gran enfado que tenía, no leinvitó a tomar asiento.

—Hable —ordenó Vólkov.Valieri carraspeó antes de empezar a

hacerlo.—Hay razones para pensar que

nuestros planes pueden haber sido

Page 496: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

descubiertos.Vólkov recordó de pronto la visita

que había recibido en Madrid de tresextravagantes personajes que buscaban aalguien que había desaparecido. ¿Sehabía tratado de una simple estratagemapara colarse en su habitación?

—Siga.—Al día siguiente de nuestra

entrevista en Madrid, apareció por elcirco un hombre que estuvo haciendopreguntas extrañas a Conan.

—¿Qué clase de preguntas?—Preguntas relacionadas con el

número phi y la constante de Kaprekar—respondió Valieri.

Vólkov tuvo entonces la certeza deque se trataba de uno de los que le

Page 497: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

visitaron aquella mañana en Madrid.—¿Qué respondió Conan? —preguntó

Vólkov, que conocía al “HombreHipnótico” por ser el hombre deconfianza de Valieri.

—Respondió dándole el número phicon bastantes decimales, y eludió lasdemás preguntas. Después de la función,ese hombre intentó hablar con Conan,pero lo impedimos.

—¿Sabe algo más de él? —leinterrumpió Vólkov.

—Su hombre es Jorge Álvarez. Ésamisma noche conseguimos interrogarlepara conocer exactamente lo quesabía…

—¿¡En el circo!? —se alarmóVólkov.

Page 498: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Sí, pero no se preocupe, no pudover quien ni donde le interrogaban. Nosdio la impresión de que no sabíaabsolutamente nada, y le dejamos ir,pero al día siguiente volvió con dospersonas más. Insistieron en hablar conConan…

—¿Por qué con Conan? —volvió ainterrumpirle, y parecía irritado.

—No lo sé. Buscaban a un amigosuyo que había desaparecido y pensabanque Conan podía ayudarles.

Vólkov vio confirmadas sussospechas, no obstante, preguntó:

—Había una mujer entre ellos,¿verdad?

—¿Cómo lo sabe?Vólkov no contestó a la pregunta de

Page 499: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Valieri, estaba ya pensando en elsignificado que podía tener toda aquellahistoria.

—¿Cómo es posible? —reflexionó envoz alta—. Tenemos que averiguar quées lo que llevó a esa gente hasta elcirco. ¿Por qué quería hablar conConan? —se preguntó a sí mismo. —Depronto, volvió a dirigirse a Valieri paraindagar—: ¿Y Conan qué dice de eso?

Valieri carraspeó. Estaba indecisosobre si debía contar o no lo ocurridocon Conan, pero en el fondo sabía queno tenía alternativa, que antes o despuésVólkov averiguaría todo lo que habíapasado, y su silencio, si no lo contaba élmismo de inmediato, sería interpretadocomo una traición.

Page 500: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Conan ha muerto, señor —dijo conun hilo de voz—. No tuve más remedioque…

Vólkov pareció no inmutarse. Selimitó a preguntar:

—¿Por qué?—El hecho de que ese hombre,

Álvarez, fuera al circo para interrogar aConan, y luego insistiera en hablar conél, me hizo pensar que podría haberhabido una filtración. Y últimamenteConan estaba…, no sé, extraño. Leinterrogamos, y confesó que, aunque noconocía al tal Álvarez, sí le habíacontado algo a un amigo suyo.

—¿A quién?—No conseguimos que nos lo dijera.

Y, al final, no tuvimos más remedio que

Page 501: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

deshacernos de él.Vólkov se levantó nervioso y paseó a

grandes zancadas por el despacho conlas manos entrelazadas en la espalda.Estaba pensando a gran velocidad.Aquella filtración era un contratiempo,pero no podía permitir que todo se fueraal traste por la estupidez de un miembrode la Orden con problemas deconciencia. Aquello le hizo pensarnuevamente en Helius y Naúm. ¿EraNaúm realmente un peligro tal como loera Helius? Estaba seguro que no, quelas reticencias de Naúm se debían a sutemor a que la ejecución del planpropuesto desencadenara una guerra dereligión, cosa que en absolutopreocupaba a Vólkov porque, cuando

Page 502: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ese cambio último se hubiera producido,ya no serían necesarias las religiones.En cambio, las objeciones y, sobre todo,la actitud de Helius mostraban que seconsidera mejor —más cerca de laperfección que todos buscaban— quelos demás. Si él había caminado másallá que nadie en el camino de laperfección, ¿por qué no se rendían,Spartakus el primero, a la evidencia?Esa, consideraba Vólkov, era lapregunta que resonaba en la cabeza deHelius. Pero ya se ocuparía de Helius,ahora era el momento de pensar enConan, el mentalista que, según Valieri,había traicionado a la Orden.

Se paró en medio de la habitación, ypreguntó:

Page 503: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Qué sabía exactamente Conan delplan?

—Lo mismo que yo —repuso Valieri—. Que en los próximos meses tenemosque conseguir desde la sombra que ungrupo islamista cometa un gran atentadoen Madrid.

Vólkov se acercó a la ventana, desdela que podía ver la silueta de las SilverTowers, y durante muchos segundospermaneció en silencio. Valieri no sabía—porque él no se lo había dicho—contra quien tenía que ir dirigido esegran atentado, por lo que era imposibleque Conan, si es que era cierto que leshabía traicionado, lo supiera a su vez.Por fin, sin dejar de mirar a través de laventana, dijo:

Page 504: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Debe volver a Madrid. El plansigue adelante.

—La policía fue a buscarme al circo—arguyó Valieri, que por nada delmundo quería volver a Madrid—. Quizáquieran detenerme.

Vólkov giró bruscamente sobre sustalones y miró con desprecio a suinterlocutor.

—Tendremos que correr ese riesgo—dijo—. Es usted la única persona quepuede organizarlo todo. Ya no haymarcha atrás. ¿Alguna objeción?

Valieri tenía muchas objeciones quehacer, pero sabía que la conversaciónhabía concluido, así que se limitó aresponder con un escueto:

—No.

Page 505: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Perfecto. Entonces vuelva aMadrid, y ya sabe que espero informessuyos cada semana. —Valieri hizo casiuna reverencia y, sin decir nada, seencaminó hacia la puerta, pero lo detuvola voz de Vólkov, que preguntó—: Porcierto, ¿tiene ya alguna idea de quiénpuede… organizar el atentado?

Cualquier persona que hubieraescuchado la pregunta de Vólkov, habríapensado que estaba cargada de cinismo,pero no Valieri, que estabaacostumbrado a que la Orden manejara atodos como si fueran marionetas.

—Había pensado en un grupomarroquí que tenemos infiltrado.

En realidad eran varios los grupos demusulmanes más o menos radicalizados,

Page 506: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

normalmente creados en torno a uncarismático imán, en los que teníanhombres que podían dirigir al gruposegún dictaran sus intereses. Vólkovasintió con la cabeza.

—Pero harán falta medios y dinero.Cuando me diga cuál es el objetivo, lepasaré un informe detallado de lo quenecesitamos.

—Tiene que ser un gran atentado —dijo Vólkov—. Prepare un informesobre esa base. El objetivo se le diráunos días antes de la fecha en que tengaque producirse.

—Sí, señor —respondió Valieri, ysalió de la habitación.

Al quedar a solas, Vólkov reflexionósobre las palabras de Valieri en torno a

Page 507: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Conan. Conocía a Massimo Valieridesde hacía muchos años, y sabía de suextraordinario olfato para detectar elmiedo. Seguramente tenía razón encuanto a la traición de Conan, peroestaba seguro de que dicha traición noiba a afectar al desarrollo del plan,porque ¿quién iba a creer en la denunciade “El Hombre Hipnótico”, poco másque el ilusionista de un circo, de que seiba a producir un gran atentado enMadrid? Vólkov sonrió por lodescabellado de la idea y, como sidispusiera de un interruptor que lepermitiera encender o apagar una zonade su mente, dejó de pensar en ello.

Page 508: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 10

Siguiendo a Massimo Valieri

Fue el inspector Ventura, que por esos

días me llamaba con cualquier excusa,quien me dio dos noticias que meparecieron extremadamente interesantes.La primera, que después de doce días enparadero desconocido, Massimo Valierihabía si visto de nuevo; y la segunda,que el “Gran Circo Rex” había cerradosus puertas hacía varios días pero,curiosamente, todavía no estaba siendo

Page 509: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

desmantelado.—¿Ha hablado con Valieri?—Sí, claro.—¿Le ha dicho dónde estuvo durante

esos doce días? —pregunté.—Dice que fue a visitar a su madre.

Al parecer se puso muy enfermarepentinamente, y no tuvo tiempo deavisar a nadie de que se iba a Italia porunos días. —Me pareció inverosímil laexplicación, y Ventura debió percibir miescepticismo a través del teléfono,porque añadió—: Yo tampoco le hecreído.

—¿Y no hay forma de comprobar sucoartada? —pregunté, extrañado de quela policía no lo hubiera hecho ya.

—Si ha viajado en avión, lo ha hecho

Page 510: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

con nombre supuesto, porque no figuraen las listas de ninguna compañía aérea,y si lo ha hecho por tren o carretera, esmuy difícil que… De todas formas,hemos pedido a la policía italiana quehaga averiguaciones. Ya veremos… —dijo en un tono que no mostrabademasiada confianza en la labor quepudieran hacer los italianos.

—¿Le ha preguntado por qué mintió alhablar con nosotros, haciéndonos creerque Conan ya había desaparecido lanoche en que yo estuve en el circo?

—Afirma que debió equivocarse, queno había prestado atención a qué díaocurrió cada cosa porque no creyó queel dato llegara a ser importante.

—¿Y qué dice sobre Conan? —me

Page 511: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

interesé.—Lo que ya sabíamos: que discutió

con él, según dice, porque su últimaactuación había sido lamentable, y queConan se fue muy enfadado y ya no levolvió a ver. Creyó que, simplemente,había dejado su trabajo.

—¿Abandonando todas suspertenencias? No me parece creíble.

—¿Se refiere a las cuatro capas deusaba de vestuario y algunos libros?Vamos, querido Watson.

¿Cómo hacer entender a aquel obtusolo importante que sin duda eran aquelloslibros para un hombre como Conan, yque nunca los abandonaría, fuera adonde fuera? Fui a explicarle mi puntode vista, pero me di cuenta de que

Page 512: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estaba muy enfadado. Era la primera vezque el inspector Ventura me llamaba porel nick que utilizaba en el “Club deHolmes”, pero lo que me molestó no esque lo hiciera, sino el tono burlón quehabía utilizado.

—Tiene razón —dije, deseandoterminar la conversación.

Sin duda el inspector Ventura se diocuenta de que me sentía molesto, aunquedudo que supiera la causa, porque dijo:

—Bien…, le dejo. Tengo muchascosas que hacer.

—Sí, yo también, inspector. Hastaotro día. —Estaba a punto de colgar,cuando se me ocurrió hacer la pregunta— ¡Inspector! —dije.

—¿Sí?

Page 513: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Cuándo ha tenido ésaconversación con Valieri?

—Esta mañana —respondió—. Haceapenas una hora. ¿Algo más?

—No, gracias.De pronto, al girarme tras colgar el

teléfono, me di cuenta de que Ireneestaba a mi lado envuelta en una sábana.

—¿Qué pasa? —preguntó.—Pareces una diosa griega —dije

con una enorme y satisfecha sonrisa.—¡Venga ya! —exclamó exasperada

—. ¡Dime qué es lo que pasa!Mientras preparaba el café, le conté

con detalle la conversación que acababade mantener con el inspector Ventura .Ella me miraba, con los ojos muyabiertos, la barbilla apoyada en sus

Page 514: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

manos, y éstas en la mesa, sentada en untaburete.

—Lo más extraño de todo —concluí— es que, si han terminado susactuaciones en Madrid, ¿por qué siguenaquí? No debe ser barato mantener atanto a tanto animal, sin contar a laspersonas. ¿Por qué no están en otraciudad?

—Me estaba preguntando lo mismo—dijo Irene—, y, sin duda, la respuestaes… que no se van porque tienen quehacer cosas aquí.

—¡Exactamente! —exclaméalborozado.

Tanta excitación había hecho que meolvidara de lo más importante enaquellos momentos, y le ponía delante

Page 515: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

una taza de café, pregunté a Irene:—Perdona, ¿quieres una tostada?—Dos —respondió ella—. Estoy

muerta de hambre.Durante el desayuno continuamos

hablando sobre la reaparición de Valieriy la permanencia del circo en la ciudad,y pensamos que sería muy interesantesaber qué cosas eran las que éste hacíacada día en Madrid. Para ello,pensamos, nada mejor que contactar conRoland Picard, el empleado del circoque se había presentado a la supuestacita con Vólkov en el Hotel Villamagna.No es que se hubiera comprometido atraicionar a sus compañeros, pero estabaseguro que respondería sin la menorobjeción a algunas de nuestras

Page 516: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

preguntas, con tal de que Valieri nosupiera nunca lo que nos había contadoen aquella entrevista. Pero había unproblema, Roland Picard apenas salíadel recinto del circo, y no disponíamosde teléfono u otro medio por el quepudiéramos ponernos en contacto con él.

—Valieri nos conoce, así que nopodemos presentarnos allí sin más. ¿Sete ocurre alguna idea? —pregunté aIrene para que pusiera en marcha suimaginación.

—Deja que piense —dijo, y duranteunos minutos estuvo dándole vueltas alasunto. Al fin, apuntó muy seria—:Podríamos presentarnos disfrazados,como artistas, para pedir trabajo.

La miré incrédulo, y le dije irónico:

Page 517: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Y qué sugieres, que nospresentemos como trapecistas; comofunambulistas quizá?

Irene rió a carcajadas y comprendíaque solo había tratado de hacerme unabroma.

—La única solución que se me ocurre—dijo cuando dejó de reír—, es enviara alguien que Valieri no conozca.

—Sí, pero a quién.Como tantas otras veces, la solución

vino a dárnosla Mycroft H. cuando leexpusimos el problema.

—¿Cuando visteis a Picard porprimera vez? —nos preguntó.

—La noche que volvimos al circopara registrar la caravana de Conan. Erael vigilante —respondió Irene.

Page 518: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft hizo un gesto que venía aquerer decir algo así como: ¡Pues yaestá!

—¡Claro! —exclamé—. Volveremosesta noche para hablar con él.

Dicho y hecho, esa noche, nosembutimos en las mismas ropas que lavez anterior, y volvimos a introducirnosen el campamento del circo.Curiosamente, a pesar de que ahora lospeligros eran mayores, yo iba muchomás tranquilo que la otra vez. Tanto, quellegué a pensar que me estabaacostumbrando demasiado rápido aaquella vida aventurera.

Ahora nuestro objetivo no era lacaravana de Conan, sino el hombre quela vigilaba, lo cual no dejaba de ser una

Page 519: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

situación paradójica.Todo fue más fácil de lo esperado,

porque tras esperar durante unos minutosbajo una de las caravanas, le vimosacercarse y, después de asegurarme queno le acompañaba nadie, me arrastréhasta asomar la cabeza mientras poníaun dedo sobre mis labios para indicarleque no dijera nada.

Picard se sobresaltó al vernos, y nosllevó casi a empellones al otro extremodel campamento, junto a las jaulas delos animales.

—¡¿Qué hacen aquí?! —preguntóentonces en un susurro.

—Teníamos que hablar con usted —dijo Irene.

—No tengo nada más que decirles.

Page 520: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Decidí ir directamente al grano, asíque le espeté:

—¿Por qué ha vuelto Valieri?Picard parecía estar aterrado.—No lo sé. El circo es suyo —se

aventuró a decir sin dejar de mirar a unoy otro lado.

Comprendí que el miedo le iba aimpedir hablar, así que, aunque yo soyun hombre extremadamente pacífico,opté por emplear el único medio quepodía desatarle la lengua. Le agarréfuertemente de la camisa y le empujésobre la jaula de los leones, queirguieron la cabeza y soltaron algúngruñido. Escupiendo las palabras, dije:

—Responda si no quiere quedespierte a todo el mundo y les diga

Page 521: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

todo lo que nos contó en el hotel.—Es verdad —insistió Picard—. No

sé por qué ha vuelto Valieri. Supongoque son las órdenes que ha recibido.

—¿De quién? —preguntó Irene, queparecía tan sorprendida como RolandPicard por mi nueva actitud.

—De Vólkov, imagino.Sin dejar de presionarle sobre la

jaula, pregunté:—¿Qué hace durante todo el día?—No lo sé. Esta siempre encerrado

en su caravana, excepto por la tarde, quesiempre sale con su coche.

—¿Dónde va?—No lo sé. Creo que va a verse con

alguien.—¿Por qué piensa eso? —quiso saber

Page 522: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene.—Porque Valieri no es hombre de

paseos.Aflojé la presión que ejercía sobre el

vigilante, e introduje una nota en elbolsillo de su camisa. Le dije al oído:

—Aquí tiene mi teléfono. Si ve o seentera de algo extraño, llámemeinmediatamente.

—Sí —se limitó a contestar el otro,ya más tranquilo.

Le solté, nos dimos la vueltadesapareciendo entre las caravanas. Enel trayecto a través del descampado,hasta la estación de servicio donde nosesperaba el taxi, recordé que había sidoallí donde fui atacado —todavía nosabía por quien, aunque podía intuirlo—

Page 523: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la primera vez que fui al circo, lo queme hizo estar especialmente en alertadurante todo el camino.

De vuelta en casa, lo primero quehice a pesar de lo tarde que era, fueentrar en el “Club de Holmes” paraponerlo al día con los últimos sucesos,pero me encontré con una sorprendentenota de Mycroft H. que decía: “Lo quetenga que suceder, será la noche del 30de abril”. ¿Qué quería decir con eso?Recordé entonces que estábamos en lamadrugada del 19 de abril. Fuera lo quefuera lo que tenía que ocurrir, faltaban11 días para ello. Fui a comentarlo conIrene, pero la encontré dormida sobre lacolcha de mi cama. Estaba de lado, enposición fetal, con el pelo desparramado

Page 524: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

alrededor de su cara. ¡Dios!, estaba tanhermosa, que me sentí inmensamenteafortunado de que se hubiera fijado enalguien tan insignificante como yo.Como pude, tratando de no despertarla,abrí la cama y la introduje con cuidadotapándola después. Me desnudé, y metumbé a su lado, y ella, como un gatonecesitado de mimos, se acurrucó entremis brazos.

A la mañana siguiente le conté elmensaje de Mycroft —cuyo significadotampoco entendió—, y hablamos sobrecuales podían ser las actividades deValieri fuera del campamento del circo.Era casi seguro que Picard tenía razón, yse estuviera viendo con alguien cadatarde. Las preguntas que necesitaban una

Page 525: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

respuesta eran: ¿con quién?, y ¿paraqué?, por lo que tomamos la decisión desometer a Valieri a una estrechavigilancia hasta averiguarlo.

—¡Esto debería hacerlo la policía! —protestó Irene al cabo de unos segundo,supongo que agobiada por laperspectiva de tener que permanecer enel coche durante horas, pendiente deValieri.

Yo pensaba lo mismo, pero la verdades que no tenía demasiada confianza enque la policía actuara. Después de todola policía se conduce por certezas o, enel peor de los casos, indicios, y, segúnel inspector Ventura, en este asunto losindicios eran tan endebles que no podíajustificar una investigación en toda

Page 526: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

regla.A continuación llamamos por teléfono

a Mycroft H. para que nos aclarara sumisteriosa entrada en el blog de la nocheanterior. Su respuesta fue que estabaseguro de que ese día, o mejor dicho,entre la tarde y la noche de ese día, iba asuceder algo, pero que todavía no podíadecirnos por qué. Pero añadió algo másque nos dejó bastante confusos, dijo:“Estoy a punto de resolver el caso”,pero, por más que insistí, no hubomanera de que nos dijera más cosas.Aproveché la llamada para ponerle alcorriente de nuestra nueva incursión alcampamento del circo, de laconversación que habíamos tenido conPicard, y de nuestra intención de

Page 527: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

averiguar como fuera qué estabahaciendo Valieri durante sus escapadasvespertinas. Tras pedirnos que letuviéramos al tanto, nos recomendóprecaución.

Ese mismo día, sin encomendarnos nia Dios ni al diablo, iniciamos lavigilancia apostados en el cruce por elque, necesariamente, habían de pasar losvehículos que entraran o salieran de lasinstalaciones del circo. No habíanpasado más de dos horas, cuando vimossalir a Valieri a bordo de un Fiat decolor azul oscuro al que seguimos a unaprudente distancia. Condujo algunoskilómetros por la M30, hasta que tomóun desvío para llegar a un centrocomercial de la zona norte. Aparcamos

Page 528: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cerca de donde lo había hecho él, y leseguimos hasta una cafetería de laprimera planta. Se sentó en una de lasmesas más alejadas de las tiendas, ypidió un café.

Irene y yo entramos en una tienda dedeportes, a unos veinte metros de dondeValieri se había sentado, desde cuyoescaparate podíamos observar sin servistos. Cada poco, miraba con ciertaansiedad hacia el amplio corredor por elque necesariamente había que pasar parallegar allí, por lo que dedujimos queestaba esperando a alguien.Efectivamente, apenas cinco minutosdespués, un hombre moreno dealrededor de cuarenta años, vestido conpantalón gris y camisa blanca, se acercó

Page 529: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

a él, se dieron la mano, y tomó asientofrente a Valieri. Lamenté no disponer deuno de esos micrófonos unidireccionalesque he visto a veces en las películas,porque me habría gustado muchísimopoder escuchar lo que aquellos doshombres estaban hablando. En lugar deeso me limité a hacer algunas fotos de lapareja, aunque tuve que esperar a queterminara la reunión y el amigo deValieri saliera para poder fotografiarlede frente.

