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El Arte de Morir Por Émile Zola

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ElArtedeMorir

Por

ÉmileZola

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ELCAPITÁNBURLE

I

Yaeranlasnueve.LapequeñaciudaddeVauchampacababademeterseenla cama,muda y oscura, bajo la glacial lluvia de noviembre.En la calle deRécollets, unade lasmás estrechasymenos transitadas del barrio deSaint-Jean,unaventanaseguíailuminada,eneltercerpisodeunaviejacasa,cuyosdesvencijadoscanalonesdejabancaertorrentesdeagua.MadameBurlevelabajuntoaunendeblefuegodetoconesdeviña,mientrassunietoCharleshacíalosdeberesbajolapálidaclaridaddeunalámpara.

Elapartamento,alquiladoporciento sesenta francosalaño, secomponíade cuatro enormes habitaciones que nunca lograban calentar en invierno.Madame Burle ocupaba la más amplia; su hijo, el capitán-tesorero Burle,había elegido la habitación que daba a la calle, cerca del comedor; y elpequeño Charles, con su catre de hierro, se perdía al fondo de un inmensosalón cubierto de mohosas tapicerías que ya no se utilizaba como tal. Losescasos enseres del capitányde sumadre,muebles estilo Imperiode caobamaciza, abollados y con los apliques de cobre arrancados tras los continuoscambios de guarnición, desaparecían bajo la alta techumbre de la cual sedesprendíacomounafinaoscuridadpulverizada.Lasbaldosas,pintadasdeunrojo frío y duro, helaban los pies. Entre las sillas tan sólo había pequeñasalfombrillas raídas, tan desgastadas que tiritaban en medio de ese desiertobarridopor todos losvientos, que se filtrabanpor laspuertasy lasventanasdislocadas.

Cercadelachimenea,MadameBurlesearrellanabadentrodesusofádeterciopelo amarillo, observando ensimismada cómo se consumía el últimotocón,conesamiradafijayvacíadelosancianosperdidosensusrecuerdos.Eracapazdepasarasídíasenteros,consufiguradesgarbadaysulargacarasiempre seria, cuyos delgados labios jamás sonreían. Viuda de un coronel,fallecidoenvísperasdesernombradogeneral,madredeuncapitándelquenose había separado ni siquiera durante sus campañasmilitares,mostraba unaseveridad castrense; se había contagiado de las ideas de deber, honor ypatriotismoquelahacíaninflexible,comosisehubierasecadobajolarudezade la disciplina. Era raro que dejara escapar una queja. Cuando su hijo sequedóviudo, trascincoañosdematrimonio,aceptópor supuestoencargarsede la educación deCharles, labor que desempeñaba con la severidad de unsargentoencargadode instruira losreclutas.Vigilabaestrechamentealniño,sin tolerarle ni un capricho, ni una falta, obligándolo, si era necesario, a

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permanecer despierto hasta medianoche, velando ella también, hasta queacabara todos sus deberes. Charles, de temperamento delicado, crecíadescolorido bajo esta disciplina implacable, con su cara iluminada por doshermososojos,demasiadograndesydemasiadoclaros.

En sus largos silencios, unaúnica idea fija rondaba aMadameBurle: suhijohabíatraicionadosusesperanzas.Estobastabaparamantenerlaocupada,rememorandosuexistencia,desdeelnacimientodelpequeño,queasusojosmarcabaelmomentoálgidodelacarreradesuhijo,enmediodetodasuertede pompa y gloria, hasta esta estrecha vida de garita, estos días tediosos eindistinguibles,estedescalabroaunpuestodecapitán-tesorerodelquejamássaldría,enelquesehabíaapoltronado.Sinembargo,suscomienzoslahabíanhenchidodeorgullo;duranteunosinstantes,hastahabíacreídoversussueñosrealizados. Apenas había salido su hijo de la Escuela de Saint-Cyr, tuvo laoportunidad de distinguirse en la batalla de Solferino, tomando junto a unpuñadodehombrestodaunabateríaenemiga.Fuecondecorado,losperiódicoscomentaronsuheroísmoyeraconocidocomounodelossoldadosmásbravosdelejército.Pero,pocoapoco,elhéroefueengordando,hundiéndosebajosugrasa, volviéndose espeso, feliz, relajado y cobarde. En 1870 tan sólo eracapitán; capturado en la primera escaramuza, regresó furioso de Alemania,jurandoque jamásvolveríaalcampodebatalla,queeraunaestupidez.Perocomo no podía abandonar el ejército, al carecer de oficio, logró elnombramientodecapitán-tesorero;unnicho,decía,dondealmenoslodejaríanreventar tranquilo. Ese día, Madame Burle sintió un gran desgarro en suinterior. Era el final, y desde entonces nunca había abandonado su actitudsevera,nuncahabíadejadodeapretarlosdientes.

El viento barrió la calle deRécollets, unaoleadade lluvia se abatió conrabiaenlasventanas.Laancianaalzólamiradadelachimenea,queseestabaextinguiendo,paraasegurarsedequeCharlesnosehubieradormidosobresutraducciónen latín.Esteniñodedoceañossehabíaconvertidoensuúltimaesperanza, a la que se aferraba en su tozuda obsesión por la gloria. Alcomienzo, lo detestaba, con todo el odio que sentía hacia su madre, unapequeñaobreramodosita,lindaydelicada,queelcapitándeseabaconlocuraycon la que cometió la estupidez de casarse, al no poder convertirla en suamante.Unavezmuertalamadre,conelpadresumidoenelvicio,MadameBurle había rehecho sus sueños con el pobre niño enfermizo, que apenas silograbasacaradelante.Queríaquefuerafuerte,quefueraelhéroequeBurlese había negado a ser; y, bajo su fría severidad, observaba ansiosa cómocrecía, palpándole losmiembros, infundiéndole coraje en la cabeza. Poco apoco,cegadaporsupasión,creyótenerporfindelantedeellaalhombredelafamilia.Elniño,denaturalezadulceysoñadora,enrealidadsentíaunhorrorfísico hacia el oficio de las armas; pero como tenía auténtico pavor a suabuela, y puesto que era muy dócil y obediente, repetía lo que ella decía,

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resignándoseaconvertirseenmilitaralgúndía.

MadameBurle se dio cuenta que el niño no avanzaba en su traducción.Charles,aturdidoporelruidodelatormenta,estabaenrealidaddormido,conlaplumaenlamanoylamiradaplantadaenelpapel.Entoncesellagolpeóconsus dedos resecos el borde de lamesa y el niño pegó un respingo, abrió eldiccionarioysepusoabuscar febrilmente.Sindecirniunapalabra, laviejamujerseacercóalostoconeseintentóreavivarelfuego,sinlograrlo.

Cuandoaún tenía feen suhijo, sehabíadejadoarruinarporéste,que sehabía comido sus pequeños ahorros en vicios que ella ni siquiera queríaconocer.Yaúnahora,elcapitánBurleseguía liquidandolacasa, todose ibaesfumandopocoapoco;estabanenlamiseria,lashabitacionesestabanvacíasy la cocina siempre fría. Pero ella jamás le hizo ni un comentario, pues,disciplinada como era, seguía considerándolo el dueño de todo. Tan sólo avecessentíaunescalofrío,pensandoqueBurlepodíallegarundíaacometeralgunatonteríaqueimpidieraaCharlesentrarenelejército.

Se levantópara irabuscaralgúnsarmientoa lacocina,cuandoseabatiósobre la casa una terrible borrasca que sacudió las puertas, arrancó unapersiana y arrastró el agua de los reventados canalones, inundando lasventanasconsustorrentes.Enmediodeesteestrépito,escuchóuninesperadotimbrazo.¿Dequiénpodíatratarseataleshorasyconestetiempo?Burlenoacostumbrabaavolvernuncaantesdemedianoche,siesquevolvíaantesdeamanecer. Abrió la puerta. Apareció ante ella un oficial, calado hasta loshuesos, jurando en arameo. «¡Por todos los diablos!… ¡Ah!, ¡tiempo deperros!»

EraelmayorLaguitte,unbravoancianoquehabía servidoalmandodelcoronelBurleenlosbuenosviejostiempos.Comenzócomoenfantdetroupe,pero,graciasasubravura,muchomásqueasuinteligencia,habíaalcanzadoelgradodecomandante,hastaqueunaenfermedad—unacortamientodelosmúsculos de un muslo, producido por una herida— lo obligó a aceptar elpuesto demayor. Incluso cojeaba levemente, pero no convenía recordárselocaraacara,puessenegabaaaceptarlo.

—¡Esusted,mayor!—exclamóMadameBurle,cadavezmássorprendida.

—¡Sí, maldita sea!—gruñó Laguitte—. Y hay que quererla a usted nopocoparaecharsea lascallesconestacondenada lluvia…¡Coneste tiemponosalenniloscuras!

Sacudíatodoelcuerpo,susbotasrebosabandeaguaformandounacharcaenelsuelo.Sepusoentoncesamirarasualrededor.

—NecesitoimpepinablementeverahoramismoaBurle…¿Acasoyasehaacostado,elmuygandul?

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—No,aúnnoharegresado—respondiólaviejamujercondureza.

Elmayorsemostróexasperado.Exclamó,enunarrebatodeira:

—¡Cómo! ¿Que aún no ha vuelto? ¡Pero entonces,me han hecho buenachiflaensucafé!;¡dondelaMélanie,yasabe!Acabodepasarporahíyunacriadasehareídoenmisbarbasdiciéndomequeelcapitánacababadeirseaacostar.¡Ah,pardiez!¡Yameparecíaamí!¡Debuenaganalehubieradadoyounbuentiróndeorejas!

Sefuecalmando,pataleandoporlahabitación,indeciso,conairealterado.MadameBurlelomirabafijamente.

—¿Necesita usted hablar con el propio capitán en persona?—preguntó,porfin.

—Sí.

—¿Ynopuedoyotransmitirleelasunto?

—No.

Laanciananoinsistió,peropermanecióahímismo,observandoalmayorquenoacababadedecidirseapartir.Alfinal,tuvounnuevoarrebatodeira:

—¡Quémásda! ¡Malditasea!…Yaquehevenidohastaaquí,puesse lovoyacontarausted,vayaquesí…Talvezsealomejor.

Se sentó ante la chimenea, tendiendo hacia ella sus embarradas botas,como si flambeara un buen fuego tras los morillos. Madame Burle iba aretomarsusitioenelsofácuandosediocuentadequeCharles,derrotadoporla fatiga, acababa de deslizar la cabeza entre las páginas abiertas deldiccionario. En un primer momento, la llegada del mayor lo habíadespabilado; pero en cuanto se dio cuenta de que no se ocupaban de él, nopudoresistirsealsueño.Suabuelasedirigíayaalamesaparadarleuncateensus endebles manitas que palidecían bajo la lámpara, cuando el mayor laretuvo.

—No, no, déjelo dormir, al pobre pequeño… No se trata de nada muydivertido,quedigamos,comoparaqueloescuche.

Asíque la anciana regresó a su asiento.Ambos semiraronduranteunosinstantes,ensilencio.

—¡Puesvale,yaestá!—exclamóporfinelmayorysubrayósusiguientefraseconunfuriosogestodementón—.¡ElmuycerdodeBurleyanoslahavueltoajugar!

AMadameBurlenoletemblóniunmúsculoperopalidecía,cadavezmásestiradaensusofá.Elotroprosiguió:

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—No,siyameloestabayooliendo,todoesto…Teníainclusolaintencióndecomentárseloaustedalgúndía.Burlenoparabadederrochardinero,conunaireidiotaquemeteníaescamado.¡Ay,pardiez!¡Hayquesermediotontoparahacersemejantesasquerosidades!

Y se puso a lanzarse furiosos puñetazos a la rodilla, enmudecido por laindignación.Finalmente,laancianatuvoquehacerleunapreguntadirecta:

—¿Harobado?

—Siesquenoselovaustedacreer,no…¡Yonuncahecomprobadolascosas!Apruebolascuentas;echolafirma.Yasabeustedcómofuncionanlascosasenelconsejo.Sólocuandoseacercabaunainspección,comoelcoronelesmuyquisquilloso,yoledecía:«Amigo,cuidadoconlacaja,quesoyyoelque responde por ella». Y me quedo tranquilo… Pero desde hace un mes,comosecomportabadeformaextrañaymellegaronrumoresfeos,comencéamirarmásatentamentesusregistros,amirarconlupasusapuntes.Perotodoparecíacorrecto,impecable…

Tuvoqueinterrumpirse,embargadoportalarrebatodefuriaquenopudoevitardesahogarseinmediatamente:

—¡Malditosea!¡Malditosea!…Sinoestantosupilleríaloquemeenoja,es más su repugnante comportamiento hacia un amigo como yo. ¡Se hacachondeado bien de mí! ¡Como lo oye, Madame Burle!… ¡Maldito sea!¿Acasometomaporunviejoimbécil?

—¿Harobado,entonces?—volvióapreguntarMadameBurle.

—Hoy—prosiguió el mayor, un poco más tranquilo—, según salgo decenar, apareceGagneux…¿Loconoceusted?, es el carniceroqueestá en laesquinade laPlaceauxHerbes.Otrobribónde lapeor especie, elGagneuxéste, que ha logrado la adjudicación de la carne ¡y que alimenta a nuestroshombres con todas las vacas que revientan de viejas por los alrededores!…¡Vale!,pues lo recibocomoaunperro, como loquees, cuandomedesvelatodoelpastel.¡Ay,menudotinglado!PareceserqueBurletansólolepagabaanticipos;¡unoschanchullosdecuidado!,¡unlíodecifrasquenieldiablolascomprende!Vamos,queBurleledebedosmilfrancosyelcarniceroamenazaconirasoltartodoelcuentoalcoronelsinoselepagainmediatamente…Ylopeorde todoesque elmuycerdodeBurle, para liarmeamí,meentregabacada semana un recibo falso que él mismo firmaba directamente comoGagneux…¡Hacermeesoamí!…¡Esafarsa,asuviejoamigo!¡Malditoseamilveces!

Elmayorsealzóesgrimiendolospuñoshaciaeltechoysedesplomóenlasilla.MadameBurleselimitóainsistir:

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—Entonces,harobado.

Tras lo cual, sin una sola palabra de reproche y condena hacia su hijo,añadiósimplemente:

—Peronotenemosdosmilfrancos;comomucho,tendremostreinta,ahoramismo.

—Melotemía—dijoLaguitte—.¡Yadivineustedadóndehaidoaparartodoeldinero!Puesa laMélanie,unabuena liantaque tieneaBurlemedioatontado… ¡Ay, lasmujeres! ¡Le tengobiendichoquevan a acabar con él!¡Nosédequémaderaestáhecho,elmuyanimal!Sólotienecincoañosmenosqueyoysiguedesatado.¡Menudanaturaleza!

Seprodujounnuevosilencio.Lalluviaarreciabafueraysepodíaoír,enlapequeñaciudaddormida,elestrépitodelostubosdechimeneaydelastejasdepizarraquelaventiscaestrellabacontraeladoquinadodelascalles.

—Venga —dijo el mayor levantándose—. De nada sirve quedarse aquípasmado…Yalosabeustedtodo;mevoy.

—¿Quéhacer?¿Aquiénrecurrir?—murmurabalaanciana.

—Nosedesespere,yaseverá…¡Siyotuvieradosmilfrancos…!Peroyasabeustedquenosoyrico.

Se calló, un tanto avergonzado.Él, solterón, sinmujer ni hijos, se bebíaescrupulosamente su paga en coñac y absenta y perdía en el écarté lo quehubierasobrado.Porlogeneral,escierto,tododeformamuyhonesta.

—¡No pasa nada!—prosiguió cuando ya se hallaba en el umbral de lasalida—.Voyahusmearunpocoencasadeladoncella,aversiencuentroahía nuestro canalla.RemoveréRoma conSantiago… ¡Burle, el hijo deBurle,condenadopor robo! ¡Vengaya! ¡Esonoesposible!Seríael findelmundo.Antesvolaríatodalaciudadenpedazos…¡Pardiez!,noseapene.¡Todoestoresultamuchomáshirienteparamí!

Le dio a la anciana un vigoroso apretón demanos y desapareció por lasombradelaescalera,mientrasellaloiluminabaalzandosulámpara.Cuandovolvióaposarlaenlamesa,enmediodelsilencioydeladesnudezdelampliocuarto,permanecióunosinstantesinmóvil,anteCharlesqueseguíadurmiendocon lacaraentre laspáginasdeldiccionario.Consus largoscabellos rubios,parecía la pálida cabeza de una muchacha que estuviera soñando; ciertaternuraasomóenelrostroendurecidoycerradodelaabuela;peronofuesinounruborpasajero,pues lamáscararetomóenseguidasufría tozudez.Aplicóungolpesecoenlamanodelpequeño,diciendo:«¡Charles!,¡tutraducción!».

El niño se despertó sobresaltado, tiritando de frío, y se puso de nuevo ahojearrápidamenteeldiccionario.Eneseprecisoinstante,elmayorLaguitte,

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queacababadedarunbuenportazoenlasalidaalacalle,recibiótalbolsadeagua procedente de los canalones, que pudieron escuchar perfectamente susjuramentosentrelabarahúndadelatormenta.Traslocual,yanoseoyóotracosamásqueelestrépitodelalluviayellevechirridodelaplumadeCharlesgarabateandoelpapel.MadameBurleretomósuasientofrentealachimenea,estirada, con los ojos clavados en el fuego muerto, con su inflexibilidad einalterabilidaddetodaslasnoches.

II

ElCafédeParis,delaviudaMadameMélanieCartier,estabasituadoenlaPlace du Palais, una gran plaza irregular, llena de pequeños olmospolvorientos.EnVauchampsesolíadecir:«¿VamosadondelaMélanie?».Alfinal de la primera sala, bastante amplia, había otra sala, que llamaban «eldiván»;muyestrecha,conlosmurosflanqueadosdebanquetasdemoleskineycuatro mesas de mármol en las esquinas. Ahí era donde Madame Cartier,desertandode labarra,quedejabaacargode sucriadaPhrosine,pasaba lassoiréesconalgunosclienteshabituales,losmásíntimos,losqueeranllamadosen laciudad:«Loscaballeretesdeldiván».Eraalgoquedaba renombre; losdemássedirigíanaellosconsonrisasllenasdedesdénydesordaenvidia.

Madame Cartier había enviudado a los veinticinco años. Su marido, uncarpintero carretero, había dejado boquiabierta a toda la ciudad al hacersecargodelCafédeParistraslamuertedeuntíosuyo.UnbuendíavolviódeMontpellier—a donde viajaba cada seismeses para proveerse de licores—con Mélanie bajo el brazo. Estaba mejorando el negocio y, junto a sussuministros, se trajo igualmente a una mujer a su gusto, seductora y queatrajeraclientela.Nuncasesupodedóndelahabíasacado;peroencualquiercaso,nosecasóconellahastaprobarladuranteseismesesdetrásdelabarra.Las opiniones, sin embargo, estaban divididas en Vauchamp: según unos,Mélanieeraestupenda;segúnotros,eranungendarme.Eraunmujerón,conlas facciones acentuadas y un cabello fuerte que caía sobre sus cejas. Peronadie podía negar su habilidad para «enredar a los hombres». Tenía unoshermosos ojos de los que abusaba plantándolos sobre sus caballeretes, quepalidecían y se sentían más ligeros. Además, se decía que tenía un cuerposoberbioyesogustamuchoenelMidi.

Cartiermurió de unamanera un tanto extraña. Se rumoreó de una peleaentreesposos,deunabscesoderivadodeunpuntapiépropinadoenelvientre.En cualquier caso, Mélanie se vio de repente en apuros, pues el café noprosperabaprecisamente.Elcarreterosehabíabebidoenabsentayjugadoal

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billareldineroheredadodesutío.Duranteuntiempo,parecióqueseibaaverobligada avenderlo.Pero legustaba lavidade caféy el lugarparecía idealpara ser regentado por una dama. Tan sólo le faltaba algunos parroquianosfieles;quelagransalaestuvierasiemprevacíanoleimportabademasiado.Selimitó pues a empapelar el diván con papel blanco y dorado y a renovar elmoleskinedesusbanquetas.Elprimerparroquianoaquiendarcompañíafueun boticario, al que siguieron un fabricante de fideos, un abogado y unmagistrado jubilado. Así que el café permaneció abierto, a pesar de que elgarçon no llegaba a servir ni veinte consumiciones al día. Las autoridadestolerabanel lugarporqueseguardaban las formasy,al finyalcabo,muchagenterespetablesehubieravistocomprometidaencasodesercerrado.

En la sala grande aún se reunían cuatro o cinco pequeños rentistas delvecindario que pasaban las tardes entre partidas de dominó. No parecieronnotar la muerte de Cartier ni el cambio de ambiente del Café de Paris ymantuvieronsushábitos.PeroelgarçoncadavezteníamenosquehaceresasíqueMélanieacabódespidiéndolo.Phrosineseencargabadeencenderunasolalámparaenunrincón,dondelosrentistasechabanlapartida.Devezencuandoalguna bandada de jóvenes, atraídos y excitados por las historias que secontaban sobre Mélanie, invadía la sala, con risotadas escandalosas eintimidadas.Peroeranacogidosconairesdefríadignidadylapatrona,obienno hacía acto de presencia o, si se hallaba en la sala, los aplastaba con undespreciodemujerhechayderechaquelosreducíaabalbuceos.Mélanieerademasiado inteligente comoparadejarse llevarpor chiquilladas.Mientras lasala grande permanecía sumida en la oscuridad, tan sólo iluminada en elrincóndonde los rentistasmovíanmecánicamentesus fichasdedominó,ellamisma se ocupaba de servir a los caballeretes del diván, sin reparar engentilezas,permitiéndoseincluso,enlashorasdemayorabandono,lalibertaddeapoyarseenelhombrodealgunodeellosparaseguirconatenciónalgunajugadafinadeécarté.

Una tarde, estos caballeretes, que finalmente se habían habituado atolerarse entre ellos, tuvieron una desagradable sorpresa al hallar al capitánBurle instaladoeneldiván.Pareceserquehabíaentradocasualmentepor lamañanaatomarseunvermúy,estandosoloconMélanie,sepusieronacharlar.Cuandovolvióporlatarde,Phrosineenseguidalohizopasaraldiván.

Dosdíasdespués,Burleyaeraeldueñoyseñordellugar,sinqueporellodejaran de asistir el boticario, el fabricante de fideos, el abogado o el viejomagistrado. El capitán, pequeño y ancho, adoraba a los mujerones. En elregimientolohabíanapodado«Alzafaldas»,debidoasuinsaciablehambredemujeres, a sus incontenibles apetitos que satisfacía en cualquier lugar y decualquierforma,tantomásviolentacuantomáscarnehubieraalaquehincarleeldiente.Cuandolosoficiales,einclusolossimplessoldados,setopabancon

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unbuenodrereventóndecarneprieta,cuyosencantosdesbordabanenrollizagrasa,exclamaban,yaestuvieracubiertadeharaposodeterciopelo:«¡ÉstaesparaelcondenadoAlzafaldas!».Ytodasacababanpasandoporsusmanos;porla noche, en los barracones,muchos predecían que algún día lasmujeres loreventarían.PorloqueMélanie,contodalalozaníadesucuerpodemujer,sehizototalmenteconél,conunpoderirresistible.Élserindióyseabismóenella.Alcabodequincedías,habíacaídoenunatolondramientodegordinflónenamorado que se vacía por dentro sin dejar por ello de estar inflado. Susojillos,perdidosenmediodesuabotagadorostro,seguíanalaviudaatodaspartes,conunamiradadeperroapaleado.Estemujeróndefuertepelambreralomanteníaperdidoenuncontinuoéxtasis.Pormiedoaquelopusieraadieta,comoélmismodecía,tolerabaaloscaballeretesdeldiványentregabahastaelúltimo céntimo de su paga. Fue un sargento el que halló la expresión másacertadaparadescribirlasituación:«Alzafaldashaencontradosuagujeroyyanovaasalirdeahí».¡Eraunhombreenterrado!

YaerancasilasdiezcuandoelmayorLaguitteirrumpiófuriosamenteenelCafédeParis.Traslapuerta,violentamentebatidadeparenpar,sepudoverduranteunosinstanteslaPlaceduPalais,oscura,convertidaenunpantanodefangolíquido,enebulliciónbajolatremendalluvia.Elmayor,caladoyahastalos huesos, dejó tras de sí el rastro de un río según se dirigía almostrador,dondePhrosineestabaleyendounanovela.

«¡Mala pécora!—gritó—. ¿Cómo te atreves a burlarte de unmilitar…?¡Merecerías…!»Yalzólamanaza,amagandountortazodelosquetumbaríana un buey. La pequeña criada reculaba, aterrada, mientras los rentistasburgueses miraban boquiabiertos, sin comprender nada. Pero el mayor noquisoentretenerse;empujólapuertadeldiványsediodebrucesconBurleyMélanie, justocuandoéstasededicabaadarzalameramentecucharaditasdeponchealcapitán,comounagallinallenandoelbuchedesupolluelofavorito.Esanochetansólosehabíandejadocaerporahíelmagistradojubiladoyelboticario y ambos, poco animados, se habían retirado temprano. Así queMélanie,quenecesitabatrescientosfrancosparaeldíasiguiente,aprovechabalaocasiónparaponersemimosa.«Vamos,averesepico…unapormamá,otrapor papá… ¡Aque está rico, gordito!»El capitán, sonrosadote, repantigado,conlosojosenblanco,chupabalacucharillaconprofundodeleite.

«¡Malditasea!—berreóelmayor,plantadoenelumbral—.¡Asíqueahoratededicasaescondertetraslasfaldas!¡Medicenquetehasido,meechanalapuerta,ymientrastúestásaquí,regodeándote!»Burlesesobresaltó,apartandoel ponche. Mélanie, con un gesto de irritación, se adelantó, como paraprotegerloconsucuerpo.PeroLaguitteclavóenellasumirada,coneseairetranquilo y resuelto bien conocido por las mujeres cuando ven venir unabofetada.

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«Déjenos»,dijosimplementeelmayor.Ellavacilóduranteunosinstantes,perocreyósentirensurostrolabrisadeuntortazoasíque,pálidaderabia,fueareunirseconPhrosineenlabarra.

Cuandoporfinsequedaronasolas,elmayorLaguitteseplantódelantedelcapitánBurle con losbrazos en jarra e, inclinándose, legritó enplena cara:«¡Cerdo!».Elcapitán,desconcertado,quisoenfadarseperonoledio tiempo.«¡A callar!, ¡que buename la has jugado! ¡Hacer esto a un amigo!Me hascoladorecibosfalsosquebienpodríandarconnuestroshuesosengaleras.¿Teparecetodoestonormal?¿Teparecenormalhacermeestajugarreta,amí,quenosconocemosdesdehacetreintaaños?»

Burle se desplomó en su silla con el rostro lívido. Un escalofrío febrilestremecía todos sus miembros. El mayor prosiguió vociferando ydescargandopuñetazosenlasmesasmientrasdabavueltasporlasala.

—¡Asíqueahoratededicasasisar,comounvulgarraterodepocamonta,ytodoporestamulastra!…Sitodavíahubierasrobadoportumadre,seríaotracosa. Pero ¡demontre!, lo que me saca realmente de quicio es que nosdistraigasdineroparaveniratraerloaestecuchitril…¡Dime!:¿quétienesenlamolleraparaliarte,atuedad,consemejantesargentaza?¡Ynomemientas,queacabodepillaroshaciendocochinaditas!

—Puestútampocotequedascortocontuviciodeljuego…—tartamudeóelcapitán.

—¡Sí, diablos, soy un podrido jugador!—replicó elmayor,más furiosoaún ante la impertinencia—. ¡Yo me juego hasta los calcetines y no esprecisamente algo que aporte gran gloria al ejército francés! Pero ¡malditasea!,¡yojuego,norobo!…¡Revientatú,siesloquequieres!,¡dejamorirdehambreatuviejayalmocoso!,¡perorespetalacajaynometasenlíosatusamigos!

Secalló.Burlemanteníalamiradafija,conaspectodeimbécil.Duranteunmomento,tansóloseoíanlostaconeosdelmayor.

—¡Y encima estás sin blanca! —prosiguió éste con enojo—. ¿Qué tepareceríaverterodeadodegendarmes?¡Ay,cretino!

Porfinsecalmóylolevantó,tomándoloporlamuñeca.

—¡Venga,ven!Hayquehaceralgoinmediatamente;noquieroacostarmecontodoestorondándomelacabeza…Tengounaidea.

Enlasalagrande,Mélaniehablabamuyexaltada,aunqueenvozbaja,consu criada. Cuando vio salir a los dos hombres, se atrevió a acercarse paradecirleaBurle,contonoaflautado:

—¿Cómo,capitán,yanosdejausted?

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—¡Sí, ya se va!—respondióLaguitte con brutalidad—. ¡Y estate seguraquejamásvolveráaponerlospiesentusucioantro!

La pequeña criada, asustada, tiró del vestido de su ama. Ésta tuvo ladesafortunadaideademurmurar«Borrachuzo».Elmayorlanzóderepenteelbofetónqueleardíaenlamanodesdehacíauntiempo.Peroambasmujeresseagacharon oportunamente, así que tan sólo golpeó el moño de Phrosine,aplastando el bonete y rompiendo supeine.Lospequeños rentistas lanzaronuna exclamación de indignación. «¡Diablos, larguémonos de aquí!» dijoLaguitte,empujandoaBurlealacalle.«Comomequedeunratomás,melíoatortazoscontodosahídentro.»

