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–No me he sentido yo misma durante meses, en el fondo de mi ser. Sin embargo, creo que si pudiera pasar el invierno… me encanta la primavera. Generalmente, la primavera me regenera. Sin embargo, este año la primavera no vino. Biel y yo dimos paseos, recogimos las hojas del otoño, pero no se me iba el sentimiento de tristeza ni siquiera cuando se fundió la nieve y los patos comenzaron a volar… me puse peor. –¿Pensó en solicitar ayuda profesional? –No. Pensaba que lo podría superar. Biel intentó hacerme feliz; nada de esto es culpa suya. Busqué con cuidado mis palabras siguientes: –¿Qué le hizo pensar en… utilizar el cuchillo? –Cuando me di cuenta de que mis flores no me decían nada, supe que la situación era desesperada. Todo había perdido color. Nada me llegaba al corazón. La vida ya no parecía tener ningún sentido. Reflexioné: –Se debe haber sentido muy sola. –Nunca me sentí tan sola, pero no voy a volver a hacerlo. Le haría daño a todo el mundo, a Biel y, sobre todo, a mis hijos. Ahora, doy gracias por estar viva. Voy a acudir al psiquiatra y voy a tomar estos nuevos comprimidos. Realmente, creo que voy a estar bien. –Estoy de acuerdo. A mí también me encantan las flores. Me sentiría muy desesperada si perdiera la alegría de la primavera. Otro paciente me necesitó en ese momento, de manera que me levanté y le pedí disculpas por tener que salir. El barómetro de la primavera Volví a buscar a Virginia al final de mi turno para despedirme y me contrarió encontrarla durmiendo. Sabía que no la volvería a ver. Sin embargo, nuestra breve conversación todavía permanece dentro de mí. Ahora, cuando se aproxima la primavera, me veo comprobando mi propio barómetro emocional. ¿Soy realmente feliz con mi vida? Paseo por mi jardín para comprobar la respuesta. Hasta el momento, nunca me ha faltado el sentimiento de recibir la primavera naciente con alegría y con un renovado sentido de la vida. Espero que Virginia haya recuperado su alegría y, por mi parte, nunca doy por sentada la mía. Cyndy Irvine en educadora comunitaria en el Riverside Medical Center de Waupaca, Wisconsin. 30 Nursing. 2005, Volumen 23, Número 8 D e todas las estaciones, me gusta sobre todo la primavera. Hasta un día hace 10 años, yo siempre había disfrutado en toda regla de la primavera. Aquella mañana de primavera, me senté moviendo el pie mientras escuchaba el informe relativo al último paciente que había cuidado el enfermero que había estado de guardia. Dejé de moverlo cuando el enfermero informó sobre Virginia, de 74 años de edad, que se había metido en su granero 2 días antes y se había cortado las muñecas con un cuchillo de pelar patatas. Su marido la había encontrado sangrando y casi inconsciente. Virginia se hallaba ya en una situación estable, con sus vendajes bien colocados y la medicación ajustada. Tenía que volver a casa ese mismo día, con un plan de seguimiento psiquiátrico. Pensé que podría hablar con ella un rato y decidí ir a verla durante mi turno. Me preguntaba qué era lo que la había llevado a tomar aquella trágica decisión. Sin saber cómo actuar Cuando entraba en la habitación de Virginia, me asaltó una fuerte sensación de inseguridad: ¿qué sabía ya sobre cómo cuidar de una persona que ha intentado suicidarse? ¿Estaría la paciente llorosa y deprimida? ¿Qué podría decirle? La paciente no estaba llorando. El sol entraba a raudales en la habitación y Virginia estaba sentada pulcramente en una silla de respaldo alto tomando un té. Me saludó con una sonrisa tan agradable que la hacía parecer más una visita que la paciente, a no ser por la bata del hospital que llevaba puesta y por los vendajes en sus muñecas. Mientras auscultaba sus pulmones y formulaba las preguntas rutinarias, la paciente permanecía serena. Me pregunté: ¿debo irme y dejarla sola? ¿Debo preguntarle si necesita algo e irme? Sin embargo, la vista de los vendajes de sus muñecas me recordó que yo me había formado profesionalmente para cuidar de la persona en su conjunto y no sólo a una parte de ella, de manera que me senté a su lado y abordé el delicado problema. –Así que ¿le apetece volver a casa hoy? –le pregunté. –Sí –me respondió–. Todo va a ir bien. –Tuvo suerte de que la encontrara su marido. Supongo que le dio un buen susto. –Realmente, no quería asustarle. Nunca lo volvería a hacer. –¿Qué le había ocurrido que fuera tan terrible para desear la muerte? El invierno en el corazón ¿Qué importa que venga la primavera si lo que se siente en el corazón es el invierno? CYNDY IRVINE, RN, BSN N

El invierno en el corazón

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Page 1: El invierno en el corazón

–No me he sentido yo misma durante meses, en el fondode mi ser. Sin embargo, creo que si pudiera pasar elinvierno… me encanta la primavera. Generalmente, laprimavera me regenera. Sin embargo, este año la primaverano vino. Biel y yo dimos paseos, recogimos las hojas delotoño, pero no se me iba el sentimiento de tristeza nisiquiera cuando se fundió la nieve y los patos comenzaron a volar… me puse peor.

