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El hombre que corrompió Hadleyburg Mark Twain Obra reproducida sin responsabilidad editorial

El hombre que corrompió Hadleyburg¡sicos en... · un forastero de paso, quizá sin darse cuenta, de seguro sin ninguna intención, ya que Hadleyburg, totalmente autosuficiente,

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El hombre quecorrompió

Hadleyburg

Mark Twain

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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I

Sucedió hace muchos años. Hadleyburg erala ciudad más honrada y austera de toda laregión. Había conservado una reputaciónintachable por espacio de tres generaciones yestaba más orgullosa de esto que de cualquierotro bien. Estaba tan orgullosa y se sentía tanansiosa de perpetuarse, que empezó a enseñarlos principios de la honradez a los niños desdela cuna, e hizo de esta enseñanza la base de sucultura durante todos los años de su formación.Como si esto no fuera suficiente, en los añosque duraba su formación, se apartaban lastentaciones del camino de la gente joven, paraconsolidar su honradez y robustecerla y que deesta forma se convirtiera en parte integrante desus mismos huesos. Las ciudades vecinas,celosas de este honrado primado, simulabanburlarse del orgullo de Hadleyburg diciendoque se trataba de vanidad, pero se veían

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obligadas a reconocer que Hadleyburg erarealmente una ciudad incorruptible y, si se lasapremiaba, reconocían también que el hecho deque un joven procediera de Hadleyburg erauna recomendación suficiente cuando se iba desu ciudad natal en busca de un trabajo deresponsabilidad.

Pero, al fin, con el correr del tiempo,Hadleyburg tuvo la mala suerte de ofender aun forastero de paso, quizá sin darse cuenta, deseguro sin ninguna intención, ya queHadleyburg, totalmente autosuficiente, no sepreocupaba de los forasteros ni de susopiniones. Sin embargo, le habría convenidohacer una excepción, al menos en ese caso, yaque se trataba de un hombre cruel y vengativo.Durante un año, en todas sus correrías, noconsiguió que se le fuera de la cabeza la ofensarecibida y dedicó todos sus ratos de ocio abuscar una satisfacción que le compensara.

Urdió muchos planes; todos le parecieronbuenos, pero ninguno lo suficiente devastador:

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el más modesto afectaba a muchísimosindividuos pero aquel y hombre buscaba unoque castigase a toda la ciudad, sin que seescapara nadie.

Por fin tuvo una idea afortunada, y sucerebro se iluminó con una alegría perversa.Inmediatamente comenzó a maquinar un plan,diciéndose: ..Esto es lo que debo hacer:corromper a la ciudad».

A los seis meses fue a Hadleyburg y llegóen un carricoche a la casa del viejo cajero delbanco, alrededor de las diez de la noche. Sacódel carricoche un talego, se lo echó al hombro y,después de haber atravesado tambaleándose elpatio de la casita, llamó ala puerta. Una voz demujer le dijo que entrara y el forastero entró ydejó su talego detrás de la estufa del salón,diciendo con cortesía a la anciana señora queleía El Heraldo del misionero ala luz de lalámpara:

-Le ruego que no se levante, señora. No lamolestare. Eso es... Ahora el talego está bien

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guardado. Difícilmente se sospecharía que estáaquí. -¿Puedo ver a su marido un momento?

-No, el cajero se ha ido a Brixton yposiblemente no regresará hasta mañana..

-Es igual, señora, no importa. Sólo deseabaque su marido me guardara este talego, paraque se lo entregue a su legítimo dueño cuandolo encuentre. Soy forastero; su marido no meconoce; esta noche estoy simplemente de pasoen esta ciudad para arreglar un asunto quetengo en la cabeza desde hace tiempo. Ya herealizado mi trabajo y me voy satisfecho y algoorgulloso; usted nunca volverá a verme. Unpapel atado al talego lo explica todo. Buenasnoches, señora.

La anciana señora, asustada por elcorpulento y misterioso forastero, se alegrómucho al ver que se marchaba. Pero, roída porla curiosidad, se fue sin perder tiempo al talegoy echó mano al papel. Empezaba con lassiguientes palabras:

PARA SER PUBLICADO: a no ser que se

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encuentre al hombre adecuado con unainvestigación privada. Cualquiera de esosmétodos servirá. Este talego contiene monedasde oro que pesan en total ciento sesenta libras ycuatro onzas...

-¡Dios misericordioso! -¡Y la puerta no estácerrada con llave!

La señora Richards voló temblando hacia lapuerta y la cerró con llave; luego bajó lascortinas de la ventana y se detuvo asustada,inquieta y preguntándose si podía hacer algunaotra cosa para que estuvieran más seguros ellay el dinero. Escuchó un poco para ver sirondaban ladrones; luego se rindió alacuriosidad y volvió a la lámpara para acabar deleer el papel:

Soy un forastero y pronto volveré a mi paíspara quedarme allí definitivamente. Estoyagradecido a los Estados Unidos por lo que herecibido de sus manos durante mi largapermanencia bajo su bandera; y,particularmente, le estoy agradecido a uno de

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sus ciudadanos un ciudadano de Hadleyburgpor un gran favor que me hizo hace un par deaños. En realidad, por dos grandes, favores. Meexplicaré. Yo era ten jugador empedernido.Digo que era. Un jugador arruinado. Una nochellegué a esta cuidad hambriento y sin unpenique. Pedí ayuda en la oscuridad; meavergonzaba mendigar a la luz del día. Pedíayuda al hombre adecuado: aquel hombre medio veinte dólares, mejor dicho, la vida, así loentendí yo. También me dio la fortuna: porquemerced a ese dinero me volví rico en la mesa dejuego. Y, finalmente, una observación que mehizo no me ha abandonado desde entonces y,en definitiva, me ha dominado; y, aldominarme, ha salvado lo que quedaba de mimoral: no volverte a jugar. Ahora bien... Notengo la menor idea de quién era ese hombre,pero quiero encontrarlo y darle este dinero paraque lo tire, se lo gaste o se lo guarde, comoprefiera. Ésta es, simplemente, mi manera dedemostrarle mi gratitud. -Si pudiese quedarme,

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lo buscaría yo mismo; pero no importa,aparecerá. Ésta es una ciudad honrada, unaciudad incorruptible, y sé que mi confianzaencontrará una respuesta. Ese hombre puedeser identificado por la observación que me hizo;estoy seguro de que él la recordará. Y, ahora,mi plan es éste. Si usted prefiere realizar lainvestigación de forma privada, hágalo.

Cuente el contenido de este papel a cuantostengan apariencia de ser el hombre buscado. -Sicontesta: no soy el hombre: la observación quehice fue así y asía, use la discreción, o sea, abrael talego y encontrará un sobre lacrado quecontiene el texto de la frase. -Si la observaciónmencionada por el candidato coincide con ésta,déle el dinero y no le boga más preguntas,porque se trata sin duda del .hombre buscado.

Pero, si prefiere una investigación pública,publique el contenido de este papel en elperiódico local, añadiendo las siguientesinstrucciones: En el plazo de treinta días elcandidato deberá comparecer en el

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ayuntamiento a las ocho de la noche (el viernes,entregar su, frase, en sobre cerrado, alreverendo Burgess (si éste tiene la bondad deintervenir); entonces el reverendo Burgessromperá el sobre lacrado que hay en el talego,lo abrirá y comprobará si la frase es correcta. -Silo es, deberá entregársele el dinero, con misincera gratitud, u mi benefactor, asíidentificado.

La senora Richards se echó a reír con undulce temblor de excitación y pronto se quedóembelesarla en sus pensamientos,pensamientos de este tipo: «-¡Qué extraño estodo!...

-¡Y qué fortuna para ese hombre bueno quedejó a la deriva su pan sobre las aguas!... -¡Sihubiese sido mi marido el que lo hico! -¡Somostan pobres!... -¡Viejos y pobres... !»Luego, conun suspiro, pensó:

«Pero no ha sido mi Edward, él no ha dadoveinte dólares a un desconocido. Es unalástima, por otra parte. Ahora lo entiendo.....

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Y, estremeciéndose, concluyó susreflexiones: ..Pero es el dinero del jugador.. -¡Las ganancias del pecado! No podríamoscogerlo. No podríamos tocarlo. No me gustaestar cerca de él; parece que me mancha. Laseñora Richards se sentó en un sillón másalejarlo...

Ojalá viniese Edward y se lo llevara albanco. En cualquier momento podría venir unladrón. Es horrible estar aquí a solas con eldinero.»A las once llegó el señor Richards y,mientras su esposa le decía: «-¡Cuánto mealegro de que hayas ve i nido! , él manifestaba:Estoy cansado, cansadísimo. Es terrible serpobre y tener que hacer estos viajes tan pesadosa mi edad. Siempre en el molino, en el molino,en el molino .... por cuatro centavos..., esclavode otro hombre, que está sentado tranquila_mente en su casa, en pantuflas, rico ycómodo..

-Lo siento mucho, Edward... Lo sabes muybien. Pero consuélate. Tenemos nuestro sueldo,

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nuestra buena reputación.-Sí, Mary. Y eso es lo fundamental. No

hagas caso de mis palabras: sólo ha sido unmomento de irritación, y no significa nada.Dame un beso...

-Eso es. Se me ha pasado ya y no me quejo.-¿Qué es eso?-¿Qué hay en ese talego?Entonces su esposa le contó el secreto. Esto

aturdió a Richards durante un momento. Luegodijo:

-¿Eso pesa ciento sesenta libras? PeroMary...

-¡Entonces contiene cuarenta mil dólares!-¡Imagínate!-¡Una fortuna! No hay diez hombres en esta

ciudad que tengan tanto. Dame el papel.Lo examinó superficialmente y dijo:-¡Qué aventura! En realidad parece una

novela: una de las cosas imposibles que se leenen los libros y nunca suceden en la vicia real.

Ahora se sentía excitado, lleno de

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animación, hasta alegre. Le dio a su viejaesposa una palmadita en la mejilla y dijojovialmente:

Somos ricos, Mary... Bastara con queenterremos el dinero y quememos los papeles. -Si algún día viene el jugador para enterarse,nos limitaremos a mirarlo con frialdad y lediremos: «-¿Qué tontería nos está diciendo?Nunca hemos oído hablar de usted ni de sutalego de oro... Y entonces el hombre se nosquedará mirando con aire estúpido y...

-Y, mientras sigues diciendo estupideces, eldinero sigue aquí y se acerca la hora de losladrones.

-Es verdad. Bueno... -¿qué se puede hacer?-¿Hacer una investigación privada? No, no,

estropearía el aspecto novelesco de la historia.El comunicado público es mucho mejor.

-¡Imagínate el ruido que hará! Y tendráncelos las otras ciudades: pues ningún forasterole confiaría semejante encargo a una ciudad queno fuese Hadleyburg, y ellos lo saben. -¡Qué

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propaganda para Hadleyburg!-¡Es mejor que vaya inmediatamente al

periódico o llegaré tarde!-Para, para...-¡No me dejes sola aquí con esto, Edward!Pera el señor Richards se había marchado.

Aunque por poca tiempo. Cerca de su casa seencontró con el editor propietario delperiódico, le dio el documento y le dijo:

-Aquí tiene algo bueno, Cox... Publíquelo.-Quizá sea demasiado tarde, señor

Richards, pero lo intentare.De regreso a su casa, el cajero y su esposa

se sentaron paro volver a discutir sobre elseductor misterio: no tenían ganas de dormir.El primer interrogante era: «-¿Quién sería elciudadano que le había dado los veinte dólaresal forastero?», La respuesta parecía sencilla;ambos contestaron al unísono:

-Barclay Goodson.-Sí elijo Richards. Puede haber sido Barclay,

tenía ese talante. No hay otro hombre parecido

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en la ciudad.-Todos admitirán eso, Edward. Lo

admitirán, en privado al menos. Desde hoceseis meses la ciudad ha vuelto a ser la desiempre: honrada, mezquina, austera y tacaña.

Así la llamó siempre Barclay hasta el día desu muerte; y lo dijo en público también.

-Sí; y lo aborrecieron por eso.-Oh... Desde luego. Pero no le importó.

Creo que fue el hombre más odiado de laciudad, si exceptuamos al reverendo Burgess.

Bueno, Burgess se lo merece. Aquí no tienenada que hacer. Esta ciudad, por pequeña quesea, piensa. Edward -¿no te parece extraño queel desconocido haya designado a Burgess paraentregar el dinero?

-Sí. Extraño Es decir , es decir…-¿Es decir qué?-¿Lo habrías elegido tú?-Mary, quizá el forastero conozca a Burgess

mejor que nosotros.-¡Este asunto le hace un buen servicios! El

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marido se quedó perplejo buscando unaréplica; la esposa lo miró fijamente, esperando.Por fin, Richards dijo, con la vacilación dequien hace una declaración que va a suscitardudas:

-Mary, Burgess no es un hombre malo.-Su esposa se sintió sorprendida.-¡Tonterías! exclamó.Burgess no es un hombre malo. Lo sé. Toda

su impopularidad viene de un solo hecho... quecausó mucho alboroto.

-¡Un solo hecho!-¡Como si ese hecho no fuese suficiente!

Suficiente, suficiente. Sólo que no era culpasuya.

-¡Qué ocurrencia!-¿Que no fue culpa suya?-¿Cómo lo sabes?-Mary, te doy mi palabra... es inocente.-No puedo creerlo, no te creo.-¿Cómo lo sabes?-Es una confesión. Me avergüenza hacerla,

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pero la liaré. Soy el único hombre que conocíasu inocencia. Pude haberle salvado y... y... y...bueno, ya sabes que excitada estaba la ciudad.No tuve la valentía de hacerlo. Todos sehabrían vuelto contra mí. Me sentídespreciable, tan despreciable... Pero no meatreví. No tuve la valentía necesaria parahacerlo.

Mary parecía turbada y calló durante unrato. Luego dijo, tartamudeando:

-Yo..., yo no creo que te hubiese convenidodecir que... que... No se debe... desafiar a laopinión pública... Hay que estar muy atentos...muy...

El camino era difícil y la señora Richards seatrancó, pero al poco rato reanudo el recorrido.

-Fue una lástima, pero... No podíamospermitirnos eso, Edward... Es verdad que nopodíamos.

-¡Oh, yo no te habría dejado hacerlo deninguna manera!

