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Daniel Cosío Villegas El estilo personal de gobernar Cuadernos de Joaquín Mortiz

El Estilo Personal de Gobernar

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Daniel Cosío Villegas El estilo personal de gobernar

Cuadernos de Joaquín Mortiz

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D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S

El estilo personal de gobernar

M É X I C O , 1974

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Primera edición, agosto de 1974 Segunda edición, septiembre de 1974 D. R. © Editorial Joaquín Mortiz, S. A. Tabasco 106, México 7, D. F.

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E X P L I C A C I Ó N

L A B U E N A acogida que ha tenido el ensayo El sistema político mexicano. Las posibilidades de cambio, me ha llevado a intentar completarlo con esta segunda parte, cuyo título, El estilo personal de gobernar, parece requerir una explicación inmediata.

En aquella primera parte (página 21) indiqué que las dos piezas centrales de nuestra organización política son un partido ""oficial", no único, pero sí predominante en un grado abrumador, y un presidente de la República que cuenta con facultades y recursos amplísimos, procedentes de una gran variedad de circunstancias, lo mismo de orden jurídico que geográfico, económico, sicológico y hasta moral (páginas 22-30) . Si a esto se agrega la creencia general de que el partido político oficial es apenas "una oficina más del Presidente", se admitirá que éste resulta la pieza principal de nuestro sistema político, o su pieza única, según dirían los observadores más extremosos.

Según se dijo en esa primera parte del ensayo (páginas 30-35), a últimas fechas ha venido sosteniéndose que si bien es verdad que alguna vez pudo calificarse de inmenso el poder presidencial, no lo es ya; al contrario, ahora resulta muy limitado. La explicación dada a semejante idea, que parecen contradecir los sucesos diarios de nuestra vida pública, es ésta. Precisamente porque el poder del Presidente fue alguna vez inmenso, y precisamente porque lo ejercía de un modo personal e imprevisible, los núcleos a quienes podía afectar más su ejercicio se organizaron para inclinarlo a proteger y favorecer sus intereses. Para fundar en la historia esa tesis, se señala el hecho incontrovertible de que el progreso económico de México de los últimos treinta años no ha favorecido de modo particular a los miembros del partido oficial, campesinos, obreros o sectores medios, sino a los grandes capitanes de la industria, del comercio, de la banca y de la agricultura comercial, todos ellos extraños al Partido y a la familia revolucionaria. Se añade que aun dentro del

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círculo de gobernantes, existen también fuertes grupos opresores que luchan unos contra otros para alcanzar las dádivas presidenciales. De allí que el poder del Presidente no se ejerza, como en los viejos tiempos, con entera libertad, puesto que no puede doblegar los intereses de los grupos opresores, con la consecuencia de que ahora el Presidente busca tímida, vacilantemente un curso medio que a nadie lastime.

Hice algunas observaciones a esta idea (páginas 31-3 5 ) , que no pienso resumir aquí, pues ahora me interesa destacar que el jefe del poder ejecutivo, con un poder irrestriao, como se ha supuesto en general, o con un poder condicionado, como ahora se sostiene, es, de todos modos, la pieza principal, o única si se quiere, de nuestra organización y de nuestra vida políticas. De lo contrario, ¿para qué y por qué iban a presionarlo los grupos opresores?

L A S C O N S E C U E N C I A S de este hecho, a más de incontables, sólo por rara excepción pueden favorecer la salud pública del país. Por eso de tiempo atrás debieran habernos conducido a mirarlas y estudiarlas con atención sostenida. En este libro, sin embargo, no me propongo siquiera enumerarlas, sino que tomaré como punto de partida de este ensayo una idea bastante obvia: puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea que resulta fatal que la persona del Presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible. Es decir, que el temperamento, el caráaer, las simpatías y las diferencias, la educación y la experiencia personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por lo tanto, en sus actos de gobierno.

Claro que esto es cierto de cualquier país de cualquier tiempo y de todo tipo de gobierno; pero ya es significativo que sea más acusado en las viejas monarquías absolutas que en los estados democráticos modernos. Se dirá que aun en éstos se advierte la relación persona-gobierno; una vez más, sin embargo, resulta significativo que

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ese nexo sea más visible cuando se trata, no de una simple persona, sino de una gran personalidad, digamos Churchill en el caso de Inglaterra o De Gaulle en el de Francia. Aun así, no debe olvidarse que el primero perdió las elecciones que siguieron inmediatamente a la Guerra, y que el segvmdo abdicó ai negársele el respaldo popular que apetecía.

L A S R A Z O N E S , después de todo, son numerosas y claras. La más lejana y general es que las sociedades que viven hoy dentro de un régimen democrático de gobierno, no son tan heterogéneas como la nuestra, y por eso en aquéllas las diferencias personales son relativamente menores. El caso típico es el de Estados Unidos: allí, el rasero de la educación, de la prensa, del radio, de la televisión y de una producción industrial en gran escala, tratan de modelar un hombre standard. La razón más próxima e importante, sin embargo, es que en países como Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica y Estados Unidos, la tradición y las instituciones son más fuertes que el hombre, y por lo tanto, son capaces de frenar con eficacia la acción pública puramente personal. La situación es muy otra en nuestro caso. Los hombres del Norte, igual Carranza que Obregón y Calles, son temperamentalmente muy distintos de los del Centro, de un López Majeos o de un Díaz Ordaz. Y es bien manifiesta la diferencia entre Cárdenas, de vieja raigambre pueblerina, y Luis Echeverría, producto capitalino químicamente puro. Y de abismal podía haberse calificado la separación que medió entre Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada.

Más que nada, sin embargo, cuenta la debilidad de la tradición y de las instituciones, que permite al hombre, al individuo, desoírlas y hasta desafiarlas. Como en México no funciona la opinión pública, ni los partidos políticos, ni el parlamento, ni los sindicatos, ni la prensa, ni el radio y la televisión, un presidente de la República puede obrar, y obra, tranquilamente de un modo muy personal y aun caprichoso.

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S I T O D O eso fuera cierto, debiera convenirse en que resulta una complicación más para estudiar y entender nuestra vida pública. En efecto, se ha hablado del temperamento y del carácter como una de las determinantes de la personalidad de nuestros presidentes; pero, ¿qué significan exactamente una y otra palabra? Sabemos que corresponden a realidades que podemos advertir en nosotros mismos y en nuestros semejantes más próximos; al mismo tiempo, sentimos que nada fácil es medirlas o apreciarlas. Los diccionarios definen temperamento como "la constitución particular de cada individuo, que resulta del predominio fisiológico de un sistema orgánico, como el nervioso o el sanguíneo, o de un humor, como la bilis o la linfa". Y carácter, "el modo de ser peculiar y privativo de cada persona por sus cualidades morales". Nótese que ambas definiciones destacan que el temperamento y el carácter son, en efecto, elementos definitorios de la persona: el primero es "la constitución particular de cada individuo", y el segundo, "el modo de ser peculiar y privativo de cada persona". También resulta interesante advertir que el temperamento es un dato biológico mientras que el carácter es moral.

Todo esto no obsta para que aun en el supuesto de que pudiera llegarse a discernir claramente el temperamento y el carácter, es indudable que sólo estarían en condiciones de hacerlo, en el primer caso, un médico, y en el segundo, una persona que hubiera podido observar a nuestros presidentes de manera larga y ceñida. Ahora bien, como según he dicho más de una vez, nuestra vida pública es estrictamente privada, en principio resulta poco menos que imposible, no ya r.certar, sino definir con algún fundamento cuál es el temperamento y qué carácter tiene un presidente nuestro.

Cosa muy parecida ocurre tratándose de otro elemento definitorio del que se habló antes: las simpatías y las diferencias que cada hombre abriga, y que incluso pueden sublimarse al tener en sus manos un gran poder. De nueva cuenta, sólo una persona que lo haya tratado por

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largos años y de cerca podría aventurar una opinión. Se dirá que tratándose de la educación, el cuarto elemento definitorio, el terreno es más firme. Sí y no: primero, porque la educación no se adquiere tan sólo en la escuela, sino en el hogar, en el círculo de amigos y conocidos y en el hábito solitario de leer, de escribir y de meditar. Pero aun tratándose de la educación escolar, es difícil precisar. Se ha puesto de moda anunciar el curriculum vitae de los funcionarios a quienes se da un puesto de cierta categoría. Aparte de que no es infrecuente advertir que tales curricula son mentirosos o demasiado optimistas, ¿qué quiere decir realmente, por ejemplo, que un señor se ha titulado de abogado en nuestra Universidad Nacional? Sobrarían razones para tomar este dato como un mal presagio; pero, en todo caso, poco se adelanta porque no se dan otros que permitan determinar si ese funcionario fue un estudiante bueno, mediocre o malo. Y puede estarse seguro de que las autoridades universitarias negarían el acceso al expediente de un Presidente: de López Mateos, digamos, nunca pudo averiguarse si se había recibido o no.

La última circunstancia definitoria de la personalidad es la experiencia, es decir, lo que pueda enseñarle a un individuo la vida que ha llevado. Hay gente que ha sido un tanto escéptica en cuanto a la capacidad del hombre para aprovechar de verdad las enseñanzas que la vida le ofrece, en contraste con lo que ocurre con los animales. Un perro o un gato que ve tirar a su amo una colilla de cigarro y que pretende jugar con ella y se quema, jamás volverá a cometer ese error. En cambio, muchos hombres volverían a quemarse una y otra vez. De todos modos, puede concederse que la experiencia algo le enseña al hombre, de manera que quien ha tenido una vida difícil estará mejor preparado para lidiar con problemas difíciles.

D E C U A N T O se ha dicho hasta ahora cabe deducir que es bien incierto calibrar con alguna seguridad la influencia que tienen en una persona el temperamento, el carácter, los prejuicios, la educación y la experiencia. Sin embargo, cabe aquí hacer una aclaración de suma impor-

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rancia. Hay hombres que justamente por razón de su temperamento, de su carácter, de sus prejuicios, de su educación y de su experiencia, cubren su personahdad con un manto protector poco menos que impenetrable. Son los introvertidos, los que viven para dentro. En el extremo opuesto están los que del modo más natural enseñan cuanto son, y cuanto quieren, y que, además, no pueden ocultarlo aun si se propusieran hacerlo. Es claro que mientras la tarea del observador es arriesgada en el primer caso, en el segundo se facilita hasta hacerse viable Me parece cierto que el presidente Echeverría cae en este segundo caso, a la inversa, digamos, de Benito Juárez, Porfirio Díaz o Lázaro Cárdenas.

En todo caso, yo no pretendo apreciar los tres primeros años de gobierno del presidente Echeverría partiendo, como si dijéramos, de un "retrato hablado" sicológico y moral suyo dibujado previamente, y, en consecuencia, arbitrario. A la inversa, yo trato de apreciar ciertos actos de gobierno sin considerar en absoluto ningún rasgo sicológico privativo del Presidente, y en otros casos, primero estudio esos actos, y, sobre todo, sus declaraciones verbales y escritas, para determinar lo que hay de personal en ellas. Lo cierto es que la gran moraleja del estudio sería, por supuesto, la de que nuestro actual sistema político propicia un estilo personal, y no institucional, de gobierno, con todas las consecuencias que esto supone.

E L E N S A Y O tendrá un saldo crítico inevitable, pero no de la persona de Luis Echeverría, sino del gobernante que de un modo fatal gobierna personalmente. Abrigo la esperanza de que algunos observadores estudien el estilo personal de gobernar de otros presidentes para que mi ensayo resulte así menos "personalista". Mientras tanto, quisiera hacer esta declaración: por una serie de circunstancias que no es el caso referir, durante un cuarto de siglo, o sea desde Manuel Ávila Camacho hasta Adolfo López Mateos, todos los presidentes fueron discípulos míos. Nunca les pedí un favor ni me lo hicieron; pero siempre tuve la certeza de que si un buen día era yo v ía ima de

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alguna arbitrariedad o de alguna injusticia, responderían en seguida a mi llamado. Como don Luis Echeverría se ha permitido el lujo de llegar a la presidencia sin haber pasado antes por mi cátedra, no ha habido entre él y yo siquiera ese recuerdo afectivo de maestro-discípulo. A pesar de esto, de ningún presidente de la República he recibido tantas muestras de consideración y de respeto como de él. No sólo eso, sino que desde que entramos en relaciones, ambos nos empeñamos en trazar una clara distinción entre las relaciones públicas y las relaciones personales, de modo que él puede considerarme un buen amigo, pero un mal escritor, y yo, a mi vez, puedo estimarlo más como amigo que como gobernante. No hay, pues, ni puede haber, un motivo personal que me haya guiado a escribir este ensayo; su móvil único es un deseo ferviente de ayudar un poco al entendimiento de nuestra vida pública.

N o ES éste, por supuesto, un estudio erudito. Por lo tanto, la bibliografía en que descansa es mínima. La princi-cipal fuente es la publicación mensual El Gobierno Mexicano, que informa sobre todas las aaividades del Presidente, así como de sus pronunciamientos, y, en ocasiones, los de sus interlocutores. Se cita así: E G M : 3 ,121-125. El primer número se refiere al volumen y los dos siguientes a las páginas. Con el propósito de evitar la sospecha de que se distorsionan las declaraciones del Presidente al citar de ellas sólo una palabra, una frase o un párrafo, doy el número de la página inicial y de la terminal, y no exclusivamente el de la página donde se halla la palabra o frase citada, para que el leaor pueda comprobar que no ha habido distorsión alguna. Los dos únicos periódicos que se citan son: Excélsior, con la abreviatura E X , y El Nacional, con N A . El capitulillo sobre la "Reforma Política" descansa en el libro La reforma política del presidente Echeverría ( R P ) , editado por Cultura y Ciencia Política. Las cifras de las elecciones de diputados federales de 1973 son las publicadas oficialmente por la Comisión Federal Electoral.

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Una última aclaración. N o he pretendido examinar toda la obra de gobierno del presidente Echeverría, y menos hacerlo por "ramos", es decir, Hacienda, Agricultura, Educación, etc. He elegido lo que me parece más llamativo de su gestión.

D. C. V.

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I. EL A T E R R I Z A J E

A U N L O S más diestros comentaristas se resisten a intentar un balance de los tres primeros años de gobierno del presidente Echeverría. La resistencia crecería si se les pidiera anticipar cómo serán los tres restantes. Y ninguno, desde luego, se arriesgaría a predecir la huella perdurable que dejará este mandatario.

Dos razones principales explican esas actitudes. La primera es que poco a poco, pero con firmeza, se fue anidando en los mexicanos el presentimiento de que no podía durar mucho tiempo más "el milagro mexicano", o sea-el periodo de estabilidad política y de progreso económico que se inician, respectivamente, en 1929 y 1946. Desde luego, porque los milagros sólo se dan por milagro, y después, porque aparecen y se esfuman calladamente. La otra razón principal es que, también con lentitud pero con firmeza, se fueron señalando las grandes fallas de ese "milagro": una estabilidad política conseguida al precio de un monopolio cada vez más cerrado del poder político y unos beneficios del progreso económico que se distribuyen con hiriente inequidad, ya que mientras el diez por ciento de las familias "acomodadas" se llevaba la mitad del ingreso nacional, el cincuenta por ciento de "las otras" familias apenas alcanzaba el catorce. La rebelión estudiantil de agosto-septiembre de 1968, y su trágico desenlace, la matanza de Tlatelolco, de octubre, transformaron aquel presentimiento de que el país iba a cambiar en la convicción de que debía hacerlo, y pronto.

C O I N C I D I E N D O con ese estado de ánimo, surgió la candidatura de don Luis Echeverría, una persona poco conocida y que alcanzaba esa posición mediante la fórmula tradicional del "Tapado", o sea que su selección, lejos de haberse hecho a la luz del día y en la plaza pública, se produjo dentro de la oscuridad y en el silencio del pasillo o de la cámara real. Pero muy pronto comienza a

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llamar la atención. Desde luego, con una sorprendente locuacidad habla de todos los problemas nacionales, los habidos y los por haber. Después, porque hace una campaña electoral perseverante y de una extensión desusada, de modo que llega hasta los pueblos y rancherías más remotos y desamparados del país. Sobre todo, sin embargo, porque, contrariando la regla tradicional de que el presidente entrante no comienza a liberarse de la tutela de su antecesor hasta sentarse en el trono presidencial, Echeverría empezó a minar el poder de Díaz Ordaz desde la iniciación de su campaña. Esto parecía indicar que estaba resuelto a hacer un gobierno distinto, aun opuesto al anterior, es decir, que intentaría cambiar el rumbo del país.

L o D I C H O hasta aquí exige un afinamiento, ya que podría creerse que el señor Echeverría subió al poder en condiciones muy favorables por encarnar la esperanza de cambio que sus gobernados abrigaban. La verdad es que muchos de ellos preferían el statu quo, pues, como es lógico suponerlo, sus beneficiarios no podían querer otra cosa que la afirmación y la continuación de los viejos usos. Estaban, desde luego, los hombres de negocios: a más de ser por naturaleza conservadores, es decir, adversarios de toda mudanza, en los últimos años habían intimado con el gobierno hasta el punto de parecer sus únicos amigos. Deben sumarse a los adversarios del cambio, de cualquier cambio, muchos elementos del mundo político y burocrático oficial, sobre todo los encaramados en altas posiciones del gobierno y del PRL

Pero aun pensando por ahora sólo en los mexicanos partidarios del cambio, la simpatía, y en especial el apoyo al nuevo Presidente, fueron inciertos e ineficaces. El mayor número de ellos carecía de todo poder político o económico, de modo que su apoyo sólo podía ser "difuso", como lo llaman los politólogos, o sea latente, pero no activo. Más importante aún, estos mexicanos no sabían siquiera con vaguedad qué cambios debieran producirse, cuándo, por quiénes, con qué métodos y mucho menos

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los beneficios que legítimamente podían y debían esperarse de ellos. Por su parte el candidato presidencial hablaba una y otra vez de la necesidad de un cambio, pero sin definir tampoco cuál era o podía ser. Por eso cabe decir que el gobierno de Echeverría se inició bajo los auspicios de una típica "comedia de equivocaciones".

É S A , C O M O toda comedia, tuvo más de un acto. El primero puede identificarse con la campaña electoral, y su nota dominante fue de confusión, es decir, "falta de orden, de concierto y de claridad". El candidato brincaba con tanta prontitud y tan repetidamente de un lugar a otro, que resultaba difícil seguir, no ya la pista ideológica, sino la simplemente geográfica. Al parecer, para lograr esto último hubiera sido necesario acudir a un enorme mapa de la República y pinchar en él tachuelas con cabezas de colores distintos, como hicieron durante las dos guerras mundiales los estados mayores aliado y germánico. Luego, como resultaba inevitable hablar en cada sitio visitado, se produjo un torrente de declaraciones, improvisadas, muchas incompletas, vagas y aun contradictorias, cosa perfectamente explicable, pues aun cuando el candidato tenía tras de sí una larga carrera administrativa, su experiencia previa, en el mejor de los casos, era tan sólo política, de modo que resultaba precario su conocimiento de las cuestiones económicas, sociales e internacionales.

A su tiempo se supo que los dirigentes de uno de nuestros grandes bancos, en parte por presentir que el señor Echeverría podía resultar un gobernante singular, y en otra mayor porque acababan de adquirir unas computadoras y no sabían exactamente en qué emplearlas, decidieron ponerlas a trabajar en recoger todos los dichos del candidato para que al final de la campaña pudiera vaticinarse cómo se proponía gobernar a la nación. Estos dirigentes, tras de guardarlos en secreto, han negado airadamente los resultados a quienes solicitaron conocerlos, llegando a sostener que jamás se habían propuesto siquiera hacer semejante cosa. A pesar de ello, ha tras-

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cendido que las computadoras pasaron las de Caín, y que el final fue un lienzo desdibujado y confuso.

E L S E G U N D O acto de la comedia comenzó el 1° de diciembre de 1970, con la ceremonia de la toma de posesión. No por la costosa remozada que se le dio al viejo Auditorio Municipal; tampoco por la enorme cantidad ni por la heterogeneidad de los invitados y la calidad excepcional de algunos; ni siquiera por la televisión indiscreta que apuntaba repetidamente a María Félix, ataviada con un fastuoso abrigo de leopardo y, para variar, a don Hen-ry Ford III, o al pequeño islote de cuatro viejecitos indios que visiblemente no acababan de explicarse cómo habían caído en ese laberinto y se veían rodeados de tanta y tan extraña gente. N o por eso, sino por el discurso del novísimo Presidente.

Leído hoy, puede calificarse de notable ese documento. Es gratamente breve y está desusadamente bien escrito. Y se encuentra muy bien armado: lo forman una serie de párrafos de unas seis a doce líneas, en que se plantea con sencilla claridad un problema o se pinta una situación, para explicar en seguida, con moderada franqueza, lo que el Presidente piensa hacer para resolver tal problema o mejorar semejante situación. Y están consideradas allí todas las cuestiones, desde la desigual distribución del ingreso nacional y la esclavitud del municipio libre, hasta la integración económica de los países latinoamericanos o los deficientes servicios de la industria turística nacional.

Ya en los primerísimos párrafos se presenta la necesidad y la voluntad del cambio. Por supuesto que cada uno hubiera preferido expresarla con ideas y lenguaje propios; pero puede aceptarse como perfectamente válida la elegida por el Presidente:

Alentar las tendencias conservadoras que han surgido de un largo periodo de estabilidad, equivaldría a negar la herencia del pasado. Repudiar el conformismo y acelerar la evolución general, es, en cambio, mantener la energía de la Revolución.

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Esta sentencia, claro, tiene su toquecillo demagógico; pero rara vez se halla en el discurso una que sea demagogia pura, como aquella de "iré tan lejos como el pueblo quiera". Rara vez también se halla un pensamiento que pudiera calificarse de redondamente equivocado, como sin duda lo es el de que "el crecimiento demográfico no es una amenaza, sino un desafío que pone a prueba nuestra potencialidad creadora".

En la gran mayoría de los casos los planteamientos son justos y equilibrados. Dígase, por ejemplo, el tan debatido problema de una economía mixta:

México no acepta que sus medios de producción sean manejados exclusivamente por organismos públicos; pero ha superado también las teorías que dejaban por entero a las fuerzas privadas la promoción de la economía.

Asimismo el reconocimiento de que "la era que vivimos está condicionada por el avance científico y tecnológico"-en consecuencia, "cobra así nueva vigencia el principio según el cual se es libre por el saber".

Debe considerarse, en suma, como un documento notable por su claridad y por su moderación.

¿ P O R Q U É , entonces, resultaron nulos sus efectos, de modo que la actitud de los mexicanos, igual de un bando que de otro, siguió siendo la misma, y en gran parte condicionada por la gira electoral? Múltiples son, por supuesto, las razones. Desde luego, una meramente física: puesto en uno de los platillos de la balanza un solo discurso, así sea muy sesudo, no puede pesar tanto, y menos pesar más, que los mil y tantos dichos durante el periodo electoral. Después, porcjue casi de un modo inevitable, el discurso se limita a desaprobar la opción por una de las dos soluciones extremas a un problema determinado, pero sin indicar si la que se favorece estará más cerca de uno que del otro extremo. Es incuestionable, por ejemplo, que las dudas y los temores de los negociantes no quedan despejados cuando se les dice que "México no acepta que

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sus medios de producción sean manejados exclusivamente por organismos públicos", pues no se contrariaría ese dicho presidencial si los organismos públicos acabaran por manejar el noventa y nueve por ciento de esos llamados impropiamente "medios de producción". Por su parte, los buenos señores que quieren "socializar" todo, temerán que el Presidente maniobre para dejarle a los organismos públicos el manejo de una única empresa, digamos Pe-mex, ya que todavía seguiría siendo válida la afirmación de haber superado México "las teorías que dejaban por entero a las fuerzas privadas la promoción de la economía".

N o A Y U D Ó mucho a desvanecer las dudas y los temores la presentación del equipo que acompañaría al nuevo Presidente. Primero, sorprendió que, por desconocimiento o por arrogancia, se anunciara también la designación, entre otras, de los directores de los bancos de México y Mexicano, instituciones éstas que tienen un consejo de administración, único capacitado jurídicamente para nombrar y remover a sus directores. Se sabe de sobra, por supuesto, que todos los directores del Banco de México han sido elegidos por iniciativa del presidente de la República; pero formalmente siempre ha sido el consejo de administración el que propone y resuelve. Se dirá que entonces se trata de una mera formalidad; pero es que en eso suele consistir el respeto a las leyes, que nadie puede desairar, y menos un jefe de estado. El caso del Banco Mexicano resultó peor, pues hasta antes de ese anuncio, la autoridad oficial no había revelado que el gobierno lo dominaba como accionista mayoritario.

Pensando en el gabinete mismo, desde luego se produjo un pequeño equívoco. Cuando aceptó su candidatura, don Luis Echeverría proclamó que lo hacía, no sólo en nombre propio, sino en el de "toda una generación de jóvenes" que irrumpía en el escenario político nacional. El Presidente viaja por Sinaloa y Nayarit a los dos meses escasos de haber tomado posesión, y allí repite esa idea: "Esta generación, en cuyo nombre hemos llegado a la

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presidencia. . .". ( E G M : 2, 2 4 5 ) . Claro que la noción de joven es bastante elástica, tanto, que se oye decir que lo es quien cree serlo. Lo cierto fue que el mayor número de miembros del gabinete caía entre los 45 y los 50 años, que había tres mayores de 55 y otros tantos que pasaban de los 65. Sólo uno tenía una edad propiamente de joven ( 3 7 ) . Pero es incuestionable que esta de la juventud, la propia y la de sus colaboradores, es una de las ideas obsesivas del Presidente. Durante su octava "gira de trabajo", por Querétaro, insiste en que muchos de sus colaboradores son jóvenes, y para probarlo, ejemplifica: el secretario de Gobernación tiene treinta y seis años (tenía treinta y siete), el de Relaciones cuarenta y seis (tenía cuarenta y cinco), "de mi edad aproximadamente", agrega. Y esto lo dice el Presidente el día justo en que celebraba sus cuarenta y nueve años de edad, ( E G M : 2, 235-236). Es verdad que el Presidente se ha adjudicado una "primera juventud" ( E G M : 6,99-106) cuando tenía veinticuatro años; de modo que debe suponerse que en esa celebración hablaba de la segunda.

En cambio, impresionó favorablemente que no heredara de su antecesor ningún miembro del gabinete, así como que sólo uno de los nuevos pudiera ser clasificado de "viejo político". Es más: se admiró la decisión de excluir a uno tan fuerte y experimentado como Corona del Rosal, quien en otros tiempos habría sido ascendido de jefe de un Departamento a secretario de estado. Así y todo, subsistía el hecho de tratarse de un grupo de desconocidos, sin importar que fueran jóvenes o viejos. De los diecinueve que formaron el gabinete, el público apenas podía reconocer, y eso con bastante incertidumbre, a menos de la tercera parte, y alguno de ellos por cierta broma que se hizo de él. De don Manuel Bernardo Aguirre por ejemplo, se refería que pocos días, antes de su nombramiento confiaba a sus íntimos que en su ya larga existencia no había tenido sino dos únicas ambiciones: llegar a secretario de Agricultura y acabar su educación primaria.

Pronto se hizo la prensa reflejo de la incertidumbre creada por la presentación de ese equipo de trabajo. El 16 de enero de 1971 un periodista le hizo en Querétaro

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la a turdida p regun ta de con qué criterio había seleccionad o a sus colaboradores. El Presidente, quizás sorprendido, sintió la necesidad de dar una respuesta convincente :

Es natural que a lo largo de cinco lustros, desde los veinticuatro años de edad, siempre con aspiraciones públicas, haya sido yo un atento observador de la trayectoria de los hombres dedicados a la política y a la administración... (EGM: 2, 2,35-237).

El público, por supuesto, no dejó de advertir la irrealidad de semejante explicación, pues eso habr ía significado que el Presidente le siguió la pista a su secretario part icular desde antes de nacer, a su secretario de Gobernac ión cuando tenía doce años, dieciocho en el caso del de Relaciones y veintidós en cuan to a los del Pa t r imonio , de Industria, Obras Públicas, Comunicaciones, etc. T a n resultó insatisfactoria la explicación, que un día después, ya en la capital, o t ro periodista repitió la p regun ta de cómo había seleccionado a los miembros de su gabinete . El Presidente insistió entonces en que nunca había pensado en relaciones de amistad; lejos de eso, aqui lató " n o so lamente el valor y el valer, los conocimientos y experiencia personal de cada uno de ellos, sino t ambién su eficacia potencial" . ( E X : 18-/-71).

Por todo esto, sin duda, el nuevo gobierno se sintió obl igado a abultar los curricula de estos colaboradores. A don Emilio O. Rabasa, por ejemplo, se le pinta así: "Sus raíces familiares, son de honda ra igambre internacionalista y diplomática." Apar t e del p leonasmo de raíces y raig a m b r e y del disparate de creer que pueden heredarse biológicamente el internacional ismo y la diplomacia, ¿cuáles eran los hechos que el público conocía de este caso part icular? Es indudable que la referencia es al abuelo y al padre de este señor Rabasa. D o n Emil io Rabasa no fue internacionalista sino constitucionalista, y de diplomático no tuvo sino haber encabezado la delegación que envió Victor iano H u e r t a a la Conferencia de N iága ra Falls, en la cual don Emil io hizo un papel más que decoroso. El padre, don Óscar, puede tenerse como internacionalis-

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ta, ya que fue durante varios años consultor jurídico de la secretaría de Relaciones; pero no ha desempeñado propiamente una misión diplomática, ni puede tomarse como tal su repetida asistencia a la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas. Los únicos hechos que el público informado conocía eran éstos. Don Emilio O., siguiendo el camino del abuelo, se especializó en derecho Constitucional, de modo que sus estudios de doaorado culminaron con una tesis de recepción sobre la Constitución de 1824. Pero al comenzar a ejercer, abandonó esa especialidad para trabajar la legislación bancaria primero, después el derecho agrario y más tarde el derecho sanitario, llamémoslo así. La otra actividad internacional que el público conocía era que, siendo ya director del Banco Cinematográfico, don Emilio O. se trasladó a Hollywood para presenciar la entrega de los Óscares.