Salieron del centro comercial porseparado; primero el desconocido, ydespués Valieri. Se nos presentó ladisyuntiva de a quien seguir, ydecidimos que a Valieri le teníamoslocalizado en el circo y le podríamos

Page 530: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

seguir cualquier otro día, pero al nuevopersonaje quizá no volviéramos a verle,por lo que le seguimos a él. Conducía undestartalado coche de color blanco —creo que era un Citroën—, y nos llevódirectamente a las puertas de lamezquita de Móstoles —luego supe quela mezquita se llamaba At-Tawhid—,donde entró tras aparcar en un espacioreservado.

Aquello nos dejó perplejos.Habíamos asumido que en aquel casoestuviera mezclado —aún no sabíamosexactamente cómo ni hasta qué punto—un grupo masónico como “La Orden delos Iluminados”, pero no estábamospreparados para entender aquello.

Aparcamos también en una calle

Page 531: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cercana, y, sin saber qué hacer, nossentamos en una cafetería situada frentea la mezquita, desde la que teníamos unamagnífica perspectiva de la gente queentraba y salía de la misma.

A esas horas —era alrededor de lasseis de la tarde—, apenas habíamovimiento, pero enseguida empezó allegar gente y, media hora después,calculamos que habría más de cienpersonas en el interior de la mezquita.

Al día siguiente se repitió elencuentro entre los dos hombres, éstavez en otro centro comercial, y, alconcluir el mismo, el musulmán sedirigió otra vez a la mezquita. En estesegundo encuentro pudimos obtenermejores fotos del personaje con el que

Page 532: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

se veía Valieri, y, tras consultarlo conMycroft, decidimos mostrárselas alinspector Ventura por si disponía dealguna información sobre él.

Tras una breve conversacióntelefónica para ver si podía recibirnos,acudimos a su despacho.

—Es Hassan al-Bukhari —dijoVentura tras echar una rápida ojeada alas fotos que le mostré.

—¿Le conocía? —preguntó Ireneextrañada.

—Es el imán de la mezquita deMóstoles —señaló el inspector Ventura—. ¿Por qué tienen tanto interés en sabersobre él?

Le hablamos de sus encuentrosdiarios con Valieri, ante lo que el

Page 533: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

inspector apuntó la posibilidad de queéste fuera musulmán.

Irene hizo un gesto negativo con lacabeza, y dijo:

—En ese caso, ¿por qué no va a lamezquita, tal como hace el resto demusulmanes?

La pregunta de Irene quedó en el aire,había una lógica tan aplastante en ella,que era difícil de contestar sin hacerconjeturas absurdas.

Estábamos en el despacho de Ventura—que yo ya conocía por haber estadoallí antes—, sentados frente a él,Mycroft a mi izquierda, e Irene a miderecha. Habíamos decidido recurrir ala policía para que investigaran aHassan al-Bukhari y poder así intentar

Page 534: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

establecer qué tipo de vínculo le unía aValieri.

—¿Por qué ha reconocido tanrápidamente al imán de Mónteles en lasfotos que le hemos mostrado? —leespetó de pronto Mycroft.

El inspector titubeó durante unossegundos. Se repantigó en el sillón yentrecruzó los brazos.

—Comprenderán que, después del11-M, estemos interesados en saber quépasa en el interior de las mezquitasespañolas.

—¿Es Hassan al-Bukhari un islamistaradical? —preguntó entonces Mycroft.

Ventura sonrió burlón.—No, que yo sepa.Buscó en su ordenador hasta que

Page 535: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

apareció en la pantalla la ficha deBukhari. Desde mi posición era difícilver con detalle el contenido de lapantalla del ordenador, pero me inclinélevemente —fue un movimiento casiinconsciente motivado por la curiosidad—, y observé que su imagen actual habíacambiado bastante con respecto a la fotoque aparecía en la pantalla.

El inspector ojeó durante unossegundos más el contenido de la ficha, yconcluyó:

—Está limpio. No hay nada en suhistorial que nos permita pensar que hayalgo de ilícito en sus actividades.

—Entonces —insistió Irene—, ¿acuento de qué esas repentinas reunionescon Valieri?

Page 536: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Repentinas? —preguntó Ventura¿Cómo sabe que no son viejos amigos yestán viéndose desde que el circo deValieri se instaló en Madrid?

Ventura tenía razón. Era cierto queacabábamos de descubrir esas extrañasreuniones entre los dos hombres, perotambién lo era que nunca, antes,habíamos seguido a Valieri. ¡Valieri! Depronto me di cuenta de que ahí podíaestar la clave del asunto: de que elsujeto principal de nuestra vigilanciahabía sido Valieri, y quizá tendríamosque haber desplazado el foco hacia al-Bukhari. Después de todo, ¿quésabíamos del imán aparte de que, trasverse con Valieri, entraba en la mezquitade Móstoles de donde no salía hasta

Page 537: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

varias horas más tarde?Antes de despedirnos, cuando el

inspector había dado por terminada laentrevista, Mycroft carraspeó y preguntótímidamente:

—Perdone, inspector. Supongo quecuando encontraron el cadáver deConan, la policía científica hizo fotosdel mismo y del escenario del crimen.

Ventura, que le había escuchado ya depié, me miró desconcertado y volvióotra vez a Mycroft.

—Sí, claro.—¿Podría ver ésas fotos?El inspector Ventura dudó durante

unos instantes. La policía científicahabía hecho su trabajo. Él mismo habíarevisado mil veces ésas fotos sin hallar

Page 538: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ningún indicio sobre quién o quiéneseran los autores del crimen. ¿Insinuabaeste aficionado que todos en la policíaeran unos ineptos? Estuvo a punto dedecirle que su pretensión era imposible,pero al final se dijo: “¡Qué importa,cuatro ojos ven más que dos!”. Buscó enun archivador metálico, y extrajo unacarpeta con diez o quince fotos que pusoante Mycroft.

—Aquí las tiene —dijo.Mycroft abrió la carpeta, y durante

varios minutos estuvo mirandodetenidamente cada uno de las fotos. Sedetuvo especialmente en aquellas en lasque se veía el cadáver con la caradestrozada. De pronto, buscó en subolsillo, y extrajo una lupa con la que

Page 539: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estuvo una de esas fotos. Por fin, guardósu lupa, juntó todas las fotos dentro de lacarpeta, y se la devolvió al inspector.

—Muchas gracias —dijo con unaagradecida sonrisa.

—¿Ha visto algo? —preguntó Venturamientras guardaba la carpeta en su sitio.

—Nada relevante —dijo nuestroamigo—. Quien lo hiciera, se preocupóde no dejar pistas.

Ya en la calle, entramos en unacafetería cercana a la comisaría, yhablamos sobre el asunto. Los trescoincidimos en que había algo deextraño en aquellas reuniones, y quenuestro único error había sido nohabernos preocupado por averiguar quéhacía Hassan al-Bukhari cuando no

Page 540: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estaba en la mezquita.—Yo os relevaré con Valieri —dijo

Mycroft—. Vosotros podéis turnarospara seguir a Bukhari.

Pero Irene y yo nos habíamosacostumbrado a trabajar juntos, por loque decidimos que seguiríamoshaciéndolo de esa manera.

—Nos encontraremos cuando ellos lohagan, y podremos intercambiarinformación —añadió Mycroft.

Acordamos, además, utilizar el blogpara ir volcando en él la informaciónque cada día obtuviéramos: “Es la mejormanera de que todos tengamospermanentemente una visión global delasunto” —dijo Mycroft—, y, para casosde emergencia, el teléfono.

Page 541: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Esa misma tarde continuamos losseguimientos, y todo transcurrióexactamente igual que las tardesanteriores. Fue al día siguiente, cuando—coincidiendo con la acostumbradareunión entre Valieri y el imán—, nosencontramos con Mycroft en un parquede las afueras de Madrid, supimos delas extrañas andanzas de al-Bukharidurante esa mañana. Había salido muytemprano de su casa dirigiéndose haciael sur por la carretera de Extremadura.A la altura de Talavera de la Reina sedesvió a la derecha adentrándose en losMontes de Toledo. Desde la cima de unmontículo estuvo espiando con unosprismáticos una casona situada a unosdoscientos metros.

Page 542: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿A quién pertenece la casa? —preguntó Irene.

—No lo sé —respondió Mycroft—,pero lo averiguaré.

—¿No ocurrió nada? —indagué.—No. Estuvo allí durante más de una

hora, y durante todo ese tiempo solo vique llegara a la casa un coche de laGuardia Civil, que aparcó unos minutosfrente a la misma, y luego se fue.

Mientras Mycroft nos contaba losdetalles de su excursión de la mañana alos Montes de Toledo, yo no quitaba ojoa la pareja que, ajena a nuestrapresencia, hablaba a unos cuarentametros de nosotros. El imán hablaba sincesar, interrumpido a veces porpreguntas o comentarios de Valieri, que,

Page 543: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de vez en cuando, hacía movimientosaprobatorios con la cabeza.

Nuestra conversación terminó cuandoValieri y el otro se separaron, siguiendocada uno —y nosotros con ellos— sucamino.

Fue dos días después cuando elgerente del circo nos sorprendiósaliendo de buena mañana en su coche,acompañado en ésta ocasión por elvigilante que acompañaba a Picard laprimera noche que Irene y yo fuimos alcirco, que conducía. Su destino ese díafue el aeropuerto, donde Valieri se apeódel coche, tomó un maletín del asientotrasero y, tras despedirse del conductorcon un breve apretón de manos, entró enla terminal.

Page 544: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Le seguí a una prudente distanciahasta el mostrador de la BritishAirways, donde, tras presentar sudocumentación, le facilitaron la tarjetade embarque para el siguiente vuelo aLondres. Pensé en lo interesante quesería ver el pasaporte con el que Valieriviajaba a la capital inglesa, pero notenía medios para ello. Yo no, pero sí elinspector Ventura, por lo que le llamé enese mismo instante.

—Valieri está en el aeropuerto —ledije tras identificarme—, sale dentro deuna hora para Londres. —Tras unsilencio que no supe interpretar, añadí—: He creído conveniente que losupiera, y —continué tras una pausa—que averigüe con qué pasaporte lo hace.

Page 545: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Debí imaginar que usted y susamigos continuarían con su juego dedetectives. —Ahora fui yo el que nosupo qué decir—. A ver —dijo condesgana—, ¿con qué compañía vuela?

—La British —respondí.—Lo comprobaré, pero no veo por

qué Valieri tendría que arriesgarse aviajar con pasaporte falso.

—Se lo agradezco —dije, y corté lacomunicación.

Como en tantas otras cosas, no estabade acuerdo con la apreciación delinspector Ventura sobre el interés quepudiera tener Valieri para viajar conpasaporte falso. Si se traía algo entremanos —y de eso estaba absolutamenteseguro—, supuse que querría ocultar sus

Page 546: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

movimientos a la policía.Por otro lado, su destino era Londres

—otra vez Londres—, la ciudad queparecía tener un significado especial entoda aquella historia. No sé por qué,recordé de pronto a Arthur P. Harris y laGran Logia Unida de Inglaterra a dondenos había conducido la anotación,¿hecha por Conan?, en mi agenda. Toméla decisión en ese instante. Salí alexterior, donde me espera Irene en elcoche mal aparcado y le comuniqué midecisión de viajar a Londres ese mismodía.

—¿Siguiendo a Valieri? —preguntó.—Sí.—No sabemos en qué hotel se alojará

—reflexionó Irene—. Deberíamos haber

Page 547: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ido en el mismo vuelo.—Imposible. Valieri nos conoce. Lo

haremos en el siguiente. Además,necesitamos algo de equipaje.

El coche corría de vuelta a Madrid atoda velocidad. Irene me miró escépticay preguntó:

—¿Sabes dónde encontrarle?—Tengo una corazonada —respondí.

Page 548: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 11

Vólkov vuelve a Londres

La idea de rescatar el “AhimanRezon” de la vitrina que ocupaba en elMuseo de la Gran Logia Unida deInglaterra, en Londres, para devolverloal tabernáculo de donde nunca deberíahaber salido, se había convertido en unaobsesión para Konstantin Vólkov. Nosólo porque el libro les había sidorobado sesenta años atrás por uno de losmiembros del Consejo de los Diez y era,

Page 549: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

por lo tanto, suyo, sino porque conteníalas claves para descifrar sus mensajesmás importantes. Ese fue el motivo deque, un mes después del intento fallidode sustraerlo del Museo, aprovechara suregreso a Londres para hacer que lascosas —el “Ahiman Rezon” en este caso— volvieran a su estado natural, al lugardonde les correspondía.

El motivo oficial de este viaje aEuropa no era otro que el de, una vezaprobado el plan por la Comisión de losDiez, poner en marcha la maquinaria queencendería la mecha de la revolución.La idea de la revolución, comoconcepto, hizo sonreír a Vólkov. ¿Quiénle iba a decir a él que, en su vejez, seiba a convertir en el verdadero motor de

Page 550: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la que estaba destinada a ser la másimportante revolución que se habíaproducido nunca?

Había tenido que hacer algunaspequeñas modificaciones con respectoal plan original. La suerte le habíasonreído y, si en un principio, habíapensado que los atentados en Madrid yLondres fueran simultáneos, cambió deidea cuando supo quién ocuparía la casadel monte la noche del 30 de abril. Loconsideró una señal. Era demasiadoemblemática esa noche como paraignorarla. Y además, ¿no tendrían másresonancia en el mundo los atentados si,en lugar de ocurrir el mismo día,sucedían con una semana de diferencia?Su repercusión sería mayor que la de la

Page 551: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

bomba de Hiroshima. Cuando se fuerana acabar los ecos del primero, ocurriríael de Londres, y a éste, seguirían lasacciones violentas ya previstas en elplan en Roma, París y Berlín. Todojunto, provocaría la mayor convulsiónmundial desde la Segunda Gran Guerra.

En ésta ocasión viajó solo y sehospedó, tal como solía hacer siempreque viajaba a Londres, en el Claridge’sHotel. La misma tarde de su llegada, suprimera salida fue para dar un paseo porGreat Queen Street, hasta llegar aFreemasons’ Hall, la sede de la GranLogia Unida de Londres que tan bienconocía. A esas horas el museopermanecía cerrado, pero eso noimportaba a Vólkov, porque lo conocía

Page 552: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

como la palma de su mano. Recordó ladisposición de las salas, las vitrinasllenas de antiguos objetos relacionadoscon la masonería y, sobre todo, elpreciado libro, que supuso rodeado delas mayores medidas de seguridaddespués del incidente que le obligó asalir precipitadamente de Londres juntocon su ayudante.

Pensó que había sido un ingenuo alintentar, un mes atrás, hacerse con ellibro de una manera tan burda. ¿Por quécomprometer a su ayudante —y con él, ala Orden—, como había hecho, si habíapersonas expertas que, por una buenacantidad de dinero, harían un trabajolimpio? “Estando tan reciente el fallidointento de robo, será imposible hacerse

Page 553: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

con él”, le habían dicho. Estaba seguroque las medidas de seguridad habíanaumentado considerablemente desde lavez anterior, pero bien sabía él que lapalabra “imposible” no existía para los“Iluminados”.

A pesar de estar muy avanzado el mesde abril, hacía una tarde fría y húmeda, yuna leve llovizna caía sin cesar. Secolocó en la acera contraria, frente a lafachada principal, y trató de imaginarcómo sería sustraído —le molestaba lapalabra robar— el preciado libro de suvitrina. Su único interés —lo habíarecalcado varias veces— era que, bajoninguna circunstancia, el libro resultaradañado. El libro era importante, muyimportante para Vólkov. No tanto por su

Page 554: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

contenido, que tenían registrado en milfacsímiles, como por su valorsentimental. Quería que, cuando llegarael gran momento, El Libro estuvieradonde debía estar: en poder de los“Iluminados”, como símbolo de supersistencia durante más de dos siglos.

Pensó entonces en las muchas cosasque habían ocurrido durante los últimosdías. Como el general antes de la batalladecisiva sabía no sólo que no podía darmarcha atrás, sino que tenía que teníaque ser implacable con los tibios, y aúnmás con los traidores. ¿Traidor? Esapalabra de pronto le sonó extraña, comosi las letras hubieran perdido susignificado. ¿Quién es traidor?, ¿el quetraiciona a un amigo?, ¿a una idea?, ¿a la

Page 555: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Patria? Fue Pandora quien vino arecordarle su deber, y él hizo aquelloque debía hacer. Miró su reloj. Aaquellas horas, en Dresde, el profesorHelmut Lanzmich debía haber muerto deun ataque al corazón. Emitió un largosuspiro y recordó cuantas veces habíapensado que Helius podía ser su sucesoral frente de la Orden.

Había intentado evitarlo. Al díasiguiente de la última reunión de laComisión de los Diez le había llamadopor teléfono. Vólkov pretendía hacerlerazonar, que comprendiera lo importanteque era en aquellos momentos que nohubiera fisuras entre ellos, que loprimordial no era dónde ocurrían lascosas, sino la repercusión que tenían.

Page 556: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Pero Helius fue evasivo. “Llego tarde alaeropuerto”, dijo para terminar laconversación. “Claro. No te preocupes,ya hablaremos”, respondió Vólkov, peroen aquel mismo instante tomó ladecisión.

De pronto se dio cuenta de que nosabía por qué estaba allí. Temió quepudiera haber cámaras de seguridadcolocadas en la fachada de Freemasons’Hall, o de algún otro edificio cercano,que pudieran grabarle y, sin moverse delsitio, escrutó los alrededores en buscade algún dispositivo de grabación.Afortunadamente no había ninguno, ytras una última ojeada al edificio deenfrente, tomó un taxi y retornó al hotel.

Tenía una cita para cenar esa noche

Page 557: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

con los responsables de organizar losatentados en Inglaterra y España. Habíallegado el momento de comunicarles lafecha de los mismos y, sobre todo,contra quien iban a estar dirigidos.

Massimo Valieri llegó a l Claridge’spocos minutos antes de las siete de latarde. Había sido citado en elrestaurante Gordon Ramsay a las sieteen punto. Al asomar por la puertaKonstantin Vólkov le hizo señas desdeuna mesa situada al fondo. Sesorprendió al comprobar que estabaacompañado por otro hombre al que noconocía, e hizo un gesto de desagrado.Caminó indeciso por entre las mesas —Vólkov le intimidaba—, y los doshombres que le esperaban se levantaron

Page 558: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

para recibirle. Tras estrechar su mano,le presentó al hombre que leacompañaba:

—Valieri, le presento a Alex Stephen.Se trataba de un hombre de edad

media, fornido, no excesivamente alto,lo que le daba un aspecto macizo y algorechoncho, y expresión seria; de pelorojizo, crespo, y mirada de un azul sucioque helaba la sangre. “Tiene pinta deminero galés”, se dijo el atildadoValieri.

Los dos se dieron la mano musitandolos saludos convencionales, tras lo quetodos se sentaron en torno a la mesa.

Valieri no dejaba de preguntarsequién era el tal Stephen, y qué pintaba enaquella reunión. Pero todavía tardaría

Page 559: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

algunos minutos en salir de dudas,porque Vólkov hizo un gesto alcamarero, que se presentóinmediatamente.

—¿Quieren tomar una copa antes decenar? —les preguntó amablemente.

Pidieron whisky, excepto Stephen,que prefirió una copa de ginebra.

—¿Les importa que pida la cena paratodos? —preguntó entonces Vólkov.

Valieri se sintió aliviado, porque noestaba acostumbrado a comer enrestaurantes tan lujosos como aquel, y nohabría sabido qué pedir, y naturalmentese mostró conforme, al igual que sucompañero de mesa. Vólkov aprovechópara pedir algunos platos y, una vez quese hubo retirado el camarero, y tuvieron

Page 560: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

las copas frente a ellos, les espetó conuna sonrisa:

—Será durante la noche del treinta deabril. La noche de Walpurgis . —Miróoblicuamente a Valieri, y preguntó—:¿Está usted preparado?

El italiano pensó que faltaba unasemana para el treinta de abril, y que, sitodo funcionaba como debía, no debíahaber obstáculo alguno para el éxito delplan. Aunque todavía no tenía losdetalles, sabía que se trataba de unavoladura, porque durante las dos últimassemanas, y siguiendo instrucciones quepuntualmente le pasaba Vólkov, se habíaocupado de almacenar —una parte en elcirco y otra en el interior de la mezquitade Móstoles— varios cientos de kilos

Page 561: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de dinamita. Miró desconfiado al tercerhombre que les acompañaba. Su actitudseria, de hombre poco hablador, le hizopensar que se trataba de un tipoimplacable.

—Puede hablar —apuntó Vólkov—,no se preocupe. Stephen es el hombreque le va a ayudar en la última fase delplan, y es de mi entera confianza.

—El grupo está preparado —dijoentonces Valieri—, y la dinamitatambién.

—¿Recibió mi mensaje respecto a lacasa cercana a Madrid?

Valieri dedujo que se refería a lacasa, situada en plenos Montes deToledo, cercana a la ciudad deTalavera.

Page 562: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Sí. No fue difícil localizarla —dijo—. Está en un importante coto privadode caza, y, al parecer, es utilizada comolugar de descanso por los cazadores.

