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El corazón de Escorpión - Novela

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El corazón del escorpión

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El corazón del escorpiónJosé Manuel Palacios Pérez

(Joseph Avski)

Primer Puesto NovelaIX Concurso Nacional de Novela y Cuento

Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia

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© José Manuel Palacios Pérez (Joseph Avski) © Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia

ISBN 978-958-98290-6-6

Primera edición: Diciembre de 2009

Coordinación editorial: Dirección de Comunicaciones Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia. Diseño y diagramación: Taller de Edición Impresión: Litoimpresos y Servicios. Primer puesto categoría Novela.

EL CorAzóN DEL ESCorPIóN JoSé MANuEL PALACIoS PérEz (JoSEPh AvSkI)

1 ed. Medellín: Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia, 2009.

104 p. ; 21 cm.

Primer puesto. IX Concurso Nacional de Novela y Cuento Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia

1. NovELA CoLoMBIANA. Título.

Impreso y hecho en Colombia | Printed and made in ColombiaProhibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia.

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El luchador, ya viejocuenta a su mujer el combate

que no debió perder.

Taniguchi Busón

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Gracias a Alberto Salcedo Ramos

que sin saber, escribió parte de esta novela

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¿QuIErES QuE TE LA CuENTE?, DIJo MILToN oLIvELLA

y movió sus puños de acero con la pesadez de sus 57 años mal

llevados. Luego se separó unos centímetros de la mesa haciéndo-

se espacio entre dos sillas y tropezando otra mesa de la cual casi

cae una botella de cerveza. Cuidado, dijo Alberto Salcedo ramos

cuando vio la botella tambalearse. No te preocupes, broder, lo

tranquilizó Milton, que aquí en este bar me conocen y además

estás con el campeón mundial, me entiendes. Era la primera vez

que Salcedo ramos lo veía en persona después de casi dos años

de pesquisas. hasta entonces Milton siempre estaba un paso por

delante. Si iba a su casa a buscarlo Ángela Iguarán, la esposa, le

decía que era una lástima pero que si por la gracia del Señor hu-

biera llegado cinco minutos antes lo habría encontrado. Si se de-

cidía por el gimnasio de su amigo Jhonny Pitalúa éste le decía

que Milton acababa de salir a comprarle unos guantes nuevos a

su pupilo, un pelao, primo, que va a ser campeón mundial, como

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Milton. Si preguntaba en el mercado de Bazurto le decían que lo

habían visto un momentico antes tomándose una avena, que si

corre hasta la esquina lo encuentra. No importaba en qué lugar,

en qué ciudad lo buscara, Milton olivella estaba siempre un paso

por delante.

Antes de encontrarlo, escribiría Salcedo ramos en su libro re-

cordando a olivella parado frente a la mesa levantando los brazos,

Milton olivella parecía haber adquirido el don de la ubicuidad.

un día lo expulsaban de un bar de Manizales por bailar desnudo

sobre la barra y, cuando todavía no nos habíamos repuesto de la

sorpresa, aparecía en Pasto con el rostro ensangrentado por ne-

garse a pagarle a un taxista. En un restaurante de Cartagena le

vaciaron una olla de sopa hirviente en el pecho y en el aeropuerto

de Bogotá le rompieron la frente con una tranca. En Barranquilla

le pegaron con un tacón puntilla por limpiarse las manos en el

vestido de un maniquí. En Cali un ganadero le ofreció un mazo de

billetes con tal de que se fuera rápido de la plaza de toros. Se volvió

inquilino asiduo de calabozos y hospitales. Lo vieron sin dientes

en Armenia y sin zapatos en Tunja. Lo vieron y lo vieron y lo vie-

ron y lo vieron. Estaba en todas partes pero no estaba en ninguna.

En Colombia todo el mundo, grande o chico, gordo o flaco, algu-

na vez se había tropezado a Milton olivella armando escándalos.

Llegó un momento, incluso, en que lo veían aunque no lo vieran.

Fantasma de sí mismo, un día fue dado por muerto en radio Suce-

sos rCN. Cuando reapareció indignado por la noticia, hubo gente

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que no le creyó que, en efecto, seguía vivo. Algunos dicen que está

en Barranquilla, donde una amante llamada Cecilia. otros juran

que amaneció descalzo en el mercado de Galapa, Atlántico, jugan-

do dominó. Los de más allá aseguran que como en Cartagena hay

temporada taurina, es imposible que haya salido de la ciudad. ¿No

era, acaso, el que andaba ayer por el Parque Bolívar, con una cami-

seta enrollada en la cabeza, convidando a pelear a un lustrabotas?

¿No era el que devoraba una posta de sábalo frito en una cabaña

de La Boquilla? Si te pones a buscarlo, te pierdes tú también. Te

confundes, sientes dolor en los talones. No entiendes por qué si

Milton olivella es omnipresente como el sol, tú no lo encuentras.

Si quieres tropezarte con él –te previene el vendedor callejero de

mariscos– debes ir a las once en punto de la mañana a los quioscos

de La Matuna. un jubilado de los que tertulian en los alrededores

de la Gobernación cree que olivella pasó hace media hora por

el malecón de Bocagrande. un taxista del aeropuerto jura que lo

saludó en las playas de Crespo. Las prostitutas de la Calle de la Me-

dia Luna suponen que está almorzando con los boxeadores del Pie

del Cerro y los boxeadores, a su vez, se lo imaginan encerrado con

las prostitutas. Las versiones se multiplican según el número de

personas a las cuales les preguntas. La semana pasada estaba en el

barrio Chiquinquirá con un vaso de tinto en la mano. hace cuatro

días tenía una gorra de los Yankees y estaba conversando con su

compadre Bernardo Caraballo. Si hubieras llegado diez minutos

antes, lo habrías encontrado en esa cafetería tomando jugo. Ahora

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mismito se fue de aquí, mi hermano. ¡Corre, para que te lo pilles

en la otra esquina!

Ahí estaba todo el mundo para verme pelear, broder, lo escu-

chó decir Alberto recorriendo el bar con la mirada, tú sabes, no

todos los días un campeón de mi talla se pone los cortos después

del retiro, sabes cómo es. Salcedo ramos no sabía dónde situar-

lo, si en la estampa de caballero inglés con acento caribe de la

que hablaban los que lo describían sobrio, o como el huracán que

destruía y humillaba todo lo que encontraba a su paso al que se

referían cuando estaba alterado. Alberto no sabía con seguridad

si estaba sobrio y simplemente excitado por la entrevista o si ha-

bía consumido algo. Cuando le preguntó qué le había pasado en

el labio y por qué tenía la camisa manchada de sangre se molestó

un poco y le respondió que se había golpeado con una puerta de

vidrio que no había visto. un descuido, broder, por andar en las

nubes. Sin embargo para Alberto Salcedo era evidente que algo

distinto había sucedido.

¿Quieres que te la cuente?, repitió Milton olivella mientras re-

cordaba cómo había salido de los vestuarios con su caminado de

hombre venido de otro mundo. Detrás de él venían sus segundos

que vieron a la plaza de toros de Cartagena estallar en una ova-

ción dilúvica. Milton levantó los brazos y dejó que la algarabía

lo bañara. Llegó hasta el cuadrilátero con su paso cansino y sa-

ludó uno por uno a los periodistas que se hallaban en la mesa de

prensa. Ahí estaba todo el mundo para verme pelear, dijo Milton

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echando una mirada alrededor para asegurarse de que en otras

mesas se escuchaba su voz, broder, tú sabes, no todos los días un

campeón de mi talla se pone los cortos después del retiro, sabes

cómo es. Estaba la gente de Cromos, la de Semana, El Espectador,

El Tiempo, El universal, El heraldo, eso sin contarte la gente que

venía del extranjero, me entiendes, esa era mucha más: gringos,

europeos, japoneses, la locura, una vaina para no creer. Milton

hizo una pausa en su perorata para encontrar las palabras que

estaba buscando, broder, eso fue el acontecimiento del año. Por

el otro lado del cuadrilátero entró king, que lanzaba las manos

hacia adelante en jabs al aire que en realidad estaban dirigidos a

llamar la atención del público. Iba cubierto por una bata blanca

que contrastaba con su piel oscura. Milton pensó que era bueno

que king gastara sus energías innecesariamente antes de que el

combate empezara. El público respondió con silbidos e impro-

perios. Esa gente me quería, dijo olivella restándole emoción a

su voz, tú sabes, nadie había ido a ver pelear al gringo ese, me

entiendes, todo el mundo estaba ahí por mí.

Por un momento Alberto Salcedo lo vio tal cual como lo recor-

daba de la televisión: indiferente al relampagueo de los flashes,

eran los días en que Milton parecía haber nacido bajo la tutela

de orión, pero no, su estrella tutelar era Antares, llamada por los

árabes kalb al-Akrab: El corazón de Escorpio.

olivella miró alrededor y ante la inesperada atención de las

mesas que lo rodeaban, aumentó la teatralidad de sus ademanes.

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El primer round, empezó diciendo, me lo bailé. Puro juego de

piernas, puro amago de golpes, puro movimiento de cintura. Sa-

bes cómo, broder, como Muhammad Ali se bailó el primer round

con Floyd Patterson, te acuerdas, en el año sesenta y cinco. Yo

me le acercaba sin lanzarle ningún golpe, solo para ver qué tipo

de golpe me tiraba para hacerme distancia, o le amagaba con un

recto o con un gancho solo para ver dónde ponía la defensa. Esas

vainas lo ayudan a uno a saber cómo pelear. Cuando el negro

king se la pilló se me vino encima, pero yo seguía en lo mío, sa-

bes cómo es, broder, ganándole de piernas, haciendo espacio, ca-

minando, moviéndole la cintura, bailando. Es una vaina que se

aprende con la experiencia, sabes cómo es, que las peleas no solo

se ganan tirando trompadas. Entonces me pillé cómo atacaba. Esa

vaina también es importante, sabes por qué, porque cuando uno

ataca deja huecos y por esos huecos es por donde uno mete los

mejores golpes. El negro me alcanzó a conectar un par de veces;

pero eso no importaba, porque nunca me conectó duro. En cam-

bio yo ya me lo conocía, broder, ya sabía qué iba a hacer, cómo me

iba a atacar. Ahí estaba el secreto para ganar la pelea. Pero la pelea

de verdad empezó en el segundo round.

* * *

Solo te digo una cosa: uno vale por lo que tiene. Eso es así, lo sabe

todo el mundo. Después que no me vengan con cuentos de que es

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una gran persona cuando está sobrio y que le puso la luz eléctrica

a Palenque y que es un hombre muy admirado y respetado en el

mundo del boxeo; a nadie le importa si fuiste campeón mundial

o si fuiste más rico que el Papa, si ahora no tienes nada, no vales

nada, me parece.

Madre sale de la cocina con su camisón de colores comprado

en el mercado y un trapo envuelto en la cabeza, me trae una taza

de café negro. No entiendo para qué se tiene que vestir como ne-

gra, como si la gente no se diera cuenta. Además, esos camisones

son para pobres y uno vestirse como pobre es llamar la pobreza.

Se demoró bastante en traerme el café pero no digo nada. Ma-

dre es una mujer sensible a la que es mejor tratar con delicadeza y

no recalcarle sus errores. Los tiene, como todo el mundo, pero en

realidad todos son excusables.

Ya va a estar listo el desayuno, dice madre y se pierde en la

cocina otra vez.

Prendo un cigarrillo para acompañar el café negro. En realidad

el desayuno debería estar listo ya, pero no digo nada. A veces no

resulta fácil ser tan paciente pero es una cosa que se alcanza con

la práctica.

No deberías empezar a fumar desde tan temprano, dice madre

asomando la cabeza por el agujero de la puerta que da a la cocina.

No digo nada y fumo un rato. El café no está tan bueno. Le he

dicho millones de veces que tiene que calentar el agua antes de

meterla en la cafetera. Pero como no se levanta suficientemente

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temprano no le alcanza el tiempo. Y sin embargo se demora en

darme el café y en servir el desayuno. A pesar de todo no digo

nada. Madre sale de la cocina, pasa a mi lado y abre la ventana que

está detrás de mí. De vuelta me pone la mano sobre el hombro.

¿Ya está listo?, pregunto.

Ya casi, responde madre.

Te dije que tengo una cita con el abogado y por eso tengo que

llegar más temprano que siempre a la oficina, digo.

Sí, hijo, ya va a estar listo, dice madre.

Es una cosa de todos los días esto de esperar por el desayuno.

Claro que si las cosas se hubieran hecho a mi modo ahora ten-

dríamos una mujer encargada de preguntar qué quiere uno desa-

yunar y a qué hora y otra encargada de hacer el desayuno. Eso y

muchas otras cosas. Pero padre nunca permitió que yo me hiciera

cargo de todo y madre siempre dijo que era su dinero.

Madre por fin llega con los platos y los pone sobre la mesa.

Faltan los cubiertos, digo.

va a la cocina por lo que falta y se sienta. Comemos en silencio

por un rato. Yo pienso cómo sería todo si hiciéramos las cosas a

mi modo: todo muy distinto.

No llegó a dormir, dice madre como si fuera una novedad.

Mejor, digo.

No, hijo, yo no duermo bien cuando Milton no viene a dormir.

Ni cuando viene a dormir, pienso. Con seguridad duerme me-

jor cuando no llega que cuando le pega.

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Yo duermo mejor cuando no llega a dormir, digo.

hijo, no hable así, es su padre y su lugar es con nosotros en la

casa, dice madre.

Esta no es su casa, digo.

Esta es también su casa, si no es la casa de él tampoco es la mía,

dice madre.

Como sea, duermo mejor cuando no tengo que levantarme en

la madrugada a aquietar a nadie, digo.

hijo, es que usted quiere arreglarlo todo a las malas, ponerse

en el mismo nivel de su padre borracho o todo endrogado, pero la

única manera de hacer que su padre se cure es la oración.

La oración no ha hecho nada en todos estos años, pero no digo

nada. Solo digo una cosa: si las cosas las hiciéramos a mi manera

otro gallo nos cantaría.

Esta tarde tengo una cita con él, ojalá no falle, digo.

Es para lo de la plata, pregunta madre.

Sí, digo, por la mañana me encuentro con el abogado para

arreglar los papeles, para que la pensión de papá la administre-

mos entre usted y yo, y por la tarde con papá para que firme.

Ay, hijo, dice madre, no sé, me da como cosita pensar que su

padre va a estar por ahí sin plata para comer.

él nunca se ha gastado un solo peso de esa pensión en co-

mida, digo.

No hable así, hijo, dice madre intentando no subir el tono. Ella

sabe que no me gusta que me griten.

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Esa plata, digo, no es suficiente para cubrir los gastos de todas

las cosas que padre rompe cada vez que llega drogado.

Es la plata de él, hijo, dice madre. Nosotros vivimos bien con

lo que tenemos.

vivimos bien porque yo trabajo, digo.

Ella sabe que lo que gana no es suficiente para mantener la

casa. Ganaba mejor cuando era empleada doméstica por días, las

señoras ricas de Cartagena le pagaban más solo para darse el lujo

de decir que la señora que hace el aseo o que lava la ropa o que

hace el almuerzo en su casa es nada más ni nada menos que Án-

gela Iguarán, la esposa de Milton olivella.

Ahora no solo no trabaja en casas y gana mucho menos sino

que regala el trabajo en la iglesia. Le he dicho mil veces que eso de

regalar el trabajo en la iglesia no está bien o si no que a cambio nos

mande el cura una de las empleadas domésticas de la casa cural

para que se encargue de que no haya que esperar por el desayuno

en las mañanas; pero ahora no digo nada. Yo preferiría que vol-

viera a trabajar en casas de familia porque no va a encontrar un

trabajo mejor remunerado y no sabe hacer nada más; el trabajo

es trabajo y nunca es indigno. Ella dice que no hace falta porque

vivimos bien, lo dice como si no recordara cómo vivíamos antes.

Siempre termino el desayuno antes que madre. Prendo un ci-

garrillo.

No fume tanto, hijo, dice madre.

hay más café negro, pregunto.

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Sí, responde madre.

Tráigame más, digo.

Madre se para y se pierde en la cocina. vuelve con un pocillo

de café caliente y me lo pone enfrente. Yo fumo y ella sigue desa-

yunando por un rato.

* * *

Y yo dije: “Fue el primer consejo que le di, primo, que no confiara

en nadie, aquí todo el mundo te quiere robar o te quieren hacer

caer porque te tienen envidia”.

Y el negro Espinosa dijo: “Así es, viejo Jhonny, no puedes con-

fiar ni en tu madre, ni en tu propia madre. Pero así es la vaina,

viejo Jhonny, parece que no le quieren entregar toda la plata que

le ofrecieron”.

Y yo dije: “otro kibbe y otra avena. ¿Tú quieres algo más?”.

Y el negro Espinosa dijo: “No, ya estoy bien”.

Y la señora que vende los fritos dijo: “Aquí tiene”, y me entregó

un kibbe y un vaso desechable con avena.

Le pagué y fuimos caminando hacia el gimnasio.

Ya me lo habían dicho. Ayer le estuve hablando de eso a mi

mujer. Yo sabía que al pelao lo iban a tratar de engañar, ya yo me

conozco esa gente, vi todo lo que hicieron con Milton, le decía.