Hubo otros brotes de entusiasmo puesto en los curricula de los miembros del gabinete. A don Mario Moya Falencia se le pinta como "estudioso" {whatever that means) del derecho constitucional, de la ciencia política y de la filosofía. A don Hugo B. Margain, a más de 'experto en finanzas públicas y derecho tributario", como

poseedor de "un conocimiento profundo de las condiciones políticas, económicas y sociales del país". A don Horacio Flores de la Peña se le atribuye falsamente haber sido "representante de México en la Organización de las Naciones Unidas". En fin, aun de don Ignacio Ovalle, con sus escasos veinticinco años, se le atribuye el que fuera "un brillante estudiante" de la Facultad de Derecho y haber realizado "una importante labor ideológica en ediciones y pronunciamientos" cuando pertenecía a la Dirección Juvenil del PRI.

La verdad de las cosas es que los más próximos al estado de joven ya habían comenzado su carrera burocrática, pero precisamente por esa juventud apenas estaban en puestos secundarios. El peldaño más alto que había alcanzado don Mario Moya Falencia había sido la Dirección de Cinematografía en Gobernación; el señor Rabasa, la dirección del Banco Cinematográfico; don Carlos Torres Manzo, la jefatura del Departamento de Política Comer-

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cial en la Secretaría de Industria; el médico Jorge Jiménez Cantú, la gerencia de la Comisión Promotora de la Conasupo; don Agustín Olachea Borbón, abogado de la Dirección de Estudios Hacendarlos; y así consecutivamente. Entonces, el salto que ahora habían pegado no dejaba de ser mortal. ( E G M : 1,27-37).

Cabe decir, así, que los negociantes y buena parte de la clase media alta (profesionistas, intelectuales, etc.) recibieron ese gabinete con marcado escepticismo, por no decir con clara desconfianza. Pero no faltó gente que apreciara la ventaja de haber cortado al "viejo político", a más de no encontrar razón alguna por la cual se le negara a los recién llegados el acceso a los puesto de mando, si bien en el entendimiento de que el Presidente los observara para destituir a quienes resultaran incompetentes. Muy pocos, pero algunos, hicieron la observación de que, por desgracia, el nuevo gabinete seguía y ahondaba la vieja tendencia (iniciada por el presidente Alemán) de sustituir al hombre con experiencia e instinto políticos por el "técnico". Es más: deploraron que el único político del gabinete, don Manuel Bernardo Aguirre, no fuera precisamente el más contundente de los argumentos para defender la tesis de que el político debe privar sobre el técnico.

Puede decirse, en suma, que el gabinete no sirvió gran cosa, o nada, para confiar algo más en el nuevo Presidente. De hecho, al cumplir seis meses de gobierno, un periodista le pregunta si estaba satisfecho de la labor de sus colaboradores, y responde modesta y optimistamente: "No, no estoy satisfecho. Estoy profundamnetc insatisfecho todavía; pero pienso que estamos aprendiendo con nuestro equipo de colaboradores. Pienso, además, que todos los días aprendemos algo." ( E X : 22-Í^-71).

P o c o s , P E R O gente con experiencia y dotes de observación, advirtieron un rasgo sicológico del señor Echeverría que los llenó de temor, aunque de inmediato no se resolvieron a comentarlo siquiera en privado, guardándolo en la intimidad como simple presentimiento. Desde el

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primer instante —pensaron—, es decir, cuando en su casa de San Jerónimo fue notificado de que los tres Sectores del PRI lo habían escogido como candidato presidencial, notaron el sorprendente aplomo con que se desempeñaba don Luis Echeverría ante las cámaras de la televisión y los micrófonos del radio. Esto parecía un punto favorable, que empañó un tanto la rigidez del cuerpo, hecho como de una sola pieza, de la cabeza a los pies, cual plancha de mármol. Apenas si movía el antebrazo derecho para subrayar lo que decía, como lo hace el profesor de primeras letras que quiere estampar en sus discípulos el alfabeto o la tabla de multiplicar. Pero no pasó mucho tiempo sin que este secreto se hiciera público. Un periodista describió la escena en que el Presidente anunció el 17 de diciembre de 1970 el alza del precio del azúcar: " . . . seguía golpeando el escritorio con el puño; y de vez en cuando señalaba con el dedo índice". ( E X : \l-xii-10).

Un negociante con la apariencia de hombre ligero y aun casquivano, fue distinguido por el candidato Echeverría con la invitación a acompañarlo en tres tramos de su gira electoral. Tuvo, pues, una mejor oportunidad de observarlo. Regresó muy impresionado: no cabía duda alguna de la salud y de la energía físicas del candidato, de su buena fe, de la sinceridad de sus propósitos de hacer el bien. Y, sin embargo. . ., era un hombre muy pagado de sí mismo, de sus ideas y de sus propósitos, de modo que cree saberlo todo y, por lo tanto, serle innecesario consultar o siquiera meditar él mismo.

Este negociante no se enteró de que al poco tiempo, o, para ser exacto, el 27 de mayo de 1971, el Presidente recordó haber comenzado a escribir artículos para El Nacional cuando tenía veinticuatro años, y que al releerlos ahora, un cuarto de siglo después, comprobaba que su "ideología" actual seguía estando "en perfecta armonía" con la expuesta en ese diario. Que no fue ésa una declaración casual, lo revela que dos semanas después la repitió más elaborada y en una ocasión significativa. En efecto, lo visitan el 11 de junio, es decir, al día siguiente del Corpus, cien dirigentes de la Confederación de Jóvenes Mexicanos, para expresarle su "profunda preocupación"

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por la agresión de que habían sido víctimas los estudiantes. El Presidente, sin referirse de modo concreto a esos hechos, sostuvo la idea de que los jóvenes deberían lograr un equilibrio entre un pensamiento crítico y una "actitud serenamente reflexiva", y para ilustrar esa actitud se puso de ejemplo:

.. .puedo decir que, habiendo releído artículos escritos hace veinticinco años sobre lo que pensaba cuando yo tenía vein-cuatro respecto de los problemas de la Revolución Mexicana [y los comparó con] los discursos que ahora pronuncio, las disposiciones que ahora firmo o las palabras que digo y el contenido de esos artículos —inclusive la forma— hay una íntegra afinidad. ( E G M : 7,52-60).

Difícilmente puede dejar de sorprender que un hombre crea que no han cambiado sus ideas en el transcurso de veinticinco años, años que representan el paso de la juventud a la madurez, sin contar con que justamente durante ese tiempo va escalando puestos de una responsabilidad cada vez mayor hasta el de gobernante de un país con cincuenta millones de habitantes.

Los artículos a que se refería el Presidente se publicaron en lo que quizás pueda considerarse la edad de oro de El Nacional. A viejos pero perseverantes colaboradores, tal Jesús Romero Flores, Rafael Heliodoro Valle, José Mancisidor o Enrique Flores Magón, se sumaban jóvenes como Ermilo Abreu Gómez, Raúl Noriega y Fernando Benítez, que con el tiempo harían del periodismo una profesión. Pero su mayor brillo lo daban los emigrados españoles: Rafael Sánchez de Ocaña, Margarita Nelken, Juan Rejano, etc. No puede dudarse de que aquel era un buen lugar para iniciarse en el periodismo; asimismo, el momento político, ya que comenzaba su presidencia Miguel Alemán, que iba a cambiar el rumbo del país de un modo señalado. Ha de convenirse, por último, que raro ha sido el presidente de nuestro país que ha escrito algo de su puño y letra. Todo esto no quita considerar que el paso de nuestro Presidente por El Nacional resultó fugaz. Debuta el 4 de enero de 1946; a la tercera semana le falla su colaboración, aun cuando después su puntua-

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lidad es completa. Sin embargo, la concluye el 14 de marzo, con un total de nueve artículos.

El principal punto de interés es si las ideas y el estilo actuales son tan idénticos a los presentados en El Nacional como lo afirma don Luis Echeverría, o siquiera tan semejantes que pueda admitirse en su parte gruesa esa afirmación. En cuanto al estilo, el juicio ha de ser un tanto vacilante, primero, porque la mayor parte de los textos de hoy son verbales e improvisados, y en cuanto a los escritos, se ignora hasta qué punto son hijos legítimos, digamos así, de la pluma personal del Presidente. A pesar de ello, se notan similitudes importantes: párrafos muy largos, con escasa puntuación y la frecuente inserción de oraciones incidentales explicativas que opacan el sentido de la sentencia principal; el uso de dos o tres adjetivos con un significado idéntico o muy parecido; el uso equivocado de ciertas preposiciones, etc.

En cuanto a temas, dos únicos se tratan en esta serie: la Universidad (tres artículos) y el que se titula "Revolución y Contra-Revolución". En el primero de aquellos se advierte un prejuicio contra el siglo x ix y el liberalismo de aquella época que, a más de injustificado, ha subsistido hasta el día de hoy. Véase este ejemplo:

Es una menguada idea liberal la de aceptar que el estudiante debe ser pobre para que, después de haber terminado con serias dificultades su carrera profesional, esté en posibilidad de enriquecerse como un premio a sus sacrificios. ( N A : 4-/-46).

Casi sobra decir que no podría citarse el texto de un filósofo, de un educador o de un gobernante "liberal" en que se asiente semejante monstruosidad. En el segundo artículo se percibe una idea vigente todavía, a saber, que son "malintencionados provocadores" los que alborotan la Universidad para crearle problemas a los "gobiernos revolucionarios", ( N A : 11-/-46). El tercer artículo se refiere a las representaciones que el Teatro Estudiantil Autónomo brindaba "frente al Hemiciclo a Juárez". El tema es leve, pero da ocasión a este apotegma rotundo: "El éxito

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inmediato [de ese Teatro] representa un indicio de la actual ineficacia funcional del teatro y del cinematógrafo." ( N A : 24-Í-46).

Los otros seis artículos son de mayor sustancia, y en ellos se descubren ideas buenas que han durado hasta el día de hoy. Digamos la de que las democracias latinoamericanas son frágiles, no sólo por su escasa edad, sino porque en ellas "coexisten inclinaciones políticas de todo género". Del mismo modo, que "los esfuerzos serios que ahora se realizan para el mantenimiento de la paz se identifican con los movimientos populares orientados hacia la transformación de las bases económicas y éticas de las democracias capitalistas". Un tercera idea acertada y que subsiste es ésta: "el conjunto de intereses individuales tendrá que armonizarse, confundirse con los grandes y principales intereses colectivos". Por último, es fundado el contraste que se pinta entre una democracia puramente formal, que declara como su fin principal dar iguales oportunidades a todos y cada uno de los miembros de una sociedad, y las posibilidades reales y concretas de mejoramiento de las mayorías, objetivo al cual debe enderezarse la acción pública y la acción del individuo.

En fin, se advierte también la subsistencia de cierto romanticismo, que se agrava con el uso de palabras de un significado vago o múltiple. Digamos la idea de un "programa general", que todos los países del Orbe emprenderían para crear un "nuevo modelo subjetivo del hombre y trazar [una] estructura social [capaz] de evitar que los sectores sociales y los viejos intereses creados del fascismo tornen a organizarse". Asimismo, la de "favorecer la preminencia del factor racional". Y no muy lejana de la irrealidad romántica, pero en la que el Presidente cree aún hoy, es la de una fe, "de indispensable advenimiento", una "mística laica" que sustituya "las inclinaciones religiosas de antaño". ( N A : 31-¿; 7, 14, 22, 28-K; \A-iii-A6).

De hecho, llevado por ese impulso recordatorio, el Presidente pudo haber aludido a sus primeros escritos publicados de la revista México y la Universidad, que uno de sus biógrafos aduladores califica de "plataforma del pen-

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Sarniento literario". (Sierra: Luis Echeverría, 8 ) . Si nuestro negociante hubiera conocido todos estos da

tos (es hombre de escasas lecturas) sentiría tener un nuevo argumento para la conclusión final a que llegó después de las giras electorales: "Que no nos resulte un fanático, un Savonarola, porque entonces habría que quemarlo en la plaza pública."

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II. LAS C O N S T A N T E S Y S O N A N T E S

E N M A N E R A alguna intento hacer aquí un análisis sicológico, y menos siquiátrico, de nuestro Presidente. Esto requeriría una relación personal vieja, cercana y continua que no he tenido, como que yo lo vi con mis propios ojos por la primera vez alcanzados ya sus cincuenta años de edad. Y requeriría también un conocimiento profesional especializado del que obviamente carezco. He intentado, sí, lograr una impresión de cómo era cuando estudiaba derecho por si podía yo dar con una similitud o un contraste; pero el resultado ha sido pobre y contradictorio. Unos amigos suyos lo pintan como un ser más bien callado, solitario, que rehuía el acompañamiento que no fuera de unos cuantos. Otros, en cambio, lo retratan como un "vacilador" o festivo, que se divertía asombrando a sus amigos con pasearles por la nariz la última sensación literaria, sólo para que al rato descubrieran que no la había leído. Un tercer grupo lo describe como muy interesado en los movimientos estudiantiles, pero sin participar en ellos activamente. En fin, el cuarto lo recuerda con claras inclinaciones magisteriales, pues con frecuencia convocaba a sus íntimos para discutir un tema elegido por él, y cuyo estudio repartía entre ellos, reservándose, por supuesto, el papel de director de debates y de expositor de las conclusiones.

Es un hecho, sin embargo, que durante su larga carrera administrativa, incluso siendo ya secretario de Gobernación, es decir, la segunda figura política nacional, fue distintamente reservado. Tanto, que más de una persona está persuadida de que Díaz Ordaz, que lo trató a diario durante largos años se fue de espaldas desde el primer día de la campaña al darse cuenta del monstruo insospechado que había venido alimentando pacientemente a lo largo de esos dieciocho años. Este hecho apunta a dos conclusiones: primera, la ociosidad completa del sistema tapádico con que se escoge a nuestros presidentes; y la segunda, que la suma enorme de poder que

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éstos adquieren en cuanto reposan en la silla presidencial es capaz de volver al revés a un hombre transformándolo en otro diametralmente opuesto.

En todo caso, lo que aquí se persigue es descubrir y apreciar las constantes sicológicas del Presidente, tal y como las revelan sus actos de gobierno y sobre todo sus expresiones verbales y escritas. El lector advertirá que para ilustrar cada una de esas constantes uso varios ejemplos, pero no todos los que podría citar, porque entonces se haría insufrible la lectura de este ensayo. Así, al lector que crea que valiéndome de una base pequeña de hechos he levantado una alta, altísima pirámide de conclusiones, le rogaría que usara los 36 volúmenes de la publicación El Gobierno Mexicano, en donde encontrará, diez, veinte, o cien ejemplos más de los que he presentado aquí.

Sin duda la constante más sobresaliente es su extraordinaria locuacidad, extraordinaria tanto midiéndola a la luz de nuestras tradiciones como si se la mira en sí misma. De verdad puede asegurarse que los más de nuestros presidentes fueron hombres de pocas palabras. Tal vez alguien piense en las posibles excepciones, digamos, de Iturbide o de Santa-Anna, y entre los recientes, Alvaro Obregón; pero fueron excepciones, no de sustancia sino de grado, y de un grado pequeño. Los verdaderamente típicos han sido Juárez, Porfirio Díaz, Carranza y Lázaro Cárdenas. Aun López Mateos, que en sus mocedades fue campeón de oratoria y que alardeaba de mejorar un texto escrito con la improvisación hecha al ir leyéndolo, se queda muy atrás del actual Presidente. De hecho, se tiene la impresión de que para Echeverría hablar es una necesidad fisiológica cuya satisfacción periódica resulta inaplazable.

Ya es curioso que use siempre las palabras "reflexionar" o "reflexión" en lugar de hablar, decir o declarar, como si reflexionar no significara "considerar nueva y detenidamente una cosa". O sea, que mientras para el común de los mortales la reflexión es un ejercicio callado, para nuestro Presidente hablar es como se piensa o se reflexiona. No es así extraño que en la continua fricción de los países poderosos con los pobres, le asigne a éstos el

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noble papel "de hacer algunas reflexiones", es decir, de hablar ( E G M : 1,49-53). Más claramente todavía: en la celebración del Día del Médico de 1971, dice: " . . .hemos escuchado tres discursos que la han convertido [la ceremonia] en una sesión de trabajo" ( E G M : 11, 78-83) . Se le pide en diciembre de 1970 declarar inaugurada la XII Asamblea General Ordinaria de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal, y en seguida dice que semejante y simple papel "no me impide, como nunca lo haré, aprovechar la oportunidad para hacerles algunas reflexiones", es decir, de nuevo, hablar ( E G M : 1,111-115) . Cuando poco tiempo después inaugura el IX Congreso del Sindicato de Trabajadores de Educación, dice sin ambages que "no me voy a privar del gusto. . . de dirigirles un breve saludo" ( E G M : 2, 125-127). Y al inaugurar el Consejo Nacional de la Confederación Regional Obrera Mexicana, asegura que "no me sentiría satisfecho si me limitara a ciunplir con hacer la declaratoria de inauguración". N o sólo eso, sino que, en rigor, expone con franqueza un tesis que más tarde repetirá una y otra vez, a saber, que hablar sobre los problemas es comenzar a resolverlos ( E G M : 31 ,97-99) . En otra ocasión se le invita a concurrir, en su calidad ceremonial de jefe del estado, a un acto de El Colegio Nacional, y concluido, se levanta para decir que supone que no existe "una objeción protocolaria" para que él hable ( E G M : 4, 83-84) . A unos médicos del Seguro Social les explica que es muy importante para un presidente de la República "detenerse. . . a charlar con distintos grupos de mexicanos" ( E G M : 7 ,91-93) . Se le invita al acto puramente ceremonial de descubrir un mural de Rufino Ta-mayo y se declara complacido de verse acompañado y de "reflexionar" con la concurrencia acerca de la "gran deuda que tenemos con muchos artistas" ( E G M : 8 ,89-91) . En no pocas ocasiones ve que el auditorio, suponiendo que la ceremonia ha terminado, comienza a desbandarse, pero lo ataja pidiéndoles expresamente "si ustedes tuvieran la paciencia de escucharme algunas reflexiones, se los agradecería" ( E G M : 8, 160-165). La escena se repite en otras ocasiones, cuando el auditorio, ya en pie, se dispone

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a salir del salón. Pide entonces: "si tuvieran la bondad, señoras y señores, de tomar asiento y e scucharme . . . " ( E G M : 13, 9-11; 20, 59-62). Hace una petición semejante por cuarta vez, pero cree ahora necesario justificarla: "no quedaría satisfecho" si dejara de hablar ( E G M : 26, 118-122). Y no tiene empacho en decirles a los dirigentes juveniles de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares que le complace su visita "sobre todo porque me da la oportunidad de hacer algunas reflexiones" ( E G M : 10, 182-187). Lo invitan a desayunar los caricaturistas de la prensa, y en seguida les dice: "si quieren que platiquemos así, vamos pasando este micrófono para hacernos algunas reflexiones" ( E G M : 26, 187-195). Al celebrarse en 1973 el aniversario de la Constitución, se designa al Procurador General de la República para hablar "en representación de los tres poderes" federales; pero al llegar a la Casa del Constituyente el Presidente no puede contenerse y da salida a "las profundas reflexiones" que le han inspirado siempre los redactores de la Constitución ( E G M : 27, 159-165).

No sólo se tiene la impresión de que hablar es para Echeverría una verdadera necesidad fisiológica, sino de que está convencido de que dice cada vez cosas nuevas, en realidad verdaderas revelaciones. Es más: llega uno a imaginarlo desfallecido cuando se encuentra solo, y vivo, aun exaltado, en cuanto tiene por delante un auditorio. Y si éste es restringido por el número o la homogeneidad de sus componentes, pide que lo escuche otro más amplio, de hecho la Nación y aun el mundo entero. Desde antes de tomar posesión, tenía pensado dar un decreto para crear la Comisión Nacional de las Zonas Áridas, y cuando lo tiene listo, se traslada a Cuatro Ciénegas, y desde la Casa de Carranza declara que le pareció importante "subrayar ante la faz de la Nación" el cuidado que debía darse a esas zonas, y que por eso deseaba "difundirlo personalmente ante la faz de la Nación" ( E G M : 1, 127-135) . Una vez lo visitan algunos médicos jóvenes, residentes e internos de los hospitales oficiales, y desde luego les pide que transmitan su mensaje "a todos los médicos del país" ( E G M : 10 ,238-242) . De viaje alguna vez,

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inaugura una escuela en Armería, poblado bien modesto de Colima, y declara:

Esto lo digo aquí, en este rincón de México, en una escuela secundaria ejidal..., pero es igualmente válida para todas las universidades y para todos los institutos técnicos.

Horas más tarde, la Universidad de Colima le ofrece un auditorio un poco más amplio; pero apetece otro mayor.

Quisiera que mis palabras llegaran a los más lejanos y humildes hogares de los campesinos, a las familias de los pescadores y a los obreros todos...

Insatisfecho, reclama un auditorio todavía más nutrido:

. . .desde aquí quisiéramos que nos escucharan todos los estudiantes de provincia, que nuestras palabras llegaron a todas las universidades. . . y a todos los tecnológicos... ¡Yo se los digo a ustedes! . . . desde aquí me refiero a toda la juventud de México. (EGM: .35,197-218).

También se advierte la prontitud del salto a la expresión verbal viendo la sensibilidad extrema del Presidente ante la naturaleza de su auditorio, pues aun cuando su tono más persistente es de predicador o de maestro, reacciona muy acorde con quienes le hablan o lo escuchan. El secretario del Sindicato Nacional de Trabajadores de Educación le dispara alguna vez un discurso donde afirma que los maestros, "por la singular posición que la sociedad les ha encomendado, son un sensible barómetro de todo cuanto acontece en el seno de esa misma sociedad". El Presidente declara que le "llegan muy hondo y le complacen profundamente esas palabras", y se lanza a hacer un discurso todavía más largo y más "conceptuoso". Recibe a los compositores y les dice que "mucha de la poesía viva, mucho del embeleso de la literatura y de la música" se debe a ellos, y no a los "grandes poetas y escritores" amigos suyos, que sin duda criticarán semejante creencia ( E G M : 28, .39-42). En la entrega de los "Arieles" discernidos por la Academia Mexicana de Ciencias y

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Artes Cinematográficas, se entusiasma, de modo que les ofrece la receta:

. . .idear un argumento, exaltar a través de la fotografía la belleza; derramar mucho del espíritu humano a través de la actuación; hacer que se lean muchas obras literarias de calidad que han sido adaptadas al cine, y que, de retorno a la literatura, los espectadores puedan conocer o reconocer después de, en el cine, haberlas visto transformadas... (EGM: 28,104-110).

Y a los dirigentes de la Asociación Nacional de Charros les revela que en el Sur de Estados Unidos "se mantienen con un furor muy vivo" las tradiciones charras ( E G M : 31 , 11-12).

Por supuesto que sería sumamente instruaivo averiguar las reacciones de quienes ven y escuchan al Presidente, pues así se podría calibrar qué tan hondo calan sus prédicas. Por desgracia, existen pocos textos, ya que, tratándose siempre de ensalzarlo, los que se reproducen son los pro-nimciamientos presidenciales. A algunos, sin duda, les impresiona la anticipación de las citas que concede y la puntualidad con que las respeta. Unos estudiantes vera-cruzanos, por ejemplo, relatan conmovidos que el 28 de enero de 1970 el entonces candidato les ofreció recibirlos cada año en igual fecha, y que les había cumplido religiosamente por tres veces consecutivas. Es más: "nos garantizó que no solamente en esa fecha podemos estar con él, sino en todos los momentos en que sea necesaria la identificación ideológica" ( E G M : 14 ,126-129) , es decir, cada vez que pierdan el rumbo, lo recobrarán acercándose al Presidente. Apenas si ofrecen un interés costumbrista, llamémosle así, las reacciones del mundo oficial. Digamos el presidente de la Corte que en ocasión del II Informe lo felicita "no sólo en su calidad de presidente de la República, sino. . . de jurista y universitario distinguido" ( E G M : 22 ,93 -96 ) . O cuando ese mismo personaje asegura que "aun cuando por disposición constitucional los poderes son tres, el gobierno es uno" ( E G M : 26, 30-31). El presidente del Tribunal de lo Contencioso del Distrito más garbosamente le dice: " . . .hácese presente nuestro

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voto de adhesión consciente y razonado a la poh'tica nacionalista de su régimen. . . " ( E G M : 26, 38-40). También de poco interés resultan las reacciones del interlocutor priista. El secretario de la CNOP le confía que ese sector espera que siga "la apasionada entrega de un hombre que, de acuerdo con el proceso histórico del país, cumple íntegramente con los ideales de la Revolución ( E G M . 26 ,27-30) . En fin, no son menos pobres las reacciones de la burocracia laborista: el presidente del Congreso del Trabajo, un tanto criptográficamente, proclama que "el cambio permite vigorizar las instituciones; la renovación inyecta dinamismo; el reimplantamiento de las situaciones inspira y mueve al encuentro de nuevos y mejores caminos" ( E G M : 26, 21-22).

Puede considerarse como imposible que un hombre, así sea de singular talento, de cultura enciclopédica y con un dominio magistral del idioma, pueda decir todos los días, y a veces dos o tres al día, cosas convincentes y luminosas. En este caso particular resulta mucho más remoto porque la mente de Echeverría dista de ser clara y porque su lenguaje le ayuda poco. Según se apuntó ya, tiende a expresarse en párrafos larguísimos, de quince o veinte líneas sin más respiro que un par de comas. Además, están plagados de oraciones incidentales explicativas que diluyen la fuerza que sin ellas podría tener el pensamiento principal. Por último, dañan sus expresiones el frecuente uso equivocado de las preposiciones, pues como la gramática enseña, éstas "denotan el régimen o relación que entre sí tienen dos palabras o términos".

Esas fallas desafortunadas, sobrepuestas a la urgencia de hablar, conducen de modo inevitable a sentencias cuyo significado resulta oscuro o a expresiones archisabidas. A las damas de Acción Social y Cultural que lo invitan a festejar el Día de la Madre, les dice que "en este capítulo de la solidaridad humana, como en muchos otros, el esfuerzo debe ser mantenido hasta lograr la cristalización de las intenciones" ( E G M : 2, 102) . En otra ocasión se le pregunta si no es lamentable que Cantinflas haya cambiado su viejo papel de "peladito" al de catrín, y responde: "por ese camino de la sensibilidad popular ha llegado a

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un grado de mayor profundidad en la conciencia de muchos problemas" ( E G M : 7 ,94-97) . Unos arquitectos le participan los resultados de un congreso reciente, y les dice que si bien se conoce el número de habitaciones que faltan en el país, "vivimos ahora unos días de cambio de filosofía social y de cambio de naturalzea económica que a partir de estos momentos nos están permitiendo la iniciación del desarrollo de nuestros programas que, con esa nueva filosofía, atienden a distintos aspectos a lo que debe ser la habitación popular" ( E G M : 18, 81-83) . En la inauguración del XXVIII Congreso de la Confederación Internacional de Autores y Compositores, explica que "el artista es el receptáculo de las diversas influencias de la sociedad en que vive, pero constituye a la vez un agente decisivo en la confrontación del pensar y del sentir colectivo" ( E G M : 23 ,89 -91 ) . A los dirigentes de la CNOP les asegura que entender "el signo del tiempo. . . es lo de más trascendencia porque contribuye al fortalecimiento de una ideología, de una actitud subjetiva que incide en muchos problemas objetivos para una marcha nacional lúcida y sólida" ( E G M : 18 ,55-60) . Y a unos profesores les expone toda una teoría:

Una observación detenida y minuciosa de los estímulos de la conducta humana nos lleva a la conclusión de que hay factores objetivos y otros subjetivos... que motivan la entrega a una profesión o a una causa, y que la justicia tiene también aspectos, así los tangibles como otros de gran subjetividad, en una combinación compleja, múltiple y armónica como es el espíritu humano (EGM: 30, 26-31).

Los industriales del estado de México reciben la sugerencia de "la necesidad de que se conciba la zona metropolitana del país como un anillo un poco más elástico que se desborde con agilidad en las fronteras del Distrito Federal" ( E G M : 35, 110-116). Dos últimos ejemplos de cien que podrían citarse. Nada menos que a los ministros de la Corte les descubre que "la característica, quizás la fundamental de la vida social y de la existencia humana, es que no existe la perfección ( E G M : 34 ,93-96) . A los Economistas Revolucionarios les revela que "siempre he pen-

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sado que son heterogéneos los factores que determinan la vida nacional" ( E G M : 13 ,64-76) .

En este capítulo favorece al Presidente que varios de sus colaboradores irunediatos y no pocos de los jerarcas del PRI o de otros organismos expresan pensamientos todavía más inciertos. N o vale la pena, por supuesto, citar sino un par de ejemplos para ilustrar este punto. Un distinguido senador cavila hondamente sobre "¿hasta dónde llega la política interna y dónde comienza la política exterior? Pienso que hay una complementareidad en toda acción política" ( E G M : 29, 322-336). El secretario de Salubridad anuncia que el Presidente ha enviado al Congreso un nuevo Código Sanitario que "concibe a la salud, no sólo como estado de ausencia de enfermedad, sino como un desarrollo dinámico en que el hombre realiza todas sus potencialidades sin más límite que el impuesto para su marco genético" ( E G M : 27, 139-140). Por supuesto que semejante fantasía parte de la definición oficial propuesta por la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas; pero ha sido transformada hasta hacerla irreconocible, sobre todo cuando el propio funcionario se extasía pintando este cuadro idílico al abrirse los trabajos de la Primera Convención Nacional de la Salud:

Un nuevo concepto de la salud se perfila en la perspectiva de nuestro desarrollo social, como transformación activa de las potencias inmanentes en el hombre; como proliferación y florecimiento de cualidades no manifestadas; como poder de lucha y capacidad creativa; como poder para superar obstáculos y transformar circunstancias adversas en propicias, y, así, conseguir mayores bienes en un ambiente más limpio, más bello, seguro y prometedor. (EGM: 32,80-85).

