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Cuento juvenil
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El Cuarteto Disparate
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El cuarteto Disparate
Por Ivo Kalinowski
___________________x__________________
-¡Que aceptará, hazme caso! -Refutaba con carácter increpante a sus
compañeros, quienes solo intentaban que Gustavo no lacere más el escaso
orgullo que aún le quedaba.
-Hey Gustavo, ya te dijimos que es una causa perdida -Le replicaban con tono
preocupante sus compañeros de clase y calle -. No lograrás que ocurra nada, de
todas formas ella es un imposible.
Gustavo, miró ferozmente a quien negligentemente había lazado el último de los
comentarios. Automáticamente, volvió al teléfono público al que desde hacía
varios minutos venía plantado.
Él creía, como su padre le enseñó en las épocas en las que era un niño de
carácter frágil y rendido, que todo en la vida es alcanzable si uno es persistente y
esforzado. Aquella notable lección, irónicamente, le había costado a Gustavo
numerosos traspiés, traspiés de los que seguramente su padre no podría sentirse
muy orgulloso que digamos. Habían calado tan hondo esas palabras que durante
los años siguientes, Gustavo, no hizo más que realizar las hazañas más
disparatadas y hozadas que el común podría imaginarse y que, en la mayoría de
los casos, estaban relacionadas con burlar la ley y las normas de convivencia.
Desde irrumpir con sigilo en las casas vecinas con el propósito de recoger su
bendito balón de fútbol que tanto amaba o, ya sea, colarse en las filas para
adelantarse turnos, hasta terminar enfrentado con la seguridad de la discoteca que
la entrada le negaba. Sinceramente, su padre nunca pensó que, añadida a las
palabras que impartía, debió velar también por la claridad de sus alcances, y no
confiar solamente en el criterio de su, ahora convertido, terco hijo.
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Aquella noche, que había sido de diversión desenfrenada y celebraciones
enérgicas, terminó por sacar los demonios de cada uno de los difíciles
muchachos.
El lector se preguntará exactamente a qué se refiere el término "demonios", y la
respuesta vendrá tras la narración siguiente.
Gustavo, Moreira, Elisandro y Flavio eran un grupete de jovencitos gamberros
que, a diferencia de la mayoría de pandillas juveniles, ellos jugaban a serlo, sin
éxito alguno. Ninguno de los cuatro pasaban los 17 años, algunos más que otros
parecían tener la mirada profunda e introspectiva, típica de muchos jóvenes en la
transcisión hacia el mundo de los adultos. Hacía casi un año desde que finalizaron
colegio y ninguno se decidía a estudiar aún nada que, como consecuencia,
demandara dejar las calles y sus conversaciones de cada tarde frente al parque.
Tenían locos a sus padres quienes, siguiendo las costumbres típicas, deseaban
verlos ya avocados a alguna profesión socialmente deseable. Se apodaban a sí
mismos como el "Cuarteto Disparate", nombre que Moreira había acuñado en
relación a su obsesivo gusto por las películas del género absurdo.
En cuanto a amistades, todos se entendían perfectamente, de hecho, todos eran
del mismo vecindario; Gustavo y Moreira se llevaban mejor puesto que se
conocían desde muy temprana edad y para las peleas ya habían tenido tiempo de
sobra. Elisandro y Flavio, de caracteres algo más neutrales, solían ser
independientes y reservados. Los liderazgos invisibles habían empezado a
gestarse en el grupo y amenazaban con ser una bomba de tiempo. Gustavo y
Flavio, de personalidades muy diferentes, convivían en ligeros conflictos de
intereses.
El día comenzó grisáceo, el aire era denso y muy húmedo y cargado de un olor
fétido. Las nubes bajas y oscuras invitaban una inminente garúa. El vecindario se
había acostumbrado a amanecer así: triste y turbado. Desde muy temprano las
bodegas y negocitos empezaban sus actividades. Por la ventana, Gustavo miraba
las diferentes casas que conformaban su tradicional barrio, algunas despintadas y
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viejas, y otras, recientemente construidas y de colores enceguecedores. A las
afueras divisaba una señora muy adulta, de cabello blanco y semblante muy
desdibujado, baldeando la vereda y espantando a los perros. Cerca de ahí, un
señor, con la bolsa de pan en la mano y el diario del día en la otra, agitaba un
encendedor con el que prendería más tarde un cigarrillo. Gustavo se repetía
mentalmente: si la rutina es un seguro camino a la vejez, yo quiero morir joven.