El pelao Miguel es bueno, un atleta natural, uno en un millón y

es blanco, me entiendes, y con educación, le decía, y yo sé que si

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hace todo lo que le digo y se deja enseñar todo lo que sé, va a lle-

gar a ser campeón mundial. Mi mujer no decía nada. El problema

es que con esa gente con la que se fue parece que es todo más

rápido, me entiendes, pero no es verdad, porque cuando llegas a

una pelea por el título no estás preparado, mira a Milton, cuando

peleó la primera vez contra el argentino en el… déjame ver… en

el setenta y uno, le decía a mi mujer, perdió. Ajá, allá en el Luna

Park, yo estaba con él y perdió, no porque el argentino fuera me-

jor que él, sino porque no estaba listo, me entiendes, Milton podía

ganarle al argentino pero no podía derrotar la forma en que esa

gente apoyaba a su peleador, es una vaina que nunca hemos senti-

do, me decía Milton, dime si no, me decía, y yo le decía que sí, que

ese apoyo que el argentino recibía en Argentina es una vaina que

nunca habíamos sentido y que Milton nunca sintió, ni siquiera

cuando era el negro que más vale en Colombia, el negro que se

acuesta con las reinas de belleza y que almuerza con los presiden-

tes, porque la diferencia es que si había diez mil argentinos vien-

do pelear al argentino había diez mil personas que fueron a verlo

ganar, en cambio si había diez mil colombianos viendo pelear a

Milton había diez mil personas esperando verlo perder. Por eso

es que cuando ya Milton era campeón mundial y peleó contra el

argentino en Caracas y los de su esquina tiraron la toalla porque

el tipo estaba sufriendo un castigo innecesario, me entiendes, le

decía a mi esposa, y la pelea estaba perdida dos rounds antes y no

había manera de recuperarla, el tipo lloró de vergüenza sobre el

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ring, como un niño, me entiendes, de vergüenza porque él no era

él, sino un país. Mi mujer seguía sin decir nada. Pero eso era lo

que yo le decía al pelao Miguel, que yo lo podía poner en la lista

de aspirantes al título, pero que no quería que le pasara como a

Milton la primera vez, porque conseguir una segunda oportuni-

dad no es fácil, me entiendes, le decía a mi mujer que le dije al

pelao Miguel, y lo importante es llegar a una pelea por el título

preparado para ganar. Eso le dije. una lástima que el pelao los es-

cogiera a ellos porque son gente peligrosa y no les importa la ca-

rrera de los boxeadores, sino hacer plata con ellos, me entiendes.

Pero mi mujer no decía nada, tal vez porque cuando me volteé ya

estaba dormida.

Y yo dije: “Y, ¿qué piensa hacer el pelao?”.

Y el negro Espinosa dijo: “No sé, viejo Jhonny, eso sí que no lo sé”.

Y yo dije: “Me da vaina, me entiendes, el pelao era un atleta

natural, como Milton, una vaina especial”.

Llegamos al gimnasio y mientras buscaba mis llaves para abrir,

el negro Espinosa abrió con las suyas. Nos pusimos a colgar las

peras, templar las cuerdas del ring, sacar los protectores para la

cara, organizar las cuerdas para saltar y los guantes, revisar los

sacos de arena, etc. La vaina con el pelao es que un venezolano

llegó ofreciéndole mucha más plata por las peleas y un entrena-

dor con más experiencia, me entiendes, pero una vaina es segura,

primo, más experiencia no creo, tal vez mejores oportunidades,

pero más experiencia ni por el putas. Yo lo viví todo ya, primo,

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con Milton lo conocí todo. Y claro, primo, el pelao se fue, me en-

tiendes. Es como una descortesía, como una traición que lo dejen

a uno así de fácil, pero yo entiendo que el pelao Miguel es joven y

cree que tiene que hacerlo todo por el camino más fácil.

El primero que llega a entrenar es Efraím, un niño rico que

quiere ser escritor y cree que porque hemiduay o quienquiera

que sea fue boxeador y después escritor a él le va a pasar lo mis-

mo. una vaina es segura, nadie se vuelve más inteligente porque

le cojan la cabeza a golpes.

Y Efraím grita cuando entra en el gimnasio: “Jhonny Pitalúa:

el coach”.

Y yo dije: “El propio Fren, el tipo de las letras”.

Y Efraím dijo: “Germán Espinosa, nombre de escritor ilustre”.

Y el negro Espinosa dijo: “Efraím, nombre de marica”.

Y Efraím dijo: “o en el mejor de los casos de peluquero”.

Y Efraím se va a los vestidores a cambiarse de ropa.

Yo siempre le decía al pelao Miguel, no desperdicies tus buenos

años, no cometas los mismos errores que vi cometer a Milton.

Se lo decía porque yo sabía que en algún momento iba a llegar

alguien que iba a intentar quitarme el puesto y yo quería llegar

allá con él, a la cima, me entiendes, siendo parte del equipo, no

como el amigo ni como el tipo que lo descubrió, sino como el

entrenador, me entiendes.

Y el negro Espinosa le grita a Efraím cuando sale de los vesti-

dores: “Calienta y después asaltos de dos minutos contra el saco y

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descansos de un minuto, por cuarenta minutos”.

Entonces vi entrar a óscar kid mano de ñame Manzur.

Y entonces yo dije: “óscar el kid mano de ñame Manzur, ¿cómo

sigue tu mamá?”.

Y óscar kid mano de ñame Manzur: “Bien, viejo Jhonny, ya

está en la casa”.

Y yo dije: “Me alegro, primo, de verdad que me alegro”.

Y óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “Gracias, viejo Jhon-

ny, se le tiene en cuenta la preocupación”.

Al pelao Miguel lo descubrió Milton cuando estuvo trabajando

aquí en el gimnasio. un día lo vio en la calle peleando porque

uno le había mentado la madre a otro, o no, déjame ver, o fue

porque los dos querían a la misma muchacha; como sea, Milton

le dijo que fuera al gimnasio a entrenar porque tenía condiciones.

Milton decía que era su pupilo y que lo iba a llevar a ser campeón

mundial, pero en esos días me pidió cincuenta mil pesos dizque

para comprarle unos guantes de regalo al pelao y nunca volvió a

aparecerse por el gimnasio.

Y el negro Espinosa dijo saludando a Manzur: “Llegó el hom-

bre de Ciénaga de oro”.

Y óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “El negro más elegan-

te de Cartagena, qué más mi vale”.

Y el negro Espinosa: “Todo bien, Manzur, todo bien”.

Y Efraím dijo: “hey, Espinosa, por ahí me dijeron una vaina de

los manes de allá de Ciénaga de oro, del pueblo de Manzur”.

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Y el negro Espinosa: “¿Qué te dijeron?”.

Y Efraím: “Que dizque todos los hombres de allá son maricas,

que el único macho que había era un palo de mango que había en

la plaza pero ya floreció”.

Y todos se rieron menos yo que estaba pensando en el pelao

Miguel y en que era una traición que el pelao Miguel se fuera con

los venezolanos de esa manera.

Y óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “Si quieres ahora más

tarde me haces sparring para que veas cómo un marica te levanta

a trompadas”.

Y Efraím se volvió a reír.

Y yo dije: “Manzur, un poco de pesas y después al saco”.

Y óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “Yo no estoy hacien-

do pesas, viejo Jhonny, por lo del hombro”.

Y yo dije: “Cierto, primo, se me había olvidado. Entonces haz

lazo cuarenta minutos y después haz sombra con lastre que eso te

sirve para el hombro”.

* * *

Milton olivella levantó la vista hacia la barra para comprobar la

atención de las mesas circundantes. volvió la vista a los comen-

sales sentados frente a las copas y dio un paso hacia atrás que-

dando entre dos mesas. Miró al periodista que lo miraba atenta-

mente sin perderse detalle y acomodó sus pies y su defensa. La

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pelea de verdad empezó en el segundo round, repitió. El negro

salió a buscarme desde el campanazo. Era joven, me entiendes,

y mientras yo tenía que pelear con la cabeza, él podía derrochar

energías. Yo me le paré así, sabe cómo es, mirándolo a los ojos,

para que entendiera que no le iba a correr más y que ahora sí le

iba a soltar los puños; pura presión, broder, yo sabía que no me

podía poner a pegar, tenía que esperar el momento. Y funcionó,

me entiendes, porque el tipo era grande, me entiendes, tenía

mucha mejor distancia que yo y después que me le paré no se

atrevía a venirse de frente.

Milton olivella se acercó a la mesa pero no se sentó. Se empujó

un trago doble de ron y se cuadró otra vez, con el brazo derecho

delante apretando el puño y el izquierdo detrás cerca del mentón.

Era flaco como un suspiro. Me tiró un recto sin mucha fuerza y le

hice una pinta con el cuerpo. Milton dio dos pasos hacia atrás y

quedó cerca de la mesa. Entonces se me vino encima otra vez y le

puse un recto de derecha sobre la defensa que lo hizo retroceder.

Me tiró un recto de izquierda y yo otro de derecha, pero ninguno

de los dos conectó. El negro se me vino encima y me abrazó, yo

me dejé abrazar para descansar y esperé que el árbitro nos se-

parara. Además yo sabía que el negro king se iba a distraer así

que apenas me soltó le mandé un recto de derecha a la cara y lo

conecté. Dio dos pasos hacia atrás y yo dos hacia adelante. Milton

mandó tres rectos consecutivos cambiando las manos que atrave-

saron el aire del bar y terminó con gancho a un hombre invisible.

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28 José Manuel Palacios Pérez

La gente del bar sonreía viendo la combinación de golpes. Milton

sintió el bullicio del público y los gritos de sus segundos para que

hiciera distancia después del golpe. Delante de él vio al negro que

se lanzaba sobre las cuerdas para recobrar el equilibrio. La gente

gritaba eufórica después de la combinación. Milton escuchó la

voz del entrenador: “¡Córtale! ¡Córtale, que quedó mareado! ¡La

derecha!”. Le llegó otra vez hasta las cuerdas con la defensa alta.

Mandó una combinación recto-upper cut que se estrelló contra

los guantes de su oponente. Preparó un golpe buscando un hueco

en la defensa, pero cuando lo quiso enviar el negro estaba casi

detrás de él. Milton lamentó no haber aprovechado la oportuni-

dad y haber dejado escapar el dinero que le habían prometido si

ganaba la pelea. En las cuerdas se me salió por un lado, broder,

y cuando me di vuelta se me echó encima y me abrazó. El ne-

gro king era mañoso, pegaba con los codos y con la cabeza, sabe

cómo es. Esa vez no me alcanzó porque me gritaron que le quitara

la cara y yo como no soy pendejo aparté la cabeza hasta que el

árbitro nos separó.

La campana sonó y Milton se retiró a su esquina donde sus

segundos lo esperaban con la silla plegable lista. Se sentó y

recostó los brazos sobre las cuerdas. Su pecho subía y bajaba

mientras sus pulmones intentaban llenarse de un aire que pare-

cía escaso. Salcedo ramos pensó que en su cara maltratada se

dibujaba una melancólica sonrisa. Lo recordó también sentado,

en otra escena, una que había visto por televisión junto a su

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mujer y que ahora intentaba desarrollar frente a la pantalla de

su computador. Escribió:

olivella volvió a bramar frente a las cámaras y descargó un nue-

vo puñetazo contra la pared. Tenía la bata típica de los enfermos

de hospital, pero a través de los barrotes de la ventana parecía un

condenado a muerte que reclamaba compasión.

La escena resumía de manera dramática lo que había sido su

vida: el llanto y los golpes, el trastorno y el encierro, la fama y la

oscuridad.

–¡Ayúdenme! –exclamó, con su vozarrón despedazado.

En ese momento, los reporteros se metieron a la fuerza en la

habitación. El hombre dejó de aporrear las paredes y la empren-

dió a bofetadas contra su propio rostro. Los camarógrafos ajusta-

ron sus planos para registrar la nueva reacción. relampaguearon

los flashes, se desbordaron los murmullos. Y olivella lució más

desvalido entre aquella horda de perdición.

–¡Ay, mi madre –fue todo lo que alcanzó a decir, antes de sen-

tarse en el borde de la cama y ponerse a llorar con el rostro hun-

dido entre las manos.

Lloraba sin lágrimas, con un resuello profundo. A los 49 años

había perdido la estampa magnífica del pasado. De la muscu-

latura que en su época de boxeador causaba admiración en las

ruedas de prensa no quedaba ni la sombra. Apenas los huesos

continuaban allí: largos, nudosos, escasamente forrados por el

pellejo. Nada de uñas pulidas, nada de bigote recortado en forma

Page 30: El corazón de Escorpión - Novela

30 José Manuel Palacios Pérez

milimétrica. Se veía desgreñado, sucio. La bata ancha aumentaba

su aire de huérfano. En sus brazos tan flacos sobresalían las venas,

gordas y tensas. La piel negra ya no refulgía sino que se asemejaba

al hierro oxidado. Donde antes brillaba un diente recubierto de

oro con sus iniciales engastadas, había ahora un portillo oscuro

que inspiraba pesar. Sus ojos no parecían hinchados por el llanto

sino por una paliza.

* * *

Aún no llega haeckermann. Si para lo único que sirve que tu pa-

dre sea el primer campeón mundial colombiano de la historia es

para conseguir trabajo en una oficina de promoción del deporte

en Cartagena, entonces que tu padre haya sido campeón mundial

no sirvió para nada.

Llamo a Lucero. No contesta. Me dijo que quiere que nos ale-

jemos y nos demos un tiempo. Dice que no tiene las cosas claras,

que me tiene miedo. No creo que sea una cosa para temer, es algo

que pasa una vez y nunca más. No es culpa de la persona sino de

la situación: un día difícil y una discusión con padre. No creo

que sea como para alejarse y darse un tiempo. A lo mejor está con

otro, me parece. Solo digo una cosa: mientras uno esté con una

sola persona no hay por qué estar confundida: se hacen novillos,

se habla por teléfono dos o tres veces por semana y cuando haya

plata uno se casa. Eso es todo.

Page 31: El corazón de Escorpión - Novela

El corazón del escorpión 31

Llegó haeckermann, mi jefe. Si una cosa tiene buena es que

sabe cómo vestirse. hoy vino vestido todo de ralph Lauren. Solo

te digo una vaina: si uno tiene dinero eso tiene que verse. El dinero

es para que la gente lo vea y la mejor forma es la ropa. No se trata

de tirarlo por el suelo como si después fuera a crecer en un palo de

mango, como hacía padre, pero sí de que si la gente lo ve vestido

a uno sepa que uno tiene clase. Lo principal para que una mujer

quiera hacer novillos con uno es eso, que lo vea bien vestido.

Llegaste temprano olivella, dice mi jefe.

Tengo que salir un rato en la mañana y otro en la tarde señor

haeckermann, digo.

Sí, ya me habías dicho ayer, dice mi jefe.

Es para firmar unos papeles, digo.

Qué papeles, olivella, pregunta mi jefe.

Los judíos lo quieren saber todo. Pero por lo menos saben

cómo hacer dinero.

unos de… de la venta de unas propiedades de mi padre, digo.

Y a tu padre todavía le queda algo, pregunta mi jefe, yo pensé

que ya hacía años que no le quedaba nada. Me vas a perdonar que

te lo diga, pero los negros no saben administrar plata.

Es verdad, no le queda nada, pero no digo nada, me parece. La

última propiedad de padre fue el apartamento pero es una histo-

ria de la que no me gusta acordarme porque si hubiéramos tenido

dinero todo habría sido distinto, pero no teníamos y quedamos

en la calle, como perros.

Page 32: El corazón de Escorpión - Novela

32 José Manuel Palacios Pérez

Le queda lo que en la familia le hemos ayudado a conservar, digo.

haeckermann hace una mueca y se da vuelta. Siempre hace eso

cuando estamos hablando en hora de trabajo y le parece que no

debemos seguir hablando y volver a trabajar. Eso está bien o de lo

contrario es un error excusable, me parece.

Ya terminé de arreglar las cosas para los campeonatos interco-

legiales, digo.

haeckermann se da vuelta y se pone a mirar los papeles. En la

mano izquierda tiene una pequeña pulsera de tela que dice Con

esta mano no voy a jugar. hace un año casi lo pierde todo. Madre

dijo que nadie dice nada de haeckermann porque es judío y en

cambio todos hablan de padre porque es negro. Yo digo que no,

que la diferencia es que la familia de haeckermann sigue vivien-

do en Bocagrande y no la echaron a la calle y haeckermann no

terminó en la calle mendigando para comprar bazuco, me parece.

Porque yo recuerdo cuando nos mudamos, que padre fue el pri-

mer negro en vivir en Bocagrande y que todo el mundo decía que

en una sociedad racista como la de Cartagena, que había sido uno

de los puertos esclavistas más importantes, era un logro, un ejem-

plo de cómo las cosas estaban cambiando. Pero la verdad es que lo

único que importaba es que éramos ricos y todos querían a padre

y a nadie le importaba que fuera negro. Si hubiéramos hecho las

cosas a mi manera nadie hablaría mal de padre, le digo siempre a

madre, y todas las mujeres querrían hacer novillos conmigo.

Esto está bien. hoy también tiene que quedar listo lo de las

Page 33: El corazón de Escorpión - Novela

El corazón del escorpión 33

delegaciones que vienen a los juegos, dice mi jefe.

Eso lo dejo listo en la tarde, digo.

Muy bien, dice mi jefe.

* * *

Y entonces Efraím dijo: “Cuéntame de Milton olivella cuando

estaba empezando”.

Efraím siempre quiere almorzar con el negro Espinosa y

conmigo y siempre quiere que le hable de Milton mientras al-

morzamos.

