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EL CABALLO DE WAGNER TRES ENSAYOS SOBRE FREUD

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EL CABALLO DE WAGNER

TRES ENSAYOS SOBRE FREUD

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© Ediciones del Signo. 2010Julián Álvarez, 2844 - 1º ABuenos Aires - ArgentinaTel.: 4804-4147edicionesdelsigno@arnet.com.arwww.edicionesdelsigno.com.ar

ISBN: 978-987-1074-....

Reservados los derechos para todos los países. Ninguna parte de la publicación incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducido, almacenado o transmitido de ninguna forma, ni por ningún medio, sea este electrónico, químico, mecánico, electroóptico, grabación, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorización escrita por parte de la editorial.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Diseño de tapa e interior: Laura Restelli

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Enrique Meler

EL CABALLO DE WAGNER

TRES ENSAYOS SOBRE FREUD

C o l e c c i ó n

Nombre propio/eNsayo

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Índice

Prólogo ............................................................................................. 7

La negación ....................................................................................... 11

El punto ciego del constructivismo ................................................... 21

El caballo de Wagner .......................................................................... 65El caballo de Wagner ........................................................................ 125Quid pro quo ................................................................................. 127Los instrumentos y sus destinos - Triebe und triebschicksale .................... 129Holzwege ...................................................................................... 135Pinoccio y Geppetto (La razón instrumental) ....................................... 150Pegan a un niño ............................................................................. 152

Bibliografía .......................................................................................

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PRÓLOGO

Les presento: “mein Freud”. ¿Qué quiere decir que tenemos nuestro Freud? Me parece un reflejo de la propia preocupación de Freud por todos nosotros.

Los tres ensayos de que se compone -La negación, El punto ciego del constructivismo y El caballo de Wagner- resultan de sendos comentarios sobre el pequeño artículo del mismo nombre, sobre El Porvenir de una ilusión y sobre Más allá del principio del placer de Freud.

Es antiguo mi interés por los escritos de la Metapsicología porque muy temprano vi que allí se encontraba el límite, la voluntad de Freud, de pensar por sí mismo los problemas teóricos que generaba la enorme información clínica.

En efecto, el psicoanálisis emerge con una luz inextinguible acerca de la condición humana. Como tal, no puede evitar ser tema filosófico. Freud discute con opositores de su tiempo y se debate con las enormes influencias, sobre todo racionalistas, de la tradición académica alemana. Esto ha representado un grave problema porque los cultores del psicoa-nálisis, primeramente médicos, y actualmente licenciados y profesores de psicología, no poseen esa formación, la cual era -digamos así- natural en época del autor. De modo que influencias palmarias como Nietzche, Kant o Schopenhauer no resultan debidamente justipreciadas y se han generado jergas y falsas comprensiones de opinólogos de turno, no siem-pre muy cultos, todo lo cual ha multiplicado las dificultades. Más que nada debidas a la reciente aparición del lacanismo, que más allá de su gran originalidad no ha tenido la virtud de la sencillez, pero sobre todo le ha quitado al psicoanálisis su estricto marco clínico original; eso devino en una interminable charla, por momentos gratuita y por momentos estéril. Sin embargo no tengo dudas de que la historia pondrá las cosas en su lu-gar, y Jaques Lacan va a ocupar un sitio de gran importancia en la historia de la ciencia, aunque no la posición mesiánica que hoy todavía detenta.

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El caballo dE WagnEr

El origen de la investigación se debe a una larga disputa teórica con León Rozitchner, recientemente actualizada por mi intervención en su cátedra. La disputa y su desavenencia se originan en el año 1984, cuando León publica Perón, entre la sangre y el tiempo1. Allí comienza una amistad, afianzada a través de los meses con abundantes libaciones espirituales en mi casa, con el objeto de festejar el retorno a la democracia, o cualquier otra cosa que pudiera ocurrírsenos. León quería discutir su libro con el peronismo. A mi juicio la discusión de entonces fue muy intensa, inte-rrumpida por sucesos personales y políticos propios de la vida de todos nosotros.

La desavenencia surgió con la publicación de La cosa y la cruz�, allá por los noventa. En aquel momento critiqué duramente el libro porque no estaba de acuerdo con la tesis central sobre el papel histórico del cristia-nismo, me pareció que, en este asunto, León siempre más que tener un punto de vista diverso, equivocó el camino. Las cosas quedaron así, yo viví en Israel varios años durante los cuales, aprovechando la gran novedad tecnológica, intercambiamos mucha información por correo electrónico con trabajos mutuos y comentarios sobre la difícil situación política in-ternacional. Agrupé toda la discusión en una carpeta, los tiempos dirán si merece o no, salir a la luz. A la vuelta, León me pide que retome el tema del libro a fin de revisar mi opinión de hacía diez años. Encuentro prácticamente las mismas objeciones y esta vez las organizo en un peque-ño ensayo, el cual ha provocado una enorme molestia en la cátedra. Sin embargo mi reflexión no refiere solamente a la postura de León sino a mi propia posición sobre la cuestión de la subjetividad, que nos concierne.

Relato esta pequeña anécdota no para darme lustre como pudiera su-ponerse, sino para agradecer públicamente a León por la oportunidad de la disputa y su desavenencia, lo que además de la diversión por la pelea, motivó la producción de una serie de libros y libritos durante los tres úl-timos años, con los cuales vengo torturando a los colegas a mi alrededor, quienes miran con circunspección e incomodidad semejante despliegue, impropio de la solemne seriedad de la academia vernácula. Ignoran un antiguo epigrama: Dos judíos, tres discusiones.

Me parece que el núcleo de nuestra disputa esta mucho más en Freud que en el papel del cristianismo. Ya en el libro de Perón, León trata de pensar una carga histórica para el edipo. Es sin duda una idea interesante,

1 Rozitchner L., Perón, entre la sangre y el tiempo, Buenos Aires, Catálogos, 1985.2 Rozitchner L., La cosa y la cruz, Buenos Aires, Losada, 1997.

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pero se trata de un paso que Freud no dio y largamente hemos discutido este punto. Freud ha preferido pensar la carga histórica como la relación entre el contenido institucional de la conciencia y su relación con un contenido arcaico, pero en este tema, el psicoanálisis no ha logrado supe-rar la conciencia cartesiana, ni el legado iluminista.

Ya en La negación le sospecho a Freud una voluntad de unificación de la conciencia, tan alemana, al tratar de subsumir la presencia invertida de contenidos inconscientes dentro de una teoría del juicio. Por supuesto no se pueden sacar semejantes conclusiones de la lectura de una comu-nicación de tres páginas. Me quedé muy sorprendido: después de veinte años León no había abandonado su obsesión por aquel artículo. Los otros ensayos tratan de continuar aquel camino inicial sin llegar, como es habi-tual en mí, a conclusiones definitivas. El pensamiento debe abrir caminos, de lo contrario es casi seguro que incurra en errores y falsedades. Por lo tanto lo que presento aquí no es más que una serie de preguntas sin res-puesta cierta, que quizás resulten de utilidad para alguien más sabio que yo. No se trata de un ejercicio clínico, ni de un aporte novedoso, quizás, me atrevería a decir, de un ordenamiento de los hechos. No tengo la cos-tumbre de resolver el contenido de un libro en el prólogo, de modo que, quien se interese, no podrá evitar la lectura de los trabajos, que espero que no resulte demasiado onerosa.

Enrique Meler

Buenos Aires, diciembre de �008.

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LA NEGACIÓN

a Ubú encadenado

Trataremos de describir los problemas que aparecen en La negación así como aquellas cuestiones que generan perplejidad. Lo primero im-portante que se dice en la descripción del esquema es que el contenido inconsciente, digamos con alguna petulancia el contenido inc., o bien el contenido “x”, surge a la conciencia mediante una inversión que anula la represión de manera virtual. Entonces el contenido “x” adquiere un carácter judicativo, es decir puede incorporarse como conducta para la acción, como algo que se puede afirmar o negar de algo. Sabemos que la inversión (negación), pone un significado claro en la conciencia, ajeno a lo que entendemos como contenidos específicos del yo. El hecho de que aparezca algo en la conciencia que no parece parte de ella, aunque fun-cione judicativamente, pone en duda toda nuestra interpretación sobre el carácter específico de la conciencia. Otra característica fundamental es que el elemento nuevo no es un contenido aunque contenga ese saber judicativo sobre cuestiones familiares: “He tenido una nueva representa-ción obsesiva y en el acto se me ha ocurrido que podía significar tal y tal cosa, pero no es posible que así sea, pues entonces no podría habérseme ocurrido”. La “no verdad” no está en la nueva representación obsesiva, esto justamente es lo viejo, lo conocido, lo que venía ocurriendo en la interpretación o auto-interpretación del discurso. La tal “nueva represen-tación” constituida como concepto de un juicio general, no tiene otro contenido que el diagnóstico de la neurosis obsesiva del paciente. Se podría decir que hay una equivalencia judicativa entre la nueva represen-tación y la neurosis obsesiva. La novedad es entonces que el contenido que nos preocupa no impide la inversión. Sin embargo la tarea analítica sólo trabaja con contenido, en el supuesto de que el acceso a la con-ciencia del deseo reprimido provoca -formalmente hablando- la cura, lo cual comprueba que la libido como teoría general de la subjetividad es

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correcta. Primera conclusión: si es un hecho que la inversión trae algo material, por llamarlo de algún modo, a la conciencia, entonces este algo, nos da un contenido según pensamos el contenido de la función espe-cífica de la conciencia. Parecería que la inversión posee un contenido ya que el discurso gira alrededor de temas familiares, no aparecen temas nuevos, no hay -como dijimos- “tal novedad” de contenido. Diremos: la inversión posee un contenido, pero no es ella misma un contenido; repito: esto que aparece como contenido sin serlo pone en duda toda la estructura de la conciencia.

“La negación es una forma de percatación de lo reprimido, en realidad supone ya un alzamiento de la represión, aunque no es desde luego una aceptación de lo reprimido”, “vemos como la función intelectual se se-para en este punto del proceso afectivo”.

La conciencia parece haber llegado tarde a sí misma. El tan mentado proceso lógico, definido simplemente como un percatarse, un darse cuen-ta, no ha estado presente en este proceso de su mismidad. ¿Qué prueba que la inversión no es un contenido? Que haciendo la doble negación en la interpretación, no se produce la movilización de la conciencia, no hay percatarse. Entonces la negación ubica al yo frente al rechazo, pero no lo ilumina acerca de él, sino que a lo sumo indica que la conciencia es parte del rechazo y el rechazo (o inversión, o negación) parte de la conciencia, pero ni siquiera cuando y donde. Sí indica el como, ya que la reproducción del contenido familiar del juicio no alcanza para la toma de conciencia. ¿Qué quiero indicar con este ubicarse? Que el rechazo, como prefiero llamarlo, es un movimiento que abre un espacio incierto, cuyos objetos nos son familiares, pero sin índices del lugar en que se encuentran. Un ejemplo claro está en El otro, un cuento de Borges en que hay un en-cuentro entre dos partes de la vida de un misma persona. Entonces un movimiento que abre un espacio familiar, aunque otro para la conciencia y que no tiene contenido alguno. Lo intelectual se separa de lo afectivo, quiere decir que pierde toda predicación de verdad.

“Conseguimos también vencer la negación e imponer la plena acepta-ción intelectual de lo reprimido, pero sin que ello traiga consigo, la anu-lación del proceso represivo mismo”. “Dado que la función intelectual del juicio es negar o afirmar contenidos ideológicos, las consideraciones que preceden nos conducen al origen psicológico de la función”. (itálicas nuestras)

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El juicio no está pensado como función lógica, pero la inversión pa-rece una condición general del juicio, una suerte de genética. Freud es muy capaz de pensar algo así. Formalmente, dice Freud, el modo ideo-lógico del juicio es la inversión, pero también agrega algo importante: “la negación proviene de la conciencia (...) y su no: signo distintivo de la misma un certificado de origen”. “Por medio del signo de la negación se liberta el pensamiento de las restricciones de la represión, y se enriquece con elementos de los que no puede prescindir para su función”. ¿Qué es este enriquecimiento? A mi juicio, todo aquello que muestra a la con-ciencia que el pensamiento le es propio, que este juicio que se presenta con conceptos generales de alta predicación intersubjetiva, le es propio, le pertenece. Ensayamos aquí una definición hipotética del rechazo: el rechazo es el principio dinámico de la verdad.

De los dos modos del juicio, Freud saca los dos conceptos del yo. Esto parece razonable ya que habla del origen psicológico del juicio. Los dos modos del juicio son cualidad y existencia. Nuevamente señala la oralidad como el origen del origen de la conciencia. La oralidad debe definirse por no poseer una mismidad3 clara. En el origen (a diferencia del origen del origen) ya se produce una diferenciación entre dentro y fuera.

Freud aparta completamente el problema de la certeza, del predicado de la existencia. Porque la existencia crea la irrealidad de la representa-ción. ¿Cuál es su importancia? De un modo diferente en Husserl por ejemplo, en Freud no es la objetividad noética lo que constituye la con-ciencia, sino la irrealidad de la representación. Hemos visto que el juicio, no gesta al lenguaje, sino que el juicio existe en el lenguaje. Es por ello que hay juicio en la medida en que hay adentro y afuera del yo primitivo. En este pensamiento se trata de juicios de cualidad, pero en cuanto surge la cuestión de la irrealidad de la representación, se constituye la concien-cia real. Se puede hablar aquí del problema de la verdad, pero la verdad será siempre para Freud: lo propio. Lo que el sujeto reconoce como pro-pio más allá por ejemplo de si trata de algo sustancial o no. De modo que es apropiado decir que en este instante hay problema de la verdad, pero que este no depende por ejemplo de la irrealidad de la representación. Tiene que ver en cambio con propio y ajeno, con adentro y afuera. Se-ñalo la inversión respecto de Husserl porque es muy curiosa y creo que no se ha hecho antes. Husserl y Freud son contemporáneos y han visto el problema de la objetividad, si se quiere, al revés.

3 Ipseidad (por si misma).

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No abandona Freud el círculo de la conciencia, veo una influencia kantiana en esto. Freud se detiene en la cuestión de la objetividad: la representación no puede provenir de ella misma, aún en la imaginación tiene una realidad y como es una realidad exterior a la representación misma solo puede ser expresada en un juicio de existencia. Repito, el problema de la certeza es ajeno a la existencia, verdadero será únicamente lo reconocido como propio. Esta doctrina es muy consistente desde el punto de vista formal.

“Así pues originalmente la existencia de una representación es ya ga-rantía de la realidad de lo representado”. “La antítesis entre lo subjetivo y lo objetivo no existe en un principio (...) la primera y más inmediata finalidad del examen de la realidad no es pues hallar en la percepción real un objeto correspondiente al representado, sino volver a encontrarlo, convencerse de que aún existe”. (itálicas nuestras)

Leo aquí más bien: definirlo como propio. En esta distinción entre lo propio y ajeno, el juicio es un acto. Entonces el acto predicativo abre un espacio entre la conciencia y la existencia, como señalamos someramen-te, y se mueve –dice Freud– siguiendo fielmente a Kant, por el extremo sensible. En Kant era la síntesis de la imaginación pero en Freud el yo, la conciencia desciende como un todo, aquí no hay problema de certeza. El pensamiento se mueve entre dos extremos, Eros y Tanatos. ¿Qué quiere decir Freud con que la represión impide el pensamiento?:

“Ahora bien, la función se hace posible por cuanto la creación del sím-bolo de la negación, permite al pensamiento un primer grado de in-dependencia de los resultados de la represión y con ello también de la colisión del principio del placer”.

El juicio representa la unión de dos partes divididas, pero esta unión existe como una representación ideal que funciona como fuente de la verdad. Hagamos la misma pregunta al revés: ¿Qué es esta independencia del pensamiento? Así la hace Freud. La mera existencia del sistema pre-dicativo no puede serlo porque el rechazo se nutre de esta existencia, no puede ser otra cosa que esta existencia. Es como decir que la conciencia existe eludiendo aquello que elude es en sí significativo y no formal. ¿Por qué? Otra vez: “La función del juicio se hace posible por cuanto la crea-ción del símbolo de la negación, permite al pensamiento un primer grado de independencia de los resultados de la represión y con ello también de

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la coerción del principio del placer”. Se ve claro que hay que pensar si el yo primitivo equivale al principio del placer, pero dejemos este asunto, pensemos lo que Freud dice aquí desde el lugar del juicio, que es donde nos ubica. Habíamos definido lo verdadero como el reconocimiento de lo propio y este principio que abastecía perfectamente a los juicios como cualidad, no parece abastecer tan claramente a los juicios de existencia. Esta contradicción marca el rechazo. Pero dijimos que la negación con-cebida en general, sin mostrarse, como absoluta virtualidad, es una repre-sentación del principio del placer …y, ¿con esto qué? En el rechazo el yo reconoce el inconsciente en general es allí donde adquiere esta forma:

“El reconocimiento de lo inconsciente por parte del yo se manifiesta por medio de una fórmula negativa”.

La irrealidad de la representación es lo que gesta la conciencia. La colisión se da entre dos pares ordenados, lo real propio concebido como principio del placer y lo irreal propio concebido como existencia de la cosa representada y no la cosa misma.

Pero nuevamente ¿qué es esta independencia del pensamiento que no puede eludir ni el lugar del rechazo, ni la significación del rechazo, y que tampoco puede ser ella misma otra significación que la del rechazo? Es un acto, el acto de la cura un trascender los términos de la represión en pos de la libertad de la conciencia, quizás cambiar la coerción del placer por el placer de la coerción. ¿El discurso psicoanalítico? El lugar, el espacio para este acto. Más allá de la significación es más allá del principio del placer, se supera incluso la pertenencia biológica que exige el yo pri-mitivo. Se ha dicho que es la historia, pero la libertad que la conciencia busca en una libertad de la conciencia, pienso que se trata de la muerte, no de una idea de la muerte, de la muerte misma como disolución de la mismidad. El rechazo es Cerbero a las puertas del Infierno.

El reconocimiento de lo existente como propio implica el abandono definitivo de la propiedad biológica que desde la mismidad es vivida como la muerte. Puede afirmarse con tino que pasa a ser la satisfacción simbólica del instinto. Freud avalaría esto, pero no lo veo muy consistente. La sustitución aparece como una cadena de sustituciones y no podemos saber a priori y en general si se sustituye la satisfacción, si se sustituye el instinto o lo que fuera. Lo único común (general) es que la satisfacción es un apoderarse del objeto valioso y el temor de que se torne ilusorio o nos sea negado. El rechazo pone al pensamiento en movimiento pero no

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es capaz de eludir la ilusión material de la representación. El dolor que provoca este discernimiento obliga a una vuelta al yo definitivo pensado como conciencia social. A través de la negación pensamos la naturaleza como una totalidad de la que formamos parte.

¿Pero la sustitución es inherente al juicio o al lenguaje en general? El juicio, según hemos visto, será cualidad o existencia. La sustitución en Freud pone la significación fuera del lenguaje, torna al lenguaje (al juicio) en algo común a lo sustituyente y a lo sustituido, este es el puente que permite la cura. El lenguaje sólo puede ser puente cuando se le quita toda significación unívoca, o tal vez toda significación.

No obstante la cura tiene relación con la significación, en este camino reposa la libertad de la represión, porque apoyándose en esta significación no lingüística se produce el acto judicativo que significa la cura. Curio-samente en este artículo Freud indica que esta cura es la que nos da el indicio de la condición trágica del ser humano: tener que despojarse de sí mismo para adquirir una individualidad definitiva.

Hemos rondado una y otra vez el texto sin conseguir aclararnos ple-namente qué es esto de la significación en la conciencia. A esta altura si bien estamos llenos de indicios, podemos afirmar que hay más oscuridad que antes. ¿Qué es este pensar judicativo cuyo significado pone en duda nuestra concepción epistémica de la conciencia? Freud no puede dete-nerse en nimiedades tan peligrosas, este –dice– es el pensar de otro. Pero este otro, no parece ser un otro, ni tampoco tan otro respecto nuestro. Este otro no solo usa nuestras propias palabras y referencias, sino que tiene nuestra misma comprensión de la realidad, es decir, percibe los mismos hechos que lo influyen de la misma manera. El neurótico obsesivo del ejemplo es uno solo, el diagnóstico refiere a una misma unidad humana. Bueno –dice Freud– es el mismo desde otro lugar. Esto quiere decir que hay un yo definido por el principio del placer que evoluciona a un yo social etcétera, etcétera. Está bien, pero siento que no debemos desaprovechar las claves que esta cuestión nos brinda sobre la teoría de la subjetividad, ni luchar contra el sustancialismo, tengo más tiempo que Freud. Nuevamente, el lugar que el no, que el rechazo descubre no lo representa, no es él mismo. ¡Ah –diría Freud– pero usted está incluyendo todo el inconsciente en el no y el no sólo su indicio!. El inconsciente es mucho más que el no. Preguntemos: ¿el inconsciente es mucho más que el no? Si se trata de un sistema cuya descripción aparece en el discurso... El tal supuesto sistema carece de contenido propio, la vida significativa de la persona es una sola y por lo tanto el rechazo es un indicio que ilumina

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sobre una falsa concepción de la conciencia, no falsa en el sentido de que no acepte el inconsciente, sino falsa justamente en todo lo que es caro a la conciencia: la índole del juicio, el estatus del pensamiento, la relación entre la vida y la muerte, la intersubjetividad, la idea de la libertad. Freud no desaprovecha la oportunidad de esbozar algunos problemas acerca de la teoría del juicio. Aquí surge el problema de ¿qué es la lógica en Freud? Psicólogos y demás adalides del lacanismo informan sin más trámite que esto que sin duda debe traducirse por lenguaje lógico es el lenguaje de la lógica. He observado esta confusión que no puedo admitir que sea tanto de Lacan como de alguno de sus traductores de toda clase de Lectures´s conversatta. El punto no merece grandes aclaraciones pero lo haremos nuevamente, quizás resulte de alguna utilidad. El lenguaje lógico, como claramente indica Freud cuyo conocimiento de Kant y Aristóteles des-cuento, se compone de un saber judicativo de dos clases, cualidad y exis-tencia. Es un lenguaje que procede por evidencia o identificación como los dos elementos mínimos para la comunicación intersubjetiva, es la he-rramienta imprescindible del análisis, puesto que trae la contradicción a la conciencia. Sin lenguaje lógico la contradicción resultaría impensable. Es también el lenguaje del ocultamiento, pero esto es otro tema. De esto, tan sencillo, hay por lo menos dos cosas que no se siguen:

1. Que este no es ni mucho menos el lenguaje de la lógica.2. Que no es un caso específico del lenguaje de la lógica.3. Que el lenguaje de la lógica sea un lenguaje de ocultamiento.

El lenguaje de la lógica se preocupa por la cuestión de la certeza como un elemento previo a la significación. Trata en principio de arrancar la sig-nificación de la subjetividad y de la historia (lo contrario que en Freud). Tampoco se sigue de esto que plantee términos nuevos o novedosos para una lógica o un núcleo para una nueva lógica de la subjetividad o lo que fuera. Notarán que no tengo nada de paciencia para estas cosas. Pero la mayor aspiración de la lógica es la de prever un significado válido y universal, no tanto mediante una teoría del juicio, sino mediante un ordenamiento algebraico, que permita o privilegie la relación entre va-riables a la supuesta sustancialidad significante de los conceptos, de modo que si llenamos estos recipientes algebraicos, la significación futura será ineluctablemente verdadera y universal. La lógica desea salvar a la ciencia a fin de que comande la cultura y la ciencia como buena alma perdida que es, se niega a ser salvada, ya sea mediante el orden algebraico o la

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teoría del juicio, el objetivo es el prescripto por Aristóteles hace 2500 años, salvar para un sistema causalmente ordenado, una ciencia física que aún no existía. Sospecho que sólo entonces la lógica tuvo sentido como producto histórico. También sospecho que esta confusión proviene de Kant quien por supuesto refiriéndose completamente a otro tema define la lógica como la forma del entendimiento humano. A Kant le preocupa allí definir ¿qué es un concepto necesario? Nada que ver.

Freud dice que con la negación se produce una separación intelec-tual de lo afectivo. A mi juicio aquí se refiere a la cuestión de la verdad. El juicio queda libre de una de sus referencias existenciales. Ya dijimos que verdadero es lo que es propio. ¿Pero si el juicio lo emite uno, cómo puede no ser propio? No es propio porque sólo refiere al rechazo, pero ¿el rechazo acaso no es propio? Ampliamos nuestra pequeña definición formal del rechazo como principio dinámico de la verdad. El rechazo es un movimiento de destrucción de todo lo que es propio desde un punto de vista formal. Entendemos lo propio como la mismidad de la conciencia que puede ser yo social o no serlo. El rechazo como movimiento reclama una pertenencia a la naturaleza como totalidad. Es decir, la mismidad que ofrece el rechazo es la naturaleza humana como opuesta a la de la persona, como la conciencia del neurótico obsesivo por ejemplo, capaz de sufrir la contradicción, pero no la cura. La mismidad del rechazo es la disolución de la persona en la pertenencia a una naturaleza humana, irreconciliable con una pertenencia intersubjetiva que para el rechazo es impensable. ¿Qué es lo que estoy diciendo? Que en el artículo de la ne-gación se defiende la unidad de la conciencia contra la teoría de los dos sistemas enfrentados. ¿Que también se puede respaldar el enfrentamiento entre sistemas? Desde luego. He aquí mi definición del rechazo. Pero –dice Freud– la cura se produce, la cura es un factum en la experiencia del discurso analítico. De hecho el discurso psicoanalítico sería impensable sin la cura, todo el espejo referencial gira alrededor de la cura, sin ella se-ría una discusión hipotética sobre un problema subjuntivo (posible), una conferencia privada sobre los impulsos libidinosos y la represión. Ahora, ¿por qué para Freud no es tan problemática como para mí la cuestión del rechazo y se ocupa más del juicio? Porque habla desde la cura, desde la perspectiva de la superación del rechazo y su conciencia. Y, ¿qué es la cura? ¿Qué permite la síntesis? No parece ser el juicio ya que veíamos que el juicio aún siendo significativo y propio, es decir reconocido como cierto y de uno, y a la vez claro en su mismidad, tanto como para so-portar el riesgo de ser expresado intersubjetivamente no ilumina por sí,

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etcétera, ya describimos este aspecto. La cura es un movimiento hacia un uso social del yo, es un avance respecto del yo afectivo. En realidad el que la cura sea un movimiento es lo que da el indicio o permite la sospecha de que el rechazo también lo sea. La cura es siempre en Freud, el indicio para toda teoría de la libido. La oscuridad en el tratamiento de la histeria solo pudo ser iluminada por la cura. Por otra parte, así progresa la ciencia, a través del reconocimiento, a través del éxito como decía Kant. Entonces la naturaleza del rechazo es igual a la naturaleza de la cura. Aquí viene la cuestión de si de la práctica psicoanalítica se puede deducir una teoría general de la libido, ya que habría un salto cualitativo en la predicación de los conceptos. Esto como el asunto de la lógica, es otro invento. Se ha querido contestar, a mi juicio mal, diciendo que el psicoanálisis no es una teoría, etc., que es una práctica, ¡qué se yo!. Creo que el defecto del planteo es que saltea la figura misma de Freud. Están primero la práctica psicoanalítica, después el genio creador de Freud y luego la teoría general de la libido. Freud se preguntaría ¿por qué le echan culpas al psicoanálisis en lugar de echármelas a mí que construí la teoría? Digamos que en base a una experiencia “x” que no se puede definir, alguien inventa una teoría, esto no es igual a decir que de cierta práctica específica sale cierta teoría genérica no suficientemente fundada. Nuevamente es el éxito el que de-fiende la teoría general de la libido y no la lógica, pero en la derivación, no podemos saltar por sobre el hecho del descubrimiento, este también existe. Dejemos esto. Sí, si se quiere establecer una antropología con esto, también, hay que demostrar que es falsa, y no que no se pueden predicar juicios universales de juicios particulares.

Ahora bien, el orden que la cura instaura no es definitivo, el rechazo persiste. Entonces podemos colegir lo siguiente:

1. Que el sistema inc. y la conciencia son dos sistemas en colisión que definen la subjetividad.

2. Que es deseable la superación definitiva de la censura.2 a) Que no es deseable la superación definitiva de la censura.3. Que la censura y la cura como partes de la subjetividad ocurren

permanentemente y gestan la visión especular de la subjetividad.4. Que el rechazo es la representación de la muerte y la conciencia la

representación de la vida concebida como persona y mismidad.

La sanata no sólo es insoportable, sino también interminable. Freud dice: entre Eros y Tanatos, es decir, ¿para que sirve todo esto, tan oscuro

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y reiterativo? ¿Con qué se come? Esto no sirve para establecer torpes comparaciones entre sistemas de la conciencia. ¿En qué puede iluminar-nos? Esto sirve para pensar la naturaleza del deseo. Entre Eros y Tanatos, la conciencia rechaza esta fuerza disolutoria, para ella es la patencia de la muerte, la disolución de la mismidad, una disolución en la especie, en la naturaleza como totalidad cuando el yo pretende acceder a través de sí mismo al reino de la libertad, de la satisfacción, del deseo, para ello nece-sita de la certeza en el juicio de su deseo como propio, esta es la verdad del deseo y su satisfacción intersubjetiva. Eros y Tanatos, Escila y Caribdis, Cerbero a las puertas del infierno.

Esta verdad no parece demasiado amplia, ni supera el marco del psi-coanálisis como práctica. El conocimiento o la mera tematización de la naturaleza del deseo ha traído una cuota de alivio a la humanidad mucho mayor que la más predicativa de las teorías científicas, quizás esto pueda expresarse mejor con una invocación anónima a Esculapio, brillante dis-cípulo de Hipócrates, de origen medieval, la satisfacción de la entrega:

Asclepios transhumantesabiduría de Hefestoy de Ateneade tus dedos surgenla cítara y la músicapureza de los humoresen la tierrasiringa de los pastoresen el viento,divinidad del hombre,Las ovejas entregaránlos mansos vellones,inclínenseante el paso del humildeen el tiempoinclínenseen el tiempo

Galia circa s. XIIEnrique Meler

Mayo 1987

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EL PUNTO CIEGO DEL CONSTRUCTIVISMO

Nadie conoce ni ha conocido nada de inmediato: lo que creemos conocer de pronto, ha estado largo tiempo con nosotros. Lo que verdaderamente importa es el conocimiento clandestino que alienta en

todos nosotros.Nadie conoce toda la amargura de lo que aguarda en el futuro. Y si de pronto apareciera como en un

sueño, la negaríamos apartando los ojos de ella. A esto le llamamos esperanza.Elías Canetti (Aforismos)

El porvEnir dE una ilusión

Quiero tocar una serie de textos que nos señalan una suerte de em-pobrecimiento humano y hoy, al cabo de la decadencia, estamos ante una elección mucho más profunda, una elección secreta sobre quienes seremos, no a la luz de las ideas o de la evolución, sino a la luz de cierto juicio interno, cuyo origen me resulta misterioso y quisiera investigarlo un poco. Voy a tomar este texto de Freud, que tanta influencia ha tenido en nuestro tiempo y algunos discursos y alocuciones de M. Heidegger, como Serenidad, Identidad y diferencia, La cuestión de la técnica, La época de la imagen del mundo y sobre todo Logic, un seminario maldito que expuse ya alguna vez y sobre el cual quisiera volver. Son muchas lecturas difíciles, así que espero que ustedes y yo aguantemos.

“La inmensa mayoría de los hombres se ha visto obligada a limitarse a escasos sectores o incluso a uno solo. Y cuanto menos sabemos del pasado y del presente, tanto más inseguro habrá de ser nuestro juicio sobre el porvenir.”

Ante la mirada del médico aparece un síntoma, si se quiere social, que es la angustia. La angustia será la piedra de toque que esta reflexión de Freud quiere remover. Es importante decir esto, porque a mi juicio la angustia no será por el porvenir, por el futuro o lo que fuera, sino que se trata de una cualidad intensamente presente, y proviene de una cierta

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contingencia, de una cierta contradicción en la relación entre el sujeto y la totalidad que construye. El sujeto freudiano en este análisis no alcanza la totalidad que se propone y esta parece ser, en una primera mirada gro-sera, la razón de su angustia. El hombre piensa para su condición presente una totalidad que no alcanza y, esta vez, nuestro tema no será la totalidad inalcanzada sino el perfil humano que provoca esta situación.

“Por último, ha de tenerse también en cuenta el hecho singular de que los hombres viven, en general, el presente con una cierta ingenuidad; esto es, sin poder llegar a valorar exactamente sus contenidos. Para ello tienen que considerarlo a distancia, lo cual supone que el presente ha de haberse convertido en pretérito para que podamos hallar en él puntos de apoyo en que basar un juicio sobre el porvenir.”

Entonces la intensa necesidad de tornar presentes todos los conteni-dos, nos obliga a pensar una totalidad artificial, no la primera de la que teníamos una idea oscura, sino algo al alcance de la mano que sí podamos alcanzar, una compañía y un consuelo. Munidos de esta presencia ficticia, podemos ahora sí, dar cuenta de alguna totalidad y descansar. Esto nos habla de una relación del hombre con la verdad, sin duda hablamos del sujeto iluminista, pero quiero dejar adrede de lado esta sabiduría aprendi-da en los manuales y manejarnos de una manera más austera con las evi-dencias que nos permite el texto de Freud. El ideal de la verdad para este sujeto que pergeña aquí el autor es una capacidad de dar respuesta acerca de todo, una capacidad cumplida o incumplida pero que, así expresada, ya tiene la fuerza necesaria para modelar al hombre y al mundo. Incluso en el inicio sabemos que sólo quedaremos satisfechos si alcanzamos respues-ta para todo, caso contrario la tarea permanecerá inconclusa. Una vez es-tablecido esto adviene nuestra preocupación por el porvenir. El porvenir entonces, no resultará algo completamente ajeno a la totalidad sino que el porvenir que pensamos pertenece a esta totalidad, por lo menos en que resulta mencionada por esta en el lenguaje. Sin embargo, debemos decla-rar, que esto contraviene completamente la esencia del porvenir, si es que pensamos al porvenir como fuente de la angustia. En efecto, si aceptamos que el porvenir es la fuente de la angustia, esto va a ocurrir (me parece) por su condición esencialmente inesperada. El porvenir para angustiar-nos deberá arrollarnos, como nos arrollaría un terremoto, un fenómeno natural, deberá ser repentino como el terror, o como la muerte. Entonces la tensión fundamental del hombre que nos describe Freud será entre la verdad y la libertad, cuyo advenimiento expresa la angustia.

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Sin embargo en espera del advenimiento, la verdad nos nutre de diver-sos contenidos. Nos ofrece en primer término una totalidad a la mano. Esto no es lo fundamental que nos ofrece la verdad, lo que adviene a nosotros por el camino de la verdad, viene en sí mismo, viene como una esencia. Por este camino averiguamos que si el algo será algo en sí mismo ello dependerá de que previamente aparezca como algo conocido. Dicho más estrictamente, la capacidad de algo para existir, dependerá directa-mente de que sea algo conocido. Peor aún, por este camino aceptamos que la verdad aunque la hayamos hecho nosotros, queda fuera de noso-tros y que nosotros nos sentimos vacíos e incompletos frente a la verdad que nos llega con la luz de una totalidad que ya hemos inventado. Creo que es de esta ilusión de la que nos quiere hablar Freud.

“Por lo que a mí respecta, tales consideraciones me llevarán a apartarme rápidamente de la magna labor total y a refugiarme en el pequeño sector parcial al que hasta ahora he consagrado mi atención, limitándome a fijar previamente su situación dentro de la totalidad.”

“…la cultura humana; repetimos, muestra como es sabido, al observador dos distintos aspectos. Por un lado, comprende todo el saber y el poder conquistados por los hombres para llegar a dominar las fuerzas de la Na-turaleza y extraer los bienes naturales con que satisfacer las necesidades humanas, y por otro, todas las organizaciones necesarias para regular las relaciones de los hombres entre sí y muy especialmente la distribución de los bienes naturales alcanzables…”

Estos párrafos me dejan atónito. ¿Está Freud consciente de lo que dice? Creo que sí. Primeramente se renuncia a la totalidad, que viene a ser: la magna labor total. Esta tarea es la visión natural de la razón que comprende al mundo. Sabemos ya que luego del recorte que Freud nos propone, la totalidad mentada, no será la verdadera, se trata de otra to-talidad fijada previamente en su condición presente. O sea tal como ya nos ha mostrado Kant, la certeza del juicio se encuentra previamente consagrada por la totalidad a la que el predicado de dicho juicio refiere. A continuación Freud nos habla del recorte que hace. ¿Por qué lo hace y qué significa? La cultura, nos dice, tiene dos temas, a) el dominio de la naturaleza y b) los vínculos entre los hombres en relación con los fru-tos obtenidos de ella. ¿Por qué la cultura debe referirse expresamente al dominio de la naturaleza? Esta es una verdad aceptada dócilmente por la tradición moderna, pero no es para nada algo claro. Marx cuando piensa en la cultura dice que su campo específico es la sociedad, las relaciones

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ente los hombres, pero incluso Marx acepta que la primera finalidad del hombre es el dominio de la naturaleza.

Quisiera afirmar algo ligeramente diferente: el dominio de la naturaleza es la primera aspiración del sujeto moderno. El marco de esta aspiración es obviamente la sociedad, no puede ser otro. El sujeto moderno entonces aspira al dominio de la naturaleza en el marco de la sociedad, que es la que le otorga las condiciones materiales para la dominación. En efecto, a la naturaleza, cualquier cosa que esto fuere, no le importa nada de la dominación del hombre. Es el hombre quien carga con el significado de la dominación.

“Estas dos direcciones de la cultura no son independientes una de otra; en primer lugar, porque la medida en que los bienes existentes consien-ten la satisfacción de los instintos ejerce profunda influencia sobre las re-laciones de los hombres entre sí; en segundo, porque también el hombre mismo, individualmente considerado, puede representar un bien natural para otro en cuanto éste utiliza su capacidad de trabajo o hace de él su objeto sexual.”

El único lugar en que estos dos escenarios aceptados se unen es el hombre mismo. Y es este el objeto final de la reflexión, se trata de esta-blecer quién es el sujeto, el actor, a esto se refiere Freud cuando dice que abandona la magna tarea general para pensar en su tema específico. Freud no es un filósofo propiamente dicho, no viene de una tradición de estu-dio de los textos clásicos. Su saber filosófico, sin duda muy vasto, proviene probablemente del gymnasium y de una cierta actividad autodidáctica. Freud piensa en este tema como médico. Pretende una posición materia-lista, pero se trata de un materialismo de la sensatez y del sentido común y no de un materialismo estricto, ni mucho menos dialéctico.

“Pero, además, porque cada individuo es virtualmente un enemigo de la civilización, a pesar de tener que reconocer su general interés humano. Se da, en efecto, el hecho singular de que los hombres, no obstante, serles imposible existir en el aislamiento, sienten como un peso intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la vida en común. Así, pues, la cultura ha de ser defendida contra el individuo, y a esta defensa responden todos sus mandamientos, organizaciones e insti-tuciones…”

Freud se refiere al cuerpo como el punto de partida, pero el cuerpo no le dice nada, hasta que lo mira como un médico. Entonces el cuerpo, mi-

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rado médicamente, le otorga a Freud el certificado de sensatez que está buscando. La sensatez aquí significa que la actividad inteligible acerca del cuerpo, será una reflexión material. El objeto de esta investigación, tratará de encontrar aquello que es específicamente humano. Lo humano tiene una historia en la tradición de las ideas que parte desde el animal racional. La frase de Aristóteles despierta nuestra atención sobre el problema, pero luego genera una permanente suspicacia a través de todas las épocas. El hombre será un lobo para el hombre, será un animal simbólico, una tabula rasa, estará representado por su alma inmortal, será a bunch of perceptions, una conciencia inmediata, un sujeto histórico, una voluntad de poder, un desplegarse de la vida en la persona, etc. Y cada vez esto terminará siendo el reflejo de la época, la forma en que el pensamiento accede a la esencia de la época. Pero en este artículo, la esencia del hombre va a referir a su vida instintiva, en el marco de la sociedad, y es por eso que Freud nos habla de la dominación de la naturaleza, esta es la parte que le interesa del asunto. La verdad sólo aparece en el marco de la satisfacción de los instin-tos. Lo cual no quiere decir que la satisfacción de los instintos sea la pie-dra angular de la cultura, sino que la cultura se construye en el marco de su negación. He aquí el origen de la dominación freudiana, que la angustia expresa y torna presente. No obstante una presencia se esteriliza con otra presencia. La presencia de la verdad de la ciencia, construida sobre la huella fantasmática de una totalidad imaginaria, se opone y destruye la presencia que denuncia la angustia. La angustia denuncia la presencia de un cogito que por lo menos duda y que quizás se niegue a sí mismo.

“Parece, más bien, que toda la civilización ha de basarse sobre la coerción y la renuncia a los instintos, y ni siquiera puede asegurarse que al des-aparecer la coerción se mostrase dispuesta la mayoría de los individuos humanos a tomar sobre sí la labor necesaria para la adquisición de nuevos bienes. A mi juicio, ha de contarse con el hecho de que todos los hom-bres integran tendencias destructoras -antisociales y anticulturales- y que en gran número son bastante poderosas para determinar su conducta en la sociedad humana.”

Freud expresa aquí su sospecha fundamental que es una sospecha so-bre la justicia. Se trata de la herencia de Spinoza que yo comparto. Freud finalmente cede a la solución spinozista, la política no es en absoluto el tema del psicoanálisis, pero aún para establecer nuestro desacuerdo de-bemos someternos a su luminoso vaticinio. La clave de esta desconfianza freudiana aparece quizás en el inicio de parrafo:

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Experimentamos así la impresión de que la civilización es algo que fue impuesto a una mayoría contraria a ella por una minoría que supo apoderarse de los medios de poder y de coerción. Luego no es aventurado suponer que estas dificultades no son inherentes a la esencia misma de la cultura, sino que dependen de las imper-fecciones de las formas de cultura desarrolladas hasta ahora.

La idea de la libertad freudiana no parece ir más allá que darle al pen-samiento la posibilidad de corregir los desvíos que él mismo ha produ-cido. Evidentemente el doctor austríaco es refractario a la interpretación marxista de la historia. En efecto, Freud se hace cargo de una antigua tradición cuando constituye y acepta esta oposición entre el hombre y la naturaleza, aunque todavía las razones de la dominación permanezcan oscuras. Lo cierto es que aún en la antigüedad la naturaleza ha sido vista y aceptada, como la representación absoluta de lo no-humano, lo que He-gel llamó la alteridad. Encontrar el lugar de lo absolutamente no-humano (adviértase que adrede no utilizo la palabra inhumano, más sencilla, pero que contiene una carga de negación que no es apropiada para alcanzar la esencia de la naturaleza). Encontrar este lugar tan absolutamente otro respecto de lo humano, parece un buen principio para pensar la esencia de la humanidad. Y Freud avanza otro paso al decirnos, que pretendemos dominar aquello no-humano que es propio del hombre. En esta pri-mera y burda oposición, la dominación aparece como lo esencialmente humano; porque los que hemos encontrado los medios de coerción, los que aceptamos la tarea de esclavizar, esos sin duda somos absolutamente humanos, sin embargo lo que esclavizamos de los otros, es su naturaleza. ¿Pero estamos dispuestos a aceptar que la dominación es la representación abso-luta de lo humano?. Las religiones esenciales e incluso su previa tradición pagana culterana, ordenan lo contrario: ¿no es cierto?, ¿ y por qué?. Por-que lo primero que aprendemos de la dominación es que no toma los contenidos de sí misma, sino de su contrario, hay una dificultad por parte de la dominación para alcanzar su propia esencia, una dificultad con la que ha nacido y de la que no parece poder desprenderse por obra del pensamiento, o por obra de la moral.

El dominio de la masa por una minoría seguirá demostrándose siempre tan im-prescindible como la imposición coercitiva de la labor cultural, pues las masas son perezosas e ignorantes, no admiten gustosas la renuncia al instinto, siendo inútiles cuantos argumentos se aduzcan para convencerlas de lo inevitable de tal renuncia, y sus individuos se apoyan unos a otros en la tolerancia de su desenfreno.

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¿Por qué decimos que la verdad equivale a la satisfacción de los ins-tintos?, ¿a qué criterio de verdad nos referimos?. Evidentemente estamos hablando de una verdad que tiene relación con el reconocimiento, una verdad que se devela como el encuentro con algo propio. He aquí la satisfacción que el cuerpo nos exige. ¿Es esta la naturaleza que debemos dominar?, ¿el peligro capaz de derrumbar al estado?. No sabemos tanto; pero en principio parece ser el peligro capaz de derrumbar al cogito. Esta es la postura del psicoanálisis frente a la conciencia histórica.

“Pero existe el peligro de que para conservar su influjo hagan a las masas mayores concesiones que éstas a ellos, y, por tanto, parece necesario que la posesión de medios de poder los haga independientes de la colectividad. En resumen: el hecho de que sólo mediante cierta coerción puedan ser mantenidas las instituciones culturales es imputable a dos circunstancias ampliamente difundidas entre los hombres: la falta de amor al trabajo y la ineficacia de los argumentos contra las pasiones.”

Después de esta parrafada iluminista digna de Charles Darwin: ¿cómo haremos para arrancar a Freud de su desgracia? Tengo una amiga que cuando yo, deslumbrado por la sagacidad del psicoanálisis señalaba la ca-pacidad de vaticinio de Freud, me respondía: -“me parece que no hay que olvidar que estamos ante un pensador del siglo XIX”-. Pero veremos que Freud lucha contra su propio alegato, que, pensando en las hordas nazis, miramos con mayor benevolencia.

