El Inquisidor Decapitado - Cesar Vidal

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    Tomas Moro (Thomas More) ha sido una figura excepcionalmente bien

    tratada por el cine y el teatro en obras como A Man for All Seasons.

    Ejecutado por orden del rey Enrique VIII, ya en el siglo XX, fue canonizado

    por la iglesia catlica. Menos conocido es que la propia iglesia catlica

    prohibi su libro ms importante Utopa dado que defenda un modelo de

    sociedad comunista. Casi completamente ignorado es que Toms Moro fue

    vctima directa de las fuerzas represivas que l mismo haba dirigido. Toms

    Moro comprendi mejor que muchos que la Reforma protestante significaba

    el final de la Edad Media y el inicio de la Modernidad. Precisamente por ello,

    no dud en convertirse en torturador eficaz, feroz perseguidor de disidentes y

    ejecutor despiadado de los que no se sometan a la iglesia catlica. Fracas

    en su empeo y ese fracaso ayudara a que Inglaterra de un destino ms

    libre y prspero que el sufrido por las naciones sometidas a laContrarreforma.

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    Csar Vidal

    El inquisidor decapitado

    ePub r1.1

    turolero 02.08.15

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    Ttulo original:El inquisidor decapitadoCsar Vidal, 2014

    Editor digital: turoleroePub base r1.2

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    I

    La Torre de Londres, 1535

    Se me ha anunciado hoy la sentencia que ha dictado contra m el tribunal del rey. Es

    la habitual para aquellos que son considerados culpables de alta traicin. Se mecolgar por el cuello hasta que pierda el conocimiento. Entonces me revivirn paraque pueda contemplar cmo me cortan el pene y me lo introducen en la boca. Luegome abrirn el estmago, me sacarn los intestinos y los arrojarn a un caldero de aguahirviendo para que, ya agonizante, pueda oler mi propia mortalidad. Despus mearrancarn el corazn y lo levantarn ante mi rostro para que, si an queda algnhlito vital en m, pueda contemplarlo. A continuacin me decapitarn y, finalmente,mi crneo, mondo y lirondo tras ser cocido, ser colocado sobre un poste situado en

    el puente de Londres. Es una suerte horrible, pero resulta especialmente espantosapara alguien que, como yo, ha disfrutado del privilegio de ostentar el sello decanciller de Inglaterra.

    Lo ms seguro es que Su Majestad, el rey Enrique VIII, piense que quitndomeas la vida asegura su corona y el futuro de su dinasta. Eso slo significa que el seorsoberano al que serv con fidelidad hasta hace poco se halla terriblementeequivocado. Enamorado estpidamente de esa jovencita que responde al nombre deAna, an no se ha percatado de que ha desatado unas fuerzas que no slo han cortado

    ya los lazos que unan a nuestra patria con Roma, sino que, adems, aniquilarn elmundo que hemos conocido. No pasar mucho tiempo antes de que esos que llamanhombres nuevos cuestionen no ya el poder eclesial situado sobre sus vidas, sinoincluso el derecho del rey a gobernarlos sin su consentimiento. Estoy convencido deello. Esos poderes a los que slo puedo asociar con el Espritu inicuo y la venidadel Anticristo pretendern un da no muy lejano que los sbditos elijan a susgobernantes, remedando aquel absurdo e insensato invento de los griegos que recibiel nombre de democracia. Para ese trgico entonces yo habr muerto ya y tambinhabr rendido cuentas ante el Todopoderoso, al que me esforc en servir.

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    II

    1517-1523

    S que muchos pretenden motivos les he dado para ello que mi malestar, ese

    malestar que ha terminado provocando mi condena y que slo concluir con mimuerte, comenz cuando Su Majestad, Enrique VIII, rey de Inglaterra, concibisospechas acerca de la legitimidad de su matrimonio con Catalina de Aragn.Quienes as piensan se han dejado guiar por las apariencias y no han ledo misescritos, donde me he expresado con total claridad. Son unos ignorantes quedesconocen lo que he llevado en el interior de mi corazn durante los ltimos quinceaos.

    Mi desazn comenz en realidad casi una dcada antes de que Enrique se

    angustiara porque no tena descendencia, porque tema para el perodo posterior a sumuerte otro siglo de luchas dinsticas como el que haba padecido nuestro pas antesdel reinado de su padre, y porque haba empezado a buscar una explicacin teolgicapara su desgracia. En realidad, dio inicio cuando un da aciago de finales de octubrede 1517, un frailecillo alemn llamado Martn Lutero os clavar en la puerta de laiglesia de Wittenberg unas tesis en las que cuestionaba las prcticas papalesreferentes a las indulgencias.

    Que la Iglesia necesitaba por aquel entonces una reforma en profundidad no poda

    negarlo nadie que estuviera en su sano juicio. Tanto mi amigo Erasmo como yo yno ramos los nicos llevbamos tiempo defendiendo que si no se repriman losabusos de un clero corrupto, ignorante y codicioso, la Universitas Christiana quehaba durado ms de un milenio se enfrentara con terribles problemas. Tan slo hacaunas dcadas, todo el orbe cristiano haba asistido a la existencia simultnea de cuatropapas que se excomulgaban entre s y haba sufrido la humillacin de que un conciliotuviera que zanjar el contencioso deponiendo a todos y eligiendo a uno nuevo. Sidesebamos evitar la revolucin habra que realizar las reformas indispensables, aligual que si se ansia que un edificio no se venga abajo es inevitable remozarlo. Estoyconvencido de que precisamente porque se era el aire que se respiraba entre lascabezas pensantes de Europa, la accin de aquel monje agustino tuvo un eco tanimportante.

    He odo despus que Lutero no tena intencin de desgarrar la Iglesia como haterminado sucediendo. Si as era, slo puedo pensar que se trataba de un necioinconsciente. Encendi una chispa sin reparar en que poda provocar un fuego quenos consumiera a todos. Insisto en que yo eso lo supe desde el primer momento.Mientras otros se felicitaban por la agudeza de su exposicin y lo tomaban como

    ejemplo, me percat de que de todo aquel embrollo iniciado en Alemania no podasalir nada bueno. Aquel maligno mentecato se haba atrevido a interrogarse sobre lamanera en que el papa dispona de los tesoros de san Pedro encomendados a l.

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    Llegaba hasta el extremo de afirmar que si stos existan y poda realmente en suvirtud sacar del purgatorio a las almas, lo ms lgico sera hacerlo por puramisericordia y no tras mediar el pago de las indulgencias! El muy necio no sepercataba de que cuando un gobierno por muy divino que pretenda ser escuestionado por su uso del dinero se ha dado el primer paso hacia la sedicin

    Desde el primer da en que obraron en mis manos los informes sobre aqueldespreciable monje, supe que mi tarea ya no poda relacionarse con la reforma de laIglesia, sino con la misin de impedir que sucumbiera bajo aquellos golpes crueles yen su cada nos arrastrara a todos. Debo reconocer que incluso lament como unirreflexivo pecado de juventud el haber escrito aquel librito al que titul Utopa. Pordefinicin, la utopa es aquello que no se encuentra en ningn topos, en ningn lugar,y apuntando a ella tem haber desviado las mentes y los corazones de algunos. Eneste mundo no vea yo razones para construir utopas, sino para conservar un orbe

    sustentado sobre pilares firmes y de origen divino. Ahora lo que urga era extirpar lahereja y hacerlo con el mayor rigor y eficacia posibles.Debo decir satisfecho que el rey Enrique, que era un fiel y devoto catlico,

    tambin fue el primer monarca que se percat de lo desatinados que eran los juiciosde Lutero. En 1518, tres aos antes de que el papa Len excomulgara solemnementeal dscolo fraile, Su Majestad comenz la redaccin de un libro en su contra. El reytena buenos propsitos pero escaso talento. Entindaseme. Conoca bien el latn,hasta cierto punto dominaba el griego, no escriba del todo mal pero andaba flojoen teologa. Como le ha sucedido con tantas cosas, tuvo una salida similar a la de unvigoroso corcel y se detuvo como un asno cansado, si es que se me permite utilizar laexpresin. El proyecto inicial qued, por lo tanto, en nada.

    Sin embargo, cuando en enero de 1521 Lutero fue excomulgado, Su Majestadretom el trabajo con renovado entusiasmo. As surgi de su pluma una obra tituladaDefensa de los siete sacramentos contra Martn Lutero. Era como su claro nombreindicaba una rplica a un miserable panfleto escrito por Lutero el ao anterior en elque se opona a la enseanza catlica sobre los sacramentos. En esa misma poca fuecuando John Fisher y yo comenzamos una estrecha colaboracin contra la hereja.

    Ambos ramos conscientes de que lo de menos era que el rey hubiera escrito aquellaobra en la que, dicho sea de paso, los dos le habamos ayudado de buena gana,sino que con ella se comprometa a eliminar cualquier veleidad hertica con lamxima energa.

    El 12 de mayo de 1521, el obispo Wolsey presidi una procesin oficial que seencaminaba hacia la iglesia de San Pablo para dar fe de la posicin regia frente a losherejes. Ante una multitud que no debi ser inferior a treinta mil personas, los librosde Lutero fueron arrojados a la hoguera de la manera ms ritual y ms enrgica

    posible. Luego John Fisher pronunci un discurso brillante, s, sumamente brillante acerca de la peste que significaban aquellas opiniones, una peste mucho ms letalque la que podan transmitir las ratas ms inmundas. Finalmente, Wolsey alz en sus

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    manos un manuscrito de la obra del rey para dejar de manifiesto que la ms altaautoridad secular, la que gobernaba por la pura gracia de Dios, respaldaba aquel actopletrico de religiosidad. Es verdad que para aquella fecha el texto no estabaconcluido, pero daba lo mismo. No se estaba pidiendo a los presentes que loestudiaran o que lo leyeran siquiera. Slo se les estaba enseando que Enrique VIII

    no consentira herejas y que si hoy ardan libros maana se podan quemar personasvivas para evitar su pernicioso influjo.

    Aquella respuesta directa e inconfundible me llen de gozo. Llegu a creerincluso por unos das que cualquier amenaza quedaba conjurada y que las cosasseguiran siendo igual que siempre haban sido desde el momento ms remoto que yopoda recordar. Me equivoqu, pero en mi defensa puedo decir que pesaron en mierror dos circunstancias nada despreciables. La primera fue que el papa confiriera elttulo de Defensor de la fe al rey Enrique; la segunda, que Lutero se atrevi a

    responder al escrito de mi seor y que ste me encomend preparar una refutacinescrita de aquel inmundo libelo. Ahora es muy fcil hablar por hablar, pero, por aquelentonces, quin hubiera podido dudar del lugar donde se asentaban las simpatassinceras de Enrique, y ms si se le hubiera encomendado la tarea de atacar al infameLutero?