Una vez fuera, para atravesar la plaza tuvieron que chapotear hasta lostobillos.Lalluvia,empujadaporelviento,chorreabaporsusrostros.Mientrasel capitán avanzaba en silencio, el mayor se puso a reprocharle sustejemanejesaúnconmayorviveza.¡Lindanocheparaandarcallejeando!,¿noleparecía?Sinohubierahechotantas tonterías,ambosestaríanyacalentitosen sus camas, en vez de estar chapoteando por ahí. Tras lo cual, se puso adespotricar contra Gagneux. ¡Un cretino cuya carne estropeada ya habíaprovocadotrescólicosatodoelregimiento!Dentrodeochodíasterminabaelcontrato con él. ¡No volverían a adjudicárselo ni aunque fuera el propiodiablo!

«¡Depende de mí!, ¡yo escojo a quien quiero! —rugía el mayor—.¡Prefieroquemecortenunbrazoantesqueeseenvenenadorganeunochavomás a nuestra costa!»Y se tropezó, cayendo en un riachuelo que lo cubríahastalasrodillas;conlavozahogadaentrejuramentos,añadió:«¿Sabesloquetedigo?Quevoyasubirasucasa…Túmeesperasenlapuerta…¡Aversiesecrápulatieneloquehayquetenerytodavíaseatreveairmañanaahablarconelcoronel,comohaamenazado!…¡Conuncarnicero,demonios!, ¡miraque comprometerte con un carnicero! ¡Ah, estarás orgulloso! ¡Esto no te loperdonoenlavida!».

LlegaronalaPlaceauxHerbes.LacasadeGagneuxestabaaoscuras, loqueno impidió aLaguittepropinarviolentos aldabonazos en lapuertahastaque le abrieron. El capitánBurle se quedó solo en la espesa noche, pero nisiquieraseleocurrióponerseacubierto.Permanecióplantadoenunaesquinadelmercado,depiebajouna lluvia torrencial, conunzumbidoen lacabezaqueleimpedíapensar.Noseaburrió,porquehabíaperdidolapercepcióndeltiempo. La casa, con su puerta y sus ventanas cerradas, parecía muerta; élsimplementelamiraba.Cuandoelmayorsalió,alcabodeunahora,alcapitánleparecióqueapenasacababadeentrar.

Laguitte, con aspecto sombrío, no dijo nada. Burle no se atrevió apreguntarle. Durante unos instantes se buscaron en las tinieblas, intuyendo

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dóndeestaba cadauno, tras lo cual retomaronel pasopor las callesoscurasdondeelaguacorríacomosisetrataradellechodeunrío.Andabanasíunojunto a otro, lejanos y enmudecidos; elmayor, sumido en su silencio, ya nisiquieralanzabajuramentos.Sinembargo,comovolvieronapasarporlaPlacedu Palais y el Café de Paris seguía iluminado, palmeó el hombro de Burlediciéndole:

—Comovuelvasaentrareneseantro…

—¡Notepreocupes!—respondióelcapitán,antesdequeacabaralafrase.

Yletendiólamano,peroLaguittereplicó:

—No,no,teacompañohastalapuertadetucasa.Asímeaseguroqueporlomenosestanochenovuelvesahí.

ContinuaronandandohastalacalledeRécollets,dondeambosralentizaronelpaso.Yafrenteasupuerta,elcapitán,trashabersacadosullavedelbolsillo,porfinsedecidióapreguntar:

—¿Ybien?

—¡Ybien!—repitióelmayorconrudeza—.Soytancanallacomotú…Sí,he cometido una canallada… ¡Ay! ¡Maldita sea! ¡Vete al diablo! Nuestrossoldadosseguiráncomiendovacapodridadurantelospróximostresmeses.

YleexplicóqueGagneux,elmuysinvergüenza,eraunsibilinoque,pocoapoco, sehabía llevadoelgatoalagua:no ibaa irahablarconelcoronel,inclusoibaaperdonarlosdosmilfrancossustituyendolosrecibosfalsosporverdaderos firmados por él, a cambio de que el mayor le garantizara lapróximaadjudicacióndelsuministrodecarne.Elasuntoestabacerrado.«¿Quéte parece? —lanzó Laguitte—. ¡Ya tiene que ganar, el muy canalla, parasoltarnostanalegrementedosmilfrancos!»

Burle,mudodeemoción,habíaaferradolasmanosdelmayor.Tansólofuecapazdebalbucearunosconfusosagradecimientos.Laindecenciaqueacababadecometersuamigoparasalvarlolehabíallegadoalcorazón.

Elmayor gruñó: «Es la primera vez que hago algo parecido. Pero habíaquehacerlo…¡Quédiablos!Miraquenotenernidosmilfrancosahorrados…Esparacogerleascoaljuegoynovolveratocarniunacarta.¡Peorparamí!Siesquenotengonidondecaermemuerto…Peroescucha:¡comovuelvasahaceralgoparecido,lapróximaveznotevaaayudarnielpropioBelcebú!».

Elcapitánloabrazóyentróensucasa.Elmayorpermanecióunmomentoantesupuertaparaasegurarsedequeseacostara.Sonaronlasdoceylalluviaseguíabarriendolaoscuraciudad,asíquesedirigiódificultosamentehaciasucasa.Estaba apenadopor la suerte de sushombres.Sedetuvoparadecir enalto,enuntonollenodepiadosaternura:«¡Pobresdiablos!¡Vana tenerque

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comervacaresecapordosmilfrancos!».

III

Enelregimiento,lanoticiacayócomounabomba.¡Alzafaldashabíarotocon la Mélanie! Al cabo de una semana, la cosa parecía comprobada,innegable: el capitányani se asomabapor elCafédeParis; sedecíaqueelboticariohabíaocupadosusitioaúncaliente,paramayordesgraciadelviejomagistrado. Y, lo que aún resultaba más increíble, el capitán Burle vivíaenclaustrado en la calle de Récollets. Efectivamente, se recogía pronto ypasaba las veladas junto a la chimenea, tomando la lección al pequeñoCharles. Su madre, que no le había insinuado ni una palabra sobre sustejemanejesconGagneux,manteníaanteélsuseverarigidez,perosusmiradasdecíanquelocreíacurado.

Quincedíasdespués, elmayorLaguitte sehizo invitar acenar.Se sentíaalgoincómodoantelaideadevolveraencontrarseconBurle,notantoporélmismosinomásbienporelpropiocapitán,puestemíadespertarenélmalosrecuerdos.Sinembargo,puestoqueBurleparecíareformado,queríadarleunbuenapretóndemanosytomaralgojuntos.Eraalgoqueleapetecíahacer.

BurleestabaensuhabitacióncuandollegóLaguitte.FueMadameBurlelaquelorecibió.Trasdecirqueveníaaprobarlasopa,añadióenvozbaja:

—¿Y?

—Todobien—respondiólaanciana.

—¿Nadasospechoso?

—Nada en absoluto. Se acuesta a las nueve, nunca se ausenta y parecefeliz.

—¡Ah, diantre! ¡Qué bien! —exclamó el mayor—. Ya sabía yo quebastabaconunbuenempellón.Todavíalequedacorazón,almuybruto.

CuandoBurleapareció,leapretólasmanoshastacasihacerledaño.Antelachimenea,antesde ira lamesa,charlaron tranquilamente,ponderando lasplácidasalegríashogareñas.Elcapitánasegurabaquenocambiabasucasaniporunreino,unavezquesehabíaquitadolostirantes,puestolaspantuflasytendidoensusofá.Elmayorasentía,examinándolodetenidamente.Sinduda,lavidadecentenoloayudabaprecisamenteaadelgazar,puesestabaaúnmásinflado,conlosojoshinchadosyloslabiosreventones.Hablabacomomedioadormilado,bienaposentadoensuscarnes,repitiendo:«¡Nohaycomolavidaenfamilia!…¡Ah,lavidaenfamilia!».

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—Esoestámuybien—dijoelmayor,inquietoalverlotanapoltronado—,pero tampoco exageremos.Haz un poco de ejercicio; déjate caer, de vez encuando,poralgúncafé…

—¿Un café?, ¿a qué fin? Aquí tengo todo lo que necesito. No, no, yoprefieroquedarmeenmicasita.

MientrasCharlesrecogíasuslibros,entróunacriadaparaponerlamesa,loquesorprendióaLaguitte.

—¡Vaya!¿Hacogidoustedaalguien?—preguntóaMadameBurle.

—Nomehaquedadootra—respondióésta,suspirando—.Mispiernasyanomeaguantanylacasaestabapatasarriba…Porsuerte,elviejoCabrolmehaconfiadoasuhija.¿ConoceustedaCabrol,eseviejitoqueseencargadebarrerelmercado?NosabíaquéhacerconRose.Laestoyenseñandounpocodecocina.

Lacriadasalió.

—¿Quéedadtiene?—preguntóelmayor.

—Apenas diecisiete años. Es tonta y sucia, pero se conforma con diezfrancosalmesynocomemásquesopas.

Cuando Rose regresó con un montón de platos, Laguitte, que no solíafijarse demasiado en las muchachas, la siguió sin embargo con la mirada,sorprendido de ver a una tan poco agraciada. Era pequeña, muy oscura,ligeramentejorobada;sucaraerauntantosimiesca,conlanarizaplastada,unaboca enorme y unas rendijas donde brillaban unos ojillos verduzcos. Unaampliariñonadaysuslargosbrazosledabanunaspectomuysólido.

Segúnvolvióasaliraporlasalylapimienta,Laguitte,animado,exclamó:

—¡Pardiez!¡Menudoadefesio!

—¡Bah!—murmuróBurledistraídamente—.Esmuydispuesta,hacetodoloquelapidas.Paraloquetienequehacer,essuficiente.

La cena fue un éxito. Hubo puchero y ragú de cordero. Le pidieron aCharlesquecontarahistorietasdesucolegio.MadameBurle,parademostrarloencantadorqueera,lehizovariaspreguntas:«¿Noesciertoquequieressermilitar?». Una sonrisa se dibujaba en sus pálidos labios cuando el pequeñorespondía,conlasumisiónasustadizadeunperrilloamaestrado:«Sí,abuela».El capitán, con los codos plantados en la mesa, mascaba pausadamente,absorto.Elcalorascendía;laúnicalámparaqueiluminabalamesadejabalosrinconesdelaampliasalasumidosenunavagaoscuridad.Flotabaunespesobienestar,unaintimidaddepersonillaspocoafortunadasquenocambiabandeplato todos los días y que una fuente llena de natillas servidas en el último

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momentoresultabasuficienteparacolmardefelicidad.

Rose,cuyosfuertespisotonesponíanlamesaendanzamientrasseafanabadetrás de los comensales, aún no había abierto la boca, hasta que se plantócercadelcapitánylepreguntóconuntonoronco:

—¿Monsieurvaaquererqueso?

—¿Eh?,¿cómo?—Burlepegóunrespingo—.¡Ah!Sí,queso…¡Perocogebienelplato!

Cortóuntrozodequesodegruyermientraslamuchacha,ahíplantada,locontemplaba desde sus rendijas. Laguitte se reía. Desde el comienzo de lacena,Roseleparecíaunagranfuentedediversión.Bajóel tonodevozparasusurrarlealcapitánaloído:«No,enserio,¡espasmosa!Esanarizyesabocasonlonuncavisto…Undíatienesquellevarlaalcoronel,paraquelaveaunrato.Esolodistraeráunpoco».

Su fealdaddespertabaenélunentusiasmopaternal.Queríaverlamásdecerca.«Oye,hijita,¿yyo?Tambiényoquieroqueso».

Seacercóconelplatoyelmayor,conelcuchilloplantadoenelgruyer,seextasiabacontemplándola,lanzadorisillasaldescubrirqueunadelasaletasdesunarizeramásgrandequelaotra.Rose,imperturbable,sedejabaobservar,alaesperadequeelinvitadoterminaradereírse.

Recogió lamesaydesapareció.Elcapitánsequedóenseguidadormido,cercadelachimenea,mientraselmayoryMadameBurlecharlaban.Charleshabíaretomadosusdeberes.Flotabaunaenormepazportodalasala,esapazde las familias burguesas bien avenidas reunidas en torno al fuego. A lasnueve,Burlesedespertóbostezandoydeclaróqueibaaacostarse;sedisculpó,pero,muyasupesar,losojosselecerraban.Cuandoelmayoryamarchaba,media hora después, Madame Burle buscó en vano a Rose, para que loacompañaraconunalámparahacialasalida,perodebíayadehabersubidoasuhabitación.Unaauténticagallina,lamuchacha,quepodíaestardocehorasroncandoapiernasuelta.

«Nomoleste a nadie—dijoLaguitte, ya en el rellano—.No es quemispiernas seanmejores que las suyas, pero con el pasamanos nome romperénada… En fin, estimada madame, estoy feliz. Por fin se han acabado suspenurias. He estudiado detenidamente a Burle y le aseguro que no ocultaninguna triquiñuela… ¡Diantre! ¡Ya era hora que se liberara de las faldas!Cadavezibaapeor.»

Elmayorsemarchóencantado.Unhogardegentedecente,conlosmurosdecristal,dondenohabíamaneradeocultarcochinadas.

De todo el encuentro, en el fondo lo quemás le gustaba era que ya no

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tendríaqueverificar lascuentasdelcapitán.Nohabíanadaque lo fastidiaratantocomoelpapeleo.EnlamedidaenqueBurlevolvieraaserdeconfianza,élpodríadedicarseafumarsuspipasyafirmarpapelesconlosojoscerrados.Apesarde lo cual, aúnmantuvounojo abiertoduranteun tiempo.Pero losrecibos eran auténticos, los saldos estaban perfectamente equilibrados, nohabía nada irregular. Al cabo de un mes, ya se dedicaba tan sólo a hojearrápidamentelosrecibosyacomprobarlossaldosfinales,comosiemprehabíahecho.

Pero unamañana, de repente, sumirada se detuvo en una suma, no pordesconfianzasinoporqueestabaencendiéndoselapipa;sepercatóqueeltotalhabíasidoforzadoentrecefrancosparaequilibrarelsaldo;ynosetratabadeunerrordetranscripcióndecifras,pueslascotejóconlosrecibos.Lediomalaespina,peronoledijonadaaBurlesinoquesepropusorepasarlassumas.Ala semana siguiente, nuevo error: diecinueve francos demenos.Esta vez, lainquietud lo asaltó: se encerró con las cuentas y dedicó toda una agónicamañanaarehacerlotodo,recalculandotodaslassumas,sudandolagotagorda,lanzandoterriblesjuramentos,conlacabezaareventardenúmeros.Y,acadanueva suma,constatabaelmiserable siseodeunospocos francos:diezaquí,ocho allá, once acullá; en las últimas operaciones,menos aún: tres o cuatrofrancos; en una de ellas incluso, Burle había distraído tan sólo un franco ycincuentacéntimos.Desdehacíadosmeses,elcapitánsededicabapuesaroermiguitas de la caja. Cotejando fechas, el mayor dedujo que la celebradareunión tan sólo lo había refrenado durante apenas ocho días. Estedescubrimientofuelagotaquecolmóelvaso.

«¡Mil diablos endemoniados!» vociferaba solo, descargando puñetazossobre las cuentas. «¡Esto es aúnmás asqueroso!Lode los recibos falsosdeGagneux,porlomenos,teníasuaudacia.Peroesto…¡demontre!,esmásbajoque una criada sisando dos céntimos de la compra. ¡Mira que dedicarse aarañar las cuentas! ¡Para embolsarse franco y medio!… ¡Pardiez! ¿Dóndequedatuorgullo,miserable?¡Hubierapreferidoquetellevaraslacajaenterayquetelafundierasenunanochedejuergaconactrices!»

El siseode pocamonta le resultaba aúnmás indignante.También estabafuriosoporhabersidoburladodenuevoporunmediotansimpleytontocomoel falsear las cuentas. Se levantó y estuvo una hora dando vueltas en sugabinete,sinsaberquéhacer,lanzandovoces.

«Esto ya es definitivo; es un hombre acabado. Hay que hacer algo…Aunque lepegaraunbuensustocadamañana,esono ibaaevitarque luegoporlatardeseembolsaraunamoneditadetresfrancos…Pero¡diablos!,¿quéhaceconesedinero?¡Siyanosale,seacuestaalasnueveytodoparecetandecente y tranquilo en su casa! ¿Acaso el muy cerdo tiene nuevos viciosdesconocidos?»

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Volvióasumesaycontólascantidadesdistraídas,quesumabanquinientoscuarenta y cinco francos. ¿De dónde sacar tal cantidad de dinero? Lainspecciónprecisamenteibaaserdentrodepoco.Bastabaquealmaniáticodelcoronel se le ocurriera comprobar alguna suma para que se descubriera elpastel.EstavezBurleestabaacabado.

Esta idea calmó al mayor. Ya no lanzaba juramentos, estaba helado,imaginándoseaMadameBurle,estiradaydesesperadaanteél.Estabatambiéntanangustiadoporsupropiasuerte,queelcorazónparecíaapuntodesalírseledelpecho.

«Veamos —murmuró—, lo primero que hay que hacer es aclarar quéhistorietashaydetrásdetodoesto.Luego,yahabrátiempodeactuar.»

Se dirigió al despacho deBurle.Desde la acera de en frente, atisbó unafaldaquedesaparecíaporelhuecodesupuerta.Pensandoqueestabaapuntodedescubrirtodoelpastel,sedeslizódetrásysepusoalaescucha.Setratabade Mélanie, reconoció su tono aflautado de mujerón. Se quejaba de loscaballeretes del diván, hablaba de una letra que no sabía cómo iba a poderpagar;quelosalguacilesyaestabanllamandoalapuertadesucasa,queibaatenerquevenderlotodo.Perocomoelcapitánapenasdecíanada,salvoquenotenía ni un céntimo, acabó deshaciéndose en lágrimas. Se puso a tutearlo,llamándole«miniño favorito».Peropormuchoquedesplegara susmayoresencantos,éstosnoparecíansurtirningúnefecto,pueslavozsordadelcapitánseguía repitiendo: «¡Imposible! ¡Imposible!».Al cabo de una hora,Mélaniepor fin se fue, hecha una furia. El mayor, estupefacto por el giro de losacontecimientos,esperóunmomentoantesdeentrareneldespacho,dondeelcapitán se había quedado solo. Lo halló perfectamente tranquilo así que, apesar de sus ganas demandarlo tres veces al infierno, se contuvo, decididocomoestabaallegaranteshastaelfondodelasunto.

Nohabíanadasospechosoeneldespacho.Delantedelamesademaderanegra,sobreelasientoderejilladelcapitán,habíaundecentecojíndecuero;en un rincón, la caja del dinero parecía sólidamente cerrada, sin una solamuesca.El verano se acercabaypor la ventana se escuchaba el trinodeuncanario.Todoestabaenunorden impecable;de lascajasdecartónemanabaunoloralegajosqueinspirabaconfianza.

—¿No era la fulana de la Mélanie ésa que acaba de salir? —preguntóLaguitte.

Burlealzóloshombrosymurmuró:

—Sí. Ha venido haciéndose la zalamera a ver si lograba trincharmedoscientosfrancos…Peronolehedadoniunfranco,¡nidiezcéntimos!

—¡Vaya!—replicóelmayor,sondeándolo—.Puesmehabíancomentado

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quehabíaisvueltoaarrejuntaros…

—¿Cómo?… ¡Qué va, para nada! Ya estoy harto de todas esaspelanduscas.

Laguitte se retiró, más estupefacto aún. ¿Qué había hecho pues con losquinientoscuarentaycincofrancos?¿Acaso,elmuyrastrero,habíadejadolasfaldas para pasarse al vino y a la bebida? Se propuso intentar sorprender aBurleensupropiacasa,esamisma tarde; talvezpegando lahebraconélyconsumadrelograradescubriralgo.Peroesamismatardesupiernacomenzóadolerledeunaformaintolerable;noibanadabiendesdehacíaalgúntiempo,incluso se había tenido que resignar a usar un bastón, para no ir por ahí atrompicones, comoun cojitranco.Pero el bastón lo desesperaba; solía decir,con rabia contenida, que ya era un inválido.A pesar de todo, juntó toda sufuerzadevoluntad,selevantódelsofáysepusoenmanosdesubastónparaarrastrarseporlaoscuranochehastalacalledeRécollets.Sonaronlasnuevecuando llegó.Elportal estabaentreabierto. Iba resoplandopor el tercerpisocuandoescuchóruidodevocesenelpisosuperior.CreyóreconocerlavozdeBurle y se acercó con curiosidad. Al fondo del pasillo, a la izquierda, unapuertadejabapasarunhazdeluz;alruidodesuspisadas,lapuertasecerróyseencontróderepentesumidoenlaoscuridadmásabsoluta.

«¡Québobada!—sedijo—.Algunacocineraquesevaaacostar…»

Apesarde todo, seacercó lomáscautelosamenteposiblehasta lapuertapara pegar el oído a la misma. Se oían dos voces charlando. Se quedóboquiabierto:setratabadelcerdodeBurleydelmonstruodelacriada,Rose.

—Meprometistetresfrancos—decíalacriadaconrudeza—.Dámelos.

—Cariñito,telostraerémañana—insistíaBurle,suplicante—.Hoynohapodidoser…Yasabesquesiemprecumplomispromesas.

—Omedastresfrancosoyaestássaliendodeaquí.

Yadebíadehabersedesvestidoydeestarsentadaenelbordedesucamade correas, pues crujía a cada uno de sus movimientos. El capitán, de pie,pataleaba,hastaqueseacercó.

—Sébuena,anda.Hazmeunsitio.

—¡Quieresdejarmeenpaz!—gritóRose, con tono torcido—.Aquemepongoagritarylecuentotodoalavieja…¡Nohaysitiohastaquenomedestresfrancos!

Nohabíamanera de que cambiara de opinión; parecía una bestia tozudaquesenegabaaavanzar.

Burleseenfadó,lloróy,finalmente,paraablandarla,sacódesubolsilloun

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tarrodeconfituraquehabíacogidodelarmariodesumadre.Roseloaceptóylovacíode inmediato, sinpan,conelmangodeun tenedorquehabíaensucómoda.Estabadelicioso.Pero cuando el capitán creíahaberla conquistado,volvió a rechazarlo con elmismo obstinado gesto: «¡No hay confituras quevalgan!¡Yoquierolostresfrancos!».

Tras esta última exigencia, el mayor alzó su bastón como para partir lapuerta endos.Estabaapuntode estallar. ¡Mildemonios! ¡Malditabuscona!¡Hacer tal cosaauncapitándel ejército francés!Ya sehabíaolvidadode lafalta deBurle, tan sólo pensaba en estrangular a ese horror demujer, a esadescarada.¡Cómoseatrevíaaandarconexigencias,semejanteadefesio!¡Eraellalaqueteníaquepagar!Finalmente,seretuvoparaseguirescuchando.

—Meapenamucholoquemehaces—repetíaelcapitán—.Yoquehesidotanbuenocontigo…Teheregaladounvestido,unospendientesyunpequeñoreloj.Peronisiquierateponesmisregalos.

—¡Vaya!¿Paraqué?¿Paraestropearlos?Papáseencargadeguardarbienmiscosas.

—¿Ytodoeldineroquemehassacado?

—Papámeloguardatambién.

Seprodujounsilencio.Roseestabameditando.

—Escucha,simeprometesquemañanametraesseisfrancos, tehagounsitio.Pontederodillasyjuraquemañanametraesseisfrancos…¡No,no,derodillas!

El mayor, estremecido, se alejó de la puerta y se quedó en el rellano,adosadoalmuro.Laspiernasseleibansolasyblandíasubastóncomosifueraunsable,enlaoscuranochedelaescalera.¡Ay,diantre!¡AhoraentendíaporquéelcochinodeBurleyanosalíadecasayseacostabaalasnueve!¡Bonitaconversación,yatedigo!¡Yconunasuciapécoraquenielúltimodelatroparecogeríadeunmontóndebasura!«¡Pero,malditasea!—exclamóelmayor—.¡Paraesto,mejorquesehubieraquedadoconMélanie!»

¿Yahoraqué?¿Entrabaylosmolíaapalosaambos?Éstafuesuprimeraidea,peroenseguidaseapiadódelapobreancianadelamadre.Lomejoreradejarlos con susmarranadas. El capitán ya era un caso perdido.Cuando unhombre caía tan bajo, ya no se podía hacer nada por él, salvo echarle unapaletadadetierraencimaparaacabardeenterrarlo,comoaunabestiapodrida,para que no contamine al resto del mundo. Y por mucho que alguien lehundiera la nariz en su propiamierda, volvería a lomismo al día siguiente;acabaría sisando céntimos para comprar dulces que ofrecer a pordioserillaspulgosas.¡Mildemonios!¡Coneldinerodelejércitofrancés!¡Yelhonordela

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bandera!¡YelapellidoBurle,hastaahorarespetado,él loestabaarrastrandoporlascloacas!¡Mildiablosendemoniados,estonopodíaacabarasí!

Perouninstantedespués,elmayoryasehabíaablandado.¡Siporlomenostuviera él los quinientos cuarenta y cinco francos! Pero no tenía nada. Lanocheanterior,enlacantinadelapensiónmilitar,trashaberseemborrachadocon coñac comoun cadete, lo había perdido todo en el juego. ¡Se le estababienmerecidalacojera!¡Lástimaquenohubierareventado!

Dejóalosdostortolitosqueretozaran,descendióyllamóaMadameBurle.Pasaronunosbuenoscincominutoshastaquelaancianavinoaabrirle.

—Discúlpeme —dijo—. Pensaba que esa marmota de Rose seguía poraquí…Tendréqueirasacudirlaunpocodesucama.

Peroelmayorlaretuvo.

—¿YBurle?—preguntó.

—¡Oh!Esellevaroncandodesdelasnueve…¿Quiereustedirallamaralapuertadesudormitorio?

—No,no…Tansóloqueríadarleaustedlasbuenasnoches.

Enel comedor,Charles, sentadocomosiempreante lamesa, acababadeterminar su traducción. Pero parecía aterrorizado; sus manitas blancastemblaban.Suabuela,antesdeenviarloalacama,leleíarelatosdebatallas,para desarrollar en él el espíritu heroico familiar. Esa noche, la historia delVengeur,unanaverepletademoribundostragadaporelvastoocéano,apuntoestuvo de provocar en el niño una crisis nerviosa, llenándole la cabeza dehorriblespesadillas.

MadameBurlepidióalmayorqueasistieraal finalde la lectura.Tras lamisma, cerró el libro con gran solemnidad con las palabras del últimomarinero:«¡VivalaRepública!».Charlesestabamáspálidoqueunasábana.

—¿Lo has oído?—dijo la anciana—.El deber de todo soldado es el demorirporlaPatria.

—Sí,abuela.

Dio un beso en la frente de Madame Burle y se fue, tembloroso, aacostarseensuenormehabitación,dondeelmínimocrujidode lamadera leprovocabasudoresfríos.

El mayor se había quedado escuchando con gravedad. Sí, ¡diablos!, elhonor era el honor; no podía dejar que el cretino de Burle deshonrara a lapobreviejayalmocoso.Puestoqueelchavalsentíatantaaficiónporlavidamilitar, teníaquepoderentraren laEscueladeSaint-Cyrcon lacabezabienalta.Sinembargo,elmayornoacababadedecidirsea intentarunplande lo

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másaudazquelorondabatrashaberescuchadoahíarribalahistoriadelosseisfrancos, cuando Madame Burle tomó la lámpara para acompañarlo. Segúnpasabanantelahabitacióndelcapitán,ellasesorprendióalverlallaveenlapuerta,loquenoerahabitual.«Entreustedpuesaverlo—ledijoella—,noesbuenoqueduermatanto,seestáembruteciendo.»Yantesdequeselopudieraimpedir, abrió la puerta y se quedó helada al hallar el dormitorio vacío.Laguitte se ruborizó,mostrándose tan avergonzado, que ella lo comprendiótododegolpe,conectandomilpequeñosdetalles.«¡Ustedlosabía!¡Ustedlosabía!—tartamudeaba—. ¿Por qué no me advirtió?… ¡Dios santo! ¡En micasa, al lado de su hijo, con esa lavandera, con esemonstruo! ¡Ha vuelto arobar!, ¿no es así? Lo presiento.» Se quedó estirada, blanca, rígida; añadió,con un tono duro: «¿Sabe lo que le digo?, ¡que preferiría que estuvieramuerto!».

Laguittetomósusdosmanosylasmantuvoduranteunmomentoapretadasentrelassuyas.Traslocualdesfiló,puesunnudoleatravesabalagargantayapuntoestabadeecharseallorar.¡Ay,mildemonios,ahorayaestabadecididoaintentarlo!

IV

La inspección general estaba programada para finales demes. Elmayorcontabapuescondiezdías.Aldíasiguiente,searrastróatrompiconeshastaelCafédeParis,dondepidióunacaña.MélaniepalidecióalverloyPhrosineseresignóaservirlelacervezaconmiedoarecibirunabofetada.Peroelmayornoparecíabuscarguerra;pidióunasillaparaestirarsupierna,traslocualsetomó la caña con la tranquilidad de cualquier cliente sediento. Llevaba unahora ahí cuando vio pasar por la Place du Palais a dos oficiales, al jefe debatallónMorandotyalcapitánDoucet.Losllamó,agitandoescandalosamenteel bastón. «¡Venid a tomaros una cañita conmigo!», les gritó en cuanto seacercaronunpoco.Losoficialesnoseatrevieronanegarse.Cuandolacriadayaleshabíaservido,Morandotpreguntóalmayor:

—¿Asíqueahoraustedparaporaquí?