“Nuevas generaciones, educadas con amor y en la más alta estimación del pensamiento, que hayan experimentado desde muy temprano los be-neficios de la cultura, adoptarán también una distinta actitud ante ella, la considerarán como su más preciado patrimonio y estarán dispuestas a realizar todos aquellos sacrificios necesarios para su perduración, tanto en trabajo como en renuncia a la satisfacción de los instintos. Harán in-necesaria la coerción y se diferenciarán muy poco de sus conductores. Si hasta ahora no ha habido en ninguna cultura colectividades humanas de esta condición, ello se debe a que ninguna cultura ha acertado aún con instituciones capaces de influir sobre los hombres en tal sentido y preci-samente desde su infancia.”

La ironía frente al evolucionismo y su principal instrumento que es la educación pensada como toma de conciencia, le sale por todos los poros del cuerpo. Pero el doctor Freud nos enseña algo mucho más profundo aquí, que debemos escuchar: que la dominación no se opone a la justicia, que

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estamos frente a un concepto de diversa índole y que entonces sería ló-gico suponer que la lucha por la justicia, o mejor dicho por la equidad, no dará en el blanco si su objetivo es levantar la carga de la dominación, que es anterior en la humanidad del hombre, y que tiene relación con cierta invalidez que proviene de sentir que la verdad nos viene de afuera, no importa dónde coloquemos el afuera. La condición universal de la verdad, tan discutida y tan cara a la lógica y a la ciencia, tiene que ver con aquella capacidad propia de la verdad de construir su propia totalidad, a la cual ella refiere como cierta. La satisfacción instintiva por su parte también alcanza este mérito, porque refiere a una condición humana ge-nérica, de la cual el individuo es un caso específico, igual que el elemento de un conjunto en el álgebra de Boole. A esto me refiero cuando digo que el cuerpo no le dice nada a Freud hasta que lo piensa como médico. El gran Spinoza aparece en este Freud, su herencia nos enseña que hay piedras que las levantamos para descubrir que nuestro continente era un espejismo y que en verdad somos parte del océano. Suscribo.

“Podemos preguntarnos si nuestro dominio sobre la Naturaleza permite ya, o permitirá algún día, el establecimiento de semejantes instituciones culturales, e igualmente de dónde habrán de surgir aquellos hombres superiores, prudentes y desinteresados que hayan de actuar como con-ductores de las masas y educadores de las generaciones futuras. Puede intimidarnos la magna coerción inevitable para la consecución de estos propósitos. Pero no podemos negar la grandeza del proyecto ni su impor-tancia para el porvenir de la cultura humana.”

Sin embargo la totalidad a la que la vida instintiva refiere involucra como es sabido a la experiencia infantil, y esto de por sí, le quita ho-mogenidad a la presencia del sujeto, dicho de manera muy sencilla, el hombre por el cual el sabio iluminista pregunta, no es siempre el mismo hombre. A esto hay que agregar otra dificultad que ya vemos en el análisis de Rousseau, como es que el origen del hombre resulta incapaz de esca-par de la pregunta por el origen del hombre. ¿Cómo escapar en efecto de esta jaula cartesiana, munidos tan sólo de la médica sensatez de nuestro sentido común de experimentadores?

“Se nos muestra basado en el hecho psicológico de que el hombre inte-gra las más diversas disposiciones instintivas, cuya orientación definitiva es determinada por las tempranas experiencias infantiles. De este modo, los límites de la educabilidad del hombre supondrán también los de la eficacia de tal transformación cultural. Podemos preguntarnos si un dis-

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tinto ambiente cultural puede llegar a extinguir, y en qué medida, los dos caracteres de las colectividades humanas antes señaladas que tanto dificultan su conducción.”

Benevolencia judía muy suspicaz que seguramente los rudos revolu-cionarios soviéticos jamás agradecieron, ni agradecerán. Freud los bendi-ce como un Kant judío: -los mejores deseos para todos…-

“No quisiera despertar la impresión de haberme desviado mucho del camino prescrito a mi investigación y, por tanto, he de afirmar explícita-mente que no me he propuesto en absoluto enjuiciar el gran experimen-to de cultura emprendido actualmente en el amplio territorio situado entre Europa y Asia.”

Volvamos a esta inconsistencia propia de la dominación. Si la domi-nación resulta incapaz de alcanzar su propia esencia, si es la expresión inconfundible de la alteridad, esto es, de aquello propio de la naturaleza que tenemos que dominar en nosotros mismos, la dominación así concebida, no es algo específicamente humano. Pero como la libertad, posee puntos en común con la actividad inteligible, por eso la lucha contra la dominación deviene inmediatamente ética. La ética de esta conciencia inmediata que lucha contra la dominación, dice que defiende a la libertad inherente a todo ser vivo, esta conciencia inmediata de la que Rousseau ha dicho que representa el instinto de conservación de la vida. Sin embargo esta concien-cia inmediata que lucha contra la dominación, busca lo específicamente humano en su discernimiento dentro de la vida instintiva del hombre. Es lo que queremos hacer cuando, desde un punto de vista esencialmente práctico, dibujamos un sujeto histórico, dentro del ser genérico del hom-bre. Un punto más, así como la dominación dibuja al individuo dentro del ser genérico del hombre, también funda la solidaridad. Pensada desde la humanidad, la dominación representa un saber sobre lo esencialmente gregario del hombre, que es el único lugar donde la libertad que se le opone, tiene algún sentido. Ampliaremos, pero mientras tanto: ¿Hegel no estaría orgulloso de mí?

“Carezco de conocimiento suficiente de la cuestión y de capacidad para pronunciarme sobre sus posibilidades, contrastar la educación de los mé-todos aplicados a estimar la magnitud del abismo inevitable entre el pro-pósito y la realización. Lo que allí se prepara, inacabado aún, elude, como tal, una precisa observación, a la cual ofrece, en cambio, rica materia nuestra cultura, consolidada hace ya largo tiempo.”

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Mientras se hace el humilde y vaticina el seguro fracaso de todo. Freud se permite pontificar para el oído fino. La experiencia soviética es muy de brocha gorda para darnos una idea clara, una pincelada fina sobre la condición humana. Se ve que el doctor austriaco igual que Goya debe luchar con los entusiasmos estalinistas propios de la hora (1926/1927). Hacía tres años que Lenin había recibido un balazo en la cabeza y creo que Trotsky pululaba por Constantinopla.

II

“La conclusión de que toda cultura reposa en la imposición coercitiva del trabajo y en la renuncia a los instintos, provocando, por consiguiente, la oposición de aquellos sobre los cuales recaen tales exigencias, nos hace ver claramente que los bienes mismos, los medios para su conquista y las disposiciones para su distribución no pueden ser el contenido único, ni siquiera el contenido esencial de la cultura, puesto que se hallan ame-nazados por la rebeldía y el ansia de destrucción de los partícipes de la misma. Al lado de los bienes se sitúan ahora los medios necesarios para defender la cultura; esto es, los medios de coerción y los conducentes a reconciliar a los hombres con la cultura y a compensarles sus sacrificios. Estos últimos medios constituyen lo que pudiéramos considerar como el patrimo-nio espiritual de la cultura.” (itálicas nuestras)

Entonces el patrimonio cultural no reposa ni en la acumulación de los bienes extraídos de la naturaleza, ni en los medios para conseguirlos. Y si no entiendo mal, está diciendo que la dominación, los medios de coerción y los conducentes a reconciliar a los hombres con la cultura, constituye el patrimo-nio espiritual de la cultura. ¡Mazel tov!.

“Con objeto de mantener cierta regularidad en nuestra nomenclatura, denominaremos interdicción al hecho de que un instinto no pueda ser satisfecho, prohibición a la institución que marca tal interdicción y priva-ción al estado que la prohibición trae consigo.”

Ya se que preguntarles en el examen. Lo único que me queda claro con esto es por qué los estalinistas llamaron nomenclatura (nomenklatur) a la nomenclatura. También me doy cuenta de que Freud va a mezclar los aspectos intrínsecamente subjetivos con aquellos que no lo son, y esto ocurre porque va a presentificar el origen, va a pensar como el origen se va haciendo presente y determina la subjetividad, donde sí, donde no, y

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donde lo ignora. En suma la dominación se constituye de tres maneras, la interdicción, la privación y la prohibición.

“Lo más inmediato será establecer una distinción entre aquellas privacio-nes que afectan a todos los hombres y aquellas otras que sólo recaen sobre grupos, clases o individuos determinados. Las primeras son las más anti-guas; con las prohibiciones en las que tienen su origen inició la cultura hace muchos milenios el desligamiento del estado animal primitivo. Para nuestra sorpresa hemos hallado que se mantienen aún en vigor, constitu-yendo todavía el nódulo de la hostilidad contra la cultura.”

Muchas veces se ha preocupado por la cuestión de la dominación, en El Malestar…, en el Moisés…, pero aquí es como si se parase dentro del cogito para pensar su concepto, ya no dentro del modelo del aparato psíquico sino en sí mismo. Por supuesto esto puede y debe generar gran-des críticas, es una opinión; no pretendo sostener esta idea a ultranza, ni tampoco creo que saquemos grandes conclusiones de ella. Pasa lo propio en el artículo sobre la negación, el cual por su importancia, tiene ficha aparte. Nos encontramos ante el primer gran misterio sobre la cultura: el tabú. Freud busca la prohibición primigenia, la que es reflejada por el mito y como tal produce al individuo; sujeto del estado moderno. Señala tres tabúes, que parecen alcanzar una predicación universal: el incesto, el homicidio y el canibalismo. Esto en principio aparece como muy claro, casi tenemos apuro en aceptarlo así. De todos modos su presentificación, no será realizada por obra de la imaginación o del pensamiento, sino que tratará de ser, digamos así, clínica. Nos encontramos ante el advenimiento de un suceso de importancia, a saber: el psicoanálisis se nos aparece como una ciencia instrumental.

Una ciencia instrumental es aquella que construye su universalidad y la verdad que se predica de ella como la capacidad de reproducir infinitamente esa verdad según cierta idea de la perfección que esta ciencia posee.

La dificultad que encierra este concepto de la ciencia instrumental es que la verdad jamás abandona esta dependencia de la capacidad para modificar su objeto en relación con este principio de la perfección que la verdad debe alcanzar y al cual ella aspira.

No obstante la lógica no resulta de mucha ayuda en estas cuestiones. Ya son conocidos los desarrollos sobre el Edipo que hace Freud, que no vamos a tratar en este lugar, el cual aparece como un tabú específica-

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mente humano, poseedor de un alcance universal. La constitución de la sexualidad masculina siempre ha aparecido como la negación del incesto. El homicidio en cambio resulta muy discutible como tabú y su ejercicio resulta casi constante a lo largo de la historia. En cuanto al canibalismo, no parece ser su negación, la determinación de lo específicamente hu-mano, porque además del canibalismo real, hay un canibalismo simbólico, expresado en la voluntad de comer el hígado o el corazón del enemigo para lograr que se mantenga presente después de la muerte. Por otra parte muchos animales, rechazan el canibalismo, para otros en cambio no tiene la menor importancia. Todo esto indica que el tratamiento de este núcleo hostil a la cultura, será encarado de un modo eminentemente clínico. Esta es quizás la limitación que Freud menciona al principio de la reflexión como la presentificación de una totalidad relativa y artificial, una totalidad a los fines instrumentales, abandonando completamente la condición antropológica de la verdad.

“Extrañará, quizá, ver reunidos estos deseos instintivos, en cuya conde-nación aparecen de acuerdo todos los hombres, con aquellos otros sobre cuya permisión o interdicción se lucha tan ardientemente en nuestra cultura, pero psicológicamente está justificado. La actitud cultural ante estos más antiguos deseos instintivos no es tampoco uniforme…”Es inexacto que el alma humana no haya realizado progreso alguno desde los tiempos más primitivos y que, en contraposición a los progresos de la ciencia y la técnica, sea hoy la misma que al principio de la Historia. Podemos indicar aquí uno de tales progresos anímicos. Una de las ca-racterísticas de nuestra evolución consiste en la transformación paulatina de la coerción externa en coerción interna por la acción de una especial instancia psíquica del hombre, el super-yo, que va acogiendo la coerción externa entre sus mandamientos.”

Queda así establecida la extrema dificultad de la investigación antro-pológica. Esto será imposible, porque los límites de la hostilidad a la cul-tura y sus causas se han ido corriendo. No obstante en este escenario tan recortado Freud va a intentar su análisis y yo pienso que ha resultado un esfuerzo extraordinariamente positivo, porque de aceptar la limitación del pensamiento, ha pasado a reflexionar aquí sobre la cuestión del límite.

“…advertimos con sorpresa y alarma que una multitud de individuos no obedece a las prohibiciones culturales correspondientes más que bajo la presión de la coerción externa; esto es, sólo mientras tal coerción consti-tuye una amenaza real e ineludible…”

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De alguna manera yo he multiplicado las dificultades, pero la zona gris de la dominación queda expuesta, este es el ejercicio clínico, ya no más la omnipotente claridad de la dialéctica, sino la trabajosa forma de la continua comparación y de la estadística. Este es el reino de la ciencia. Entonces el alma humana ya no es la que era en el origen, ni tampoco la ciencia que la analiza y, Freud nos adelanta, siguiendo sus propios de-sarrollos teóricos, que la resistencia interior, lo que hemos llamado un núcleo hostil, proviene de la reproducción de una hostilidad exterior aunque no sea simétrica con ella. Podría decirse que en este punto Freud se encuentra igual que Galileo frente a las lunas mediceas, con la misma obcecación y la misma certeza respecto de su propia ignorancia, aunque aquello que aparece en el cristal de su telescopio sea mucho más borroso y escurridizo que las lunas mediceas, sin embargo: -Eppur si muove-.

“Pero cuando una civilización no ha logrado evitar que la satisfacción de un cierto número de sus partícipes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoría quizá -y así sucede en todas las civilizaciones actua-les-, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco…”

“No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece.”

Entonces no vamos a medir la desigualdad por el mero acceso a los bienes, sino por la participación en la satisfacción, que aquí tiene valor de verdad acerca de la condición humana, en abierta contradicción con la moral que propugna la prohibición expresada por la ley, y la moral en uso. Este en principio será el origen de la “hostilidad”. La satisfacción, como la expresa Freud, propone un paradigma cualitativo para la justicia, se esta adentro o afuera de ella.

“El grado de asimilación de los preceptos culturales -o dicho de un modo popular y nada psicológico: el nivel moral de los partícipes de una civili-zación- no es el único patrimonio espiritual que ha de tenerse en cuenta para valorar la civilización de que se trate. Ha de atenderse también a su acervo de ideales y a su producción artística; esto es, a las satisfacciones extraídas de estas dos fuentes…”

“Así, pues, la satisfacción que el ideal procura a los partícipes de una civi-lización es de naturaleza narcisista y reposa en el orgullo del rendimiento obtenido..”

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El caballo dE WagnEr

“La satisfacción narcisista, extraída del ideal cultural, es uno de tos po-deres que con mayor éxito actúan en contra de la hostilidad adversa a la civilización, dentro de cada sector civilizado. No sólo las clases favoreci-das que gozan de los beneficios de la civilización correspondiente sino también las oprimidas participan de tal satisfacción, en cuanto el derecho a despreciar a los que no pertenecen a su civilización les compensa de las imitaciones que la misma se impone a ellos.”

¿Qué estamos diciendo? La totalidad artificial construida por el cogito ahora adquiere nombre, se trata de la satisfacción narcisista. ¿Qué sabemos del narcisismo? Que pone a la verdad y por ende a la aceptación, en la imagen. Esta falsa simetría entre el hombre y el ideal humano es la base de la dominación porque transforma en propio aquello que no lo es. En este sentido pareciera que el arte y la religión son los instrumentos que le per-miten al cogito construir una satisfacción narcisista. Esta totalidad narcisista se reconoce inscripta en otra totalidad que la incluye, pero de una manera que todavía desconocemos permite una inclusión imaginaria en el orden de la satisfacción. Lo genial de esto es que Freud para pensar el orden de la dominación, nos está entregando las claves de la libertad humana.

“Esta identificación de los oprimidos con la clase que los oprime y los explota no es, sin embargo, más que un fragmento de una más amplia totalidad, pues, además, los oprimidos pueden sentirse efectivamente li-gados a los opresores y, a pesar de su hostilidad, ver en sus amos su ideal. Si no existieran estas relaciones, satisfactorias en el fondo, sería incompren-sible que ciertas civilizaciones se hayan conservado tanto tiempo, a pesar de la justificada hostilidad de grandes masas de hombres…”

“Como ya sabemos, el arte ofrece satisfacciones sustitutivas compensado-ras de las primeras y más antiguas renuncias impuestas por la civilización al individuo -las más hondamente sentidas aún-, y de este modo es lo único que consigue reconciliarle con sus sacrificios. Pero, además, las creaciones del arte intensifican los sentimientos de identificación, de los que tanto precisa todo sector civilizado…”

III

Recién ahora puede Freud acercarse a las afirmaciones de Marx acerca de la religión, pero lo hará en clave subjetiva. Para pensar el tema Freud se sitúa dentro del círculo del cogito.

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EnriquE MElEr

“No hemos citado aún el elemento más importante del inventario psí-quico de una civilización. Nos referimos a sus representaciones religiosas -en el más amplio sentido- o, con otras palabras que más tarde justifica-remos, a sus ilusiones.”

“Resulta, pues, que en último término sólo un único individuo puede llegar a ser ilimitadamente feliz con esta supresión de las restricciones de la civilización: un tirano, un dictador que se haya apoderado de todos los medios de poder, y aun para este individuo será muy deseable que los demás observen, por lo menos, uno de los mandamientos culturales: el de no matar.”

“Desde luego, la Naturaleza no impone la menor limitación a nuestros instintos y nos deja obrar con plena libertad; pero, en último término, po-see también su modo especial de limitarnos: nos suprime, a nuestro juicio, con fría crueldad, y preferentemente con ocasión de nuestras satisfaccio-nes. Precisamente estos peligros, con los que nos amenaza la Naturaleza, son los que nos han llevado a unirnos y a crear la civilización que, entre otras cosas, ha de hacer posible la vida en común. La función capital de la cultura, su verdadera razón de ser, es defendernos contra la Naturaleza.”

Súbitamente Freud nos construye un escenario ficticio. ¿Por qué ha-cer esto un hombre con la capacidad de hacer todo lo que quiere? Ha reconstruido un escenario natural dentro de la sociedad, es más: dentro del ser genérico del hombre. Este no será el sujeto primitivo que piensa el peligro exterior como un peligro natural, como una catástrofe que ignora por completo su existencia. Esta es la astucia del narcisismo. No se trata aquí de un sujeto que ignora la existencia del otro y que sufrirá la sorpresa de su irrupción. Este sujeto contempla en su abuso la posible represalia de alguien igual que él mismo. No obstante, esconde este co-nocimiento. ¿Se trata de una conducta naturalmente instintiva o estamos en presencia del hombre en estado de pureza, una suerte de Edén dentro del mundo social? Me parece que no. Freud quiere resolver una serie de enigmas con su ejemplo. Narciso existe sólo en su imagen, por lo tanto se sabe mirado. Busca pensar primero en el verdadero alcance del deseo liberado de todo impedimento. Este deseo es sin duda un bien cultural y será como tal que funda la hostilidad hacia la cultura que lo separa de su satisfacción instintiva. A continuación quiere determinar la naturaleza, la esencia de este deseo. ¿Se trata de la persistencia de un estado primitivo o más bien de la producción de una voluntad narcisista? Optará, me pa-rece, por lo último. Sin embargo Freud refuta la condición estrictamente

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humana de esta voluntad narcisista. Por lo tanto pone como nota esencial de lo humano, la voluntad de contrato: la función capital de la cultura, su verdadera razón de ser, es defendernos contra la Naturaleza.

En esta mirada el alcance de la libertad humana es a condición de que sea ilusoria.

La satisfacción pensada como una totalidad dentro de la cual se dibuja el alcance de la vida instintiva, es estrictamente inteligible, es un fruto de la razón, esta es la condición de su presencia en el pensamiento. Digo esto, porque hay una tendencia a pensar la vida instintiva como original y proto-racional, pero aún como totalidad no parece alcanzar lo estricta-mente humano en su concepto. Establecida la inteligibilidad de la satis-facción, la dominación queda capacitada para trascender la totalidad que ella misma propone y navega libremente por el cogito, recorre la totalidad del perímetro del aparato psíquico como la expresión íntima de una li-bertad que es pura voluntad subjetiva, negada y jamás realizada. Quizás el trauma y la represión sean finalmente la forma de denuncia que el cogito tiene para mostrar esta astucia a la cual lo somete su propio narcisismo.

Se me critica que este análisis del pensamiento de Freud sólo es una tópica de los intereses reales del psicoanálisis y que no discute ninguno de sus temas principales. Es posible. Sin embargo me veo en la necesidad de recurrir permanentemente a esta tópica, debido a que en el desarrollo del saber propio del psicoanálisis no logro encontrarme con las cuestiones que interesa a Freud descubrir en su ensayo.

“Esta situación ha de provocar en el hombre un continuo temor an-gustiado y una grave lesión de su narcisismo natural. Sabemos ya cómo reacciona el individuo a los daños que le infiere la civilización o le son causados por los demás: desarrolla una resistencia proporcional contra las instituciones de la civilización correspondiente, cierto grado de hostili-dad contra la cultura. Pero, ¿cómo se defiende de los poderes prepotentes de la Naturaleza, de la amenaza del destino?”

“El primer caso es ya una importante conquista. Consiste en humanizar la Naturaleza. A las fuerzas impersonales, al destino, es imposible aproxi-marse; permanecen eternamente incógnitas. Pero si en los elementos ru-gen las mismas pasiones que en el alma del hombre, si la muerte misma no es algo espontáneo, sino el crimen de una voluntad perversa; si la Naturaleza está poblada de seres como aquellos con los que convivimos, respiraremos aliviados, nos sentiremos más tranquilos en medio de lo in-quietante y podremos elaborar psíquicamente nuestra angustia…”

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La satisfacción narcisista es lo que los hombres tienen en común: el temor no ante la naturaleza, sino ante su indiferencia. En este sentido la principal astucia del narcisismo es la de presentarse como exterior al cogi-to, como propio de una condición natural del hombre, aunque se trate de una creación productora de un espejismo. Narciso es un Dios que se sabe falso, pero en esta convicción representa la humanidad del hombre, atra-viesa incluso el tabú, sin temor de perder su condición específicamente humana. Al existir en su fantasma, el cogito ha abandonado su angustiante solipsismo, falta darle a este fantasma el carácter de verdadero.

“Continuamos acaso inermes, pero ya no nos sentimos, además, paraliza-dos; podemos, por lo menos, reaccionar e incluso nuestra indefensión no es quizá ya tan absoluta, pues podemos emplear contra estos poderosos superhombres que nos acechan fuera los mismos medios de que nos servimos dentro de nuestro círculo social; podemos intentar conjurarlos, apaciguarlos y sobornarlos, despojándoles así de una parte de su poderío. Esta sustitución de una ciencia natural por una psicología no sólo proporciona al hombre un alivio inmediato, sino que le muestra el camino por el que llega a dominar más ampliamente la situación.” (itálicas nuestras)

Ahora Freud va a reflexionar sobre el origen.

“Obrando de un modo análogo, el hombre no transforma sencillamente las fuerzas de la Naturaleza en seres humanos, a los que puede tratar de igual a igual -cosa que no correspondería a la impresión de superioridad que tales fuerzas le producen-, sino que las reviste de un carácter paternal y las convierte en dioses, conforme a un prototipo infantil, y también, según hemos intentado ya demostrar en otro lugar, a un prototipo filogénico.”“Pero poco a poco va desplazándose el acento dentro de estas funciones. Se observa que los fenómenos naturales se desarrollan espontáneamente conforme a las leyes internas, pero los dioses no dejan por ello de seguir siendo dueños y señores de la Naturaleza: la han creado y organizado de esta suerte y pueden ya abandonarla a sí misma. Sólo de cuando en cuan-do intervienen en su curso con algún milagro, como para demostrar que no han renunciado a nada de lo que constituía su poder primitivo.”

Primeramente en lo que hace a la condición artificial y subjetiva de este origen. Esta sería la descripción material del origen. No como una pro-ducción a la manera del materialismo dialéctico, sino como una verdadera artesanía, una reconstrucción de la visión arcaica del origen. Entonces la vida natural que expresa este origen será una proyección, algo producido por la convicción presente que tenemos de la visión arcaica del origen.

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“El pueblo mejor dotado de la antigüedad vislumbró la existencia de un poder superior a los dioses -la moira- y sospechó que éstos mismos tenían marcados sus destinos. Cuanto más independiente se hace la Naturaleza y más se retiran de ella los dioses, tanto más interesante van concentrándose las esperanzas en derredor de la tercera de las funciones a ellos encomen-dadas, llegando a ser así lo moral su verdadero dominio.”

Creo que debemos separar las condiciones materiales del origen de sus condiciones biológicas. Las condiciones biológicas hacen a la descripción de un proceso cuya reconstrucción si bien artificial en el tiempo del dis-curso no conoce su interpretación. En cambio las condiciones materiales representan la voluntad de interpretación del origen, pensado en sí mis-mo o en su influencia sobre un escenario social más vasto y presente. Po-dría decirse como Rousseau, que no existe tal origen considerado en sí mismo, pero no es este el tema. Aquí se trata de dos modos de construir la teoría que conviven en la intención del autor. Es muy complejo. Fíjense como en este asunto confluyen tantas cuestiones: lo natural y lo artificial, la condición originaria del origen y su persistencia presente, la condición material y la condición biológica del origen y finalmente la condición sensible e inteligible del origen. Estos son los colores que conforman la síntesis gris que describía más arriba.

Decíamos que el hombre debe humanizar a la naturaleza, a fin de ali-viar un desvalimiento que proviene de una etapa infantil, la cual resulta todavía eficaz en su condición social y de alguna manera la moldea y fundamenta. No parece gran cosa, hasta que vamos a los matices: cuanto más independiente se hace la Naturaleza más se retiran de ella los dioses. Esto ya no se parece tanto a lo que Freud siempre ha dicho. Es como si disueltas las figuras quedara flotando el mandato paterno sin objeto ninguno, esto es, una representación de nuestro temor infantil. Que se retiran los dioses significa que pierden autoridad paternal, es decir capacidad de determi-nar a la naturaleza. Cuanto más independiente se hace la naturaleza significa que ella misma se va transformando una fuerza vital protectora, con una carga moral. Será más independiente de quien la modela. Esta naturaleza sin demiurgo parece ser para Freud el origen de la moralidad. Entonces el destino es el puerto final de esta voluntad del hombre por humanizar a la naturaleza. Nuestra compulsión tiránica choca contra esta fuerza sin persona que ordena nuestra vida sin derecho a réplica y funda la índole misma de nuestra libertad. Este padre ausente, transformado en destino es lo que nos permite la satisfacción instintiva de ser nosotros mismos, pa-dres; de modelar en nuestra imagen como si fuéramos nosotros mismos.

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No tan sencilla como parecía esta cuestión del origen.

“Se crea así un acervo de representaciones, nacido de la necesidad de ha-cer tolerable la indefensión humana, y formado con el material extraído del recuerdo de la indefensión de nuestra propia infancia individual y de la infancia de la Humanidad. Fácilmente se advierte que este tesoro de representaciones protege a los hombres en dos direcciones distintas: contra los peligros de la Naturaleza y del destino y contra los daños de la propia sociedad humana…”

Nuevamente nos encontramos perplejos ante la falsa claridad freu-diana. Aparecen todas las opciones consideradas, todos los caminos reco-rridos. Pero no la simultaneidad. En efecto, todas estas oposiciones que señalé más arriba como los colores que conforman un gris, no son meras cuestiones linguísticas o tópicas son distinciones esenciales para la com-prensión y sin las cuales, esta comprensión de lo que Freud dice resulta casi imposible.

La cuestión de la indefensión infantil parece bastante clara, sin embar-go es remota respecto del momento de la interpretación: ¿es real dicha indefensión o simplemente se trata de una propuesta teórica coherente? Los médicos enseguida acudirían munidos de la prueba clínica. Freud esta consciente de la magnitud del problema porque él mismo aporta una prueba clínica permanente. ¿Cuánto hay de determinación biológica y cuánto de reconstrucción en el dibujo de este escenario remoto? Y, final-mente, ¿cómo es posible la cadena de proyecciones y sustituciones pro-pias de la satisfacción narcisista, sin una conducta plenamente inteligible para interpretación del problema? Pero hay más. Si la indefensión es una respuesta narcisista ante la agresión del género humano sobre el indivi-duo, esto le permite al pensamiento un discernimiento más profundo del orden de la libertad, si se trata de una mera determinación biológica. Es decir, si una y otra vez vamos a responder con un sentimiento de inde-fensión y su contracara de hostilidad hacia la cultura, independientemen-te de nuestra comprensión del problema, entonces el orden de la libertad está en entredicho. Finalmente podríamos concluir que estas cuestiones son una suerte de problemas metafísicos encubiertos que no pueden ser resueltos, ni por la medicina clínica ni por la reflexión psicoanalítica. Este es el abanico de la dificultad sobre la problemática del origen.

El origen entonces por estar en el origen y por hablar del origen, se presenta en principio trascendiendo el círculo del cogito. Pensado desde

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el origen el cogito no será más el yo, será a lo sumo un yo, en relación con una totalidad que lo trasciende. Aún más: esto es lo único que el cogito alcanza a comprender de esta totalidad, a saber, que lo trasciende. No sabe si es sensible o inteligible, no sabe nada de su condición temporal, es como verse a sí mismo desde lo alto, en una nube, para usar palabras de Aristó-fanes; y a la vez, los otros habitantes del yo, consistentes o inconsistentes, nos hablan de un yo entre otros; un yo que llegará con esfuerzo al quién, a través de una multitud de voces, las voces -dice Freud- de la especie.

Quizás el mensaje del psicoanálisis sea que la libertad no es un asunto plenamente inteligible y más que a la trascendencia del hombre, lo co-necta con su condición gregaria, con su ser genérico, con su especie. La libertad quizás sea esta posibilidad del cogito de verse desde un exterior artificial como un yo entre otros. De manera más sencilla: lo corporal no es necesariamente interior, porque lo interior, es seguramente una construc-ción inteligible. Hablamos de lo interior como el objeto de la introspec-ción en lo que era hasta entonces el método de la psicología racional de un Wundt. En efecto, lo interior no parece un saber propio del origen, sino más bien algo perteneciente a la artesanía del desvalimiento, de la di-minutio, con que el hombre se piensa a sí mismo dentro del universo de la satisfacción. Solamente un sujeto, ya desprendido de su núcleo originario, puede volver la mirada hacia su interior.

Sin embargo esta visión del psicoanálisis, mantiene algunas dificul-tades lógicas. En su concepción del origen, el cogito sufre una reducción solipsista de la que deriva su condición gregaria, esta es la visión clínica del yo. Aunque después se vea a sí mismo entre otros, esta nueva situa-ción, es segunda, es derivada de la anterior. Independientemente de si se trata de una visión sensible o inteligible, el solipsismo del yo persiste como productor de sus leyes. Es el objeto de análisis donde quiera que lo ubiquemos y con cualquier esencia que descifremos. Este es el punto ciego del pensamiento de Freud.

“Sobre cada uno de nosotros vela una guarda bondadosa, sólo en apa-riencia severa, que nos preserva de ser juguete de las fuerzas naturales, prepotentes e inexorables. La muerte misma no es un aniquilamiento, un retorno a lo inanimado inorgánico, sino el principio de una nueva existencia y el tránsito a una evolución superior. Por otro lado las mismas leyes morales que nuestras civilizaciones han estatuido rigen también el suceder universal, guardadas por una suprema instancia justiciera, infini-tamente más poderosa y consecuente. Todo lo bueno encuentra al fin su

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recompensa, y todo lo malo, su castigo, cuando no ya en esta vida sí en las existencias ulteriores que comienzan después de la muerte.”

La mirada del psicoanálisis sobre la interpretación religiosa del mundo pone el acento en que la libertad ya no parece estar más en nuestras ma-nos sino en otras, tal vez omnipotentes, pero seguramente ausentes. Más allá de toda discusión metafísica, mística, esotérica o teológica sobre esta cuestión, el psicoanálisis aporta dos verdades de puño: a) que pedimos libertad y se nos promete justicia y b) que el reclamo ante un Dios au-sente, es un reclamo genuino del hombre, fuera y dentro de la discusión teológica. Este reclamo esta inscripto en la primera visión de la totalidad que tenemos, si aceptamos la carga del psicoanálisis allá por la conciencia arcaica, y si no, también, porque la Ausencia de Dios, modela nuestra fe, en Dios o en cualquier otra cosa.

“El pueblo que primero consiguió semejante condensación de los atri-butos divinos se mostró muy orgulloso de tal progreso. Había revelado el nódulo paternal, oculto desde siempre detrás de toda imagen divina. Pero, en el fondo, esto no significa sino un retroceso a los comienzos históricos de la idea de Dios.”“En el presente ensayo hemos aislado una sola de estas fases evolutivas: la de su cristalización definitiva en nuestra actual civilización blanca, cris-tiana…”

Aquí comienza la antigua irritación judía contra el cristianismo. Co-mienza con una autocrítica, pero en el fondo es el segundo párrafo el más sincero. En el fondo los judíos siempre hemos pensado que la nuestra ha sido con sus faltas la religión de un pueblo y que el cristianismo ha terminado siendo la religión de los príncipes. Mi padre que no era poeta lo decía con gran precisión. –“Nos han puesto un látigo en la mano y sin embargo allí estamos sangrando bajo el madero…”-. Ayer justamente escuché hablar al doctor Idel, en la Cancillería, quien junto con el profe-sor Lieberman han tratado vanamente de reemplazar la figura luminosa de Gershom Scholem. Dijo muchas cosas interesantes, antes de que el representante cristiano le explicara que lo importante no era Plotino, sino Proclo y Jámblico, y otras tonterías sin las cuales no podríamos vivir. El doctor Idel dijo: -“El Ds. Judío es el único Ds., creador del cielo y de la tierra, los otros dioses … ese no es un asunto judío (“it isn”t a matter of jews). Nos habló en un inglés que me consuela de mi ignorancia. Le citaron a Lieberman quien dijo que la cabala es una estupidez, lo que es

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ciencia es el estudio de la cabala. Sonrió y después de explicar que la cita es falsa (no creo), agregó que él también pensaba que la ciencia era una estupidez (nonsense), pero no el progreso del espíritu humano. Me dio bastante orgullo, me refiero al doctor Idel, no a los interlocutores.

“No es difícil observar que en el conjunto formado por estas ideas no to-dos los elementos armonizan igualmente bien entre sí, y que ni se da con ellas respuesta a todas las interrogaciones apremiantes ni resulta tampoco tarea fácil defenderlas de la constante contradicción de la experiencia cotidiana…”

“Los hombres creen no poder soportar la vida si no dan a estas repre-sentaciones todo el valor al que para ellas se aspira. Habremos, pues, de preguntarnos qué significan estas ideas a la luz de la Psicología, de dónde extraen su alta estimación y -con interrogación harto tímida- cuál es su verdadero valor.”

En parole povere: si la religión es una pavada que no realiza nada de lo que dice: ¿por qué es tan importante para la gente? Esta presentación ya nos aparta del problema de la fe, lo cual a mi juicio es muy importante. Porque ustedes verán que los argumentos freudianos tampoco traen mu-cha luz sobre el asunto, pero sí esta cuestión fundamental en la cual Idel lo sigue, o quizás al revés, no se. Aquí no hay un problema de la creduli-dad, el tema es otro.

IV

A continuación el astuto Freud nos propone la presencia de su daimon, a la manera de Sócrates. El daimon criticará a Sócrates, tal como Sócrates necesita, a fin de mantener a Sócrates prudente y estoico.

“También es absolutamente exacto decir que la civilización procura al individuo estas ideas, pues el individuo las encuentra ya acabadas entre sí, y sería incapaz de hallarlas por sí mismo. Son para él como la tabla de multiplicar o la geometría: un legado de generaciones anteriores. La sensación de extrañeza que usted me objeta puede provenir, en parte, de que las ideas religiosas nos son presentadas como una revelación divina. Pero esa pretensión es ya una parte del sistema religioso, y desatiende por completo la evolución histórica de tales ideas y sus diferencias en las distintas épocas y civilizaciones.”

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Entonces diremos de la visión religiosa que aparece en el orden de la tradición, como un hecho original y a la vez presente, negando la exis-tencia de su propia historia. Aquí Freud piensa el mito del origen prin-cipalmente. El mito sobre el origen nos irrita especialmente porque le quita al hombre su principal poder cual es el de vivir y reproducirse. Las hormigas viven y se reproducen de la misma manera que hace un millón de años pero aún ellas han sufrido inundaciones y sequías, destrucción y victoria y ello de alguna manera ha quedado impreso en la memoria colectiva de su especie. Este derecho de las hormigas, le es negado al hombre por la religión. Más precisamente, si lo que define al hombre es el espíritu, el cuerpo sólo puede ser simétrico del espíritu, como tal carece completamente de historia.

“Creo más bien que al personificar las fuerzas de la Naturaleza sigue el hombre un precedente infantil. En su primera infancia descubrió ya que para llegar a adquirir alguna influencia sobre las personas que le rodeaban le era preciso entrar en relación con ellas, y posteriormente aplica este método, con igual propósito, a todo aquello que a su paso encuentra. No contradigo, pues, su observación descriptiva. Efectivamente, la ten-dencia a personificar todo aquello que quiere comprender -el dominio físico como preparación del dominio psíquico- es un impulso natural del hombre; pero yo expongo, además, el motivo y la génesis de esta peculia-ridad del pensamiento humano-…”

La segunda objeción del daimon es que personificar lo inanimado es un modo de comprenderlo que tiene el hombre (primitivo, cualquier cosa que esto sea). Pero Freud criteriosamente responde que no se trata de la personificación sino de cómo la hace y cual es el origen. Esto es cierto, es importante y no tiene ninguna dificultad.

“Dios es una superación del padre, y la necesidad de una instancia pro-tectora -la nostalgia de un padre- es la raíz de la necesidad religiosa. Posteriormente parece haber descubierto usted un nuevo factor: la im-potencia y la indefensión humana, al que se adscribe corrientemente el papel principal en el origen de la religión, y ahora atribuye usted a la indefensión todo lo que antes era complejo paterno. ¿Puedo preguntarle a usted las razones de esta rectificación?”

El daimon freudiano insiste buscando supuestas contradicciones. Freud dirá que en Totem y tabú analiza la religión totémica y no las grandes religiones de occidente:

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“Desde luego, apenas rozamos en él [en Totem y tabú] la razón de que el dios zoológico resultase a larga insuficiente, teniendo que ser sustituido por un dios humano, y ni siquiera mencionamos varios otros problemas del origen de las religiones.”

“Vamos a transferirnos a la vida anímica del niño pequeño. ¿Recuerda usted el proceso de la elección de objeto conforme al tipo infantil del que nos habla el análisis? La libido sigue los caminos de las necesidades narcisistas y se adhiere a aquellos objetos que aseguran la satisfacción de las mismas. De este modo la madre, que satisface el hambre, se constituye en el primer objeto amoroso y, desde luego, en la primera protección contra los peligros que nos amenazan desde el mundo exterior en la primera protección contra la angustia, podríamos decir.”

Esta es la piedra angular, el punto de partida de toda la reflexión an-tropológica del psicoanálisis. Freud se refiere a dos cosas fundamentales. Que todo lo que pensamos acerca de la vida humana ocurre entre el na-cimiento y la muerte. No hay otro periodo de tiempo que tenga eficacia presente para darnos datos acerca del sentido de la existencia humana. No es poca cosa ni algo obvio, porque aún todo lo que pensemos en contra de este punto de vista esta modelado por esta horca caudina, por el lecho de Procusto de esta aseveración. Podrá haber discusión sobre el orden y la jerarquía de los acontecimientos, sobre la organización sexual, sobre el origen materno o paterno del hombre, pero ninguna discusión podrá superar estos límites, estamos en el lugar en que Galileo vio a las lunas mediceas quebrar los círculos de cristal aristotélicos. Eppur si muove. ¿Es esta una posición materialista? No, de ninguna manera, la sensatez médica, y el punto de vista del psicoanálisis no llevan de suyo al materia-lismo dialéctico, para acceder a eso, hace falta partir de una lógica cuyo principio es la determinación negativa. El segundo tema fundamental que el psicoanálisis aporta es que el hombre no es igual a sí mismo. Por lo tanto la esencia del hombre no podrá ser otra cosa que una diferencia, para pensar esto con alguna categoría lógica, una diferencia entre lo que el hombre es y lo que el hombre no es. ¿Por qué pensamos que Freud afirma esto? Porque un hijo no es jamás igual a un padre, aunque ambos hayan sido hombres en algún tiempo. A mi juicio es una prueba contun-dente, una verdad de puño.

“Pero no entra en nuestros propósitos adentrarnos más en la investiga-ción del desarrollo de la idea de Dios. A lo que hemos de atender es al

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acabado tesoro de representaciones religiosas que la civilización procura al individuo.”

Freud se impone entonces una doble limitación, no analizará la idea de Dios, porque no hay relato propio de Dios que pueda ser objeto de investigación por parte del psicoanálisis y tampoco analizará la fidelidad del hombre considerada en sí mismo, sino sólo en cuanto marca de las relaciones interpersonales. El psicoanálisis renuncia en el inicio a una metafísica de la subjetividad, que era el principal objetivo de la psicología racional, este es el marco en que hay que ver el aporte antropológico de Freud, cualquier otra cosa nos saca de tema.

V

Los principios religiosos en el orden subjetivo y de las relaciones hu-manas “son principios y afirmaciones sobre hechos y relaciones de la realidad exterior (o interior) en los que se sostiene algo que no hemos hallado por nosotros mismos y que aspiran a ser aceptados como ciertos. Particularmente estimados por ilustrarnos sobre lo más importante e in-teresante de la vida, ha de considerarse muy ignorante a quien nada sabe de ellos, y el que los acoge entre sus conocimientos, puede tenerse por considerablemente enriquecido.”

Fíjense que los principios religiosos tiene el mismo estatus que la na-turaleza. Siguiendo nuestro análisis del texto podemos decir provisoria-mente que pertenecen a la totalidad propia de la satisfacción narcisista.

“Intentemos medir con la misma medida los principios religiosos. Si pre-guntamos en qué se funda su aspiración a ser aceptados como ciertos, recibiremos tres respuestas singularmente desacordes. Se nos dirá pri-meramente que debemos aceptarlos porque ya nuestros antepasados los creyeron ciertos; en segundo lugar, se nos aducirá la existencia de prue-bas que nos han sido transmitidas por tales generaciones anteriores y, por último, se nos hará saber que está prohibido plantear interrogación alguna sobre la credulidad de tales principios. Tal atrevimiento hubo de castigarse en épocas pasadas con penas severísimas; todavía actualmente lo ve con disgusto la sociedad.”

Freud cree necesario desplegar en primer término su sospecha clínica. Analiza la autoridad de la tradición, la cual efectivamente no parece ser

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muy importante, la proposición filosófica quia absurdum, la cual expresa que los principios religiosos son indemostrables porque exceden la capa-cidad racional de los hombres, y finalmente en obvia referencia a Kant, la posición teórica del “como si”, esto es: que proposiciones aceptadas como ficciones se piensen verdaderas por sus consecuencias en el uso practico de la existencia. Efectivamente la tradición no sale indemne del análisis freudiano. Aprovechemos para leer en secreto sus conclusiones en los parágrafos V y VI, en atención a que la vigilante censura del Sanedrín no me permite reproducirlas y temo enormemente las consecuencias de hacerlo. La conclusión es que las creencias religiosas no son nece-sariamente errores, esto es no son necesariamente la expresión de una condición psíquica delirante; sino ilusiones, provenientes de una férrea voluntad de satisfacción proveniente de una conducta infantil no actua-lizada en la cultura.

“… tales ideas, que nos son presentadas como dogmas, no son precipi-tadas de la experiencia ni conclusiones del pensamiento: son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la Humanidad. El secreto de su fuerza está en la fuerza de estos deseos. Sabemos ya que la penosa sensación de impotencia experimentada en la niñez fue lo que despertó la necesidad de protección, la necesidad de una protección amorosa, satisfecha en tal época por el padre, y que el descubrimiento de la persistencia de tal indefensión a través de toda la vida llevó luego al hombre a forjar la existencia de un padre inmortal mucho más poderoso. El gobierno bondadoso de la divina Providencia mitiga el miedo a los peligros de la vida; la institución de un orden moral universal, asegura la victoria final de la Justicia, tan vulnerada dentro de la civilización humana, y la prolongación de la existencia terrenal por una vida futura amplía infinitamente los límites temporales y espaciales en los que han de cumplirse los deseos.”

“Así, pues, calificamos de ilusión una creencia cuando aparece engen-drada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real.”

Si no entiendo mal Freud no le otorga demasiada importancia a la discusión de los argumentos a favor o en contra de las creencias religio-sas, justamente porque su indudable estatus metafísico excede comple-tamente los objetivos del psicoanálisis. Lo que vamos a pensar es cómo el orden de la ilusión resulta eficaz en un universo cultural que no le es

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propio. El por qué hace a la genética del pensamiento psicoanalítico, que una vez establecido no merece mayor discusión. Evidentemente Freud tiene la idea de que la evolución junto con la publicidad de las ideas sobre el origen instintivo de la subjetividad humana, terminarán por disolver toda convicción religiosa en el mundo. Acotamos un hecho histórico. Pasaron cien años y esto no ha ocurrido. Por el contrario diría que la discu-sión que ha propuesto el psicoanálisis ha fortalecido, actualizado y hecho avanzar en sutileza argumentativa a la convicción religiosa en el mundo. Hay que ceder un punto muy importante, la discusión psicoanalítica ha modificado y transformado profundamente la convicción religiosa de la humanidad.