    As fue cmo en febrero de 1523, seis meses despus del ataque contra mi seor,comenc a redactar mi Respuesta a Lutero. El impo alemn haba escrito con supropio nombre el panfleto contra el rey, pero Su Majestad Enrique VIII y yoconsideramos que sera ms prudente que yo le respondiera oculto bajo unpseudnimo. Al principio, pens en escudarme bajo la identidad de un supuestoespaol que se habra sentido horrorizado ante la insolencia y la impiedad de Lutero.Al cabo de unos meses, sin embargo, rechac la idea. De esta manera, firm mi obracon el nombre de Gulielmus Rosseus y sembr el texto de pistas falsas para que nadiepudiera saber que era yo el que se ocultaba detrs de esa identidad ficticia.

    An ahora, reducido como estoy a este triste e injusto estado, no puedo evitarsentir satisfaccin por aquella obra que acomet llevado del celo espiritual msprofundo. Goc entonces de la ayuda de un monje alemn llamado Toms Murner. El

    pobre religioso haba acudido a nuestro pas horrorizado por la respuesta de queestaba disfrutando Lutero en el continente y estuvo encantado de proporcionarmecumplida informacin sobre algunas de sus opiniones. Le recompens de buen gradoporque sus servicios fueron muy beneficiosos para mis propsitos.

    En aquellas pginas expres por primera vez mi conviccin de que el papado noera una institucin humana y de que su persistencia resultaba indispensable para quenuestro universo no se desplomara, igual que lo hara una casa a la que se privara devigas. S que a algunas de mis amistades aquella nueva posicin ma les caus

    sorpresa. No mucho antes le haba confesado a mi buen amigo Antonio Bonvisi queel papado haba sido inventado por los hombres y para el orden poltico, y ms porla tranquilidad del cuerpo eclesistico, que por una orden real de Cristo. Me alegro

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    de haber cambiado entonces de opinin. Sin el papa, sin su gobierno firme ydispuesto a erradicar del seno de la Iglesia a individuos despreciables como Lutero, nila Iglesia catlica podra subsistir ni tampoco nuestra sociedad.

    El que Lutero me pareciera un enemigo de semejante calibre explica la durezacon que me expres en aquel libro contra l. Cubierto con la identidad de Rosseus

    poda adems hacerlo de manera absolutamente impune. Desde luego, no ahorr lostrminos que, tal y como yo lo vea, lo definan de la manera ms adecuada. Lo llammono, asno, borracho, mierda pestilente, embustero falto de honradez y hastafrailecillo pedorro. Tampoco me contuve a la hora de expresar lo que deba hacersecon l. Segn mis propias palabras, alguien tena que cagrsele en la boca y merseleen los labios porque con cada pedo arrojaba frases dignas del anatema, porque era undemonio lleno de mierda, de estircol y de excrementos.

    S que algunos cortesanos remilgados, pobres eruditos desvados, seguramente

    uzgaron aquellas palabras demasiado groseras, excesivamente fuertes, inclusoinnecesarias. Aunque han pasado ya varios aos y han sucedido muchas cosasrelevantes afirmo que disiento enrgica y totalmente de esa opinin. Como entoncesdej escrito, si intentara limpiar la boca de Lutero lo nico que conseguira es que seme llenaran los dedos de mierda. No obstante seamos honrados s soy conscientede que me equivoqu en algo, y fue en pensar que el peligro de la hereja iba a quedarconjurado de una manera tan fcil.

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    III

    1526-1527

    Durante casi cuatro aos estuve convencido de que la amenaza luterana quedara final

    y totalmente sofocada en nuestro reino. Cuando en el otoo de 1526 la traduccin delNuevo Testamento al ingls que William Tyndale haba llevado a cabo fue arrojadaoficialmente a las llamas, esa sensacin de que el mundo en que yo crea estaba asalvo slo pudo fortalecerse. Desgraciadamente no fue as. 1527, el ao que yocontemplaba como el de la victoria de las fuerzas del Bien sobre las hordas del Mal,iba a convertirse en el inicio de nuestros males actuales.

    Yo haba confiado en que aquel nuevo ao se revelara portador de las mejoresalianzas. Enrique VIII haba intentado combatir el excesivo poder de los espaoles

    alindose con Francia, pero, a mi juicio, aquel paso haba resultado polticamenteerrneo. Lo importante ahora no era mantener un equilibrio de poder en el continente,sino aplastar la hereja, y eso slo poda hacerlo Carlos, el emperador de Alemaniaque, por aadidura, era rey de Espaa. En el otoo de 1527, cuando se cumpla casiun ao de la reduccin a cenizas de la impa traduccin de Tyndale, mi amigo LuisVives acudi a Inglaterra. Ambos coincidimos en que Inglaterra y Espaa debanmantenerse unidas contra la amenaza luterana y que el eslabn ms slido de esepacto lo constitua el matrimonio contrado entre mi seor, el rey Enrique, y la reina

    Catalina, pariente del emperador Carlos. Mientras aquel matrimonio siguiera unido,Inglaterra y Espaa alzaran conjuntamente sus espadas para aplastar la hereja encualquier lugar donde esa pestilente hidra pudiera levantar sus innumerables cabezas.

    Fue entonces, a pesar de los ptimos augurios, cuando el rey Enrique comenz asufrir problemas de conciencia. S desde hace muchos aos que tan mala es laconciencia laxa como la escrupulosa. Una persona que pretende permitirse todo tipode pecados alegando que su conciencia no le condena es perversa, pero no es mejor lade aquel que se complica la existencia y, de paso, la de los dems viendo en todaaccin, incluso en la ms nimia, una manifestacin pecaminosa. En esa conductaerrada vino a incurrir Su Majestad, y no precisamente en el mejor momento. Claroque debe decirse en su descargo que llevaba arrastrando desde haca aos unasituacin que no poda calificarse ni de ptima ni de regular.

    Resulta difcil imaginar lo que fue la Historia de nuestro pas durante el siglopasado. Carentes de un heredero incontestado, las distintas casas nobiliariasdesangraron nuestra patria con interminables guerras civiles. As, a la inacabableguerra con Francia un conflicto que se extendi durante ms de cien aos sesumaron las tragedias domsticas. Cuando, finalmente, la Casa de Tudor accedi al

    trono, fueron muchos los que pensaron y, desde luego, desearon que aquelrosario de calamidades hubiera concluido. Cuando muri Enrique VII, nadie seinquiet porque dejaba como heredero al prncipe Arturo y ste, a su vez, tena un

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    hermano menor, mi seor Enrique. En apariencia la pacfica sucesin se hallabagarantizada.

    En 1501, Arturo, que todava era prncipe de Gales, contrajo matrimonio conCatalina de Aragn, lo que significaba que nuestro pas se aliaba con una poderosaEspaa que apenas acababa de reunificarse tras ocho siglos de lucha contra los

    infieles. Pero Arturo no tuvo suerte. Al ao siguiente de su boda muri, dejandoviuda a Catalina. Ahora muchos dicen que la mejor decisin que se poda haberadoptado entonces habra sido la de despedir a Catalina, con lo que nos hubiramosahorrado muchos problemas ulteriores. Eso es fcil de argumentar en estosmomentos, pero entonces slo pensarlo hubiera constituido una necedad. En primerlugar, Inglaterra no poda renunciar a la alianza con Espaa y, en segundo, nodisponamos de liquidez suficiente para devolver la dote de la viuda. Fue as cmo,de la manera ms natural, se tom la decisin de que Enrique contrajera matrimonio

    con Catalina.S, es cierto. Se planteaban problemas cannicos de cosanguinidad, pero el papano tuvo ningn reparo en emitir la oportuna dispensa para solventarlos. Cmo se ibaa oponer a los cristiansimos reyes de Espaa e Inglaterra? En cuanto a EnriqueSeguramente no le haca muy feliz la idea de contraer nupcias con una princesa msvieja y que difcilmente poda ser virgen, pero asumi su deber como lo hara ungallardo soldado. El 11 de junio de 1509, Catalina se convirti en su mujer.

    Tard en quedarse en estado. Hasta enero de 1511, Catalina nos dio a luz a unhijo. Como era varn, todos nos felicitamos por el alumbramiento, pero la alegradur poco. A las seis semanas, la endeble criatura mora. Habra que esperar un lustroentero, hasta enero de 1516, para que Catalina diera otra vez a luz. Para aquelentonces Enrique ya haba comenzado a dar seales de malestar. Haba compartidoincluso con algn cortesano que sospechaba que Dios le estaba castigando porcontraer un matrimonio ilcito ante sus ojos. Caba mejor prueba de ello que elhecho de que la reina tardaba aos en quedar encinta, y que de los dos hijos, elprimero haba sido un varn que muri en breve y el segundo, una hembra?

    En 1518, Enrique tuvo un hijo bastardo de Bessie Blount y aquella circunstancia

    pareci confirmar sus peores sospechas. Poda tener descendencia masculina, peroDios no se la concedera a travs de Catalina, con la que haba cometido el nefandopecado de descubrir la desnudez de su hermano, por utilizar las palabras del librobblico del Levtico. Quiz aquel bastardo podra haber sido un buen heredero acaso no lo nombr duque de Richmond algunos aos despus el propio rey?,pero la conciencia comenz a acosar a mi seor Enrique. No le remorda por teneralguna amante ocasional eso forma parte de los comportamientos habituales de losreyes y slo un hipcrita podra escandalizarse por ello, pero s por dejar el trono a

    merced de lejanos pretendientes que ensangrentaran el pas.Mientras Enrique se atormentaba pensando en su supuesto pecado con la que

    haba sido mujer de su hermano Arturo, Bessie Blount dej de ser su amante y su

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    lugar lo ocup Marie Howard, la hija del duque de Norfolk. No era la primera, comotodos sabamos, y como todos tambin sospechbamos tampoco sera la ltima, perono mucho despus hizo su aparicin Ana Bolena y nuestro mundo sin que casinadie se percatara comenz a crujir hasta sus cimientos.

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    IV

    1526-1528

    No tard, a diferencia de otros, en percatarme de que Ana Bolena era una verdadera

    amenaza para nuestro sistema. Amantes el rey las haba tenido, e incluso le habandado algn bastardo. Sin embargo, Ana era distinta. No eran sus ojos, ni susensibilidad artstica, ni tampoco su agradable voz lo que la converta en una mujerdiferente. Se trataba ms bien de las compaas que frecuentaba. Empeada en seruna mujer culta, en informarse de lo que suceda en el continente, eventual lectora delNuevo Testamento en secreto, simpatizaba o poda llegar a simpatizar con la causa dela Reforma. No era ciertamente luterana, pero manifestaba su aprecio por Erasmo y,aunque ste segua siendo mi amigo, no se me ocultaba en lo que poda concluir

    aquella propensin. Que el rey deseara acostarse con una mujer que no era su esposaera normal y aceptable, que esa mujer se inclinara hacia la hereja, aunque slo fuerapor seguir una estpida moda, resultaba peligroso, pero que adems se negara amantener relaciones ntimas con el rey, alegando escrpulos morales confera a lasituacin una peligrosidad que nadie poda minusvalorar. Y, por otro lado, quinpoda decirle a Enrique que no enviara cartas y regalos a Ana cuando dominicalmentesus confesores le absolvan de sus adulterios sin pronunciar ni la ms mnima palabrade censura? Yo no, desde luego.