-habríamos perdido la buena opinión de

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tanta gente, Mary... Y además... y además...-Lo que me preocupa ahora es saber qué

piensa él de nosotros, Edward.-¿Él? Él no sospecha ni siquiera que yo

habría podido salvarlo.-¡Ah! exclamó la esposa con tono de alivio.-¡Cuánto me alegra! Mientras no sepa que

pudiste salvarlo, él... él... Bueno, eso estámucho mejor. Debí imaginar que Burgess nosabía nada, porque siempre se muestra muycordial con nosotros por el apoyo que le dimos.La gente me lo ha reprochado más de una vez.Los Wilson, los Wilcox y los Harkness sientenun mezquino placer al decir: Vuestro amigoBurgess, porque salen que eso me irrita.Preferiría que Burgess no insistiese en susimpatía por nosotros. No sé por qué insiste.

-Puedo explicártelo. Se trata de otraconfesión. Cuando el asunto aún estaba fresco yla ciudad quería liberarse de él, la concienciame afligía tanto que no pude soportarlo y fui averlo a escondidas y le conté todo. Por este

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motivo él se marchó de la ciudad hasta quepudo volver sin correr peligro.

-¡Edward!-Si la gente supiera...-¡No digas eso! Aún me asusta pensarlo.

Me arrepentí apenas lo hice; y no te he dichonada por miedo de que alguien me pudieratraicionar. Esa noche no pude dormir de lopreocupado que estaba. Pero a los pocos díasme di cuenta de que nadie sospechaba de mí, yentonces me alegré de haberlo hecho. Y cadadía estoy más contento, Mary... cada día máscontento.

-También yo ahora, porque habría sidoespantoso que le hicieran eso a Burgess.

-Sí. Me alegro. Porque se lo debías. Pero... -¿y si se descubriera algún día, Edward?

-No se descubrir.-¿Por qué?-Porque todos creen que fue Goodson.-¡Naturalmente!En efecto. Y desde luego a Goodson no le

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importaba. Convencieron al pobre viejoSawlsberry para que le echara la culpa, y fuecon aire fanfarrón y lo hizo. Goodson lo miróde arriba abajo, como si buscara en él el ladomás despreciable, y le dijo:

-¿De modo que es usted el Comité deInvestigación?...

-¿no?» Sawlsberry dijo que él era eso, pocomás o menos. Hum.

-Necesitan detalles o supone usted quebastará con una respuesta de carácter genético.«-Si necesitan detalles, volveré, señor Goodson;choro basta que me dé una respuesta genérica«Perfectamente. Entonces dígales que se vayanal infierno. Creo que eso es bastante genérico. Yle daré un consejo, Sawlsberry; cuando vengaen busca de detalles, traiga una cesta para echarlo que quede de usted.». Eso era muy típico deGoodson. Tiene todas sus características. Sólotenía un motivo de vanidad: creía poder dar unconsejo mejor que cualquiera otra persona.

Eso liquidó el asunto y nos salvó, Mary. Ya

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no se ha vuelto a tocar el tema.Bendito sea... No dudo de eso.Luego los Richards volvieron a abordar el

misterio del talego con acentuado interés.Pronto la conversación comenzó a sufririnterrupciones, intervalos causados porabstraídos pensamientos. Los intervalos sevolvieron cada vez más frecuentes. Por finRichards se perdió totalmente en susmeditaciones. Se quedó sentado, contemplandoel piso con aire vago y, poco a poco, empezó asubrayar sus cavilaciones con pequeñosmovimientos nerviosos de las manos, queparecían revelar irritación. Mientras tanto, suesposa había vuelto a sumirse también encaviloso silencio y sus movimientos estabanempezando a revelar un turbado desconsuelo.Finalmente Richards se puso de pie y empezó apasearse sin sentido por el aposento, pasándoselos dedos por entre el cabello como un símboloque acaba de sufrir una pesadilla. Entoncespareció que había tomado una decisión; y, sin

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decir una palabra, se puso el sombrero y saliórápidamente de casa. Su esposa se quedósentada, cavilando, el rostro contraído, y nopareció ad venir que estaba sola. De vez encuando murmuraba: «No nos empujes a latent.., pero... pero... -¡somos tan pobres!... Nonos empujes a...

-¡Oh!-¿A quién le causaría daño eso? Y nadie lo

sabría jamás... No nos empujes Su voz se apagóen murmullos. A1 poco rato levantó los ojos ymurmuró con aire a medias asustado y amedias contento:

-¡Se ha ido! Pero querido... Quizá esdemasiado tarde demasiado tarde Quizá noQuizá hay tiempo aún..

-Se levantó y se quedó pensando...enlazando y desenlazando las manos. Un levetemblor estremeció su cuerpo, y dijo con lagarganta reseca:

-Que Dios me perdone... Es horrible pensaren estas cosas, pero... -¡Dios mío! -¡Qué raros

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somos! -¡Qué raros somos!Atenuó la luz, se deslizó furtivamente hacia

el talego y se arrodilló junto a él y tanteó susacanalados costados con las manos y losacarició afectuosamente; y en sus viejos ojosbrilló una luz de avaricia. Tuvo instantes en losque no recordaba nada y emergió de ellos paramurmurar:

-¿Si, al menos, hubiéramos esperado! -¡-Sihubiéramos esperado un poco, sin tantaprisa!»Mientras tanto Cox bahía vuelto a sucasa y contado a su esposa el extraño suceso;ambos lo habían discutido con vehemencia yestaban de acuerdo en que el difunto Goodsonera el único hombre de la ciudad capaz. deayudar a un forastero en apuros con la bonitacantidad de veinte dólares. Luego hubo unapausa y los dos se quedaron pensativos ysumidos en silencio. Y, a intervalos, semostraban nerviosos e inquietos. Finalmente laesposa dijo, como para sí:

-Nadie conoce este secreto fuera de los

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Richards... y de nosotros... Nadie.El marido salió de su ensimismamiento con

leve sobresalto y contempló con aire meditativoa su mujer, cuyo rastro se había vuelto muypálido. Luego se levantó titubeando y mirófurtivamente su sombrero y después a suesposa .... una suerte de muda interrogante. Laseñora Cox tragó saliva un par de veces, lamano sobre la garganta y, en vez de hablar,hizo un gesto de asentimiento. Un momentodespués, se quedó sola y murmurando para sí.

Ahora Richards y Cox recorríanpresurosamente las calles desiertas, desdedirecciones opuestas. Se encontraron, jadeantes,al pie de la escalera de la imprenta: allí, bajo elresplandor de la luz artificial, se leyeronmutuamente sus rostros. Cox murmuró: Nadiesabe esto fuera de nosotros?

La susurrada respuesta fue:-¡Ni un alma..., palabra! -¡Ni un alma!-Si no es demasiado tarde para...Ambos empezaron a subir por la escalera;

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en ese momento les alcanzó un chico, y Cox lepreguntó:

-¿Eres tú, Johnny?-Sí, señor.-No hace falto que envíes el correo de la

mañana... ni ningún correo. Espera misórdenes. El correo ha sido despachado ya,señor.

-¿Despachado? En esta palabra se percibíauna indeleble decepción.

-Sí, señor. El horario para Brixton y lasotras ciudades ha cambiado hoy, señor..., y hetenido que enviar el correo veinte minutosantes de lo habitual. Tuve que darme muchaprisa; si hubiera tardado dos minutos...

Los dos hombres se volvieron y se alejaronlentamente, sin esperar el resto. Ninguno hablódurante diez minutos; luego Cox dijo con tonoirritado:

-No comprendo por qué se apresuro ustedtanto, Richards.

La respuesta fue bastante humilde:

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-Me doy cuenta ahora, pero no sé por quéno me la di hasta que fue demasiado tarde. Lapróxima vez,

-¡Al diablo con la próxima vez! No volveráa presentarse en mil años.

Los amigos se separaron sin darse lasbuenas noches y se dirigieron a sus casas conarrastrado andar de hombres mortalmenteheridos. Al llegar a sus hogares, sus esposas selevantaron de un salto con un ansioso: ¿Y qué?»Luego leyeron la respuesta en los ojos de susmaridos y se desplomaron sobre sus sillones,sin esperar a que se lo dijeran. En ambas casossiguió una discusión acalorada, algo nuevo; enotras ocasiones se había discutido, pero sinacaloramiento, sin malas palabras. Esa nochelas discusiones parecían plagios la una de laotra. La señora Richards dijo:

-Si hubieses esperado un poco, Edward...; silo hubieses pensado. Pero no... Tuviste que ircorriendo al periódico y divulgarlo por todaspartes.

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El papel decía que debía publicarse.Eso no significa nada. También decía que

podía hacerse una investigación privada, si lopreferías.

-¿Es verdad o no?-Sí, es verdad. Pero, cuando pensé en el

revuelo que se produciría y en el honor quesignificaba pura Hadleyburg que un forasterodepositase tanta confianza en ella...

-Oh, sí, sé todo eso, pero, si lo hubieraspensado un poco, te habrías dado cuenta deque no podías encontrar al hombre, porque estáen la tumba y no dejó ni parientes, ni hijos niperros; y, visto que a fin de cuentas el dineroiría a parar a manos de alguien que teníamuchas necesidades y que no perjudicaría anadie, y...

La señora Richards se echó a llorar. Sumarido, buscando algo que pudiera consolarla,le dijo:

-Después de todo, Mary, quizá sea mejorasí.

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-¡Vete a saber! Quizá todo estabapredestinado...

-¡Predestinado! Oh... Todo estápredestinado cuando una persona se da cuentade que ha sido estúpida.

-Sí, estaba también predestinado que eldinero viniera a nuestras manos de esta formaespecial y tú decidieras entrometerte en losplanes de la Providencia... Quién te dio derechoa hacerlo? Algo malvado, eso es todo... Fue,simplemente, un engreimiento blasfemo que nole cuadraba ya a un modesto y humildeprofesor de...

-Pero, Mary... Tú sabes qué educación noshan dado, como a todos los demás; ha llegado aser en nosotros una segunda naturaleza el nopararnos ni un momento a pensar cuando hayque hacer algo honrado...

-Oh, ya !o se, ya lo sé... Ha sido unsempiterno adiestramiento, adiestramiento,más adiestramiento en materia de honradez...,de honradez escudada, desde la propia cuna,

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contra las tentaciones posibles y, por lo tanto,honradez artificial y débil como el agua alllegar la tentación, según hemos visto estanoche. Dios sabe que nunca tuve sombras deuna viuda sobre mi petrificada e indestructiblehonradez hasta ahora; y ahora, bajo el impulsode la primera grande y auténtica tentación,Edward, yo..., yo, Edward, creo que lahonradez de esta ciudad está tan podrida comola mía, tan podrida como la tuya. Se trata deuna ciudad mezquina, cruel, avara, sin másvirtud que esta honradez tan célebre y de quetanto se enorgullece. Por eso, Dios me ayude,creo que, si llega un día en que la honradez seve sometida a una gran tentación, su fama sedesplomará como un castillo de naipes. Ahoraque me confieso me siento mejor: me heengañado y lo he hecho siempre sin darmecuenta. Que ningún hombre vuelva a llamarmehonrada; no quiero serlo. Yo... Bueno, Mary...,yo pienso poco más o menos como tía. -¡Además, me parece tan raro, tan absurdo! Yo

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nunca lo habría creído... Nunca.Siguió un largo silencio; ambos estaban

sumidos -¡en sus pensamientos. Finalmente laesposa levantóla vista y dijo:

-Sé en qué estás pensando, Edward.Richards tenía un aire turbado de hombre

atrapado.-Me avergüenza confesarlo, Mary, pero

¿qué más da, Edward. Yo estaba pensando enlo mismo.

-Estoy seguro. Dime.Estabas pensando en qué bueno sería si

alguien pudiese adivinar cuál, fue la indicaciónque le hizo Goodson al desconocido.

-Pues es verdad. Me siento culpable yavergonzado.

-¿Y tú?-Se me ha pasado ya. Preparémonos un

jergón aquí; tenemos que montar la guardiahasta que se abra por la mañana el banco pirapoder entregar el talego...

-¡Oh, querido, querido!

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-Si no hubiésemos cometido ese error!Prepararon el jergón y Mary dijo:-¿Cuál podrá ser el «sésamo, ábrete..? Me

pregunto cuál podrá ser la indicación... Pero,ahora, vamos acostarnos.

-¿Y a dormir?-No. A pensar.-Sí. A pensar.A estas alturas los Cox habían terminado

ya su discusión y se habían reconciliado y seestaban dedicando a... a pensar, a pensar y aagitarse y a desasosegarse y a cavilar inquietossobre la indicación que podía haberle hechoGoodson al necesitado forastero, esa indicaciónde oro, la indicación que valía cuarenta mildólares efectivos.

La razón de que la oficina telegráfica delpueblo permaneciese abierta más tarde que decostumbre era que el encargado de la imprentaen que se hacía el periódico de Cox era elrepresentante local de la "Associated Press".Podría decirse que era su corresponsal

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honorario, ya que no lograba ni cuatro veces alaño enviar treinta palabras aceptables. Peroesta vez las cosas fueron distintas. Su despachocomunicando el coso obtuvo una respuestainmediata:

«MANDE TODO... CON TODODETALLE... MIL DOSCIENTAS PALABRAS»

-¡Una orden colosal! El encargado le diocumplimiento y fue el hombre mas orgullosodel Estado. A la mañana siguiente, a la hora deldesayuno, el nombre de Hadleyhurg, laincorruptible, estaba en labios de toda la gentede los Estados Unidos, desde Montreal hasta elGolfo de México, desde los ventisqueros deAlaska hasta los bosquecillos de naranjos deFlorida: millones y millones de personasdiscutían el caso del forastero y su talego de oroy se preguntaban si aparecería el hombrebuscado y confiaban en conocer pronto...,inmediatamente, nuevas noticias sobre elparticular.