Y el negro Espinosa dijo: “Siempre andas preguntando las mis-

mas vainas”.

Y entonces Efraím dijo: “Me parece que voy a escribir un cuen-

to sobre olivella”.

Y pensé que si alguien escribía un cuento sobre el pelao Miguel

cuando llegue a la gloria ya no me incluirá a mí.

Y Efraím dijo: “Será sobre la pelea esa que hizo después de ha-

berse retirado”.

Y el negro Espinosa dijo: “Nojoda, habiendo tantos momentos

lindos en la carrera de Milton vas a escoger el peor”.

Y Efraím dijo: “un escritor dijo alguna vez que las historias de

los victoriosos son todas iguales en cambio la de los derrotados

no, o algo así”.

Entonces yo dije: “Y para qué necesitas saber cómo era Milton

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34 José Manuel Palacios Pérez

cuando estaba empezando para contar su última pelea”.

Y Efraím dijo: “Porque a lo mejor algo que pasó cuando estaba

empezando fue la causa de esa pelea”.

Y el negro Espinosa dijo: “viejo Jhonny, mejor cuéntale y no le

des cuerda para que empiece a decir vainas raras”.

Y entonces yo dije: “La vaina fue así, primo, nosotros empeza-

mos a entrenar juntos. Eso fue… déjame ver… en el año sesenta y

tres… porque en el sesenta y cuatro nosotros… sí, en el sesenta y

tres. Llegamos al gimnasio del turco Samir porque a mí me gus-

taba la vaina del boxeo y nos habían dicho que uno podía hacer

plata con eso. El turco Samir nos dijo que le pegáramos a un saco

de arena y después nos puso a hacer sparring y antes de que nos

fuéramos me llevó aparte y me dijo que volviera a llevar al negro

que había venido conmigo, o sea Milton, me entiendes, primo,

que ese negro tenía condiciones y le pregunté por qué sabía y me

dijo que esas cosas se ven pero que si me acordaba cómo había

movido el saco de arena cuando le pegaba y le dije que sí entonces

me dijo que lo había movido más que cualquier profesional de ese

gimnasio. Y así es la vaina, el que tiene condiciones se le nota”.

Y entonces Efraím me dijo con la boca llena de arroz: “Pero yo

leí que Milton era un desastre al principio”.

Y yo le dije: “Pero no te equivoques, primo, Milton siempre

fue un tipo del carajo. Nunca se habría ido con los venezolanos

ni nada de esas vainas, me entiendes. Desde el principio quería

tener amigos famosos, saber de cosas de ricos, comer cosas raras

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El corazón del escorpión 35

y todas esas vainas, pero uno tiene que decir que nunca abandonó

a sus amigos de antes, a los pobres. La verdad es que no, primo,

nunca. Ni a su pueblo, me entiendes, tú sabes todas las vainas que

hizo por Palenque. Yo me acuerdo cuando trabajábamos arre-

glando jardines de casas en el barrio de la Manga, una vez salió el

dueño de la casa vestido con saco y corbata, muy elegante pensé,

pero entonces Milton me empezó a decir que cuando él fuera rico

no iba vestido así, y yo le pregunté cómo, y me dijo con la corbata

y la camisa mal combinada, y yo le dije que qué mierda iba a saber

él de eso, que nunca en su vida había tenido ni corbata ni camisas,

y me dijo que eran cosas que él sabía, y le pregunté de dónde y me

dijo que no se acordaba pero que las sabía. El turco Samir decía

que su mujer decía que Milton tenía una vaina que nadie más

tenía y yo la entiendo. Es una vaina rara que no sé cómo definir

pero que es como la vez que se nos apareció el pelao pidiendo

limosna. Milton y yo habíamos estado vendiendo pescado de casa

en casa, descalzos, con un sol que te quieres morir. Tú no sabes lo

que es eso, primo, porque eres un pelao que nació con plata, pero

es una vaina que no se la deseo ni a mi peor enemigo: los pies se

te quiebran por el salitre y el piso caliente, la cabeza te duele de

tanto aguantar sol, la garganta, el sudor; una vaina fea, primo, fea.

La vaina fue que después de estar todo el día vendiendo pescados

de casa en casa nos alcanzaba la plata para llevar unos plátanos,

arroz y huevos a la casa, o sea, yo a la mía y Milton a la de él.

Como ya estaba oscureciendo decidimos tocar en una casa más.

Page 36: El corazón de Escorpión - Novela

36 José Manuel Palacios Pérez

Salió una señora que nos dijo que no necesitaba pescado pero nos

preguntó si habíamos comido algo y le dijimos que desde la ma-

ñana no habíamos comido nada y la señora nos sacó un plato con

patacones, suero y queso a cada uno y una gaseosa fría. Y justo

cuando íbamos a empezar a comer llegó un pelao a pedir limosna

a la casa y la señora le dijo que no tenía plata y que la comida que

había sobrado ya nos la había dado a nosotros. Entonces el pelao

se dio vuelta y Milton lo llamó y le entregó su comida. Yo le dije

que no le diera nada que él podía trabajar así como nosotros y

Milton me respondió: Déjalo, broder, que el pelao tiene hambre.

Me entiendes, primo”.

Y Efraím dijo: “Pero yo no me refería a eso, viejo Jhonny, sino

a cómo era como boxeador”.

Y entonces yo: “Bueno, eso es otra vaina”.

Y Efraím: “Cuéntame”.

Y entonces yo le dije: “A Milton no le gustaba entrenar y no le

importaba un carajo el boxeo. Tenía la racha más larga de peleas

perdidas que nadie haya conocido, se paraba en el ring y ni se

movía ni pegaba ni se protegía ni esquivaba, como si la trom-

pera que le caía encima no fuera cosa de él. La gente lo odia-

ba. Solo había dos formas de que un boxeador negro llamara la

atención del público en esa época, que peleara por el honor de

la raza, y entonces todos los negros de Cartagena lo iban a ver

pelear (eso quería ser yo, me entiendes); o ser un negro engreí-

do, y entonces todos los blancos de la ciudad te iban a ver pelear

Page 37: El corazón de Escorpión - Novela

El corazón del escorpión 37

con la esperanza de verte perder. Milton no era ninguno de los

dos. Sus peleas eran tan aburridas que había que cambiarle el

nombre cada vez porque si la gente se enteraba de que Milton

era uno de los peleadores no pagaban la boleta. Antes de sus

peleas me pedía el favor de apostar a su propia derrota, y desde

luego siempre ganaba la apuesta, o sea, perdía la pelea, me en-

tiendes. Tenía una racha de quince peleas perdidas y ni una vic-

toria: peor que yo. Claro que yo entrenaba como loco, yo quería

ser bueno, pelear en los Estados unidos, conocer a Muhammad

Ali, pero por más que intentaba seguía siendo malo, a la única

persona a la que le ganaba fácil era a Milton”.

Y Efraím preguntó con una presa de pollo en la mano: “¿Y

cómo cambió eso?”.

El negro Espinosa me mira masticando un pedazo de yuca en-

chumbado en suero. ha escuchado mil veces las historias sobre

olivella pero siempre le gusta escucharlas una vez más.

Y yo dije: “Pues fue un cambio raro, me entiendes. Lo primero

fue que ganó su primera pelea. El turco Samir lo había listado

para pelear con el mono higgins y para que la gente no supiera

que era él lo habían llamado la Amenaza negra. La vaina es que el

mono higgins, que tampoco estaba peleando con su nombre y el

resultado de la pelea no afectaba el récord de su carrera (eso era

una vaina muy común en esos días, ahora ya no se puede hacer),

le pidió a un primo suyo que le ofreciera plata a Milton para que

se tirara en el quinto round. Milton aceptó sin tener ni idea de que

Page 38: El corazón de Escorpión - Novela

38 José Manuel Palacios Pérez

se trataba de una broma del mono higgins. La pelea comenzó y

en el primer round el mono higgins se tiró. Apenas higgins cayó

la gente empezó a silbar. El árbitro empezó a contar uno, dos, y

Milton se agachó cerca de donde estaba higgins y le dijo que se

parara que no lo había tocado, y el árbitro siguió Tres, cuatro, y

higgins en el piso, y Milton le dijo Párate, broder, que es por una

buena causa, y el árbitro Cinco, seis, y el mono higgins en el piso

sin pinta de irse a parar y Milton preocupado porque iba a perder

la plata que le ofrecieron por tirarse en el quinto round, Párate,

broder, en serio, que si no me vas a dañar un negocio que hice

y me vas a hacer perder la plata de la apuesta, ocho, y higgins

nada, ahí en el piso como si le hubieran metido un soplamocos

sin nombre, y Milton le dice Párate, broder, en serio, que me estás

haciendo emputar, y el árbitro Nueve, y Milton gritó con su voz

de trueno Párate, nojoda, que no te toqué. La gente se puso tan

brava, primo, pero tan brava cuando escuchó a Milton gritar que

nos querían linchar a todos. Nos tocó salir corriendo, no solo a

Milton y a higgins, sino a todos, incluso a los que no habíamos

peleado. Tocó dejar guantes, pantalonetas, cremas y de cuanta

vaina ahí y salir corriendo. El turco se metió una emputada bíbli-

ca mi hermano, una vaina que ni te cuento, porque perdió plata y

todas las vainas que no alcanzamos a recoger. A los dos los echó

del gimnasio de una. higgins se fue para venezuela y le fue bien

por allá y Milton a vender pescado y a lavar carros”.

Y Efraím me interrumpió: “Pero…”.

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El corazón del escorpión 39

Y yo dije: “Aguanta, primo, que ya voy para allá. Te dije que fue

un cambio raro. un día Milton se apareció en el gimnasio con un

señor, me entiendes. El man se encerró a hablar con el turco Sa-

mir en su oficina y Milton se quedó afuera conmigo. Le pregunté

quién era el tipo y me dijo que su viejo. El tipo los había abando-

nado cuando Milton tenía seis años y se había ido para venezuela

con una vecina a la que había embarazado. Milton no me quiso

contar nunca qué le había dicho su viejo y lo único que el turco

Samir me dijo es que el papá de Milton le había pedido que acep-

tara a su hijo otra vez en el gimnasio, que él estaba seguro de que

las cosas iban a ser diferentes y Samir le preguntó por qué razón

él aceptaría y el padre de Milton le dijo que por hacer una obra

de caridad, porque pedirle ese favor era lo único que el padre de

Milton podía hacer por su hijo en la vida. Esa fue la última vez

que Milton vio a su viejo y desde ahí empezó a ser, me entiendes,

disciplinado y esas cosas”.

Y Efraím: “Pero ¿qué le dijo el padre a Milton?”.

Y yo le dije: “Ahh, eso sí que no lo sé, primo, porque Milton

nunca quiso decirme”.

Y entonces Efraím preguntó: “¿Y después nunca vio al padre

otra vez?”.

Y yo dije: “Nada. Cuando peleó en venezuela intentamos lo-

calizarlo y conseguimos el teléfono, pero el tipo nunca quiso ver

a Milton”.

Y Efraím: “¿Cómo así?”.

Page 40: El corazón de Escorpión - Novela

40 José Manuel Palacios Pérez

Y yo: “o sea, Milton logró hablar con su viejo por teléfono y

le dijo que le había traído unos regalos de Colombia y le iba a

regalar una plata pero el tipo le dijo que no, que él solo tenía una

familia y que por favor lo dejara en paz. Esa vaina le dio muy

duro, me entiendes, por fortuna fue después de la pelea porque

si no Milton habría estado muy bajo de moral, pero tampoco me

quiso hablar nunca de eso”.

Entonces el negro Espinosa dijo: “Es hora, viejo Jhonny”, y nos

paramos para volver al gimnasio.

* * *

Por unos días la imagen de Milton olivella sentado en una

cama de hospital fue recurrente en los sueños de Salcedo ra-

mos. Nunca aparecía deformada por los mecanismos de la en-

telequia ni mezclada con otros personajes en situaciones oníri-

cas. La escena del sueño era siempre tal cual la había visto en

televisión: Milton sentado en su cama de hospital, vestido con

bata de enfermo y llorando como un niño desvalido. Alberto

no compartió con nadie la recurrencia nocturna, seguro de que

iba a desaparecer más temprano que tarde. Fue, sin embargo, su

mujer la que entendió que la única manera de exorcizar la ima-

gen era saber cómo y por qué el gran campeón Milton olivella

había llegado hasta una situación tan desesperada. Algunas de

esas razones las conocían vagamente, al igual que el resto de los

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El corazón del escorpión 41

colombianos, pero los detalles profundos los ignoraban y eran

esos los que romperían la recurrencia del sueño.

María, su esposa, lo despertó un domingo con el café y un

número telefónico escrito con marcador azul sobre un pedazo de

cartón arrancado de una caja de cereales: Es el teléfono del doc-

tor Christian Ayola, le dijo, del hospital Psiquiátrico San Pablo.

Salcedo ramos la miró desconcertado: Es el doctor que atiende

a Milton olivella allá, explicó ella. Así se había inaugurado la

búsqueda que ahora Alberto intentaba terminar con la escritura

de su crónica.

Salcedo ramos buscó entre sus notas las referentes al diálogo

con el doctor. Leyó y ordenó las ideas en su cabeza antes de volver

al teclado. releyó un poco lo que había escrito y continuó:

La primera vez que el doctor Ayola vio a Milton olivella en

persona aún no trabajaba en el hospital Psiquiátrico San Pablo:

atendía urgencias en el hospital universitario de Cartagena. En

esa ocasión Milton había sido dejado en la puerta de las urgen-

cias del hospital por una camioneta hilux que no esperó a que lo

recogieran y aceleró para perderse en la noche. Cuando los en-

fermeros llegaron a recoger el cuerpo tirado en el piso se dieron

cuenta de que tenía una puñalada en la nalga derecha que parecía

que llevaba varias horas sangrando. El doctor Christian Ayola lo

vio y pidió que lo levantaran y lo llevaran adentro. Ayola intentó

quitarle el pantalón para revisar la herida pero Milton se despertó

y se opuso con el argumento de que la única intención del doctor

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42 José Manuel Palacios Pérez

era robarlo. Ayola pidió que lo sedaran y cuando por fin olive-

lla no podía oponer resistencia los enfermeros lo despojaron de

la prenda y encontraron una bolsa de manila llena de bolsas de

cocaína escondida entre los testículos de olivella. Milton aún re-

clama que en esa ocasión le robaron una gran suma de dinero

en efectivo que llevaba consigo, aunque no se atreve a acusar al

doctor Ayola, quien en últimas le salvó la vida porque si la herida

no hubiera sido suturada a tiempo Milton podría haber muerto

desangrado, sí acusa a los enfermeros.

Ahora Milton era nuevamente su paciente en el hospital Psi-

quiátrico San Pablo. Andrés Pastrana, aspirante conservador a la

Presidencia de la república, lo había llamado por la mañana para

decirle que quería ver a olivella. Ayola le respondió que no se

oponía, siempre y cuando la visita fuera secreta y no un acto pú-

blico con intenciones políticas. El candidato presidencial volvió a

la carga, con el argumento de que a los amigos no se les esconde.

Esa relación se había forjado 22 años atrás, cuando Misael

Pastrana Borrero, padre de Andrés, era el presidente de Colom-

bia y Milton olivella era el campeón mundial del peso walter

junior. La empatía entre los dos fue inmediata. El Presidente lo

recibía en el Palacio de San Carlos, lo ponía de ejemplo en sus

discursos y se hacía fotografiar frente al televisor cuando olive-

lla peleaba. Como si fuera poco, iba a Palenque, el pueblo pobre

donde nació el campeón, a inaugurar los servicios de energía

eléctrica y acueducto. olivella, por su parte, le dedicaba cada

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El corazón del escorpión 43

triunfo. viajaba desde donde estuviera para acompañar a An-

drés –entonces un muchacho de 18 años– en las caminatas que

organizaba por las calles de Bogotá.

Desde el 28 de octubre de 1972, cuando olivella ganó el tí-

tulo, el país que lo había rechazado por pobre, por negro y por

feo, permanecía ahora en trance de adoración. Lo mostraban por

televisión todo el tiempo, los mismos que en su momento no ha-

bían querido pasar la pelea por el título porque los cachacos que

dirigían los canales pensaban que el boxeo era una cosa de coste-

ños y de negros. Los periódicos no le perdían ni pie ni pisada. El

heraldo lo mostraba en el aeropuerto de Barranquilla besando a

una rubia de camisita breve abierta en el pecho. El universal lo

retrataba en una notaría de Cartagena mientras firmaba las escri-

turas de tres apartamentos que había comprado de un solo tirón.

El Espectador nos informaba por quién iba a votar en las próxi-

mas elecciones. El Siglo mandaba reporteros a las casas del ex

presidente Carlos Lleras restrepo y del poeta León de Greiff, para

preguntarles sus impresiones sobre el ídolo. Cromos enviaba a su

mejor cronista, Juan Gossaín, a los países donde olivella defendía

el título. Fernán Martínez Mahecha revelaba que El Tiempo tenía

cuatro carpetas de material de archivo sobre olivella y solo una

sobre Gabriel García Márquez. Y El Espacio, claro, lo sacaba en

primera página apretando por la cintura a una azafata, bajo la

palabra “¡Pillado!” escrita en grandes letras rojas.

olivella, además, salía con la cantante de moda en Colombia,

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44 José Manuel Palacios Pérez

recibía homenajes de alcaldes y concejales, cultivaba amistad con

famosos como José Luis rodríguez el Puma y óscar de León;

regalaba toros en cuanta corrida podía, coronaba reinas en fe-

rias populares, les tenía sendas mansiones a su mujer y a sus dos

amantes oficiales, pontificaba sobre la temperatura ideal del vino

de oporto, se hacía brillar las uñas en salones de belleza, colec-

cionaba autos lujosos en cada una de sus viviendas y liquidaba sin

misericordia a todos los boxeadores que enfrentaba.