El Cuarteto Disparate no tardaría en reunirse en su cuartel de operaciones:
el parque. Se reunían cada sábado en aquel espacio olvidado y lleno de basura.
Los días viernes muchos jóvenes mayores usaban el parque para beber alcohol y
fumar cigarrillos hasta altas horas de la noche, lo que dejaba hecho un muladar el
lugar a la mañana siguiente. Elisandro, con iniciativa lúdica, gustaba de formar
palabras con las colillas que en el suelo encontraba.
-Muchachos, qué frío que hace esta mañana -Saludaba indirectamente Flavio
mientras se frotaba las manos al tiempo que les repartía calor con el aliento.
-¿Qué hay yunque, acaso no te dieron calor saliendo de casa? -preguntó Gustavo
con tono burlón y desafíante y una sonrisa fanfarrona. A lado suyo, Moreira reía
fingidamente como si de un buffón se tratara.
A Flavio le decían Yunque desde la primaria. Tenía la cabeza en una forma
ligeramente chata y alargada que junto a su nariz, prominente y puntiaguda,
emulaba caricaturescamente a un yunque de hierro.
-¡Cachoso eres! - respondía Flavio a la par que se reía a carcajadas-. Lo que no
recibo de cariño en mi casa, lo recibo en la tuya, y de tu hermana... Y continuó
riendo a carcajadas.
-Ya no seas gracioso, con la familia no te metas - dijo serio Gustavo, quien
después patearía las colillas que Elisandro había convertido inconclusamente en
la palabra "DISPAR..."-. Deja eso que pareces un autista.
-¡Qué te sucede! –le afrontaba consternado Elisandro después de ver la explosiva
reacción que destruyó su pasatiempo de los sábados.
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- Tenemos que planear nuestra salida de esta noche -. Asentó Gustavo, esta vez
más calmado.
-Pero, ¿imagino que lo de siempre no? -. Dijo Flavio con tono conformista.
-Precisamente eso es lo que quiero que no pase esta noche –Respondió Gustavo
rápidamente sin dar pie a que Flavio prosiga -. Creo que ha llegado el momento de
variar la rutina, hacer algo más interesante que solo ver cómo nos pasamos la
noche terminando en un antro del barrio Bohemio; quiero acción.
- Ah, y debo asumir que por ello estás malhumorado y agresivo – Ríe Elisandro
como si su hallazgo le causara satisfacción plena.
-No es eso, es solo que vine con esa idea y quería decirla, ya me entienden –.
Objetó Gustavo quien con ojos de esperanza buscaba una respuesta comprensiva
de parte de cualquiera.
-Ya te capto –Respondió Flavio -. Pero sabes bien que la acción no se planea, es
espontánea a final de cuentas. Quizás algo nuevo hagamos, pero no te
desesperes.
Aquellas últimas palabras habían dejado más calmado a Gustavo quien
vislumbraba la posibilidad de tener una salida diferente a las que desde hace
semanas se venían dando.
El cuarteto disparate se había hecho conocido en el vecindario. Se
organizaban campeonatos de fulbito a los que frecuentemente asistían con el
mismo nombre como equipo. Además, habían grafiteado toda la loza y las bancas
de la cuadra una vez que la municipalidad las pintó todas, despertando la
indignación del barrio. Si acaso fuera poco, la noche de un domingo de ramos
habían salido a tirar huevos a las ventanas y algunas viejecitas que se percataron
del hecho, habían empezado a tildarlos de herejes. Lo que es verdad es que, por
más que trataran, con comportamientos pendencieros y desatinados, de llamar la
atención a toda costa, nunca igualarían las conductas de las pandillas de mayores
a los que ellos vagamente aspiraban.
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La luz se fue disipando hasta que por fin cayó la noche. El traqueteo de una
puerta metálica que cerraba la entrada de una bodega indicaban las altas horas
que ya eran. Muchos señores, de edad adulta, acudían desesperadamente a
comprar licor, cajetillas de tabaco y diferentes otros suplementos para aprovisionar
la noche. El sonido del silbato de los guardias de la cuadra empezaba a hacerse
notorio e intermitente. El cuarteto había quedado en reunirse muy cerca al
paradero de buses. Como siempre, esperarían serenos el bus que los llevaría
hasta el barrio Bohemio.