—Sí,lacervezanoestánadamal.

ElcapitánDoucetguiñólosojoscontravesura.

—¿Perteneceustedaldiván,mayor?

Laguitteseechóareír,peronorespondió.EntoncescomenzaronabromearsobreMélanie,mientraselmayoralzabaloshombrosconaireinocente.Alfiny al cabo, no dejaba de ser toda una mujer y muchos de los que fingían

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desdeñarlahubieranhechoenrealidadmuchastonteríasportenerla.Elmayorsegiróhacialabarray,contonodebuenchico,dijo:«¡Madame,máscañas!».

Mélanieestabatansorprendidaqueselevantóparaservirlesellamismalascervezas. Cuando ya estaba ante la mesa, el mayor la retuvo; incluso sepermitió la libertad de darle unas palmaditas en una mano que ella habíaposadoenelrespaldodeunasilla.Acostumbradacomoestabaalascarantoñasy caricias, se puso zalamera, pensando que el viejo escombro —comoacostumbrabaallamarloconPhrosine—yachocheaba.DoucetyMorandotnoparaban de intercambiarmiradas. ¡Será posible! ¡El bueno delmayor habíaocupado el lugar de Alzafaldas! ¡Ah, caramba, lo que se iban a reír en elregimiento!

DerepenteLaguitte,queatravésdelapuertaabiertavigilabaderefilónlaPlaceduPalais,exclamó:

—¡Mirad,ahívaBurle!

—Sí, es suhora—dijoPhrosine, acercándose ella también—.El capitánpasaporahítodaslastardes,alsalirdelaoficina.

Elmayor,apesardesupierna,selevantó,tropezóconvariassillasygritó:«¡Eh,Burle!¡Venparaacá!¡Tómateaunacañita,hombre!».

El capitán, estupefacto, incapaz de comprender quépodía hacerLaguitteen el café de Mélanie, con Doucet y Morandot, se dirigió hacia allámecánicamente.Acababan de derrumbársele unmontón de ideas hechas. Sedetuvoenelumbral,aúndubitativo.

—¡Otracaña!—pidióelmayor,ygirándose—.¿Quétepasa?¡Entrapuesysiéntate!¡Quenotevamosacomer!

Cuando el capitán se sentó se produjo un momento de incomodidadgeneral.Mélanie trajo lacañaconun ligero tembloren lasmanos, torturadaporelcontinuotemoraqueseprodujeraunaescenaquesupusieraelcierredellocal. Ahora, la galantería del mayor la inquietaba. Trató de esquivar lainvitación a tomar algo con los caballeros, pero elmayor, como si fuera eldueño de la casa, ya había pedido un anisete a Phrosine yMélanie se vioobligadaasentarseentreélyelcapitán.Repetía,deformatajante:«Antetodo,respeto a lasdamas…¡Seamoscaballeros franceses,pardiez! ¡A la saluddemadame!».

Burle,conlosojosclavadosensujarra,mostrabaunasonrisaforzada.Losotros dos oficiales, superados por la situación, intentaron irse.Afortunadamente,lasalaestabavacía.Tansóloestabanlospequeñosrentistasen su mesa, echando la partida de la tarde, mirando de refilón a cadajuramento,escandalizadosdequehubieratantagenteydispuestosaamenazar

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aMélanie con irse al café de la estación antes que tener que soportar unainvasión de la tropa. Lasmoscas zumbaban, atraídas por la suciedad de lasmesas, que Phrosine tan sólo limpiaba los sábados. Instalada en la barra, lapequeñacriadahabíaretomadosunovela.

«¿Ybien?¿Nobrindasconmadame?—dijoconrudezaelmayoraBurle—. ¡Un poquito de educación, por favor!» Y, como Doucet y Morandotvolvían a hacer amago de levantarse, prosiguió: «¡Esperad, demontre! Nosvamosjuntos…¡Porculpadeesteanimal,quenuncahasabidocomportarse!».

Losdosoficialespermanecierondepie,sorprendidosporlabruscairadelmayor.Mélanieintentóponerpaz,consurisademujercomplaciente,tomandolosbrazosdeamboshombres.PeroLaguitteprosiguió:«No,déjeme…¿Porquénoquierebrindar? ¡Nodejaréque la insulte,madame!, ¿está claro? ¡Yaempiezoaestarhartodeestecerdo!».Burle,muypálidotraselúltimoinsulto,se levantó y dijo a Morandot: «¿Pero qué le pasa? ¿Me hace venir parainsultarme?…¿Acasoestáborracho?».

«¡Mil diablos endemoniados!», vociferó el mayor. Se puso de pie,temblando sobre sus piernas, y sacudió un buen tortazo al capitán.Mélanietuvoel tiempo justodeagacharseparaevitarque laalcanzaradepasada.Semontóunbuenjaleo.Phrosinecomenzóalanzargritosdesdelabarra,comosilaestuvieranpegandoaella.Lospequeñosrentistasseatrincherarondetrásdesu mesa, temiendo que todos esos soldados desenfundaran sus sables ycomenzaranamasacrarse.PeroDoucetyMorandothabíantomadoalcapitánpor los brazos, impidiéndole que saltara a la garganta del mayor y locondujeronpocoapocohacia lasalida.Unavezfuera, lograroncalmarlounpoco, echando toda la culpa aLaguitte.El coronelmismodecidiría sobre elasunto,pues se comprometierona ir a someterloa sucriterio, encalidaddetestigosdelmismo.CuandolograronqueBurlesemarchara,regresaronalcafédondeestabaLaguitte,muyemocionado,conlosojosllenosdelágrimas,perofingiendotranquilidad,apurandosucaña.

—Escuche,mayor—dijoeljefedebatallón—,loqueacabadehacerestámuymal…El capitán no tiene sumismo rango, por lo que sabe que no lepermitiránbatirseendueloconusted.

—Bueno,esoyaloveremos—respondióelmayor.

—¿Peroquélehahechoausted?Sinisiquierahadichonada…Dosviejoscamaradas,¡esabsurdo!

Elmayorhizoungestovago.

—¿Quémásda?Meirrita.

Nopudieronsacarlemás información; jamásse suponadamássobre los

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motivos,peronoporello el escándalo fuemenosenorme.En suma, todoelregimiento acabó opinando que la Mélanie, enrabietada por haber sidoabandonada por el capitán, había hecho que el mayor lo abofeteara, puestambién había caído bajo sus garras y debía de haberle contado historietasabominablessobreBurle.¿QuiénlohubieradichodeesepellejodeLaguitte,quesiempredecíahorroresdelasmujeres?Yahoraeraélelquehabíacaído.ApesardelalzamientogeneralcontraMélanie,el sucesoen realidad lahizomáspopularyfascinantequenunca,temidaydeseadaalavez,demaneraquesusnegocioscomenzaronairvientoenpopa.

Aldíasiguiente,elcoronelconvocóalmayoryalcapitán.Lossermoneócon dureza, reprochándoles por deshonrar al ejército al frecuentar tuguriosinfames. ¿Cómo resolver el entuerto, puesto que no podía autorizarlos abatirse en duelo? Ésta era la cuestión que desde el día anterior se debatíaapasionadamente en todo el regimiento. Unas simples excusas parecíaninaceptables, debido al tortazo; sin embargo, puesto que Laguitte apenas setenía en pie por su cojera, se pensaba que tal vez se impusiera unareconciliación,sielcoronelasíloexigía.

—Veamos—prosiguióelcoronel—,¿meaceptanustedescomoárbitro?

—Perdón, mi coronel —interrumpió el mayor—. Vengo a traer midimisión…Helaaquí.Estolosolucionatodo.Fijeustedeldíadelduelo.

Burlelomiróestupefacto.Porsuparte,elcoronelsecreyóeneldeberderealizar algunas observaciones: «Esta determinación que usted toma esmuygrave,mayor…Nolequedanmásquedosañosparasuretiro…».

PerodenuevoLaguittelointerrumpió,diciendoconrudeza:

—Esoesasuntomío.

—Indudablemente…¡Puesvale!Voya tramitar sudimisióny, encuantoseaaceptada,fijaréundíaparaelduelo.

Este desenlace dejó a todo el regimiento patidifuso. ¿Qué pasaba por lacabezadeldiablodelmayorcomoparaquererrebanarseelcuelloconsuviejocamaradaBurle?Así que se volvió a hablar deMélanie y de su imponenteatractivofemenino;todoslosoficialesfantaseabanahoraconella,encendidosantelaideadequedebíadeestarmuybienparalograrqueunviejodurodepelar comoLaguitte se embalara asípor ella.El jefedebatallón,Morandot,coincidió con el mayor y no le ocultó sus inquietudes. Si no moría en elencuentro,¿cómoibaavivir?,puescarecíadefortunaylapensiónporlacruzde oficial y el dinero de su jubilación, reducido a la mitad, apenas lealcanzarían para comer.MientrasMorandot hablaba de esta guisa, Laguittemanteníasusgrandesojosabiertosyplantadosenelvacío,sumidoensumudatozudezdecráneoestrecho.Cuandoelotro lepreguntósobresuodiocontra

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Burle, repitió su frase, acompañadadeungestovago:«Me irrita. ¿Quémásda?».

Cadamañana,enlacantinadelapensióndeoficiales,laprimerapreguntasiempre era: «¿Y bien? ¿No ha llegado ya esa dimisión?». Había granexpectativa en torno al duelo, se debatía especialmente sobre su posibledesenlace.LamayorpartepensabaqueLaguitteseríaensartadoenapenastressegundos,puesresultabaabsurdopretenderbatirseasuedad,conunapiernaparalizada que no le permitiría ni lanzarse en ataque. Pero otros hacían ungestocon lacabeza.Ciertamente,Laguittenuncahabíasidoningúnprodigiodeinteligencia;erainclusofamosodesdehacíadosdécadasporsuestupidez,pero eso no quitaba que antaño fuera uno de los mejores espadachines delregimiento. Habiendo comenzado su carrera como enfant de troupe, habíalogradoganarsesusgalonesdejefedebatallóngraciasasubravuradehombrede sangre calientequedesdeñabacualquierpeligro.Burle,muyal contrario,eraunespadachínmediocreyteníafamadecobarde.Enfin,todoestabaporver. La emoción iba aumentando pues la maldita dimisión no acababa dellegar.

El que estabamás inquieto,más alterado, era sin duda el propiomayor.Habían pasado ya ocho días; la inspección general iba a comenzar pasadomañana. Y seguía sin llegar nada. Temblaba sólo ante la idea de haberabofeteadoasuviejoamigoydehaberpresentadosudimisiónparanada,sinlograr retrasar el escándalo ni un minuto. Si moría en manos de Burle, selibraríade tenerqueasistiral lamentableasunto;ysieraélelquematabaaBurle,comoesperaba,taparíanelescándaloenseguida;salvaríaasíelhonordel ejército y el pequeño podría ingresar en Saint-Cyr. Pero ¡diablos!, ¡esoschupatintas delministerio tenían que despabilarse un poco!Elmayor ya nopodía tenerse quieto; podía vérsele rondando por correos, acechando a lascartas,interrogandoalpersonaldeguardiadelcoronel.Yanodormía,todoledabaigual,sedesesperabasobresubastón,cojeabahorriblemente.

En víspera de la inspección, iba de nuevo a visitar al coronel cuando sequedóparalizadoalver,atansólounospasos,aMadameBurle,quellevabaaCharles al colegio. No la había vuelto a ver y ella, por su parte, se habíaenclaustrado en su casa.Sintióunvahídoy se apartó a un ladode la acera,paradejárselaenteraaella.Ningunodelosdossesaludó,loquehizoqueelniñolomiraraconojosllenosdesorpresa.MadameBurle,fría,altiva,rozóalmayorsininmutarse.Él,cuandoyasealejaban,losmirabaconunamezcladeaturdimientoydeenternecimiento.

«¡Diablos!¡Yanosoynada!»,gruñó,tragándoselaslágrimas.

Segúnibaaentrareneldespachodelcoronel,uncapitánledijo:

—¡Puesbien!Yaestá,elpapelacabadellegar.

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—Ah…—murmuróél,muypálido.

Yvolvíaaveralaancianaalejándose,conelniñocogidodelamano,consuimplacablerigidez.¡Diantre!¡Ypensarquellevabaochodíasesperandotanardientemente la llegada de ese trozo de papel y que ahora le revolvía pordentrotodaslasentrañas!

Elduelo tuvolugara lamañanadeldíasiguiente,enelpatiodelcuartel,detrás de unmurete. Corría un aire vivificador bajo un reluciente sol. Casituvieronque llevarenbrazosaLaguitte.Llegóapoyándoseenelhombrodeunodesustestigosyensubastón.Burle,conelrostroinfladoyamarillento,parecía dormir de pie, como quien no ha pegado ojo durante la noche debodas. Nadie intercambió ni una palabra; todos querían que el asuntoterminaracuantoantes.

FueelcapitánDoucet,unodelostestigos,elquediolaseñaldecomienzo.Retrocedióydijo:«¡Caballeros!¡Adelante!».

Burle atacó en seguida, con la idea de tantear a Laguitte y saber quéesperardelasituación.Desdehacíadiezdías,esteasuntosehabíaconvertidoenunapesadillaabsurdaparaél;estabacasitotalmenteperdido.Algúnatisbode sospecha lo rondaba a veces, pero lo descartaba enseguida con unescalofrío,pueseraalamuertealoqueseenfrentabaysenegabaacreerqueunamigopudiera jugarleestamalapasadapara intentar arreglarlo todo.Porotrolado,lahorriblecojeradeLaguitteledabaunpocodealiento.Loheriríaenelhombroyasuntoterminado.

Duranteunpardeminutos,sushierrossecruzaronconeltípicochasquidometálico.De repente, el capitán hizo un quiebro y lanzó un ataque. Pero elmayor,recuperandosumuñecadeantaño,hizounaterribleparadadequinta;si hubiera contraatacado, el capitán hubiera resultado ensartado de parte aparte. Éste retrocedió precipitadamente, lívido, sintiéndose en manos de surival,queacababadeperdonarlelavida…porelmomento.Ahoraloentendía:setratabaefectivamentedeunaejecución.

SinembargoLaguitte,plantadosobresuspiernaslisiadas,esperabacomounaestatuadepiedra.Losdosadversarios seobservaronen silencio.En losojosenturbiadosdeBurleaparecióunasúplica,un ruegodegracia;yasabíapor qué iba amorir y, como un niño, juraba que nunca lo volvería a hacer.Perolamiradadelmayorpermanecióimplacable;elhonoreraeldueñodelamismayasfixiabatodasuternuradebuenhombre.

«¡Acabemos!»,murmuróentredientes.

Esta vez fue él quien atacó. Se vio un relámpago, su sable flambeócruzandodederechaaizquierda,volvióyseplantó,conunaestocadarectayfulgurante,enelpechodelcapitán,quesedesplomócomounpesomuerto,sin

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unsologrito.

Laguitte soltó el sable, contemplando al pobre cebón de Burle tendidopatasarriba,conlapanzaalaire.Elmayorrepetíaunayotravez,enfurecidoyrotoporlaemoción:«¡Mildiablosendemoniados!».

Susdostestigostuvieronquellevárseloenbrazos,puessuspiernasyanolerespondíanynopodíaandarniconelbastón.

Dosmesesmás tarde, el ancianomayor se arrastraba por una soleada ydesierta calle de Vauchamp, cuando volvió a toparse frente a frente conMadameBurleyelpequeñoCharles.Ambosvestíanunestrictoluto.

Quiso evitarlos, pero las piernas no le respondían y se dirigierondirectamente hacia él, sin frenar ni acelerar el paso. Charles seguía con sudulcerostroasustadodeniña.MadameBurlemanteníasurígidaaltivez,másduraysecaquenunca.ComoLaguitteseapartó,metiéndoseenelángulodeunapuertacochera,paradespejarsucamino,ellasedetuvobruscamenteanteély le tendió lamano.Elmayordudóun instanteperoacabóestrechándola,pero sepuso a temblardepies a cabeza, sacudiendoel brazode la anciana.Intercambiaronensilenciomiradasenmudecidas.

«Charles —dijo por fin la abuela—, da la mano al mayor». El niñoobedeciósincomprender.Laguitteestabamuypálido,apenasosabarozarlosdelicadosdedosdelpequeño.Entonces,comprendiendoquedebíadeciralgo,tansóloseocurriólosiguiente:

—¿SigueustedpensandoenquevayaaSaint-Cyr?

—Claro,encuantotengalaedad—respondióMadameBurle.

Alasemanasiguiente,unafiebretifoideasellevóaCharles.Lavíspera,suabuelalehabíavueltoaleerlabatalladelVengeur,paraaguerrirlo;durantelanocheeldelirioseamparódeél.Muriódemiedo.

****

LASCARACOLASDEMONSIEURCHABRE

I

LagranpenadeMonsieurChabreeranotenerhijos.SehabíacasadoconunaCatinot,delafamiliaDesvignesetCatinot,conlarubiaEstelle,hermosamuchacha de dieciocho primaveras. Llevaba cuatro años buscandodescendencia,ansioso,consternado,heridoensuamorpropioporlainutilidad

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delesfuerzo.

MonsieurChabreerauncomerciantedegranoyaretirado.Habíaamasadouna bonita fortuna. Aun habiendo llevado una vida contenida y austera deburgués obsesionado con hacersemillonario, a sus cuarenta y cinco años searrastraba ya como un anciano. Su rostro macilento, desgastado por laspreocupacionescomerciales,era tananodinoybanalcomounmostrador.Sedesesperaba,puesunhombrequehaganadounasrentasdecuarentaycincomil francos tiene,quédudacabe, todoelderechodelmundoaextrañarsedequeresultemásdifícilserpadrequeserrico.

LalindaMadameChabre teníaentoncesveintidósaños.Eraencantadora,con su tez de melocotón maduro y sus cabellos dorados como un solderramándoseporlanuca.Susojosverdiazuladosparecíanbalsasdeaguatanserenascomoperturbadoras.Cuandosumaridoselamentabadelaesterilidadde su unión, ella estiraba su flexible abdomen, acentuando aún más susturgentescaderasypechos;lasonrisaquearqueabalevementesuslabiosdecíaclaramente:«¿Acasoesculpamía?».Ensuscírculosderelaciones,MadameChabre era considerada una persona con una educación impecable y unareputación sin mácula, moderadamente devota y bien disciplinada en losbuenoshábitosburguesesporunamadreinflexible.Tansólolasfinasaletasdesu blanca naricita delataban a veces unas palpitaciones estremecidas quehubieranpuestoenalertaacualquierotromarido.

El médico de la familia, el doctor Guiraud, hombre rechoncho, de finoingenio y siempre sonriente, ya había mantenido varias conversacionesprivadasconMonsieurChabre.Leexplicóhastaquépuntolacienciaaúnestáatrasada en estas cuestiones. ¡No, hombre, no!, ¡hacer un niño no es tansencillo como plantar un árbol! Sin embargo, siempre optimista, le habíaprometidoestudiarsucaso.Asíque,unamañanadejulio,levinoadecir:

—Debería usted ir a tomar unos baños, estimado amigo… Sí, resultanexcelentes. Y sobre todo, coma ustedmuchas caracolas, no coma otra cosamásquecaracolas.

MonsieurChabreviorenacerlaesperanzaylepreguntóconviveza:

—¿Caracolas,doctor?¿Ustedcreequelascaracolas…?

—¡Enefecto!Esuntratamientoqueestáteniendomuchoéxito.Comooye:coma todos losdíasostras,mejillones,almejas,erizosdemar, lapas, inclusobogavantesylangostas.

Y,segúnseretiraba,añadiódistraídamente,desdeelumbralde lapuerta:«Noseentierrenustedes.MadameChabreesjovenynecesitadistracciones…VayanaTrouville.Ahíelaireesmuybueno».

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Tresdíasdespués,laparejaChabrepartíadeviaje.SibienelcomercianteretiradoconsideróquenovalíalapenairaTrouville,dondeseibaagastarunalocura de dinero. Se podía comer caracolas en muchos otros sitios; encualquier rincón perdido resultarían incluso más abundantes y baratas. Encuantoalasdistracciones,sobraban.Alfinyalcabo,nosetratabadeunviajedeplacer.

Un amigo había aconsejado a Monsieur Chabre la pequeña playa dePouliguen, cerca de Saint-Nazaire. Tras un viaje de doce horas, el día quepasaron en Saint-Nazaire le resultó tremendamente aburrido a MadameChabre;setratabadeunaciudadnaciente,consuscallesnuevastrazadasconescuadraycartabón,aúnllenadecanterasdeconstrucción.Fueronavisitarelpuerto,merodearonporlascalles,consuspanaderíasamitaddecaminoentrelososcuroscolmadosdepuebloy las enormespastelerías lujosasdeciudad.EnPouliguen,porotrolado,noquedabayaniunasolacasaparaalquilar.Laspequeñasvillasdeplanchasyyesoque rodeaban labahía comobarracasdeferia,pintarrajeadasdecoloreschillones,yaestabaninvadidasporlosinglesesyporricoscomerciantesdeNantes.Porotrolado,Estellehizounamuecaantetalesarquitecturas,enlasqueartistasaburguesadoshabíandadoriendasueltaasuimaginación.

Aconsejaron a los viajeros buscar alojamiento enGuérande. Llegaron eldomingo al mediodía y Monsieur Chabre sintió en seguida un arrebato deexaltación, aunque no fuera precisamente de naturaleza poética. Se quedómaravillado a la vista de esta joya medieval tan bien conservada, con surecinto fortificado y sus profundos portalones, coronados de matacanes.Estelle contempló la silenciosa villa rodeada de paseos arbolados y en lasbalsas de agua de sus ojos sonrieron mil ensoñaciones. El coche seguíarodando,elcaballopasóaltrotebajounapuertaylasruedasdanzaronsobreelagudoadoquinadodelascallejuelas.LosChabreaúnnohabíanintercambiadounapalabraalrespecto.

«¡Vaya agujero! —murmuró por fin el comerciante retirado—. LospuebluchosdelasafuerasdeParísestánmejorconstruidos…»

Según el matrimonio descendía del coche delante del hotel Commerce,situado en el centro de la ciudad, al lado de la iglesia, justo salieron de lamisma losasistentesa lamisadominical.Mientrassumaridoseocupabadelas maletas, Estelle se acercó unos pasos, interesada por el desfile defeligreses, muchos de los cuales iban ataviados de forma muy original. Seveíanpaludiers,consusblusasblancasysuspantalonesbombachos,quevivenenelvastodesiertodemarismasqueseextiendeentreGuérandeyLeCroisic.Habíatambiénaparceros,unarazaaparte,consucortachaquetadetrapoysuampliosombrero redondo.PeroEstellesequedósobre todo fascinadaporelricoatavíodeunajovencita.Unacofiapuntiagudaceñíasussienes,sucorsé

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rojo, con amplias mangas abiertas, lucía una pechera de seda ornada devistosas flores.Uncinturónconbordadosdoradosyplateadosceñía sus tresfaldasdetelaazulsuperpuestasydepliegoprieto,mientrasunlargodelantaldesedanaranjadescendíadejandoaldescubiertosusmediasdelanarojaysuspiescubiertosporunaspequeñaschinelasamarillas.

«¡Cualquier cosa!» exclamóMonsieur Chabre, que acababa de plantarsedetrás de su mujer. «No hay como venir a Bretaña para ver semejantecarnaval.»

Estelle no contestó. Un gran mozo de una veintena de años salía de laiglesia,dandosubrazoaunaancianadama.Sutezeramuyblanca,suaspectoaltivoylucíaunamelenarubialeonina.Eraungigante,deampliasespaldasybrazosmusculosos,apesardelocualparecíatodoternuraydelicadeza,consurostrobarbilampiñoysonrosadocomounamuchacha.ComoEstelleloestabaobservandofijamente,admiradaporsugranhermosura,girólacabeza,lamiróduranteunsegundoyseruborizó.

—¡Vaya!—murmuróMonsieurChabre—.Heaquíunoporlomenosconaspectodepersona.Podríaserunmagníficocarabinero.

—EsMonsieurHector—comentólasirvientadelhotel,quelohabíaoído—.Acompañaa sumamá,MadamedePlougastel…¡Oh, esunchavalbiendulceydecente!

Durante la comida en la mesa del hotel, los Chabre asistieron a unaencendida discusión. El registrador de la propiedad, que acostumbraba acomer en el hotel, se puso a ensalzar las virtudes de la vida patriarcalimperanteenGuérande,sobretodoladecenciamoraldelajuventud.Segúnél,laeducaciónreligiosaeralaprincipalgarantedelainocenciadeloshabitantesde la comarca. Y citaba ejemplos, aportaba hechos. Pero un viajante decomercio, llegadopor lamañanaconuncargamentodebisutería, seburlabacontando cómo había visto, a lo largo del camino, a los mozos y mozasretozando detrás de las cercas. Ya le gustaría a él ver la reacción de lospaisanosdellugarsilespusieranantelasnaricesadamasdebuenver.Acabóbromeandosobrelareligión,loscurasylasmonjas,hastaqueelregistradordela propiedad arrojó la servilleta y se marchó, soliviantado. Los Chabrecomieronsindecirpalabra,elmaridofuriosoporlascosasquesellegabanaoír en los hoteles y la esposa tranquila y sonriente, como si no hubieracomprendidonada.

Dedicaronla tardeavisitarGuérande.Enla iglesiaSaintAubinhacíaunfresco delicioso. Se pasearon pausadamente, levantando lamirada hacia susaltas bóvedas, bajo las cuales los haces de columnillas se lanzaban comocohetes.Sedetuvieronaobservar laspintorescas esculturasde los capiteles,que mostraban a verdugos serrando en dos a sus víctimas o asándolos en

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parrillas, que alimentaban con enormes fuelles. Tras lo cual recorrieron lascinco o seis calles de la villa yMonsieur Chabre se reafirmó en su juicio:definitivamente,eraunagujero,sinactividadcomercialninguna,unadeesasantiguallas medievales que tarde o temprano sería demolida. Las callesestabandesiertas,bordeadasdecasasde tejadosadosaguas,apretujadas lasunascontralasotras,comoviejecitascansadas.Tejadospuntiagudos,atalayascubiertas de placas de pizarra clavadas, torretas haciendo esquina, restos deesculturas desgastadas por el tiempo, formaban rincones silenciosos comomuseosdescansandoalsol.Estelle,quedesdequesehabíacasadodevorabanovelasrománticas,lanzabamiradaslánguidashacialasventanasdevidrieras.SoñabaconWalterScott.

Cuando losChabre salieronde la ciudadpara rodearla, asintieron con lacabeza; había que admitir que era realmente encantadora. Las murallas degranito nomostraban ni una brecha, doradas al sol, intactas como el primerdía.Pendonesdehiedraydemadreselvasedescolgabandelosmatacanes.Enlastorresqueflanqueabanlamurallahabíancrecidoarbustos,retamasdoradasyalhelíes flamígeros,cuyospenachosde floresardíanen laclaridadceleste.Alrededordelavillaseextendíanpaseosumbríosentregrandesárboles,olmoscentenarios, bajo cuyo frescor la hierba crecía. Se caminaba suavemente,como sobre una alfombra, siguiendo los antiguos fosos, aquí colmados, alláconvertidos en estanques cuyasmusgosas aguas dibujaban extraños reflejos.Losabeduleslanzabansustroncosblancoscontralamuralla.Capasdeplantasexhibíansusverdesmelenas.Hacesluminososperforabanelfollajehaciendobrillar rinconesmisteriosos,cavidadesdepoternas,donde tan sólo las ranas,con sus brincos bruscos y confusos, turbaban el silencio macerado de lossiglosmuertos.

«¡Haydieztorres,lashecontado!»,exclamóderepenteMonsieurChabre,cuandoregresaronasupuntodepartida.

Estabaimpresionadosobretodoporlascuatropuertasdelaciudad,consusestrechosyprofundosportalespordondenopodíanpasardoscochesalavez.¿No resultaba acaso ridículomantenerse encerradosde esamanera enplenosiglodiecinueve?Siporélfuera,arrasaríatodasesaspuertasyesasmurallasde ciudadela fortificada, perforadas de arpilleras, ¡cuyos muros eran tanespesosquesepodríaconstruirensulugardosedificiosdeseisalturas!

«¡Sin hablar —añadía— de todo el material que se obtendría de lademolicióndelmurallón!»

LlegaronalMail,ampliopaseoelevadoquetrazabauncuartodecírculo,desde la puerta Este hasta la puerta Sur. Estelle permanecía sumida enensueños,frentealadmirablehorizontequeseextendíaaleguasvista,másalláde los tejados de la villa. Primero se desplegaba una banda de naturaleza

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poderosa,depinosretorcidosporlosvientosmarinos,arbustosnudosos,todauna oscura vegetación; tras la cual se extendía un desierto demarismas, lainmensidad desnuda, con sus espejos cuadrados y las motas blancas demontoncitosdesalqueseincendiabansobrelacapagrisáceadelaarena.Máslejos,confundiéndoseconelcielo,elOcéanoprofundoyazul.Habíatresvelasqueparecíantresgolondrinasblancas.

