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EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA PARTE – II
La apertura del séptimo sello y la media hora de silencio
Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora. (Apoc. 8: 1)
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Hemos señalado que los acontecimientos que se producirán al momento de
llegar el fin del tiempo de gracia serán en dos grandes dimensiones, celestial y
terrenal. Aunque no sabemos el tiempo y la fecha exacta de aquél solemne
acontecimiento que marcará y determinará el destino de todo ser humano que
viva para entonces, sin embargo, Apocalipsis sí nos revela por otro lado, los
acontecimientos que tendrán lugar en aquellos momentos en esta doble
dimensión.
Los acontecimientos que se producirán al concluir la misericordia de divina,
tanto en el cielo como en la tierra, serán de tal naturaleza que despertarán el
asombro, la reverencia, el silencio admirador y la solemnidad de todas las
entidades celestiales superiores, así como del terror, el asombro y la
desesperación entre aquellos que se perderán para la eternidad y de la
angustia por la cual ha de pasar el pueblo de Dios que viva sobre la tierra para
aquel entonces.
En este estudio veremos el fin del tiempo de gracia y los acontecimientos que
se producirán en las dimensiones ya señaladas bajo la perspectiva e
interpretación que daremos de la apertura del séptimo sello, así como del
significado que tomará en ese entonces la media hora de silencio que lo
acompaña.
En relación con este acontecimiento, por largo tiempo se ha relacionado la
apertura del séptimo sello como el momento en que Cristo viene a la tierra en
compañía de todas las huestes celestiales, y la media hora de silencio, es
interpretada como el silencio de ausencia y del cese de toda actividad en el
cielo por parte de todas las huestes angélicas al ser “abandonadas” las
mansiones eternas al momento de disponerse a escoltar a Cristo en su retorno
a la tierra. Cristo mismo declaró que cuando él regrese a la tierra, en torno a
su segunda venida, lo haría en compañía de todos los ángeles del cielo.
Cuando el hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles
con él, entonces se sentará en su trono de gloria. (Mat. 25: 31)
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Esta interpretación es claramente adoptada en el comentario bíblico Adventista
del séptimo día sobre el libro de Apocalipsis en relación a la apertura del
séptimo sello y a la media hora de silencio que se produce.
Algunos sostienen que este silencio en el cielo, que sigue a los terribles
acontecimientos que suceden en la tierra inmediatamente antes de la segunda
venida de Cristo (cap. 6: 14-16), se debe a la ausencia de las huestes
angélicas que han abandonado las cortes celestiales para acompañar
a Cristo al venir a la tierra (Mat. 25: 31). (CBA. T7 El Apocalipsis de san
Juan. Capitulo 8. 1 Silencio en el cielo.)
De manera que, interpretar la apertura del séptimo sello y la media hora de
silencio como la segunda venida, bajo las declaraciones que Cristo hace en
este texto, parecería algo lógico, natural y concordante con un silencio, sin
embargo, al hacer un análisis del texto apocalíptico y el contexto en que este
silencio se produce en el cielo en los instantes en que el séptimo sello es
abierto, sugeriría que no es así.
Tenemos que concluir que el mismo comentario bíblico no entrega una postura
dogmática en cuanto a interpretar el séptimo sello, sino que este deja abierta
la posibilidad que exista una segunda interpretación de este acontecimiento y
a la media hora de silencio que se produce.
En contraste con los espectaculares acontecimientos que siguen a la apertura
de los seis primeros sellos, ahora se produce un solemne silencio con la
apertura del séptimo. Este silencio ha sido explicado por lo menos de dos
maneras. (CBA. T7 El Apocalipsis de san Juan. Capitulo 8. 1 Silencio en el
cielo.)
Según esto, aquí se apoya la tesis que la apertura del séptimo sello y la media
hora de silencio puedan tener una segunda interpretación, que la de aplicar
este acontecimiento solamente a las instancias en que Cristo viene a la tierra,
por lo cual, posibilita un segundo análisis interpretativo de este acontecimiento
celestial.
De esta forma, analizaremos aquí el fin del tiempo de gracia en relación a la
apertura del séptimo sello y a la media hora de silencio que se produce al
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momento de ser este abierto. Adoptaremos para este estudio, una segunda
interpretación relacionada con este evento y según lo apoya y lo sugiere así el
contexto del pasaje profético en cuestión.
I EVENTOS QUE TENDRAN LUGAR EN EL CIELO
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Apocalipsis es un libro que se estructura básicamente con una columna
vertebral de cuatro importantes y principales secciones, las siete iglesias, los
siete sellos, las siete trompetas y las siete copas, las cuales estas últimas
contienen cada una de ellas las plagas de la ira de Dios. Cada una de estas
secciones consta de “sietes”, por lo tanto, los siete sellos llegan a forman así
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parte importante y determinante de esta estructura integral del libro y de los
acontecimientos que se desarrollan a través del Apocalipsis.
Sin embargo, es el séptimo sello el que ha logrado llamar más la atención de
los que estudian las profecías del Apocalipsis y por sobre todo en este tiempo.
La apertura de este último sello, es sin lugar a dudas, de gran y profundo
interés, significado y quizás también de intensa curiosidad para todo cristiano
que vive en el tiempo del fin, tal como lo indica su número, es el séptimo y
último sello de toda una serie que ha venido abriéndose a través del tiempo los
cuales han mantenido cerrado aquel libro “misterioso” y enrollado, que el
cordero vino y tomó en el cielo de la mano derecha de aquel que estaba
sentado en el trono. (Apoc. 5: 1)
Durante largo tiempo hemos puesto nuestra atención en la apertura de los
sellos, su significado y cumplimiento a través del tiempo, ¿Pero qué hay del
libro al cual estos siete sellos mantienen cerrado impidiendo así que se abra?
¿Qué sucederá cuando el séptimo sello se abra finalmente? ¿Acaso una vez
que se abra, no debería entonces de abrirse con ello aquél libro el cual Juan,
cuando lo vio cerrado, provocó un profundo y desconsolador llanto en él, Y
lloraba yo mucho? (v. 4) ¿De esto deduciríamos entonces que, la apertura de
este libro sería lo único que calmaría el desconsolador llanto de Juan?
¿Entonces, qué es lo que convierte o le da gran importancia a la apertura de
cada uno de los sello?, por cada uno de los sellos que se abre, es un paso más
hacia la apertura del libro cerrado, de allí la importancia de la apertura de
estos, es decir, lo que torna importante entonces y trascendental la apertura
de los sellos, es que con ello se llega finalmente a la apertura de aquel libro
cerrado, lo cual es y resulta vital para la redención final de la iglesia.
LA ASCENSIÓN DE CRISTO Y SU ENTRADA AL CIELO
Para que podamos comprender mejor la apertura del séptimo sello y por qué
se produce una media hora de silencio en el cielo cuando este se abre,
tenemos que comprender primero, por qué Juan lloraba mucho por aquél libro
cerrado con siete sellos.
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El libro cerrado, los siete sellos y el comienzo de la apertura de estos, tienen su
raíz y contexto en las escenas celestiales que se describen y desarrollan en
Apocalipsis capítulos cuatro y cinco que revelan las instancias cuando Cristo
comienza su ministerio celestial. Sin embargo, para comprender el génesis de
todo esto nos podríamos preguntar ¿Cuándo comenzó Cristo su ministerio
celestial? ¿Qué se hacía antes de dar inicio a su ministerio? ¿Después de qué
eventos terrenales Cristo da así comienzo a su mediación ante el Padre?
De esta manera, para que podamos comprender mejor el por qué de este gran
llanto de Juan y el propósito, significado y el porqué de este libro cerrado,
tenemos que remontarnos a la cruz del Calvario y a los eventos que se
desarrollan de allí en adelante.
Una vez que Cristo murió en la cruz del Calvario, dio término de esta manera a
su ministerio terrenal, que según la profecía de Daniel, duraría tres años y
medio. (Dan. 9: 26, 27) Según los cálculos de la profecía de las setenta
semanas, esto nos llevaría al año 31 pero a la mitad de la semana (tres años y
medio) y de acuerdo con el calendario judío y a los servicios rituales del
santuario, al día 14 del mes de Abib o Nisán correspondiendo con el sacrificio
de la tarde (tres de la tarde) el cual sería el momento preciso cuando Cristo
muere o es sacrificado sobre la cruz.
Sin embargo, se nos revela que el plan de la redención a favor del hombre no
terminaba allí en el Calvario, sino como lo enseñaban los servicios rituales del
santuario terrenal, la muerte del cordero sobre el altar del holocausto
solamente era una parte de estos servicios, pero ahora, tenía lugar lo que
hacían los sacerdotes en turno y más tarde el sumo sacerdote al interior del
santuario mismo en el lugar santo y santísimo.
Existían dos principales servicios, el servicio diario en el cual entraban todos
los días los sacerdotes al interior del santuario pero solamente al lugar santo,
sin embargo, en el segundo servicio que era llamado el día de la expiación,
únicamente entraba el sumo sacerdote una vez al año en lugar santísimo.
Pablo señala que Cristo se sentó a la diestra del Padre para oficiar como
sacerdote en el santuario celestial una vez y después que este murió sobre la
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cruz, es decir, cuando se convirtió él mismo en el sacrificio. (Heb. 9: 23-28) El
cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y
quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo
efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo,
se sentó a la diestra de la Majestad en los cielos. (Heb. 1: 3) De esta
forma, y una vez que fue sacrificado sobre la cruz, viene ahora el momento en
que el sacrificio debe de ser ofrecido al Dios Padre pero al interior del
santuario.
Esto está claramente de acuerdo con el simbolismo del Antiguo Testamento en
la forma como lo hacían los sacerdotes en el santuario terrenal después de
degollar la tráquea del cordero traído por el pecador al atrio del santuario,
seguidamente la sangre del animal, símbolo de Cristo, era llevada al interior
del santuario en un recipiente y esparcida en su interior como ofrenda y
expiación por el pecado.
De esta misma forma pero ahora en la realidad, Cristo ha de ofrecer su
sacrificio y servicios de intercesión a favor del hombre caído al interior del
santuario celestial y ante la presencia del Padre. Ahora bien, el punto principal
de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se
sentó a la diestra de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de
aquél verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre. (Heb. 8: 1-
2)
Así, Cristo primero presentó el sacrificio de sí mismo sobre el altar, la cruz del
Calvario, para luego y más adelante oficiar en la segunda parte al interior del
santuario celestial. Sin embargo, y para ello, ahora él debe de ascender al alto
cielo para presentar esta ofrenda, de esta forma, cuando Cristo resucita,
permanece de allí en adelante y en compañía de sus discípulos, aun unos
cuarenta días más en la tierra, ahora, sobre el monte de los Olivos, llega el
momento en que éste debe de ascender al cielo para comenzar allí con este
ministerio.
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En tiempo y espacio esto nos sitúa en la ciudad de Jerusalén y sobre el monte
de los Olivos el año 31 de nuestra era, esta vez en el segundo mes del
calendario judío, Iyar o Zif, correspondiente a los meses de abril y mayo de
nuestro calendario, así, el día 26 de ese mes, Cristo asciende en compañía de
todos aquellos que resucitaron junto a él al tercer día (Mat. 27: 51-53) y como
lo simbolizaba el ritual de la gavilla mecida presentada al tercer día, 16 de
Abib, (primer mes) después de haber sido ofrecido el cordero pascual el día 14
del mismo mes.
Escoltado hacia el cielo por una hueste de gloriosos ángeles y en compañía de
todos aquellos que resucitaron junto a él, asciende al alto cielo llevando los
trofeos de su victoria como primicias para Dios y como una muestra en
garantía de lo que será la gran cosecha final de los redimidos en torno a su
segunda venida.
Todo el cielo estaba esperando para dar la bienvenida al Salvador a los atrios
celestiales. Mientras ascendía, iba adelante, y la multitud de cautivos
libertados en ocasión de su resurrección le seguía. La hueste celestial, con
aclamaciones de alabanza y canto celestial, acompañaba al gozoso séquito. Al
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acercarse a la ciudad de Dios, la escolta de ángeles demanda: Alzad, oh
puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas eternas, Y entrará el Rey
de gloria. Gozosamente, los centinelas de guardia responden:
¿Quién es este Rey de gloria?" Dicen esto, no porque no sepan quién es, sino
porque quieren oír la respuesta de sublime loor: Jehová el fuerte y valiente,
Jehová el poderoso en batalla.
Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas eternas, Y
entrará el Rey de gloria. Vuelve a oírse otra vez: "¿Quién es este Rey de
gloria?" porque los ángeles no se cansan nunca de oír ensalzar su nombre. Y
los ángeles de la escolta responden: Jehová de los ejércitos, El es el Rey de la
gloria. (DTG. Cap. 87 “A mi Padre y a Vuestro Padre” Pág. 772, 773)
Este viaje de regreso al cielo es hecho así en compañía de todos aquellos que
resucitaron junto a él y en medio de una escolta de gloriosos ángeles.
Ascendiendo al cielo poco apoco podríamos considerar que este viaje tuvo una
duración de aproximadamente una semana, para los propósitos y fines de la
ordenación y de ungimiento al santuario y su ministerio celestial.
LA ENTRONIZACION DE CRISTO
“Una puerta abierta en el cielo”
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Con el retorno triunfante de Cristo al cielo ha llegado el momento en que ahora
es abierto el santuario celestial, dada la bienvenida en presencia de todo el
universo allí convocado y reunido, comenzaría a desarrollarse así la gran
ceremonia de ungimiento y ordenación la cual entronizaría a Cristo para que
diera comienzo a su ministerio celestial en el lugar santo del santuario.
En Apocalipsis se describen las instancias en que estas escenas comienzan a
tener lugar en el cielo, Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta
en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo,
dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas.