De camino a su destino, sentados los cuatro en la última fila del autobús,
compartían entre ellos el contenido de una “botellita” de ron que Moreira había
hurtado de su casa. Mirábanse también las caras en situación de complicidad
mientras escuchaban los cánticos llenos de falsos agudos (gallos) de un niño muy
humilde que acababa de subirse, buscando recaudar unas propinas. De pronto los
cuatro, sin contenerse en lo absoluto, echaron a reír despavoridos, causando la
indignación de los pocos pasajeros que habían venido escuchando al pobre niño,
de forma indiferente, parte del trayecto. El niño calló. Los pasajeros voltearon sus
caras hacia el final del bus donde se encontraba el grupete, evidenciando sus
rostros colorados, producto del efecto del alcohol. Repentinamente, Gustavo se
puso de pie, lanzando un sin número de improperios.
-Idiotas, ¿acaso les he pedido que nos miren? –Refunfuñaba Gustavo con aires
bravucones -. Ven aquí niño, ven aquí…
-Cállate loco, cállate, nos van a dar con palos por faltosos –.Susurraba Flavio
quien a su lado tenía a Elisandro moviendo la cabeza en señal de aprobación.
-¿Sí señor? –.Se acercó preguntando el niño de forma temerosa.
-Así que te gusta cantar, ¿no es así? –Dijo Gustavo al tiempo que sacaba una
moneda de dos soles y un chocolate en envoltura y se la entregaba en sus manos
-. Mejor ándate a casa a practicar más y con gusto te daré más de estos
obsequios, ¿está bien?
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Sonrió feliz el niño quien no aguantó las ganas de comerse el chocolate
mientras se retiraba sin decir ni una palabra.
-Menos mal huevón que tienes tu corazoncito –Comentó aliviado Elisandro quien
parecía ser el más contrariado -. Pero tenías que ser cachoso siempre, hasta con
el niño.
Llegando al barrio Bohemio, el cuarteto estaba resuelto a divertirse como
cada sábado. Ingresaron al club, que era una discoteca un tanto híbrida donde el
acceso a los menores estaba permitido. Pocas veces la policía había realizado
operativos de incursión, así que ello tenía en lo más mínimo preocupados a los
chicos. En la puerta, parado tal cual poste, se erigía la figura del guardia; un sujeto
alto y ancho de rostro pálido y ojeroso. Junto a una muchacha, el guardia, repartía
los tickets de entrada que oscilaban entre los 15 y 20 soles dependiendo de la
hora de llegada.
Una vez dentro, Gustavo y sus colegas emprendieron lo que mejor sabían
hacer: desaforarse. Se acercaron a la barra, que expendía bebidas
irresponsablemente a menores, y pidieron 4 botellas de cerveza. Hablaban,
gritaban, reían y hasta emulaban pasos de baile que por la internet habían visto al
son de las canciones. Asímismo, también comentaban sobre sus gustos y
preferencias por las chicas que durante la noche observaban: estereotipos,
personalidades y un sinfín de detalles que, solo por estar entre hombres, se
permitían opinar.
De repente, a lo lejos, Gustavo divisó a una chica de mediana altura,
cabello ensortijado y muy negro, con ojos grandes y claros que desde hacía
minutos le lanzaba sonrisas sutiles y miradas pícaras. El corazón de Gustavo
empezó a latir como si de una arritmia se tratara, sus amigos, que seguían en los
diferentes temas que venían discutiendo, no se percataron del estado de
incomodidad que lo afligía.
Era hermosa, pensaba; y volteaba a todos lados para cersiorarse de que
era él para quien la mirada iba dirigida. Con movimientos bruscos y forzados,
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intentaba hacerse con el control del momento, agachaba la mirada y por
momentos fingía atender el diálogo de sus amigos. De pronto, avanza y se retira.
Sus amigos, muy distraidos por cierto, no se percatan del hecho. Gustavo se
detiene al medio de la pista de baile esperando encontrarla, pero ella ya no
estaba. En eso, que rendido se disponía a regresar a su círculo, una mano toca
su hombro.
-Hola...Así qué eres tú el chico que me mira -. Sonríe con sarcasmo la
desconocida jovencita.