O el secretario de Educación, que propone en Chiapas un plan educativo "realista y autogenerado", es de suponerse que quería decir que el plan se había inspirado en las necesidades propias o singulares de Chiapas ( E G M : 8, 107-115) . Otra es, por supuesto, la reacción ante las obras, y no simplemente ante las palabras del Presidente. Cuando ha atacado con su brío peculiar algún problema ancestral y lo ha resuelto, la aprobación de la localidad be-

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neficiada es de deslumbrada complacencia, como ha ocurrido, digamos, en Chiapas y Quintana Roo.

Ahora un par de ejemplos de preposiciones perturbadoras o innecesarias, así como de expresiones de una fogosidad también perturbadora. Cuando se dice "difiero con casi todas las personas que han hablado", no se sabe si se quiso decir "concuerda con", pues se difiere "de". Asimismo, cuando se dice "los egresados en las escuelas", entra la duda de si no se quiso decir los "ingresados" en las escuelas. Es inútil poner " . . . reflexionamos en que el espíritu humano. . . " ( E G M : 30 ,59-60) . Y no digamos esta expresión: " . . .me es grato recibir la vigorosa presencia de ustedes" ( E G M : 14, 29-30) .

Es en verdad excepcional hallar en los pronunciamientos un párrafo limpio y aun hermoso, como este de su discurso al inaugurar la LV Convención Internacional del Club de Leones:

Han llegado ustedes a México provenientes de todas las regiones del planeta. Distintas lenguas, nxxlos de vida, ideologías y costumbres se congregan en torno a una filosofía de la fraternidad y a una voluntad compartida de mejorar la condición de sus semejantes. A nuestras acciones individuales deben corresponder conduaas nacionales e internacionales. Si somos sensibles a la miseria y al abandono de un hombre, de una mujer o de un niño, tendremos que serlo con mayor razón ante el hambre y la ignorancia de un pueblo o de muchos pueblos. (EGM: 19,128-130).

Lo mismo puede decirse del discurso que pronuncia al entregar indemnizaciones a los ejidatarios expropiados de sus tierras para construir la presa de Los Charcos, en Nau-calpan. Pocas líneas le bastan para pintar con vigorosa claridad el crecimiento monstruoso de los grandes centros urbanos, la atracción irresistible que ejercen en el poblador rural y los problemas casi insolubles que con todo ello se crean ( E G M : 3. 25-28).

N A D A D E extraño tendría que estas imperfecciones habladas y escritas del Presidente tuvieran algo que ver con

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otra de sus constantes sicológicas: la incapacidad de reposar, la prisa con que se mueve, la prisa con que quiere hacer las cosas y la prisa con que quiere que otros, todos, las hagan. Y esto, a su vez, está ligado a su insistencia en que él cumple cuanto ofrece y lo cumple en el día, a la hora y al minuto convenidos. Su campaña electoral causó asombro por varios motivos, pero el principal fue el salto continuo y pronto, la movilidad de azogue que lo llevó prácticamente a todos los rincones del país. Y ya en la presidencia, sus escapadas semanarias a la provincia y su prédica diaria de que ver in situ los problemas, palparlos allí donde están, es el primer paso necesario para resolverlos. Y también de aquí su desprecio infantil del hombre "solitario" que clavado ante la mesa de su gabinete de trabajo, pontifica sobre los males del país y sus remedios, cuando jamás ha visto brotar el pus de la llaga. Por fortuna, ha extendido esas reflexiones a la burocracia oficial:

Muchas veces los indispensables escritorios y teléfonos nos ocultan la realidad del país: frecuentemente nos burocratiza-mos los funcionarios más destacados de la República; frecuentemente nos aislamos de nuestros conciudadanos por obra y gracia de los muros de nuestras oficinas... (EGM: 1,127-135).

A la segunda semana de haber tomado posesión llega al pueblo de Súchil, donde lo reciben unos indígenas para agradecerle las promesas de mejorar su condición, hechas durante la campaña electoral. Reacciona de inmediato:

El programa duranguense está en marcha, y no habremos de desatender el cumplimiento de ninguna de las promesas formuladas.

Y para subrayar su credo, usa una frase que bien pudiera convertirse en el motto de toda su acción gubernamental. Dice: "Sobre la marcha, caminando, seguiremos poniendo las ideas a caballo. . ." ( E G M : 1, 260-279) . Al pasar durante su gira por Tototlán, conoce a Almendrita, una niña de once años que oye al candidato ofrecer una presa en beneficio del pueblo. En el tercer mes de su presidencia

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se le presenta en Palacio a recordarle su ofrecimiento, y en la conversación le pregunta qué querría ser de grande. Almendrita le dice que actriz de teatro. En seguida toca el timbre para encargarle a don Fausto Zapata que dé órdenes telefónicas al director del INBA a efecto de inscribirla en una escuela de arte dramático y concederle una beca para hacer sus estudios ( E G M : 3, 7 1 ) . Poco tiempo después viaja a Chiapas y tiene una "reunión de Trabajo" que dura seis horas y en que intervienen más de treinta personas, cada una de las cuales, por supuesto, hace alguna petición. Los chiapanecos no se calman con el anuncio de que en ese buen año de 1971 el gobierno federal invertirá en el estado más de 2 000 millones de pesos. Entonces, el Presidente propone una mesa redonda que estudie "a fondo" cada una de esas peticiones y pueda él dictar los acuerdos necesarios, acuerdos que "mañana mismo conocerán todos los chiapanecos" ( E G M : 3 , 1 8 1 - 1 9 4 ) . Durante una visita que le hace, el director de la Comisión Nacional de Energía Nuclear expresa su esperanza de que alguna vez el Presidente pueda visitar las instalaciones de la Comisión, y "suspendí algunas actividades para venir desde luego" ( E G M : 12 ,69-71) . Ante una comisión de ejidatarios oaxaqueños interesados en la construcción de la presa Cerro de Oro, ofrece que "esta misma semana se comenzarán los trabajos", y para que nadie dude, agrega: " . . . no habrá nada de lo aquí expuesto [en el decreto respectivo], que es una promesa, que no se cumpla" ( E G M : 31 , 115-118). El rector de la universidad de Querétaro le somete unos planos para la reedificación de las instalaciones escolares, y tras echarles un vistazo, le pregunta: "¿Cuándo se inaugura si se comienza mañana mismo? Porque esto es lo importante, no comenzarlo, sino acabarlo" ( E G M : 22, 146-147). Cuando inaugura los trabajos del V Congreso Internacional de Nefrología, un delegado extranjero expresa la esperanza de que alguna vez se monte en México un instituto de esa especialidad. Antes de hacer la declaratoria de inauguración, el Presidente dice: " . . .ya encomiendo al secretario de Salubridad que haga los planos, y aproveche este Congreso para la fundación de ese Instituto" ( E G M : 3 3 , 4 3 ) . Ante una reu-

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nión de inspeaores de las Misiones Culturales de la Secretaría de Educación, anuncia que "en un año duplicaremos el número de las Misiones, y en dos, lo triplicaremos. . . " ( E G M : 26 ,107-115) . Miembros de la Central Campesina Independiente le exponen algunos problemas durante una reunión de trabajo que "se prolonga hasta la madrugada del día siguiente", pero como aun así no se llega a definir la solución de todos, les pide que nombren una comisión que a costa del gobierno permanezca en la capital "hasta llegar a aclararlos" ( E G M : 32, 124-125).

E L S E R humano es tremendamente complicado aun si se trata de imo que, como Echeverría, parece transparente dada su patente extroversión. Por eso, a las constantes sicológicas ya indicadas, han de agregarse todavía otras más. Desde luego la noción de tener por delante un tiempo interminable. Puede verse alguna justificación, si bien remota, al hecho de que en vísperas de enviarse al Congreso la nueva Ley Federal Electoral, tenga con el secretario de Gobernación un acuerdo "que se prolongó por ocho horas y luego prosiguió de noche" ( E G M : 2 2 , 1 9 5 ) . Pero ya sorprende que a los dirigentes del Colegio Nacional de Arquitectos les ofrezca visitarlos para "escuchar toda una tarde los trabajos que ustedes quieran exponerme y las ideas que ustedes quieran desarrollar" ( E G M : 4 , 9 ) .

A esta desconsideración del tiempo se asocia de un modo natural un temperamento optimista. Poco después de haberse subido los precios del azúcar, del tabaco, la cerveza y los refrescos, que provoca un alza de numerosos otros artículos, comenta:

Vivimos, no digo una época, no digo una temporada —y quiero subrayarlo— [sino] unos días de encarecimiento de artículos de primera necesidad... (EGM: 2,63-65).

A la semana siguiente, califica de "artificial" semejante encarecimiento ( E G M : 2 ,83 -84 ) . En abril de 1971 escucha el informe del Consejo de Administración de los

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Ferrocarriles Nacionales, y comenta: '". . .si así se continúa trabajando, hemos encontrado el punto de arranque para que en el presente sexenio sean rehabilitados los ferrocarriles, considerando íntegramente el sistema" (EGM: 5, 36-37) . Pinta con gran claridad que los grandes conjuntos habitacionales resuelven "grandes problemas, pero provocan graves desajustes"; deja su solución, sin embargo, a la sociología, la antropología "y sobre todo, a una buena voluntad para la solidaridad en cualquiera de sus formas" ( E G M : 36 ,17 -20) . Tras inaugurar la carretera Transpeninsular de Baja California, se le pregunta cómo se superan las carencias, y contesta: "con imaginación pero con esfuerzo" ( E G M : 36 ,231-241) . Sólo una vez hace un vaticinio en apariencia pesimista, si bien en realidad no lo es, pues expresado al iniciar su gobierno, equivale en realidad a presentar el programa que se proponía realizar:

Sin pesimismo, con la serena y equilibrada previsión que nos dan los conocimientos esenciales y básicos de la sociología, de la economía y de la historia de México, podemos afirmar que si en este sexenio no logra el país . . . renovar sus instalaciones ferrocarrileras, incrementar sus formas de productividad, elevar la producción agropecuaria y los niveles de vida de los campesinos, descentralizar la industria..., hacer más fácil y humana la vida en las regiones áridas, incrementar la producción pesquera..., desarrollar con éxito las funciones. . . del Instituto de Comercio Exterior, dar al Servicio diplomático un nuevo sentido dinámico..., transformar el sistema educativo..., y dar empleo a los egresados en las escuelas. .., consolidar las nociones de solidaridad social de los mexicanos, organizar el funcionamiento de los puertos, repito, sin pesimismo..., podemos predecir que para el siguiente sexenio habrá graves calamidades económicas para este país. (EGM: 2 ,104) .

A E S T A S constantes del tiempo sin fin y del optimismo, deben sumarse dos más, íntimamente asociadas a ellas: la juventud y la "pasión". De la noción juvenil se ha dicho ya bastante en el capitulillo inicial de este ensayo, inclusive las curiosas equivocaciones en que suele incurrir el

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Presidente cuando baraja los datos de edad, de la suya y de sus colaboradores. Queda, pues, aclarar otros aspectos de esta constante.

Desde luego, su incansable insistencia en aducir como prueba de buen gobierno el haber designado embajadores jóvenes, entre los cuales "destaca" uno de 32 años, dos que tienen un año más y que, por lo visto, nada destacan ya, y otros que "apenas rebasan los 42" ( E G M : 4 ,38 -4 2 ) . Pasemos asimismo por alto que un periodista le pregunta si alguna vez practicó un deporte, y responde que nadaba "en la adolescencia", pero advirtiendo que la contestación resulta poco juvenil, añade: " . . .y estaba recordando que poco después" se dedicó a los aparatos, al fútbol americano, al frontenis, al golf y a la equitación ( E G M : 16 ,43-52) . En diciembre de ese año declara que tiene un grato recuerdo y un cariño especial a Ciudad Victoria porque allí, "como modesto funcionario federal y capitalino —muchacho capitalino—", pudo apreciar por la primera vez los grandes valores que encierra la provincia ( E G M : 13, 182-183). Aun cuando no puede hacerse un cálculo aritmético, eso parecería indicar que el Presidente inició su carrera burocrática a los 14 años.

Más que esta comedia de equivocaciones con los años, lo importante es que el Presidente considera a la juventud como un instrumento necesario de cambio. A los dos meses de gobierno declara en Nayarit que "esta generación en cuyo nombre hemos llegado a la presidencia, piensa que no podría hacer realidad plena los principios y los propósitos de la Revolución Mexicana si no instrumenta un renovado sentido sociológico y económico la obra del gobierno" ( E G M : 2, 245) . En la, universidad de San Luis Potosí sostiene que el universitario puede ser "un elemento esencial en la vida creativa" a condición de que "conjugue las ideas con los hechos para transformar así la realidad" ( E G M : 4, 38-42). A los dirigentes de la Confederación de Jóvenes Mexicanos les dice que sería un grave error considerar a la juventud "como una simple etapa cronológica, como un mero momento biológico"; es y debe ser un estado permanente de ánimo. . . una conciencia activa para el cambio y el me joramien to . . . "

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( E G M : 5 ,108-123) . Pero a veces se le cruzan las viejas figuras revoluciona

rias, y entonces se siente obligado a especular sobre la juventud frente a la vejez. Como ha declarado repetidamente que adora la Constitución de 17 y venera religiosamente a sus autores, al visitar el 5 de febrero de 1972 el Museo-Casa Venustiano Carranza, donde lo aguardan los constituyentes, todos ellos viejos de más de 80 años, deja de calificar a la suya de joven, para llamarla una "generación intermedia. . . que observa con el mismo cuidado las inquietudes de los jóvenes y las recomendaciones de los v i e j o s . . . " ( E G M : 15 ,301-308) . Y cuando en diciembre de 1972 lo visitan los viejos dirigentes del partido oficial, encabezados por Emilio Portes Gil, afirma que

. . . sí es posible la convivencia de las generaciones, no para que los viejos vean a los jóvenes como inmaduros, y los jóvenes a los viejos como carentes ya de un mensaje..., sino como una continuidad que le dará a nuestra Patria una vigorosa columna vertebral ( E G M : 25, 44-50).

Al examinar la constante de la "pasión", debe tenerse algún cuidado, pues parece que nuestro Presidente no está seguro de los significados reconocidos de esta palabra. En efecto, generalmente quiere decir, "lo contrario a la acción", "estado pasivo en el sujeto", o "perturbación desordenada del ánimo". Más bien parecería que debiera usar la palabra "devoción", en el sentido de "amor, veneración religiosos", o quizás mejor aún "fervor", que significa "eficacia suma con que se hace una cosa". En todo caso, el mismísimo 1° de diciembre de 1970 dice que el entusiasmo popular con que ha sido recibido "me compromete a servir a mi país con una gran pasión" ( E G M : 7, 3 9 ) . Al mandar su mensaje del año nuevo de 1971 a los dirigentes del PRI, les dice que no les desea felicidades, "sino angustia creadora" ( E G M : 2 , 2 3 ) . En ocasión de celebrarse el LV aniversario de la primera ley agraria, sostiene que para no detener su curso, la Revolución Mexicana necesita "una honda pasión creadora" ( E G M : 2, s.p.). En una visita que hace a la universidad

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de Guanajuato, le disparan varios discursos y dice que, "más que interesante, ha sido apasionante" escucharlos ( E G M : 3 ,195-215) . Inspecciona las nuevas oficinas de la Confederación Obrera Revolucionaria, felicita a sus dirigentes "principalmente por la pasión creadora" que revelan "todos los detalles" del flamante edificio ( E G M : 4, 43-47) . A los estudiantes y profesores de la escuela agrícola Antonio Narro los conmina: " . . .entreguémonos a trabajar con pasión. . . " ( E G M : 6, 95-98) . Declara a los miembros del Congreso Juvenil de Aportación Cívica-Política que le ha complacido "constatar con emoción la doarina que flota en el ambiente" ( E G M : 14, 232-237) . A los dirigentes del PRI les repite que "debe haber siempre una angustia creadora" para mejorar diariamente sus tareas ( E G M : 14, 11-24). Expuesta negativamente la misma idea, les dice al grupo de viejos militares retirados que

. . . a veces, en donde más esfuerzos se hicieron, en donde más sangre se derramó, como que !a fatiga, o el cansancio, o los intereses, hacen que se enseñoreen ciertas actitudes que no están de acuerdo con nuestro movimiento social... (EGM: 24, 115-117).

Los miembros del Consejo de Administración del Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos reciben el consejo de que "todo servicio debe ser prestado con pasión. . ." ( E G M : 27, 93-97) . Y los delegados de la Asociación Mexicana de Hoteles deben revelar "inconformidad, una rebeldía creadora todos los días" ( E G M : 28, 179-183). En una reunión de trabajo alaba "el corazón ardoroso" de los guerrerenses ( E G M : 31 ,190-201) . A los vecinos de Naucalpan les declara su interés en "la emoción política" con que deben atenderse los servicios que se ofrecen al público ( E G M : 32 ,221-224) . Y en agosto de 1973, cuando los diputados de la XLVIII legislatura se despiden de él, les dice:

. . . pero cuando cada minuto lo llenamos de pasión y de valor..., sentimos que los años han pasado veloces (EGM: 33, 126-1.36).

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Pocas dudas pueden caber de que una de las constantes más constantes del Presidente Echeverría es esta de la juventud como instrumento de cambio. Es verdad que a veces, como acaba de verse, trata de condicionarla diciendo que debe entenderse la juventud no tan sólo como tránsito cronológico o un hecho meramente biológico^ sino que a la simple edad ha de agregarse un espíritu renovador. Pero varias consideraciones y hechos numerosos debilitan esas rectificaciones ocasionales. En ellas, por ejemplo, no ha llegado a afirmar que puede haber "viejos" con un espíritu renovador acusado y comprobado, cosa susceptible de confirmarse históricamente. Tampoco ha especulado sobre la tragedia que pinta de modo tan maravilloso este refrán francés: "si los jóvenes supieran. . . si los viejos pudieran". Porque, en efecto, puede tenerse por seguro que en general al joven le falta, no ya la experiencia, hecho en que casi siempre se piensa, sino el reposo sin el cual la reflexión es imposible. Por otra parte, al negarles el Presidente todo poder, los "viejos" no han tenido ocasión de servir útilmente al país. Más grave aún es la sospecha de que el horror al "viejo" que tanto cultiva el Presidente, se origine en el santo y justificado horror, no al simplemente "viejo", sino al "político viejo" que le tocó conocer en su vida pública anterior, un hombre, este sí, detestable porque todo él está hecho de maña, de doblez, de trucos, y no de ideas y menos de ideales. Más grave aún es el hecho comprobable de que el Presidente usa el haber nombrado embajador a un mozalbete de 32 años para demostrar el acierto, digamos, de su gestión financiera, o su apego a la libertad de expresión. Tampoco ha considerado que al creársele a un joven la idea de que real, positivamente puede ser presidente de la República al día siguiente de cumplir 35 años de edad, y que le es dable llegar a secretario de estado a los 20, se le incita a organizar toda su vida para alcanzar esas metas ya asequibles, es decir, se le despierta una ambición puramente política, a la que sacrificaría la devoción al trabajo desinteresado, la reaitud de sus actos, la limpieza del pensamiento. En fin, se ha desconsiderado también que el no gastar el joven algún tiempo en

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ascender gradualmente la escala de la estimación pública, sino colocándolo de golpe en los puestos más encumbrados de ella, en realidad se le condena a una muerte prematura, o se le fuerza a pasarse con armas y bagajes ai campo de los negocios privados. En efecto, si se les hace a uno de los aspirantes actuales a la presidencia, concluirían su mandato a los 45 ó 46 años de edad. ¿Qué diablos harán en los 20 ó 25 que les quedan de vida?

Lo cierto es que ésta no es sólo una de las constantes más constantes del Presidente, sino una de las destinadas a tener más constantes efectos.

L A Ú L T I M A constante sicológica que cabe destacar es la cortesía. De los gobernantes revolucionarios quizás pueda decirse que con la sola excepción de uno, que puede calificarse de grosero, y otro de brusco, todos los demás han sido corteses. Pero todos ellos han sido secones, y ninguno ha sabido combinar la cortesía con la cordialidad, exceptuando tal vez a López Mateos. Tampoco Echeverría es cordial y su cortesía, además, es un tanto ceremoniosa. A pesar de ello, no puede ponerse en duda que su cortesía es genuina y que se empeña en ser amable con todo el mundo, y más aún con los desvalidos o los modestos.

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III . V I S T A A O J O D E P Á J A R O

C O N V I E N E R E V I V I R algunos recuerdos para situar mejor la apreciación general que se pre tende hacer aquí de algunos cambios importantes que el presidente Echeverría ha in tentado en sus tres pr imeros años de gobierno. A pesar de sus antecedentes conservadores, no dejó de sorprender que don Manue l Ávila Camacho iniciara desde el pr imer m o m e n t o de su reinado una rectificación a la obra y los procedimientos de su antecesor, el general Lázaro Cárdenas. Lo hizo sin declararlo públ icamente, y sus actos no fueron bruscos y menos teatrales; antes bien, medidos. Miguel A l e m á n , que sube a la presidencia en 1946 sin liga a lguna especial con Cárdenas, y, sobre todo, con una filosofía económica y política muy distinta, consuma claramente la rectificación.

Usando la jerga de los economistas lat inoamericanos, podría decirse que Cárdenas fue un "estructuralista" nato , es decir, un h o m b r e que creía que el verdadero progreso económico, y por consiguiente la distribución equitativa de sus frutos, no pueden conseguirse sin modificar antes la estructura o la organización socioeconómica de un país. A lemán , en cambio, personificó la creencia de que no cabe repartir una riqueza inexistente, y que, por lo tanto, lo pr imero es crearla y crearla en abundancia para que algo le toque a todos. Dicho de o t ro modo. Cárdenas se proponía empujar al país s imul táneamente hacia una mayor riqueza y hacia una sociedad más equilibrada. Alemán , a la inversa, pensaba que, creada la riqueza, vendrían por sí solos el progreso social y aun el político. Se propuso, en suma, hacer del desarrollo económico nacional la meta principal, por no decir la única, de la acción del estado, del empresario, del obrero y del campesino.

Este camino trazado por Alemán fue recorrido durante veinticuatro años por él mismo y por los tres sucesores siguientes. En un m o m e n t o dado, sin embargo , ocurrieron dos fenómenos que crearon dudas sobre si ésa era la ruta más acertada, y después, la aspiración, aun el apeti to

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de cambiarla. La primera duda brotó en el campo económico, al comenzar a publicarse estudios que, a pesar de sus deficiencias técnicas, señalaban un hecho grueso, pero que parecía incontrovertible: como ya se dijo, el ingreso nacional se repartía del modo más inequitativo imaginable, ya que el diez por ciento de las familias privilegiadas se llevaba el cincuenta por ciento de ese ingreso, mientras que el cincuenta por ciento de las "otras" familias apenas alcanzaba el catorce. N o pasó mucho tiempo sin que brotara la duda política: la estabilidad de que el país venía gozando desde 1929, y particularmente desde 1946, se había conseguido a costa de un monopolio del poder político cada vez más estrecho y cerrado.

Empero, estas dos dudas, la económica y la política, no pasaban del ensayo erudito, del artículo, de la conferencia o de la murmuración callejera; pero la rebelión estudiantil de 1968 les dio un estado público espectacular. Produjo, además, un resultado patético y visible: el aislamien to cabal en que vivió sus dos últimos años el gobierno de Díaz Ordaz.

A s í S E creó una atmósfera propicia a la creencia de que era inevitable un cambio, que un grupo deseaba y otro temía. Quizás los componentes principales del primero pertenecían a lo que vagamente pueda llamarse la "clase media ilustrada": estudiantes, profesores, intelectuales, periodistas y algunos líderes obreros desplazados de sus sindicatos. Más claramente, el grupo de los temerosos estaba formado por la iniciativa privada o los negociantes, así como la alta burocracia administrativa y política, expuesta a caer de su encumbramiento.

Según se ha dicho ya, en ese clima de apetito y de miedo al cambio surgió la candidatura presidencial de Luis Echeverría. El hecho mismo de que fuera un hombre poco conocido, y ciertamente no "calado", alentó la esperanza de los unos y el temor de los otros. Muy pronto comenzó a singularizarse el candidato: dotado de una resistencia física muy poco común, recorrió perseverantemente el país entero escuchando quejas, viendo brotar proble-

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mas a granel, palpando de continuo el atraso y la pobreza. Presumió, además, de hombre joven, y de serlo también su equipo de trabajo irunediato. Esto parecía indicar que, no teniendo viejas y macizas ligas con el pasado, vería las cosas con ojos nuevos y frescos, y que, por lo tanto, juzgaría natural la mudanza. Vino, en fin, la prédica oficial del cambio, de modo que no parecía caber ya duda de que lo habría.

Pero entonces se produjo un malentendimiento del que no ha salido todavía la Nación. Esa clase media ilustrada, ni como grupo ni ninguno de sus miembros individualmente considerado, definió qué cambios apetecía, cómo proponía lograrlos, por qué y cuándo deberían hacerse y mucho menos los frutos perdurables que se esperaban del cambio. Los temerosos simplemente se agazaparon y rogaron en silencio que no los hubiera o, en el peor de los casos, que resultaran leves. N o fueron suficientemente listos para adelantarse a proponer el que menos los afectara. Por su parte, ni el candidato, ni el Presidente recién llegado, hicieron una clara definición de lo que se proponían hacer. Reconoció, y explicó ese malentendimiento muy tardíamente, de hecho, un mes antes de iniciar su tercer año de gobierno, cuando dijo:

Se habla mucho de cambios, y es preciso para ser consecuente con una postura simplemente racional, que se diga hacia dónde. . . es preciso perfilar las metas, señalar objetivos, y esto es sólo posible con la comprensión de los hechos que nos envuelven.

T O D O E S O acarreó la consecuencia lamentable de que mientras un observador atento y equilibrado tiene que admitir que el presidente Echeverría ha introducido cambios importantes y saludables, un gran número de mexicanos desconoce la existencia de ellos, y los pocos que la admiten, los declaran puramente verbales. ¿Por qué esa negación, por qué tal escepticismo? En muy buena medida por la vida que ha llevado el mexicano desde tiempo inmemorial: sus problemas son tantos, tan grandes y tan

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arraigados, que su resolución sólo puede esperarse de un ser dotado de poderes sobrenaturales, mas no del hombre, débil, inconstante y egoísta. Esta larga y amarga experiencia ha hecho de él un creyente de los dioses y un descreído de los hombres. Pero aun si el mexicano creyera después de ver y de palpar las obras de algunos hombres, en el presente caso no puede ver porque varias de las cosas que ha intentado el presidente Echeverría se ejecutan fuera de la Capital, y sobre todo porque sus resultados no serán palpables sino después de algunos años, después, a buen seguro, de que su impulsor abandone la Silla.

T Ó M E S E C O M O ilustración de esto último lo que parece ser uno de los puntales más salientes de toda la filosofía echevérrica: el renacimiento económico, educativo, cívico y cultural de la provincia. Desde muy temprano declara: " . . . no dejamos pasar una semana antes de volver a la provincia. Es allí donde las ideas mexicanas siguen en pie, en forma permanente, alimentando lo mejor de nuestro espíritu y delineando y acendrando lo mejor de la Patria" ( E G M : 4 ,70 -72 ) . Más tarde habla de que seguirá apoyando la descentralización de la enseñanza universitaria " . . . para que la provincia mexicana siga dando su aportación ejemplar a la cultura y el progreso del país" ( E G M : 28, 317-342). Considera que en la provincia "la gente está más cerca"; en ella es "donde los problemas se ven con más claridad, donde es más fácil que las familias permanezcan unidas. . . y donde la vista de las montañas no es obstruida por altos muros de concreto" ( E G M . 31, 43-44) . Poco se necesita argüir en favor de este propósito, pues si en el panorama nacional hay algo hiriente y abominable en grado sumo, es la macrocefalia del Distrito Federal, que el dicho popular recogió desde hace mucho tiempo expresivamente al decir que fuera de México todo es Cuautitlán.

A más de saludable, haber dado con ese propósito representa méritos excepcionales. Desde luego, ningún Presidente anterior lo sostuvo o siquiera lo enunció, cosa extraña, ya que, por ejemplo, de 1910 a 1935 "los hombres

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del Norte", provincianos y por siglos segregados del "Centro", gobernaron a México. En marcado contraste, Luis Echeverría inventa y sostiene el propósito de revivir la provincia no obstante ser él un producto ciento veinticinco por ciento capitalino, por su origen, su educación, su residencia y su falta de sangre indígena.

S E D I R Á que en política no basta enunciar propósitos, pues en ella los hechos son lo único que cuenta; pero es un hecho y no un dicho, y comprobable, que Echeverría ha dedicado mucho de su tiempo y de su energía personales al logro de ese fin, a más, por supuesto, de cuantiosos recursos.