(Apoc. 4: 1)
En esta visión se le muestra a Juan, el templo que está en el cielo, el santuario
celestial. Cuando Juan recibe esta visión lo primero que él observa es una
puerta abierta, es sin lugar a dudas que esta puerta abierta que Juan observa
en el cielo correspondería con la puerta que da acceso al primer
compartimento, el lugar santo del santuario celestial.
Solamente se le permite a Juan mirar este primer compartimento. Según el
santuario terrenal, los muebles que se encontraban en este lugar eran el
candelabro de oro con sus siete lámparas, el altar del incienso y la mesa con
los panes de la proposición ordenados en doble fila y con doble corona, las
cortinas las cuales tenían los ángeles bordados con hilos de oro. (Ex. 39: 32-43:
40: 1-38; Heb. 9: 1-7)
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Al mirar a través de esta puerta, Juan observa solamente el lugar santo y
contempla allí las siete lámparas de fuego (Apoc. 4: 5), observa además, el
trono establecido en aquel lugar (v. 2), los ángeles (v. 6), cuatro seres vivientes
cuya descripción es señalada como cara de león, cara de becerro, cara de
hombre y el cuarto era semejante a un Águila volando. (v. 7) Esto último, nos
lleva de regreso al santuario terrenal, donde Israel acampaba según los
banderines que Dios había ordenado que se confeccionaran y los cuales tenían
bordadas las mismas figuras, esto le entregaba orden y demarcaba la posición
geográfica del pueblo alrededor del santuario. (Núm. 2: 1-34)
En otras palabras, se nos presenta aquí una escena que tiene lugar en el cielo
mismo y los eventos que se desarrollan tienen lugar al interior de este templo
que ha sido abierto. Claramente junto a Juan podemos ver hacia el interior del
primer compartimento, el lugar santo del santuario celestial los utensilios y
muebles que lo conforman en su realidad.
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Apocalipsis nos muestra aquí el templo abierto en el cielo donde ha de tener
lugar la gran ceremonia de ungimiento y de ordenación de Cristo a su
ministerio celestial en presencia de todo el universo. Apocalipsis capítulo
cuatro revela la apertura del lugar santo para que tenga lugar la entronización,
mientras que el capítulo cinco revela a los personajes principales en acción y
tomando parte activa en la ceremonia.
Así, el contexto de esta visión se encuentra centrado en el cielo, al interior del
santuario y tiene como personaje principal al Cordero de Dios, donde el templo
ha sido abierto para que Cristo comience su ministerio celestial según lo hacían
los sacerdotes en el santuario terrenal según los servicios simbolizados por el
culto levítico.
El libro cerrado y el llanto del profeta
Sin embargo, lo primero que acontece en el cielo antes que tenga lugar esta
ceremonia de ungimiento y entronización, es la visión que presenta a Dios el
Padre sentado en su trono teniendo en su mano derecha un libro escrito por
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dentro, y por fuera sellado con siete sellos. Y vi en la mano derecha del que
estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con
siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es
digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni la
tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni de leerlo, ni aun
mirarlo. (v. 1, 2, 3)
Es en este contexto, el de la entronización de Cristo a su ministerio en el lugar
santo del santuario celestial, que aparece recién la figura de este libro. Según
el texto, este libro se encuentra completamente cerrado, pero no solamente
cerrado como enrollado en sí mismo, como una especie de pergamino de la
época y tiempo de Juan, sino que aparece estando sellado con siete sellos.
Seguidamente, Juan escucha a un ángel poderoso en el cielo que hace una
especie de llamado y exclamación, lo cual es un gran desafío a abrir el libro,
notemos que el llamado de este ángel es hecho y pregonado a gran voz, y
este no es cualquier ángel, es un ángel fuerte, lo cual revela que es de suma
y vital importancia abrir el libro y desatar sus siete sellos. (v. 2)
Sin embargo, y frente al desafío que realiza este ángel, no se encuentra a
nadie digno en ningún lugar del cielo o del universo, de la tierra o debajo de
ella, ni siquiera de mirarlo y mucho menos que sea capaz de tomarlo y
abrir este libro. (v. 3)
Según el verso anterior, no solo hay que abrir el libro desatando sus siete
sellos, sino también hay que ser digno de hacer aquello, ¿Pero acaso en
el cielo no son todos buenos y dignos? ¿Acaso en el cielo no son todos santos y
no hay nadie que tenga pecado? ¿De qué clase de dignidad estaríamos
entonces hablando? al parecer, no todos en el cielo son “dignos”, menos en la
tierra, ¿Entonces, de qué clase de dignidad estaríamos hablando como
requisito fundamental para abrir este libro?
Al no hallarse a nadie digno para abrir el libro, esto desató un llanto en el
apóstol que fue inconsolable, y lloraba yo mucho, (v. 4) es interesante que
Juan llore grandemente porque nadie puede abrir el libro y desatar sus sellos,
¿Pero cómo puede una persona llorar tanto y tan profundamente porque un
libro no se puede abrir? uno llora por aquello que le afecta de manera directa o
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por aquello que tiene una estrecha relación con uno y que nos involucra, de lo
contrario, ¿por qué llorar tanto? ¿Pero llorar solamente por un libro cerrado?
¿Llorar mucho por un libro cerrado debe de significar también que su contenido
es de gran valor, pero al punto de llorar mucho? ¿Si este libro se relaciona con
uno, qué clase de libro es aquél que hace llorar tanto a una persona por el solo
hecho de estar cerrado?
Entonces nos podemos así preguntar, ¿Qué representa o simboliza este libro
sellado? ¿Cuál es su contenido o mejor dicho, qué está escrito en su interior o
exterior? ¿Por qué hay que ser digno para abrir este libro? ¿Pero, qué es este
libro que está en la mano del Padre, y más aun, de qué forma se relaciona con
el apóstol que causa en él un profundo llanto? ¿Qué es lo que está escrito en
ese libro que debe ser leído y que no puede quedar sin abrir y que es el motivo
por el cual Juan llore tanto y al punto que un ángel fuerte hace la invitación a
tomar el libro y a leerlo?
De lo que aquí podemos afirmar con plena seguridad y certeza es que este
libro y su contenido sí se relacionan de manera estrecha y profunda con el
apóstol y que al permanecer cerrado y sin que nadie lo pueda mirar, abrir o
leer, traería serias consecuencias para éste y a quién él representa en esta
visión.
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Pero este no es un libro que se relacione solamente con el apóstol Juan de
forma personal y única, sino que es un libro que tiene que ver y afecta a
muchos más, cientos y miles, donde Juan se transforma en esta visión, en una
figura, símbolo o representante de aquellos que, si este libro no es abierto y
leído, afectará su destino eterno.
¿Pero que puede afectar tanto el destino eterno de muchos y miles como el
apóstol Juan? ¿De qué clase de libro estamos entonces aquí hablando? Resulta
por demás evidente, que este libro y su contenido se relacionan entonces con
la redención final de la iglesia, Juan en esta visión es un símbolo de ella, la cual
llora mucho porque no encuentra a nadie quien pueda tomar ese libro, desatar
sus sellos, abrirlo y de leerlo, llora mucho porque no encuentra a nadie ni en el
cielo o en la tierra que efectúe su redención final.
El cordero es digno de abrir y leer el libro
Pero la escena tiene un drástico cambio en lo que Juan ve y oye, y es
precisamente uno de los veinticuatro ancianos el que consuela a Juan con la
alentadora noticia que su llanto tiene consolación. Y uno de los ancianos me
dijo: No llores. (Apoc. 5: 5)
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Resulta interesante notar que el que consuela a Juan en su gran llanto no es
ningún ser divino como un ángel o alguna otra entidad, sino más bien, uno de
los veinticuatro ancianos que presencian la ceremonia de ordenación y de
ungimiento de Cristo.
Al parecer, estos también están interesados en que este libro se abra, pues
también los afectaría a ellos de permanecer cerrado el libro, y que al igual que
Juan, revelan su condición ante Dios, han sido redimidos, porque tú fuiste
inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y
lengua y pueblo y nación. (Apoc. 5: 9) Esta declaración que hacen, da
respuesta a la procedencia de estos “ancianos”, nos has redimido para Dios,
de todo linaje y lengua y pueblo y nación.
De acuerdo con el texto, serían seres humanos redimidos, glorificados y
trasladados al cielo. Recordemos que al momento en que Cristo murió, se
produce un gran terremoto que abrió los sepulcros de muchos de aquellos que
murieron en Cristo en el pasado o hasta ese momento, y que en la mañana de
la resurrección, también salieron de sus tumbas.
El hecho que declaren que fueron redimidos de todo linaje, pueblo, lengua y
nación, da clara evidencia que su lugar de procedencia y origen es la tierra.
Las expresiones linaje, pueblo, lengua y nación es una clara referencia a esta
tierra, (Apoc. 10: 11; 13: 7; 14: 6; 17: 15) siendo además confirmado esto por
el hecho que los únicos que necesitan de redención mediante un sacrificio y
sangre expiatoria y de un cordero para ello, son los habitantes de este planeta
caído. Porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido.
(Apoc. 5: 9) Y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el
soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para
Dios su Padre. (Apoc. 1: 5-6)
Han sido llevados o trasladados al cielo como primicias, como una muestra o
garantía de la gran cosecha final de los redimidos, pero que ahora, algunos de
ellos cumplen con funciones relacionadas con el servicio del santuario celestial
al momento en que este es abierto en el cielo.
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Recordemos que en el santuario terrenal existían veinticuatro órdenes
sacerdotales constituidas para oficiar según lo requerían los servicios rituales
del santuario, aquí están constituidos veinticuatro ancianos que representan a
así estas veinticuatro órdenes de sacerdotes, Y alrededor del trono había
veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos,
vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. (Apoc. 4: 4)
De esta forma, Juan es consolado por alguien que, al igual que él, tiene el
interés en que este libro se abra, solamente aquellos que se ven involucrados
de manera directa toman parte activa en lo relacionado con el este libro y de
su apertura, debido que existen grandes interese en común.
Frente a la gran proclamación que realiza el ángel que hace el desafío a abrir el
libro y en vista de que nadie en el cielo y en la tierra y debajo de ella es hallado
digno de abrir el libro, mirarlo o leerlo, se presenta así, al único que posee tal
dignidad de abrir el libro, Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí
que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y
desatar sus siete sellos. Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro
seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un cordero como
inmolado. (Apoc. 5: 5, 6)
Cristo Jesús, es el único que puede tomar ese libro, mirarlo, desatar sus siete
sellos y finalmente abrirlo, él es el único que en todo el universo, en toda la
tierra o debajo de ella, es digno de realizar tal labor, por lo tanto, esta dignidad
esta en los términos de una condición y de méritos. Se habla que es el León
de la tribu de Judá, la raíz de David y más adelante se lo describe estando en
medio del trono, en medio de los cuatro seres vivientes, en medio de los
ancianos, pero estando en pie y llevando las huellas de un sacrificio, un
cordero como inmolado, lo cual nos habla del gran sacrificio realizado en la
cruz del Calvario por el Cordero de Dios y de sus méritos así obtenidos.
Cristo, era el único ser en todo el universo quien podía efectuar la redención
del hombre, era el único que podía morir para cancelar la deuda de Adán y
Eva, la transgredida ley de Dios demandaba la sangre del transgresor y ni
siquiera un ángel del cielo o grupos de ellos podían pagar aquella deuda, se
requería de uno que fuera igual a Dios y a su ley para efectuar la redención del
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hombre, por tal motivo, ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de
la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. (Apoc. 5: 3)
LA CAIDA del hombre llenó todo el cielo de tristeza. El mundo que Dios había
hecho quedaba mancillado por la maldición del pecado, y habitado por seres
condenados a la miseria y a la muerte. Parecía no existir escapatoria para
aquellos que habían quebrantado la ley. Los ángeles suspendieron sus himnos
de alabanza. Por todos los ámbitos de los atrios celestiales, había lamentos
por la ruina que el pecado había causado.
El Hijo de Dios, el glorioso Soberano del cielo, se conmovió de compasión por la
raza caída. Una infinita misericordia conmovió su corazón al evocar las
desgracias de un mundo perdido. Pero el amor divino había concebido un
plan mediante el cual el hombre podría ser redimido.
La quebrantada ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el
universo sólo existía uno que podía satisfacer sus exigencias en lugar
del hombre. Puesto que la ley divina es tan sagrada como el mismo
Dios, sólo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno
sino Cristo podía salvar al hombre de la maldición de la ley, y
colocarlo otra vez en armonía con el Cielo. Cristo cargaría con la culpa
y la vergüenza del pecado, que era algo tan abominable a los ojos de
Dios que iba a separar al Padre y su Hijo. Cristo descendería a la
profundidad de la desgracia para rescatar la raza caída.
Cristo intercedió ante el Padre en favor del pecador, mientras la hueste
celestial esperaba los resultados con tan intenso interés que la palabra no
puede expresarlo. Mucho tiempo duró aquella misteriosa conversación, el
"consejo de paz" (Zac. 6: 13.) en favor del hombre caído. El plan de la
salvación había sido concebido antes de la creación del mundo; pues Cristo es
"el Cordero, el cual fue muerto desde el principio del mundo." (Apoc. 13: 8.) Sin
embargo, fue una lucha, aun para el mismo Rey del universo, entregar a su
Hijo a la muerte por la raza culpable.
Pero, "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:
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16.) ¡Oh, el misterio de la redención! ¡El amor de Dios hacia un mundo que no
le amaba! ¿Quién puede comprender la profundidad de ese amor "que excede
a todo conocimiento"? Al través de los siglos sin fin, las mentes inmortales,
tratando de entender el misterio de ese incomprensible amor, se maravillarán
y adorarán a Dios.
Dios se iba a manifestar en Cristo, "reconciliando el mundo a sí." (2 Cor. 5: 19.)
El hombre se había envilecido tanto por el pecado que le era imposible por si
mismo ponerse en armonía con Aquel cuya naturaleza es bondad y pureza.