“Nuestra investigación de los secretos del mundo progresa muy lenta-mente, y la ciencia no ha encontrado aún respuesta a muchas interroga-ciones. De todos modos, la labor científica es, a nuestro juicio, el único camino que puede llevarnos al conocimiento de la realidad exterior a nosotros. Esperar algo de la intuición y del éxtasis no es tampoco más que una ilusión.”

“Del mismo modo que nadie puede ser obligado a creer, tampoco puede forzarse a nadie a no creer. Pero tampoco debe nadie complacerse en engañarse a sí mismo suponiendo que con estos fundamentos sigue una trayectoria mental plenamente correcta. La ignorancia es la ignorancia, y no es posible derivar de ella un derecho a creer algo.”

“…aquellos hombres que han confesado ante el mundo su conciencia de la pequeñez y la impotencia humanas, aunque la esencia de la religiosidad no está en tal conciencia, sino en el paso siguiente, en la reacción que busca un auxilio contra ella. Aquellos hombres que no siguen adelante, resignándose humildemente al mísero papel encomendado al hombre en el vasto mundo, son más bien religiosos, en el más estricto sentido de la palabra.”

Aquí sí tenemos el principio de la postura freudiana. Efectivamente a Freud no le interesa para nada la disputa sobre la verdad o mentira del orden religioso, tanto con filósofos como con hombres del común. Pero sí le interesa la disputa sobre la influencia religiosa en la condición antro-pológica. También considero crucial este asunto.

“No entra en los fines de esta investigación pronunciarse sobre la verdad de las doctrinas religiosas. Nos basta haberlas reconocido como ilusio-

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nes en cuanto a su naturaleza psicológica. Pero no necesitamos ocultar que este descubrimiento influye también considerablemente en nuestra actitud ante un problema que a muchos ha de parecerles el más impor-tante.”

VI

“Una vez despierta nuestra desconfianza, no retrocederemos siquiera ante la sospecha de que tampoco posea fundamentos más sólidos nuestra convicción de que la observación y el pensamiento, aplicados a la inves-tigación científica, nos permiten alzar un tanto el velo que encubre la realidad exterior…”

¿Es esta una posición positivista? ¿Es empirista? Me parece que no. Creo que el psicoanálisis intenta un camino propio sobre lo humano, que debiera tener también una concepción antropológica propia que ahora Freud va a dilucidar. En principio podemos adelantar que el psicoanálisis no aceptará fácilmente la carga histórica, e incluso va a esbozar sobre la experiencia clínica: soluciones abiertas.

“No tenemos por qué rehusar que la observación recaiga sobre nuestro propio ser ni que el pensamiento sea utilizado para su propia crítica, iniciándose así una serie de investigaciones cuyo resultado habría de ser decisivo para la formación de una «concepción del Universo». Sospe-chamos que semejante labor no resultaría infructuosa y justificaría, por lo menos en parte, nuestra desconfianza. Pero el autor no se considera con capacidad suficiente para emprenderla en toda su vasta amplitud y, en consecuencia, habrá de limitar obligadamente su trabajo a una de tales ilusiones, a la ilusión religiosa.”

No se va a tratar de lo que se habla por sí mismo sino por quién lo dice, la pregunta freudiana es básicamente por un quién. Lo esencial de la verdad está en la presencia. ¿Cómo se determina esta presencia? Eso sólo puede ser determinado por quién escucha. De modo tal que la verdad de lo que se dice será alcanzada en esta argumentación por la diferen-cia entre quién habla y quién escucha. Este es un sentido nuevo para la sospecha freudiana porque la duda en la argumentación ya no será lo que produce la trascendencia del círculo del cogito y resulta inseparable de quién lo dice. Esto sucede porque la incidencia del yo primitivo no es necesariamente una irrupción. Se trata en vez de una huella cifrada.

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La cifra busca cortar, poner una valla en el camino de la irrupción. Nos encontramos ante una descripción del trauma visto desde el punto de vista de la verdad. La verdad alcanza la totalidad como un conflicto, cuya presencia se expresa en quién escucha. La verdad es el destino del hombre, que la religión pretende arrancarle. ¿Cuál es la importancia de la sexualidad, vista siempre desde este punto de vista lógico? Si convenimos en que la verdad es el destino del cogito; la sexualidad es la unidad del cogito.

El psicoanálisis no ha construido como se piensa una lógica de la sexualidad. Ha logrado realizar algo mucho más profundo. Le ha dado voz a la sexualidad, transformando a la interpretación en un ejercicio inteli-gible que expresa la totalidad del cogito. De alguna manera el destino del hombre será pasar de la culminación sexual a la culminación narcisista.

Más allá de la ironía, Freud está enjuiciando la experiencia soviética. Son los príncipes de la hora y el doctor austriaco les trae la luz de una sa-biduría milenaria. Muy torpes tenemos que ser para hacer del psicoanáli-sis una lectura literal, aunque la literalidad y no el símbolo sean lo propio del psicoanálisis. En efecto: el único uso que Freud acepta para el símbolo es el ocultamiento. No hablo aquí del mito, el cual es considerado a la manera de Platón útil a los fines pedagógicos. Pero el psicoanálisis no acepta en el fondo la verdad simbólica, porque avanza en el acto hacia aquello que ella representa. Por definición sólo le interesa hacer presente al sujeto negado y mostrar el alcance de esta negación. La primera víctima de este proceso es la verdad del símbolo.

El psicoanálisis se encuentra en la hora presente, pero no se trata de la presencia de la ciencia en la cual la conclusión de la certeza reemplaza a la presencia del sujeto. ¿Entonces la verdad del psicoanálisis es en realidad un conjunto vacío o se trata de una serie de obsesiones sobre el origen del complejo parental, repetidas constantemente igual que un núcleo delirante? ¿Freud nos pide que reemplacemos un delirio por otro? Esta antropología de la Anunciación de María que ve a la Virgen y al Niño por todas partes como constituyentes eficaces del nudo presente ¿en qué se diferencian de las visiones y milagros del cristianismo? ¿Tanto es el odio que se nos ha pegado la lepra del enemigo? Veámoslo en los textos:

“Además, no he dicho nada que antes no haya sido ya sostenido más acabadamente y con mayor fuerza por otros hombres mejores que yo, cuyos nombres no habré de citar, por ser de sobra conocidos, y además para que no se crea que intento incluirme entre ellos. Lo único que he hecho -la sola novedad de mi exposición- es haber agregado a la crítica de mis grandes predecesores cierta base psicológica…”

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En efecto, la crítica de la religión no es algo novedoso. Freud se refiere -a mi juicio- a Marx y a Feuerbach, pero también al socialismo cientí-fico y a muchos otros, pero lo que le está preocupando no es la teoría sino la construcción de un estado soviético, llevado de una fe ciega en la razón, que Freud comparte pero que siente sumamente empobrecida en su condición antropológica porque no tiene para la vida instintiva del hombre más que terror y represión. Freud comprende que las urgencias de la guerra y el esfuerzo de la construcción de un estado socialista, no le permitirá a una ardiente generación bucear profundamente en las contradicciones de la vida instintiva. Lo que les pide en este artículo es que acepten la autoridad y la antigüedad de la experiencia científica y teórica europea, porque de lo contrario las conclusiones antropológicas del leninismo terminarán en un esquema limitado y autoritario, el cual finalmente conspirará contra sueños genuinos e imprescindibles de ser alcanzados. Este es el sentido de la publicación de este artículo, traer a colación una experiencia clínica que nos habla de una condición antro-pológica mucho más compleja que la que toma el materialismo.

“En ellas, semejantes manifestaciones abreviaban la vida terrenal de su autor y le proporcionaban pronta ocasión de comprobar por sí mismo si existía o no una vida de ultratumba.”

Obvia referencia al Inquisición y al efecto que tendría un ensayo así en otra época, probablemente la Edad Media. Cuando ya ha dicho muchas veces que lo más seguro es que en ese año la publicación del presente ensayo no produzca ningún efecto.

“Pero tales tiempos han pasado ya, y las especulaciones de este género son hoy perfectamente inofensivas, incluso para su propio autor. Lo más que puede suceder es que su libro no pueda ser traducido ni difundido en algunos países, precisamente en aquellos que se jactan de haber llegado a un más alto grado de civilización. Pero cuando se combate, en general, a favor de la renuncia a los deseos y la aceptación del destino, debe poder soportarse también tal contrariedad.”

“Han sabido siempre traficar con los mandamientos religiosos y hacer fracasar así su intención. Los sacerdotes, a los cuales correspondía la fun-ción de hacer guardar obediencia a la religión, les han facilitado siempre esta tarea. La bondad divina paralizó la divina justicia. El pecador se res-cata con sacrificios o penitencias y queda libre para volver a pecar.”

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Esta frase aparentemente banal, me da mucho en que pensar. ¿De dón-de proviene la doble moral? Esta es la experiencia judía. En el ejercicio de la fe, en realidad no hay mucho lugar para Dios y es cierto que desde el punto de vista de la Salvación lo mismo da una moral que otra. Pero esto no es lo que los cristianos piensan.

“Es sabido que los sacerdotes sólo han podido mantener la sumisión religiosa de las colectividades haciendo grandes concesiones a la natura-leza instintiva de la Humanidad. De este modo se llegó a la conclusión de que sólo Dios es fuerte y bueno, y el hombre, débil y pecador. La inmoralidad ha hallado siempre en la religión un apoyo tan firme como la moralidad.”

Lo que Freud nos dice finalmente es que los instrumentos pensados para reprimir las pulsiones instintivas, han terminado, desde el punto de vista social por representar estas mismas pulsiones; ejerciendo el terror sobre miles de desvalidos. De alguna manera cada vez que se arranca de la condición humana a la condición instintiva del hombre, se garantiza la dominación de la condición instintiva por sobre la pretensión de la huma-nidad del hombre, que Freud no discute. La ideología resulta inerme frente a este efecto paradojal, e incluso sus principales teóricos, han arrojado a la organización instintiva del hombre de sus tesis sobre el estado, afirmando que la condición instintiva del hombre, no era una cuestión política.

“La teoría religiosa está, pues, en lo cierto. Dios participó realmente en la génesis de la prohibición que nos ocupa, siendo su influjo, y no la cons-ciencia de una necesidad social, lo que hubo de engendrarla. La atribu-ción de la voluntad humana al propio Dios queda también así justificada, pues los hombres sabían haberse desembarazado violentamente del padre, y en su reacción a semejante crimen se propusieron respetar en adelante la voluntad del muerto…”

Freud va a profundizar esta situación paradojal en la supuesta charla con su daimon. Dijimos paradojal porque los instrumentos creados para la dominación de los instintos se han convertido en su representación. Llegamos así al centro del ensayo de Freud. Los contenidos religiosos no son necesariamente un error sino una ilusión, a la manera de la ilusión que padece la razón pura de Kant, que cree conocer objetos más allá de la experiencia y en realidad se conecta con sus propias pretensiones y fantasías. En este sentido, Freud dice que esta dispuesto a darle a los

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principios del Credo el estatus de posibles, pero se trata de una vil men-tira. Lo que en verdad piensa, es que nos encontramos ante una neurosis obsesiva con un núcleo delirante. Seguramente lo que más lo irrita son las letanías y los misterios del Dogma Cristiano. Es lo que más irritaría a cualquier judío. Los apotegmas religiosos representan en esta interpreta-ción una neurosis cuasi natural del tipo de la que deviene del complejo parental (Edipo). Sin embargo no es lo mismo: mientras que el trauma edípico resulta ineludible, y es uno de los precios de la evolución entre la etapa infantil y la madurez del hombre, la religión viene a ser el uso o la respuesta cultural que nos hemos dado a nosotros mismos ante la angustiosa presencia del trauma original. No es la muerte sino el velorio. Esto genera varios problemas de gran envergadura teórica que necesita-mos dilucidar. El principal es que se corren las fronteras alguna vez claras, entre lo sensible y lo inteligible, mezclándose digamos así, la clara con la yema, a la manera en que tratamos la confusa cuestión del origen, un poco más arriba. Tal es así, que no queda clara cuál será la figura a la que refieren estos apotegmas, si el hombre, el niño, o el niño negado. En mi opinión, Freud mismo confunde esta referencia. Los otros dos temas son ¿qué es lo que entiende Freud por educación? y ¿qué es lo que entiende por renuncia a la vida instintiva? Misterio.

“Advertimos ahora que el tesoro de las representaciones religiosas no encierra sólo realizaciones de deseos, sino también importantes reminis-cencias históricas.”“…hubo de llevar a cabo exclusivamente por medio de procesos afecti-vos las renuncias al instinto indispensables para la vida social. Los residuos de estos procesos, análogos a la represión, desarrollados en épocas primi-tivas, permanecieron luego adheridos a la civilización durante mucho tiempo. La religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo en la relación con el padre. Conforme a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento y que en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la evolución.” (itálicas nuestras)

Volvamos al inicio. La teoría religiosa está, pues, en lo cierto. Dios participó realmente en la génesis de la prohibición que nos ocupa, siendo su influjo y no la conciencia de una necesidad social lo que hubo de engendrarla. ¿Qué es esto de Dios participó realmente…? ¿Freud se volvió religioso? Esto quiere decir que Dios está en la forma misma del cogito, es imposible pensar al cogito sin Dios. Debiera para ello tener otra forma, sin la convicción de su desvali-

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miento frente al crimen del padre. Esta frase muestra el alcance de la de-terminación instintiva en el cogito, define el sujeto, que no es en absoluto esta figura infantil que no deja de ser un paradigma teórico para pensar un origen, sino el hombre mismo, el objeto del psicoanálisis determina-do por este origen, define también que la imposición del contenido del dogma es excluyentemente inteligible, no tiene ninguna relación la ex-periencia instintiva misma, sino con su determinación en el universo in-teligible. Esta frase vuelve a imponer claridad en las fronteras. ¿En efecto, qué puede saber de Dios el hombre instintivo? Para la determinación efi-caz de los contenidos religiosos se necesita el conocimiento de la historia de esta determinación, de la modificación que los contenidos religiosos sufrieron durante su largo ejercicio y de la modificación producida en el sujeto. Porque el sujeto inteligible, tiene su historia. El pensamiento tiene su historia y en realidad sabe muy poco de su origen, aunque se vea en la necesidad de tornarlo presente para comprenderse a sí mismo: Advertimos ahora que el tesoro de las representaciones religiosas no encierra sólo realizaciones de deseos, sino también importantes reminiscencias históricas. Realizaciones que Freud considera ilusorias, pero que no por esto representan un error, rea-lizaciones que constituyen la historia de la libertad humana, aunque no estemos conformes con ella, ¿cuándo lo estuvimos?

“pero contiene además un sistema de ilusiones optativas contrarias a la realidad, únicamente comparable al que se nos ofrece en una amencia, en una feliz demencia alucinatoria. Trátase tan sólo de comparaciones con las que intentamos llegar a la comprensión del fenómeno social. La patología individual no puede procurarnos en este punto una plena identidad.”“De acuerdo con ello está que los creyentes parecen gozar de una segura protección contra ciertas enfermedades neuróticas, como si la aceptación de la neurosis general les relevase de la labor de construir una neurosis personal.”

Es clara la postura de Freud sobre el núcleo delirante que representan a su juicio los contenidos religiosos. Sin embargo la disputa es otra, es acer-ca de la eficacia de estos contenidos, este es el interés del psicoanálisis. Y entonces Freud con su engañosa claridad agrega algo crucial: La patología individual no puede procurarnos en este punto una plena identidad. No es su-ficiente porque el sujeto del psicoanálisis también es un recorte teórico, parte de un relato, y sufre determinaciones que no pertenecen necesa-riamente al origen ficticio o real de su vida individual. La necesidad del

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análisis social se debe entonces, no a una preocupación derivada de un sujeto ya constituido, sino a que la determinación gregaria del hombre es fundante del recorte individual. Este es el escenario en el cual Freud discute la experiencia soviética y reclama por su limitación. Una mirada que no contemple estos contenidos religiosos y los señale como “puras fantasías”, como “núcleo delirante”, es incompleta, pero sobre todo se trata de un error, en el caso del psicoanálisis de un error de diagnóstico, y la justicia, si merece ser alcanzada, también necesita de este diagnóstico.

“Nuestro reconocimiento del valor histórico de ciertas doctrinas reli-giosas acrecienta el respeto que las mismas nos inspiran, pero no invalida en modo alguno nuestra propuesta de retirarlas de la modificación de los mandamientos culturales. Todo lo contrario. Tales residuos históricos nos han ayudado a formar nuestra concepción de las doctrinas religiosas como reliquias neuróticas, siéndonos ya posible declarar que ha llegado probablemente el momento de proceder, en esta cuestión, como en el tratamiento psicoanalítico de los neuróticos, y sustituir los resultados de la represión por los de una labor mental racional. Es de esperar que esta labor no se limite a imponer la renuncia a la solemne transfiguración de los preceptos culturales y que una revisión fundamental de los mismos traiga consigo la supresión de muchos de ellos. Pero no tenemos por qué lamentarlo…”

En este punto creo que podemos ponernos a pensar que cosa piensa Freud acerca de la educación. No parece en efecto posible que por obra de la educación se levante la determinación instintiva sobre el cogito, tam-poco nos queda muy claro que quiere decir Freud con la resignación de esta determinación. De la educación podemos decir en principio que es una limitación del mandato cultural que tiene el dogma religioso. En este punto no hay demasiado desacuerdo, no es un punto polémico. Esta posición también tiene su historia, se reduce a la afirmación del materia-lismo dialéctico sobre que la religión es: el opio de los pueblos. Sobre este asunto Freud ha aportado su perspectiva de que los contenidos religiosos no necesariamente “mejoran” la condición humana. Trata de refutar así la postura que afirma que el mandato moral del cristianismo “atempera” de alguna manera la condición salvaje de la vida instintiva, que sólo al-canza la verdad en la satisfacción. Freud utiliza la palabra: renuncia. No es muy distinta del conocimiento que trae la “toma de conciencia” sobre el origen del síntoma. No hablamos entonces de la desaparición de la vida instintiva, sino de una nueva legalidad en nuestra relación con ella.

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“No puede importarnos gran cosa traicionar la verdad histórica al ad-mitir una motivación racional de los preceptos culturales. Las verdades contenidas en las doctrinas religiosas aparecen tan deformadas y tan sis-temáticamente disfrazadas que la inmensa mayoría de los hombres no pueden reconocerlas como tales.”

El párrafo también ilumina sobre el uso del símbolo que hace el psi-coanálisis, el símbolo, a mi juicio, sólo aparece para ser sometido a una ac-tividad hermenéutica a fin de hacer patente, a fin de que aparezca aquello que el símbolo oculta. La educación entonces es una suerte de contracara de la renuncia, no se trata del agregado, de un saber histórico o teórico que el cogito incorpora acerca de sí mismo, con el objeto de superar una carencia, sino de una modificación del cogito, por obra de este saber. Si la educación no es renuncia en lo sujetivo, tampoco resultará eficaz.

“Permanecen obedientes a los preceptos culturales porque los asustan las amenazas de la religión y temen a la religión mientras han de conside-rarla como una parte de la realidad restrictiva. Pero tampoco sobre ellos ejercen influencia alguna los argumentos. Cesan de temer a la religión cuando advierten que otros no la temen, y con respecto a éstos he afir-mado que se darían cuenta del ocaso de la influencia religiosa, aunque yo no publicase este escrito.”“Los dos puntos capitales del programa pedagógico actual son el retraso de la evolución sexual y el adelanto de la influencia religiosa. ¿No es cierto?. Cuando el pensamiento del niño despierta luego, las doctrinas religiosas se han hecho ya intangibles.”

Este temor que Freud considera es sólo la punta del iceberg del terror social que la iglesia ejerce. Freud esta convencido de que no existe un terror espiritual, sino que el terror conceptual frente a un enemigo peli-groso, sádico e implacable, se funda sobre un terror sexual y como tal no se trata en realidad de un concepto, sino que la lógica de la persecución y de la destrucción enmascara un terror primario por la castración. No todo es castración en la vida: hay otros terrores, pero la castración es la escuela del terror. La madre para el psicoanálisis es la escuela del amor y la castración es la escuela del terror.

“Pero la inteligencia es el único medio que poseemos para dominar nuestros instintos. ¿Cómo, pues, esperar que estos individuos, sometidos a un régimen de restricción intelectual, alcancen alguna vez el ideal psi-cológico, la primacía del intelecto?”

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“Mientras que sobre los comienzos de la vida del hombre sigan actuando, además de la coerción mental sexual, la religiosa y la monárquica, deriva-da de la religiosa, no podremos decir cómo el hombre es en realidad.”

“Pero quiero moderar mi celo y reconocer la posibilidad de que también yo corra detrás de una ilusión. Es posible que los efectos de la prohibición religiosa impuesta al pensamiento no sean tan perjudiciales como supo-nemos y que la naturaleza humana continúe siendo la misma, aunque no se emplee abusivamente la educación para lograr la sumisión del indivi-duo a los dogmas religiosos. No lo sé ni tampoco usted puede saberlo.”

Freud defiende la actividad inteligible, el intelecto como se lo tradu-ce, por dos razones. Porque el intelecto es la voz de la sexualidad, sin la cual ella permanecería muda acerca de sí misma y no tendría historia, no tendría relato, y perdería su capacidad para ser modificada. Esto es lo más importante; y segundo por una cierta insistencia propia del intelecto que deviene de su misma debilidad, una insistencia que lo hace permanecer en el síntoma hasta que logra ser escuchado.

No podremos decir cómo el hombre es en realidad. Freud nos va a hablar ahora de la utopía antropológica. De cómo él desea que sea el hombre, y de si piensa que la humanidad tendrá la capacidad para alcanzar ese estadio.

“Un individuo habituado a los narcóticos no podrá ya dormir si le pri-vamos de ellos…”“Para desterrar la religión de nuestra civilización europea sería preciso sustituirla por otro sistema de doctrinas, y este sistema adoptaría desde un principio todos los caracteres psicológicos de la religión, la misma santi-dad, rigidez e intolerancia, e impondría el pensamiento para su defensa idénticas prohibiciones. Algo de esto es necesario para hacer posible la educación…”

Esta frase sobre los narcóticos ¿no les recuerda a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel? La religión es el opio de los pueblos. Freud es afecto a estas ironías y a estos culteranismos, en mi opinión busca tomarles el pelo un poco bonachonamente a los dirigentes soviéticos, tan ardientes y tan trágicos. Es que la psicología fisicalista de Avenarius debía escanda-lizar al doctor austriaco. Creo que en el segundo párrafo pasa lo mismo: el carácter taxativo y dogmático de los apotegmas leninistas le traen a Freud la reminiscencia de la Inquisición. El ve con desesperación como

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la esperanza de la humanidad se transformará en un régimen esclavista que será dominado por la desmesura de sus pulsiones instintivas. Ironiza y desespera, pero persiste su fe en la reforma instintiva.

“El hombre no puede permanecer eternamente niño; tiene que salir al-gún día a la vida, a la dura «vida enemiga». Esta sería la «educación para la realidad». ¿Habré de decirle todavía que el único propósito del presente trabajo es señalar la necesidad de tal progreso?”

Freud se dice a sí mismo, más que a su daimon con quién súbitamente ha cambiado papeles, convirtiéndose de doctor irónico y despectivo en hombre trágico, idealista y apasionado, que nadie sabe como será el fruto de una educación irreligiosa, ni que relación tendrá el hombre con su propia vida instintiva:

“No habiendo contraído la general neurosis religiosa, es muy posible que no precise tampoco de intoxicación alguna para adormecerla.”

Por supuesto que este ideal un tanto absurdo de la educación irre-ligiosa me recuerda a otro ideal de la sociedad sin clases en la utopía comunista, sin embargo veo mucho más la influencia de Platón en Freud que la de Marx, aunque sostengo que el leninismo es el interlocutor real de este ensayo.

“No extrañará usted que me declare partidario de la conservación del sistema religioso como base de la educación y de la vida colectiva. Se trata de una cuestión práctica y no del valor de realidad del sistema.”

Es toda una frase para quien ha estado denostando todo el ensayo los valores religiosos. Es como si se hubiera dado vuelta la taba. Ahora él es el daimon, y viceversa. En este sentido Freud o su daimon, ya no sé. Se han vuelto partidarios de la filosofía del como si, del punto de vista kantiano para el conocimiento y la moral. No me resulta tan extraño puesto que esos son los estudios realizados en el gymnasium:

“Puesto que la necesidad de mantener nuestra civilización no nos con-siente aplazar el influjo sobre cada individuo hasta el momento en que alcance el grado de madurez propicio a la cultura -y muchos no lo alcan-zarían nunca-, y puesto que nos vemos precisados a imponer al sujeto en desarrollo aun cualquier sistema doctrinal, que ha de obrar en él como premisa sustraída a la crítica, opino que debemos atenernos al sistema

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religioso como el más apropiado. Precisamente, desde luego, por su fuerza consoladora y cumplidora de deseos, en la que ha reconocido usted su carácter de «ilusión». Ante la dificultad de llegar al conocimiento, siquiera fragmentario, de la realidad, y ante la duda de que podamos llegar a él alguna vez, no debemos olvidar que también las necesidades humanas son una parte de la realidad, y, por cierto, una parte muy importante y que nos toca muy de cerca.”

Esta es una profundización un tanto irónica de la doctrina leninista del centralismo democrático, que ha sido la primera experiencia concreta de la premisa marxista de la dictadura del proletariado. Había por la época multitud de nuevos estudios pedagógicos que tuvieron mucha difusión y aceptación entre la gente. Especialmente recuerdo los escritos de Antón Makarenko sobre la doctrina de la persuasión. Makarenko era un liberal dentro del esquema del estado estalinista. Fue enviado a una isla poblada por los más terribles delincuentes y asesinos para que la administrase. Allí practicó sus convicciones pedagógicas sobre las bondades de la vida co-munitaria, la doctrina de la persuasión, y sobre todo la laborterapia, como un instrumento fundamental a fin de restaurar a la dignidad individual. El caso es que los reclusos se le rebelaron y prendieron fuego a la colonia o koljós, después de un periodo con un enorme éxito inicial, durante el cual, transformó a la colonia penal en una factoría productora de madera, e incluso construyó varios poblados y un ferrocarril para carga. La histo-ria cuenta que Makarenko, un hombre delgado y de baja estatura, tomó una vara corta de hierro y salió a impartir orden y justicia, su intento resultó exitoso, aunque el costo fue muy alto. Varios reclusos fallecieron, hubo multitud de heridos, y el incendio general de los poblados. La co-lonia fue abandonada. Se dice que Makarenko se suicidó. No se sabe bien si esta historia es cierta, aunque resulta entretenida.

“Otra de las ventajas de la doctrina religiosa estriba para mí, precisamente, en uno de los caracteres que más han despertado su repulsa. Permite una purificación y una sublimación conceptual en la que desaparece todo lo que lleva en sí la huella del pensamiento primitivo e infantil…”

Freud se refiere aquí a la doctrina de la recompensa. El premio que debiera ayudar a la salvación del alma purificada por la confesión, a su juicio produce el problema de una moral relativa, cuyo principio fun-dacional es el de borrón y cuenta nueva. No parece apropiado, en efecto, para fundar una doctrina del estado basada en la solidaridad y la lucha

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por la justicia. Evidentemente esta purificación propia de la herencia judía del Yom Kippur, nuevamente no tiene relación con la desaparición de nuestro mundo originario, sino todo lo contrario, con su negación. Freud aquí suscribe casi textualmente a la filosofía trascendental, porque la educación que propone no parece pretender otra cosa que la salvación del mundo práctico de la razón.

“Sé lo difícil que es evitar las ilusiones, y es muy posible que las espe-ranzas por mí confesadas antes sean también de naturaleza ilusoria. Pero habré de mantener una diferencia. Mis ilusiones -aparte de no existir castigo alguno para quien no las comparte-no son irrectificables, como las religiosas, ni integran su carácter obsesivo.”

Aquí estamos frente a un problema muy serio, porque parece que la ineficacia de la crítica; de inutilidad comprobada en el caso de los contenidos religiosos, para una humanidad tan necesitada y carente de consuelo, tiene por lo menos una excepción, a saber, la de Freud. Según parece debemos conformarnos con la ineficacia de la crítica, debido a la inutilidad general de la interpretación. Esto no es muy positivo. Quizás si pensamos en la excepción podamos encontrar una salida para semejante intríngulis.

“La voz del intelecto es apagada, pero no descansa hasta haberse logrado hacerse oír y siempre termina por conseguirlo, después de ser rechazada infinitas veces.”

En el análisis del ideal humano, Freud le da una última vuelta de tuerca al problema. Allí aparece lo que ya sospechábamos: la fe racional presen-tada en toda su intensidad. ¿Pero hay tal cosa o simplemente nos encon-tramos delante de un médico irritado ante una nociva bacteria letal, ante un vicio autodestructor que la humanidad se niega a abandonar?

“Nuestro dios: Logos realizará todo lo que de estos deseos permita la naturaleza exterior a nosotros, pero muy poco a poco, en un futuro im-precisable y para nuevas criaturas humanas. A nosotros, los que sentimos dolorosamente la vida, no nos promete compensación alguna.”

“No ignora usted, ciertamente, que a la larga nada logra resistir a la razón y a la experiencia, y la religión las contradice ambas demasiado patente-mente…”

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Freud esconde la limitación instrumental del psicoanálisis. La expe-riencia de la argumentación no es sólo del orden de la controversia, sino también en el de la transferencia. La Iglesia combate al psicoanálisis por-que pretende una sustitución en la idea de Dios. Esto sólo se ve claro cuando el autor presenta su autocrítica, cuando presenta el ideal de la condición humana. ¿Cuál es? En efecto Freud nos dice que una ilusión no es un error. En principio la argumentación nos parece un poco débil, porque hay una gran carga de error en las ilusiones, uno las asocia con los sueños, y estos tienen un enorme viso de irrealidad. Los ejemplos que nos da no ayudan demasiado. Habla de una burguesa que espera a su príncipe azul, es difícil -nos dice- pero no imposible: ha ocurrido. Nos habla de la venida de Moshiah, esto resulta mucho más difícil de creer, agrega. Sin embargo, si un físico descubriera el próximo fin del mundo, en base a sus investigaciones, tenderíamos a creerle, o por lo menos lo tomaríamos muy en serio, como lo demuestra, actualmente, la cuestión difícilmente demostrable del agujero de ozono. También cita la transmutación de to-dos los metales en oro, y la ilusión de Colón de encontrar un camino a las Indias. Prima facie, la relación de la ilusión con el deseo, resulta obvia, pero me parece a mí, que cuando mencionamos esta relación lo hacemos con referencia a cierto criterio lógico de verdad. Y yo pienso que toda esta discusión sobre la relación entre la ilusión y el error, no tiene nin-guna relación con la lógica, lo que se discute aquí, es el perfil de la sub-jetividad. Todavía más, porque esto tampoco resulta claro, no se trata de determinar si nos dejamos manejar por un núcleo delirante o si tenemos el control del mismo. Creo que se trata de describir nuestra capacidad de pasar a través de la ilusión para encontrarnos con nuestro deseo, este es el perfil que trata de fundar el psicoanálisis, y que entonces este deseo ya no representa el capricho de la voluntad particular, sino que representa, lo que en la antigüedad se llamaba destino, una clave esencial acerca del sentido último de nuestros actos, frente a la cual, el instrumento lógico aparece agotado y estéril. Este impulso de pasar a través de, toma su fuerza de la satisfacción narcisista, extraída del ideal cultural, es uno de los poderes que con mayor éxito actúan en contra de la hostilidad adversa a la civilización, dentro de cada sector civilizado:

“Hallándonos dispuestos a renunciar a buena parte de nuestros deseos infantiles, podemos soportar muy bien que algunas de nuestras esperanzas demuestren no ser sino ilusiones.”

Observamos perplejos como Freud toma con naturalidad una posi-ción teórica y después la contraria, ya sea personalmente o por boca de

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su daimon. Esto nos sorprende porque el doctor austriaco siempre nos ha parecido diáfano medido y consistente. ¿Qué ocurre? Me parece que a medida que el ensayo avanza el tono de la polémica con la experien-cia soviética se va haciendo más acentuado y el lenguaje se torna más taxativamente político. Dejamos de hablar de psicología para empezar a hablar del destino de la humanidad, y el tema lógicamente, nos angustia. Así primeramente critica severamente los contenidos religiosos porque carecen de todo valor objetivo y reflejan un núcleo delirante, una suerte de consuelo que satisface de manera fantasiosa el sentimiento de inva-lidez propio del complejo parental. Esto se afirma en relación con una exigencia lógica de verdad. Pero después en medio de la controversia con su daimon, el consuelo resulta necesario para dar tiempo a una modifi-cación del cogito en relación con su universo instintivo. Como fruto de una experiencia histórica los contenidos de la religión no producen una mejoría moral en el espíritu humano. Por otra parte, la moral irreligiosa produciría una ética de contenido simétrico al de la moral religiosa. Ade-más, los mandamientos de la moral religiosa, han sido de la expresión del terror con que los príncipes han dominado a sus súbditos, sin embargo también representan un consuelo para los súbditos en la aspiración a la igualdad de sus derechos. ¿Entonces? A mi juicio todas estas oposiciones, muchas veces un poco burdas, suceden si se piensa la condición humana desde la perspectiva de la lógica de la verdad, o bien si se la piensa des-de la perspectiva del alcance de la satisfacción narcisista. Porque aún el universo instintivo tiene una voz inteligible en el psicoanálisis. Es como si Freud abriera el campo para esta voz, pero dejara a la humanidad la responsabilidad sobre qué decir.

“…alegando que por su íntimo enlace con las condiciones de nues-tra propia organización sólo puede suministrarnos resultados subjetivos, mientras que la verdadera naturaleza de las cosas es exterior a nosotros y nos resulta inasequible.

“y, por último, que el problema de una composición del mundo sin aten-ción a nuestro aparato anímico perceptor es una abstracción vacía sin interés práctico ninguno.”

Esta frase puede haber sido sacada textualmente de la Crítica de la Razón Pura de Kant, describe prolijamente la relación entre el universo fenoménico, entre el universo de la ciencia y el universo nouménico, el uni-verso tal como podría existir, si no hubiera sido pensado y construido en relación con el sujeto.

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La discusión sobre el alcance de la satisfacción narcisista abre para Freud el escenario de la discusión practica, en esto también sigue fielmente el manual iluminista. Es un mundo de la intuición inmediata de la verdad esencial acerca del hombre, y también un mundo en el cual la demostra-ción de los conceptos resulta superflua. Freud en esto se hace cargo de la tradición. No la discute demasiado. Pero cuando la polémica toma un decidido carácter político, Freud se siente seguro de algunas conclusiones. Primeramente del hecho de que la desigualdad social proviene de una cierta hostilidad hacia la cultura por parte de las grandes mayorías que la sufren, pero no la comprenden ni están en capacidad real de modificarla.

“No, nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que po-demos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar.”

FINALE VIVACE

Freud ha adquirido méritos suficientes para residir en el Olimpo filo-sófico. Seguramente preferiría residir en el Olimpo propio del psicoaná-lisis y los honores que queremos dispensarle no le interesan demasiado. Sin embargo a nosotros tampoco nos interesa lo que Freud desea. Esto no tiene relación ni con el pescado relleno, ni con la torta de miel, ni muchos menos nos importa si su madre lo quería o no lo quería. En nuestro Olimpo lo recibirá … ¿quién? ¡Un goi! ¡Qué desgracia! Uno que se bañaba en estiércol de cabra, a fin de que le absorbiera la humedad del cuerpo y así se le curase la terrible hidropesía que lo aquejaba y de la cual los médicos de la isla se negaban a curarlo por su carácter despectivo y su perenne misantropía. Allí se los verá discutiendo y haciendo gestos despectivos con las manos. -“El piensa que filosofa, pero yo ya descubrí esto, hace tres mil años”-. En fin uno es una víctima...

�31 Fr. 117, Estobeo, Ant. III 5, 7

�31 Un hombre cuando está ebrio esconducido por un niño imberbe y va dandotumbos, sin saber por dónde va con su almahúmeda.

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�3� Fr. 45, Diógenes Laercio, IX 7

�3� No llegarás a encontrar, en tu camino,los límites del alma, ni aun recorriendo todos loscaminos: tan profunda dimensión tiene.

Heráclito de Efeso, Obscurus

Enrique Meler

Buenos Aires �� de Agosto de �008

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EL CABALLO DE WAGNER

Más allá del principio del placer (1919-1920)

Estoy asombrado, realmente maravillado. -Tengo un predecesor ¡y que uno! Casi no conocía nada de Spinoza: el que yo lo buscara precisamente ahora fue un “acto del instinto”.

No sólo que su tendencia general es igual a la mía -de convertir el conocimiento en el mas poderoso de los impulsos- me identifico con cinco puntos principales de su doctrina: éste, el más inaudito y más solitario de los pensadores es el más cercano a mí precisamente en esas

cosas: niega el libre albedrío, las finalidades, el orden cósmico/ético, lo no egoísta, lo malo [...] mi soledad es ahora al menos una soledad a dúo.

Friedrich Nietszche (Correspondencia).

LLa memoria dello que fiziste ha uido

La vida es un sueño interrumpido

Jose de Espronceda “El Diablo Mundo”

Freud encara en el presente ensayo, una fenomenología de la vida anímica en la cual la data clínica será preponderante, porque carecemos, en opinión del autor, de una teoría general de la vida anímica. Por consi-guiente el objetivo principal del ensayo será establecer las pautas y prin-cipios que la rigen. Estos principios tienen un condicionamiento muy fuerte en el principio del placer. Sin embargo nos adelanta la sospecha de que las mediaciones que llevan a esta conclusión imperativa no han resultado hasta la fecha (1919) suficientemente claras y profundas y muy probablemente cambien la relación hasta entonces establecida entre la actividad inteligible del hombre y su vida instintiva

“No presenta interés alguno para nosotros investigar hasta qué punto nos hemos aproximado o agregado, con la fijación del principio del placer, a un sistema filosófico determinado e históricamente definido. Lo que

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a estas hipótesis especulativas nos hace llegar es el deseo de describir y comunicar los hechos que diariamente observamos en nuestra labor.”

Entonces qué cosa es el principio del placer o mejor dicho el universo de la satisfacción humana. Porque por un lado parece ser lo más obvio e ineludible y por otro lo más oscuro e inextricable. Resulta raro ver a Freud tan técnico, porque en general prefiere llevarnos con su falsa cla-ridad socrática, hacia los fines inconfesables que desea que defendamos como propios.

“…introducimos en nuestra labor el punto de vista económico. Una exposición que, al lado de los factores tópico y dinámico, intente incluir asimismo el económico…”

Es decir, ¿dónde queda nuestra vida anímica? ¿Su evolución resulta simétrica con la visible y obvia maduración humana? Y finalmente la espinosa cuestión de la postergación de nuestra necesidad de satisfac-ción, pese a lo cual en su opinión la satisfacción no debiera abandonarse como el principio del camino más corto para pensar el sentido general de la vida humana. Cuando nos habla de economía, nos habla de este atajo esencial que no solo busca permanentemente llegar a su objetivo y sino que transforma a la vida inteligible en algo ilusorio, en un espejismo. Sin embargo Freud viene a instalar la sospecha de que este mono tití saltando histéricamente adentro de la máquina humana aparentemente tan sobria y razonable no se ha hecho cargo de nada y nosotros -es decir Freud- he-mos venido interpretando sus sonidos guturales completamente arbitra-rios de la mano de una herencia conceptual que no tiene mucha relación con el mundo propio del mono tití. Entonces se dice “con este mono me he burlado de la estructura intelectualista de occidente y me divertí mucho. En este momento hay que averiguar si mientras yo criticaba el afuera del mono y el hecho bastante divertido de que lo ocultáramos detrás del nudo de nuestra corbata, no había inventado un lost paradise, un mundo perdido, un topos ouranos para mi monito. Decía que estaba aquí, pero ¿lo creía realmente? ¿Cómo demostré siempre la presencia de la actividad inconsciente? A través de un relato lleno de claves y subli-maciones. ¿Y quién interpretaba esas claves? ¡También yo! ¿Quién soy yo? Jeckill y Hyde”. ¿No es obvio? Es lo que siempre se pensó. Quizás el psicoanálisis no sea finalmente tan revolucionario como creo. Quizás sea un mero cambio en el punto de vista de la tradición racionalista. Porque

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yo no quiero desprenderme de las verdades de la biología y de las mate-máticas. Entonces cambiemos realmente el punto de vista y supongamos que el mono sabe biología y matemáticas y que ama su corbata, pero que la ama desde el punto de vista de la satisfacción de su vida instintiva. A fin de que el universo de la satisfacción humana adquiera una presencia verdadera, es decir, tenga una historia.

“Trátase del sector más oscuro e impenetrable de la vida anímica, y ya que no podemos eludir su investigación, opino que debe dejársenos en completa libertad para construir sobre él aquellas hipótesis que nuestra experiencia nos presente como más probables. Hemos resuelto relacionar el placer y el displacer con la cantidad de excitación existente en la vida anímica, excitación no ligada a factor alguno determinado, correspon-diendo el displacer a una elevación y el placer a una disminución de tal cantidad.”

¿Por qué es un sector oscuro e impenetrable, si el psicoanálisis nació hablando de eso y no se ha callado ni ha abandonado el tema en toda su existencia? Es más: puede pensarse al psicoanálisis como la ampliación cuasi-infinita de una sola idea. Como Kant, Freud se pregunta ¿qué es el hombre? Pero hace algo a lo que Kant jamás se hubiera atrevido: le da la palabra al mono, pero este no será un mono cualquiera, será un mono que sabe que es Kant. Y entonces con criterio kantiano aparece un tercer elemento: la energía. Extraña mediación para un proceso en el que imaginábamos a alguien buscando la satisfacción por el camino más corto. Ahora el placer y el displacer no se relacionan más con el objeto deseado, es decir con la posibilidad de alcanzar a la banana, sino con la cantidad de energía que haya en el aparato psíquico, por razones todavía desconocidas. Esta es una nueva tópica -como dice Freud- porque lanza al universo de la satisfacción dentro de un conjunto mayor que lo con-tiene, ya lo sabíamos, pero no habíamos logrado darle eficacia presente a nuestra reflexión sobre esto. El proceso de la satisfacción se encuentra sú-bitamente en el universo de la cultura, pero no después, sino en sus pasos iniciales. Kant se ajusta la corbata y con el plátano en la mano pronuncia un memorable discurso sobre los límites de la razón pura, parado en la rama de un árbol. Voy a llamar a este proceso con otro nombre, en este punto el psicoanálisis adquiere una diferente condición metafísica. ¿Por qué tanto? Por-que a continuación Freud nos muestra que la energía ya tiene historia y esa corta historia, se llama estabilidad

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“El principio del placer se deriva del principio de la constancia, el cual, en realidad, fue deducido de los mismos hechos que nos obligaron a la aceptación del primero 2. Profundizando en la materia hallaremos que esta tendencia, por nosotros supuesta, del aparato anímico cae, como un caso especial, dentro del principio de Fechner de la tendencia a la esta-bilidad, con el cual ha relacionado este investigador las sensaciones de placer y displacer.”

Freud cita al ruso-alemán Fechner. Vale la pena leerlo:

“En cuanto los impulsos conscientes se hallan siempre en relación con placer o displacer, puede también suponerse a estos últimos en una rela-ción psicofísica con estados de estabilidad e inestabilidad, pudiendo fun-darse sobre esta base la hipótesis, que más adelante desarrollaré detallada-mente, de que cada movimiento psicofísico que traspasa el umbral de la conciencia se halla tanto más revestido de placer cuanto más se acerca a la completa estabilidad, a partir de determinado límite, o de displacer cuan-to más se aleja de la misma, partiendo de otro límite distinto. Entre ambos límites, y como umbral cualitativo de las fronteras del placer y el displacer, existe cierta extensión de indiferencia estética…” (itálicas nuestras)

Esto es Fechner. Me llama poderosamente la atención este umbral de la indiferencia estética, dicho en el sentido kantiano de sensibilidad. Freud asistió en su juventud, a lecturas que hiciera Fechner en la ciudad de Leipzig, seguramente para publicitar su conocida fórmula sobre la cons-tante en la percepción del color. Trataremos esto sólo en relación con el concepto de estabilidad al cual Freud evidentemente le da un sentido nuevo. Quiero adelantar que en mi opinión este umbral de indiferencia estética, no puede ser otra cosa para la lectura freudiana que la irrupción del logos, la irrupción de una cierta actividad reflexiva dentro mismo de la totalidad instintiva y como un elemento propio de ella, es decir, no algo que viene de afuera, ni como algo que aparece después porque no hay sentido interno. En el sistema inc, el tiempo que existe como cuerpo que deviene otro es una sucesión delirante de situaciones presentes o, más estrictamente, un lenguaje pensado como ciencia. ¿Cuál es el tema principal de esta ciencia? La historia de la subjetividad humana. En este punto deberemos responder por qué Freud se vuelca al orden biológico de la subjetividad y no a su origen histórico. (Y Freud llegará hasta los protozoarios). Respuesta tentativa: porque es el único modo que tiene de restaurar el sentido interno. Es el único modo que tiene el psicoanálisis de sostener la idea de la evolución y transformar esta reflexión metafísica

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en una reflexión instrumental. Y no, como yo mismo pensé durante tanto tiempo que Freud estaba deslumbrado por la idea wundtiana de la interio-ridad, Freud es evidentemente demasiado lúcido para eso, y a diferencia de mí, se percataba claramente de que la interioridad era una construcción racionalista, una rémora del cartesianismo. Hegel pensaría sin demasiado problema que la negación del universo instintivo fundaba la racionalidad, pero allí se hubiera detenido, no le hubiera interesado para nada encontrar el cómo esta presencia de la vida instintiva negada fundaba la racionalidad. Sin embargo, no toda la verdad está con Freud, porque la vida instintiva negada funda evidentemente la disolución del cogito en una estructura integradora, y Freud necesita de un sujeto trascendental corregido para convertirlo en actor de la razón instrumental, para sacar algún producto terminado de su origen y contenido. Menudo problema.