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II

La ciudad de Hadleyburg se despertócélebre, asombrada, feliz, orgullosa.Indescriptiblemente orgullosa. Sus diecinueveciudadanos más importantes, acompañados desus esposas, empezaron a estrechar manos,sonrientes, radiantes, felicitándose mutuamentey diciendo que este asunto añadía una nuevapalabra al diccionario Hadleyburg sinónimo deincorruptible que estaba destinada a vivir enlos diccionarios eternamente. Y los ciudadanosmás humildes, los más modestos y sus esposascaminaban por la ciudad y se comportaban demanera muy parecida. Todos corrían al banco aver el talego de oro, y, antes del mediodía,desde Brixton y las ciudades vecinas, comenzóallegar una multitud triste y envidiosa. Y esatarde y al día siguiente comenzaron a llegar detodas partes reporteros para comprobar laexistencia del talego y su historia y reescribir el

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asunto.E hicieron arbitrarias descripciones del

talego y de la casa de Richards y del banco y dela iglesia presbiteriana y de la iglesia baptista yde la plaza pública y del ayuntamiento, dondese realizaría la prueba y se entregaría el dinero,e hicieron detestables retratos de los Richards ydel banquero Pinkerton y de Cox y deladministrador y del reverendo Burgess y delcartero..., y hasta de Jack Halliday, elvagabundo, el simpático holgazán, cazador ypescador furtivo, amigo de los niños y de losperros extraviados. El pequeño Pinkerton,zalamero y de estúpida sonrisa, mostraba eltalego a los recién llegados y se frotabacomplacido las suaves palmas de las manos yse explayaba sobre la hermosa y antiguareputación de honradez de la ciudad y sobre lamaravillosa confirmación de la misma, ymanifestaba su creencia de que el ejemplo sedifundiría ahora por toda la geografía delmundo norteamericano y habría hecho época

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en la historia de la regeneración moral de lahumanidad. Y así sucesivamente.

A1 cabo de una semana todo había vuelto asus aguas. La salvaje embriaguez de orgullo yde alegría se había calmado y se había idoconvirtiendo en una alegría tranquila, dulce,complaciente, silenciosa, una especie de honda,innominada e inenarrable satisfacción. En todoslos rostros estaba impresa una apacible y santafelicidad.

Luego se produjo una transformación. Fueuna transformación gradual, tan gradual queapenas se percibió al principio, casi nadie se diocuenta, salvo Jack Halliday, que se daba cuentode todo y siempre se reía de todo, fuese lo quefuese. Jack empezó por hacer observacionessarcásticas, diciendo que el aire de la gente noera tan feliz como un par de días antes; luegoafirmó que el nuevo talante se iba convirtiendoen positiva tristeza; después que se volvíaenfermizo y, finalmente, que todos estaban tancavilosos, pensativos y distraídos, que habría

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podido robarles hasta el último centavo de losbolsillos sin turbar sus sueños.

Llegas a este punto poco más o menos losjefes de familia de las diecinueve casas másimpar.

A la hora de ir a la cama generalmente conun suspiro dejaban escapar esta reflexión:

-¡Ah! -¿Cuál habrá sido la indicación quehizo Goodson?

E inmediatamente con un escalofríollegaban estas palabras de la esposa del cabezade familia:

-¡Oh, no digas eso!-¿Qué cosas horribles estás rumiando?

¡Quítatelas de la cabeza, por amor de Dios!Pero aquellos hombres volvían a formular

la pregunta la noche siguiente... y obtenían lamisma respuesta, aunque más débil.

Y, al llegar la tercera noche, de nuevo serepetía la pregunta, con angustia y airedistraído. Esta vez y la noche siguiente lasmujeres hacían un nervioso y débil movimiento

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de protesta y trataban de decir algo. Pero no lodecían.

Y a la noche siguiente reencontraban su vozy respondían con anhelo:

-¡Ah, si pudiéramos adivinarla!Los comentarios de Halliday se volvían

cada día más despectivos y desagradables. Sepaseaba sin cesar, riéndose de la ciudad yacomo algo individual, ya en su conjunto. Peroaquella risa era la única que quedaba enHadleyburg, y caía en medio de un espaciovacío y desierto. No se veían nada más quecaras largas. Halliday llevaba por todas partesuna cigarrera montada sobre un trípode,simulando que se trataba de una cámarafotográfica y detenía a los paseantes y lesenfocaba y decía:

-¡Atención! Muestren una cara agradable,por favor.

Pero ni siquiera esta broma podíasorprender a los melancólicos rostros ysuavizarlos.

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Así transcurrieron tres semanas, ya sólofaltaba una. Era la noche del sábado, despuésde la cena.

En vez del habitual ajetreo y agitación ybullicio y la alegría y la gente de compraspropios de los sábados por la noche, las callesestaban desiertas y desoladas. Richards y suvieja esposa estaban sentados en su salón,enfrascados en lúgubres pensamientos Ésta erala costumbre de todas los noches. La viejacostumbre de leer, tejer o charlar apaciblementeo recibir o hacer visitas a los vecinos batíadesaparecido, olvidada desde hacía muchísimotiempo... hacía dos o tres serranas. Ahora nadieconversaba, nadie leía, nadie hacía visitas.Todos se quedaban sentados en sus casas,suspirando, inquietos, silenciosos, intentandoaveriguar esa Famosa frase.

El cartero dejó una carta. Richards miró conindiferencia la letra del cobre v el sello, ambosdesconocidos, y tiró la carta .sobre la mesa yreanudó sus conjeturas y sus irremediables y

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tristes congojas en el punto donde las dejara.Dos o tres horas después su esposa se levantócon aire cansado y se disponía .1 marcharse a lacama sin darle las buenas noches cosa normalahora, pero se detuvo cerca de la carta y la miródurante unos instantes con apagado interés;luego la abrió y comenzó a recorrerlarápidamente con los ojos. Richards, que estasentado con la silla echada hacia atrás contra lapared y el mentón entre las rodillas, ovó caeralgo. Era su esposa. Se abalanzó sobre ella puralevantarla, pero la señora Richards exclamó:

-¡Déjame en paz! Me siento demasiadofeliz. Lee la carta... ¡Léela!

La leyó. La devoró con los ojos, mientras sucerebro trepidaba. La carta provenía do unEstado lejano y decía:

Usted no me conoce, pero es lo mismo;necesito decirlo albo. Acabo de volver deMéjico y me he enterado de ese episodio. Desdeluego usted no sabe quién hizo esa indicación,pero yo soy la única persona viva que lo sabe.

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Fue Goodson. Le conocí muy bien hace muchosaños. Pasé por la ciudad de Hadleyburg esamisma noche y fui su huésped hasta la llegadadel tren de medianoche. Le oí hacerle esaindicación al forastero en la oscuridad, en HaleAlley. El y yo conversamos sobre el asuntodurante el trayecto a su casa y luego fumandoun puro. Goodson mencionó u machos deustedes, en el transcurso de la conversación,refiriéndose a la mayoría en forma muy pocolisonjera, pero habló de dos o tresfavorablemente, entre ellos de usted. Digofavorablemente y nada más. Recuerdo haberleoído decir que no le gustaba en realidadninguno de sus convecinos, ni uno solo, peroque usted creo que dijo usted, estoy casi segurole había hecho un gran favor en cierta ocasión,posiblemente sin saber su verdadero valor y medijo que, si hubiese tenido un patrimonio, se lohabría dejado a usted al morir y una maldicióna cada tino de sus conciudadanos. Pues bien: sifue usted quien le hizo ese favor; es usted su

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legítimo heredero y fierre derecho al talego deoro. Sé que puedo confiar en su honor y en suhonradez, porque en un ciudadano deHadleyburg tales virtudes constituyen unpatrimonio que no falta. Por esto, le revelaréesa frase, coca el convencimiento de que, si nofuera usted la persona buscada, usted labuscará y la encontrará y cuidará de que ladeuda de gratitud del pobre Goodson por elfavor mencionado sea pagada.

La frase es la siguiente: «USTED DISTAMUCHO DE SER UN HOMBRE MALO:VÁYASE Y REFÓRMESE»

HOWARD L. STEPHENSON-¡Oh, Edward! -El dinero m nuestro y me

siento tan contenta, tan contenta!... -¡Bésame,querido!

-¡Hace tanto tiempo que no nos ciamos unbeso!... Y necesitamos tanto el dinero... y ahoraestás libre de Pinkerton y de su banco; ya nosomos esclavos de nadie... Me parece que seríacapaz de volar de alegría.

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La pareja pasó media hora feliz sobre elcanapé, acariciándose: habían vuelto los días deantaño, los días que empezaron con sunoviazgo y que duraron sin interrupción hastaque el forastero trajera su mortífero oro. Alpoco rato la esposa dijo:

-¡Oh, Edward!...-¡Qué suerte tuvimos de que le hicieras

aquel gran favor al pobre Goodson! Goodsonnunca me gustó, pero ahora siento afecto por él.Y fue muy hermoso el que nunca mencionarasel asunto ni te jactaras de haber hecho tal favor.

Luego, en tono de reproche, la señoraRichards agregó:

-Pero debiste habérmelo dicho, Edward...Debiste habérselo dicho a tu esposa.

-Bueno... Yo... Como comprenderás, Mary...-Ahora déjate de tartamudear y cuéntame

eso, Edward. Siempre te quise y ahora estoyorgullosa de ti. Todos creen que sólo hubo unalma generosa en esta ciudad, y ahora resultaque tía... -¿Por qué no me lo cuentas, Edward?

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-Este... Pero...-¡No puedo, Mary!-¿No puedes?-¿Por qué no puedes?-Te diré... Él... él... Bueno... El caso es que

me obligó a prometer que no lo contaría.La mujer de Richards lo miró de arriba

abajo y dijo con mucha lentitud:-Te... lo hizo... prometer?-¿Por qué me dices eso, Edward?-Crees que yo sería capaz de mentirte,

Mary?Turbada, se quedó en silencio durante un

rato, luego puso su mano en la de su marido ydijo:

-No... No. En tu vida has dicho unamentira, pero ahora que los cimientos de lascosas parecen estar desmoronándose bajonuestros pies, nosotros... nosotros...

Por un momento la señora Richards sequedó sin voz y luego dijo desfalleciendo:

-No nos dejes caer en la tentación... Creo

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que has hecho realmente esa promesa, Edward.Así sea. Dejemos el asunto. Ahora... todo eso hapasado, volvamos a ser felices; no es hora denubes.

A Edward le costó un gran esfuerzocomplacerla, porque su espíritu no hacía sinovagar, tratando de recordar qué favor le habíahecho a Goodson.

La pareja pasó despierta la mayor parte dela noche. Edward preocupado, pero no muyfeliz. Mary haciendo proyectos sobre qué haríacon el dinero. Edward trataba de recordaraquel favor.

Su conciencia se sentía atormentada poruna pizca de amargura, pensando en la mentiraque le había dicho a su mujer... si se trataba deuna mentira. Y si se trataba de una mentira, -¿qué? -¿Era una cosa tan grave? Después detodo, -¿no nos comportamos quizá de formamentirosa? Y entonces, -¿por qué no mentir?Mirad a Mary, por ejemplo; mientras él seapresuraba a hacer su acto de honradez, -¿qué

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estaba haciendo Mary? -¡Lamentarse de que lospapeles no hubiesen sido destruidos y de nohaberse quedado con el dinero! -¿Es acasomejor robar que mentir?

Este punto perdió ahora su aguijón; lamentira pasó a un segundo plano, dejando trassí el consuelo. Pero existía aún otro problema:

-¿Había hecho él efectivamente ese favor?Estaba el testimonio del mismo Goodson, comose podía leer en la carta de Stephenson. Nopodía haber mejor testimonio: era hasta laprueba de que había hecho el favor. Desdeluego. De modo que el punto quedaba resuelto.No, no del todo. Recordó con sobresalto queaquel desconocido señor Stephenson teníaalguna duda sobre si la persona que habíahecho el favor era Richards o algún otro... y...

-¡Dios mío! -¡Había dejado en sus manosuna cuestión de honor! Él mismo tenía quedecidir adónde debía ir a parar el dinero, y elseñor Stephenson no dudaba de que, si él noera el hombre tascado, iría honestamente en

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busca del mismo. -¡Oh!, era terrible poner a unhombre en semejante situación.

-¡Ah! -¿Por qué habría expresadoStephenson aquella duda? -¿Por qué habíaquerido aquella intromisión?

La meditación prosiguió.-¿Cómo se explicaba que Stephenson

recordara el nombre de Richards como aquélque había hecho el favor y no algún otronombre? Esto tenía buen aspecto. -Sí, muy buenaspecto. En realidad, su aspecto era cada vezmejor..., hasta que se convirtió en unaverdadera prueba. Y entonces Richards laexpulsó inmediatamente de su espíritu, porquesu instinto personal le decía que, cuandoquedaba establecida una prueba, era preferibledejarla así.

Ahora se sentía razonablemente cómodo,pero quedaba aún otro detalle, que se leimponía. Desde luego él había hecho aquelfavor, esto ya estaba admitido, pero -¿en quéconsistía el favor? Era indispensable recordarlo;

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no se iría a dormir mientras no lo recordara. Yasí se puso a pensar. Y pensó, pena, pensó unodocena de cosas favores posibles, -hastaprobables-, pero ninguno le parecía adecuado,ninguno de ellos parecía lo bastante grande,ninguno de ellos parecía valer aquel dinero, lafortuna que Goodson quería dejarle en sutestamento. Y, además, el no recordaba haberlohecho. Y bien... Y Bien.. ¿Qué clase de favorpodía ser para tornar tan exageradamenteagradecido a un hombre.

-¡.Ah!-¡Debía ser la salvación de su alma! Sin

duda, se trataba de eso. Ahora recordaba cómohabía emprendido antaño la tarea de convertira Goodson y cómo había trabajado en esodurante no menta de...; iba a decir tres meses,pero después de un examen más detenidodisminuyó el término a un mes, luego a unosemana, después a un día, finalmente a nada. -Sí, ahora recordaba y con poco grata nitidezque Goodson !e había dicho que se fuera al

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diablo y que se ocupara de sus asuntos. -¡Él notenía ganas de seguir a Hadleyburg en elparaíso!

Por eso aquella solución estaba equivocado:él no había salvado el alma de Goodson.Richards se sintió desalentado. Al poco tiempose le ocurrió otra idea. ¿Habría salvado losbienes de Goodson ? No, eso aro: Goodsoncarecía de bienes.

-¿Su vicia? ¿Eso era! Naturalmente. Debíade habérsele ocurrido untes. Esta vez, conseguridad, estaba sobre la verdadera pista. E1molino de su imaginación empozo a funcionarempecinadamente al cubo de un instante.