Pero después de haber redimido al mundo de la condenación de la ley, Cristo
podría impartir poder divino al esfuerzo humano. Así, mediante el
arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo, los caídos hijos de Adán podrían
convertirse nuevamente en "hijos de Dios." (1 Juan 3: 2.)
El único plan que podía asegurar la salvación del hombre afectaba a
todo el cielo en su infinito sacrificio. Los ángeles no podían regocijarse
mientras Cristo les explicaba el plan de redención pues veían que la salvación
del hombre iba a costar indecible angustia a su amado Jefe. Llenos de
asombro y pesar, le escucharon cuando les dijo que debería bajar de la pureza,
paz, gozo, gloria y vida inmortal del cielo, a la degradación de la tierra, para
soportar dolor, vergüenza y muerte. Se interpondría entre el pecador y la pena
del pecado, pero pocos le recibirían como el Hijo de Dios.
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Dejaría su elevada posición de Soberano del cielo para presentarse en la tierra,
y humillándose como hombre, conocería por su propia experiencia las tristezas
y tentaciones que el hombre habría de sufrir. Todo esto era necesario para que
pudiese socorrer a los que iban a ser tentados. (Heb. 2: 18.) Cuando hubiese
terminado su misión como maestro, sería entregado en manos de los impíos y
sometido a todo insulto y tormento que Satanás pudiera inspirarles. Sufriría la
más cruel de las muertes, levantado en alto entre la tierra y el cielo como un
pecador culpable.
Pasaría largas horas de tan terrible agonía, que los ángeles se habrían de velar
el rostro para no ver semejante escena. Mientras la culpa de la transgresión y
la carga de los pecados del mundo pesaran sobre él, tendría que sufrir angustia
del alma y hasta su Padre ocultaría de él su rostro.
Los ángeles se postraron de hinojos ante su Soberano y se ofrecieron
ellos mismos como sacrificio por el hombre. Pero la vida de un ángel
no podía satisfacer la deuda; solamente Aquel que había creado al
hombre tenía poder para redimirlo. No obstante, los ángeles iban a tener
una parte que desempeñar en el plan de redención. Cristo iba a ser hecho "un
poco . . . inferior a los ángeles, para que . . . gustase la muerte." (Heb. 2:9, V.
M.) Cuando adoptara la naturaleza humana, su poder no sería semejante al de
los ángeles, y ellos habrían de servirle, fortalecerle y mitigar su profundo
sufrimiento. Asimismo, los ángeles habrían de ser espíritus auxiliadores,
enviados para ayudar a los que fuesen herederos de la salvación. (Heb. 1:14.)
Guardarían a los súbditos de la gracia del poder de los malos ángeles y de las
tinieblas que Satanás esparciría constantemente alrededor de ellos. (PP. Cap. 4
El Plan de redención. Pág. 48, 49, 50)
Esto nos lleva a resolver otro misterio de aquel libro en la mano derecha del
Padre. Que el significado y su contenido se relacionan directamente con aquel
plan de la salvación, el contenido de este libro trata sobre la salvación del
22
hombre y del planeta y de quien era el único ser en todo el universo de
Dios que podía efectuar tal redención.
Por eso, fue uno de los veinticuatro ancianos el que consuela a Juan y le
presenta a este (la iglesia) al único salvador y redentor, el cual es constituido
en ese momento como mediador a favor del hombre caído y siendo
entronizado en medio de todo el universo. Y en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos
ser salvos. (Hech. 4: 12) Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre
Dios y los hombres, a Jesucristo hombre. (1ª Tim. 2: 5)
Nadie podía efectuar nuestra redención, nadie tenía la capacidad, los méritos
para emprender esta gran obra de salvación, ¿o existía algún otro ser, ángel o
entidad celestial que pudiera realizarla? Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios
jamás: Mi hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre,
Y él me será a mí hijo? (Heb. 1: 5)
23
Ungimiento y entronización
De esta manera, Cristo es presentado como el único que es digno en todo el
universo de Dios, de la tierra o debajo de ella, quien puede efectuar nuestra
redención y llevarla a su pleno final. Es el único que puede tomar el libro de la
mano derecha de Dios el Padre, es digno de sentarse en el trono junto a su
Padre celestial, en presencia de todo el universo allí convocado.
En esta revelación celestial se presenta el momento en que Cristo es ungido
para comenzar así su ministerio celestial al interior del santuario una vez que
él ya ha sido sacrificado.
Según lo enseña el santuario terrenal, los sacerdotes al ser ordenados y
consagrados por primera vez al santuario y su servicio, estos eran primero
preparados y ungidos con aceite para su ministerio según lo ordenó Dios a
Moisés. Esta ceremonia tenía una duración de una semana, siete días, cuando
Moisés levantó el tabernáculo por primera vez, este fue ungido con todos sus
24
muebles y utensilios, así como también lo fue Aarón para comenzar con sus
funciones como sacerdote.
En el Antiguo Testamento, cuando algo era constituido por primera vez, se
iniciaba un ministerio o se escogía un rey, se procedía a ungirlos e invocar la
bendición de Dios, que era en el fondo su aprobación divina.
La consagración y la unción divina según lo revela el Antiguo Testamento, era
realizada con aceite y lo hacía alguien a quien Dios designaba para ello, en el
caso de Aarón, el aceite de la unción fue vertida sobre él por Moisés, quien lo
consagra al sacerdocio levítico, en esos momentos, Moisés se convierte en una
figura o símbolo de Dios quien consagra a uno que es igual a él. (Aarón su
hermano) (Ex. 29: 1-9)
De esta forma, el aceite era el elemento principal y el acto de derramar dicho
aceite era la parte central de toda ceremonia de ordenación y de ungimiento
para consagrar a una persona como sacerdote o bien como rey, pero no
solamente era consagrada la persona sino también todo aquello que se
relacionaba con ella, muebles, enceres, utensilios y el templo.
En la Biblia el aceite es una figura o símbolo del Espíritu Santo, de manera que
la ordenación y ungimiento para consagrar a una persona a un ministerio
sagrado según lo presenta el Nuevo Testamento, se realizaba en los momentos
en que el Espíritu Santo descendía sobre ella llenándola completamente.
Esto también tuvo lugar en la persona de Cristo y de su obra al momento de
comenzar su ministerio terrenal, éste fue ungido al momento de su bautismo al
descender sobre él el Espíritu Santo, de allí, que en la sinagoga de Nazaret
dijera: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar
buenas nuevas a los pobres… (Luc. 4: 18), así también y de la misma forma
tenía que ser ungido para dar inicio a su ministerio celestial.
De la misma forma como el santuario terrenal junto a sus sacerdotes al ser
constituidos por primera vez eran consagrados por medio del aceite de la
unción, así también y de esta misma forma, al entrar por primera vez en el
santuario celestial este debía de ser abierto y ungido, y Cristo, preparado para
su ministerio celestial y ungido como sacerdote ante Dios el Padre.
25
Esta instancia divina estaba determinada por los servicios rituales en el
calendario hebreo que señalaban a la fiesta de pentecostés. Esta fiesta
solemne recordaba al pueblo de Israel el momento cuando, a los pies del
monte de Sinaí, Dios escogió y constituyó a su pueblo por primera vez como
una nación libre tras sacarlo de la esclavitud egipcia.
Celebrada en el mes de Siván, tercer mes del calendario judío, y
correspondiente con los meses de mayo y junio de nuestro calendario, en el día
7 de ese mes había santa convocación, todo el pueblo estaba reunido para
conmemorar la festividad o fiesta de la cosecha. También era conocida como
el quincuagésimo, (pentecostés) por corresponder a los cincuenta días
trascurridos desde que se presentara la gavilla mecida el día 16 de Nisán, que
se realizaba al tercer día después de haber sido ofrecido el cordero pascual el
día 14 del mismo mes en el templo.
En el ritual, entre otras cosas, se presentaban dos panes de cebada cocinados
con levadura, estos panes representaban a todo el pueblo el cual era ofrecido a
Dios por el sacerdote en el templo y simbolizaban la gran cosecha final al fin
del ministerio de Cristo y en torno a la segunda venida.
Al cumplirse en Cristo y La iglesia, esta ceremonia pasa a señalar el momento
en que la iglesia, cual Israel espiritual y esta vez a los pies del monte de Sion,
es constituida, escogida y organizada para llevar el evangelio y la salvación a
todos los hombres. Esto solo llega a tener lugar en el momento en que
desciende el Espíritu Santo sobre los discípulos reunidos en el aposento alto
según se los había ordenado Cristo que esperaran la promesa del Padre, el
Espíritu Santo, el consolador el cual vendría a ellos, y los capacitaría para su
misión.
En ese día y según lo ordenaba el ritual de la fiesta, estaba todo el pueblo
reunido (santa convocación) así lo señala el libro de Hechos cuando al
momento en que predican los discípulos, tras descender el Espíritu Santo sobre
ellos, se convirtieron cerca de 3000 personas en un solo día, una gran multitud,
entre los cuales habían de toda nacionalidad. (Hech. 2: 1-42)
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De esta forma, el descenso del Espíritu Santo en el día de pentecostés
coincidía con el momento en que Cristo era entronizado en el cielo. El
descenso de la lluvia temprana era la gran señal visible en la tierra y para la
iglesia que Cristo era ungido y comenzaba su ministerio celestial en el lugar
santo del santuario.
Esto fue claramente ilustrado en el Antiguo Testamento en torno al santuario
terrenal cuando el sacerdote era consagrado a los servicios del santuario y el
aceite de la unción, tras ser derramado en su cabeza, este corría por todo su
cuerpo hasta que caía sobre unas granadas que el sacerdote llevaba en el
borde de su vestidura y de allí en pequeñas gotas hasta llegar a la tierra.
Al comienzo Juan observa una puerta abierta, (Apoc. 4: 1) lo cual revela que el
santuario ha sido preparado y abierto para comenzar la ceremonia de
ungimiento y de entronización de Cristo, los mismos fenómenos y
manifestaciones sobrenaturales que se vieron sobre el monte de Sinaí al
momento en que Dios descendió sobre él, se producen en esta misma
instancia en el cielo. Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en
cielo; y la primera voz que oí como de trompeta hablando conmigo dijo sube
acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. Y del trono
salían relámpagos, y truenos y voces y delante del trono ardían siete
lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios. (v. 1, 4, 5)
Se nos revela una voz como de trompeta, la presencia de Dios mismo sobre su
trono, relámpagos, truenos, voces, fuego, Así también hubo truenos,
relámpagos, espesa nube, sonido de bocina muy fuerte (trompeta), el pueblo
congregado, Dios manifestado en fuego, voz de Dios tronante, (Ex. 19: 16-19)
al momento en que desciende la presencia del Señor sobre el monte de Sinaí y
es proclamado el pacto a todos los hijos de Jacob, que en esos momentos se
convertían en una nación libre, organizada y escogida por Dios para llevar el
conocimiento del Dios verdadero a las demás naciones de la tierra.
De esta manera y al memento de descender el Espíritu Santo, en el cielo se
realizaba esta ceremonia en presencia de todo el cielo allí convocado, las más
27
altas autoridades de los ángeles, (Apoc. 4: 6-9) los cientos de miles y de
millones de ellos, (Apoc. 5: 11-12) representantes de este mundo (los 24
ancianos) (v. 4, 9-11; 5: 9-11) los representantes de los mundos que nunca han
caído (todo lo creado). (Apoc. 5: 13-14). Mientras que en la tierra una gran
multitud congregada en el día del pentecostés, una santa convocación.
Así, Apocalipsis capítulos cuatro y cinco revelan este momento y ceremonia de
entronización y de ungimiento del Cordero de Dios al ministerio celestial en el
lugar santo del santuario celestial que comenzaría luego de su retorno de la
tierra, luego de haber sido sacrificado sobre el altar.
Allí está el trono, y en derredor el arco iris de la promesa. Allí están los
querubines y los serafines. Los comandantes de las huestes angélicas, los hijos
de Dios, los representantes de los mundos que nunca cayeron, están
congregados. El concilio celestial delante del cual Lucifer había acusado a Dios
y a su Hijo, los representantes de aquellos reinos sin pecado, sobre los cuales
Satanás pensaba establecer su dominio, todos están allí para dar la bienvenida
al Redentor. Sienten impaciencia por celebrar su triunfo y glorificar a su Rey.
Pero con un ademán, él los detiene. Todavía no; no puede ahora
recibir la corona de gloria y el manto real. Entra a la presencia de su
Padre. Señala su cabeza herida, su costado traspasado, sus pies
lacerados; alza sus manos que llevan la señal de los clavos. Presenta
los trofeos de su triunfo; ofrece a Dios la gavilla de las primicias, aquellos que
resucitaron con él como representantes de la gran multitud que saldrá de la
tumba en ocasión de su segunda venida. Se acerca al Padre ante quien hay
regocijo por un solo pecador que se arrepiente. Desde antes que fueran
echados los cimientos de la tierra, el Padre y el Hijo se habían unido en un
pacto para redimir al hombre en caso de que fuese vencido por Satanás.
Habían unido sus manos en un solemne compromiso de que Cristo sería fiador
de la especie humana. Cristo había cumplido este compromiso. Cuando sobre
la cruz exclamó: "Consumado es," se dirigió al Padre.
El pacto había sido llevado plenamente a cabo. Ahora declara: Padre,
consumado es. He hecho tu voluntad, oh Dios mío. He completado la
obra de la redención. Si tu justicia está satisfecha, "aquellos que me
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has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo."
(DTG. Cap. 87 “A mi Padre y a Vuestro Padre” Pág. 772, 773, 774)
Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en
medio de los ancianos, estaba en pie un cordero como inmolado, que tenía
siete cuernos y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios
enviados por toda la tierra. (Apoc. 5: 6)
Así, Apocalipsis nos revela el ungimiento de Cristo y su entronización. Se nos
revela a Cristo en el cielo en medio de todo, es el centro del universo, el centro
del cielo, se encuentra en medio del trono, en medio de los ángeles, de los
cuatro seres viviente, en medio de los ancianos y se encuentra investido de
pleno poder y autoridad, tiene los siete espíritus de Dios, lo cual es otra forma
de llamar al Espíritu Santo y a la plenitud de su ungimiento sobre él.