Desde luego, ha usado la idea vieja de la descentralización industrial para reanimar la economía provinciana, pero con una diferencia respecto a sus antecesores. Por extraño que parezca, en este caso no se ha limitado Echeverría a predicar la necesidad imperiosa de semejante descentralización, sino que para lograrla ha ofrecido tentadores estímulos crediticios y fiscales. Para concederlos, se dividió la República en tres zonas, según su desarrollo industrial, desde la "altamente desarrollada" hasta aquella otra en que "todavía es una mera promesa el desarrollo industrial". Entonces, el estímulo fiscal va del 10 al 100 por ciento ( E G M : 20, 109-110). Además, ha ordenado construir parques o corredores industriales en varias regiones del país. Al día siguiente de tomar posesión, el Presidente decretó crear en la Nacional Financiera un fideicomiso, con un capital inicial de 5 millones de pesos, para determinar las poblaciones donde pudieran promoverse conjuntos, parques o ciudades indu.striales ( E G M : 1, 159-162). Como respuesta un tanto tardía, al año cinco gobernadores le sometieron el plan ambiciosísimo de construir un Corredor del Desarrollo Industrial que partiera de Mazarían para terminar en Matamoros ( E G M : 10, 1.33 ). En seguida estimula la reunión del Primer Seminario Nacional Técnico Estudiantil-Empresarial, que se ocupa de la descentralización industrial ( E G M : 9 ,291-302) . Pronto se inicia la construcción de las Ciudades Indus-

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triales de Durango, Querétaro, Mérida y Veracruz, y se anuncia que para fines de 1972 habrá otras dos, y que "en breve plazo" se contaría con otras cincuenta y nueve ( E G M : 16, 13-26). El ritmo con que se empujaba este propósito debió parecerle tan vertiginoso, que en julio de ese mismo año de 1972 creyó necesario poner una nota de moderación: "sabemos —dijo entonces— que no bastan las facilidades de la urbanización industrial. . . para convencer a cualquier promotor industrial de que se han llenado todos los requisitos. . .; pero estamos haciendo un esfuerzo. . ." ( E G M : 20, 155-159).

Y ha embestido este problema del renacimiento provinciano por vías distintas, digamos la educativa. Con poca discriminación, pero con rumbosa largueza, ha dado dinero a todas las universidades de provincia; en particular, sin embargo, ha creado 34 institutos tecnológicos regionales y locales, más 254 escuelas tecnológicas agropecuarias, o sea escuelas secundarias especializadas en esa enseñanza^ número que se pensaba llevar a 720 al concluir el año de 1973 ( E G M : 32, 129-134). Pues esta es otra novedad acertada del gobierno de Echeverría: el impulso a la educación técnica como correctivo a la enseñan za profesional de nuestras universidades, y porque está convencido de que sólo industrializándose se salvará el país de la pobreza, y de allí la admisión de que México necesita desesperadamente técnicos, ahora sí que "a todos los niveles". Su entusiasmo es tan grande, que se deleita haciendo notar que apenas unos meses antes "en este sitio, sólo la tierra, las montañas y las nubes nos indicaron el lugar para comenzar la construcción del Instituto Tecnológico Regional" de Hidalgo, y que, hecha ya, y en su primera visita, se le piden ampliaciones "que se atenderán desde luego". Además era "ya tangible o potencial" que del instituto brotaran "industrias de tipo mecánico, de minería, de construcción, de electricidad, de plásticos, de café, de materiales extractivos, de productos de piel, de calzado, editorial, siderúrgica, neumática, del carbón, mueblera, jabonera, eléctrica y de telecomunicaciones" ( E G M : 21 , 192-224).

Muy cercano a este buen propósito de reanimar la vida

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provinciana se halla el de rescatar para México la larga franja fronteriza del Norte, que durante largos años ha venido nutriéndose económica y mentalmente de Estados Unidos. A los cinco meses de entrar en la presidencia, se crea la Comisión Intersecretarial para el Desarrollo Fronterizo, que se reúne periódicamente en distintas ciudades de la Frontera, con la asistencia de los seis gobernadores de los estados afectados. En la IV, de enero de 1973, el Presidente expuso con marcada oscuridad su pensamiento, pero puede presumirse que, en esencia, aseguró que una filosofía meramente "desarrollista" apenas vería en la Frontera un lugar propicio a la creación de atractivos para pescar al turista norteamericano del otro lado. Pero si se piensa en un "desarrollo integral, equilibrado y con un sentido de justicia social", entonces habría que ligar el progreso de esa zona al de todo el país. Por supuesto que este buen propósito choca desde luego con la áspera realidad de las empresas maquiladoras norteamericanas que se instalan en nuestro territorio del Norte para beneficiarse de salarios e impuestos bajos y rehuir las cargas fiscales de Estados Unidos. En efecto, como semejantes empresas ocupan a 53 000 mexicanos y derraman anualmente salarios por valor de 1 300 millones de pesos, se creyó necesario ayudarlas, sobre todo facilitando el despacho de las importaciones y exportaciones que hacen, facilidades que "van desde las mesas especiales para recepción, comprobación y pago. . . hasta el despacho en garita" ( E G M : 26;, 282-311) . Más atrevidamente, puesto que la medida se basa en supuestos sicológicos, se autorizó la libre importación a México de ochenta artículos "gancho" norteamericanos ( E G M : 13 ,21-34) . Se supone que son artículos cuya compra juzga indispensable el mexicano fronterizo; pero que si puede adquirirlos en tiendas mexicanas, dejará de comprar muchos otros que compra "de paso" en las norteamericanas. Por otra parte, no puede desconocerse que uno de los móviles para emprender esta tarea es una cierta xenofobia infantil. Esto, sin embargo, no le resta justificación al propósito de recobrar para México la economía fronteriza. Por último, aun si tuviera pleno éxito en el terreno económico, claro que

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quedaría por lograr el rescate men ta l , tarea difícil, si n o imposible, ya que el estilo de vida nor teamericano es imitado en todo el m u n d o , incluso, por supuesto, en la U n ió n Soviética y los países socialistas.

L A S C A U S A S del desconocimiento de esos esfuerzos, grandes y sostenidos, son varias, pero muy concretamente dos, señaladas ya: desplegarse fuera de la Capital y ser de frutos tardíos. Tratándose, digamos, de los institutos técnicos regionales, deberán pasar por lo menos ocho años, pues sólo entonces dos generaciones de graduados estarán trabajando en laboratorios, fábricas y talleres. Y habrá que juzgar esos frutos indulgentemente , pues no puede desconocerse que este e m p e ñ o se ha acometido con tal fogosidad, que su consecuencia necesaria ha sido un precipitarse a paso veloz para elegir el lugar donde deben levantarse los edificios y no digamos los planes de estudios y sobre todo el profesorado. Y todavía está por verse lo que disponga el sucesor de Echeverría, pues una larga experiencia indica que buena parte de la obra "constructiva" del recién llegado se endereza a destruir o sepultar en el olvido lo anterior.

Este buen propósito, sin embargo , presenta una falla que parece decisiva: ¿será posible darle a la provincia una vida económica y cultural propia si se le niega cierta autonomía política? Es verdad que del modo más espontáneo y personal Echeverría inició las reformas legales conducentes a que hubiera elecciones municipales en el Distrito de Baja California; pero no parece que en ninguno de los muchísimos ayuntamientos del país se hayan alentado elecciones más genuinas y libres, y menos todavía dotarlos de recursos económicos que aseguren su libertad. Lo cierto es que sabemos poco de los municipios salvo de los muy importantes de Monterrey y Guadalaja-ra, o de aquellos otros, tal Tijuana y Mérida, que en un m o m e n t o dado alcanzan una notoriedad circunstancial, Pero en estos casos justamente se ha visto bien la m a n o del Centro , y más aún cuando se trata de los gobernadores de los estados. Así lo demuestran los casos de N u e v o

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León y Sonora, los más recientes de Chihuahua y Michoa-cán y el muy notorio de Veracruz. N o puede ponerse en duda que la iniciativa de presentarlos como candidatos no partió de los ciudadanos y residentes de esas entidades, es decir, de la gente que nació en ellas, donde han vivido a veces por generaciones, se han educado y donde tienen familia y se ganan el pan nuestro de cada día, y cuyo porvenir, por lo tanto, está fincado en la localidad.

Sería desproporcionado cargar toda la culpa a la cuenta del presidente actual. Puede demostrarse históricamente que todos ellos se han empeñado en aumentar el poder de la autoridad central a costa de las autoridades locales. Por añadidura, no se trata tan sólo de los hombres, sino de cosas más hondas y permanentes, como son la geografía del país y su heterogeneidad social. Partido en valle-cilios por altas montañas, aisladas sus partes por el desierto, se dificulta la comunicación nacional. Esto da lugar al nacimiento y la supervivencia de la autoridad local arbitraria llamada cacique, opuesta siempre a toda acción nacional aun si es benéfica para la localidad o la persona del cacique. Entonces, el Centro trata de dominarla a cualquier precio. A ese fraccionamiento extra-legal de la autoridad contribuye la heterogeneidad de la sociedad mexicana, pues reclama un rasero cualquiera para uniformarla un tanto. De igual manera, debe admitirse que los estados mismos no parecen estar interesados en salvaguardar su independencia. La mayor parte de sus constituciones apenas exigen el requisito de nacimiento dentro de la entidad, pero no el verdaderamente efectivo de una residencia ininterrumpida, digamos, de diez años. La de San Luis es más liberal todavía, ya que pueden ser gobernadores los hijos de los nativos del estado. N o sólo eso, sino que debe recordarle que la legislatura de Sonora modificó en veinticuatro horas la Constitución local para rebajar a treinta años el requisito de edad, pues el anterior de treinta y cinco excluía al candidato elegido por el Centro. Todo esto no quita, sin embargo, que pueda y deba cargarse a la cuenta del presidente Echeverría el no haber tomado ninguna medida para iniciar la corrección de un estado de cosas a todas luces perjudicial.

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Y casi sobra decir que a nadie puede engañar el hecho de que el aparato político teatral del PRI le da una legitimidad formal a la nominación y posterior elección de los candidatos designados. Es más: como los otros partidos políticos suelen abstenerse de presentar candidatos propios, los del PRI resultan únicos, de modo que puede llegarse a decir que fatalmente tenían que ser electos.

Aparte de razonamientos como éstos, pueden recordarse ciertos hechos históricos que apuntan también a la incompatibilidad de una autonomía económica y cultural con una servidumbre política. El nombre mismo de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas indicaba claramente el propósito original de que todas y cada una de ellas conservara su propia lengua y en general su cultura, así como una acusada autonomía política, la que corresponde a toda una República. Pronto, sin embargo, el rasero central y nacional barrió con ese designio. También está Cataluña, la metrópoli económica de España, con una fuerte y asiduamente cultivada personalidad cultural, y que, sin embargo, aspira siempre a una autonomía política que ha ido desde la constitución de un estado independiente hasta un gobierno local libre.

E C H E V E R R Í A comenzó mal con una idea que, a más de acertada, significa un cambio importante. Dijo al aceptar su candidatura que bajo su presidencia la reforma agraria entraría en una segunda etapa, la de aumentar la productividad del ejido para que el ejidatario pudiera consumir los productos de la industria nacional, que se enriquecería con semejante ampliación de un mercado confinado hasta entonces a la clase media. Mal, no, desde luego, porque sea indeseable que el ejidatario prospere, ni tampoco porque no deba beneficiarse la industria mexicana con un ensanchamiento del mercado interno. El disparate consistió en presentar la suerte mejor del ejidatario como medio para alcanzar el fin de la prosperidad industrial, cuando debió haberse propuesto como un fin en sí mismo y el más levantado de todos.

De cualquier manera, después, impresionado por el cre-

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cimiento desmedido de la población y de las zonas urbanas, y por las limitaciones insalvables al cultivo de ciertas tierras, Echeverría pensó que debían buscársele al ejidatario horizontes económicos fuera de la agricultura. En un plano menor, pero no exento de significación, la Conasupo abrió unos cursos de capacitación que permitieran a los hijos jóvenes de los ejidatarios administrar las cosechas de sus mayores, y no propiamente trabajar en su producción. Para ello, se les adiestró en la recolección, la selección, el almacenamiento e incluso la distribución y venta de esas cosechas. El 2 de ocutbre de 1972, el Presidente recibe a 600 jóvenes de la Segunda Promoción de Analistas-Almacenistas preparados en doce centros de la Conasupo. Al presentárselos, Alfredo Bonfil, entonces secretario de la Confederación Nacional Campesina, expuso una buena idea que no exploró suficientemente: "nuestras propias fuerzas productivas" impulsaron más rápidamente el progreso de los sectores industrial y de servicios, dejando a la zaga al rural. De allí la necesidad de estimularlo en todas las formas posibles, y una de ellas era esa nueva preparación de los jóvenes campesinos:

Tal vez, señor, seamos exigentes, incluso intemperantes. . . Lo que haya costado... tres o cinco mil pesos, capacitar a un joven de éstos, en la primera cosecha, con que no se alteren las básculas, con que se clasifique debidamente el grano, con que se pague lo justo... se pagará íntegramente, y con creces, el gasto de la Federación.

El Presidente, satisfecho, ordenó que "se multiplicaran en forma muy considerable" esos esfuerzos ( E G M : 23, 9-24).

De mucha mayor envergadura ha sido la idea de crear grandes complejos turísticos en algunas tierras ejidales, sobre todo las expuestas al mar. En el proyecto de Ley de Reforma Agraria, enviado al Congreso el 30 de diciembre de 1970, el Presidente vio abierta la posibilidad de que "los ejidatarios no solamente se dediquen a la agricultura, sino. . . a los negocios ganaderos, industriales, comerciales, cinegéticos y turísticos". Esta misma idea habría de expresarla más tarde pintorescamente don Au-

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gusto Gómez Villanueva ante los ejidatarios de Zihua-tanejo para justificar la expropiación de sus ejidos:

El presidente Echeverría no quiere la imagen del campesino permanentemente doblegado sobre el surco, sin más horizontes que una economía de autoconsumo... quiere verlo, y lucha incansablemente por lograrlo, incorporado al desarrollo general del país ( E G M : 35,219-227).

El presidente halló en julio de 1971 que Nayarit ofrecía

. . . grandes perspectivas, porque las instalaciones turísticas, que aquí se desarrollen, que sean organizadas por los propios campesinos. .. y atendidas por sus propias familias...

Pequeños hoteles que los campesinos "instalarían en forma cooperativa, expendios de gasolina o comerciales", etc. Es más: en semejantes centros turísticos hallarían un mercado ideal para sus productos los campesinos que resolvieran seguir cultivando la tierra y aquellos que cambiaran esta actividad por la pesca. Pensaba que la primera etapa de este plan se llevaría cuatro o cinco años, si bien esto dependería también de la prontitud con que los particulares adquirieran terrenos para construir hoteles ( E G M : 8, 275 ) .

A las dos semanas don Augusto se lanzó a pintar un cuadro oscuro pero tentadoramente paradisíaco. El desarrollo de la Costa Alegre de Nayarit

. . . se sustenta en el concepto que trata de lograr la mayor diversificación de programas urbanos y arquitectónicos, con objetivos concretos e independientes entre sí.

Por esto quería decir don Augusto todo lo siguiente. Tenía previsto que en el ejido Las Varas se creara un centro "vacacional-cultural" para el Ejército, que contaría inclusive con un club de yates para los dragones y los artilleros. También se situaría allí un Centro de Estudios Ecológicos y de Preservación de las Especies Regionales Terrestres. Se construirían parques nacionales y cotos de caza. En La Peñita "se proyecta la posible ubicación"

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de núcleos vacacionales del ISSSTE y del IMSS, así como para la CTM. Esto sin contar con que el ejido La Peñita tiene playas "cuya popularidad y flujo turístico son de gran importancia". El litoral nayarita "ofrece tales condiciones variables", que se ha "sugerido el siguiente dispositivo". La región norte se destinaría a un Centro de Investigaciones Forestales dotado de viveros, de centros de reforestación y de "auxilio frutícola". Asimismo, granjas con centros cívicos y un hotel ejidal "con parque deportivo". En Rincón de Guayabitos habría que "regenerar" las instalaciones ya existentes: un motel, un campo de casas móviles y varios restaurantes. En el ejido Sayuli-ta se levantarían un hotel y cabanas, más campos de golf y de tiro, así como clubes de pesca y de vela. Y no podía faltar un grandioso Parque Histórico, Cultural y Recreativo en que estuviera representada "toda América", para mostrarle al peregrino "las raíces históricas y los valores culturales" del Continente. Habría igualmente un museo con una "zona de exposición" ( E G M : 9 ,44-46) .

Para realizar este impresionante proyecto se creó el Fideicomiso Bahía de Banderas, que a los ocho meses rindió su primer informe:

Los puntales del plan son las obras de infraestructura: censos de población, regularización de tierras y el desarrollo agro-l̂ ecuario e industrial.

El Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos dio para el primer semestre 300 mil pesos, y el Fondo Nacional de Fomento Ejidal 3 millones; pero el presupuesto anual de operaciones se había cifrado en 12 millones. Por eso, hubo que concentrar el esfuerzo en la Jarretadera, donde brotará un centro de población de unos 100 mil habitantes ( E G M : 18, 104-116). En octubre de 1972 el Primer Mandatario presidió una reunión de los ejidatarios, y en ella les aseguró que

. . .en todo aquello en que podamos colaborar para sus acti-vidade.s, nos tienen a sus órdenes, y en todo aquello en que debamos no estorbar, también estamos a sus órdenes, para que

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ellos [los ejidatarios] manejen sus cosas con los apoyos que quieran pedirnos (EGM: 23,309-315).

N o ha sido éste el caso único en que se ha proyectado crear centros turísticos en tierras ejidales. Acapulco es otro, pues las de algún ejido han alcanzado el precio de 3 000 pesos el metro cuadrado, razón por la cual se proyectan construir en ellas "campos de golf, residencias, hoteles, etc." ( E G M : 26, 253-259) . Y en Baja California los planes son también de gran magnitud ( E G M : 30, 126-132) .

Caso típico es este de un buen propósito cuyos frutos se verán, no en cuatro o cinco años, como lo espera el Presidente, sino tras quince o veinte cuando menos. Y eso si las cosas caminaran más o menos bien, puesto que, desgraciadamente, la esperanza no parece tener por ahora mayor fundamento. Primero habrá que reunir cuantiosos recursos, que de manera casi inevitable tendrá que aportar el gobierno o, más peligrosamente, el Fondo de Fomento Ejidal, que por definición debe atender a todos los ejidos y no agotarse en unos cuantos. Fondos para echar la famosa "infraestructura": vías de acceso, dotación de agua de riego y potable, drenaje, electricidad, gas, etc. Después, fuertes capitales para construir hoteles y balnearios, restaurantes, centros de recreo, etc. En esta segunda etapa nada improbable es que, a la postre, sean las empresas hoteleras multinacionales las que corran el riesgo. . . y recojan el beneficio. Además, fomentarán el turismo extranjero, que ciertamente tiene el atractivo de las divisas, pero cuya presencia se hace en general con sacrificio del viajante nacional. Pero la mayor pesadumbre proviene de estos dos motivos. Hace ya 68 años que se fundó la primera escuela agrícola para ejidatarios, y, sin embargo, contra lo que esperaba entonces y sigue esperando hoy la Revolución Mexicana, no se ha transformado al ejidatario en un empresario, es decir, en uii hombre capaz de manejar por sí mismo, sin la tutela de nadie, sus negocios agrícolas. Lo ha suplantado, en ocasiones para explotarlo, la burocracia del Departamento Agrario, de la Confederación Nacional Campesina y del Banco de Crédito Eji-

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dal. Entonces, ¿cómo va a convertirse al ejidatario en un empresario de estos negocios turísticos que jamás ha visto siquiera de lejos? La otra causa de pesadumbre es la irresponsable grandiosidad con que se han pensado y atacado estos proyectos. Por las anteriores transcripciones se habrá visto que la visión original del Presidente era más moderada y clara, si bien preocupa su insistencia en que los ejidatarios deben moverse por su propia cuenta, sin otros apoyos que los que ellos mismos pidan espontáneamente. En todo caso, como suele ocurrirle al presidente Echeverría, es claro que su cuadrilla no lo acompaña en esta faena.

U N O D E los cambios en que no se ha reparado suficientemente es el que encierra el título que sus subordinados le adjudicaron pronto al presidente Echeverría, a saber: ""Coordinador de los Esfuerzos Nacionales". Es verdad que al poco tiempo lo retorcieron transformándolo en ""Rector" de esos esfuerzos, y aun de los "destinos nacionales", pues esto supone que el Presidente está por encima de los esforzados. De todos modos, aunque novedoso el título, la función resulta vieja. Primero, porque es de la esencia misma de una sociedad un tanto compleja, como es ya la mexicana, la diversidad de intereses, de opiniones y hasta de gustos, y, por lo tanto, la necesidad de conciliarios en alguna forma para crear un mínimo de orden y aun de armonía. Y segundo, porque entre nosotros siempre han compartido el poder, en mayor o menor proporción, el gobierno y la llamada iniciativa privada, y como los propósitos del uno y de la otra suelen divergir, el gobierno siempre ha consultado a esa iniciativa antes de tomar una medida que pueda afectar seriamente los intereses de ella. Y si bien en un grado menor, igual ha ocurrido con los obreros y los campesinos.

En todo caso, conviene recordar que recientemente instalado el actual gobierno, los dirigentes de la Copar-mex se quejaron públicamente de que el propio Presidente, pero sobre todo ciertos ministros suyos, consultaban personal y privadamente con algunos de esos ditigentes, pero no con las instituciones a que pertenecían. Y para ci-

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tar un ejemplo, señalaron la iniciativa de ley de Reforma Agraria. El presidente Echeverría reaccionó viva, aun coléricamente. En cuanto al primer cargo, dijo que sería inhumano prohibirle a sus ministros tener esos u otros amigos; respecto del segundo, que si la Constitución le pidiera enviar sus iniciativas de ley a la Coparmex y no al Congreso de la Unión, los dirigentes de ésta podían estar seguros de que así lo habría hecho (EGM: 2, 108-116).

A pesar de este mal comienzo, parece fácil reconocer que ninguno de sus antecesores hizo un esfuerzo claro por institucionalizar la consulta del gobierno con los sectores privado, obrero y campesino. A las numerosas "reuniones de trabajo" que ha provocado, y que en buena medida consisten en escuchar quejas y peticiones, siempre han concurrido representantes de esos sectores; pero el esfuerzo institucionalizador culminó en la creación, primero, de la Comisión Nacional Tripartita y después de las comisiones tripartitas locales. En realidad, estos dos organismos comenzaron (bien significativamente) como una "confrontación" entre dirigentes obreros y representantes de la banca y la industria. El Palacio Nacional le sirvió de escenario en mayo de 1971. También nació bajo otro mal auspicio, a saber, las ideas confusas que la presidieron. Digamos el secretario del Trabajo, Hernández Ochoa, quien afirmó que

. . la franqueza es presupuesto indispensable y la única pers-jx;ct¡va para encontrar en las discrepancias la dinámica unidad de metas que impulse y haga más justa la colaboración creadora de los mexicanos. . .

El secretario de Hacienda anunció que se estudiaba una política de reinversión de utilidades, lo que encrespó a un líder obrero que en el acto propuso que se orientara "hacia criterios que permitan una mayor productividad social", y que la determinación de semejantes criterios no se dejara exclusivamente al sector privado, para que el estado se torne "en competidor activo aumentando los niveles de calidad para obtener mayores índices de productividad". Don Jesús Yurén sugirió la creación de un

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"servicio público de empleo", así como la compilación de estadísticas de ocupación. Don Manuel Espinosa Iglesias, presidente de la Asociación de Banqueros, tras admitir el aumento reciente de la desocupación, la "abierta" y la "disfrazada", propuso que se alentaran las actividades que "ocupan volúmenes elevados de mano de obra", como. . . ¡la turística! ( E G M : 6, 78-94) . Pero a fines de agosto de ese año, aquella "confrontación" pasajera se transforma en la Comisión Nacional Tripartita, con un ambicioso programa de trabajo que atacarían simultáneamente seis comisiones: de inversiones "para" la mano de obra; productividad y descentralización industrial; desempleo y capacitación de los recursos humanos; maquiladoras y exportación; vivienda popular y contaminación ambiental. Las "consideraciones" en que se fundó esa división del trabajo, o más bien el propósito de los estudios que debía emprender cada comisión, reflejaron una variedad notable de talentos y de conocimientos de sus respectivos miembros. Mientras siguieron siendo oscuros los de la primera comisión, resultaron claros y definidos los relativos a la descentralización industrial. Y el comentario del Presidente disfrutó también de esa desigualdad, pues mientras en términos sencillos y justos apoyó una política de "puertas abiertas" que mediante un intercambio de ideas condujera a un mínimo de entendimiento entre los intereses en conflicto, habló de la necesidad de "estructurar una política económica orgánica" ( E G M : 9, 69-131) .

El primer fruto de la Comisión Nacional Tripartita se dio el 22 de diciembre de 1971, cuando le presenta al Presidente un proyecto de reforma de la fracción XII del artículo 123 de la Constitución. Pretendía precisar la forma de cumplir la obligación que desde 1917 caía sobre los empresarios de proporcionar habitaciones a sus respectivos trabajadores. Harían una aportación en efctivo a un Fondo Nacional de la Vivienda, que administrarían representantes del ejecutivo federal, de los obreros y de los empresarios ( E G M : 13, 159-171). El Presidente anunció el 29 de marzo que el proyecto de reforma estaba listo, y aprovechó la ocasión de elogiar calurosamente a los obreros y empresarios que "durante tres meses, durante

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muchos días y muchísimas horas de trabajo", habían logrado un acuerdo sobre la idea y la forma de realizarla ( E G M : 16,58-65) . El 1- de mayo de 1972 preside la asamblea constitutiva del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores, o Infonavitra, como se llamó primitivamente ( E G M : 18 ,9 -16) .

El segundo fruto mayor fueron las reformas a la Ley del Seguro Social, que en su origen propusieron los obreros, circunstancia ésta que hacía más necesario todavía conseguir el acuerdo de los patrones. Así lo dio a conocer el Presidente en una declaración que a pesar de su tonillo demagógico, pinta la enorme importancia que le atribuye a este procedimiento de institucionalizar la consulta de los intereses encontrados de esos dos sectores:

Si el Ejecutivo tiene la facultad constitucional de iniciar leyes ante el Congreso, es el pueblo mismo, los intereses encontrados que tratan de armonizarse para una común superación, los que están proporcionando la esencia, la sustancia, la materia misma de este nuevo sistema de acción política ( E G M : 1, 152-157) .

El tercer fruto fue el acuerdo de gobierno, empresarios y obreros para subir el precio de la luz y la energía eléctricas, así como los del petróleo y sus derivados. El 2 de marzo de 1973 el Presidente instaló la Comisión Nacional de Energéticos, a cuyos trabajos quiso dar un carácter de señalada urgencia:

Cuando contemplamos y sufrimos problem.as como los que una Comisión como ésta afronta, ratificamos lo profundamente regresivo, involutivo, que es la pérdida de tiempo en los sitios donde se debe estudiar o trabajar, como atentado contra los intereses de México ( E G M : 28. 14-20) .

En fin, el 12 de marzo de 1973 encomienda a la Comisión Nacional Tripartita el estudio de la necesidad y la conveniencia de implantar como normal general la jornada de 40 horas semanarias. Aprovechó esta ocasión para reiterar el carácter que tenía su papel de coordinador y armonizador de los intereses opuestos:

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. . .es la expresión institucional de un régimen que funda su conducta en la coordinación de los esfuerzos nacionales (EGM: 28,61-75).

Aparentemente en un momento dado los empresarios consideraron ventajosa la idea de esta Comisión Nacional, pues de ellos partió la de que en cada estado de la República se crearan comisiones tripartitas locales ( E G M : 31, 17-27). De hecho, mucho antes los empresarios interesados en el turismo propusieron crear una comisión bipartita que se ocupara de armonizar los intereses suyos y los del estado (EGM: 8 ,93-94) .

No todos los resultados han sido hasta ahora felices, como suele ocurrir con empresas nuevas en que están involucrados intereses considerables. Se ha dicho ya que los gobiernos revolucionarios han consultado en una u otra forma a los negociantes en lo personal, o más formalmente a sus asociaciones. Tal vez podría irse más lejos y afirmar que con mayor frecuencia han sido consultados ellos que los obreros, porque el gobierno parte del supuesto de que éstos son más "comprensivos". De cualquier manera, esas consultas fueron hechas esporádicamente y en privado, de modo que el público no sabía nunca si de verdad se habían hecho y qué resultados produjeron. Por supuesto que se ignoraban las posiciones iniciales del gobierno mismo, de los empresarios y de los obreros, y menos las concesiones que cada uno hiciera para facilitar el acuerdo final. El otro grave defecto del viejo sistema era que las consultas se hacían separadamente, de modo que resultaba más que posible que el empresario sospechara que el gobierno exageraba las exigencias obreras para obligarlo a ceder; el obrero, por su parte, bien podía abrigar un temor semejante. Un defecto grave adicional consistía en que el obrero y el empresario no se veían las caras sino cuando el conflicto, digamos una huelga, había estallado ya, pero no antes, cuando todavía podía evitarse. Todas esas limitaciones desaparecían con la institucionalización de la consulta, que se hacía no sólo abierta, sino públicamente. El gobierno mismo se beneficiaba de modo considerable. Por una parte, evitaba en buena medida la eterna

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especulación de si se inclinaba más de un lado que del otro, calificándosele automáticamente de reaccionario en el primer caso y de izquierdista en el segundo. Por otra parte, las comisiones tripartitas han dado ocasión a que los empresarios y los obreros se desfoguen, manteniéndose así la caldera política a baja presión.

No puede discutirse, pues, la excelencia de esta idea; pero tiene sus fallas, unas en su concepción y otras en la aplicación práctica que hasta ahora ha tenido. Casi sobra decir que siendo la agricultura y la ganadería actividades económicas de primera importancia, resulta extraño que no figuren en las Comisiones representantes de los campesinos y de los ganaderos y agricultores privados. Asimismo extraña la falta de representantes del consumidor, ya que en ellas sólo figuran los de la producción. Admitiendo que en México los consumidores no han sabido organizarse, no puede dejarse de reconocer la incongruencia de ün obrero que como produaor aprueba el precio mayor de los energéticos para resentirlo y maldecirlo como consumidor. En la práctica, no parece que el acuerdo conseguido en los casos reseñados antes haya sido sincero o de fondo. El gobierno acusa a los empresarios (EGM: 11 , 129-134; 20, 106) , de haber faltado a su compromiso de no recargar el precio de los bienes y servicios que producen como consecuencia de esas medidas, y por su parte, los empresarios siguen considerándolas como cargas excesivas e injustificadas. Más todavía: es de temerse que entre ellos sea general la impopularidad del Presidente, así como la desconfianza que se le tiene, y que una y otra se hayan traducido ya en hechos reales como la salida de capitales al extranjero, el retraimiento de las inversiones y la exigencia de que se coticen en dólares los convenios de compras, ventas o préstamos de alguna importancia. Además, por supuesto, en un alza de precios más allá de lo que justificarían los nuevos costos.