    Como muchos otros que estbamos en el secreto y guardbamos silencio en tornoa l, decid que lo mejor que poda hacerse era esperar a que al rey se le pasara lacalentura. Mujeres le haban gustado muchas, amantes oficiales haba tenido ya dos.Como le haba venido el inters por Ana Bolena se le ira y con ella el peligro.

    Empec a dudar de que nuestra esperanza resultara fundada cuando el rey vino avisitarme a mi casa de Chelsea. Recorrimos el jardn charlando, y en un momentodado, como si deseara expresarme su afecto sobremanera, ech su brazo por encimade mi hombro. Que estaba apenado nadie hubiera podido dudarlo. Le atormentaba laidea de que el matrimonio de Catalina no slo no era vlido, sino que, adems, habaacarreado el castigo divino sobre su descendencia. Me plante entonces la posibilidadde anularlo partiendo de bases bblicas. A decir verdad, la peticin de Enrique no eraabsurda ni haba razones irrefutables para pensar que el papa no la escuchara. Sinembargo, yo saba ya entonces que aquella cuestin iba a resultar de solucin muchoms espinosa de lo que poda parecer a primera vista. El papa era un prisionerovirtual del emperador del que dependa para acabar con Lutero y saltaba a la vista queestaba prevaricando en su favor. No podamos contar con l, pero tambin habraresultado suicida oponernos a l.

    Cuando Enrique abandon mi casa, tuve oportunidad de charlar con mi yerno,William Roper. En un momento de debilidad le dije que habra estado dispuesto a queme metieran en un saco y me arrojaran al Tmesis si hubiera contado con la certeza

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    de que habra solucin inmediata para tres situaciones. Cuando el pobre William mepregunt por ellas le contest que, en primer lugar, que la mayor parte de losprncipes cristianos dejaran de estar involucrados en guerras mortales y vivieran enpaz universal; en segundo, que la Iglesia se viera libre de errores y herejas, reinandouna hermosa y perfecta uniformidad de religin, y, en tercero, que se solventara la

    cuestin del matrimonio del rey.Saba yo que todas aquellas cuestiones estaban ntimamente entrelazadas. Si el

    papa mantena su poder espiritual sobre la cristiandad y abortaba los proyectos de losherejes, nuestro mundo sobrevivira feliz. Si, por el contrario, ese poder se quebrabapor cualquiera de aquellas tres circunstancias, todos nosotros nos veramos anegadosen el caos.

    Esa conviccin me llev durante los meses siguientes a extremar las accionescontra cualquiera que pudiera cuestionar siquiera mnimamente no slo el dogma

    catlico, sino incluso el comportamiento del clero. Por aquel entonces haba ungrupito de eruditos de Cambridge que se reuna en la White Tavern para discutiracerca de la Reforma. Slo si arrancbamos aquellas manzanas podridas de lacompaa de las sanas tendramos alguna posibilidad de que toda la inmundicia no seextendiera al resto del cesto. El primero en recibir los golpes fue Thomas Bilney.

    Bilney era un sabio de Cambridge. El solo hecho de verse detenido lo sumi de lamanera ms literal en el pnico. Temblaba, tartamudeaba, babeaba en una palabra,se mora de miedo. Cuando se le condujo ante un tribunal, acusndole de esparcirideas herticas en Londres y en otros lugares hasta se desmay. Yo me ocup deinterrogar a uno de sus colaboradores ms estrechos y sal con el estmago revueltotras escuchar sus palabras. Aquella gentuza se congregaba por las noches concurtidores, sastres, pescadores y gente de una estofa tan baja como similar para leer elEvangelio en voz alta. En ocasiones era una familia la que se reuna junta para orar ogrupos de artesanos y aprendices a los que se sumaba de vez en cuando un estudiosoo un sacerdote desafecto. Para aquel entonces aquella gentuza haba constituidocuatro grupitos y, a buen seguro, de no haber estado nosotros atentos los hubieranmultiplicado.

    Thomas Bilney, tan valiente en la clandestinidad, demostr ser un cobarde cuandocay en nuestras manos. Abjur pblicamente de sus actos y opiniones. Entonces sele conden a llevar el sambenito y a quedarse en prisin once meses. Fue un castigoleve lo s pero en aquella poca pensbamos que no sera necesario ms paraextirpar aquella peste.

    De todos es sabido que nos equivocamos creyendo que los dems seguiran elcamino de Bilney. Tuvimos que llevar a cabo decenas de arrestos en Londres yampliar nuestras actividades a otras poblaciones. A los tres meses del proceso de

    Bilney, tanto yo como mis colegas eclesisticos tuvimos que multiplicar nuestrosesfuerzos para acabar con aquellos herejes. Y s, como siempre las universidadesnos plantearon uno de los peores problemas. Escrib personalmente a las autoridades

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    de Oxford para que procedieran a llevar a cabo todos los arrestos pertinentes yenviaran a los detenidos en el mayor de los secretos a Londres. Mi deseo era evitarque corriera la voz de lo que estbamos haciendo y otros herejes huyeran ponindosea salvo o quemaran los libros prohibidos que pudieran inculparlos.

    Yo mismo llev a cabo el registro de la casa de Humphrey Monmouth, uno de los

    hospedadores de Tyndale, con la intencin de dar con pruebas que lo inculparan. Nolo consegu, pero Monmouth acab confesando que haba quemado todas las cartas ytratados que Tyndale le haba hecho llegar.

    Ms suerte hubo con Thomas Garrett, uno de los estudiosos de Oxford. Al igualque Bilney, poda estar interesado en la causa de la reforma pero, desde luego, notena madera de mrtir. Convenientemente presionado, delat a varios de susconocidos y pudimos apoderarnos de centenares de libros prohibidos.

    Por lo que se refiere a los estudiantes se detuvo a seis y se procedi a recluirlos

    en el Cardinal College. Tres murieron, pero la contaminacin se detuvo.Ahora con el paso del tiempo estoy convencido de que fuimos demasiadobenvolos. De hecho, aunque se produjeron algunas muertes no llegamos a quemar anadie en la hoguera. Sin embargo, debo decir en mi descargo que en aquel entoncesnos pareci suficiente y que adems las condiciones distaban mucho de ser propiciaspara adoptar medidas ms enrgicas.

    En 1528, el grano comenz a escasear por las malas cosechas y el precio del panse dispar. Por si fuera poco, al llegar el verano se produjeron terribles brotes depeste, de tal manera que hubo que interrumpir la actividad de los tribunales enWestminster y el mismo rey se vio obligado a huir. No dud entonces y as loexpres repetidas veces que todas aquellas desgracias no eran otra cosa que unterrible castigo que Dios enviaba sobre el pas por haber recibido aquellos pestilenteslibros repletos de herejas. O acabbamos con toda aquella gente o el reino sehundira.

    Convencido de ello, aquel mismo ao comenc a escribir un Dilogo referente alas herejascon la intencin de combatir aquella plaga. Fue mi primer libro escrito eningls y confieso que dar aquel paso me cost vencer una fuerte repugnancia. Sin

    embargo, no poda hacer otra cosa. Los herejes se haban empeado en utilizar lalengua vulgar y en dirigirse en ella al pueblo. Slo poda intentar combatirlos conxito recurriendo a sus mismas armas.

    Me expres con suma claridad en miDilogo. Los herejes estaban empeados enfundamentar nuestra vida sobre la Biblia. Semejante accin por muy justificadaque pudiera parecer a seres ignorantes como los artesanos o los pescaderosconstitua un atentado directo contra el mundo en que vivamos. Nuestra religin ynuestra forma de vivir podan desaparecer si se les haca caso. Adems, yo estaba

    convencido de que ahora cuestionaban el comportamiento de los clrigos, pero no sedetendran ah. Luego criticaran nuestra sociedad y el poder de los nobles, losimpuestos y el gobierno del rey. Toda nuestra cultura construida con el sudor y el

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    trabajo de siglos se vendra abajo entonces como si se tratara de una casa de pajaempujada por un poderoso vendaval. Por eso conclu la obra con una afirmacin de laque entonces estaba seguro y de la que no tengo ninguna duda ahora, despus detanto tiempo, la de que los herejes deben ser castigados por muerte en el fuego.

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    V

    Enero-octubre de 1529

    Durante los primeros meses de 1529 se distribuy por la corte un tratado tituladoSplica en favor de los mendigos. Su autor era Simon Fish, un pestilente e impohereje que antes de la publicacin de aquel panfleto se haba puesto a salvo denosotros huyendo a Amberes. En sus pginas, aquella obra acusaba al clero deavaricia, afirmando que se apoderaba de toda la tierra y de todos los diezmos quepoda y que estaba llevando al reino a una situacin de mendicidad. Declarabaasimismo que los clrigos posean la tercera parte de la riqueza del reino y que noperdan ocasin de afirmar su poder frente al rey.

    Debo reconocer que aquel canalla no pudo escoger un momento ms apropiado

    para hacer circular su libelo. El papa se negaba a escuchar a Enrique en la delicadacuestin de su matrimonio, y adems la gente del reino pasaba hambre y no podadejar de ver que su mala fortuna no era compartida por frailes, sacerdotes y monjas.Pese a esto, seguramente todo podra haber quedado solventado con un poco de fuegode no ser por aquella mala mujer llamada Ana Bolena.

    De una manera que no s a ciencia cierta, pero que puedo sospechar, Ana se hizocon una copia de aquel inmundo panfleto y se la entreg al rey. Enrique cuyainteligencia sera yo el ltimo en negar lo mantuvo en su poder durante tres o

    cuatro das, lo ley y se lo devolvi a la mujer, comentndole que si se mueve unapiedra siempre existe el riesgo de que todo el muro se venga abajo.Cuando conoc la respuesta del rey me sent ms tranquilo. Sin duda, mi seor

    haba llegado a la misma conclusin que yo, la de que una vez que cayera uno de lospilares del reino los otros lo seguiran en una rpida sucesin, provocando un desastreabsoluto y total. Sin embargo, tambin me percat de que mis sospechas en relacincon Ana distaban mucho de haber resultado exageradas. Por el bien de todosresultaba imperativo que el rey se cansara de ella o nuestro destino podra llegar a seraciago.

    De momento, sin embargo, no poda forzar la mano. A las pocas semanas de leerla Splicacosa que me era lcito hacer en mi calidad de inquisidor de las causascontra los herejes puse manos a la obra para redactar un librito que excitara lasconciencias de los fieles a fin de que permanecieran en el seno de la nica Iglesiaverdadera. Tena una extensin diez veces superior a la de la Splica, y lo titulSplica de las almas. Eleg como el tema que me result ms atractivo y, a la vez,prctico el de las nimas que sufren en el purgatorio.