En el momento en que Cristo es ungido y con ello entronizado, entonces él
toma aquel libro de la mano del Padre, Y vino y tomó el libro de la mano
derecha del que estaba sentado en el trono. (Apoc. 5: 7) se le entrega y
concede así, el derecho por sobre todas las cosas y el reinado por sobre todo
principado y potestad, se le concede así las llaves de la muerte y del Hades,
aquél libro le entrega la potestad de reclamar por derecho el gobierno absoluto
sobre este planeta.
Se oye entonces la voz de Dios proclamando que la justicia está
satisfecha. Satanás está vencido. Los hijos de Cristo, que trabajan y luchan en
la tierra, son "aceptos en el Amado." Delante de los ángeles celestiales y los
representantes de los mundos que no cayeron, son declarados justificados.
Donde él esté, allí estará su iglesia. "La misericordia y la verdad se
encontraron: la justicia y la paz se besaron." Los brazos del Padre rodean a su
Hijo, y se da la orden: "Adórenlo todos los ángeles de Dios." (DTG. Cap. 87 “A
mi Padre y a Vuestro Padre” Pág. 772, 773, 774)
Ungido y consagrado, comienza su ministerio celestial, es interesante notar
que el canto de los veinticuatro ancianos revela que las copas de estos están
llenas de incienso, todos tenía arpas, y copas de oro llenas de incienso, que
son las oraciones de los santos. (Apoc. 5: 8) lo cual es un símbolo y figura de
29
los meritos de Cristo, todo lo que Cristo ha realizado en la cruz, es puesto a
favor del ser humano caído para su redención, hay una provisión rica y
abundante de los méritos de Cristo para todo aquel que le acepte, las
oraciones son así presentadas a Dios a través de mucho de este incienso
aromático que son los méritos de Cristo.
Ungido y entronizado, habiendo tomado el libro de la mano del Padre, que le
concede así su derecho por sobre todas las cosas, es el momento en que todos
los congregados entonan un canto de alabanza al Cordero de Dios, comienza el
momento en que todo el cielo le rinde adoración, reverencia a la Majestad del
cielo, al príncipe de la vida quien es digno de tomar el libro, de abrirlo y de
leerlo.
Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se
postraron ante el Cordero. Cada uno tenía un arpa y una copa de oro llena de
incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un nuevo canto,
diciendo: "Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste muerto,
y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza y lengua, pueblo y
nación; "y de ellos hiciste un reino y sacerdotes para servir a nuestro Dios, y
reinarán sobre la tierra". Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del
trono, de los seres vivientes y de los ancianos. Su número era miles de
millares, y diez mil veces diez mil. Y decían a gran voz: "El Cordero que fue
muerto es digno de recibir poder y riquezas, sabiduría y fortaleza, honra, gloria
y alabanza". Y a todos los que estaban en el cielo, en la tierra, en el mar y
debajo de la tierra, y a todas las cosas que hay en ellos, les oí cantar: "Al que
está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza, la honra, la gloria y el
poder, por los siglos de los siglos". Y los cuatro seres vivientes dijeron:
“¡Amén!" Y los veinticuatro ancianos se postraron y adoraron. (Apoc. 5: 8-14)
Con gozo inefable, los principados y las potestades reconocen la
supremacía del Príncipe de la vida. La hueste angélica se postra
delante de él, mientras que el alegre clamor llena todos los atrios del
cielo: "¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir el poder,
y la riqueza, y la sabiduría, y la fortaleza, y la honra, y la gloria, y la
bendición!'
30
Los cantos de triunfo se mezclan con la música de las arpas angelicales, hasta
que el cielo parece rebosar de gozo y alabanza. El amor ha vencido. Lo que
estaba perdido se ha hallado. El cielo repercute con voces que en armoniosos
acentos proclaman: "¡Bendición, y honra y gloria y dominio al que está sentado
sobre el trono, y al Cordero, por los siglos de los siglos!" (DTG. Cap. 87 “A mi
Padre y a Vuestro Padre” Pág. 772, 773, 774)
De esta forma, la unción de Cristo para comenzar su ministerio celestial en
presencia de Dios el Padre, su entronización y tomar el libro de la mano de su
Padre, son todos acontecimientos de una misma ceremonia realizada en el
lugar santo del santuario celestial.
Cristo ha sido ungido y entronizado en el cielo para comenzar con su ministerio
celestial a favor de su iglesia que ha redimido y de todos aquellos que lo
acepten en sus vidas como el Salvador y El Señor. Es la instancia cuando Dios
el Padre y ante la presencia de todo el universo allí convocado le concede a su
hijo el derecho supremo, Cristo toma así de la mano de quien lo proclama el
libro de la mano del Padre.
El derecho del rescate
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Al ser entronizado en medio de todo el universo, Cristo es presentado ahora
como el único que tiene el poder, los méritos y el derecho al rescate del
hombre, es el único ser en todo el universo que es igual a Dios mismo para
poder así expiar la trasgredida ley y de recuperar totalmente el dominio que
perdiera el hombre en el comienzo de la creación.
Cuando Dios Creó a Adán y Eva, se les concedió el dominio completo del
planeta, el dominio total sobre todo el orden de lo creado, leyes, animales y
donde junto al creador regirían los destinos de la tierra. (Gén. 1: 26-31; 2: 19),
pero al caer en el pecado siendo tentado por Satanás, (Gén. 3: 1) el control y
dominio de todo el orden de la creación pasó del dominio y gobierno del
hombre al de Satanás. De esta forma, la tierra, su creación y el hombre mismo
pasaron a ser siervos del mal y de aquél a quien en esos momentos
obedecieron ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para
obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado
para muerte, o sea de la obediencia para justicia? (Rom. 6: 16)
Satanás mismo se presenta como el príncipe de este mundo y el dios de este
siglo, príncipe de las tinieblas, el rey del abismo, el rey de Babilonia,
asegurando que todo lo creado le pertenece para sí, como también a la
criatura misma, esto lo trasforma según él, en el representante exclusivo del
planeta en las cortes celestiales. (Job 1: 6)
Por otro lado, la caída del hombre abría las puertas para que entrará el pecado
al planeta y con el pecado también la muerte (Rom. 5: 12) de esta forma,
Satanás establecía el imperio de la muerte sobre la tierra, se transformaba en
el custodio de la tumba, nadie podía salir de ella mientras el pecado fuera algo
latente y la deuda del hombre no estuviera pagada. Más tú derribado eres
hasta el Seol, a los lados del abismo… que puso el mundo como un desierto,
que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel. (Isa. 14:
15, 17) Esta es la razón por la cual, cuando Dios resucitó a Moisés, Satanás
32
luchó con él por el cuerpo de este, pues al momento de morir, Moisés le
pertenecía y para nunca más salir de la tumba. (Jud. 9)
Todos los que morían, ya sea creyentes o no, pertenecían al imperio de la
muerte y sobre ese imperio gobernaba Satanás, el ángel del abismo, por esta
razón, Cristo por su muerte destruyó al que tenía el imperio de la muerte, Así
que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él participó de lo
mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de
la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la
muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (Heb. 2:
14-15) de esta forma, y al adoptar la naturaleza humana (participar de sangre
y carne) y por medio de su sacrificio y muerte, desciende a las profundidades
del abismo, la tumba, para destruir ese imperio. Por lo cual dice: subiendo a lo
alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso que
subió, ¿Qué es, sino que también había descendido primero a las partes
más bajas de la tierra? (Ef. 4: 8-9)
Esta es la gran razón por la cual Moisés y Elías descendieron sobre el monte de
la transfiguración, al momento en que Cristo subió a orar en compañía de tres
de sus discípulos. Moisés y Elías, hasta ese momento disfrutaban de una
eternidad condicional, a la espera de que Cristo la tornara en realidad con su
muerte y resurrección, si este no moría, ellos descenderían del cielo a la
tumba. Por eso conversaban con él para animarlo a completar su ministerio
terrenal con el gran sacrificio redentor. (Mat. 17: 1-8; Luc. 9: 28-30)
De esta forma, al morir y pagar la deuda del hombre, las llaves de la tumba (el
derecho sobre la muerte y del Hades) que estaban en las manos del ángel del
abismo, Satanás, pasan ahora a manos de Cristo y de su poder, y el que vivo
y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amen. Y
tengo las llaves de la muerte y del Hades. (Apoc. 1: 18)
Por lo tanto, Cristo mediante su muerte, sacrificio y resurrección recuperó el
derecho absoluto sobre el planeta y sobre el hombre, ahora él es quien tiene el
poder y el derecho de resucitar y dar vida a quien él lo quiera.
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De esta forma, mediante su sacrificio, muerte y resurrección, Cristo redime al
ser humano y tu, oh torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion, hasta ti
vendrá el señorío primero, el reino de la hija de Jerusalén. (Miq. 4: 8), para
que este señorío retorne, primero tuvo que comprarlo, tuvo que adquirirlo,
sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual
recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,
sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y
sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo,
pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y
mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado
gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. (1ª Ped. 1: 19- 21)
Apocalipsis revela esta misma instancia, cuando al momento en que Cristo
muere en la cruz, todo el universo exclamó y dio un gran grito de triunfo y de
victoria, pues hasta ese momento, Satanás aun tenía acceso al cielo, aun la
influencia de este ángel y su presencia eran permitidas a las entradas del cielo
y no solo allí, sino también tenía acceso a los mundos que nunca habían caído.
Pero con la muerte de Cristo, se reveló el verdadero carácter de Lucifer y la
verdadera naturaleza y consecuencias de su rebelión que levantó en el cielo,
ahora, cual cordero inocente Cristo redimía al ser humano, la tierra y
aseguraba por la eternidad el orden del universo y de todo lo creado en el.
(Apoc. 12: 7- 12)
Fue en la cruz del calvario donde Cristo ganó y obtuvo el pleno derecho sobre
todo este planeta y de sus habitantes, logrando rescatarlo del poder de
Satanás quien lo reclamaba como suyo, fue aquí donde Cristo recibe, pero no
de hecho y en verdad todavía, sino primero la garantía, el derecho, la dignidad
de gobernar sobre todo, es en la cruz del Calvario, a la vista de todas las
entidades superiores y de los mundos no caídos y en presencia de todos de
quienes allí le rodeaban y en presencia del mismo Dios del cielo, siendo
testigos de lo acontecido al pie de la cruz, donde se hace posible la compra y la
redención del hombre y de toda la tierra.
34
En el Antiguo Testamento se ilustra esta misma situación, por medio de las
leyes levíticas, con la llegada del año de jubileo, este permitía según lo
estipulado y ordenado por Dios a Moisés, que la tierra reposara un año cada
seis, es decir, al séptimo año. Así también, en ese mismo año el esclavo podía
recuperar su libertad y si alguno no podía recuperar su heredad por no estar
capacitado debido a su condición de pobreza y de esclavitud, un pariente
cercano o familiar que contara con los suficientes recursos y medios y tener las
condiciones requeridas para ello lo podía hacer.
La redención también se podía efectuar sobre un terreno, propiedad o heredad
la cual de alguna forma u otra se perdían, por esclavitud o la conquista hecha
por alguna nación enemiga. Volver a recuperar así lo perdido se podría lograr
mediante el rescate, por la compra una vez más del terreno, propiedad o
heredad perdida. Tal rescate era solamente permitido hacerlo a un pariente
cercano o familiar de aquél, que por su condición de pobreza no podía redimir
su propia heredad por sí mismo, no era posible el rescate a nadie que no fuera
de la familia. Este familiar que venía en ayuda, se encontraba en una
condición favorable y de una posición tal que le permitían realizar el rescate o
compra, para ello, la compra se realizaba en presencia de testigos y quedaba
35
constatado en un documento o libro, el cual después de efectuarse la compra,
este documento era sellado. (Jer. 32: 1-44)
Es en la cruz del calvario, donde Cristo pagó con su sangre y ganó así el
derecho por sobre todas las cosas, pero esto no significa que en ese momento
se convirtió de hecho y en verdad como algo ya materializado y concretado, la
Escritura dice: Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando
haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque
preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos
debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la
muerte. (1ª Cor. 15: 24-26)
Dios mismo le entregó a su hijo el pleno derecho sobre sus enemigos y de regir
y gobernar sobre todos los reinos y naciones de este mundo, Jehová dijo a mi
Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos estrado de
tus pies. (Sal. 110: 1) Yo Publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo
eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones,
y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con
vara de hierro, como vasija de alfarero los desmenuzarás. (Sal. 2: 7-9)
Sin embargo, aun no vemos que nada de aquello sea una total realidad en
nuestros días, nada de eso en estos momentos es una realidad tangible, aun
existe el sepulcro y la muerte, aun Satanás y sus ángeles ejercen un cierto
poder, así como todos aquellos que se alinean bajo su causa permanecen aún.
Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra hasta que
ponga a tus enemigos debajo de tus pies?... Todo lo sujetó bajo sus
pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea
sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas.
(Heb. 1: 13; 2: 8)
Todas estas promesas de dominio y Cristo gobernando como Rey de Reyes y
Señor de Señores, con sus enemigos puestos bajo sus pies para ser
desmenuzados y donde la muerte será destruida para siempre, se encuentran
aun en el futuro escatológico de la profecía.
36
Cuando llegue el momento en la línea profética, cuando llegue el momento
final en el tiempo del fin, todas estas promesas hechas al redentor por su
Padre, se convertirán en una realidad absoluta y ya no de hecho y en verdad.
"¡Oh, torre del rebaño, colina de la hija de Sión, a ti te llegará; sí, a ti vendrá el
dominio anterior!" (Miqueas 4: 8, V.M.) Llegó el momento por el cual suspiraron
los santos desde que la espada de fuego expulsó a la primera pareja del
paraíso -el tiempo de "la redención de la posesión adquirida." (Efesios 1: 14.)