N o HA sido el propósito de las líneas anteriores señalar siquiera los cambios más importantes intentados o conseguidos por el presidente Echeverría, y mucho menos, so-

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bra decirlo, presentarlos como si formaran una lista completa de ellos. Aun así, no puede dejarse de recordar su obra legislativa, cuya apreciación, por desgracia, no han intentado sus adeptos y menos aún los juristas y los conocedores de las materias a las que se refiere cada una de las leyes. N o obstante, hasta el profano puede percibir c]ue es considerable, tanto por su cuantía como por la variedad de asuntos que tocan, pues van de todo un Código Sanitario de 508 artículos ( E G M : 27, 219-327) , hasta un decreto que reorganiza la Comisión Nacional de Fruticultura, pasando por una ley que reforma el sistema penitenciario (EGM: 1,165) y otra para el fomento de la pesca (EGM: 13, 5 4 ) . Varias de esas leyes son de señalada importancia, sea por el asunto que tocan, sea por su novedad. Entre las primeras, cabe destacar la Ley de Reforma Agraria, la Ley General de Población, la General de Educación, la Federal Electoral, y entre las segundas, la ley destinada a combatir la contaminación ambiental y su extenso reglamento (EGM: 10, 282-298), la ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Extranjera, así como otra relativa a la transferencia de tecnología extranjera (EGM: 25, 109-112).

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IV. LA R E F O R M A P O L Í T I C A

E L P R E S I D E N T E Echeverría dijo en su discurso inaugural que se disponía a "renovar, en profundidad, cuanto detenga el advenimiento de una sociedad más democrática". Para ello, pedía que se "mejoren nuestros procesos electorales; que se fortalezcan los partidos y la actividad ideológica; que la conciencia cívica esté más alerta y siempre verazmente informada; que los ciudadanos sean más exigentes con los Poderes. . .". Por de contado que terminaba con lo que más tarde sería uno de sus estribillos favoritos: cambiar "de raíz algunas estructuras mentales que heredamos de siglos". ( R P : 6 ) . Menos de un año después cumplió parte de esa promesa enviando al Congreso un proyecto de reformas constitucionales cuya aprobación traería consigo enmiendas a la ley electoral vigente.

Las reformas propuestas eran éstas: subir a 250 000, o fracción mayor de 125 000, el número de habitantes de cada distrito electoral; rebajar a 21 y 30 años la edad para ser, respectivamente, diputado y senador; disminuir de 2.5 a 1.5 el tanto por ciento de la votación nacional que da derecho a los cinco primeros diputados de partido; y elevar de 20 a 25 el número máximo de diputados que puede alcanzar un partido político minoritario.

La Exposición de Motivos que precedía a las reformas constitucionales es, en términos generales, un buen documento. Presenta con claridad los fundamentos de esas reformas, y esto a pesar de advertirse cierta vena demagógica que sobrepone a las buenas razones otras discutibles, con lo cual apenas se consigue debilitar el argumento principal. Los dos motivos convincentes para fundar la elevación a 250 000 habitantes de cada distrito electoral son el antecedente de que de 1928 a 1960 se aumentó ese número de 60 000 a 200 000, en consonancia, por supuesto, con el crecimiento de la población. Luego, que, según el último censo, la Cámara podría aproximarse a tener con el viejo criterio unos 300 diputados, y con el nuevo, en el peor de los casos, menos de 200. Su funcionamien-

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to sería bien difícil en el primer supuesto, y en el otro, tolerablemente bueno. Pero ya es discutible que para el día de hoy pueda asegurarse que "la información que llega a todas las latitudes del territorio nacional" hace "innecesario el crecimiento desmesurado de diputados". Asimismo, que "con la modernización del país los estratos sociales están mejor organizados y sus intereses más racionalmente definidos, lo que hace posible que un individuo actúe genuina y eficientemente en nombre de núcleos de ciudadanos cada vez más amplios".

Si se advierte esa venilla demagógica cuando se baraja el dato numérico firme de los habitantes que determinan un distrito electoral, con mayor desenfado brota al tratar de apreciar a qué edad un ciudadano puede conllevar la responsabilidad de ser diputado o senador. La Exposición de Motivos habla de que "un análisis de las condiciones de existencia de la juventud contemporánea. . . permite concluir que a los 21 años los ciudadanos han adquirido ya la experiencia en el manejo de intereses que trascienden los de la vida familiar". Surge la primera duda porque no se dice cuándo, cómo ni quién hizo semejante "análisis"; la segunda, al tomarse como criterio una supuesta experiencia en el manejo de "intereses" extra-familiares. Pero asalta el temor a la arbitrariedad pura cuando más tarde se afirma que "a juicio del Ejecutivo", es decir, de la persona del presidente de la República, o de su secretario de Gobernación, "las cualidades que requiere el cargo de senador se alcanzan plenamente a los treinta años". El buen argumento se da al final de la Exposición, a saber, que México es un país de población joven, puesto que el 72 por ciento de ella (no el 70, como dice la Iniciativa) es menor de 30 años, y llega al 26 la comprendida entre 18 y 30 años. Y se le escapó a la Exposición otro buen argumento: habiéndose ya aprobado que la calidad de ciudadano se adquiere a los 18 años, resultaba demasiado largo el plazo de 7 que mediaba entre esa edad y la de 25, a la que se podía ser diputado, y clatamente excesivo el de 17 años para llegar a senador.

La reforma constitucional de más fondo consiste en que un partido minoritario puede acreditar de golpe 5

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diputados con sólo obtener el 1.5 por ciento de la votación general, y un diputado más, hasta el máximo de 25, por cada medio de uno por ciento adicional de esa votación. El argumento que da la Exposición es que las tres elecciones sucesivas habidas desde la creación de los diputados de partido, demuestran que resultaba difícil alcanzar el 2.5 por ciento, no obstante que los partidos minoritarios "representan grupos que aglutinan corrientes arraigadas en la sociedad o ideologías consistentes". No es muy feliz esta frase: la palabra grupo puede significar una reunión transitoria u ocasional. Luego, ¿de qué "corrientes" se trata, de ideas, de sentimientos, de intereses? En fin, lo de "ideología" y "consistente" difícilmente puede aplicarse con algún rigor a cualquiera de los tres partidos minoritarios existentes (para no hablar del propio P R I ) , y de verdad mueve a risa cuando se piensa en el PARM. Lo que en realidad demuestran los hechos, o esa "experiencia" de las tres elecciones sucesivas, es que el PAN, sin duda el partido minoritario más "consistente", ha llegado al 13 por ciento sin dificultad mayor, pero sí las han tenido el PPS y el PARM, partidos que colindan con lo ficticio. Por añadidura, no parece ser un verdadero estímulo al robustecimiento de los partidos minoritarios facilitarles con exceso su mera supervivencia, fin este el verdadero que persigue la correspondiente reforma constitucional. Puede llegarse hasta el extremo de aceptar que por la simple razón de haber existido ya por largo tiempo, el PPS y el FARM no debieran desaparecer de la noche a la mañana; pero habría que estimularlos de verdad con la perspectiva de su desaparición si no logran progresar un mínimo, digamos en esta forma: haberles exigido que en las elecciones de 1973 obtuvieran no menos de 1.5 por ciento, el 2 en las de 1976 y el 2.5 para 1979- Agregar seis más de prueba a los años que ya tienen justificaría la cancelación de su registro, pues quedaría demostrado de manera indudable que no representan capas sociales importantes, para dejar a un lado lo de una "ideología consistente".

En todo caso, se siente uno forzado a admitir que el político mexicano tiene un instinto finísimo para idear

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el mejor modo de "dar atole con el dedo". En efecto, la seguridad de obtener los 5 primeros diputados y la esperanza de llegar a 20 más, bastan sicológica y políticamente para mantener en aaividad a los tres partidos minoritarios existentes. Por otra parte, se aleja la posibilidad de llegar a contar con sólo dos, el oficial y un opositor fuerte, situación que pondría en aprietos al PRI, no tanto desde el punto de vista electoral como ideológicamente, pues ese partido opositor fuerte, que representaría la "derecha", obligaría al PRI a situarse en su flanco izquierdo, cosa sumamente comprometedora.

S E SABE bien que el presidente Echeverría ha propiciado la idea de que sus colaboradores se expongan a la mirada pública, y en particular compareciendo ante el Congreso de la Unión, o más bien ante alguna de sus dos Cámaras. Pero no se sabe si con deliberada intención, o tan sólo por ignorancia de la historia constimcional del país, se le ha querido dar a ese propósito el aire de una concesión graciosa del Presidente, reveladora de su espíritu democrático, y no como el ejercicio de un derecho que la Constitución le da al Congreso para citar a los secretarios de estado. Así fue: en ocasión de examinar las reformas, el presidente de la cámara de diputados se creyó obligado a expresar públicamente el "reconocimiento" de esa Cámara al presidente de la República por haber "autorizado" al secretario de Gobernación a informar sobre ellas.

El actual artículo 93 de la Constitución ejemplifica bonitamente la transacción que puso fin a una vieja y amarga disputa entre el poder Legislativo y el Ejecutivo. Se sabe que los constituyentes de 1856, obsedidos por el fenómeno recurrente de un Presidente que se transforma en tirano, rebajaron sus facultades para dárselas a un Legislativo que no tenía siquiera el contrapeso del Senado, ya que esos constituyentes decidieron depositarlo en una cámara única de diputados. Esos propósitos llegaron hasta el extremo de crear la idea de que la Constitución de 57 había establecido un sistema parlamentario de gobierno,

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en que el presidente de la República era un mero jefe de estado, y su gabinete el verdadero órgano de gobierno, y por eso sujeto a la aprobación o la censura de una mayoría de la Cámara. Era abusiva esa idea; pero es un hecho que durante la República Restaurada siempre esmvo de cuerpo presente en el recinto de la Cámara un miembro del gabinete, obligado en todo momento a contestar cualquier interpelación que le hiciera un diputado. El ptesi-dente Juárez y su secretario de Gobernación Sebastián Lerdo de Tejada, considerando incluso humillante ese hábito, propusieron una reforma constitucional según la cual los informes del Ejecutivo se dieran única y exclusivamente por escrito, y eso cuando una mayoría de la Cámara aprobara pedirlos.

El artículo 9.3 de la Constitución vigente ha sido, pues, una bonita transacción, porque mantiene el derecho del Congreso a recibir informes verbales del Ejecutivo, pero limitándolo a que sean citados sólo los secretarios de es tado, y única y exclusivamente cuando "se discuta una ley o se estudie un negocio" que caiga dentro de la competencia del secretatio citado. El Congreso, entonces, tiene ese derecho, y su ejercicio no está sujeto a la aprobación del Presidente, y ni siquiera a su conocimiento.

Un nuevo error, pequeño pero no carente de significación, fue que en lugar de reunirse el Congreso para escuchar las explicaciones del secretario de Gobernación, lo citó la cámara de diputados el 25 de noviembre y la de senadores el 20 de diciembre. Esto sin contar con que la Exposición de Motivos, según se dijo ya, es un buen documento explicativo. Por eso, sin duda, don Mario Moya Palencia se propuso, más que repetir o ampliar las razones presentadas ya en la Exposición, ornar ésta con una especie de marco filosófico. Y por esa misma razón las preguntas de algunos diputados y las respuestas del secretario fueron lo único de cierto interés. Uno del PRI, cosa curiosa, señaló el hecho, no por conocido menos perturbador, de que los partidos minoritarios (y también el PRI) "muestran clara tendencia a reducir su acción o circunscribirse a zonas o regiones determinadas" del país. Preguntaba si podría esperarse que las reformas constitu-

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cionaies propuestas corregirían semejante simación. Don Mario Moya Palencia vio en ella el simple problema de "extender su campo geográfico"', meta que esperaba se alcanzara con las reformas y la nueva ley electoral; pero el asunto es mucho más complicado, por supuesto. Una parte importante de él radica en que los partidos minoritarios carecen de los recursos económicos, y los consiguientes humanos, del PRI, hecho que plantearía el grave problema de que las elecciones se financian con dineros públicos repartidos equitativamente entre los partidos contendientes. Pero también hay aquí un problema de "clases". Se sabe que la mayor fuerza del PAN está en los grandes centros urbanos, cuyos habitantes pertenecen en buena pro(K)rción a la clase media. Por otro lado, en esos mismos centros viven grandes aglomeraciones de obreros, todos ellos afiliados al PRI, y a los que no logra atraer el PPS, un partido "socialista". En las regiones donde resulta abrumadora la población rural, al contrario, el predom i n i o del PRI es aplastante. Eso se debe al hecho ya señalado de que los partidos minoritarios carecen de la fuerza económica y humana para hacerse presentes en cada parte del territorio nacional, y al bien conocido de que los agentes del PRI, digamos los comisarios ejidales, recogen muy puntualmente las boletas de los campesinos y bajo su vigilancia ocular los llevan a depositarlas en las urnas.

La exposici(')n inicial de don Mario en el Senado no ofreció mayor novedad, pues en muy buena medida tuvo que repetir conceptos y datos ya presentados en la Exposición de Motivos y en sus declaracionens ante la cámara de diputados. Además, siendo todos priístas, las preguntas de los senadores buscaban sobre todo darle al secretario de Gobernación una oportunidad de lucirse. Uno, por ejemplo, preguntó si las reformas constitucionales y las eventuales a la Ley Electoral "prevén circunstancias futuras, o solamente se concretan a resolver necesidades del presente". Aun así, algunas de esas preguntas no dejaron de revelar el pensamiento político del nuevo gobierno, digamos cuando don Mario Moya Palencia declara abierta c insistentemente que deben verse con sim-

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patía las enmiendas a las constituciones de los estados que abran un sitio en las legislaturas locales a los diputados de partido.

LAS C O M I S I O N E S unidas de la cámara de diputados a las que se turnó, encontraron que la iniciativa presidencial era un "histórico paso hacia la consecución de ambiciosas metas de progreso político"; por consiguiente, recomendaban la aprobación de las reformas. El dictamen está firmado por pocos pero encumbrados personajes priístas, que, por lo visto, monopolizan las más importantes comisiones; pero también por representantes de los tres partidos minoritarios, ( R P : 57-64). Las del Senado, a su vez, propusieron la aprobación tal cual de la iniciativa, que dio la unanimidad de 54 senadores. En fin, todas las legislaturas locales otorgaron su conformidad, de modo que las reformas constitucionales fueron aprobadas rápidamente y con todas las de la ley. Entonces, el Presidente sometió al Congreso toda un nueva ley electoral, comenzando por su nombre mismo, pues ahora sería Ley Federal Electoral, y no, como antes. Ley Electoral Federal.

La exposición de motivos, breve y poco trabajada, se encamina a exaltar la importancia de los partidos políticos, pues "las manifestaciones sin órganos son impotentes". Se destaca la enmienda de rebajar de 75 000 a 65 000 el número mínimo de adherentes de un partido para ser registrado como "nacional"; pero se le dan dos fundamentos en realidad contradictorios. De un lado, como estímulo a la creación de nuevos partidos, y del otro, que "estando ya organizadas las tendencias ideológicas más conspicuas, no es de preverse la proliferación de partidos", o sea el nacimiento de otros distintos de los actuales. La Ley misma es larga (204 artículos), tremendamente elaborada y acusa un espíritu intervencionista insaciable, que no quiere dejar sin ocupar un resquicio siquiera. Piénsese, por ejemplo, en una disjxjsición de la antigua y de la nueva Ley, que obliga a los partidos a sacar una publicación periódica con una periodicidad mínima de un mes. Se entiende el "espíritu" de semejante

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disposición: los partidos deben llevar una vida cotidiana y no quedar muertos y sepultados para resucitar en vísperas de las elecciones; pero ese laudable propósito podía cumplirse disponiendo que presentaran con cierta frecuencia a la opinión pública sus opiniones sobre los grandes problemas nacionales. Así, un par de folletos al año, en que se analizaran a fondo, digamos, la política fiscal del gobierno, o los medios para hacer libres de verdad a los municipios, podrían cumplir mejor ese propósito.

De cualquier modo, sólo la experiencia irá demostrando semejantes excesos, que quizás puedan corregirse alguna vez; pero desde ahora pueden señalarse dos progresos indudables, ambos favorables a los partidos no oficiales, si bien en un grado distinto. El acceso al radio y la televisión, más la franquicia postal y telegráfica, ciertamente les dan mejores posibilidades de comunicación, sea con la masa ciudadana, sea con sus propios dirigentes. Sin embargo, por lo que toca al radio y la televisión, no cabe engañarse mucho. El gobierno puede favorecer a su partido todo el tiempo porque tiene transmisiones propias de radio y televisión, mientras que a los partidos minoritarios sólo les cabe hacerlas en época de elecciones, y por tiempo muy limitado. Y eso sin contar con que el peso del gobierno inclinaría en cualquier momento al radio y la televisión comerciales a ponerse de su lado. La otra reforma, ésta sí plenamente favorable, es haberle dado a esos partidos, además de la voz que ya tenían, voto, en los comités locales, distritales y aun en las casillas electorales, pues esto les permitirá, no sólo una mayor vigilancia de las distintas fases del proceso electoral, sino participar en las decisiones.

Don Mario apareció en la Cámara de diputados el 15 de noviembre de 1972, y como la Exposición de Motivos, según se dijo ya, era breve, se dio vuelo esta vez. Dijo que la ley propuesta era hija de la "inconformidad creadora"; que "una polvareda de opiniones aisladas es incapaz de tomar iniciativas", razón por la cual los partidos políticos resultaban necesarios, además de que con ellos es posible asegurar "una auténtica representación sociológica". Fueron numerosas las preguntas

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que le hicieron los diputados, aunque en general de escaso interés. Desde luego, resultaron inoportunas las de un pepesiano, que teafirmó la creencia de su partido de que el sistema de representación proporcional es el único justo. Otro, del PAN esta vez, preguntó por qué no se creaban también los senadores de partido. Don Mario Moya Palencia pudo haberse limitado a señalar que ambas ideas requerían una reforma constitucional, y que en ese momento se discutía una simple ley secundaria, como la electoral. Pero no: dio corteses y largas respuestas. Un diputado del PRI le planteó el problema del abstencionismo, sugiriendo que "el gobierno y los partidos tomaran algunas medidas para que nuestros ciudadanos se politicen". En esto don Mario no caló muy hondo, pues se limitó a señalar que ése era un mal imi-versal, y que, después de todo, el índice de la abstención electoral en México podía compararse favorablemente con los de países de una democracia más madura. En seguida, poniéndose belicoso, declaró que "el partido del abstencionismo" era "el enemigo a vencer", sin indicar qué proyectiles podrían dispararse para aniquilarlo. Se le escapó sugerir siquiera si no habría en México algunas circunstancias propias que explicaran al menos parcialmente este fenómeno, digamos la imperfecta integración de nuestra sociedad. Por eso, tal vez, concluyó con un arranque lírico: desear que "la democracia cualitativa sea cada vez más amplia en este México que deseamos pleno par? nuestros hijos".

Las comisiones dictaminadoras propusieron algunos cambios, pero de mera forma o de poca sustancia. Por eso fue aprobado en lo general por unanimidad de 17^ votos; pero los diputados de Acción Nacional reservaron 60 artículos para la discusión en lo particular, y ocho el PPS. En algunos casos fueron desechadas las enmiendas propuestas por el PAN mediante una simple votación económica, y en los casos en que llegaron a votarse, la aplanadora priista funcionó de modo impresionante: de 145 votos contra 16, en uno; en otro, 145 contra 17; 139 contra 14; 149 contra 9; y en el más favorable, el PAN fue derrotado por 140 contra 23 votos. En el Sena-

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do las cosas caminaron sobre ruedas; un dictamen favorable, dos senadores para apoyarlo y una aprobación unánime de 54 votos.

LAS R E F O R M A S constitucionales y la nueva Ley Federal Electoral pronto pasaron por su primera prueba con las elecciones de diputados federales de julio de 1973; de hecho, el Ejecutivo las promovió oportunamente con ese propósito. Una primera prueba no es ni puede ser la prueba final tratándose de dos instrumentos jurídicos destinados a durar un buen tiempo. Y, sin embargo, cabe aventurar ciertas opiniones sobre esto que los amigos del Presidente llamaron "La Reforma Política del Presidente Echeverría" o, con más entusiasmo, la ""Revolución Política del Presidente Echeverría".

Hasta donde se sabe, Rafael Segovia es el único politó-logo que ha hecho un verdadero estudio donde analiza las elecciones de 1973, comparándolas, además, con las tres anteriores. (Ver Foro Internacional XIV: 3, pp. 305-321) . Varias observaciones de interés contiene ese estudio; pero aquí sólo conviene destacar unas cuantas. Para Segovia, las elecciones del Distrito Federal son una "'prueba innegable del éxito de las campañas electorales y de la presencia del radio y la televisión", puesto que acudió a las urnas un número señaladamente mayor de ciudadanos que en las anteriores elecciones. Después, "la voluntad reformadora del Ejecutivo Federal parece haber logrado un éxito innegable de reforzar a los partidos menores". Esto, porque el PPS alcanza el 3.61 por ciento del voto nacional, y el PARM, 1.82. Es más; en cifras absolutas el PPS recoge 328 300 votos más que en la elección de 1970, y el PARM 163 000, o sea, en cl primer caso un 173 por ciento más, y en el segundo, 145. Segovia contrasta estos avances de los partidos menores con la pérdida del PRI de 683 500 votos con relación a los obtenidos en 1970, y en algunos estados, Sinaloa, Coahuila, Sonora y Nuevo León, sus pérdidas relativas son todavía más marcadas. Aunque menos espectacularmente, el P A N también progresa, puesto que pasa del 13.83 por ciento

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de la votación nacional en 1970, al 14.60 tres años después.

Las observaciones de Segovia se basan en estadísticas que maneja con visible fruición. Son, pues, legítimas y perfectamente defendibles. Sin embargo, aun aquí sigue funcionando el cristal con que se mira. Desde luego, cabe observar que puede considerarse como un éxito, ahora sí "innegable", que se empadronara el 93 por ciento de los ciudadanos que teóricamente existían en el año de las elecciones; pero justo en razón de ese éxito, impresiona más el que apenas el 66 por ciento de los empadronados llegaran a votar, si bien haciendo a un lado los votos anulados y los emitidos en favor de candidatos no registrados, se llega a un escaso 60 por ciento de votos emitidos y computados, o sea un "abstencionismo" real del 40 por ciento. Hay que agregar estos otros dos. En más de la mitad de las entidades de la República el tanto por ciento de abstencionistas es superior al promedio nacional, indicio de la generalidad del fenómeno. Luego, lo más impresionante es que de un lado quedan, digamos, Nayarit, donde sólo el 27 por ciento de los empadronados vota, o Sonora apenas el 34, y del otro lado el Territorio de Quintana Roo, con un 94 por ciento de ciudadanos que acuden a las urnas.

De los datos oficiales parecen desprenderse estas dos impresiones poco alentadoras. La primera, que cualquier conclusión que se pretenda sacar de ellos resulta incierta. Puede suponerse, por ejemplo, que el hecho de que en el Distrito Federal el 71 por ciento de los empadronados vota se debe a que es la capital política de la República; a que en ella tienen su asiento los poderes federales y todos los partidos políticos; a que aquí existe una opinión pública más despierta y mejor informada; etc. i'cro en igual situación se encuentran Campeche y Yucatán, le sigue muy de cerca Guerrero y lo supera con gran margen Quintana Roo, con ese 94 por ciento de votantes. Y tampoco se halla una explicación satisfactoria a que en Nayarit y Sonora el 73 y el 66 por ciento de los empadronados deje de votar. Y no menos misterioso resulta que con tan alto por ciento de votantes. Quintana Roo sea

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la entidad donde hubo el mayor por ciento de votos anulados, y que le sigue Yucatán, donde vota el 83 por ciento de los empadronados.

La segunda conclusión que puede derivarse de las cifras oficiales, es el presentimiento de que, aun ignorando sus verdaderas causas, el abstencionismo no sólo es un fenómeno general, sino deliberadamente provocado, cosa que debía preocupar mucho al gobierno y a los partidos políticos. Así es: contrasta de manera impresionante que habiendo tenido la campaña en favor del empadronamiento un éxito rotundo, como que sólo se le escapó un 9 por ciento de ciudadanos, la campaña tan intensa y pertinaz en contra del abstencionismo no haya alcanzado siquiera la sexta parte del éxito, puesto que apenas logra el 60 por ciento de votantes.

Se ha dicho que el éxito escaso ha sido provocado de manera deliberada. El ciudadano más avisado se ha dado cuenta no sólo de la utilidad, sino de la necesidad de contar con su credencial de elector. Le sirve de identificación para cualquier gestión menor, a semejanza, digamos, de la licencia de manejar automóviles; pero es que, además, incluso en instituciones financieras privadas, ha comenzado a exigirse para concluir operaciones de crédito. Hasta allí, sin embargo, se detiene su interés, de modo que se empadrona a sabiendas de que no irá a votar. Y esto a pesar de la verdadera campaña que el gobierno y los partidos hicieron para combatir el abstencionismo: recuérdese que desde el inicio de la suya, el candidato Echeverría declaró que prefería un voto en contra a una abstención; que don Mario indicó que el ""enemigo a vencer" era el abstencionismo y que el bueno de don Emilio O. Rabasa pidió calificarlo de '"delito civil". En fin, recuérdese, como se ha dicho ya, que la campaña contra el abstencionismo hecha en la prensa, el radio y la tele visión, fue constante, a pesar de lo cual los logros resultaron bien limitados. Entonces, esto parece indicar que los motivos de orden general son más fuertes de lo que se ha creído, y, además, que tiene causas locales que nadie ha estudiado hasta ahora.

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E L PRI, sin duda, ha perdido terreno, no sólo a manos de su rival más antiguo y formal, sino a manos del PPS, lo cual parece indicar que los votos de protesta o de inconformidad provienen no sólo de la derecha, sino ahora también de la izquierda. A pesar de ello, su peso sigue siendo abrumador. Pesca el 70 por ciento de todos los votos emitidos en 1973, lo cual quiere decir que todavía puede darse el lujo de dejar la tajada del 30 restante para sus tres pobres rivales. N o sólo eso, sino que, contrariando el parecer más común de los politólogos, su predominio es, puede decirse, general, ya que en 23 entidades el tanto por ciento de los votos que capta es superior al promedio nacional, como que va del 97 por ciento en Campeche hasta un 71 en Sinaloa y Chihuahua. Más todavía: en buen número de distritos electorales su tanto por ciento es increíblemente alto: en el II de Aguascalientes, 94; en el IV de Coahuila, 96; en el III y IV de Chiapas, 99; en el VI de Guerrero, 97; en el V de Oaxaca, 96; etc., etc. Es verdad que al llegar a los grandes centros urbanos esos por cientos bajan mucho: en el Distrito Fedetal apenas alcanza el promedio de 44, baja hasta 36 en los I y XI distritos eleaorales, y a sólo 25 en los I y II del estado de Puebla.

Esos datos tienen dos sentidos distintos: según el electoral, el PRI sigue siendo el "Invencible", como se le ha llamado siempre; pero tienen también un sentido político, que no lo favorece. Así es: dentro de los centros urbanos, sobre todo en los grandes, claro está, viven predominantemente la clase media y el obrero industrial. Buena parte de la primera está constituida por la burocracia oficial y por los profesionistas "revolucionarios", es decir, los que formalmente pertenecen a la Confederación Nacional de Organismos Populares, y en consecuencia al PRI. Esa burocracia y semejantes profesionistas, más los obreros industriales, son votantes cautivos del PRI. Pero aparte de que algunos de ellos se divorcian de su partido a la hora de votar, existe otra clase media, la "libre", la no comprometida, formada por la

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burocracia y el profesionista privados, y los estudiantes, profesores, periodistas, "intelectuales", etc. Pues bien, éste es sin disputa el ciudadano más consciente, más sensitivo, o sea el que vota usando la cabeza. Y ése es el que vota contra el PRI, bien favoreciendo a los "partidos menores" o candidatos no registrados, bien llenando las boletas con injurias y majaderías. Al PRI, en suma, debiera preocuparle seriamente este deterioro de su prestigio y de su efectividad, tanto la política como, con el tiempo, la electoral. Semejante situación crítica del PRI queda confirmada por un hecho en que no se ha reparado. La fuerza mayor del PAN proviene de los grandes centros urbanos, y desde ese punto de vista, sigue siendo cierto que su alcance horizontal es muy limitado. Sin embargo, en seis entidades de la República el tanto por ciento de votos que alcanza en cada uno de ellos es superior al promedio nacional: en el Distrito Federal casi llega a la tercera parte, y en Jalisco, Puebla y el estado de México es superior a la quinta. En el caso del PPS, este fenómeno se repite en siete entidades, y en cinco para el PARM. Es decir, los partidos opositores cubren hoy más territorio nacional que antes.