Después, durante dos fatigosas horas, sededicó' a salvarle la vicia a Goodson. Lasalvaba en todo tipo de formas difíciles ypeligrosas. En todos los casos la salvabasatisfactoriamente hasta cierto punto. Luego,cuando estaba empezando a convencerse deque aquello había sucedido realmente así,aparecía un molesto detalle que hacía todo

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inverosímil. Como cuando lo salvaba de morirahogado, por ejemplo. En ese caso Richardsarrastraba a Goodson hasta la orilla en estadode inconsciencia, mientras una multitud mirabay aplaudía, pero, cuando ya lo había pensadotodo y estaba empezando a recordarlo, aparecíaun conjunto de detalles insalvables: toda laciudad tendría conocimiento del hecho,también lo tendría que saber Mary y él mismodebía recordarlo muy bien, en lugar de ser uninsignificante favor que le había hecho"posiblemente sin saber su verdadero valor". Y,en este punto, Richards recordó que, además, élno sabía nadar.

Ah... había un punto que se le había pasadopor alto desde el principio: debía haber unfavor que le había hecho "posiblemente sinsaber su verdadero valor". Esto habría limitadolas investigaciones. Y así, precisamente conesto, poco a poco, encontró el hilo del asunto.Goodson, muchos años antes, había estado apunto de casarse con una dulce y linda

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muchacha llamada Nancy Hewitt, pero sinsaber muy bien por qué el noviazgo se habíaroto. La muchacha murió; Goodson siguiósiendo soltero y poco a poco se convirtió en unhombre amargado, que despreciabaabiertamente al género humano. Poco despuésde morir Nancy, la ciudad descubrió o creyódescubrir que aquélla había tenido algo desangre negra en las venas. Richards trabajódurante no poco tiempo con estos detalles y porfin, le pareció recordar cosas relativas a aquellahistoria, que se le habían perdido en lamemoria. Le pareció recordar vagamente queera él quien había descubierto lo de la sangrenegra, que era él quien se lo había dicho a laciudad, que la ciudad le había comunicado aGoodson la fuente del hallazgo, que él habíasalvado así a Goodson de casarse con unamuchacha de color, que él le había hecho aquelgran favor "sin saber su verdadero valor", peroque Goodson sabía su valor y que se bahíasalvado a duras penas del peligro y por eso se

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había ido a la tumba agradecido a su benefactory lamentando no poder dejarle un patrimonio.Todo resultaba ahora claro y simple, y cuantomás lo meditaba Richards, más claro y segurose sentía. Finalmente, cuando se acurrucó paradormir satisfecho y feliz, recordó todo aquellocomo si hubiese ocurrido el día anterior. Enrealidad recordaba vagamente que Goodson lehabía expresado su gratitud en cierta ocasión.Mientras tanto Mary había invertí, do seis mildólares en una casa nueva para sí y un par depantuflas para su pastor, y luego se habíaquedado apaciblemente dormida.

El mismo sábado por la noche el carterohabía entregado una carta a cada uno de losdemás ciudadanos importantes de Hadleyburg:diecinueve cartas en total. Los sobres erantodos distintos, y la caligrafía de la direcciónera también distinta, pero las carros contenidaseran idénticas en todos sus detalles, menos enuno. Eran copias exactas de la carta recibidapor Richards hasta la letra, y todas iban

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firmadas por Stephenson, pero, en lugar delnombre Richards, figuraba el del respectivodestinatario.

Durante el transcurso de la noche los otrosdieciocho ciudadanos importantes hicieron loque hacía a la misma hora su conciudadanoRichards: aplicaron sus energías a recordar elnotable favor que le hicieran inconscientementea Barclay Goodson. En ninguno de los casosresultaba fácil la tarea; con todo, tuvieron éxito.Y mientras estaban entregados a aquel trabajo,que era difícil, sus esposas consagraban lanoche a gastar el dinero, cosa mucho más fácil.Durante aquella sola noche las diecinueveesposas gastaron un promedio de siete mildólares coda una de los cuarenta milcontenidos en el talego: ciento treinta y tres mildólares en total.

Al día siguiente Jack Halliday se llevó unasorpresa. Advirtió que los rostros de losdiecinueve ciudadanos más importantes deHadleyburg y los de sus esposas mostraban

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nuevamente aquella expresión de apacible ysanta felicidad. Esto le resultó incomprensibley, por lo demás, no logró inventar observaciónalguna al respecto que pudiese cambiarla oturbarla.

Y por eso le llegó el turno de mostrarseinsatisfecho de la vida. Sus conjeturas sobre losmotivos de la felicidad fracasaron en todos loscasos. Al encontrarse con la señora Wilcox yadvertir el placido éxtasis de su rostro, JackHalliday se dijo: «Su gata ha tenido gatitos», yfue a preguntárselo a la cocinera de aquélla; noera verdad. La cocinera bahía notado el aspectode felicidad, pero ignoraba la causa. Al advertirla reiteración del éxtasis en el rostro de Billson"tabla rasa" (su apodo), tuvo la convicción deque algún vecino de Billson se había roto unapierna, pero la averiguación le demostró que nohabía ocurrido esto. El reprimido éxtasis delrostro de Gregory Yates sólo podía significarque se le había muerto la suegra, pero, tampocoesto era verdad. Y Pinkerton... Pinkerton... ha

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cogido en el aire diez centavos que estaba apunto de perder. Y así sucesivamente. Enalgunos casos las suposiciones quedaban ensituación de dudosas; en otros, resultabanequivocadas. Por fin Halliday se dijo: Sea comofuere, es evidente que diecinueve familias deHadleyburg están provisionalmente en elparaíso. No sé cómo ha ocurrido, sólo sé que laProvidencia está hoy de vacaciones».

Un arquitecto y constructor del Estadocontiguo se había aventurado a instalar unapequeña empresa en aquella localidad pocoprometedora y su placa estaba colgada yadesde hacía una semana, pero no se habíahecho vivo ni un cliente: el arquitecto estabadesanimado y lamentaba haber venido. Pero suhumor cambió súbitamente. Una tras otra levisitaron las esposas de los ciudadanosimportantes y le dijeron:

-Venga a mi casa el lunes, pero no hable delasunto por ahora. Tenemos la intención deconstruir.

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El arquitecto recibió ese día onceinvitaciones. Por la noche le escribió a su hijaordenándole que rompiese su noviazgo con elestudiante. Le dijo que se` podría casar con unmejor partido.

Pinkerton, el banquero; y otros dos o treshombres acomodados pensaban construir casasde campo..., pero esperaban. Los hombres deesa clase no cuentan sus pollos antes de queestén incubados.

Los Wilson planearon una grandiosanovedad: un baile de mascaras. No hicieronpromesas concretas, sino que les dijeronconfidencialmente a sus amistades que se loestaban pensando y que seguramente lo harían,y, si lo hacemos, usted cero invitado, desdeluego». La gente se mostraba sorprendida y sedecía: Esos pobres Wilson están locos. Nopueden permitírselo, Algunas de las diecinueveesposas les dijeron en privado a sus maridos:«La idea es buena; esperaremos a que hayandado ese baile de pacotilla y luego nosotros

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daremos otro que causará vértigo...Los días pasaron y la cuenta de los futuros

derroches cada vez más, con crecientedesenfreno, con aturdimiento y temeridad cadavez mayores. Parecía que los diecinueveciudadanos importantes de Hadleyburg no sólogastarían sus cuarenta mil dólares antes decobrarlos, sino que estarían completamenteendeudados cuando fueran a cobrarlos. Enalgunos casos la gente ligera de cascos no seconformaba con los proyectos de gastos, sinoque realmente gastaba... a crédito. Comprabatierras, granjas, títulos, buena ropa, caballos yotras cosas; pagaba al contado la señal... y secomprometía a pagar el resto a los diez días.Luego vino la segunda fase, y Halliday advirtióque una horrible ansiedad comentaba a hacersu aparición en muchos rostros. Volvió asentirse intrigado y no supo cómo interpretaraquello. «Los gatitos de Wilcox no han muerto,porque no han nacido; nadie se ha roto unapierna; no ha tenido lugar una reducción en el

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número de suegras, no ha sucedido nada... Elmisterio es impenetrable, había, además deHalliday, otro hombre intrigado: el reverendoBurgess. Desde hacía días, adondequiera queiba, la gente parecía seguirlo o acecharlo; y, sise encontraba alguna vez en un sitio retirado,podía tener la seguridad de que aparecería unode los diecinueve vecinos importantes y lepondría a hurtadillas en la mano un sobre y lemurmuraría: ,Para abrir el viernes por la nocheen el ayuntamiento», y desaparecía luego conaire culpable. Esperaba aunque con muchasdudas, pues Goodson estaba muerto quealguien diese un paso adelante pidiendo eltalego lleno de dinero, pero nunca se le habíaocurrido que hubiese toda una multitud depretendientes. Cuando por fin llegó el granviernes, comprobó que tenía diecinueve sobres.

III

El ayuntamiento nunca había presentado

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un aspecto tan impresionante. En el fondo delestrado se veía un llamativo grupo debanderas. Ice trecho en trecho, a lo largo de lasparedes, había guirnaldas de banderas; el frentede las galerías estaba revestido de banderas ylas columnas que las sostenían estabanenvueltas en banderas. Todo aquello teníacomo objeto impresionar a los forasteros,porque acudirían muchos, sobre todo enrepresentación de la prensa. El salón estaballeno. Los cuatrocientos doce asientos fijos,ocupados, como también las sesenta y ochosillas suplementarias colocadas en los pasillos.Los peldaños del estrado estaban ocupados. Aalgunos forasteros distinguidos les habían dadoasiento en el estrado. Junto a la herradura demesas que cercaban el frente y los costados delestrado, se hallaba sentado un nutrido grupode corresponsales especiales llegados de todaspartes. Era el salón mejor adornado que jamáshubiera visto la ciudad. Había algunos tocadostirando a lujosos y, en algunos casos, las damas

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que los lucían parecían no estar familiarizadascon aquel tipo de vestidos. Al menos, así locreía la, ciudad, pero la idea quizá se debiera aque la ciudad sabía que aquellas damas nuncase habían metido en aquellos vestidos.

El talego de oro estaba sobre una mesita enel primer plano del estrado, donde todos lospresentes podían verlo. La mayor parte de éstoslo contemplaban con apasionado interés, contal interés, que se le boca agua: con un interésansioso y patético.

Una minoría de diez o nueve parejas locontemplaba con ternura, amorosamente, conojos de dueños, y la mitad masculina de esaminoría ensayaba los conmovedores discursitosde gratitud que poco después, de pie,pronunciarían en respuesta a los aplausos yfelicitaciones del público. De vez en cuandouno de ellos extraía del bolsillo del chaleco untrocito de papel y le echaba un vistazo ahurtadillas para refrescar la memoria.

Naturalmente se oía un murmullo de

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conversación; como sucede siempre en estasocasiones. Finalmente, cuando el reverendoBurgess se puso en pie y apoyó la mano en eltalego, se habría podido oír el roer de susmicrobios, tal era el silencio reinante. Burgessnarró la curiosa historia del talego, luegoprosiguió hablando con calurosas palabras dela antigua y bien ganada reputación deHadleyburg por su intachable honradez y porel legítimo orgullo que los habitantes sentíanpor esta reputación. Dijo que dicha fama era untesoro de inestimable valor, que, merced a laProvidencia, ese valor se había acrecentadoahora considerablemente, ya que el nuevosuceso había difundido su fama por todaspartes y atraído así los ojos del mundoamericano sobre la ciudad y convertido elnombre de Hadleyburg, para siempre así loesperaba y creía en sinónimo deincorruptibilidad comercial [Aplausos].

-¿Y quién ha de ser el guardián de estenoble tesoro? -¿Toda la comunidad? -¡No! La

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responsabilidad es individual, no colectiva. Apartir de hoy cada uno de ustedes, en su propiapersona, es su guardián especial, y esindividualmente responsable de que ese tesorono sufra menoscabo alguno.

-¿Aceptarán ustedes, acepta cada uno deustedes, esa gran misión? (Tumultuosoasentimiento). Entonces, bien. Transmítanla asus hijos y a los hijos de sus hijos. Hoy lahonradez de ustedes está por encima de todoreproche: cuiden de que siga estándolo. Hoy nohay en esta comunidad una sola persona quepueda ser empujada a tocar un penique ajeno:cuiden de mantenerse siempre en ese estado degracia. («-¡Cuidaremos de ello, ¡Cuidaremos deello!») Ésta no es la ocasión indicada paroestablecer comparaciones entre nosotros y lasdemás ciudades, algunas poco amables connosotros. Islas tienen sus costumbres ynosotros, las nuestras. Démonos porsatisfechos. (Aplausos) He terminado. Tajo mimano, amigos míos, reposa el elocuente

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reconocimiento de lo que significamos, hechopor un Forastero: merced a su intervención, elmundo sabrá siempre lo que somos. Nosabemos quién os, pero en nombre de ustedesle expreso nuestra gratitud y les pido queexpresen, con una aclamación, su acuerdo.

La concurrencia se levantó como un solohombree hico retumbar los muros con losaplausos de su gratitud durante un largominuto. Luego se sentó, y el señor Burgess sacóun sobre del bolsillo. La concurrencia contuvoel aliento mientras Burgess rasgaba el sobe yextraía de él una hojita de papel. Leyó sucontenido con tono lento y solemne, mientras elauditorio escuchaba con extática atención aqueldocumento mágico. Corla una de sus palabrasvalía un lingote de oro: «La indicación que lehice a aquel atribulado forastero fue: Usteddista mucho de ser un hombre malo; váyase yrefórmese.»

Luego continuó:-Dentro de un momento sabremos si la

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indicación aquí citada corresponde a laescondida en el talego, y, si resulta ser así y asíserá, indudablemente, este talego de oro lecorresponderá a un conciudadano que serádesde ahora para esta nación el símbolo de lavirtud que ha dado fama a nuestra ciudad en elpaís.

-¡El señor Billson!Los presentes se habían preparado para

desencadenar la debida tempestad de aplausos,pero, en el lugar de hacerlo, se sintieronafectados de una especie de parálisis. Luego,durante unos instantes, reinó un profundosilencio seguido de una ola de murmullos querecorrió el salón. Todos ellos eran de este tenor:

-¡Billson!-¡Venga, vamos, esto es demasiado extraño!-¡Billson dando veinte dólares a un

forastero... o a cualquier otro. -¡A otro con esecuento!» En este momento los presentescontuvieron repentinamente el aliento en unnuevo acceso de sor y presa al descubrir que,

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mientras en un extremo del y salón el diáconoBillson se había puesto en pie con la cabezaabatida en gesto de mansedumbre, el abogadoWilson estaba haciendo otro tanto en el otroextremo. Durante unos momentos reinó unsilencio de asombro.

Todos estaban intrigados y diecinueveparejas se sentían sorprendidas e indignadas.