La tierra dada al principio al hombre para que fuera su reino, entregada
alevosamente por él a manos de Satanás, y conservada durante tanto tiempo
por el poderoso enemigo, ha sido recuperada mediante el gran plan de la
redención. Todo lo que se había perdido por el pecado, ha sido restaurado. "Así
dice Jehová,. . . el que formó la tierra y la hizo, el cual la estableció; no en vano
la creó, sino que para ser habitada la formó." (Isaías 45: 18, V.M.) El propósito
primitivo que tenía Dios al crear la tierra se cumple al convertirse ésta en la
morada eterna de los redimidos. "Los justos heredarán la tierra, y vivirán para
siempre sobre ella." (Salmo 37: 29.) (CS. Cap. 43 El fin del conflicto. Pág. 733)
Por el momento, las potestades del mal siguen ejerciendo un poder aunque
solamente temporal, por el momento los hombres se disputan los poderes, las
riquezas y el dominio sobre el planeta, aun existe la muerte y el dolor,
enfermedad y tragedias humanas, aun ejercen su influencia sobre justos y
pecadores pero de manera limitada y hasta donde Dios lo permite aunque
destituidos completamente del derecho de hacerlo, pues Cristo, es quien ha
ganado el pleno derecho de gobernar y ser El Señor por sobre todas las cosas.
¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos conspiran en vano? Se
levantan los reyes de la tierra, y príncipes consultan juntos contra el Eterno y
contra su Ungido, diciendo: ¡Rompamos sus lazos, librémonos de sus cuerdas!
El que mora en los cielos se reirá. El Señor se burlará de ellos. Entonces, en su
enojo los reprenderá, los turbará con su ira, y les dirá: He puesto a mi Rey
sobre Sión, mi santo monte. (Sal. 2: 1-6)
Por más que las potestades de las tinieblas se disputen la supremacía sobre el
control del planeta y de sus habitantes, es en vano, pues Dios el Padre, la
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máxima autoridad del universo, le ha concedido todo este poder y derecho
solamente a su amado hijo, quien es el verdadero heredero.
De esta manera, una vez que Cristo muere en la cruz y después de resucitar
asciende al cielo, a su Padre celestial, en una apoteósica ceremonia donde
están invitadas las más altas autoridades del universo, entre las que se
cuentan los ángeles y los habitantes de los mundos que nunca cayeron, Cristo
es investido y recibe los honores y el testimonio del Padre que la justicia está
satisfecha y que todos aquellos que creen en Jesús podrán estar donde él está.
Por lo tanto, aquel libro en la mano del Padre representa el derecho entregado
a Cristo, de gobernar como Rey de Reyes y Señor de Señores por sobre todas
las cosas de las que están en los cielos y en la tierra y debajo de la tierra,
representa el decreto que pone a sus enemigos por estrado de sus pies, es el
decreto que hace posible que la redención final tenga lugar pero de forma real,
concreta, de hecho y en verdad, representa el momento que esperan todos los
redimidos, desde Adán hasta el último que se salvará, es el decreto que le
entrega a Cristo el dominio y la posesión de todos los reinos del mundo.
Aquél decreto lo faculta en su plena autoridad como redentor para entregar el
señorío primero que perdió Adán y de devolverlo una vez más al hombre y
donde su iglesia heredará la tierra completamente renovada y vivirá junto a él
por la eternidad.
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Aquél libro en la mano del Padre, representa y simboliza la carta o documento
de compra de aquella heredad perdida, la cual nuestro pariente cercano,
familiar, hermano, aquel que es el hijo del hombre, ha comprado y podido
así rescatar, es el título que lo acredita como amo supremo y Señor por sobre
todas las cosas del cielo, universo y de la tierra.
Esta es la gran y poderosa razón por la cual Juan llora y llora mucho, porque no
había nadie ni en el cielo y en la tierra o debajo de ella que pudiera tomar ese
libro y abrirlo, tomar aquel el libro significa llegar hacer posible y tornar
en un hecho concreto y real la redención final, además, significa que
es el único a quien se le ha dado esta facultad.
EL LIBRO Y LOS SIETE SELLOS
La apertura del libro
Sin embargo, para que todas estas promesas se lleven a un cumplimiento y se
conviertan en una realidad, el libro tiene primero que ser abierto, si este
permanece cerrado no es posible cumplir la redención final, porque es
mediante la apertura del libro que se torna en realidad la herencia de los
redimidos.
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Mientras el libro permanezca cerrado no hay segunda venida, mientras
permanezca cerrado no hay tierra nueva, mientras esté cerrado, aun los
enemigos de Dios y de su pueblo ejercerán su poder sobre la tierra y sobre
este, ¿Motivo para llorar? ¿Motivo para llorar y mucho? Lo más importante de
todo esto es que el libro sea abierto, al ser abierto, representa la instancia final
cuando se reclama por derecho propio la heredad y todas las promesas de
redención se cambian y pasan de la promesa a la realidad absoluta.
Durante mucho tiempo nos hemos preocupado por los sellos, pero con la
apertura de aquellos y de forma especial con la apertura del séptimo sello, esto
no termina allí, sino más bien, que con la apertura de los siete sellos
comienzan los eventos que llevarán a la apertura del libro Juan lloraba por
esto, porque no había nadie que pudiera tomar el libro, desatar sus sellos y
finalmente abrirlo.
Los siete sellos
Este libro es presentado a Juan en la forma de un documento de la época en
que él vivió, es una especie de pergamino enrollado y sellado con siete sellos.
En la antigüedad, sellar un libro o un documento era testimonio que aquel
escrito era de procedencia real y significaba que detrás estaba una muy alta
autoridad, de forma que lo que estaba escrito era la voluntad expresada por
aquella autoridad real y absoluta.
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Sellar un documento era además señal, que solamente la persona a quien se
dirigía el documento podía tomarlo, abrirlo y leerlo. También, sellar un
documento en aquél entonces, así como en la actualidad, era evidencia que su
contenido era autentico, fidedigno y original, que lo expresado en el
documento es verdadero y por demás que lo escrito en él se cumplirá.
Sellar un documento solamente lo podía hacer una persona que tuviera un muy
alto rango, es decir, una autoridad suprema. En los tiempos de Juan no
cualquiera podía sellar un documento, además, la autoridad debía de ser
reconocida y aceptada por todos. El libro que Juan contempla es de
procedencia real, detrás se encuentra la máxima autoridad del cielo, del
universo y de la tierra, ya que el libro se encuentra en la mano del Padre.
(Apoc. 5: 1)
Al estar sellado con siete sellos señala que su contenido es autentico, fiel,
verdadero y que se encuentra dirigido solamente aquel que es digno de
tomarlo. Su contenido es un llamado a la toma y asunción de autoridad real
debido que se encuentra en la mano derecha del Padre, la diestra símbolo de
realeza, gobierno y poder, Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. (Sal. 110: 1)
Por lo tanto, sus sellos revelan autoridad y realeza divina, que este libro es la
voluntad de la divinidad, que por su contenido, solamente Dios puede
proclamarlo a todo el universo.
En la Biblia siempre se presenta a Dios haciendo estas proclamaciones, Jehová
dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies. (Sal. 110: 1) Yo publicaré el decreto; Jehová
me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme y te daré por
herencia las naciones… (Sal. 2: 7-8)
Al estar el libro sellado con siete sellos es una poderosa señal que la autoridad
es total y completa y por demás perfecta y donde es la última voluntad
expresada por el Dios Padre. Recordemos que en la profecía apocalíptica el
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número siete, es un símbolo que revela la totalidad de algo, así como lo
perfecto de aquello.
También se revela que su contenido es auténtico fiel y verdadero, los sellos
abalan su autenticidad, veracidad y procedencia, Dios es verdadero y fiel en
sus declaraciones, Y el que estaba sentado en el trono dijo: he aquí, yo
hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras
son fieles y verdaderas. (Apoc. 21: 5)
También nos enseña que todo lo que Dios ha realizado por nosotros en la
redención por medio del sacrificio de Cristo es completamente, y totalmente
perfecta y que en Dios hay poder absoluto de redención.
La apertura de los sellos
Sin embargo, el libro que Juan contempla se encuentra cerrado con siete sellos,
lo cual indica que debe de ser abierto. Este libro es entregado al Cordero como
parte de su entronización y con ello comienza su ministerio celestial, todos los
sellos no son abiertos en un mismo día o momento, estos se abren a través del
tiempo, donde la apertura de la mayoría de ellos se realiza en el lugar santo
del santuario celestial.
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En el capítulo seis de Apocalipsis se presenta la apertura de los seis primeros
sellos y es el cordero quien comienza a abrirlos. Si tuviéramos que identificar
en qué parte del santuario son abiertos estos seis primeros sellos, diríamos que
corresponden según el contexto, con el lugar santo y el ministerio de Cristo en
aquel departamento del santuario celestial, esto nos llevaría en tiempo desde
que comienzan a abrirse, desde el año 31 hasta 1844 dc.
Así tenemos que, entre esos años se abrieron los seis primeros sellos del libro,
es interesante notar que por cada sello que se abre en el cielo, tienen lugar
acontecimientos sobre la tierra los cuales se relacionan con la iglesia a través
de todo ese tiempo de la historia, lo cual nos revela una vez más que el
contenido de este libro se relaciona y trata de la redención del pueblo de Dios
y a la obra de Cristo a favor de este.
También es interesante notar que estos sellos presentan un contenido en color,
mucha actividad, voces, gritos, el galopar de los cuatro caballos, es una visión
que revela mucha actividad y de sonidos sobre la tierra.
Siendo el único que podía abrir los sellos, el Cordero comienza con esta labor
mientras estuvo en el lugar santo del santuario celestial y una vez que éste es
entronizado a su ministerio celestial siéndole entregado y ratificado su dominio
y promesa de reinado sobre todos sus enemigos. La entrega de este libro por
parte de su Padre celestial, pasando de sus manos y puesto en las de su hijo, le
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concede pero aun de promesa, aquel poder hasta que los siete sellos del libro
sean abiertos para ejercer aquella autoridad de forma real.
Abarcando los primeros siglos del cristianismo, los seis primeros sellos nos
revelan la historia de la iglesia, desde la entronización de Cristo o entrada al
lugar santo del santuario celestial, hasta su paso al lugar santísimo en 1844 al
fin de los 2300 días proféticos revelados en el libro de Daniel.
Por lo tanto, los seis primeros sellos nos dejan hasta ese compartimento,
mientras que la apertura del último sello nos lleva al último servicio de los
rituales que enseñaba el tabernáculo terrenal, al día de la expiación en el lugar
santísimo del santuario celestial.
La apertura del séptimo sello
La apertura del séptimo sello resulta diferente y al parecer mucho más
solemne que la apertura de los seis primeros sellos del libro. Apocalipsis revela
que existe una línea continua e ininterrumpida desde la apertura del primero
al sexto sello y no aparece aquí en toda esta secuencia ninguna interrupción de
algún evento entre un sello u otro, es una apertura continua que se da a través
del tiempo.
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Sin embargo, esta línea y secuencia de eventos que se cumplen, tanto en el
cielo como en la tierra, por la apertura de cada sello, se detiene y se ve
entonces interrumpida después de la apertura del sexto sello. Lo más lógico
en este contexto, sería esperar la apertura del séptimo sello de forma
inmediata y continua después de la apertura del sexto sello y como lo fue en la
secuencia de los otros seis, pero no sucede de esa manera según como lo
presenta la revelación profética.
Si nos damos cuenta, y según lo presenta el libro del Apocalipsis, la apertura
del séptimo sello se realiza recién y después, que haya tenido lugar el
sellamiento del pueblo de Dios (Los siervos de nuestro Dios) y no antes.
(Apoc. 7: 1-8; 8: 1)
Una vez que el sexto sello es abierto y se desarrollan los acontecimientos allí
descritos, se presenta a continuación, el sellamiento del pueblo de Dios. En el
capítulo siete se registra esta obra y viene a formar una especie de paréntesis
que detiene o se interpone momentáneamente, a la apertura del séptimo y
último sello, el cual mantiene aun cerrado el libro.
Por lo tanto, lo que impide abrir el séptimo sello es precisamente el desarrollo
aun de la obra del sellamiento del pueblo de Dios, lo que implica que de alguna
manera u otra, la apertura del séptimo sello se relaciona de manera directa
con esta obra. Dicho de otra forma, e interpretando las secuencias allí
establecidas, una vez terminado el sellamiento debería de abrirse de forma
inmediata el séptimo sello, ya que en la secuencia que se inserta, (el
sellamiento efectuado en el capítulo siete) no hay ningún otro evento una vez
concluido este, más que la apertura de allí en adelante, clara e inmediata del
último sello. (Apoc. 8: 1)
De esta forma, ¿Cómo se relaciona el sellamiento con la apertura del séptimo
sello? ¿Qué es el sellamiento y que implica este, que debe de realizarse esta
obra primero antes de abrir el séptimo sello? ¿Qué es y qué implica la apertura
del séptimo sello que debe de abrirse solamente y una vez concluido el
sellamiento?
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El sellamiento es presentado como una obra necesaria y fundamental antes
que los cuatro ángeles suelten finalmente los cuatro vientos. Cuatro ángeles
detienen los cuatro vientos de la tierra, los que significan, como hemos visto,
desastres, catástrofes, conflictos y todos los elementos de las contiendas
desatados sobre toda la tierra, sin embargo, estos cuatro ángeles impiden por
el momento que esto llegue a suceder, ellos tienen ese poder, de retener o
soltar, pero están bajo órdenes divinas.
Lo que impide a su vez, que estos eventos catastróficos se desaten sobre toda
la tierra, es precisamente el ángel que subía de donde sale el sol y que tenía el
sello del Dios vivo, es este ángel el que ordena a los otros cuatro que aun no
desaten los vientos, es este ángel, el que impide que se desaten sobre la tierra
todos los elementos naturales en su función destructiva y de las contiendas
humanas.