«He aquí de nuevo elmozo de estamañana—dijo de repenteMonsieurChabre—.¿NoterecuerdaalpequeñodelosLarivière?Situvieraunajoroba,seríaexactamentecomoél.»

Estellesegirósuavemente.PeroHector,plantadoenelbordedelMail,conaireabsortotambiénantelasvistasdelmarlejano,nopareciódarsecuentadeque lo estaban observando. Entonces, la muchacha retomó su paseo,lentamente. Usaba su larga sombrilla a modo de bastón. Al cabo de unadecenadepasos,ellazodelasombrillasedesató.LosChabreoyeronentoncesunavozdetrásdeellos.

—Madame,madame…

EraHectorquehabíarecogidoellazo.

—Milgracias,monsieur—dijoEstelle,consutranquilasonrisa.

Parecíamuydulceymuyhonesto, el buenmozo.En seguida seganó lasimpatía deMonsieurChabre, que le confesóqueno tenían claroquéplayaelegir e incluso le pidió consejo.Hector, extremadamente tímido, balbuceó:«NocreoquehallenustedesloquebuscannienCroisicnienelburgodeBatz—decía,mostrandoen las lejanía los campanariosdedichospueblos—.LesaconsejoquevayanaPiriac…».

Yaportómásdetalles.Piriacsehallabaatresleguas.Teníauntíoquevivíaen los alrededores. Ante las preguntas deMonsieur Chabre, afirmó que lascaracolasabundabanporaquellazona.

Lamuchachadabagolpecitosenlahierbaconlapuntadesusombrilla.Elmozo no osaba alzar la vista hacia ella, como si su presencia lo perturbaraenormemente.

—Guérandeesunavillaencantadora,monsieur—dijoporfinEstelle,consuvozaflautada.

—¡Oh,sí,realmentedeliciosa!—balbuceóHector,devorándoladerepenteconlamirada.

II

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Unamañana,tresdíasdespuésdequeelmatrimonioseinstalaraenPiriac,Monsieur Chabre, sobre la plataforma del malecón que protege al pequeñopuerto, vigilaba plácidamente el baño de Estelle, que estaba haciendo laplancha.Elsolcalentabayamucho,asíque,adecuadamentecubiertoconunredingote negro y un sombrero de fieltro, se protegía bajo una sombrilla deturista,forradadeverde.

—¿Estábuena?—preguntóparadarlaimpresiónqueseinteresabaporelbañodesumujer.

—¡Muybuena!—respondióEstelle,dándoselavuelta.

Monsieur Chabre nunca se bañaba. Tenía verdadero pánico al agua, quedisimulaba diciendo que los médicos le habían prohibido terminantementedarsebaños.Cuandosehallabaenunaplayayunaolaseacercabaalassuelasde sus zapatos, retrocedía dando un respingo, como si una fiera le hubieramostrado losdientes.Elaguaperturbabasu impecablecorrección, leparecíasuciaeinconveniente.

«Entonces, ¿está buena?», repitió aturdido por el calor, sintiendo unasomnolenciaqueleinquietaalhallarseenunextremodelmalecón.

Estelle no respondió, batiendo el agua con los brazos, chapoteandomásquenadando.Conunaaudaciavaronil, sebañabadurantehoras,paramayorconsternacióndelmarido,quepensabaque,pordecencia,teníaqueesperarlaenlaorilla.EstellehabíahalladoenPiriacunlugardebañomuyasugusto.Desdeñaba lasplayasencuesta,dondehabíaqueavanzarmuchopara lograrhundirse hasta la cintura. Acudía al extremo del malecón, envuelta en sualbornoz de muletón blanco, lo dejaba deslizarse por los hombros y sezambullía tranquilamente de cabeza.Necesitaba seismetros de profundidad,segúnella,paranodarsecontralasrocas.Sutrajedebañodeunasolapieza,sinfalda,perfilabasuestilizadafigura;ellargocinturónazul,ceñidoasutalle,arqueabasucuerpocuandobalanceabalascaderasconunmovimientorítmico.Enelaguaclara,conloscabellosrecogidosbajoungorrodecaucho,delcualse escapaban algunos alocadosmechones, hacíagalade la sinuosidaddeunpezazuladoconcabezademujer,inquietanteysonrosada.

MonsieurChabre llevaba ahí un cuarto de hora, bajo el ardiente sol.Yahabía consultado su reloj tres veces. Finalmente, se aventuró a comentartímidamente:

—Llevasyademasiadotiempoahí,querida…Deberíassalir,losbañostanlargostefatigan.

—¡Perosiapenasacabodeentrar!—gritólamuchacha—.Seestácomoenunatazadecaldo.

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Volviéndoseaponerbocaarriba,prosiguió:

—Siteaburres,tepuedesir…Notenecesito.

Élprotestómeneandolacabeza,¡encualquiermomentopodíasucederunadesgracia! Y Estelle sonreía, pensando: ¡valiente ayuda podía aportar sumaridoencasodequeledierauncalambre!Pero,bruscamente,miróhaciaelotroladodelmalecón,hacialabahíaqueseabríaalaizquierdadelpueblo.

«¡Vaya! —dijo—. ¿Qué pasa por ahí? Voy a ir a ver.» Y se deslizóvelozmente, con brazadas largas y regulares. «¡Estelle! ¡Estelle! —gritóMonsieur Chabre—. ¿Quieres no alejarte tanto? Ya sabes que detesto lasimprudencias.»

PeroEstelleyanolooía,porloquetuvoqueresignarse.Alzándosesobresuspiesparapoderseguirlamanchablancadelsombrerodepajaquellevabasumujer,selimitóapasardeunamanoaotrasusombrilla,bajolacualelairesobrecalentadoleresultabacadavezmássofocante.

«¿Qué habrá visto, pues?—murmuraba—. ¡Ah, sí!, eso que flota ahí…Algunainmundicia,claro:unmontóndealgasounbarril…¡Ah,puesno!,¡sisemueve!»Derepente,identificóelbulto.«¡Perosiesunhombrenadando!»

MientrastantoEstelle,trasalgunasbrazadas,tambiénsediocuentadequesetratabadeunhombre.Asíquedejódenadardirectamentehaciaél,puesleparecía indecoroso. Pero, por coquetería y audacia, tampoco regresó almalecónysiguiónadandohaciaaltamar.Avanzabasuavemente,afectandonoveralnadador.Éste,comoescoradoporunacorriente,seibadesviandohaciaella.AsíquecuandoEstellediomediavuelta,comopararegresaralmalecón,tuvieronunencuentroquepareciótotalmentefortuito.

—Madame,¿estáustedbien?—preguntóeducadamenteelhombre.

—¡Vaya!¡Siesusted,monsieur!—dijoalegrementeEstelleyañadió,conunalevesonrisa—.¡Quécasualidad,también,quenosvolvamosaencontrar!

Se tratabadel jovenHectordePlougastel.Ahíestabaenelagua, tímido,fornidoysonrosado.Duranteunos instantes, siguieronnadandosinhablar,aunadistanciadecente.PeroEstellecreíanecesariomostrarseeducada,aunque,paraentenderse,teníanquealzarlavoz.

—Le agradecemos que nos haya recomendado Piriac…Mi marido estáencantado.

—Sumaridoesaquelcaballeroqueestáahísoloenelmalecón,¿no?—preguntóHector.

—Sí,monsieur—respondióella.

Yvolvieronacallarse.Mirabanalmaridocomosifuerauninsectonegro

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flotando sobre el mar. Monsieur Chabre, intrigado, se estiraba aún más,preguntándose a qué conocidopodía haberse encontrado su esposa enplenoocéano. Pues era indudable que estaba charlando con el hombre. Los veíamirarseelunoalotro.DebíadetratarsedealgunadesusamistadesdeParís.Peropormuchoquepensara,noseleocurríaanadieentresusconocidosqueosaraaventurarseasí.Asíquesepusoaesperar,haciendogirarsusombrillacomounapeonza,paradistraerse.

—Sí—explicaba Hector a la hermosa Madame Chabre—, he venido apasarunosdíasconmitío,cuyocastillopodéisverallí,enmitaddelacosta.Así que todos los díasme baño, parto de esa punta, frente al escollo y voyhasta elmalecón.Dos kilómetros en total. Es un ejercicio excelente…Perousted,madame,esbienvaliente.Nuncahevistoaunadamatanvaliente.

—¡Bah!—dijoEstelle—.Siemprehechapoteado,desdemuypequeña…Elaguameconocebien.Somosviejasamigas.

Sefueronaproximandopocoapoco,paranotenerquegritartanto.Enesacálidamañana,elmardormíacomounampliofaldóndemuaré.Seextendíanpaños de satén y bandas que parecían telas plisadas, se alargaban y seampliaban,transmitiendoelleveestremecimientodelascorrientes.Cuandoyaestabancercaelunodelotro,laconversaciónsehizomásíntima.

¡Espléndidamañana!HectorsepusoaseñalarleaEstellevariospuntosenlacosta.Ahí,esepuebloaunkilómetrodePiriacesPort-aux-Loups;enfrentesehallaelMorbihan,cuyosblancosacantiladosdestacanconlaprecisióndeuna pincelada de acuarela; al otro lado, mar adentro, la isla Dumet es esamanchagrisenmediodelaguaazul.Estelle,acadaindicación,seguíaconlavistaeldedodeHectoryseparabauninstanteaobservar.Ledivertíaveresascostas lejanas,con losojosa rasdelagua,enel límpido infinito.Cuandosegiraba hacia el sol, todo se inflamaba, el mar parecía transformarse en unSáhara infinito, con la reverberación cegadoradel astro sobre la inmensidaddescoloridadelaarena.«¡Quéhermoso!—murmuraba—.¡Quéhermoso!»

Sepusodeespaldasparadescansar.Yanosemovía,conlosbrazosencruzy la cabeza hacia atrás, abandonándose. Sus piernas blancas y sus blancosbrazosflotaban.

—¿AsíquehanacidoustedenGuérande,monsieur?—preguntó.

Paracharlarconmayorcomodidad,Hectorsepusotambiéndeespaldas.

—Sí,madame—respondió—.TansólohevisitadoNantesunavez.

Aportó detalles sobre su educación. Había crecido con su madre, muydevotayfielseguidoradelastradicionesdelaantiguanobleza.Supreceptor,uncura, lehabíaenseñadomásomenos lomismoqueen loscolegiospero

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añadiendomuchocatecismoymuchaheráldica.Montabaacaballo,practicabaesgrima así como muchos ejercicios gimnásticos. Parecía de una inocenciavirginal, pues comulgaba cada ocho días, nunca leía novelas y, en cuantocumpliera la mayoría de edad, debía casarse con una prima que era unadefesio.

—¿Cómo?¿Apenastieneustedveinteaños?—exclamóEstelle,lanzandounamiradasorprendidaaesecolosodemuchacho.

Se volvió maternal. Esa flor de la fornida raza bretona le parecía muyinteresante.Comoambosestabandeespaldas,conlasmiradasperdidasenlatransparencia celeste, olvidándose de la tierra, se fueron aproximando tantodebidoalasondulacionesqueélacabórozándola.

«¡Oh,perdón!», sedisculpóHector.Se zambulló, reapareciendoa cuatrometrosdedistancia.Ellasepusoanadarentrerisas.«¡Alabordaje!»,gritaba.

Él se había ruborizado, pero se acercaba, mirándola solapadamente. Leparecíadeliciosa;bajosusombrerodepajasóloseveíasucara,cuyohoyueloenelmentónsehundíaenelagua.Delosmechonesrubiosquesobresalíandesu gorro caían algunas gotas como perlas atrapadas en el terciopelo de susmejillas. No había nada más exquisito que su sonrisa y su rostro de lindamuchachaqueavanzabaenunsusurrodejandotrasdeellaunaestelaplateada.

Hector se ruborizó aún más cuando se dio cuenta que Estelle se sabíaobservadaysereíaantesutimidez.

—Su señor marido parece impacientarse —dijo él, para reanudar laconversación.

—¡Oh, qué va! —respondió ella plácidamente—. Está acostumbrado aesperarmecuandometomounbaño.

En realidad, Monsieur Chabre no se tenía quieto. Daba cuatro pasosadelante,losdesandabaylosvolvíaaandar,haciendopivotarsusombrillaconlaesperanzadedarseunpocodeaire.Lacharladesuesposaconelnadadordesconocidocomenzabaasorprenderlo.

Estelle pensó de repente que tal vez su esposo no hubiera reconocido aHector.«Voyadecirlequesetratadeusted»,dijo.

Asíque,encuantopudieronserescuchadosdesdeelmalecón,alzólavoz:

—Querido,setratadelcaballerodeGuérandequehasidotanamableconnosotros,¿sabes?

—Ah,muybien,muybien—gritóasuvezMonsieurChabre.

Sequitóelsombreroysaludó.

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—¿Estábuenaelagua,monsieur?—preguntóeducadamente.

—Muybuena,monsieur—respondióHector.

El baño prosiguió bajo lamirada delmarido, que no osaba ya quejarse,aunquetuvieralospiescocidosporlasardientespiedras.Alfinaldelmalecón,elmar presentabauna transparencia soberbia.Sepodía ver perfectamente elfondo,acuatroocincometros,consuarenafina,lasmotasnegrasoblancasdealgunosguijarrosylasleveshierbasquebalanceabansulargamelena.Eseagua cristalina divertíamucho a Estelle. Nadaba suavemente para no agitardemasiadolasuperficieyseinclinabametiendolacaraenelaguaymirandobajosímismaeldesfiledearenayguijarrosenlasprofundidadesmisteriosas.Lashierbasleprovocabanunleveestremecimientocuandopasabasobreellas.Erancapasverdosas,comovivas,enlasqueseagitabanhojasparecidasaunhormigueo de patas de cangrejo; algunas de ellas eran cortas y recogidas,agazapadasentrerocas,otrasdesgarbadas,largasysinuosascomoserpientes.

Lanzabagrititosparaanunciarsusdescubrimientos:«¡Oh,miradesapiedraenorme!Parececomosisemoviera…¡Ah,unárbol!Unauténticoárbol,conramasytodo…¡Anda,unpez!Hasalidodisparado…».Derepente,exclamó:«¿Y eso qué es? ¡Un ramo de novia!… ¿Cómo es posible? ¡Hay ramos denoviaenelmar!…¿Puesnoparecenfloresblancas?Esprecioso,precioso…».

Hector se zambulló de repente. Reapareció con un puñado de hierbasblanquecinasquecayeronysemarchitaronnadamássalirdelagua.«Muchasgracias—dijo Estelle—.No tenía usted que habersemolestado…Maridito,¡ahíva!,guárdameesto.»

Y lanzó el puñado de hierbas a los pies de Monsieur Chabre. Todavíaduranteunmomento, ambosmuchachos siguieronnadando.Provocabanunaebullición de espuma, avanzando a brazadas frenéticas. Pero, de repente, sunado pareció adormecerse, se dejaron llevar con lentitud, formando a sualrededorcírculosqueoscilabanymorían.Eracomounaintimidaddiscretaysensual,dejarsellevardeestamaneraporlasmismasondulaciones.Hector,amedida que el agua se cerraba sobre el huidizo cuerpo deEstelle, intentabadeslizarse en la estelamarcada tras ella, envolviéndose en el hueco y en lacalidez dejadas por su cuerpo.A su alrededor, elmar se había calmado aúnmás,adquiriendountonoazulcuyapalidezseacercabaalrosa.

—Querida, vas a enfriarte—murmuróMonsieur Chabre, que sudaba lagotagorda.

—Yasalgo,querido—respondióella.

Y en efecto salió, subió ágilmente por el talud oblicuo del malecónagarrándose a una cadena. Hector acechaba su salida, pero cuando alzó lacabeza, al escuchar la lluvia degotas provocadapor lamisma, y vioque la

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muchachayasehallabaenelmalecón,envueltaensualbornoz,tuvoungestode sorpresa y de contrariedad que ella respondió con una sonrisa, mientrastiritabaunpoco.Ysiguiótiritandoporquesesabíaencantadora,así,recorridapor un estremecimiento mientras se recortaba en el cielo su esbelta siluetacubierta.

Almozonolequedabaotraquepartir.

«Unplacervolveraverlo,monsieur»,dijoelmarido.

YmientrasEstelle se puso a correr por las losas delmalecón, siguiendodesdefueradelagualacabezadeHectorquesedirigíaaatravesardenuevolabahía,MonsieurChabreacelerabaelpasodetrásdeella,sinperderlaseriedad,sujetandoenunamanolashierbasmarinasrecogidasporelmuchacho,conelbrazotendidoparanomojarseelredingote.

III

LosChabrehabíanalquiladoenPiriacelprimerpisodeuncaseróncuyasventanasdabanalmar.Enelpueblotansólohabíafondasbastantevulgares,porloquesevieronobligadosaemplearaunavecinaparaquelescocinara.Perosusplatoseranuntantosingulares:asadosreducidosacenizasysalsasdecoloressospechosos,anteloscualesEstellepreferíacomertansólopan.Pero,como decía Monsieur Chabre, no habían ido ahí en busca de placeresgastronómicos.Él,dehecho,tampocoprobabanuncalosasadosnilassalsas.Se atiborraba de caracolas,mañana y tarde, tan concienzudamente como unenfermo tomándose sumedicamento.Lo peor es que detestaba a todos esosbichos que eran nuevos para él, con sus formas extrañas, habituado comoestabaalacocinaburguesa,sosayrelavada,conservandoaúnungustoinfantilpor los dulces. Las caracolas, saladas, picantes, sublevaban su boca consabores tan fuertes e imprevisibles que no podía disimular una mueca altragarlas; pero estaba dispuesto a engullir las que hicieran falta, tal era suobstinaciónporserpadre.

«¡Querida, si es que no comes ni una!», gritaba amenudo a Estelle. Leexigíaquecomiera tantas comoél.Eranecesariopara asegurar el resultado,afirmaba. No obstante, Estelle argüía que el doctor Guiraud nunca habíahabladodeella.Peroélreplicabaquelológicoeraqueambossesometieranaltratamiento. Entonces la muchacha se mordía los labios y lanzaba clarasmiradashaciasumarido,fofoeinsulso.Unasonrisairreprimiblemarcabaunlevehoyueloensumentón.Secallaba,puesnolegustabaheriralosdemás.Sinembargo,finalmente,trasdescubrirunbuencriaderodeostras,comenzóa

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incluirunadocenadeellasencadacomida.Noesquesintierapersonalmentequelasnecesitaba,esquelaencantaban.

LavidaenPiriac eradeunamonotonía somnolienta.Había tan sólo tresfamiliasdebañistas,unpanaderomayoristadeNantes,unantiguonotariodeGuérande,hombresordocomounatapiaydegraningenuidad,unmatrimoniodeAngersquesepasabaeldíapescando,conelaguahasta lacintura.Todoesemundillo semostrabamuydiscreto. Se saludaban cuando se cruzaban ypocomás.Enelmuelledesierto,laprincipaldistracciónpodíaconsistirenver,muydevezencuando,algunapeleaentredosperros.

Estelle,acostumbradaalbullicioparisino,sehubieraaburridomortalmentesiHectornosehubieradedicadoavisitarlosadiario.Seconvirtióenelgranamigo de Monsieur Chabre tras un paseo que dieron juntos por la costa.MonsieurChabre,enunmomentodeefusión,confióaljovenelmotivodesuviaje,escogiendocuidadosamente,esosí,loscircunloquiosmáscastosparanoofender la candidez del buen mozo. Cuando terminó de exponercientíficamenteporquécomíatantascaracolas,Hector,estabatanestupefactoquehastaolvidóruborizarsey lomiróde lacabezaa lospies,sinocultarsusorpresadequeunhombrepudieranecesitarllevaracabotalrégimen.Apesardelocual,aldíasiguientesepresentóensucasaconunpañollenodealmejasque el comerciante retirado aceptó con reconocimiento. Desde entonces,siempre acompañaba su visita con un presente de caracolas, curtido comoestabaenlasartesdelapescaypuestoqueconocíahastalaúltimarocadelabahía.Leregalabamejillonessoberbiosqueibaarecolectarcuandobajabalamarea,erizosdemarqueabríay limpiabapinchándose losdedos, lapasquearrancaba de las rocas con la punta de su cuchillo, todo tipo de bichos quedenominaba con nombres bárbaros y que no había probado ni él mismo.MonsieurChabre,encantadopor todoeldineroqueseahorraba,sedeshacíaenagradecimientos.

AhoraHectoryateníaunbuenpretextoparasuvisitadiaria.SiemprequellegabaconsupañoyseencontrabaconEstelledecíalomismo:«Traigounascaracolas para Monsieur Chabre». Y ambos sonreían, con los ojos mediocerradosyrelucientes.LeshacíagraciaelasuntodelascaracolasdeMonsieurChabre.

AEstelle,Piriacleparecíapuesunlugarencantador.Todoslosdías,traselbaño,sedabaunpaseoconHector.Sumaridolosseguíaadistancia,pueslepesabanlaspiernasyamenudoavanzabandemasiadodeprisaparaél.Hectormostrabaa la joven los antiguos esplendoresdePiriac: ruinasde esculturas,puertas y ventanas con frisos vegetales delicadamente tallados. La villa deantañohabíavenidoamenoshastaconvertirseenunpueblilloperdido,conlascalles salpicadas de estiércol y de casas desvencijadas y negruzcas. PeroemanabaunasoledadtandeliciosaqueEstellesuperabaazancadasmontones

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dedesperdiciospara interesarsepor elmenor restodemurallaopara lanzarojeadas sorprendidas al interior de las casas, en cuya tierra batida sedesparramabanauténticosbatiburrillosdemiseria.Hectorlahacíadetenerseacontemplar higueras soberbias con sus largas hojas de cuero velludo, tanabundantesenlosjardinesyqueextendíansusramassobrelasvallasbajas.Seperdíanpor lascallejuelasmásestrechas,se inclinabansobre losbrocalesdelospozosparaverenelfondodelosmismossusreflejossonrientesenelaguaclara y blanca como un espejo, mientras, detrás de ellos,Monsieur Chabredigeríasuscaracolas,resguardadobajolapercalinaverdedesusombrillaquesiemprellevabaencima.

UnadelasmayoresdiversionesdeEstelleeranlasocasyloscerdos,quesepaseabanenmanada,libremente.Alprincipio,loscerdoslaasustaban,consus movimientos bruscos; esas masas de grasa corriendo sobre finas patashacían que temiera que se chocaran contra ella y la derribaran en cualquiermomento.Eranademásbastantesucios,conlapanzasiemprenegradebarroyelhocicoembadurnado,olisqueandoelsuelo.PeroHectorleaseguróqueloscerdos eran totalmente inofensivos. A partir de entonces, se lo pasaba engrande observando sus carreras inquietas a la hora de la pitanza y semaravillaba ante su ropaje de seda rosa, fresco como un vestido de gala,cuando acababa de llover. También se divertía con las ocas.Amenudo dosbandadasdeocascoincidían,llegadascadaunaporsulado,enunmontóndedesperdicios,al finaldeuncallejón.Parecíansaludarsechasqueandocon lospicos, se entremezclaban y comían todas juntas restos de verduras. Una deellas, subida en la cima del montón, con los ojos bien abiertos y el cuelloestirado, sólidamente plantada en sus patas y con el plumón blanco de supanza inflado, exhibíaunamajestuosidad tranquilade soberana, con sugrannariz amarilla;mientras las demás, con el cuello plegado, rebuscaban en elmontón, ofreciendo un concierto ronco. De repente, la gran oca descendíalanzando un grito y las de su banda la seguían, con el cuello tendido en lamismadirección,desfilandoalpaso,conuncontoneodeanimalestullidos.Siporcasualidadpasabaunperro,loscuellossetendíanaúnmásyarreciabanlossilbidos. Entonces, la muchacha batía las palmas y seguía el majestuosodesfile de los dos cortejos que regresaban a sus casas, como personasimportantes apresuradas por asuntos no menos importantes. Otra de susdiversionesconsistíaencontemplarelbañodeloscerdosydelasocas,cuandoporlatardebajabanalaplayacomolaspersonas.

Elprimerdomingo,Estellecreyóconvenienteacudiramisa.EnParís,noerapracticante,peroenelcampolamisaeraunadistracción,unaocasiónparavestirse y dejarse ver. De hecho, allí estaba Hector, leyendo un enormedevocionario de cubierta desgastada. No dejaba de mirarla por encima dellibro, manteniendo el tono serio pero con los ojos tan relucientes que seadivinabansonrisas.Alasalida,leofreciósubrazoparaatravesarelpequeño

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cementerioquerodeabaalaiglesia.Porlatarde,traseloficiodelasvísperas,habíaotroespectáculo:unaprocesiónhastauncalvarioplantadoalasalidadelpueblo.Uncampesinoabríalamarcha,portandounestandartedesedavioletabriscada de oro y de asta roja. Seguían dos largas filas de mujeresampliamenteespaciadas;enmediocaminabalajerarquía:uncura,unvicarioyel preceptor de un castillo cercano, cantando a pleno pulmón. Finalmente,detrás, siguiendo un estandarte blanco llevado por una gruesamuchacha defornidosbrazos, trotaba la tropade feligreses,enunestrépitodezuecosquerecordaba a unamanada en desbandada. Cuando la procesión atravesaba elpuerto, los estandartes y las cofias blancas de las mujeres destacaban a lolejos, ante el luminoso azul del mar; este pausado desfile al sol adquiríaentoncesairesdegranpureza.

El cementerio emocionaba mucho a Estelle, si bien normalmente no legustabanmucho las cosas tristes.El díaque llegaron, sintióun escalofrío alver todas esas tumbas bajo su ventana. La iglesia se hallaba en el puerto,rodeadadecrucescuyosbrazossetendíanhacialasinmensidadesdelasaguasydelcielo;lasnochesventosas,lossoplosdealtamarllorabanenesebosquedetúmulosnegros.Peroprontoseacostumbróaeseduelo,taleraladulzurayalegríaquerodeabaalpequeñocementerio.Ahí losmuertosparecíansonreírentrelosvivos.YesqueelcementerioseinterponíaenelcaminoquellevabaalmismocentrodePiriacy,comotansóloestabacercadoporunmuretebajo,lagentenoteníareparosenpasarlodeunazanjadayseguir lasavenidasdelcamposanto, apenas visibles entre los densos matorrales. Los niñosacostumbrabanajugarahí,manadasdepequeñueloscorreteandoporlaslosasdegranito.Losgatos, agazapadosbajo los arbustos, brincabanbruscamente,persiguiéndose;amenudosepodíaescucharlosmaullidosdegatasenceloyversussiluetaserizadasysuscolasfustigandoelaire.Eraunrincóndelicioso,invadido de plantas enloquecidas, de hinojos gigantescos con sus ampliasumbelas amarillas cuyo aroma resultaba tan penetrante que, tras un díacaluroso, alientos anisados procedentes de las tumbas perfumaban a todoPiriac.Porlanoche,¡setransformabaenunparquetantranquiloydulce!Todala paz del pueblo dormido parecía emanar del cementerio. Las sombrasocultaban las cruces, paseantes rezagados se sentaban en bancos de granitopegados almuretemientras elmar, en frente, hacía rodar su oleaje que unabrisasaladaespolvoreabaportodoelcementerio.

UnanocheEstelle,que regresabacogidaalbrazodeHector, sintióganasde atravesar el solitario cementerio. A Monsieur Chabre la idea le pareciódemasiadonovelescayprotestóvivamentemientrasseguíaporelmuelle.Elpaseo era tan angosto que tuvo que desasirse de Hector. Al pasar entre losenmarañadosmatorrales,sufaldaibahaciendounturbadorfrufrú.Elolordeloshinojoseratanfuertequelasgatasencelonohuíanasupaso,pasmadasbajoelfollaje.Segúnentrabanenlasombradelaiglesia,Estellesintióensu

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cinturalamanodeHector.Seasustóylanzóunchillido.

—¡Québobasoy!—dijo,cuandosalieronde lasombra—.Penséqueeraunespectroqueveníaallevarme.

Hectorlanzóunacarcajadayexplicó:

—¡Oh!¡Seríaunarama,algúnhinojoquehafustigadosusfaldas!

Sedetuvieron,observaronlascrucesasualrededor,laprofundacalmadela muerte los enternecía; sin añadir ni una palabra, se fueron, muyconmovidos.

«¡Tehasasustado!¡Loheoído!—dijoMonsieurChabre—.¡Teestábienmerecido!»

Cuandolamareaestabaalta,solíaniraverllegarlosbarcossardineros,pordistracción.Cuandoseacercabaunavelahaciaelpuerto,Hectorlaseñalabaalmatrimonio.Peroelmarido, al cabode la sexta embarcación,declarabaquesiempreeralomismo.Estelle,alcontrario,noparecíacansarsedeelloycadavezlegustabamásacudiralmalecón.Amenudoseechabaacorrer.Brincabasobre las grandes piedras desencajadas, en un vuelo de faldas que intentabaretenerconunamanoparanocaerse.Llegaba jadeante,con lasmanosen lablusa, echándose hacia atrás para recuperar el aliento. A Hector le parecíaencantadora,asídespeinada,consuairetraviesoysusmanerasdechicazo.