Omitió decir que, según le habíainformado Hassan al-Bukhari, el coto yla casa solían ser utilizados porimportantes personalidades, procedentesde toda Europa, que podían permitirse ellujo de pagar el altísimo alquiler de lasinstalaciones.

—Lo sabía —dijo Vólkov.—¿Quién es él? —preguntó Valieri

señalando con la barbilla al pelirrojo—.No necesito que me ayude nadie.

—Un experto en explosivos —informó Vólkov.

Valieri miró con desagrado. Había

Page 563: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

algo en aquel hombre que no le gustaba.—¿Qué hay que volar? —preguntó

entonces.—La casa —respondió Vólkov.Su conversación se vio interrumpida

por la irrupción de varios camareroscon los platos que habían pedido, yempezaron a comer en silencio.

—¿Habían comido alguna vez aquí,caballeros? —preguntó Vólkov a susacompañantes.

—No —dijeron ambos casi alunísono.

—Una lástima —dijo tras un brevesuspiro—. El Gordon Ramsay siguesiendo un buen restaurante, pero ya no eslo que era.

No fue hasta los postres que

Page 564: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

continuaron la conversación que habíaquedado interrumpida por la llegada delos camareros.

—Stephen preparará los explosivospara que sean sus hombres los que loshagan estallar. Comprenderá cuánimportante es que, una vez producida laexplosión, la policía no tarde en detenera los autores. ¿Me entiende?

Durante la hora siguiente planificaroncon detalle el timing de la acción,cuidando de cada uno de los detallescomo si se tratara de una gransuperproducción teatral.

—El aspecto técnico lo dejo en susmanos, pero la explosión debeproducirse exactamente a las doce de lanoche del 30 de abril. Ni un minuto

Page 565: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

antes, ni un minuto después. Usted —dijo dirigiéndose a Valieri—, tendrápreparado un plan de escape de formaque los dos estén en Londres a primerahora del día 1 de mayo.

El pelirrojo Stephen habló porprimera vez para preguntar a Valiericuando podría ver la casa donde habríade tener lugar el atentado.

—Supongo que mañana —dijo trasuna corta vacilación—. Quizá pasadomañana.

—Salen para Madrid en el primeravión, y recuerden que tienen siete díaspara ultimar todos los detalles.

Valieri volvió a mirar a su nuevocompañero, y se dijo que, por poco quele gustara, tendría que acostumbrarse a

Page 566: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

él. Un taxi nos llevó desde el aeropuerto

hasta el número 60 de Great QueenStreet. Algo me decía que aquel lugaratraía de forma especial a los“Iluminados”, y que si había un lugar enLondres donde podíamos encontrar aValieri, era allí; pero, para nuestrasorpresa, fue a Konstantin Vólkov aquien vimos, completamente abstraído,en la acera contraria a Freemasons‘Hall. Por temor a que nos descubriera,pedí al taxista que parara en la siguientemanzana.

Lloviznaba sin cesar desde que

Page 567: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

habíamos salido de la Terminal y hacíabastante frío, por lo que nos abrigamosbajo un portal a unos quince metros denuestro hombre. Irene empezó a temblar—llevaba poca ropa de abrigo—, y yole pasé el brazo por la espalda y laatraje hacia mí para darle calor.

Durante muchos minutos le estuvimosobservando. No parecía estar haciendonada especial, es como si estuviera allípara poder pensar con más claridad, yde pronto, paró un taxi que pasaba enese instante por la calle, y subió en él.Afortunadamente, otro taxi vacíoapareció súbitamente en la esquina y lotomamos.

—¿Crees que Vólkov nos llevaráhasta Valieri? —preguntó Irene una vez

Page 568: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que hubo arrancado el coche con unacelerón.

—No —repuse—. Al contrario. Creoque es Valieri quien nos ha traído hastaVólkov.

La persecución terminó, veinteminutos después, en la puerta delClaridge’s Hotel, donde se apeóVólkov. Nosotros hicimos lo mismo y,al no ver a nuestro hombre en elvestíbulo, dimos por supuesto que sehospedaba allí y había subido a suhabitación.

Decididos a saber con quién se iba aver Vólkov esa noche, nos apostamos enel vestíbulo. Yo, cerca de la puerta deentrada, e Irene en el otro extremo, juntoal acceso al bar.

Page 569: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

No teníamos ningún plan establecidoporque no sabíamos qué es lo que iba apasar o con quien nos íbamos aencontrar. Al cabo de una hora, más omenos, Vólkov, acompañado por unhombre rubio de pelo rizado, salió delascensor, y se dirigieron conversandohacia el restaurante. Con disimulo, hicegestos a Irene para que siguiera a losdos hombres hasta el interior delrestaurante mientras yo seguía a laespera de que apareciera alguien más.¿Valieri? Estaba seguro de que llegaríaen cualquier momento y, mientras tanto,me preguntaba qué era lo que Valieritenía que hablar con Vólkov que nopudieran haberlo hecho por teléfono. Sinduda, algo muy importante.

Page 570: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

No tardó en presentarse Valieri en elvestíbulo del hotel, y fue tan de repentesu aparición que tuve que volvermeprecipitadamente, dándole la espalda,para evitar que me reconociera. Veníasolo, y me dio la impresión de quebuscaba a alguien con la mirada. Depronto se encaminó directamente haciael restaurante y entró en él. Le seguí ypude ver cómo, en una mesa del fondo,Vólkov presentaba su acompañante aValieri. Busqué con la mirada a Irene.Ocupaba una mesa a unos metrosdistancia y estaba en ese momentohablando con el camarero. A esadistancia sería imposible escuchar suconversación, y acercándonos máscorríamos el riesgo de ser descubiertos.

Page 571: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

En ese momento se me acercó el maîtrepara preguntarme si deseaba una mesa.Fue entonces cuando se me ocurrió laidea. Le pedí sentarme en una que estabaen el lado contrario a donde estabaIrene, de forma que ella podía ver más omenos de frente a Valieri, y yo aVólkov. Irene me miraba con gesto de nocomprender mis movimientos. Parecíapreguntarme con la mirada: “¿Por qué tesientas ahí en lugar de hacerloconmigo?”. Escribí una nota en unapágina de mi agenda, la arranqué y lepedí a un camarero que la entregara aIrene. En la nota decía: “Intenta leer loslabios de Valieri”. Sabía que era difícil,porque ninguno de los dos éramos unosexpertos en leer los labios y, sobre todo,

Page 572: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

porque hablaban en inglés, pero era laúnica manera que se me ocurría deintentar saber sobre qué estabanhablando. Durante las dos horassiguientes, entre trago y bocado, toménota de algunas palabras que me parecióleer en los labios de Vólkov, pero loque tenía era tan poco y tandeshilvanado, que confié en que Irene lohubiera hecho mejor que yo. En mediode un lujoso restaurante, y tratando depasar desapercibidos, no resultaba fácilestar continuamente pendiente delmovimiento de los labios de un hombresituado a unos diez metros de distancia

Cuando nos vimos en la puerta delhotel, una vez que Vólkov había subidoa su habitación y los otros dos se

Page 573: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

marcharon juntos, comprobé que,desgraciadamente, no había sido así.Ella también había entendido algunaspalabras de Valieri, intercaladas aquí yallá en la conversación, pero no tenía niidea de las cosas sobre las que habíanestado hablando.

—¿Qué has cogido tú? —le preguntémientras el portero del hotel, vestido delibrea, nos miraba como si fuéramospoco menos que unos indeseables.

—Aquí no es sitio para hablar —medijo con buen criterio.

—¿Dónde, entonces?—En una habitación de hotel. Estoy

cansada y tengo frío —me dijoacurrucándose contra mí.

—Por si no te has dado cuenta,

Page 574: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estamos en la puerta de un hotel.—¡¿Aquí?! ¡Estás loco! He pagado mi

cena y creo que agoté el límite de latarjeta.

Miré la hora.—Son las diez de la noche, sigue

lloviendo, y yo también tengo muchofrío. No tengo ni la más puñetera idea desi hay hoteles de nuestro presupuestopor aquí cerca, así que elige, o nosmetemos en el Claridge’s, o tomamos untaxi y nos vamos al Bed & Breakfast enel Soho que ya conocemos.

Irene hizo un mohín de disgusto, queen el fondo no era más quecomplacencia, y dijo:

—Llama al taxi.Al entrar en la casa de Brewer Street,

Page 575: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

con sus cortinas raídas y mueblesdesvencijados, me alegré de que Irenehubiera preferido ir allí; los recuerdosde las dos noches pasadas con Irene enuna habitación muy parecida a la quenos había asignado ésa noche, seagolparon en mi mente. Me bastó unamirada de Irene para saber que ellaestaba pensando lo mismo que yo: quehabía sido en aquel lugar donde se abrióun nuevo capítulo en nuestras vidas.

—Idoia… —dije utilizando porprimera vez su verdadero nombre.

—Noooo, por favor. —Se habíasentado en la cama y tapaba su cara conlas manos. Se incorporó de pronto y, conuna determinación que me recordó a laIrene de los primeros días, dijo—:

Page 576: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Tenemos un trabajo que hacer.Tenía razón. No era el momento de

hablar de cosas que no tuvieran que vercon el caso que nos había llevado porsegunda vez hasta Londres. Tiempohabría de hablar de nosotros y denuestros miedos.

Saqué mi libreta de notas y ella hizolo mismo con un par de hojitasarrancadas a su pequeña libreta dedirecciones. Me senté frente a ella ycomenzamos a comparar las palabrasanotadas por cada uno de nosotros.Después de unos minutos, llegamos a laconclusión de que aquello no teníamucho sentido, pues aparte de quehabían hablado sobre una casa, algorelacionado con una exposición o con

Page 577: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

alguien que deseaba exponer, y de que—según Irene—, Valieri parecía estarmolesto por la presencia del hombre depelo rizado.

—¿Crees que Valieri regresarámañana a Madrid? —preguntó Irene.

—Estoy seguro. En el primer avión,probablemente.

—Entonces, ¿tú crees que ha venidosolamente para cenar con Vólkov?

—Bueno, cenar en el restaurante delClaridge’s desde luego merece la pena—bromeé.

—¡Habla en serio! —se quejó Irene.—En serio —repetí—, estoy seguro

de que ha venido a recibir instruccionesde Vólkov.

—¿Y el rubio?

Page 578: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—No sé qué pinta el rubio en éstahistoria —reconocí—, pero no creo quetenga un papel relevante.

—¿Por qué estamos aquí? —preguntóde pronto.

Me sorprendió su pregunta. No sabíaqué dirección habían tomado suspensamientos, y me limité a responder loque era obvio.

—Hemos venido siguiendo a Valieri—dije.

—Ya. Pero nos metimos en estoporque estábamos preocupados por elparadero de nuestro amigo Moriarty, ¿teacuerdas? Queríamos encontrarleporque pensamos que estaba en peligro.

Seguía sin comprender a dónde queríair a parar Irene con aquellas preguntas.

Page 579: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Estamos buscándole —repuse.—No. Tú lo has dicho antes. Hemos

venido siguiendo a Valieri. Ya nuncahablamos de Moriarty, solo nos interesaresolver el caso, descubrir la verdad.

—La única forma de hallar a Moriartyes resolviendo el caso, ¿no crees?

Irene se levantó nerviosa. Estabafuriosa consigo misma

—¿Cuánto tiempo ha pasado desdeque recibimos su mensaje de socorro,quince, veinte días? Si Moriarty estabarealmente en peligro, cuandoresolvamos el caso ya estará muerto. Nosomos más que aficionados —selamentó.

—No podemos hacer nada más de loque ya estamos haciendo.

Page 580: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

— N o estoy tan segura. SherlockHolmes ya lo hubiera resuelto.

La miré incrédulo. Estaba hablandoen serio. ¿Acaso estaba confundiendo larealidad con la ficción?

—Sherlock Holmes no existe, Irene—¿debería haberla llamado por suverdadero nombre?—. Nosotrossolamente jugamos a emularle. Y no lodudes, estamos haciendo todo lo quepodemos por encontrar a Moriarty.

Irene se estrujó las manos y comenzóa pasear de un lado a otro de la estanciacomo una leona enjaulada. De repente separó en medio de la habitación, y dijo:

—Mycroft está seguro de que algoimportante va a pasar el 30 de abril.

—Yo estoy seguro de que va a pasar

Page 581: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

algo importante, pero no sé qué, nidónde, ni cuándo, ni cómo.

—Pero —insistió—, ¿y si el cuándofuera el 30 de abril?

—¿Qué pretendes insinuar?—Que Mycroft debe de tener algún

indicio para estar tan seguro de quesucederá la noche del 30 de abril.

—Hablemos con él —dije echandomano del móvil.

Pero Irene, que estaba tan abstraídacon sus pensamientos que ni siquiera mehabía escuchado, continuó:

—Planteémoslo como una ecuaciónmatemática. Hemos despejado dosincógnitas: el quién y el cuándo.

—Los “Iluminados” y el 30 de abril.—Efectivamente. Ahora, con esa

Page 582: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

información, más los datos que tenemos,quizá podamos despejar el resto deincógnitas: qué va a pasar, y dónde.

Irene estaba eufórica con susconclusiones. Sin duda se veía por fincerca de la resolución del caso.

—Falta lo más importante —dije, ysin esperar la inevitable pregunta deIrene, dije—: el quién.

—No, no. No es esa la pregunta másimportante, porque ese interrogantequedará resuelto con el resto derespuestas. Cuando sepamos qué va apasar, y dónde, sabremos a quién.

Repasamos varias veces la lista delas palabras que habíamos leído en loslabios de Vólkov y Valieri, pero ningunade ellas parecía ser la clave para

Page 583: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

descubrir los interrogantes que nospreocupaban. Me acerqué a la ventanade la habitación y durante unos instantesme entretuve observando a la faunahumana que deambulaba por la calle. Apesar de que seguía lloviendo, pequeñosgrupos cruzaban entre risas de una aceraa otra de la calle. De pronto me apeteciósalir, unirme a la gente que iba de aquípara allá sin rumbo fijo, guiadosúnicamente por las luces de los pubs queestaban abiertos.

—¿Quieres tomar una copa? —se meocurrió preguntar a Irene.

—Sí. Quizá nos aclare las ideas.A esas horas de la noche la lluvia era

tan fina que apenas era perceptible.Caminamos despacio, disfrutando del

Page 584: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

fresco de la noche, hasta el pub dondehabíamos estado en nuestro anteriorviaje a Londres. Había mucha gente y elambiente estaba cargado de vaporesetílicos. Encontramos una mesa libre alfondo, y nos sentamos en ella.

—¿Qué quieres tomar? —le pregunté—. ¿Una Guinness?

—Vale —me contestó con ciertadesgana.

Durante el corto trayecto desde elhotel apenas habíamos cruzado palabra.Lo achaqué a que seguía pensando enMoriarty y en que no estábamos siendodemasiado eficientes para encontrarle.

Pedí dos Guinness en la barra, y mesenté frente a ella. Seguía ausente, lejosde allí. Después del segundo trago, le

Page 585: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pregunté:—¿En qué estás pensando?—En nosotros.Me sorprendió su respuesta, y le dije:—Yo también he pensado en

nosotros. —Intenté coger sus manos,pero ella las apartó disimuladamente—¿Qué va a pasar cuando todo estotermine?

Irene me miró con los ojos llenos detristeza, y me dedicó una leve sonrisa.

—Esto no es más que un paréntesis —dijo—. Haríamos mal en confundir lascosas. Cuando todo termine, tú volverása tu trabajo en la Biblioteca Nacional, yyo a un vacío despacho a esperar aalguien que necesite un abogado.

Sus palabras me dolieron como si

Page 586: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hubiera clavado un estilete en migarganta. Habría querido decirle —gritarle—: “¡¿Y ya está?! ¡¿Para ti nohan significado nada los últimos sietedías que hemos pasado juntos?!”. Peroel orgullo me lo impidió. En lugar deeso, aparentando una displicencia queestaba lejos de sentir, le dije:

—Sí, claro. La rutina de siempreMe bebí de un solo trago toda la

cerveza que quedaba en el vaso y pedíotra pinta. Iba por la tercera cuandoIrene me dijo:

—Por favor, no bebas más. Mañanatenemos que madrugar.

—¿Y qué importa? Puedo beber loque quiera, y mañana estar listo paratomar el primer avión para Madrid.

Page 587: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Volvamos al hotel, por favor —insistió.

—Espera. Todavía tengo sed —dijesólo por contradecirla, y pedí otracerveza más.

Los recuerdos que tengo a partir deese momento son confusos. Creo que nollegué a terminar la última pinta decerveza que había pedido, y que Irenetuvo que ayudarme a llegar hasta el hotelde la calle Brewer. Pasé buena parte dela noche sentado sobre la cama, con laespalda apoyada en el respaldo, paraevitar marearme; y otra, vomitando en elbaño hasta vaciar completamente elestómago.

Hasta las ocho de la mañana, trastomar una larga ducha de agua fría, y con

Page 588: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

un terrible dolor de cabeza, no estuvelisto para salir hacia el aeropuerto.Logramos dos plazas en el avión de lasonce, y llegamos a mediodía a Madrid.

Irene estaba enfadada conmigo, y nome dirigió la palabra durante todo elviaje, no obstante podía percibir queestaba atenta a todo lo que yo pudieranecesitar. Fue en Barajas, mientrasesperábamos para coger el metro quenos llevaría a la ciudad, cuando Ireneme dijo:

—Tenemos que hablar con Mycroft.Definitivamente, nunca entenderé a

las mujeres. Me había estado castigandocon su silencio durante horas, y depronto, empieza a hablarme como si nohubiera pasado nada. Estuve tentado de

Page 589: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pedirle explicaciones, pero preferí darpor bueno su cambio de actitud, y hacercomo ella: fingir que nada había pasado.

—¿Hay alguna novedad? —pregunté,extrañado por su súbito interés porhablar con él.

—¿Tú crees que si tuvierainformación la compartiría connosotros? —preguntó frunciendo elceño.

Nunca me había planteado talposibilidad, pero su pregunta consiguióque lo hiciera. Pensé que, tal como eraen mi caso, el hecho de que hubieraelegido por nick el nombre de MycroftHolmes, del que su hermano, el propioSherlock, dice que era mucho másinteligente que él, no era casual. ¿Quería

Page 590: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

demostrarnos a Irene y a mí resolviendoel misterio que, efectivamente, era así?¿Era tan vanidoso como me había dadola impresión la primera vez que le vi enla cafetería del Hotel Victoria?Probablemente la respuesta eraafirmativa, pero preferí ser cauto yconcederle el beneficio de la duda.

—Yo, si tuviera informaciónrelevante, la compartiría; así queprefiero pensar que él haría lo mismo.¿Por qué lo preguntas?

—Dijo que casi tenía resuelto el caso.Quiero que nos explique por qué.

—Llámale.Irene no se hizo de rogar, buscó el

móvil en el interior del bolso, y llamó.Al cabo de unos segundos, pulsó la tecla

Page 591: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de manos libres, y dijo:—Hola Mycroft, soy Irene.Escuché la voz distorsionada de

Mycroft Holmes a través del aparato:—Hola Irene. ¿Qué tal en Londres?

—preguntó.Me sorprendió que Mycroft supiera

de nuestro repentino viaje a Londres, ypor señas interrogué a Irene sobre elparticular.

—Bien —respondió Irene haciendocaso omiso de mis gestos—. Ha sidorápido. Estamos de vuelta, acabamos deaterrizar en Barajas. Ya le contaremos.Mycroft —dijo tras una corta pausa—,quería hacerle una pregunta.

A veces los silencios son máselocuentes que las palabras. A través de

Page 592: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

las ondas pude percibir que Mycroft seenvaraba y ponía toda su atención enIrene.

—Dígame —dijo.—Hace unos días afirmó que estaba a

punto de solucionar el caso. ¿Tieneacaso alguna información quedesconozcamos? —preguntó yendodirectamente al grano.

Mycroft permaneció en silenciodurante algunos segundos. Sin dudaestaba pensando su respuesta, lo que leconvertía en sospechoso a nuestros ojos.

—En realidad, no —dijo al fin.—¿Qué quiere decir con eso? —

insistió Irene.—He estado leyendo mucho durante

estos últimos días. Creo haber

Page 593: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

descubierto algunas cosas que puedenser importantes para entender mejor alas personas contra las que nosenfrentamos, y le aseguro que existenrazones para que temamos lo peor.

—¿Dónde está en este momento?Se produjo otra larga pausa.—Ahora mismo estoy en mi hotel —

escuchamos por fin la voz de Mycroft.—¿Nos podríamos ver esta tarde? —

preguntó Irene.—Imposible. En media hora estaré

frente al domicilio del imán Bukhari.Ahora, más que nunca, es importante queconozcamos las actividades del imán deMóstoles. Ayer estuve tras él durantetodo el día, y descubrí que…, bueno, esmejor que se lo cuente cuando nos

Page 594: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

veamos.—¿Mañana, entonces?—Ésta noche, a las diez, estaré en

casa de nuestro amigo Watson. Allípodremos hablar tranquilamente.Ustedes me cuentan lo que handescubierto en Londres, y yo… lo quetemo que va a ocurrir si no podemosevitarlo.

Page 595: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 12

Helius

El día anterior, el avión en el queviajaba Helmut Lanzmich aterrizópuntualmente en el aeropuerto de Berlín-Schönefel procedente de Nueva York.En Berlín tomaría un tren con destino aDresde. En esta ocasión estaba ansiosopor llegar a casa, por retomar sus clasesy experimentos en la Universidad, y porvolver a los solitarios paseos por losbosques.