Billson y Wilson se volvieron y se miraronfijamente. Billson preguntó con tono seco:

-¿Por qué se levanta usted, señor Wilson?Porque tengo derecho a hacerlo. -¿Sería tanamable de explicarle al público por qué se halevantado?

-Con sumo placer. Porque fui yo quienescribí ese papel.

-¡Impúdica falsedad! Lo escribí yo.Esta vez Burgess se quedó petrificado.

Estaba de pie mirando alternativamente a unoy otro, que reclamaban con los ojos en blanco, yal parecer no sabía qué hacer. Los presentesestaban estupefactos. Por fin, el abogado

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Wilson habló y dijo:-Le pido a la presidencia que lea la firma

que lleva ese papel.Esto hizo reaccionar ala presidencia, que

leyó el nombre: John Wharton Billson.»-¡Exacto! gritó Billson.-¿Qué tiene que decir ahora?-¿Y qué tipo de excusas nos ofrecerá a mí y

a este agraviado público por la impostura queha tratado de representar aquí?

No les debo excusa alguna, señor. Y encuanto a lo demás, le acuso públicamente dehaberla robado mi papel al señor Burgess y dehaberlo sustituido con una copia firmada consu propio nombre. Es imposible que usted hayallegado a conocer, de alguna otra forma, la fraseen la que se basaba la prueba. Sólo yo, entretodos los seres de este mundo, poseía el secretode la frase.

Las cosas prometían tomar un cariz turbio,si esto proseguía así: todos advirtieron conaflicción que los taquígrafos estaban

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garabateando con loco frenesí, y muchosgritaron:

-¡La palabra al presidente!-¡Presidente!-¡Orden!-¡Orden!Burgess golpeó repetidamente la mesa con

su maza, y dijo:No olvidemos la debida corrección.

Evidentemente ha habido un error, pero eso estodo.

-Si el señor Wilson me ha dado un sobre, yahora recuerdo que me lo dio, aún está en mipoder.

El reverendo Burgess sacó un sobre delbolsillo, lo abrió, lo miró fugazmente, revelósorpresa c inquietud y permaneció en silenciodurante unos instantes. Luego pitó la mano deun modo vago y mecánico e hizo un par deesfuerzos por decir algo, pero renunció ahacerlo, con aire desalentado. Varias vocesgritaron:

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-¡Léalo! -¡Léalo! -¿Qué dice?De modo que el reverendo empezó, con

aire aturdido y sonámbulo:«La indicación que le hice a aquel

atribulado, forastero, dice: Usted dista de serun hombro tríalo.

(La concurrencia lo miró, maravillada)Váyase y refórmese. (Murmullos:

-¡Asombroso! -¿Qué quiere decir esto?»)Este papel manifestó el presidente está

firmado por Thurlow G. Wilson.-¡Exacto! exclamó Wilson.-¡Supongo que eso lo aclara todo! Yo sabía

perfectamente que mi papel había sido robado.-¡Rolado! replicó Billson. Le advierto que ni

usted ni ningún hombre de su catadura puedearriesgarse a...

PRESIDENTE:-¡Orden, caballeros!-¡Orden! Les ruego que se sienten.Los dos autores de los escritos obedecieron,

meneando la cabeza y gruñendo irritados. El

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público estaba profundamente intrigado; nosabía cómo explicarse aquel curioso suceso. Alpoco rato se puso de pie Thompson. Thompsonera el sombrerero. Le habría gustado ser uno delos diecinueve ciudadanos importantes, perotal destino no era para él. Sus existencias desombreros no bastaban para asegurarlesemejante posición. Y dijo:

-Señor presidente, permítaseme, unasugerencia... ¡No podrían estar en lo ciertoambos caballeros? Le sugiero esto...

-¿No podrían ambos haberle dichocasualmente las mismísimas palabras alforastero?

Me parece que el curtidor se puso de pie yle interrumpió. El curtidor era un hombreamargado; se creía con méritos para figurarentre los diecinueve importantes, pero no podíaconseguir que se lo reconocieran, lo que lehacía algo desagradable en sus modales y en sumanera de hablar. Dijo:

-¡Vamos, no se trata de eso! Eso puede

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ocurrir dos veces en cien años, pero no lo otro. -¡Ninguno de los clon clip los veinte dólares!

Un estallido de aplausos.Billson:-¡Yo los di!Wilson: -¡Yo los di!Luego se acusaron mutuamente de robo.PRESIDENTE: -¡Orden! Les ruego que se

sienten. Ninguno de los sobres ha estado fuerade mis bolsillos ni un momento. UNA voz:Entonces...

-¡Eso lo soluciona todo!CURTIDOR: Señor presidente, hay algo

muy evidente: uno de esos hombres ha estadofisgando bajo la cama del otro y robandosecretos de familia.

-Si la insinuación es poco democrática, harénotar que ambos son capaces de ello.[PRESIDENTE: -¡Orden! -¡Orden!»] Retiro lainsinuación, señor, y me limitaré a sugerir que,si uno de ellos ha oído por casualidad al otromientras revelaba a su mujer la famosa frase,

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podemos descubrirlo ahora.UNA VOZ: -¿Cómo?CURTIDOR: Fácilmente. Ninguno de los

dos ha citado la frase con palabras exactamenteiguales. Ustedes lo habrían notado, si nohubiera mediado un inconsiderable espacio detiempo y una excitante pelea entre ambaslecturas.

UNA VOZ: Diga la diferencia.CURTIDOR: La palabra mucho está en la

carta de Billson y no figura en la otra.MUCHAS VOCES: Así es -¡Tiene razón!CURTIDOR: Y por lo tanto, si la

presidencia consiente examinar la indicaciónencerrada en el talego, sabremos cuál de estosdos impostores (PRESIDENTE: «-¡Orden! -¡Orden!»]..., cuál de estos dos aventureros...[PRESIDENTE: -¡Orden! -¡Orden!]..., cuál deestos dos caballeros... Risas y aplausos] tienederecho a ostentar el título de primer fanfarróndeshonesto jamás criado en esta ciudad..., ;a lacual ha deshonrado y que será desde ahora

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para él un lugar asfixiante! [Fuertes aplausos.]MUCHAS VOCES: -¡Ábralo! -¡Abra el

talego!El reverencio Burgess pegó un corte en el

talego, metió la mano dentro y sacó un sobre.En él se hallaban dos papeles doblados. Elreverendo dijo:

-Uno de estos papeles contiene la frase:«No deberá ser examinada, hasta que no sehayan leído todas las comunicaciones escritasdirigidas a la presidencia, si las hubiere». Sobreel otro papel está escrito: Prueba. Un momento.Dice así: «Yo no exijo que la primera mitad dela indicación de mi benefactor sea repetida contoda exactitud, porque no era muy notable ypuede haber sido olvidada, pero sus quincepalabras finales sí que son notables y las creofáciles de recordar, y, a no ser que éstas seanreproducidas con exactitud, el que reclame seráconsiderado un impostor. Mi benefactorempezó diciendo que él rara vez daba unconsejo, pero añadió que, cuando lo daba, el

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consejo llevaba siempre el sello de muchacalidad. Luego dijo esto... que El hombre quecorrompió Hadleyburg nunca se me ha borradode mi memoria: ..Usted no es malo .....

CINCUENTA VOCES: Eso aclara todo. -¡Eldinero es de ¡Wilson! -¡Wilson! -¡Wilson! -¡Quehable! -¡Que hable!

Todos se levantaron de un salto y seagolparon alrededor de Wilson, estrujándole lamano y felicitándolo con fervor, mientras elpresidente descargaba golpes con su maza ygritaba:

-¡Silencio, caballeros!-¡Silencio!-¡Silencio!Permítanme que termine de leer, por favor.Al restablecerse el silencio, se reanudó la

lectura, oyéndose lo siguiente:«Váyase y refórmese, o, recuerde mis

palabras, un día, por sus pecados, morirá e iráal infierno o a Hadleyburg... PROCUREACABAR EN EL INFIERNO»

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Hubo un silencio espantoso. Primero, sobrelos rostros de los ciudadanos comenzó acernirse una nube de enojo; tras una pausa, lanube empezó a disiparse y una expresióndivertida trató de ocupar su sitio y lo intentócon tal esfuerzo, que sólo pudo evitarse congrande y penosa dificultad. Los reporteros, losnativos de Brixton y demás forasteros abatieronsus cabezas y protegieron sus rostros con lasmanos y lograron contenerse con muchoesfuerzo y heroica cortesía. En ese inoportunomomento estalló en medio del silencio elbramido de una voz solitaria, la de JackHalliday:

-¡Esto sí que es un buen consejo!Entonces los presentes, incluso los

forasteros, cedieron. Hasta la gravedad delseñor Burgess se desmoronó en el acto y elpúblico se consideró oficialmente libre de todacontención y usó su privilegio al máximo. Fueuna buena y prolongada tanda de riquezas y derisas tempestuosamente sinceras, pero que por

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fin cesó, durando lo bastante para que el señorBurgess intentara reanudar su discurso y paraque la agente se secara parcialmente los ojos.Luego Burgess patio proferir estas gravespalabras: Es inútil que tratemos de disimular elhecho.

Nos encontramos frente a un asunto muyimportante. Está en juego el honor de nuestraciudad, amenaza su buen nombre. Ladiferencia de una sola palabra entre los textospresentados por el señor Wilson y por el señorBillson era, en sí misma, una cuestión muyseria, ya que demostraba que uno de estos dosseñores era culpable de robo Los dos hombresaludidos estaban sentados con la cabeza gacha,pasivos, aplastados; pero, al oír estas palabras,se movieron como electrizados e hicieronademán de levantarse -¡Siéntense! dijo elpresidente bruscamente; ambos obedecieron.Eso, como acabo de decir, era una cosa seria. Ylo era..., pero sólo para uno de y ellos. Contodo, el asunto ha tomado un cariz más grave,

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porque ahora el honor de ambos está enpeligro. -¿Debo ir más allá aún y decir que setrata de un peligro que no se puededesenredar? Ambos han omitido las palabrasdecisivas.

El reverendo hizo una pausa. Dejó quedurante unos instantes el silencio queimpregnaba todo se espesara y aumentase sussolemnes efectos y añadió:

-Aparentemente esto sólo puede haberocurrido de una manera. Yo les pregunto aestos caballeros: -¿Ha habido cohesión,acuerdo? 'Un suave murmullo se insinuó entreel público; su significado era: «Los haacorralado...

Billson no estaba acostumbrado a estassituaciones, se quedó sentado, con la cabezagacha. Pero Wilson era abogado. Se puso de piecon esfuerzo, pálido y afligido, y dijo:

-Solicito la indulgencia del públicomientras explico este penoso asunto. Lamentodecir lo que voy a decir, !tiesto que ofenderé de

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forma irreparable al señor Billson, a quien heestimado y respetado siempre hasta ahora, y encuya invulnerabilidad a la tentación creísiempre a pie juntillas como todos ustedes.Pero debo hablar en defensa de mi propiohonor. y con franqueza. Confieso avergonzadoy les suplico me perdonen que le dije alforastero arruinado todas las palabrascontenidas en la frase, incluidas las últimasofensivas. [Suspiro entre el público. Cuando losperiódicos hablaron de esto, las recordé yresolví reclamar el talego de dinero, ya que mesentía con derecho al mismo desde todos lospuntos de vista. Ahora les pido a ustedes quetengan en cuenta este punto y lo mediten bien:que la gratitud del forastero para mí esa nocheno tenía límites, que él mismo manifiesto noencontrar palabras adecuadas para exhumarlay que, si podía hacerlo, me devolvería algúndía el favor centuplicado. Y bien... Ahora lespregunto: ¿Podía esperar..., podía creer..., podíasiguiera imaginar remotamente que, dados

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tales sentimientos, ese hombre cometería unacto tan desagradecido como añadir a suprueba las quince palabras completamente:innecesarias, tendiéndome una trampa,haciéndome aparecer como difamador de mipropia ciudad ante mis propios convecinosreunidos en un salan público? Era absurdo, eraimposible. Su prueba contendría solamente labondadosa cláusula inicial de mi observación.Yo no dudaba lo más mínimo. Ustedes habríanpensado lo mismo en mi lugar No habríanesperado tan vil traición de un lumbre a quienprotegieran y a quien no agraviaran en modoalguno. Y por eso, con perfecta confianza, conperfecta buena fe, escribí sobre un trozo depapel las palabras iniciales, terminando con unVáyase y refórmese, y las firmé. Cuando medisponía a poner la carta en un sobre, mellamaron para que fuera a un despacho de mioficina y, sin pensarlo, dejé la carta abiertasobre mi escritorio. Wilson se detuvo, volviólentamente la cabeza hacia Billson, esperó un

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momento y añadió:-Les pido que tomen nota de esto: cuando

volví, poco después, el señor Billson salía por lapuerta principal de mi oficina.[Suspiros.]Inmediatamente Wilson se puso depie y gritó: -¡Es mentira! -¡Es una mentirainfame!

PRESIDENTE: -¡Siéntese, señor! El señorWilson no ha acabado aún.

Los amigos de Wilson lo obligaron asentarse y lo calmaron. Wilson prosiguió:, Éstosson los hechos escuetos. Mi carta, cuando volví,estaba colocada en un lugar distinto delescritorio. Me di cuenta del hecho, pero no le diimportancia, creyendo que la había cambiadode sitio una corriente de aire. No podíaocurrírseme que el señor Billson leyera unacarta privada: se trataba de un hombrehonorable y debía estar por encima de eso.Permítanme observar que su palabra extra,mucho, se explica perfectamente: cabeatribuirla a un defecto de memoria. Yo era el

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único hombre del mundo que podíaproporcionar aquí los detalles de la frase conmedios honorables. He terminado., Nada haymás adecuado en el mundo que un discursopersuasivo para confundir la máquina mental ytrastornar las convicciones y seducir lasemociones y de un público inexperto en lastretas y engaños de ,la oratoria. Wilson se sentóvictorioso. Los presentes, lo ahogaron enoleadas de aprobatorios aplausos; los amigos sepusieron a su alrededor y le estrecharon lamano y le felicitaron. A Wilson lo obligaron acallar a gritos y no se le permitió decir una solapalabra. El presidente descargó golpes y másgolpes con su maza y no hizo más que gritar:¡prosigamos, caballeros! -¡Prosigamos!

Finalmente, hubo un relativo silencio y elsombrerero dijo:

-Pero, -¿qué hay que proseguir, señor, sinoa entregar el dinero?