Mientras tanto, el barco ya había echado amarras y los pescadoresdescargabancestasdesardinasquelanzabandestellosplateados,azules,rosaszafíreos y rubíes pálidos. Entonces, el muchacho daba siempre las mismasexplicaciones: cada cesta contenía mil sardinas que se vendían a un preciofijado cada mañana según la abundancia de la pesca; los pescadores serepartíanelproductodelaventatrasdejarunterciodelmismoalpatróndelbarco. En seguida se hacía la salazón, en unas cajas demadera agujereadaspara dejar pasar el agua de la salmuera. Pero, poco a poco, Estelle y sucompañerodecorreríasdejarondeinteresarseporlassardinas.Seguíanyendoaverlasperonoseparabanamirarlas,seechabanacorreryregresabanconunalentitudlánguida,contemplandoelmarensilencio.

—¿Teníanbuenapinta, las sardinas?—lespreguntaba siempreMonsieurChabre,asuregreso.

—Sí,muybuena—contestabanellos.

LosdomingosporlanochehabíaenPiriacunespectáculodebailealairelibre.Losmozosy lasmozasdel lugar,cogidosde lamano,girabandurantehorasrepitiendoelmismorefránenelmismotonosordoyrítmico.Esasvocesrústicas,ronroneandoconelcrepúsculodefondo,lograbancrearunambientede encanto primitivo. Estelle, sentada en la playa, con Hector a sus pies,

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escuchaba, perdiéndose rápidamente en sus ensoñaciones. El mar ibasubiendo,comounaenormecaricia.Lasolasrompíanenlaarenacontonosdepasiónqueseapaciguabanderepente,muriendosugemidoconelaguaqueseretiraba,enunmurmullolastimerodeamordomado.Lamuchachasoñabaconseramadaasí,porungigantealquetrataríacomoaunniñopequeño.

—Debes de aburrirte en Piriac, querida—inquiría de vez en cuando elmarido.

Ellaseapresurabaaresponder:

—Paranada,querido,teloaseguro.

Ellasedivertíaeneseagujeroperdido.Lasocas,loscerdosylassardinasadquirían una gran importancia. El pequeño cementerio le resultaba muyalegre.Lavidasomnolienta,lasoledadpobladaúnicamenteporelpanaderodeNantesyelnotariosordodeGuérande,leparecíamásbulliciosaquelaruidosavida de París. Al cabo de quince días, Monsieur Chabre, que se aburríasoberanamente,quisoregresaraParís.Lascaracolasyadebíandehaberhechosuefecto,afirmaba.Peroellaexclamó:«¡Oh,querido,perosinohascomidobastante!…Necesitasmás,esotelodigoyo».

IV

Una tarde, Hector le dijo a la pareja: «Mañana habrá gran marea…Podríamosaprovecharparairapescarcamarones».

LapropuestafueacogidaconentusiasmoporEstelle.¡Sí,sí,habíaqueirapescar camarones! Hacía tiempo que deseaba realizar esa expedición.MonsieurChabre,sinembargo,pusounmontóndeobjeciones.Paraempezar,nuncapescabannada.Además,eramássencillocomprar,porveintecéntimos,lapescadealguna lugareña, sinnecesidaddecalarsehasta los riñonesnidedespellejarse los pies. Pero tuvoque ceder ante el entusiasmode su esposa.Lospreparativosfueronconsiderables.

Hectorseencargabadetraerlasredecillas.MonsieurChabre,apesardesumiedo por el agua fría, declaró que se unía a la expedición; puesto quefinalmenteaccedíaa irdepesca,queríahacerlobien.Por lamañana,mandóque le engrasaran un par de botas. Se vistió con una combinación de telablancaperosumujernologróquerenunciaraasucorbata,queanudócomosiacudieraaunaboda.Lacorbataerasuprotestadecaballerocivilizadocontrael desaliñado océano. En cuanto a Estelle, se puso simplemente su traje debañoypasóporencimaunablusa.Hectortambiénfueentrajedebaño.

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Lostrespartieronhacialasdos.Cadaunollevabasuredecillaalhombro.HabíaqueandarmedialeguaentrearenayalgasparaalcanzarunarocadondeHector aseguraba que había auténticos bancos de camarones. Guiaba a laparejacondecisión,atravesandograndescharcas, siempreen línea recta, sinpreocuparse demasiado por los accidentes del camino. Estelle lo seguíaanimosamente, disfrutando del frescor de esos parajes húmedos donde suspiecitoschapoteaban.MonsieurChabre,queibaelúltimo,noveíaencambioporquéteníaquemojarsusbotasantesdellegarallugardepesca,porloquerodeabaconcienzudamente las charcas,vadeaba los ríoscavadosen la arenapor las corrientes descendentes, buscaba los pasos más secos con unaconcentración de funámbulo, como un parisino buscando los adoquines queafloranenlacalleVivienneundíadelluviaybarro.Resoplabaypreguntabacadadosportres:

—¿Quedamucho,MonsieurHector?…¡Mire!¿Porquénopescamosaquímismo?Sevencamarones,seloaseguro…Dehecho,estánportodaspartes,¿no?Sibastaconqueechelaredencualquierlado…

—Échela,échela,MonsieurChabre—respondíaHector.

Y éste aprovechaba para retomar el aliento y lanzaba su redecilla en uncharcodel tamañodeunamano.Peroelaguadelagujeroestaba tanvacíayclaraquenosacabanada,niunhierbajo.Retomabaentonces lamarcha,conairesdedignidad,mordiéndose los labios.Pero,empeñadoendemostrarqueestaba todo infestado de camarones, iba perdiendo terreno hasta que acabóquedándoseconsiderablementerezagado.

Elmarseguíabajando, retirándoseamásdeunkilómetrode lacosta.Elfondo pedregoso y rocoso se iba vaciando, desplegando un horizonte dedesierto inundado, agreste, de una triste grandeza, parecido a una inmensallanuradevastadaporunatormenta.Alolejostansóloseveíaunalíneaverdedemarquenoparabaderetroceder,comosilatierraseloestuvierabebiendo;surgían largas filas angostas de rocas negras que crecían poco a poco en elagua muerta. Estelle admiraba la inmensidad desnuda. «¡Qué grande es!»,murmuraba. Hector le señalaba con el dedo ciertas rocas, bloques verdososdesgastadosporlaola.«Ése—explicaba—tansólosedescubredosvecesalmes.Esunbuensitioparapescarmejillones.¿Veustedesamanchamarrón?SonlasVaches-Rousses,elmejorlugarparairabuscarbogavantes.Tansóloaparecenalavistaenlasdosgrandesmareasdelaño…Peroapresurémonos.Nosdirigimosaesasrocascuyopicoyaempiezaaverse.»

CuandoEstelle entró en elmar, la expedición se convirtió enuna fiesta.Dabagrandeszancadas,batiendolospiesconfuerzayriéndosedelaespumaqueformaba.Cuandoelagualellegóhastalasrodillas,tuvoquecomenzaraluchar contra las corrientes, lo que la animaba a andar aún más deprisa,

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disfrutando de esa resistencia, de los remolinos rudos y continuos quefustigabansuspiernas.

«Noseasusteusted—decíaHector—,elagua le llegaráhasta lacintura,peroelfondovuelveentoncesasubir…Estamosllegando.»Y,enefecto,pocoapocofueronsubiendo.Acababandeatravesarunpequeñobrazodemaryyasehallabansobreunaampliaplacaderocasquelasolashabíanabandonado.Cuando la muchacha se giró, lanzó un gritito: estaban muy lejos de tierrafirme.Piriac, ahí al fondo, a rasdecosta, exhibía laspocasmanchasde suscasasblancasylatorrecuadradadesuiglesiaadornadaconpostigosverdes.Jamás había visto una extensión parecida, surcada bajo el radiante sol porfranjas doradas de arena, por el sombrío verde de las algas, por los tonoshúmedos y resplandecientes de las rocas. Parecía un inmenso perímetro deexcavacionesconlasruinasdelfindelmundo,ahídondecomenzabalanada.

Estelle y Hector estaban a punto de lanzar sus redes por primera vezcuando llegó hasta ellos una voz quejumbrosa. Monsieur Chabre estabaplantadoenmitaddelpequeñobrazodemar.«¿Pordóndesepasa?—gritaba—.¿Meoís?¿Estodorecto?»Elagualellegabahastalacinturaynoosabadarniunpasomás,aterradoantelaideadecaerenunagujeroydesaparecer.«¡A la izquierda!», le gritó Hector. Avanzó en ese sentido, pero como sehundíamás,sedetuvodenuevo,paralizadoporelmiedo,incapazinclusodevolverhaciaatrás.Selamentabaenvozalta.

—Vengaustedaecharmeunalamano.Leaseguroqueestoestállenodeagujeros.Lospuedosentir.

—¡Aladerecha,MonsieurChabre,aladerecha!—gritabaHector.

Peroelpobreestaba tangracioso,enmediodelagua,consu redecillaalhombroysuelegantecorbata,queEstelleyHectornopudieronretenerlarisa.Finalmente, logró salir del atolladero, pero llegómuy conmocionadoy dijo,furioso:«¡Queyonosénadar!».

Pero lo que ahora lo inquietaba era la vuelta. Cuando el muchacho lesexplicóquenoconveníaquelasubidadelamarealossorprendieraenlaroca,volvióasentirlacongoja.

—¿Peroustedmeavisará,no?

—Notengamiedo;respondoporusted.

Asíquesepusieronlostresapescar.Rebuscabanenlosagujerosconsuspequeñas redes. Estelle ponía en ello toda su pasión de mujer. Fue ella laprimera en pescar algo: tres hermosos camarones rojos que se agitabanviolentamenteenel fondode la redecilla.Sepusoa lanzargrititos,pidiendoayuda aHector, pues esasbestezuelas tan animadas la inquietabanun tanto;

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pero según vio que bastaba con cogerlas por la cabeza para que dejaran demoverse, se envalentonóy las introdujoellamismaen lapequeñacestaquellevaba en bandolera. A veces sacaba todo un paquete de algas, por lo queteníaquerebuscarellamismaahídentro;unruidoseco,comounbatirdealas,le advertía que había camarones dentro. Entonces trillaba las algas condelicadeza, sacándolas a pellizcos, recelosa ante esa maraña de extrañasplantasviscosascomopecesmuertos.Devezencuando,lanzabaunaojeadaasucesta,impacienteporllenarla.

«Es curioso—repetíaMonsieurChabre—, no pesco nada.»Comono seatrevíaaaventurarseenloshuecosdelasrocas,incomodadoademásporsusgrandes botas llenas ya de agua, lanzaba su redecilla en la arena y tan sóloatrapabacangrejos;cinco,ocho,hastadiezcangrejosdegolpe.Peroledabanunmiedoterrible,asíqueluchabaconellosparaexpulsarlosdesured.Devezen cuando, se giraba y observaba con ansiedad si el mar seguía bajando.«¿Está usted seguro de que baja?», preguntaba aHector. Éste se limitaba aasentirconlacabeza.

Hector pescaba como un airosomozo que conocía losmejores sitios. Acadavez,sacabapuñadosdecamarones.CuandolanzabasuredecillacercadeEstelle,metíaelproductodesupescaenlacestadelamuchacha.Ellasereía,guiñabaunojohaciaelladodondesehallabasumaridoysellevabaelíndicea los labios. Estaba deliciosa, inclinada sobre el largo palo de la red o bienmetiendocasisurubiacabezaenlamisma,iluminadaporlacuriosidaddeverqué había atrapado.Cuando soplaba la brisa, el agua que goteaba de la redsalía volando como lluvia, cubriendo a Estelle de rocío mientras su blusatambién volaba y se ceñía a su cuerpo, dibujando la elegancia de su finasilueta.

LlevabanyacasidoshoraspescandocuandoEstelleseparópararespirarun poco, jadeante, con sus mechones felinos empapados de sudor. A sualrededor,eldesiertoseguíasiendoinmenso,deunapazsoberana;tansóloelmarseestremecía,conuncrecientefrufrúrumoroso.Elcielo,incendiadoporelsoldelascuatro,mostrabaunazulpálido,casigris.Peroapesardeesetonodescoloridodepurabrasa,nohacíacalorpueselaguaexhalabaunfrescorquebarríaylavabalacrudaclaridad.LoquemásentreteníaaEstelleeraverenelhorizonteyentodaslasrocasunamiríadadepuntosnegrosquesedestacabanclaramente. Eran, como ellos, pescadores de camarones, con una silueta deuna finura increíble, pequeños como hormigas, ridículas miniaturas en lainmensidad,perocuyosmásmínimosperfilespodíandistinguirseclaramente,como la líneacurvadade la espaldacuando lanzaban sus redeso losbrazostendidosygesticulantes,parecidosafebrilespatasdemoscas,cuandotrillabansupesca,luchandocontralasalgasyloscangrejos.

—¡Leaseguroque está subiendo!—gritóMonsieurChabre con angustia

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—.¡Mire!,¡esarocaantesestabadescubierta!

—Claroquesube—acabórespondiendoHectorcon impaciencia—.Yesprecisamentecuandosubecuandosepuedenpescarmáscamarones.

Pero Monsieur Chabre ya estaba al borde de un ataque de nervios. Laúltimavezquehabía lanzado la redecilla,habíasacadounpezmuyextraño,un diablo de mar, que le había pegado un buen susto, con su monstruosacabeza.Estabaharto.

—¡Vayámonos! ¡Vayámonos! —repetía—. Es de tontos hacerimprudencias.

—¡Pero si es que se pesca mejor cuando el mar sube! —respondía suesposa.

—¡Yvayasisube!—añadióHectoramediavoz,conciertamaldad.

En efecto, las olas crecían, devorando las rocas de forma cada vezmásclamorosa.Unoleajeviolentoinvadíadegolpetodaunalenguadetierra.Eraun mar conquistador, que recuperaba pulgada a pulgada los dominios quellevaba siglos barriendo con sus corrientes. Estelle había descubierto uncharco cubierto de largas algas, flexibles como melenas, donde estabacogiendo unos camarones enormes, abriendo una zanja entre la vegetación,dejandotrasdesíelsurcodeunsegador.Sedebatía,noqueríasalirdeahí.

—¡Pues peor para ti!, ¡yome voy!—exclamóMonsieur Chabre, con lavozcargadadelágrimas—.Estonotienesentido,vamosamorirtodos.

Partió el primero, sondeando desesperadamente la profundidad de losagujerosconelpalodesured.Cuandoyasehallabaadoscientosotrescientosmetros,HectorporfinlogróqueEstellesedecidieraaseguirlo.«Elaguanosva a llegar hasta los hombros—dijo, sonriente—. Un auténtico baño paraMonsieurChabre…¡Mirecómosehundeya!»

Desde el comienzo de la expedición, el muchacho mostraba elcomportamiento ambiguo y preocupado de un enamorado que se ha juradodeclararse pero que no logra reunir el valor para hacerlo.Cuandometía suscamarones en la cesta de Estelle, intentaba rozar sus dedos. Pero,evidentemente, estaba furioso consigo mismo por su cobardía. Así que, siMonsieurChabre seahogaba, tampocopasabanada;porprimeravez, sediocuentadequeleresultabamolesto.

«¿Sabe?—le dijo a Estelle, de repente—. Debería ustedmontarse a miespalda, yo la llevaré… Sino, va usted a acabar calada hasta los huesos…¿Qué le parece? ¡Suba pues!» Y tendió el cuello hacia ella. Pero Estellerechazólapropuesta, incomodadayruborizándose.Peroél laatrajohaciasí,afirmando que era responsable de su salud.Así quemontó, posando ambas

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manossobreloshombrosdelmozo.Éste,sólidocomounaroca,enderezólaespaldacomosillevaraunpajarilloensucuello.Ledijoquesesujetarabienysepusoaavanzarazancadasenelagua.

—¿Porladerecha,no?,MonsieurHector…—gritabalavozsuplicantedeMonsieurChabre,queyateníaelaguaalaalturadelosriñones.

—Sí,aladerecha;siemprealaderecha.

Comoelmaridolesdabalaespalda,temblandodemiedoalsentirelaguasubiéndolehastalasaxilas,Hectorsearriesgóybesóunadelasmanitasqueteníaenunhombro.Estellequisoretirarlasmanos,peroélledijoquenosemovieraoqueno respondíadeella.Asíque siguiócubriendo susmanosdebesos. Estaban frescas y saladas, bebía en ellas la amarga voluptuosidadmarina.

«Se lo ruego,pare—repetíaEstelle, afectando indignación—.Estáustedabusando…Sivuelveahacerlo,metiroalagua.»Peroélvolvíaahacerloyellanosetirabaalagua.Lateníasólidamentecogidaporlostobillos,mientrasdevorabasusmanossindecirniunapalabra, simplementeacechando loqueaúnsobresalíadelaguadeMonsieurChabre,un lamentable restodeespaldaqueamenazabaconhundirseacadapaso.

—¿Aladerecha,diceusted?—implorabaeldesdichado.

—¡No,mejoralaizquierda!

Monsieur Chabre dio un paso en la nueva dirección y lanzó un grito.Acababadehundirsehastaelcuello,sucorbataseahogaba.MientrasHector,asusanchas,soltabasudeclaración.

—Laamo,madame…

—Cálleseusted,monsieur,noselopermito.

—Laamo,laadoro…Hastaahora,elrespetomehabíaselladolaboca…

No la miraba, seguía dando sus grandes zancadas, con el agua hasta elpecho.Estellenopudoreprimirunacarcajada;lasituacióneramuygraciosa.«Venga, cállese» insistió, con tono maternal, dándole una palmada en elhombro.«Seaustedbuenoysobretodo,¡nomedejecaer!»

La palmada llenó aHector de satisfacción: era un sí.Y como el esposoestabaapuntodenaufragar,elmuchacholegritóalegremente:«¡Ahora,sigarecto!».

Cuandoporfinllegaronalaplaya,MonsieurChabre,avergonzado,quisodarunaexplicación.

—Apuntoheestadodeperecer,¡palabra!—tartamudeaba—.Hasidopor

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culpadelasbotas…

Pero Estelle abrió su cesta, que estaba repleta de camarones, y se losmostró.

—¿Cómo? ¡Has pescado todo eso!—exclamó estupefacto—. ¡Eres todaunapescadora!

—¡Oh!—respondió ella, sonriendoymirando aHector—.Monsieurmehaenseñadobien.

V

AlosChabre tan sólo lesquedabadosdíasdeestanciaenPiriac.Hectorparecía consternado, furioso y humillado a la vez. En cuanto a MonsieurChabre,poníaapruebasusaludcadamañanaysequedabaperplejo.

«Nopodéis iros sinhabervisto antes las rocasdeCastelli—dijoHectorunatarde—.Podríamosorganizarunaexcursiónparamañana.»Ydiomuchasexplicaciones. Las rocas estaban a tan sólo un kilómetro. Se extendíanparalelasalmaralolargodemedialeguayestabanahuecadasyderruidasporlasolas.Escuchandosu relato,parecíaquenohubieranadamássalvajequeesosparajes.

—¡Vale! Pues vamosmañana—terminó diciendo Estelle—. ¿La ruta escomplicada?

—No, hay dos o tres pasos en los que hay quemojarse los pies, eso estodo.

PeroMonsieurChabre ya no queríamojarse ni la planta de losmismos.Desdesubañodurante lapescadelcamarón,guardaba rencoralmar,por loquesemostrómuyhostilaeseproyectodeexcursión.Eraridículoarriesgarsede esa manera; él, para empezar, no tenía intención alguna de bajar a esasrocas,puesno leapetecía romperseunapiernasaltandocomounacabra.Entodocaso, si era absolutamentenecesario, los acompañaríadesde lo altodelacantilado,¡yyaerahacerunagranconcesión!

Hector,paracalmarlo,tuvounasúbitainspiración.

—Escuche—ledijo—,supaseopasapordelantedel semáforomarítimode Castelli. ¡Pues bien, puede usted comprar caracolas a los hombres deltelégrafo!Tienensiempredelasmejoresylasvendenporcasinada.

—¡Buenaidea!—asintióelcomercianteretirado,denuevodebuenhumor—.Compraréunacestapequeñaymevolveréaatiborrardecaracolas…

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Ysegiróhaciasuesposa,conposebravucona.

—¿Quéteparece?¡Talvezsealabuena!

Aldíasiguiente,teníanqueesperaraquebajaralamareaparaponerseenmarcha. Pero comoEstelle aúnno estaba preparada, se retrasaronmás y nosalieronhastalascincodelatarde.Apesardelocual,Hectorafirmabaquelesdabatiempoahacerloantesdequelamareavolvieraasubir.Lamuchachaibaconlospiesdesnudosdentrodeunasbotasdedril.Llevabaunatrevidovestidocortodetelagris,queserecogíadescubriendosusfinostobillos.EncuantoaMonsieurChabre, vestía unos impecables pantalonesblancosyungabándealpaca.Llevabatambiénsusombrillayunapequeñacesta,conelairedecididodeunburguésparisinoquesaledecompras.

Larutahastalasprimerasrocasfuebastantefatigosa.Caminabanporunaplaya de arena movediza en la cual los pies se hundían. Monsieur Chabreresoplabacomounbuey.

—¡Bueno!Puesyoosdejo.Suboahíarriba—dijoporfin.

—Eso, que si no, en breve, ya no podrá usted subir al acantilado —respondióHector—.Sigaustedesecamino…¿Quierequeloayudemos?

Y lo vieron subir hasta la cima del acantilado. Una vez ahí, abrió susombrillay agitó sucestagritando:«¡Yaestoy! ¡Aquí se estámejor!…¡Sinimprudencias!,¿vale?Osirévigilando».

Hector y Estelle se metieron por las rocas. El mozo, calzado con botasaltas, iba el primero, saltando de roca en roca con la gracia, potencia yhabilidaddeuncazadordemontaña.Estelle,muyosada,escogíalasmismasrocasparasaltar.Cuandoélsegirabaparapreguntar:«¿Quiereustedqueledélamano?»,ellarespondía:«¡Puesclaroqueno!¡Acasometomaustedporunaabuela!».

Iban caminando por una enorme explanada de granito desgastado por elmar,quehabíacavadoenellaprofundossurcos.Parecíanlasaristasdealgúnmonstruo atravesando la arena, asomando a ras de suelo la carcasa de susvértebras dislocadas.Había hilos de agua vertiéndose en sus huecos y algasnegras colgando como cabelleras. Ambos seguían pegando saltos,manteniéndoseavecesenequilibrio,estallandoderisacuandorodabaalgunapiedra.

—¡Seestácomoencasa!—repetíaalegrementeEstelle—.¡Mellevaríaalsalóndelamía,algunadeestasrocas!

—Puesespere,espere—decíaHector—.¡Loquevieneahora!

Llegaron a un pasillo estrecho, donde la roca abría sus fauces en unaespeciedefisuraentredosenormesbloques.Ahímismosehabíaformadoun

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charcoenunacubeta,unpozodeaguaqueseinterponíaenelcamino.«¡Yopor ahí no paso!» exclamó la muchacha. Hector se ofreció a llevarla a suespalda, pero ella se negó meneando enérgicamente la cabeza: no queríarepetiresasituación.Entonces,élsepusoabuscargrandespiedras,intentandoimprovisarunpuente.Perolaspiedrasresbalabanycaíanalfondodelagujero.«Demelamano,voyasaltar»,acabódiciendoellacon impaciencia.Perosusaltosequedócortoymetióunodesuspiesenelcharco.Esto leshizoreír.Según salieron del pasillo, Estelle no pudo reprimir una exclamación deadmiración.

Seabríaunacalacolmadaporunaavalanchaderocasgigantescas.Habíabloques enormes de pie, como centinelas en avanzadilla a lomos del oleaje.Los temporales habíandevorado la tierra desnudando las paredesdegranitodel acantilado. Se veían bahías cavadas entre promontorios, bruscos zigzagsquedesembocabanensalasinteriores,bancosdemármolnegruzcotumbadosenlaarena,comograndespecesvarados.Parecíaunaciudadciclópeaasaltaday arrasada por el mar, con murallas derrumbadas, torres medio demolidas,edificioscaídosunossobreotros.Hectorinvitóalamuchachaavisitarhastaelmásrecónditorecododeestaruinadelastempestades.Caminabanporarenasfinas y doradas como oro en polvo, sobre guijarros cuyas láminas demicaresplandecían al sol, sobre rocas desprendidas que a veces obligaban aayudarse de las dos manos para no rodar por algún agujero. Pasaban bajopórticosnaturales, bajo arcos triunfalesque imitaban las sólidas cimbrasdelrománico y las esbeltas ojivas del gótico. Bajaban por huecos llenos defrescor,al fondodedesiertosdediezmetroscuadrados.Estelleseentreteníamirandocardosazulados,plantascarnosasdeunverdeoscuroquemoteabanlas murallas grises de los acantilados, interesándose por las amables avesmarinas, pequeños pájaros marrones que volaban al alcance de la mano,lanzandolevespíoscadenciososycontinuos.Yloquemáslemaravillabaeragirarsederepenteenmediodelasrocasyencontrarsiempreelmar,cuyalíneaazul reaparecía y se desplegaba siempre entre cada bloque, con su tranquilagrandeza.

«¡Ah!¡Aquíestáis!—gritóMonsieurChabredesdeloaltodelacantilado—.Estabapreocupado,oshabíaperdidodevista…¡Sonhorripilantes, todosestos abismos!» Él se mantenía prudentemente a seis pies del borde,resguardadobajosusombrillayconlacestaenelbrazo.

—¡Tenedcuidado!—añadió—.¡Queelmarestásubiendobienrápido!

—Tenemostiempo,nosepreocupe—respondióHector.

Estelle, que se había sentado, permanecía muda ante la inmensidad delhorizonte.Frenteaellasealzabantrespilaresdegranitopulidosporeloleaje,comocolumnasgigantesdeuntemplodestruido.Detrásseextendíaelocéano

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bañadoporlaluzdoradadelasseis,enunazulmajestuosorecamadodeoro.Entredoscolumnasseveíaunavelapequeñaymuy lejana,unamotadeunblancoresplandeciente,comoelaladeunagaviotavolandoarasdeagua.Delcielopálidosederramabalaserenidaddelinminentecrepúsculo.Estellenuncasehabíasentidopenetradaporunavoluptuosidadtanvastaytandulce.

«Vengaconmigo…»,dijosuavementeHector,rozándolaconunamano.

Ellaseestremecióyselevantó,dejándosellevarporlalanguidezyungranabandono.

«Eso es el semáforo, ¿no?, esa casita con un mástil —gritó MonsieurChabre—.Voyaporcaracolas.Ahoraoscojo.»

EntoncesEstelle,parasacudirselaperezaquelahabíainvadido,sepusoacorrer como una niña. Saltaba sobre los charcos, se asomaba al mar, seencaprichóensubirhastalacimadeunmontónderocasque,durantelamareaalta, debía de formar una isla. Cuando, tras una ascensión laboriosa entregrietas,llegóhastaarriba,sealzósobrelapiedramásaltaysesintiófelizdepoderdominaresacostatrágicamentedevastada.Sufinoperfilserecortabaenelairepuro,sufaldaflameabaalvientocomounabandera.

Según descendía, se iba asomando a todos los agujeros que veía. En lascavidadesmásmínimasseformabanpequeñoslagostranquilos,adormecidos,aguasperfectamentecristalinas,cuyosclarosespejosreflejabanelcielo.Ensufondo,unasalgasdecoloresmeraldaformabanrománticosbosques.Solitarioscangrejosnegrosygordos saltaban como si fueran saposydesaparecían sinturbar siquiera el agua. La muchacha se sumió en ensoñaciones, como sihubiera penetrado con sumirada enmundosmisteriosos, en vastas regionesdesconocidasyfelices.

Cuando llegaron al pie del acantilado, se dio cuenta que su compañerohabíallenadosupañuelodelapas.«EsparaMonsieurChabre—dijo—.Voyallevárselas.» Precisamente, el marido llegaba, con aire desolado. «En elsemáforono tienenniunmíseromejillón—exclamó—.Ya sabíayoquenovalía la pena venir…» Pero cuando el mozo le mostró las lapas desde ladistancia,secalmó.Laagilidadconlaquetrepóporunarocaqueparecíatanlisa como un muro, siguiendo una vía tan sólo conocida por él, dejó aMonsieurChabreestupefacto.Eldescensofueaúnmásaudaz.«Nada—dijoHector—,escomounaescalera;loúnico,quehayquesaberdóndeestánlospeldaños.»

MonsieurChabrepretendíaqueregresaranya,pueselmarestabacadavezmásamenazador.Suplicabaasuesposaqueporlomenossubieraybuscarauncaminito más cómodo. Pero Hector se reía diciendo que ya no había«caminitosparadamiselas»,queyanoquedabaotraquellegarhastaelfinal.

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Además, todavíanohabíanvistolasgrutas.Finalmente,MonsieurChabresevioobligadoaseguircaminandoporlacrestadelacantilado.Comoelsolyaseestabaponiendo,cerrósusombrillaycomenzóausarlaamododebastón.Enlaotramanollevabaelpañollenodelapas.

—¿Estáustedfatigada?—preguntódulcementeHector.

—Sí,unpoco—respondióEstelle.

Yaceptóelbrazoque leofrecía.En realidad,noestabacansada,perosedejabainvadircadavezmásporunabandonodelicioso.Laemociónsentidaalver al muchacho suspendido de las rocas la había dejado estremecida pordentro.Caminabansuavementesobreunagravillahechaderestosdecaracolasquegritababajosuspisadascomoen lasavenidasde losparques; sehabíanquedadomudos.Éllemostródosenormesfisuras:elTrouduMoineFouylaGrotte du Chat. Ella entró, alzó la mirada y sintió un pequeño escalofrío.Cuando retomaron su marcha, siguiendo una bella arena fina, se mirarontodavía sin hablar pero sonrientes. El mar iba subiendo mediante pequeñasolas rumorosas que ellos no escuchaban. Monsieur Chabre, sobre ellos, sepusoagritarperotampocolooían.