    No se me ocultaba que eran muchos los que padecan a causa de sus parientes que

    experimentaban penas de sentido en el purgatorio y que adems teman correr lamisma suerte, dado que sus vidas no se distinguan precisamente por su santidad.Adems, Lutero haba comenzado su miserable carrera de heresiarca, atacando las

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    indulgencias, la potestad del papa para sacar a las almas del purgatorio y, sutilmente,la existencia de ste. Ya por aquel entonces los herejes negaban frontalmente laexistencia del purgatorio y blasfemamente pretendan que la sangre de Cristo era msque suficiente para limpiar todos los pecados y perdonar todas las penas que debieransufrir los hombres. Aquel maldito Fish haba afirmado incluso que las misas por las

    almas del purgatorio eran slo un medio ms para sacar dinero a la gente pobre ysencilla.

    Para salir al paso de tan nocivas tesis, que de una manera tan acusadamentedisolvente podan actuar sobre nuestra sociedad, relat de la manera ms real quepude cmo el fuego del purgatorio abrasa a los condenados en el curso de sus penas.Me detuve en sealar cmo las llamas queman los vestidos de las almas pegndoselosa las espaldas, o cmo los adornos del pelo se consumen y caen despedazados por elfuego sobre el pecho de los condenados. Describ cmo en tan terrible lugar

    cohabitan demonios y hombres y cmo en el mismo abundan los prados umbrosos,las ruedas de fuego y los rugientes ros. Acaso poda extraarle a alguien preguntaba yo que en tan inhspitos y terribles parajes los muertos invocaran a losque todava estaban vivos para que los sacaran de all? Quin no acudira a ayudar asu madre en un trance como se? No sera una verdadera muestra de caridadrecordar la terrible sed de aquellos torturados cuando uno se sentaba a beber?

    Cuando recuerdo ahora las frases con que fui tejiendo aquel libro debo reconocercon toda humildad que fueron no slo apropiadas, sino tambin notablementeafortunadas. Mostraban de manera clara e indiscutible la suerte que esperaba aaquellos que osaran oponerse a la Iglesia catlica por ms que tuvieran la fortuna deeludir a los hombres del rey.

    Pero mi mensaje no estaba destinado tan slo a los sbditos, sino tambin anuestro soberano seor. Le asegur en aquellas pginas que el clero no slo no leestaba privando de ingresos, sino que, en realidad, constitua uno de sus aliados msfirmes para mantener el orden. No eran precisamente aquellos sacerdotes los quepredicaban continuamente desde el plpito que hasta los simples pensamientos desedicin seran terriblemente castigados por Dios en el otro mundo? Privarlos de sus

    propiedades sera una necedad y adems colocara a Inglaterra en la misma delicadasituacin por la que entonces estaba atravesando Alemania. El ataque contra la Iglesiasera slo el primero de una larga serie que se emprendera contra cualquier forma deautoridad sin excluir en absoluto la regia. No pude escribirlo con ms claridad.Aquellas fuerzas disolventes que se movan tras de las herejas se extenderan y alfinal arrastrarn a todo el reino a la ruina y esto no sin violencia y sin que las manosqueden tintas en sangre.

    S que aquellas palabras hicieron su efecto sobre el corazn del rey Enrique. En

    octubre de aquel ao de 1529 dio un paso que me lo confirm sin ningn gnero dedudas.

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    VI

    Octubre de 1529 - diciembre de 1530

    A pesar de mis constantes esfuerzos y de los del rey no puede decirse que a finales de

    1529 tuviramos un xito total en la extirpacin de la hereja. En realidad, lospestilentes libros herticos no dejaban de penetrar en el pas escondidos en barriles,ocultos entre ropas o cubiertos con mercancas. Tan slo de aquellos das recuerdo unlibro de William Roye defendiendo la doctrina de Lutero, otro de John Frithafirmando que el Anticristo era el papa, y uno ms de John Fish el odioso Fish denueyo alegando que la mayora de los sacramentos catlicos carecan de basebblica.

    Yo haba propuesto haca tiempo pasar del encarcelamiento y los castigos

    pblicos a las ejecuciones en la hoguera, pero lo cierto es que, de momento, me vealimitado en mis posibilidades de accin. Fue entonces cuando Su Majestad tom unadecisin que me permiti llevar a cabo aquello con lo que haba soado tantas veces.

    El 9 de octubre, el cardenal Wolsey, entonces canciller de Inglaterra, fue arrestadopor orden del rey. Que haba cado en desgracia ante Enrique era un secreto a vocesdesde haca meses. Desde luego, debe reconocerse que no se haba destacadoprecisamente por su habilidad a la hora de solventar el problema que tena el rey conla reina Catalina y su deseo de anular el matrimonio. El pobre Wolsey termin mal.

    Sobre el 17 o el 18 del mismo mes devolvi el sello de canciller mientras lloriqueabalamentando no haber servido a Dios con el mismo celo que lo haba hecho con el rey.Por aquel entonces ya se haban desatado oleadas de rumores acerca de quin

    sera el sucesor de Wolsey, pero yo lo reconozco humildemente, saba que pocospodan competir conmigo. Es verdad que no era sacerdote sino laico, pero esacircunstancia, en aquellos momentos precisamente, me favoreca porque permita alrey mostrar ante todo el mundo que nombrara un canciller a su gusto y no al de otrosreinos sin excluir al papa. Por otro lado, yo haba dado muestras de un celo tanextraordinario a la hora de perseguir herejes y eso sin pesar sobre m ningunaobligacin formal de hacerlo que cualquiera poda darse cuenta de que era uno delos hombres ms adecuados para sustituir a Wolsey.

    El 25 de octubre fui designado lord canciller. Era cierto que por aquel entonces yosegua apoyando a la reina Catalina por las razones que ya he comentado, pero aEnrique aquella circunstancia no pareca incomodarle lo ms mnimo. Saba que lareina conservaba una cierta popularidad y hasta que pudiera recibir la ansiadaanulacin no tena ningn inters por crearse problemas con sus seguidores.

    Recuerdo a la perfeccin el juramento que pronunci al ocupar mi nuevo y

    relevante cargo. Me compromet a no tolerar que se causara dao al rey o que sepretendiera disminuir su poder. No hace falta que insista en que se trat de unuramento totalmente sincero. Cuanto ms fuerte fuera el rey, cuanto ms vigor

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    mostrara en su oposicin a los enemigos de la verdadera fe, mayor sera la extensinde su reino.

    Aquel que llega al poder en una monarqua, incluso si alcanza el puesto mselevado por debajo del rey, debe ser consciente de que necesita a otros paramantenerse en aquella posicin el mayor tiempo posible. Son tantos los que

    ambicionan privarle de ella y resultan tan voltiles los reyes que no slo corre granriesgo de caer, sino de sufrir terriblemente en esa circunstancia. Precisamente porello, busqu desde el principio contar con colaboradores que me permitieran retenertodo el poder en las manos y, sobre todo, utilizarlo para los propsitos que desdehaca aos me haba marcado.

    Fue as cmo busqu el apoyo de Thomas Howard, el duque de Norfolk, que eralord del Tesoro, y de Charles Brandon, el duque de Suffolk, que muy pronto seranombrado lord presidente del Consejo. Por supuesto, Norfolk era la figura ms

    destacada. Su hija que haba sido desde 1519 amante del rey finalmente se habacasado con el duque de Richmond, el bastardo que Enrique haba tenido de BessieBlount. Para remate era to de Ana Bolena, aquella mujer repugnante que quiz noera todava la querida del rey y que, desde luego, no pareca inclinada a conformarsecon esa posicin.

    S que haba mucha gente que no poda sentir simpata hacia Norfolk. Leconsideraban un alcahuete especialmente habilidoso a la hora de aprovechar la lujuriadel rey. Mi opinin resulta bien distinta. Desde el principio colaboramos eficazmenteen los asuntos del reino y, de manera muy especial, nos sentimos unidos en el deseode defender lo que denominbamos respetuosamente la antigua fe.

    Siempre me preci de conocer con cierta profundidad la historia clsica. Saba porello que lo primero que debe hacer un gobernante que accede al poder es denigrar asu predecesor en el cargo. Algunos pensarn que no es precisamente esecomportamiento una muestra de caridad cristiana. Puede ser, pero la prudencia es unavirtud cardinal que no debe ser desechada. El 3 de noviembre, cuando el Parlamentose reuni en la iglesia de Blackfriars, aprovech para pronunciar un discurso en el quedespedac sin ningn gnero de contemplaciones al ya cado Wolsey.

    Ya en aquellos das no fueron pocos los que me acusaron de ingratitud hacia uncardenal que en el pasado me haba sido favorable siempre y que no haba perdidoocasin de prodigarme beneficios. Debo decir en mi descargo que yo no pretenda seringrato hacia Wolsey, sino grato al rey. Adems, ya haban comenzado a circularhablillas en el sentido de que el cardenal poda recuperar el favor regio, y ni Norfolkni yo estbamos dispuestos a permitir esa situacin. Wolsey se haba manifestado,pese a ser un purpurado, demasiado blando con la hereja. Su lugar ms adecuado erael de verse apartado de la corte a la espera de una muerte tranquila y, a ser posible,

    piadosa.Debo reconocer que no pude dar inicio a mis tareas bajo mejores auspicios. En

    aquellas primeras sesiones del Parlamento, Norfolk y yo conseguimos bloquear

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    cualquier iniciativa legal cuya finalidad fuera la de disminuir el peso del clero en elreino de Inglaterra. Ocasionalmente, aceptamos alguna censura formal contra abusosmanifiestos, pero logramos mantener en pie un edificio que nos parecaextraordinariamente hermoso, no slo por su solidez y antigedad, sino,fundamentalmente, por su utilidad en el mantenimiento del orden.

    Pero de la labor que tanto entonces como ahora me siento ms orgulloso es de lapersecucin sin cuartel que desencadenamos contra los herejes. Ocasionalmente,llegu a utilizar mi propia casa de Chelsea como lugar donde interrogar a aquellosdesalmados y castigarlos corporalmente. Recuerdo, por ejemplo, a un jovenzuelo quehaba prestado odos a un luterano y luego haba incurrido en la imperdonable falta decomentar con un criado las opiniones que tena el hereje sobre la eucarista. Sindudarlo un instante, orden que lo desnudaran y que fuera flagelado ante todos loshabitantes de la casa. Se me podr acusar de que exponer sus vergenzas en pblico

    no fue precisamente un espectculo decoroso, y ms habiendo mujeres. Puedoasegurar que cuando el ltigo desgarr por vez primera aquella carne joven sus partesntimas eran insignificantes miserias que ms movan a piedad que a deseo y, encualquier caso, el carcter ejemplar del escarmiento no pudo quedar ms demanifiesto.