S E G Ú N SE dijo ya, Rafael Segovia califica de "innegable" el éxito alcanzado por el Presidente en su propósito de fortalecer a los partidos menores, es decir, el PPS y el PARM. En efecto, el primero obtuvo el 3.6 por ciento de la votación nacional, hecho que le dio 9 diputados de partido, hazaña pocas veces imaginada por sus adherentes. El mismísimo PARM alcanzó el 1.82, o sea 5 diputados de partido, más uno —¡quién lo creyera!^— de mayoría. Al examinar el alcance de las reformas constitucionales propuestas por cl Presidente, me permití decir que más que proponerse robustecer a los partidos menores, simplemente pretendían asegurar su supervivencia. Y esto con el ánimo de evitar que México cayera en el biparti-dismo, o sea un enfrentamicnto del PAN con el PRI. Empero, no es fácil desentrañar, o siquiera adivinar, qué razones pudieron justificar ese temor. A más de que el

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sentido común alegaría que tiene que ser más sana una oposición única y fuerte que tres o cinco separadas y débiles, está la larga experiencia norteamericana, que abonaría las ventajas de dos partidos únicos. Algún sospe-chosista ha propuesto la explicación de que al enfrentarse a solas, el PAN, partido de derecha, obligaría al PRI a hacerse de izquierda, cosa esta última que se juzga sumamente indeseable. A la inversa, ese fuerte contraste se diluye hasta desaparecer si entre los dos rivales más fuertes viven o vegetan un partido que no es popular ni socialista, y otro que no reclama más distinción ideológica que la avanzada edad de sus dirigentes.

El hecho es, sin embargo, que de haberse conservado el requisito del 2.5 por ciento, el PARM habría desaparecido. En cambio, rebajado a 1.5, todo un batallón de 6 diputados parmistas pueden entrar en la Cámara a tambor batiente y con la frente muy en alto. El PPS rebasó el viejo 2.5, pero con el nuevo de 1.5 logra 9 diputados en lugar de los 7 que hubiera tenido. Esto quiere decir que los tres partidos independientes tienen hoy estos re-peresentantes de más: 5, el PAN, 2 el PPS y el PARM 5, o sea un coro mayor que expresará mejor o más ruidosamente los pareceres no oficiales. También es un hecho que mientras el P A N no pudo presentar candidatos en 22 distritos electorales y el PARM en 48, el PPS cubrió los 162 que hubo. En este punto, el PPS jugó mejor sus cartas, pues no le arredró sacar sólo 23 votos en el II Distrito de Campeche, 49 en el IV de Chiapas o más atrevidamente 140 en el IV de Coahuila, con tal de ir acumulando un voto aquí y otro allí hasta llegar al 3.61 por ciento de la votación nacional. Pero también alcanzó votaciones espectaculares, como los 42 mil votos en el estado de Baja California, 163 mil en el mismísimo Distrito Federal o los 62 mil en Veracruz. El PARM, por supuesto, batió todos los records imaginables: logra 1 voto único en los distritos I de Quintana Roo y IV de Oaxaca, y 2 en el V de San Luis Potosí. Pero en el I de Tamau-lipas logra el 53 por ciento de los votos, acribillando a los candidatos de los otros tres partidos, incluido, por supuesto, el del PRI. Y no deja de obtener 65 mil en el

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Distrito Federal y 21 mil en el Estado de México. Al mismo tiempo debe convenirse en que estos datos revelan, por una parte, que el fortalecimiento de los partidos menores es muy relativo, pues en muchos distritos electorales recogen votaciones que pueden calificarse de ridiculas; y por otra, que varios de sus éxitos dependen de situaciones locales que se desconocen.

En todo caso, el verdadero problema es averiguar si estos pogresos pueden y deben atribuirse a las reformas constitucionales y a la nueva Ley Federal Eleaoral, o más bien a circunstancias de orden general y transitorio, así como a esas situaciones políticas locales, que bien pueden resultar pasajeras. En cuanto a esas "condiciones de orden general", conviene destacar algunas. Pocas dudas pueden caber de que los partidos independientes confiaron más en las autoridades oficiales superiores que intervienen en el llamado proceso electoral, sobre todo la Comisión Federal Electoral. Recuérdese el estupor que causó don Mario con su malísimo desempeño como presidente de esa Comisión en las elecciones de 1970. Lejos de obrar como moderador, azuzó a todos los miembros de ella para que cayeran como verdadera jauría atacando grosera e innecesariamente al delegado del PAN, quien para salvar el pellejo creyó necesario abandonar la Comisión. Esto, inevitablemente, le robó su carácter esencial de constituirse con todos y cada uno de los partidos. A la inversa, al clausurar sus reuniones en las elecciones de 1973, don Mario fue objeto de una ovación unánime y calurosa. Nadie, pues, puede garantizar que el día de mañana el secretario de Gobernación resulte descomedido, o, al contrario, comprensivo. Hay otra circunstancia de orden general perfectamente atribuible a las iniciativas presidenciales, pero también de carácter transitorio porque el entusiasmo, sobre todo en los menesteres políticos, se agota pronto. Bien seguro es que los partidos independientes juzgaron ventajosas las reformas constitucionales y la nueva Ley Electoral. Aprobaron las primeras sin discrepancia, y aun cuando el PAN y un poco el PPS pusieron buen número de reparos a la Ley Electoral, todos fueron sobre su modín operandi, pero no

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en cuanto a sus principios, digamos la forma de constituir la Comisión Federal Eleaoral. En ella tienen los elementos oficiales: secretario de Gobernación, un diputado, un senador y un representante del PRI, 4 votos contra 3 de los partidos independientes. Ese secretario la preside como representante del Poder Ejecutivo, cosa explicable, pues a éste le corresponde ejecutar los mandamientos legales; pero carece de toda justificación que haya un diputado y un senador, a quienes se hace representantes del Legislativo, un poder que por definición está encargado de legislar, pero no de ejecutar. Y no digamos la incongruencia de que resueltos a poner representantes de estos dos poderes, se excluya al Judicial, obligado por la Constitución a investigar los fraudes electorales.

En fin, cabe señalar como un estímulo a todos los partidos el que se les haya concedido el voto en los comités locales, distritales y aun en las casillas.

Es DE esperarse que al siguiente Primer Mandatario no se le ocurra introducir nuevos cambios en la Constitución y en las leyes eleaorales, como ocurrió ya con los dos anteriores. En principio, la Constitución no debe tocarse, excepto cuando sea comprobadamente necesario, y jamás para ver qué sale. La Ley Electoral es un ordenamiento muy importante, al cual, además, deben ajustarse penosamente los partidos políticos y los ciudadanos todos. Por último, sólo el tiempo y la experiencia pueden medir en definitiva la bondad de esta "Reforma Política del Presidente Echeverría". La prueba suprema, me parece, es la formación de un nuevo partido independiente con propósitos progresistas bien definidos. Desde este punto de vista, difícilmente puede reprimirse un cierto escepticismo, en parte fundado en los relatos que ha hecho don Heberto Castillo de sus aventuras en varios lugares de la República, pero sobre todo en la conjetura de que sólo un desgajamiento del PRI daría lugar al nacimiento de ese nuevo y más apetecible partido. Pero si el mismo gobierno y lo que quedara del PRI actual, lo consideraran heterodoxo y aun rebelde, lo combatirán hasta anularlo.

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V. C O N EL R O S T R O H A C I A A F U E R A

S u s A M I G O S y admiradores dan como prueba de una temprana vocación internacionalista el que nuestro Presidente se graduara como licenciado en derecho con una tesis sobre El sistema de equilibrio de poder y la Sociedad de Naciones. Abona esa idea el recuerdo de que temas de esa naturaleza jamás se trataban en ninguno de los muchos cursos que entonces ofrecía la Facultad de Derecho, ni siquiera en el de derecho internacional público. Su elección, pues, tuvo que ser, en efecto, personal y deliberada. La tesis lleva como subtítulo explicativo el de "Ensayo Jurídico-Político"; pero en realidad debía haberse completado con un "histórico", pues cuando se escribió en 1 9 4 4 la Sociedad de Naciones estaba bien muerta. Roose-velt y Churchill anuncian al mundo en agosto de 1941 el nuevo orden internacional mediante la declaración que se llamó la Carta del Atlántico, y un mes después se adhirieron a ella los quince países que combatían al Eje. Es más: en septiembre de 1944 se celebró la Conferencia de Dumbarton Oaks, de la que salió la Organización de las Naciones Unidas.

Es un hecho, además, que el Presidente le ha atribuido una importancia de primerísimo orden a su actividad internacional. Un corresponsal extranjero le pide el 26 de noviembre de 1973 hacer un balance de sus tres primeros años de gobierno, y si bien coloca al frente el desarrollo económico logrado sin sacrificar las libertades cívicas y la justicia social, el calor en el concepto y en las palabras lo reservó para aquella actividad:

En política internacional, esta administración ha tenido. . . la más importante de sus transformaciones en la historia de México... ha sido una de las más grandes experiencias mexicanas la de esta reforma trascendental en nuestra política exterior... Esto cuenta entre las realizaciones más amplias de estos tres años por las múltiples repercusiones que ha tenido.

No especifica qué repercusiones son ésas, pero se trata sin

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duda de las que concede a sus viajes, ya que en seguida añade que, "rompiendo viejas ortodoxias de una mera con • vivencia interamericana, ustedes [los corresponsales extranjeros] han podido presenciar la multiplicación de vínculos que hemos logrado" (EGM: 16, 136-156).

Se avanzaría algo si se logra afinar un tanto la última afirmación. Desde don Miguel Alemán, los cuatro presidentes que gobernaron al país durante casi un cuarto de siglo se movieron por el extranjero, y don Adolfo López Mateos fue a Europa y aun a la India, es decir, bastante más allá "de una mera convivencia interamericana". Por añadidura, se supone que es necesario trabajar esta convivencia porque México no podría subsistir si prescinde cabalmente de Estados Unidos y de una América Larina que se considera el primer bastión defensor de nuestros intereses. Don Gustavo Díaz Ordaz, el menos movido de esos cuatro presidentes, se limitó a la América Central y Panamá, pero con plena justificación, ya que a esta zona se le ha atribuido siempre la prioridad número dos de nuestta política exterior; además, porque sus antecesores no la visitaron. Como los viajes del presidente actual serán examinados después, por ahora conviene explorar otros senderos para medir hasta qué punto puede admitirse que su política exterior ha representado de verdad "la más importante transformación en la historia de México".

Desde luego, atrae la mirada que esta diplomacia en la cumbre no fuera un objetivo prioritario de su gestión gubernamental, sino que la determinaran circunstancias al parecer formitas. Recién llegado al poder, el 12 de diciembre de 1970, para ser exactos, declara que no piensa salir al extranjero durante los dos o tres primeros años de su gestión, porque se proponía "viajar intensamente, pero dentro del país" ( E G M : 1, 262) . El 22 de septiembre de 1971 se le pregunta si piensa visitar la América Central, y contesta que para él "lo esencial es profundizar más en los problemas nacionales, y echar a andar instituciones que hemos creado" ( E G M : 10, 353) . Pero diez días después se desplaza a Nueva York para asistir a la Asamblea de las Naciones Unidas ( E G M : 11, 185-199), y tres me-

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ses más tarde anuncia su viaje a Japón ( E G M : 14, 56-6 1 ) . Menos de tres semanas después de haber regresado de esta última incursión, el 31 de marzo de 1972, se le pregunta si irá a Santiago de Chile para asistir a la reunión de la UNCTAD, y expresa dudas porque en sólo diez días comenzará; pero a las cuarenta y ocho horas solicita la autorización del Congreso para hacerlo ( E G M : 16 ,219-224) . Un día antes de emprender su viaje a Canadá, Europa, etc., se le pregunta si piensa hacer otros, y con visible firmeza contesta: "¡No, ya no! ¡A la provincia mexicana!" ( E G M : 28, 202-212) . En más de una ocasión se le interroga si piensa visitar, digamos, Cuba o China, y responde que "simplemente no puedo pensar en ellos porque no me han invitado". Y llega a calificar de "insólito" es decir, de imprevisto, el viaje que está por emprender a Canadá, Europa, la URSS y China ( E G M : 2 7 , 6 8 - 7 0 ) .

Es verdad que el Presidente no parece haberse propuesto nunca dar una idea, digamos general o abstraaa, de cómo concibe él la política entre las naciones; pero no ha dejado de incursionar ocasionalmente en este terreno. El 10 de mayo de 1972, por ejemplo, se despiden de él los diputados y senadores que asistirán a la XII Reunión Interparlamentaria México-Estados Unidos, y del modo más espontáneo les dice que si a él le pidieran algunos lincamientos para resolver "cualquier problema internacional con acierto", aconsejaría inspirarse en la política interna del país, en su historia y en la Constitución. Casi resulta ocioso subrayar la sabiduría de este consejo, sobre todo porque nuestros diplomáticos profesionales no han sido adiestrados, ni les interesa, entender nuestra política interna, ni tampoco ha sido su fuerte la historia nacional. Lo malo es que el Presidente, tras ese consejo, se refugia en que la "doctrina" de Juárez es una "norma de validez universal" (EGM: 18 ,71-76) . Es dudoso que se refiriera a la única "doctrina" internacional que Juárez expuso cuando justifica por qué México había resuelto romper sus relaciones no sólo con los tres países que participaron activamente en la Intervención, sino con todos aquellos que por reconocer al Imperio habían desconocido a la Re-

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pública. Entonces debe suponerse que esa "doctrina" sea el bien conocido apotegma de que "entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz", que en realidad ayuda muy poco a entender, y menos todavía a resolver los conflictos internacionales. Cosa curiosa, pues parece contener una buena dosis de contradicción, que hable con manifiesto desprecio de ser "muy siglo x i x " [el siglo de Juárez] la concepción de unas relaciones internacionales que se desenvuelven "en el ámbito de la cultura y de los propósitos llenos de altos ideales", cuando deben crecer "en el terreno racional de la economía". Es más, con semejante desprecio habla después de que "la mera doctrina" no puede "conducirnos por caminos sólidos". Sin embargo, cayendo en una nueva contradicción, ahora asegura que no podrá haber "una lucha sólida por el mejoramiento económico" si no se comptenden y valoran la cultura y la historia de los pueblos débiles (EGM: 24, 38-43).

E L P R E S I D E N T E ha incursionado, pero con mayor sistema y reflexión, no ya por el terreno de una concepción general o abstracta de la política exterior, sino por la visión del mundo actual en que debe operar la nuestra. El 23 de febrero de 1973 comparece ante el Congreso de la Unión para explicar los motivos de su viaje a Canadá, Gran Bretaña, Bélgica, Francia, la Unión Soviética y China. Dice bien claramente que "el mundo se encuentra en una etapa decisiva de su evolución y todos los signos anuncian el final de una etapa histórica y el principio de otra'. Causa este cambio "el tránsito del bipolarismo al policentrismo", o sea de un mundo gobernado por Estados Unidos y la Unión Soviética a otro en que los centros del poder sean múltiples: la Europa Occidental, China, el Mundo Árabe, etc. De allí la justificación de su viaje: "México no quiere ser espectador inerte de la historia" ( E G M : 27, 100-109), es decir, debe participar en el alumbramiento de ese mundo nuevo y mejor.

Esta idea del término de una era histórica y el nacimiento de una nueva fue repetida una y otra vez a lo lar-

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go del viaje. En su respuesta a la reina Isabel, dice: "la liquidación de los vestigios de la guerra fría, el surgimiento de otros centros de poder, la integración de grandes bloques económicos y la presencia activa de todos los pueblos en el escenario internacional, señalan el fin de una etapa de la historia" ( E G M : 29, 23-26). Al contestar el discurso de bienvenida del presidente Pompidou, vuelve a decir que "una etapa histórica llega a su fin" ( E G M : 29, 115-119). En la Academia de Ciencias Morales y Políticas declara que "la humanidad conoce, por primera vez, un periodo de paz que puede ser definitivo", ya que "la vida internacional no será regida de un modo exclusivo por los países poderosos" (EGM: 29 ,154-167) . Su entusiasmo por esta idea no se achica al llegar a Moscú, no obstante que allí iba a mentar la cuerda en la casa del ahorcado, pues le dice a Podgorny que "la creciente democratización del poder internacional anuncia una nueva era' ( E G M : 29, 191-199). Pero, como era de esperarse, el comunicado conjunto ruso-mexicano atemperó ese calor: con bastante frialdad habla de que "las partes comprobaron que en el mundo últimamente se han operado algunos cambios que contribuyen al mejoramiento de la atmósfera internacional" ( E G M : 29 ,236-239) .

No parecen caber muchas dudas sobre que la guerra del Medio Oriente y el boicot petrolero árabe han arruinado la visión de un mundo distinto y mejor porque el poder está más repartido. La guerra Israel-Egipto-Siria demuestra que la humanidad no conoce todavía "una paz que puede ser definitiva". Y el embargo petrolero revela que ni China, ni Japón ni la Europa Occidental cuentan como centros de poder en las grandes crisis internacionales, y que ese poder sigue monopolizado por Estados Unidos y la Unión Soviética. Es más: podría llegarse hasta conjeturar que si alguna era histórica nueva se inicia ahora, es la del monocentrismo soviético.

T A L VEZ no el concepto, pero sí la aplicación práctica de una política exterior supone el ejercicio de la diplomacia. Ésta, que a veces ha sido llamada "ciencia", se de-

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fine de muchos modos, pero en esencia significa el arte, o la maña, de ganar la aprobación y aun el apoyo a las opiniones de uno llevando al interlocutot, o adversario, hasta hacerlo creer que otorga su aprobación o su apoyo a sus propias opiniones o intereses. Lo menos que supone la diplomacia es el tacto necesario para no herir al contrario, evitando de ese modo que crezca su resistencia o su desconfianza, y se haga así imposible el entendimiento. Pues bien, es incuestionable que el presidente Echeverría renunció desde el primer momento a ejercer, o rratar de ejercer este oficio. En vísperas de su viaje "Tricontinen-tal" tiene una entrevista con los corresponsales extranjeros, y en ella, no tanto con franqueza como con pasión, les dice:

Si se siguen repitiendo fenómenos de expansionismo o intervenciones como la de Checoeslovaquia, se pondrá en peligro la paz del mundo. ¡Que se hagan serias rectificaciones! ¡Ojalá lo publique esto el "Times" de Londres y el "Pravda" de Moscú, para que sepan con claridad lo que estamos pensando! (EGM: 28, 136-167)

Un diplomático diría que esa alusión a Checoslovaquia no fue muy diplomática porque se hizo en vísperas de ser huésped de la Unión Soviética, porque puede ofender a los propios checos al restregarles una vez más su impotencia para sacudirse el yugo soviético, y porque el gobierno mexicano, en el momento oportuno y nada menos que en un informe presidencial, es decir, el documento oficial de máxima autoridad, condenó en términos inequívocos la invasión de Checoslovaquia. Pero el Presidente no vaciló en explicar su franqueza añadiendo entre interjecciones esta frase: "¡No vamos a hacer caravanas de tipo diplomático!" De hecho, apenas si dudó por un instante de si hablaba "quizás con excesiva franqueza"; pero convencido de la necesidad inaplazable de "dar cara a los problemas", acabó por creer que de allí nació "el nuevo estilo. . . en la política de la vida internacional", un estilo, además, que "tendrá efecto sobre el mundo entero" ( E G M : 19, 241) . Y explica a los dirigentes del Congreso del Trabajo a propósito de la esperada solución del pro-

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blema de la salinidad del río Colorado, que "no es ya en nuestra época la diplomacia mero juego de artificios que pueden reducirse a canalizarse con procedimientos huecos, sino la atención directa de los problemas básicos del país" (EGM: 19, 135-139).

Ciertos rasgos curiosos del carácter, aun del temperamento de nuestro Presidente limitan de otro modo su diplomacia: pronto para presentar y defender sus opiniones, es tardo para advertir el alcance, aun el sentido de las preguntas que se le hacen, y de allí que sólo por excepción salga bien librado de sus entrevistas de prensa, como ocurrió cuando recibió a unos periodistas japoneses el 29 de febrero de 1972: sus respuestas fueron entonces sencillas, cordiales y certeras (EGM: 15,260-278) . Pero en otra ocasión, reacciona prontamente al sentir que se le quiere poner en un aprieto preguntándole por qué México acaba de reconocer a Bangladesh a pesar de haber ganado su independencia mediante la intervención militar de la India, y se negaba a entablar relaciones con la España franquista, que venció a la República gracias a la intervención militar de Alemania e Italia. Entonces contesta:

En aquellos trágicos años, de 1936 a 1939, la misma intervención que acabó con la República española quiso acabar con el régimen republicano mexicano.

Difícilmente podría aducirse una razón, por conjetural que fuera, que funde el propósito de Alemania e Italia de plantar aquí un monarca extranjero. Es más: para sostener su in promptu todavía agregó con visible enfado: "Y si esto no se entiende, no se entiende la vida nacional" ( E G M : 31 ,32-39) .

Pero todavía ilustra mejor la visible prontitud para expresar y defender las opiniones propias y la tardanza para advertir el alcance, aun el significado de las preguntas que se le hacen como la entrevista con los corresponsales extranjeros del 23 de marzo de 1973. Indica bien lo primero que a una pregunta que cabe en tres renglones, dé una respuesta de ciento cincuenta y seis. Y lo segundo queda bien ilustrado por otras dos preguntas. La primera:

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¿Hasta dónde desea, o hasta dónde desearía llevar las relaciones de México con el Comecón, con el Bloque Económico Socialista?

Y contesta: "realmente, por nuestra parte, quisiéramos que fuera en la forma más amplia y más intensa posible". Y para justificar ese deseo habla de que México es un "gran comprador del Mercado Común Europeo", y que todos los países del Mercado Común Europeo han alcanzado un notorio progreso tecnológico, razón de más para que nuestro país desee estas relaciones amplias e intensas. Es decir: el Presidente, tras ignorar que hace ya veititinue-ve arlos Rusia y sus satélites de la Europa Oriental ímás la República Popular de Mongolia) se asociaron para comerciar libremente entre sí, no recogió la sentencia explicativa de "el Bloque Económico Socialista". N o para allí la cosa, pues otro corresponsal le hizo esta otra pregunta:

Es indudable que últimamente México se ha proyectado como uno de los países más dinámicos del Tercer Mundo, en gran parte debido a vuestra personalidad... ¿es posible que ahora México aceptara una candidatura para ocupar uno de los puestos del Consejo de Seguridad?

El Presidente contestó así:

. . .hace ya tiempo que no oigo hablar de una invitación tal para México, ni creo que México tuviera el peso suficiente, dentro de la constelación de grandes países, a cuyo grupo no pertenece, como para ocupar tan honroso cargo y ser señalado con esa distinción.

Se sabe bien que ciertamente las grandes potencias (la Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y China) tienen un sitio permanente en el Consejo de Seguridad; pero la Asamblea General elige diez miembros más para un periodo de dos años. Y al amparo de esta norma han sido electos (no "invitados") potencias militares, económicas y políticas tan formidables como Panamá, Bolivia y Paraguay. N o se trata de "invitación", ni de "honroso cargo" o de "distinción" alguna. Pero es

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que, además, el corresponsal que hizo esa pregunta, añadió la siguiente nota explicativa:

Esta candidatura la ha declinado una y otra vez México desde que ocupó uno de esos puestos en el primer año de vida de la ONU. (EGM: 28,136-137)

De haber pescado prontamente el significado de este último párrafo de la pregunta, habría caído en la cuenta de que no podía ser fruto del capricho o del azar de una "invitación" el que México se negara a figurar como candidato durante veinticinco años continuos. La razón, sencilla y justificada, que todos nuestros gobernantes anteriores han entendido, es que los países menores adquieren sin quererlo en el Consejo de Seguridad compromisos políticos y morales ajenos a sus intereses, pero muy propios del designio de las grandes potencias.

S E C A L I F I C Ó oficialmente de "acto sin precedente" el que nuestro Primer Mandatario entregara el 5 de marzo de 1971 sus "nombramientos" a veintitrés nuevos embajadores. Lo que aquí importa, sin embargo, es el comentario del propio Presidente:

Hemos intercambiado ideas con los nuevos embajadores, hemos charlado con todos ellos, de modo ágil y elástico..., respecto a distintos aspectos culturales, económicos y turísticos.

También interesa destacar que a ese acto asistieron, no sólo los secretarios de Relaciones y Educación, sino el de Comunicaciones y. . . ¡el Director General de Fruticultura! (EGM: 4, 18-20). El comentario presidencial y esa pequeña pero extraña mescolanza de asistentes parecen indicar que el Presidente no tomaba todavía un partido decidido sobre que a esos nuevos embajadores ?e les confiara una misión no diplomática especial. Al mismo tiempo, ha de considerarse que una de las grandes y justas preocupaciones del Presidente fue el escaso crecimiento "hacia afuera" de la economía nacional. De allí que una de sus

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primerísimas medidas fuera crear un instituto especialmente encargado de fomentar nuestras exportaciones. Entonces, es de presumirse que no dejaba de pensar que los agentes diplomáticos mexicanos debían prestar una atención especial a ese problema. Pero, como suele ocurrir en nuestro medio, el secretario de Relaciones se apresuró a pescar estos sentimientos presidenciales un tanto indefinidos para hacer con ellos una "tesis", que pronto llegó al extremo de la caricatura. En efecto, el 27 de agosto de ese mismo año el secretario pontificó:

En todas estas actividades de la Cancillería se elevó la preocupación del Presidente de poner especial énfasis en el aspecto económico y de las relaciones comerciales con todos los países, así como que de que se busque que los embajadores nuestros sean verdaderos agentes promotores del acelerado desarrollo económico que está teniendo el país. (EGM: 9,154-157).

Déjense a un lado la gramática y esa sutil diferencia entre el "aspecto económico" y "las relaciones ccmerciales", para fijarse en el disparate imposible de convertir a los embajadores en "verdaderos agentes promotores" del progreso económico nacional. La única interpretación imaginable es que se les encargaría vender los productos exportables del país, y quizás dotarlos de bicicletas, para que su pregón por las calle fuera tan acelerado como ese desarrollo económico. Parece ocioso el intento de explicar que jamás ha sido ni es ésa la misión de un embajador, y por la sencilla pero contundente razón de que representa a u n jefe de estado que no es sólo comerciante aun-si de inntii propio declara serlo. Esas tareas se confían a consejeros o agregados comerciales especiales, que, por otra parte, el Instituto Mexicano de Comercio Exterior ha elegido, preparado y enviado al extranjero. Aun así, don Emilio O. Rabasa concluyó diciendo;

El aspecto de los embajadores fue motivo de un estudio especial de parte del presidente Echeverría... fy por eso] se envió a un conjunto de jóvenes economistas u hombres de negocios y de la iniciativa privada para este sesgo importante dentro de las relaciones exteriores de México. {Ihid.)

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Pero el Presidente acabó por convencerse de la sabiduría de estas medidas, ya que el 7 de febrero de 1972 dijo a los periodistas:

El año pasado se cambió parte del cuerpo diplomático en un afán de renovación. Entraron unos embajadores jóvenes que están haciendo un brillante papel en muchos países con excelente preparación diplomática y económica. (EGM: 15, 7 0 )

Si uno desecha que la "excelente preparación diplomática y económica" se aplica, no como gramaticalmente debiera pensarse, a los "muchos países", sino a los "embajadores jóvenes", habría que convenir en que éste ha sido un nuevo e innecesario estorbo a la actividad internacional del Presidente.

D E TODOS los viajes presidenciales, ninguno ofrece ma-3'or interés que el de Chile. Desde luego porque ha sido hasta ahora el único retribuido, y por el trágico fin del mandatario visitado. Asimismo, porque ese viaje y la visita de Allende a México, tuvieron un marcado tinte político, que los otros apenas alcanzaron muy diluido al mezclarlos con propósitos y gestiones comerciales, turísticas, tecnológicas, culturales, etc. Por eso conviene consagrarle una atención mayor.

Se creyó que su fin principal, aun único, era asistir a las sesiones de la UNCTAD, que tenían lugar en Santiago. De hecho, se sigue creyendo eso hasta el día de hoy porque allí expuso el Presidente por primera vez la necesidad de una Carta que fijara los derechos y los deberes económicos de los estados miembros de las Naciones Unidas, asunto este del que se sigue hablando todavía. En realidad, desde la autorización que pidió al Congreso señaló fines más amplios: "afianzar los nexos de cooperación y de fraternidad" con los países de la América Latina; "mantener con actos concretos de gobierno" la política exterior de México; y más específicamente, llevar "a la República de Chile un testimonio de afecto y de solida-

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ridad del pueblo y del gobierno de México" (EGM: 17, 9-10). Al desembarcar en Santiago, en el aeropuerto mismo, declaró "sin reticencias" que "aquí se está gestando un aspecto de la liberación de Latinoamérica" (EGM: 17, 151) . Tal vez esa buena disposición de nuestro Presidente llevó a Allende a recordarle en el banquete oficial que le ofreció que México había sido el único país con la necesaria altivez para "negarse a bloquear y condenar la revolución cubana", así como que Echeverría, entonces joven estudiante de diecinueve años, había visitado Chile por la primera vez cuando lo gobernaba el Frente Popular, y que regresaba ahora, cuando

.. .los trabajadores, en una fase superior de su combate, llevan a cabo una profunda obra revolucionaria para transformar las estructuras del sistema capitalista y abrir el camino al socialismo.