El ángel que tiene la misión de sellar al pueblo de Dios, es el que tiene en el
fondo, el poder de retener o dar la orden, por el momento, para que los cuatro
ángeles cumplan con la misión de desatar los vientos, condiciona así, la obra
de los otros cuatro ángeles a la obra y al tiempo que dure el sellamiento. Vi
también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios
vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado
el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la
tierra, y al mar, ni a los arboles, hasta que hayamos sellado en sus
frentes a los siervos de nuestro Dios. (Apoc. 7: 2-3)
Se nos revela que estos cuatro vientos finalmente sí serán desatados sobre la
tierra, las calamidades en tierra y mar serán de gran intensidad, frecuencia y a
escala global, pero el ángel que tiene el sello de Dios dice: No hagáis daño a
la tierra, y al mar, ni a los arboles, hasta que hayamos sellado. (v. 3) Por lo
tanto, el sellamiento se relaciona y se lleva a efecto en un tiempo donde estos
eventos catastróficos aun están bajo el control de lo divino, No hagáis daño,
aun los cuatro ángeles retienen los vientos, esto nos revela que el tiempo
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en que esta obra de sellamiento se realiza, es un tiempo de gracia,
donde aun existe la misericordia de Dios mediante la intercesión de Cristo en el
santuario celestial y donde los juicios divinos aun son retenidos.
Esto significa que soltar los vientos, nos lleva a un tiempo en el futuro
escatológico, donde ya no existe ninguna contención por parte de Dios en
refrenar los poderes del mal sobre la tierra y esto efectivamente acontece y
tiene lugar solamente cuando Cristo deje de interceder en el santuario
celestial, dicho de otra forma, cuando termine el sellamiento será entonces el
momento solemne cuando termine el tiempo de gracia.
Sin embargo, se revela que el tiempo límite para retener los vientos es el
tiempo que tarda el ángel en sellar al pueblo de Dios. Hasta que hayamos
sellado. (v. 3), en otras palabras, que la duración del tiempo de gracia estará
determinada por la duración o lo que tarde el ángel en sellar al pueblo
remanente.
Precisamente antes de que entráramos en él [el tiempo de angustia], todos
recibimos el sello del Dios viviente. Entonces vi que los cuatro
ángeles dejaron de retener los cuatro vientos. Y vi hambre, pestilencia y
espada, nación se levantó contra nación, y el mundo entero entró en
confusión.-7CBA 979 (1846).
Vi ángeles que iban y venían de uno a otro lado del cielo. Un ángel con tintero
de escribano en la cintura regresó de la tierra y comunicó a Jesús que había
cumplido su encargo, quedando sellados y numerados los santos. Vi
entonces que Jesús, quien había estado oficiando ante el arca de los Diez
Mandamientos, dejó caer el incensario, y alzando las manos exclamó en
alta voz: "Consumado es".-PE 279 (1858).
Queda, por así decirlo, solamente un momento de tiempo. Pero aunque ya se
levanta nación contra nación, y reino contra reino, no hay todavía
conflagración general. Todavía los cuatro vientos son retenidos hasta
que los siervos de Dios sean sellados en sus frentes. Entonces las
potencias de la tierra ordenarán sus fuerzas para la última gran
batalla.-2JT 369 (1900).
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Un ángel que regresa de la tierra anuncia que su obra está terminada; el
mundo ha sido sometido a la prueba final, y todos los que han resultado
fieles a los preceptos divinos han recibido 'el sello del Dios vivo".
Entonces Jesús dejará de interceder en el santuario celestial.
Levantará sus manos y con gran voz dirá- "Hecho es".-CS 671 (1911).
Así y una vez concluida la obra del sellamiento se desatarán recién sobre la
tierra los cuatro vientos y según la declaración que hace el ángel del
sellamiento se relacionan estos con eventos y acontecimientos de carácter
destructivos, y clamó a los cuatro ángeles a quienes se les había dado el
poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la
tierra, ni al mar, ni a los árboles… (Apoc. 7: 2-3)
Por lo tanto, resulta imposible abrir el séptimo sello mientras aun no termine el
sellamiento, terminado este recién se procederá a abrirlo. Esto significa e
implica que el séptimo sello se encuentra ligado al fin del tiempo de gracia, el
cual concluye terminado el sellamiento del pueblo de Dios. ¿Pero en qué
momento del fin del tiempo de gracia se abre este último sello?, ¿Qué tan
adentro del fin del tiempo de gracia se procede a abrir el sello final? ¿Es abierto
en el momento en que Cristo viene? ¿Es abierto en el pleno momento en que
las siete plagas están cayendo sobre la tierra? ¿Es abierto en el instante mismo
en que termina el tiempo de gracia?
Terminado el sellamiento sobre la tierra, se retoma entonces la obra de seguir
abriendo los sellos del libro, esta obra se vio interrumpida por la mediación de
Cristo en el lugar santísimo del santuario celestial a favor de su pueblo, Cristo
no puede venir mientras este oficiando como sumo sacerdote, al terminar su
obra allí comenzarían las instancias ya finales para este apoteósico evento, por
eso, el séptimo sello tiene que ser abierto primero y cumplirse los eventos que
este encierra, así como los contenidos en los otros sellos, antes que Cristo
venga a la tierra.
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De esta manera, al ser abierto el séptimo sello deja así en condiciones de
poder recién allí abrir el libro que permanecía hasta ese momento aun cerrado
impidiendo que este se abriera y leyera su contenido. Recordemos que este
decreto divino le otorga el reinado, el poder absoluto a Cristo Jesús. Al ser
abierto el libro y proclamado su contenido significa que llegó entonces la hora
de hacer realidad la redención final del pueblo de Dios y del gobierno de Cristo
sobre todos, pero de hecho y en verdad y ya no de promesa.
Silencio en el cielo
Resulta interesante notar que al momento de ser abierto el séptimo sello, se
produce silencio en el cielo por espacio como de media hora, Cuando abrió el
séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora. (Apoc.
8: 1), esto pasa a marcar una gran diferencia con el resto de los seis sellos
abiertos hasta aquí. Mientras que en los eventos que se producían al ser
abiertos los seis primeros sellos revelaban color, voces, el retumbante galopar
de los cuatro caballos, el gran clamor de los mártires los cuales piden
venganza de su sangre, ruidos y acontecimientos que revelaban grandes
movimientos de masas y acontecimientos sobre naturales, como el ronco
rugido de la tierra al estremecerse con aquel gran terremoto del sexto sello,
nos habla que estos seis sellos no eran para nada silenciosos.
Todos estos acontecimientos que se producen sobre la tierra al momento de
ser abiertos los sellos, revelan el desarrollo de la profecía a través de toda la
era cristiana y la obra de Cristo en el santuario celestial, revelan el actuar de
los poderes del mal en contra de la iglesia y del comportamiento de la
naturaleza. Seis sellos revelan todos estos acontecimientos, el número seis es
un símbolo el cual contiene y encierra todo lo relacionado con este mundo y la
obra de sus habitantes, es el número de hombre, así como lo fue en la creación
de este mundo en seis días, mientras que el término perfecto de todo lo creado
estaba marcado por el séptimo día, el número siete.
En Apocalipsis, el séptimo sello es dejado a un lado y pospuesta su apertura, lo
que revela que este último sello es muy especial y por cierto diferente, no es
cualquier sello o uno más de la secuencia anterior. Como su número lo indica
(séptimo) es el sello que le da término a todo lo humano, es decir, es el sello
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que determina que llegó la hora final del planeta, de sus habitantes impíos y de
la redención final del pueblo de Dios contenida al interior de aquel libro que
ahora se podrá abrir y leer y tornar en una realidad.
¿Pero a qué se debe este rotundo cambio en los eventos que se producen al
abrir el séptimo sello? ¿Qué significa este silencio por media hora? al ser el
último sello y abrirse una vez concluido el sellamiento del pueblo de Dios y
junto con ello el fin del tiempo de gracia, el silencio que se produce se
encontraría relacionado precisamente con esto último, el fin del tiempo de
gracia.
Cuando Cristo llegó al fin de su ministerio terrenal, vivió los momentos más
solemnes de su ministerio, la agonía extrema experimentada en el Getsemaní,
la tortura mental, física y burlesca, tanto de los judíos como de los soldados
romanos, revelaban que había llegado el momento final en su vida y ministerio
terrenal.
Tres años y medio duró el ministerio terrenal de Cristo, durante todo este
tiempo Jesús desarrolló su obra a favor del ser humano, fue este tiempo el
concedido a Cristo, como tiempo de gracia antes de ser contado y considerado
como pecador por parte del cielo en sustitución del hombre al cual venía a
redimir. La muerte que experimentaría en el Calvario no sería cualquier
muerte o como la que sufren todos los seres humanos la cual es la
consecuencia natural del pecado, No, Cristo experimentaría sobre el Calvario la
segunda muerte, la que corresponde y es la paga del pecado y de la cual no
hay redención ni resurrección de la tumba si el hombre por sí mismo la viviera.
En aquellas horas críticas, decisivas y de gran agonía en el huerto de
Getsemaní para trazar de forma definitiva y real el destino del hombre y de
este planeta, todo el cielo contemplaba la escena con profundo pesar, había
llegado la hora en que Cristo debía de pagar con su vida la deuda del hombre,
en aquellos momentos todo el cielo estaba en profundo silencio, no era un
silencio de ausencia, como nunca todo el cielo estaba presente, sino más bien,
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era el silencio que se produce al momento de deponer toda actividad, no era la
ocasión de tributar alabanzas, o expresar algún canto o grito de victoria, eran
momentos de profundo pesar y recogimiento por parte de las huestes divinas y
seguramente de los habitantes de otros mundos.
Aquella escena de ver a Cristo en esa condición no era para hablar, era
momento para guardar profundo silencio, en esos momentos Cristo sufría y la
presencia del Padre comenzaba a apartarse de él, es que había llegado la hora
final y todo el plan de la redención dependía de la decisión que Cristo tomara
en esos momentos.
Habiendo hecho la decisión, cayó moribundo al suelo del que se había
levantado parcialmente. ¿Dónde estaban ahora sus discípulos, para poner
tiernamente sus manos bajo la cabeza de su Maestro desmayado, y bañar esa
frente desfigurada en verdad más que la de los hijos de los hombres? El
Salvador piso solo el lagar, y no hubo nadie del pueblo con él.
Pero Dios sufrió con su Hijo. Los ángeles contemplaron la agonía del
Salvador. Vieron a su Señor rodeado por las legiones de las fuerzas
satánicas, y su naturaleza abrumada por un pavor misterioso que lo hacía
estremecerse. Hubo silencio en el cielo. Ningún arpa vibraba. Si los
mortales hubiesen percibido el asombro de la hueste angélica
mientras en silencioso pesar veía al Padre retirar sus rayos de luz,
amor y gloria de su Hijo amado, comprenderían mejor cuán odioso es
a su vista el pecado.
Los mundos que no habían caído y los ángeles celestiales habían
mirado con intenso interés mientras el conflicto se acercaba a su fin.
Satanás y su confederación del mal, las legiones de la apostasía, presenciaban
atentamente esta gran crisis de la obra de redención. Las potestades del bien
y del mal esperaban para ver qué respuesta recibirla la oración tres veces
repetida por Cristo. Los ángeles habían anhelado llevar alivio al divino
doliente, pero esto no podía ser. Ninguna vía de escape había para el Hijo de
Dios. (DTG. Cap. 74 Getsemaní. Pág. 642, 643)
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Con fieras tentaciones, Satanás torturaba el corazón de Jesús. El Salvador no
podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba
su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su
sacrificio por el Padre.
Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase
eterna. Sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia
no interceda más por la raza culpable. El sentido del pecado, que
atraía la ira del Padre sobre él como substituto del hombre, fue lo que
hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón.
Con asombro, los ángeles presenciaron la desesperada agonía del
Salvador. Las huestes del cielo velaron sus rostros para no ver ese
terrible espectáculo. La naturaleza inanimada expresó simpatía por su
Autor insultado y moribundo. El sol se negó a mirar la terrible escena
Sus rayos brillantes iluminaba la tierra a mediodía, cuando de repente
parecieron borrarse. Como fúnebre mortaja, una obscuridad completa rodeó
la cruz. "Fueron hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona."
Estas tinieblas, que eran tan profundas como la medianoche sin luna ni
estrellas, no se debían a ningún eclipse ni a otra causa natural. Era un
testimonio milagroso dado por Dios para confirmar la fe de las generaciones
ulteriores. (DTG. Cap. 78 El Calvario. Pág. 701, 702)
Los sorprendentes acontecimientos que rodearon la agonía y la muerte de
Cristo llevaron a todo el cielo y hasta el universo no caído, al más completo
silencio reverente al ver al Dios del cielo muriendo y sufriendo de esa manera,
hasta la naturaleza misma se manifestó en aquellas horas solemnes y cruciales
de la vida del Salvador.
Estas mismas ensenas se volverán a repetir en torno al conflicto final, cuando
las cortes celestiales queden en el más completo silencio, un silencio
reverente, lleno de asombro, solemnidad y de increíble admiración se repetirá
una vez más en el cielo cuando Cristo ponga fin al tiempo de gracia para el ser
humano, solemne es el instante cuando un ser muere, pero es mucho más
solemne vivir, y cuando llegue la hora en que el destino eterno de cada ser
humano quede finalmente sentenciado para esa misma eternidad, vida eterna
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o muerte eterna, cuando ya no exista más oportunidad para nadie la
solemnidad y el silencio llenarán todo el cielo y al universo.