–¿Pensó en solicitar ayuda profesional?–No. Pensaba que lo podría superar. Biel intentó hacerme

feliz; nada de esto es culpa suya.Busqué con cuidado mis palabras siguientes:–¿Qué le hizo pensar en… utilizar el cuchillo?–Cuando me di cuenta de que mis flores no me decían

nada, supe que la situación era desesperada. Todo habíaperdido color. Nada me llegaba al corazón. La vida ya noparecía tener ningún sentido.

Reflexioné:–Se debe haber sentido muy sola.–Nunca me sentí tan sola, pero no voy a volver a hacerlo.

Le haría daño a todo el mundo, a Biel y, sobre todo, a mishijos. Ahora, doy gracias por estar viva. Voy a acudir alpsiquiatra y voy a tomar estos nuevos comprimidos.Realmente, creo que voy a estar bien.

–Estoy de acuerdo. A mí también me encantan las flores.Me sentiría muy desesperada si perdiera la alegría de laprimavera.

Otro paciente me necesitó en ese momento, de maneraque me levanté y le pedí disculpas por tener que salir.

El barómetro de la primavera Volví a buscar a Virginia al final de mi turno paradespedirme y me contrarió encontrarla durmiendo. Sabíaque no la volvería a ver.

Sin embargo, nuestra breve conversación todavíapermanece dentro de mí. Ahora, cuando se aproxima laprimavera, me veo comprobando mi propio barómetroemocional. ¿Soy realmente feliz con mi vida? Paseo por mijardín para comprobar la respuesta. Hasta el momento,nunca me ha faltado el sentimiento de recibir la primaveranaciente con alegría y con un renovado sentido de la vida.Espero que Virginia haya recuperado su alegría y, por miparte, nunca doy por sentada la mía.

Cyndy Irvine en educadora comunitaria en el Riverside Medical Center de Waupaca,Wisconsin.

30 Nursing. 2005, Volumen 23, Número 8

D e todas las estaciones, me gusta sobre todo la primavera. Hasta un día hace 10 años, yosiempre había disfrutado en toda regla de

la primavera.Aquella mañana de primavera, me senté moviendo el pie

mientras escuchaba el informe relativo al último pacienteque había cuidado el enfermero que había estado deguardia. Dejé de moverlo cuando el enfermero informósobre Virginia, de 74 años de edad, que se había metido en su granero 2 días antes y se había cortado las muñecascon un cuchillo de pelar patatas. Su marido la habíaencontrado sangrando y casi inconsciente.

Virginia se hallaba ya en una situación estable, con susvendajes bien colocados y la medicación ajustada. Tenía quevolver a casa ese mismo día, con un plan de seguimientopsiquiátrico. Pensé que podría hablar con ella un rato ydecidí ir a verla durante mi turno. Me preguntaba qué era loque la había llevado a tomar aquella trágica decisión.

Sin saber cómo actuarCuando entraba en la habitación de Virginia, me asaltó unafuerte sensación de inseguridad: ¿qué sabía ya sobre cómocuidar de una persona que ha intentado suicidarse? ¿Estaríala paciente llorosa y deprimida? ¿Qué podría decirle?

La paciente no estaba llorando. El sol entraba a raudalesen la habitación y Virginia estaba sentada pulcramente enuna silla de respaldo alto tomando un té. Me saludó conuna sonrisa tan agradable que la hacía parecer más unavisita que la paciente, a no ser por la bata del hospital quellevaba puesta y por los vendajes en sus muñecas.

Mientras auscultaba sus pulmones y formulaba laspreguntas rutinarias, la paciente permanecía serena. Mepregunté: ¿debo irme y dejarla sola? ¿Debo preguntarle sinecesita algo e irme? Sin embargo, la vista de los vendajesde sus muñecas me recordó que yo me había formadoprofesionalmente para cuidar de la persona en su conjuntoy no sólo a una parte de ella, de manera que me senté a sulado y abordé el delicado problema.

–Así que ¿le apetece volver a casa hoy? –le pregunté.–Sí –me respondió–. Todo va a ir bien.–Tuvo suerte de que la encontrara su marido. Supongo

que le dio un buen susto.–Realmente, no quería asustarle. Nunca lo volvería a

hacer.–¿Qué le había ocurrido que fuera tan terrible para desear

la muerte?

El invierno en el corazón¿Qué importa que venga la primavera si lo que se siente en el corazón es el invierno?CYNDY IRVINE, RN, BSN

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