—¡Peroestoesuna locura!—repetíaelcomerciante retiradoagitandosusombrillaysupañodelapas—.¡Estelle!…¡MonsieurHector!…¿Nomeoís,oqué?¡Elmarosvaaalcanzar!¡Elaguaosllegayaalospies!

Peroellosnosentíanelfrescordelassuavesolas.

—¿Eh?¿Quépasa?—murmurófinalmentelamuchacha.

—¡Ah! ¡Es usted,MonsieurChabre!—dijoHector—.No pasa nada, notengaustedmiedo…TansólonosquedaporverlaGrotteàMadame.

—¡Esuna locura! ¡Osvaisaahogar!—añadióMonsieurChabre,conungestodedesesperación.

Peroyanoloescuchaban.Paraescaparalamareacreciente,avanzaronporlasrocasyporfinllegaronalaGrotteàMadame.Eraunacuevacavadaenunbloquedegranitoque formabaunpromontorio.Labóveda,muyelevada, seredondeabaenunaampliacúpula.Las tempestadeshabíandadoasusmurosunpulidoyunbrillodeágata.Lamasasombríadelarocaestabasurcadadevenasrosasyazulesquedibujabanarabescosdeunestilosoberbioybárbaro,como si unos artistas salvajes hubieran decorado esta sala de baño para lasreinasdelmar.Lagravilladelsuelo,aúnhúmeda,relucíaensutransparenciacomounlechodepiedraspreciosas.Alfondohabíaunbancodearena,suaveyseco,deunamarillopálido,casiblanco.

Estellesesentóenelbancoyexaminólagruta.«¡Sepodríaviviraquí!»,murmuró. PeroHector, que desde hacía un instante parecía acechar almar,

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simulóderepenteconsternación:«¡Ay,vayaporDios!¡Estamosatrapados!Eloleaje ya nos ha cortado el camino… No nos queda más remedio quequedarnosaquídoshorasesperando».

SalióybuscóaMonsieurChabreoteandocon lacabeza.Estabasobreelacantilado, justo encima de la gruta. Cuando el muchacho le anunció queestabanatrapados,élgritócontonotriunfal:

—¡Qué os dije! Pero como nunca queréis escucharme… ¿Hay algúnpeligro?

—Ninguno—respondióHector—.Elmartansólopenetraenlagrutaunoscincooseismetros.Loúnicoquenopodremossalirdeellaantesdeunpardehoras,peronosepreocupeusted.

MonsieurChabreseenfadó.¿Entonces,noibanacenar?¡Puesélyateníahambre! ¡Valiente excursión, también! Se sentó refunfuñando en la hierba,colocó su sombrilla a la derecha y su pañode lapas a la izquierda. «Pues aesperar,¡quéremedio!—exclamó—.Vuelvaustedconmiesposaeintentequenocojafrío.»

En la gruta, Hector fue a sentarse junto a Estelle. Tras un silencio, seatrevió a cogerle unamanoque ella no retiró,mientras seguíamirando a lolejos. En el horizonte, el cielo estaba adquiriendo tonos delicados, de unvioletasuave,mientraselmarseextendíaensombreciéndosepaulatinamente,sin una sola vela a la vista. El agua iba entrando poco a poco en la gruta,haciendorodarconunruidotiernolaspiedritastranslúcidas.Traíaconsigolavoluptuosidad de alta mar, una voz como una caricia, un aroma excitante,cargadodedeseos.

«Estelle,laamo»,repetíaHector,cubriéndolelamanodebesos.

Ellanocontestaba,comoaquienlefaltaelaliento,comosiflotarasobreelmarascendente.Mediorecostadasobrelaarenafina,parecíaunaninfamarina,sorprendidaeindefensa.

Y, de repente, les llegó la voz de Monsieur Chabre, leve, lejana. «¿Notenéishambre?¡Yonoaguantomás!…Afortunadamente,llevominavaja.Mevoyatomarunanticipo;yasabéis,mevoyacomerlaslapas.»

«Estelle,laamo»,seguíarepitiendoHector,conellayatotalmenterendidaensusbrazos.

Lanocheeraoscura,tansóloelmarblanquecinoiluminabaelcielo.Enlaentradade lagrutaelaguagemíay,bajo labóveda,seapagabanlosúltimosrestosdeldía.Lasolasvivasexhalabanunaromadefecundidad.Estelledejócaer suavemente sucabeza sobreelhombrodeHector.Labrisanocturna sellevósussuspiros.

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Arriba, al claro estrellado, Monsieur Chabre engullía sus caracolas,metódicamente.Comióhastalaindigestión,sinpan,tragándolotodo.

VI

Nuevemesesdespuésde su regresoaParís, lahermosaMadameChabredabaa luzaunniño.MonsieurChabre, encantado, se llevóaparte aldoctorGuiraud y le repitió con orgullo: «¡Ha sido gracias a las lapas, pondríamimanoenelfuego!…Sí,todounpañodelapasquecomíunanoche,¡oh!,encircunstanciasbastantecuriosas…Pocoimporta,doctor,¡elcasoesquejamáshubieraimaginadoquelascaracolastuvierantamañavirtud!».

****

ELARTEDEMORIR

I

ElcondedeVerteuil tienecincuentaycincoaños.PerteneceaunadelasfamiliasmásilustresdeFranciayposeeunagranfortuna.Malavenidoconelgobierno,siemprehabuscadotodotipodeocupaciones,aportandoartículosarevistas científicas, lo que le ha valido una plaza en la Academia de lasciencias morales y políticas, se ha dedicado a los negocios, apasionándosesucesivamente por la agricultura, la ganadería y las bellas artes. Incluso,duranteuncortoperiododetiempo,hasidodiputado,distinguiéndoseporsuoposiciónrecalcitrantealgobierno.

LacondesaMathildedeVerteuiltienecuarentaycincoaños.AúnselacitacomolarubiamásadorabledeParís.Laedadparecehaberblanqueadosupiel.Siemprefueuntantodelgada;ahora,almadurar,sushombroshanadquiridolaredondezdeunafrutasedosa.Nuncahasidotanhermosacomoahora.Cuandoapareceenunsalón,consuscabellosdoradosderramándoseporelsaténdesupecho, parece que se produce el amanecer de un astro; las muchachas deveinteañoslaenvidian.

Lavidaenparejadelcondeydelacondesaesunodeesosasuntosdelosquenosehabla.Secasaroncomosecasanamenudoensumundo.Inclusoseaseguraqueduranteseisañosvivieronmuybienjuntos.Enesaépocatuvieronunhijo,Roger,queahoraesteniente,yunahija,Blanche,alaquehancasado

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el año pasado conMonsieur deBussac, relator. Siguen conviviendo por sushijos. Aunque hace años que se han separado, han quedado como buenosamigos,aunqueenelfondosiempremovidosporelegoísmo.Seconsultanlasdecisiones; en público, siempre se presentan como la pareja perfecta; peroluego cada uno se encierra en su habitación, donde reciben a sus amigosíntimosasulibrealbedrío.

Sinembargo,unanoche,Mathilderegresadeunbailehacialasdosdelamañana. Su dama de compañía la desviste y cuando se va a retirar le dice:«Estanoche,MonsieurelCondeseencuentraunpocoindispuesto».

La condesa, medio dormida ya, gira perezosamente la cabeza. «Ah»,murmura. Se tumba y añade: «Despiértame mañana a las diez; espero a lamodista».

Al día siguiente, durante el desayuno, como el conde no hace acto depresencia, la condesaprimeropidenuevasde él y luego se decide a subir averlo.Lohallaenlacama,muypálidoperoguardandolacompostura.Yahanvenido tres médicos, han charlado en voz baja y han dejado instrucciones;volverán por la tarde. Es atendido por dos criados que no paran quietos,manteniendoelgestograveymudo,amortiguandoelruidodesuspisadasenlasalfombras.Laenormehabitacióndormitaconfríaseveridad;nohayniuntrapofueradesusitio,niunmuebledescolocado.Eslaenfermedaddecorosaeimpecable,ceremoniosa,queesperavisitas.

—¿Sufríspues,amigomío?—preguntalacondesasegúnentra.

Elcondeseesfuerzaensonreír.

—¡Oh!Estoyun tantofatigado—responde—.Tansólonecesitounpocodereposo…Osagradezcolavisita.

Pasandosdías.Lahabitaciónconservasudignidad;cadacosaestáensulugar, las pocionesvandesapareciendo sindejar ni unamancha.Los rostrosbien rasurados de los criados no se permiten ni siquiera un gesto deaburrimiento.Sin embargo, el conde sabeque está enpeligrodemuerte; haexigidoalosmédicosquelediganlaverdadysehapuestoensusmanos,sinunpero.Lamayorpartedeltiempolopasaconlosojoscerrados,obienconlamiradafijaanteél,comosireflexionarasobresusoledad.

Enelmundoexterior,lacondesacuentaquesumaridoestásufriente.Noha alterado un ápice de su rutina cotidiana, come, duerme y se pasea a sushoras.Unavezporlamañanayotraporlanoche,acudeenpersonaparasabercómoseencuentra.

—¿Quétal?¿Ossentísmejor,amigomío?

—Claro,muchomejor;osloagradezco,miqueridaMathilde.

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—Silodeseáis,mequedoavuestrolado.

—No,noesnecesario.JulienyFrançoissebastan…¿Paraquéfatigaros?

Se entienden bien entre ellos; han vivido separados e insisten en morirseparados.El conde experimenta ese placer amargo del egoísta que prefiereabandonarelmundosolo,evitándoseembarazosascomediasdedolor.Abrevialo más posible, por su bien y el de la condesa, el fastidioso tête-à-têtesupremo.Suúltimavoluntadconsisteendesaparecersinperderlacompostura,comohombredemundoquenoquieremolestarniincomodaranadie.

Sinembargo,unanochesientequeyanolequedamásqueunsoplo,sabequenovaaveramanecer.Cuandolacondesasubeahacersuvisitarutinaria,ledice,forzandounaúltimasonrisa:«Noosvayáis…Nomesientobien».

Quiere salvaguardarla de las malas lenguas; ella, por su parte, estabaesperando una señal al respecto, así que se instala en la habitación. Losmédicostambiénsequedanjuntoalagonizante.Losdoscriadosprosiguensuservicio con la misma premura silenciosa. Se ha hecho llamar a los hijos,Roger yBlanche, que ya están cerca de la cama, al lado de sumadre.Hayotrosparientesinstaladosenunahabitacióncercana.Lanochetranscurreasí,enunaesperagrave.Porlamañanavienenadarlelosúltimossacramentosyelcondecomulgaantetodoelmundo,comoparadarsuúltimoapoyopúblicoalareligión.Unavezterminadalaceremonia,yapuedemorir.

Pero no parece tener prisa, incluso recupera fuerzas con el fin de evitarconvulsiones y otras escenas escandalosas. Su respiración, en la amplia yseverahabitación,pareceeldesajustadoruidodeunreloj trastornado.Desdeluego, es la muerte de un hombre de esmerado decoro. Una vez que haabrazado a sumujer y a sus hijos, los aparta con un gesto, se gira hacia laparedymueresolo.

Entonces,unodelosmédicosseinclinasobreél,lecierralosojosydice,amediavoz:«Yaestá».

En medio del silencio, comienzan a elevarse suspiros y lágrimas. Lacondesa,RogeryBlanchesehanarrodilladoylloranentresusmanosjuntas;nosepuedeversurostro.Alpoco,losdoshijossellevanasumadrequien,llegadaalumbraldelapuerta,marcasudesesperaciónbamboleándoseenunúltimo sollozo.Desde esemomento, elmuertopasa amanosde las pompasfúnebres.

Losmédicosparten,cabizbajosyconairedevagadesolación.Sepidealaparroquiaqueenvíeauncuraparavelarelcuerpo.Losdoscriadossequedanconelcura,sentadosensussillas,rígidosydignos;seacercaelesperadofinalde su servicio. Uno de ellos se percata de una cuchara olvidada sobre unmueble;selevantaylaguardaconvivezaensubolsillo,paraquelahabitación

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recuperesuordenimpecable.

Lleganruidosdemartillazosprocedentesdeabajo,delgransalón:setratadelostapicerosqueestánpreparándoloparaconvertirloencapillaardiente.Elembalsamamiento ocupa todo el día; se cierra la puerta y dejan a solas alembalsamador con sus ayudantes. Cuando al día siguiente bajan al condeengalanado,paraexponerlo;presentaunafrescurajuvenil.

Desde las nueve de esta mañana de exequias, la casa se llena demurmullos.Elhijoyelyernodeldifuntorecibenaltropeldevisitantesenunsalón de la primera planta; se inclinan y muestran una cortesía discreta depersonas afligidas. Todas las fuerzas vivas están presentes: la nobleza, elejército,lamagistratura;hayinclusosenadoresymiembrosdelInstitut.

A lasdiezpor finelcortejoseponeenmarchahacia la iglesia.Elcochefúnebreesdeprimera,empenachadoconplumas,ornadodetelasconfranjasplateadas.Unmariscal,unduqueviejoamigodeldifunto,unantiguoministroyunacadémicollevanlascintasdelféretro.RogerdeVerteuilyMonsieurdeBussacencabezanelcortejo,seguidosdeunatropadegenteenguantadayencorbatadenegro,todospersonajesimportantesqueresoplanentrelapolvaredayavanzanconeltrotedeunrebañoendesbandada.

Todoelbarriotomadoporeldesfileseagolpaenlasventanas;numerosaspersonas forman vallas humanas en las aceras, se descubren ymiran pasar,meneando la cabeza, el coche fúnebre triunfal. La circulación quedainterrumpidaporunafilainterminabledecochesfúnebres,casitodosvacíos;los ómnibus y coches simón se aglomeran en los cruces; se pueden oír losjuramentosde loscocherosy losrestallidosde los látigos.Mientras tanto, lacondesadeVerteuilsehaquedadoensucasa,encerradaensuhabitación;hadejadodichoqueestárotaporlaslágrimas.Repantigadaenunatumbona,seentretiene jugueteandocon lahebillade sucinturón, contemplandoel techo,relajadaysoñadora.

Enlaiglesia, laceremoniaduracercadedoshoras.Todoelcleroestáenzafarrancho; desde primera hora de lamañana, sólo se ven curas atareadoscorriendoensobrepelliz,lanzandoórdenes,enjugándoselafrenteysonándosela nariz con estruendo. Enmedio de la nave cubierta de negro flambea uncatafalco.Por fin,elcortejosehaordenado, lasmujeresa la izquierday loshombres a la derecha; el órgano lanza sus lamentos, los chantres gimensordamenteylosniñosdelcorocantanconagudossollozos;delostederosseelevan altas llamas verdes que tiñen con su fúnebre palidez la pompa de laceremonia.

—¿NoibaacantarFaure?—preguntaundiputadoasuvecino.

—Creoquesí—respondeéste,unantiguoprefecto,grangalánquelanza

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delejossonrisasalasmujeres.

Y cuando por fin un chorro de voz se eleva de la nave estremecida,comenta amediavoz, balanceando la cabeza con regocijo: «¡Escuche! ¡Quémétodo!,¡quépotencia!».

El cantor ha seducido a todos los asistentes. Las damas, con una difusasonrisa en los labios, recuerdan sus soirées en la ópera. ¡Este Faure tienerealmentetalento!Unamigodeldifuntollegaadecir:«¡Nuncahacantadotanbien!…¡EsunapenaqueelpobredeVerteuilnopuedaescucharlo,conloquelegustaba!».

Loschantres,consuscapasnegras,sepaseanalrededordelcatafalco.Unaveintena de sacerdotes complican la ceremonia, saludan, repiten frases enlatín,agitanhisopos.Finalmente,lospropiosasistentesdesfilananteelféretro,loshisopospasandemanoenmano.Todoelmundovasaliendo, trasdar lamanoalafamilia.Unavezfuera,undíaluminosociegaalpúblico.

Esunaespléndidamañanadejunio.Ligerasbriznasrevoloteanporelairecálido. En la plazuela delante de la iglesia se producen avalanchas yempujones. El cortejo se toma su tiempo para reorganizarse. Hay quienesaprovechanlaconfusiónparaesfumarse.Lazonasigueatestadadevehículoscuando,adoscientosmetros,alfinaldeunacalle,seveunbalanceodeplumasdelcochefúnebreavanzandoydesapareciendo.Derepente,seoyenportazosyelbruscotrotedeloscaballosenlosadoquines.Loscocheroslogranponerseenfilayelcortejosedirigehaciaelcementerio.

Enloscarricoches,lagenteseacomoda;sediríauntranquilopaseohaciaelBoisatravesandounParísprimaveral.Comohanperdidodevistaelcochefúnebre, olvidan rápidamente el entierro y surgen las conversaciones, lasdamashablandelverano,loscaballerosdesusnegocios.

—Entonces,querida,¿osvaisdenuevoaDieppeesteverano?

—Sí,supongo.Peroentodocaso,nohastaagosto…ElsábadopartimosanuestraspropiedadesenelLoira.

—Entonces,amigomío,descubrióunacartaysebatieronenduelo.¡Oh!,sin demasiada violencia, algún que otro rasguño…Si esamisma tarde cenéconélenelclub.Inclusomeganóveinticincoluises.

—La reunión de los accionistas es pasado mañana, ¿no? Quierennombrarmemiembrodelcomité,peroestoytanocupado…nosésiaceptaré.

El cortejo lleva un tiempo siguiendo una avenida.Una fresca sombra sederramadelosárbolesyunaluzgozosacanturreaenlaverdura.Derepente,unadamaatolondradaseasomaporlaportezuelayseleescapa:«¡Vaya!¡Estoesencantador!».

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ElcortejoacabadeentrarprecisamenteenelcementeriodeMontparnasse.Lasvocesseacallan,yanoseoyemásqueelchirridodelasruedasenlaarenadelaavenida.Hayqueseguirlahastaelfinal,pueselpanteóndelosVerteuilsehallaalfondoalaizquierda.Setratadeunagrantumbademármolblanco,con una especie de capilla adornada con innumerables esculturas. Posan elféretroantelapuertadelacapillaycomienzanlosdiscursos.

Hay cuatro. El antiguo ministro retrata la vida política del difunto, quepresentacomoungeniohumilde,quehubierasalvadoaFranciasinohubieradesdeñadotantolasintrigaspalaciegas.Acontinuación,unamigohabladelasvirtudes privadas de aquel que hoy todo el mundo llora. Tras lo cual, undesconocidotomalapalabracomodelegadodeunasociedadindustrialdelaqueelcondedeVerteuilerapresidentehonorífico.Finalmente,unhombrecillode aspectogris expresa lapérdidaque suponepara laAcademiade cienciasmoralesypolíticas.

Mientras tanto, losasistentescurioseanpor las tumbasvecinasy leen lasinscripcionesenlaslápidasdemármol.Losquetiendeneloídocaptantansólopalabras sueltas. Un viejecillo de labios afilados, tras escuchar: «… lascualidades del corazón, la generosidad y la bondad de las personas decarácter…»,alzaelmentónymurmura:«Claro,claro.Siyoloconocíabien.¡Eraunperro!».

Elvientosellevalaspalabrasdelúltimoadiós.Unavezquelossacerdotesbendicen el cuerpo, la gente se retira y tan sólo se quedan, en una esquinaapartada,losenterradoresbajandoelféretro.Lascuerdasrozansordamente,elataúdderoblecruje.MonsieurelcondedeVerteuilyaestáencasa.

La condesa no se hamovido de su tumbona. Sigue jugueteando con sucinturón, con lamirada en el techo, perdida en ensueños que, poco a poco,provocanunruborensusmejillasdedeliciosarubia.

II

MadameGuérard es viuda. Sumarido, que falleció hace ocho años, eramagistrado.Pertenecealaaltaburguesíayposeeunafortunadedosmillones.Tiene treshijosque,a lamuertedesupadre,heredaroncadaunoquinientosmil francos. Pero esos muchachos, de familia severa, fría y afectada, hancrecido sin embargo como retoños salvajes, desarrollando unos apetitos einstintosquenadiesabededóndeproceden.Enpocosañossehancomidosusquinientosmilfrancos.Elmayor,Charles,esunapasionadodelamecánicayhadespilfarradotodaunafortunaeninventoslocos.Elmediano,Georges,se

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hadejadodevorarporlasmujeres.Elpequeño,Maurice,hasidorobadoporunamigo,conelcualproyectabalaconstruccióndeunteatro.Hoyendía,lostreshijosestánacargodelamadre,quenotieneinconvenienteenalimentarlosyalojarlosperoqueprefiere,porprudencia,llevarsiempreencimalasllavesdelosarmarios.

Toda esta gente vive en un amplio piso de la calle de Turenne, en elMarais.MadameGuérardtienesesentayochoaños.Conlaedad,sehahechomaniática.Ensucasaexigeunatranquilidadyunapulcritudmonacales.Sehavueltoavara;cuentalosterronesdeazúcar,aprietaellamismalostaponesdelasbotellasabiertas,racionaaloscriadoselsuministrodesábanasydevajilla.Sushijossindudalaquierenyellaejercesobreellosunaautoridadabsoluta,apesar de que ya rondan la treintena y de su atolondramiento. Sin embargo,cuandosevesolarodeadadeesostrescalaveras,sienteunainquietudsorda,teme que le pidan un dinero que no sabría negarles. Por ello ha tenido laprecaución de invertir su fortuna en propiedades inmobiliarias: posee trescasasenParísyunosterrenosporVincennes.Lagestióndeestaspropiedadesconlleva, es cierto, auténticos quebraderos de cabeza, pero le aportanigualmente la tranquilidad de tener siempre una buena excusa para nodesembolsargrandessumasdedinero.

Charles,GeorgesyMaurice,dehecho,semantienenalacechodelbotín.Merodean por la casa, disputándose el trozo, reprochándosemutuamente lamiseriapropia.Lamuertedesumadrelosvolveráahacerricos;losabenylespareceunarazóndetallaparapermaneceragazapados,sinhacernada.Sibiennunca hablan de ello, su constante preocupación consiste en saber cómo serealizaráelreparto;sinologranponersedeacuerdo,habráquevender,loquesiempre es una opción ruinosa. Piensan en ello sinmala idea, simplementeporqueconviene tenerlo todoprevisto.Semuestranalegres,buenoshijos,deunahonestidadpasable;comotodoelmundo,deseanquesumadrevivaloquetengaquevivir.Nolesmolesta.Semantienenalaespera,esoestodo.

Unanoche,alacabarlacena,MadameGuérardsienteciertomalestar.Sushijoslaconvencenparaqueseacuestey,cuandoyalesaseguraqueestámejor,quesetratasólodeunafuertemigraña,ladejanconsudoncella.Peroaldíasiguienteelestadodelaancianadamahaempeorado;elmédicodelafamilia,preocupado,lerealizaunexamen.MadameGuérardestámuygrave.Durantelos ocho siguientes días, un drama se desarrolla en torno a la cama de lamoribunda.

Su primera precaución, una vez que se ve postrada, consiste en hacersetraer todas las llaves y esconderlas bajo la almohada. Pretende seguirgobernando desde la cama, proteger sus armarios de cualquier derroche. Sedebateen luchas internas, lasdudas ladesgarran.Sepierdeen interminablescavilacionesantesdedecidirseaconfiarenalguien.Sus treshijosestánahí,

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ellalosestudiaconsumiradacansada,esperandounabuenainspiración.

UndíadecideconfiarenGeorges,lehaceungestoparaqueseacerqueyledice amedia voz: «Toma, la llavedel aparador…ve a por azúcar, vuelve acerrarlobienymedevuelveslallave».Peroaldíasiguienteyadesconfíadeél;encuantosemueve,losigueconlamirada,comositemieraquesemetieraenlosbolsillosfiguritasdelachimeneaencuantoellasedespistara.

AsíquellamaaCharlesyleconfíaasuvezunallave,murmurando:«Ladoncellavaaacompañarte.Quieroquelavigilesmientrascogeunassábanasyquecierrestúmismoelarmario».

En su agonía, ése resulta ser su verdadero suplicio: no poder seguircontrolandolosgastosde lacasa.Levienena lacabeza todas las locurasdesushijos; sabequesonholgazanes, tragaldabas,descerebradosymanirrotos.Hacetiempoquehaperdidolaestimaporellos,quenuncahancumplidosusexpectativas, que contrarían sus hábitos de austeridad y severidad. Pero aúnpervivenrestosdeafectoquelallevanaperdonarlos.Enelfondodesumiradahayunasúplica,lespidelaúltimagraciadequeesperenaqueellayanoestéahí para vaciar los armarios y repartirse su fortuna. Presenciar tal repartosupondríaunatorturaparasuagónicaavaricia.

Sin embargo, Charles, Georges y Maurice se portan muy bien. Se hanpuestodeacuerdoparaqueunodeellospermanezcasiemprealpiedellechode su madre. Hasta el menor de sus cuidados parece estar lleno de afecto.Pero,inevitablemente,traenconsigoladespreocupacióndelmundoexterior,elolorauncigarroquesehanfumado,laagitaciónporlasnuevasquecorrenporla ciudad.Y el egoísmode la enferma sufre por haber dejado de serlo todopara sus hijos ahora, en su hora postrera. Según se va apagando, sudesconfianzageneraunmalestarcrecienteentreellaysushijos.Siporventuraaún no hubieran pensado por símismos en la fortuna que van a heredar, elreconcomiodelamadrepordefenderlahastaelúltimosuspiroasegurabaqueel tema omnipresente. Les lanzamiradas tan afiladas que delatan con tantaclaridad sus temores, que desvían incómodos la cabeza hacia otro lado.Entoncesellapiensaqueestánalacechodesumuerte;yrealmente loestán,puessusinquisitivasmiradasmudasconducencontinuamentehaciaesepunto.Espuesellalaquefomentaensushijoslaconcupiscencia.Cuandosorprendeaunodeellosdistraído,ledice,conelrostrolívido:

—Acércate…¿Enquépiensas?

—Ennada,madre.

Perosesobresaltayellaasientelentamente,añadiendo:

—No os doy más que problemas, hijos míos. Venga, no os sigáisatormentando,dentrodepocoyanoestaréaquí.

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Entonces,elloslarodean,jurándolequelaamanyquelavanasalvar.Peroellarespondequeno,congestoterco,ysesumeaúnmásenladesconfianza.Esunaagoníaterrible,envenenadaporeldinero.

La enfermedad dura tres semanas. La anciana ya ha pasado por cincoexámenesyhanhechoveniralosmédicosmáscélebres.Ladoncellaayudaalos hijos en el cuidado de madame, a pesar de lo cual el piso está algodesordenado.Yanohayesperanzaalguna,elmédicoanunciaquelaenfermapuedesucumbirencualquiermomento.

Unamañana, cuando loshijos creenque sumadreduerme, entablanunaconversacióncercadeunaventana,pueshasurgidounimprevisto.Estamosa15dejulioylamadreacostumbrabaaencargarsepersonalmentedelcobrodelosalquileresdesuscasas;estánenunaprieto,puesnosabencómocobraresedinero.Losconserjesyahanpedidoinstrucciones.Eneldebilitadoestadoenelqueestáella,noosan irahablarledeasuntoscomoéste.Sinembargo, sisucediera alguna desgracia, necesitan el dinero de los alquileres para cubrirgastospersonales.

—¡VayaporDios!—diceCharles,amediavoz—.Siosparecebien,yameencargoyodepresentarmeantelosinquilinos…Comprenderánlasituaciónypagarán.

Pero Georges y Maurice no parecen precisamente entusiasmados por laidea.Tambiénellossehanhechodesconfiados.

—Podemosacompañarte—proponeelprimero—.Lostrestenemosgastosquecubrir.

—¡Pero bueno!Si os voy a pasar el dinero…¿Nome creeréis capaz dehuirconél?,¿no?

—No,peroesmejorquevayamoslostresjuntos.Serámásregular.

Lostresintercambianmiradas;ensusojoslucenyalasdisputasyrencoresdel reparto.La sucesiónquedaabiertaycadaunoquiereasegurarseel trozomásgrande.Bruscamente,Charlesproponeenvozaltaloqueyarondaenlacabezadesushermanos:«Mirad,lomejoresquevendamos…Siyahoynosestamospeleando,mañananosvamosadevorarmutuamente».

Pero un estertor les hace girar rápidamente la cabeza. La madre se haalzado,pálida,conlamiradadespavoridayelcuerpoagitadodetemblores.Haescuchado todo, tiende sus escuálidos brazos repitiendo en un tono de vozazorado:«Hijosmíos…Hijosmíos…».

Una convulsión vuelve a tumbarla en la cama, donde muere con laabominableideadequesushijosyaestánrobándola.

Los tres, aterrados, caen de rodillas ante el lecho. Besan las manos del

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cadáver,lecierranlosojosentresollozos.Enesemomento,losrecuerdosdeinfanciaseagolpanensuscorazonesysesientenhuérfanos.Peroestahorriblemuerte queda grabada en lomás profundo de sus entrañas, como fuente deremordimientosydeodio.