VOCES: -¡Eso es! -¡Eso! -¡Adelante, Wilson!SOMBRERERO: Pido tres vítores para el

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señor Wilson, símbolo de la típica virtud de...Los vítores estallaron antes de que el

sombrerero pudiese terminar, y en medio delos vítores y también del clamor de la masavarios entusiastas subieron a Wilson sobre loshombros de un corpulento amigo y sedispusieron a llevarle en triunfo al estrado.Entonces la voz del presidente se elevó porencima del tumulto...

-¡Orden! -¡Cada uno a su sitios Ustedesolvidan que falta aún por leer un documento.

Cuando se hubo restablecido el silencio, elreverendo tomó el documento y se disponía yaa leerlo, pero lo abandonó nuevamente,diciendo:

-Lo olvidaba... Esto no debe leerse antes deleer todas las comunicaciones escritas recibidaspor mí.

Burgess sacó un sobre del bolsillo, extrajosu contenido, arrojó sobre él una rápidamirada, pareció sorprendido y se quedócontemplándolo fijamente.

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Veinte o treinta voces gritaron:-¿Qué dice ese papel?-¡Léalo!-¡Léalo!Y el reverendo Burguess lo leyó...

lentamente y con tono vacilante:-La indicación que le hice al forastero[Voces: -¡Eh! -¿Qué es eso? fue la siguiente:

Usted dista de ser un hombre malo. VOCES:¡Santo Dios!») Váyase y refórmese. [UNA vez:¡Que me condenen!»)

Firmado par el señor Pinkerton, elbanquero.

El barullo de carcajadas que se desatóentonces fu e de los que pueden arrancarleslágrimas a los más sosegados. Los que carecíande puntos vulnerables rieron hasta que se lessaltaron las lágrimas., los reporteros, enespasmos de risa, anotaron, garabatosindescifrables y un perro dormido se levantó deun salto, asustadísimo, y ladró sin parar ante. eltumulto. Entre el tumulto general, se oían todo

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tipo de gritos: Nos estamos enriqueciendo'.;Dos Símbolos de incorruptibilidad! -¡Eso, sincontar con Billson!~ -¡Tres! -¡Cuenten a Tablarasa! -¡Hay lugar puro todos!, „-¡Muy bien! -¡Billson es el elegido! Hay pobre Wilson,víctima de dos ladrones!»

VOZ POTENTE: ¡Silencio! El presidenteacaba de sacar algo del bolsillo.

VOCES: ¡Hurra! -¿Algo nuevo? -¡Léalo! -¡Léalo! -¡Léalo!

PRESIDENTE: [Leyendo]: La indicaciónque le hice , etcétera. Usted dista de ser¡unhombre malo. Váyase..., etcétera. Firmado,Gregory Yates.

TUMULTO DE VOCES: -¡Cuatro Símbolos!¡Hurra por Yates! -¡Saque otro!

En el salón había muchas ganas de hacerjaleo y estaban decididos a disfrutar de todo elplacer que pudiese brindar la oportunidad.Varios de los diecinueve ciudadanosimportantes, con aire pálido y afligido, sepusieron en pie y empezaron a abrirse camino

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hacia los pasillos, pero se oyeron numerososgritos: -¡Las puertas, las puertas! -¡Cierren laspuertas!

-¡Que no salga ninguno de losincorruptibles) -¡Que se sienten todos!

El mandato fue obedecido.-¡Saque otro! -¡Léalo! -¡Léalo!El presidente volvió a sacar un sobre y

brotaron nuevamente las familiares palabras'Usted dista de ser un hombre malo.

-¡El nombre! -¡El nombre!-L. Ingoldsby Sargent.-¡Cinco elegidos! -¡Pongámoslos todos

juntos, _uno encima de otro! -¡Adelante,adelante!

Usted dista de ser a:-¡El nombre! -¡El nombre!-Nicholas Whitworth.-¡Hurra! -¡Hurra! -¡Hoy es un día feliz!Alguien comenzó a cantar estas palabras

con la bonita música de la melodía Cuando tenhombre tiene miedo, una .hermosa doncella...,

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de la opereta El mikado.1 El público conalborozo hizo coro y entonces, un instantedespués, alguien aportó otro verso:

Y no olvides esto ... »Y todos los presentes lo repitieron con

fuertes vozarrones. Inmediatamente otroaportó otro verso: «Lo corruptible está lejos deHadleyburg...» El público lo festejó tambiénestruendosamente.

Al extinguirse la última nota, la voz de JackHalliday se elevó aguda y clara, grávida, conun verso final:

Pero no duden de que los Símbolos estánaquí!

Lo cantaron con atronador entusiasmo.Luego la satisfecha concurrencia empezó por elprincipio y repitió dos veces los cuatro versos,

1 Se trata de una ópera bufa en dos actos, con música deArthur Sullivan y libreto de W. S. Gilbert.Representada por primera vez en 1885 en el SavoyThreatre de Londres por Richard D'Oyly Carte, esquizá la obra más popular de Gilbert y Sullivan.

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con enorme ímpetu y vibración, y los rematócon un estrepitoso triple vítor un viva final porHadleyhurg la incorruptible y todos losSímbolos a los que esta noche consideremosdignos de recibir el sello de garantía.

Entonces los gritos a la presidencia sereanudaron en todo el recinto: -¡Siga! -¡Siga! -¡Lea! -¡Lea más! -¡Lea todo lo que tenga!

-¡Eso! -¡Siga! -¡Conseguiremos una famainmortal!

En ese momento se levantaron una docenade hombres y empezaron a protestar. Dijeronque la farsa era obra de algún perversobromista y que significaba un insulto para todala ciudad. Sin duda, las Firmas eran todas falsas-¡Siéntense! -¡Siéntense! -¡Cállense! Ustedesestán confesando. Encontraremos sus nombresen el montón.

-¿Cuántos de esos sobres tiene, señorpresidente?

El presidente contó.-Junto con los ya examinados, diecinueve.

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Estalló una tempestad de aplausosburlones. Quizá todos contienen el secreto.Propongo que el presidente abra todos y leatodas las firmas que figuran en los papeles... ytambién que lea las primeras ocho palabras decada uno.

-¡Apoyo la moción!Se puso con práctica y se llevó adelante

ruidosamente. Entonces el pobre viejo Richardsse puso de pie y también su esposa se puso a sulado, con la cabeza gacha, paro que nadieadvirtiera sus lágrimas. Su marido le dio elbrazo y, mientras la sostenía así, comenzó ahallar con voz trémula:

-Amigos míos... Ustedes nos conocen a losdos, a Mary y a mí, desde que estamos en estemundo, y creo que nos han querido yrespetado...

El presidente lo interrumpió:-Permítame. Es completamente cierto lo

que nos dice, señor Richards. Esta ciudad losconoce a ustedes, los quiere, los respeta; más

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aún, los honra y los ama...La voz de Halliday resonó de manera

estridente:-¡También ésta es una verdad!-Si el presidente tiene razón, que el público

hable y lo diga.-¡Arriba! Ahora, vamos...-¡Hip!-¡Slip! -¡Hurra!-¡Todos a una!El público se puso en pie a la vez, volvió

sus rostros hacia la anciana pareja, llenó el airede una nevada de pañuelos que se agitaban yprofirió los vítores con todo

el afecto de su corazón.Entonces, el presidente prosiguió:-Lo que yo iba a decir era esto: Conocemos

su buen corazón, señor Richards, pero éste noes el momento pura ejercer la caridad con lostransgresores de la moral Gritos de: «-¡Exacto! -¡Exacto!..). Leo en el rostro de ustedes dos sugeneroso propósito, pero no puedo permitirles

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que defiendan a esos hombres...-Pero yo iba a...-Le ruego que tome asiento, señor Richards.

Debemos examinar el resto de esos sobres; loexige la más mínima equidad para con loshombres que hemos dejado ya al descubierto.Apenas se haya hecho esto, le doy mi palabrade que le escucharemos.

MUCHAS VOCES: -¡Muy bien! -¡El presidentetiene razón! -¡No puede permitirse interrupciónalguna a estas alturas! -¡Siga! -¡Los nombres! -¡Los nombres! -¡De acuerdo con los términos dela moción!

La anciana pareja se sentó a regañadientesy el marido le murmuró a la esposa:

Es clarísimo tener que esperar. Nuestravergüenza será mayor que nunca cuando sedescubra que sólo íbamos a interceder pornosotros.

Nuevamente volvió a desatarse el alborozocon la lectura de los nombres.

-Usted dista de ser un hombre malo...

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Firmado, Robert J. Titmarsh.-Usted dista de ser un hombre malo...

Firmado, Eliphalet Weeks. -Usted dista de serun hombre malo... Firmado, Oscar B. Wilder.

A estas alturas, a la concurrencia se leocurrió la -¡idea de arrebatar las siete palabrasde la boca del presidente. Éste se lo agradeció.A partir de aquel momento levantaba, vez porvez, el papel, y se quedaba esperando. Y, cadavez, los presentes entonaban las siete palabrascon un efecto compacto, sonoro y cadencioso(que, por otra parte, mostraba un audaz yparecido con un bien conocido salmo religioso).Usted distaaa de ser un maaaalo hombremaaaalo. Luego el presidente decía: “Firmado,Achibald Wilcox”. Y así sucesivamente, nombretras nombre, y todos lo pasaban cada vez mejory se sentían más satisfechos, salvo losdesventurados diecinueve. De vez en cuando,al pronunciarse un nombre particularmentebrillante, el público hacía esperar al presidente

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mientras canturreaba el total de la frase, desdeel principio hasta las palabras finales -¡E irá alinfierno y a Hadleyburg...; procure que sea loprimeeeero!», y en esos casos especiales, lospresentes añadían un magnífico y atormentadoe imponente ¡Amén!»

La lista mermaba, mermaba, mermaba,mientras el pobre viejo Richards llevaba lacuenta, experimentando un sobresalto cuandose leía un nombre parecido al suyo yesperando, con dolorosa expectación, quellegara el momento en que tendría el penosoprivilegio de ponerse de pie con Mary y deacabar su defensa, que se proponía cerrar conestas palabras: “...porque, hasta ahora, jamáshemos hecho nada in y correcto y hemosseguido nuestro humilde camino de nudoirreprochable. Somos muy pobres, .somosviejos ~ no tenemos quien cuide de nosotros:nos veíamos terriblemente tentados, y caímos.Cuando me levante antes, mi propósito eraconfesar y pedir que no fuese leído en este

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lugar público, porque nos podría que nopodríamos soportarlo, pero se me impidióhacerlo. Es justo. Nos correspondía sufrir conlos demás. Esto ha sitio duro para nosotros. Esla primera vez que hemos oído salir mancilladonuestro nombre de unos labios. Sean ustedesmisericordiosos, en nombre de días mejores.Hagan que nuestra ve riqueza sea leve dellevar, en la medida concedida por vuestracaridad.

En este punto de sus meditaciones, Mary ledio un codazo al advertirle distraído. El públicocanturreaba “Usted dista de ...”, etcétera.

-Prepárate -murmuró Mary.- Tu nombrellegará de un momento a otro; ha leídodieciocho.

El salmodiar terminó.-¡El próximo! -¡El próximo! -¡El próximo!-

llegó una andanada de todos los presentes.Burgess metió la mano en el bolsillo. La

anciana pareja, trémula, empezó a levantarse.Burgess hurgó un momento en sus bolsillos y

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luego dijo:-Por lo visto ya los he leído todos.Desfallecida por la alegría y la sorpresa, la

pareja se desplomó sobre sus asientos y Marysusurró:

-¡Oh, bendito sea Dios! -¡Estamos salvados!-¡Ha perdido nuestro sobre! -¡Yo no cambiaríaesto por un centenar de esos talegos! Lospresentes entonaron de nuevo su parodia de Elmikado y la cantaron tres veces con crecienteentusiasmo, poniéndose en pie al entonar portercera vez el verso final:

¡Pero no duden de que los Símbolos estánaquí!

Acabaron con vítores y un viva final por»La pureza de Hadleyburg y de nuestrosdieciocho inmortales representantes EntoncesWingate, el guarnicionero, se puso de pie ypropuso vítores por »el hombre más limpio dela ciudad, el único ciudadano importante deHadleyburg que no intentó robar el dinero:Edward Richards».

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Los vítores fueron proferidos con grande yconmovedora cordialidad; luego alguienpropuso que Richards fuese elegido únicoguardián y símbolo de la e ahora sagradatradición de Hadleyburg, con poder y derechoa afrontar todo el sarcástico mundo cara a cara.

Se aprobó por aclamación. Luego laconcurrencia volvió a cantar El mikado yterminó con:

«¡Pero no duden de que los Símbolos estánaquí!» Hubo una pausa, luego.

UNA voz: Y bien... -¿Quién recibirá eltalego?