“Profundizando en la materia hallaremos que esta tendencia, por no-sotros supuesta, del aparato anímico cae, como un caso especial, dentro del principio de Fechner de la tendencia a la estabilidad, con el cual ha relacionado este investigador las sensaciones de placer y displacer.”

“Mas fuérzanos el decir ahora que es inexacto hablar de un dominio del principio del placer sobre el curso de los procesos psíquicos. Si tal domi-nio existiese, la mayor parte de nuestros procesos psíquicos tendría que presentarse acompañada de placer o conducir a él, lo cual queda enér-gicamente contradicho por la experiencia general. Existe, efectivamente, en el alma fuerte tendencia al principio del placer; pero a esta tendencia se oponen, en cambio, otras fuerzas o estados determinados, y de tal ma-nera, que el resultado final no puede corresponder siempre a ella.”

¿En qué quedamos? Bueno, dejemos que Freud se explique. Es lo mis-mo pero es diferente. El placer está presente, pero no expresa el sentido final de la actividad psíquica. Es esta reflexión del caso especial dentro del principio general lo que nos zambulle directamente en el universo cultural del hombre. Pero no: Freud opta por el origen biológico del individuo. Mien-tras se morfa la banana y grita de manera gutural, el mono de mierda se sabe la Crítica de la Razón Pura. ¿Por qué pensamos que la estabilidad es un concepto lógico y la satisfacción no? Ambas alcanzan su definición a través de su negación. ¿Es que la insatisfacción refiere más a la vida aní-mica que la estabilidad? Cuando establecemos esta discusión, médica o filosófica, ya estamos alejados del calor del problema, ya el problema es letra muerta. Aquí buscamos categorías que no son propias del lenguaje,

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categorías que no requieran necesariamente nombrar, sino atravesar el lenguaje a fin de testimoniar una realidad más elemental. La insatisfac-ción o el displacer, como dice Freud, es sin duda, un concepto lógico que refiere a la totalidad de la vida instintiva, insatisfacción puede haber de cada una de las partes y de la totalidad de la vida anímica, aunque no sepamos absolutamente nada de ella, desde el punto de vista instrumen-tal. Igualmente ocurre con la estabilidad. Sin embargo me parece que la referencia a la satisfacción es inmediata por parte de la insatisfacción, le resulta imposible alcanzar su esencia. Hay un carácter esencialmente intransitivo en el devenir de la satisfacción hacia su esencia y este carác-ter intransitivo le impide completamente salir del universo anímico, nos referimos a un concepto muy reticente a los términos de la evolución, que tiene una enorme dificultad con el sentido interno y por lo tanto con la historia. Tanto es así, que parece un núcleo tan resistente como el de la existencia misma, una evidencia primitiva. La estabilidad en cambio, no tiene esta posibilidad ni tampoco esta dificultad, eso le da un carácter histórico. La estabilidad refiere a la lógica, accede a la existencia, desde lo abstracto; la satisfacción, en cambio, nunca logra abandonar la existencia particular, es una y la misma que su ejemplo.

“Comparemos aquí otra observación de Fechner sobre este mismo pun-to (l. c., página 90): «Dado que la tendencia hacia el fin no supone todavía el alcance del mismo, y dado que el fin no es, en realidad, alcanzable sino aproximadamente…»”

La cita de Fechner propone dos problemas: uno de orden lógico y otro decididamente psicoanalítico. Desde el punto de vista lógico, es evidente que Freud quiere establecer una nueva tópica, incluyendo un tercero excluido que es la estabilidad. Esto cambia el carácter de verdad de la satisfacción, respecto de sí misma, porque la verdad ya no estará úni-camente en la conclusión, en la satisfacción del instinto, sino que va a entrar de un proceso mucho más vasto y complejo, que comienza con el inicio de la pulsión misma y tratará de bucear en su misterioso origen. Por otra parte cambia también la mirada sobre la verdad, la verdad se convierte en parte del síntoma, y entonces el proceso involucra no sólo la satisfacción del instinto, sino la relación de este proceso con la totalidad del yo. Como se ve son muchos elementos nuevos en la pequeña cita de Fechner. Por elevación este análisis resultará tan crucial, que pondrá en vilo la dirección del método psicoanalítico. Entramos así en el segundo

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punto de la observación. La idea de la estabilidad y la voluntad del cogito de alcanzar un “punto de equilibrio” que no tiene estricta relación en su significado, con el proceso de la satisfacción instintiva nos obliga a pre-guntarnos quién es el sujeto de análisis. Si es un niño, un hombre con una regresión infantil por ejemplo, por decir algo, o meramente un síntoma que tiene un individuo a determinar, pero que debe ser presentificado por la ciencia analítica. Pronto descubriremos que la infinita riqueza de los temas en cuanto adquieren su carácter instrumental nos lleva a una infinita pobreza, porque efectivamente el psicoanálisis ya en sus inicios, sólo ha podido ocuparse de síntomas y aunque Freud ha reiterado cons-tantemente el carácter humanista del psicoanálisis, no ha logrado agregar nada más a esta afirmación, y todo en la fenomenología clínica lo ha arrastrado una y otra vez al síntoma. Ignoramos en el psicoanálisis que es esto de tratar personas, por mucho que nos neguemos a aceptarlo. O por lo menos nuestra firme voluntad de tratar personas no se sigue de nues-tra metodología clínica. Sobre este particular recuerdo los esfuerzos de mi hermana para estudiar Freud y sus discusiones con mi otra hermana -ambas psicoanalistas de nota- sobre Fechner. En aquel tiempo, hablamos de la prehistoria del psicoanálisis, Fechner, arrastraba a Filloux, y Fillo-ux a Piaget por supuesto y todos ellos al emergente de Pichón Riviére. También se leía un libro de David Liberman que tenía el agudo título de Culpa y depresión. Cuando más aprendían mis hermanas de psicoanálisis, más se alejaban irremisiblemente de Freud, para quién todo es realmente incierto y problemático. Años después, cuando se volvieron cultas, leye-ron Conciencia y conducta de Zazzó y por supuesto a otro francés inefable, que no pienso nombrar. El psicoanálisis se ha conducido desde entonces, a través de chismes y novedades, aprendidas las cuales, usted ya puede sumarse a la legión de carniceros del alma, quienes munidos de su dis-creta navaja, por módica suma, le explicarán cómo tiene que vivir, qué desear y que no, hasta dónde aguantarse, y sobre todo cómo morir con elegancia. Yo por mi parte sólo he podido escribir inaguantables ladrillos metafísicos -en opinión de León Rozitchner- quien tiene razón, pero no puedo abandonar mis obsesiones porque cada vez profundizo más en lo que ignoro, y me doy cuenta de que el psicoanálisis no es una experiencia lógica, por eso resulta tan difícil llevarla a cabo. Mis hermanas opinan que estas conclusiones carecen de toda utilidad clínica, nuevamente aciertan. Este trabajo debe leerse desde el punto de vista de la antropología que propone el psicoanálisis. En este sentido, según parece, Freud ha deja-do importantes cuestiones inconclusas, pero desde otro punto de vista,

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el psicoanálisis no avanza quizás, porque Freud ha pensado demasiado. Freud es un Galileo que no ha sabido contenerse.

“Bajo el influjo del instinto de conservación del yo queda sustituido el principio del placer por el principio de la realidad, que, sin abandonar el propósito de una final consecución del placer, exige y logra el apla-zamiento de la satisfacción y el renunciamiento a algunas de las posibi-lidades de alcanzarla, y nos fuerza a aceptar pacientemente el displacer durante el largo rodeo necesario para llegar al placer. El principio del placer continua aún, por largo tiempo, rigiendo el funcionamiento del instinto sexual, más difícilmente «educable», y partiendo de este último o en el mismo yo, llega a dominar al principio de la realidad, para daño del organismo entero.”

Es un párrafo clave, porque aquí se muestra el sentido estricto de la es-tabilidad. Freud adhiere a un viejo principio de la filosofía y de la biología, antes de que hubieran tantas novedades y escuelas, el principio de conserva-ción. Este principio no es netamente inteligible, pero permite conclusiones que ya en el primer paso arrastran al yo hacia la especie, lo arrancan de su falsa interioridad. Este es el gran aporte del principio de conservación. Opino que tiene dos virtudes centrales. Una involucra la actividad del cogito con la lógica, vínculo que se había perdido y, la segunda, disuelve la conciencia cartesiana. Resta averiguar si para Freud esta no resulta una pérdida demasiado grande. En efecto: el principio de conservación agrega también nuevos contenidos, expresa la idea de peligro, con la consiguien-te amenaza y, a causa de la disolución del cogito, cambia el punto de vista sobre el origen (es más se diría que produce la cuestión del origen). Quizás la idea de la persistencia de la satisfacción del instinto se deba a la persis-tencia de la existencia misma del cogito, y en este sentido no se ha avanzado mucho desde la primera convicción cartesiana sobre la existencia. Cual-quier decisión que tomemos respecto de estos problemas es indudable que el nuevo escenario para el instinto de conservación es la cultura.

“Casi toda la energía que llena el aparato procede de los impulsos ins-tintivos que le son inherentes, mas no todos ellos son admitidos a las mismas fases evolutivas. Algunos instintos o parte de ellos demuestran ser incompatibles, por sus fines o aspiraciones, con los demás, los cuales pue-den reunirse formando la unidad del yo. Dichos instintos incompatibles son separados de esta unidad por el proceso de la represión, retenidos en grados más bajos del desarrollo psíquico y privados, al principio, de la posibilidad de una satisfacción.”

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Sin embargo el instinto del placer sigue siendo el eje que constituye la unidad del yo. Para Freud este es el espejismo cartesiano. La primera evidencia no será la autoconciencia, un sentimiento de posesión, a través del cuál llegamos a la convicción de que somos uno, el estadio del espejo como diría Henri Wallon.

“…pero, con seguridad, todo displacer neurótico es de esta naturaleza: placer que no puede ser sentido como tal…”

“La mayoría del displacer que experimentamos es, ciertamente, displacer de percepción, percepción del esfuerzo de instintos insatisfechos o per-cepción exterior.”

¿Qué hay entre la pulsión de placer la satisfacción del mismo? Dos co-sas, tiempo y percepción del tiempo. Este tiempo demuestra la irrupción de otros contenidos ajenos a la vida instintiva, no es un tiempo cualquie-ra, es un tiempo que busca que modelemos la pulsión de placer mediante -por lo menos- nuestra voluntad. Se trata de una voluntad casi biológica o por lo menos automática. Esto parece una contradicción, porque: o ejercemos nuestra voluntad, o nos encontramos desbordados por nuestros contenidos instintivos. Sin embargo esta mediación tan extraña ocurre en un lugar muy primario, casi se podría cuestionar que tengamos con-ciencia de este proceso, fuera de los términos de la observación científica. Entonces lo que Freud enseña aquí, es que no estamos desbordados, que el estar desbordados no es la mejor explicación para este proceso, sino que el contenido humano de la satisfacción tiene alguna relación con este acto de control. Muy distinto de que reflexionemos acerca de ello. Es más, Freud nos dice que reflexionamos mucho antes de reflexionar. Este es el sentido de la economía del proceso.

“Con esto no parece necesario reconocer mayor limitación del principio del placer, y, sin embargo precisamente la investigación de la reacción anímica al peligro exterior puede proporcionar nueva materia y nuevas interrogaciones al problema aquí tratado.”

Freud parece aquí querer fundar los principios de una lógica de la transferencia. Ya veíamos en el pequeño y sugestivo artículo de La Nega-ción que se nos propone la existencia de juicios sin que se pueda compro-bar plenamente la actividad lógica. Esto es un sin sentido, si hay juicios de cualquier clase, tiene que haber actividad lógica. Freud piensa en una

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modificación de la actividad introspectiva básica propia de la psicolo-gía racionalista. Sin embargo debemos buscar una mayor precisión en el lenguaje, si es que queremos establecer un discurso común con la tradi-ción filosófica, acorde a la pretensión científica de parte del psicoanálisis. Entonces este sujeto conforme con su actividad instintiva, debe saber más acerca de sí mismo, debe saber si es el crítico, el analista o si es un personaje que bucea dentro de su estructura arcaica, para encontrar una actividad reflexiva, muy anterior en el tiempo a lo que la psicología ra-cional pretende. Entonces: ¿quién se defiende y quién se atemoriza frente una sensación de “peligro”, fantaseada o real?

“Susto, miedo y angustia son términos que se usan erróneamente como sinónimos, pues pueden diferenciarse muy precisamente según su rela-ción al peligro.”

La primera conclusión en el estudio de la neurosis traumática es que la sensación de peligro queda ligada a un suceso que real o no, afecta como si fuera fantaseado. El miedo, digamos así, se encuentra en poder del sujeto aterrorizado y tiene mayor relación con la actividad subjetiva que con los sucesos que lo atemorizan desde el exterior. Freud relacio-na esto con la histeria. Parece ser una decisión teórica muy importante, aquí se origina una fractura, una psicosis en la percepción del temor y de sus consecuencias, similar a la de la histeria. El primer efecto es que la neurosis traumática posee un tiempo propio, una distorsión “natural” del sentido interno. Quiero agregar que hay aquí una modificación sustancial en el concepto de percepción.

“Susto, miedo y angustia son términos que se usan erróneamente como sinónimos, pues pueden diferenciarse muy precisamente según su rela-ción al peligro.”

Entonces dice Freud que hay que diferenciar el miedo, que tiene re-lación con un objeto externo identificado, del susto, que es una clase temor relacionado con la sorpresa, con la irrupción de lo inesperado, de la angustia, que se trata de una sensación displacentera, cuya causa se encuentra oculta. Uno lee esto y piensa en lo que Freud oculta, es decir, que si bien hay tres tipos de temor diferenciados, cada uno de ellos pue-de asumir el nombre del otro sin mayores problemas. ¿Por qué ocurre esto? ¿Freud nos quiere complicar la vida? Me parece que hasta aquí se refiere a representaciones, cuya relación con la realidad exterior todavía

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no fue pensada en profundidad. Que lo que él va a pensar ahora no es tanto el mundo de la percepción, como el mundo de la representación. Dicho más llanamente, Freud se va a ocupar de la actividad simbólica del hombre.

Ricoeur dice que hablamos simbólicamente cuando decimos las mis-mas cosas con otras palabras. Esta definición es un poco pobre. Les pro-pongo empobrecerla aún más, hacerla todavía más abstracta y autorre-ferencial, porque intuyo que para este problema la simplicidad puede ayudarnos mucho más que la verborragia de la filosofía de la existencia. Podemos decir que un símbolo es la representación de algo por otros medios. Con esto eludimos dos compromisos, describir qué es algo y describir cuáles son esos medios. Porque evidentemente Ricoeur piensa como Freud en el habla, en el lenguaje hablado; pero un símbolo, no me parece prima facie, que resulte equivalente a la descripción de un símbo-lo. Cassirer ha escrito entre otras cosas olvidables dos onerosos tomos intitulados Filosofía de las Formas Simbólicas. Donde nos da una visión antropológica del lenguaje ya realizada previamente por Von Humboldt; allí, se llega a la brillante, sorpresiva y poco clara definición del hombre como animal simbólico. Remedando lo de animal racional de Aristóteles, supongo. ¡Dios lo sabe!, porque Cassirer es una persona muy culta. Lo cierto es que conozco pocas definiciones más claras y profundas que la del profesor Ricoeur.

¿Por qué Freud investiga la actividad simbólica del hombre? Al psicoa-nálisis le interesan dos temas: los contenidos enmascarados, recuerdos en-gañosos o lo que fuera y también la necesidad subjetiva del símbolo. Estos son los dos temas que Freud trata de responder, pero aquello que sea la metáfora en sí misma, esto que desvive a los lingüistas, al psicoanálisis lo tiene sin cuidado. Entonces, no lo que sea el símbolo en sí, sino aquello a que refiere para ser mostrado o para quedar oculto. La verdad del símbolo estará en aquello que el símbolo representa. Lo más difícil de dilucidar será por supuesto la necesidad del símbolo, porque encara una astucia que no es lógica, una astucia compleja en criaturas elementales. Esta ne-cesidad, mucho más que la metáfora es justamente lo que nos fascina del símbolo. Hay una dificultad en traducir el símbolo en juicios, una suerte de ruido o de impedimento entre el sujeto y el predicado, esta es la am-bigüedad natural del símbolo, la cifra, la fascinación de la metáfora. Pero esta fascinación no irrumpe en la lógica para negarla, sino para referirla a otros contenidos, el símbolo pone a prueba nuestra sabiduría sobre lo que ignoramos. Bueno así nos hablan los franceses, que son unos idiotas. Nada

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de esto tiene el más mínimo valor, pero no se puede decir que de Saus-sure (a quien todos critican y todos mencionan), Jakobson y Derrida no hayan aportado nada a la teoría de la génesis del lenguaje. Sin embargo, el lenguaje, o la lingüística no pueden ayudarnos por el momento.

“No creo que la angustia pueda originar una neurosis traumática; en ella hay algo que protege contra el susto y, por tanto, también contra la neurosis de sobresalto.”

“El enfermo hallaríase, pues, por decirlo así, psíquicamente fijado al trau-ma. Tales fijaciones al suceso que ha desencadenado la enfermedad nos son ha largo tiempo conocidas en la histeria.”

Freud deja el análisis de la neurosis traumática, o fatiga de guerra, o psicosis de trinchera, para volver a sus amores primigenios, al libro que escribió con Breuer sobre la histeria en ¡1893!. Con el análisis de la histe-ria Freud se desprende completamente del mecanicismo. No hay contra-partida psíquica para el síntoma que aparece. Ya sea parálisis o ceguera, los músculos, los nervios, todo está bien. Esto habla de una parte desconoci-da del cuerpo, porque aún en la ignorancia de lo psíquico, Freud descree del alma, salvo que el alma pudiera ser tratable, en términos del trauma y su solución. Cualquier psicoanalista sabe que el hecho de que el doctor austriaco mencione repetidamente al alma, no lo coloca en una postura espiritualista. De allí a poder explicar la naturaleza de los psíquico hay por supuesto, un abismo. Vayamos a la primera cita. La angustia no es del mismo orden que el susto y que el miedo; conforma una especie diferen-ciada que opera en el mismo nivel (creo que se refiere al comportamien-to social), pero hunde sus raíces en lo desconocido. Lo desconocido no es aquí lo lejano, lo indefinible, sino lo negado, lo rechazado. La angus-tia muestra la fragilidad del símbolo, su carácter encubridor. El síntoma muestra una parte del trauma, pero jamás se lo verá todo, la totalidad del trauma sólo puede adquirir presencia en parte, porque de alguna manera cuando aparece ya no pertenece a un solo sujeto (Freud sospecha esto). El trauma tiene raíces por lo menos en dos sujetos: uno negado y otro, que mediante algún ardid, lo reemplaza. El sujeto negado jamás alcanzará el tiempo presente, se ha perdido, y de él sólo vamos a recuperar algunas imágenes, sensaciones. Por eso lo que trae el síntoma ya no es persona.

“Si los sueños de los enfermos de neurosis traumática no nos han de ha-cer negar la tendencia realizadora de deseos de la vida onírica, deberemos

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acogernos a la hipótesis de que, como tantas otras funciones, también la de los sueños ha sido conmocionada por el trauma y apartada de sus intenciones, o, en último caso, recordar las misteriosas tendencias masoquistas del yo.” (itálicas nuestras)

Aquí tenemos alguna clave sobre la necesidad de la actividad simbóli-ca, pensada como encubridora. Trata de unir lo separado y recuperarlo de manera fantasiosa. Lo que la fantasía encubridora quiere es hacer propio el trauma. Entonces la famosa catarsis de la actividad traumática no parece suficiente para explicar la actividad psíquica en su motor fundamental. El hacer presente al trauma no es una actividad capaz de lograr que nos desprendamos del mismo. Esto refuta una de las primeras reglas de la psicología objetiva.

“Este era, pues, el juego completo: desaparición y reaparición, juego del cual no se llevaba casi nunca a cabo más que la primera parte, la cual era incansablemente repetida por sí sola, a pesar de que el mayor placer estaba indudablemente ligado al segundo acto…”

“El arrojar el objeto de modo que desapareciese o quedase fuera podía ser asimismo la satisfacción de un reprimido impulso vengativo contra la madre por haberse separado del niño y significar el enfado de éste:«Te puedes ir, no te necesito. Soy yo mismo el que te echa.»”

Freud analiza a continuación el sentido de los juegos infantiles. Con-fieso que en las primeras lecturas que hice de esta parte no vi nada nuevo, nada que agregara algún elemento diferente del proceso de maduración que más menos todos aceptamos como propio del discurso freudiano. Pero ahora quisiera producir un cambio en esto. El sentido del juego es evidentemente la recuperación fantasiosa y falsa de un control perdido que el infante tenía sobre la madre. La lectura de otros textos como La negación agregaría a esto: la certeza de que la madre era parte de sí. Sin em-bargo cuando nos detenemos ante la obvia contradicción de que nadie desea recuperar el control de algo como parte de sí, que el hecho de la recuperación del control implica de suyo. El reconocimiento del otro y de su traición. Se nos replica con resoplante paciencia, la cual alude a nuestra evidente resistencia, que esto no es de un proceso lógico, sino psicológico y evolutivo. Es decir, primero el infante no se percata de que la madre es otra y después sí se percata. No hay tal contradicción, se trata de un proceso evolutivo. Sin embargo a riesgo de ser catalogados como

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neuróticos recalcitrantes, vamos a preguntar por el valor histórico de este proceso, porque hemos visto que los procesos psicológicos no suspenden los procesos lógicos y que la afirmación: de que aquí se habla de psicoanálisis y usted no entiende realmente lo que se está diciendo, me parece por lo menos obturante. La pregunta pertinente entonces, es ¿por qué se pro-duce la repetición incansable de la primera parte del juego; es decir la continua recuperación del objeto desaparecido? Porque produce placer. Nuevamente, ¿por qué? Porque se recupera un control fantasioso sobre un objeto perdido: la madre, agrega Freud: ¿que otra cosa podría ser?. Si replicamos: uno mismo, pensado como otro, se nos dirá buenamente que eso no tiene importancia, que nuestra madre fantaseada es lo propio ma-terno, que es simplemente una manera de hablar a la cual nuestra supina ignorancia del psicoanálisis, nos impide acceder. Esta no es la discusión. Otra pregunta: ¿qué hace un mecanismo de control en un lugar tan ori-ginario? Este quizás sea el tema del artículo de Freud.

“Había descubierto su imagen en un espejo que llegaba casi hasta el suelo y luego se había agachado de manera a hacer que la imagen desapareciese a sus ojos; esto es, quedarse «fuera». Signos de que no quería ser estor-bado en la exclusiva posesión de la madre. Sabemos también de otros niños que suelen expresar análogos sentimientos hostiles arrojando al suelo objetos que para ellos representan a las personas odiadas, llégase así a sospechar que el impulso a elaborar psíquicamente algo impresionante, consiguiendo de este modo su total dominio, puede llegar a manifestarse primariamente y con independencia del principio del placer. En el caso aquí discutido, la única razón de que el niño repitiera como juego una impresión desagradable era la de que a dicha repetición se enlazaba una consecución de placer de distinto género, pero más directa.”

Entonces no sólo la vida instintiva resulta incapaz de dar cuenta de la complejidad de la actividad psíquica, aún en una época temprana, sino que tampoco puede hacer la manida interpretación evolutiva, que pasa por sobre los temas sin que logremos internarnos dentro de la actividad de la conciencia histórica.

“Pero, por otro lado, vemos con suficiente claridad que todo juego in-fantil se halla bajo la influencia del deseo dominante en esta edad: el de ser grandes y poder hacer lo que los mayores. Obsérvese asimismo que el carácter desagradable del suceso no siempre hace a éste utilizable como juego.”

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“Agregaremos tan sólo la indicación de que la imitación y el juego ar-tístico de los adultos, que, a diferencia de los infantiles, van dirigidos ya hacia espectadores, no ahorran a éstos las impresiones más dolorosas —así en la tragedia—, las cuales, sin embargo, pueden ser sentidas por ellos como un elevado placer.”

Aquí viene una segunda interpretación. Freud diferencia la pasividad de la experiencia psíquica de su actividad. Pero esta dicotomía kantiana relacionada quizás con la sola percepción del problema, es del todo in-suficiente. El juego infantil en esta interpretación tiene una significación similar a la que tendrá el arte dentro de la experiencia del adulto.

“Al pasar el niño de la pasividad del suceso a la actividad el juego hace sufrir a cualquiera de sus camaradas la sensación desagradable por él ex-perimentada, vengándose así en aquél de la persona que se la infirió. De toda esta discusión resulta que es innecesaria la hipótesis de un especial instinto de imitación como motivo del juego…”

En efecto pareciera que el arte nos vacía de la referencia diaria de nuestra vida adulta y nos trasporta a un universo que muchos catalogan como infantil, porque es un universo omnipotente, de acciones y pa-siones inmediatas, lloramos en el cine con facilidad, pese a que al salir maldecimos a la persona que nos requiere una moneda por abrirnos la puerta del auto, y tratamos de evadir este modesto perjuicio. Yo creo que el arte debilita nuestras defensas, eso no es necesariamente el transporte a un tiempo infantil, pero sí a una condición más desvalida de la concien-cia, similar a la que nos coloca la hipnosis, aunque menos radical. El arte tiene la enorme ventaja de permitirnos acompañar el proceso emocional del desvalimiento, con una profunda actividad reflexiva y fantasiosa, que nos permite muchas veces modificar nuestra conducta. A mi me parece que sin entrar en el hermético mundo de los lingüistas, la famosa ambi-güedad de la metáfora tiene relación con esta doble referencia y esto nos ilumina también sobre nuestra capacidad simbólica.

“Agregaremos tan sólo la indicación de que la imitación y el juego ar-tístico de los adultos, que, a diferencia de los infantiles, van dirigidos ya hacia espectadores, no ahorran a éstos las impresiones más dolorosas —así en la tragedia—, las cuales, sin embargo, pueden ser sentidas por ellos como un elevado placer. De este modo llegamos a la convicción de que también bajo el dominio del principio del placer existen medios y cami-

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nos suficientes para convertir en objeto del recuerdo y de la elaboración psíquica lo desagradable en sí.”

¿Pero que hay en el juego específicamente liberador? En efecto el jue-go parece ser esencialmente imitación. Pero la imitación del juego tiene una carga de parodia, no es una fotografía de aquello que representa. Muchas veces es una simplificación. Si los actores son infantes, se trata de reducir la complejidad del juego para ponerlo al alcance de los niños, de sus capacidades intelectivas. Pero hay un aspecto mucho más importante en el juego que es el que nos interesa, el juego no imita a la realidad que representa sino que imita a sus actores. En esta imitación hay una susti-tución de personajes que resulta imprescindible para la eficacia del juego y este es el aspecto que nos parece relevante porque acentúa la capacidad metafórica del juego, el cual no debe ser como indicábamos una copia de aquello que representa, sino una parábola de las intenciones de los acto-res. Freud dice que hombre queda fijado al trauma y que lo repite una y otra vez. Por este camino es que iremos acercándonos.

“En los albores de nuestra técnica el médico analítico no podía aspirar a otra cosa que a adivinar lo inconsciente oculto para el enfermo, reunirlo y comunicárselo en el momento debido. El psicoanálisis era ante todo una ciencia de interpretación.”

“Mas dado que la cuestión terapéutica no quedaba así por completo resuelta, apareció un nuevo propósito: el de forzar al enfermo a confir-mar la construcción por medio de su propio recuerdo. En esta labor la cuestión principal se hallaba en vencer las resistencias del enfermo, y el arte consistía en descubrirlas lo antes posible, mostrárselas al paciente y moverle por un influjo personal —sugestión actuante como transferen-cia— a hacer cesar las resistencias.”

¿Cuál es la cuestión que no queda resuelta? O de otro modo: ¿Por qué la totalidad del ser se aferra al trauma ya denunciado en su verdadera di-mensión por la lógica de la interpretación y munido el analista de la au-toridad propia de la transferencia? ¿Acaso el paciente no desea aliviarse? Los analistas mismos pasean su perplejidad por este asunto y finalmente se concluye que no hemos avanzado suficientemente en la comprensión de este problema, que si se lleva a un extremo pone en duda la totalidad del método psicoanalítico. Pero el método ha persistido, porque even-tualmente trae alivio, y muchas veces cura. Sin embargo esta cuestión

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resulta irritante para el analista, quien suele descargar la responsabilidad en el paciente, algo como: ¿por qué no avanza en su problema, está loco? Si nos atenemos a lo que Freud está diciendo, la interpretación es un arte adivinatoria que representa un saber diferente del conocimiento de la resistencia del paciente. ¿qué quiere decir esto? La interpretación es especulativa porque no involucra una modificación en la conducta del paciente. Cuando la conducta se modifica aparece una verdad para la cual la lógica de la interpretación resultaba insuficiente. In parole povere, lo que aparece es otro paciente, de lo contrario lo que Freud dice resulta incomprensible

“Llegando a este punto el tratamiento, puede decirse que la neurosis primitiva ha sido sustituida por una nueva neurosis de transferencia. El médico se ha esforzado en limitar la extensión de esta segunda neurosis, hacer entrar lo más posible en el recuerdo y permitir lo menos posible la repetición.”

Y anteriormente, preocupado por la exactitud, Freud dice lo contra-rio; que en la interpretación de los sueños, nada menos, que lo impor-tante es el presente “original” del recuerdo y no su presentación en el mundo de la transferencia. Entre las faltas del paciente se encuentran, no recordar todo, no recordar exactamente, y finalmente no creer en lo que se recuerda: ¡una porquería de paciente!. Pero todos estos problemas se resuelven con la acción, cuando el paciente abandona su pasividad per-ceptiva (Kant) y encara vigorosamente la disolución de sus resistencias.

“El enfermo puede no recordar todo lo en él reprimido, puede no recor-dar precisamente lo más importante y de este modo no llegar a conven-cerse de la exactitud de la construcción que se le comunica, quedando obligado a repetir lo reprimido, como un suceso actual, en vez de — se-gún el médico desearía— recordarlo cual un trozo del pasado…”

“…hay que libertarse ante todo del error que supone creer que en la lucha contra las resistencias se combate contra una resistencia de lo in-consciente. Lo inconsciente, esto es, lo reprimido, no presenta resistencia alguna a la labor curativa; no tiende por sí mismo a otra cosa que a abrirse paso hasta la conciencia o a hallar un exutorio por medio del acto real, venciendo la coerción a que se halla sometido. La resistencia procede en la cura de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que llevaron a cabo anteriormente la represión. Mas como los motivos de las resistencias y hasta estas mismas son —según nos demuestra la expe-

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riencia— inconscientes al principio de la cura, tenemos que modificar y perfeccionar un defecto de nuestro modo de expresarnos. Escaparemos a la falta de claridad oponiendo uno a otro, en lugar de lo consciente y lo inconsciente, el yo coherente y el reprimido.”

Aquí tenemos a Freud el racionalista en todo su esplendor. Es magní-fico. Durante años me aferré al doble uso del término inconsciente en este párrafo como a una grave contradicción: ¿cómo, las resistencias no provienen del inconsciente, pero son ellas mismas inconscientes? Hoy no me parece tan grave, creo que una cosa es el inconsciente y otra cosa muy distinta es no tener conciencia de algo. ¿Pero no es mucho más fácil decir que el paciente se resiste a ser borrado del mundo de la transferencia por la lógica del analista y que pretende permanecer con su lógica neurótica? He aquí lo que el analista oculta: que para aliviarse, alguien debe morir. ¿Dónde está el racionalismo? Se encuentra en esta “buena disposición” de lo reprimido, absolutamente equivalente a la buena voluntad de Kant. Lo reprimido por este hecho no tiene por qué tener además una: “buena dis-posición”. Sobre todo porque resulta imprescindible la profunda compli-cidad de los contenidos reprimidos con los institucionales que los repri-men, de lo contrario no sería el camino de nuestra actividad simbólica.

“Mucha parte del yo es seguramente inconsciente, sobre todo aquella que puede denominarse el nódulo del yo, y de la cual sólo un escaso sector queda comprendido en lo que denominamos preconsciente. Tras de esta sustitución de una expresión puramente descriptiva por otra sis-temática o dinámica…”

¿Pero realmente queda corrida la frontera? Nuestra esclavitud respecto de la razón instrumental nos obliga a sacar nuevas fotografías, y a afirmar: ¡ no, ahora es esta la verdad !. Jamás se nos ocurre tirar la cámara y ver todo con nuestros propios ojos. Seguramente nuestra mirada no sería exacta.

“Es indudable que la resistencia del yo consciente e inconsciente se halla al servicio del principio del placer, pues se trata de ahorrar el displacer que sería causado por la libertad de lo reprimido. Así, nuestra labor será la de conseguir la admisión de tal displacer haciendo una llamada al prin-cipio de la realidad.”

Aquí ya no lo puedo acompañar. Toda la descripción clínica tiende a relacionar la actividad con una interpretación diferente, claramente Freud necesita determinar la libertad humana por una lógica que no le

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es propia, por una lógica de otro, una lógica de transferencia. No puede el doctor austriaco desprenderse de su tradición de pensamiento. Freud no acepta una actividad reflexiva en el núcleo arcaico, una lógica, la vive como una proyección de su propia lógica, de su propio aparato crítico, a eso se refiere cuando habla de interpretación, es un lugar muy primario en el esquema transferencial. Sin embargo no hay problema en aceptar que este núcleo arcaico evoluciona, cuando la evidencia en contrario es que permanece, siendo esta una de las fuentes del trauma. Evoluciona hacia el principio de realidad: ¿quién podría discutir esto? Yo. Me parece en cambio que evoluciona hacia una cierta alucinación infantil sobre la madurez y el mundo adulto, una visión mítica y sometida propia de una conciencia desvalida. Sin embargo, esta permanencia del núcleo arcaico, llamada evolución por la razón instrumental, resulta expulsada y funciona como lo real frente a este proceso salvaje y alucinatorio que llamamos madurez, pero ¿quién puede creer en semejante cosa? Si aceptamos esto el género humano está perdido, se trata de una visión apocalíptica de las cosas. Algo como la mirada de Freud cuando llega expatriado a Londres. No obstante Freud acepta una moral elemental del núcleo arcaico, una moral cuasi biológica: ¿qué otra cosa es su ideal humano, que tanto lo deprime, sino el pesado arrastrar de cadenas judías?; todas las pirámides se acumulan en este arrastrar de cadenas.

A continuación Freud analiza la ya famosa fijación en el trauma y colo-ca en principio toda la carga de la responsabilidad en la evolución. Acepta-mos esto de buen grado. Se trata de dos personas en el tiempo, una incapaz de realizar la pretensión del deseo, y otra idealizada, que si bien tampoco la realiza por lo menos es puesta como imperativamente capaz de llevarla a cabo. La primera determinación de esta misteriosa fijación, dentro de nuestra discutible perspectiva, será colocar la pulsión inconsciente, cual-quiera que fuere su contenido, en el orden del tiempo, es decir sacarla de un orden alucinatorio, de una falsa pretensión de totalidad que no se con-dice con la verdad. Llamaremos provisoriamente, a este orden del tiempo para utilizar una nomenclatura filosófica clásica: sentido interno.

“…más es éste un displacer que, como ya hemos visto, no contradice al principio del placer: displacer para un sistema y al mismo tiempo satis-facción para otro.”

“La primera flor de la vida sexual infantil se hallaba destinada a sucumbir a consecuencia de la incompatibilidad de sus deseos con la realidad y de la insuficiencia del grado de evolución infantil, y, en efecto, sucumbió entre las más dolorosas sensaciones…”

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Esta espinosa evolución sólo puede entenderse por ahora en términos de una herida narcisista; ¿pero esta caracterización resulta suficiente? ¿La mera incapacidad de alcanzar la satisfacción alcanza para describir este complejo proceso psíquico? Aún aceptando la hipótesis de la evolución (incontrastable por cierto), reconocemos por lo menos tres figuras del paciente, el núcleo infantil que refiere al mundo arcaico, la figura idea-lizada fruto de la identificación con alguno de sus padres, que es lo que tiene el paciente al alcance del mundo circundante, y la presencia del mismo paciente en la reconstrucción dentro de la transferencia. Tres figu-ras por lo menos que obedecen cada una de ellas a otro universo y tam-bién a otra lógica, a otras leyes de la naturaleza, sobre el fondo de lo real, que actúa como un continuo temporal capaz de dar cuenta de la unidad de la persona, del hecho supuesto de que las tres referencias resultan en verdad, una sola. Sin embargo cuando le hablamos a un hijo trayendo al presente episodios remotos de la infancia, por ejemplo la media lengua, u otras reacciones que en un tiempo nos sedujeron como padres, el hijo nos mira como si nos hubiéramos vuelto locos: tiene razón por cierto, le estamos hablando de otra persona, de alguien que no es él. Nos encon-tramos aquí ante el curioso problema de la sustitución de un deseo por otro, esto dentro de la vida instintiva resulta incomprensible. Si deseamos algo, pareciera que sólo podremos obtener satisfacción con ese algo que deseamos. Sin embargo es muy común y fuente de todo tipo de pato-logías que nuestra función simbólica nos permita sustituir un objeto de deseo por otro y obtener la satisfacción original. Pero, ¿es esto cierto? No, se nos dirá rápidamente. Es la evolución según el principio de realidad la que nos permite observar nuestra antigua carencia desde un punto de vista nuevo. (Claro, Meler, ¿por qué le buscás la quinta pata al gato?, ¿no te das cuenta de que con cinco patas no se puede caminar?) Sólo quiero agregar por ahora que esta sustitución debiera tener el mismo poder psí-quico que la negación de un contenido reprimido, la misma fuerza que nos permita satisfacernos con un placebo en un lugar tan primitivo. ¿O es que nos autoengañamos en nuestra percepción de lo que queremos? Si así fuera, nos encontraríamos ante la prueba palpable de una profunda actividad reflexiva, aunque no se exprese en ideas abstractas: ¿no?

“La pérdida de amor y el fracaso dejaron tras sí una duradera influencia del sentido del yo, como una cicatriz narcisista que, a mi juicio, conforme en un todo con los estudios de Marcinowski, (10) constituye la mayor aportación al frecuente sentimiento de inferioridad (Minderwertigkeitsge-fühl) de los neuróticos.”

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La verdad que la palabra que utiliza Freud para este desvalimiento del yo que llama “cicatriz narcisista”, es tan larga, que debe ser algo muy importante.

“El enfermo tiende entonces a la interrupción de la cura, aún no ter-minada y sabe crearse de nuevo la impresión de desprecio, obligando al médico a dirigirle duras palabras y a tratarle con frialdad; halla los objetos apropiados para sus celos y sustituye el ansiado niño de la época primitiva por el propósito o la promesa de un gran regalo, que en la mayoría de los casos llega a ser tan real como aquél.”

Freud va a analizar largamente esta fijación necesaria para la sustitu-ción, luego de haber cuestionado el principio del placer como motor fundamental en los sueños, la neurosis traumática (fatiga de guerra) y los juegos infantiles. Como tomamos caminos diferentes, me obsesiona la sustitución y a Freud la fijación, la repetición misma, igual que a Lacan. Seguramente tienen razón y yo estoy equivocado.

“No nos maravilla en exceso este «perpetuo retorno de lo mismo» cuan-do se trata de una conducta activa del sujeto y cuando hallamos el rasgo característico permanente de su ser, que tiene que manifestarse en la repetición de los mismos actos. Mas, en cambio, sí nos extrañamos en aquellos casos en que los sucesos parecen hallarse fuera de toda posible influencia del sujeto y éste pasa una y otra vez pasivamente por la repe-tición del mismo destino.”

“La obsesión de repetición y la satisfacción instintiva directa y acom-pañada de placer parecen confundirse aquí en una íntima comunidad. Los fenómenos de la transferencia se hallan claramente al servicio de la resistencia por parte del yo, que, obstinado en la represión y deseo de no quebrantar el principio del placer, llama en su auxilio a la obsesión de repetición.”

“Queda suficiente resto que justifica nuestras hipótesis de la obsesión de repetición, la cual parece ser más primitiva, elemental e instintiva que el principio del placer al que se sustituye.”

Sobre esta cuestión de la repetición que es sólo la fijación del síntoma en búsqueda de una satisfacción que no se produce porque su objeto ha sido sustituido por otro. Esto, tan sencillo y elemental en Freud, ha sido objeto de las más desatinadas y absurdas interpretaciones, la más ridícula que he escuchado en boca de opinólogos psicoanalistas, es que se trata

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de un concepto similar al eterno retorno de lo mismo de Nietszche; y agregan elegantemente “salvando las diferencias”. Me niego terminante-mente a discutir este asunto que la lectura literal de los textos disuelve, quien quiera sostener este punto de vista sea acusado de blasfemia y ana-temizado. (En los salones europeos se susurran en el oído las señoras: - ¡Y no sabés lo que se está diciendo en Colonias…!-).

“…el hecho de que la conciencia no puede ser un carácter general de los procesos anímicos, sino tan sólo una función especial de los mismos. Así, afirma, usando un tecnicismo metapsicológico, que la conciencia es la función de un sistema especial al que denomina sistema Cc…”

Vamos a disimular cuidadosamente la aseveración de que el sistema Cc esta en la corteza externa del cerebro, porque tiene relación con el mundo exterior, es algo que no hemos leído. Este párrafo parece tirar abajo todo lo que he dicho sobre la influencia en el psicoanálisis del su-jeto trascendental del Kant, tendré que arrastrarme lleno de vergüenza a la oscuridad de mi racionalismo idealista y teológico.

“Pero nos es difícil creer que tales huellas duraderas de la excitación se produzcan también en el sistema PCc. Si permanecieran siempre cons-cientes, limitarían pronto la actitud del sistema para la recepción de nue-vas excitaciones.”

“Aunque no como consecuencia obligada, podemos, pues, suponer que la conciencia y la impresión de una huella mnémica son incompatibles para el mismo sistema.”

“Podríamos, por tanto, decir que en el sistema Cc. se hace consciente el proceso excitante, más no deja huella duradera alguna. Todas las huellas de dicho proceso, en las cuales se apoya el recuerdo, se producirían en los vecinos sistemas internos al propagarse a ellos la excitación.”

“El sistema Cc. se caracterizaría, pues, por la peculiaridad de que el pro-ceso de la excitación no deja en él, como en todos los demás sistemas psíquicos, una transformación duradera de sus elementos, sino que se gasta, desde luego, en el fenómeno del devenir consciente.”

¿Qué dice Freud? Si la satisfacción y la percepción de la satisfacción, pertenecieran a un mismo sistema, a una sola totalidad, la vida instintiva no caería fuera de la influencia de la memoria, aquí Freud usa huella

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mnémica para memoria, rastro, cifra, porque la actividad instintiva per-manece encubierta, oculta detrás de algún símbolo, y podríamos aprender más fácilmente de aquello que nos hace sufrir, para no repetirlo: limitarían pronto la actitud del sistema para la recepción de nuevas excitaciones. Y des-pués es más claro, la percepción (que aquí llama conciencia) y la huella mnémica son incompatibles para el mismo sistema. Entonces agrega algo de difícil comprensión: el sistema Cc no deja rastro de su actividad mnémica, las huellas de los actos que producen satisfacción no pertenecen al sistema Cc. Claramente este proceso pertenece a la percepción del mundo de la satisfacción y no a la vida instintiva misma. Por lo menos hasta este universo Freud acepta extender la actividad lógica. Hablamos aquí de la satisfacción y no del deseo porque este proceso tiene relación con la verdad, con la veracidad en la percepción de la vida instintiva.

“Representémonos, pues, el organismo viviente en su máxima simplifi-cación posible, como una vesícula indiferenciada de sustancia excitable. Entonces su superficie, vuelta hacia el mundo exterior, quedará diferen-ciada por su situación misma y servirá de órgano receptor de las excita-ciones.”

Este párrafo que gira la investigación en un ángulo de 180º, me deja perplejo. ¿Por qué Freud no avanza hacia la conciencia histórica? Es evi-dente que coloca el principio de estabilidad entre el instinto y su satis-facción, buscando avanzar en su reflexión hacia el reino de lo cultural. Sin embargo de aquí en adelante se va a ocupar de organismos primi-tivos, amebas, protozoarios, células. Mi primera impresión es que Freud quiere encontrar un ámbito de pertenencia para su propia investigación. Algunos de los descubrimientos que ha desarrollado, logran, desde mi punto de vista, alejarlo de un pernicioso mecanicismo, que se conside-raba apropiado para el estudio de las ciencias naturales. Sin embargo, de pronto reafirma sus vínculos con el más extremo y estricto mecanicismo y abandona, por lo menos momentáneamente el camino iniciado.

“Formaríase así una corteza tan calcinada finalmente por el efecto de las excitaciones, que presentaría las condiciones más favorables para la recep-ción de las mismas y no sería ya susceptible de nuevas modificaciones”

“En el sistema Cc. no existiría ya tal resistencia al paso de un elemento a otro. Con esta concepción puede hacerse coincidir la diferenciación de Breuer de carga psíquica (Besetzungsenergie) en reposo (ligada) y carga

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psíquica libremente móvil en los elementos de los sistemas psíquicos (13). Entonces los elementos del sistema Cc. poseerían tan sólo energía capaz de un libre curso y no energía ligada…”

“Este trocito de sustancia viva flota en medio de un mundo exterior car-gado de las más fuertes energías, y sería destruido por los efectos excita-dos del mismo si no estuviese provisto de un dispositivo protector contra las excitaciones (Reizschutz). Este dispositivo queda constituido por el hecho de que la superficie exterior de la vesícula pierde la estructura pro-pia de lo viviente, se hace hasta cierto punto anorgánica y actúa entonces como una especial envoltura o membrana que detiene las excitaciones, esto es, hace que las energías del mundo exterior no puedan propagarse sino con sólo una mínima parte de su intensidad hasta las vecinas capas que han conservado su vitalidad…”

“Para el organismo vivo, la defensa contra las excitaciones es una labor casi más importante que la recepción de las mismas…”

Súbitamente hemos perdido la conciencia y ahora tenemos sistema Cc, ya no hay ni ideas, ni actos, se trata de carga psíquica, de energía y la re-sistencia y el trauma se han convertido en un dispositivo protector contra las excitaciones. La palabra alemana Reizshutz quiere decir cierre, pro-tección, pero también encantamiento, magia, enmascaramiento, etcétera. Es un párrafo claro, pueden ustedes leerlo en el texto. ¿Cuál es el sentido de transformarnos súbitamente en una vesícula viviente, cuya corteza exterior se ha vuelto “anorgánica”? Es decir era originalmente orgánica, pero ha perdido esa función. Ha quedado “calcinada”, ilustra Freud, con una metáfora.