Entonces Echeverría contestó:

He venido a Chile... para confirmar nuestra compartida fe en una democracia puesta al servicio de la libertad y de la justicia social... Precisamos también encontrar una ruta segura para la plena autonomía económica, tecnológica y cultural. Habremos de lograrla mediante una acción firme y perspicaz, que no renuncie jamás a la defensa de nuestros derechos, pero que nos proteja de nuestra propia impaciencia, y no nos exponga a retrocesos que podrían ser definitivos. . . La experiencia nos ha enseñado que en todo pr<x:eso de transformación es menester sumar voluntades, unir esfuerzos, buscar el común denominador de las metas nacionales, y lograr un consenso ciudadano sobre aquellos objetivos que interesen al pueblo. (EGM: 17,151-160)

Para valorar mejor los pronunciamientos de los dos presidentes, debe advertirse que los del nuestro en este viaje son muy buenos, y notariamente superiores a los numerosos dichos en otros, y que éste del presidente chileno es bueno también, y moderado, excepto el párrafo antes transcrito. Echeverría, echando por delante su fe en una democracia que proteja la libertad y la justicia social, quiso advertir a sus anfitriones que no debía llevarse un mo-

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vimiento transformador a un ritmo y con una profundidad que provocara un retroceso que bien podía resultar definitivo. N o sólo eso, sino que habló de la necesidad de conseguirle un apoyo verdaderamente general. Por esto siente uno la tentación de suponer que nuestro Presiden-re hizo entonces una profecía, que por desgracia el tiempo iba a confirmar. Semejante supuesto parece afirmarse con otro párrafo del mismo discurso, donde sin vacilación sostiene que es facultad soberana de un estado expropiar o nacionalizar los "bienes naturales" de un país, y que, por lo ranto, sólo a los tribunales nacionales compete fijar el monto y el tiempo de la indemnización respectiva. Es decir, parecía indicarse de este modo que en ese punto particular México sí acompañaba a Chile. Tampoco debe descuidarse que en su discurso ante el pleno de la UNCTAD reprocha claramente a los países "socialistas industrializados" el no haber cumplido su compromiso de otorgar ciertas preferencias a las importaciones provenientes de las naciones pobres ( E G M : 17, 73-76) . Un sentido semejante habría que darle a su pronunciamiento ante el grupo latinoamericano de aquella organización, en que sostuvo ser tarea de cada uno arrancar a su propio país del hambre y la ignorancia, si bien uniéndose "en el ámbito internacional" ( E G M : 17, 177-180) cuando coincidan las metas y los procedimientos individuales para alcanzarlas.

Pero, sorprendente y desconcertantemente, esa actitud parece cambiar en las declaraciones y discursos posteriores. Por ejemplo, en la rueda de prensa del 20 de abril, Echeverría dice:

Como un observador y viajero imparcial, pero con simpatía y afecto para el pueblo chileno, he venido a comprobar lo que ya sabia: aquí se está desarrollando un proceso revolucionario nacionalista... como el que ha ocurrido bajo el imperio de la Revolución Mexicana, es decir, un proceso nacionalista de recuperación de los recursos naturales para el bien de los chilenos.

N o por simple curiosidad, sino como dato demostrativo de que esta idea "nacionalista" no se expresó bajo el apremio que toda entrevista de prensa supone, debe recogerse

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el detalle de que el presidente del Círculo de Periodistas Chilenos intentó dos veces dar por terminada la entrevista, y que a ello se opuso el presidente de México, primero, asegurando que no se había concluido y que, en consecuencia, seguía estando a disposición de los periodistas, y segundo, declarando ""no tengo prisa; estoy muy contento". Es más: en esa ocasión se le pide opinar sobre el militarismo latinoamericano, y se excusa de hacerlo por ser, no un simple '"observador sociológico", sino un jefe de estado (EGM: 17, 185-206). Por último, ya aquí, de regreso, se le pregunta si es aplicable a México algo del socialismo chileno, y contesta:

No, es una cosa muy distinta, muy chilena, de una vieja tradición. En realidad, es un mosaico de muchas tendencias; pero, en esencia, hay una política nacionalista, como la nacionalización del cobre, que es muy semejante a la del petróleo mexicano. (EGM: 17,216-218)

Ahora bien, difícilmente puede sostenerse que la in dudable inclinación socialista de Allende y de su gobierno fueran una ""vieja tradición" chilena, puesto que la atracción mundial sobre su victoria electoral se basó en ser Allende el primero y el único marxista en el mundo exaltado al poder democráticamente. Por ese solo hecho, se sabía bien el sello que por fuerza tendría que imponer Allende a su gestión, esto sin contar con que en esa visita, teniendo a su lado al presidente Echeverría, declaró, según se dijo ya, que se proponía subvertir la organización capitalista de su país para abrirle paso al socialismo. En esas condiciones, ¿podía calificarse de simplemente '"nacionalista" esa obra? Asimismo, ¿pueden equipararse la expropiación petrolera con la del cobre? El cobre estaba ya '"nacionalizado" desde la administración anterior, puesto que el gobierno era desde entonces accionista mayoritario. Entonces, una de dos: o el presidente Echeverría no logró entender los verdaderos propósitos del gobierno de Allende, o, entendiéndolos, quiso disimularlos bajo el manto intocable del nacionalismo. Lo cierto es que los chilenos supieron aprovechar astutamente esta incertidumbre, involuntaria o deliberada.

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Así F U E : el 19 de octubre de 1972 visita al presidente Echeverría el ministro de Relaciones de Chile para entregarle en mano una carta de Allende en que le agradece "el apoyo y solidaridad" del gobierno mexicano en ocasión de "las acciones de la Kennecott Copper Co., en contra de nuestros legítimos intereses" (EGM: 23, 127-128), o sea las consecuencias de la expropiación "nacionalista" de un "bien natural" de Chile. Un mes después, el ministro Rabasa anuncia la visita a México del presidente Allende:

Hemos estado en pláticas con el embajador de Chile en México para que se cubran los aspectos esenciales protocolarios de una adecuada, formal y solemne recepción en el aeropuerto. ( E G M : 24, 18)

El presidente Echeverría fue el primero en romper esos "aspectos esenciales protocolarios", y desde su discurso de bienvenida en el aeropuerto pareció abandonar todo esfuerzo para colocarse, no, por supuesto, frente a Allende, sino separado de él:

México entero lo recibe afecmosamente porque México está persuadido de que vigorosa y valientemente, usted, señor Presidente, al frente de su pueblo, está celebrando una batalla por la libertad, y con indicios vigorosos del triunfo, que México desea para los revolucionarios chilenos.

Allende, moderado, cantó las glorias de las viejas civilizaciones indígenas, y a lo más que llegó fue a decir que no quería el colonialismo, sino la independencia (EGM: 24 ,213-217) , una tesis, a más de perfectamente defendible, aceptada desde hace años atrás como bandera por rodos ios países pobres.

La primera impresión es que hay un verdadero abismo entre aquella profecía de Santiago de que vendrá un retroceso definitivo de no moderarse la impaciencia, y esta otra del aeropuerto, de que existen "vigorosos indicios de triunfo", y de un triunfo que México aplaude como propio

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Pero no: lejos de saltar, nuestro Presidente camina por la cuerda floja para lograr un equilibrio precario. En el banquete oficial que le ofrece a su huésped, dice que México está identificado con Chile y que ambos sostienen la misma lucha. Pero esa identificación es con "quienes defienden virilmente su derecho a ser libres", objetivo con el cual cualquier gobierno puede identificarse sin vacilación. Y esa lucha igual es "contra desigualdades ancestrales, contra el abuso, la servidumbre y el marginalismo" lucha a la cual todo ser humano se sumaría. Para insistir en la ambivalencia, repite su admonición: " . . . s ó l o la madurez de la conducta colectiva es garantía de avances perdurables" (EGM: 25, 196-200). En realidad, nuestro Presidenre no logró durante los muchos días de la estancia de Allende disipar esa situación confusa. Fue el propio Allende quien lo intentó aludiendo discretamente a que él y Echeverría "podemos tener una interpretación filosófica distinta, que no niego" ( E G M : 25, 200-205), y más tarde, al hablar de que "al margen de las concepciones filosóficas de sus gobernantes", México y Chile tenían algunas tareas semejantes ( E G M : 25, 279-288).

De una cosa puede estarse seguro: desde que pisó tierra mexicana hasta que acabó su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Echeverría se convirtió en el director de relaciones públicas o en el agente publicitario de Allende. Puso a su servicio sin límite de tiempo ni de costo, la prensa, el cine, la televisión, el radio; el acarreo de grandes masas de curiosos; banquetes, excursiones, viajes, en suma, lo expuso a la mirada pública las veinticuatro horas del día. El agobio fue de tal naturaleza, que al pobre de Allende le resultó imposible escribir sus discursos, teniendo que improvisarlos, con los deplorables resultados previsibles (EGM: 25, 182-191, 193-195,200-218,239-253). De hecho. Allende aprovechó el banquete oficial con que correspondió a nuestro Presidente para narrar públicamente sus desventuras:

Debo aclarar que ayer, por primera vez en mi vida, junto con recibir una grata emoción, he tenido un extraordinario

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cansancio, pues saludé a cinco mil personas: estreché sus manos, recibí abrazos, pequeños golpes en la espalda. Muy gratos cuando son dos, cuando son veinte, cuando son cincuenta, cuando son doscientos, pero increíblemente pesados cuando son más de quinientos... Después nos metimos a un mercado, y luego de reconocer que entre el presidente Echeverría y yo hay alguna diferencia de años, pues el presidente Echeverría camina a sesenta kilómetros por hora, y yo, como un viejo Ford, iba a cuarenta... Estando en uno de los mercados. . . le dije:- "Tomemos algo para refrescarnos". El problema no era refrescarnos, sino descansar... Se repletó el coche [del Metro] hasta que era imposible, no se podía respirar. Cuando creí que todo había terminado..., el presidente Echeverría me dijo: ¡Ahí están! ¿Quiénes? Siete hombres de la televisión... [que] me acribillaron a preguntas... (EGM: 25,219-225)

Es literalmente imposible, no ya admitirlo, sino tan sólo suponerlo, que el presidente Echeverría no previera que una visita de Allende, aun la puramente protocoloraria, pero más, muchísimo más, por la forma estruendosa como se condujo, debía producir repercusiones políticas, exteriores e inreriores. Resulta sencillo imaginar las primeras: demosrrar que México guarda una aaitud internacional independiente, sobre todo, claro, frente a Estados Unidos, y presentarse en el mundo de los países pobres como abanderado de las causas buenas. En cuanto a las repercusiones políticas interiores, ¿qué perseguía nuestro Presidente? Se ha supuesto que quería "asustar" a la derecha mexicana; pero ¿necesitaba y le convenía asustarla, y en cualquiera de los dos casos, era ésa la forma mejor de lograrlo? Parecen tan descabellados estos supuestos, que no cabe sino desecharlos por insostenibles. También se ha supuesto que quería "echárselas" de izquierdista. Imposible admitirlo, pues era más que obvio que junto al de Chile, el presidente mexicano quedaría siempre muy a la derecha. En fin, se ha supuesto que en materia de política exterior, o al menos en este caso particular, nuestro Primer Mandatario procedió emotivamente, y no, como otros jefes de estado, racional, fría, aun calculadoramente. En todo caso, la reacción puramente emotiva se desbordó con la caída y muerte del presidente chileno.

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C O N N E C E S A R I A brevedad han de examinarse ahora las otras incursiones internacionales. La primera, en octubre de 1971: fue a Nueva York, para participar en el Debate General de la Asamblea de las Naciones Unidas. La parte medular de su discurso (muy bien dicho) abogaba por la admisión inmediata de la China Popular. La medida venía abriéndose paso desde tiempo atrás, pero la hicieron inaplazable los viajes a China de Kissinger y Nixon. En esas condiciones, no podía tener ni originalidad ni espontaneidad el alegato mexicano; pero no dejó de compensar algo esta desventaja el hecho de que todo un jefe de estado se trasladara hasta Nueva York para presentarlo en persona. Y como Echeverría fue también el primer mandatario latinoamericano que la visitó, se logró el fruto indiscutible del esfuerzo extraordinario, en realidad increíble, del gobierno chino para destacar la singular complacencia con que recibía semejante visita. En rigor, el fruto resultó tan maduro que no alcanzó a estropearlo el comentario de don Emilio O. Rabasa al ser recibido el primer embajador chino:

Definitivamente considero que México no es considerado por China como una trastienda; de otro modo, no hubiera» admitido tener relaciones con nosotros, ( E G M ; 21,54-40)

E L V I A J E al Japón fue uno de los más afortunados, si bien no dejó de empañarlo cierta confusión sobre los fines que perseguía. En México mismo, antes de partir, y al llegar a Japón, el Presidente destacó como el principal fomentar el intercambio económico y aprovechar una tecnología más acorde con las necesidades propias de México; pero en una entrevista de prensa posterior dijo:

La visita ha sido, principalmente para incrementar cierto tipo de relaciones políticas, pero también de un modo importante lo económico y lo cultural. Las cuestiones políticas, sin embargo, son las más importantes para México, . .

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¿Cuál era ese "cierto tipo" de relaciones políticas? Pues. . . "Contribuir a que la paz internacional sea una conquistii mpariable" ( E G M : 16 ,103-169) .

S I G U I Ó EL viaje a Estados Unidos, cuyo propósito mayor y bien definido era precipitar un arreglo del ya viejo problema de la salinidad de las aguas del río Colorado. La mayor definición del propósito, el conocer de visu el problema y la promesa hecha a los mexicalenses de que se arreglaría, facilitaron las gestiones. La pieza central fue el discurso en el Congreso de la Unión, "claro y firme", según lo calificó su autor. Censuró las veleidades de los gobernantes norteamericanos, que suelen ser infieles a los ideales que proclaman; asimismo, que consagren todos sus esfuerzos a entenderse con Rusia y China olvidando los intereses de la enorme mayoría de las naciones del mundo, vano empeño, puesto que "ningún equilibrio puede fundarse sobre la inconformidad de la mayor parte de los habitantes de la tierra". Al referirse concretamente al problema de la salinidad, viejo de más de diez años, logró una de esas pocas frases que se graban y se retienen por largo tiempo:

Resulta inexplicable.. . que la audacia y la imaginación de Estados Unidos para resolver complejos problemas con sus enemigos, no sean empleadas para solucionar sencillos problemas con sus amigos. (EGM: 19,204-210)

Esta incursión resultó también singular porque el presidente Echeverría fue, por la primera y única vez, exquisitamente amable con el secretario de Estado Rogers:

. . .pero qué trabajo más grato que contestar, señor Secretario, a las cordiales palabras con que usted nos ha dado la bienvenida a mi esposa y a m í . . . Es por eso que en este mundo convulso, cuyos días nos ha tocado vivir, podríamos presentar ai mundo las nuestras como relaciones ejemplares entre dos países vecinos. (EGM: 19,240-242)

Pronto se levantó la cosecha: el 13 de mayo de 1973 ese

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mismo secretario de Estado hizo un viaje a México para poner en manos del Presidente un estudio que propone "la solución definitiva" del problema de la salinidad. ( E G M : 30, 38-46)

LA A V E N T U R A "Tricontinental", como pronto se la llamó, se inicia el 21 de febrero de 1973, cuando el Presidente explica al Congreso los motivos para emprenderla. Muy bueno resultó su discurso (que hubiera alcanzado el grado de la excelencia haciéndolo más breve), pues en él aparecen conceptos justos y expresados concisa y brillantemente. Como éste: "Crueles conflictos bélicos surgieron como desahogo circunstancial de una gran confrontación bélica en ciernes". Los fundamentos que da al viaje son que los países pobres sólo saldrán de la dependencia si se embarcan en "las grandes corrientes del pensamiento, de la tecnología y del capital". Para ello, considera necesario, por una parte, que presenten con decisión sus demandas, y, por otra, que multipliquen sus contactos con el exterior para participar en la "conformación del fututo":

Un vasto sistema de intercambios recíprocos permitirá acelerar nuestra industrialización, acrecentar la oferta de empleos y elevar el nivel de vida de nuestros pueblos.

Entonces, "para servir al país, para defender nuestros intereses y para reafirmar los principios de nuestra doctrina internacional, iremos a donde sea" (EGM: 27, 100-109)-

El presidente Echeverría distaba de ser, por supuesto, el Cristóbal Colón de la dependencia de México respecto de Estados Unidos. Recuérdese que desde 1887 ese país consumía el 67 por ciento de nuestras exportaciones y que de él tomábamos el 56 de nuestras importaciones. De allí que José Ivés Limantour, no por su ascendencia francesa, como algún malicioso lo supuso, sino por la experiencia y el conocimiento de los hechos, luchó contra ella, sobre todo en el último decenio del Porfiriato: logró que el gobierno mexicano llegara a ser accionista mayoritario de lo que después se llamó los Ferrocarriles Nacionales, y

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se empeñó en colocar los empréstitos que México necesitaba en los mercados de Francia, Inglaterra y Alemania. Contra esa dependencia pronto se levantó el sano pero claro nacionalismo hijo inicial de la Revolución Mexicana, que veía con recelo cuanto fuera extranjero y sobre todo "yanqui". Pero otras fuerzas más poderosas acabaron por predominar no mucho tiempo después. La vecindad geográfica que facilita la comunicación; la necesidad de reconstruir la economía nacional, deshecha tras diez años continuos de lucha armada que desató la rebelión maderista; el propósito de hacer del progreso económico la meta más levantada del esfuerzo nacional. Del otro lado, la transformación de Estados Unidos en la primera potencia mundial; sus asombrosas conquistas tecnológicas; la invención de técnicas que, como el management, han creado la primera sociedad ultramoderna; etc. Esas y otras fuerzas volvieron a México al estado de una dependencia ahora abrumadora. Así, el problema no reside en descubrirla o comprobarla, sino en dar con el modo de rebajarla cuanto antes y en el máximo grado posible. Por eso surge la duda de si el esfuerzo de un solo hombre, así sea valeroso, ducho y se halle revestido de la autoridad de un jefe de estado, puede ayudar en un grado perceptible a resolver un problema tan viejo, tan complejo y tan arraigado como éste, o si, por el conrrario, requiere toda una política nacional, inteligente, pero, sobre todo, aplicada de un modo congruente y perseverante a lo largo de muchos, de muchísimos años. Alguien dirá que exactamente por eso, vale la pena, y se justifica, ensayar cualquier camino y todo esfuerzo. Lo cierto es que nuestro Presidente se lanzó animosamente a la tarea, tanto así que en su primer discurso canadiense planteó el problema:

Hemos renunciado a complacernos estérilmente en el esplendor de nuestra historia, en el valor de nuestras tradiciones, en el éxito de nuestras reformas sociales o en el acelerado proceso de nuestra industrialización... La insuficiencia de vínculos efectivos entre la América Latina y Canadá no ha obedecido al desinterés. Está determinada por la orientación que antiguos nexos de dependencia imprimieron a nuestra vida ex terna . ( H G M : 28,255-262)

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En el naejor discurso de todo el viaje, el dicho en el parlamento de Canadá, repite el tema de la dependencia, sólo que con una fina y necesaria aclaración: ""ninguno de nuestros dos países pretende suscitar oposiciones sistemáticas con nación alguna" ( E G M : 28, 265-271). En Bruselas hace notar que los intercambios económicos son "'excesivamente reducidos", y que la cordialidad de las relaciones entre los dos países no se traduce en nada tangible ( E G M : 29, 69-72) . Pero en Francia y la Unión Soviética los temas políticos relegan a los económicos al tercero o quinto plano (EGM: 29, 110-112, 115-119, 125-127,191-199,214-217). En China reviven, quizás porque el Presidente se sentía optimista en cuanto a la capacidad de la economía mexicana y a las posibilidades ilimitadas del mercado chií>o. A la pregunta de qué podría México colocar en él, da esta larga lista: algodón, azúcar, cereales, semillas diversas, henequén y sus productos, hilo, hilaza y textiles, prendas de vestir y calzado, productos químicos y farmacéuticos, abonos químicos, productos eléctricos y electrónicos, productos metálicos, maquinaria de toda clase, equipos de transporte y minerales ( E G M : 29, 271-277).

Al llegar a México estalló como luces de Bengala el ditirambo oficial. Para don Mario Moya Palencia representaba ""una gran victoria diplomática, y por eso es que el pueblo mexicano se ha volcado a recibirlo". Don Hugo Cervantes del Río creyó que el Presidente ""cumplió con gran honor la misión que tuvo". Don Octavio Sentíes juzga que los resultados habían sido "extraordinarios, y representan lo que es México". Para don Porfirio Muñoz Ledo se rompió ""la inercia de la dependencia de México" y se abrieron '"múltiples cauces de progreso para el país". Don Luis Enrique Bracamontes, más elaborada y oscuramente, vio el viaje como ""extraordinario por todos conceptos. . . porque se le dio la dimensión humana al hacer hincapié en el trato igual que debe darse a los humildes con pleno goce de las libertades; porque logró una diversificación de mercados y por la gran apertura internacional que logró para México" (EGM: 29 ,306-307) . Pero ¿cuál fue la cosecha real, contable, de esta aventura

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Tricontinental? El propio Presidente no logró presentarla de manera convincente en el Mensaje a la Nación que dirigió a su regreso, ni tampoco en su siguiente Informe al Congreso. En aquel habló de que consideraba "una responsabilidad ineludible advertir con oportunidad los cambios en el mundo para aprovecharlos en beneficio de la Nación". Y al final ensayó presentar la justificación superior, que resultó marcada con un tinte personal:

Al entrar en contacto con los dirigentes o los habitantes de cada país, no pudimos menos que reflexionar hasta qué punto la humanidad ha sido perseguida por el aislamiento. Durante siglos hemos padecido una prolongación de la mentalidad feudal, que ahora está condenada a desaparecer por la creciente interrelación entre los pueblos. (EGM: 29,311-321)

De los comunicados conjuntos que se publicaron al término de la visita de cada país, se desprende que Canadá ofreció "cooperar plenamente" en la preparación de la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados (EGM: 28, 300-313). Bélgica "expresó la esperanza" de que la próxima Asamblea de las Naciones Unidas la adoptara (EGM: 29 ,89-91) . Francia juzgó "de vital importancia" que se hiciera así, y ofreció firmar con reservas el Protocolo del II Tratado de Tlatelolco (EGM: 29, 177-180). La Unión Soviética también ofreció apoyar la Carta, concesión que nuestro Presidente comentó diciendo que "bastaría. . . para que el gobierno de México considerara fructífero, que pensara haber obtenido sus más altos resultados el viaje" (EGM: 29, 230-236). (.-hiña, en fin, declaró que haría "los máximos esfuerzos" para lograr el mismo objetivo (EGM: 29 ,286-289) . En cuanto a los resultados económicos, que inicialmente se presentaron como los más importantes, fue el mismísimo secretario de Industria y Comercio quien involuntariamente los puso en duda:

Se prevén resultados muy positivos. Canadá: se ofrecieron divers(« productos mexicanos de origen agrícola, legumbres y hortalizas, que siguen teniendo gran demanda en el mercado potencial de Canadá. Inglaterra: se continuaron contac-

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tos con hombres de negocios... Existen probabilidades muy concretas de continuar ventas de frutas y legumbres, de ropa y confecciones, de café, de carne. Bélgica: se exploraron nuevas posibilidades de comercio, y se habló concretamente de productos agrícolas, café, tabaco, aparatos y partes electrónicas, etc. Unión Soviética: se firmó un convenio comercial que significa el prerrequisito indispensable para entablar negociaciones de magnitud importante. Se firmó un protocolo que le ofrece a México maquinaria y equipo.. . China: se firmó un convenio comercial que establece una comisión mixta. México ofrece maquinaria y equipo de toda clase... (EGM: 29, 349-351;

¿ C U A N T O SE ha dicho en este capitulillo debe entenderse en el sentido de negar todo valor a la actividad internacional del presidente Echeverría? De ninguna manera se ha pretendido insinuar y mucho menos sostener semejante negación.

De un modo seguro puede afirmarse (y demostrarse) que esa actividad carece de toda originalidad, y esto a pesar de lo que él ha dicho, a saber, que la política exterior de México ha sufrido en sus manos una innovación nunca antes registrada en la historia nacional. Pero no hay que asustarse por esto, pues debiera ser obvio que la política exterior de un país, de cualquier país, no se inventa ni se imagina, así tratara de hacerlo el más atrevido novelista o el más fantasioso de los poetas. La dictan (y ésta es la palabra justa) las duras realidades en que ese país vive y se desenvuelve. Digamos, típicamente, su situación geográfica: ¿quién y qué puede inventarse para suprimir este factor determinante, dictatorial, de la política internacional de un país? En un grado apenas menor de resistencia al genio inventivo, están, digamos, la cantidad, la variedad y la calidad de los recursos naturales, y el modo de ser de sus habitantes, indolentes o activos, disciplinados o anárquicos, etc. Algo puede esperarse de que alguna vez los adelantos tecnológicos lleguen a compensar en cierto grado la escasez o la pobreza de semejantes recursos, y de que una labor educativa tenaz e inteligente diluya los defectos y exalte las cualidades "innatas" de sus moradores. Pero, aun así, debe admitirse que los avances

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por esos dos senderos, el progreso tecnológico y la penetración educativa, son inescapablemente, desesperante-mente lentos, y que una política internacional tiene que ceñirse de maneta estricta a lo que vaya lográndose.

Pero hay un margen determinado para la "invención": una retórica que presenta más convincentemente los problemas internacionales; el aprovechamiento de una buena oportunidad para destacar alguno, de modo de adelantar su solución. Y está, por supuesto, la inteligencia, la ponderación reflexiva, la decisión o el valor, así como la perseverancia patriórica. Dentro de estos márgenes, estrechos pero reales, muchas cosas buenas pueden y deben abonársele al presidente Echeverría. Desde luego su repetido sermón de que el mexicano no debe dejarse abatir por la magnitud, la hondura y la vejez de sus problemas, sobre todo, tal vez pudiera agregarse, por los internacionales. Ningún Presidente nuestro ha insistido tanto en la necesidad de liberarse de la dependencia norteamericana. Ningún otro ha denunciado con tanta reiteración los males que acarrean las empresas multinacionales o la inversión extranjera indiscriminada. Ninguno se ha esforzado en un grado igual por multiplicar nuestros contactos internacionales. Tampoco ninguno ha destacado tanto la conveniencia y la necesidad de que México contribuya a la acción concertada de las naciones del Tercer Mundo. Por último, su caballo de batalla predilecto, la ya famosa Carta de los Deberes y Derechos Económicos de los Estados, es sin duda alguna una idea justa y necesaria, y si llegara a aprobarse, constituiría una victoria para él en lo personal, y para México como Nación.

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VI. ESPÍRITU Y CUERPO

P o c o s , ninguno, de los cambios propiciados por el presidente Echeverría han recibido tanta atención y tantos comentarios, como la prédica y la práctica del "diálogo", de la "crítica" y de la "autocrítica", en suma, de lo que más amplia y generosamente podría llamarse "espíritu democrático". Nadie puede dudar de su existencia ni tampoco de su encendido valor, sobre todo si se contrasta la situación actual con la inmediata anterior, durante la cual, para decirlo con marcada benevolencia, resultaba ingrato hablar y escribir para el público. Exactamente por esto, ha dejado de tener actualidad, e incluso sentido, volver a preguntarse si existe o no una "apertura democrática", porque es ya un hecho. Entonces, lo que ahora interesa es calar la hondura de ese espíritu democrático para medir qué tanto se ha progresado y cuánto falta por caminar, y, sobre todo, determinar si los frutos de este buen intento son lo suficientemente maduros para contemplar con cierto reposo al menos el futuro inmediato.

P O R LO P R O N T O , debe concederse que no deja de suscitar cierto recelo el que se haya bautizado este movimiento purificador con palabras tan desdichadas como las de "diálogo" y "autocrítica", pues si su elección fue involuntaria, significa torpeza, y si se hizo adrede, entrañaría una intención poco clara.

Desde luego, sorprende la enorme, la decisiva importancia que el Presidente le atribuye a la autocrítica. Por ejemplo, lo visitan los dirigentes de la Federación Nacional del Ramo Textil para exponerle los problemas que afligen a su organización. Les contesta, por supuesto, que los estudiará gustosamente, pero añade; "siempre insistiré" e n que jamás la podrán sanear si n o t i e n e n "la misma conducta de autocrítica que todos debemos tener en México" (EGM; 3 ,16-17) . A los dos mil delegados que asisten a la VI Asamblea Nacional Ordinaria del

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PRI, les indica que si abrigan la idea de que ha llegado ya a la democracia perfecta, México "entraría en una etapa de decadencia que nada ni nadie podría detener". Para salvarla, está el remedio de la autocrítica (EGM: 4, 22-2 6 ) . Mucho más significativamente todavía, el primerísimo día de su presidencia se pinta a sí mismo en esta forma: "un mexicano como cualquiera otro, con sus cualidades y sus defectos, pero. . . con una actitud permanente de autocrítica". Más aún: a esa virtud excepcional le confía la tarea de "superar todo aquello que sea un obstáculo. . . " para hacer un buen gobierno, o para servir mejor al país, como él lo dijo (EGM: 1, 73-76).

La palabra autocrítica es desdichada por mil motivos, sobre todo cuando la propone y la propala un hombre público. Casi sobra recordar que no es igual autocrítica que crítica: la primera significa criticarse a sí mismo, y la segunda que otros lo critiquen a uno. Y a lo que se expone y debe exponerse un gobernante no es a su propia crítica, sino a la crítica de sus conciudadanos. Cuando el hombre público propala la autocrítica, sólo la autocrítica, es inevitable suponer que se reserva en exclusiva el derecho a criticar sus actos, y que, por lo tanto, niega ese derecho a los demás. Asimismo, parece reservarse el derecho de elegir la materia criticable y el grado de severidad, o de indulgencia, que usará al juzgarse a sí mismo. Sin contar con que la autocrítica, por definición, es un proceso interno, íntimo, que no puede conocer el público. Por eso, sin duda, aun siendo "permanente" la actitud de autocrítica, apenas si se conoce el caso único de un error que se anunció, pero no se cometió. Fue la desdichadísima idea de darle a la autonomía universitaria un rango constitucional, que se anunció hace ya año y medio, y que, por fortuna, no ha plasmado hasta ahora en una iniciativa de reformas a la Constitución. No se conoce todavía que re haya confesado la comisión de un error en la gestión pública, y menos que en alguna forma se hubiera reparado.