Page 596: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Había sido convocado cuatro díasantes a una reunión urgente de laComisión de los Diez. El recuerdo de lareunión mantenida en Nueva York leprodujo una sensación contradictoria, unregusto amargo en la boca, y no podíaquitarse de la cabeza la patética imagende Spartakus cuando intentó hablar conél el día anterior. ¿Hablar de qué?, sedijo. Habría podido perdonarle si nohubiera sido suyo el proyecto, pero elviejo Vólkov había sido el creador,hasta en sus más pequeños detalles, deldiseño de lo que, de una manera gráfica,había llamado “la última batalla”.¿Cómo era posible que los demás —salvo la tímida oposición del egipcioNaúm— hubieran aceptado el plan sin el

Page 597: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

menor atisbo de crítica? La explicaciónla vio clara: los demás no eranalemanes, ni habían nacido en Dresde.

Nunca olvidaría la impresión que leprodujo ver las fotografías del centro dela ciudad al final de la Segunda GuerraMundial. La devastación. El horror.¿Las democracias occidentalesnecesitaban arrasar la ciudad cuando yase vislumbraba el final de la guerra,produciendo decenas de miles demuertos civiles? ¿Por qué nunca fuejuzgado como criminal de guerra elresponsable de aquella inútil masacre?

Había en Lanzmich un turbioresentimiento contra los británicos y losnorteamericanos, a los que de una formaconfusa hacía responsables de los

Page 598: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

salvajes bombardeos que sufrió suciudad en febrero de 1945.

Él mismo, cuando todavía era un niño,había llegado a ver las secuelas delmismo, los edificios vacíos comocalaveras, los troncos de los árbolesquemados en los parques, enhiestoscomo lanzas carbonizadas. Pero para elniño, que había nacido en 1946, aquelpaisaje desolado era el único queconocía. No fue hasta la pubertadcuando, al ver las fotos históricas, conmiles de cadáveres amontonados en lascalles, fue consciente de la magnitud dela tragedia.

De ninguna manera iba a permitir quevolviera a ocurrir algo similar. Ni enDresde, ni en ninguna otra ciudad

Page 599: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

alemana. “Los alemanes ya hemossufrido bastante”. Si la revuelta y laagresión eran la única manera dealcanzar el objetivo, el plan deSpartakus tendría que cambiar suescenario.

Un taxi le llevó desde la Terminal delaeropuerto hasta la moderna BerlinerHaupbahnhof construida junto al ríoSpree. Sacó el billete para el siguientetren a Dresde, el de las 12:48. Miró sureloj: faltaba todavía más de una horapara la salida del tren, así que, parahacer tiempo, salió al exterior de laestación con la intención de pasear juntoal río. Le llamó la atención la visión, enla ribera contraria, de decenas dehamacas de color naranja, dispuestas en

Page 600: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hileras sobre el césped. Le gustaba laalegría de vivir de los berlineses, sudisposición a disfrutar plenamente delos más pequeños placeres. Algunaspersonas parecían dormitar bajo losdébiles rayos de sol y Lanzmich se lesquedó mirando fijamente. Había en sumirada una mezcla de envidia ycompasión, envidia por su ignoranciasobre los peligros que se cernían sobreellos, y compasión por la inevitabilidadde los mismos. En ese momento deseócon todas sus fuerzas ser uno más deellos, olvidar el motivo de su viaje aNueva York, y desconocer el contenidodel informe de Spartakus. Le sacó de sustribulaciones una voz conocida quepronunció su nombre.

Page 601: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¡Helmut Lanzmich! ¡Qué sorpresaverte aquí!

Se trataba de Dieter Mittermaier, elprofesor de filosofía que tantos añosatrás, cuando él no era más que profesoradjunto en la Universidad de Dresde, lehabía presentado a Konstantin Vólkov.

—¡Dieter! —exclamó sorprendido.Hacía ocho años que el profesor

Mittermaier se había jubiladotrasladándose a vivir a Berlín. Desdeentonces no le había vuelto a ver y habíaperdido todo contacto. Se dieron unfuerte apretón de manos.

—¿Vas a Dresde? —preguntó DieterMittermaier.

—Sí —repuso Lanzmich—. Heestado en… el extranjero, y ahora

Page 602: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

vuelvo a casa.—Yo también voy a Dresde —dijo el

profesor de filosofía—. Cada día echomás de menos a los amigos que dejé allí—en un gesto inusual en él presionó,casi como si le hiciera una caricia, elantebrazo de su amigo y tras una pausadurante que a Lanzmich le pareció verque los ojos le brillaban de una formaespecial, concluyó en tono jocoso—:¡Durante dos horas podremos charlarcomo en los viejos tiempos!

Helmut Lanzmich tocó de formaafectuosa la mano del otro, que seguíaposada en su antebrazo, y contestó:

—Por supuesto, amigo.—Deberíamos caminar hacia los

andenes, no creo que falte mucho para la

Page 603: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

salida de nuestro tren —dijoMittermaier.

Lanzmich consultó su reloj, faltabaalgo más de media hora, pero no dijonada y comenzó a caminar junto a suviejo amigo de vuelta a la estación.

De pronto se dio cuenta de que eltiempo es ese algo inconsistente eimpreciso que tanto le costabacomprender a sus alumnos de físicacuántica. No sabía de qué hablar con suamigo, porque de las cosas que querría,las que verdaderamente le preocupabanen ese momento, no podía hacerlo. Miróal otro de soslayo y estudió su perfil.Siempre había pensado que DieterMittermaier también pertenecía a laOrden, pero la primera instrucción que

Page 604: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

le dio Vólkov después de su iniciaciónfue terminante: nadie, absolutamentenadie, debía de conocer su pertenencia ala Orden de los Iluminados, y jamáshablaría con nadie de las cosasconcernientes a la misma. En esemomento, preguntó al Maestro: ¿DieterMittermaier pertenece a la Orden? Larespuesta de éste fue clara: Si algunavez conviene que lo sepas, se te dirá.Había comprendido, y nunca habló deese asunto con su amigo. Después de esesuceso había mantenido con él cientos,miles de discusiones sobre los límitesde la filosofía, allá donde ésta seconfunde con la física y el caótico ordendel Universo. No sabiendo qué decir, sele ocurrió preguntarle por su esposa.

Page 605: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Cómo está Hanna?—Murió hace dos años.La voz de Mittermaier sonó desolada,

como si la muerte de su esposa sehubiera producido tan reciente que aúnno estuviera recuperado del golpe.

—Lo siento —dijo sin apenas mirarle—. No me había enterado.

—No importa. Nos vamos haciendoviejos, y te acostumbras a pensar en lamuerte como algo natural e inevitable.

—Pero triste —alegó Lanzmich.—Sí, es triste —reconoció

Mittermaier—. ¿Pero sabes una cosa?,cuando murió Hanna comprendí quecuando muere alguien verdaderamentequerido y lloras, no lo haces por él, sinopor ti mismo, por la tremenda soledad

Page 606: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

en la que te deja. —De pronto se paróhaciendo que Lanzmich hiciera lomismo, y preguntó—: ¿Has pensadoalguna vez en la muerte?

—Sí, claro, muchas veces —respondió. Pero no era cierto. Habíapensado en la muerte de una maneraabstracta, literaria incluso, porque paraél, como científico, la muerte era pocomás que un concepto moral, y el serhumano, la extraordinaria conjunción demiles de millones de átomos, formadoshace miles de millones de años enestrellas que ya no existen.

Tomaron asiento en uno de losúltimos vagones, y la primera preguntaque hizo el profesor de filosofía nadamás arrancar el tren, fue:

Page 607: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Te has casado?—No.—¿Por qué?—No tengo tiempo. —Tras una pausa

durante la que reflexionó sobre suabsurda respuesta, añadió—: ningunamujer aguantaría a un hombre como yo.

—Eso es una tontería —dijoMittermaier.

Helmut Lanzmich calló, pero elrecuerdo de Silke le invadió hasta llenarsu cabeza, y cerró los ojos. La conociócuando él era profesor adjunto de FísicaCuántica en la Universidad de Dresde, yaspiraba a convertirse en un reconocidocientífico. Ella era su alumna, y lo suyofue eso que llaman amor a primera vista.Tan pronto la vio supo que la amaba,

Page 608: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que era la mujer a la que, aún sinsaberlo, había estado esperando desdesiempre. Cuando tuvo que explicárselo aella, dijo que aquel día, cuando entró enclase, subió al estrado y miró a losalumnos, solo la vio a ella. Era como siun foco la iluminara con tal intensidadque ensombrecía al resto. Nunca lehabía pasado nada similar y aquel díatrastabilló como un estúpido hasta elfinal de la clase. Se quedó la última, y,cuando todos salieron, se acercó a él ysimplemente le dijo:

—Me llamo Silke.—¿Te apetece tomar una cerveza?—Sí —respondió con una amplia

sonrisa.Trató de recordar de qué hablaron ese

Page 609: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

primer día, pero fue incapaz. Quizá nisiquiera hablaron, porque era tal laintensidad del deseo que arrastraba aluno hacia el otro que enseguida sefueron a su apartamento y, durante todala noche, hicieron el amor de unamanera desaforada. Los cuatro mesessiguientes vivieron como en un sueño,juntos las veinticuatro horas del día.Cuanto más se conocían, más profundoera su amor. Un día ella le propuso unaidea que él aceptó casi de inmediato:huir de la Alemania Oriental. No fuealgo nuevo, habían hablado mil veces decuanto desearían vivir en una sociedadlibre. El plan, que ella había estadomadurando durante meses, consistía enviajar como turistas a Checoslovaquia, y

Page 610: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de allí pasar a Austria. No iba a resultarfácil, pero tampoco era descabellado.Lo planearon para el principio delverano, pero de pronto ocurrió algo queles sacudió como un maremoto: eldirector de su departamento fuesúbitamente trasladado a otrauniversidad y a Helmut Lanzmich se leofreció la cátedra y la dirección dellaboratorio de Física Cuántica de laUniversidad, uno de los más importantesdel mundo.

La decisión no fue fácil, pero no pudorechazar la oportunidad que de pronto sele brindaba. Era el sueño de su vida, yse hizo realidad cuando apenas habíacumplido los treinta años.

A principios del verano Silke partió

Page 611: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de vacaciones para Checoslovaquia ysolo tuvo noticias de ella unos mesesdespués, cuando recibió una tarjetapostal que simplemente decía:“Hamburgo es una ciudad gris porque noestás tú”. No le pudo contestar porquehabía omitido poner su dirección, perotodavía guardaba aquella tarjeta postal.

Dedicó su vida a la enseñanza y lainvestigación, y nunca, ninguna otramujer, logró que sintiera lo mismo quehabía sentido por Silke. Tras la caídadel Muro, como tantos otros alemanesde uno y otro lado, tuvo el impulso de ira Hamburgo para buscarla, pero algo,quizá el miedo a encontrarla, le detuvo.Ella sí sabía dónde estaba él, y si novenía era seguramente porque no

Page 612: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

deseaba hacerlo, porque después de losaños transcurridos era una simple unaanécdota de su pasado.

Una mano le tocó en el hombrozarandeándole ligeramente.

—Estamos llegando a Dresde —dijoMittermaier.

—Gracias, me había dormido —mintió Lanzmich.

—¿Te espera alguien?—No.Una vez que el tren se detuvo por

completo, recogieron su equipaje ybajaron al andén.

—Te invito a una cerveza —dijo elprofesor de filosofía.

Helmut Lanzmich trató de excusarse.—Es tarde —dijo—, y todavía he de

Page 613: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pasar por el laboratorio.—Por favor —insistió—. Quizá no

volvamos a vernos nunca más.Tenía razón. Seguramente la próxima

noticia que tendría de DieterMittermaier sería ver su esquela en elperiódico de la Universidad. Además,de pronto se sintió fatal por habersehecho el dormido durante casi todo elviaje.

—Está bien —cedió—, pero solo unacerveza.

Caminaron hasta la cafetería de lapropia estación de ferrocarril y sesentaron en una mesa libre. De pronto,Mittermaier se levantó y dijo:

—Iré yo mismo por las cervezas. Note preocupes, recuerdo cual es la que

Page 614: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

más te gusta.Sin dar tiempo a que Lanzmich

protestara, caminó rápidamente hacia labarra y pidió dos Coschützer Pils.Cuando el camarero puso las jarrassobre la barra, Dieter Mittermaier dejócaer con disimulo en una de ellas unaminúscula pastilla que se disolviórápidamente en el líquido. Volvió conlas jarras hasta la mesa, y puso unadelante de Lanzmich.

—No deberías…—No importa —le interrumpió

Mittermaier, y alzó su jarra mientrasdecía—: A tu salud.

—A tu salud, amigo —repitió alzandotambién su jarra de cerveza. —Bebiócasi la mitad de un trago, y, tras volver a

Page 615: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

dejar la jarra sobre la mesa, se lamentó—: Los americanos no saben hacercerveza.

—¿Vienes de América? —preguntó elviejo profesor.

La incertidumbre duró solo uninstante.

—Sí —respondió—. De Nueva York.Mittermaier le miraba sin pestañear,

con los ojillos clavados en él. Volvió apreguntarse si pertenecía a la Orden y sisu amistad de antaño no había sido másque la manera de tenerle vigilado decerca.

—Vi a Konstantin Vólkov —dijoLanzmich escrutando la cara del otropara ver su reacción.

—¿A quién?

Page 616: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Vólkov, Konstantin Vólkov.—No le conozco —dijo Mittermaier.—Tú me lo presentaste hace muchos

años, en un simposio en Dresde.—No lo recuerdo.—Quizá le conozcas por Spartakus —

insistió Lanzmich.—Te digo que no sé de quién me

hablas.—Bien. No importa. —De un segundo

trago, apuró su cerveza y dijo—: Ahorasí debo irme.

Se puso en pie y alargó la mano paradespedirse del viejo amigo. Éste selevantó y, en lugar de darle también lamano, le abrazó.

—Hasta siempre —dijo.Le vio alejarse de la mesa, salir de la

Page 617: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cafetería, y alejarse a través delvestíbulo en dirección a la calle, tras locual, volvió a sentarse y dio un largotrago de cerveza.

Helmut Lanzmich salió de la estaciónde ferrocarril decidido a escribir unartículo para desenmascarar a los“Illuminati”. Haría que temblaran loscimientos de todo el mundo occidental.Tomó un taxi para ir en primer lugar allaboratorio de la Universidad, estabaansioso por conocer el resultado de lasúltimas pruebas que habían realizadosus ayudantes, y fue justo al entrar aldespacho cuando sintió un agudo doloren el pecho. No era médico, peroinmediatamente supo lo que esosignificaba. Trató de llamar por

Page 618: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

teléfono. Alcanzó a cogerlo, pero cayóal suelo fulminado por un infarto.

Page 619: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 13

Roma, Bilderberg

A las 10 en punto de la noche sonó el

timbre en mi apartamento. Como era deesperar, era Mycroft Holmes —esanoche, por vez primera, me preguntéquién era realmente el hombre al quellamábamos igual que al hermano mayorde Sherlock Holmes, cuál sería suverdadero nombre, y su vida, allá dondeviviera—. Venía con una cartera decuero negro que nunca le había visto

Page 620: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

antes de ese momento. Los saludosfueron breves. Le ofrecí algo para cenar,pero declinó el ofrecimiento y solopidió un café bien cargado.

Desde la cocina, mientras preparabael café, le escuché contar a Irene queapenas había dormido durante losúltimos días. Ante el interés de ésta porconocer las causas de tan prolongadoinsomnio, Mycroft explicó que granparte del día lo dedicaba a seguir lospasos del imán Bhukari, y por la nocheleía toda la información que habíapodido reunir sobre los Iluminados y susobjetivos.

—El asunto es mucho más importantede lo que nunca podríamos haberimaginado —le oí decir.

Page 621: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Sus palabras despertaron mi interés,así que volví rápidamente al salón, y mesenté junto a Irene para escuchar suspalabras.

—Le decía a Irene que he estadosiguiendo a Bhukari —repitió para mí—. Además, según parece, es un imánconocido por sus posturas radicales.

—¿Se lo ha dicho el inspectorVentura? —pregunté.

—No, no —respondió, y en un tonomisterioso, añadió—: tengo contactos.Pensaba que si lográbamos averiguarqué es lo que tienen en común dospersonajes tan distintos como Valieri yel imán, sabríamos qué es lo que seproponen. Creo saberlo ahora. Hassanal-Bukhari tiene lo que Valieri necesita:

Page 622: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hombres dispuestos a todo, fanáticos queno dudarían en inmolarse para atacar alos que consideran sus enemigos. Ayervi a esos hombres. Acompañaron alimán hasta una casa de campo en lasafueras de Madrid, y les vi entrar en elgaraje. Sin duda, en el garaje de esacasa están las pruebas que lesincriminan.

—Si está tan seguro de eso, ¿por quéno llamó al inspector Ventura?

—Porque antes deberíamos saberdonde tienen a Moriarty, si es quetodavía está vivo.

L a sola mención del nombre deMoriarty cayó sobre los tres como unalud que nos sumió en un impotentesilencio.

Page 623: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Para qué necesita Valieri ahombres así? —pregunté al fin.

Mycroft me miró condescendiente.—Sustituya el nombre de Valieri por

el de los Iluminados, y hágase la mismapregunta.

Yo también había leído algunas cosassobre los Iluminados, y la únicarespuesta que se me ocurrió me llenó depavor.

—¿Usted cree que…?—Estoy completamente seguro.—Estáis locos —soltó Irene—.

¿Creéis acaso que Valieri, o losIluminados, pueden estar detrás de ungrupo terrorista?

Era difícil de aceptar, pero no erainverosímil.

Page 624: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—La intervención de la masonería enla creación de los Estados Unidos esincuestionable, para ello basta con mirarel billete de un dólar —dijo Mycroft, yañadió—: Es más, juraría que hanestado detrás de todos los procesosrevolucionarios que ha habido en elmundo en los últimos doscientoscincuenta años.

Recordé las palabras de mi amigol ibrero y las Arthur P. Harris, deLondres, sobre la intervención de los“Illuminati” en la Revolución Francesa,y de los masones ingleses —a pesar dela prohibición de discutir cuestionespolíticas que sufrían— en el proceso deindependencia de las colonias españolasen América. ¿Era todo obra de los

Page 625: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Iluminados? Pregunté:—¿La Revolución Soviética de 1917?Mycroft hizo un gesto afirmativo.—Empiezo a ver claro su “modus

operandi” —dijo—. Buscan el medio derealizar una agresión intolerable deforma que se desencadene una escaladade violencia que conduzca al caos o a laguerra, esa es su manera de incidir enlos hechos para intentar cambiar lahistoria. Ahora está claro que, por elejemplo, el atentado de Sarajevo de1914, detonante de la Primera GuerraMundial, no fue la obra aislada de unanarquista, sino la instrumentalizaciónde éstos por parte de los Iluminados.

—No es posible que un grupo que semueve en el secreto y la clandestinidad

Page 626: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tenga tanto poder —apuntó Irene.Mycroft sonrió largamente de una

manera distante, como si Irene hubiesedicho una tontería.

—Eso mismo pensaba yo hasta ayer—dijo.

—¿Qué quiere decir?—Lo que ha entendido. Que por lo

menos una parte importante de suorganización se mueve a plena luz deldía, a la vista de todo el mundo. Sereúnen, hablan, hacen declaraciones…

Irene y yo le mirábamos perplejos.—¿A quién se refiere? —pregunté.—Naturalmente —continuó Mycroft

—, la Orden no aparece con suverdadero nombre, sino travestida enmultitud de respetables foros o grupos.

Page 627: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

¿Han oído hablar del Foro Bilderberg?—preguntó de pronto.

—Ssí —dijo Irene sin muchaconvicción.

Yo recordé haber leído unos mesesatrás una noticia de prensa, relacionadacon la última reunión del Grupo, en laque se hacía hincapié en el secretismode sus deliberaciones.

—Sus reuniones se producen deforma anual, y solo es posible asistir aellas previa invitación. Se creó hacemás de cincuenta años como puente deintereses entre los Estados Unidos yEuropa, para debatir —hizo aquí unainflexión de su voz para subrayar lapalabra— sobre problemas deactualidad. La mayoría de sus más de

Page 628: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cien invitados son personas de las quese considera que tienen una graninfluencia en los círculos empresariales,académicos, políticos y militares. Estáprohibido a los asistentes que informensobre lo allí debatido, incluso losgrandes grupos de comunicación, quesuelen tener representantes en esasreuniones, tampoco parecenpredispuestos a publicar ninguna noticia.No obstante, en estos últimos años, hahabido algunas filtraciones, Internet esmás difícil de controlar —aclaró—. Hayquien dice que han sido ellos, los delGrupo Bilderberg, los que decidieron lacreación de la Unión Europea, el fin dela política de bloques, o la mayoría deasuntos importantes que afectan al

Page 629: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mundo occidental. Todo esto,naturalmente, son conjeturas, peroresulta llamativo que suelan reunirsecada año poco antes que el G8. Da laimpresión de que se trata de una especiade supragobierno todopoderoso.