La apertura del séptimo sello y al silencio que se produce una vez que termina
la mediación de Cristo, Apocalipsis nos revela este momento solemne que
tiene lugar en el santuario. Otro ángel vino entonces y se paró frente al altar,
con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las
oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del
trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso
con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó
del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y
relámpagos, y un terremoto. (Apoc. 8: 3-5)
Aquí se nos describe la solemne obra de intercesión de Cristo en el lugar
santísimo, se menciona el incensario de oro, el cual era utilizado por el sumo
sacerdote solamente en el día de la expiación, en ese momento el sumo
sacerdote tomaba carbones encendidos del altar del incienso, el cual estaba en
el lugar santo, y los ponía en el incensario y sobre el cual se dejaba caer el
incienso aromático, así, el perfume era llevado al interior del santuario al lugar
santísimo.
De acuerdo con el punto de vista que han favorecido los adventistas del
séptimo día, la cesación del ministerio del ángel junto al altar del incienso
simboliza el fin de la ministración de Cristo en favor de la humanidad, o sea el
fin del tiempo de gracia.
Las voces, los truenos, los relámpagos y el terremoto que suceden cuando el
ángel arroja el incensario en la tierra, describen acontecimientos que
sucederán al fin de la séptima trompeta, después de la apertura del templo
(cap. 11: 19), y en la séptima plaga, cuando sale una voz del templo y declara:
"Hecho está" (cap. 16: 17). (CBA. T7 Apocalipsis de san Juan. Capitulo 8. 5 Lo
arrojó a la tierra.)
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Así, en el día de la expiación el sumo sacerdote entraba solamente en esa
oportunidad al lugar santísimo y llevaba el incensario al interior del velo. Y
Jehová dijo a Moisés: Di a Arón tu hermano, que no en todo tiempo entre
en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está
sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el
propiciatorio. Con esto entrará Aarón en el santuario: con un becerro para
expiación, y con un carnero para holocausto. Después tomará un
incensario lleno de brasas de fuego del altar de delante de Jehová, y
sus puños llenos del perfume aromático molido, y lo llevará detrás del
velo. Y pondrá el perfume sobre el fuego delante de Jehová, y la nube
del perfume cubrirá el propiciatorio que está sobre el testimonio, para
que no muera. (Lev. 16: 2-3, 12-13)
Claramente se hace referencia al día de la expiación y la obra de Jesús como
sumo sacerdote en aquel lugar, el ángel que tiene el incensario es un símbolo o
figura de Cristo, este ángel se suma a los otros siete que reciben las
trompetas, convirtiéndose en el octavo ángel, (v. 2-3) sabemos que el número
ocho representa a Cristo y su poder, así, este octavo ángel toma el incensario y
lo deja caer a la tierra pero ya no le añade el incienso que es un símbolo de los
méritos de Cristo a favor de su pueblo.
Al arrojar el incensario a la tierra sin incienso, representa claramente el
momento en que concluye el tiempo de gracia a favor del hombre, tras este
acto, se nos revela que acontecen en la tierra en ese momento, eventos de
carácter sobrenaturales. (v. 5)
De esta manera y según el contexto del capítulo ocho, la apertura del séptimo
sello, el silencio por media hora y la acción del ángel de arrojar el incensario a
la tierra pero sin el incienso, se relacionan con el mismo evento al interior del
lugar santísimo del santuario celestial, y el cual correspondería a los momentos
cuando Cristo pone fin a su ministerio celestial como sumo sacerdote y con ello
pone fin al tiempo de gracia y misericordia para la humanidad.
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Vi ángeles que iban y venían de uno a otro lado del cielo. Un ángel con tintero
de escribano en la cintura regresó de la tierra y comunicó a Jesús que había
cumplido su encargo, quedando sellados y numerados los santos. Vi entonces
que Jesús, quién había estado oficiando ante el arca de los diez mandamientos,
dejó caer el incensario, y alzando las manos exclamó en alta voz:
"Consumado es." Y toda la hueste angélica se quitó sus coronas
cuando Jesús hizo esta solemne declaración: "El que es injusto, sea injusto
todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique
la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía." (PE. Los dones
espirituales. Terminación del tercer mensaje. Pág. 279, 280)
Este silencio en el cielo se vivió también cuando el hombre cayó por primera
vez en el pecado, todo el cielo se entristeció en ese momento terrible, hubo
silencio infinito, los cantos y los himnos cesaron y la expectativa de lo que
ocurriría de allí en adelante con el hombre embargó a todo el cielo.
LA CAIDA del hombre llenó todo el cielo de tristeza. El mundo que Dios había
hecho quedaba mancillado por la maldición del pecado, y habitado por seres
condenados a la miseria y a la muerte. Parecía no existir escapatoria para
aquellos que habían quebrantado la ley. Los ángeles suspendieron sus himnos
de alabanza. Por todos los ámbitos de los atrios celestiales, había lamentos
por la ruina que el pecado había causado. (PP. Cap. 4 El Plan de redención.
Pág. 48)
El único plan que podía asegurar la salvación del hombre afectaba a todo el
cielo en su infinito sacrificio. Los ángeles no podían regocijarse mientras Cristo
les explicaba el plan de redención pues veían que la salvación del hombre iba
a costar indecible angustia a su amado Jefe. Llenos de asombro y pesar, le
escucharon cuando les dijo que debería bajar de la pureza, paz, gozo, gloria y
vida inmortal del cielo, a la degradación de la tierra, para soportar dolor,
vergüenza y muerte. Se interpondría entre el pecador y la pena del pecado,
pero pocos le recibirían como el Hijo de Dios.
55
Dejaría su elevada posición de Soberano del cielo para presentarse en la tierra,
y humillándose como hombre, conocería por su propia experiencia las tristezas
y tentaciones que el hombre habría de sufrir. Todo esto era necesario para que
pudiese socorrer a los que iban a ser tentados. (Heb. 2: 18.) Cuando hubiese
terminado su misión como maestro, sería entregado en manos de los impíos y
sometido a todo insulto y tormento que Satanás pudiera inspirarles.
Sufriría la más cruel de las muertes, levantado en alto entre la tierra y el cielo
como un pecador culpable. Pasaría largas horas de tan terrible agonía, que los
ángeles se habrían de velar el rostro para no ver semejante escena. Mientras
la culpa de la transgresión y la carga de los pecados del mundo pesaran sobre
él, tendría que sufrir angustia del alma y hasta su Padre ocultaría de él su
rostro.
Los ángeles se postraron de hinojos ante su Soberano y se ofrecieron ellos
mismos como sacrificio por el hombre. Pero la vida de un ángel no podía
satisfacer la deuda; solamente Aquel que había creado al hombre tenía poder
para redimirlo. No obstante, los ángeles iban a tener una parte que
desempeñar en el plan de redención. Cristo iba a ser hecho "un poco . . .
inferior a los ángeles, para que . . . gustase la muerte." (Heb. 2:9, V. M.)
Cuando adoptara la naturaleza humana, su poder no sería semejante al de los
ángeles, y ellos habrían de servirle, fortalecerle y mitigar su profundo
sufrimiento.
Asimismo, los ángeles habrían de ser espíritus auxiliadores, enviados para
ayudar a los que fuesen herederos de la salvación. (Heb. 1:14.) Guardarían a
los súbditos de la gracia del poder de los malos ángeles y de las tinieblas que
Satanás esparciría constantemente alrededor de ellos. (PP. Cap. 4 El Plan de
redención. Pág. 49, 50)
Por otro lado, se nos revela que en el cielo hay mucha actividad relacionada
con la redención del hombre, se nos revela que hay gozo en el cielo cuando
una persona que estaba perdida es encontrada o cuando alguien entrega su
56
corazón a Dios por primera vez, el canto y la alabanza llenan los atrios
celestiales. (Luc. 15: 1-24) Sin embargo, cuando llegue a su fin la mediación
de Cristo en el santuario celestial, cuando la oportunidad de ser salvo termine
para todos, en ese momento ya no habrá gozo, sino un gran y solemne
silencio, pues todo habrá terminado.
Así, este silencio en el cielo lo interpretamos como la instancia en que termina
la mediación de Cristo en el santuario celestial, el momento en que las huestes
divinas quedan en asombro por el fin de toda oportunidad para el ser humano
que vive sobre la tierra.
Este silencio también se relaciona con una gran expectativa sobre lo que viene
de allí en adelante sobre la tierra, la ira de Dios a través de las siete postreras
plagas y la agonía por la cual pasarán los redimidos que fueron sellados, los
cuales tendrán que cruzar por el terrible tiempo de angustia de Jacob.
La media hora de silencio
Junto con la apertura del séptimo sello y aparte del silencio que se produce, se
revela un detalle interesante, que este silencio tiene un tiempo de duración.
57
Este silencio en el cielo se produce por un espacio de tiempo que dura media
hora. (Apoc. 8: 1) Este tiempo ha sido interpretado como el equivalente
profético a siete días, una semana, sin embargo, no existe ninguna evidencia
bíblica que respalde esta idea, la cual se obtiene del cálculo proporcional
efectuado de sus equivalentes proféticos señalados por la Biblia.
Así podemos señalar que:
Un año profético de 12 meses de 30 días es igual a 360 años.
Un mes profético de 30 días es igual a 30 años.
Un día profético de 24 horas es igual a 1 año
Una hora profética (1/24 de día) es igual a 15 días.
Media hora profética sería igual a 1 semana literal (7 días)
Algunos intérpretes han entendido este lapso en términos proféticos, en base a
que un día representa un año literal (ver com. Dan. 7: 25). Según esta
interpretación "media hora" sería aproximadamente igual a una
semana literal (cf. PE 16). Otros sostienen que en las Escrituras no hay
un claro fundamento para tomar como tiempo profético un período
menor de un día completo, y por eso han preferido entender que
58
"como por media hora" significa solamente no período corto de
duración no especificada. Los adventistas del séptimo día han
favorecido en general la primera opinión. (CBA. T7 El Apocalipsis de San
Juan. Capitulo 8. 1, Media hora.)
Estaremos de acuerdo en señalar que esta media hora profética correspondería
a una semana. El texto sugiere que existe un tiempo muy corto que transcurre
desde el momento en que Cristo termina su mediación a favor del hombre, sale
del santuario y el momento en que comienzan a caer los juicios de Dios sobre
la tierra. (Apoc. 16)
Para que tengan lugar y comiencen estos juicios divinos, Apocalipsis nos revela
que llega un momento en el cielo en que se producen acontecimientos muy
diferentes al interior del templo. Después de estas cosas miré, y he aquí fue
abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio; y del templo
salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y
resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro. Y uno de los
cuatro seres viviente dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira
59
de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el templo se llenó de humo
por la gloria de Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo
hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles.
(Apoc. 15: 5-8)
Se revela que ahora nadie puede entrar en el templo, lo que indicaría que
nadie puede oficiar en el, esta es la misma figura a la cual se hace referencia
en el antiguo Testamento. Cuando sonaban, pues, las trompetas, y cantaban
todos a una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que alzaban la voz
con trompetas de música, y alababan a Jehová, diciendo: Porque él es bueno,
porque su misericordia es para siempre; entonces la casa se llenó de una
nube, la casa de Jehová. Y no podían los sacerdotes estar allí para
ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había
llenado la casa de Dios. (2º de Cron. 5: 13-14)
Esto sucedió en el contexto cuando recién Salomón había terminado de
construir aquel extraordinario templo para el Señor, al concluir esta obra y
poner todo su inmobiliario en su interior, la gloria de Jehová lo llenó todo de
manera que nadie podía entrar en su interior. (2º de Cron. 3: 1-17; 4: 1-22; 5:
1-14)
Esto también se remonta al tiempo del éxodo a la llegada de los hijos de Israel
al pié del monte de Sinaí cuando Dios promulgaría su pacto para todo su
60
pueblo. Al tercer día, una nube cubrió todo el monte y se habla de una espesa
nube donde acontecieron todo tipo de fenómenos sobrenaturales a la vista de
todo el pueblo allí reunido. (Ex. 19: 11-25)
Sobre el monte, Dios le entregó a Moisés su ley y le da ordenanzas para
regular la vida en el pueblo, además, le da el mandato de levantar un
tabernáculo, el santuario, y Moisés tenía que hacerlo conforme al modelo que
se le mostró sobre el monte. Tras un tiempo de construcción finalmente esta
obra quedó concluida. Luego Jehová habló a Moisés, diciendo: En el primer día
del mes primero harás levantar el tabernáculo, el tabernáculo de reunión. (Ex.
40: 1-2)
Se revela así, que este tabernáculo terminó de levantarse con sus muebles en
su interior en el día primero del primer mes, en el segundo año, el tabernáculo
fue erigido. (v. 17) Al momento de ser levantado por primera vez, la gloria de
Dios descendió sobre este llenándolo todo, Entonces una nube cubrió el
tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía
Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba
sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba. (v. 34-35)
Esta fue la primera vez que se levantaba el tabernáculo donde los sacerdotes
administrarían, el Señor lo llenó con su gloria y esa gloria divina impedía que
alguien entrara a su interior. Al descender sobre el santuario y llenarlo todo
con su gloria, el Señor le revelaba a todo su pueblo que él aceptaba todo lo que
se había realizado en la obra del tabernáculo.
Con cuántas ansias debe haberse agolpado el pueblo para contemplar la
sagrada estructura. Y mientras contemplaban con reverente satisfacción, la
columna de nube flotó majestuosamente sobre el tabernáculo, descendió y lo
envolvió. De esta manera Dios demostró su aprobación de todo lo que se
había hecho.
El Señor aceptó la casa que le había sido preparada y entró en ella. Con
profunda emoción el pueblo vio la señal de que la obra de sus manos había
sido aceptada (PP 361, 362). Ahora se daba cuenta de que Dios mismo
habitaría entre ellos y los acompañaría en su viaje (Núm. 9: 15-23). (CBA. T1
61
Comentario sobre el segundo libro de Moisés llamado Éxodo. Capitulo 40. 34
La gloria de Jehová.)
Cada vez que el santuario fue levantado por primera vez, durante el éxodo y
más tarde con el templo de Salomón, se realizaba una extraordinaria
ceremonia de dedicación, donde Dios descendía con toda su gloria sobre el
templo recién levantado.