La doncella lleva a cabo la limpieza de la muerta. Se hace traer a unamonjaparaqueveleelcuerpo.Mientrastanto,lostreshijossededicanalostrámites; registran la defunción, encargan las esquelas y organizan laceremonia fúnebre.Por lanoche, se relevanparavelarpor turnos junto a lamonja. En la habitación, con las cortinas echadas, la fallecida permanecetendida enmitadde la cama, con la cabeza rígida, lasmanos cruzadasyuncrucifijodeplataenelpecho.Asuladoseconsumeuncirio.Unabriznadeboj está a remojo en el borde de un recipiente de agua bendita. La veladatermina con el escalofrío del amanecer. La monja pide un vaso de lechecaliente,puesnosesienteagusto.

Unahoraantesdelcortejofúnebre,laescalerasellenadegente.Lapuertacochera está cubierta de telas negras con franjas plateadas.Ahí es donde seexponeelféretro,comoenelfondodeunaestrechacapilla,rodeadodecirios,cubiertodecoronasyde ramos.Todoelquepasadentro tomaunhisopodeunapiladeaguabendita,alpiedelataúd,yrocíaelcuerpoconél.Alasonce,elcortejoseponeenmarcha,encabezadoporloshijosdeladifunta.Detrásdeellosvanmagistrados,algunosgrandesindustriales,todaunaburguesíagraveeimportantequecaminamidiendolospasosylanzandomiradasoblicuasaloscuriosos que están parados en las aceras. Al final del cortejo siguen docecochesfúnebres.Lagenteloscuentaysehabladeellosentodoelbarrio.

Los asistentes se apiadan de Charles, Georges y Maurice, trajeados,enguantados de negro, siguiendo al féretro, cabizbajos y con el rostroenrojecido por las lágrimas. La gente es unánime: entierran a su madre deforma irreprochable.El coche fúnebreesde tercera clase, se calculaque leshabrácostadovariosmilesdefrancos.Unviejonotarioapunta,conunalevesonrisa:«SiMadameGuérardhubiera tenidoquepagarella esteentierro, sehubieraahorradoporlomenosseiscochesfúnebres».

En la iglesia, la puerta está abierta y el órgano resuena; el cura de laparroquia reparte absoluciones.Cuando los asistentes ya han pasado ante elcuerpo,setopanalaentradadelanaveconlostreshijosformandounafila,ahísituadospararecibirlosapretonesdemanosdelaspersonasquenopuedenir hasta el cementerio. Permanecen diez minutos con el brazo tendido,apretandomanos sin reconocer siquiera a laspersonas,mordisqueándose loslabios, tragándose las lágrimas. Se sientenmuy aliviados cuando por fin sevacíalaiglesiayretomansulentamarchatraselcochefúnebre.

El panteón de los Guérard se halla en el cementerio de Père-Lachaise.

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Muchaspersonas siguen apie, otras subena los coches fúnebres.El cortejoatraviesa la plaza de la Bastilla y sigue la calle de la Roquette. Algunosviandantes alzan la mirada, se descubren. Es un cortejo fastuoso que losobreros de ese barrio popular ven pasar mientras comen sus bocadillos desalchichón.

Al llegar al cementerio, el cortejo gira a la izquierda y se topainmediatamente con el panteón: un pequeñomonumento, una capilla góticaquellevainscritoensufrontal,enletrasnegras«FAMILIAGUÉRARD».Lapuerta de hierro, abierta de par en par, deja entrever unamesa de altar concirios encendidos. Alrededor del monumento hay otras construccionessimilaresalineadasyformandocalles;sediríaelescaparatedeunvendedordemuebles, con armarios, cómodas, secreteres recién fabricados y ordenadossimétricamenteparasuexposición.Losasistentessedistraenobservandotodaestaarquitecturaobuscandounpocodesombrabajolosárbolesdelaavenidavecina. Una dama se aleja para ir a admirar un magnífico rosal, florido yfragante,quehacrecidosobreunatumba.

Mientrastanto,sebajaelataúd.Uncurapronunciaunasúltimaspalabrasmientraslosenterradores,enuniformeazul,esperanunospasosmásallá.Lostreshijossollozan,con lamiradaclavadaen las faucesabiertasdelpanteón,dondeyaseharetiradolalosa;esahí,enesafrescasombra,dondelestocarátambiénaellosveniradescansaralgúndía.Unosamigosselosllevansegúnseacercanlosenterradores.

Dosdíasmástarde,encasadelnotariodesumadre,lostresdiscuten,conlos dientes chirriantes, la mirada seca y el ánimo encendido de enemigosdispuestos a no ceder ni un céntimo. Les interesa esperar, no precipitar laventa de las propiedades. Pero se lanzan a la cara unas cuantas verdades:Charleslodevoraríatodoconsusinventos;Georgesdebeteneralgunaqueridaque lechupa lasangre;Mauricesindudasehavueltoaembarcarenalgunaespeculaciónalocadaquesetragaríatodosucapital.Elnotariointentaenvanoquelleguenaunacuerdoamistoso,perolostresseseparanamenazándoseconsusabogados.

La muerta resucita en ellos, con toda su avaricia y sus temores a serrobada.Cuando lamuerteestáenvenenadadedinero, sóloproduceodio.Lagentesepeleasobrelosataúdes.

III

Monsieur Rousseau se casó con veinte años con una huérfana, Adèle

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Lemercier,queteníadieciocho.Reciéncasados,entrelosdosreuníansetentafrancos. Comenzaron vendiendo papel de escribir y bastones de cera parasellar, bajo una puerta cochera. Después, lograron alquilar un cuchitril, unpuesto pequeño como un gua, en el que permanecieron durante diez años,extendiendo poco a poco su negocio. Ahora ya poseen un comercio depapeleríaenlacalleClichy,quedebedevalerporlomenosunacincuentenademilesdefrancos.

Adèlenoposeeunasaludmuyrobusta.Siempreestá tosiendo.Laescasaventilación de la tienda, los hábitos sedentarios demostrador, no le sientanmuybien.Unmédicoalqueconsultanlerecomiendareposoypaseoscuandohaga buen tiempo. Pero ésta es una prescripción que es imposible cumplircuandosepretendereunirunoscuartosconlosqueenvejecertranquilamente.Adèledicequeyareposaráysepasearámástarde,cuandohayanvendidosunegocioysehayanretiradoaprovincias.

Monsieur Rousseau, por su parte, claro que se inquieta cuando ve lapalidez de sumujer, lasmanchas rojas en susmejillas, pero su papelería loabsorbetotalmenteynopuedeestarcontinuamentedetrásdeella,cuidandodequenocometaimprudencias.Durantesemanas,noencuentraunsolominutoparahablarconellasobresusalud.Hastaqueledaporpararseaescucharsupequeñatosseca,seenfadaylaobligaacogersuchalyadarseunavueltaconél por los Campos Elíseos. Pero ella suele regresar todavía más cansada,tosiendoaúnmás.LospequeñosquebraderosdecabezadelnegociovuelvenaasaltaraMonsieurRousseauy laenfermedadesolvidadadenuevo,hasta lasiguientecrisis.Asísonlascosasenelpequeñocomercio:unosevamuriendopocoapoco,sintenertiempoparacuidarse.

Undía,MonsieurRousseause llevaalmédicoaun rincóny lepreguntaconfranquezasisumujerestáenpeligro.Elmédicocomienzadiciendoquedepende de la naturaleza de cada uno, que ha visto a gente mucho másenferma recuperarse. Pero, presionado por las preguntas, acaba confesandoque Madame Rousseau tiene tisis y que la enfermedad está incluso en unestadobastanteavanzado.Elmaridoempalidecealescucharlaverdad.Amaasumujerportodoloquehantenidoquetrabajarjuntosparapodercomerpanblanco a diario. Para él no es sólo una esposa, es también una socia, cuyalaboriosidad e inteligencia aprecia. Su desaparición resultaría una tremendapérdida,tantoemocionalcomocomercial.Sinembargo,tienequeservaliente,no puede cerrar la tienda para echarse a llorar en un rincón. Así que serecompone, no quiere asustar a Adèle con sus ojos enrojecidos por laslágrimas.Retoma sudía a día.Al cabodeunmes, pensando en estas cosastristes,acabaconvenciéndosedequelosmédicosseequivocanamenudo.Sumujer no parece más enferma que de costumbre. Así que la ve morirlentamente sin sufrir demasiado, distraído por sus quehaceres, esperando la

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desgraciaperoretrasándolaaunfuturoindefinido.

Adèlecomentaamenudo:«¡Ay!¡Cuandonosretiremosalcampoyaveráslo bien queme voy a poner!… ¡Dios santo! En sólo ocho años. Eso no esnada».

AMonsieurRousseauniseleocurreplantearquepodríanretirarseya,conunosahorrosmásmodestos.Paraempezar,Adèlenoloaceptaría.Cuandounoseplanteaunacifra,hayquealcanzarla.

Y sin embargo, en dos ocasiones ya Madame Rousseau se ha vistoobligadaaguardarcama.Perosiempreseha levantadoantesde tiempoparabajaraatenderelmostrador.Losvecinosyacomentan:«Alapobremujercillano le queda mucho». Y no se equivocan. Justo cuando deben hacer elinventario,seveobligadaaguardarcamaporterceravez.Elmédicoaparecepor lamañana, charla con ella y firma una receta con gesto distraído. Peroadvierte a Monsieur Rousseau de que el fatal desenlace se acerca. Pero elinventario lo mantiene encadenado a la tienda y apenas si puede escaparsecincominutosdevezencuando.Subeaverlacuandoestáelmédico,bajaconély reapareceunmomentoantesde lacomida; seacuestaa lasonce,enuncuartitodelatiendadondesehahechoinstalarunacamilla.

Eslacriada,Françoise,laquecuidaalaenferma.Unachicaterrible,estaFrançoise,unaauvernesadegrandesmanazasydemodalesehigieneuntantodudosos.Meneaalamoribundaconbrusquedad,letraelosmedicamentoscondesgana, arma un tremendo alboroto cada vez que barre el dormitorio, quedeja continuamentedesordenado; la cómoda está llenade frascospegajosos,lascubetasnuncaestán limpias,hay trapossucioscolgandoen los respaldosdetodaslassillas;elsueloestátanabarrotadodecosasquenosabeunodondepisar.Sinembargo,MadameRousseaunosequeja,selimitaadargolpetazosenlaparedcuandollamaalacriadayéstanoacabadeacudir.Françoisetieneotrascosasquehacer,ademásdecuidarla;tienequemantenerlatiendalimpia,ahíabajo,tienequecocinarparaelpatrónysusempleados,sinhablardelascompras que tiene que ir a hacer por todo el barrio, además de otras tareasimprevistasquesiempresurgen.Porloquemadamenopuedeexigirqueestésiempreasudisposición.Selacuidacuandoquedatiempo.

Porotrolado,inclusoencama,Adèlesigueocupándosedelnegocio.Hacesu seguimiento de las ventas, pregunta cada tarde cómo van las cosas. Estápreocupada por el inventario. En cuanto sumarido encuentra unosminutosparasubiraverla,ellanoquierenuncahablardesusalud,sinodelosposiblesbeneficios.Sesientemuyapenadacuandolecuentanqueelañoharesultadomediocre: los beneficios han sido menores que el año pasado en catorcefrancos.Ardiendodefiebre,repasaconlaalmohadalospedidosdelasemanapasada,aclaralascuentasyorganizalosasuntosdomésticos.Sisumaridose

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entretienedemasiadoeneldormitorio,ellamismalomandadenuevoabajo.Su presencia ahí no hace que mejore su salud pero sí que empeoren losnegocios.Estáconvencidaque,sinsupresencia,losdependientessededicanamirarlasmoscas.Lerepite:«Baja,querido,nonecesitonada,teloaseguro.Ynoolvideshacerunpedidodecuadernos,queseacercalavueltaalcolegioynospodemosquedarcortos».

Durantemucho tiempo, se engaña a símisma sobre su estado de salud.Siemprepiensaquealdíasiguientesevaapoderlevantarybajaralmostrador.Incluso hace planes: cuando pueda levantarse, irán a pasar un domingo enSaint-Cloud.Nuncahasentidotantasganasdevolveraverelcampo.Pero,derepente, una mañana, su estado se agrava. Por la noche, sola, con los ojosabiertos, comprende que va a morir. No dice nada durante todo el día,reflexiona,conlamiradaclavadaeneltecho.Porlatarde,retieneunpocoasumarido, charla tranquilamente con él y le dice, como si le comentara unafactura:

—Mira,mañanavasairabuscaraunnotario.Hayunoaquícerca,enlacalleSaint-Lazare.

—¿Un notario? ¿Para qué? —exclama Monsieur Rousseau—. Pero nopiensesencosasasí,cariño,¡noestástanmal!

—Puede ser —replica ella con tono calmo y razonable—. Pero metranquilizaríasaberlotodoarreglado…Noscasamosencomunidaddebienescuando no poseíamos ni una perra chica ninguno de los dos. Hoy hemosganadoalgunosdinerosentreambos,noquieroquemifamiliapuedavenirasaquearte… Mi hermana Agathe no merece que la deje nada; preferiríallevármelotodoconmigo.

Se obstina hasta que sumarido, en efecto, va a buscar al notario al díasiguiente.Ellalerealizanumerosaspreguntas,paradejarlotodobienatadoyque no haya líos posibles. Una vez concluido el testamento, el notario semarchayAdèlesetiendedenuevo,murmurando:«Ahorayapuedomorirmecontenta…Mehubieragustadodisfrutardeeseretiroalcampo,nodigoqueno. Pero tú sí podrás ir… Prométeme que te irás al lugar que habíamoselegido,yasabes,elpueblodondenaciótumadre,cercadeMelun…Esoesloquemegustaría».

MonsieurRousseausedeshaceenlágrimas,ellaloconsuelayledabuenosconsejos.Siseaburresolo,lomejorquepuedehaceresvolveracasarse.Peroconunamujerdesuedad,porquelasmuchachasjóvenesquesecasanconunviudosecasanconsudinero.Einclusolemencionaaunadamaconocidadeambosconlaquenoleimportaríaqueélsejuntara.

Durantelanoche,laagoníaesterrible.Seasfixia,reclamaaire.Françoise

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sehaquedadodormidaenunasilla.MonsieurRousseau,depieenlacabecerade la cama, nopuedehacer otra cosaque apretar lamanode lamoribunda,diciéndolequeestáahí,quenoseseparadeella.Por lamañana,derepente,experimenta una gran tranquilidad; está muy pálida, con los ojos cerrados,respirando lentamente. Su marido aprovecha para bajar un momento conFrançoise para abrir la tienda. Cuando vuelve a subir, Adèle sigue pálida,rígidaenlamismaposición,peroconlosojosabiertos.Estámuerta.

HaceyatiempoqueMonsieurRousseausehahechoalaideadeperderla.Yanollora,simplemente,sesienteagotado.Bajadenuevo,mandaaFrançoisequevuelvaaechar laspostigosde la tiendayélmismoescribeenunahoja:«CERRADOPORDEFUNCIÓN»ylapegahaciaafueraconcuatroobleas.

Enlapartedearriba,todalamañanaesdedicadaalimpiaryaprepararlahabitación. Françoise friega el suelo con un trapo, hace desaparecer losfrascos, coloca cerca de la difunta un cirio encendido y un cuenco de aguabendita; pues se espera la visita de la hermana deAdèle, la talAgathe quetieneunalenguaviperina,ylacriadanoquierequelaacusendellevarmallacasa.Monsieur Rousseau ha enviado a un dependiente para que arregle lospapeleos necesarios. Él acude a la iglesia para negociar largo y tendido lastarifas del funeral.Que esté triste no quiere decir que se deje robar.Amabamucho a su esposa y, si ésta pudiera verlo, seguro que se ponía contenta alverleregatearconloscurasylosempleadosdepompasfúnebres.Apesardelo cual, desea que el entierro esté a la altura, por el qué dirán en el barrio.Finalmente, llegan a un acuerdo: ciento sesenta francos para la iglesia ytrescientos francos para las pompas fúnebres. Calcula que, sumando otrospequeñosgastos,nolesaldrápormenosdequinientosfrancos.

Cuando Monsieur Rousseau regresa a su casa, se topa con Agathe, sucuñada,instaladacercadeladifunta.Agatheesunamujergrandeyseca,conlos ojos enrojecidos y los labios azulados y afilados. Hace tres meses, seenfadaronconellaynolahabíanvueltoaver.Selevantaceremoniosamenteyabraza a su cuñado. Ante la muerte, las rencillas se disipan. MonsieurRousseau,incapazdellorardurantetodoeldía,seechaentoncesasollozar,alvolveraverasupobremujerblancayrígida,conlanarizaúnmáspuntiaguday la cara tan consumida que apenas la reconoce. Los ojos de Agathepermanecen secos. Se ha instalado en el mejor sillón; pasea lentamente lamirada por toda la habitación, como si estuviera realizando un minuciosoinventario de losmuebles que la adornan. Aún no ha sacado el tema de laherencia,peroestávisiblementeansiosadehacerlo,preguntándosesindudasiexistetestamento.

Llegadalamañanadelasexequias,enelmomentodeltrasladodelcuerpoal ataúd, resulta que las pompas fúnebres se han equivocado de caja y hantraído una demasiado corta.Los sepultureros se ven obligados a ir a buscar

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otra. Mientras tanto, el coche fúnebre espera ante la puerta; el barrio estárevolucionado.EsunanuevatorturaparaMonsieurRousseau.¡Aúnsisirvierapara resucitar a Adèle, guardarla tanto tiempo! Por fin bajan a la pobreMadameRousseau,peroelféretrotansólosedejadiezminutosexpuesto,bajolapuertacubiertadenegro.Hayuncentenardepersonasesperandoenlacalle:comerciantes del barrio, inquilinos de la casa, amigos de la pareja, algunosobrerostrajeados.ElcortejoparteconducidoporMonsieurRousseau.

A su paso, las vecinas se santiguan rápidamente, cuchicheando. «Es lapapelera,¿no?Esamujercillaamarillentaqueestabaenloshuesos.Ya…Unoscomerciantes bien instalados que trabajaban para lograr una buena vejeztranquila.Nocomonosotros.¡Puesbuennegociohahecho!¡Ahorasíquevaaestar tranquila, la papelera!» Y las vecinas ponderan la buena actitud deMonsieurRousseau,andandotraselcochefúnebre,conlacabezadescubierta,solo,pálidoyconsuscuatropelosrevoloteandoalviento.

En la iglesia, los curas resuelven la ceremonia en cuarenta minutos.Agathe,quesehasentadoenprimerafila,parececontarelnúmerodeciriosencendidos.Sindudapiensaquesucuñadopodríahabersidomenosostentosoyaque,sifinalmentenohaytestamentoyellaheredalamitaddesufortuna,tendríaquepagarlamitaddelosgastosfúnebres.Loscurasdicenunaúltimaoración,elhisopopasademanoenmanoylagentesale.Casitodoelmundose va. Se adelantan los tres coches fúnebres, en los que se han subido lasdamas.Detrás del cocheya noquedamás queMonsieurRousseau, siemprecon la cabeza descubierta, y una treintena de personas, amigos que no seatrevenaescaquearse.Elcochefúnebreestádecoradoconsencillezconunatela negra con una franja blanca. Los viandantes se descubren y aceleran elpaso.

MonsieurRousseau carece de panteón familiar, sólo tiene una concesiónde cinco años en el cementerio deMontmartre, pero pretende comprarmásadelante una concesión a perpetuidad, exhumar a su mujer e instalarladefinitivamenteenlamisma.

El coche fúnebre se para al final de una aveniday se porta enbrazos elféretroentrelápidasbajashastaunfosoreciéncavadoenlatierrafresca.Losasistentes pisotean el suelo, en silencio. El cura ya se está retirando trasmascullarentredientesunaveintenadefrases.Portodasparteshaypequeñosjardines enrejados, sepulturas decoradas de alhelí y de plantas verdes; laslápidasblancas,entretantaverdura,parecentodasnuevasyalegres.MonsieurRousseau se queda fascinado ante un monumento, una columna finaencumbradaconunaurnasimbólica.Por lamañana,unmarmolista sehabíadedicado a atormentarlo con todas sus ideas. Así que piensa que, cuandocompre laconcesiónaperpetuidad,hará instalarsobre la tumbadesumujerunacolumnaparecida,conunaurnatanbonita.

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PeroAgathe se lo lleva y, ya de vuelta en la tienda, por fin se decide apreguntarle sobre laherencia.Cuandoseenteraqueexisteun testamento, selevantaconrigidezysemarchadandounportazo.Jamásvolveráaponerlospieseneseantro.MonsieurRousseauaúnsiente,pormomentos,unaenormepena que lo ahoga; pero lo quemás ansiedad le genera, lo que hace que lezumbe la cabezaymantiene susmiembrosenconstante agitación, esque latiendaestécerradaentresemana.

IV

Enerohasidoduro.Sintrabajo,sinpanysinfuegoencasa.LosMorisseausehundenenlamiseria.Lamujereslavanderayelmaridoalbañil.HabitanenBatignolles,enlacalleCardinet,enunacasarenegridayenvenenada.Supiso,enlaquintaplanta,estátandeterioradoquelalluviaentraporlasgrietasdeltecho.

PeronosequejaríansinofueraporqueelpequeñoCharlot,unmuchachode diez años, necesita comer bien para hacerse hombre. El niño estáenclenque,unnadalotumbaenlacama.Cuandoacudíaalcolegio,seaplicabatantoquequeríaaprenderlotododegolpeyregresabafebrilacasa.Esporlodemás muy inteligente, un sapito muy bueno que habla como una personamayor.Losdíasquenotienenpanparadarle,lospadreslloranderabia.Sobretodo porque los niños caen como moscas, arriba y abajo, en aquella casamalsana.

En las calles, la gente está rompiendo el hielo. El padre logra que locontratenparapicarelhielodelrío,asíqueporlastardesregresaconcuarentacéntimosenelbolsillo.Suficienteparanomorirsedehambremientrasesperanquelaconstrucciónsereactive.

Peroundía,alvolveracasaseencuentraaCharlotguardandocama.Lamadrenosabequélepasa.LohaenviadoporlamañanaaCourcellesavisitarasutía,queestrapera,paraversiconseguíaunachaquetaqueabrigaramásque su blusa de tela, con la que tirita de frío. Pero su tía no teníamás queviejosgabanesdehombredemasiadoampliosyelpequeñoharegresadoconescalofríos,conaspectoebrio,comosihubierabebido.Ahoraestárojocomoun tomateynodicemásque tonterías;se imaginaque juegaa lascanicasycanturreacanciones.

Lamadrehacolgadounjiróndechalantelaventanaparataparuncristalroto; en lo alto tan sólo quedan dos cristales intactos que dejan penetrar elpálidogrisdelcielo.Lamiseriahadesvalijadolacómoda,todalaropaestáen

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elmonte de piedad.Hace poco han vendido unamesa y dos sillas. Charlotdormíaenelsuelo,perodesdequehaenfermadolehandadolacama,aunqueno está muy cómodo en ella, pues han ido vendiendo la lana del colchónpuñadoapuñadodemedialibra,porcuatroocincocéntimoscadavez.Ahorasonlospadreslosqueseacuestanenunrincón,sobreunjergóndepajaquenoquerríannilosperros.

Ambos se quedanmirando al pequeñoCharlot, que no para quieto en lacama.¿Quélepasapuesalmocoso,queparecequetieneelbailedeSanVito?Tal vez lo ha picado algún bicho o le han dado algo malo de beber. Unavecina,MadameBonnet,olisqueaalpequeñoyafirmaqueesunacalentura.Ella sabe de qué habla, pues ha perdido a su marido por una enfermedadparecida.

LamadreseechaallorarabrazandoaCharlot.Elpadresalecomounlocoabuscaraunmédico.Traeaunoaltoyestirado;éstepegaeloídoalaespaldadel niño y le da golpecitos en el pecho sin decir ni una palabra. Entonces,MadameBonnettienequeirasucasaenbuscadeunlápizypapelparaquepuedaescribirlaprescripción.Cuandosevaaretirar,sinhaberdichonada,lamadrelointerroga,convozahogada:

—¿Quées,monsieur?

—Una pleuresía —responde con sequedad, sin más explicaciones. Ypreguntaasuvez—.¿Estánustedesinscritosenlaoficinadelabeneficencia?

—No,monsieur…Esquehastaelveranoestábamosbien.Esesteinviernoelquenosestámatando.

—¡Lástima,sí,lástima!

Ypromete regresar.MadameBonnet lesprestaveinte céntimosparaquevayanalfarmacéutico.ConloscuarentacéntimosdeMorisseauhancompradodos libras de carne de buey, carbón y candela. La primera noche pasa sinmayores problemas. El fuego se mantiene; el enfermo, adormilado por elcalor, dejadehablar solo.Susmanitas ardenpero como la fiebre aplasta suagitación, lospadresse tranquilizan.Peroaldíasiguiente,cuandoelmédicosacude la cabeza ante la cama, con unamueca de desaliento, los padres sequedanaturdidosyespantados.

Durante cinco días las cosas siguen igual. Charlot duerme, medioinconscientesobre laalmohada.En lahabitación, lamiseriasoplaconrabia,pareceentrarconelvientoporlosagujerosdelatechumbreydelasventanas.Alsegundodía,sehanvistoobligadosavenderlaúltimacamisadelamadre;altercero,máspuñadosdelanaquehantenidoqueretirarbajoelenfermoparapagaralfarmacéutico.Ahora,yanoquedanadaparavender.

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Morisseausiguepicandohielo,perosuscuarentacéntimosyanoalcanzan.El frío cruelpuedematar a suhijo,por loquedeseaque llegueeldeshielo,pero también lo teme. Cuando sale a trabajar, se alegra al ver las callesblancas, pero entoncespiensa en supequeño,que agoniza ahí arriba, ypideardientementequeunrayodesolylatibiezaprimaveralbarranlanieve.Sitansólo se hubieran inscrito antes en la oficina de beneficencia, tendrían unmédicoymedicinasporpocacosa.Lamadrehaacudidoalaalcaldíaperoahíle han dicho que hay demasiadas peticiones, que tienen que esperar. Sinembargo, ha logrado unos pocos bonos de pan y una dama caritativa le hadado cinco francos. Pero una vez consumidos, la miseria se ha vuelto ainstalar.

Al quinto día, Morisseau trae a casa los últimos cuarenta céntimos. Eldeshielohacomenzadoylehandadolasgraciasporsutrabajo.Eselfin: laestufillasequedafríacomoelmetal,nohaypanyyanadiebajaalafarmaciaapormedicamentos.En lahabitación,chorreantedehumedad,elpadrey lamadretiritandefríofrentealniño,quelanzaestertores.MadameBonnetyanopasa a visitarlos porque esmuy sensible y se entristece demasiado.Ante supuerta,losvecinosaceleranelpaso.Aveceslamadre,presadeunataquedellantina,seabalanzasobrelacamaparaabrazarasuhijo,comosiasípudieraaliviarlo y sanarlo. El padre, estupefacto, pasa horas delante de la ventana,alzandoelviejochalparaobservarelchorreodeldeshielo,elaguacayendodelos tejados a goterones y oscureciendo las calles. Tal vez le venga bien aCharlot.

Unamañana,elmédicodeclaraqueyanovaavolver.Elniñoestáperdido.«Esestetiempohúmedoloqueloestárematando»,asegura.

Morisseaualzaunpuñorabiosohaciaelcielo;¡cualquiertiempoesbuenopara reventar a lapobregente!Sihiela,malo; si deshiela, peor.Si sumujeraccediera,prenderíanfuegoaunpuñadodecarbónyseiríanlostresjuntos.Yasuntoacabado.

Pero sumujerhavuelto a la alcaldía; hanprometido enviarles socorroyellosesperan.¡Horriblejornada!Delatechumbresedesprendeunfríooscuro;enun rincón llueve,hayquecolocarunbaldepara recoger el agua.Nohancomidonadadesdeayer,elniñotansólohabebidounatisanaquelehasubidola portera. El padre, sentado ante la mesa, con la cabeza entre las manos,permanece pasmado, con los oídos zumbándole. A cada ruido de pasos, lamadreseprecipitaalapuerta,creyendoqueeselsocorroprometido.Suenanlasseisynohavenidonadie.Caeuncrepúsculofangoso,pesadoysiniestrocomounaagonía.

Derepente,enlanocherampante,Charlotbalbuceapalabrasentrecortadas:«¡Mamá…Mamá…!».Lamadre seaproxima, recibeenel rostrounaliento

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fuerte pero ya no oye nada, tan sólo distingue vagamente al niño, con lacabezavolcadayel cuello rígido.Ellagrita, enloquecida, suplicante:«¡Luz!¡Rápido,unpocodeluz!…¡Charlot,háblame!».Yanoquedacandela.Rascaapresuradamentecerillasyse le rompenentre losdedos.Seponeentoncesapalparconsusmanostemblorosaselrostrodesuhijo.

—¡Ay,Diosmío!¡Estámuerto!…Morisseau,¡estámuerto!

Elpadrealzalacabeza,cegadoporlastinieblas.

—¿Quéquerías?Estámuerto,sí…¡Casimejorasí!

Aloírlossollozosdelamadre,MadameBonnetsehadecididoaaparecerconsulámpara.AmbasmujeresestánocupadasadecentandoaCharlotcuandollamanalapuerta;eselsocorroqueporfinllegacondiezfrancosybonosdepan y de carne. Morisseau ríe estúpidamente, diciendo que los de labeneficenciasiemprepierdeneltren.

¡Quépenitadecadáver,flaco,ligerocomounapluma!Sihubieranposadoenel colchónaungorriónmuertode frío, recogidoen la calle, noocuparíamuchomenosespacio.