Más desdichada, si se quiere, es la palabra "diálogo", que el diccionario define como "una plática entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos". En el presente caso, entonces, se trata en

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realidad de un monólogo, pues la segunda persona necesaria al diálogo, es decir, la Nación, no tiene manera de expresar sus ideas o sus afectos, ya que todos los medios usuales para hacerlo fallan en México: las manifestaciones públicas, los partidos políticos, el parlamento, las elecciones, la prensa, el libro, la televisión, el cine, el radio. Esto sin considerar que el gobierno, y no la Nación, elige el tema del monólogo y la forma de tratarlo. Pero es que, en rigor, aquella definición del diálogo no es suficientemente explícita o completa. N o basta, en efecto, que dos personas expongan alternativamente sus respectivas ideas, sino que al hablar por segunda vez uno de los parlantes, debe presentar sus ideas en función de las que acaba de exponer el otro, y no cerrarse a cualquier observación, limitándose a repetir las mismas ideas como si nada hubiera pasado. Cabe comparar el diálogo verdadero con un juego de florete: cuando el botón del arma toca el pecho del contrario, éste lo reconoce gritando ¡touché!, y en las instalaciones olímpicas modernas un dispositivo electrónico hace encender un foco rojo en el instante de ocurrir el toque. Es, pues, perfectamente concebible, y más que posible, que una persona hable mucho y que oiga por largo tiempo a otra; pero que resulte impenetrable a las ideas ajenas por considerar las suyas, a más de justas, evidentes como la luz del día o como una verdad revelada.

Tal vez dudando del acierto de las palabras diálogo y autocrítica, el Presidente sintiera la necesidad de esclarecerlas. Si así fue, la suerte, por desgracia, no lo acompañó. A los quinientos médicos que asistieron a la II Reunión Nacional de Salud Pública, les dice:

. . .cuando hablamos de autocrítica, no hablamos, como algunos inundados de pesimismo lo han pensado, de autodeni-gración; autocrítica es valorar lo que se ha logrado para incrementar su crecimiento y para mejorarlo indeteniblemen-t e . . . (EGM: 21,98-102)

Puede verse desde luego que aquí la palabra autocrítica no se usa en el sentido individual de una persona que se critica a sí misma, sino en el colectivo o nacional, digá-

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moslo así, el de que ios mexicanos critiquen a su país o se critiquen a ellos mismos como componentes de ese país. También se ve claramente que se confunden como iguales "crítica" y censura, o más bien "condenación". En su hermoso sentido literario, crítica es "el arte de juzgar de la bondad, verdad y belleza de las cosas", o, más te-rrestremente, "conjunto de opiniones vertidas sobre cualquier asunto". Es decir, que la crítica es apreciación o valoración, y no por fuerza condenación. De allí que sobre hablar de un diluvio pesimista, y menos de denigración, que quiere decir "ofender la opinión o fama de una persona", e incluso injuriarla. Esto sin contar con la ofensa innecesaria de suponer que los mexicanos, de oficio, pro-fesionalmente, o de cualquier otro modo, denigran a su país y aun a ellos mismos. Puede desecharse el supuesto de que el pensamiento general del mexicano sea el de que "como México no hay dos"; pero se estaría muy cerca de la verdad al suponer que su estado de ánimo más constante es la impaciencia de ver que su país no avanza todo lo que él quisiera y todo lo que el país merece dados sus viejos infortunios. Podría irse más lejos y asegurar que el mexicano no denigra siquiera a la persona de stts gobernantes, si bien su actitud dominante sea la de criticarlos. Con la sana intención de explicar éste y otros juicios extremosos, quizás deba recordarse que en mi ensayo sobre nuestro sistema político, aseguré que nuestro Presidente suele conducirse más como predicador que como estadista. Entonces, es de observación corriente que el predicador acude a la exageración para convencer mejor a su grey. En todo caso, esta identificación de la crítica con el pesimismo la repite el Presidente ante un grupo de intelectuales, seres éstos, por lo visto, propensos a la crítica y al pesimismo. A ellos les pide ayuda para "valorar lo mejor de México", en lugar de caer "en meros desahogos personales, que suelen producirse con frecuencia" ( E G M : 1 5 , 2 6 2 - 2 6 8 ) . Esta cita ofrece un elemento viejo y otro nuevo. El primero es la sustitución poco ventajosa de denigración por desahogo personal, que, en todo caso, significa una reacción pasional, carente, por lo tanto, de juicio o razón. Y el elemento nuevo el que la crítica

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no ha de enderezarse a conseguir un juicio cabal y equilibrado donde entren con sus respectivos pesos específicos lo bueno y lo malo, sino que debe limitarse a ensalzar lo bueno, "lo mejor" de México, y "lo mejor" de sus gobernantes, es de suponerse.

C L A R O Q U E el Presidente no usa tan sólo las palabras "diálogo" y "autocrítica" para pintar el espíritu democrático que ha creado e impulsado en el país. La que salta con frecuencia, quizás más todavía que las otras, es la de libertad. En general la presenta para contrastar la que priva en México con la que se eclipsó y se está eclipsando en otros países. A esos mismos intelectuales les hace otra petición: pensar "en el contraste de un país de libertad. . . con los estados policiacos que parecen reproducirse en el mundo" ( E G M : 15,262-268) . Cuando se encuentra en Washington, lo reciben, como es costumbre, en el Club de los Periodistas, y lejos de que éstos lo interroguen, el Presidente les dispara una pregunta: ¿alguno de ellos, o su organización, se ha ocupado de llevar al día una lista de las publicaciones periódicas que han ido desapareciendo en los países totalitarios, "de uno y otro signo", como a él le gusta decir? Y los trabajadores petroleros reciben la "reflexión" de que México ha logrado progresos económicos sin tener que "suprimir sus libertades". No sólo eso, sino que más enfáticamente agrega:

. . .nadie podrá venir a demostrarnos ahora que hay otro tipo de organización social —aunque en otros países haya podido tener éxito— que en beneficio de aspectos del progreso pudiera convencernos de que en México pudiéramos abdicar de libertades en aras del progreso que en otras latitudes se hayan dado sin esas libertades ( E G M ; 16,93-99).

Echeverría le da el valor o el signo de una "nueva mentalidad mexicana" a la que detesta "abatir la libertad" ( E G M : 25 ,75-79) ; pero poco tiempo después se corrige si bien para realzar más la idea, pues ahora habla de que "en el alma del mexicano, en su modo de ser", es decir, ingénitamente, o no engendrado, está el no admitir "ya

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nunca más ninguna forma de dictadura" ( E G M : 26 ,23- ' 2 5 ) . Muy cerca del término de su tercer año de gobierno, vuelve a la carga:

En estos días de temor y de sobresalto en el mundo, ciían-do la libertad y el derecho de hombres y naciones padecen el asalto de la fuerza, México confirma... su vocación de pueblo libre (EGM: 34, 149-150).

El Presidente ha tratado de afinar su concepto de la libertad al referirse a las ideas, y en particular a las que se expresan en publicaciones periódicas. Por una parte, llega a decir que no es problema suyo, sino de los editores y directores de esas publicaciones, "garantizar la libertad de sus propios colaboradores", o sea una incitación a que esos directores hagan uso de la libertad que ahora tienen. Por otra parte, a más de ratificar su compromiso de "mantener y enaltecer" la libertad de prensa,-declara que en ella "se reflejan y conjugan todas las libertades". N o sólo eso, sino que afirma que semejante libertad nace cuando "los actos del poder público dejaron de ser indiscutibles", y que la "infalibilidad" de ese poder es "el supuesto sobre el cual descansan las dictaduras". Es decir, que no sólo el nacimiento, sino la vida misma de la libertad de prensa, o el modo de evitar la dictadura, supone la constante crítica de los actos oficiales y de la conducta de los gobernantes. En fin, asevera confiadamente que

^ . . .nadie puede poner en duda que el gobierno ha mantenido plenamente abiertas las puertas de la información, y que nuestra actinid política se funda en el diálogo (EGM: 7,21-32).

Ante los trabajadores de la Industria de la Radiodifusión repite que México vive dentro de las "amplísimas libertades" consagradas por la Constitución, y que no tienen otra cortapisa que "la propia responsabilidad para con la Sociedad" ( E G M : 17, 116) . En la segunda ocasión que le toca presidir el Día de la Libertad de Prensa introduce algunas limitaciones de esas "amplísimas" libertades, una bien fundada, otra vaga y la tercera "significativa". La primera es que no debe confundirse "el afán-

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de denunciar con la búsqueda de la verdad", pues, en efecto, esa confusión ha venido convirtiéndose en una característica desagradable y dañina de los últimos tiempos. La segunda es que "se anteponga el celoso respeto a. . . la defensa de los valores y objetivos supremos de la Nación", que no se definen ni siquiera se ejemplifican. Y la significativa es ésta: "la libertad de prensa supone la posibilidad de disentir, pero también la de estar de acuerdo con los aaos del poder público" (EGM: 19, 36-43). Bien si se trata de pedir un juicio equilibrado que determine la consideración de todos y cada uno de los pros y de todos y cada uno de los contras. Mal si se sugiere que las palmas deben ahogar a los pitos. Por último, al año siguiente de 1973 vuelve el Presidente a insistir en su "voluntad indeclinable" de velar por la libertad de prensa, pues el diálogo con ésta "forma parte del estilo mismo de su gobierno" (EGM: 31, 32-36).

E L P R E S I D E N T E ha usado otro medio para difundir ese espíritu democrático: la facilidad, en rigor increíble, con que se deja ver y ve a los demás. Por supuesto que esto se debe en cierta medida a su declarada claustrofobia, que lo empuja a buscar compañía y a darla. Pensando que algunas cosas nimias se vuelven graves al presentarlas numéricamente, me propuse hacer una lista corhpleta de las visitas que recibe y de las que hace. Pero me di por vencido tanto porque las fuentes de información disponibles no dan siempre un dato seguro, como por resultar desproporcionado el esfuerzo en relación con los posibles resultados finales. Aun así, creo que ningún otro Presidente nuestro se ha expuesto tanto a la mirada pública.

Ya tiene algún valor advertir, por ejemplo, que tras el desgaste de preparar y leer el discurso de toma de posesión, de la presentación, comidas y despedidas de las misiones especiales y del "pueblo" mexicano, no se pierda el 2 de diciembre de inaugurar la XiV Convención del Sindicato de Trabajadores Petroleros, y al día siguiente desayunar con los miembros del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, actos ambos que bien podían ha-

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ber sido pospuestos por unos días. Cosa semejante ocurre en septiembre de 1972: fatiga por la preparación y lectura del Informe al Congreso, felicitaciones de numerosos individuos y corporaciones, pero se da campo para inaugurar el IX Congreso Internacional de Nutrición. El 4 de mayo de 1971 asiste a una sesión del Consejo de Administración del Banco de México, a otra en la Academia de la Lengua, una comida con los agentes aduanales y a la toma de posesión del comité ejecutivo del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social. Pero el 20 de julio de 1973 no palidece al lado de ese 4 de mayo: se hace presente en el aniversario del Banco del Ejército y la Armada, en una ceremonia recordatoria de Francisco Villa, en la clausura de la Confrontación Deportiva y en un concierto de la Sinfónica Nacional. Ese mes de mayo de 1971 podía considerarse como "fatal", pues al ajetreo del 4, y con sólo cuarenta y ocho horas de respiro, hace una gira por Tamaulipas, y el día mismo en que regresa de ella, la emprende a Chiapas. Insatisfecho, en la última semana del mes viaja cinco días por Quintana Roo. N o se queda muy atrás el mayo de 1972, ya que la gira principal se extiende por Jalisco, Zacatecas, Coahuila y Baja California. En los días apacibles, llamémoslos así, recibe a ocho gobernadores.

Sin pretender, según se confesó ya, presentar una estadística completa, no carecerá de interés dar algunas informaciones. Rara vez las visitas que recibe son de una persona única, sino de grupos, que en ocasiones llegan a 80, 100, 220, 350, 1 500 y aun 2 000 individuos. Y las que él hace, también son de grupo, ya que casi nunca deja de acarrear dos, tres o cinco secretarios de estado y jefes de Departamento, más invitados especiales. En todo caso, el mayor número de visitas que recibe lo forman diplomáticos y personajes extranjeros, cosa natural dada la frecuente rutina de presentación y despedida de los jefes de misiones. El segundo lugar lo ocupan los intelectuales, profesionistas, estudiantes y maestros de la más variada índole. Vienen después los obreros y trabajadores y en seguida los militares. Un lugar ya modesto está formado por los "políticos": senadores, diputados, ministros y

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magistrados, gobernadores, alcaldes, etc. Siguen los empresarios y los deportistas, los campesinos y los charros. Y no falta el visitante extraño, como los dirigentes de una Confederación Panamericana de Sastres. Las visitas que él hace tienen también anfitriones numerosos, que pertenecen a una organización, de obreros, de empresarios o profesión isias, pero las que ocurren en provincia son de grupos mucho más numerosos y heterogéneos, pues asisten, campesinos, agricultores, empresarios, estudiantes, autori-l dades locales, maestros, etc. ' - ..^^'-V^i^

En suma una exposición continua y a los cuatro vientos?

L L E G A D O S a este punto, resulta inevitable tratar de in-j quirir en qué exactamente se ha manifestado, o si se pre-; fiere el juego de palabras, en qué exactamente ha tomadc^ cuerpo el espíritu democrático del presidente Echeverría^ El intento se impone por dos motivos: saber cuántos tan^ tos han de apuntarse en el haber del Presidente, y vislum-^ brar si después de su salida este esfuerzo dejará un sedimento suficientemente espeso y firme para echarle el primer piso a la democracia mexicana. Por supuesto qud todo miembro del séquito oficial gritará sin vacilar "¡ed todc, en todo se ve y se tienta!" Yo he escuchado do í opiniones independientes que suenan a idénticas sin serla do verdad. La primera califica ese espíritu de aparente y; no real, y la segunda lo pinta como verbal y visual. Me| desagrada aquélla porque parece llevar implícita una con-? denación moral y aun política, mientras que la segunda' describe sin enjuiciar. 1

En cuanto a lo verbal, se ha dicho ya, y todo el mundoí lo sabe, que el Presidente habla de continuo, sobre todo^ los temas y ante cualquier género de auditorio; pero con-l viene recordar que él mismo ha identificado esta actividad^ vcfbal con el "diálogo" y la "autocrítica", es decir, con? lo que aquí ha preferido llamarse espíritu democrático.; También se ha dicho que ha empujado a todos sus colabo-j radores a que hagan lo mismo, de modo que a más de^ aparecer ante el Congreso, hacen frecuentes declaraciones^ a la prensa y pronuncian discursos en ceremonias conme-'

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morativas, etc. Esa fiebre verbal se ha extendido a los negociantes. Antes apenas hablaban en sus convenciones anuales; hoy, a más de haberse multiplicado sus organizaciones y de reunirse éstas dos o tres veces al año, hacen frecuentes declaraciones a la prensa. En suma, el "diálogo" se ha extendido a un número sorprendente de mono-loguistas. Pero no para allí la actividad verbal, y en esto, una vez más, el Presidente ha puesto la muestra. Ha incitado a personas y grupos, antes dudosos de que se les oyera, a hablar. Y este nuevo ejercicio de oír se ha extendido a sus colaboradores más próximos, así como, digamos, a los gobernadores de los estados, a los diputados y senadores, que llaman a los secretarios de estado para hablar ellos mismos y no sólo para oír a los secretarios. A más de éstos, los diputados y senadores llaman a los interesados en alguna ley que estudian, como que han instaurado ya la "audiencia pública", antes extraña a nuestra tradición parlamentaria. N o cabe duda, entonces, de que la actividad verbal se ha extendido horizontalmente hasta abarcar el país entero, y verticalmente, por las distintas capas o grupos de la pirámide social.

Cosa muy semejante cabe decir del aspecto visual. Ei Presidente declaró desde el comienzo que viajaría con frecuencia por todo el país, cosa que le ha permitido exhibirse ante millares y millares de personas y que otras tantas lo vean a él. Pero es que, además, como en sus viajes siempre acarrea a dos o tres secretarios de estado, profesionistas, reporteros, empresarios, estudiantes, escritores, etc., el campo visual mutuo se extiende casi sin límite. Y no se hable de que a éste lo amplifique la televisión. Al ir sus colaboradores a alguna de las cámaras, su auditorio, reducido a 60 ó 200 miembros de una y otta, llega, en el peor de los casos, a 11 000 y puede alcanzar los 60 ó 70 000 televidentes. Así, tampoco puede dudarse de que el aspecto visual de este espíritu democrático ha ganado un terreno antes no imaginado siquiera.

Ahora, qué sedimento perceptible ha dejado esta colosal actividad verbal y visual. Es de presumirse que al mexicano de 1976-1982 le disgustará profundamente que los hombres públicos vuelvan a las viejas épocas, cuando el

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Presidente era el único y ocasional parlador. El origen de su enfado es la experiencia de que los hombres que conversan rara vez llegan a las manos, o sea que hablar y ver disminuyen las tensiones políticas y sociales al crear la impresión de que cada hombre ha recobrado, aun reconquistado, el derecho de quejarse, de pedir, de disputar, de hacerse presente, en suma, el derecho a ser o existir. Al mismo tiempo, cabe presumir que el mexicano de hoy más bien confía en esa ley o ritmo histórico según el cual a un presidente jacarandoso sucede otro adusto, de modo de dar alguna vez con el justo medio que debe existir entre la parlanchinería y la mudez.

Presentados así los beneficios generales, que no son pocos ni desdeñables, ha de señalarse el barro que los empaña. Desde luego, el aturdimiento que provoca la imposibilidad, no ya de digerir, sino de deglutir diariamente un largo sermón, y a veces dos y aun tres. Después, el hablar y dejarse ver han dado a los mirones y los oidores elementos de juicio suficientes para concluir, aparte la gente menuda, que apenas dos miembros del gabinete tienen dotes políticas y los otros carecen aun del más primitivo instinto político. Tercero, el incitar a la gente a hablar y ver ha traído la consecuencia, contraria a los buenos deseos presidenciales, de que haya privado con mucho la denuncia sobre la búsqueda de la verdad. Esto no puede concluir sino en dos salidas, ambas lamentables: o torcer su ánimo natural del mexicano hasta convertirse en pesimisra, o decidir vendarse los ojos y taponarse los oídos para no ver ni oír tantos males como a diario se denuncian.

D E MAYOR importancia es averiguar en qué medida el espíritu democrático presidencial ha invadido los órganos más sensibles de la acción y del pensamiento políticos, tanto los oficiales como los extraoficiales. Entre los primeros han de contarse los colaboradores más próximos del Presidente, los dirigentes del partido oficial, los gobernadores de los estados y las cámaras legisladoras. Entre los otros, los sindicatos, las asociaciones campesinas, la televisión, el radio y la prensa.

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Todos sus acompañantes cercanos declaran, por supuesto, estar plenísimamente identificados con el espíritu democrático presidencial, y su conducta externa, en efecto, resulta congruente: por ejemplo, jamás han expresado públicamente contrariedad alguna por las críticas que muy de vez en cuando les hacen los reporteros y comentaristas de las publicaciones periódicas. Pero se sabe que los cortejan más allá de lo que supone un trato normalmente cortés; se sabe también que los más poderosos llegan a indicar a los directores, comentaristas y reporteros que deben enderezar su extraviada conducta; se sabe, en fin, que no han vacilado en gastar los dineros públicos para pagar plumas mercenarias y costear la impresión y distribución de libelos difamatorios de los escritores independientes, cuyas opiniones pesan en el ánimo público justamente por juzgarlos insobornables. Estas apreciaciones podrían fundarse con nombres, fechas, etc.; pero lo importante aquí es fijar las causas de este divorcio aparente y real de las prédicas presidenciales. La primera es una discrepancia de las ideas de su jefe, pues, con distintas variantes, creen que México es todavía un país demasiado bronco para que un gobierno se permita el lujo de dejarlo suelto y no llevarlo arrendado, como lo ha sido toda su vida, añadirían. La segunda razón es que tienen poder, y el poder carece de sentido, aun de existencia, si no se ejerce. Ahora bien, no pueden desplegarlo, como si dijéramos, en todas direcciones, sino en unas cuantas bien definidas. Desde luego, no hacia arriba, porque en lo alto se topan con el Presidente, que puede despedirlos sin mayor ceremonia. En buena medida les está vedado ejercerlo horizontalmente, al mismo nivel en que se hallan, porque sus colegas no carecen de algún poder, y, en todo caso, porque de ejercerlo horizontalmente y a los cuatro vientos, provocaría una coalición adversa de todos contra uno. De allí que se limiten a hacerse presentes con meras fintas, pero sin tirarse a fondo, a matar. Entonces, tienen que ejercer el poder hacia abajo, sobre los de un poder menor o nulo, y en esta situación se hallan, sobra decirlo, los escritores independientes, cuya arma única es la pluma, rara vez punzante y nunca mortífera.

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La conducta de los gobernadores de los estados es semejante, sólo que más marcada. Un secretario de estado no es el responsable final de sus actos; lo es el Presidente. En cambio, por grande que sea (y es) la dependencia de un gobernador del presidente de la República, nunca deja de haber asuntos locales cuya solución inmediata recae sobre ellos. Por eso desconfían todavía más de una mayor libertad democrática. Luego, la censura a un secretario hecha por un diario capitalino, rara vez es reproducida o comentada por los otros, de modo que de ella se entera un número bien limitado de personas. Por si algo faltara, a una comunidad de nueve millones de habitantes no la conmueve sino una catástrofe que se abata sobre toda ella. En la provincia, el escenario es muy reducido, y el comentario se enciende como un reguero de pólvora, de modo que afecta mucho más a la autoridad local. En fin, está la madera de que están hechos los gobernantes: ligeramente pulida en el funcionario federal, un tanto agreste en el local.

El contagio democrático que han sufrido las cámaras legisladoras y el poder judicial puede curarlo un dermatólogo. Ya se citó el dicho del presidente de la Corte de que si bien la Constitución dispone que haya tres poderes, en la realidad sólo hay un gobierno. Puede ahora agregarse la tesis de un senador, teórico político, además, según la cual el poder legislativo es un mero colaborador, y distante, del Ejecutivo.

Se dijo antes que debía examinarse la invasión del espíritu democrático en la acción y en el pensamiento político. El PRI de hoy piensa con mayor libertad, pero acciona ran atadamente como antes.

Entre nuestros camaradas los campesinos el contagio ha sido mayor de lo que podría suponerse, pues aunque no se dispone de estadísticas no han escaseado los conatos de marchas de protesta a la capital, que han frustrado el verbo encendido de don Augusto Gómez Villanueva y uno que otro piquete de soldados. Los campesinos han depuesto también a varias autoridades municipales e inclusive se han hecho de los locales oficiales. Y han sido ruidosas sus protestas al anunciárseles que deben irse a

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otra parte ya que sus tierras serán inundadas por las aguas de una presa próxima. También contra lo que pudiera suponerse, la democratización sindical ha sido casi nula. En los obreros se nota, sin embargo, una mayor iniciativa para embestir a los empresarios, pero no para purificarse interiormente y menos para separarse del gobierno como entes distintos que son.

La televisión y el radio han resultado absolutamente impermeables al espíritu democrático, al diálogo, a la autocrítica. Y en cuanto a la prensa, sobrarían los dedos de una sola mano para contar las publicaciones que se mueven con alguna libertad.

En suma, si ha habido alguno, como sin duda lo hay, el progreso resulta a la postre visiblemente limitado, lo cual querría decir que este problema de democratizar una sociedad es muy duro y complicado, y que su solución no puede venir de un solo hombre, así sea tan encumbrado como un presidente de la República.

ESTA E X P L O R A C I Ó N quedaría injustificadamente trunca de no llevarla hasta determinar si el inventor y el propagandista del diálogo y la autocrítica, de este espíritu democrático, lo practica él mismo, real, positivamente. Después de un examen de no pocos textos y actos suyos, tras un largo y reposado discurrir, con todo el dolor de mi alma he llegado a una conclusión negativa. Y no, mil veces no, porque considere yo al presidente Echeverría un hipócrita o un farsante, sino porque no está construido física y mentalmente para el diálogo sino para el monólogo, no para conversar, sino para predicar. Mi conclusión se basa en la desproporción de sus reacciones o las de sus allegados ante la crítica, y en la pobreza increíble de los argumentos con que la contestan.

El 2 6 de marzo de 1 9 7 1 , es decir, con menos de cuatro meses en la presidencia, señalaba yo un caso de desproporción y dos de pobreza argumentativa, los tres ocurridos durante la campaña electoral. A unos artículos en que un escritor sostuvo la conveniencia de repasar la Constitución de 1 9 1 7 , redactada pensando en una sociedad agrá-

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ria y rural, para adecuarla a la sociedad industrial y de servicios en que México se había transformado durante el medio siglo anterior, los allegados dieron esta respuesta: consagrar todo un número de una revista semioficial a combatir esas ideas; pagar media hora de televisión con entrevistas a los constituyentes, quienes naturalmente sostuvieron que la Constitución había previsto todo, y que, por lo tanto, era criminal tocarla; y toda una telenovela, que se llamó "La Constitución", de más de cien capítulos. Un tiempo y un esfuerzo excesivos para replicar, y un gasto de unos seis o siete millones de pesos. Los malos argumentos fueron dos. Que ese escritor no se hubiera "atrevido" a criticar la Constitución cuando desempeñaba un cargo diplomático, es decir, una tajante cortapisa a la libre expresión de las ideas que supone todo diálogo auténtico. Y que ese escritor era un "político de escritorio", o sea el absurdo doble de suponer que para discurrir sobre política es necesario practicarla, y que un escritor debe escribir de pie y caminando por las calles y las plazas públicas. Esras reacciones son tanto más significativas cuanto que semejantes reflexiones no tocaban, ni podían tocar al candidato presidencial, que no había nacido aún cuando se proclamó la Constitución.

A los veintidós meses de estar en la presidencia, otro escritor señaló la impropiedad de que el congreso solicitara "la venia del Señor Presidente" para llamar a los secretarios de estado a informar, porque el artículo 93 constitucional lo autoriza a hacerlo sin ese consentimiento o aprobación, según he explicado antes. La urgencia de dar respuesta a esa observación, que tampoco le tocaba a él, sino al congreso, llevó al Presidente a aprovechar la forzada ocasión de una visita que le hacen unos burócratas y oficiales del ejército para agradecerle un decreto que les permitía comprar sus casas. Les dijo:

La Constitución. . . prevé que pueden ser llamados los secretarios de estado a las cámaras para informar sobre asuntos de su competencia... Se ha criticado que no es este un sistema perfecto, y en realidad ha habido fallas; pero ¿no podemos preguntar si no es en esta lucha por el perfeccionamiento de

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nuestra democracia social en donde se ha conseguido un sólido e irreversible avance? ( E G M : 23,98-105)

Sobra decir que el progreso de la democracia "social" no está, ni puede estar reñido con el respeto a un artículo constitucional que, además, nada tiene que ver con ella.

Un último ejemplo de los varios que podrían citarse. Un tercer escritor criticó el informe presidencial del 1° de septiembre de 1973. Como esta vez la crítica le tocaba a él personalmente, la respuesta fue más enérgica y más desacertada. Aprovechó el medio "intelectual" que le ofreció una "Confrontación" organizada por la Sociedad Mexicana de Ingenieros para decir:

.. .cuando se habla de la inteligencia mexicana, que no se piense en los solitarios de gabinete, en quienes frente a una maquinilla de escribir, y por ganarse un salario, formulan, sin reflexión, cualquier crítica que se traduce, en realidad, por falta de estudio, en denuesto. ¡Que vengan a ver aquí el uso de las libertades públicas! ( E G M : 34,109-125)

Resulta innecesario comentar los argumentos indefendibles de negar la libertad de expresión a un hombre simplemente porque se aisla un tanto para escribir, que para hacerlo usa una máquina pequeña y que recibe una compensación por su trabajo.

Ya se dijo que su desmedido vigor físico y su inclinación irrefrenable a predicar, lo cierran para el diálogo; pero debe agregarse una circunstancia más que, loable en sí, remacha la cerrazón. Con sobrados motivos, Echeverría está convencido de que, quizás como ninguno otro presidente revolucionario, se desvive literalmente por hacer el bien a México y los mexicanos. De allí salta a creer que quien critica sus procedimientos, en realidad duda o niega la bondad y la limpieza de sus intenciones.

Más de un presidente nuestro ha padecido ese mal de altura, típicamente Porfirio Díaz, que por haber arrancado a México del desorden y de la miseria en que había vivido durante setenta años continuos, creía merecer el acatamiento unánime y eterno de sus conciudadanos. El mal lo engendran, sobra decirlo, motivos síquicos y per-

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sonales, así como las circunstancias históricas en que actúa el paciente. Pero se debe también a nuestro sistema político, cuya característica principal, según se sabe, es un presidente de la República dotado de facultades y de recursos ilimitados. Esto lo convierte fatalmente en el Gran Dispensador de Bienes y Favores, aun de milagros. Y claro que quien da, y sin recibir nada a cambio, tiene que ser aplaudido sin reserva, pues la crítica y la maldición sólo pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar.

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Í N D I C E

Explicación 7 I. El aterrizaje 15

II. Las constantes y sonantes 30 III. Vista a ojo de pájaro 49 IV. La reforma política 70 V. Con el rostro hacia afuera 87

VI. Espíritu y cuerpo 112

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Impreso y hecho en México Printed and made in México Talleres de Litoarte, S. de R. L. Ferrocarril de Cuernavaca, 683 México 17, D. F. Edición de 12 000 ejemplares y sobrantes para reposición 12 - IX - 1974

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Daniel Cosío Villegas EL ESTILO PERSONAL DE GOBERNAR

Ha sido siempre un tabú juzgar a un presidente de la República todavía en funciones, y más en el caso actual, a quien se considera el jefe de estado más discutido del México revolucionario. Cosío Villegas preparó el terreno para e se juicio desde su anterior ensayo: El sistema político mexicano (5a. edición, 1974) al asegurar que la pieza principal de semejante sistema es el Presidente, porque cuenta con facultades y recursos tan ilimitados, que lo llevan a gobernar, no institucional, sino personalmente. Tres años de gobierno dan al autor ocasión de reflexionar sobre la persona del Presidente y de sus colaboradores, así c o m o sobre una obra de gobierno que se propone transformar la realidad en que vivimos. La observación minuciosa de esa obra y la meditación a que da origen, provocará en el lector inquietudes y satisfacciones que le permitirán adoptar una posición más lúcida y polémica frente a los problemas nacionales.

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