    Tambin tuve que aplicar un correctivo a un loco que habitaba en Bethlem. Elmuy necio tena la costumbre de levantar las faldas de las mujeres que estabanarrodilladas en la iglesia cuando el sacerdote alzaba la hostia en el altar. Lo que meindignaba no era tanto su impudicia cuanto la manera en que la gente poda llegar aconfundir los dos actos de alzar. Orden que lo arrestaran, que lo ataran a un rbol dela poblacin de Chelsea y que lo golpearan con bastones hasta que quedara sinsentido. El remedio result completamente eficaz.

    Sin embargo, debo reconocer que estos dos casos no merecieron en exceso ni mitiempo ni mi atencin. Lo que me preocupaba y de una manera casi angustiosaera la actividad de los denominados hermanos, una gente que se reuna por lascasas para orar y leer el Nuevo Testamento, deslizndose as perniciosamente por elcamino de la hereja.

    En enero de 1530, dict una proclama contra los herejes y los textos herticos. Enella se estableca que todos los funcionarios del reino deban esforzarse por hallarloscon esa finalidad se les proporcion una lista lo ms detallada posiblereduciendo a prisin sin ningn gnero de contemplaciones a cualquiera que loshubiera tenido en su poder sin hacer excepcin por razones de sexo, rango o edad.

    Precisamente por aquellos das escrib una carta a mi buen amigo Erasmo paradecirle que aquella gentuza me pareca odiosa y que tena la intencin de acabar conellos valindome de cada partcula de poder que obrara en mis manos. Como le

    sealaba oportunamente, no me caba la menor duda de que el futuro del mundomismo se hallaba en peligro por su culpa y por la de sus dogmas sediciosos. Lahereja no slo era un ataque contra las verdades enseadas por la Santa Madre

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    Iglesia, sino tambin y de manera muy especial una forma de desorden cuyosefectos afectaran a los estratos ms elevados de nuestra sociedad.

    Una vez bien sujetas las riendas de mi cargo de canciller, no se tard mucho enquemar al primer hereje. Se llamaba, si no recuerdo mal, Thomas Hitton. Haba sidosacerdote, pero en un momento dado haban cado en sus manos algunos pestilentes

    opsculos de Lutero y de Zwinglio. A partir de entonces se pas al bando de lahereja sin ningn tipo de temor. Cuando empezamos a seguir sus huellas llevabacierto tiempo actuando de intermediario entre grupos herticos de nuestro reino y delos Pases Bajos. Serva de correo a los hermanos hermanos de Belceb, debadecirse de Londres y Amberes, y en sus repugnantes correras aprovechaba paraintroducir en Inglaterra libros prohibidos.

    Hitton cay en manos de la justicia de una manera que slo puedo atribuir a laProvidencia y al cuidado que nos dispens para acabar con aquella peste hertica. Al

    parecer se hallaba paseando cerca de un lugar donde haba ropa secndose cuandoalguien comenz a gritar que le haban robado unas prendas de lino. Los agentes de laley cayeron sobre Hitton y lo detuvieron. No tard en aclararse que era inocente decualquier fechora, pero en el registro de sus haberes se descubrieron en su abrigounas cartas ocultas relacionadas con los herejes. Apenas haba pasado un mes desdemi proclama contra la hereja y Hitton fue conducido inmediatamente ante lapresencia del arzobispo de Canterbury.

    El muy miserable confes durante los interrogatorios todas las herejas queprofesaba. Neg la existencia del purgatorio precisamente el tema que yo habaabordado tiempo atrs con la mayor elocuencia de que haba sido capaz, insisti enque no deba rendirse culto a las imgenes y hasta se permiti afirmar que la misaescasa relacin tena con lo enseado en los Evangelios. El arzobispo lo entreg a lospoderes seculares para que lo ejecutaran y as se hizo cumplidamente. Fue quemadoen Maidstone. No deseo ocultar por qu habra de hacerlo? que la muerte deaquel hereje miserable, contumaz y descarado me produjo una profunda satisfaccin.Como seal por aquel entonces se haba purgado un espritu de error y mentira.Desde luego, yo estaba seguro no dej de manifestarlo de que el alma de Hitton

    haba ido derecha del fuego breve al fuego eterno.Aquella muerte ms que justificada no dej de rendir beneficios de manera casi

    inmediata. Apenas haba pasado un mes cuando John Stokesley, el obispo deLondres, se puso en contacto conmigo para estudiar la mejor manera de acabar conaquella plaga que segua amenazando el reino. Fue as cmo, en colaboracinfraternal, Stokesley y yo tejimos una red de espas e informantes en la capital. Miscartas y escritos de aquella poca estn repletos de referencias a nuestros repetidosxitos. Porque no hay que engaarse mis ayudantes ms eficaces no eran los

    agentes del rey Enrique, sino los miembros del clero. En seal de agradecimiento poraquella fraternal y fecunda colaboracin, durante la primavera de aquel ao de graciade 1530 mi esposa y yo recibimos una carta de confraternidad procedente de los

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    benedictinos de Canterbury. No slo eso. Me convert en el nico laico que formabaparte de una comisin eclesistica que se reuna en Westminster para discutir laliteratura hertica. Tanto ellos como yo sabamos que podamos manifestar nuestraconfianza recproca. Pretendamos lo mismo y estbamos de acuerdo en los mtodospara lograrlo.

    En junio, me permit dar un paso ms para estrechar el cerco que estabaestableciendo en torno a la hereja. Esta vez prohib todas las traducciones de lasSagradas Escrituras, totales o parciales, a la lengua del pueblo. A esas alturas ya notena ninguna duda de que entregar la Biblia a los laicos era tan peligroso como darleun cuchillo a un loco furioso. En la proclamacin dej claramente de manifiesto quela causa de la prohibicin no era otra que la malignidad del tiempo presente, con lainclinacin del pueblo hacia las opiniones errneas.

    Fue una norma llena de sabidura. Por eso a nadie pudo sorprenderle que

    comenzara a dar frutos con rapidez. Apenas haba llegado el otoo cuandocomenzaron las detenciones de personas que posean libros prohibidos.Personalmente, me ocup de interrogarlos ante la Cmara estrellada y de que se lesconfinara en diferentes mazmorras. No se trataba de herejes, sino de meros necios alos que el deseo de conocer cosas nuevas haba impulsado a adquirir escritosnefastos. Precisamente por eso consider que bastara con exponerlos a la vergenzapblica para castigarlos. Se les conden a cabalgar al revs con los textos prohibidosprendidos de sus ropas. Durante el trayecto de la Torre a Cheapside Cross leslanzaron fruta podrida y estircol, un smbolo ms que adecuado de la podredumbreque llevaban colocada sobre el cuerpo y que podra haber inficcionado sus almas ylas de otros.

    Estoy seguro de que se trataba de un castigo leve para el peligro que implicaba laposesin de un libro prohibido. No hace falta decir que algunos no eran de la mismaopinin. Por ejemplo, se dio el caso del criado de uno de los presos que se sinti tanalarmado por la suerte de su amo que tuvo la osada de presentar una peticin ante elParlamento para que se le pusiera en libertad. Lo ltimo que poda consentirse eraque el Parlamento no aprobara sino discutiera siquiera la cuestin de la libertad de

    conciencia. Un debate sobre ese tema habra podido paralizar totalmente unasacciones que estaban dando unos frutos magnficos. Como era de esperar, no pudeconsentirlo. Orden que se detuviera al incmodo e imprudente fmulo, lo interroguy lo envi a una mazmorra de la prisin Fleet.

    Se objet entonces que, pese a mi formacin de jurista, estaba violando derechosque los sbditos haban visto reconocidos desde haca siglos. Puede que as fuera,pero nuestra causa era muy superior a ninguna otra. Si el reino que defendamos connuestras acciones era corrodo por la hereja, se vendra abajo y entonces no

    quedaran derechos por defender. Conculcar ahora algunos de esos derechos y mssi estaban relacionados con gente de baja y servil condicin era simplemente unpequeo sacrificio de la ley para defender un bien superior. La veracidad de mi tesis

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    qued claramente de manifiesto en el caso de John Petyt.John Petyt era un mercader acaudalado que resida en Lyons Quay, apenas a unas

    yardas de la famosa taberna de Botolphs Wharf. Habamos recibido noticias denuestros informadores en el sentido de que Petyt ocultaba en su casa libros herticos,de manera que orden un allanamiento e incluso particip en el mismo.

    Lamentablemente, no pudimos encontrar ni una lnea que permitiera inculpar alcomerciante. Nos encontrbamos con un enorme problema. Cmo podamosencerrar a alguien indefinidamente sin una partcula inculpatoria en su contra?Solvent la situacin de la manera que me pareci mejor. Un sacerdote que formabaparte de nuestros colaboradores dio testimonio afirmando que Petyt haba ayudado afinanciar la traduccin del Nuevo Testamento de William Tyndale, as como otroslibros herticos. John Petyt clamaba a voz en cuello que aquello no pasaba de ser unfalso testimonio y que lo nico que se pretenda era despojarle de sus bienes ganados

    gracias al duro trabajo de aos. No le sirvi de nada. Orden su confinamiento en laTorre. All se pudri hasta morir entre las cuatro paredes de una mazmorra. Mientrasmi mano no temblara a la hora de adoptar estas decisiones el reino poda dormirtranquilo.

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    VII

    1 de enero - 1 de diciembre de 1531

    Pero si el ao 1530 fue alentador en la lucha contra la hereja, el siguiente result

    indiscutiblemente glorioso. Aquellos herejes insistan cuando se les detena en que selimitaban a seguir sus conciencias. Pobres necios! Cmo no se percataban de que laconciencia individual nunca puede osar poner en peligro las slidas bases del reino?Cmo podan, en su insufrible atrevimiento, pretender que la libertad de las personaspoda ser antepuesta a los sagrados intereses de la Iglesia y de la monarqua, es decir,del orbe mismo?

    El ao comenz en realidad con la quema de William Tracy. Este miserable yahaba muerto y su cuerpo llevaba tiempo descomponindose en la tumba, pero al

    examinarse su ltima voluntad se descubri que era un pestilente hereje. No podahacerse otra cosa. Se exhum el cadver, se le juzg, se llev a la plaza pblica y allfue entregado a las llamas hasta que no quedaron de aquel cuerpo corrupto ms quecenizas.

    Pese a todo, y dado que se trataba de alguien ya fallecido, creo que, en realidad, laactividad de aquel ao dio inicio ms bien con el proceso de Thomas Bilney.En 1527, ya haba sido detenido por hereje, pero, dado que haba abjurado la condenaque contra l pronunci Wolsey, se limit a la pena de llevar un sambenito.