CURTIDOR (con amargo sarcasmo): Eso esfácil. El dinero debe ser dividido entre losdieciocho incorruptibles, entre quienes dieronal atribulado forastero veinte dólares porcabeza y la famosa indicación y cada uno porsu cuenta. El desfile de la procesión tardó almenos veintidós minutos. Pagaron al forasterotrescientos sesenta dólares. Quieren solo que seles devuelva su préstamo más los intereses o

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sea, cuarenta mil dólares en total.MUCHAS VOCES (sarcásticamente): -¡Muy

bien! -¡Que se lo repartan, que se lo repartan! -¡Hay que ser misericordiosos con los pobres, noles hagan esperar! ' PRESIDENTE: -¡Orden!Ahora leeré el documento final del forastero.Dice: «-Si no apareciese nadie a reclamar lacantidad (coro de gritos, deseo que usted abrael talego y entregue el dinero a los ciudadanosmás importantes de la ciudad, que deberántomarlo en fideicomiso [gritos de: .,-¡Oh! -¡Oh! -¡Oh!»] y utilizarlo en la forma que le parezcapreferible para la propagación y conservaciónde la incorruptible honradez de esa ciudad(más gritos, una reputación a la cual susnombres y esfuerzos añadirán un nuevo ylejano esplendor,,. (Entusiasta estallido desarcásticos aplausos./ Eso parece ser todo. No.Aquí, hay una postdata:

P. D.: CIUDADANOS DE HADLEYBURG:La indicación no existe. Nadie dijo tal cosa.[Gran suspiro./No hubo tal forastero pobre, ni

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dádiva de veinte dólares, ni bendiciones nicumplido adjuntos. Todo eso son invenciones.(Zumbido general y canturreo de sorpresa yplacer] Permítanme que les cuente mi historia,bastará con unas pocas palabras. En ciertaocasión pasé por Hadleyburg y sufrí unaprofunda ofensa, que no merecía. Cualquierotro se habría conformado con matar a uno odos de ustedes y con ello se hubiera dado porsatisfecho, pero a mí esto me pareció undesquite trivial e inadecuado: los muertos nosufren. Además, yo no podía matarlos a todosy, por otra parte, siendo como soy, ni aún esome habría dejado satisfecho Quise perjudicar atocaos los hombres de la ciudad y a todas lasmujeres, y no en sus cuerpos o en sus fortunas,sino en su orgullo, el punto en que es másvulnerable la gente débil y tonta. De modo queme disfracé y volví y les estudié. Ustedes eranpresa fácil. Tenían una antigua y elevadareputación de honradez y, naturalmente, seenorgullecían de ella: la honradez era el tesoro

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de los tesoros, la niña de sus ojos. Apenas hubedescubierto que se mantenían ciudadosa yatentamente y mantenían a sus hijos al margende la tentación, supe cómo debía proceder. -¿No comprenden ustedes, seres simplones, quela más débil de todas las cosas débiles es lavirtud que no ha sido probada por el fuego?Esbocé un plan y reuní una lista de nombres.Mi proyecto consistía en corromper aHadleyburg la incorruptible. Mi intención eraconvertir en mentirosos y ladrones a cerca delmedio centenar de hombres y mujeresintachables, que jamás profirieran una mentirani rogaran un penique en su vida. Temí aGoodson. Éste no había nacido en Hadleyhurgni se había criado en esa ciudad. 'temí que, siempezaba a ejecutar mi plan exponiendo micarta ante ustedes, se diría: Goodson es el únicode nosotros que hubiera sido capaz de darleveinte dólares a un pobre diablo» y que,entonces, no habrían mordido mi cebo. Pero elcielo se lleve a Goodson, entonces comprendí

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que yo estaba a salvo y eché mi caña y puse elcebo. Quizá no atrapara a todos los hombres aquienes envié por correo el presunto secreto,pero atraparía a la mayoría de ellos, si conocíael temperamento de Hadleyburg. [VOCES: «Esexacto. Los atrapó a todos.»). Estoy convencidode que, por miedo de perderlo, llegaríais arobar hasta lo que es con toda evidencia .dinerode juego», vosotros, pobres víctimas de unaeducación equivocada y de la tentación. Confíoen aplastar para siempre vuestra vanidad y endarle a Hadleyburg una nueva reputación, estavez duradera, y que llegará lejos. -Si heobtenido éxito, abran c talego y convoquen a lacomisión para la propagación y salvaguarda dela reputación de Hadleyburg».

UN CICLON DE VOCES: -¡Ábranlo!... -¡Ábranlo! -¡Que se adelanten los dieciocho! -¡Lacomisión para la propagación de la tradición! -¡Que se adelanten los incorruptibles!

El presidente abrió el talego, lo vació,recogió un puñado de relucientes monedas

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anchas, amarillas; las juntó, luego las examinó.-¡Amigas, no son más que discos de plomo

dorados!Hubo un estruendoso estallido de

satisfacción al oír la noticia, y, cuando se huboacallado el alboroto, el curtidor exclamó:

-Por derecho de aparente prioridad en elasunto el seno-¡Wilson es presidente de lacomisión para la propagación de la tradición.Sugiero que se adelante en nombre de suscompañeros y reciba en fideicomiso el dinero.

UN CENTENAR DE voces: -¡Wilson! -¡Wilson! -¡Wilson!

-¡Que hable! -¡Que hable! Wilson (con voztrémula de ira): Permítanme que diga, sin pedirexcusas por mi lenguaje: ,Maldito sea eldinero!» UNA VOZ: -¡Oh! -¡Y es baptista!

OTRA VOZ: -¡Quedan diecisiete Símbolos!-¡Adelante, caballeros, y háganse cargo delfideicomiso!

Hubo una pausa sin respuesta.GUARNICIONERO: Señor presidente, nos

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queda una hombre limpio de la difuntaaristocracia; ese hombre necesita dinero y lomerece. Propongo que se de signe a JackHalliday para que suba al estrado y ponga asubasta ese talego de piezas doradas de veintedólares y le dé el resultado al hombre que lomere ce, al hombre a quien Hadleyburg secomplace en honrar: Edward Richards.

Esto fue acogido con gran entusiasmo, connueva intervención del perro. E1 guarnicioneroinició la puja con un dólar, la gente de Brixton yel re presentante de Barnum pujaron confuerza, la gen te vitoreó a cada salto que dabanlas apuestas; la excitación creció cada vez más;el brío de los interesados fue en aumento y sevolvió cada vez más audaz; los saltos llevaronde un dólar a cinco, luego, a diez, luego, aveinte, luego, a cincuenta, luego, a cien, luego.A1 empezar la subasta, Richards le susurróacongojado a su esposa:

-¡Mary! -¿Podemos permitir esto? Es... es...ya lo ves, una recompensa a la honradez, un

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testimonio de honestidad de ánimo y... y... -¿podemos permitirlo? -¿No será mejor que meponga en pie y... -¡Oh Mary! -¿Qué debemoshacer? -¿Qué crees que?... [LA voz DE Halliday:-¡Dan quince! -¡Quince por el talego!... -¡Veinte!... -¡Ah, gracias! -¡Treinta!,.. -¡Gracias! -¡Treinta, treinta, treinta! ;E le oído decircuarenta? -¡Cuarenta! -¡Hagan rodar la bola,caballeros, háganla rodar! -¡Cincuenta! -¡Gracias, noble romano! -¡Vamos, cincuenta,cincuenta, cincuenta! -¡Setenta! -¡Noventa! -¡Espléndido! -¡Cien! -¡Quién da más, quién damás! -¡Ciento veinte! -¡Ciento cuarenta! -¡Atiempo! -¡Ciento cincuenta! -¡Doscientos! -¡Soberbio! -¿He oído dos...? -¡Gracias! -¡Doscientos cincuenta!»] _Es otra tentación,Edward... Estoy temblando... Pero... -¡Oh!Hemos escapado a otra tentación, y eso deberíaponernos en guardia para... [-¿He oídoseiscientos? -¡Gracias! Seiscientos cincuenta,seiscientos cin... -¡Setecientos]. Y, con todo,Edward, si se piensa... nadie sospecha... [«-

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¡Ochocientos dólares! -¡Hurra! -¡Digamosnovecientos! -¿Le he oído bien, señorParsons?... -¡Gracias! -¡Novecientos! -¡Este nobletalego de plomo puro que se va por sólonovecientos dólares, con dorado y todo!... -¡Vamos! -¿He oído?... -¡Mil! -¿Dijo alguien milcien? -¡Un talego que será el más célebre delmundo! -¡Oh, Edward. Y empezó a sollozar. -¡Somos tan pobres! Pero..., pero... Haz lo que teparezca mejor..., haz lo que te parezca mejor...

Edward estaba desfallecido, esto es,sentado y sumido en silencio; con la concienciano muy tranquila, pero abrumado por lascircunstancias.

Mientras tanto, un forastero, con aire dedetective aficionado, vestido como uninverosímil conde inglés, había estadoobservando el desarrollo de la velada conmanifiesto interés y expresión de júbilo,comentando el asunto consigo mismo. Susoliloquio.

Se desarrollaba ahora, más o menos, así:

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«Ninguno de los dieciocho formula una oferta,y esto no está bien. Hay que cambiarlo; loimpone la unidad dramática. Esa gente tieneque comprar el talego que intentara robar, ytiene que pagar por él un precio muy alto.Algunos de ellos son ricos. Y otra cosa: cuandoyo cometo un error, en relación con lanaturaleza de Hadleyburg, el hombre que meha hecho caer en ese error tiene derecho a unaalta remuneración, y alguien tiene que pagarla.Ese pobre viejo Richards ha puesto en ridículomis capacidades de discernimiento: es unhombre honrado. No lo entiendo, pero loreconozco. -Sí: ha visto mi póquer con unaescalera, y el plato le corresponde por derecho.-¡Y será un plato abundante, si funciona misistema! Me ha 'decepcionado, pero no importa.

El forastero seguía atentamente la puja. Alllegara mil dólares, el mercado se desmoronó;los preciosa flojaron pronto dando tumbos.Esperó, y siguió observando. Un competidor seapartó de la puja; luego otro y otro más.

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Entonces el desconocido hizo un par de ofertas.Cuando las ofertas bajaron a diez dólares, élañadió cinco, alguien aumentó tres; el forasteroesperó un momento y se lanzó a un salto decincuenta dólares, y el talego fue suyo por mildoscientos cientos ochenta y dos dólares.

Los presentes estallaron en vítores y luegoguardaron silencio, porque el forastero se habíapuesto en pie y levantaba la mano. Comenzó ahablar.

-Deseo decir unas palabras y pedir unfavor. Comercio con objetos raros y tengonegocios con personas interesadas por lanumismática en todas partes del mundo. Deesta adquisición, así como es, yo le puedo sacarventaja; conozco la forma, siempre que consigavuestra aprobación, de poder obtener que cadauna de estas monedas de plomo valgan comoauténticas monedas de oro de veinte dólares, oquizá más. Dadme vuestra aprobación y yo ledaré parte de mis ganancias al señor Richards,cuya invulnerable probidad han reconocido

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ustedes tan justa y cordialmente esta noche; suparte será de diez mil dólares y le entregaré eldinero mañana. Grandes aplausos del público.Pero la invulnerable probidad, hizo que losRichards se sonrojaran considerablemente; peroesto fue interpretado como falsa modestia, y noles causó daño.] -Si ustedes aprueban mipropuesta por una amplia mayoría, me gustaríaque fueran clon tercios de votos, consideraré talaprobación corno el consentimiento de laciudad, y eso es todo lo que pido. A las cosasraras les ayuda siempre cualquier artificiocapar efe suscitar curiosidad y de llamar laatención. Ice modo que, si ustedes me permitengrabar sobre cada una de estas aparentesmonedas los nombres de los dieciochocaballeros que...

Las nueve décimas partes del público selevantaron inmediatamente incluido el perro yla propuesta fue aprobada entre un torbellinode aplausos y vivas.

El público se sentó y todos los Símbolos, a

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excepción del doctor Clay Harkness, sepusieron de pie protestando con vehemenciacontra el ultraje propuesto, y amenazando conles niego que no me amenacen dijo el forasterotranquilamente. Conozco mis derechos legalesy no acostumbro a dejarme intimidar por lasfanfarronadas. /Aplausos/. El forastero sesentó.

En este momento el doctor Harkness viouna oportunidad. Era uno de los dos hombresmás ricos de la ciudad, Pinkerton, el otro.Harkness era dueño de una casa de moneda,mejor dicho, de un popular medicamentopatentado. Era candidato por uno de lospartidos alas elecciones y Pinkerton lo era porotro. Se trataba de una carrera reñida yapasionada y cuyo apasionamiento aumentabade día en día. Ambos tenían mucha hambre dedinero y cada uno había comprado una granextensión de terreno con una finalidad: setendería un nuevo ferrocarril y ambos queríansalir elegidos y contribuir a que se trazara el

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itinerario en su beneficio. Un solo voto podíabastar para decidir el asunto, y con él, dos otres fortunas. La suma en juego era grande, yHarkness, un especulador audaz. Estabasentado junto al forastero. Se inclinó hacia él,mientras algunos de los demás Símbolosdistraían al público con sus protestas ysúplicas, y le preguntó en un susurro:

-¿Cuánto quiere por el talego?-Cuarenta mil dólares.-Le doy veinte.-No.-Veinticinco.-No.-Digamos treinta.El precio es cuarenta mil dólares, ni un

peniquemenos. De acuerdo. Se los daré. Iré al hotel

a las diez de la mañana. No quiero que esto sesepa; lo veré a usted en privado. De acuerdo.

Entonces el forastero se puso de pie y dijo atodos los presentes:

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Se me está haciendo tarde. Los discursos deestos caballeros no carecen de mérito, deinterés, de gracia; con todo, con vuestropermiso, voy a retirarme. Les agradezco austedes el gran favor que me han dispensado alacceder a mi petición. Le pido ala presidenciaque me guarde el talego hasta mañana y que leentregue estos tres billetes de quinientosdólares al señor Richards.

Los billetes fueron entregados a lapresidencia después de pasar por varias manos.

-A las nueve vendré en busca del talego y alas once entregaré el resto de los diez mildólares al señor Richards en persona, en sucasa. -¡Buenas noches!

Luego el forastero salió del salón y dejó alpúblico entre un gran alboroto, compuesto poruna mezcla de vítores, la canción de Mikado, ladesaprobación del perro y el coro: -¡Usted distade ser un hombreee malooo! ¡A- a- a- amén!

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IV

De regreso a su casa, los Richards debieronsoportar felicitaciones y cumplidos hasta lamedianoche. Luego se quedaron solos. Su aireera algo triste y permanecieron silenciosos ypensativos. Finalmente Mary suspiró y dijo:

-¿Crees que somos culpables, Edward?-¿Muy culpables? Y sus ojos se posaron

sobre el acusador terceto de graneles billetes debanco que estaba sobre la mesa, donde losvisitantes que los felicitaron los habíancontemplado con deleite y tocado conveneración.

Edward no contestó inmediatamente; luegosuspiró y dijo vacilando:

-Nosotros , nosotros no pudimos evitarlo,Mary. !

-Eso... estaba predestinado. Todo estápredestinado.

-Mary levantó los ojos y le miró con

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firmeza, pero el no le devolvió la mirada. Alpoco rato ella dijo:

-Creo que las felicitaciones y elogiossiempre saben bien. Pero... ahora me pareceque .... Edward...

-¿Qué?-¿Seguirás trabajando en el banco No .... no.-¿Dimitirás?Mañana por la mañana... por carta. Parece

lo mejor. Richards abatió la cabeza sobre susmanos y murmuró:

-Antes yo no tenía miedo de que pasaranpor mis manos ríos de dinero ajeno, pero...Estoy tan can sido, Mary Tan cansado tenemosque acostarnos.