—Eso es… terrible —balbuceó Irene.Mycroft hizo un gesto afirmativo con

la cabeza.—Si —dijo—, pero no es eso lo más

terrible. —Abrió la cartera que habíatraído, y extrajo una foto que puso sobrela mesa. Se trataba del retrato de unamujer de mediana edad, con gafas, algogruesa, pelo rubio por encima de loshombros y una sonrisa abierta. Antenuestra ignorante mirada, apuntó—: Sunombre es Anna Lindh, ministra de

Page 630: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Asuntos Exteriores de Suecia, y fueasesinada el 11 de septiembre de 2003.Cuatro meses antes, en la reunión delGrupo Bilderberg celebrada enVersalles, Francia, Anna Lindh se habíaopuesto con firmeza al proyecto deglobalización que promovían susmiembros más destacados.

La información cayó sobre nosotroscomo una bomba.

—¿Quiere decir que el GrupoBilderberg está detrás de ese asesinato?—pregunté.

—Oficialmente, el asesinato fue obrade un solo hombre, un sueco de origenserbio llamado Mijailo Mijailovic,declarado después enfermo mental yrecluido en un hospital psiquiátrico.

Page 631: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Y nadie ha solicitado que se hagauna investigación más amplia? —preguntó Irene apuntando a la posibleresponsabilidad del Grupo Bilderbergen el crimen.

Mycroft le lanzó una mirada irónica, yse limitó a decir:

—Hay algo más.Extrajo de la cartera una segunda foto.

Se trataba de una foto aérea de unedificio rodeado de jardines.

—Se trata del Hotel de Bilderberg —aclaró Mycroft—, en Oosterbeek,Holanda, donde se celebró la primerareunión del Grupo en 1954, y de dondetomaron su nombre. Miren bien la foto,es de 1954 —dijo, y la giró para quepudiéramos verla detalladamente. Al

Page 632: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cabo de unos segundos, preguntó—: ¿Noven nada que les llame la atención?

Irene y yo seguíamos mirando la foto.Se trataba de un edificio de tres plantas,bastante anodino desde el punto de vistaarquitectónico, sin ninguna característicaque llamara la atención.

—Fíjense en el jardín. En el seto quehay frente a la fachada principal —dijoseñalando con el dedo—.

Tuve un sobresalto al reconocer, en eldibujo que formaba un bajo seto, unaestrella de cinco puntas.

—¡Es el símbolo de la Orden de losIluminados! —exclamé.

—Sí —dijo Mycroft—. Unaextraordinaria casualidad, ¿no lesparece? —dijo triunfante—. Pero, como

Page 633: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

les he dicho antes, el Foro Bilderberg noes la única cara de los Iluminados.

Volvió a su cartera, y puso antenosotros la impresión de una páginaweb. Se trataba de la página delCapítulo Español del Club de Roma, yen ella figuraba de manera destacadauna Declaración del Club de Roma, quecomenzaba diciendo: “Nosotros, losmiembros del club de Roma,convencidos de que el futuro de lahumanidad está aún por determinar, yque es posible evitar las actuales yprevisibles catástrofes, cuando son elresultado del egoísmo humano o deequivocaciones incurridas en la formade gobernar el mundo…”.

—¿No les suenan esas palabras? —

Page 634: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

preguntó Mycroft.Era exactamente el mismo discurso

mesiánico que utilizaban los Iluminadosen los pocos escritos sobre ellos quehabía podido leer, y así lo dije.

—No solo eso —añadió Mycroft—,en este caso, dan además la impresiónde que no han intentado ocultarse, deque exponen claramente, al menos enestos párrafos, su ideario.

—Yo creí que se trataba de un grupode nostálgicos. Nunca hubieraimaginado que estaban tan presentes enel mundo actual, y mucho menos, quetuvieran tanto poder —señaló Irene,todavía estupefacta por las revelacioneshechas por Mycroft.

—Hay más organizaciones haciendo

Page 635: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

la misma labor desde distintos ámbitos,como el Foro de Davos o la Trilateral.Entre todas forman una tupida tela dearaña imposible de controlar. Alguiendará un primer paso, y todas esasorganizaciones lo apoyarán, haciendoque pocos gobiernos tengan la fuerza, oel coraje, de oponerse a sus designios.

—¿Y cuál será ese primer paso? —preguntó Irene.

Mycroft permaneció pensativodurante unos segundos.

—Ese primer paso se producirá enunos días, y el escenario tiene que ser lacasa de Talavera a donde he seguido enmás de una ocasión a Bukhari. ¿Haránestallar una bomba tal vez? Y, en esecaso, ¿a quién quieren eliminar?

Page 636: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Por un extraño mecanismo de lamemoria, al escuchar en los labios deMycroft la palabra “estallar”, reviví elinstante de la conversación, la nocheanterior en el restaurante del Claridge’s,entre Valieri y los otros, en que mepareció que Vólkov hablaba de unaexposición. Volví a ver, como si me laofreciera una cámara lenta, la imagendel movimiento de sus labios. Lasimilitud entre el sonido de la palabrasinglesas expose y explode, unido a mideficiente comprensión del inglés, y a laactividad como marchante de arte deVólkov, me llevaron a confundir ambaspalabras. ¡Vólkov no estaba hablando deuna exposición, sino de una granexplosión!

Page 637: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¡Es eso! —exclamé lleno deagitación—. ¡Van a hacer estallar unabomba en la casa de Talavera!

Les expliqué el error que habíacometido al leer los labios de Vólkov, yde pronto todo parecía tener sentido.

—Deberíamos ir a la casa dondeseguí a los islamistas para comprobarqué hay en el garaje —dijo Mycroft.

—¿Estás loco? Si es allí donde tienenel explosivo, la casa debe estar vigilada—señaló Irene—. Lo sensato seríallamar a la policía y que sean ellos losque se encarguen de registrar ese garaje.

—Mycroft tiene razón —apunté, eIrene me miró llena de ira—. No nospodemos arriesgar a llamar a la policíasin saber qué es lo que guardan en el

Page 638: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

garaje. Ventura nunca ha creído nuestrahistoria, por lo que no nos podemospermitir el lujo de equivocarnos.

Mycroft asentía a mis palabras.—Estáis locos —repitió Irene.—¿Sabrías volver a esa casa? —

pregunté a Mycroft dispuesto a salir deinmediato hacia allí.

—De noche no creo que sepaencontrar el camino. Podemos ir mañanapor la mañana.

—Iremos mañana por la mañana paraque localice la casa, y volveremos porla noche. De día sería demasiadopeligroso.

—De acuerdo —dijo Mycroft—. Si leparece, pasaré por aquí a las 9 en puntode la mañana. —Se levantó como

Page 639: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

movido por un resorte, y mascullóhablando consigo mismo—: Esdemasiado tarde, y necesito descansar.

Mientras cerraba la cartera de la quehabía extraído las fotos y papeles quenos había mostrado, preguntó de pronto:

—No habéis hablado mucho devuestro último viaje a Londres. ¿Qué talpor allí?

—Valieri fue a Londres para cenarcon Vólkov y una tercera persona —informó Irene—. Lo lamentable es que,como ha dicho antes Watson, soloentendimos algunas palabras de lo quehablaron.

—¿Tomaron nota de esas palabras?—se interesó Mycroft.

—Sí, claro.

Page 640: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Podría verlas?—Naturalmente.Arranqué la hoja de mi agenda donde

había anotado las veinte o treintapalabras sin sentido que me habíaparecido entender, y se la entregué aMycroft. Éste la ojeó durante unossegundos con mucho interés, y despuésla guardo en su bolsillo. Irene tardó algoen encontrar sus notas en su bolso llenode cosas inverosímiles, y Mycroft hizolo mismo.

—¿Y Valieri? —preguntó entonces.—Pensamos que volvió a Madrid en

el primer vuelo de esta mañana.—Y esa tercera persona que estuvo

en la cena de Vólkov, ¿cómo era? —seinteresó Mycroft.

Page 641: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Pelirrojo, el rostro lleno de pecas,y, por su actitud ayer en la cena, pocohablador... Es el tipo de hombre con elque no me gustaría encontrarme a solas—resumió Irene.

—Esperemos que nunca llegue esemomento —dijo Mycroft con una levesonrisa.

Dando por concluida la reunión, seencaminó hacia la puerta. Hice un gestoa Irene para que hiciera de una vez lapregunta que estaba deseando hacer.

—¡Mycroft! —llamo entonces Irene.Éste se volvió.—¿Sí?—Quería preguntarle, ¿por qué dijo

usted que tenía el caso prácticamenteresuelto?

Page 642: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft carraspeó, e hizo amago deresponder a la pregunta, pero no lo hizo.En su lugar, dijo:

—Deme un par de días más, entoncesles explicaré todo lo que deseen saber.

—¿Por qué está tan seguro de que esaexplosión tendrá lugar la noche del 30de abril? —pregunté yo.

—Un par de días —insistió, y salióde mi casa.

Nos costó un par de horas localizar la

casa a la que Mycroft había visto entraral imán de Móstoles con tres de susacólitos. Comprendí por qué Mycrofttenía dudas de encontrarla en plenanoche, porque se trataba de una casa

Page 643: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aislada, perdida en una maraña deestrechos caminos de tierra donde, aquíy allá, había otras casas similares a laque buscábamos.

Mycroft había alquilado un coche esamisma mañana con el que salimos deMadrid en dirección norte. Mycroftestaba poco hablador, cosa bastantenormal en él pero que, en ese momento,agradecí, porque no dejaba de darlevueltas a la larga conversación sobre loque podíamos esperar el uno del otroque habíamos mantenido Irene y yo lanoche anterior. Su postura fue clara: tanpronto se resolviera el caso ysupiéramos qué había sido de Moriarty,regresaría a casa. Eso eliminabacualquier posibilidad de que la relación

Page 644: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—aunque ya había empezado a dudar siaquello fue alguna vez una relación—fuera adelante. Me contó que habíaestado casada, que no había sido unaexperiencia que recordara con especialagrado, y que por el momento no queríarepetir una experiencia similar. Por miparte, era la primera vez que la idea depasar los siguientes años de mi vida conuna persona no me hacía salir huyendo.¿Por qué somos tan complicados losseres humanos?, me dije, deberíamosaprender a dejarnos llevar por elcorazón en lugar de por la cabeza. Mesacó de mis pensamientos la voz deMycroft que, señalando con el índiceuna casa situada a unos cientos demetros, dijo:

Page 645: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Ahí es.Dejamos el coche a unos cientos de

metros de la misma y, como si fuéramosun par de despistados que están dandoun paseo, caminamos hacia ella. Setrataba de una casa encalada de una solaplanta y aspecto descuidado, cuyaparcela estaba totalmente cercada poruna valla de alambre de espino. Algunospinos flanqueaban el camino de accesopor el lado que daba al camino, y elresto de la parcela estaba ocupado porárboles frutales. El garaje al que habíahecho mención Mycroft era en realidadun pequeño almacén, separado unosmetros de la casa, cerrado por unapersiana metálica.

La casa se encontraba a unos veinte

Page 646: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

metros del camino. Un hombre —sinduda un vigilante—, paseaba por entrelos árboles frutales frente a la casa.

—Es uno de los que acompañó aBukhari anteayer —dijo Mycroft en vozbaja.

Miré ladeando apenas la cabeza. Setrataba de un hombre joven, de no másde treinta años, desgreñado y con barbade varios días. Vestía un pantalónvaquero un par de tallas más de la quenecesitaba, y una camisa a cuadros.Caminaba pensativo con las manosentrelazadas en la espalda.

—Parece que está solo —dije.Caminamos como un kilómetro más, y

dimos la vuelta. Al pasar de nuevofrente a la casa, vimos otra vez al

Page 647: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hombre desaliñado, esta vez sentado enel porche con la mirada perdida.

—Esperemos que esta noche sigahabiendo un solo hombre en la casa —dijo Mycroft.

—Sí, esperemos —repuse.Volvimos a Madrid después de haber

memorizado en detalle la manera dellegar a la casa. Mycroft me dejó en unaesquina cercana a mi casa, y él siguiópues quería continuar con su labor devigilancia al imán de Móstoles.

Al entrar en mi apartamento encontréa Irene ante el portátil. Parecía muyconcentrada escribiendo un algo.

—¿Qué haces? —le preguntéextrañado mientras me situaba a suespalda.

Page 648: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Vi entonces que estaba en el “Club deHolmes” y supuse que estabaescribiendo un post dando cuenta de losúltimos acontecimientos.

—¿Habéis dado con la casa? —preguntó ella.

—¿Qué sentido tiene que pongas lainformación si los tres —me referíanaturalmente a Mycroft, ella y yo—estamos al tanto de ella?

—¿Qué importa eso? Me gusta hacerbien las cosas, y terminar todo lo queempiezo —dijo, y repitió la preguntaque me había hecho antes—: ¿Habéisencontrado la casa?

—Sí —respondí—. Esta nochevolveremos para ver qué ocultan en elgaraje.

Page 649: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene continuó escribiendo: “…Watson y Mycroft han localizado éstamisma mañana la casa dondepresuponemos ocultan los explosivos, yesta noche volveremos a ella paraintentar comprobar si es así.”.

—¿Volveremos? —pregunté consorna— Creí que estabas en contra deque fuéramos allí.

—Y lo sigo estando —fue surespuesta—, pero he decidido que sivais vosotros, yo también voy.

A mediodía bajamos a comer a unapizzería cercana a mi casa, y al volver acasa, preguntó Irene:

—¿Tienes algo para leer?Recordé entonces que en alguna parte

de mi casa debía haber dos libros que

Page 650: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

apenas habíamos ojeado, que habíatomado prestados de la caravana deConan precisamente para leerlos.

—Sí —respondí—. Tengo justamentelo que estoy seguro que deseas leer.

Busqué en mi mesa de trabajo, y trasuna montaña de papeles hallé los doslibros que buscaba: “The secret historyof the Grand Lodge of London andWestminster Unified”, de RodneyChaitkin, y “Hechos y fantasíasmasónicas”, de Edward Sadler.

Recordando el interés que habíasuscitado en mi amigo librero el primerode los libros, sentí de pronto una enormecuriosidad por saber qué razones habíanllevado a la Gran Logia Unida deInglaterra a expulsar de su seno al autor,

Page 651: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

y a —literalmente— eliminar todos loslibros que se habían editado. “Todosmenos uno”, me dije mentalmente alcoger el libro entre mis manos dispuestoa leerlo. Sin duda Irene estaríaencantada de leer el otro libro, y lealargué el tomo de Sadler.

—¡Ah! —exclamó Irene al ver laportada de “Hechos y fantasíasmasónicas”— ¡Los libros de Conan!Había olvidado que los tomamosprestados —dijo con sorna, y se sentóen un sillón junto a la ventana desde laque se podía divisar un parque cercano.

Yo lo hice frente a ella, y así pasamosel resto de la tarde leyendo.

Las primeras sesenta o setentapáginas del libro de Chaitkin fueron tan

Page 652: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sumamente aburridas que estuve a puntode abandonar su lectura.Afortunadamente no lo hice, porque depronto el autor comenzó a dar detallesdel alcance y naturaleza de laintervención de la Logia de Inglaterra enel proceso que condujo a laindependencia de las posesioneseuropeas en América, desde los EstadosUnidos en el norte, hasta Chile yArgentina en el sur. Básicamente, ellibro afirmaba que, si en el caso de laIndependencia de Norteamérica lamasonería británica apoyó a losrevolucionarios sin que su GranMaestre, entonces el duque de Sussex,tuviera noticia de ellos por su desapegoy desinterés por los asuntos de la Logia,

Page 653: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

en el de la Independencia de los paísesde la América hispana, su intervenciónfue clave para el triunfo de los rebeldesactuando fundamentalmente en unsentido: obteniendo una generosa aunqueintermitente financiación para loslíderes por los que habían apostado —Miranda, San Martín, Bolívar,O’Higgins y tantos otros—, y, sobretodo, logrando el apoyo y asesoramientode la diplomacia británica. Acontinuación daba a entender que,durante esos años, la Logia de Inglaterrahabía estado controlada por ciertosector que aspiraba a “…let the newlight that will change the world” (sic).

Se internaba después el libro enjugosas informaciones sobre algunos

Page 654: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

asuntos internos de la Logia que,supongo que por mi absoluta ignoranciasobre ellos, no tenían el más mínimointerés para mí.

—¿Qué te parece el libro? —preguntéa Irene sobre sus lecturas.

—Bien —repuso sin muchoentusiasmo—. Nada que añadir alresumen que nos hizo tu amigo librero.

Iba a añadir algo más, pero lainterrumpió el sonido de mi teléfonomóvil. Era Mycroft. Debía de tratarse dealgo importante, porque no era usual quepidiera nuestra opinión o que tuvieraurgencia por comunicarnos susdescubrimientos.

—Estoy en una carretera solitaria,cerca de la M-40 —dijo, y añadió—:

Page 655: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Creo que estoy perdido.—¿Cómo ha llegado hasta ahí? —

pregunté.—Seguí a Bukhari y tres de sus fieles,

pero de pronto les he perdido. Es comosi se hubieran esfumado.

—¿Recuerda algo que le hayallamado la atención cuando iba paraallá, algún edificio…

—No me he fijado. Estaba pendientedel coche que llevaba delante. Bueno —dijo tras una corta pausa—, creorecordar una indicación que señalaba alHipódromo de la Zarzuela. Después hepasado por debajo de varias autopistas.

—Debe estar cerca de la carretera deEl Pardo. ¿Ha visto alguna indicación deEl Pardo?

Page 656: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Parece que estoy en un parque, ycerca de aquí hay varias pistas de tenis.

—Continúe ese camino. En pocosminutos debe de llegar al pueblo de ElPardo. Desde allí será fácil volver aMadrid.

Mycroft me agradeció lasindicaciones y se lamentó por haberperdido a Bukhari.

—No importa —dije para serenarle.—Sí importa —fue su respuesta—,

porque nos hemos quedado sin saberexactamente qué es lo que estabanhaciendo aquí el imán y los suyos.

Me pareció un asunto secundario,porque sabíamos lo más importante: queel objetivo de Bukhari era la casa deTalavera, así que preferí callar para no

Page 657: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

molestarle.—¿Recuerda nuestra cita de ésta

noche? —le pregunté.—Pasaré a recogerle a las doce en

punto. Esté preparado.

Page 658: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 14

Ventura actúa por fin

A medianoche, tal como me había

dicho, sonó el timbre de mi casa.Mycroft nos esperaba con el cocheaparcado en doble fila y se sorprendióal ver que conmigo venía Irene, pero nodijo nada.

Durante el trayecto hacia la casa decampo en cuyas inmediaciones habíamosestado por la mañana, nos contó cómohabía seguido a Bukhari y a tres

Page 659: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hombres más hasta una zona deshabitadapoco más allá del Hipódromo de laZarzuela, donde no solo le perdió lapista, si no que se perdió él mismo.

—¿Sabes si éstos últimos días havuelto Bukhari por la casa de Talavera?—pregunté.

—Hasta donde yo sé, no —respondióMycroft—. Ayer, cuando me condujeronhasta la zona donde les perdí, llegué apensar que habían cambiado deobjetivo.

—¿Sigues estando seguro de que todoocurrirá en la madrugada del primero demayo? —preguntó Irene.

Flotaba en el ambiente la idea de quesi el objetivo podía cambiar,acomodarse a la conveniencia tal como

Page 660: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sugería Mycroft, pero la fecha erainamovible, quería decir que loverdaderamente importante era elcuándo, y no el qué o el a quién.

—Sí —afirmó Mycroft sin asomo deduda.

—Entonces no han cambiado deobjetivo. Cuando se prepara un atentadocon semanas de antelación, es imposiblecambiar de objetivo cuatro días antesdel mismo.

—Entonces —dijo Mycroft—, esoquiere decir que ayer se dirigían al lugardonde van a ocultarse tras el crimen.

—O al escenario de un segundoatentado —se me ocurrió de pronto.

—Los “Illuminati” son personascivilizadas —apuntó Irene—. No creo

Page 661: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que su intención sea causar muchosmuertos.

—Todo indica que los ejecutoresmateriales serán un grupo de islamistas,y ellos sí buscan causar un gran daño.

—Los “Illuminati” solo buscan unefecto, una reacción. Y ellos nunca danla cara, por lo que utilizarán a losislamistas como cabeza de turco, paraconvencernos a todos de que han sidoellos los únicos autores del atentado.

—Los atentados —rectificó Irene.Esas palabras tuvieron el efecto de

una onda expansiva que nos sumió atodos en la reflexión, porque de sercierto lo que afirmaba Mycroft, lasituación era mucho más grave de lo quehabíamos imaginado.

Page 662: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

— H a y que llamar al inspectorVentura —dije entonces.

—Ahora no —dijo Mycroft.—¿Por qué ahora no? —preguntó

nerviosa Irene desde el asiento de atrás.—Porque acabamos de llegar a

nuestro destino: la casa donde loscriminales guardan los explosivos.

Había parado el coche bajo unaencina, a un lado de un irregular caminode tierra, y apagó los faros. En unprimer momento la oscuridad fue total,pero poco a poco nuestras pupilas sefueron adaptando a la escasa luzproveniente de la luna en cuartomenguante que brillaba en el cielo. Pudever que estábamos junto a un campo deencinas, de irregular orografía, y deduje

Page 663: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que a no más de quinientos metros de lacasa a la que nos dirigíamos.

—Es un camino secundario —dijoMycroft todavía dentro del coche—. Sialguien viene o sale de la casa, nopasará por aquí.

Bajamos del coche y Mycroft alumbróel maletero del coche con el haz de luzde una pequeña linterna.

—Coge las herramientas que he traído—dijo.

Abrí el compartimiento y extraje unapesada bolsa en la que se adivinaba ungran destornillador y otras herramientasque nos podrían ser útiles paradescerrajar la persiana metálica de lacasa.