Este discurso un tanto delirante, bucea sobre la misteriosa índole de psíquico, Freud entiende que se trata de un desvío necesario. No me parece casual que cite el libro que escribió con Breuer porque los aná-lisis sobre la histeria fueron los que de alguna manera iniciaron toda la reflexión sobre la índole de psíquico, mostrando no sólo que resultaba incongruente pensar una causa fisiológica para el síntoma de la histeria, sino que también se ponía en duda todo el sistema mecánico de las cau-sas. De alguna manera en este punto, Freud, intenta una restauración de los principios cartesianos de evidencia, pero ya iluminado por Galileo.

El psicoanálisis tiene una cierta contienda con el lenguaje natural, por-que su instrumento científico también es la palabra. Así, por ejemplo nos cuesta entender que alguien obsesivo, no es una persona muy ordenada sino una persona enferma, y que la culpa, no tiene necesariamente rela-

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ción con la carga moral que conllevan nuestros actos, sino con su carga neurótica, es decir con un núcleo delirante. Es decir, Freud balancea un delirio con otro, a fin de que el psicoanálisis logre encontrar su propio camino: que la conciencia es una suerte de residuo de una actividad que se produce en otra parte, que el ‘yo’, no es el lugar genuino de su propia ac-tividad y que, además, es un dispositivo de contención calcinado, que filtra percepciones que vienen del exterior, capaces de destruirnos, y finalmente que la persona, es un enmascaramiento que sufre la vida orgánica, impres-cindible para conectarnos con el mundo y sobrevivir. Es decir: el más puro Spinoza. Con el agregado de que la vida psíquica, es algo así como ex-vida, vida originalmente orgánica que actualmente oficia de cobertura y protección. Algo como el soma griego, una sombra de lo humano, con el dolor de haber perdido la antigua vitalidad, y el intenso recuerdo de lo que aquello significaba. (¡Tzures!, no dejó nada para disgustos. La vergüen-za de haber sido y el dolor de ya no ser: un verdadero tango).

“La recepción de excitaciones sirve, ante todo, a la intención de averiguar la dirección y naturaleza de las excitaciones exteriores, y para ello le basta con tomar pequeñas muestras del mundo exterior como prueba.”

“Son estas partes los órganos de los sentidos, que contienen dispositivos para la recepción de excitaciones específicas, pero que además poseen otros dispositivos especiales destinados a una nueva protección contra cantidades excesivas de excitación y a detener los estímulos de naturaleza desmesurada. Constituye una característica de estos órganos el hecho de no elaborar más que escasas cantidades del mundo exterior, no tomando de él sino pequeñas pruebas.”

Un trocito de sustancia viva. Es una frase impresionante para una ciencia que se ocupa de la persona. A continuación pareciera venir otro giro de 180º, pero creo que es el fin de la tópica, es cuando dejamos de preocu-parnos por el lugar en que las cosas se encuentran para empezar a pensar en qué significan. ¿Qué sabe y qué ignora la conciencia?

“El principio kantiano de que el tiempo y el espacio son dos formas necesarias de nuestro pensamiento, hoy puede ser sometido a discusión como consecuencia de ciertos descubrimientos psicoanalíticos. Hemos visto que los procesos anímicos inconscientes se hallan en sí «fuera del tiempo». Esto quiere decir, en primer lugar que no pueden ser ordenados temporalmente, que el tiempo no cambia nada en ellos y que no se les puede aplicar la idea de tiempo.

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Tales caracteres negativos aparecen con toda claridad al comparar los procesos anímicos inconscientes con los conscientes. Nuestra abstracta idea del tiempo parece más bien basada en el funcionamiento del sistema P-Cc. y correspondiente a una autopercepción del mismo. En este fun-cionamiento del sistema aparecería otro medio de protección contra las excitaciones. Sé que todas estas afirmaciones parecerán harto oscuras; más por ahora nos es imposible acompañarlas de explicación alguna…”

Hoy en día ya no es objeto de culto, quizás destruido por la crítica marxista mucho más que por el romanticismo. Pero en tiempos de Freud, Kant, sobre todo para los alemanes, sí era objeto de culto, y cualquier sabio prudente, sabía que la academia alemana le caería encima con el cuchillo de las circuncisiones en la mano. Hemos visto que los procesos anímicos incons-cientes se hallan en sí fuera del tiempo. En efecto pareciera que los procesos alucinatorios no devienen, se encuentran completamente sometidos a la voluntad delirante que los produce y mientras esta persista ellos perma-necerán jóvenes e inmutables. ¿Qué respondería la academia? ¡Que esto fundamenta el sentido interno!. Sólo a través del sentido interno podría-mos tener conciencia, saber con evidencia de la existencia de una carga delirante en nuestro yo. Pero no es esta la discusión, ya hemos abandonado la tópica, Freud dice: los procesos anímicos inconscientes se hallan en sí. Dos palabras, casi una sola para mostrar el esplendor de razón instrumen-tal. La pregunta verdadera es si el psicoanálisis será capaz de escribir una nueva lógica de la vida anímica, una lógica que involucre la transferencia y a la vez pueda desprenderse de ella para hallar finalmente el contenido “en sí” de la vida anímica. Una lógica dialéctica, por supuesto.

“Esta capa cortical sensible, que después constituye el sistema Cc., reci-be también excitaciones procedentes del interior; la situación del sistema entre el exterior y el interior y la diversidad de las condiciones para la actuación desde uno y otro lado es lo que regula la función del sistema y de todo el aparato anímico. Contra el exterior existe una protección, pues las cantidades de excitación que a ella llegan no actuarán sino disminuidas. Mas contra las excitaciones procedentes del interior no existe defensa al-guna; las excitaciones de las capas más profundas se propagan directamente al sistema sin sufrir la menor disminución, y determinados caracteres de su curso crean en él la serie de sensaciones de placer y displacer.”

Súbitamente cambiamos la tópica, ya no estamos en el sistema Cc, sino en un sistema que por lo menos recibe excitaciones desde lo interior: Contra el exterior existe una protección, pues las cantidades de excitación que a

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ella llegan no actuarán sino disminuidas. Mas contra las excitaciones procedentes del interior no existe defensa alguna. De este sistema que no es el Cc sabemos que no distingue claramente la percepción de su representación y que no tiene dominio sobre los efectos. El nuevo sistema no es un sujeto in-tegral, porque si lo fuera incluiría la capacidad de filtrar resultados propia del sistema Cc. Es un nuevo sistema, el cual, tiene mala percepción de lo exterior, dicho así, de manera un tanto gruesa, y una firme relación con el núcleo arcaico, que padece este tipo de dificultades. Pero tampoco es el núcleo arcaico, porque ya no es el tiempo del núcleo arcaico, previa-mente a este singular descubrimiento, todavía nos encontrábamos frente a un sistema Cc constituido. Se trata de un sistema constituido por el relato de un paciente, sus fantasías y sus sueños, sus encubrimientos, in-terpretados por un discurso cartesiano, que en sus condiciones materiales, desea la restauración de una interpretación mecanicista de la naturaleza. Y no tenemos una clara fijación tópica, no encontramos claramente su lugar, sino sólo algunas referencias. Para encontrar su lugar, tenemos en principio que señalar un síntoma que es la repetición y el trauma ante una satisfacción fallida. Es un sistema cuyo saber se nutre … del error, evidentemente se nutre mayormente del displacer, aunque la búsqueda sea en contrario. Podríamos ir a la interpretación de los sueños, pero nos quedaremos por aquí, apegados a las informaciones que Freud desea presentarnos.

“Tales excitaciones son tratadas como si no actuasen desde dentro, sino desde fuera, empleándose así contra ellas los medios de defensa de la pro-tección. Es éste el origen de la proyección, a la que tan importante papel está reservado en la causación de procesos patológicos.”

“Un suceso como el trauma exterior producirá seguramente una gran perturbación en el intercambio de energía del organismo y pondrá en movimiento todos los medios de defensa. Mas el principio del placer queda aquí fuera de juego. No siendo ya evitable la inundación del apa-rato anímico por grandes masas de excitación, habrá que emprender la labor de dominarlas, esto es, de ligar psíquicamente las cantidades de excitación invasoras y procurar su descarga.”

Empieza a verse en este párrafo la necesidad del mecanicismo freu-diano, que no resulta tan ingenuo como suponíamos. Tiene el objeto de separar causa de voluntad. Esto es importante porque la causa por lo gene-ral permanece oculta y en cambio la voluntad siempre se sabe. Entonces

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Freud va a comenzar a construir una lógica de corte cartesiano para pen-sar un objeto que la rechaza. Este es el principio general o tópico de la lógica de la transferencia. Del trauma sabemos que desborda los mecanis-mos de defensa, esto es obvio de toda obviedad pero, agrega el brillante doctor austriaco, el mecanismo de defensa queda por consiguiente ligado al trauma, con un cambio fundamental: ya no representa a la persona, sino a la vida expresada como carga psíquica. Llegamos a la mentada fijación y a la repetición que tiene casi la fuerza de reemplazar a la persona.

“Desde todas partes acude la energía de carga para crear, en los alrede-dores de la brecha producida, grandes acopios de energía. Fórmase así una «contracarga» (Gegenbesetzung), en favor de la cual se empobrecen todos los demás sistemas psíquicos, resultando una extensa parálisis o mi-noración del resto de la función psíquica. De este proceso deducimos la conclusión de que un sistema intensamente cargado se halla en estado de acoger nueva energía que a él afluya y transformarla en carga de reposo, esto es, ligada psíquicamente.”

No parece hasta aquí haber una diferencia cualitativa entre la carga y la contracarga, ni es tan importante la tópica. Al ceder la tópica, el lugar del aparato psíquico en el cual se producen las cargas y las descargas, aparece ya el sujeto, el paciente como una totalidad, para la referencia lógica a la vida instintiva. Pero esta totalidad no es todavía propia, no pertenece al paciente, sino que pertenece al discurso de la transferencia. El objeto del esfuerzo entre la excitación y la resistencia es transformar a la energía libre (donde libre resulta equivalente a independiente de toda voluntad, como puede ser el funcionamiento del sistema parasimpático –intesti-no- o la circulación de la sangre, o la respiración) en energía ligada. Sin embargo, para que la energía se transforme en algo, es decir, en energía ligada, sí resulta imprescindible la hipótesis de una persona. Si la totalidad fuera la “energía de la vida”, toda esta reflexión no tendría referencia, carecería de sentido. ¿Cómo interviene la percepción en este complejo proceso?

“Contra esta hipótesis no está justificada la objeción de que la intensifi-cación de la carga en derredor de la brecha de entrada queda explicada más sencillamente por la directa derivación de las masas de excitación afluyentes. Si así fuera, el aparato psíquico no experimentaría más que un aumento de sus cargas psíquicas, y el carácter paralizante del dolor, el empobrecimiento de todos los demás sistemas, quedaría inexplicado.

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Tampoco los violentos efectos de descarga del dolor contradicen nuestra explicación, pues se verifican reflejamente; esto es, sin participación al-guna del aparato anímico.”

De alguna manera en este punto en que la persona está en un grave entredicho no sólo no sabemos claramente qué se percibe, sino tampoco quien lo percibe, y la traducción que este proceso lógico padece “sin persona”. Es, aunque supuestamente científica, un proceso necesariamente enmascarado y simbólico. Con simbólico queremos decir que esta refe-rencia hacia una persona representa una falsa totalidad y puede muy bien ser el discurso del analista. Sin embargo esto no quiere decir que no se-pamos nada a ciencia cierta de lo que está ocurriendo. Sabemos que este empobrecimiento de la capacidad receptiva de la conciencia producida por los mecanismos defensivos y de resistencia, funda una situación de desvalimiento y de espera, que modela toda la conducta social del hom-bre. ¿Pero es que estamos ante una situación como la de Hume, a bunch of perceptions? Es decir, todo el proceso perceptivo reducido a las meras condiciones materiales de la certeza de la razón instrumental? ¿O en una situación en la cual sólo tenemos noticia de la actividad perceptiva por la modificación de la conducta, a la manera de Watson o de Dewey? Nada de eso. El entredicho es eso, un entredicho, no sabemos lo que pasa con la persona y no podemos aceptarla buenamente como hipótesis. Para el psicoanálisis el paciente supone una unidad en todos los casos, por eso siempre recrea los principios cartesianos de la razón.

“Lo impreciso de nuestra exposición, que denominamos metapsicología, proviene, naturalmente, de que nada sabemos de la naturaleza del pro-ceso de excitación en los elementos de los sistemas psíquicos y no nos sentimos autorizados para arriesgar hipótesis ninguna sobre tal materia. De este modo operamos siempre con una x, que entra obligadamente en cada nueva fórmula…”

El primer objetivo de la lógica de la transferencia será determinar su objeto de análisis. Para los analistas este es un falso problema. Me dirán: el objeto de análisis lo tenemos delante, recostado en el diván y hablán-donos y usted es un tarado que le quiere buscar la quinta pata al gato y redescubrir la pólvora, ¡váyase al carajo señor epistemólogo!. Pero, ¡not so quickly!. Porque si no necesitan determinar su objeto de análisis, tampoco pueden determinar la referencia real del discurso y este se va modifican-do según ¿qué? Si no, según la determinación inconsciente de una lógica

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de descubrimiento. Toda la ciencia funciona igual, hasta aquí no logramos decir nada relevante. Pero podemos adelantar que pese a su gran impa-ciencia los señores psicoanalistas no están de acuerdo después de un siglo en parecerse cada vez más al gato de Köfka, que encontró su pescado probando e insistiendo, no sea que muramos de hambre a las puertas del infierno, queriendo buscar el paraíso.

“Hallamos de este modo que la disposición a la angustia representa, con la sobrecarga de los sistemas receptores, la última línea de defensa de la protección contra las excitaciones. En una gran cantidad de traumas pue-de ser el factor decisivo para el resultado final la diferencia entre el sistema no preparado y el preparado por sobrecarga. Mas esta diferencia carecerá de toda eficacia cuando el trauma supere cierto límite de energía.”

Hete aquí que Freud mismo busca y necesita recuperar su totalidad, el alcance de su discurso y empiezan a aparecer las verdades. Aquí nos dice que la angustia no tiene objeto, no tiene causa conocida, porque, está esperando uno. Esta última línea de defensa es la que levantamos cuando la excitación exterior o interior irrumpe, y destruye toda resistencia. Freud quiere darle a este proceso un carácter fisiológico, no sólo propio del hombre, un carácter, cuya tópica nos indicaría que se encuentra dentro de la naturaleza de lo humano. De este modo desesperado, busca ir estable-ciendo un lugar para el análisis que resista las tormentosas contradicciones de la evidencia clínica.

“Si los sueños de los enfermos de neurosis traumática reintegran tan regularmente a los pacientes a la situación del accidente, no sirve con ello a la realización de deseos, cuya aportación alucinatoria ha llegado a constituir, bajo el dominio del principio del placer, su función peculiar. Pero nos es dado suponer que actuando así se ponen a disposición de otra labor, que tiene que ser llevada a cabo antes que el principio del placer pueda comenzar su reinado. Estos sueños intentan conseguirlo desarrollando la angustia, el dominio de la excitación, cuya negligencia ha llegado a ser la causa de la neurosis traumática.”

Y regresamos a la manida cuestión de la fijación traumática y de la repetición en la búsqueda de la “satisfacción del instinto”, que ahora siguiendo a Breuer será energía ligada o energía en reposo. Freud dice muchas cosas en este párrafo. Es rico porque analiza la influencia de los sueños en la neurosis traumática. En principio, sospecha que la reitera-ción simbólica del episodio traumático es insuficiente para restituir el di-

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que destruido. Se refiere aquí a la famosa “catarsis” tan cara a la psicología objetiva. Catarsis dentro de psicología introspectiva no es mucho más que toma de conciencia. Esta catarsis no alcanza para que el deseo obtenga su satisfacción. Esto se debe a que hay una homogeneidad biológica entre el proceso alucinatorio y la ruptura de la resistencia. Son fenómenos del mismo tipo. Pero Freud desliza aquí otro supuesto: esta homogeneidad proviene del hecho de que son propiedad de alguien, es decir refieren a una misma totalidad. El aporte alucinatorio, agrega Freud, refiere a un proceso “anterior”, del cual el principio del placer es derivado. Esto nos deja perplejos. En efecto: ¿qué puede ser anterior a la vida instintiva? Evidentemente nada propio de la persona, se trata de una propiedad perteneciente a la naturaleza de lo humano. Aquello que siendo especí-ficamente humano, no ha sido todavía apropiado por el sujeto. Esto es lo que denuncia la angustia, por eso su objeto se encuentra ausente.

“Nos dan de este modo una visión de una de las funciones del apara-to anímico, que, sin contradecir al principio del placer, es, sin embargo, independiente de él, y parece más primitiva que la intención de conse-guir placer y evitar displacer. Sería ésta la ocasión de conceder por vez primera la existencia de una excepción a la regla de que los sueños son realizaciones de deseos.”

Desarrolla a continuación los sueños de culpa y de castigo. Les aconse-jo verlo en La interpretación de los sueños, está mejor explicado.

“Así, pues, tampoco la función del sueño de suprimir por medio de la realización de deseos los motivos de interrupción del reposo sería su fun-ción primitiva, no pudiendo apoderarse de ella hasta después que la total vida anímica ha reconocido el dominio del principio del placer. Si existe un «más allá del principio del placer», será lógico admitir también una prehistoria para la tendencia realizadora de deseos del sueño, cosa que no contradice nada su posterior función.”

“De este modo, la violencia mecánica del trauma libertaría el quantum de excitación sexual, el cual, a consecuencia de la diferencia de preparación a la angustia, actuaría traumáticamente: la herida simultánea ligaría por la intervención de una sobrecarga narcisista del órgano herido, el exceso de excitación. Es también conocido, pero no ha sido suficientemente empleado para la teoría de la libido, que perturbaciones tan graves de la distribución de la libido como la de una melancolía son interrumpidas temporalmente por una enfermedad orgánica intercurrente, y que hasta

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una dementia praecox en su total desarrollo puede experimentar en tales casos una pasajera mejoría.”

Hay que reconocer que todos estos desarrollos abonan una visión con-ductista, porque el saber sobre el universo previo al reinado del principio del placer se obtiene por la mera modificación de la una conducta neu-rótica, sin que sepamos demasiado acerca de ella. A mí me parece muy diferente ignorar las causas de algo a establecer una metodología general de llegar a la verdad a través de sus consecuencias. Que me disculpe Mr. Skinner.

Freud nos habla aquí de cargas falsas o ilusorias. En efecto, los sueños realizan de manera fantasiosa o alucinada nuestros deseos: ¿cuánto dura y cómo funciona esta satisfacción fantasmal? Esto nos sumerge en la cuestión de la percepción del sistema instintivo. Pero lo más importante que nos enseña Freud aquí es que este saber de los instintos, tiene que nutrirse de un conocimiento previo, de una especie de acervo de los sentimientos; quizás como la condición hereditaria de los animales. Esto que hace que las perras sepan abrir la placenta de sus cachorros con los dientes y comérsela sin que nadie se lo haya explicado. Piensen por qué aguas navegamos, no hay concepto, ni lenguaje hablado, ni pensamien-to abstracto, pero hay saber: ¿Qué lugar tiene? El de la naturaleza de lo humano. Entonces Freud se está preguntando si la satisfacción tiene una condición material o si puede ser engañada por una apariencia, por un contenido fantasmático como el de los sueños. La primera tendencia es la de aceptar la condición material del instinto en contraposición de su existencia alucinada.

No perdamos de vista que nos encontramos dentro del universo de la percepción de nuestra vida instintiva y que tampoco sabemos a quien referir este saber, es decir quién lo actúa. Pero me parece que los instintos tienen una condición práctica que nos lleva a pensar en su materialidad corporal. Hasta ahora, de manera un tanto cómoda, pensamos que los su-cedáneos, los placebos, no producían una descarga real, una disminución de la excitación, sino una fijación y una continua repetición del síntoma. Pero Freud quiere pensar en algunas alternativas para esto. ¿Por qué es es-pecialmente importante lo que decimos? Porque es la percepción lo que permite la diferencia entre la condición material, que es la que produciría la modificación de la conducta y la condición alucinada, que también modifica la conducta, pero penetra en el reino de la locura: la percepción es la visión subjetiva de la cura.

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Sin embargo aquí Freud nos dice otra cosa. Nos dice que una des-carga falsa, puede producir cura, mejoría. Es un territorio resbaloso. Es como decir que un golpe en el pie puede hacer desaparecer el dolor de cabeza.

“Las más ricas fuentes de tal excitación interior son los llamados instin-tos del organismo, que son los representantes de todas las actuaciones de energía procedentes del interior del cuerpo y transferidas al aparato psíquico, y constituyen el elemento más importante y oscuro de la in-vestigación psicológica. Quizá no sea excesivamente osada la hipótesis de que los impulsos emanados de los instintos pertenecen al tipo de proceso nervioso libremente móvil y que tiende a hallar un exutorio.” Hasta ahora Freud no ha querido establecer una diferencia entre ins-

tintos que provienen de lo exterior o de lo interior salvo respecto a sus relación con la “resistencia”. Ahora entramos en las alternativas. Se trata por supuesto de alternativas completamente hipotéticas y desde ya se nos anticipa que las conclusiones desde el punto de vista de la razón instru-mental resultarán insuficientes. Pese a que la única excepción que justi-fique la diferencia la hemos discernido en relación con la resistencia. Los impulsos internos parecen gozar además de una diferencia propia. Lo ex-terior según dije más arriba tiene relación con lo material, esto es, con la presencia de un objeto real, o reconocido como real, cuya función sea la de motor de la actividad instintiva, por ejemplo el cuerpo de otro. Pero si los impulsos internos tienen su forma, pueden de alguna manera elegir el lugar de la descarga, Freud utiliza la opaca palabra exutorio: evacuación, se trata simplemente de una descarga de energía psíquica. Dice cosas como que el impulso interno es más homogéneo con el aparato psíquico. Pero de lo psíquico sólo sabemos que es un mundo de representaciones, sabemos poco de lo psíquico en sí mismo: ¿cómo podemos determinar entonces que es homogéneo con él? Por otra parte, el objeto de análisis aquí es la vida instintiva, por lo tanto la materialidad, la resistencia al cambio de este objeto de análisis resulta discutible. Sólo hemos aceptado a este respecto que lo material es lo exterior, llevados a ello, porque la totalidad que mar-ca la dirección de nuestro análisis, es la percepción de la vida instintiva.

“Mas hasta tal punto sería obligada como labor preliminar del aparato psíquico la de dominar o ligar la excitación, no en oposición al principio del placer, más sí independientemente de él, y en parte sin tenerlo en cuenta para nada.”

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“También en los sucesos placenteros muestra el niño su ansia de repe-tición, y permanecerá inflexible en lo que respecta a la identidad de la impresión.”

“La misma obsesión de repetición nos aparece con gran frecuencia como un obstáculo terapéutico cuando al final de la cura queremos llevar a efecto la total separación del médico, y hay que aceptar que el oscuro temor que siente el sujeto poco familiarizado con el análisis de despertar algo que, a su juicio, sería mejor dejar en reposo, revela que en el fondo presiente la aparición de esta obsesión demoníaca.”

“Un instinto sería, pues, una tendencia propia de lo orgánico vivo a la reconstrucción de un estado anterior, que lo animado tuvo que abando-nar bajo el influjo de fuerzas exteriores, perturbadoras; una especie de elasticidad orgánica, o, si se quiere, la manifestación de la inercia en la vida orgánica.”

“Esta concepción del instinto nos parece extraña por habernos acostum-brado a ver en él el factor que impulsa a la modificación y evolución, y tener ahora que reconocer en él todo lo contrario: la manifestación de la Naturaleza, conservadora de lo animado.”

Llevado de la mano de esta espinosa homogeneidad, Freud hace una afirmación de extraordinaria importancia teórica: la vida instintiva padece una condición histórica.

Esto lo podríamos aceptar fácilmente, no es el nudo principal, pero Freud agrega que lo que llamamos evolución, es decir una continuidad creciente ya fuere por obra del conocimiento o por obra de la experien-cia es, en realidad, una fijación del instinto por el origen, un origen que no tiene necesariamente relación con la persona, entendido esto en el sentido cartesiano del término, sino con la naturaleza de lo humano. Estas dos afirmaciones resultan francamente impresionantes y justifican la ne-cesidad de Freud de arrastrar la reflexión no por sendero de la historia, sino por el sendero de la biología. La reflexión del psicoanálisis pone en relación la obsesión por el origen, su fijación, con la estructura dialéctica de la conciencia histórica. La falacia de la evolución está en que oculta la bús-queda de su origen natural.

“Pero … nos atrae la idea de perseguir hasta sus últimas consecuencias la hipótesis de que todos los instintos quieren reconstruir algo anterior. Si lo que de ello resulte, parece demasiado «ingenioso» o muestra apariencia

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del místico, sabemos que no se nos podrá reprochar el haber tendido a ello…”

“Si, por tanto, todos los instintos orgánicos son conservadores e histórica-mente adquiridos, y tienden a una regresión o a una reconstrucción de lo pasado, deberemos atribuir todos los éxitos de la evolución orgánica a in-fluencias exteriores, perturbadoras y desviantes. El ser animado elemental no habría querido transformarse desde su principio y habría repetido siempre, bajo condiciones idénticas, un solo y mismo camino vital. Pero en último término estaría siempre la historia evolutiva de nuestra Tierra y de su relación al Sol, que nos ha dejado su huella en la evolución de los organismos. Los instintos orgánicos conservadores han recibido cada una de estas forzadas transformaciones del curso vital, conservándolas para la repetición, y tienen que producir de este modo la engañadora impresión de fuerzas que tienden hacia la transformación y el progreso, siendo así que no se proponen más que alcanzar un antiguo fin por caminos tanto antiguos como nuevos…”

“Si como experiencia, sin excepción alguna, tenemos que aceptar que todo lo viviente muere por fundamentos internos, volviendo a lo anor-gánico, podremos decir: La meta de toda vida es la muerte. Y con igual fundamento: Lo inanimado era antes que lo animado. En una época in-determinada fueron despertados en la materia inanimada, por la actua-ción de fuerzas inimaginables, las cualidades de lo viviente.”

“El instinto de conservación, que reconocemos en todo ser viviente se halla en curiosa contradicción con la hipótesis de que la total vida ins-tintiva sirve para llevar al ser viviente hacia la muerte… […] pero esta conducta es lo que caracteriza precisamente a las tendencias puramente instintivas, diferenciándolas de las tendencias inteligentes

Siguen las novedades. La inversión que Nos propone en el concepto de la evolución pone en duda todo lo que pensábamos acerca de la piedra basal del pensamiento histórico: el instinto de conservación. Podríamos decir que la pulsión hacia la muerte no representa necesariamente una voluntad de autodestrucción como fácilmente concluimos, pero esto no evita la puesta en duda (que suscribo enérgicamente) de una continua transformación del hombre en términos de crecimiento. La última con-clusión que diferencia instintos puramente instintivos de otros inteligentes, me deja patitieso, pero también me parece una salida transitoria, hasta producir una explicación más integradora. Regreso por un momento a la cuestión de la homogeneidad. Freud dice:

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“…las excitaciones procedentes del interior son, por lo que respecta a su intensidad y a otros caracteres cualitativos —y eventualmente su ampli-tud—, más adecuadas al funcionamiento del sistema que las que provie-nen del exterior…”

¿Por qué?, ¿sólo por evidencia clínica? Se pueden elaborar muchas hipótesis para esto, pero todas sufren la influencia de que de alguna ma-nera, lo interior cae bajo el dominio de nuestra voluntad y que entonces finalmente el principio de conservación de la vida, que muchos biólogos piensan que se encuentra en las células y que casi nadie se atreve a discu-tir, impondrá un límite a esta excitación, se producirá como un reconoci-miento de algo propio, que eventualmente, salvo por una patología muy severa, va a detener el proceso de excitación. Pero todo el sentido del ensayo, marca la dirección contraria que quisiera definir así: la materialidad en la percepción de lo psíquico no es lo exterior sino su enmascaramiento.

Esto significa: es cierto, tenemos la tendencia de defendernos mucho más enérgicamente de la excitación exterior que de la excitación inte-rior, pero podemos engañarnos al respecto. Entonces desde un punto de vista científico o fenomenológico, como se quiera, lo exterior, el límite, el terror de resultar autodestruidos, proviene del enmascaramiento.

Recapitulemos. Hay una condición histórica para la vida instintiva fuera de su eficacia operativa. Esta condición puede ser causa de la fija-ción y repetición y no la búsqueda de la satisfacción. Esto abre un vasto proceso significativo dentro de la mecánica instintiva capaz de explicar su presencia u omisión y capaz de explicar la incidencia de la carga original dentro de ese mecanismo. Lo cuál empaña definitivamente la frontera entre el mecanismo propio de la ley natural y la percepción del mis-mo. También cuestiona la referencia subjetiva de la actividad instintiva, aunque ese fue el hilo conductor que ha promovido la investigación de Freud. La condición histórica establece también un fuerte nexo con el sentido interno, pese a la perplejidad inicial del Freud. Esto ocurre por fuera del lenguaje y sólo accede al concepto a través de la lógica de la interpretación. ¿Es ésta una lógica dialéctica? Me llevará una vida averi-guarlo. No pueden efectivamente estar dos sujetos presentes a los efectos de la razón instrumental que sólo puede ocuparse primero de uno y luego del otro. Pero esta sucesión resulta artificial desde el punto de vista del proceso instintivo, como aclara Freud. Los recuerdos no son historia, la historia es una experiencia colectiva, sin embargo tiene por fuerza que ser el reflejo de una comunidad ideal que no pudo haber surgido

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por azar, ni necesariamente ser obra de la fe. El psicoanalista nunca sabe cuando una persona es ensalada o papas fritas, pero sí sabe cuando la fruta está podrida, sabe cuando no hay equilibrio y sabe que cualquier cosa que esto sea, no podemos dejar de ser una persona.

Freud se pregunta: ¿qué es un instinto? Por ahora va averiguando que un instinto es como una puerta que le permite ver el mismo mundo desde otro punto de vista. Tiene fe en que esta mirada lo lleve a buen puerto, yo no. No es que haya instintos instintivos y otros inteligentes, evidentemente nos encontramos delante del espejo de Alice, que refleja el mismo mundo de muchas maneras.

Otra afirmación notable: que la misma carga psíquica puede producir una herida (descripta como un efecto del principio de acción y reacción entre la excitación y la resistencia) o no, si el aparato psíquico no está pre-parado. Los psicoanalistas entienden esto en general, como una memoria o una experiencia de una causa exterior o interior de la descarga. Sepa-rémonos por un momento de esta hipótesis, para pensar en este extraño estar preparado puesto en el mismo sitio en donde piensa la índole de la libido. Entonces la libido como el esperma contendrían una sabiduría, un cierto perfil de lo que luego aceptaremos buenamente como persona. ¿Qué es esta carga genética? Tampoco hablo aquí de tortugas que se lanzan al mar por miles de kilómetros o de salmones que suben el río. Hablo de memoria sexual, un saber específico acerca de cada uno de no-sotros, fuente de una nueva lógica sobre nuestros acontecimientos vitales y lo más cerca que el psicoanálisis va a estar de aceptar la idea de alma. ¿Pero qué tiene que ver en este sitio puramente instintivo, la actividad inteligible? Pregunto a mi vez: ¿puede alguna otra cosa que una actividad inteligible, pensar la diferencia entre cada uno de nosotros?

¿Qué es este principio demoníaco? ¿Por qué Freud utiliza esta extraña palabra para marcar la repetición de conductas independientes del prin-cipio del placer? Cuando lo hace ya ha determinado que esta repetición es primaria, es decir, anterior al principio del placer y ligada al principio de realidad. Lo real es aquí la acción frente a la cual reacciona el aparato psí-quico. Esto nos ilumina enormemente, lo real no es un principio pasivo como ocurre en la percepción. No es “un fárrago de percepciones”, no es “a bunch of perceptions”. Esto real que actúa es evidentemente una idea-lización de lo real, parte de la actividad psíquica, tiene poca relación con el conocimiento. ¿Tiene relación con la actividad lógica? No lo sabemos. Sin embargo, al entrar en relación con nuestro principio de realidad activa nuestras defensas, despierta nuestra resistencia. Lo real no es otra cosa que

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la enmascarada irrupción del origen. ¿Por qué enmascarada? Porque lo real así presentado, guarda un secreto, sabe que será reconocido como propio y como real, por eso es rechazado, porque de lo real sabemos solamente que es propio, no conocemos ninguna otra cosa. Se trata de una actividad lógica cuyo sujeto no puede ser encontrado. El reconocimiento de lo real es tan poderoso que empaña nuestra capacidad de discernir si es exterior o interior, en su estado puro se presenta con el rostro de la locura.

“La novedad será siempre la condición del goce. En cambio, el niño no se cansa nunca de demandar la repetición de un juego al adulto que se lo ha enseñado o que en él ha tomado parte, y cuando se le cuenta una historia, quiere oír siempre la misma, se muestra implacable en lo que respecta a la identidad de la repetición y corrige toda variante introducida por el cuentista, aunque éste crea con ella mejorar su cuento.”

Curiosamente solemos definir la locura como una tópica. Decimos que alguien está loco cuando alucina, cuando no sabe que es real y que es imaginario, cuando ve gigantes en lugar de molinos, cuando ignora si algo es exterior o interior.

Que lo real sea persona es en verdad el principio de la razón instru-mental. La razón instrumental parece iniciarse con esta confusión inicial entre lo exterior y lo interior, e imaginando activo a lo que fantaseamos como exterior. La razón instrumental se inicia en la locura.

Quiero ahora detenerme en la cuestión del instinto de conservación. Este principio elemental ha permanecido indiscutido por muchísimo tiempo. Se ha pensado y nos cuesta abandonar esta consistencia, que es motor fundamental de la vida. Pero no se trata de cualquier vida, lo que defiende el principio de conservación es un perfil, un modo específico de la vida, es decir: a la persona. Decimos de un perro para diferenciarlo de otro que tiene una fuerte personalidad. Podemos pensar que esto de la personalidad del perro es una mera proyección de nuestra fantasía junto con cierta educación que le damos y que lo hace funcional a esta fantasía. Pero Freud nos dice aquí que las criaturas no mueren de cualquier modo, mueren según su forma y “no aceptan atajos”. Entonces, me parece, que la conservación tiene que ver con la identidad de la criatura, una cierta experiencia con el medio, con el mundo en que se mueve. Por lo tanto, la finalidad de la vida está en la capacidad de trasmitir a otro ese perfil. Lo animado mismo, no parece ser una cosa muy diferente de esta identidad y tiene evidentemente su culminación en ella. Si aceptamos esta hipótesis nos encontramos frente a un grave asunto, como es el de que la iden-

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tidad, crea cuerpo, es decir modifica la condición material de la criatura en función de un principio desconocido, que aparece como una meta, una finalidad, una culminación, pero que es el fundamento mismo de la criatura. No hay mucha dificultad en aceptar todo esto, pero tenemos la obligación de percatarnos de que nos encontramos en medio de un len-guaje religioso. Si la finalidad es destino y lo desconocido es espíritu, sólo tenemos que dar un paso para aceptar que la visión teológica es solo otra forma de expresar la misma evidencia. Y todo porque nos hemos sepa-rado de la materialidad determinante del cuerpo. Incluso la historia misma se convierte en el principio de resistencia que oponemos a lo real. Es la forma que tenemos de construir un mundo con nuestro desvalimiento.

No es esta la interpretación del mundo que hace Freud, como Gali-leo se detiene ante lo desconocido. Pero también sigue con la tendencia natural de la razón, no acepta quedar constreñido por la certeza. Nuestra obligación será la de explicarnos su proceso. Lo inanimado era antes que lo animado. En una época indeterminada fueron despertadas en la materia inanima-da, por la actuación de fuerzas inimaginables, las cualidades de lo viviente. Es una frase impresionante. Fuerzas inimaginables imprimen la persona sobre la vida. De esta persona totalmente hipotética, sólo sabemos que es una vo-luntad, sin ella sólo sería vida, tiene que haber por menos una dirección, un movimiento de lo viviente, pensado como la primera manifestación de lo inteligente. Pero además esta inteligencia es humana, entonces tam-bién debe ser gregaria, debe ser necesariamente una tendencia hacia los otros. Ignoro si Freud está consciente del carácter idealista de esta frase, pero me parece que esta voluntad hace cuerpo: por lo tanto, la materialidad como principio, pertenece a un tiempo derivado de la vida. Ya en este punto tan primigenio, ignoramos cuánto de nosotros colocamos en lo biológico. Freud desanda este camino, pero nosotros trataremos de con-tinuarlo. Quizá fue éste el proceso que sirvió de modelo a aquel otro que después hizo surgir la conciencia en determinado estado de la materia animada.

“De extraordinaria importancia para nosotros es el hecho de que la cé-lula germinativa es fortificada o hasta capacitada para esta función por su fusión con otra análoga a ella y, sin embargo, diferente.”

Este modelo, propio de la repetición, parece ser la semilla biológica de lo gregario. Cuando decimos que el hombre tiene naturaleza gregaria, pareciera ser que decimos: se unen los cromosomas x con los cromo-somas y. ¿Cuánto ilumina este origen respecto de nuestra condición ya

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establecida? Pienso que poco y nada, porque ya la extrema división entre la conciencia y la naturaleza humana, ha quedado relegada de nuestro sen-tido interno, ha quedado relegada del tiempo.

“…no deja de ser posible que los instintos que posteriormente han de ser calificados de sexuales aparecieran y entraran en actividad desde un principio y emprendieran entonces, y no en épocas posteriores, su labor contra los instintos del yo.”

“Superevolución y regresión podían ser ambas consecuencias de fuerzas exteriores que impulsan a la adaptación y el papel de los instintos que-daría entonces limitado a mantener fija la obligada transformación como fuente de placer interior…”

En los años 20 Hilbert inicio un ambicioso proyecto de axiomatiza-ción de la aritmética, veinte años después de sus famosos veintitrés pro-blemas. En 1931, Gödel, con un célebre teorema lógico, demostró que la empresa era imposible. De alguna manera la obsesión por la tópica en el psicoanálisis se basa en la imposibilidad de dar un contenido abstracto a su organización científica. El psicoanálisis es el teorema de Gödel de las ciencias humanas, nunca será posible construir una lógica de la transfe-rencia. Por eso Jaques Lacan interrumpe sus investigaciones

“Los procesos que tienen lugar en el desarrollo de una fobia neurótica, perturbación que no es más que un intento de fuga ante una satisfacción instintiva, nos dan el modelo de la génesis de este aparente «instinto de perfeccionamiento»; instinto qué, sin embargo, no podemos atribuir a todos los individuos humanos. Las condiciones dinámicas para su exis-tencia se dan ciertamente en general; pero las circunstancias económicas parecen no favorecer el fenómeno más que en muy raros casos.”

El perfeccionamiento humano, sólo puede entenderse como un pro-ceso de represión. Una tendencia estéril de la voluntad humana que ja-más podrá liberarse del condicionamiento de los instintos. Grave fatali-dad. Freud se burla un poco del trascendentalismo de Nietzsche, la idea del superhombre evidentemente le pudre los nervios. Creo que esta frase debe entenderse en el marco de esta crítica y no en general. La esencia misma de su experiencia clínica muestra una fe científica inquebrantable. Sin embargo, lo escrito escrito está y puede muy bien alguien opinar en contrario con razón.

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“Para muchos de nosotros es difícil prescindir de la creencia de que en el hombre mismo reside un instinto de perfeccionamiento que le ha llevado hasta su actual grado elevado de función espiritual y sublimación ética y del que debe esperarse que cuidará de su desarrollo hasta el su-perhombre. Mas, por mí parte, no creo en tal instinto interior y no veo medio de mantener viva esta benéfica ilusión.”

“El desarrollo humano hasta el presente me parece no necesitar expli-cación distinta del de los animales, y lo que de impulso incansable a una mayor perfección se observa en una minoría de individuos humanos puede comprenderse sin dificultad como consecuencia de la represión de los instintos, proceso al que se debe lo más valioso de la civilización humana.”

Cuando Freud avanza en esta investigación sobre la vida instintiva, dice que encuentra peculiaridades para diferenciar los instintos. Podríamos suponer que es una forma tentativa de acercarnos a algún concepto, pero piensen que toda la lógica está en entredicho, entonces estas peculiari-dades, a mi juicio no pasan de ser una expansión de la tópica. La razón instrumental modela su objeto desde “afuera” y se muestra incapaz de alcanzar algún concepto claro. Una y otra vez recae en la tópica porque no logra distinguir claramente ninguna lógica interna. ¿Se deberá esto a que el mundo natural no es el escenario apropiado para encontrar las leyes de una lógica de la transferencia? ¿Por qué decimos que se amplía la tópica? Hasta ahora hemos confundido las fronteras entre sensibilidad e inteligibilidad, actividad y pasividad, hemos investigado los límites de la percepción, hemos propuesto la pasividad de la conciencia ante la exci-tación exterior, en sentido contrario a lo que propone la tradición, pero Freud va a desandar el camino de sus afirmaciones iniciales.

Esta incapacidad de la conciencia para vislumbrar en todos aquellos procesos, extremadamente otros en los que parece no participar para nada, suscribe de alguna manera la tesis central del idealismo. Por eso en general, la mirada sobre la naturaleza pensada como alteridad (y que el fruto de esa mirada sea la razón instrumental, autodeclarada reciente-mente postmoderna, es decir que ni siquiera se hará cargo de su propia obra. Una razón que se piensa igual que un producto, como algo gemacht construido por el trabajo de Otro) representa el alumbramiento de un mundo sin el hombre. Esta visión apocalíptica resulta esencial a la natu-raleza humana.

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“A ello se agrega que no pudimos atribuir el carácter conservador, mejor dicho, regresivo, del instinto, correspondiente a una obsesión de repeti-ción, más que a los primeros, pues según nuestra hipótesis, los instintos del yo proceden de la vivificación de la materia inanimada y quieren establecer de nuevo el estado inanimado. En cambio, es innegable que los instintos sexuales reproducen estados primitivos del ser animado.”

Es como les decía más arriba, desde aquí hasta el final parece como si Freud bajara los brazos y quisiera desandar la investigación. Pero nos muestra de todos modos muchas conclusiones sugerentes. Primera cues-tión, el tema de la repetición no va ya a la búsqueda de una satisfacción negada, sino que va a la búsqueda de un principio muy inicial y remoto entre la vivificación y la vida inanimada. Segundo: los instintos sexuales pertenecen a la persona, como parece obvio; aunque también se dudará de esto como se verá más adelante, pero por ahora tenemos instintos sexuales e instintos del yo.

“Mas ¿qué importante suceso de la evolución de la sustancia viva es repe-tido por la procreación sexual o por su antecedente, la copulación de dos protozoarios? Siéndonos imposible responder a esta interrogación, ve-ríamos con gusto que toda nuestra construcción especulativa demostrase ser equivocada, pues de este modo cesaría la oposición entre instintos del yo o de muerte e instintos sexuales o de vida, y con ello perdería la obsesión de repetición la importancia que le hemos atribuido. Volvamos, por tanto, a una de las hipótesis antes establecidas por nosotros y tratemos de rebatirla. Hemos fundado amplias conclusiones sobre la suposición de que todo lo animado tiene que morir por causas internas…”

La primera hipótesis piensa que la división entre los sexos es la madre de todas las divisiones, el origen de la conciencia desgarrada. La segunda tratará de responder si la muerte responde a razones internas y entonces se convertirá en el paradigma central de la vida instintiva. Es en este pá-rrafo donde siento que Freud abandona la lucha, donde se percata de que no podrá arribar con éxito a una lógica de la transferencia.

“Esta hipótesis ha sido, naturalmente, aceptada por nosotros, porque más bien se nos aparece como una certeza. Estamos acostumbrados a pensar así, y nuestros poetas refuerzan nuestras creencias. Además quizá nos haya decidido a adoptarla el hecho de que no teniendo más remedio que morir y sufrir que antes nos arrebate la muerte a las personas que más amamos, preferimos ser vencidos por una implacable ley natural, por la

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soberana, a que por una casualidad que quizá hubiera sido evitable. Mas quizá esta creencia en la interior regularidad del morir no sea tampoco más que una de las ilusiones que nos hemos creado «para soportar la pesadumbre del vivir».”

La idea de que la fatalidad no sea ya una dura imposición sino un consuelo que arranque de nuestra voluntad la decisión de la vida y de la muerte, nos muestra por lo menos la profundidad y la sabiduría del pensamiento de Freud, su fina comprensión de la tragedia griega. Freud va a citar dos autores, uno es Fliess y otro Weismann. Confieso que no encontré una traducción legible de la obra de Fliess que sólo conozco por comentarios, pero sí he leído las fascinantes hipótesis de Weismann.

“Weismann, que considera morfológicamente la sustancia viva, reconoce en ella un componente destinado a la muerte, el soma, o sea el cuerpo despojado de la materia sexual y hereditaria, y otro componente inmor-tal, constituido precisamente por aquel plasma germinativo que sirve a la conservación de la especie, a la procreación.”