“Liquidaba sin misericordia a todos los boxeadores que en-

frentaba”, pensaba olivella sentado con los brazos apoyados sobre

las cuerdas y los ojos cerrados, cuando el sonido de la campana

lo reclamó. Se paró de su esquina y vio a king aproximarse lleno

de energía. hizo espacio entre una silla y una mesa, se empujó un

trago de ron que pasó con cerveza y se plantó a esperar la arre-

metida de king.

Contaba la pelea como si estuviera allí, como si la contara

desde el pasado. Le caminé un poquito por el ring buscándole el

lado. Me movía hacia las esquinas y hacia el centro pero el negro

nada, tiraba y tiraba y no se cansaba, no se descuidaba. Me subía

la guardia y se me alejaba buscándome la larga distancia cuando

sentía que lo podía conectar de derecha o cuando sentía que esta-

ba abriendo la defensa. Tú sabes, broder, me ganaba de brazo, era

más alto que yo y esa pelea de lejos le convenía. Yo lo intentaba

cansar pero era un pelao joven, sabe cómo es. Para empezar el

tercero decidí sorprenderlo. Apenas el árbitro hizo la seña, le

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El corazón del escorpión 45

caminé de frente con una combinación. Si lo cojo lo tumbo, listo

el pollo, nocaut. Pero nada, broder, el negro tenía maña, se me

escapó por la derecha y me abrazó. Yo estaba cansado y me le

recosté para descansar, sabes cómo es, broder, uno le deja todo el

peso de uno al otro y uno descansa, y el otro se cansa, mientras

le di unos golpes en las costillas, sabes, broder, esos golpes des-

gastan, cansan como un putas, pero el negro king era perro viejo

y me clavó un cabezazo que me abrió la ceja derecha. Cuando

nos separaron yo hice pinta de esperarlo, sabe cómo es, pinta de

listo, como quieras, quédate allá que yo te espero acá, y el negro

se distrajo por un segundo, se la creyó, broder, entonces me le

fui con una combinación más corta, más rápida y al abdomen.

Milton dio un brinquito a un lado de la mesa y combinó unos gol-

pes rápidos al abdomen quedando sin guardia. El público sonaba

como un ventarrón entrando por una ventana abierta. Los golpes

rebotaron sobre el abdomen de king como sobre asfalto y un de-

rechazo subió buscando el mentón descubierto. king esquivó el

golpe y sacó un gancho que se estrelló contra las costillas de Mil-

ton. A veces puedes ver las cosas en cámara lenta durante la pelea.

Es una vaina rara, broder. Cuando el negro king me clavó en las

costillas empecé a ver todo en cámara lenta, me entiendes. Eso a

veces pasa porque te duele mucho algo, como a mí las costillas,

pero también puede ser cuando ves una luz en la defensa del otro

y le metes la mano por ahí y lo mandas a la lona, eso también lo

ves en cámara lenta, broder. vamos broder, vamos, pensó Milton,

Page 46: El corazón de Escorpión - Novela

46 José Manuel Palacios Pérez

esta es la pelea que hay que ganar, esta es la que te va a sacar del

barro. De aquí en adelante vamos para arriba, no hay más opor-

tunidades, si pierdes esta: se acabó. king avanzó dos pasos hasta

alcanzar a Milton. Lanzó un recto con cada brazo, iniciando con

el derecho, que se estrellaron contra la defensa de olivella y por

último, antes de retroceder, un upper cut que no encontró destino

gracias al movimiento de cintura de Milton. Así es, broder, así,

cuidando las costillas, pensó Milton. Ya pasó, ya perdió su turno,

ahora es el tuyo.

* * *

Llamo a Lucero una vez más y no contesta. Dejo la bocina y salgo

para la oficina del abogado.

Abogado Armando Carreño dice una placa dorada a la entrada

de la oficina. La secretaria me dice que espere a que “el doctor”

se desocupe. Le explico que tengo prisa y me dice que no debe

tardar más de cinco minutos.

No está mal. Tiene el cabello negro y lacio, los ojos negros y la

piel canela. Lleva una camiseta Gap que no demuestra buen gusto

pero deja ver que hace el esfuerzo. Me mira de una forma que no

sé qué significa. Parece que sabe hacer novillos.

Quieres que te llame más tarde, le pregunto.

Tengo novio, señor, responde.

Parece que al abogado le va bien y hace buen dinero y

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El corazón del escorpión 47

seguramente hace novillos con la secretaria. Es un despacho

grande y todo parece limpio y elegante. hay libros con fotos de

Cartagena para que la gente los vea mientras espera.

La secretaria me hace pasar a la oficina del abogado Carreño.

No sé en qué estaba ocupado “el doctor” porque nadie salió de su

oficina para que yo entrara. Es la estrategia de todos los abogados:

hacer esperar a los clientes para parecer mucho más importantes.

El problema es que tienes que tener plata para hacer eso, de lo

contrario, ya se sabe, nadie espera a una persona sin plata.

Es una oficina grande con las paredes forradas de libros. Segu-

ro que es una de esas personas que nunca ha leído uno solo de los

libros de su oficina. Yo no gastaría mi dinero en una biblioteca, es

la cosa más inútil en que pueda pensar.

El abogado me saluda con amabilidad y me reconoce al instan-

te. Me dice que es gran admirador de mi padre, que es una per-

sona que le ha dado mucho a Colombia y bla bla bla. Está vestido

con un traje de John varvatos lo que quiere decir que tiene muy

buen gusto y que viaja a Estados unidos a comprar su ropa. En

realidad no es nada que padre no usara en otra época.

Para entrar en materia le explico:

Lo que deseamos padre, madre y yo es que la pensión que el

gobierno le da a padre por las glorias otorgadas al país no la cobre

él sino yo.

Ya veo, responde Carreño. o sea que usted sería el nuevo ad-

ministrador de esa pensión.

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48 José Manuel Palacios Pérez

No, la encargada de administrar el dinero sería madre, respondo.

Y para qué necesitan hacer ese procedimiento a través de un

despacho legal, pregunta Carreño, si todos están de acuerdo.

hago cara de no entender.

Me parece que si todos están de acuerdo, explica Carreño, lo

más fácil es que su padre le entregue el dinero a su madre todos

los meses.

Lo que sucede es que con el problema con las drogas de padre,

él prefiere no tener la tentación tan cerca, digo.

Ya. Y por qué no se hace en el documento a su madre la encar-

gada de reclamar el dinero de esa pensión, pregunta Carreño.

usted sabe, madre es una mujer mayor que no es bueno exponerla

a los trámites burocráticos y a hacer colas todos los meses, digo.

Para un documento de ese tipo necesitamos la firma de todas

las partes, me dice el abogado. Terminamos de redactar el papel

y me dice que cuando tenga todas las firmas vuelva a su oficina

para hacerlo documento público. Nos damos la mano y nos des-

pedimos. Cuando estoy por salir de su oficina el abogado me dice

que salude a mi padre y que le diga que él es un gran admirador.

Salgo al despacho y la secretaria no se despide de mí, de mane-

ra que ni siquiera me volteo a hacer un gesto.

En el ascensor me voy pensando en todo el asunto. Se me ocu-

rre que todas esas preguntas eran para que yo le diera dinero ex-

tra, como si lo que le pedí estuviera en contra de la ley. No es

un tipo capaz del sacrificio ese abogado Carreño, algo así como

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El corazón del escorpión 49

hacerse cargo de su madre como lo hago yo. Por eso tiene una

oficina como la que tiene. uno no puede ser bueno y tener éxito

en los negocios.

* * *

El pelao Miguel podría estar peleando por el título en año y me-

dio o dos años si se hubiera quedado conmigo. Nadie más en este

gimnasio puede aspirar al título. Eso es una cosa que se ve en el

boxeador, me entiendes. Como cuando el turco Samir le puso el

ojo a Milton la primera vez que fuimos a su gimnasio. Pero esa

vaina de que se vaya con los venezolanos y no le importe todo lo

que le he ofrecido acá es como ingratitud, me entiendes.

Y entonces dije: “Duro Mano de ñame, duro, que así no tum-

bas ni a tu abuela”.

Mano de ñame es un man dedicado y no pelea mal pero nunca

va a disputar un título mundial. Es como era yo. Bueno, no, en

realidad no. El pelao tiene lo suyo aunque no tenga madera de

campeón, yo no tenía nada, solo las ganas pero nada más. Si tiene

suerte gana un par de peleas importantes, hace algo de dinero y se

retira con decoro. En últimas, los boxeadores como Mano de ñame

son los más importantes porque son los que dan las sorpresas y los

que hacen el deporte. Pensándolo bien muchos campeones mun-

diales no tienen madera de campeones, solo disciplina y buena

suerte, porque si no hay un gran campeón vigente, como Milton o

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50 José Manuel Palacios Pérez

Muhammad Ali o Mike Tyson, alguien tiene que tener la corona

y esa es la oportunidad para los buenos que no tienen madera de

grandes campeones. Si en el boxeo solo hubiera grandes campeo-

nes mundiales, habría una pelea cada ocho años, me entiendes.

Y yo dije: “Más duro, más duro. Cuando me muevas a mí y al

saco de un golpe puedes decir que tienes el punch para pelear por

un título mundial”.

Y entonces óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “¿Milton te

movía con todo y saco?”.

Y yo: “Claro, a mí y a otro más. Era una vaina impresionante,

primo”.

Ahí está el detalle, el pelao Miguel tenía el talento y el deseo:

uno en un millón, me entiendes, y la disciplina, la entrega, las

ganas, primo, las ganas.

Y el negro Espinosa dijo: “viejo Jhonny, te buscan”.

Solté el saco de arena y me di vuelta. Parado al lado de Espino-

sa estaba el pelao Miguel con su mochila al hombro.

Y yo dije: “Qué milagro Migue, ¿cómo va todo?”.

Y el pelao Miguel dijo: “¿Tienes tiempo para un cafecito, viejo

Jhonny?”.

Entonces cuando fuimos por el café el pelao Miguel dijo: “viejo

Jhonny, esa es la vaina, esos manes no son legales, tú me entien-

des, me decían que me iban a dar un billete por la pelea y después

resultaba que me daban menos; y vainas así”.

El pelao Miguel toma un trago de su café y continúa: “Se supone

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El corazón del escorpión 51

que ellos son mi tim, la gente en la que uno confía, la que lo apoya

y todas esas vainas; pero si uno no puede confiar en su tim enton-

ces está jodido. o sea, viejo Jhonny, yo no me siento bien así”.

Y yo dije: “Esa gente es así, primo, yo te lo había dicho mil

veces”.

revolví el azúcar del café que se quedó asentada en el fondo

del pocillo.

Y el pelao Miguel: “Sí que sí, viejo Jhonny, sí que sí. Pero esa es

la vaina, que uno solo aprende a los golpes, tú me entiendes, uno

no aprende cuando otro se golpea. o sea, cuando me fui con esos

manes yo creía en todo lo que me habías dicho, solo que yo pen-

saba que todo el mundo era así menos estos manes con los que yo

me iba, tú me entiendes, uno siempre cree que uno va a tener mejor

suerte que los demás. Como cuando uno se casa, viejo Jhonny, uno

cree que el matrimonio de uno nunca va a tener los problemas que

tienen los demás matrimonios, sí o no, menos los problemas del

matrimonio de los viejos de uno; uno cree que su matrimonio va a

ser el único perfecto, perfect, viejo Jhonny, perfect”.

Y yo: “Así es Migue”.

Y el pelao Miguel: “La vaina es que yo quiero volver al yim,

viejo Jhonny, acá con la gente, que tú manejes mis vainas, como

antes. Yo sé que la cagué, viejo man, y que te abrí del parche, pero

yo me di cuenta de que este es el único lugar donde se van a inte-

resar en mi carrera, no en sacarme plata. Acá éramos un tim y eso

es muy importante, viejo Jhonny, sí que sí”.

Page 52: El corazón de Escorpión - Novela

52 José Manuel Palacios Pérez

El pelao Miguel se quedó un momento en silencio esperando

que yo dijera algo, pero yo no dije nada.

Y entonces el pelao Miguel dijo: “viejo Jhonny, yo aprendo de

los errores, tú sabes, y ya esta lección la aprendí, como quien dice.

Yo soy varón para decirte que la cagué y que tanto tú como el ne-

gro Espinosa como olivella me lo habían advertido y sin embargo

a la primera fui y metí la pata, pero también soy varón para decir-

te que este es mi tim y que este es mi tim hasta la muerte”.

Y entonces yo dije: “Te me estás poniendo trascendental, primo”.

Y el pelao Miguel: “Sí que sí, viejo Jhonny, sí que sí. Es que la

vaina es en serio, viejo man, por mi madre. El boxeo es mi vida,

tú sabes, y yo quiero llegar lejos y para llegar lejos se necesita tim

guorc, tú sabes, trabajo en equipo…”.

Y yo dije: “Bueno, déjame el discurso, primo, más bien termí-

nate ese café y te vas a cambiar”.

Y entonces el pelao Miguel abrió grande los ojos y dijo: “Nojo-

da, gracias, viejo Jhonny, de verdad, no te voy a defraudar”.

* * *

recordaba perfectamente cómo había recibido el golpe que le oca-

sionó la lesión. Fue su segunda pelea contra el argentino Marturet.

La primera fue en 1971, un año antes de que ganara el título. Mar-

turet era el campeón vigente y olivella lo enfrentaba como aspiran-

te. El Luna Park estaba a reventar y desde el principio Milton supo

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El corazón del escorpión 53

que quien lo estaba derrotando no eran los golpes del argentino

sino el apoyo delirante de la multitud que llenaba el lugar. Matu-

ret era el orgullo de un país que levanta a sus héroes para nunca

más dejarlos bajar, un país que jamás los abandona. Fue una sen-

sación que nunca sintió en su tierra, nunca un público colombia-

no fue una amenaza para un peleador extranjero. Pero la pelea

en la que había recibido la lesión fue mucho después, en 1976, en

su segunda pelea contra Marturet, siendo olivella el campeón y

el argentino el retador. La pelea fue dispareja desde el comienzo.

Marturet, un excelente peleador, especialmente ágil, ya acumu-

laba muchas peleas y muchos años y su agilidad y potencia no

eran las de antes. Desde el principio olivella lo castigó sin recibir

respuesta, pum, al rostro de Marturet, pum, a la ceja, pum, a la

boca, pum, a la ceja lastimada, pum, a la ceja rota, pum, a la boca

sangrante, pum, al pómulo hinchado. El argentino aguantaba y se

sostenía contra las cuerdas para no caer, se abrazaba a olivella, se

hacía perseguir por rounds enteros, evitaba el enfrentamiento y

se abrazaba de nuevo para no pelear. Cada tanto lanzaba golpes

al aire con todo lo que daban sus fuerzas esperando un nocaut

que arreglara la pelea a su favor. uno de esos golpes alcanzó a

Milton en las costillas y lo puso a escupir sangre por casi un mes.

La pelea terminó cuando los segundos de Marturet lanzaron la

toalla al centro del ring en símbolo de rendición. olivella levantó

los brazos y celebró. Cuando volvió a los vestidores reconoció el

llanto seco de Marturet.

Page 54: El corazón de Escorpión - Novela

54 José Manuel Palacios Pérez

La narración de olivella fue interrumpida por un grupo de

hombres que entraron sobrecogidos por una tragedia ocurrida

apenas a una cuadra. Al parecer un hombre había arremetido a

golpes contra una prostituta hasta dejarla sin vida.

* * *

Llamo a Lucero una vez más: no responde. Era un buen día para

hacer novillos.

Busco algo para almorzar. Algo económico. No soy el tipo de

persona que se gasta su dinero pagando por muebles costosos,

meseros bien vestidos y cocineros que estudiaron en Francia. Es

una vergüenza que ocurra lo que ocurrió con padre: primero no

tenía ni con qué comer, después solo comía en lugares exclusi-

vos y ahora le regalan la comida en la calle. Eso nunca me va a

pasar a mí.

Pensándolo bien prefiero volver a casa. Paro un taxi y me subo.

Cuando llego a casa escucho a madre rezando.

…cuando casi se ha perdido toda esperanza. ven en mi ayuda

en esta gran necesidad, para que pueda recibir consuelo y socorro

del cielo en todas mis necesidades, tribulaciones y sufrimientos,

particularmente por mi esposo Milton para que lo liberes del de-

monio del vicio que lo atormenta…

Dejo las cosas en la sala y llego hasta el comedor donde veo a

madre arrodillada frente a la estatuilla de san Judas Tadeo y a una

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El corazón del escorpión 55

estampilla que tiene pegada en la pared. Ese san Judas Tadeo es

demasiado bonito para ser un apóstol, me parece. Aunque claro

un tipo así y con dinero puede hacer que todas las mujeres se

vuelvan religiosas y hacer novillos con todas. En la vida real nun-

ca se vio así como en la estampilla, me parece. Si se hubiera visto

así no habría sido apóstol, a no ser que fuera pobre.