    Yo haba ya escrito tiempo atrs que el fuego era la nica pena que en puridaddeba ser aplicada a los herejes, y el caso de Thomas Bilney constituy una pruebaindubitable de la veracidad de mi aserto. No slo no abandon sus ideas, sino queincluso se envalenton al comprobar que haba salvado el pellejo a tan bajo coste.Durante aquellos aos se haba dedicado a predicar la hereja entre los desesperados ymenesterosos, especialmente aquellos que haban sido desahuciados en las leproseraso estaban recluidos en las crceles. Cuando supe esto comprend que Bilney erapeligroso, muy peligroso. Era obvio que no buscaba dinero ni posicin culespodan proporcionarle los presos y los leprosos? y eso aumentaba cualquier daopotencial. Lo que pretenda era llegar a los humildes, contaminarlos con sus ideas,arrastrarlos hacia su pantanosa fe. De sobra ha mostrado la historia en repetidasocasiones que cuando alguien gana los corazones de los desposedos, los das de esereino estn contados. Acaso no fue eso lo que sucedi con el Imperio romanocuando el cristianismo abri sus brazos a los esclavos y a las mujeres, a los pobres y alos gentiles?

    El interrogatorio de Bilney result medianamente revelador. Aunque era un sujetode cuerpo pequeo no puede negarse que la fuerza que habitaba su espritu era

    grande. Ni una sola vez titube o dud. Cuando se le pregunt por qu no impulsabaa los presos o a los moribundos a recurrir a las reliquias, a las imgenes milagrosas,siquiera al auxilio del sacramento de la penitencia, contest osadamente que Cristo

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    era ms que suficiente para salvar a cualquier ser humano. Ante nuestra miradaatnita comenz entonces a decir que slo Cristo se haba hecho hombre para morirpor todo el gnero humano en la cruz, que su bendita sangre limpiaba de toda culpa,que llamaba a todos sin condicin a acudir a l para recibir el perdn de los pecadosy una nueva vida, y que ningn hombre poda aadir nada a lo que Cristo haba hecho

    sacrificndose en nuestro lugar.Cristo, nuestro bendito Salvador dijo con un entusiasmo sereno, tambin

    os ofrece a vosotros, mis seores, la posibilidad de obtener vida eterna, una vida queningn papa, concilio ni sacerdote puede brindar si acuds humildemente ante l, sireconocis vuestros pecados sinceramente, si aceptis en vuestro corazn su benditosacrificio en la cruz tendris vida eterna, pero si lo rechazis o pretendis sustituirloscon ritos que han sido creados slo por hombres os perderis eternamente. Misseores, os lo pregunto ahora, estis dispuestos a renunciar a todo para recibir a

    Jess y la salvacin que os ofrece?Un silencio atnito se extendi por la sala cuando termin de pronunciar aquellaspalabras. Desde luego, resultaba obvio que aquel pestfero hereje no slo no sentamiedo, sino que, adems, haba perdido todo sentido del pudor. Iba a ordenar que loretiraran cuando un magistrado, imprudentemente como se ver, decidi prolongar elinterrogatorio.

    Acaso debemos entender pregunt con gesto severo que profesis lacreencia hertica de que el hombre es justificado por la fe sin obras?

    S, es cierto que la sostengo respondi tranquilo Bilney, pero no eshertica, ya que as la ensearon tanto san Pablo como el mismo Jesucristo.

    Nuevamente hice ademn de silenciar a aquel desvergonzado, pero el estpidouez s, los jueces necios no son menos que los carniceros o los taberneros necios

    prosigui.En dnde fundamentis tan disparatada afirmacin? pregunt empujando su

    cuerpo hacia adelante.El Evangelio de san Juan en su captulo quinto menciona aquellas palabras de

    Jess que dicen: En verdad, en verdad os digo que el que oye mi palabra y cree en el

    que me envi tiene vida eterna y no vendr a condenacin sino que ya ha pasado demuerte a vida. Reparad, mis seores, en que nuestro Salvador afirma con claridadque para el que cree la vida eterna no es una esperanza futura sino una realidadpresente porque ya ha pasado de la muerte espiritual a la vida, y eso sin necesidad demediadores humanos ni de ceremonias externas.

    Por lo tanto, no creis que Cristo vino a este mundo para fundar una Iglesia?prosigui el juez mientras yo comenzaba a retorcerme las manos con impacienciaante la torpeza que estaba poniendo de manifiesto.

    Mi seor respondi Bilney, bien s, porque as lo ensea el Evangelio, queJesucristo fund una Iglesia, pero sa no fue la razn fundamental de su venida a estemundo. El mismo Evangelio de san Juan en su captulo tercero establece que de tal

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    manera am Dios al mundo que dio a su Hijo unignito para que todo aquel que en lcrea no se pierda sino que tenga vida eterna. Nuestro Salvador vino a este mundoante todo para mostrar que Dios nos amaba y que no deseando que nos perdiramosaceptaba el sacrificio de Cristo pagando por nuestros pecados de tal manera que todoaquel que crea en l no se condene sino que reciba la vida eterna. Reparad una vez

    ms en que sta no es algo que obtengamos por nuestros propios mritos ni pormediacin de una Iglesia, sino que constituye un don que Dios nos hace por suinmerecido amor y que nosotros podemos aceptar o rechazar.

    Pero pero balbuce el juez a mitad de camino entre el pasmo y la clerasi lo que decs es cierto, de qu sirve la intercesin de la Santa Madre de Dios y delos santos? Cul es la utilidad de las penas sufridas por las nimas en el purgatorio?

    Mi seor respondi Bilney, ni Mara, a la que respeto y amo por habersido la madre de Nuestro Redentor, ni los santos tienen potestad para interceder por

    nosotros. El santo apstol Pablo en el captulo segundo de la primera epstola dirigidaa san Timoteo afirma: Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y loshombres, Jesucristo, hombre que se dio como precio de redencin por todos paratestimonio en sus tiempos. En cuanto al purgatorio, mi seor, debo indicarosrespetuosamente que ni en un solo captulo de las Sagradas Escrituras se habla de l yque su misma creencia es absurda porque cmo iban a sufrir entre las llamasaquellos cuyos pecados han sido totalmente limpiados por la sangre preciosa deCristo?

    Ya hemos odo bastante dije interrumpiendo a Bilney. Este tribunal notiene como misin la de examinar las opiniones claramente herticas del detenido.Propongo que se proceda a su traslado a un tribunal eclesistico que lo examinepertinentemente.

    Quin hubiera osado oponerse a la opinin del canciller del rey? Si en aquelentonces haba alguien provisto de ese temple en toda Inglaterra y no lo creo salvoen el caso de aquellos miserables herejes desde luego no se sentaba en aqueltribunal. Bilney fue enviado siguiendo mis sugerencias ante los jueces eclesisticos.Como era de esperar lo consideraron culpable de hereja y lo condenaron. De todos es

    sabido que la Iglesia no se mancha nunca las manos de sangre, sino que en tales casosentrega despus a los reos al brazo secular para que ejecute la sentencia. Eso fue loque sucedi con Bilney. Ardi como una pavesa en el Pozo del Lollardo, situado a lasafueras de Norwich.

    Supe despus que el muy canalla se haba entrenado en la prisin para resistir lahoguera sin abjurar de sus herticas opiniones colocando las manos sobre la llama deuna vela. Muri empecatado como lo haba estado durante los ltimos aos. Sinembargo, no podamos consentir que el pueblo pensara que se haba comportado con

    valenta o lo que hubiera sido mucho peor que se haba tratado de un mrtir.Difundimos as la versin de que, en el ltimo momento, justo antes de que las llamascomenzaran a consumirlo, Bilney haba abjurado de la hereja. Yo mismo escrib que

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    Dios en su infinita misericordia haba llevado su cuerpo a la muerte perofinalmente, gracias a su abjuracin, haba salvado su alma.

    Fue una mentira total y absoluta lo reconozco pero acaso no habademasiadas cosas en juego como para poder ser indulgente con un pecadillo comose? Si corra la voz de que Bilney se haba mantenido fuerte hasta el final era muy

    posible que mucha gente perdiera el pavor a aquel castigo y eso no se poda consentir.Deba quedar de manifiesto que, frente a las llamas, todos cedan. Por qu entoncesllegar hasta ese extremo? Era mucho mejor abandonar la hereja y permanecertranquilamente en el seno de la nica Iglesia verdadera. Como yo mismo escrib enaquella poca, un buen reino catlico castiga la hereja con la muerte en el fuego.

    Estoy seguro de que no me equivocaba. De hecho, al poco de la muerte del odiosoBilney se detuvo a otro personaje que dej de manifiesto las dimensiones que aquellaplaga estaba adquiriendo. Se llamaba George Constantine y se dedicaba a viajar a

    Londres llevando libros prohibidos. Gracias a nuestra red de informadores acabsiendo descubierto y, una vez detenido, di la orden de que me lo llevaran a Chelsea.No comet el error de comenzar a interrogarlo inmediatamente. Por el contrario,

    dispuse que no se le informara de nada, sometindolo al ms absoluto silencio. Almismo tiempo, orden que sujetaran su cuello, sus manos y sus tobillos con cepos. Sque muchos consideran que se trata de un suplicio ligero y, seguramente, tienenrazn, pero, pese a todo, resulta extraordinariamente eficaz para ablandar voluntadescorreosas.

    Al cabo de tan slo unas horas, el reo sujeto a los cepos comienza a experimentarintensos dolores en los tobillos, las vrtebras cervicales y las muecas. Deseara verselibre tan slo por un momento, pero por supuesto, le resulta imposible y pronto,demasiado pronto para l, a esos dolores cada vez ms agudos se suman terriblescalambres. De manera inesperada, los msculos de sus pantorrillas y sus antebrazosse contraen endurecidos, pero no puede hacer nada salvo chillar a la espera de que elcalambre desaparezca. Para entonces, sus ojos se han acostumbrado a la luz o msbien a la ausencia de la misma que hay en la celda, pero de esa circunstancia noderiva ningn consuelo. Todo lo contrario. Se percata de que no est solo en la

    mazmorra, sino que la misma se halla poblada hasta la saciedad de otros huspedesno por pequeos menos peligrosos. Tambin stos le han perdido el miedo algigantesco, inmvil y nuevo compaero y ahora comienzan a acercarse. Primero, loolfatean; despus, se suben por sus miembros; finalmente, comienzan amordisquearlo. El preso se agita pero slo consigue destrozarse la piel de las partesde su cuerpo apresadas por los cepos. Aterrorizado por la idea de que le devoren losojos o sus partes ntimas, cierra los prpados y aprieta los testculos contra las tablasde los cepos. En ese momento, su miedo asciende hasta un punto insoportable,

    porque con los ojos tapados no puede ni imaginar el dao que le acecha y, a la vez,teme no sin razn que aquellas diminutas alimaas le destrocen a dentelladas sucias yhmedas lo poco de virilidad que le queda entre las piernas. Quiz alguien piense que

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    las mujeres no tienen ese miedo. Es verdad. Ellas padecen otro, el de verse penetradaspor el peludo cuerpo de un roedor que se abra paso a mordiscos hasta devorarles elvientre y la virginidad, si es que an la conservan.