-¿Yo? Pensé que eras.... -. Y cuando terminaba la frase Gustavo...
-¿Quieres bailar? -Interrumpe preguntando bruscamente la joven, que esta vez
había cambiado la sonrisa tierna por una mirada más fija y expectante. Ella no
estaba dispuesta a aceptar un no por respuesta -. Entonces...
-Por supuesto, encantado -. Interrumpe emocionado Gustavo, quien agarra de la
mano a esta linda jovencita y comienza a coger ritmo paso a paso.
Del otro lado de la pista, Flavio, Elisandro y Moreira ya se habían percatado
de la situación de Gustavo, y no mediaban en lanzarle arengas divertidas como los
pulgares hacia arriba y otros gestos, incluso solapados con obscenidades, que
buscaban distraerlo.
Gustavo, que llevaba bailando varios minutos e intercambiando palabras
con la chica, decide ir por su cerveza que, a medias consumir, se había quedado
en la barra. Resuelto a recoger su bebida, se desliga momentáneamente de la
joven esperando que ésta lo espere por unos segundos. Cuando regresa, no la
encuentra y empieza a preocuparse. ¿Dónde pudo haberse ido?, pensaba.
¿Regresaría? ¿Y si lo la veía más? Un halo de pensamientos trágicos acechaban
su cabeza mientras se cuestionaba durante unos minutos lo que había ocurrido.
Mientras eso, se percata de un grupo de muchachos que parecían buscarle riñas a
sus ya alcoholizados amigos; entonces decide salir a defenderlos. La trifulca se
arma y lleva a ambos bandos a enfrentarse con los puños. La seguridad llega,
aunque tarde, y los expulsa a todos a fuerza de jalones.
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-¡Qué diablos paso ahí dentro! -Les reprende Gustavo quien, verificando sus
bolsillos en busca de sus pertenencias, se percata de un papelito escondido en la
secretera de su camisa -. ¿Y esto? Qué diablos...
-Malditos guardias, cómo hacerles entender que los otros comenzaron la pelea -
Murmuraba para el grupo Flavio que había sido en él en realidad el causante de
dicha gresca.
El papelito que Gustavo había encontrado en su bolsillo era un número de
teléfono móvil. Mientras le daba vueltas al asunto, intentaba hacer memoria sobre
los posibles lugares donde pudo haber recibido dicha nota, pero estaba claro, no
lo había recibido mucho antes: se lo habían puesto a drede sin que se diera
cuenta. Un instante de iluminación llenó su mente, era el teléfono de la chica con
la que había estado bailando, no podía ser de nadie más.
-Acompáñenme al teléfono público, por favor, debo hacer algo urgente -Dijo
Gustavo mientras aceleraba el paso para llegar al teléfono de la otra esquina -.
Malogrado, ¡maldición! -Ahora aceleraba mucho más el paso buscando el
siguiente teléfono que se encontraba dos bloques más allá de esa esquina.
-¿Y qué bicho le picó a este? -Comentaba Elisandro quien, junto al resto,
intentaba igualar difícilmente el paso de Gustavo -. Seguro le entró nuevamente la
locura.
Durante unos largos minutos Gustavo se mantuvo intentado marcar los dígitos de
aquel número, sin lugar a concretar llamada alguna. Sus amigos, recién
percatados de lo que acontecía, empezaron a disuadirlo de que intente
insistentemente.
-Vamos ya -.Decían de voz en coro.
-¡Que aceptará, hazme caso! -.Respondía Gustavo al compás que insistía.
-Hey Gustavo, ya te dijimos que es una causa perdida –Respondían nuevamente
ellos -. No lograrás que ocurra nada, de todas formas ella es un imposible.
-Aló… -Una voz al teléfono se alzaba, era ella, quien con voz dulce y melodiosa
parecía esperarse aquella llamada.
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Y cubriendo con la palma de sus manos el auricular de aquel teléfono,
Gustavo, volteó nuevamente su mirada hacia sus amigos con un movimiento
vertical de cejas, diciendo:
-No era tan imposible, ¿no cierto? –Y de una voz ensordecedora echó a reír como
villano mientras contemplaba la cara absorta de sus amigos, quienes se miraban
entre sí intentando descifrar el mensaje disparatado de aquella innecesaria risa.
FIN