Ya está el almuerzo, pregunto.

un momento, hijo, dice sin voltear a verme y sigue rezando,…

y para que pueda alabar a Dios contigo y con todos los elegidos

por siempre.

Enciendo un cigarrillo y me siento detrás de ella a esperar el

almuerzo. Desde donde me siento se ve madre y san Judas Tadeo.

Si uno se ve así y tiene dinero puede hacer muchos novillos, me

parece.

Te doy las gracias glorioso san Judas, sigue madre, y prometo

nunca olvidarme de este gran favor, honrarte siempre como mi

patrono especial y poderoso y, con agradecimiento, hacer todo lo

que pueda para fomentar tu devoción. Amén.

Madre se levanta y se limpia las rodillas. Antes de venir a salu-

darme abre la ventana y apaga la vela que tenía encendida frente

a la estatua del santo.

Ya le traigo su almuerzo, hijo, me dice madre y se pierde en la

cocina. Yo me quedo fumando y pensando en todas las mujeres

con las que haría novillos si tuviera dinero y me viera como

san Judas Tadeo. Lucero no me habría dejado de responder el

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56 José Manuel Palacios Pérez

teléfono, ni me habría dicho eso de “lo que pasa es que a veces

me das miedo”.

Madre parece que tenía todo listo porque se demora poco. Me

dice que me estaba esperando y que me lave las manos mientras

ella acomoda la mesa. Por lo menos no me toca esperar como a

la hora del desayuno. vuelvo con las manos lavadas y me siento a

comer. Cómo le fue con el abogado, pregunta madre.

Dice que los tres tenemos que firmar el documento, digo.

Y su papá está de acuerdo, pregunta madre.

Estaba de acuerdo la última vez que hablamos el asunto, digo.

Cuando lo vi acababa de salir del hospital Psiquiátrico San Pa-

blo. Se veía un poco flaco pero más joven y, claro, no desvariaba.

Eso no va a durar demasiado, me parece. Lo más seguro es que

ya esté perdido.

Yo creo que deberíamos dejarle por lo menos una parte a su

padre, dice madre.

Esa pensión es una miseria, digo.

Seguimos comiendo en silencio por un rato.

Le gusta la comida, hijo, pregunta madre.

No está mal, digo, y seguimos comiendo hasta que madre in-

terrumpe.

Cuándo se va a encontrar con su papá, pregunta.

Esta tarde, digo.

No sea muy duro con él, dice madre.

hay más carne, pregunto.

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El corazón del escorpión 57

Madre se para y se lleva mi plato a la cocina. vuelve al momen-

to con mi plato y se sienta.

Tenemos que orar, me dice madre. La oración es la única ma-

nera de derrotar al demonio que atormenta a su padre; acuérdese

de la época en la que trabajaba en el gimnasio de Jhonny Pitalúa.

Desde luego que me acuerdo de esa época. Madre se pasaba

todo el día dando gracias en voz alta: Gracias Sagrado corazón

que con tu santa sangre se ungió el milagro, gracias virgen san-

tísima que con tu intervención mis oraciones fueron escuchadas,

gracias san Judas Tadeo, primo hermano de Jesús, patrono de las

causas perdidas, que con tu poder tocaste a mi esposo.

Jhonny es el único amigo que ha tenido Milton, dice madre, el

único que ha intentado curarlo en vez de hundirlo. Es un hombre

bueno, tocado por la gracia de nuestro señor Jesucristo. Debería-

mos invitarlo a casa para que ore con nosotros por Milton.

Papá no tiene remedio, digo, ni la oración ni nada lo va a curar.

No hable así, hijo, dice madre con la voz quebrada, no juzgue

así a su papá. Lo que él necesita es nuestro cariño y mucha ora-

ción. Solo Dios puede salvar a su papá, solo él, y parece que se

pone a llorar, yo no la miro y sigo comiendo.

Eso fue lo que dijo el doctor, digo, cuando madre deja de llorar,

que lo de padre era una enfermedad mental hereditaria.

La droga… la dro…, dice madre y se echa a llorar otra vez.

Dijo que la droga potenciaba la enfermedad y hacía que los epi-

sodios fueran más fuertes y más seguidos, pero eso no significa…,

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58 José Manuel Palacios Pérez

digo, pero madre interrumpe.

Pero sin la droga la enfermedad se le puede controlar, dice ma-

dre lloriqueando, el enemigo es la droga, el… el… el… el demo-

nio, dice madre. Si Milton hubiera ido a ese hospital en Cuba todo

sería distinto.

No digo nada para no indisponerla y sigo comiendo. Después

de un rato madre habla.

Todo este dolor es porque el Señor tiene misión para Milton,

dice madre, una misión muy importante de ejemplo y testimonio.

Los designios de Dios son inciertos pero inexpugnables.

No creo que padre tenga una misión, digo.

voy a orar por ti, Julián, dice madre, para que el Señor te dé fe.

No soporto que me hable así, como si fuera mejor que yo.

La fe iba a evitar que no nos quitaran la casa y no nos tiraran a

la calle como perros, digo.

La culpa de que nos quitaran la casa no fue de Nuestro Señor

Jesucristo, dice madre.

No, pero tampoco hizo nada para que no nos la quitaran, digo.

Y por qué no hizo nada usted, Julián, me pregunta madre como

si fuera mi culpa.

Y qué mierda iba a hacer, a mí nunca me dejaron manejar la

plata de padre y ya usted no quería trabajar en casas de familia,

digo.

Podía haber aprovechado las oportunidades para no depender

de nadie, dice madre.

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El corazón del escorpión 59

Qué oportunidades, pregunto, si a la hora de la verdad ya no

había plata para mandarme a estudiar a Estados unidos.

Y por qué no estudió aquí como se lo ofrecí, dice madre, para

eso trabajaba en casas de familia y me aguantaba todas las humi-

llaciones que me hacían esas señoras que me tenían rabia porque

yo siendo negra había tenido más plata que ellas. Ya yo conocía

una vida diferente y no quería la misma miseria para usted. A

esas alturas ya habría terminado y tendría un buen trabajo.

No quería estudiar aquí, digo.

Era mejor vivir lamentándose, dice madre.

Levanto la mano y madre se corre hacia atrás para evitar el

golpe pero me mira sin miedo.

Deje de echarles la culpa a los demás de su mediocridad, Ju-

lián, porque nadie más tiene la culpa, dice madre.

No soporto que me hable así como si fuera mejor que yo.

Doy un paso hacia adelante pero me contengo y me voy del

apartamento.

* * *

Milton olivella nació el 27 de octubre de 1945 en la población

caribeña de San Basilio de Palenque, años después proclamado

patrimonio inmaterial de la humanidad. Por ese entonces, escri-

bió Salcedo ramos –al igual que en el momento de la visita que

hice con mi esposa–, Palenque era un moridero de casas hechas

Page 60: El corazón de Escorpión - Novela

60 José Manuel Palacios Pérez

con bastones de palma amarga, asegurados con bejuco malibú

y paredes repelladas con una mezcla de cagajón de burro y are-

na. Dispuesto en cuatro calles que se juntaban en una explanada

allende del cementerio y el arroyo El Caballito, conserva esa dis-

tribución desde que fue fundado por negros cimarrones fugados

de Cartagena de Indias en el siglo XvII.

Del patrimonio inmaterial queda poco o nada: los dialectos

africanos que supuestamente se hablaban aún, están más muer-

tos que el arameo y fueron reemplazados por un analfabetismo

que es común a todos los idiomas. Lo único que saben los habi-

tantes de Palenque es que ahí nació Milton olivella. Cualquie-

ra puede decir a ojos cerrados dónde vivió, dónde vivieron los

abuelos, dónde jugaba y todos sin excepción señalan las ruinas

del acueducto y los postes de luz eléctrica a los que una vez les

quitaron los cables para hacerles mantenimiento y jamás volvie-

ron a poner como si fueran las ruinas del Coliseo romano y les

recordara la época en la que fueron el centro de la civilización

occidental. Si no es por Milton, dicen, aquí nunca habría habido

agua y luz eléctrica, fíjate García Márquez intentó ponerle luz a

Aracataca y no pudo.

En 1953, cuando Milton tenía ocho años, doña Adelina Cas-

siani tomó la decisión de mudarse con su familia para Cartagena

de Indias. Miguel de Jesús olivella, padre de Milton, se había ido

para venezuela a buscar futuro pero después de dos años sin no-

ticias de él doña Adelina decidió no esperar más.

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El corazón del escorpión 61

En Cartagena los acogió rosalinda Cassiani, prima de doña

Adelina. Las primeras impresiones que tuvo de la ciudad fueron

negativas, recuerda la madre del peleador. La única opción para

una familia negra y pobre en la Cartagena racista de esos años

era vivir en Chambacú: un barrio de invasión, construido como

y con lo que se pudiera amén de mangle, latas, plásticos y cartón;

a merced de los vapores pestilentes de las lagunas Chambacú y

El Cabrero; y con las calles adoquinadas de mojones de cuanto

animal pueda convivir con el hombre. No tenía luz eléctrica, ni

agua, ni alcantarillado, ni calles con pavimento, ni alumbrado

público, ni servicios sanitarios, ni servicios de salud, ni nada;

aunque en realidad Palenque tampoco tenía nada de eso. Lo pri-

mero que pensó doña Adelina fue que estaba mejor en Palenque,

al menos con la lluvia o con el mar de leva no se llenaba la sala

de la casa de mierda.

Desde su llegada a Cartagena Milton empezó a trabajar. Co-

menzó con su tía rosalinda vendiendo pescado en el mercado,

después con una amiga de su tía vendiendo fruta a los turistas en

la playa, luego lavando carros, cargando bultos, en construcción,

haciendo oficios domésticos en casas de familia, o en cualquier

otra cosa que se presentara. Siempre fue buen hijo, dice doña

Adelina. Eso, escribe Salcedo ramos, lo supo todo el país cuando

la portada de todos los diarios mostraban a doña Adelina frente

a una casa nueva, con nevera y lavadora, en un barrio popular de

Cartagena. Milton había expresado desde su primera entrevista

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62 José Manuel Palacios Pérez

que el sueño de su vida era regalarle una casa propia a su madre.

Ahora complementaba diciendo que le quiso regalar la casa en el

mejor barrio de la ciudad pero que su madre se negó con el argu-

mento de que seguía siendo pobre así su hijo tuviera plata.

* * *

Entonces el pelao Miguel dijo saltando la cuerda: “Cuatro peleas,

ufff, viejo Jhonny, ffffu, ufff, todas ganadas”.

Y yo: “¿Nocauts?”.

Y el pelao Miguel: “Tres y una por decisión unánime, ffffu, ffffu”.

Y yo: “Bien, ¿eh?”.

Y el pelao Miguel: “Tienen plata, fffu, tú sabes, ffffu, el gim-

nasio, fffu, ffffu, tiene aparatos, fffu, para todo, uffff, para trotar,

para, fffffu, subir escalas, uffff, te mide, ffffu, el ritmo cardíaco,

uff, ufff, y saca unas vainas, ufff, en computador”.

Y yo: “Tiempo. Descansas diez minutos y después diez series

de veinticinco abdominales”.

Y el pelao Miguel: “ufff, fffu, ffuuu. ¿Milton ha vuelto por acá?”

Y yo: “No, hace un año que no viene. Estuvo en el San Pablo”.

Y el pelao Miguel: “Sí, uff, yo vi cuando lo internaron, fffu, fffu.

Lo mostraron por televisión, fffu, había levantado a puños a un

periodista”.

Y yo: “Pobre Milton, me entiendes. Al principio, primo, yo me

acuerdo que se subía en los buses a vender confites y cuando la

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El corazón del escorpión 63

gente le preguntaba si era Milton olivella, él respondía que cómo

se les ocurría, que olivella vivía en tronco de casa en Bocagrande

y andaba en tronco de carro y que con toda la plata que tenía no

se iba a poner a vender confites en un bus”.

Y el pelao Miguel: “Pobre Milton, viejo Jhonny”.

Miguel se quedó mirándome como si quisiera decirme algo

pero no se atreviera. Seguía respirando agitado.

Entonces el pelao Miguel: “Estuvo en mi casa, uffffffffff ”.

Y yo: “¿Qué?”.

Y el pelao Miguel: “Milton, estuvo en mi casa, uffffffff ”.

Y yo: “¿De visita?”.

Y el pelao Miguel: “No, viejo Jhonny, uffffff. La vaina fue así,

yo llegué a un bar en Getsemaní con unos amigos y unas amigas

y todo normal, cervecitas, agarrada de pierna por debajo de la

mesa. uuuufffffff, al rato me paré al baño, porque me pasó lo que

te pasa a ti que te entra la meona. Llegué al baño y cuando abrí la

puerta del sanitario me encontré a Milton tirado en el piso, todo

roto. uuuuufffff. Lo ayudé a parar y me lo llevé para la casa. Mi

vieja le echó vainas en las heridas y le dio de comer porque pare-

cía que no había comido en una semana. Después lo acostamos

en una cama y lo dejamos ahí. Al día siguiente cuando nos des-

pertamos Milton ya no estaba y mi vieja estaba emputada porque

se llevó las porcelanas de la sala, tú me entiendes, lo único que

quedaba de otras épocas, de cuando mi viejo tenía plata y le com-

praba esas cosas a mi vieja. uuuufffffffff, después un primo que

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64 José Manuel Palacios Pérez

trabaja en el bar me contó que Milton le pagó veinte mil barras

a un amigo de él que es boxeador para que pelearan en la calle,

ahí a la entrada del bar, y se dejara ganar, que para que la gente

se diera cuenta de que Colombia tiene campeón para rato y esas

vainas que se pone a decir olivella cuando está borracho. Pero

dice mi primo, que se pilló toda la pelea, que Milton le metió un

soplamocos violento a su amigo y que su amigo se emputó y le

metió la coñacera que nunca había podido meterle a nadie sobre

el ring. La gente empezó a joder a Milton, que mierda olivella es-

tás en nada, que te gana hasta la sombra, y Milton empezó a tirar

trompadas a diestra y siniestra y por fortuna no alcanzó a nadie.

Después dice mi primo que se perdió y nadie sabía si se había ido

o qué hasta que lo encontré en el baño”.

No supe qué decir.

hubo un silencio hasta que por fin salieron las palabras de mí:

“Listo, primo, diez series de veinticinco abdominales”.

Y el pelao Miguel: “Es una pena, viejo Jhonny, una pena”.

Y yo: “una pena. Sabes una vaina, primo, todo habría sido dis-

tinto si Milton hubiera ido al hospital ese en Cuba”.

Y el pelao Miguel: “Sí que sí, viejo Jhonny, sí que sí”.

* * *

La conmoción por la prostituta muerta había recibido atención de

la policía y de la prensa. Al decir de algunos curiosos que salieron

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El corazón del escorpión 65

del bar y volvieron con la información, el asunto involucraba a

alguien famoso en alguna medida, y con seguridad iba a alcan-

zar primera página en todos los diarios nacionales. Al parecer la

prostituta le había preguntado al cliente por un golpe en el ojo y

como respuesta éste la emprendió a golpes contra ella diciéndole

que no se creyera mejor que él.

Pasado el estremecimiento todos esperaban que Milton reto-

mara la narración de su pelea. Milton, satisfecho de haber recu-

perado la atención, levantó la vista y caminó hasta la mesa. Se

sirvió un trago y miró alrededor como pidiendo que le recorda-

ran dónde había quedado en el relato. El negro me buscó para

rematarme, sabía que me tenía ahí, sabes, broder, uno sabe esas

cosas cuando está peleando, me tiró dos rectos y un opercat, pero

no me dio y le gané distancia caminando hacia atrás. Llegué hasta

las cuerdas y me le fui por un lado buscando tiempo para repo-

nerme. Me había clavado duro, en la cara y el mundo todavía se

me movía. Me llevó hasta la esquina. Me cubría la cara y mandé

un par de golpes sin mucho sentido para intentar salir, pero nada,

el negro sabía lo que estaba haciendo y me castigó en las costillas,

en las malas, broder, eso me dolió como un putas. Además esos

golpes son malos, broder, te cansan, te sacan el aire, uno no puede

hacer distancia, uno pierde fuerza cuando lo clavan así. El negro

sabía que me tenía, que era su oportunidad. Yo creo que él creía

que la pelea iba a ser más fácil, y la estaba sufriendo y en ese mo-

mento sabía que la tenía, que la podía acabar, que podía volver a

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66 José Manuel Palacios Pérez

su casa con la plata, me entiendes. Pero sabes una cosa, broder,

sabes lo que yo pensé en ese momento, lo que es para perro no se

lo come gato, porque en ese momento sonó la campana.

Necesito el pañuelo pensaba olivella sentado en la pequeña si-

lla de su esquina pero sabía que sus segundos no accederían nun-

ca más. Milton estaba cansado y sentía que las fuerzas estaban

próximas a abandonarlo. No había entrenado igual que en sus

mejores días, no tenía paciencia para las sesiones físicas, no tenía

dinero para una buena alimentación y le avergonzaba pedírselo a

su amigo Jhonny Pitalúa. una semana sin carne es mucho tiempo

para un boxeador, pensaba. Sabes una vaina, dice Milton, la disci-

plina física cansa, mi vale. No es tanto el cansancio de cuando ter-

minas de entrenar, sino el tener que ir todos los días al gimnasio

y no poder hacer nunca nada distinto, cuidarte de las grasas, pilas

con el azúcar, mil abdominales diarias, cuatro horas de gimnasio

diarias, me entiendes. Es una vaina que te termina por aburrir. Es

como que te roba la vida.