—¿Cómo no se te ocurrió coger una

Page 664: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

linterna? —me reprochó Irene.—Eso mismo, exactamente, estaba yo

pensando de ti —respondí.—Seguidme —ordenó Mycroft sin

hacer caso de nuestras quejas—.Cuidado con las piedras.

No había terminado de decirlo cuandoescuché a mi espalda un golpe seco y lavoz de Irene, que, en voz baja perosonora, exclamó al tropezar con unpedrusco:

—¡Mierda!—Sssss —mandó callar Mycroft

llevándose el dedo índice a los labios—. En el silencio de la noche, cualquierruido se puede escuchar a grandistancia. A partir de ahora —susurró—, hablemos lo imprescindible.

Page 665: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Seguimos caminando en fila india, enel más absoluto de los silencios, hastallegar a las inmediaciones de la casa,que aparecía sumida en la más completaoscuridad.

—Debe haber alguien durmiendo enla casa —musitó Mycroft—, así queevitemos hacer ningún ruido.

Levantó uno de los alambres deespino que formaban la valla y sedisponía a entrar, cuando el lejano ruidode un motor hizo que nos ocultáramosrápidamente tras un pequeño ribazo.

La puerta de la casa se abrió y unaestela de luz proveniente del interioralumbró el porche. La figura de unhombre que quedó parado en el umbralde la puerta se recortó sobre ella. Fue

Page 666: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

entonces cuando vimos los faros delcoche que se acercaba a la casa. Cuandoestuvo más cerca comprobamos que noera un coche el vehículo que seacercaba, sino una furgoneta con ellogotipo de una importante compañía deteléfonos en los costados. Frenósuavemente frente a la verja de entrada,y el hombre que había en el porchecorrió para franquearle el paso. La verjase abrió y la furgoneta entró hasta pararjunto a la casa. Del vehículo bajaroncuatro hombres que, durante unosinstantes, quedaron frente a la luzproyectada por los faros. A dos de ellosno les reconocí, el tercero era nuestroviejo conocido Hassan al-Bukhari; y elcuarto, el hombre de aspecto rudo que

Page 667: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

unos días antes, en Londres, habíacompartido mesa con Vólkov y Valieri.

Hablaban tan bajo que, a pesar de queestábamos relativamente cerca de ellos,resultó imposible entender suconversación, pero dos de ellos,seguidos por el inglés, si dirigieron alpequeño almacén donde suponíamosguardaban los explosivos, y abrieron lapersiana metálica accediendo al interior.Al cabo de pocos minutos salieron conun pesado fardo que introdujeron en lafurgoneta, volviendo otra vez al almacénpara traer otro fardo, idéntico alanterior, que depositaron junto alprimero. Cerraron nuevamente elalmacén y, durante unos instantes, loshombres intercambiaron unas palabras,

Page 668: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

tras lo cual, volvieron los cuatrohombres a la furgoneta, y salieron de lacasa desapareciendo en la noche.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntóIrene una vez que el hombre que habíaquedado en la casa volvió a entrar en lamisma dejando el porche a oscuras.

—Volver a casa y llamar a la policía—dijo Mycroft.

Miré el reloj, faltaban algunosminutos para las tres de la mañana, ytraté de imaginar la reacción de lapolicía si, a aquellas horas de lamadrugada, les contábamos una películade la que, en el fondo, no teníamosprueba alguna. Por otro lado, era ciertoque si Mycroft tenía razón y el atentadoiba a producirse solo dos días después,

Page 669: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

y lo que habían visto subir a la furgonetaera realmente dinamita, había llegado elmomento de dar la voz de alarma. Noobstante, pregunté:

—¿Estás seguro?Esa pregunta, en el fondo, era a mí

mismo a quien se la estaba haciendo,porque era tal la sensación de irrealidadque me producía aquella historia, que aveces tenía que hacer un esfuerzo parano tomármelo como uno más de losjuegos que solíamos hacer en el “Clubde Holmes”.

—Absolutamente.Con el mismo sigilo con el que nos

habíamos acercado a la casa, nosalejamos de ella hasta que, ya dentro delcoche, y con el corazón en un puño,

Page 670: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

llamé al inspector Ventura.Tardó bastante en contestar, y al fin lo

hizo con voz soñolienta. Me identifiquéy, lo más claramente que pude, leexpliqué la escena que acabábamos depresenciar, y nuestro convencimiento —en realidad era el convencimiento deMycroft— de que iba a ocurrir unimportante atentado. Ventura me escuchósin decir palabra hasta que dejé dehablar. Entonces, con voz desabrida,dijo:

—¿Ustedes saben qué hora es?—Las tres y veinte —dije tras

consultar el reloj.—¡Coño! —exclamó tan fuerte que

tuve que apartar el teléfono de mi oreja—. ¿Ustedes no descansan nunca? ¿Se

Page 671: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

creen que pueden llamar a estas horas ala policía con chorradas?

Estaba tan cabreado el inspectorVentura que estuve a punto de cortar lallamada, pero Mycroft me arrebató elteléfono y, con voz seria e impasible,dijo:

—Inspector, si no hacemos nada, endos días va a haber un gran atentado, ysolo usted será responsable de lo quepueda ocurrir.

Aquellas palabras produjeron en elinspector Ventura un efectosorprendente. Pareció calmarse y,durante muchos segundos, permaneciócallado, digiriendo las palabras deMycroft. Al fin, en tono cortante, dijo:

—Les espero dentro de una hora en

Page 672: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mi despacho.Me devolvió el teléfono y arrancó el

coche para volver a la ciudad por lasmismas veredas polvorientas. Depronto, un relámpago, seguido de uncercano trueno, desgarró el cielo, yempezaron a caer gruesas gotas delluvia.

No hablamos mucho durante elcamino de vuelta. Mycroft, queconducía, miraba fijamente la carreteramojada que parecía deslizarsevertiginosamente por debajo de nuestrocoche, e Irene daba muestras de estarmuy cansada. Las luces fugaces de loscoches que venían de frente, reflejadasen el agua que discurría por el asfalto yen las mil gotas que se estrellaban

Page 673: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

contra el parabrisas, nos deslumbrabandurante un instante y luego desaparecíancomo arrastradas por el agua.

—¿Qué vamos a decirle? —preguntéde pronto pensando en la reunión queiba a tener lugar.

Mycroft me miró con expresión de noentender mi pregunta, y respondió:

—Todo.—Ya lo sabe todo —añadió Irene

desde el asiento trasero—. Recordadque leía nuestro blog.

¡Era cierto! Recordé que, en más deuna ocasión, el inspector Ventura habíadicho conocer lo que publicábamos enel “Club de Holmes”, pero si lo sabíatodo, y aún así no creía nuestra historia,¿para qué íbamos, en plena madrugada,

Page 674: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

a su despacho?Pronto tendría una respuesta para esa

pregunta, porque acabábamos de llegar ala comisaría y Mycroft estaba aparcandoel coche.

Tuvimos que esperar todavía algomás de quince minutos hasta que llegó elinspector con cara de pocos amigos.Nos hizo pasar a su despacho y trasinvitarnos a tomar asiento, se parapetótras su mesa. Entonces se repantigó en susillón, y nos espetó con desgana:

—Bien, ya estamos aquí otra vez.Cuéntenme con todo detalle esa historiade la dinamita de la que me hablaron porteléfono.

Fue Mycroft quien tomó la palabra, yempezó hablando del seguimiento

Page 675: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

realizado a Hassan al-Bukhari, el imánde Móstoles, durante los últimos días.Siguió con las extrañas visitas deBukhari a las inmediaciones de lacasona situada en el coto de caza deTalavera que Ventura ya conocía, yconcluyó con la existencia de la aisladacasa de campo en las afueras de Madrid,los extraños bultos que habían vistosacar del garaje unas horas antes, y suconvencimiento de que se trataba de ladinamita con la que iban a perpetrar elatentado.

—¿Atentar contra quien? —preguntóel inspector cuando hubo terminadoMycroft su exposición.

Mycroft miró a Irene y después a mí,y permaneció en silencio. Esa era

Page 676: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

probablemente la única pregunta que porel momento no podía contestar.

—Todavía no sabemos contra quien—respondió Mycroft—, pero le aseguroque ese atentado se va a producir, y seráen la casona de Talavera.

El inspector Ventura frunció el ceñode una forma casi imperceptible.Bruscamente, se levantó de su asientocomo empujado por un resorte, y dijo:

—Disculpen un momento.Salió del despacho dejando la puerta

entreabierta.Durante unos minutos, los miembros

del “Club de Holmes” permanecieron ensus asientos; de pronto, Irene me cogióla mano y apoyó su cabeza sobre mihombro. Pase el brazo por su espalda

Page 677: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hasta coger su hombro, la atraje haciamí, y besé su frente. Mientras tanto,Mycroft se levantó y comenzó a caminarlentamente de un lado a otro deldespacho. Estuvo primero un largo ratomirando, una a una, las numerosas fotosen las que aparecía el inspector Ventura,y después se quedó mirando el mapa deMadrid. Vi que al rato de estarobservándolo, se acercó más al mapaescudriñando una zona del mismo consuma atención.

El inspector Ventura irrumpió deimproviso en el despacho con la mismabrusquedad con la que había salidominutos antes. Irene, como un niñopillado en falta, se enderezórápidamente apartándose de mí, y

Page 678: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft volvió a su silla. Ventura sesentó, y nos miró triunfante, luciendo unaamplia sonrisa que nos desconcertó.

—Se me ha ocurrido comprobar sihabía sido denunciado un robo deexplosivos en las últimas semanas —dijo sin abandonar su sonrisa.

—¿Y? —pregunté al cabo de uninstante, animándole a continuar.

—En una mina de Francia, cerca de lafrontera suiza, fueron robados hacenueve días alrededor de doscientos kilosde C4. Y no hay indicios de que fueraETA la responsable del robo.

—¿Qué es C4?—Un potente explosivo militar.—¿Cree ahora que es cierto lo que

decimos?

Page 679: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Creo que puede serlo —dijoponiéndose repentinamente serio—. Hehablado con el cuartel de la GuardiaCivil de Talavera para que registren lacasa del coto de caza y lasinmediaciones antes del amanecer. —Sepuso en pie, y continuó—: Yo salgoahora mismo para allá, si quierenacompañarme, estaría encantado dellevarles en mi coche.

No hizo falta decir nada. Los tres noslevantamos tras el inspector, y leseguimos hasta el patio, donde ya nosesperaba un coche con chofer de lapolicía, preparado para trasladarnos aTalavera de la Reina.

Talavera esta a poco más de cienkilómetros de Madrid, y tardamos hora y

Page 680: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

media en llegar a la ciudad, y casi mediamás hasta llegar a la casona, situada enplenos Montes de Toledo.

Durante el trayecto, el inspectorVentura se mostró muy interesado enconocer detalles de la historia que habíaestado leyendo a retazos en el blog de“El Club de Holmes”, y hacía preguntassin parar, muchas de las cuales nopodíamos contestarlas todavía porignorar la respuesta, como cuál eraexactamente la relación de Conan conKonstantin Vólkov. Durante todo eltiempo Mycroft permaneció callado,abstraído en sus pensamientos, y nisiquiera se inmutó cuando el inspectorVentura preguntó si habíamosdescubierto el rastro de nuestro amigo

Page 681: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Moriarty.Llegamos a la casa cuando

despuntaban los primeros rayos de sol ynos encontramos con que la operaciónya había terminado. Había sido detenidoun hombre de aspecto árabe quedeambulaba por un monte cercano y quese negaba a hablar —Mycroft y yo lereconocimos como uno de los habitualesacompañantes de Hassan al-Bukhari—;y, en la inspección de la casa, sedescubrieron en el sótano varias cajasde vino, perfectamente cerradas yprecintadas, apiladas junto al muro decarga que sostenía todo el edificio, quecontenían —según estimación de laGuardia Civil—, un total de ochentakilos de explosivos.

Page 682: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—En una de las cajas había unteléfono móvil que imagino debía actuarcomo detonante —dijo el capitán con elque hablábamos—. Ya hemos avisado alos artificieros y a la científica.

—Es imposible que el explosivo seael mismo que hemos visto sacar estamañana de la casa de campo y cargar enuna furgoneta —apuntó acertadamenteIrene—. No han tenido tiempo materialpara llegar hasta aquí, trasvasar losexplosivos de los fardos que vimos a lascajas de vino, preparar el detonante,precintarlas, y apilarlas después en elsótano. Imposible.

—¿Han encontrado una furgoneta encuyos costados aparece el logotipo deTelefónica? —preguntó Mycroft al

Page 683: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

capitán de la Guardia Civil que habíadirigido el operativo.

—No —respondió aquel.Mycroft miró entonces al inspector

Ventura, y le dijo:—Hay preparado un segundo

atentado, y creo saber donde es.Ventura sacó el móvil y empezó a

marcar mientras preguntaba:—Dígame donde es para enviar un

par de coches patrulla inmediatamente.—Lo siento —repuso Mycroft

azorado—, no puedo darle lasindicaciones porque no las conozcoexactamente, pero sí puedo llevarles alpunto donde perdí de vista al coche deBukhari cuando le seguía. Diga a sushombres que nos esperen junto al

Page 684: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hipódromo de la Zarzuela.Ventura dio algunas instrucciones por

teléfono, y volvimos al coche, que enfilórápidamente la carretera de vuelta aMadrid.

Mycroft estaba ahora más locuaz, ydurante el trayecto se permitió inclusobromear con el inspector Ventura, al queestuvo haciendo preguntas de índolepersonal como si tenía hijos o estabacasado, o cuáles eran sus aficionesfavoritas.

Dos coches de la policía que nosesperaban frente a la entrada principaldel hipódromo, nos siguieron tan prontonos acercamos, y, desde ese punto,Mycroft guió al conductor hasta uncamino de tierra cercano a la carretera

Page 685: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de El Pardo unos kilómetros más allá.—¡Pare el coche! —dijo de pronto al

llegar a un cruce de caminos—. Aquí lesperdí la pista.

Bajamos todos del coche. Yo noconocía aquella zona de Madrid, pero alparecer sí el inspector Ventura, quedijo:

—Estamos en los Montes del Pardo,—y añadió—: no pueden haber ido muylejos. —Se volvió entonces hacianosotros y nos anunció que nuestrotrabajo había terminado—. El coche lesllevará a donde ustedes quieran.

No nos dio ninguna opción deprotestar, porque tras dar instruccionesal conductor para que nos devolviera aMadrid, se desentendió absolutamente

Page 686: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de nosotros.Definitivamente, nuestra investigación

había terminado aunque no hubiéramoslogrado averiguar el paradero deMoriarty, lo que nos hizo pensar en unfatal desenlace. Nos consolamospensando que, al menos, habíamoslogrado abortar dos atentados. Lapolicía se encargaría de averiguar losúltimos detalles, y confiamos en que elinspector Ventura tuviera el detalle dedárnoslos a conocer.

Mycroft se despidió de nosotros a laspuertas de su hotel anunciando que seiría esa misma tarde, e Irene y yo fuimosa mi casa. No habíamos dormido en todala noche, y de pronto nos dimos cuentade que nos sentíamos sucios, y

Page 687: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

estábamos hambrientos y cansados.Tras comer algunos restos de comida

que quedaban en el frigorífico, nosdimos una larga ducha de agua caliente.La idea de que probablemente ese era elúltimo día que Irene y yo pasábamosjuntos, no se me iba de la cabeza, yestaba seguro de que también a ella laobsesionaba, aunque ninguno de los doslo mencionamos.

—El no haber podido averiguar nadade Moriarty, me ha dejado mal sabor deboca, la sensación de que, al final,hemos fracasado —dijo Irene al salir dela ducha, envuelta en una toalla.

—Habrá detenciones, y la policíaindagará sobre qué le ha sucedido.

—Temo que esté muerto.

Page 688: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Yo también, pero es extraño quedurante toda la investigación no hayasalido a relucir ni una sola vez sunombre.

—Sí, yo también lo había pensado —hizo una pausa, y añadió mirándome desoslayo—: Por lo demás, ha estado bien.Ha sido una gran experiencia.

Estaba jugando con las palabras y, encierto modo, me molestaba que si queríadecirme algo, no lo hiciera directamenteen lugar de jugar con frases de doblesentido. Pero, ¿y yo? ¿Tenía yo algo quedecirle a ella?

Todavía envuelta en la toalla, puso subolsa de viaje sobre la cama y abrió lacremallera.

—¿Qué haces?

Page 689: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—El equipaje.—¿Ya? ¿Tienes que irte ya?Irene hizo una mueca con los labios y

se encogió de hombros.—¿Qué hago aquí? Además, el

trabajo me espera. Debo de tomarme enserio el bufete de una puñetera vez.

—Dijiste que apenas tenías clientes.Irene soltó una carcajada.—Es cierto —dijo—. Y seguramente

los habré perdido después de estos días.—Quédate hasta mañana —supliqué.—¿Por qué?—Quiero enseñarte un cuadro.Irene volvió a reír.—Ya lo he visto.—Es otro el cuadro que quiero

enseñarte.

Page 690: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Irene me miró fijamente, y lo hizo deuna forma que me hizo sentir como si elmundo estuviera a punto de acabarse.Tras unos segundos de incertidumbre, enlos que parecía debatirse entre lo quepensaba que debía hacer, y lo quedeseaba hacer, tiró sobre la cama laprenda de ropa que en esos momentostenía en sus manos, y, con una gransonrisa en los labios, me dijo en tonocondescendiente:

—Está bien. ¿Qué cuadro es ese quequieres enseñarme?

Agradecido y contento, casi meabalancé sobre ella y la encerré entremis brazos. Me besó, y la besé larga ysuavemente, como si sus labios fueran lamás irresistible invitación al deseo.

Page 691: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Retiré la toalla que la cubría y acariciéel tacto aterciopelado de su piel.

—Te deseo —susurré en su oído.Ella suspiró profundamente, y yo así

sus pechos con las manos, marcando conmi saliva el contorno de los mismos.Cerró los ojos y echó hacia atrás lacabeza en una actitud de abandono queme enardeció todavía más. Con extremasuavidad, la dejé caer sobre la cama y,sin abandonar las caricias, me tumbé asu lado.

—Te quiero —me oí decir.Ella sonrió, y pinzando mi cara con

sus manos, me besó otra vez.

Page 692: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Desperté casi al mediodía con lacabeza cargada como si hubiera estadobebiendo toda la noche. Irene estaba ami lado, sentada en la cama, yacariciaba mi frente.

—¿Tienes hambre? —preguntó.—Me comería una vaca —repliqué.—Pues levanta —dijo—. No te

comerás una vaca, pero sí un deliciosobacalao al pilpil.

Mientras yo dormía, Irene habíabajado a la pescadería y preparado elplato. Hasta el dormitorio llegó elapetitoso aroma del bacalao y noté conuna punzada cómo mi estómagoempezaba a segregar jugos gástricos.

—¿Te he dicho que te quiero? —dijedándole un brevísimo beso tras el que di

Page 693: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

un salto de la cama y corrí hacia elcuarto de baño—. Ve sirviendo losplatos, me doy una ducha meteórica ysalgo enseguida.

En pocos minutos, me había duchado,vestido, y estaba sentado a la mesa.Hacía veinticuatro horas que nocomíamos algo decente, por lo que elbacalao me pareció el pescado másexquisito que había comido nunca.

—Eres una gran cocinera —dijemientras untaba un trozo de pan en elsabroso pilpil.

—Ojalá lo fuera —respondió ella—.El bacalao es lo único que me atrevo apreparar.

Durante un tiempo estuvimosfilosofando sobre el “arte” de saber

Page 694: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

combinar sabores, olores y texturas.“Cuando el ser humano alcanza el gradode desarrollo que le permite distinguiruna sinfonía de Mozart de un ruido, o uncuadro de Picasso de un garabato, exigepaladear además de alimentarse” —dijoIrene—. Y yo: “Aprecio la sencillez enlas cosas, también en la cocina. Por esoodio la cocina francesa”.

Después de tomar café preguntó Irenepor el cuadro que quería enseñarle estavez.

—Vamos —le dije.Tomamos un taxi que nos dejó en la

Ronde de Atocha, y la llevé de la manohasta la entrada al Museo Reina Sofía.Cruzamos sin detenernos ni un instante—tal como habíamos hecho días atrás

Page 695: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cuando la llevé al Prado— ante ningunode los cuadros que nos saltaban a lavista, seis salas en zigzag hasta llegar,en la segunda planta, a la sala 205,dedicada a Dalí, el Surrealismo y laRevolución. La coloqué frente a una delas grandes obras de Dalí, ysimplemente le dije:

—Disfrútalo.Se trataba de “El gran masturbador”.—Es un autorretrato —añadí.Durante muchos minutos

permanecimos frente al cuadro. Ireneabsorta en su contemplación.

—Si realmente es un autorretrato —dijo al fin—, es el más implacable quehe visto nunca. —Yo permanecí ensilencio—. ¿Tan cruel era Dalí consigo

Page 696: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mismo? —preguntó.—No. Más bien todo lo contrario.—Entonces no lo entiendo.—No tienes que entenderlo, solo

dejar que la imagen penetre en losrecovecos de tu mente para comprenderel mensaje del pintor. Está hablando dela soledad, de que ha empezado aromper con los lazos que le unían alpasado, a la familia, del deseo sexual…La masturbación es, para Dalí, laexpresión más pura del deseo sexual.

—Gracias de nuevo —me dijopresionando suavemente mi mano.