Sin embargo, Apocalipsis revela esta misma instancia pero con el tabernáculo
celestial y el Israel espiritual, la escena es diferente, aquí, la gloria de Dios
desciende y lo llena todo, pero ya no es para comenzar una obra de mediación
y redención, sino más bien, para empezar otra obra, de juicios sobre la tierra.
Cada vez que el templo era dedicado, el Señor lo llenaba con su gloria, aquí
comienza en el santuario celestial una obra muy diferente a la primera que se
realizó cuando el sumo sacerdote está aun en su interior, ahora, nadie podía
entrar en el templo, si nadie puede entrar en el templo, esto significa
entonces que no hay mediador. Cuando la gloria de Jehová lo llenaba todo, los
sacerdotes no podían entrar, estos eran en el Antiguo testamento figuras y
símbolos de Cristo y de su ministerio celestial, por lo tanto, bajo esta figura se
revela el fin del tiempo de gracia y al momento cuando el templo queda vacio,
el lugar santísimo queda así solamente con el arca del pacto y sin la sangre del
Cordero de Dios, de esta forma, los hombres quedan sin mediador ante la
presencia directa de Dios.
Significa que el tiempo de intercesión se acabó. Ya nadie puede entrar y tener
acceso al propiciatorio. El tiempo de preparación ha concluido; ahora ha
llegado el tiempo para el derramamiento de la ira de Dios sin mezcla de
ninguna clase. (CBA. T7 El Apocalipsis de San Juan. Capitulo 15. 8 Nadie.)
Otra ceremonia toma lugar entonces, una vez que termina el tiempo de gracia
y Cristo sale del santuario, si al comenzar un ministerio en el cielo se realizaba
una ceremonia de entronización (lugar santo y lugar santísimo) también hay
una ceremonia de término y de inicio de otra. Esta vez, es para dar inicio a la
ira de Dios sobre la tierra, ya no hay mediador y la misericordia de Dios se ha
terminado y llegado a su límite. Después de estas cosas miré, y he aquí fue
62
abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio; y del
templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino
limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro. Y
uno de los cuatro seres viviente dio a los siete ángeles siete copas de
oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el templo
se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder; y nadie podía
entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas
de los siete ángeles. (Apoc. 15: 5-8)
Así, hay una media hora de silencio en el cielo antes que caigan finalmente los
juicios de Dios sobre la tierra, una ceremonia de salida donde Cristo se despoja
de sus vestiduras sacerdotales y donde los pecados son asignados en el
departamento del lugar santo a Satanás, quien finalmente cargará con todos
los pecados que hizo cometer al pueblo de Dios.
Sin embargo, se menciona que nadie podía entrar en el templo hasta que
se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles. (Apoc. 15: 5-
8), de lo anterior se desprende que la actividad retorna al templo una vez que
las siete plagas se hubieran cumplido, antes no.
En el éxodo se menciona que los hijos de Israel continuaban su marcha hacia la
tierra prometida, cada vez que la nube se alzaba y los dirigía por el desierto,
así también, una vez que la nube que llena el templo del cielo se levante, el
pueblo remanente se dirigirá finalmente hacia la nueva Jerusalén que está en
el cielo.
Por lo tanto, terminada la mediación de Cristo en el santuario celestial viene
ahora el tiempo de la ira de Dios. Esta es la razón por la cual el séptimo sello
es postergado en su apertura mientras se desarrolla el sellamiento de todos los
escogidos en tanto Cristo permanece en el santuario, pues la apertura de este
último sello corresponde al fin del tiempo de gracia y al silencio producido en el
cielo por parte de todas las huestes divinas al ver terminada la mediación a
favor del ser humano y la expectación de lo que viene entonces sobre la tierra.
63
De esta forma, habrá gran solemnidad en el cielo cuando Cristo abandone el
santuario, media hora de silencio que mediará desde esa instancia hasta que
los juicios de Dios se derramen finalmente sobre la tierra.
II EVENTOS QUE TENDRAN LUGAR SOBRE LA TIERRA
64
De forma análoga sucedió y se vivió en los días de Noé, terminado el tiempo de
gracia correspondiente a los 120 años de predicación y de misericordia, Dios le
ordena a Noé que entre con su familia en el arca. (Gén. 7: 1) Según el relato
que hace el libro del Génesis, la ira de Dios, a través de la gran catástrofe del
diluvio, no se produjo en el mismo momento en que Noé entró en el arca,
pasaron aun siete días más, una semana literal Porque pasados aun siete
días, yo haré llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches; y raeré de
sobre la faz de la tierra a todo ser viviente que hice. (v. 4) y al final de ese
tiempo, se desató la ira de Dios sobre los transgresores y corruptos seres
humanos. Y sucedió que al séptimo día las aguas del diluvio vinieron sobre
la tierra. (Gén. 7: 10)
La misericordia dejó de suplicar a la raza culpable. Las bestias de los campos y
las aves del aire habían entrado en su refugio. Noé y su familia estaban en el
65
arca; "y Jehová le cerró la puerta." (Vers. 16.) Se vio un relámpago
deslumbrante, y una nube de gloria más vívida que el relámpago descendió del
cielo para cernerse ante la entrada del arca. La maciza puerta, que no podían
cerrar los que estaban dentro, fue puesta lentamente en su sitio por manos
invisibles. Noé quedó adentro y los que habían desechado la misericordia de
Dios quedaron afuera.
El sello del cielo fue puesto sobre la puerta; Dios la había cerrado, y
sólo Dios podía abrirla. Asimismo, cuando Cristo deje de interceder
por los hombres culpables, antes de su venida en las nubes del cielo,
la puerta de la misericordia será cerrada. Entonces la gracia divina ya
no refrenará más a los impíos, y Satanás tendrá dominio absoluto
sobre los que hayan rechazado la misericordia divina. Pugnarán ellos
por destruir al pueblo de Dios; pero así como Noé fue guardado en el
arca, los justos serán escudados por el poder divino.
Durante siete días después que Noé y su familia hubieron entrado en
el arca, no aparecieron señales de la inminente tempestad. Durante
ese tiempo se probó su fe. Fue un momento de triunfo para el mundo
exterior. La aparente tardanza confirmaba la creencia de que el
mensaje de Noé era un error y que el diluvio no ocurriría.
A pesar de las solemnes escenas que habían presenciado, al ver cómo las
bestias y las aves entraban en el arca, y el ángel de Dios cerraba la puerta,
continuaron las burlas y orgías, y hasta se mofaron los hombres de las
manifiestas señales del poder de Dios. Se reunieron en multitudes alrededor
del arca para ridiculizar a sus ocupantes con una audacia violenta que no se
habían atrevido a manifestar antes.
66
Pero al octavo día obscuros nubarrones cubrieron los cielos. Y
comenzó el estallido de los truenos y el centellear de los relámpagos.
Pronto grandes gotas de agua comenzaron a caer. Nunca había
presenciado el mundo cosa semejante y el temor se apoderó del
corazón de los hombres. Todos se preguntaban secretamente: "¿Será
posible que Noé tuviera razón y que el mundo se halle condenado a la
destrucción?" El cielo se obscurecía cada vez más y la lluvia caía más aprisa.
Las bestias rondaban presas de terror, y sus discordantes aullidos parecían
lamentar su propio destino y la suerte del hombre.
Entonces "fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de
los cielos fueron abiertas." (Vers. 11.) El agua se veía caer de las nubes cual
enormes cataratas. Los ríos se salieron de madre e inundaron los valles.
Torrentes de aguas brotaban de la tierra con fuerza indescriptible, arrojando al
aire, a centenares de pies, macizas rocas, que al caer se sepultaban
profundamente en el suelo. (PP. Cap. 7 El diluvio. Pág. 86, 87)
67
Sobre los eventos finales, Cristo reveló: Más como en los días de Noé, así será
la venida del hijo del hombre. Porque como en los días antes del diluvio
estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el
día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se
los llevó a todos, así será también cuando venga el hijo del hombre. (Mat. 24:
37-39)
Antes del diluvio, después que Noé hubo entrado en el arca, Dios le encerró en
ella, dejando fuera a los impíos; pero por espacio de siete días el pueblo,
no sabiendo que su suerte estaba decidida, continuó en su indiferente
búsqueda de placeres y se mofó de las advertencias del juicio que le
amenazaba. "Así -dice el Salvador- será también la venida del Hijo del
Hombre" (Mat. 24: 39). Inadvertida como ladrón a medianoche, llegará la hora
decisiva que fija el destino de cada uno, cuando será retirado definitivamente
el ofrecimiento de la gracia que se dirigiera a los culpables... (EUD. Cap. 16 El
fin del tiempo de gracia. Pág. 130, 131 formato flexible.)
Terminado el tiempo de gracia y Cristo abandone el santuario celestial, los
hombres no lo sabrán, no sabremos el momento preciso cuando todo el cielo
quede en aquel completo y solemne silencio al instante de concluir la
misericordia divina para este planeta. Es también el silencio que antecede a la
tormenta, es la calma del momento y que solo se extiende por un cierto
espacio de tiempo.
Cuando todos los poderes de la tierra comiencen a sentirse confiados y
seguros, cuando filósofos, psicólogos, sociólogos, grandes hombres de poder y
de encumbrados puestos, cuando los ministros y líderes religiosos comiencen a
proclamar desde sus pulpitos, Paz y seguridad, entonces vendrá sobre
ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer en cinta, y no
escaparán. (1ª Tes. 5: 3)
68
Para cuando aquello suceda conoceremos que el tiempo de gracia habrá
terminado para siempre y que no existirá una segunda oportunidad, cuando
veamos estos juicios destructivos y devastadores sobre la tierra conoceremos
que el mediador ha dejado su lugar, pero ya para entonces será demasiado
tarde para todo aquel que se arrepienta o quiera conocer la palabra de Dios.
Cuatro ángeles detiene aun los vientos de la tierra, esta obra de destrucción es
detenida momentáneamente mientras se realiza la obra del sellamiento para el
pueblo de Dios. Una vez terminada, ya no hay nada que refrene a estos cuatro
ángeles y los vientos finalmente serán soltados sobre la tierra.
Terminando el sellamiento, termina así el tiempo de gracia y de la misericordia,
comienza ahora, el tiempo de la ira de Dios manifestada a través de las siete
postreras plagas. Las plagas se convertirán así, en terribles juicios de los
cuales los impíos querrán librarse pero ya será demasiado tarde para ello, nada
69
se podrá hacer, no hay oración o ruego que sirva, no hay más mediador, el
santuario está ahora vacio y tan solo se ve el arca del pacto sin la sangre
expiatoria del Cordero de Dios, la misericordia divina se ha retirado y la gloria
de Dios llena ahora el templo, siete juicios terribles se derramarán entonces
sobre los impíos moradores de la tierra.
Sin embargo, no solamente serán derramadas estas siete plagas como juicios
puntuales sobre los impíos, sino también, se desatarán sobre la tierra todos los
elementos naturales en su fase destructiva y de las contiendas humanas
dominadas completamente por Satanás y sus ángeles.
Los acontecimientos que veremos sobre la tierra desde este momento en
adelante serán escenas repugnantes y estremecedoras que habrán superado a
70
todo lo imaginado por mortal alguno mientras se vivía con la relativa calma
que aun hoy disfrutamos. Los peligros de desastres y catástrofes que hoy
vivimos como humanidad no se relacionan y comparan en ninguna forma con
los acontecimientos que se producirán al fin del tiempo de gracia.
Todos los elementos de las contiendas humanas y de los elementos naturales
se desatarán para entonces sobre el planeta sumiendo a la tierra en una
espantosa ruina y de cuya crisis nunca más se levantará y de donde se
necesitará de toda la protección divina para poder cruzar por aquellas
instancias finales.
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Para ese entonces y bajo los elementos de la naturaleza desatados
completamente y sin limitaciones, veremos desastres y catástrofes naturales,
donde todo estará completamente trastornado en la naturaleza, si alguna vez
pensamos en las terribles amenazas y consecuencias que traerá el
calentamiento global y el cambio climático sobre la tierra, será el momento en
que esa amenaza se convertirá en la más espantosa realidad de todos los
tiempos.
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El fin del tiempo de gracia, será así la instancia más solemne y dramática de la
historia humana, será el momento más terrible que determinará de forma
definitiva el destino de todo ser humano que viva para entonces sobre la tierra.
En aquél instante solamente existirán dos veredictos, vida eterna o muerte
eterna, el pueblo de Dios se verá entonces sumido en la angustia que se
sentirá cuando no se viva más con un mediador. Perseguido y amenazado de
muerte experimentará la angustia de Jacob hasta el momento de su liberación.
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De esta manera la apertura del séptimo sello traerá terribles consecuencias
sobre la tierra, cuyas escenas serán de asombro y despertarán el silencio
solemne de parte de las huestes divinas frente a tan conmovedoras y
desesperadas escenas que se vivirán en la tierra.
Será el momento en que todo habrá terminado entonces para todo ser
humano, y el pueblo de Dios habrá sido sellado y preparado para cruzar por
aquellas instancias catastróficas. Será así el momento en que se
desencadenarán las escenas finales del drama humano y del gran conflicto.
Al abrirse el séptimo y último sello llega así, el momento final y tan esperado
por todos, de aquel dramático momento en que el libro se encontraba sellado
al comienzo del ministerio de Cristo y del cual causo aquél profundo y gran
llanto en Juan, ahora, al finalizar este, el libro está sin los siete sellos y libre
para ser abierto, leído y proclamado su contenido.
Con el séptimo sello abierto, el libro que ahora está en las manos de Cristo, es
abierto, leído, cobrado y reclamado su contenido. Yo publicaré el decreto;
Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por
herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra. Los
quebrantarás con vara de hierro; Como vasija de alfarero los desmenuzarás.
(Sal. 2: 7-9)
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