    Constantine estaba ya espiritual y anmicamente destrozado cuando penetr en sucelda. Llevaba algunos das sin comer ni beber, pero no haba podido evitar que los

    orines y los excrementos hubieran salido de sus orificios corporales formando unamaloliente costra en torno a su cuerpo. El cuello, los brazos y las piernas los tenacubiertos de llagas purulentas y en sus ojos se apreciaba un miedo similar al delanimalillo que sabe que, de un momento a otro, el depredador acabar con sumiserable existencia.

    Extraje un pauelo perfumado de mi manga y me lo acerqu a la nariz paraimpedir que aquel nauseabundo olor acabara provocndome deseos de vomitar.Estaban presentes dos funcionarios a mis rdenes. Mientras que uno tomaba nota del

    interrogatorio por lo menos, de la parte que deba quedar reflejada el otro loconduca.George le dijo con voz melosa mientras yo me apretaba el lienzo contra las

    ventanas de la nariz, reflexionad en que nadie ha movido un dedo para ayudaros.Ahora estis cansado, sediento, con hambre

    Como si todo obedeciera a un plan preconcebido, el escribano deposit la plumaen el tintero y alarg su diestra hacia un jarro de cerveza que haba depositado sobrela mesa. Sin ahorrar ningn gesto de placer, degluti un buen trago, chasque lalengua y eruct antes de volver a dejar el recipiente en el mismo lugar de donde lohaba tomado.

    Os gusta la cerveza, George? pregunt entonces el interrogador. Podraishartaros no, qu digo hartaros, nadar en cerveza; podrais si hablarais. No osapetecera un jarro de cerveza acompaado de una jugosa costilla de cerdo?

    Contempl al pernicioso hereje. Haba cerrado los ojos y me dio la impresin deque mova los labios musitando una oracin. Sin duda, era una piltrafa, pero unapiltrafa quiz dispuesta a resistir lo que le diera el cuerpo de s. No me importaba loque otros hicieran, yo, desde luego, no iba a perder el tiempo con aquel miserable.

    Apart el pauelo de mi nariz y volv a guardarlo en la manga. Una repugnantevaharada penetr en mi interior, provocndome un asco casi invencible. Sin embargo,no tena la menor intencin de que aquella peste me obstaculizara una labor queconsideraba no slo til para el reino sino sagrada. Con sosiego y tranquilidad, metla mano en el bolsillo y saqu un objeto que sabra que resultara convincente.

    George dije mientras me acercaba al detenido. Deseo que observis por uninstante lo que tengo en la mano.

    El detenido abri los ojos quiz fue aquel el momento en que por primera vez

    se percat de mi presencia y clav una mirada de ansiedad en m. Le sonre condulzura:

    En apariencia comenc a explicarle con voz tranquila lo que os estoy

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    enseando no es sino un pequeo trozo de cuerda que lleva atado un palito alextremo.

    Mientras haca una pausa observ a George. En sus pupilas vi cmo se reflejabauna prometedora mezcla de inquietud e ignorancia.

    Sin embargo prosegu, esta cuerdecita constituye un terrible instrumento

    de tortura. Fijaos en que lleva dos pequeos nudos. Los nudos se colocan sobre losojos del reo y se pasa la cuerda en torno a su cabeza, utilizando el palito comopalanca con la que ir apretando.

    El temor que ensombreci el rostro de George me convenci de que estabatransitando el buen camino.

    Al principio es una pequea molestia, luego se produce un dolor agudo y,finalmente, si el reo se empea en no responder sus ojos acaban saltando de lascuencas como castaas asadas sometidas demasiado tiempo al fuego. Habis

    entendido, George?El hereje no me contest. Haba abierto la boca y el labio inferior le temblabacomo si fuera gelatina.

    Estoy seguro de que si hacemos una prueba lo entenderis a la perfeccin dije mientras me acercaba a aquel ftido personaje.

    Apenas haba dado un par de pasos cuando, como si hubieran accionado unresorte en su garganta, George Constantine comenz a chillar igual que si se tratarade un cerdo en da de matanza. Por supuesto, habl. Su confesin me resultextremadamente til. No slo dio los nombres de varios compaeros suyos, sino que,adems, nos relat con todo lujo de detalles la manera en que lograban que aquellosescritos prohibidos entraran en el reino. Nos apoderamos as de centenares de librosque encontraron su lugar ms adecuado en la hoguera.

    Sin embargo, con seguridad, la mejor captura derivada de la locuacidad del pobreGeorge fue la de un miserable personajillo llamado Richard Bayfleld. Tiempo atrshaba sido monje benedictino, pero la lectura de la Biblia le haba convertido en unhereje. Desde ese momento se haba dedicado a introducir en el reino literaturaproscrita. Orden su arresto y poco despus ardi en Smithfield. Como escrib en

    aquel entonces result bien y merecidamente quemado.Apenas haban pasado quince das desde que el indigno apstata Bayfleld hubiera

    sido entregado a las llamas, cuando tuve que ocuparme de otro pestfero hereje.Recuerdo que se llamaba John Tewkesberry y era curtidor. En su casa de Londresfueron encontrados libros prohibidos y se procedi a su inmediata detencin. Dosaos antes, haba estado preso y haba abjurado, pero ahora pareca especialmenteendurecido en su hertica contumacia. Le interrogu en un par de ocasiones slo paracomprobar que, al igual que el perro, esa mala bestia haba regresado a su vmito. Su

    lugar era la hoguera y orden que a ella fuera enviado de manera inmediata. Comoescrib por aquel entonces, nunca hubo un canalla al que yo considerara ms dignode esa suerte. Claro que su castigo ms que merecido no acab entre las llamas de

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    los hombres. Puedo afirmar como lo hice entonces que con toda certeza se hallaen el infierno donde una corriente de caliente fuego se desliza por su espalda sin quepueda apagarla toda el agua del mundo.

    A ese infierno no tard en sumarse Thomas Dusgate, al que se quem acusado dehereja en Exeter. Sin embargo, creo que el personaje que ms me desagrad en los

    meses siguientes y que pobl de inquietud mis das hasta la primavera de 1532, fueJames Bainham. Comenc a sospechar de l cuando me llegaron noticias de quehaba contrado matrimonio con la esposa de aquel perverso sujeto que se llamabaJohn Fish, el autor de la Splicaque Ana Bolena haba hecho llegar hasta el rey.

    No tena la menor duda de que slo alguien muy valiente se atrevera a casarsecon una persona sobre la que cayera la culpa de la hereja o siquiera su sospecha.Quin deseara enemistarse con sus familiares o correr el riesgo de que los hijos sevieran sometidos a un baldn perpetuo slo por amor? No, el matrimonio se contrae

    para aumentar patrimonios, vencer la concupiscencia de la carne, crear hijos para elcielo o incluso cubrir honrosamente un embarazo. Amar hasta el punto de correr esosriesgos no implica mayor amor, sino locura y s lo reconozco mucho coraje. Esevalor hasta donde yo saba slo lo posean los herejes. Adems, Bainham eraabogado precisamente en unos tiempos en que no eran pocos los letrados quevociferaban en favor de apoderarse de las posesiones de la Iglesia en favor del rey.No necesitaba ms y orden su arresto.

    Lo condujeron a Chelsea y all me ocup personalmente de sus interrogatorios.Era un charlatn vaco. Hablar hablaba, pero no deca nada, por lo menos, nada que am me resultara de un mnimo inters. Entonces hubo que someterlo a la flagelacin yentregarlo al tormento. Segua inclume. Debo reconocer que si no llega a ser porqueen aquella fase de la instruccin se me sum John Stokesley, el obispo de Londres,quiz me hubiera resultado un hueso duro de roer. Al final, acab confesando quetena en su poder libros herticos.

    Yo hubiera deseado que delatara a otros herejes, pero, llegados a ese punto, elsujeto, a pesar de tener el cuerpo casi deshecho, se mantuvo firme. Incluso cuando leofrec la posibilidad de abjurar y salvar la vida o mantener sus pestferas opiniones e

    ir a la hoguera, opt por correr la misma suerte que los cuarenta luteranos que enaquella poca tenamos esperando la ejecucin en nuestras mazmorras de la ciudad.No insist, convencido de que la vida en la crcel le llevara a reflexionar. No meequivoqu.

    A los dos meses de iniciarse su confinamiento, Bainham decidi abjurar. Permitque se le pusiera en libertad. Fue un error. Su salud poda haber quedado deshechapor la prisin, pero no sus herticas convicciones. Cuando se le arrest de nuevosaba que su vida terminara en una hoguera, pero, esta vez, no pareci importarle. S

    que el ltimo da de abril de 1532 fue quemado en Smithfield por hereja. Una vezms se haba hecho justicia.

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    VIII

    1 de enero de 1531 - 16 de mayo de 1532

    En realidad, no haba tenido yo sino motivos para sentirme satisfecho en aquella

    poca. El reino se mantena inclume, la Iglesia segua siendo fuerte, la hereja eraobjeto de un golpe tras otro y, sin embargo Sin embargo, la maldad haba realizadotremendos avances sin que yo lo supiera. No se puede decir que no hubiera yointentado evitar sus progresos con todos los medios a mi alcance. La cuestin delmatrimonio de la reina Catalina es un buen ejemplo.

    Inicialmente, yo haba abogado por mantener ese matrimonio. Crea que al reyEnrique se le pasara la atraccin que senta por Ana Bolena como le habasucedido al menos con otro par de mujeres anteriores y que las aguas volveran a

    su cauce. No fue as. Result lamentable, pero no fue as.La indispensable necesidad de proporcionar estabilidad al reino me impuls

    entonces a prestar mi apoyo a Enrique. El rumor de mi nueva posicin no tard encircular por la corte e inmediatamente el emperador Carlos y, el sobrino de la reinaCatalina, me envi una carta rogndome que mantuviera mi posicin inicial. Porsupuesto, rehus recibir aquella misiva. As se lo hice saber, en los trminos mscorrectos, al embajador espaol, el seor de Chapuys. Si esa carta llegaba a mismanos provocara suspicacias en la corte y eso era lo que menos deseaba yo en

    aquellos momentos.Unos cuantos das despus de la conversacin con Chapuys, a finales de marzo,le ante la Cmara de los Lores una declaracin sobre la cuestin del matrimonio delrey. Afirm taxativamente que el rey Enrique no buscaba la anulacin del matrimonioa causa del amor hacia alguna dama sino, ms bien, por razones de conciencia y dereligin. Todos me creyeron. En parte, quiz, porque as lo deseaban, pero, en partetambin, porque lo que deca era lgico. Desde cundo haba necesitado un reyanular un matrimonio previo para conseguir los favores de una mujer?