—¿Por qué?—Por hacer que pudiera ver los

cuadros con ojos nuevos. —Se volvióde pronto hacia mí, y preguntó—: ¿Por

Page 697: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

qué este cuadro? ¿Por qué “El Jardín delas Delicias”?

—No son los cuadros, es el Bosco yes Dalí. Ésos cuadros son solamente susmejores cuadros de los que hay enMadrid. Desde mi punto de vista,naturalmente.

—¿Y por qué el Bosco y Dalí? —insistió.

—Porque tienen el poder de entrar enmi mente, de poner imágenes a missueños y pesadillas.

—Vámonos —dijo Irene de pronto—.Necesito tomar el aire.

Salimos a la calle, y le propusepasear por el Retiro, pero en esemomento empezó a sonar con insistenciael teléfono móvil. Era el inspector

Page 698: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Ventura.—¿Sí? —contesté.—Jorge Álvarez, supongo.—Sssi —tan acostumbrado estaba los

últimos días a responder como John H.Watson, que me sonó extraño que elinspector Ventura me llamara por minombre.

—Soy el inspector Ventura —dijo.—Ya. Dígame.—¿Está solo en este momento?

Quiero decir si puede atenderme —rectificó su impertinente pregunta.

—No, no estoy solo.—¡Ah, claro! Está con su guapa

compañera. Mejor, así me ahorra unallamada.

Nos refugiamos en el interior de una

Page 699: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cafetería semivacía, frente a la Estaciónde Atocha, y conecté el manos librespara que Irene pudiera escuchar laconversación.

—Dígame, inspector.—Verá, les llamo para informarles de

la conclusión del operativo queiniciamos esta madrugada a instancia deustedes.

—¿Han hallado la camioneta de laTelefónica? —pregunté.

—Sí. Estaba oculta en un pequeñobosque de encinas, junto a una carretera.

—¿Y el explosivo?—Estaba dentro. Ciento veinte kilos

de C4. Con eso hubieran podido volartodo el hipódromo de la Zarzuela.

Irene me hizo unos gestos para que

Page 700: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

preguntara por la identidad de losdetenidos.

—¿A quién han detenido? —pregunté.—A cuatro marroquíes. Uno en

Talavera, y tres que había en lafurgoneta de la Telefónica. Fuimos abuscar a Hassan al-Bukhari, y loencontramos en su casa, con un tiro en lasien. Seguramente se suicidó al fracasarsu plan.

—¿Está seguro? —pregunté, puesestaba convencido de que Bukhari habíasido asesinado por Valieri para evitarque le implicaran a él.

—No —dijo—. El forensedeterminará si fue suicidio o estamosante un asesinato.

—Otro asesinato —puntualicé

Page 701: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

recordando a Conan y, aunque nohubiera sido hallado su cuerpo, aMoriarty.

—Sí, otro asesinato.—¿Y no ha habido más detenidos? —

pregunté sorprendido.—¿Se refiere a Valieri?—Sí.—Mandé al circo un coche patrulla

para que le interrogara, pero segúnparece el Sr. Valieri regresó a Italiahace dos días, lo comprobé en elaeropuerto, y efectivamente es así, porlo que no creo que tenga nada que vercon todo este asunto.

—Nosotros le vimos reunirse envarias ocasiones con Bukhari, ¿no leconvierte eso en sospechoso al menos?

Page 702: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Tendríamos mucho trabajo situviéramos que considerar sospechososa todos con los que habló Bukhari laúltimas semanas.

—Entonces, ¿Vólkov?—Al parecer Vólkov es el dueño de

una de las más respetadas galerías dearte de Nueva York. Además, sin Valierino podemos tener a Vólkov.

—¿Y el inglés pelirrojo? —insistí.—No hay rastro de ningún inglés, sea

o no pelirrojo.—¿Han interrogado a los marroquíes?—Sí, claro. Dicen que trabajaban

para el imán Hassan al-Bukhari, y queno sabían que estaban cometiendo undelito.

—¡Vamos! —exclamé enfurecido—,

Page 703: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

se deben pensar que somos tontos.A través del teléfono escuchamos la

risa sarcástica del inspector Ventura.—¡Supongo que tampoco sabrán de

dónde salió el explosivo con el quepensaban atentar!

Volvimos a escuchar la risa deVentura.

—Todo el explosivo salió de la casade campo a la que nos condujo su amigo,pero no saben cómo ni quién lo llevóallí.

—Al menos —inquirí desolado—,sabrán a quienes pretendían cargarseesos tipos.

—El coto de caza de Talavera solíaser alquilado por fines de semana porgente importante, ya sabe, gente de

Page 704: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

pasta, y la casa estaba preparada paraque durmieran allí hasta diez personas.Pensamos que el atentado podía irdirigido contra un banquero, oaristócrata, o ambas cosas a la vez. Metemo que nunca lo sabremos.

—¿Quién había alquilado la casa parala noche del treinta de abril al primerode mayo?

—Nadie. Para esas fechas la casaestaría vacía.

Mycroft, con su insistencia, habíalogrado convencerme de que el granatentado sería esa noche, por lo que larespuesta del inspector me dejócompletamente perplejo y sin saber quédecir. En cualquier caso, la historia quenos estaba contando el inspector Ventura

Page 705: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

poco tenía que ver con las conclusionesa las que nosotros habíamos llegado.

—Pero… —musité—, iba a ser ungran atentado.

—Bukhari solo les dijo que iban ahacer algo a mayor gloria de Alá, perono que iban a asesinar a alguien. Encualquier caso, serán acusados depertenencia a banda armada, y tráfico deexplosivos. Les esperan unos cuantosaños de cárcel.

—Un momento, inspector —dijo Irene—, ¿sabe algo de Londres?

—¿Londres? —repitió Ventura sincomprender.

—Estoy convencida que losIluminados preparaban otro granatentado en Londres.

Page 706: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Tienen alguna evidencia de eso?—Estoy segura —insistió Irene—.

Simplemente lo sé.Tras unos segundos en silencio, dijo

el inspector Ventura:—No puedo llamar a Scotland Yard

alertando de un gran atentado, porqueasí lo cree una mujer que juega a serIrene Adler, el personaje de ConanDoyle.

Irene no se arredró ante el sarcasmodel inspector Ventura, y dijo:

—Lo entiendo, pero sí puede enviaruna copia de todo lo que ha pasado,añadiendo que hay indicios de que sepodría estar preparando un atentadosimilar en Londres.

—Lo pensaré —respondió el

Page 707: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

inspector tras una pausa.—Está bien, gracias inspector por

llamarnos.—No hay de qué. Tenía la obligación

moral de hacerlo después de lo queustedes se han preocupado por esteasunto.

Esas palabras me hicieron recordarcuál había sido la razón de que losmiembros del “Club de Holmes” nosimplicáramos en aquella investigación.

—Una última pregunta, inspector. ¿Haaveriguado algo de nuestro amigoMoriarty?

—¿Moriarty? —repitió el inspector—. Si al menos supieran su verdaderonombre, o tuvieran una descripción delsujeto…

Page 708: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Aquello era un punto final, así que medespedí del inspector y corté lacomunicación.

—Parece que, definitivamente, todoha terminado —dije con un hondosuspiro.

—Sí —repuso Irene—. ¿Quéconclusión sacas de todo lo que hemosvivido?

—La más importante de todas, que laverdad nunca es lo que parece.

Cruzamos la plaza y, bordeando elJardín Botánico entramos en el Retiro.Ambos éramos conscientes de queestábamos apurando las que podrían sernuestras últimas horas juntos; de que elmiedo, en alguna de sus formas, nosimpedía tomar la decisión de permitir

Page 709: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que fuera el corazón, y no la cabeza,quien tomara la decisión en aquellaocasión.

—Durante casi cinco años estuvecasada —confesó Irene a pesar de supropósito inicial de preservar su vidaprivada—. Me equivoqué, pero no mearrepiento

—Yo tengo miedo a perder mispequeñas parcelas de libertad.

—Te entiendo. A mí me pasa igual.Iba a decirle que, a pesar de todo, era

la única persona en el mundo por la queme plantearía renunciar a mis mezquinosprivilegios de soltero, que aquellospocos días compartidos con ella habíansido maravillosos, cuando dos cortospitidos, distintos y casi simultáneos,

Page 710: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

llamaron mi atención: uno de ellos era laseñal de que había recibido un mensajeen el móvil; el otro significaba lomismo, pero en el teléfono de Irene. Elmensaje era el mismo en ambosteléfonos, y procedía de MycroftHolmes. Decía simplemente: “Le esperomañana a las 12 en punto en laCervecería Alemana, en la Plaza deSanta Ana. Es importante”.

El que, después de resolver el caso,

cada uno siguiera su camino, fue unaespecie de pacto tácito entre ambos,aunque en realidad, más allá de hablarsobre difusas ideas de la libertad, y

Page 711: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hacer algunas confesiones íntimas,apenas habíamos hablado del asunto. Yno lo íbamos a hacer esa noche, o almenos ese era nuestro propósito.

Había pensado proponerle que nossiguiéramos viendo de forma periódica,pero para qué nos íbamos a engañar.¿Cuánto podía durar una relación adistancia, si es que podía llamarserelación a vernos solamente los fines desemana? Era preferible ser honestos yasumir que valorábamos más nuestraspequeñas comodidades de soltero, quela atracción que sentíamos el uno por elotro.

A estas alturas, lo único que sabía deella es que era abogada, que durantecinco años había compartido su vida con

Page 712: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

un hombre, que sentía pasión porSherlock Holmes, y su nombre. ¿Dóndevivía? No lo sé, aunque, por su nombre,deduje que era vasca de nacimiento. Elcaso es que los dos sabíamos que, muyprobablemente, iba a ser la última nocheque pasaríamos juntos, y decidimosvivirla con toda la intensidad quefuéramos capaces. Descorché unacarísima botella de Vega Sicilia quetenía guardada para una ocasiónespecial, y dispuse sobre la mesa unostacos de queso manchego y algunaslonchas de embutido que encontré en elfrigorífico, y puse en el equipo demúsica uno de mis discos favoritos deNorah Jones.

Brindamos por el “Club de Holmes”,

Page 713: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

que nos había unido, aunque eso últimono lo mencionamos ninguno de nosotros—detecté algo parecido al pudor a lahora de hablar de los dos—, y, depronto, dejando mi apodo —ya casi lohabía asumido como mi propio nombre— suspendido en el aire, dijo Irene:

—Watson…—Qué.—Háblame de ti —respondió tras una

pausa.Entendí que quería que le hablara

sobre Watson, sobre el admirador deHolmes que había en mí, no sobre mí, yeso supuso una pequeña decepción. Perola voz de Norah Jones, suave y tierna, yla mirada de Irene, me empujaron en ladirección que yo quería evitar. Y me

Page 714: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

abandoné. I saw him stand alone ...under a broke street light,So sincere ...singing silent night,But the trees were full ...and the grass was green,It was the sweetest thingI had ever seen. —¿Sabes cómo descubrí la existencia

de Sherlock Holmes? —no esperé larespuesta de Irene, y continué—: Teníatrece años y estaba convaleciente de unaoperación de apendicitis. Me aburríasoberanamente, y le pedí a mi madre unlibro. Hasta ese momento, mis lecturas

Page 715: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

se habían reducido a los tebeos, y creoque pedí un libro simplemente porquepensé que me duraría más. Mi madreapareció esa tarde con “El signo de loscuatro” —Irene asintió con un gesto deplacer—. La leí de un tirón, y mefascinó aquella historia de misterio ytesoros escondidos, pero sobre todo meimpresionó la inteligencia de SherlockHolmes para resolver el caso. —Laevocación del momento fue tan intensaque logré recrear cada sensación: elpeso de las mantas sobre mis piernas, elolor rancio de las manzanas, los visillosde la ventana siempre echados queagudizaban mi sensación de aislamiento,la soledad… Fueron decenas, cientos devivencias las que se agolparon en mi

Page 716: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

cabeza durante los escasos segundos queduró la pausa que hice. Continué—: Aldía siguiente pedí otro libro de ArthurConan Doyle, y en pocos meses habíaleído todas las aventuras de SherlockHolmes.

—¿Cómo eras de niño? —preguntóentonces Irene.

—Hijo único —respondí, como si esacondición fuera definitoria por sí misma.

Irene me miró perpleja.—¿Qué quieres decir?—Introvertido, medroso, dependiente,

y supongo que excesivamente mimado.—Supongo que quieres decir

excesivamente querido.—Sí, muy querido —dije, y recordé

el colmo de atenciones en el que crecí

Page 717: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—. Querido hasta el agobio.Irene tomó mis manos entre las suyas

y me miró sorprendida por ladescripción de mí mismo que acababade hacer.

—¿Viven tus padres? —preguntó.—Sí.—¿Y qué relación tienes con ellos?—Buena —dije sin mirarla.—Pero distante —añadió ella como

si fuera capaz de leer mi pensamiento.—Lo suficiente como para poder

respirar sin sentirme culpable.Irene añadió vino a las copas,

después acarició mi barbilla y la empujógirando mi cara hasta hacer que nuestrasmiradas se encontraran. Entoncespreguntó:

Page 718: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—¿Eres feliz?Hablábamos en voz baja, como si

temiéramos que alguien pudieraescuchar nuestras palabras.

—Pensaba que sí —dije—. Pero noes esa la pregunta, sino cómo hacambiado mi vida el estar contigo. Sipodré seguir como hasta ahora, como sino te hubiera conocido.

Estábamos sentados en el sofá, e Ireneapoyó la cabeza en mi hombro.

—¿Y tú, eres feliz? —pregunté yo.Irene, acurrucada en mi pecho, guardó

silencio durante bastantes segundos.Pensé que estaba reflexionando surespuesta, o que quizá era una preguntaque no deseaba responder, pero depronto se aferró con más fuerza a mí, y

Page 719: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

dijo:—Lo he sido durante estos días.—¿Hace mucho de tu divorcio?—Tres años.—¿Te arrepientes?—No de haberme separado —dijo—.

Pero sí hay algo de lo que me arrepientocada día de mi vida.

Pensé que se estaba refiriendo alhecho de haberse casado, y traté derestarle importancia.

—No podías saber que saldría mal tumatrimonio —dije—. Hiciste lo quedebías en todo momento.

—No me refería a eso. —Hizo unalarga pausa antes de continuar—: Un díadescubrí que estaba embarazada, y fueentonces, cuando la posibilidad de ser

Page 720: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

padres dejó de ser una idea paraconvertirse en una realidad, cuando medi cuenta de que no quería pasar el restode mi vida con aquel hombre. Mi madre,mis amigos, dijeron: está el niño, sigue,más adelante verás lo que haces. Peroseguir habría sido engañarme a mí yengañarle a él. Opté por separarme,pero no fue ese mi error…

En ese instante comprendí.—Confundí las cosas —continuó—, y

pensé que sería una irresponsabilidadtraer un niño al mundo justo en elmomento en el que me estaba separandode su padre, así que… No puedo evitarla sensación de que me comporté comouna egoísta, que en realidad solo hice loque resultaba más cómodo para mí.

Page 721: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Cada día me digo que no tenía derecho ahacer lo que hice.

—Fue un momento muy complicadopara ti. Si crees que cometiste un error,deberías perdonarte.

En el sofá, y después tirados en lacama, seguimos hablando durante horas,y, al final, hicimos el amor entresusurros, desprovistos de los ropajes enque se convierten los secretos y lasconvenciones, con la sensación de estarcompletamente desnudos el uno frente alotro.

Page 722: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

CAPÍTULO 15

Mycroft resuelve el caso

Nos despertamos tarde, sobresaltadosal recordar la cita que teníamos a las 12con Mycroft H., así que, tras una ducharápida y apenas unos sorbos de café,salimos hacia el centro de Madrid.

Nos había dejado muy intrigados elextraño mensaje de Mycroft.Pensábamos que ya no estaba en Madrid—por lo menos se había despedido denosotros en la puerta de su hotel—, y

Page 723: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

nos salía ahora con una cita. ¿Parahablar sobre qué? Irene y yo estábamosrealmente interesados en conocer larespuesta a esa pregunta. ¿PensabaMycroft que la policía no había resueltoen realidad el caso y pretendíaproponernos seguir investigando? Si eseera el caso, yo estaba de acuerdo en quehabían quedado muchos puntos oscuros,pero también era cierto que, sin Valieri,y con el imán de Móstoles muerto, elcaso no pasaba de ser una más de lasvarias operaciones contra los radicalesislámicos que destapaba la policía cadaaño.

Ad e má s , habíamos asumido queMoriarty ya no iba a aparecer, por loque la razón que nos había llevado a

Page 724: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

involucrarnos en aquel asunto habíadejado de existir y, por otro lado, yo nopodía prolongar más mi simulada bajapor enfermedad so pena de vermedespedido. En cualquier caso, prontoíbamos a salir de dudas.

Ese día, la noticia de tercera páginaen algunos periódicos fue la detenciónde tres islamistas, que pretendían atentaren Toledo, y el aparente suicidio de uncuarto. Pero, tal como nos habíaadelantado el inspector Ventura, nadadecía el periódico de la implicación enlos hechos de miembros de un grupomasónico.

Franqueamos la puerta de lacervecería cuando faltaban cincominutos para las doce. Buscamos a

Page 725: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft con la mirada, pero no fue a él aquien vimos: acodado sobre la barraestaba el inspector Ventura. ¿Había sidocitado también por Mycroft, o era unatremenda casualidad? Solo había unaforma de averiguarlo. Nos acercamos aél para saludarle, y cuando nos viopareció sorprenderse tanto como noshabía ocurrido a nosotros con él unosinstantes antes.

—¿Qué hacen por aquí? —preguntóenarcando las cejas.

—Eso mismo nos preguntábamosnosotros de usted —respondí—. Nosgusta este sitio. ¿Y usted, viene confrecuencia?

—La verdad es que no demasiado —dijo con desgana—. Ayer recibí un

Page 726: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mensaje de su amigo, y he de reconocerque me dejó intrigado.

—Ya somos tres —añadió Irene, quehasta ese momento no había abierto laboca.

Se acercó el camarero por el otrolado de la barra, y pedimos doscervezas

—¿Para qué creen ustedes que nos hacitado? —preguntó el inspector.

—Esa misma pregunta nos la estamoshaciendo nosotros desde que recibimosel mensaje —repuse.

Ventura miró su reloj, y yo hice lomismo. Eran las doce y tres minutos, yMycroft seguía sin aparecer. De formainstintiva miré hacia la puertaacristalada y, como si le hubiera

Page 727: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

convocado con mi pensamiento, entró yse dirigió directamente hacia dondeestábamos. Educadamente nos dio lamano a cada uno de nosotros, y sugirióque nos sentáramos en una mesa delfondo para que pudiéramos hablar conmás tranquilidad. Allá le seguimos conel vaso en la mano, y, una vez queestuvimos acomodados, carraspeóligeramente antes de decir:

—Sin duda, se preguntarán por quéles he convocado hoy aquí. —Nadiedijo nada, pero nuestras miradas eranelocuentes, así que sin más demora,continuó—: Supongo que la versiónoficial —hizo un gesto señalando alinspector Ventura— es la que conviene,y además, la única posible en éstos

Page 728: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

momentos. Pero estoy seguro de queustedes querrán saber toda la verdad. —Los tres asentimos con brevesmovimientos de cabeza—. Hicimos unbuen trabajo —dijo mirándonos a Ireney a mí—, pero hubo un detalle que senos escapaba y que no descubrí hastaayer. Era la pieza del puzzle que faltaba,y entonces todo encajó. Pero empecemospor el principio, es mejor seguir uncriterio cronológico, ¿les parece bien?—preguntó de forma retórica y, antes deque se nos ocurriera responder, continuó—: Ya nos dimos cuenta cuandoanalizamos el mensaje de socorro deMoriarty, que él sabía la importanciaque en esta investigación iban a tener elnúmero phi y la constante de Kaprekar,

Page 729: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aunque ignoraba por qué. Por lo tanto, elmensaje no fue más que un señuelo paraindicarnos por dónde empezar ainvestigar.

—Un momento —le interrumpió Irene—. ¿Quiere decir que Moriarty nosmintió y que en realidad no estaba enpeligro?

—Sí.—Si es así —dije sin comprender—,

¿por qué no ha vuelto a dar señales devida?

Mycroft sonrió socarronamente.—Porque estaba demasiado ocupado

dirigiéndonos a todos desde la sombra.¿Recuerda la razón por la que se leocurrió ir al Gran Circo Rex la primeravez? —preguntó Mycroft.

Page 730: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Sí.—Insinuó que fue por un mensaje que

le habíamos puesto Irene o yo paragastarle una broma. Ninguno le dimosmás importancia, achacándolo todo auna casualidad, pero yo no le puseningún mensaje. ¿Lo hizo usted, Irene?

—No. Yo tampoco —dijo ésta.—¿Recuerda lo que decía aquel

mensaje? —preguntó Mycroft volviendosu mirada nuevamente hacia mí.

—Sí, perfectamente. Decía: “La claveestá en Conan”.

—Quien le puso el mensaje sabía que,antes o después, usted averiguaría quiénera Conan, y dónde trabajaba, e iría alcirco para hablar con él.

—¿Cuál fue el papel de Conan en esta

Page 731: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

historia? ¿Por qué fue asesinado?—Cada cosa en su momento —pidió

Mycroft—. La realidad es que, con sullegada al circo empieza la parte másmisteriosa y más increíble de éstahistoria, porque tropieza usted con la“Orden de los Iluminados”. El númerophi , que luego descubriremos que estambién una alegoría del afán deperfección de los Iluminados, nos llevaen primer lugar a la estrella de cincopuntas, que es algo así como su tarjetade presentación, y la constante deKaprekar a una especie de clave.