Al iniciarse el décimo asalto, king salió decidido a terminar

la pelea o por lo menos eso fue lo que notó Milton en su actitud.

Atacaba sin descanso. Milton se le iba por los lados y lo abrazaba

retirando la cabeza. Por fortuna la hemorragia de su ceja había

sido detenida. hacia el final del round Milton encajó un gancho

de derecha de king en su mandíbula que lo hizo ver negro por un

segundo. Sintió cómo se doblaban un poco las rodillas y los bra-

zos le caían a los lados sin respuesta alguna. Escuchó el suspiro

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El corazón del escorpión 67

de la muchedumbre reunida en la plaza de toros. Cuando volvió

en sí entendió que no había caído y resguardó la barbilla con su

hombro y subió la guardia.

* * *

Camino hasta el fondo donde está mi escritorio. haeckermann

está sentado en su oficina y se da vuelta para ver quién llegó. Se

vuelve a voltear sin saludar. Si aún viviera en Bocagrande, si pa-

dre tuviera su colección de carros deportivos… haeckermann me

saludaría siempre, me parece.

Empiezo a arreglar todo lo de la delegación que viene a los

juegos nacionales. un trabajo de mierda aunque he tenido peo-

res, me parece. Yo puedo hacer el trabajo de haeckermann mejor

que él. Pero él es judío y yo soy negro y él tiene dinero y yo no

y él fue a la universidad y yo no. Esa es la diferencia, me parece.

A mí me prometieron ir a la universidad, en Estados unidos, las

mejores, las más costosas. Tenía los juguetes que nadie más tenía,

tenía más ropa que cualquier niño de Bocagrande, tenía chofer

para mí solo. hasta que un día no había ni chofer ni carro y nos

fuimos de Bocagrande al apartamento del que después nos saca-

ron y madre empezó a trabajar de empleada doméstica por días

y todas las señoras ricas de Cartagena la contrataban para decir

que la mujer de Milton olivella era la que barría su casa. Madre

me llevaba con ella y me decía que arreglara el jardín y cortara

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68 José Manuel Palacios Pérez

la grama y después venían las señoras ricas y me pagaban y me

decían pobre muchacho nunca pensaron en él y decían entre ellas

que era una tragedia cada vez que alguien pobre se volvía rico que

no sabía manejar la plata y que terminaba siempre mal. Y después

madre me decía ve donde la señora a la que le arreglas el jardín y

le entregas estos pescados y cuando se los entregaba me pagaban

y decían mira en lo que terminó. Y después madre me llevó a un

taller donde me pagaban por lavar carros y por las noches cami-

naba Getsemaní o Bazurto buscando a padre y madre se pasaba

la noche llorando Dónde estará, estará bien, le habrán hecho algo,

la gente cree que él todavía tiene plata y le pueden hacer daño...

Nunca hubo dinero para mi universidad, padre prefirió regalarlo,

compartirlo con las putas. Después yo quería pelear, pero padre

no me dejó. Eso estaba bien para él pero siempre me dijo que no

para mí. Pero para mí no está bien ir a la universidad ni trabajar

para uno de sus amigos ricos como el hijo que tuvo con rocío

que trabaja para el ex presidente. Pero ellos son diferentes porque

cuando se dieron cuenta de que todo se iba a caer se fueron y

se llevaron lo que pudieron. Eso debimos haber hecho nosotros,

dejarlo, irnos lejos.

voy al puesto de haeckermann.

Ya está listo lo de las delegaciones, digo.

ok, déjalo ahí, dice mi jefe sin voltear.

* * *

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El corazón del escorpión 69

Entonces escuché que alguien entró gritando al gimnasio: “Bue-

nas tardes a todos, llegó el campeón”.

Era Milton, con el labio roto y la camisa sucia de sangre.

Y después señaló hacia óscar kid mano de ñame Manzur y gri-

tó: “Suelta más la derecha… así no, más duro, más duro, esooooo,

así, hazme caso, broder, si quieres llegar a ser campeón”.

Y después volteó hacia Efraím y gritó: “¿Y éste? Este es nuevo,

¿no cabezón? vamos pelao”.

Y después volvió hacia el pelao Miguel y gritó: “Cabezón, y

¿cómo va mi pupilo? Ya está listo para pelear por el título, te lo

digo yo. hey, Migue, tengo que hablar contigo ahora más tarde

para que nos pongamos de acuerdo para devolverte las porcela-

nas. La vaina fue que me levanté temprano y me gustaron para

mandarle a hacer unas iguales a Ángela y como no tuve a quién

preguntarle pensé que podía llevármelas para que tomaran la

muestra y devolverlas el mismo día, sabe, pero me embolaté y se

me ha olvidado llevártelas”.

Y el pelao Miguel: “Not guorry, viejo Milton, todo rait”.

Y entonces Milton volteó hacia el negro Espinosa y gritó: “El

negro Espinosa, el segundo negro que más vale plata en este país,

porque el primero soy yo”.

Y se echó a reír.

Entonces volvió a decirle al negro Espinosa: “Pide las gaseosas

que van por cuenta mía”.

Y entonces Milton me miró a mí y empezó a caminar hacia

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70 José Manuel Palacios Pérez

donde yo estaba.

Entonces dije: “Milton, primo, qué milagrazo”.

Y Milton: “Tú sabes, cabezón, uno nunca se olvida de los amigos”.

* * *

Salcedo ramos recordaba una situación parecida, en la que Mil-

ton desfallecía y se quedaba sin fuerzas. La anécdota le fue repeti-

da por el turco Samir y quedó consignada en su libro: asegura [el

turco Samir] haberlo visto en su esquina, durante una de sus úl-

timas peleas, haciendo trampa para reanimarse y poder aguantar

el siguiente round. “Sergio Álvarez lo había golpeado muy duro y

Milton estaba atravesando un sofoco. Entonces aplicó la jugadita

de un cantante vallenato que no te voy a nombrar: sacó un pañue-

lito con coca y se pegó un pase delante de todo el mundo. Eso se

vio hasta en la Patagonia. Cuando sonó la campana salió hecho

una fiera y le dio un concierto de boxeo a Álvarez”.

Al final del combate, según Arrieta, Milton le reclamó al em-

presario el botín convenido: una camioneta y un kilo de cocaí-

na. Poco tiempo después, cuando se apartó del boxeo, su situa-

ción empeoró. Las cuentas bancarias se fueron consumiendo

en una vorágine de candela y desenfreno. Lo que se le iba por

el bolsillo izquierdo no regresaba jamás por el derecho. Muy

pronto quedó arruinado. Pasó de brindar whisky Sello Negro a

mendigar sobras de cerveza en bares de mala muerte, del avión

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El corazón del escorpión 71

al bus cebollero, de los zapatos Corona a las chancletas de plás-

tico, de los manteles presidenciales a los andenes, de la cocaína

al bazuco, de las cantantes de moda a las puticas de cuchitril, de

las primeras planas a las páginas judiciales. El capital que derro-

chó, según cálculos del periodista Eugenio Baena, fue superior

al millón y medio de dólares.

Los amigos del éxito –comparables con esos insectos que se

emborrachan dando vueltas alrededor de las lámparas– partieron

cuando sintieron la oscuridad del fracaso. Necesitaban un nuevo

campeón para la foto. Llegaron entonces los perdedores, envuel-

tos en una humareda terrible. Libre de los compromisos del gim-

nasio, de la dictadura de la dieta, Milton se tiró al desastre.

El médico Christian Ayola declara que las drogas y el alcohol

no ocasionaron el problema de olivella, como todo el mundo

cree, sino que lo agravaron. Ayola descarta, además, posibles

secuelas del boxeo, ya que olivella no fue un hombre golpeado.

“Yo estudié su cerebro y no tiene ni una sola lesión neurológica”,

agrega. “Mi diagnóstico es el siguiente: trastorno bipolar afecti-

vo, lo que anteriormente se conocía como enfermedad maniaco-

depresiva”. Según Ayola, se trata de un mal genético que olivella

heredó de su madre. “obviamente, en el caso de él, la crisis se

recrudece por el uso de sustancias alucinógenas y por su sentido

totalmente errado del éxito y del fracaso”. Milton tenía que estar

a punta de neurolépticos para el estado sicótico y estabilizado-

res para el humor. En Colombia y en Cartagena todo conspiraba

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72 José Manuel Palacios Pérez

contra el propósito de curar a olivella. había demasiados fisgo-

nes que convertían su salud en un asunto de dominio público,

demasiadas lenguas diligentes que podían dañarlo más con sus

comentarios y demasiados compinches esperando a que termina-

ra el tratamiento para festejarlo en grande con una nueva orgía de

bazuco. Ayola recordó que el hospital Psiquiátrico de La habana

tenía renombre por su manera de tratar la adicción a las drogas y

consideró que sería una buena opción para olivella, no solo por

la calidad de sus médicos sino también porque allá estaría aislado

de los peligros que afrontaba en nuestro país. En Cuba, por ejem-

plo, sería un ciudadano más, un hombre anónimo entreverado

en una legión de enfermos iguales a él. Compartiría un pequeño

cubículo con tres pacientes, lo cual podría servirle para que deja-

ra de creerse el cuento de que era un ser único, el eterno campeón

mundial, el negro más grande, el patrono del nocaut, la jáquima

de los boxeadores, el que pega como con un martillo, el que ense-

ñó a ganar a los colombianos, el de siempre, no hay con quién, el

que a la hora de rematar no parece usar dos puños sino las aspas

de un ventilador asesino, el único otra vez, el invencibleeeeeee

Milton olivellaaaaaaaaaaaaa.

Ayola suponía que la egolatría de olivella empezaría a resque-

brajarse cuando se sintiera desconocido en Cuba. Allá, además,

no pensaría en fugarse del hospital, porque no tendría adonde

ir. Esto último era especialmente importante si se tenía en cuen-

ta que en 1987 se había escapado de hogares Crea, la finca de

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El corazón del escorpión 73

rehabilitación en donde lo internaron gracias a una campaña del

periodista Fabio Poveda Márquez.

Frente al aspecto cadavérico que ofrecía olivella en su catre

del hospital San Pablo, resultaba inevitable preguntarse cómo se

produjo su caída desde la cúspide hasta el fondo del barranco.

Nacido y criado en el naufragio, no supo qué hacer en tierra fir-

me, cuando los vientos empezaron a ser favorables. Se enloqueció

con el oro, se intoxicó con el vino. Tocado de pronto por la vari-

ta de los dioses, olvidó que estaba marcado a hierro vivo por la

desgracia. Siguió lanzando golpes a diestra y siniestra, sin darse

cuenta de que no ganaba en el ring para salvarse sino para tallar

su propia derrota.

Las drogas y el licor le arrebataron la fuerza, la disciplina y

la corona de campeón. Lo llevaron a humillar y a destrozar a su

familia. Después le aniquilaron la vergüenza. Lo sometieron al

escarnio público como sinónimo del bruto que destruye con la

cabeza el imperio que edificó con los puños. Los colombianos,

que antes lo veneraban, lo volvieron blanco de burlas. “¿En qué se

parecen olivella y los dinosaurios?”, preguntaban. “En que fueron

grandes en el pasado, pero hoy no existen”.

* * *

Nadie hace novillos con alguien que ha salido en televisión por-

que la policía lo está sacando de su casa, me parece. Ahí está el

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74 José Manuel Palacios Pérez

policía diciéndonos que nos tenemos que ir de la casa porque las

escrituras están a nombre de un gringo de apellido Green y madre

le explica al policía que ese apartamento es el único que queda de

todos los que padre compró cuando era campeón mundial y que

está a nombre de Milton olivella y no a nombre de ningún gringo

Green y entonces llegan las cámaras de televisión a cubrir el es-

cándalo que cubre nuevamente al ex campeón mundial de boxeo

Milton olivella y a su familia pero padre no es consciente de que

ya no es campeón mundial o por lo menos no es consciente todo

el tiempo y a veces cree que sigue viviendo en esa época. Cuando

llegó a almorzar con nosotros parecía todo normal y hablaba del

mar de leva y de cómo eso perjudicaba el turismo en Cartagena

y madre parecía contenta de que padre estuviera bien y porque

no llegó violento ni tirando cosas al piso ni rompiendo nada y se

sentó a almorzar y a decir que el mar de leva afectaba el turismo

y las perspectivas económicas de todo el departamento y que la

inversión destinada a apoyar el deporte y en especial el boxeo en

la ciudad se podía ver perjudicada y de la visita del Presidente al

puerto y de la estrecha relación del Presidente con Cartagena y

lo mucho que estaba dispuesto a hacer por la ciudad y por San

Basilio de Palenque y eso ya nos sonó raro y madre levantó la

vista con una sombra de preocupación y se quedó mirando a pa-

dre y padre siguió hablando y diciendo que no es que él quisiera

que nadie se lo agradezca pero que si el Presidente se interesaba

por Cartagena y por Palenque era porque el campeón mundial

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El corazón del escorpión 75

Milton olivella había intercedido ante el primer mandatario del

país y dijo que tenía que ir a encontrarse con el Presidente porque

le iban a poner luz eléctrica a Palenque y de pronto le pregunta a

madre dónde están las llaves del Porche y madre con la cara llena

de lágrimas le dice que él vendió el Porche y padre dice que no

tiene tiempo para juegos porque el Presidente lo está esperando

que necesita las llaves del Porche, del carro, y madre lo mira llo-

rando y él se para y se busca en los bolsillos del pantalón y yo le

grito que qué Porche ni que nada que él no tiene ni un Porche ni

una mierda, que todo se lo gastó y entonces me dice que mucho

ojo con la forma en que le hablo porque él es Milton olivella,

campeón mundial de boxeo categoría Welter Jr. y yo le digo que él

ya no es campeón de una mierda y entonces parece que no me es-

cucha y dice para sí mismo Ya sé dónde dejé las llaves del Porche

y se va de la casa. Y ahora somos nosotros los que nos tenemos

que ir de la casa porque el policía le explica a madre, delante de

la periodista y de la cámara, que Milton olivella firmó los pape-

les en donde consta que la casa es ahora propiedad de William

Green y que el monto correspondiente a la compra ya fue paga-

do y entonces la periodista pregunta al policía cómo fue pagado

el monto y quién es William Green y el policía responde que al

parecer el monto fue pagado con cocaína pero que hasta que no

se compruebe no se pueden tomar cartas en el asunto y que alias

el gringo es un presunto traficante de coca pero que hasta el mo-

mento no se ha podido demostrar nada y madre no deja de llorar

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76 José Manuel Palacios Pérez

e intenta hablar pero el llanto no la deja y el policía nos repite que

nos tenemos que ir inmediatamente o nos tiene que llevar presos

por invasión de morada y mamá entre sollozos le dice que esa es

nuestra casa y que no hemos invadido la casa de nadie y el policía

le dice que ya no es nuestra casa y que padre ya la vendió y solo

nos dejan sacar algo de ropa y madre se tira al piso y llora y yo

la intento levantar y ella no se levanta solo llora y dice llorando

Dónde vamos a vivir… Dónde vamos a vivir… Dónde vamos a

vivir… Dónde vamos a vivir… y al policía y a la periodista no les

importa que nos quedemos en la calle sin plata y sin casa, a nadie

le importa qué nos pase porque no tenemos plata y uno vale por

lo que tiene.

¿Es por aquí?, me pregunta el taxista.

Miro el lugar y me doy cuenta de que sí es por aquí donde me

voy a encontrar con padre, me parece.

Sí, déjeme aquí, digo. Le pago y me bajo.

una cosa así no se puede perdonar, me parece. Nadie va a que-

rer hacer novillos con una persona que la echan de su casa por te-

levisión. Nadie que quiera a su esposa y a su hijo los deja sin casa.

Antes todas las mujeres querían hacer novillos conmigo pero eso

era antes, me parece.

Llamo a Lucero desde un teléfono público. Nunca contesta.

Camino hasta la cafetería donde me voy a encontrar con padre.

Son un par de calles derecho hasta la calle del Estanco del Tabaco,

me parece. Lucero llegó después cuando ya nadie quería hacer

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El corazón del escorpión 77

novillos conmigo porque cuando tu padre es campeón mundial

y tiene dinero todas las mujeres quieren hacer novillos contigo,

pero si tu padre derrochó todo el dinero y se muere de hambre

en la calle entonces ninguna mujer quiere hacer novillos contigo

y si con tu trabajo solo ganas lo necesario para mantener a tu

madre y no tienes carro propio y el apartamento en el que vives es

alquilado porque te echaron del que vives mientras todo el mun-

do lo veía por televisión y eres negro y tu jefe es judío y no eres

tan hermoso como san Judas Tadeo, entonces nadie va a querer

nada contigo, me parece. Lucero decía que a ella no le importaba

eso pero ahora no responde el teléfono y es porque ya encontró

alguien con dinero, me parece.

Llego al lugar pero padre no ha llegado, prendo un cigarrillo.

* * *

Entonces le volví a preguntar: “¿Qué te pasó?”.

Y Milton: “Nada, broder, ya te dije, un accidente”.

Y yo: “Déjate de vainas, Milton, que eso fue una pelea”.

Y Milton: “Deja esa vaina quieta que ya te dije que fue un ac-

cidente”.

Y yo: “Como quieras, ¿de dónde vienes?”.

Y Milton: “De verme con Julián. Sabes, broder, les di la pensión

que me da el gobierno, a Julián y a Ángela, es que… sabes… voy

a empezar a hacer las cosas bien, me entiendes”.