La hipótesis de Fliess relaciona la idea de la muerte con la teoría de los ciclos, es decir que la muerte esta ínsita en el concepto mismo de la vida, sin la cual la vida natural, aún en el orden material no podría comprender-se. Se trata de una aplicación biológica del sentido común y la experiencia de la humanidad. Una hipótesis sobre la base de una evidencia intuitiva, pero repito que sólo la conozco de segunda mano. Weismann en cambio concibe a la vida ya desgarrada, con un principio destinado a la destruc-ción que llama el soma: como la sombra con que los griegos imaginaban a la persona humana luego de la muerte, y otro principio que es la repre-sentación de la inmortalidad, como la vida que se alimenta a sí misma:

“De este modo, declara Weismann potencialmente inmortales a los uni-celulares. La muerte no aparecería hasta los metazoarios, ya multicelula-res. Esta muerte de los seres animados superiores es, ciertamente, natural, muerte por causas interiores; pero no se debe a una cualidad primiti-va de la sustancia viva, ni puede ser concebida una necesidad absoluta, fundada en la esencia de la vida. La muerte es más bien un dispositivo de acomodación, un fenómeno de adaptación a las condiciones vitales exteriores, pues, desde la separación de las células del cuerpo en soma y plasma germinativo, la duración ilimitada de la vida hubiera sido un lujo totalmente inútil. Con la aparición de esta diferenciación en los multice-lulares se hizo posible y adecuada la muerte. Desde entonces muere por

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causas internas, y al cabo de un tiempo determinado, el soma de los seres animados superiores; en cambio, los protozoarios continúan gozando de inmortalidad.”

La vida nace inmortal, pero se vuelve persona y por esta razón evo-luciona hacia la muerte. Sin embargo esta evolución como hemos visto se debe a la pretensión de los seres superiores de volver a un origen inanimado. A Freud le preocupan las causas interiores, pero no como un antecedente material de lo psíquico, sino para poder restaurar el ideal de la unidad de lo humano. Dicho en términos clásicos, los seres superiores, saben la muerte, la muerte es instalada por la autoconciencia, pero Freud jamás avanzaría en una reflexión de este tipo. No le preocupa la interiori-dad como yo pensé durante mucho tiempo, eso era un error.

“Si la muerte es una tardía adquisición del ser viviente, no tendrá objeto ninguno suponer la existencia de instintos de muerte aparecidos desde el comienzo de la vida sobre la Tierra. Los multicelulares pueden seguir muriendo por causas internas, por defectos de su diferenciación o imper-fecciones de su metabolismo”

Freud se separa en principio de la interpretación de Weismann. Si la muerte no es originaria, sino un “suceso” derivado de la evolución, el ins-tinto sexual destinado a ligar la energía vital no puede ser tampoco origi-nario. A continuación Freud cita a Goethe, lo cual nos sorprende bastante, si bien Goethe era un hombre culto, no estaba científicamente reputado. Sin embargo esto muestra la infinita autoridad intelectual que tuvo entre los alemanes, quizás sólo igualada por Martín Lutero o Victor Hugo, en Francia. Lo cierto es que Goethe parece ser que pensaba que la muerte era un fin de ciclo, algo similar a lo que dice Fliess. Inclusive, la renovación entre individuos del flujo vital, justifica este proceso epigonal de la vida, ya que si no existiera, tal renovación resultaría del todo innecesaria.

“Algunos autores han vuelto a la posición de Goethe (1883), que veía en la muerte una consecuencia directa de la procreación. Hartmann no caracteriza a la muerte por la aparición de un «cadáver», de una parte muerta de la sustancia animada, sino que la define como «término de la evolución individual.”

Sigue una discusión entre Woodruff y Weismann sobre la originalidad de la muerte. Todo esto es muy interesante realmente, pero creo que lo pueden leer mejor en el texto.

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“…pues la contradicción entre los resultados de Woodruff y los de otros investigadores obedece a que el primero ponía a cada nueva generación un nuevo líquido alimenticio.”

“Así pues, el infusorio, abandonado a sí mismo, sucumbe de muerte natu-ral producida por insuficiente alejamiento de los productos de su propio metabolismo”

Estos son los resultados de la polémica entre los biólogos. Creo que Freud no está muy interesado en si es primero el huevo o la gallina, porque sigo pensando en que pese a todo este desborde naturalista, el verdadero escenario para la reflexión de Freud sigue siendo la cultura, la sociedad humana y la presencia allí de principios eróticos y tanáticos le parece irrefutable. Como ya he dicho, aquí Freud se está preguntado en verdad por el sentido y el alcance de la percepción científica dentro de la región instintiva del hombre.

“Si abandonamos el punto de vista morfológico para adoptar el dinámi-co, nos será indiferente que pueda o no demostrarse la muerte natural de los protozoarios. En ellos no se ha separado aún la sustancia posterior-mente reconocida como inmortal de la mortal.”

Esta nueva división entre morfología, es decir estructura o forma y di-namismo (entelequia y dynamis, nos enseñaba Aristóteles hace 3000 años) no lo lean ya ha sido superada por la evolución. Decía que esta nueva división, me parece tan arbitraria como todas las anteriores, lo digo nue-vamente: no pierdan de vista el hecho de que Freud parte de una cierta evidencia clínica que desea fundamentar teóricamente, utiliza todos los medios a su disposición, pero toma en este camino muchas decisiones, que a mí me interesa desentrañar.

“Más aún en el caso de que los protozoarios demuestren ser inmorta-les, en el sentido de Weismann, la afirmación de que la muerte es una adquisición posterior no es valedera más que para las exteriorizaciones manifiestas de la muerte, y no hace imposible ninguna hipótesis sobre los procesos que hacia ella tienden. No se ha realizado, por tanto, nuestra esperanza de que la Biología rechazase de plano el reconocimiento de los instintos de la muerte, y si continuamos teniendo motivos para ello podemos, desde luego, seguir suponiendo su existencia. La singular ana-logía de la diferencia de Weismann entre soma y plasma germinativo, con nuestra separación de instintos de muerte e instintos de vida, permanece intacta y vuelve a adquirir todo su valor.”

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“Una célula ayuda a conservar la vida de las demás, y el estado celular puede seguir viviendo, aunque algunas células tengan que sucumbir…”

Me interesa el segundo párrafo donde Freud habla de “estado celular”. No se, ni creo que pueda saberse, si en esta frase hay ya un estado genéri-co para la humanidad, ya en la célula. Esto tendría grandes consecuencias teóricas, pero tiendo a interpretarlo como una pequeña imprecisión. Me parece que cuando comenzamos a derivar sesudas interpretaciones de una palabra o de una pequeña frase, entramos en una zona idolátrica, en esta zona nunca se sabe si el dios que idolatramos es el autor o somos nosotros.

“Ya hemos visto que también la cópula, la fusión temporal de dos uni-celulares, actúa conservando la vida de ambos y rejuveneciéndolos. Po-demos, pues, intentar aplicar la teoría de la libido, fruto de nuestra labor psicoanalítica, a la relación recíproca de las células y suponer que son los instintos vitales o sexuales actuales en cada célula los que toman las otras células como objeto, neutralizando parcialmente sus instintos de muerte…”

“Las células germinativas mismas se conducirían de un modo «narcisista», calificación que usamos en nuestra teoría de la neurosis para designar el hecho de que un individuo conserve su libido en el yo y no destine ninguna parte de ella al revestimiento de objetos…”

Es para que vean que no son dos renglones, pero lo que realmente interpreto es que toda la discusión tiene como fondo la polémica con Jung sobre la libido. Es decir, si la libido es un único instinto que funda todos los otros o si se trata de uno entre tantos instintos. Creo que esta polémica tiene que ver con el peso de la evidencia clínica que para Freud resulta imprescindible y entonces necesita de la restauración de un cierto ideal de la persona. La cuestión clínica para Jung resulta menos decisiva y, aparte de eso, me parece que Jung es un tarado que no tiene abuela, ni vale la pena de ser leído.

“De este modo la libido de nuestros instintos sexuales coincidiría con el «eros» de los poetas y filósofos, que mantienen unido todo lo anima-do…”

“El análisis de las neurosis de transferencia nos obligó primero a aceptar la oposición entre «instintos sexuales» dirigidos sobre el objeto y otros

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instintos que no descubríamos sino muy insuficientemente y que deno-minamos, por lo pronto, «instintos del yo». Entre estos últimos aparecían, en primer término, aquellos que se hallan dedicados a la conservación del individuo…”

Entonces la libidinización de los instintos del yo parecen suscribir en principio, la hipótesis de Jung sobre un instinto fundante de todos los demás. Pero Freud por supuesto no acuerda.

“Espíritus críticos y de penetrante mirada habían indicado ya hace tiem-po el error en que se incurría limitando el concepto de la libido a la energía del instinto sexual dirigido hacia el objeto.”

Freud nos dice que pasamos del reino de la hipótesis al de la mera arbitrariedad:

“Cada investigador establecía tantos instintos o «instintos fundamentales» (Grundtriebe), le venía en gana y los manejaba como manejaban los anti-guos filósofos griegos sus cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego…”

“El psicoanálisis, que no podía prescindir de establecer alguna hipótesis sobre los instintos, se atuvo al principio a la diferenciación popular de los mismos, expresada con los términos «hambre» y «amor». Esta división, que por lo menos no constituía una nueva arbitrariedad, nos bastó para avanzar considerablemente en el análisis de las psiconeurosis.”

Todo esto dicho así de pronto, parece muy de brocha gorda, muy de decir cualquier cosa. No es tan así. Lo que ocurre es que mientras Freud hace su controvertida descripción de la investigación, está pen-sando, al mismo tiempo, en su propio instrumento de análisis, y este sí es un elemento nuevo y de sutil eficacia. Aquí es donde Freud nos habla de peculiaridades. Ningún otro conocimiento hubiera sido tan importante para la fundación de una psicología verdadera como una aproximada visión de la natu-raleza común y las eventuales peculiaridades de los instintos. Lo que ocurre es que está por aceptar la libidinización de los instintos del yo, y esto correrá nuevamente la frontera que ha establecido. Las peculiaridades le permiten a Freud analizar un solo instinto que a la vez resulten varios. No creo que este asunto vaya mucho más allá.

“Estudiando el desarrollo de la libido del niño en su fase más temprana, llegamos al conocimiento de que el yo es el verdadero y primitivo de-

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pósito de la libido, la cual parte luego de él para llegar hasta el objeto. El yo pasó, por tanto, a ocupar un puesto entre los objetos sexuales y fue re-conocido en el acto como el más significativo de ellos. Cuando la libido permanecía así en el yo, se la denominó narcisista…”

Esta afirmación producto de la observación clínica, reafirma la tesis idealista. No puede haber instintos propios de un objeto antes de que el yo se haya convertido también en un objeto sexual. En términos clásicos lo que afirmamos es que sin sujeto no hay verdad. Descartes baila adentro de su tumba.

“Estos descubrimientos demostraron la insuficiencia de la dualidad primi-tiva de instintos del yo e instintos sexuales. Una parte de los instintos del yo quedaba reconocida como libidinosa. En el yo actuaban —al mismo tiempo que otros— los instintos sexuales; pero tal nuevo descubrimiento no invalidaba en absoluto nuestra antigua fórmula de que la psiconeuro-sis reposa en un conflicto entre los instintos del yo y los instintos sexuales. Mas la diferencia entre ambas especies de instintos, que primitivamente se creía indeterminadamente cualitativa, debía considerarse ahora de otra manera; esto es, como tópica. Especialmente la neurosis de transferencia, que constituye el verdadero objeto de estudio del psicoanálisis, continúa siendo el resultado de un conflicto entre el yo y el revestimiento libi-dinoso del objeto. Debemos acentuar tanto más el carácter libidinoso de los instintos de conservación cuanto que osamos ahora dar un paso más, reconociendo en el instinto sexual el «eros», que todo lo conserva, y derivando la libido narcisista del yo de las aportaciones de libido con los que se mantienen unidas las células del soma…”

Bueno aquí se dicen un montón de cosas todas muy importantes. El marco general de este párrafo es la afirmación de que el sitio de residen-cia de la libido es el yo. Esto redefine la importancia de la tópica. Aquí no se trata de determinar en qué lugar del hombre o de la naturaleza se pro-duce o se reproduce la vida instintiva. La tópica va a definir el perfil de los instintos, la tópica es la percepción del instinto, el instinto sólo existe a partir de la tópica. Cuando averiguamos dónde, también sabemos qué es. La conciencia representa los ojos del instinto y además refiere a la persona como uno. Al aceptar que la libido reside en el yo, estamos diciendo que el hombre es uno y que la vida instintiva contiene un saber que es posible de ser alcanzado: mas la diferencia entre ambas especies de instintos, que primiti-vamente se creía indeterminadamente cualitativa. Me parece que es esta la frase que nos aclara lo que es la tópica. De los instintos sabíamos que eran un

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algo, un algo que escapaba a la razón. La ansiedad que debe producirnos que algo tan cercano permanezca ignoto nos ha hecho considerar y cons-truir todo tipo de tablas, no siempre felices, para su resolución. No quiero discutir las tablas, pero sí me interesa marcar el sentido de la tópica, que nos muestra que el instinto ya no es algo indeterminadamente cualitativo para tener una referencia cierta respecto de la persona. Sin embargo, esto no es todo: la neurosis de transferencia, que constituye el verdadero objeto de estudio del psicoanálisis. Aquí la tópica se ha cargado del saber sobre los instintos propio del psicoanálisis, es decir por ejemplo que hay instintos del yo y del objeto ambos libidinosos por el momento, todo lo cual tampoco me interesa especialmente. Hablamos de la percepción. Pero esta percepción no va a quedar afuera de aquello de que habla. El saber del psicoanálisis permanecerá para siempre apresado por la persona, y entonces la percep-ción, si bien involucra una carga de conocimiento, como en la ciencia en general, refiere la totalidad de su contenido a la catarsis, a la irrupción de aquellos contenidos negados, y sólo puede construir su objetividad, el alcance de sus predicados a partir de esos contenidos. Esta capacidad de la reflexión para disolver la resistencia, la sustancia misma de los actos de los hombres y así sustituirlos por un puro deseo, es la contrapartida de la fe en la educación, tan firme en Freud, porque el fin del psicoanálisis no es otro que doblegar, sustituir, o aplazar los instintos libidinizados para así ligar-los, mediante un principio económico. Se trata de la percepción de un objeto ausente, porque incluso cuando hablamos de él dentro de la experiencia clínica ya no se encuentra entre nosotros, ha desaparecido incluso del discurso. No hay a qué aferrarse. Y vanamente decimos que el yo se ha transformado en un objeto sexual, pero no sabemos muy bien lo queremos decir con esto.

No se trata de una negación de la persona, sino de la presentación de la persona como negada en la lógica de la transferencia. Freud se manten-drá en sus trece, el marco general de este complejísimo proceso, seguirá siendo el principio del placer, ahora erótico: ¿por qué? Porque hemos descubierto el carácter libidinoso del instinto de conservación: que el eros produce persona… continúa siendo el resultado de un conflicto entre el yo y el revestimiento libidinoso del objeto. Este es el conflicto que mantiene la vida, pero ignoramos todavía por qué razón no deviene historia. Estamos solos en esta investigación, mucho me temo que Freud la haya abandonado. Carece de valor clínico para él.

“Pero aquí nos hallamos de repente ante una nueva interrogación: si también los instintos de conservación son de naturaleza libidinosa, no

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existirán entonces sino instintos libidinosos. Por lo menos, no se descu-bren otros. Mas entonces habrá de darse la razón a los críticos que desde un principio sospecharon que el psicoanálisis lo explicaba todo por la sexualidad, o a los innovadores como Jung, que decidieron, sin más ni más, emplear el término «libido» en el sentido de «fuerza instintiva ». ¿Es esto así?”

Freud no va a acordar con Jung, a partir de aquí concluye la mención de Jung y desarrolla su propio punto de vista.

“No era, ciertamente, este resultado el que nos habíamos propuesto al-canzar. Partimos más bien de una decidida separación entre instintos del yo o instintos de muerte, e instintos sexuales o instintos de vida. Nos ha-llábamos dispuestos a contar entre los instintos de muerte a los supuestos instintos de conservación, cosa que después rectificamos.”

“Nuestra concepción era dualista desde un principio y lo es ahora aún más desde que denominamos las antítesis, no ya instintos del yo e instin-tos sexuales, sino instintos de vida e instintos de muerte”

“La teoría de la libido, de Jung, es, en cambio, monista. El hecho de haber denominado en ella libido a su única fuerza instintiva tuvo necesaria-mente que producir confusiones, pero no puede ya influir para nada en nuestra reflexión.”

Freud inicia a continuación un muy interesante desarrollo de la es-tructura sadomasoquista, a la luz de la teoría de los instintos. En muchos escritos describe una duplicidad del sentimiento amoroso, inexplicable en sentido lato, amor-odio, se trata de una evidencia muy cara al arte antiguo. Recordemos el famoso verso de Catulo:

Odio y amo Quizá te preguntes cómo puedo hacer eso. No lo se. Pero es lo que siento, y me torturo.

Hace unos años hubiera descontado que todo el mundo conocía las angustias de Catulo por Lesbia, hoy descuento que nadie tiene la menor idea así que pulcramente transcribo. Hay muchos escritos de Freud sobre la duplicidad del sentimiento amoroso, el más conocido es ese artículo

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cortísimo La escisión del yo en los mecanismos de defensa. Pero quiero decir, que es algo muy evidente aún para el sentido común, muy antiguo en la experiencia de la humanidad.

“Mas ¿cómo derivar el instinto sádico dirigido al daño del objeto, del «eros», conservador de la vida? La hipótesis más admisible es la de que este sadismo es realmente un instinto de muerte, que fue expulsado del yo por el influjo de la libido naciente; de modo que no aparece sino en el objeto…”

“En el estadio oral de la organización de la libido coincide aún el apo-deramiento erótico con la destrucción del objeto; pasado tal estadio es cuando tiene lugar la expulsión del instinto sádico, el cual toma por último al sobrevenir la primacía genital, y en interés de la procreación, la función de dominar al objeto sexual…;”

Me interesa especialmente esta sección, porque aquí Freud nos ofrece una tópica muy primigenia de la dominación. No representa ninguna novedad decir que se requiere un gesto posesivo para encarar la penetra-ción masculina. Durante mucho tiempo se expresó la fantasía científica de que el hombre para penetrar se separaba de alguna manera del cuerpo femenino, en cambio la mujer se integraba, de alguna manera ampliaba su perímetro corporal. En efecto, la posesión pareciera que sólo puede inte-grar algo que previamente sea sustancialmente otro que uno, en cambio ser penetrado, pareciera ser integrar un pene al propio cuerpo. Se puede continuar el razonamiento diciendo que el gesto de integrar otro dentro de sí para completarse es un modelo sensible o instintivo del embarazo. Me parecen razonamientos absolutamente delirantes en los que se trata de expresar como teoría una percepción muy burda de la realidad, algo como decir que el delirium tremens es un delirio tremendo. Hacemos estas cosas, yo traduje: nasche slovo por noches eslavas , en lugar de nuestra palabra. Podemos hacer esto, pero no debemos pensar que hacemos ciencia o que tenemos la más mínima seriedad. Pero Freud razona con sencillez que el movimiento sádico es una agresión contra el objeto y el masoquismo, es una agresión contra el propio yo tomado como objeto. Todo lo cual no nos ilumina para nada sobre el origen o la índole de la agresión. La tópica, con el objeto ausente, resulta inútil.

“Pudiera decirse que al sadismo, expulsado del yo, le ha sido marcado el camino por los componentes libidinosos del instinto sexual, los cuales tienden luego hacia el objeto. Donde el sadismo primitivo no experi-

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menta una mitigación y una fusión, queda establecida la conocida ambi-valencia amor-odio de la vida erótica. Si tal hipótesis es admisible, habre-mos conseguido señalar, como se nos exigía, la existencia de un instinto de muerte, siquiera sea desplazado. Mas nuestra construcción especulativa está muy lejos de toda evidencia…”

“Observaciones clínicas nos forzaron a admitir que el masoquismo, o sea, el instinto parcial complementario del sadismo, debía considerarse como un retorno de sadismo contra el propio yo. Un retorno del instinto desde el objeto al yo no es en principio otra cosa que la vuelta del yo hacia el objeto, que ahora discutimos…”

En la dominación se muestra el deseo de que el otro sea uno mismo, una fantasía capaz de cumplir la totalidad de nuestros deseos. La domina-ción esconde su perentoria necesidad del otro. Sin embargo a diferencia de algunas interpretaciones que suponen a la dominación como consti-tuyente del yo, pienso que esto no tiene mucho sentido, la dominación debe suponer un yo ya constituido, pero con una parte de la cual nece-sitamos separarnos. La dominación es sin duda un conflicto de identidad que tiende a suplantar la ausencia del objeto deseado, lo cual está en la base de nuestra necesidad de satisfacción. En efecto, esperamos todo del esclavo. La violencia en la dominación aparece cuando ella se muestra impotente para interrumpir la espera por la satisfacción. El esclavo no es necesariamente una representación de nosotros, sino del mundo, en aquella parte en que necesitamos del mundo. Podríamos afirmar que estamos ante el hijo que fantaseamos ser, para un padre idealizado, pero esto, dicho así, en general, resulta otra pavada. Sí, me parece que la do-minación es una estructura previa a la conducta sadomasoquista, por eso digo que no creo que esta estructura sea constituyente de la conciencia.

La perplejidad acerca de la pulsión sádica puede expresarse de la si-guiente manera: la dominación pensada como una posesión indiferente, incapaz de saber si el objeto de satisfacción resulta aniquilado o no, e incapaz de reconocer como propio el sujeto del cual ha sido expulsada, se presenta en el retorno al yo, se presenta sólo en la pulsión masoquista, que es cuando la pulsión resulta libidinizada; esto es consistente con la diminutio, propia de la pulsión masoquista y funda el desvalimiento que acompaña a la dominación.

“A mi juicio, puede esta observación ser tomada como modelo para el efecto de la cópula sexual. Mas ¿de qué modo logra la fusión de dos células poco diferenciadas tal renovación de la vida? El experimento que

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sustituye la cópula de los protozoarios por la actuación de excitaciones químicas, y hasta mecánicas, permite una segura respuesta: ello sucede por la afluencia de nuevas magnitudes de excitación. Esto es favorable a la hipótesis de que el proceso de la vida del individuo conduce, obede-ciendo a causas internas, a la nivelación de las tensiones químicas; esto es, a la muerte, mientras que la unión con una sustancia animada, individual-mente diferente, eleva dichas tensiones y aporta, por decirlo así, nuevas diferencias vitales, que tienen luego que ser agotadas viviéndolas.”

En este punto, la muerte por causas internas, queda establecida.

“…más lo esencial de los procesos provocados por el instinto sexual con-tinúa siendo la fusión de los cuerpos de dos células. Por esta fusión es por la que queda asegurada en los seres animales superiores la inmortalidad de la sustancia viva. Dicho de otro modo: tenemos que dar luz sobre la génesis de la procreación sexual y, en general, sobre la procedencia de los instintos sexuales…”

Aquí comienza una reflexión sobre la unidad y la duplicación del cuerpo que llega hasta los Uspanishads, que a mi juicio es la explicación más profunda que se ha dado sobre la dominación, hasta Hegel.

“El «sexo» no sería, pues, muy antiguo y los instintos, extraordinariamen-te violentos, que impulsan a la unión sexual repitieron al hacerlo algo que había sucedido una vez casualmente, y que desde entonces quedó fijado como ventajoso…”

En realidad le vamos a dar un barniz científico a la idea más menos aceptada de que el sexo como descarga es una representación de la muer-te, porque será este, justamente, el inicio de una nueva vida. No es otra cosa que la transposición de la tragedia sexual propia de la naturaleza animal. A mi me parece que el sexo humano es un asunto mucho más complejo y misterioso.

“Para nuestras intenciones la mencionada concepción de la sexualidad rinde escasísimo fruto. Se podrá objetar contra ella que presupone la exis-tencia de instintos vitales, que actúan ya en los más simples seres animados, pues, sino, habría sido evitada, y no conservada y desarrollada, la cópula, que actúa en contra de la cesación de la vida y dificulta la muerte.”

La lógica es algo tremendo -dice mi amigo Saccomanno, citando al padre Menviel-. Si el instinto de muerte fuere esencial al hombre, la có-

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pula que defiende y alimenta la vida debiera haber sido evitada. Creo que si algún argumento destroza el monismo jungiano es este.

“Me refiero, naturalmente, a la teoría que Platón hace desarrollar a Aris-tófanes en el Symposion, y que no trata sólo de la génesis del instinto sexual, sino también de su más importante variación con respecto al obje-to. «La naturaleza humana era al principio muy diferente. Primitivamente hubo tres sexos; tres y no dos, como hoy en día; junto al masculino y al femenino vivía un tercer sexo, que participaba en igual medida que los otros dos…» Todo en estos seres humanos era doble; tenían cuatro pies, cuatro manos, dos rostros, genitales dobles, etc. Mas Júpiter se decidió un día a dividir a cada uno de ellos en dos partes, «como suelen partirse las peras para cocerlas». «Cuando de este modo quedó dividida en dos toda la Naturaleza, apareció en cada hombre el deseo de reunirse a su otra mitad propia, y ambas mitades se abrazaron, entretejieron sus cuerpos y quisieron formar un solo ser…» Weismann (Das Keimplasma, 1892)”

“«La fecundación —dice— no significa en modo alguno un rejuvene-cimiento o renovación de la vida; no sería necesaria para la perduración de la vida y no es más que un dispositivo para hacer posible la mezcla de dos diferentes tendencias de herencia.» Weismann opina, además, que el efecto de tal mezcla es una elevación de la variabilidad de los seres animados.”

Esto resulta bastante extraordinario y creo que es la explicación más brillante sobre la idea de la dominación. En efecto, el sentido final de la cópula no puede ser otro que la búsqueda de una unidad perdida, una inclusión cósmica de la naturaleza humana. ¡Este es el secreto que oculta el sexo humano!.

“«Pero él (el Atman) no tenía tampoco alegría; por esto no se tiene ale-gría cuando se está solo. Entonces deseó un compañero. Pues él era del tamaño de un hombre y una mujer juntos cuando se tienen abrazados.”

“Este sí mismo: [selbst] lo dividió él en dos partes y de ellas surgieron el esposo y la esposa. Por esta razón es este cuerpo una mitad del mismo. Así lo ha declarado Tajnavalka. Y este espacio vacío es llenado aquí por la mujer.» El Brihad-Aranyaka-Upanishad es el más antiguo de todos los Upanishadas, y todo investigador digno de crédito le atribuye una fecha anterior al año 800 antes de J. C.”

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Resulta notable la cita de los Uspanishads. No coincido para nada con que el Atman sea una figuración del selbst, tampoco se trata del primer hombre. Los indios no creían poder depositar en el género humano el inicio de su procreación, ésta debía ser obra de los dioses, de criaturas mucho más capaces y ambiciosas que el hombre.

La gran dificultad en el pensamiento de Freud no es su vena patriar-cal, como se dice cuando se lo acusa de no reflexionar debidamente la cuestión del género, la genética de la sexualidad femenina. Como a Maquiavelo, se lo acusa por aquello que refleja, le endosamos al pobre Freud nuestros propios crímenes. Si no había otra cosa que patriarcalis-mo, un hombre que estaba tratando de fundar una ciencia inductiva y no de establecer una propedéutica para la conducta humana, ¿qué otra cosa hubiera debido reflejar? Diferente es el impedimento hacia la conciencia histórica, porque en este caso Freud trató de desarrollar el tema en varios libros, pero siempre nos quedamos con la sensación de que pese a que nos propone ideas fecundas y muy originales, está haciendo el análisis con un cuchillo de madera, con un instrumental que no es propio del tema. Algo como Mercedes Sosa cantando tangos. Mi gran dificultad en este asunto es que cada vez que se encuentra ante una contradicción palpable en la evidencia clínica como por ejemplo: amor-odio, el doctor austriaco interpone un proceso evolutivo totalmente artificial y arbitra-rio. Ha sido consecuente en esto, debo admitirlo: la evolución entre dos figuras de una misma vida, se ha utilizado para resolver casi todas sus per-plejidades. Me pregunto ¿qué sistema evolutivo supera la contradicción amor-odio?

Vayamos a esta duplicación del cuerpo como fantasía sobre el origen de la cópula. Cuatro manos, cuatro pies, dos corazones. Pero fundamen-talmente: nadie para procrear. No se necesita de ningún otro, la figura del Atman, es sin duda hermafrodita. He pensado que estamos ante la fantasía que la dominación oculta: la especie dentro de sí. Se trata con seguridad de una visión de la inmortalidad como siempre se ha dicho. Pero hay más. Me parece que esta es la figura que se quiere recuperar a través del esclavo, no algo que nos ponga a salvo de los ciclos, sino algo que nos permita representarlos. Es como si la dominación representara la pretensión cósmica del hombre.

Lo único capaz de apartarnos del ciclo sexual del mundo animal, el cual inexorablemente culmina con la muerte. La piedad humana no parece otra cosa que la necesidad de apartarse de esta condición trágica: tortugas nadando 4000 km. en el océano, salmones muriendo en el río, luego de

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desovar, incluso la danza del león y la gacela, forman parte del mismo re-lato trágico, cuya sexualidad, igual que la infantil, trasciende la cópula.

¿Pero acaso todas estas elucubraciones, no se encuentran suficiente-mente desarrolladas en la teoría del narcisismo? ¿No estamos forzando terriblemente la interpretación? Dejemos esto pendiente para las conclu-siones porque es un tema muy espinoso. La crítica vale.

“La llamada intuición me merece escasa confianza en esta clase de tra-bajos: lo que de ella he visto me ha parecido más bien el resultado de cierta imparcialidad del intelecto. Pero sucede qué, desgraciadamente, pocas veces se es imparcial cuando se trata de las últimas causas, de los grandes problemas de la ciencia y la vida. A mi juicio, todo individuo es dominado en estas cuestiones por preferencias íntimas, profundamente arraigadas, que influyen, sin que el sujeto se dé cuenta, en la marcha de su reflexión. Dadas tan buenas razones de desconfiar, no queda sino atre-verse a mirar con fría benevolencia los resultados de los propios esfuerzos intelectuales.”

Se ve que concluimos esta investigación con muchas más preguntas que respuestas. Pasa casi siempre. ¿Por qué Freud pone aquí esta frase, que se parece a la determinación de la ideología, a una cierta concepción estética o a la influencia del sentido común sobre la teoría? Pareciera que se le escurre el objeto, no encuentra la condición lógica de una teoría de los instintos sino muy aproximativamente. En efecto, pienso que aquí confiesa que no puede alcanzar con esta reflexión términos que resulten satisfactorios respecto de la humanidad del hombre. Su teoría de los ins-tintos y la modificación tópica no tendrá un predicado suficiente, pese a habernos paseado hasta los Uspanishads. La conciencia es tan poderosa como su reflexión. Se han perdido los ambiciosos pasos iniciales.

“Débense rechazar implacablemente aquellas teorías que el análisis de la observación contradice desde un principio, aunque se sepa también que la justeza de la propia teoría no es más que interina. En el juicio de nues-tra especulación sobre los instintos de muerte y los de vida nos estorbaría muy poco que aparecieran tantos procesos extraños y nada evidentes, tales como el de que un instinto expulse a otro o se vuelva del yo hacia el objeto, etc.”

“Si no, no podríamos descubrir los procesos correspondientes; ni siquiera los habríamos percibido. Los defectos de nuestra descripción desaparece-rían con seguridad si en lugar de los términos psicológicos pudiéramos

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emplear los fisiológicos o los químicos. Estos pertenecen también cier-tamente a un lenguaje figurado, pero que nos es conocido desde hace mucho más tiempo, y es quizá más sencillo. Queremos dejar, en cambio, claramente fijado el hecho de que la inseguridad de nuestra especulación fue elevada en alto grado por la precisión de tomar datos de la ciencia biológica, la cual es realmente un dominio de infinitas posibilidades…”

No se me escapa que en toda esta mención a los Uspanishads se en-cuentra la sombra de Jung. Pienso que Freud ha de haber recibido alguna crítica demoledora del establishment académico. No lo puedo distinguir a ciencia cierta, porque Freud era naturalmente polémico, y por la natura-leza de sus estudios, le daban –literalmente- “como en la guerra”. Creo que Jung no era ni siquiera un nazi, era un burócrata mediocre, lleno de temor, que buscaba acomodarse detrás de falsas teorías helenistas y burdas ideas culturalistas acerca de lo inconsciente. No era ni un Nietzsche, ni un Heidegger y la historia puso a cada quien en su sitio. Pero en el mo-mento en que Freud escribe esto, quizás faltaba esta perspectiva.

Es decir, sobre los instintos se pueden escribir cien tópicas sin avanzar ni un centímetro en la investigación. Debemos vincular la tópica con el descubrimiento, “si no, no podríamos descubrir los procesos correspon-dientes; ni siquiera los habríamos percibido”. Esto es esencial, el núcleo de sentido de una lógica de la transferencia se encuentra en la vincu-lación entre los procesos visibles a la conciencia -no decimos todavía de quién- y su tópica, correspondientes en el sujeto. El dualismo en Freud, como dirá más adelante, tiene una importancia operativa, hace al crecimiento del saber del psicoanálisis, sin que nos importe todavía evaluar este saber, conocer su valor en relación con una visión histórica, biológica o antropológica. La importancia de lo que se dice estriba en que aquí Freud ya sabe que esta segunda vinculación es un mal sueño, un instrumento impropio, y que no le hace ningún bien al psicoanálisis. Extraño solipsismo metodológico. La percepción en el psicoanálisis no es otra cosa que esta vinculación.

La figuración del lenguaje del psicoanálisis arranca contenidos de to-das las áreas, pero no siempre se beneficia, la precisión de la biología le ha resultado inconveniente, por su enorme extensión y diversidad, pero además por otra razón mucho más importante: porque la biología no existe por azar sino que expresa una referencia cierta a la subjetividad completamente diferente a la del psicoanálisis y para tomar este lenguaje figurado, pero que nos es conocido desde hace mucho más tiempo, y es quizá más sencillo, el psicoanálisis debe necesariamente hacer una traducción que lo

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aleja completamente de su objeto. La biología nos ha quedado grande, pero mucho más nos ha resultado impropia para el análisis. Ahora todas las señoras gordas con hambre de cultura general, se sienten mejor por-que Freud va a abandonar esta incómoda jerga científica, propia de las ciencias duras, para hablar en un lenguaje propio de las ciencias sociales, el cual ha sido la primera muestra de seducción que el psicoanálisis mos-tró frente a estas señoras, que hoy pueblan los sillones de la psicología argentina, ejerciendo lo que es: el teleteatro del psicoanálisis; problemas de género, de educación, de conducta, de conducta sexual, la violencia, escuela para padres, escuela para hijos, escuela para el espíritu santo, tera-pias breves, psicología objetiva, gestáltica, constelaciones. ¿Qué haríamos sin todo esto? ¿No?

“Si realmente es un carácter general de los instintos el querer reconstituir un estado anterior, no tenemos por qué maravillarnos de que en la vida anímica tengan lugar tantos procesos independientemente del principio del placer. Este carácter se comunicaría a cada uno de los instintos parcia-les y tendería a la nueva consecución de una estación determinada de la ruta evolutiva. Pero todo esto que escapa aún al dominio del principio del placer no tendrá que ser necesariamente contrario a él. Lo que sucede es que todavía no se ha resuelto el problema de determinar la relación de los procesos de repetición instintivos con el dominio de dicho principio.”

“…pero el principio de placer no queda por ello derrocado. La transfor-mación sucede más bien en su favor, pues la ligadura es un acto prepara-torio que introduce y asegura su dominio.”

Hemos demostrado que el principio del placer ha derivado de otro principio libidinizado aunque propio del yo (extremadamente cerca de Jung), pero el hecho de que no sea primigenio no disminuye su poder, ni la capacidad que tiene para ocupar el espacio del aparato psíquico. Tal es así, que todo queda traducido finalmente dentro de su perspectiva. In-dudablemente Freud está consciente de que estas afirmaciones producen una inaceptable carga subjetiva sobre las verdades de la ciencia psicoana-lítica. A Freud mismo le resulta insoportable esta consecuencia, se refugia como siempre en la evolución y en el hecho de que él sólo ejerce una técnica menor. Aunque sus escritos anteriores y posteriores, denuncian una pretensión muy diferente.

“Conservamos después este nombre cuando los resultados del psicoaná-lisis nos obligaron a hacer menos estrecha su relación con la procreación.

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Con el establecimiento de la libido narcisista y la extensión del concepto de la libido a la célula aislada se convirtió nuestro instinto sexual en el «Eros», que intenta aproximar y mantener reunidas las partes de la sustan-cia animada, y los llamados generalmente instintos sexuales aparecieron como la parte de este «Eros» dirigida hacia el objeto. La especulación hace actuar al «Eros», desde el principio mismo de la vida, como «instinto de vida», opuesto al «instinto de muerte» surgido por la animación de lo anorgánico, e intenta resolver el misterio de la vida por la hipótesis de estos dos instintos que desde el principio luchan entre sí…”

Definimos de manera gruesa al narcisismo como un retorno al yo. Sin embargo si dejamos por un momento la reflexión estrictamente psicoló-gica, vemos en él, una conducta extremadamente reactiva respecto de la excitación exterior: ¿cuánto de conocimiento del yo tiene esta conduc-ta? Porque convengamos en que la pulsión narcisista es una pulsión in-consciente, esto resulta elemental. Aparece ante la vista de un tercero con claridad, porque se trata de una conducta muy reconocible, un gesto de autoprotección. Sin embargo estamos hablando, si no entiendo mal, de un movimiento alucinatorio de lo inconsciente, sobre el cual se imprime un cierto saber consciente, por ejemplo un saber tópico acerca de la subjeti-vidad. Entonces: ¿de qué estamos hablando cuando pergeñamos la frase: pulsión narcisista libidinizada? Yo creo que si bien se trata de una conducta muy visible, por esto mismo su carácter alucinatorio queda completamen-te oculto para nosotros, por eso también expresa la debilidad perceptiva y emotiva del yo, muy cerca ya de la frontera con la patología.

“No es tan fácil seguir la transformación sufrida por el concepto de «ins-tintos del yo». Al principio, denominábamos todas aquellas direcciones instintivas, poco conocidas por nosotros, que se dejaban separar de los instintos sexuales dirigidos hacia el objeto, y oponíamos los instintos del yo a los instintos sexuales, cuya manifestación es la libido. Más tarde, nos acercamos más al análisis del yo y vimos que también una parte de los instintos del yo es de naturaleza libidinosa y ha tomado como objeto al propio yo. Estos instintos narcisistas de conservación tenían, pues, que ser agregados a los instintos sexuales libidinosos. La antítesis entre instintos del yo e instintos sexuales se transformó en la de instintos del yo e instin-tos del objeto, ambos de naturaleza libidinosa…”

Evidentemente la libido de Jung persigue la investigación de Freud, pero oculta algo que para Freud es muy importante en este análisis: la unidad de la persona.

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“En su lugar apareció otra entre instintos libidinosos (instintos del yo y del objeto) y los demás que pueden estatuirse en el yo y constituir quizá los instintos de destrucción. La especulación transforma esta antítesis en los instintos de la vida (Eros) e instintos de muerte.”

Aquí se dice objeto desde la perspectiva de la más extrema subjetivi-dad, no solo transformando al yo en un objeto y además, en un objeto libidinizado, sino disolviendo este objeto en un sujeto que se piensa a sí mismo como otro y de cuya tópica no sabe casi nada, porque este sujeto que se piensa a sí mismo, ha sido súbita y brutalmente arrancado de sus propios antecedentes teóricos y metafísicos.

“Separemos función y tendencia, una de otra, más decisivamente que hasta ahora. El principio del placer será entonces una tendencia que es-tará al servicio de una función encargada de despojar de excitaciones el aparato anímico, mantener en él constante el montante de la excitación o conservarlo lo más bajo posible. No podemos decidirnos seguramente por ninguna de estas tres opiniones…”

Otra vez Freud piensa estructura y dinamismo en el mismo sentido en que interpone la evolución, las distintas figuras de la misma vida para ex-plicar una contradicción. Otra vez piensa una tópica con un objeto que no esta negado como se dice, sino que se muestra como ausente.

“Los procesos primarios son temporalmente más tempranos; al principio de la vida anímica sólo ellos existen, y si el principio del placer no se hallase ya en actividad en ellos, no podría tampoco establecerse para los posteriores. Llegamos así al resultado harto complejo en el fondo, de que la aspiración al placer se manifiesta más intensamente al principio de la vida que después, aunque no tan limitadamente, pues tiene que tolerar frecuentes rupturas.”

Freud sostiene a rajatabla la diferencia con Jung. Hay una disputa per-sonal y política, pero la preeminencia del instinto de placer tan proble-mática ante la experiencia clínica es necesaria para que la “persona” no se disuelva en la “vida”. Cualquier cosa que esto sea.

“¿Son los procesos de energía ligados y desligados los que debemos di-ferenciar por medio de estas sensaciones, o debe referirse la sensación de tensión a la magnitud absoluta o eventualmente al nivel de la carga, mientras que la serie placer-displacer indica la variación de la magnitud

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de la misma en la unidad de tiempo? Es también harto extraño que los instintos de vida sean los que con mayor intensidad registra nuestra percepción interna, dado que aparecen como perturbadores y traen in-cesantemente consigo tensiones cuya descarga es sentida como placer, mientras que los instintos de muerte parecen efectuar silenciosamente su labor. El principio del placer parece hallarse al servicio de los instintos de muerte, aunque también vigile a las excitaciones exteriores, que son consideradas como un peligro por las dos especies de instintos, pero es-pecialmente a las elevaciones de excitación procedentes del interior, que tienden a dificultar la labor vital. Con este punto se enlazan otros nume-rosos problemas cuya solución no es por ahora posible.”

Es decir: ¿la cantidad de energía depende del proceso o representa una carga cualitativa de la excitación? Brillante. No hay –creo- modo de re-solver esto. Aquí vuelve este curioso problema del sentido interno. Freud defiende el criterio de que el carácter alucinatorio de los mecanismos, cuya tópica ubica en el inconsciente pone en cuestión la condición sub-jetiva del tiempo. Me sigue pareciendo todo lo contrario. Este artículo demuestra de manera irrefutable que la secuencia de la descarga entre energía libre y energía ligada no puede ocurrir sin una condición sub-jetiva del tiempo. Tengo tranquilidad en esto y pienso que Freud puede hacer las paces con Kant.

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“Ya en el verano de 1876, a mediados de temporada de los primeros Festivales, tuvo lugar dentro de mí una despedida de Wagner. No soporto nada equívoco; desde que Wagner estuvo en Alemania, condescendió paso a paso con todo lo que yo desprecio — incluso con el antisemitismo... Fue entonces, en efecto, el momento cumbre para la despedida: pronto obtuve la prueba de ello. Richard Wagner, en apariencia el máximo triunfador, en realidad un podrido y desesperado décadent, se postró de improviso, desamparado y abatido, ante la cruz cristiana... ¿No tuvo entonces, pues, ningún alemán ojos en la cara ni compasión en su conciencia para ese horrible espectáculo? ¿Fuí yo el único que sufrió por ello? — en suma, el inesperado suceso arrojó sobre mí un relámpago de claridad sobre el lugar que aca-baba de abandonar — y también ese estremecimiento posterior que siente el que ha corrido inconscientemente un enorme peligro. Cuando proseguí en solitario mi camino, temblaba; no mucho después caí enfermo, más que enfermo, cansado, can-sado de la insoportable desilusión ante todo lo que aún sigue entusiasmándonos a nosotros, hombres modernos, ante la fuerza, el trabajo, la esperanza, la juventud,

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el amor dilapidados por todas partes, cansado de la náusea ante toda la mentira idealista y el debilitamiento de la conciencia, que de nuevo habían logrado ahí la victoria sobre uno de los más valientes, cansado, en fin, y no fue esto lo de menos, de la tristeza de una implacable sospecha — la de que de ahora en adelante estaba condenado a desconfiar más profundamente, a despreciar más profundamente, a estar más profundamente solo que antes. Pues no he tenido nunca a nadie como Richard Wagner... Siempre estuve condenado a tener alemanes.”

Friedrich Nietzsche: Contra Wagner

Hacia 1889 comienza la decadencia intelectual de Friedrich Nietzs-che. La anécdota relata que Nietzsche hablaba con un caballo como si fuera Wagner. No podemos afirmarlo con certeza, desconozco la primera fuente, pero se trata de información que seguramente nos llega a través de la hermana, persona muy interesada en desprestigiar su pensamiento, por razones políticas y seguramente patológicas. No importa, el nuestro es el punto de vista del caballo. Hemos elegido esta mirada silenciosa a fin de pensar la vida a través de la locura. Nietzsche se horroriza ante la figura de Richard Wagner postrado ante la cruz. A mí no me impresiona tanto. Sigue en esto la tradición de Goethe. En efecto la cruz es el único horizonte que queda cuando la trascendencia nos arranca de nuestro último apoyo.

El sentido final de la reflexión de Freud representa un intento por comprender la locura. No podemos encarar una mirada antropológica acerca de su pensamiento sin detenernos en este tema. Esta vez no con mirada clínica, esta vez no vamos a considerar como se manifiesta la lo-cura, sino que significa para nosotros.