—No quiero parecer grosero, peropienso que todo eso de la “Orden de losIluminados” no son más que fantasías depersonas que ven conspiraciones

Page 732: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

masónicas en cualquier suceso —intervino el inspector Ventura.

Mycroft fulminó al inspector con lamirada, y, dirigiéndose a él, dijo:

—Usted debe de ser de ese tipo depersonas que sólo creen en lo que ven.

—Sí —respondió Ventura—, y aúnasí me equivoco a menudo.

Mycroft pareció exasperado por larespuesta del inspector, y armándose depaciencia, dijo:

—Entonces, a usted le debe parecercasual que, por ejemplo, las estrellas dela bandera de Estados Unidos tengancinco puntas.

—¿También ve una conspiración eneso? —respondió sarcástico elinspector.

Page 733: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Mycroft no se amilanó. Sacó de uncompartimiento de su cartera un billetede un dólar, y lo puso sobre la mesamostrando el anverso del mismo.

—Me temo que usted —dijo porVentura—, no sabe mucho sobre losIluminados, pero sí mis amigos —añadió por Irene y por mí—. Ellossaben que el búho es uno de lossímbolos de la “Orden de losIluminados”. Miren en el ángulo derechode ese billete, es muy pequeño, perofíjense ahí, junto a la hoja.

El inspector Ventura cogió el billete ylo acercó a sus ojos.

—Parece un búho, sí —dijo condesgana, y pasó el billete a Irene.

De Irene pasó el billete a mí y,

Page 734: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

aunque era tan pequeño que resultabadifícil verlo, puedo asegurar queefectivamente se trataba del dibujo de unbúho.

—Ahora miren el reverso del billete—dijo Mycroft—. La pirámide truncadacon el “ojo que todo lo ve” es otrosímbolo de los “Illuminati”. La pirámidetiene 13 escalones, que podríanrepresentar los 13 grados de iniciaciónde la Orden, y la cúspide, “el ojo quetodo lo ve”, representaría el gradomáximo. En la parte superior, encima dela pirámide, aparece la leyenda en latín“Annuit Coeptis”, que significa “Él”, elojo, Dios, “favorece nuestra Empresa”;y en la inferior, “Novus OrdoSeclorum”, que podría traducirse como

Page 735: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

“Nuevo Orden Mundial”. —Hizo unapausa para preguntar—: ¿A qué os suenatodo esto?

Irene y yo estábamos impresionados.Por mi mano habían pasado billetes deun dólar en multitud de ocasiones, yjamás se me hubiera ocurrido pensar quecada uno de ellos era la tarjeta depresentación de la secta más secreta delmundo.

El inspector Ventura permanecía ensilencio, pero aún teniendo menosconocimientos que nosotros sobre losprincipios de los “Illuminati”, creo queempezaba a estar tan impresionadocomo nosotros.

—¿Cómo es posible? —balbuceóIrene.

Page 736: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Aún hay más —dijo Mycroft—. Enla base de la pirámide, sobre el primerode los trece escalones, figura escrito, ennúmeros romanos, el número 1776 —MDCCLXXVI—, que si bien es el añoen el que se proclamó la independenciade los Estados Unidos, también es elaño en el que Adam Weishaupt fundó la“Orden de los Iluminados”. —Se volvióhacia el inspector Ventura, y preguntó—: ¿Sigue pensando que todo se debe auna ilusoria conspiración masónica?Pero no basta con todo esto —continuó—, también son de cinco puntas lasestrellas que forman el círculo centralde la bandera de la Unión Europea. —Echó unas monedas sobre la mesa, ydijo—: Así como las que hay en todas

Page 737: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

las monedas europeas.El inspector Ventura, que ya había

dejado a un lado la ironía de susprimero comentarios, preguntó:

—¿Qué pretendían los “Iluminados”?—Eso lo descubrió Irene en Londres,

en las claves que contiene el “AhimanRezon” que se conserva en el Museo dela Gran Logia Unida de Inglaterra.

—Los Reyes deben morir —dijoIrene.

—Efectivamente. Aunque,naturalmente, hoy habría que decir “losgobernantes”, porque los reyes ya nogobiernan tal como lo hacían en el sigloXVIII. Aunque ya nunca sabremos contraquien pretendían atentar —continuó trasuna corta pausa—, todo apunta a que su

Page 738: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

intención era hacerlo contra algúnimportante personaje del panoramapolítico. El hecho de que el escenarioelegido fuera una elegante residencia,dentro un coto de caza solo al alcancede los privilegiados, parece confirmaresa tesis. Pero usted —dijo dirigiéndosea Irene, y había en su voz un cierto tonode reprobación—, descubrió en laspáginas del “Ahiman Rezon” otra frase ala que no parecen haberle dadoimportancia.

—Cuando Europa esté en peligro,sólo la luz la salvará —recordó Irene.

—Efectivamente —dijo, y continuódirigiéndose a Irene—: Cuando revisélas notas que tomó usted en elrestaurante del Hotel Claridge’s de

Page 739: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Londres, y hallé las palabras “Light” y“Europe”, comprendí la importancia dela frase. La primera parte de la frase esel diagnóstico: “Europa está en peligro”;y la segunda, la solución: “La luz”, osea, los Illuminati, “la salvarán”. La otrafrase no es más que el cómo: eliminandoa los gobernantes como medio paraentronizar un nuevo régimen, el NuevoRégimen.

La explicación de Mycroft nos habíadejado anonadados, pero todavíaquedaban numerosos cabos sueltos.

—¿Quién asesinó a Conan, y por qué?—pregunté. Después de haber sidodurante algún tiempo el principalsospechoso, estaba ansioso por saberquién era el autor del crimen.

Page 740: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Fue Valieri. Conan era la manoderecha de Valieri, pero cuando conociólas órdenes que éste había recibido deVólkov, no quiso participar en ello, eintentó hacer lo posible por frustrar elplan. Debió insinuar algo a un amigoquizá…

—¿A quién? —se interesó Irene.—A Moriarty —respondió Mycroft

de forma concluyente—. Moriarty noconocía todo el plan, pero sí algunosdetalles. ¿Cómo los supo? Creo que esevidente: Conan se lo dijo. Valieridebió descubrir la traición de Conan, yle asesinó.

—¿Y Moriarty? —preguntó Irene.Mycroft no respondió a la pregunta de

Irene, por lo que deduje que lo hacía

Page 741: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

sencillamente porque no tenía larespuesta.

—El plan siguió adelante. Valierihizo que robaran una enorme cantidad deexplosivo y la almacenó en la casa decampo donde lo descubrimos, y poco apoco entró en contacto con los quetenían que aparecer como losverdaderos autores.

—Hassan al-Bukhari y los otrosislamistas —dijo Ventura.

—Los ejecutores materiales—subrayó Mycroft—. Sin duda, los“Iluminados” querían que pareciera unatentado realizado por fanáticosislamistas. El caso es que el mismo díaque le convencimos a usted —dijorefiriéndose al inspector— de que se

Page 742: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

trataba de algo serio, descubrí porcasualidad quién era el verdaderoobjetivo de los atentados. No dije nadaporque debía confirmarlo antes. Alllegar al hotel unas horas después, loprimero que hice fue llamar a una amigaque recoge cotilleos en un importanteperiódico, para preguntarle a quémiembros de la familia real les gustabala caza. La respuesta fue inmediata: alRey y a la Infanta Elena, pero el Rey,últimamente, no está para muchos trotes.“¿Por qué lo quieres saber?”. Otrapregunta: ¿Tiene un lío secreto la InfantaElena? Pareció meditar su respuesta uninstante.

“—Yo diría que tiene un lío discreto,que es distinto. Ya sabes que siempre

Page 743: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

hay comentarios, pero la Infanta es libre,no tiene por qué tener líos secretos.

—¿Dónde suelen verse?—Por lo que se cuenta, se ven en casa

de él, y también en casas de amigos. Nose ocultan demasiado. De lo que sí sehabla últimamente es de las extrañasvisitas del Príncipe a cierto coto de cazaen Toledo. Digo extrañas porque alPríncipe no le gusta la caza, al menos lacaza de animales, ya sabes.

—¿No estará en Talavera ese coto decaza?

—Sí, ¿cómo lo sabes?Corté la comunicación mientras el

corazón me latía con fuerza. De prontotodo adquiría sentido, con unaintensidad y nitidez tal que no

Page 744: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

comprendía cómo no lo había percibidoantes. El sentido del mensaje quedescifró Irene en Londres no erametafórico, sino literal: “Los Reyesdeben morir”, y el primero en hacerlodebía ser el Rey de España. El primeratentado mediante la voladura de la casade Talavera, tenía dos objetivos, elprimero, eliminar al descendientedirecto; y el segundo, hacer que el Reysaliera precipitadamente de su casa enmitad de la noche. A su paso, haríanvolar la furgoneta de Telefónica cargadade explosivos. No puedo asegurarlo,pero apostaría que a continuaciónatentarían contra otros reyes y jefes deEstado de Europa”.

Esa revelación nos dejó estupefactos.

Page 745: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Me pregunté qué consecuencias podríanhaber tenido los asesinatos del Rey y desu heredero en el contexto de unaEuropa desconcertada por otrosatentados. Era totalmente imprevisible.

—Hemos evitado un atentado contrael Rey —dije en tono irónico—.Deberíamos ser considerados héroes oalgo así.

—Sí —dijo el inspector muy serio—.El problema es que, aparte de los aquípresentes, nadie más lo va a sabernunca.

—¿Por qué estaba tan seguro de queocurriría durante la noche que va deltreinta de abril, al primero de mayo? —preguntó Irene.

—Por el carácter simbólico que esa

Page 746: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

noche tiene para los “Iluminados” —respondió Mycroft—. Fue en una nochecomo esa, en 1776, cuando se fundó la“Orden de los Iluminados”. Al principiosolo era una intuición, estábamos cercade la fecha y pensé que, estando tanapegados a las tradiciones, difícilmentedejarían escapar la posibilidad de haceralgo muy sonado esa noche. Era comohomenajearse a sí mismos. Pero laconfirmación la tuve cuando vi su nota—dijo por mí— con las palabras queanotó durante aquella cena de Vólkov enLondres. Una de las palabras no erainglesa, por eso la escribió mal, perodeduje que era “Walpurgis”, y entoncesestuve absolutamente seguro de la fechaelegida, porque “la noche de Walpurgis”

Page 747: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

es, precisamente, esa noche.—Todo es tan… increíble —dijo

Ventura—. ¿Cuál cree que era laintención última de los “Iluminados”?

En lugar de responder, Mycroft hizootra pregunta que dejó en el aire:

—¿Qué ocurriría si grupos islamistasatentaran en cadena contra los jefes deEstado de toda Europa y de EstadosUnidos?

—Es absolutamente imprevisible —respondió el inspector.

Y yo añadí:—La confrontación entre el mundo

occidental y el musulmán, un auténticochoque de civilizaciones del que podríaemerger un Nuevo Orden Mundial. ¿Yno es esa la razón de ser de la “Orden

Page 748: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de los Iluminados”?Sí, esa era la razón de ser de la

“Orden der Illuminaten”, creada poralgunos soñadores, perseguidores de laperfección humana, en la Noche deWalpurgis de 1776.

El peso de lo que acabábamos deconocer hizo que durante unos instantespermaneciéramos callados. De pronto,Irene suspiró y dijo:

—Me hubiera gustado tanto queMoriarty… estuviera con nosotros.

—Estoy seguro que el día menospensado, con el mismo misterio con elque desapareció, volverá a aparecer enel “Club de Holmes” —dijo Mycroft entono despegado.

—¿Por qué dice eso?

Page 749: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Porque Moriarty, nuestro amigoMoriarty, es la persona que ha estadojugando con nosotros como si fuéramosmarionetas —dijo Mycroft de formadesabrida.

—No debería hablar así de alguienque no puede defenderse. Es algoimpropio de usted —dijo Irene muymolesta.

Mycroft miró a Irene, después memiró a mí, y por último miró al inspectorVentura, y dijo:

—Es que sí puede defenderse.—No, si no está aquí —insistió Irene.—El caso es que sí está aquí —soltó

Mycroft.La afirmación de Mycroft cayó como

una bomba e hizo que todos nos

Page 750: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

miráramos llenos de perplejidad.—¿Qué quiere decir? —preguntó

Irene, que se resistía a comprender lasituación.

Mycroft se encogió de hombros, ydijo:

—Inspector, por favor.El inspector Ventura carraspeó

incómodo, sonrió con malicia, como unniño pillado en una mentira, y dijoturbado:

—Está bien. No es exactamente asícomo lo había pensado, pero me temoque es cierto lo que afirma Mycroft.Había olvidado que es tan o másperspicaz que su hermano SherlockHolmes —volvió a carraspear, yabriendo los brazos en un gesto teatral,

Page 751: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

añadió con gran ceremonia: yo soyMoriarty.

Las palabras del inspectorprovocaron mi asombro, y la ira deIrene, que, una vez recuperada de lasorpresa, bramó:

—¡¿Cómo ha podido engañarnosdurante todo este tiempo?!

—No era mi intención —trató dejustificarse Ventura—. Al principio nosabía qué hacer con la escasainformación que tenía, pero estabaseguro de que se trataba de algo muyserio, así que decidí recurrir a ustedespara que me ayudaran a resolver el caso.Lo siento.

—¿Nos puede contar todo lo quepasó? —preguntó displicente Mycroft,

Page 752: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

con una actitud que dejabameridianamente claro que todavía no sele había pasado el enfado.

—Por supuesto, pero antes, por favor,dígame una cosa: ¿desde cuándo sabeque Moriarty y yo somos la mismapersona?

—La primera vez que lo pensé fueprecisamente aquí, cuando usted nosabordó la primera vez, ¿recuerda? —Tras una pausa, continuó—: ¿Por qué lopensé?, muy sencillo, porque usted dijoque lo sabía todo sobre nosotros, y asíparecía ser; pero, cuando lo reflexionémás tarde, me di cuenta queefectivamente lo sabía todo, peroúnicamente todo lo que Moriarty podíasaber: que habíamos formado el “Club

Page 753: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

de Holmes”, y que estábamos allí parainvestigar el misterio de sudesaparición. Lo pensé, es cierto, perome pareció tan rebuscado e inverosímil,que lo descarté. No obstante, la ideasiguió aquí —dijo tocando su frente conel dedo índice—, pero hasta hoy no heestado completamente seguro.

—¿Por qué? —preguntó Irene.—¿Recuerdan cuando le preguntamos

quien había alquilado la casa deTalavera para el 30 de marzo?Respondió que la policía había hechoaveriguaciones y la casa no había sidoalquilada por nadie. Pero eso no eracierto —se giró hacia el inspectorVentura, y preguntó—: ¿Me equivoco?

—No —dijo Ventura—. Al menos, no

Page 754: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

del todo. Hicimos la gestión con eldueño de la casa, y ésta no había sidoalquilada, pero sí prestada. Al Príncipe—añadió tras una pausa.

Mycroft hizo un gesto afirmativo.—Por eso hoy no se ha extrañado

cuando he dicho contra quién ibadirigido el atentado. Ya lo sabía.

—Así es —confirmó Ventura.—Los dos han estado jugando con

nosotros —dijo Irene con una pizca derencor.

—En cuanto a los hechos, tal y comousted dedujo —miró a Mycroft—,Conan se puso en contacto conmigo.Tenía mucho miedo. Me dijo que alguienestaba preparando un gran atentado, yme dio dos datos para que empezara a

Page 755: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

investigar, phi y el número 6174. Eratodo tan extraño que pensé que setrataba de una broma, pero el hombreestaba realmente muy asustado. Entoncesse me ocurrió enviarles el mensaje desocorro. Al principio era todo casicomo un juego más de los que hacíamosen el “Club de Holmes”, hasta queWatson recibió una paliza y Conan fueasesinado. Entonces me di cuenta de queel asunto iba en serio. Intenté que lodejarais, os dije que era peligroso, peroos empeñasteis en seguir.

—¡Para encontrar a Moriarty! —exclamó Irene, todavía enfadada.

—No solo para encontrar a Moriarty—dijo el inspector Ventura—. Estoyseguro que si entonces les hubiera dicho

Page 756: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

toda la verdad, habrían decidido seguirhasta el final. ¿Cómo decir no a laposibilidad de resolver un misterio? —bromeó Ventura—. Si así fuera nohabrían ingresado ustedes en el “Club deHolmes”.

—Eso es cierto —tuve que reconocer.—El caso es que han logrado resolver

el caso —continuó Ventura/Moriarty—.Felicidades. Sin su ayuda me temo quehabría sido imposible.

—El caso en realidad no ha sidoresuelto —apunté—. Nosotros sabemosqué ha pasado, y por qué, pero el casono estaba resuelto con la detención delos marroquíes.

—Hubo presiones desde arriba paradejarlo así. En el Ministerio no querían

Page 757: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

ni oír hablar de Konstantin Vólkov.—En cualquier caso, espero que

después de este fracaso, la Orden tardealgunos años en volver a intentardesestabilizar el mundo —apuntóMycroft, y añadió poniéndose en pie—:Y ahora, sí. Me despido de todosustedes. Espero que nos encontremosmás pronto que tarde en el Club.

—Un momento —dijo el inspectorimitándole—, le acompaño. Hay algunosmatices que me gustaría aclarar conusted. Watson, Irene —dijo con unaligera inclinación de cabeza—, esperoseguir contando con vosotros en el“Club de Holmes”. ¡Ah, por cierto! Alfinal le hice caso —dijo a Irene—, yenvié el informe a Scotland Yard. Esta

Page 758: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

mañana me ha llamado para darme lasgracias un tal inspector Marvin. Creoque ya le conocen. Al parecer, Vólkovsalió precipitadamente de Londres,rumbo a Nueva York, ayer a primerahora, pero ha sido detenido un hombrerubio de pelo rizado, que estaba encontacto con grupos islamistaspakistaníes. Ha declarado quepreparaban un atentado contra la reinade Inglaterra. ¡Adiós, amigos!

Mycroft y Moriarty salieron de laCervecería Alemana en animada charla,dejándonos solos.

—Ahora sí ha terminado todo —dijoIrene con un gesto de tristeza.

—Ventura tiene razón —dije al ver laexpresión de su rostro—. Habríamos

Page 759: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

seguido en el caso aunque nos hubieradicho que él era Moriarty.

Irene rió a carcajadas, y volvió a mimente la imagen de la primera vez que lavi, apoyada en la barra del bar del HotelReina Victoria, entonces supe que lahabía amado desde aquel mismoinstante.

—Es cierto —aseguró entre risas—.¿Cómo resistirse a un reto semejante?Aún así, me molesta que jueguenconmigo. El inspector Ventura deberíahabernos dicho toda la verdad.

Estuve de acuerdo con ellaMiré el reloj, era casi la hora de

comer, y recordé que apenas habíamosdesayunado.

—Tengo hambre. ¿Quieres que

Page 760: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

vayamos a comer?Ella también miró su reloj, y temí que

rechazara mi proposición porque elhorario de su tren se lo impidiera.

—Sí —dijo—. Tomaré el último tren.—Vamos —le dije, y, tras pagar en la

barra nuestras consumiciones, nosdirigimos hacia el exterior. Afuerabrillaba el sol y algunos niños jugabanen la plaza vigilados por sus abuelos.Pensé entonces que si Irene no habíapodido resistirse al reto de indagar en elmisterio que nos había brindadoMoriarty, ¿cómo se iba a resistir al retoque la vida nos estaba ofreciendo? Meparé junto a la puerta haciendo que ella,extrañada, se parara también.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Page 761: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

—Nada —dije—. Solo que creo quedeberíamos empezar de nuevo. —Letendía la mano, y dije con una sonrisa—:Hola, mi nombre es Jorge Álvarez.

Su rostro se iluminó con una ampliasonrisa. Me dio la mano, y respondió:

—Idoia Aguirre. Encantada.La atraje hacia mí, y la besé en los

labios. Y, mientras la besaba, pensé queIdoia Aguirre iba a ser en mi vida tanimportante, al menos, como Irene Adlerlo había sido en la de Sherlock Holmes.

Escrita por Gabriel Martíneze-mail: [email protected]: @GabrielMtnez Otras obras del autor editadas en

Page 762: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

Amazon: La estirpe del Cóndor (Finalista del

Premio Azorín de Novela 2014)El asesino de la Vía LácteaEl laberinto rusoYo que no vivo sin tiAl sur de OránLas cartas de BabiloniaLos 52

Page 763: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

índice

CAPÍTULO 1

El Club de Holmes

CAPÍTULO 2 Retorno al “Gran Circo Rex”

CAPÍTULO 3 Konstantin Vólkov

CAPÍTULO 4 Watson discurre

CAPÍTULO 5 Inesperado viaje a Londres

CAPÍTULO 6 Intento de robo en el museo

CAPÍTULO 7

Page 764: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez

El informe Vólkov

CAPÍTULO 8 Mycroft H. entra de nuevo en escena

CAPÍTULO 9 Las dudas de Vólkov

CAPÍTULO 10 Siguiendo a Massimo Valieri

CAPÍTULO 11 Vólkov vuelve a Londres

CAPÍTULO 12 Helius

CAPÍTULO 13 Roma, Bilderberg

CAPÍTULO 14 Ventura actúa por fin

CAPÍTULO 15 Mycroft resuelve el caso

Page 765: El Juego de Sherlock Holmes - Gabriel Martinez