A las nueve de la mañana el forastero fue abuscar el talego y se lo llevó al hotel en uncabriolé. A las diez, Harkness sostuvo con éluna conversación confidencial. El forasterosolicitó y obtuvo cinco cheques contra un bancode la ciudad, al portador, cuatro de milquinientos dólares cada uno y uno de treinta y

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cuatro mil. Puso uno de los primeros en sucartera, y el resto, que representaba treinta yocho mil quinientos dólares, fue colocado en unsobre y le añadió una carta, que escribiócuando Harkness se hubo marchado. A las oncellamó a la casa de los Richards. La señoraRichards atisbó por entre las persianas, seadelantó y recibió el sobre; el forasterodesapareció sin pronunciar una sola palabra.Ella volvió sonrojada y con las piernas algotrémulas y dijo con voz entrecortada:

-¡Estoy segura de haberle reconocido!Anoche me pareció haberlo visto en algunaparte.

-Es el hombre que trajo aquí el talegos ..-Estoy segura.Entonces es también el falso Stephenson y

el que ha dejado al descubierto a todos losciudadanos importantes de la ciudad con sufalso secreto. Y bien... Si Vea enviado chequesen lugar de dinero, también nosotros estamos aldescubierto, después de haber creído escapar.

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Yo estaba empezando a sentirme bastantecómodo de nuevo, después de mi noche dadescanso, pero el aspecto de ese sobre me causavértigos. No es bastante voluminoso; ocho milquinientos dólares, aun en los billetes de bancomás grandes, abultan más.

-¿Qué hay de malo en los cheques,Edward? -¡Cheques firmados por Stephenson!Me habría resignado a aceptar los ocho milquinientos dólares, si venían en billetes debanco, pues habría pensado que así está escrito,Mary. -¡Pero nunca he poseído mucho valor yno tengo suficiente valentía para tratar decobrar un cheque firmado con ese nombre fatal!Eso sería una trampa. Ese nombre trató deatraparme; nos salvamos no sé cómo. Y, ahora,intenta otro procedimiento.

-Si se trata de cheques...-¡Oh, Edward!-¡Qué lástima! Y Mary tomó los cheques y

se echó a llorar.-¡Tíralos al fuego!

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-¡Pronto! Debemos escapar ala tentación. Esuna treta para que el mundo se burle denosotros junto con los demás y...

-¡Dámelos, si tú no puedes hacerlo!Richards le arrancó los cheques a su esposa

y trató de que su presión no se debilitara hastallegar a la estufa; pero era un ser humano, eracajero, y se detuvo un momento paraasegurarse de la firma. Entonces, le faltó pocopara desmayarse.

-¡Abanícame, Mary!-¡Abanícame!-¡Estos cheques valen oro!-¡Oh, qué hermoso, Edward!-¿Por qué?-La firma es de Harkness.-¿Qué misterio habrá debajo?-¿Tú crees, Edward ?-Mira esto... -¡Mira! Mil quinientos... mil

quinientos... mil quinientos... y treinta y cuatromil.

-¡Treinta y ocho mil quinientos dólares,

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Mary. El talego no vale doce dólares yHarkness... aparentemente... ha pagado unprecio a la par.. .

-¿Y crees que todo eso va a parar a nuestrasmanos... en vez de los diez mil dólares?

-Así parece. Y los cheques, además, estánextendidos al portador.

-¿Conviene eso, Edward? -¿Para qué sirve?Es una insinuación para cobrarlos en algún

banco lejano, supongo. Quizá Harkness noquiere que se sepa el asunto.

-¿Qué es eso? -¿Una carta?-Sí. Venía con los cheques. La letra era de

Stephenson, pero no había firma.La carta decía: .. Soy un hombre

desengañado. Su honradez es más, fuerte quecualquier, tentación. Yo no lo creía así, pero hesido injusto con usted en ese sentido y le ruegoque me perdone; le hablo con sinceridad. Sientorespeto por usted... y eso es también sincero.Esta ciudad no es digna de atarle las sandalias.Aposté conmigo a que, en su austera ciudad,

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habría diecinueve hombres que se podíancorromper. He perdido. Llévese todo el .fajo; selo merece.

Richards exhaló un profundo suspiro ydijo:

“-Esto parece escrito con fuego... Quematanto..., Mary Me siento acongojado de nuevo.

-Yo también. Ah, querido, ojalá...- Pensar que él cree en mí, Mary.-Oh, no digas eso, Edward... No puedo

soportarlo.-Si estas hermosas palabras fuesen

merecidas, Mary, y Dios sabe que las merecí enotro tiempo, creo que daría los cuarenta mildólares por ellas. Y guardaría este papel, quepara mí representaría más que el oro y lasjoyas, y lo conservaría eternamente. Peroahora... No podríamos vivir en la sombra de suacusadora presencia, Mary.

Richards arrojó el papel al fuego. Llegó unmensajero y le entregó un sobre.

Richards sacó una carta y la leyó. Era de

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Burgess.Usted me salvó en una época difícil. Yo le

salvé anoche. Fue a costa de una mentira, perohice el sacrificio de buena gana y con uncorazón agradecido. Nadie sabe, en estaciudad, cuán valiente, huevo y noble es usted.En el fondo, usted no puede respetarme,sabiendo, como sabe, ese asunto del que se meacusa y por el que la opinión pública me hacondenado, pero le ruego que crea, al menos,que soy un hombre agradecido. Eso meayudará a sobrellevar mi carga.

[Firmado] BURGESS-Salvado nuevamente. -¡Y en qué

condiciones! Richards tiró la carta al fuego.-Ojalá me hubiese muerto, Mary. Ojalá no

tuviese que ver con todo esto...-Oh... Estamos viviendo días amargos,

Edward. Días muy amargos. -¡Las puñaladas, acausa de su misma generosidad, son tanprofundas, y se suceden tan rápidamente!

Tres días antes de las elecciones cada uno

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de los dos mil electores se encontrórepentinamente en posesión de un valiosorecuerdo: una de las famosas falsas monedas deoro de veinte dólares. Sobre su anverso, estabangrabadas las palabras:

LA INDICACIÓN QUE HICE ALATRIBULADO FORASTERO FUE», y en elrevés VÁYASE Y REFORMESE. [Firmado]PINKERTON.

Y de esta forma toda la escoria que habíaquedado de aquella bufa broma cayó sobre unasola cabeza, con y catastróficos efectos. Serenovó la hilaridad general y se concentró enPinkerton; y la elección de Harkness fue unpaseo. En los primeras veinticuatro horas quesiguieron a la recepción de los cheques, lasconciencias de los Richards se apaciguaronpoco a poco, abatidas; la anciana pareja estabaaprendiendo a reconciliarse con el pecadocometido. Pero ahora debía aprender que elpecado, provoca nuevos terrores auténticos,cuando hay una posibilidad de que se

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descubra. Esto le, da un aspecto nuevo y másconcreto e importante. En la iglesia el sermóndominical fue como de costumbre: se trataba delas mismas cosas de siempre dichas m la formode costumbre y ellos las habían oído mil vecesy las encontraban inocuas, casi sin sentido yadecuadas para dormir cuando se decían. Peroahora aquello parecía distinto: el sermónparecía estar erizado de acusaciones y sehubiera dicho dm apuntan directa yespecialmente contra la gente que ocultabapecados mortales. Al salir de la iglesia, losRichards se alejaron lo más pronto quepudieron de la multitud que les felicitaba y sedieron prisa en volver a casa, helados, no sesabe muy bien por qué, -¡por unos temoresvagos, sombríos, indefinidos. Y dio lacasualidad de que vieran fugazmente al señorHurgess al doblar éste una esquina. -¡Elreverendo no prestó atención a su saludo! Nolos había visto, pero ellos lo desconocían. -¿Quépodía significar la conducta de Burgess? Podía

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significar... podía significar... ;Oh! Una docenade cosas terribles. -¿Sabría Burgess queRichards podía haber probado su inocencia, mesa época lejana, y habría estado es pecandosilenciosamente la oportunidad de ajustarcuentas Ya en casa, llenos de congoja, sepusieron a imaginar que la criada quizá habíaescuchado en el cuarto contiguo que Richardsrevelaba a su esposa la inocencia de Burgess.Luego Richards empezó a creer que había oídocrujir un vestido en aquel cuarto y, finalmente,tuvo la convicción de haberlo oído. Resolvieronllamar a Sara, con un pretexto; si les habíadelatado al señor Burgess, se darían cuenta porsu empacho. Le formularon varias preguntas,preguntas tan fortuitas e incoherentes yaparente mente carentes de sentido, que lamuchacha tuvo la certeza de que los cerebrosde ambos ancianos habían sido afectados porsu repentina fortuna; el modo de mirarpenetrante y escrutador de sus se ñores laasustó, y esto remató el asunto. Saya se sonrojó,

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se puso nerviosa y confusa y para los ancianoséstas fueron claras señales de culpabilidad,culpabilidad de una u otra especie terrible, yllegaron a la conclusión de que, sin duda, Saraera una espía y una traidora. Cuando volvierona quedarse solos, comenzaron a relacionarmuchas cosas inconexas, y los resultados de lacombinación fueron terribles. Y, e cuando lascosas hubieron asumido el más grave cariz,Richards exhaló un repentino suspiro, y su esposa preguntó:

-¡Oh!-¿Qué pasa?-¿Qué pasa?-¡La carta!-¡La carta de Burgess! Su lenguaje, ahora

me doy cuenta, era sarcástico.Y citó una frase:... En el fondo, usted no

puede respetarme, rabien ;,l' do, como sabe, eseayunto, del que se me acusa. Y Richardsañadió:

-¡Oh, todo está muy claro!

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-¡Dios mío!-¡Burgess sabe que yo sé! Ya ves la

ingeniosidad de la frase.Era una trampa... y yo caí en ella como un

tonto. Y además, Mary...-Ah... -¡Es espantoso!-¡Sé que vas a decir...! Burgess no nos ha

devuelto el sobre con la famosa frase.-No la conserva para destruirnos. Mary, ya

ha revelado nuestro secreto a algunos. Lo sé...Lo sé muy bien.

-¡Lo he visto en una docena de rostros alasalida de la iglesia!

-¡Ah! ¡Burgess no quiso contestar a nuestrosaludo! -¡Él sabía qué había estado haciendo!

De noche llamaron al médico. Por lamañana se difundió la noticia de que la ancianapareja estaba enferma de cierta gravedad,postrada en cama debido ala agotadoraexcitación provocada por su golpe de suerte ypor las repetidas felicitaciones, en opinión delmédico. La ciudad estaba sinceramente

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acongojada, porque ahora la anciana pareja eracasi lo único de lo que podía enorgullecerse.

A los dos días las noticias fueron peoresaún. La` pareja deliraba y hacía cosas extrañas.Las enfermeras testimoniaron que Richardshabía exhibido cheques, por valor de ¿ocho milquinientos dólares?

No..., por una suma sorprendente... -¡treinta y ocho mil quinientos dólares!

-¿Cuál podría ser la explicación de aquellasuerte gigantesca?

Al día siguiente las enfermeras ofrecieronnoticias más extravagantes. Habían decididoesconder los cheques por temor a que sufrieranalgún daño, pero, cuando los buscaron, habíandesaparecido de debajo de la almohada deRichards. El anciano dijo:

-Dejen en paz la almohada.-¿Qué quieren?-Creímos preferible que los cheques...-Ustedes nunca volverán a verlos... Han

sido destruidos. Provenían de Satanás. Vi sobre

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ellos el sello del infierno y comprendí que mehabían sido enviados para entregarme alpecado.

Luego Richards se puso a parloteardiciendo cosas extrañas y terribles que nopodían comprenderse claramente y que elmédico ordenó a las enfermeras no divulgaran.

Richards había dicho la verdad: los chequesno volvieron a aparecer.

Una de las enfermeras debió de hablarsoñando, porque a los dos días la ciudadconocía las palabras prohibidas; y éstas eran deun carácter sorprendente.

Parecían indicar que también Richardshabía sido uno de los pretendientes al talego yque Burgess había ocultado el hecho, pero, mástarde, con maldad, le había traicionado.

Burgess fue acusado por esto y lo negó conmucha decisión. Y dijo que no era bueno darpeso a los delirios de un viejo enfermo, que noestaba en sus cabales. A pesar de todo, lasospecha se notaba en el ambiente y corrían

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muchas habladurías.Después de un par de días se informó de

que las delirantes expresiones de la señoraRichards se estafan convirtiendo en copiasexactas de las palabras de su marido. Lasospecha se acentuó, convirtiéndose enconvicción, y el orgullo de la ciudad ante lahonradez de su único ciudadano importante nodesacreditado comenzó a empañarse y amenguar hasta extinguirse.

Pasaron seis días y hubo nuevas noticias.La anciano pareja estaba moribunda. El espíritude Richards se despejó en sus últimosmomentos y envió a buscar a Burgess. Éste dijo:

-Que nos dejen solos. Richards quieredecirme algo en privado.

-¡No! dijo Richards. Quiero testigos. Quieroque todos escuchen mi confesión, para podermorir ''como un hombre y no como un perro.Yo era honrado, artificialmente como losdemás, y como los demás he caído nada másque se presentó la tentación. Firmé una

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declaración mentirosa y reclamé ese miserabletalego. El señor Burgess recordó que yo le hahíahecho un favor, y por gratitud (e ignorancia)suprimió mi sobre y me salvó. Ya recordaréisaquel asunto en el que se le acusó a Burgesshace años.

Mi testimonio, y sólo mi testimonio, pudohaberlo liberado de culpa y cargo; y fui uncobarde y permití que quedase deshonrado.

-No... no, señor Richards... Usted...-Mi criada le contó mi secreto...-Nadie me denunció nada Y, entonces,

Burgess hizo algo natural y justificable;arrepentido de la cortesía que bahía tenidoconmigo, con la que me bahía salvado, me dejóal descubrir. Yo... como merecía...

-¿Jamás! Yo juré...-Le perdono de corazón.Las apasionadas protestas de Burgess

chocaron ron oídos sordos; el moribundo pasóa mejor vida sin saber que, una vez más, habíasido injusto con Burgess. Su vieja esposa murió

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por la noche.El último de los sagrados diecinueve había

sido víctima del diabólico talego. La ciudadquedaba despojada del último jirón de suantigua gloria. Su duelo no fue llamativo, perosí profundo.

Por un decreto de ley, accediendo a unruego, se le permitid a Hadleyburg quecambiara su nombre por el do... no sepreocupen, no diré cuál es... y que cambiarados palabras del lema que durante muchasgeneraciones adornara el sello oficial de laciudad.

Ahora ha vuelto a ser una ciudad honraday tendrá que madrugar el que quierasorprenderla mientras duerme indefensa.