    Despus de pronunciar mi declaracin ante los lores, me dirig a la Cmara de losComunes acompaado por una comitiva de pares y de prelados. Aqu se trataba deexpresar que el rey no actuaba por lujuria, sino porque su conciencia eraespiritualmente escrupulosa. Tambin haba que dar razones para la existencia de susproblemas morales. Una vez ms me expres con una claridad absoluta. Anrecuerdo mis palabras con toda exactitud:

    Miembros de esta respetable cmara, estoy seguro de que no sois ignorantessino que sabis bien que el rey, nuestro soberano seor, se cas con la esposa de suhermano, y que ella no slo se haba casado sino que haba compartido el lecho de su

    hermano el prncipe Arturo.S, afirm sin dejar lugar a dudas que Catalina no haba sido virgen al contraer

    matrimonio con Enrique y que, por lo tanto, exista una base legal indiscutible para

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    anular ese matrimonio, partiendo de la normativa contenida en el Levtico. Por siquedaba alguna duda, aad:

    Por tanto, el rey, como prncipe virtuoso, deseando verse satisfecho en suconciencia, y tambin por la seguridad del reino, con gran deliberacin ha consultadocon grandes clrigos y con las principales universidades de la cristiandad para

    conocer su opinin y juicio al respecto.En ese momento, a una seal ma, el portavoz de los comunes ley los dictmenes

    legales que sostenan un punto de vista favorable a la anulacin. Concluida la lectura,volv a tomar la palabra y, a manera de colofn, aad:

    El rey no ha intentado este asunto por capricho o placer, como indican algunosextranjeros, sino slo para descargar su conciencia y asegurar la sucesin de su reino.

    Estaba convencido en esa poca de que mi seor soberano se hallaba cargado derazn, de que lo ms sensato era descargar su escrupulosa conciencia y de que el

    matrimonio de Catalina deba ser anulado con todas sus consecuencias. A finales demayo, un grupo de consejeros reales visit a Catalina en Greenwich con la intencinde persuadirla para que abandonara sus pretensiones. No tuvieron xito, y el 11 deulio el rey tom la decisin de abandonarla completamente. Pero aquella testarudez

    de Catalina de Aragn no enturbi mis relaciones con Enrique. De hecho, el 1 deenero de 1532, intercambi con mi seor soberano algunos regalos festivos. Si yo leobsequi con un bastn forrado de pan de oro, l me entreg un tazn del mismometal. Ambos nos sentamos satisfechos y no nos faltaban las razones. El Parlamentohaba decidido reunirse para presionar al papa, reteniendo el pago de algunosimpuestos eclesisticos. Enrique crea que de esta manera el pontfice aceptara conmayor celeridad los dictmenes en favor de la anulacin procedentes de los eruditos ylas universidades. Yo tambin pensaba as.

    Si aquel fecundo camino se trunc debe atribuirse siquiera de manera parcial aThomas Cromwell. En medio de la feroz batalla que yo estaba librando contra lapestilente infeccin de la hereja, tuvo la ocurrencia de presentar una peticin alParlamento en la que se quejaba de las injusticias que se producan en los juicios porhereja. Alegaba que no se respetaban de acuerdo con lo establecido legalmente ni los

    bienes ni las personas. Bienes y personas! Qu bienes y personas se iban a respetarsi triunfaba la hereja?

    Cualquier persona sensata habra rechazado con un bufido las pretensiones deCromwell, cualquier persona sensata, s, pero no, desde luego, los miembros de laCmara de los Comunes. Decidieron por una mayora aplastante, casi unnime, quetodas las quejas fueran puestas por escrito y entregadas al rey. Al final de la peticin,los parlamentarios suplicaban a Enrique que estableciera su jurisdiccin sobre todossus sbditos tanto civiles como eclesisticos, asegurando que constituira la mejor

    garanta de que no pudiera haber en el reino poderes independientes que dispusierande vidas y haciendas.

    Mont en clera al conocer lo que haba sucedido en el Parlamento. No haca falta

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    ser especialmente agudo para percatarse de que aquella accin constitua un ataquefrontal contra mi labor como perseguidor de la hereja. Si se aprobaba aquellapropuesta, tendra que decir adis a mi red de informantes, a los calabozos deChelsea, a los interrogatorios, al descubrimiento de herejes y a su erradicacin. Todorecaera en las manos de tribunales que, por principio, rechazaran ese tipo de

    actuaciones y que no enviaran a los herejes a las instancias eclesiales para que loscondenaran a muerte. Si Cromwell se sala con la suya, mis das como cancillerestaban contados, pero, por encima de todo, la defensa del reino contra la plaga de lahereja recibira un golpe prcticamente letal.

    El 10 de abril de aquel aciago ao de 1532, la Cmara de los Comunes se reunidecidida a acabar con el poder de los tribunales eclesisticos que tan indispensablesme haban sido en la lucha contra los herejes. El 8 de mayo, una comisin de preladosacudi a ver al rey para suplicarle que defendiera sus antiguos privilegios. Fue en

    vano. Thomas Cranmer ya estaba preparando un proyecto de ley que evitara que lostribunales eclesisticos se ocuparan de los procesos por hereja. Tanto los obisposcomo yo nos opusimos a aquella iniciativa porque ramos conscientes de que elprivarnos de un arma tan principal significaba el final de las posibilidades de quenuestra batalla concluyera en victoria.

    El 15 de mayo, el clero que no deseaba perder sus privilegios por causa de lacuestin de los tribunales encargados de juzgar la hereja acept la posturadefendida por Cromwell. Fue una cobarda, hay que reconocerlo. Al igual que antaoel impo Esa vendi su primogenitura por un plato de lentejas, aquellos clrigosrenunciaron a un instrumento eficaz, me atrevera a decir que incluso precioso, parala defensa de la fe y del reino a cambio de conservar algunos beneficios dinerarios.

    A las tres de la tarde del da siguiente, el jueves 16 de mayo, present al rey midimisin del cargo de canciller. En el jardn de York Place, entregu a Enrique labolsa que contena el gran sello de Inglaterra.

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    IX

    Mayo de 1532 - diciembre de 1533

    Haba abandonado el servicio del rey en calidad de canciller y lo haba hecho porque

    no poda verme atado de pies y manos por el Parlamento. Sin embargo, distabamucho de considerarme dispuesto a la rendicin. De hecho, en aquellos das supe quehaban muerto los heresiarcas del continente que tenan por nombre Zwinglio yEcolarnpadio, y, por carta, indiqu el enorme deleite que haba derivado de aquellanoticia. Lamentablemente, no todos los herejes siguieron el mismo camino, aunqueyo tena intencin de que as fuera.

    Durante los meses siguientes me consagr como nunca antes a la lucha contra lahereja. Era verdad que los tribunales eclesisticos ya no podan ocuparse de aquellas

    causas, pero an segua teniendo amigos y colaboradores que haban medrado a miservicio y que me mantenan puntualmente informados de lo que suceda.

    En otoo, un hereje llamado John Frith fue detenido y trasladado a la Torre. Unode mis antiguos empleados logr hacerse con los papeles de un tratado que estabaredactando en su celda y me los llev a mi morada de Chelsea para que losexaminara. Frith atacaba miserablemente la doctrina catlica de la eucarista, demodo que no dud en publicar mis opiniones al respecto. Obtuve un xito absoluto.Tan slo siete meses ms tarde, Frith era consumido entre las llamas de una hoguera

    de Smithfield.Sin embargo, haba dejado de ser canciller y ahora me encontraba expuesto a losataques de los miserables. A finales de aquel ao, un sujeto llamado Christopher St.German public un tratado en el que insista en que no deba mezclarse lo espiritualcon lo temporal, y atacaba los procesos por hereja. Separar lo espiritual de lotemporal! Sent la ms viva repulsin al leer aquellas pginas. Aquel canalla estabadefendiendo la libertad de conciencia! Rpidamente escrib una refutacin de tanperniciosas ideas que titulLa apologa del caballero sir Toms Moro. Insist una vezms en que si dejbamos que la gente colocara su conciencia por encima de losintereses del reino, no pasara mucho tiempo antes de que el reino se viniera abajo.

    No puede sorprender a nadie que cuando la estabilidad del universo se veasometida a tan terrible ataque menudearan los prodigios, porque Dios lgicamente nopoda abandonarnos en medio de lid tan cruel. Cmo podan callar los cielos cuandolos clrigos aceptaban perder un instrumento tan valioso como los tribunaleseclesisticos para combatir la hereja? La seal de las alturas nos vino de la mano deuna mujer, Elizabeth Barton, tambin conocida como la santa monja de Kent.

    Haca tiempo que esta religiosa tena visiones y haba recibido el carisma de las

    profecas, pero hasta entonces no se las haba revelado ms que a un reducido grupode sacerdotes y monjes. Sin embargo, cuando result evidente que el rey estabadecidido a anular su matrimonio con Catalina y a casarse despus con Ana Bolena,

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    aquella piadosa mujer sali de su aislamiento y comenz a clamar contra la impiedad.Su popularidad creci enormemente y no tuvo ningn problema para conseguir

    que tanto el cardenal Wolsey como Su Majestad el rey le concedieran audiencia. AWolsey le dijo que si Enrique abandonaba a Catalina, el reino se vera sometido a ungran peligro, pero con el rey fue an ms explcita. En su misma cara le espet que si

    se casaba con Ana Bolena slo conservara la corona durante siete meses y que suhija Mara, la que se convertira en bastarda tras el repudio de Catalina, le sucederaen el trono.

    Por supuesto, los miembros del cortejo de Catalina, especialmente los clrigos,vieron en aquellas palabras un orculo de Dios destinado a cumplirseinexorablemente. Ese apoyo espiritual tuvo una traduccin eminentemente prctica. Ainicios de otoo de aquel ao de 1532, Enrique se detuvo en Canterbury para hacernoche en su camino a Dover. Elizabeth Barton era muy apreciada por los monjes de

    la ciudad, de modo que le proporcionaron la oportunidad de entrevistarse con el reymediante el expediente sencillo de franquearle la entrada por una puerta trasera delardn. La santa mujer intercept el paseo del rey y le dijo a voz en cuello que el

    Seor le haba revelado que si contraa matrimonio con Ana slo conservara el reinodurante un mes, aunque, en realidad, a los ojos de Dios ya no sera rey ni un da niuna hora y padecera la muerte de un villano. Todo esto me lo relat en mi casa deChelsea Richard Risby, de los franciscanos observantes de Canterbury. Por lo que alrey se refiere, segua siendo un piadoso catlico que cumpla con rigor con susdeberes religiosos y, de hecho, por mucho que pudieran desagradarle aquellaspalabras no se atrevi a reprender a la santa mujer y mucho menos a disponer suarresto.

    Fue entonces cuando cambi radicalmente la opinin que sobre el matrimonio delrey haba sustentado en los ltimos aos. Al escuchar las palabras que aquellavaliente y santa mujer haba proferido contra Enrique, me percat de que, ante losojos de Dios, nuestro soberano seor haba perdido su legitimidad para seguir siendoel rey de Inglaterra.

    En marzo de 1533, el Parlamento aprob un Acta de restriccin de apelaciones

    que subrayaba la independencia de la Iglesia nacional en lo que a procesos cannicosse refera y que