A mi juicio la locura es intenso sufrimiento y no negación del su-frimiento como se dice. Se le otorga entonces una condición superior, una mirada más sabia, pero esa mirada no está en la locura sino en todo aquello que nos arrastró a aquella sima. Es cierto que la locura no re-presenta una negación de lo humano, pero siempre lo pone en cuestión. Hablo de ella en su manifestación extrema, la psicosis. Quizás la locura representa la terrible herida que el hombre le infringe una y otra vez a la vida, el precio que pagamos cuando logramos ver la monstruosa condi-ción de la persona. También quiero decir que esta mirada que representa una sabiduría, aunque no se pueda trasmitir como saber, nos aleja del

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prójimo. Cuando cruzamos esa línea sólo nos acercamos al otro en la pausa, en el agotamiento del salvaje dragón o del aterrorizado insecto que nos habita, porque la verdad final de la locura es que sale de nosotros mismos, es nuestra. Ocurre casi siempre por sucesos exteriores que no podemos resistir, pero la locura es nuestra respuesta, nos pertenece. Ella posee también un patrimonio social, países, grupos y pueblos se vuelven locos, se olvidan de sí, pierden el sentido del itinerario. La locura habita en la crueldad, y también en el amor, pero siempre representa sufrimien-to, porque aún en el goce, carga con la negación de una parte importante de nuestra humanidad. La desgracia insanable de ser personas.

La locura es la expresión objetiva de nuestro desvalimiento.Se ha querido relacionar muchas veces el pensamiento de Nietzsche

con el de Freud porque ambos sospechan de la filosofía de la persona. Sospechan que esa persona es en realidad un bien histórico. A mi juicio no hay nada más antagónico que las filosofías de Nietzsche y de Freud. Nietzsche hace de la filosofía un camino de profecía, de anticipación de lo que vendrá. Esto es lo que Freud más desea destruir en el pensamiento, porque lo deja sin nada. Esta capacidad profética nos arranca de la vida, a juicio del doctor austriaco. Freud es materialista en este sentido. La pro-fecía, el arte del vaticinio produce una verdadera deformidad intelectual en el hombre, un rechazo de su destino de lucha: ¡y el germano todavía se goza de esta situación trágica!. El sentido del pensamiento para Freud se encuentra en el alivio y en la libertad, de lo contrario, el mandato grega-rio y la existencia del pueblo carecen de sentido. Freud jamás comulgaría con una filosofía de la soledad, aunque él mismo haya sido un profeta y quienes así piensan, pese a haber leído libros, son muy ignorantes.

Imagino un alma cualquiera consolando a las demás a orillas de la Estigia, a la espera del barquero, imagino una meshumá judía…

Quid pro Quo

¿Qué tenemos? Hemos comenzado colocando un tercer elemento entre el instinto y su satisfacción: el concepto de estabilidad de Fechner. Esto nos ha permitido dos cosas, historiar el proceso, es decir sacarlo de un intercambio meramente alucinatorio y así vincularlo no sólo con cada uno de nosotros, sino con la especie humana en general, esto es, darle una carga lógica universal. Pero Freud no avanza hacia el siguiente paso que sería pensar la condición gregaria de la vida instintiva, puesto

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que ha limitado gravemente su propio discurso cuyas conclusiones sólo se acercarán de manera tópica a los fenómenos que desean comprender. Por el contrario se sumerge en una genética fantasmal para descubrir el lugar originario de los instintos y pensar la relación entre satisfacción y estabilidad. Hace esto arrastrado por la hipótesis muy sugerente de que la llamada “evolución” esconde el signo de la búsqueda del origen. Como no podía ser de otra manera se niega a perder la unidad de la persona en la búsqueda de este origen, y debe por ello colocar la actividad libidi-nal aún en la célula humana, simplemente porque esta célula, o vesícula viviente, o principio de lo animado -como los quiera llamar- resulta en distintas figuraciones de la persona de sus pacientes, de los cuales le es imposible separarse, si lo hiciera, la experiencia clínica quedaría divorcia-da de la teoría del psicoanálisis.

Si pensamos la presente investigación con el criterio habitual de la academia, según la cual Freud nos ofrece una nueva tópica para la teoría de los instintos y entonces se produce una suerte de corrimiento de las fronteras entre lo sensible y lo inteligible, y una nueva conexión de la vida instintiva personal con la naturaleza de lo humano, seguramente los resultados nos van a parecer paupérrimos, confusos y contradictorios. Evidentemente el objetivo es diferente -o por lo menos yo quiero pensar así- en esta interpretación. Freud examina aquí la naturaleza de su propio instrumental teórico, este es el verdadero objetivo del análisis. Una vez establecida la hipótesis general de que la evolución no es otra cosa que la recuperación para la conciencia de un origen primigenio. Freud va a aceptar, aunque con objeciones la libidinización de todos los instintos y la relatividad de cualquier tópica, porque el contenido de los instintos resulta especialmente reactivo al análisis científico. Nace así una discusión metafísica sobre la muerte. Esto es: si la muerte adviene a la conciencia como un suceso puramente exterior y confuso o si se produce a causa de una decadencia y posterior finalización de la carga vital interior. Es importante el conocimiento que podamos tener sobre nuestra propia muerte, sobre todo si esta transcurre a pesar de, o quizás utilizando la mis-ma carga de la culminación. De este modo puede comprenderse desde la naturaleza de lo humano la contradicción palmaria de nuestros senti-mientos en lo que hace a su relación con la vida instintiva. Lo que Freud nos dice es que la vida se nos vuelve incomprensible por esta dualidad esencial que la define, o dicho de una manera un tanto tétrica, cuando hablamos del yo, no es uno sólo el que vive.

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los instintos y sus dEstinos - triEbE und triEbschicksalE

Quizás no quiera inclinarmeAnte este soplido de mierda

Que es la vida.

Allen Guinzberg, Caddish y Otros Poemas

Pero a partir de aquí comienzan a aparecer grandes novedades teóricas, porque el análisis del instrumento crítico, resulta luminoso. Primero he-mos de entender que no podemos percibir, sin modificar la sustancia de lo percibido. La percepción de los instintos, tiene muchos aspectos, el ob-jeto de análisis padece una condición subjetiva tan extrema que no será posible nombrarlos sin que se nos aparezcan traducidos y modificados dentro del relato que los nombra. No todo es así en la vida, pero sí ocurre con los instintos en particular. La carga del instinto tiene una objetividad que proviene del hecho de ser una excitación exterior a la conciencia, aunque muchas veces el aparato psíquico ocupa un lugar pasivo, cuando es desbordado y debe resistir. Otras veces es activo cuando debe ligar la energía libre, y aún el impulso interior viene enmascarado como uno exterior, y debe ser resistido porque se presenta con todo su poder. Todo esto hace de la tópica algo muy relativo, pero también importante, por-que es la tópica y no otra cosa la que nos permite discernir las diferencias. Entonces percepción será la tópica, su negación, el sujeto su negación, el objeto, su negación, el discernimiento simultáneo de todos estos vínculos y finalmente la integración de todo esto en un universo apropiado para la razón instrumental. Cuando en su pequeño artículo acerca de los ins-tintos y sus destinos, Freud construye una tabla elemental para nombrar a los instintos, acepta primero a los instintos sexuales y a los instintos del yo (ambos libidinizados).

“He propuesto distinguir dos grupos de tales pulsiones primordiales: las pulsiones yoicas o de autoconservación y las pulsiones sexuales. Pero no conviene dar a esta clasificación el carácter de una premisa necesaria, a diferencia, por ejemplo, del supuesto sobre la tendencia biológica del aparato anímico; es una mera construcción auxiliar que sólo ha de mantenerse mientras resulte útil, y cuya sustitución por otra en poco alterará los resultados de nuestro trabajo descriptivo y ordenador. La ocasión que movió a esta-blecerla brotó de la génesis misma del psicoanálisis, que tomó como su

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primer objeto las psiconeurosis, más precisamente el grupo de las llama-das «neurosis de trasferencia» (la histeria y la neurosis obsesiva), y en ellas obtuvo la intelección de que en la raíz de todas esas afecciones se hallaba un conflicto entre los reclamos de la sexualidad y los del yo. Como quiera que sea, es posible que un estudio más exhaustivo de las otras afecciones neuróticas (sobre todo de las psiconeurosis narcisistas: las esquizofrenias) obligue a enmendar esa fórmula y, por tanto, a agrupar de otro modo las pulsiones primordiales. Pero en la actualidad no conocemos esa fórmula nueva y tampoco hemos descubierto argumento alguno desfavorable a la contraposición entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales.”

Nótese el subrayado para la relatividad de la tópica. Sin embargo esta limitación del discurso también nos ilumina, aprendemos sobre la índo-le del objeto en la medida en que no podemos acceder a él. Freud nos ofrece una interesante teoría de la dominación a partir de la hipótesis mítica del tercer sexo y la condición sádica como una condición expulsada del yo. Esta hipótesis supone al género como a una media humanidad a la búsqueda de su parte faltante. ¿Entonces que pedimos del esclavo? Del esclavo pedimos que quiebre el espejo, que nos devuelva algo pro-pio. Esto propio que no sabemos bien que es; refiere a un bien del cual deberemos apoderarnos. Evidentemente no lograremos apoderarnos de nada, pero esta incapacidad modela la conciencia de una manera difícil de levantar. Quizás aquí esté la cicatriz narcisista que se menciona más arriba. Por otra parte este no es el camino gregario, se trata de un espejismo, de un camino de la fantasía, el cual finalmente, sólo logrará develar nuestro desvalimiento esencial.

¿Qué podemos decir entonces de una supuesta lógica de la transfe-rencia a partir de los resultados que hemos obtenido en nuestra inves-tigación? Poca cosa. Mucho más sugerente será expresar todo aquello que no pudimos obtener, eso nos dará claves de referencia para nuestra condición antropológica. En principio podemos decir que lo exterior y por ende lo objetivo, no es tal, sino simplemente aquello con capacidad de generar nuestra resistencia. Esta resistencia modifica tanto a la fuente de la excitación, exterior o interior, como a la conciencia que resiste y fi-nalmente el discurso que la refiere, si bien supone condiciones de verdad exigibles a las ciencias duras, la lógica, la biología etc., no tiene mucha relación con el proceso vivo de la carga y la resistencia, completamente reactivo a un análisis conceptual que no sea tópico. Entonces lo primero que diremos de esta lógica de la transferencia es que no tiene objeto de análisis. El otro tema importante, es el llamado enmascaramiento de los

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instintos, la producción simbólica, o como quiera llamarse. Este enmas-caramiento no será objeto de la lógica cuyos principios queremos deter-minar, sino aquello otro que permanece oculto por él. Esta lógica, pasa a través del espejismo como si no existiera, aún para quedarse sin objeto alguno. ¿Tiene sujeto? Esto también resulta difícil, porque hay varios sujetos y el relato no refiere claramente a ninguno de ellos. No obstante la tópica aunque clara, toma primero un relator y después a otro relator, en un arbitrario orden sucesivo, sin saber de manera clara a cual de ellos referir las verdades que alcanza. En este punto podemos afirmar que la limitación de la tópica se basa en la incapacidad de esta lógica para de-terminar al sujeto de referencia. Lo que sí será propio de esta lógica es el descubrimiento. En efecto, este descubrimiento, irrumpe en la conciencia de manera clara y es el motor de toda la percepción, lo que pone en marcha a la lógica de la transferencia. Por lo tanto se va a aferrar firmemente a este descubrimiento, como condición de la percepción, como a la única roca que encuentra en las procelosas aguas de los instintos. En efecto, aquello que las cosas son, es decir aquello de lo que puede decirse tras una actividad constructiva que es verdadero o falso, solo puede ser aque-llo descubierto, aquello desoculto que aparece en la conciencia, una vez que se ha develado el origen que lo había negado.

¿Por qué esta incapacidad de acceder a un lenguaje lógico pleno, de-viene en su contrario un absoluto sometimiento a la razón instrumental? La respuesta a esta pregunta es clave para entender una de las cifras de nuestra cultura. Debiera explicar no sólo la incapacidad del psicoanálisis por acceder a la conciencia histórica, sino su absoluta incapacidad para desprenderse de la conciencia cartesiana.

A través de esta doble incapacidad se escurre el contenido mismo de la libertad humana.

De la razón instrumental lo primero que hay que decir es que cumple con sus promesas. El lenguaje mecanicista nos ofrece la seguridad de un tiempo siempre presente. Frente a esta promesa, la sola idea de vivir en un mundo de sombras sin ninguna certeza nos llena de terror. La lógica de la transferencia nos muestra atravesando este oscuro espejismo. ¿Pero dónde estamos realmente?

La tópica es el rito a través del cual el flujo de la energía psíquica se vuelve cosa y puede ser nombrado: ¿para qué nombrar el fárrago, o el flujo instintivo? Fundamentalmente para que aparezca quien nombra. La necesidad de la razón instrumental es la cura porque a partir de la cura, quien nombra desaparece.

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Entonces el primer ejercicio de la razón instrumental es el vaciamiento del mundo. El mundo del cógito no se vacía de lo inútil, sino de todo su contenido, especialmente de aquellas convicciones irrenunciables, aque-llas convicciones que por intuición representaría un escándalo abandonar. Este es el sentido de la Duda Hiperbólica. La consiguiente reconstrucción de un mundo lógico tiene algunas condiciones y diferencias respecto del anterior. Sólo se llenará de aquellas cosas de contenido pleno y presente, sin embargo la percepción de la realidad se mantiene. No es que el co-gito se haya vuelto ciego, o que haya vuelto a nacer. Hay por lo tanto un cambio del punto de vista respecto del contenido previo. De este con-tenido, antes de acceder a la valoración lógica del mismo, diremos que jamás pierde la referencia de previo respecto del sujeto que va organizado su castillo de naipes con un criterio que se ha apoderado de sus con-vicciones más irrenunciables, por ejemplo de las evidencias aritméticas. Entonces debemos decir que quien construye el castillo de naipes es otra persona, alguien que tiene memoria y percepción del mundo anterior, pero que es renuente y suspicaz respecto de todo lo que percibe. ¿Qué es lo que el sentido común piensa de la razón instrumental? En principio, a juicio de este sentido la razón instrumental resulta superflua, no procede de ningún vínculo natural entre el hombre y el mundo y, a la vez, como enseña Kant, es dueña de su propio espacio y de su propio tiempo. Este espacio y este tiempo se alimentan de un espacio y de un tiempo previo a la razón instrumental y padecen la disolución de su condición presente. En efecto, el presente, ya no pertenece al mundo previo a esta ratio, sino a la ratio misma y es devuelto al presente de la ratio según ciertas condicio-nes. Ahora imaginemos que el objeto de esta tarea de la ratio sea la razón instrumental misma, concebida en la pureza de su condición previa. En este punto encaramos la lógica de la transferencia.

Sobre la condición subjetiva del tiempo y del espacio en la Estética Trascendental recomiendo la lectura de Kant y el problema de la Metafísica de Martin Heidegger de la que tenemos una traducción del Fondo de Cultura Económica.

“Ya para la descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas que se recogieron de alguna otra parte, no de la sola expe-riencia nueva. Y más insoslayables todavía son esas ideas -los posteriores conceptos básicos de la ciencia- en el ulterior tratamiento del material.”

“En rigor, poseen entonces el carácter de convenciones, no obstante lo cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que estén

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determinadas por relaciones significativas con el material empírico, rela-ciones que se cree colegir aun antes que se las pueda conocer y demos-trar…”

“…es posible aprehender con mayor exactitud también sus conceptos científicos básicos y afinarlos para que se vuelvan utilizables en un vasto ámbito, y para que, además, queden por completo exentos de contradic-ción. Entonces quizás haya llegado la hora de acuñarlos en definiciones. Pero el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones. Como lo enseña palmariamente el ejemplo de la física, también los «conceptos básicos» fijados en definiciones experimentan un constante cambio de contenido…”

Freud no dice nada extraordinario aquí, pero lo pongo para remarcar este problema de lo previo, porque el descubrimiento que inicia el complejo proceso de la lógica de la transferencia se inicia en una doble condición temporal. ¿Cómo es nuestra relación con los instintos? Nosotros sentimos que la vida instintiva nos viene del cuerpo, escuchamos un mensaje con-fiable. Esta idea de que el mensaje pudiera venir de otro, no es algo que nos parezca cierto, ni que vayamos a aceptar fácilmente. Entonces cuando sabemos algo por instinto, hablamos de un saber poco claro, aunque con-fiable, que llegará a nosotros “antes” que el camino por el cual, logramos tener habitualmente “conciencia de algo”. Sin embargo, cuando este saber, choca, digamos así, con el otro, con el que convivimos a diario, la unidad de nuestro saber comienza a ponerse en duda y en esta duda, la referencia subjetiva que expresan nuestros instintos, sale ganadora, tiene mayores virtudes que nuestra persona habitual, es más rápida, más simple, y más inteligente, tiene menos temor y más nobleza, y la oscuridad de lo que expresa se atribuye a una incapacidad de comprensión de la persona ha-bitual y no a una falta de la referencia subjetiva del instinto. No parece en efecto, que nuestros instintos se vinculen necesariamente con contenidos remotos, sino que su crédito proviene de lo contrario, del hecho de ser vinculados con contenidos presentes, de urgente resolución. Sin embargo sabemos que en la mirada de los instintos operan sus contenidos remotos, sospechamos que estos contenidos obedecen a una persona remota, más que a una ciencia inductiva en general. Una persona no olvidada, sino desconocida. Requerimos la ayuda de esa persona desconocida, la cual, a través de la eficacia presente de los instintos termina idealizada. Este jus-tamente es el inicio de la conexión con nuestra persona remota. No obs-tante la relación no será directa ya que el saber sobre esta persona remota

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no da en el blanco, no se trata en efecto, de una conversación de uno a otro, tal como reflejaban algunos malos novelistas del siglo XIX. Cuando buscamos una vinculación directa con la persona remota, ya necesitamos de la traducción de una ciencia en general. De esta manera entramos en la falsificación de esta persona. El saber real sobre ella sólo puede ser un saber práctico; un saber que únicamente podrá derivarse de la eficacia de nuestros instintos. Veamos que dice Freud de esta ciencia en general en Los instintos y… que creo que es de 1915.

Todos necesitamos que Freud nombre la determinación para que ella desaparezca. Sin embargo en algún punto del camino somos traicionados por Freud, porque cede a la determinación algo que es propio de la vo-luntad, aunque la libertad humana esté en entredicho; algo que no debie-ra haber cedido. Nos enojamos con Freud, porque este hombre ha jurado ser el sacerdote del dios de nuestra libertad y nosotros le exigiremos que sea consecuente con su fe.

Nombramos los modos del tiempo mediante el sentido interno, pero sólo la ciencia puede salvarnos de la alucinación del espacio exterior: la razón instru-mental cambia la voluntad por la determinación. ¿No sería mejor ha-blar de necesidad como hace tradicionalmente el pensamiento marxista? Creemos que no. La necesidad tiene que ver con la lógica de una ciencia ya constituida y la razón instrumental rechaza por principio todo vínculo con los contenidos del saber. Esta es una distinción importante, porque nos encontramos en la víspera de un cambio cualitativo en el origen de la subjetividad.

Desarrollemos estas afirmaciones un tanto místicas. Al leer este artícu-lo por primera vez me pareció bastante malo. ¿Por qué debería creer en un orden intelectual para comprender los instintos si en el inicio se me advertía que no se podría aclarar que eran los instintos en sí mismos, y que el orden que se iba a construir era aleatorio y probablemente debería ser reemplazado por otro en cuanto la clínica aportara nueva eviden-cia? Era la conclusión de un ignorante. Ahora pienso diferente, porque aquello que impide a este discernimiento arribar a su resultado ilumina mucho más sobre la índole de la vida instintiva que cualquier minuciosa descripción clínica.

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holzWEgE

La arena del Neguev vuela en la tormentaSe lleva todas las formas.

Mesura

“Esta acción es «acorde al fin», por el hecho de que sustrae a la sustancia estimulada de la influencia del estímulo, la aleja del radio en que este opera.”

“El sistema nervioso es un aparato al que le está deparada la función de librarse de los estímulos que le llegan, de rebajarlos al nivel mínimo posible; dicho de otro modo: es un aparato que, de ser posible, querría conservarse exento de todo estímulo. Que no nos escandalice por ahora la imprecisión de esta idea, y atribuyamos al sistema nervioso el cometido (dicho en términos generales) de dominar los estímulos…”

Freud prepara el camino para analizar el concepto de meta (Ziel). Es la más importante de la determinaciones, porque es donde vemos la carga del instinto, donde el proceso deja de ser una carga física ciega y empieza a tener algún sentido para nosotros. También separa la fantasía que tiene el sistema nervioso de sí mismo, de lo que es realmente su estructura. Hace muchos años el profesor Klein se burlaba un poco de esta necesi-dad del sistema nervioso de quedar como “apartado de la vida” y de toda posible excitación exterior y lo llamaba “nostalgia fetal”. Esta necesidad de quedar apartado es importante y debiera formar parte de cualquier concepto clínico acerca del temor. Entonces la dominación tiene una determinación originaria en el temor. Esto era conocido y aceptado en época de Freud, pero él le agrega el ingrediente fantasioso de quedar “apartado de todo estímulo”.

“dentro de la vida anímica no nos es conocida de otro modo que por sus metas.”

“las pulsiones mismas, al menos en parte, son decantaciones de la acción de estímulos exteriores que en el curso de la filogénesis influyeron sobre la sustancia viva, modificándola…”

“…difícilmente podremos rechazar otra premisa, a saber, que esas sensa-ciones reflejan el modo en que se cumple el dominio de los estímulos.”

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La pulsión entonces es vista con una condición doble, se trata, dice Freud de un estímulo constante, fronterizo entre la actividad nerviosa, puramente biológica, y la actividad psíquica. Esto quiere decir sencilla-mente que lo que vemos de la pulsión no es la pulsión en sí misma, sino algo así como el movimiento de la conducta que la pulsión produce, lo cual ilumina muy poco sobre qué cosa sea la pulsión, al igual que la meta, estamos ante otro índice visible: influyeron en la sustancia viva, modificán-dola. Toda esta tópica estará referida y ceñida por la absoluta limitación de nuestro conocimiento. También recibimos noticias de una lucha: los instintos no están diseñados para realizarse, sino para reclamar un pago postergado por el sentido interno.

“Si ahora, desde el aspecto biológico, pasamos a la consideración de la vida anímica, la «pulsión» nos aparece como un concepto fronterizo en-tre lo anímico y lo somático, como un representante {Repräsentant} psí-quico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal.”

“Ahora podemos discutir algunos términos que se usan en conexión con el concepto de pulsión, y son: esfuerzo, meta, objeto, fuente de la pulsión. “

Esfuerzo (drang) se traducía en mis tiempos por persistencia. Lo cual me parece más apropiado, Freud dice: estímulos que a diferencia de los puramente nerviosos, persisten. Meta: ya hemos visto, lo que hace visible a la pulsión, no muy diferente de la causa final de Aristóteles, desde un punto de vista lógico. Objeto (objekt), esto es más interesante, porque el objeto desde el punto de vista del psicoanálisis no tiene ninguna relación con la objetividad del objeto, sino con su pasividad. Esto le da al conoci-miento una doble condición. Ya lo habíamos visto cuando hablamos de percepción. Hay el conocimiento de la pulsión pasiva; esto es, un cono-cimiento objetivo y hay la pulsión pasiva en sí misma, lo cual constituye un objeto. Pulsión pasiva: nos habla como objeto, este decir de la pulsión pasiva ocurre en una situación en particular, en la contradicción, por eso el inicio de una lógica de la transferencia se encuentra en la irrupción de este contenido, en una catarsis irresoluble como la de amor y odio, coin-cidiendo en una misma conducta de la conciencia. La fuente finalmente es una pura hipótesis, es algo absolutamente contingente, que más que

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con la actividad misma de la pulsión tiene relación con una ciencia en general sobre la conducta de la conciencia. La fuente (quelle) menta un saber genérico sobre la pulsión.

“Por esfuerzo {Drang} de una pulsión se entiende su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que ella representa {repräsentieren}. Ese carácter esforzante es una propiedad universal de las pulsiones, y aun su esencia misma. Toda pulsión es un fragmento de actividad; cuando negligentemente se habla de pulsiones pasivas, no pue-de mentarse otra cosa que pulsiones con una meta pasiva …” (subrayado nuestro)

“La meta {Ziel} de una pulsión es en todos los casos la satisfacción que sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión…”

“El objeto {Objekt} de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión; no está enlazado ori-ginariamente con ella, sino que se .le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción.”

“Por fuente {Quelle} de la pulsión se entiende aquel proceso somático, interior a un órgano o a una parte del cuerpo, cuyo estímulo es repre-sentado {repräsentiert} en la vida anímica por la pulsión. No se sabe si este proceso es por regla general de naturaleza química o también puede corresponder al desprendimiento de otras fuerzas, mecánicas por ejem-plo. El estudio de las fuentes pulsionales ya no compete a la psicología; aunque para la pulsión lo absolutamente decisivo es su origen en la fuen-te somática, dentro de la vida anímica no nos es conocida de otro modo que por sus metas. El conocimiento más preciso de las fuentes pulsionales en modo alguno es imprescindible para los fines de la investigación psi-cológica. Muchas veces puede inferirse retrospectivamente con certeza las fuentes de la pulsión a partir de sus metas.”

Lo más interesante es la idea de objeto desde el punto de vista del aparato psíquico. Freud a continuación va a desarrollar la pulsión sádica, que me interesa especialmente debido a que no tengo claro por qué la conciencia expulsa de sí un contenido, cuando lo que muestra la conduc-ta es el efecto contrario, que la conciencia identifica de alguna manera el principio del placer con el acto generalmente violento de infringir dolor. Y finalmente la relación amor-odio, cuya oposición trata de neutralizar con una conceptualización a mi juicio muy poco clara.

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“No parece justificado; más bien basta con el supuesto, más simple, de que todas las pulsiones: son cualitativamente de la misma índole, y deben su efecto sólo a las magnitudes de excitación que conducen o, quizás, aun a ciertas funciones de esta cantidad.”

Freud justifica esta tópica que me parece tan oscura, diciendo que las pulsiones son refractarias a todo contenido específico, su efecto tiene que ver con la magnitud, es decir con la intensidad de la energía psíquica que producen. ¿Cómo puede ser esto? No hay nada más específico, ni nada más propio que el contenido instintivo. Diferenciamos dos cosas que nos parecen equivalentes a causa de una lectura instintiva. Por ahora sólo podremos agregar que la ciencia en general que está estudiando la vida instintiva dentro del psicoanálisis establece su campo. En efecto la inutilidad de esta tópica se debe a que no está destinada a analizar su objeto, la vida específica de cada quien, sino a establecer los alcances y la metodología del instrumento de análisis y de allí deriva este sentimiento de esterilidad que tenemos cuando leemos esta tópica, más allá de que el concepto de meta y de objeto nos parezcan relevantes. ¿El saber propio de los instintos es inconsciente? Creo que no. Voy a dar varios ejemplos que quizás nos puedan aproximar a la índole de este contenido. Se trata de un saber, por ejemplo acerca del arte, no de escuela o de metodología, sino de una experiencia confiable entre maestro y discípulo. El médico aprende a operar según una técnica establecida y aceptada por la comu-nidad científica. Pero el maestro enseña como sostener el bisturí, a qué distancia colocarse de la herida. No se trata tampoco de una habilidad manual. Un músico le explica a otro, lo que a su juicio o al juicio de la tradición, expresa un pasaje y cómo tocarlo. Esto no es sólo técnica, es una experiencia acumulada que difícilmente se pueda expresar académi-camente. Continuará.

“En general, me parece dudoso que sobre la base de la elaboración del material psicológico se puedan obtener indicios decisivos para la división y clasificación de las pulsiones…”

“Para la otra, el individuo es un apéndice temporario y transitorio del plasma germinal, cuasi-inmortal, que le fue confiado por [el proceso de] la generación…”

Estamos en la frontera entre la persona y la naturaleza de lo humano. Uno se pregunta ¿para qué establece una tópica si la va a considerar totalmente inútil? Para establecer un límite, para saber hasta que punto

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alcanza el discernimiento. Pero hay que registrar que todo lo que Más allá del principio del placer abre -con la idea de estabilidad de Fechner- este artículo sobre los instintos, lo cierra, aquí todo es determinación y des-plazamiento.

“Puesto que el estudio de la vida pulsional a partir de la conciencia ofrece dificultades apenas superables, la exploración psicoanalítica de las perturbaciones del alma sigue siendo la fuente principal de nuestro co-nocimiento…”

Aquí sí, Freud se refiere al inconsciente, pero no por ello será más capaz de llegar a un resultado, lo que invalida totalmente, es una episte-mología acerca de la vida instintiva. Me parece que Freud siente la misma frustración que yo por su propia tópica.

“Tendremos que circunscribir a las pulsiones sexuales, mejor conoci-das por nosotros, la indagación de los destinos que las pulsiones pueden experimentar en el curso de su desarrollo. La observación nos enseña a reconocer, como destinos de pulsión de esa índole, los siguientes:

El trastorno hacia lo contrario. La vuelta hacía la persona propia. La represión. La sublimación. “

Establece aquí la totalidad de los destinos de las pulsiones, todos in-volucran a la persona y ninguno escapa de ella. Me parece una verdad elemental, porque estos destinos se nutren de la experiencia clínica. Sin embargo hace intentos desesperados por escapar de esa persona en la que siempre recae.

“El trastorno en cuanto al contenido se descubre en este único caso: la mudanza del amor en odio.”

“La vuelta hacia la persona propia se nos hace más comprensible si pen-samos que el masoquismo es sin duda un sadismo vuelto hacia el yo propio…”

Comenzaremos por lo segundo: la pulsión sádica tratada inicialmente como desplazamiento hacia afuera de un contenido de excitación impo-sible de ligar. La descripción, como se verá es nuevamente tópica, siempre

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con la esperanza de que la tópica nos ilumine un poco sobre el sentido intrínseco de la pulsión:

“a. El sadismo consiste en una acción violenta, en una afirmación de poder dirigida a otra persona como objeto. b. Este objeto es resignado y sustituido por la persona propia. Con la vuelta hacía la persona propia se ha consumado también la mudanza de la meta pulsional activa en una pasiva. c. Se busca de nuevo como objeto una persona ajena, que, a consecuencia de la mudanza sobrevenida en la meta, tiene que tomar sobre sí el papel de sujeto.”

“Es sumamente dudoso que exista también una satisfacción masoquista más directa. No parece haber un masoquismo originario que no se en-gendre del sadismo de la manera descrita…”

Me conmueve que Freud describa por un momento el sadismo en sí:El sadismo consiste en una acción violenta, en una afirmación de poder dirigida

a otra persona como objeto. Por supuesto que esto es del todo insuficiente y enseguida regresamos a la justificación tópica. Con todo aparece el concepto de objeto dentro de la pulsión, lo cual le da pie para hablar de pasividad y actividad como mediaciones entre amor y odio que es una perplejidad fundamental e histórica dentro de la teoría de los instintos. Tratará de introducir un dudoso evolucionismo entre el amor y el odio, pero de la mano de este evolucionismo tan apropiado, entra una comple-ja actividad reflexiva de la cual será imposible dar cuenta en este estadio. El otro punto interesante que quiero subrayar es que Freud no acepta una conducta masoquista natural en la persona humana. El masoquismo será siempre una conducta patológica, la cual atenta contra el principio de conservación de la vida que proviene del desplazamiento del sadismo (también inexplicado) sobre el propio cuerpo. ¿Cómo lo activo se volvió de pronto pasivo si es que dudamos del carácter inconsciente de estos contenidos? Estos contenidos sólo pueden atribuirse a dos personas dife-rentes. No hay otra explicación plausible.

“El verbo en voz activa no se muda a la voz pasiva, sino a una voz media reflexiva”

¡Esta es una frase reveladora, como la palabra divina!.El sadismo entonces es un estado de rebelión, que expulsa contenidos

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del yo, los cuales son percibidos en oposición al principio del placer. En este sentido el sadismo cuestiona el principio de conservación de la vida, propio de la conciencia primitiva. La primera consecuencia resultará en un empobrecimiento, una cierta esquematización de los contenidos pro-pios del yo, especialmente aquellos contenidos de origen gregario que pertenecen a la condición natural de la persona.

Esta actividad reflexiva aparece como una voz, pero no se trata de una voz necesariamente reflexiva, aunque su relato deba expresarse en este espejo. Es la voz del arte y la religión –como dijimos cuando hablamos del contenido de los instintos- sin embargo esta voz jamás negará a la persona, ese es su límite.

Si bien la contradicción muestra la verdad inicial de la lógica de la transferencia, esta contradicción no resulta equivalente a la determina-ción dialéctica por la negación. En principio hay una diferencia cuali-tativa en la comparación de ambos pares ordenados, pero hay también una diferencia absoluta o esencial, como por ejemplo, el devenir de la contradicción subjetiva en el psicoanálisis jamás supera la frontera del sentido interno. Alcanzaría su concepto por la determinación de la razón instrumental, pero resultaríamos finalmente incapaces de predicar de esta contradicción subjetiva una verdad apropiada para el ser genérico.

Vamos a volver sobre esta espinosa cuestión de la voz intermedia cuan-do hablemos del amor.

“Desde luego, en ambos casos no se goza el dolor mismo, sino la exci-tación sexual que lo acompaña, y como sádico esto es particularmente cómodo. El gozar del dolor sería, por tanto, una meta originariamente masoquista, pero que sólo puede devenir meta pulsional en quien es ori-ginariamente sádico.”

Gozar del dolor no tiene sentido para Freud, salvo como un despla-zamiento. La condición patológica proviene de la excitación sexual que acompaña la producción de dolor y sufrimiento propio o ajeno. ¿Por qué, si la pulsión es refractaria a cualquier contenido y una pulsión es igual a otra, sólo energía? ¿No podemos pensar un placer de la dominación propio del yo narcisista, en un estadio arcaico de la conciencia? Cuando hablemos del la genética del amor y del odio, veremos el interés del au-tor por establecer la determinación de la pulsión y su recorrido: ¿funda esto estados como el encantamiento, el éxtasis, la distorsión propia de la percepción enamorada, sin tallar en nuestra descripción ninguna pa-

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tología? Y me refiero a estos términos que hacen al acervo básico sobre el amor, expresada en toda clase de folletines eróticos, novelones rosa, y obras de teatro que declaman tratando de alcanzar alguna certeza sobre esta cuestión central para comprender las acciones de los hombres. Freud tiende a pensar en una humanidad pura que después queda marcada por la experiencia histórica o biológica. Esta pureza propia de la humanidad, es un veneno que nutre todo su pensamiento.

“Resultados algo diversos y más simples ofrece la indagación de otro par de opuestos: el de las pulsiones que tienen por meta, respectivamente, el ver y el mostrarse («voyeur» y exhibicionista en el lenguaje de las per-versiones). También aquí pueden distinguirse las mismas etapas que en el caso anterior: a) El ver como actividad dirigida a un objeto ajeno; b) la resignación del objeto, la vuelta de la pulsión de ver hacia una parte del cuerpo propio, y por tanto el trastorno en pasividad y el establecimiento de la nueva meta: ser mirado; c) la inserción de un nuevo sujeto (172) al que uno se muestra a fin de ser mirado por él. Apenas puede dudarse de que la meta activa aparece también más temprano que la pasiva…”

El análisis del voyeurismo y del exhibicionismo no agregan mucho a lo ya expresado en el análisis del complejo sadomasoquista. Lo menciono por-que Freud lo desarrolla a fin de apuntalar lo ya expresado sobre actividad y pasividad, determinación y desplazamiento.

“Podemos descomponer toda vida pulsional en oleadas singulares, sepa-radas en el tiempo, y homogéneas dentro de la unidad de tiempo (cual-quiera que sea esta), las cuales se comportan entre sí como erupciones sucesivas de lava..”

“Y si después se abarca con la mirada la moción pulsional desde su co-mienzo hasta un cierto punto de detención, la sucesión descrita de las oleadas proporcionará la imagen de un determinado desarrollo de la pul-sión…”

“El desarrollo pulsional se nos haría comprensible por la referencia a la historia del desarrollo de la pulsión y a la permanencia de las etapas intermedias…”

Aquí aparece el principio de la solución. No podemos aprender nada de la mirada sobre la vida instintiva, porque ya padece la traducción del relato de la persona. En efecto, la persona está en el inicio de toda inter-

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pretación sobre los instintos. Los instintos no se reconocen ni se modi-fican con el nombre que les damos. Ellos tienen su propia voz. Una voz que no podemos comprender sino desde la meta, desde el lugar en que los instintos se hacen con un objeto y se tornan visibles. Pero estos ins-tintos de los cuales nos apoderamos no son ya la fuerza que rige nuestra vida. El plato que cocinamos se encuentra frío, y todo el sentido de este esfuerzo, está en la posibilidad de modificar la respuesta humana a la carga instintiva, en lo que podamos aprender de ellos, para cambiar las reglas de nuestra convivencia. Frente a esto, la primera ilusión que quizás debamos superar, sea que este complejo proceso que refleja la naturaleza de lo hu-mano, se predique de una sola persona. Otra vez la sombra de Jung.

“La experiencia nos indica que la cuantía de la ambivalencia comproba-ble varía en alto grado entre los individuos, grupos humanos o razas. Una extensa ambivalencia pulsional en un ser vivo actual puede concebirse como una herencia arcaica, pues tenemos razones para suponer que la proporción de las mociones activas, no mudadas, ha sido mayor en la vida pulsional de épocas primordiales que, en promedio, en la de hoy.”

Freud inicia a continuación una pequeña reflexión sobre el narcisismo, tema que desarrolla mejor en otra parte.

“Nos hemos acostumbrado a llamar narcisismo a la fase temprana de desarrollo del yo, durante la cual sus pulsiones sexuales se satisfacen de manera autoerótica.”

“Desde ella se desarrolla la pulsión activa de ver, dejando atrás al narcisis-mo; pero la pulsión pasiva de ver retiene el objeto narcisista.”

El narcisismo es presentado como una autoerótica, pero depende ab-solutamente del relato sobre el narcisismo. Toda esta disquisición tiene que ver la perplejidad principal de Freud que es la oposición amor-odio la cual cuestiona su desarrollo entero sobre la vida instintiva. No se trata, me parece a mí, tanto de un retorno al yo primitivo, aunque por mo-mentos Freud se inclina por esta interpretación, como a una tendencia de inclusión del mundo dentro del yo. Esto es diferente y no expresa propia-mente al narcisismo, por eso dice: Nos hemos acostumbrado a llamar narcisis-mo a la fase temprana de desarrollo del yo. Porque lo que realmente hay que destacar es una incapacidad del yo de hacerse cargo de las consecuencias que produce su propia pulsión, con el consiguiente proceso traumático.

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Creo que este es el sentido de fase temprana, el que la pasividad del yo retenga su objeto narcisista.

“La mudanza de una pulsión en su contrario (material) sólo es observada en un caso: la trasposición de amor en odio. Puesto que con particular frecuencia ambos se presentan dirigidos simultáneamente al mismo ob-jeto, tal coexistencia ofrece también el ejemplo más significativo de una ambivalencia de sentimientos.”

“El caso del amor y del odio cobra un interés particular por la circunstancia de que es refractario a ordenarse dentro de nuestra exposición de las pulsiones.” El vín-culo más íntimo une estos dos sentimientos opuestos con la vida sexual; no podemos dudar de eso, pero naturalmente somos reacios a concebir el amar como si fuera una pulsión parcial de la sexualidad entre otras. Más bien querríamos discernir en el amar la expresión de la aspiración sexual como un todo, pero tampoco así aclaramos nada y no sabernos cómo habría de comprenderse un contrario material de esa aspiración. El amar no es susceptible de una sola oposición, sino de tres. Además de la oposición amar-odiar, hay la que media entre amar y ser-amado, y, por otra parte, amar y odiar tomados en conjunto se contraponen al estado de indiferencia…” “[…]o la de meta pasiva, el ser -amado, de las cuales la segunda se mantiene próxima al narcisismo.”

“Quizá nos acerquemos a la comprensión de los múltiples contrarios del amar si consideramos que la vida anímica en general está gobernada por tres polaridades, las oposiciones entre: Sujeto (yo)-Objeto (mundo exterior). Placer-Displacer. Activo-Pasivo.

Con esto llegamos a la discusión central de este artículo. Una vez afirmada la importancia, de esta oposición, el buen Freud trata de eludir-la por todos los medios, pero principalmente introduciendo como una cuña no muy apropiada, la nunca suficientemente bendecida evolución entre dos fases de una misma conciencia.

“La oposición entre yo y no-yo (afuera), [o sea] sujeto-objeto, se impone tempranamente al individuo, como dijimos, por la experiencia de que puede acallar los estímulos exteriores mediante su acción muscular, pero está indefenso frente a los estímulos pulsionales. Esa oposición reina so-berana principalmente en la actividad intelectual, y crea para la investiga-ción la situación básica que ningún empeño puede modificar.”

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“La oposición activo-pasivo no ha de confundirse con la que media entre yo-sujeto y afuera-objeto. El yo se comporta pasivamente hacia el mun-do exterior en la medida en que recibe estímulos de él, y activamente cuando reacciona frente a estos.”

Y:“La oposición entre activo y pasivo se fusiona más tarde con la que media entre masculino y femenino…”

Para comenzar la oposición amor-odio, no será una, sino tres. Una oposición entre la actividad y la pasividad, otra oposición que coloca de un lado al amor-odio y del otro a la indiferencia y finalmente la oposición entre amor y odio propiamente dicha. Es decir que los perros sirven para defensa, para pastor, y alguno también para perro. Ya esta división me parece antojadiza, pero mi incomprensión se profundiza, porque en-seguida Freud introduce una equivalencia entre esta tríada, y una teoría del conocimiento para nada correspondiente. Y entonces veremos que la indiferencia tiene que ver con una etapa arcaica de orden narcisista, en la cual no hay una percepción clara del mundo; la conciencia ocupando alternativamente los lugares de objeto y sujeto, -ahora ya objeto de co-nocimiento-. Sin que sepamos cómo, la pasividad se ha transformado con un pase mágico y costoso en la objetividad del objeto, y finalmente aquella oposición dominada por el principio del placer, mucho más reconocible por la visión intuitiva de nuestra oposición, que establece a este principio como perteneciente a un mundo completamente derivado del anterior. A continuación nos enteramos que el papel novedoso de la conciencia por el cual hace de sujeto activo o de sorpresivo objeto (ya no solo pasi-vidad frente al impulso de energía psíquica) genera un mundo exterior, un mundo fantaseado quizás pensado como un afuera, pero exterior al fin. ¿Qué ocurre aquí? La borrosa figura del metalenguaje, de la condi-ción epistémica de la lógica de la transferencia, cobra vida, comienza a actuar dentro de la vida instintiva que antes sólo refería. Y esto introduce la cuestión del conocimiento en un mundo en el cual hasta este momen-to, las pulsiones eran todas iguales y sólo se diferenciaban por la tópica. La primera consecuencia es que el discernimiento tópico, se carga con la problemática de la verdad. Entonces no sólo hemos introducido esta vez caprichosamente la hipótesis del tercero excluido en medio de la rica oposición, reconocible para todos, entre el amor y el odio, tal como se había hecho con el principio de estabilidad , de manera mucho más feliz en Más allá del principio de …, sino que hemos puesto este proceso en

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relación con el sentido interno, sin dar cuenta de ello para nada. Como frutilla de postre Freud agrega que la oposición entre activo y pasivo se fusiona más tarde con la que media entre masculino y femenino. ¿Qué es esto? ¿Las pulsiones ciegas tienen género sólo por ser activas o pasivas? Aquí, me parece que a Freud se le chispoteó la neurona. Neurosis de biologismo exacerbado.

“Así, a partir del yo-realidad inicial, que ha distinguido el adentro y el afuera según una buena marca objetiva, se muda en un yo-placer puri-ficado que pone el carácter del placer por encima de cualquier otro. El mundo exterior se le descompone en una parte de placer que él se ha incorporado y en un resto que le es ajeno. Y del yo propio ha segregado un componente que arroja al mundo exterior y siente como hostil. Des-pués de este reordenamiento, ha quedado restablecida la coincidencia de las dos polaridades: …”

“Yo-sujeto {coincide} con placer. Mundo exterior {coincide} con dis-placer (desde una indiferencia anterior).”

“La indiferencia se subordina al odio, a la aversión, como un caso espe-cial, después de haber emergido, al comienzo, como su precursora. Lo exterior, el objeto, la fuente de placer, entonces es amado, pero también incorporado al yo, de suerte que para el yo-placer purificado el objeto coincide nuevamente con lo ajeno y lo odiado.”

“Ahora reparamos en que así como el par de opuestos amor. indiferencia refleja la polaridad yo-mundo exterior, la segunda oposición, amor-odio, reproduce la polaridad placer-displacer, enlazada con la primera. Luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la etapa del objeto, placer y dis-placer significan relaciones del yo con el objeto…” (subrayado nuestro)

La conciencia arcaica se “purifica a sí misma” mediante un principio hedonista, que no se parece demasiado al principio del placer, aunque Freud nos quiera convencer que se trata de lo mismo, porque la vincu-lación con el placer no tiene tanto que ver con el objeto, es decir con la apropiación del objeto, como con su falta. Es decir, estamos ante un prin-cipio hedonista en general, una tendencia al placer propia del naturaleza del yo independientemente de todo objeto. Esto no es narcisismo, es un principio lógico relacionado con una conducta sadomasoquista del yo. El afuera también aparece esquematizado, y esto se debe a que la totalidad del universo hedonista de la conciencia no es otra cosa que el propio

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yo, el cual en este estadio no tiene necesidad de reconocer ninguna de sus pulsiones porque todas se disolverán finalmente en este principio hedonista. Comprendemos que lo exterior resulte entonces signado por la indiferencia, porque ahora sobre el mundo instintivo se ha impreso un proceso de conocimiento signado por la objetividad del objeto y la verdad. De este modo dice Freud, la indiferencia se subordina al odio y el odio como aspecto más arcaico, se convierte en principio constitutivo del yo. Pero: ¿por qué si lo odiado es expulsado del yo vuelve a ser buscado como fuente de placer? Aquí el amor es simplemente esta necesidad de posesión del objeto antes expulsado, he aquí la explicación de la conduc-ta sádica: luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la etapa del objeto, placer y displacer significan relaciones del yo con el objeto. Freud explica este proceso tan dudoso y poco claro como una evolución entre la in-diferencia primera y el amor concebido como apropiación del objeto. Una evolución entonces que subraya la diferencia entre los instintos del yo, y los instintos sexuales, de gran influencia, dirá Freud en los procesos intelectuales. (!).