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78 José Manuel Palacios Pérez

Y yo: “¿Te peleaste con Julián?”.

Y Milton: “Nojoda, viejo Jhonny, ya te dije que dejaras esa vai-

na quieta”.

Nos quedamos en silencio un rato. Con las persianas de mi

oficina cerradas parece que el gimnasio estuviera vacío.

hasta que Milton dice: “¿Ya te dije que un periodista quiere

hablar conmigo esta noche?”.

Y yo: “Nada, no me has dicho”.

Y Milton: “Por lo que me han dicho el man escribe libros y

quiere escribir uno sobre mí. Para que veas, en Colombia todavía

recuerdan al campeón”.

Y yo: “Te felicito”.

Y nos volvemos a quedar en silencio. Me pongo a mirar una

foto colgada en la pared en la que salimos Milton y yo vestidos

como cantantes de la Fania All Stars en los buenos tiempos.

Y Milton: “Sabes una vaina, cabezón, yo creo que Julián nunca

me va a perdonar por lo del apartamento”.

Y yo: “Nadie te admiró y te idolatró tanto como Julián. Me

acuerdo que salía en las noches a buscarte porque no llegabas

a tu casa y Ángela estaba preocupada, y se metía en todos esos

lugares que no eran para un niño y cuando la gente en la calle se

metía contigo porque estabas borracho el niño te defendía como

un leoncito asustado”.

Y Milton: “Yo sé, viejo Jhonny, yo sé, por eso es que me duele”.

Se le quebró un poco la voz, carraspeó la garganta y siguió

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El corazón del escorpión 79

hablando: “Ahora me odia, viejo Jhonny”.

Nos volvimos a quedar en silencio. La foto la tomaron en Los

Ángeles. Milton me pedía que lo acompañara siempre, como uno

de sus segundos. A veces hacía de sparring, a veces solo lo acom-

pañaba. Milton también estaba mirando la foto.

Y Milton: “Sabes una vaina, cabezón, fíjate cómo es la vida, tú

nunca ganaste nada y ahora estás mejor que yo”.

hizo una pausa y siguió hablando: “Cuida al pelao Miguel, no

para que sea campeón sino para que no se vuelva mierda después”.

* * *

Fue una cosa de un segundo, explicó Milton levantando el brazo

izquierdo hasta cubrir su mandíbula y acomodando sus pies en

forma de T, lo vi todo negro pero no me caí. Cuando reaccioné

escondí la barbilla en el hombro y subí la guardia. El negro king

se me vino encima otra vez. No me dejaba descansar, broder. Yo

intenté aprovechar, me entiendes, dejarlo tirar golpes, cansarlo,

estudiarle el ataque para saber por dónde podía hacerle daño.

Milton se movía hacia un lado y hacia otro esquivando los puños

invisibles que king le enviaba en el bar. hizo una pinta hacia la

derecha y tropezó una silla con el muslo, en ese mismo momento

vio una luz en la defensa de king y lanzó un upper cut que reven-

tó contra la mandíbula. king se fue hacia atrás y cayó recostado

sobre las cuerdas. Milton lo buscó inmediatamente intentando no

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80 José Manuel Palacios Pérez

dejarlo caer. Sabía que si king tocaba suelo se repondría del golpe

y volvería a atacar, sin embargo si lograba castigarlo lo suficiente

antes que tocara el suelo estaba seguro de que no se pararía antes

de que el árbitro contara diez y se iría a casa con el dinero para su

tratamiento en Cuba. Milton llevó a king hacia una esquina y lo

acorraló. un gancho de derecha reabrió la herida que king tenía

en la ceja. Milton mandó una combinación a las costillas y remató

con un upper cut que en su camino tropezó una botella vacía de

cerveza que se estrelló contra el piso. king se protegía pero no

podía responder. Milton arremetió con todas las variantes ofensi-

vas que poseía. El joven king parecía que se iba al piso pero Mil-

ton no lo dejaba caer y le repetía el castigo. El público vitoreaba

cada golpe. En medio del entusiasmo de la muchedumbre Milton

olivella escuchó el sonido de la campana que anunciaba el final

del asalto, no lo podía creer. Se maldijo por no haberlo dejado

caer. un hombre joven como king podía reponerse en los sesenta

segundos que separan un round de otro mientras él ya no tenía

fuerzas para atacar.

Conforme esperaba al comienzo del round pensaba en la es-

tampa de san Judas Tadeo que su esposa llevaba a todas partes.

Milton se aferró a los rezos de Ángela Iguarán. Al comienzo del

décimoprimer round olivella arremetió contra king seguro de

que los rezos de su esposa le darían la victoria. Era su oportuni-

dad de recuperar su vida. Ambos peleadores pegaron y recibieron

sin tregua. Milton sentía cómo sus golpes se hacían más débiles.

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El corazón del escorpión 81

No sabía si lo mismo pasaba con los golpes de king porque no

los sentía. El dolor de las costillas lo estaba matando y sabía que

en cualquier momento se iba a desplomar, no por un golpe en

particular, sino porque su cuerpo se iba a quedar sin restos, sin

embargo decidió no dejar nada para después y siguió pegando

con todo lo que su vida le permitía.

king hacía lo mismo. Pegaba sin preocuparse de levantar la

defensa o de buscar el momento. Pum, golpeaba, pum, recibía,

pum, golpeaba, pum, recibía, pum, pegaba, pum, encajaba, sin

descanso. El público vitoreaba la gallardía de los peleadores y lan-

zaba frases de aliento.

Milton lanzó un gancho de derecha no solo usando la fuerza

de su brazo sino todo el impulso de su cuerpo. El golpe derribó a

king que parecía inconsciente y hasta el mismo olivella casi cae

a la lona exhausto. El árbitro inició el conteo. Milton dudaba de

poder mantenerse en pie durante los diez segundos en que king

debía permanecer en la lona. El réferi alcanzó seis en el conteo

y king a duras penas parecía empezar a reaccionar. A la cuenta

de ocho parecía que se ponía de pie pero tambaleó. Milton vio

esa vacilación como la confirmación de su victoria, levantó las

manos y saludó al público. Sin embargo cuando la cuenta llegó

a diez king estaba de pie, el árbitro le sostenía los guantes y lo

autorizaba a continuar.

Tan pronto el combate se reanudó los dos peleadores se abraza-

ron. una vez el árbitro los separó no hicieron mucho por pelear.

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82 José Manuel Palacios Pérez

Ambos buscaban recuperar fuerzas, sin embargo Milton sentía

que las fuerzas lo seguían abandonando a pesar de que no hacía

ningún esfuerzo. king, por el contrario, parecía que se recuperaba

y su semblante se fortalecía. olivella paró un par de jabs enviados

por king pero sintió que levantar la defensa fue una labor al bor-

de de sus capacidades. king pareció entender la situación y atacó.

Milton se escabulló hacia las cuerdas y de allí hacia una esquina.

king lo perseguía invitándolo al combate. Milton siguió esquivo

hasta que king lo acorraló en una esquina. Intentó defenderse

con un jab que se estrelló contra la defensa de king. éste contra-

atacó con un gancho al costado que resintió aún más la lesión de

olivella. Milton se arqueó un poco por el dolor y vio un upper cut

venir hacia su cara. Levantó el brazo izquierdo para proteger el

mentón pero no estaba seguro de si la extremidad le respondía o

no. Sintió que volvía de Cuba, recuperado y que en el aeropuerto

lo esperaban su esposa y su hijo.

* * *

Padre llegó tarde, como se esperaba.

Cómo está, digo.

Bien, hijo, sabe, recuperado, responde padre, luchando contra

la enfermedad. Gracias a Dios, hijo, y a los rezos de mamá, hace

varios meses que no consumo, desde que entré al hospital. Cuida

a tu mamá, hijo, cuídala, ella es una santa que no se merece la

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El corazón del escorpión 83

vida que yo le doy, pero sabe qué, hijo, la fe de tu madre me va

a salvar, yo sé. La vida es como una pelea por el título y aunque

voy perdiendo por puntos, gracias a la fe de tu madre la pelea

no está perdida.

Sé que es mentira, que ha consumido hace poco. Se le nota.

Padre es el hombre más mentiroso sobre la tierra. viene el me-

sero. Padre pide para tomar una gaseosa y yo otra. Dice que una

cerveza no porque no quiere nada de alcohol. Dice que por ahí

empieza a caer nuevamente en el vicio y que tiene que mantener

la guardia arriba. Nos traen las bebidas y nos quedamos en silen-

cio un rato.

Aquí tengo los papeles, digo.

Explícame otra vez, hijo, dice padre. hago esto por ti y por tu

madre, sabes, porque los quiero mucho y quiero enmendar los

errores que he cometido, empezar de nuevo, me entiendes; tú sa-

bes cómo es, hijo, tú sabes.

Saco la cajetilla de cigarrillos y le ofrezco uno.

Cigarrillo sí, hijo, dice padre tomando uno, es que me calma.

Te digo una vaina, es más fácil no consumir si fumo, una vaina

jodida porque es escoger entre dos males el mal menor. Así es la

vida, jodida.

Yo saco otro cigarrillo y la candela. Le ofrezco fuego y después

prendo el mío. Callo la primera vez y saco los papeles:

Estos son los papeles para autorizar a madre para que cobre la

pensión que le da el gobierno, digo.

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84 José Manuel Palacios Pérez

Déjame ver esa vaina, dice botando el humo.

Le paso los papeles y espero que los vea. No sabe leer. Los mira

por todos lados y me los devuelve.

Parece que todo está bien, dice padre. Igual explícame otra vez

no vaya a ser que se me haya escapado algo. En la vida hay que es-

tar seguro de las decisiones que uno toma, yo me he arrepentido

muchas veces y no quiero que me vuelva a pasar, sabes.

Dice que autoriza a madre para que cobre la pensión que le da

el gobierno a usted, digo.

Qué tengo que hacer entonces, pregunta padre.

Nada, solo firmar, digo.

Entonces pásame los papeles, dice padre.

Le paso los papeles y los vuelve a mirar como para comprobar

que todo está en orden. Yo mientras tanto busco un lapicero entre

mis cosas y se lo paso. Padre toma el lapicero y escribe MILToN

oLIvELLA en mayúsculas con letra de niño de siete años.

Ahí está, dice padre y me devuelve los papeles.

veo que no tiene el anillo de matrimonio, supongo que lo cam-

bió por droga.

Dónde está el anillo de matrimonio, pregunto.

Lo tengo guardado, dice padre.

Dónde, pregunto, dónde lo tienes guardado.

En la casa de un amigo, dice padre.

Qué amigo, pregunto.

uno, dice padre.

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El corazón del escorpión 85

Lo cambiaste por droga, verdad, pregunto.

Padre no responde.

Lo cambiaste por droga, digo.

Lo tengo guardado, dice padre.

Dónde, pregunto.

En la casa de un amigo, dice padre.

Cómo se llama, pregunto.

No lo conoces, dice padre.

No importa, dime el nombre, digo.

Padre se queda en silencio.

Lo cambiaste por droga, digo.

No he cambiado nada, dice padre.

Entonces dónde está el anillo, pregunto.

Ya te dije, dice padre.

En la casa de quién, pregunto.

Ya te dije, no lo conoces, dice padre.

No importa, dime quién es, digo.

un amigo de la televisión, me lo tiene guardado en su casa en

Bogotá, dice padre.

Entonces sí lo conozco, si trabaja en televisión, digo.

No, no lo conoces, dice padre.

Dime el nombre, digo.

Es que no es actor, dice padre.

Qué hace en televisión entonces, pregunto.

otra cosa, dice padre.

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86 José Manuel Palacios Pérez

Qué cosa, pregunto.

Escribe las novelas, dice padre.

Cómo se lo entregaste si no has ido a Bogotá desde mucho

antes de entrar al hospital, digo.

Padre no responde.

Dónde está el anillo, pregunto.

Lo tiene un amigo en su casa en Bogotá.

Cómo está Ángela, pregunta padre.

Mamá está bien, digo, dónde está el anillo, pregunto.

Dale muchas saludes mías, dice padre, dile que la extraño mucho.

Dónde está el anillo, digo.

Dile que en estos días voy para quedarme, dice padre, lo que

pasa es que necesito terminar unos asuntos que tengo pendientes,

unos negocios, sabes cómo es. Si dejo ese asunto listo nos pode-

mos hacer un billetico para empezar de nuevo, para recuperar la

vida que llevábamos antes. Dile que vamos a empezar una nueva

vida, sabes, siguiendo los preceptos de nuestro señor Jesucristo.

Dónde está el anillo, pregunto.

De todos modos la voy a llamar por teléfono antes para que sepa

que en cualquier momento llego definitivamente, dice padre.

Me paro y cojo a padre por el cuello de la camisa.

Dónde está el hijueputa anillo, le grito.

Padre me empuja y se zafa. Me acerco y lo vuelvo a agarrar por

el cuello de la camisa.

Dónde, digo moviendo a padre hacia adelante y hacia atrás,

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está, el, hijueputa, anillo, digo.

No te creas mejor que yo, dice padre y me empuja, respétame

que estás hablando con un campeón mundial, dice padre.

Qué campeón mundial ni qué mierda, grito y lo intento aga-

rrar de nuevo por el cuello de la camisa. Padre no se deja agarrar

y me empuja. Detesto que me empuje. Lanzo un puño y se lo

estrello en el labio inferior. Siento en los nudillos estallar el labio

contra los dientes. Padre no se detiene a ver la herida que le acabo

de propinar y se me viene como si fuera un demonio. Me alcanza

en el ojo y me voy al piso. Se intenta acercar pero le descargo una

patada en el abdomen que también lo hace caer.

Ni una llamada el día del cumpleaños, hijo de puta, grito.

Me paro y cuando intento acertar otro golpe siento que me

agarran de atrás: el dueño del local. Levanto la vista y a padre

también lo tiene agarrado un grupo de gente que no sé de dónde

salió. Nos impiden seguir peleando aunque ambos deseamos se-

guir. Lo quiero golpear Lo quiero golpear.

* * *

Después de que su padre logró que lo recibieran de vuelta en el

gimnasio, la disciplina de olivella fue integral, le había dicho el

turco Samir a Salcedo ramos. Milton vivía entregado al gimna-

sio, lejos de las francachelas y los bochinches. Cuando quería

un trago se lo tomaba con mesura. Siempre tenía la cabeza bien

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88 José Manuel Palacios Pérez

puesta en su sitio. Aunque ya a esas alturas fumaba marihuana

–una maña que adquirió en Chambacú, el barrio marginal de

Cartagena donde creció– lo hacía de manera secreta. Nadie sos-

pechaba, porque Milton lo ocultaba con un cuidado extremo.

una de sus estrategias, por ejemplo, consistía en no cargar, por

nada del mundo, la droga: siempre la consumía en el mismo lugar

donde la compraba. Se trataba, entonces, de un vicio esporádico

que no afectaba ni su salud mental ni física. Después del pecado

venía la expiación: los ejercicios abdominales, el salto de cuerda

frente al espejo, los goterones de sudor. Y por la noche se acostaba

temprano para recuperar energías. Dormía, mínimo, nueve horas

de un solo tirón.

Su obsesión por la puntualidad era notable. repetía en alta

voz los compromisos pendientes, para que no se le olvidaran. Y

procuraba llegar quince minutos antes a sus citas. Además era

maniático del rigor. Si el plan de preparación establecía ocho

asaltos diarios, él los peleaba todos aunque tronara, lloviera o re-

lampagueara. Si lo pactado era correr seis kilómetros, corría seis

kilómetros, no cuatro ni cinco. Si el entrenador le decía que para

perfeccionar su gancho de izquierda tenía que lanzarlo repetida-

mente durante media hora, él lo tiraba durante cuarenta y cinco

minutos. Jamás hacía las tareas a medias, jamás aplazaba para

mañana lo que debía terminar hoy.

Su conducta intachable fuera del ring también contribuyó a

su éxito. Pese a su incultura, Milton olivella, sabía estar. Todo

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El corazón del escorpión 89

se resume en una frase muy simple, dice Samir, Milton era un

caballero del carajo; a mi esposa, que en paz descanse, siempre le

impresionaron sus buenos modales. Su señorío infundía respeto,

sin embargo, y el turco Samir hizo una pausa, en una época fue

un lastre cuando salía a flote en el ring. De repente, pese a que el

rival estaba groggy, él se abstenía de rematarlo, quizá porque en

el fondo consideraba una falta de educación pegarle a un hombre

tan maltrecho. Era en esos momentos cuando su ineficacia sacaba

de quicio a los espectadores.

El problema más grave, a juicio del turco Samir, no era la

impotencia a la hora de exterminar al contrincante herido, sino

que en esos momentos Milton se confundía totalmente, ni si-

quiera oía las instrucciones que él le gritaba desde la esquina.

Se quedaba inmóvil, envarado. Algunos oponentes moribundos

aprovechaban ese segundo aire que él les ofrecía, y terminaban

ganándole.

una noche, por pura casualidad, sus mentores descubrieron

la forma de quitarle esa tara. De pronto Jorge Machado, quien

se estrenaba como representante de olivella, iracundo por tanta

pasividad de su boxeador, disparó un hijueputazo que despertó

al público y a los peleadores. Era una reacción que nunca se

podría haber esperado del turco Samir que conservó su carácter

calmo hasta el día de su muerte y que si acaso gritaba un Sube

la izquierda que te estás desprotegiendo. La reacción de Mil-

ton ante el grito de Machado fue inmediata: lanzó un recto de

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90 José Manuel Palacios Pérez

derecha que le arrancó el protector bucal a su contendor. En

principio nadie se percató de la situación hasta que la pasivi-

dad volvió y Machado lanzó un insulto peor que el anterior.