“Y aun puede afirmarse que los genuinos modelos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por conservarse y afirmarse.”

“Amor y odio, que se nos presentan como tajantes opuestos materiales, no mantienen entre sí, por consiguiente, una relación simple. No han surgido de la escisión de algo común originario, sino que tienen orígenes diversos, y cada uno ha recorrido su propio desarrollo antes que se cons-tituyeran como opuestos bajo la influencia de la relación placer-displacer. Esto nos impone la tarea de resumir lo que sabemos sobre la génesis del amor y del odio…”

“…y expresa el intento motor del yo por alcanzar esos objetos en cuanto fuentes de placer.”

Entonces amor y odio no son aquí sentimientos, propios de una no-vela rosa, sino pulsiones, y como tales no tienen el mismo origen sino que se originan en una tópica de la conciencia. Pulsiones que avanzan de la constitución del yo, a instintos sexuales bajo el dominio del principio del placer. Sin embargo esta evolución se encuentra acompañada por un proceso reflexivo que busca apropiarse del objeto, ya no como un ente pasivo, sino como algo proveniente del afuera, aunque todavía dentro de

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la idealidad de la conciencia. ¿Cómo sabemos esto? A través de la meta, a través del instante en el tiempo, en el cual la pulsión se torna visible. ¿Por que la visibilidad se vuelve necesaria bajo el dominio del principio del placer? Porque ya involucra un proceso reflexivo que conlleva un saber inductivo propio de una teoría general sobre la vida instintiva. Nos apro-piaremos del objeto, en relación con un objeto en general, de carácter previo, identificado como verdadero en el afuera del yo.

“En la etapa que sigue, la de la organización pregenital sádico-anal (ver nota(186)) el intento de alcanzar el objeto se presenta bajo la forma del esfuerzo de apoderamiento, al que le es indiferente el daño o la aniquila-ción del objeto. Por su conducta hacia el objeto, esta forma y etapa previa del amor es apenas diferenciable del odio. Sólo con el establecimiento de la organización genital el amor deviene el opuesto del odio.”

Esto es muy importante, esta posesión que no contempla el aniqui-lamiento, resulta en la concepción de Freud, una estructura arcaica, la cual se expresa en una conducta narcisista. Sin embargo, me parece que el problema es mucho más amplio. De la indiferencia frente al objeto no se sigue la indiferencia frente al mundo. No necesariamente se trata de la prueba sobre una actividad narcisista de la conciencia. Esta posesión absoluta que hace desaparecer al objeto, a mi juicio tiene enorme signi-ficación. Creo profundamente en ella porque lanza toda la actividad ins-tintiva al reino del sinsentido. Sin objeto, aún como objeto enmascarado, no hay pulsión. No tiene sentido. ¿Por qué el instinto sádico expulsa el objeto fuera de la conciencia, el mismo objeto que irá a buscar después, como rechazado y humillado, porque es la fuente de su placer? ¿Qué otra razón puede haber para esto que la propia constitución de la conciencia. Es este amor el que funda la pulsión tanática misma y no el odio que se deriva de ella. Al revés que Freud entiendo que lo primero es el amor, el cual queda en evidencia ante la perplejidad generada por la pulsión sado-masoquista. El odio es un proceso posterior y mucho más limitado.

“El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor; bro-ta de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos. Como exteriorización de la reacción displacentera provocada por objetos, mantiene siempre un estrecho vínculo con las pulsiones de la conservación del yo, de suerte que pulsiones yoicas y pulsiones sexuales con facilidad pueden entrar en una oposición que repite la oposición entre odiar y amar. Cuando las

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pulsiones yoicas gobiernan a la función sexual, como sucede en la etapa de la organización sádico-anal, prestan también a la meta pulsional los caracteres del odio.”

“…en tales casos el odio, que tiene motivación real, es reforzado por la regresión del amar a la etapa sádica previa, de suerte que el odiar cobra un carácter erótico y se garantiza la continuidad de un vínculo de amor. Podemos destacar, a manera de resumen, que los destinos de pulsión con-sisten, en lo esencial, en que las mociones pulsionales son sometidas a las influencias de las tres grandes polaridades que gobiernan la vida anímica. De estas tres polaridades, la que media entre actividad y pasividad puede definirse como la biológica; la que media entre yo y mundo exterior, como la real; y, por último, la de placer-displacer, como la económica.”

¿Qué es lo único que Freud no acepta? ¿Qué es lo único que al ser re-chazado de plano genera toda esta gimnasia hipotética que sólo oscurece y empequeñece el problema? La tensión original entre el amor y el odio.

Ya hemos dicho de esta tensión que no debe equipararse a una deter-minación dialéctica del sentimiento, a través de la negación. Este no es un proceso originalmente lógico y su objetividad resulta discutible. ¿Qué dijimos al respecto? Dijimos que la negación del sujeto que produce esta determinación resulta imposible. De manera gruesa que se trata de un proceso fantasmal de orden subjetivo. Dijimos que se trata de un proceso que jamás escapa al orden del cogito.

Mi interpretación es diferente: ¿qué podemos aprender de la oposi-ción entre el amor y el odio? Esta oposición que no es dialéctica se nutre de la tensión y de la indiferencia. Si el amor no proviene de la conciencia narcisista, proviene de la tensión, la percepción del mundo en cambio se funda en la indiferencia entre la conciencia y el mundo. La indiferencia trae al mundo ante la presencia de la conciencia, que ha alcanzado su concepto a través de la tensión. Esta es la verdad sobre el amor, funda su apertura hacia el mundo. He aquí el gran secreto la oposición del amor y del odio. Es cierto lo que afirma Freud sobre el odio. El odio constituye la conciencia como persona. La persona es el primer espejo en que la conciencia puede verse a sí misma como persona. Esta primera construc-ción que aceptamos como propia sin ninguna duda, y sin ningún temor, es un gran absurdo, y no puede ser otra cosa que un Golem, el dios de nuestros impulsos. Coincido entonces con Freud en que el odio -que él deriva del amor- es un instinto del yo y no un instinto sexual.

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pinoccio y gEppEtto (La razón instrumentaL)

Siempre Pinoccio y nunca Geppetto. Doktor Frankenstein, El Hombre Máquina de La Mettrie. 1984 de Orwell, Farenheit 451 de Bradbury. Su-pongo que todo esto les parece chino. La razón instrumental señala una obsesión muy antigua en la cultura, recogida por el arte. Si hablamos de los judíos, como yo prefiero, se trata de la figura del Golem. Hacer el trabajo de Ds. Nos enseñan que la promesa de la razón instrumental es el dominio de la naturaleza. Creo que más preciso sería decir que creemos que esta mediación fantasiosa impedirá que ella nos aplaste. Amamos a la naturaleza con esa indiferencia de la cual nos habla Freud, que no con-templa su aniquilación. La mediación instrumental requiere de nosotros una reconstrucción del mundo previamente vaciado de todo contenido. Esta reconstrucción no arranca al mundo de nuestras manos sino que nos arranca a nosotros de él, impedidos así del mundo, ¿qué podríamos ser, si no personas?

La razón instrumental es nuestra respuesta a la certeza inicial de saber que el mundo no esta dentro de nosotros.

De esta mediación sabemos que no aceptará las reglas del juego, aun-que estas reglas finalmente la salven y eso resulte evidente para ella. Las máquinas que construimos no son nuestras criaturas, tal como imagina-mos sino algo fabricado, algo gemacht, algo que producimos. Su meta ilu-mina el origen de la creación. ¿Cuál es esa meta? Misterio. Lo peor que nos pasa no es que las máquinas nos arrancan de nuestra humanidad, sino que ignoramos a ciencia cierta de qué humanidad es que nos arrancan. Sin embargo a este respecto todos parecemos tener una intuición clara. Se trata de un reino de libertad, de pura elección, de un reino moral, sin conflicto, ni decadencia.

¿Por qué decimos que no hay negación del sujeto, sino que el sujeto se presenta como negado? Un sujeto que se presenta como negado re-cibe la determinación en la totalidad de sí. Será lo que la voz de la de-terminación le exige que sea o volverá a la nada. ¿Qué dice la voz de la determinación? Que el sujeto es ahora naturaleza toda. Extraña naturaleza que habla. Deus sive Natura, nos enseña Baruch de Spinoza. Esta totalidad que ya no puede reconocer alteridad alguna, se dice a sí misma que es infinita. No tenemos certeza de que lo sea, pero la voluntad de hacer, queda ahora reemplazada por una sucesión infinita de actos ya realizados. De esta manera la libertad abandona la voluntad de hacer. Sin embargo el mundo vacío del inicio del cogito le ha sido arrancado y debe enton-

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ces descubrir con certeza la sucesión infinita de los actos ya realizados. Pensado desde la certeza subjetiva, como hacemos en el psicoanálisis, este mundo carece de sentido interno, no tiene otra duración que la del descubrimiento cierto. Por eso la filosofía trascendental de Kant equivoca el camino al tratar de subsumir esta relación con el mundo bajo la forma del juicio. Heidegger nos muestra claramente esta enorme dificultad. Ya vamos a hablar de eso en otro lugar. No obstante el tiempo de la vida transcurre. Esto quiebra la necesidad de los actos todavía no descubiertos, de determinar este sujeto, quien posee el secreto de su descubrimiento. Pero este mundo infinito sólo sabe su certeza, por cual el mundo de los actos por descubrir, se convierte en nada. Pareciera que la sexualidad queda aprisionada en los actos por ser descubiertos. La única forma que tiene este sujeto es resucitar -elijo el verbo adrede- junto a cada acto no descubierto, en el momento de traerlo a la luz.

No sólo ustedes leen perplejos esta parte, yo también. ¿Por qué escribo esto?, ¿qué tiene que ver con una interpretación de la teoría de los ins-tintos? Muchísimo, pero coincido en que la relación no resulta evidente. Cuando se quiebra el isomorfismo de la razón, cambia el concepto de descubrimiento, el descubrimiento cae fuera del juicio y no hace falta para eso traer a colación el concepto de lo inconsciente, sino que más bien, este concepto, es traído para llenar un vacío y resolver el problema. Como psicoanalistas, tienen una visión clínica del lo inconsciente, pero Freud también lo piensa desde un punto de vista metafísico (poco prácti-co), sobre todo en la disputa con Jung, que es realmente menor. Tratamos de integrar el pensamiento a su herencia, tal como nos ha enseñado a hacer Kant, porque los problemas que la filosofía dibuja o expresa, van más allá del curso de la vida de un genio, y es superior a la miseria de todas las jergas. Estos hombres diseñaron el mundo tal como conocemos, no la fórmula del mundo, ni la traducción del mundo, ni un lenguaje que exprese al mundo, sino el mundo mismo, igual que dioses. Nosotros lo menos que podemos hacer, es tratar de comprenderlos, piensen que ellos ni siquiera nos exigen que sigamos su religión, tratarán sin duda de convencernos, pero en el fondo sueñan -como decía Hegel- con que cada época se exprese a sí misma. Es cierto, tienen esa fe. Esta es la mirada romántica sobre la cuestión de que nuestra vida instintiva tiene un saber reactivo a toda expresión lógica. Se pensó durante un tiempo largo que este saber en realidad era práctico, pero no es así. Se pensó esto porque los movimientos se este saber, sólo se hacen evidentes por modificaciones en la conducta, más que por obra de la interpretación. Sin embargo parece

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una verdadera puerta de Alice, un punto de vista completamente diver-so del mismo contenido. El psicoanálisis dice que se trata de un sujeto arcaico con eficacia presente, y se enreda en esta distinción tan difícil de llevar adelante. Nuestra carga instintiva pensada como saber, es un activo para nosotros, factible de ser interpretado, y de hecho lo utilizamos de manera permanente para nuestras reflexiones más abstractas. Sólo se me ocurre ligar este saber al descubrimiento; y como tal entraña una memoria y un acervo que indudablemente modificarán la conducta, pero este es un hecho derivado y secundario para lo que a nosotros nos interesa re-saltar aquí. Heidi llorará en el lecho de su abuelo agonizante, pero tendrá su foto en el cuarto y lo recordará toda la vida. La humanidad de la cual la razón instrumental nos arranca, es puramente espiritual, un paraíso de claridades, y también un acervo, un tesoro, que debemos conservar y enseñar a través de las generaciones. Es la sabiduría de los siglos, la prudencia en el orden del mundo. Una humanidad en la cual hayamos probado el fruto de la sabiduría, nos hubiésemos visto desnudos, pero Ds. nos hubiese perdonado igual. -“¡Ah!, pícaros”-, dice el abuelo de Heidi y se va a plantar algo al huerto mientras en el fondo suena Edelweiss en sordina. En realidad todavía soñamos con hacer las paces con la naturale-za, lástima que el abuelo de Heidi se muriera de cáncer, por fumar tanto su pipa de mierda, mientras veía el atardecer.

pEgan a un niño

La mía squallida Vita si estende

Piú spaventata di seIn un

InfinitoChe mi calca e mi

Preme col suoFievole tatto

Ungaretti La Alegría

Este artículo siempre me llamó la atención porque hay ausencia de sujeto, la escena recreada no tiene necesariamente un correlato en la vida concreta de quienes relatan la fantasía. Freud trata de investigar aquí una huella tardía y enmascarada de la dominación, extrañamente vinculada a una actividad autoerótica muy placentera y compulsiva. Quisiera evitar

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un análisis detallado de la información clínica, pese a que resulta crucial, porque esta reflexión se ha convertido en algo ya muy extenso. Les pido que lean por su cuenta Tres ensayos para una teoría sexual y La represión que continúan lo ya desarrollado en Los instintos y sus destinos, así lo discuti-remos luego [en clase].

“Al culminar la situación imaginada se impone al sujeto regularmente una satisfacción sexual de carácter onanista, voluntaria al principio, pero que puede tomar más tarde un carácter obsesivo.”

“¿Quién era el niño maltratado? ¿El sujeto mismo de la fantasía u otro niño distinto? ¿Y quién era el que maltrataba al niño? ¿Una persona adulta? Y entonces, ¿qué persona era ésta? ¿O imaginaba el niño ser él mismo quien golpeaba a otro? Todas estas interrogaciones recibían la misma hosca respuesta: «No sé…; pegaban a un niño.»”

La fantasía que se busca no es cualquier fantasía. Se la describe como una fantasía aberrante o perversa, construida como respuesta a una fija-ción muy arcaica. Se trata de una fantasía de dominación.

“Tal fantasía, emergida en temprana edad infantil, al estímulo, quizá, de impresiones casuales, y conservada luego para la satisfacción autoerótica, había de ser considerada por el análisis como un signo primario de per-versión”

Hay una facilidad de la perversión para una actividad que Freud des-cribe como sublimación. Habrán notado que yo le huyo a esta palabra y uso otra un poco rara que es enmascaramiento. Esto tiene que ver con mis dudas sobre el estatus temporal de esta fantasía infantil conservada. Evidentemente se trata de una fantasía presente. Yo creo que esta facilidad para el intercambio de imágenes por parte de una conducta perversa, no es precisamente una actividad alucinatoria, porque una actividad aluci-natoria es incompatible con profunda necesidad de manipulación a la cual se ve compelido el perverso. Se me podría criticar que la eficacia de la manipulación por parte del perverso se debe a una conexión incons-ciente, no necesariamente lógica o reflexiva, y que la actividad reflexiva que esta conducta despierta y que rápidamente nos fascina, aún como terapeutas, es algo así como: superestructura. Pero yo desconfío de esta interpretación, así como del hecho de que la pulsión inconsciente se vea impedida de desarrollar una actividad lógica persistente.

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“Sabemos que tal perversión infantil no persiste obligadamente a través de toda la vida, pues puede sucumbir luego a la represión, ser sustitui-da por un producto de reacción o transmutada por una sublimación. (Aunque quizá lo que sucede es que la sublimación nace de un proceso especial, obstruido por la represión.”

Esta peripecia hipotética de la pulsión me recuerda los viajes de Sim-bad el marino. ¿Qué es la infancia? La infancia es la cifra de una hu-manidad pura. Freud no tiene dudas sobre la pureza de esta humanidad arcaica. Evidentemente lo que a mi me interesa descubrir en este ensayo es cuanto de sí misma y de su objeto resulta capaz de conocer la lógica de la transferencia, una lógica arrancada ya de su defensa clínica, considerada en sí misma como capacidad teórica. Se trata sin duda de un instrumento muy especulativo, pero a través de su eficacia en la modificación de la conducta, creo que ha logrado darnos un modo de ser en el mundo.

“Esta acentuación de la importancia de las experiencias tempranas no quiere decir que despreciemos la influencia de las ulteriores. Pero éstas son ya estimadas y descritas por el mismo enfermo, mientras que las infantiles han de ser buscadas y devueltas a su verdadera significación por el médico.”

“Esta hipótesis queda confirmada por el análisis. La aplicación consecuente del mis-mo nos enseña que las fantasías de flagelación tienen una historia evolutiva harto complicada, en cuya trayectoria varían más de una vez casi todos sus elementos: su relación con el sujeto, su objeto, su contenido y su significación…”

“La personalidad del autor de los maltratos no aparece claramente definida al princi-pio. Sólo averiguamos que no se trata de otro niño, sino de un adulto. En esta persona adulta indeterminada nos es luego posible reconocer inequívocamente al padre (de la niña). Por tanto, esta primera fase de la fantasía de flagelación puede quedar descrita diciendo que el padre pega al niño.”

Parece bastante lógico que Freud quiera llevar adelante el análisis en términos del complejo de Edipo. La presencia de la figura paterna es el primer elemento incontrovertible en la descripción de esta confusa fla-gelación sin actores, cuando todavía no se ha logrado determinar por la experiencia clínica, si se trata de una conducta sádica o de una conducta masoquista. No es un problema menor. Porque como hemos visto de esta tópica se va a desprender si se trata de una pulsión del yo o de una pul-sión sexual. Evidentemente en este artículo la percepción de la frontera entre estas dos pulsiones permanecerá empañada.

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“yo soy golpeado por mi padre. Tiene, pues, un indudable carácter ma-soquista…”

“La persona que pega no es nunca la del padre; queda indeterminada, como en la primera fase, o representada típicamente por un subrogado paterno … […]y la flagelación misma puede quedar sustituida por casti-gos y humillaciones de otro género.”

“…la fantasía es ahora el sustentáculo de una intensa excitación, inequi-vocadamente sexual, y provoca, como tal, la satisfacción onanista Pero precisamente esto es lo enigmático: ¿cuál es el cambio por el que esta fantasía , ya de carácter sádico, en la que son maltratados unos niños desconocidos, llega a convertirse, a partir de esta fase, en un elemento persistente de la tendencia libidinosa de la niña.”

Freud nos advierte contra el carácter altamente especulativo de la re-construcción de una fantasía tan compleja. Señala un inicio masoquista en el cual Freud mismo no cree. Es el desvalimiento debido a los celos que nos produce el acto paterno de elegir otro objeto de amor, delante nuestro. Es esencial a esta fantasía el hecho de que la principal sublima-ción se expresa en el hecho de que el obvio actor de la misma, quien habla, cumple durante todo el relato el papel de espectador. Se trata de una conducta evidentemente sádica en su origen y busca la restitución de un objeto considerado eminentemente propio, con la consiguiente violencia por venganza. ¿Pero por qué razón quitarnos el placer del pro-tagonismo en esta vendetta fantasiada? Por otra parte la culminación de la fantasía en la satisfacción sexual onanista, es un claro elemento de prueba de que la fantasía ha sido llevada a cabo con éxito. Entonces en relación a lo que nosotros mismos hemos desarrollado, diremos que quien pega es un Golem creado por nosotros, no un Golem al cual le dimos el aliento de la vida, con una fórmula robada del mundo espiritual, sino un Golem: gemacht, como nos enseña Hegel, un Golem producido por nosotros. ¿Por qué no mostramos claramente al padre que castiga y rechaza al otro her-mano; y por lo tanto nos elige? ¿Por qué no es clara esta figura? Esto sólo puede ocurrir por dos razones: o el padre no es el padre, o nosotros, no somos nosotros mismos. Es muy interesante lo que se dice porque aquí, a todo riesgo, Freud describe la vida instintiva en sí misma, asume, desde mi punto de vista el ser de los instintos, y no su referencia tópica en un sujeto hipotético.

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“No podemos, pues, resolvernos a considerarla puramente sexual ni nos atrevemos tampoco a calificarla decididamente de sádica. Los caracteres en los cuales estamos acostumbrados a basar nuestras diferenciaciones van haciéndose más borrosos conforme nos acercamos a su origen…”

Como nos encontramos en una encrucijada, quisiera probar dos hipó-tesis alternativas un tanto antojadizas para repensar esta cuestión. La pri-mera que el tema, la referencia principal del análisis de Freud, no es aquí el Edipo sino el incesto y la segunda que la actividad instintiva que produce la fantasía de la paliza, no refiere necesariamente y con carácter excluyente a los instintos sexuales, sino a instintos del yo. Para sostener esto necesito evidentemente alejarme del camino de Freud en asuntos de crucial im-portancia, pero lo hago con la esperanza de que se pueda al menos traer alguna claridad sobre la referencia subjetiva. Freud también arriesga mu-cho en su análisis, por lo que debemos permitirnos hacer otro tanto.

“No son, desde luego, sexuales: no son tampoco sádicas, pero constituyen la materia de que ambas cosas saldrán en lo por venir.”

Esta es una alusión vacua a Banquo en Macbeth cuando habla de las Tres Hermanas del bosque, una mera potencia, algo onírico que puede ser y no ser, lejos estamos de poder referirlo a un quien.

“El deseo de tener un hijo con la madre no falta jamás en el niño, y el de concebir un hijo del padre es constante en las niñas; todo ello a pesar de una completa incapacidad para concebir el camino que puede conducir al cumplimiento de tales deseos. El niño parece sospechar que los genita-les tienen en ello alguna intervención, aunque su actividad investigadora puede buscar la esencia de la intimidad propuesta entre los padres en otras relaciones distintas…”

Esta es la descripción del incesto y no del Edipo. No hay aquí crimen ni constitución simbólica de la sexualidad, la referencia edípica sólo actúa como valor de verdad de la sexualidad y de las razones de la sexualidad, pero me parece que quien sostiene la fantasía del flagelo por parte de una figura paternal, enfrenta una fantasía de incesto, y que el Edipo actúa en el fondo como ley general.

“…que tales relaciones amorosas se hallan destinadas a sucumbir alguna vez, sin que podamos decir a qué. Lo más verosímil es que mueran sen-cillamente porque ha pasado su tiempo y porque los niños entran en una

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nueva fase de la evolución, en la cual se ven forzados a repetir la represión de la elección de objeto incestuosa de la historia de la Humanidad, como antes se vieron impulsados a realizar tal elección de objeto (recuérdese el Destino en el mito de Edipo).”

“Simultáneamente a este proceso de represión surge una consciencia de culpabilidad, también de origen desconocido, pero enlazada indudable-mente a aquellos deseos incestuosos y justificada por la persistencia de los mismos en lo inconsciente…”

“la fantasía de la segunda fase, en la cual el propio sujeto es maltratado por el padre, llega a ser una expresión directa de la consciencia de culpabilidad, a la cual sucumbe entonces el amor del padre. Se ha hecho, pues, maso-quista. Que yo sepa, es éste un hecho constante; la consciencia de culpabi-lidad es siempre el factor que transforma el sadismo en masoquismo…”

Freud reconoce tres fases en la fantasía, de las cuales sólo una perma-nece inconsciente, es la segunda, donde se hace evidente que la figura que ejerce el castigo es el padre, o una figura subrogada, maestro, vecino autoritario, tío metido, incluso la madre, que puede cumplir este papel con las niñas: ¿Qué quiere decir subrogar?. Ni idea, parece que quiere de-cir: reemplazar entre los abogados y la gente culta. Odio a la gente culta. Puede decirse con autoridad en contra de mi afirmación sobre el incesto, que el centro de la represión actúa sobre el problema parental, y si eso no es Edipo, ¿el Edipo donde está? Nuevamente y con sigilo, quiero afirmar que no toda oposición contra una figura patriarcal o paternal se da en el marco de una relación edípica. -“¡Pero sí toda relación incestuosa!”-afirma el energúmeno de turno-. Yo comprendo que la condición trágica del Edipo nos subyuge, el eterno retorno de lo igual y todo eso. No sostengo aquí una fundamentación diferente de la edípica para la sexualidad. Eso indudablemente actúa tal como lo conocemos. Pero creo que el tema de la fantasía es otro, más específico y que alude a cuestiones más radica-les. Entonces, paciencia, radicales. Las tres fases de la fantasía expresan o vuelven evidente que el que mira no es en realidad un espectador y que quien está ausente es un padre y finalmente aparece la culpa en el movimiento de la pulsión sádica a la pulsión masoquista.

Sobre esto quiero hacer las siguientes afirmaciones: a) el espectador desaparece, pero el relato continúa. Ergo ¿quién relata? b) De la relación con el padre, Freud dice que las niñas quieren tener un hijo con el padre y los niños quieren tener relaciones con la madre. Es decir, las niñas quie-

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ren combatir el lugar del hermano propio de la madre, con un hermano propio de ellas, incondicional para ellas, según la misma fantasía. Los niños se conforman con conseguir el reemplazo de la figura paterna en la relación sexual con la madre. La posesión del objeto amado me parece distinta. Según veo, las niñas están constitutivamente dispuestas a sostener la estructura edípica en general, y en cambio los varones se conforman con el incesto. No es menor esta diferencia, siempre que sea cierta. De todos modos las niñas me parecen más prácticas, no se puede lamer la manteca y dejar la tostada. No hay -como se ha dicho- una enorme di-ferencia entre la madurez femenina y la madurez masculina, porque el hijo propio de las niñas, es otro pequeño Golem, destinado a cumplir una función fálica. Debemos decir que esta fantasía las mujeres, la realizan con sus hijos verdaderos. Freud advierte que la reflexión busca equiparar todo para establecer leyes universales de la sexualidad, pero mucho más rico en este asunto, es, por supuesto, pensar en la diferencia y sus razones.

“Cuando la organización genital apenas alcanzada sucumbe a la repre-sión, no surge, como única consecuencia, la de que todos los elementos psíquicos representativos del amor incestuoso se hagan o permanezcan inconscientes. Sucede también que la misma organización genital experi-menta una desgracia regresiva. La idea «el padre me ama» tenía un sentido genital; la regresión la transforma en la siguiente: «El padre me pega (yo soy pegado por el padre).» Este «ser pegado» constituye una confluencia de la consciencia de culpabilidad con el erotismo; no es sólo el castigo de la relación genital prohibida, sino también su sustitución regresiva, y de esta última fuente extrae la excitación libidinosa, que desde este punto queda unida a ella y buscará una descarga en actos onanistas. Pero ésta es ya la esencia del masoquismo.”

Aquí vamos con mi sesgada y criticable interpretación: quien reto-ma el relato, es por supuesto el analista. Esto desde luego tiene grandes consecuencias, una de ellas es que la verdad alcanza un terreno firme, en relación con una ciencia general de la subjetividad, otra que cambia el concepto de la percepción por lo que la alucinación deberá convivir con la autoconciencia. Frase muy oscura. En efecto, esta continuidad del relato desborda el orden de la persona, pero Freud actúa como si todo continuara de la misma manera. Si hubiera sustitución en el relato, la evo-lución hacia el masoquismo no podría llevarse adelante. Freud introduce en el análisis dos elementos nuevos: 1) la genitalidad del proceso y 2) la regresión a una etapa arcaica (¡qué raro!) que es lo que permite libidini-

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zar la culpa para constituir la conducta masoquista. Aquí sí la niña paga su crimen. ( ¡esto es puro Edipo casher!). Pero aquí es donde se embarra la cancha, porque la culpa no puede ser frente al padre, sino frente a la madre. El padre es su objeto de deseo, el crimen que debe pagar, a mi modesto juicio, es haber querido introducir un hermano propio que ac-tuara bajo el poder de una nueva madre y esta es una pulsión del yo, en la cual la sexualidad es un telón de fondo. Aquí lo que se juega, lo que esta maravillosa fantasía esconde, es la voluntad de la hija de ser ella, la madre. Por eso yo veo de un lado incesto, más que Edipo, y del otro, identidad. Pero quizás sea una pavada.

“A la consciencia de la culpabilidad le hubiera bastado, por tanto, la agre-sión, en lugar de la represión. En los casos femeninos, la consciencia de culpabilidad, más exigente quizá, sólo habría quedado satisfecha con la acción conjunta de ambos procesos.”

Freud percibe que estamos aquí ante un proceso diferente, pero no quiere exceder los límites de su comunicación. Era muy atacado en todos los Congresos de la época.

“La fantasía, análoga ahora a aquella de la primera fase, parece haber vuelto a adquirir un carácter sádico. Nos parece como si en esta fase: «El padre pega al otro niño y no quiere a nadie más que a mí», hubiese retrocedido el acento a la primera parte, después de haber sucumbido la segunda a la represión. Pero sólo la forma de esta fantasía es sádica; la satisfacción de ella extraída es masoquista; su significación está en que ha tomado la carga libidinosa en la parte reprimida, y con ella también el sentimiento de culpabilidad concomitante al contenido.”

Se escurre el contenido de la reflexión porque es el analista quien está sosteniendo ahora el relato de la fantasía, el curso masoquista vuelve a ser sádico, la figura de la relación incestuosa se vuelve mágicamente cons-ciente, Porque nosotros no somos nosotros. En latín quidditas, identidad.

Más que la evolución entre tres fases de una perversión, creo que esta fantasía refleja la tensión entre sadismo y masoquismo. Se trata eviden-temente de una tensión sexual, pero su meta no puede ser otra que la producción más o menos azarosa y arbitraria de una identidad. El origen de esta identidad se funde con su propio relato. Depende por lo tanto de una decisión, del ejercicio de la libertad. Recae en la persona porque sólo ella puede relatar. Este proceso que en realidad se inicia en la: naturaleza de

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lo humano y examina la índole de nuestra percepción del incesto, mucho más que sus consecuencias, las cuales, como se ve, pendulan entre el sadis-mo y el masoquismo, por lo que demuestran únicamente la insuficiencia de esta tópica. Quizás sí estemos aquí, ante la producción de una condi-ción dialéctica de la persona, una producción que en el fondo sólo refleja la tensión entre un cogito en general, ya indiferente al mundo, es decir, esen-cialmente humano. Freud ve en este cogito una estructura sádica. Pero me parece que este sadismo autocrítico, es una rudimentaria autoconciencia que ha expulsado de sí, su principio arcaico, fijado, no ya en la infancia, tal como enseña el psicoanálisis, sino en la naturaleza de lo humano.

Este proceso violento, de autopreservación quizás sea el origen de la razón instrumental.

Esta particularidad no se explica, desde luego, por una competencia eventual de los sexos, pues entonces en las fantasías de los niños serían niñas las maltratadas, ni tiene tampoco nada que ver con el sexo del niño odiado en la primera fase, sino que indica el desarrollo de un complicado proceso de las niñas. Cuando éstas se apartan del amor incestuoso de sen-tido genital al padre, rompen, en general, fácilmente con su femineidad, reaniman su «complejo de masculinidad» (van Ophuijsen) y abrigan, a partir de este punto, el deseo de ser un chico. De aquí que sean también niños los representantes de su propia persona en las fantasías.

Freud parece abandonar aquí su necesidad de establecer un principio único para describir la conducta masoquista, y desea evidentemente pen-sar la diferencia, pero avanza hacia los resultados generales de su teoría, y opta por defender su posición, sin embargo sospecha que hay un misterio que escapa de su desarrollo. Este juego de abalorios entre ambos géneros de la sexualidad, refiere inmediatamente a la incapacidad de la tópica por expresar la complejidad del problema.

“Por último, la constitución sexual anormal ha mostrado su energía im-poniendo al complejo de Edipo una orientación especial y obligándole a subsistir en un fenómeno residual desacostumbrado.”

“Como es sabido, la perversión infantil puede constituir la base del desa-rrollo de una perversión de igual sentido, que persista, a través de toda la existencia del sujeto, y devore por entero su vida sexual o, por el contra-rio, puede ser interrumpida y permanecer en el fondo de un desarrollo sexual normal, al cual robará, de todos modos, una cierta magnitud de energía…”

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“Desde luego, sería importante saber si es lícito afirmar que todas las per-versiones infantiles tienen su génesis en el complejo de Edipo.”

“…la «primera vivencia» de todos estos perversos, fetichistas, etc., casi nunca se remonta a una fecha anterior al sexto año. Ahora bien, por esa época el imperio del complejo de Edipo ya ha caducado; la vivencia re-cordada, de tan enigmática eficacia, muy bien pudo subrogar la herencia de aquel.”

Freud renueva aquí su afirmación ya conocida en la discusión con Fliess y Weismann de que la sexualidad es un principio tardío y derivado, cuando no artificial, en el orden de la vida. Recuerdo la afirmación de Rousseau sobre el hecho de que la reflexión inteligible, o mejor dicho el pensamiento en general, es una actividad patológica y decadente, una especie de enfermedad, por parte del ser humano. Freud encuentra pro-blemas para derivar esta fantasía del Complejo de Edipo, sin embargo abandona este camino que él mismo ha abierto, para volver a la hipótesis edípica. Hace bien.

“…creemos que el complejo de Edipo es el genuino núcleo de la neuro-sis, y la sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva de la neurosis; lo que resta de él como secuela constituye la predisposición del adulto a contraer más tarde una neurosis.”

“Entonces, la fantasía de paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serían unos precipitados del complejo de Edipo, por así decir las cica-trices que sólo al hombre entre todos los animales, de verse obligado a comenzar dos veces su vida sexual -la primera como todas las otras cria-turas, desde la primera infancia, y luego, tras larga interrupción, de nuevo en la época de la pubertad-, sobre todo ello, que se relaciona de manera estrecha con su «herencia arcaica.”

“Pulsiones de meta pasiva son dadas desde el comienzo mismo, sobre todo en la mujer, pero la pasividad no constituye todavía el todo del masoquismo; a este le pertenece, además, el carácter displacentero, tan extraño para un cumplimiento pulsional. La trasmudación del sadismo en masoquismo parece acontecer por el influjo de la conciencia de culpa que participa en el acto de represión. Entonces, la represión se exterio-riza aquí en tres clases de efectos: vuelve inconciente el resultado de la organización genital, constriñe a esta última a la regresión hasta el estadio sádico-anal y muda su sadismo en el masoquismo pasivo, en cierto sen-tido de nuevo narcisista. De estos tres resultados, el intermedio es posi-

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bilitado por la endeblez de la organización genital, endeblez que damos por supuesta en estos casos; el tercero se produce de manera necesaria porque a la conciencia de culpa le escandaliza tanto el sadismo como la elección incestuosa de objeto entendida en sentido genital. ¿De dónde viene la conciencia de culpa misma? Tampoco aquí los análisis nos dan respuesta alguna.”

En el segundo inicio de la vida sexual, un tanto antojadizo para pen-sar el inicio de la humanidad, el hombre ya no está sólo y ya ha perdido el dominio del relato acerca de sí mismo. Nuevamente aparece aquí la distinción entre actividad y pasividad de la pulsión. A mi juicio esta dis-tinción tan arbitraria como artificial, puesto que hay un continuo inter-cambio entre la actividad y la pasividad de las pulsiones que nada tiene que ver con la cuestión del género, oculta una incapacidad del análisis para explicar el sentido de la pulsión masoquista en términos del Com-plejo de Edipo.

“Resumo los resultados: la fantasía de paliza de la niña pequeña recorre tres fases; de ellas, la primera y la última se recuerdan como concientes, mientras que la intermedia permanece inconciente. Las dos concientes parecen sádicas; la intermedia –la inconciente- es de indudable naturaleza masoquista; su contenido es ser azotado por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la conciencia de culpa…”

“…se observa que, tanto en las fantasías masoquistas como en las esce-nificaciones que las realizan, ellos se sitúan por lo común en el papel de mujeres, coincidiendo así su masoquismo con una actitud femenina. Esto es fácil de demostrar a partir de los detalles de las fantasías; pero muchos pacientes incluso lo saben y lo exteriorizan como una certidumbre sub-jetiva.”

Hay evidentemente una diferencia cualitativa en la pulsión masoquista; en la hipótesis que propongo y que me parece consistente, hay que sacarla de la determinación sexual edípica y colocarla en los términos de una pulsión del yo. Si persistimos en pensar esta pulsión masoquista (y hay evi-dentemente elementos para hacerlo) seguiremos pendulando entre ambos géneros para buscar una unidad que no contempla el hecho fundamental de que el actor de la fantasía es un espectador, y que en ese papel ya ha sido reemplazado por otro, que es quien continúa con el relato, pero que se muestra totalmente incapaz de explicar la pulsión masoquista.

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“La fantasía de paliza del varón es entonces desde el comienzo ,mismo pasiva, nacida efectivamente de la actitud femenina hacia el padre.”

“En la niña, la fantasía masoquista inconciente parte de la postura edípica normal; en el varón, de la trastornada {verkehren}, que torna al padre como objeto de amor. En la niña, la fantasía tiene un grado previo (la pri-mera fase) en que la acción de pegar aparece en su significado indiferente y recae sobre una persona a quien se odia por celos; ambos elementos faltan en el varón, aunque quizás una observación más feliz podría elimi-nar esta diferencia.”

Si se encuentran más cómodos dentro de esta hipótesis de varones femeninos, niñas masculinas junto a la esperanza de “una observación más feliz” deben permanecer en ella. Simplemente he querido ofrecer alguna alternativa teórica.

“En la niña, la situación originariamente masoquista (pasiva) es trasmu-dada por la represión en una sádica, cuyo carácter sexual está muy borra-do; en el varón sigue siendo masoquista y a consecuencia de la diferencia de sexo entre el que pega y el azotado conserva más semejanza con la fantasía originaria, de intención genital.”

El relato pone al amor en el principio, pero esto resulta insuficiente porque deja al cuerpo abandonado. Este es mi concepto de la perversión. El odio que Freud dice que pone a la pulsión sádica en el cuerpo pro-pio, es un espejismo, una imagen derivada del cuerpo. El odio entonces pertenece a quien relata, y crea una persona desvalida, a la espera de la recuperación de su propio cuerpo. Este es un ejercicio salvaje, porque nos sentimos culpables de haberlo abandonado. Ese cuerpo que ya no sabemos si será propio, que ya no sabemos si podrá reconocernos. He aquí el origen de la conducta masoquista. Comprendo que este análisis es oscuro y poco clínico, y no parece posible que alcancemos a través de él una clara determinación de la conducta masoquista. Pero es que se trata de otra cosa; se trata de recuperar la tensión, entre un cogito en general y el mundo pensado ahora como autoconciencia. A continuación, sí, voy a escandalizarlos, porque finalmente esta lógica de la transferencia no pa-rece reflejar otra cosa que el orden de la confesión, l’aveu, como escribe Mauppassant; la verdad es la firmeza de la Revelación. Parece que final-mente no hemos descubierto nada.

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“El muchacho, que quería huir de la elección homosexual de objeto y no ha mudado su sexo, se siente empero como mujer en su fantasía conciente y dota a las mujeres azotadoras con atributos y propiedades masculinos. La niña, que sí ha resignado su sexo y en el conjunto ha operado una labor represiva más radical, no se suelta empero del pa-dre, no osa pegar ella misma, y puesto que ha devenido muchacho, hace que sean principalmente muchachos los azotados. Sé que no han que-dado satisfactoriamente esclarecidas las diferencias aquí descritas sobre el comportamiento de las fantasías de paliza en ambos sexos; no obstante, abandono el intento de desentrañar estas complicaciones estudiando su dependencia de otros factores, porque mismo no considero exhaustivo el material de observación.”

Para salir de este continuo desconcierto Freud nos propone a conti-nuación una bisexualidad originaria, tomando la teoría (bastante antigua) de Alfred Adler sobre la “protesta” masculina ante la determinación fe-menina, pero como veremos no se aclara demasiado el panorama.

“La primera de estas teorías es anónima; me fue expuesta hace muchos años por un colega que en ese tiempo mantenía relaciones de amistad conmigo…”

Creo que se refiere a Strachey, pero no estoy seguro. Y:

“Se apuntala en la constitución bisexual de los individuos humanos y asevera que en cada quien el motivo de la represión sería la lucha entre los caracteres sexuales. El sexo de más intensa plasmación, predominante en la persona, ha reprimido a lo inconciente a la subrogación anímica del sexo derrotado…”

Hermafroditismo darwiniamo, y por supuesto evolución y más evo-lución.

“…se volvería incierto cuál es el sexo más intenso en él, y correríamos el riesgo de volver a derivar como resultado de la investigación lo que debía constituir su punto de partida.”

“Esta teoría de la «protesta masculina», formulada por Alfred Adler, tiene por contenido que todo individuo se resiste a permanecer en la «línea femenina» [de desarrollo], inferior, y esfuerza hacia la línea masculina, la única satisfactoria. A partir de esta protesta masculina, Adler explica en términos universales tanto la formación del carácter como la de la neurosis.”

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Sin ánimo de criticar a Adler, no me parece una solución apropiada, porque cambia unas dudas por otras, y todo en el reino de lo subjuntivo.

“En el fondo, sólo observamos que en individuos masculinos y feme-ninos sobrevienen, y pueden devenir inconscientes por represión, tanto mociones pulsionales masculinas cuanto femeninas. La teoría de la pro-testa masculina parece pasar mucho mejor la prueba de su aplicación a las fantasías de paliza. Tanto en el varón como en la niña, la fantasía de paliza corresponde a una actitud femenina, vale decir, a una permanencia en la línea femenina; y ambos sexos, mediante represión de la fantasía, se apresuran a librarse de esa postura {actitud}.”

“…si la protesta masculina parecía explicar bien la represión de las fan-tasías pasivas, más tarde masoquistas, se vuelve del todo inutilizable jus-tamente para el caso contrapuesto, el de las fantasías activas. 0 sea: la doctrina de la protesta masculina es por completo inconciliable con el hecho de la represión.”

“La teoría psicoanalítica, apoyada en la observación, sostiene que no es lícito sexualizar los motivos de la represión. El núcleo de lo inconcien-te anímico lo constituye la herencia arcaica del ser humano, y de ella sucumbe al proceso represivo todo cuanto, en el progreso hacía fases evolutivas posteriores, debe ser relegado por inconciliable con lo nuevo y perjudicial para él.”

A ver si traemos un poco de luz a este galimatías. La diferencia en la determinación de la pulsión tiene que ver con la diferencia de género, porque hay una diferente constitución del complejo parental, pero no es simétrica, y sobre todo la actividad y la pasividad no pueden nunca ser correlativas a la cuestión de género, eso a mi juicio es un serio prejuicio. Por otra parte tanto la bisexualidad original como protesta masculina re-sultan completamente hipotéticas, y sin probable comprobación clínica. La decisión final de Freud: esto no se lo que es, pero me quedo con el Complejo de Edipo; no conozco nada más consistente.

sintEsis

Hicimos junto con Freud un camino verdaderamente complejo. Pri-meramente en Más Allá…, que es un texto que abre la posibilidad de juntar lógicas, de pensar el estatus temporal de la vida instintiva, la índole ontológica de nuestra vida instintiva y como se compadece con el resto

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El caballo dE WagnEr

de la actividad humana. Vimos a Freud aplicar el principio del tercero excluido con suerte muy diversa, muy bien en el análisis de Fechner, pero muy problemáticamente en Los Instintos y… donde no se arriba en mi opinión a una tópica adecuada. Dejo un par de artículos sin analizar por la extensión de este texto que son La represión y Tres ensayos… . Y final-mente en Pegan a un niño donde se piensa por primera en la ausencia de sujeto, en un sujeto que se presenta como negado. Esto, como ya se sabe por otros temas de este seminario, es importante para el análisis de la razón instrumental. Creo que queda claro que el mundo instintivo nos ofrece un conocimiento acerca de nosotros mismos y acerca de un mundo capaz de ser compartido con el género humano. Un saber que no debemos dejar escurrir por la cloaca del origen, porque tiene y necesita una condición presente. No podemos evitar nuestra responsabilidad social e individual, en el diseño de un universo represivo que nuestra vida instintiva ilumina con su ausencia; con su absoluta incapacidad de llegar hasta nuestra hu-manidad. Las cosas que dice Freud pueden evidentemente discutirse y lo hacemos con suerte desigual, pero ha sido este autor, quien nos trajo hasta aquí, porque se trata de uno de los navegantes del límite, de alguien que no acepta detenerse. Citamos muchas a Friedrich Nietzsche, Freud casi no lo menciona, prefiere referirse a Schopenhauer, el autor de El Mundo como voluntad y representación, para llevar adelante su polémica. Respetamos esta decisión, pero no podemos ocultar la importancia de Nietszche para estos temas. Sin embargo no hay nada más opuesto a la solución de Nie-tzsche que el pensamiento de Freud. Ambos imaginan sujetos dualistas, pero Nietszche piensa en un hombre esencialmente trágico, fruto de su voluntad de trascendencia. En cambio, el sujeto de Freud se encuentra prisionero de todo lo que no puede resolver, de todo lo que no entiende, y encara su tragedia en relación a sus condiciones materiales, cosa muy discutible desde el punto de vista de Nietzsche. Más allá de su bella prosa alemana, Nietzsche desprecia la decadencia de una humanidad de ovejas que no acompañan a su superhombre, Freud es un médico que trata de seguir la máxima de Asclepios, trashumante: aliviarás el dolor, acompañarás el sufrimiento. Tendremos evidentemente que volver, porque esta inves-tigación es muy inicial e insuficiente, tengo la esperanza de que alcance para dibujar los principales problemas. Gracias.

Buenos Aires 31 de Diciembre del �008