Milton respondió con un gancho pavoroso que, al estrellarse

en las costillas de su rival, sonó como la rasgadura de un lien-

zo. Machado vio de golpe lo que estaba pasando, y claro, largó

un nuevo grito:

–¡Negro hijo de puta, no sirves para una mierda!

Milton mandó un derechazo que pasó zumbando a pocos cen-

tímetros del rostro de su contendor. Donde hubiera atinado sen-

cillamente le habría desprendido los dientes, recuerda Samir.

–¡Servirás para marica, porque para boxeador no!

Fustigado por la lengua punzante de su nuevo mánager, Milton

decidió tirarse a fondo. Con un gancho de derecha lanzó a su con-

trincante contra las cuerdas, y ahí mismo, envalentonado por los

nuevos insultos de Machado, dio el golpe de gracia. El contendor

se arrodilló en la lona, boqueando de manera penosa y luego se

dejó caer del todo.

A partir de esa noche Machado se ubicaba en la esquina de su

protegido no para dar consejos técnicos sino para lanzar insultos

en los momentos indicados. La noche del 28 de octubre de 1972, en

la que Milton olivella estaba siendo derrotado en su segunda, y se-

guramente última, pelea como aspirante al título mundial, Macha-

do lanzó la frase que cambió la historia de la categoría Welter Jr.

–¿Quieres dólares, olivella? Entonces suelta las putas manos

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El corazón del escorpión 91

y pega, negro hijueputa, o si no te devuelves a comer mierda

a Palenque.

olivella lanzó una combinación tan rápida que el afectado dijo

a la prensa no haberla visto y tan potente que lo acostó sobre el

tinglado del complejo Nuevo Panamá por mucho más de los diez

segundos que le tomó al juez hernández dar por terminado el

combate. Quince mil personas quedaron en silencio, desconcer-

tadas por el desenlace.

Incluyendo el equipo que acompañaba a olivella, los colom-

bianos en el coliseo que lo vio consagrarse campeón no sumaban

quince personas. El momento más importante de la historia del

deporte colombiano no fue visto por nadie porque los canales de

televisión habían decidido no trasmitir la pelea con el argumen-

to de que el boxeo era un deporte de costeños y de negros, que

no despertaba interés en la capital. Mientras Milton olivella le

enseñaba a una nación lastimera y derrotada que se podía ganar,

el país permanecía de espaldas, ignorante. Por esos días el presu-

puesto no alcanzaba para que Milton llevara a ninguna de sus dos

mujeres o a alguno de sus amigos. El reinado de olivella comenzó

en el abandono y la soledad.

A la salida del coliseo lo esperaba Machado en una camioneta.

Lo primero que vio olivella al entrar en el plaustro fue una rubia

que sería la primera mujer blanca con la que compartiría la cama.

Antes de dejar el lugar Milton pidió autorización para invitar al

derrotado a la celebración. Mucho más tarde, en una habitación

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92 José Manuel Palacios Pérez

de prostíbulo cerca del puerto de Ciudad de Panamá, después de

que Machado les pidiera a las mujeres que se retiraran, olivella

recibió, enfrente de su rival, la primera suma de dinero importan-

te de su carrera.

* * *

Entonces Efraím dice golpeando el saco de arena mientras yo se

lo sostengo: “un, dos, ufff, ufff. un, dos, ufff, ufff. un, dos, ufff,

ufff. ¿Cómo fue la vaina, viejo Jhonny? un, dos, ufff, ufff ”.

Y yo: “Nada, primo, yo entrenaba como no tienes idea”.

Y Efraím: “un, dos, ufff, ufff ”.

Y yo: “Te digo una vaina, nadie ha entrenado tanto como yo

entrenaba en esa época, yo quería ser bueno, el mejor”.

Y Efraím: “un, dos, ufff, ufff ”.

Y yo: “Incluso cuando Milton era disciplinado, primo, él se iba

a fumar un porro en las noches y a visitar a Ángela y yo me que-

daba entrenando”.

Y Efraím: “un, dos, ufff, ufff ”.

Y yo: “Primo, y cuando Milton me decía, hey, cabezón, y se

acercaba, Nos vemos más tarde, broder, ya yo no puedo más”

Y Efraím: “un, dos, ufff, ufff ”.

Y yo: “Pero yo me quedaba ahí, dándole, creyendo que algún

día yo podía ser bueno”.

Y Efraím: “un, dos, ufff, ufff ”.

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El corazón del escorpión 93

Y yo: “Es una vaina hijueputa esa, primo, la de desear tanto

algo y no poder obtenerlo”.

Y Efraím: “un, dos, ufff, ufff ”.

Y yo: “Te hace daño, te come”.

Y Efraím: “un, dos, ufff, ufff ”.

Y yo: “Cuando Milton estaba en la cima, primo”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Llegó un momento en que nadie podía tocar a Milton

y él sabía”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Y eso no es bueno, primo, eso es exceso de confianza”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Todos los boxeadores peso Welter que le podían hacer la

pelea estaban retirados o muertos”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “él sabía, primo, y se tenía una confianza absurda y yo

estaba ahí deseando pelear, deseando un lugar para mí”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Antes de las peleas hacía siesta en el momento en que

cualquier boxeador del mundo está a punto del colapso nervioso,

él dormía”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Y mientras él dormía yo entrenaba, esperando que al-

gún día yo también tuviera mi oportunidad”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Page 94: El corazón de Escorpión - Novela

94 José Manuel Palacios Pérez

Y yo: “Mejoré. Mejoré bastante. Llegué a tener un récord de-

cente en el que nunca incluía las doce peleas perdidas en racha

antes de ser profesional”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Pero nunca fue suficiente”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Nunca llegué a estar en la lista por el título. Nunca llegué

al nivel de Milton, ni siquiera al de los que lo enfrentaban, que no

estuvieron en su nivel”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y yo: “Y después lo vi hundirse y era como si yo mismo me

hundiera”.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Pero era mejor hundirnos los dos que tener que soportar el

fuego que me quemaba por dentro.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Es como ver que alguien más fornica con tu mujer enfrente de

ti y no puedes hacer nada, nada distinto de amarla y odiarla.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y entonces empecé a llevarle cocaína a los entrenamientos y

le decía que lo hacía por amistad; y le explicaba que no quería

que anduviera con malas compañías para conseguirla y le pedía

que consumiera poco, que intentara dejarla gradualmente, que

consumiera un poco menos cada día, que él era todo lo que yo

quería ser y que por eso no quería que se destruyera porque era

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El corazón del escorpión 95

como si me destruyera.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Pero cuando llegaba a casa lo imaginaba consumiendo cada

vez más y la sonrisa me desbordaba la boca. Milton era como una

estatua y yo la volaba en mil pedazos y yo volaba con él.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

Y después cuando perdió el título y me lloraba en el hombro yo

también lloraba, pero de alegría, porque por fin habían acabado

nueve años de fuego, de incendio constante. Cuando perdió el

título empecé a fumar y dejé de entrenar, estaba libre.

Y Efraím: “un, dos, uff, uff ”.

* * *

voy a la calle de la Media Luna. voy a la calle de la Media Luna.

voy a la calle de la Media Luna. voy a la calle de la Media Luna.

Lucero no responde el teléfono. Nadie quiere hacer novillos

con una persona que no tiene dinero, ni siquiera Lucero. Fumo

fumo. Yo no le quería pegar. A padre sí porque gritaba yo soy

el campeón mundial nojoda y lo que hay es campeón para rato

nojoda yo soy el negro que más vale en este país nojoda pero

ya no era campeón mundial aunque éramos ricos y las mujeres

querían hacer novillos conmigo y madre estaba rezando y padre

le decía que se callara y padre estaba lleno de sangre por todas

partes porque se había puesto a pelear en el bar y le habían roto

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96 José Manuel Palacios Pérez

una botella en la cabeza y madre rezaba y le preguntaba qué

pasó y padre no respondía hasta que me lo contó un vecino que

le habían roto una botella en la cabeza y madre rezaba y padre

le decía que se callara que se lo ordenaba el campeón mundial y

madre rezaba y padre le empezó a gritar que por qué rezaba si

era que se creía mejor que él mejor que el campeón y madre no

decía nada pero seguía rezando y padre le decía que no creyera

que era mejor que él y madre rezaba y padre le gritaba No eres

mejor que yo No eres mejor que yo Me oyes No eres mejor que

yo y madre no dejaba de rezar Benditas ánimas del purgatorio

virgen santísima san judas tadeo sagrado corazón de jesús y pa-

dre No eres mejor que yo Me entiendes No eres mejor que yo

No eres mejor que el campeón y madre seguía rezando y padre

le gritaba que se callara y madre rezaba y padre Cállate te digo

Que te calles y madre no dejaba de rezar Benditas ánimas del

purgatorio san judas tadeo sangre bendita del sagrado corazón

y padre le gritaba que dejara de rezar que ella no era mejor que

él y madre Jesús misericordioso libera a mi esposo de esa fuerza

que lo posee y padre Cállate te lo digo por última vez y madre

Señor entra en el cuerpo de mi esposo y comunícale tu infinita

paz hazle sentir… y madre cayó y la nariz le sangraba pero no

dijo nada y siguió rezando y llorando y yo le quería pegar y le

pegué y le dije que ya no era campeón mundial ni una mierda y

me gritó que respetara al campeón y madre me gritaba que no

le pegara a padre que era mi padre y tenía que respetarlo y que

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El corazón del escorpión 97

ella era su esposa y por eso él podía pegarle pero yo no quería

respetarlo y nos agarramos a golpes y madre gritaba benditas

ánimas del purgatorio virgen santísima san judas tadeo sagrado

corazón de jesús no dejes que se maten no dejes que se peguen

y desde ese día si padre llega a la casa violento sé que es la única

manera de tratar con él, a los golpes, como perros, como anima-

les. Pero a Lucero no quería pegarle, a lucero no a lucero no a

lucero no a lucero no.

No contestó el teléfono. Fumo. Camino por la calle del Es-

tanco del Tabaco y después por la calle de la Soledad y después

no me acuerdo y después fumo fumo y salí a la Plaza de Santo

Domingo y me metí por la calle Baloco y seguí no me acuerdo

por dónde hasta el baluarte de San Pedro mártir y fumo y fumo

y fumo y fumo y seguí por la muralla y doblé por la calle Por-

tobello y después fumo no fumo me fumo acuerdo fumo pero

fumo caminé fumo mucho fumo rato y caminé y caminé hasta

que salí a la calle de la Media Luna. Fumo. A lucero no a lucero

no a lucero no.

La llamo pero no contesta. Ella me pidió que nunca hiciera

estas cosas pero ya no es mi culpa, ella no me contesta. Mientras

llamo a Lucero otra vez veo a padre. Me escondo para que no me

vea. Fumo. Entró al bar donde se iba a ver con el periodista: la

camisa llena de sangre, el labio hinchado. Parecía una persona

muerta. Está muerto de todos modos, me parece.

Entro al lugar. Prefiero no tomar nada, prefiero fumar. Miro

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98 José Manuel Palacios Pérez

a las mujeres y escojo una. Subo con ella a hacer novillos. No la

quiero golpear No la quiero golpear No la quiero golpear. Fumo.

* * *

Era una suerte que el golpe no lo hubiera alcanzado, pensaba oli-

vella. No sentía dolor y las punzadas en las costillas habían cedi-

do. Se escuchaban los gritos del público como el ruido atronador

de las hélices de un helicóptero. Fue mi mejor época, pensó oli-

vella y se dejó ir en el recuerdo.

En esa época los rivales caían como rociados por insecticida.

En los minutos previos a las peleas olivella estaba más preocupa-

do por tener que suspender la conversación sobre política nacio-

nal con Andrés Pastrana, el hijo del Presidente, que por los puños

de su contendor.

Por esos días Milton le había pedido al presidente Misael Pas-

trana que le pusiera luz eléctrica a San Basilio de Palenque, su

pueblo natal, y el mandatario había respondido con una perora-

ta sobre el plan estratégico de desarrollo que había implementa-

do en el país y la inconveniencia de modificar el programa. Sin

embargo concluyó que era un proyecto viable y lo iba a tener en

consideración. Los días pasaron y Palenque seguía en el olvido

gubernamental en el que se mantenía desde 1901, año en el cual

las tropas del general Jaramillo, en nombre del presidente de la

república don José Manuel Marroquín, incendiaron el pueblo

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El corazón del escorpión 99

en represalia por tres gallinas y una olla de sopa que los habitan-

tes del Basilio habían brindado al general robles y su batallón

hostil al gobierno.

Excepto una nueva quema de casas los habitantes de Palenque

no esperaban nada del gobierno central. De quien algo esperaban

era de Milton que era venerado casi como un santo. La respuesta

de Milton al descuido presidencial fue pública:

–Si no me va a hacer el favor de ponerle luz eléctrica a mi pue-

blo que me lo diga de frente –dijo ante las cámaras de televisión.

Para muchos esa fue la señal de que Palenque nunca tendría

luz eléctrica. Por más importante que fuera Milton un desafío

abierto al Presidente en esos términos no podía terminar en

otra cosa que en la declinación de la propuesta. Dos días des-

pués un helicóptero de las fuerzas armadas de Colombia des-

cendió sobre San Basilio. Los habitantes salieron de sus casas

y se agruparon en la plaza de tierra pisada a ver la novedad del

aparato. Del autogiro descendieron al mismo tiempo Milton

olivella y el presidente Misael Pastrana. Milton iba vestido con

un pantalón y un saco a rayas, una camisa blanca de cuello de

tortuga y zapatos de tacón; el Presidente, que parecía un asesor

de olivella encontrado para la ocasión, vestía con un panta-

lón azul turquesa y una camisa azul celeste. Detrás de ellos

bajó una comitiva de periodistas encargados de demostrarle a

la opinión pública que las promesas del Presidente nunca son

en vano. El mandatario dio un pequeño discurso en el cual

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100 José Manuel Palacios Pérez

habló de la instalación de la luz eléctrica como el primero de

muchos proyectos contemplados para San Basilio. La gente de

Palenque no prestó atención al discurso del Presidente porque

todos estaban concentrados en tocar a Milton olivella para

comprobar con sus propias manos que era real.

* * *

El culto a su figura se debía, explica Juan Gossaín, a que olive-

lla fue el hombre que nos enseñó a ganar. “Antes de él”, añade,

“éramos un país de perdedores. Nos consolábamos conjugando

el verbo casitriunfar. vivíamos todavía celebrando el empate con

la unión Soviética en el Mundial de Fútbol del 62. olivella nos

convenció de que sí se podía y nos enseñó para siempre lo que es

pasar de las victorias morales a las victorias reales”.

A mediados de los años setenta, Gossaín fue testigo, en Car-

tagena, de un hecho que le hizo entender la idolatría que desata-

ba el boxeador. El periodista pasaba por una calle del centro, en

medio de la modorra de la dos de la tarde, cuando de pronto se

asomó una prostituta envuelta en una toalla. La mujer se dirigió a

gritos a los vendedores de lotería de la otra acera.

–oigan, ¿a qué hora es la pelea de olivella?

En aquellos años de esplendor, el campeón era un tema obliga-

do en la entrada o en el postre. Cuenta el ex presidente Belisario

Betancur que en cierta ocasión el escritor Gabriel García Márquez

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El corazón del escorpión 101

fue recibido, en una reunión de colombianos en Madrid, con la

siguiente exclamación:

–¡Acaba de llegar el hombre más importante de Colombia!

Entonces García Márquez, moviendo la cabeza en forma tea-

tral, como buscando a alguien en el recinto, respondió:

–¿Dónde está olivella?

olivella estaba sentado en su esquina siendo atendido por sus

segundos. Cuando despertó alguien le oprimía una esponja con

agua fría en la cabeza y le daban viento con una toalla. Se dio

cuenta de que no tenía ni guantes ni protector bucal. Enfrente

king era levantado en hombros por sus segundos. Del griterío del

público solo podía identificar insultos en su contra. Se levantó y

salió del ring rumbo a los camerinos.

–vamos –dijo a sus segundos–, que no quiero que me vean

llorar como a Marturet el argentino.

Terminada la narración de su pelea olivella pidió disculpas y

dijo que se tenía que retirar porque tenía otro compromiso, le pi-

dió a Salcedo ramos que se apresurara con el libro que lo quería

para festejar el aniversario de su título mundial y se despidió de

un abrazo. Los comensales de las mesas vecinas lo despedían con

poses boxísticas y puños al aire. De pronto una mujer con aire de

casquivana lo despidió a gritos:

–¡Adiós, campeón!

Desde otra mesa se escuchó:

–¡Campeónnn! ¡Te veo bien, cuídate!

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102 José Manuel Palacios Pérez

olivella hizo la “v” de la victoria con la mano izquierda, apa-

rentemente despreocupado por establecer de dónde venían los

gritos. Pasó entre las mesas en dirección a la puerta, sonrió, chocó

la mano de un hombre que se la ofreció abierta. hasta que dio la

impresión de que ya no avanzaba a pie sino encaramado en lo

más alto del camión de los bomberos, donde jamás de los jamases

volvería a alcanzarlo la derrota. Caminaba desamparado en su

quimera, pero dispuesto a defender hasta el final el único trono

que le queda.

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