Sin embargo, Madame Bonnet, de nuevo muy servicial, insiste en queayunar no va a resucitar al pequeño Charlot. Se ofrece a ir a buscar pan ycarne,añadiendoquetambiénvaatraerunpocodecandela.Ladejanhacer.Cuando regresa, pone la mesa y sirve unas salchichas calientes. LosMorisseau,hambrientoscomolobos,devoranconglotoneríajuntoalcadáver,cuya pequeña silueta blanca puede percibirse entre las sombras.La estufillaronronea de forma reconfortante. Por momentos, los ojos de la madre sehumedecen y deja caer lagrimones sobre el pan. ¡Qué bien estaría ahoraCharlotalcalorcito!¡Conquéganascomeríasalchichas!

MadameBonnetseempecinaenquedarseavelarelcuerpo.Hacialauna,cuandoMorisseausequedadormidoalpiedelcatre,lasdosmujerespreparancafé. Invitanaotravecina,unacostureradedieciochoañosque traeconsigounculodebotelladeaguardiente,poraportaralgo.Entonces,setomansucaféatraguitos,hablandoenvozbaja,contándosehistorietasincreíblesdemuertos;pocoapoco,susvocessevanelevando,pasanacotilleardelacasa,delbarrio,de un crimen cometido en la calle Nollet. De vez en cuando, la madre selevanta,vaamiraraCharlot,comoparaasegurarsedequenosehayamovido.

Alnohabertramitadoladeclaracióndedefunciónporlatarde,tienenquequedarse con el pequeño todo el día siguiente. Como tan sólo tienen unahabitación,vivenconCharlot,comenyduermenconél.Aveces,seolvidandeélycuandovuelvenaencontrárselo,escomosiloperdieranotravez.

Porfin,alsegundodía,traenelataúd,tanpequeñoquepareceunacajade

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juguetes, cuatro planchas mal clavadas cedidas gratuitamente por laadministracióngraciasalcertificadodeindigencia.¡Enmarcha!Vancorriendoalaiglesia.DetrásdeCharlotvaelpadrecondoscolegasquehaencontradode camino, lamadre,MadameBonnet y la otra vecina, la costurera. Todoschapoteanhastaeltobilloenelbarro.Nollueve,perolanieblaestanespesaque cala su ropa. En la iglesia, la ceremonia se despacha velozmente yretomanlacarreraporelfangosoadoquinado.

El cementerio está en el quintopino, fuerade lasmurallas.Bajanpor laavenidadeSaint-Ouen,pasanlaspuertasdelaciudadyporfinllegan.Esunvasto recinto, un descampado cerrado por un muro blanco. Dentro crecenmatojosdehierbas, la tierraremovidaformahondonadasyalfondohayunafiladeárbolesescuálidosqueensucianelcieloconsusramasnegruzcas.

Elcortejoavanza,yalentamente,porlatierrablanda.Ahoraestálloviendoyhayqueesperarbajoelchaparrónaqueunviejocurasedecidaasalirdeunapequeña capilla. Charlot va a ir a descansar al fondo de la fosa común. Elcampoestásembradodecruces tumbadasporelviento,decoronaspodridasporlalluvia;esundescampadodemiseriayduelo,arrasado,pisoteado,comounaescombrerasudadadecadáveresahíapiladosporelhambreyelfríodelossuburbios.

Todohaterminado.Latierracae,Charlotestáenelfondodelagujeroysuspadres se van sin haberse podido arrodillar en el barro líquido en el que sehunden.Yafuera,comosiguelloviendo,Morisseau,alquetodavíalequedantres francosde losdiez regaladospor la beneficencia, invita a sus amigosyvecinosatomaralgoenunaventadevinos.Seinstalanenunamesa,sebebendoslitrosdevinoacompañadosdeuntrozodequesodeBrie;loscolegas,asuvez,invitanaotraronda.CuandotodaestaparroquiaregresaaParís,tienenelojobienalegre.

V

Jean-Louis Lacour tiene setenta años. Ha nacido y envejecido en LaCourteille, una aldea de ciento cincuenta habitantes perdida en un país delobos.EntodasuvidatansólohaidounavezaAngers,quesehallaaunasquinceleguas.Peroeratanjovenqueyanoseacuerda.Hatenidotreshijos,dosvarones,AntoineyJoseph,yunamujer,Catherine.Éstasecasó,perosumaridohamuertoyha regresadoa casade supadre conunchavaldedoceaños,Jacquinet.Lafamiliavivedeunaspocastierras,lojustoparacomerynoandardesnudosporahí.Noson losmásmiserablesde laregión,pero tienenque trabajar duro. Se ganan el pan a golpes de azada.Cuando se toman un

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vasitodevino,lohansudadoantesbien.

La Courteille se halla en el fondo de un valle; los bosques la rodeantotalmente,encerrándolayocultándola.Notieneiglesia,pueselmunicipioesmuypobre;eselcuradeLesCormierselquevieneadecirmisa,perocomoestáadosleguas,tansólohacelavisitacadaquincedías.Laaldeaconsisteenunaveintenadecasasdesvencijadasydesordenadamentesalpicadasalolargodelcamino.Unascuantasgallinaspicoteanelestiércolantesuspuertas.Queunforasteroseaventureapasarporelcaminoesunsucesotanextraordinarioquetodaslasmujeresalarganelcuellomientraslosniños,repantigadosalsol,huyendespavoridoslanzandogritosdebestezuelas.

Jean-Louisnuncahaestadoenfermo.Esgrandeynudosocomounroble.El sol ha curtido y agrietado su piel, aportándole el color, la dureza y latranquilidad de los árboles.Al envejecer, ha perdido la lengua; ya no hablapuesencuentralaspalabrasinútiles.Mirasiemprehaciaelsuelo,sucuerposehaencorvadoenposturadelabor.

Elañopasadoaúneramásvigorosoquesushijos;sereservabasiemprelaslaboresmásduras,silenciosoensu terruño,queparecíaconocerloy temblaren supresencia.Peroundía,hacedosmeses, secayóy sequedódoshorastendido a través de dos surcos, como un tronco abatido. Al día siguienteretomalalabor,pero,derepente,haperdidosusdosbrazos,latierrayanoloobedece.Sushijosmeneanlacabeza,suhijaquiereretenerloencasa.PeroélseempecinaasíquehacenqueJacquinetloacompañe,paraquepegueungritoencasodequeelabuelovuelvaacaerse.

—¿Peroquéhacesaquí,holgazán?—lediceJean-Louisalchaval,quenoseapartadeél—.Yo,atuedad,yameganabaelpan.

—Cuidarlo,abuelo—respondeelniño.

El anciano se estremece; no añade ni una palabra más. Por la tarde,regresa, seacuestayyanovuelvea levantarse.Aldía siguiente, cuando loshijosvanasaliralcampo,pasanaverasupadre,alquenohanoídomoverse.Lo hallan tendido en el catre con los ojos abiertos y aspectomeditabundo.Tiene la piel tan curtida y tostada que no se puede ni saber el color de suenfermedad.

«Y bien, padre, ¿algo no va bien?» Él lanza un gruñido y niega con lacabeza.«Entonces,¿noviene,nosvamossinusted?»Sí,leshaceungestodeque partan sin él. La cosecha ha comenzado y no sobra ningún brazo. Sipierden una mañana, puede llegar una tormenta y estropearlo todo. InclusoJacquinetacompañaasumadreytíos.ElviejoLacoursequedapuessolo.Porla tarde, cuando sus hijos regresan, lo encuentran en el mismo sitio, bocaarriba,conlosojosabiertosyaspectomeditabundo.

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«Ybien,padre,¿novamejor?»No,novamejor.Gruñeymuevelacabeza.¿Quépodríanhacerporél?ACatherine se leocurrehervirunpocodevinocon hierbas. Pero resulta demasiado fuerte, casi lo mata. Joseph dice quemañanaseráotrodíaytodosseacuestan.

Al día siguiente, antes de partir a cosechar, los hijos se quedan un ratofrentealcatre.Definitivamente,elviejoestáenfermo.Talvezconvendríairabuscaralmédico.ElproblemaesquehayqueiraRougemont;seisleguasdeidayotrotantodevuelta,doceleguas.Echaríantodoeldía.Elviejo,queestáescuchandoasushijos,seagitayseenfada.Élnonecesitaaningúnmédico;esdemasiadocaro.

«¿Noquieremédico,padre?—preguntaAntoine—.¿Podemosentoncesiratrabajar?»Claroquepuedeniratrabajar.¿Dequéserviríaquesequedaranahí?Latierranecesitamáscuidadosqueél.Siélrevienta,esoescosaentreélyelbuenDios;perosisepierdelacosecha,todoelmundolovaapasarmal.Pasan así tres días, los hijos acuden cada mañana al campo, Jean-Louis sequedasolo,inmóvil,bebiendodeunajarracuandotienesed.Escomounodeesos viejos percherones que se desploma agotado en un rincón, donde se ledejamorir.Hatrabajadodurodurantesesentaaños,yaeshoradeirse,puesyano vale para nada salvo para ocupar sitio y molestar a sus hijos. ¿Acasoalguiendudaentalarunárbolqueestáseco?Nisiquieraloshijossientengrantristeza. La tierra los ha resignado a aceptar las cosas como vienen. Vivendemasiadopegadosaellaparareprocharlequesellevealviejo.Unvistazoporlamañana,otroporlatarde,pocomáspuedenhacer.Siporlomenoselpadreselevantaradenuevo,esodemostraríadequémaderaestáhecho.Siyanoselevanta,esquetienelamuerteenelcuerpoytodoelmundosabequecuandosetienelamuerteenelcuerponohaymaneradeespantarla;novalennirezosnimedicamentos.Aunaunavacasíselacurapues,siselograsalvarla,sonporlomenoscuatrocientosfrancosganados.

Por las tardes, Jean-Louis les pregunta conunamirada sobre la cosecha.Cuandolosescucharecontarlasgavillascosechadasohablardelbuentiempoquefacilitalalabor,parpadeasatisfecho.Vuelvenareplantearselaideadeirabuscaralmédico,pero,definitivamente,estádemasiadolejos;Jacquinetnuncapodríallegaryloshijosnopuedendistraerse.Elviejotansólopidequevayanabuscar al guarda forestal, un antiguocamarada.ElviejoNicolás esmayorqueél,hacumplidosetentaycincoañoseldíadelaCandelaria.Élsiguerectocomounciprés.AcudeysesientajuntoaJean-Louis,meneandolacabeza.Elmoribundo, que desde esa mañana ya no puede hablar, lo mira con suspequeñosojillospálidos.ElviejoNicolás,pocohabladordeporsí,ledevuelvelamirada,nosabiendoquédecirle.Ylosdosancianospermanecenasí,caraacara,mirándoseduranteunahora,sinpronunciarunapalabra,felicesdevolvera verse, sin duda recordando mil cosas lejanas, perdidas en el pasado. Esa

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mismatardeloshijos,alregresardelacosecha,hallanalviejoLacourmuerto,tendidobocaarriba,rígidoyconlosojosabiertos.

Sí, el viejohamuerto sin agitarundedo.Ha lanzadoal frente suúltimoaliento,unsoplodemásenelvastocampo.Comolasbestiasque,resignadas,buscanunlugardondemoriraescondidas,nohamolestadoalosvecinos,haresuelto el asunto por sí mismo, lamentando tan sólo dejar a sus hijos elestorbodesucuerpo.

«Padrehamuerto»,anunciaelmayor,Antoine, llamandoa losdemás.Ytodos,Joseph,Catherine,inclusoJacquinet,repiten:«Padrehamuerto».

Noestánsorprendidos.Jacquinetalargaelcuelloconcuriosidad,lamujersacasupañuelo,losdoshombressevansindecirnada,conelrostrograveypálidobajo su tezdebronce. ¡Hadurado lo suyo, elbuenviejo, todavíaerarecio! Los hijos se consuelan con esta idea, orgullosos de la dureza de lafamilia.

Por la noche, velan al padre hasta las diez, tras lo cual todos van aacostarse.Jean-Louissequedasolo,conlosojosabiertos.Encuantoamanece,Joseph parte hacia Les Cormiers para avisar al cura. Pero como aún debenrecolectaralgunasgavillas,AntoineyCatherinesalenalcampoporlamañanaydejanelcuerpoacargodeJacquinet.

Elpequeñoseaburreconelabuelo,queestácomopetrificado,asíquedevezencuandoseasomaalacalleparalanzarpiedrasalosgorriones,observaaunvendedorambulantequeexhibefularesadosvecinas.Cuandoseacuerdadel viejo, vuelve correteando a casa, se asegura que no se haya movido yvuelvea escabullirseparaver adosperrospeleándose.Comodeja lapuertaabierta, entran las gallinas y se pasean tranquilamente alrededor del catre,picoteando convulsamente el suelo. Un gallo rojo se alza sobre sus patas,alarga el cuello, redondea sus ojillos de ascuas, inquieto por la inexplicablepresenciadeesecuerpo;esungalloprudenteysagaz,quesabequeelviejonoacostumbraaquedarsetumbadounavezquehasalidoelsol;acabalanzandoun sonoroquiquiriquí, comprendiendo tal vez, cantando lamuerte del viejo,mientras las gallinas van saliendo una a una, sin dejar de cloquear y depicotearelsuelo.

ElcuradeLesCormiersdejadichoquenopodrá llegarhasta lascuatro.Desdelamañana,seoyealcarreteroserrandomaderayplantandoclavos.Losque aún no saben la noticia, se dicen: «¡Vaya! Eso es que Jean-Louis hamuerto»,pueslasgentesdeLaCourteilleconocenbienesossonidos.AntoineyCatherineyaestándevuelta,lacosechahaterminadoynosepuedenquejar,pueshaceañosquenoveíangranostanhermosos.Todalafamiliaseempleaensusquehaceresparahacertiempomientrasesperanalcura:Catherineponelasopaalfuego,Josephsacaagua.EnvíanaJacquinetaqueseaseguredeque

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en el cementerio ya está cavado el agujero. Finalmente, hasta las cinco nollegaelcura.Apareceenuncarricocheconunchavalquehacedemonaguillo.DesciendealaentradadelacasadelosLacour,sacadeunpaqueteunaestolay una sobrepelliz y, mientras se atavía, comenta: «¡Venga, daos prisa! Quetengoqueestardevueltaalassiete».

Apesarde lo cual, nadie se apresura.Vanabuscar a losdosvecinosdebuena voluntad que se prestan a portar la camilla.Hace cincuenta años queutilizansiemprelamismacamillayelmismotraponegro,yarecomidoporlosgusanos,raídoydescolorido.Lospropioshijossonlosqueintroducenalviejoen lacajaqueacabade traerelcarretero,conunasplanchas tangruesasquepareceunauténticocofreparaamasarpan.Cuandoyavana salir, Jacquinetllegacorriendoydicequeelagujeroaúnnoestácavadodeltodo,peroquesepuedeirparaallá,detodasformas.

Entonces, el cura avanza el primero, leyendo en voz alta en latín. Elpequeñomonaguillolosigue,portandounaviejabenditeradecobredelaqueasoma un hisopo. Cuando llegan a mitad de la aldea, otro niño sale de lagranjadondesedicemisacadaquincedíasytomalacabezadelcortejoconuna gran cruz acoplada a un palo demadera. Sigue el cuerpo en la camillaportada por los dos campesinos y después la familia. Poco a poco se unentodos los habitantes del pueblo; una bandada de niños, sin sombrero,desaliñados,descalzos,cierranlaprocesión.

Elcementerioestáalotro ladodeLaCourteille.Asíque loscampesinossueltan la camillaunpardeveces enmitadde la ruta, resoplanunpoco, seescupenenlaspalmasmientrastodoelcortejosedetiene;retomanlamarcha,seescuchaelpisoteodeloszuecosenlaendurecidatierra.Cuandolleganalcementerio, el agujero, enefecto, aúnnoestáacabado, el enterrador todavíaestá en el fondo, trabajando, se levehundirsey reaparecer con regularidad,lanzandopaletadasdetierra.

¡Quécalmaladelcementerio,dormidobajoelsolradiante!Estárodeadoporunavallasobre lacualanidan lascurrucas.Laszarzashancrecidoy losniñossiempreandanporaquíenseptiembre,enbuscademoras.Escomounjardínentrecampos segados,donde todocrecea suaire.Al fondohayunosgrosellerosenormes;enunrincón,unperalhacrecidohastaeltamañodeunroble;enmedio,unaavenidadetilosinvitaaunfrescopaseo,derramandounasombra bajo la cual los viejos vienen a fumar sus pipas en verano. En elcamposanto, abierto e inculto, proliferan hierbas altas, cardos magníficos,matojosfloridossobreloscualesdibujansusvuelosblancasmariposas.Elsolarde, los saltamontes crepitan, moscas doradas ronronean en el calortembloroso. El silencio está colmado de vida, se puede escuchar la alegríazumbando entre los muertos, la savia de esta grasa tierra floreciendo en lasangrerojadelasamapolas.

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El ataúd es posado al lado del agujero mientras el enterrador siguelanzandopaletadasdetierra.Elchavalquetraíalacruzlaplantaenelsuelo,alospiesdelataúdmientraselcura,depiefrentealacabezadelmismo,sigueleyendo en latín. Los asistentes se interesan sobre todo por el trabajo delenterrador.Rodean el agujero, siguiendo con lamirada elmovimiento de lapala.Cuandoporfinsedanlavuelta,elcurayahadesaparecidoconlosdoschavales,sóloquedaahílafamilia,esperando.

Porfinelagujeropareceacabado.«¡Yaesbastantehondo,va!»,gritaunodeloscampesinosquehaportadoelcuerpo.

Todoelmundoayudaabajarelataúd.¡Ah,elviejoLacourestaráagustoenesteagujero!Conocebienlatierraylatierraloconocebien.Hacenbuenapareja.Haceyamásde cincuenta añosque ella le susurró este rendez-vous,cuando él la desfloró con su primer golpe de azada. Sus amores tenían queterminarasí,tardeotempranolatierraibaaabrazarloyguardarloensuseno.¡Québuenreposoleespera!Tansóloescucharálaspatasligerasdelospájarosbrincando en la hierba.Nadie lo pisará, permanecerá años en su rincón, sinquenadielomoleste,puesnomuerennidospersonasalañoenLaCourteille;los jóvenes pueden envejecer y morir a su vez sin importunar a losantepasados.Eslamuerteapacibleysoleada,elsueñoeternoenmediodelaserenidaddelcampo.

Sus hijos se acercan. Catherine, Joseph y Antoine toman un puñado detierraylolanzansobreelataúd.Jacquinet,quehacogidoamapolas,tambiénlas lanza. Tras lo cual, la familia regresa a casa, el ganado vuelve de loscampos,elsolseacuestayunanochetibiaadormeceatodalaaldea.

****

LAMUERTEDEOLIVIERBÉCAILLE

I

Moríunsábadoalasseisdelamañana, tras tresdíasdeenfermedad.Mipobremujerllevabaunosinstantesrebuscandoropaenunamaletacuando,allevantarlacabezayvermerígido,conlosojosabiertosysinunsoplo,acudió,creyendo que se trataba de un vahído, tocándome las manos, inclinándosesobremi rostro. Tras lo cual, fue presa del pánico, se puso a tartamudear yestallóenlágrimas:«¡Diosmío!¡Diosmío!¡Estámuerto!».

Yopodíaoírlo todo, aunquedébilmente, comosi los sonidos llegarande

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muy lejos.Tan sólomiojo izquierdoaúnpercibíauna luminosidadconfusa,unaluzblanquecinaenlaquesefundíanlosobjetos;elojoderechosehallabatotalmente paralizado. Era un síncope de todomi ser, como si un rayomehubierafulminado.Mivoluntadestabamuerta,niunasolafibrademicuerpomeobedecía.Y,enmediodeestevacío,flotandosobremismiembrosinertes,sólo subsistía mi pensamiento, ralentizado y plomizo, pero dotado de unaperfectaclaridaddepercepción.

MipobreMargueritelloraba,arrodilladaanteelcatre,repitiendocontonodesgarrado:«¡Estámuerto,Diosmío!¡Estámuerto!».

¿Era esto pues la muerte?: ¿este singular estado de torpeza?, ¿lainmovilidaddelacarnemientraslainteligenciaseguíaactiva?¿Acasomialmase estaba demorando en mi cabeza antes de echarse a volar? Ya desde lainfanciahabíasidovíctimadecrisisnerviosas.Endosocasiones,siendomuyjoven,unasfiebresagudashabíanestadoapuntodellevarme.Amialrededor,todoelmundosehabíaacostumbradoamienfermizasalud;yomismoprohibíaMarguerite que llamara a unmédico cuandome fui a acostar un rato, lamañana de nuestra llegada a París, a este hotel amueblado de la calleDauphine.Unpocoderepososeríasuficiente,elviajemehabíaagotado.Sinembargo, sentía una angustia terrible. Habíamos abandonado bruscamentenuestraregión,sinapenasnada,casiniconquéaguantarhastaqueyocobrarael sueldo de mi primer mes, pues acababa de conseguir una plaza en laadministración.¡Yahoraunacrisisfulminanteacababaconmigo!

¿Eraestoacasolamuerte?Yomehabíaimaginadounanochemásoscura,unsilenciomáspesado.Yadesdemuypequeñohetenidomiedoalamuerte.Comoeramuyendebleylagentemededicabacompasivascaricias,siemprepensabaquenoibaavivirdemasiado,quemeenterraríanpronto.Ylaideadeestarbajotierrameprovocabaunespantoalquenopodíahabituarme,aunquemerondaradíaynoche.Alcrecer,estafijaciónnosedisipó.Aveces,trasdíasde reflexiones, creía haber vencidomismiedos. ¡Y bien!, ¡vale!, había quemorir, ya está; todo elmundomoría tarde o temprano, por lo que no podíahabernadamásnaturalyllevadero.Casillegabaaalegrarme,conseguíamiraralamuertealacara.Hastaqueunsúbitoescalofríomehelabalasangre,mevolvíaarendiramisvértigos,comosiunamanogigantemehubieralanzadoaunabismooscuro.Mifijaciónpor la tierravolvíaa invadirmeydesbaratabatodosmisrazonamientos.Cuántasvecesmehabíadespertadosobresaltadoenmitaddelanoche,comosiunalientohubieraenvenenadomisueño,juntandoambasmanoscondesesperación,balbuciendo:«¡Diosmío!¡Diosmío!¡Voyamorir!».Unaangustiasaturabamipecho;quelamuertefuerainevitablesemehacíamásabominableenlaturbacióndeldespertar.Mecostabamuchovolveradormir,pueselsueñomeinquietabaporsuparecidoa lamuerte. ¡Ysimequedaba dormido para siempre! ¡Y si cerraba los ojos para no volver a

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abrirlos!

Ignoro si los demás han sufrido también alguna vez estos mismostormentos,soloséquehanasoladomivida.Lamuertesiempresehaalzadoante todo loquehe amado.Recuerdo losmomentosdemayor felicidad conMarguerite.Enlosprimerosmesesdecasados,cuandoelladormíaamiladoyyo soñaba despierto en nuestro futuro; inevitablemente, el temor a unaseparación fatal envenenaba mis alegrías, destruía mis esperanzas. Tal vezocurriera al día siguiente, tal vez en una hora. Me sumía en un inmensodesaliento,mepreguntabaqué sentido tenía la felicidaddenuestraunión si,tardeotemprano,acabaríaenundesgarrotancruel.Entoncesmiimaginaciónserecreabaconlamuerte.¿Quiénseiríaprimero,ellaoyo?Cualquieradelasopcionesmeconmovíahasta las lágrimas,desplegandoantemíelcuadrodenuestrasvidasrotas. Inclusoen losmejoresmomentosdemiexistenciasufrípues este tipo de súbitas melancolías que nadie alcanzaba a comprender.Cuando la suerte me sonreía, la gente se extrañaba al verme sombrío. Eraporque,derepente,mifijaciónporlamuertehabíaatravesadomifelicidad.Elterrible pensamiento «¿Qué sentido tiene?» sonaba como un tañido en misoídos.

Perolopeordetodosestostormentosesquehayquesoportarlosconunaespeciedevergüenzasecreta.Noseosaconfiarlosmalespropiosanadie.Amenudo,maridoymujer,tumbadosunojuntoaotro,debendesentirelmismoestremecimientoalapagarla luzperoningunodelosdoshabladeello,puesno se debe hablar de lamuerte, al igual que no se deben pronunciar ciertaspalabrasobscenas.La tememoshasta el puntodenomentarla; la ocultamoscomoocultamosnuestrosexo.

EstabameditandotodoesomientrasmiqueridaMargueritesollozaba.Meapenaba mucho no poder calmar su tristeza diciéndole que yo no estabasufriendo.Silamuertenoeramásqueesto,estedesvanecimientodelacarne,habíasidorealmentedesacertadotemerlatanto.Eracomounbienestaregoísta,unreposoenelquesedisipabantodasmispreocupaciones.Mimemoria,sobretodo, estaba extraordinariamente viva. Todami existencia desfilaba antemícomounespectáculodelqueyomesentíaajeno.Eraunasensaciónextrañaysingular que me divertía: como si una voz lejana me contara mi propiahistoria.

Habíaunrincóncampestre,cercadeGuérande,enelcaminoaPiriac,cuyorecuerdomeperseguía.Elcaminogiraporunpequeñobosquedepinosquedesciende endesbandadapor unmontículo rocoso.Cuando tenía siete años,acudíaahíconmipadre, aunacasamedioderruida; íbamosacomercrepesconlospadresdeMarguerite,unospaludiersquevivían,yaprecariamenteenaquellaépoca,delassalinascircundantes.LuegorecordéelcolegiodeNantes,donde crecí entre el tedio de cuatromuros viejos, con el continuo deseo de

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recuperaralampliohorizontedeGuérande,contemplar lasmarismassaladasqueseabríandesdelapartebajadelaciudadhastadondeseperdíalavistayelmarinmenso,desplegadobajoelcielo.Trasesto,loshechosdemividasefueron encadenando de forma oscura: mi padre murió, yo entré comoempleado en la administración de un hospital, iniciándose para mí unaexistenciaanodina,cuyasúnicasalegríasconsistíanenlasvisitasdominicalesalaviejacasadelcaminoaPiriac.Porahílascosasibandemalenpeor,pueslassalinasyanoproducíancasinadaytodalaregiónseestabasumiendoenuna gran miseria. Marguerite no era aún más que una niña que me queríaporqueyolasacabaapasearenunacarreta.Peromástarde,lamañanaenlaquelepedíquesecasaraconmigo,comprendí,antesugestodeespanto,queyoleparecíahorrible.Perosuspadresmeladieroninmediatamente;unacargamenosparaellos.Ella,sumisa,nosenegóysefuehaciendoalaideadesermiesposa.Eldíade laboda, enGuérande, recuerdoque llovíaamares;yque,cuandoregresamosacasa,Margueritetuvoquequedarseenenaguas,puessuvestidoestabacalado.

Ésafuetodamijuventud.Llevábamosviviendounatemporadaahícuando,derepenteundía,alvolveracasa,sorprendíamiesposadesechaenlágrimas.Estabahastiadadeesavida,queríapartiraotrolugar.Alcabodeseismeses,yohabía logradoahorraralgúndinero,céntimoacéntimo,graciasa trabajossuplementarios.UnviejoamigodemifamiliahabíalogradoencontrarmeunaplazaenParís,asíquemellevéamiqueridaniña,paraqueyanolloraramás.Yaeneltren,noparabadereír.Porlanoche,comolosasientosdeterceraeranmuy duros, la puse sobre mis rodillas para que pudiera dormirsetranquilamente.

Así fuemi pasado. Ahora, acababa demorir en el estrecho catre de unhotelamuebladomientrasmiesposa,arrodilladaenelsuelo,selamentaba.Lamancha blanca que aún percibía mi ojo izquierdo iba palideciendo poco apoco,peropodíarecordarclaramente lahabitación.Ala izquierdahabíaunacómoda, a la derecha, una chimenea, sobre la cual un reloj averiado, sinpéndulo,marcabalasdiezyseisminutos.LaventanadabaalacalleDauphine,oscurayprofunda.ParecíacomositodoParísdesfilarabajoella,provocandotalbullicioquepodíaoíreltemblordeloscristales.

NoconocíamosanadieenParís.Habíamosadelantadonuestroviaje,hastaellunessiguientenomeesperabanenmitrabajo.Desdequemeviobligadoaguardarcama, tuveunaextrañasensacióndeencarcelamiento,dehaber sidoarrojados por el tren hasta esta habitación, aún desconcertados por quincehorasdetraqueteoferroviario,aturdidosporelgriteríocallejero.Miesposamehabíaatendidoconsusonrientedulzuradesiempre,peroyopodíasentirhastaquépuntoestabaturbada.Decuandoencuandoseacercabaalaventanaparalanzarunaojeadaa la calle,pero regresabaen seguida todapálida, asustada

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porelgranParísquedesconocíatotalmente,querugíadeformatanterribleahífuera. Si yo nomedespertaba, ¿qué iba a ser de ella?, ¿sola en esta ciudadinmensa,sinelapoyodenadie,ignorándolotodo?

Margueritehabía tomadounademismanosquecolgaba inertedelbordede la cama y cubriéndola de besos, repetía enloquecida: «Olivier,respóndeme…¡Diosmío!¡Estámuerto!¡Estámuerto!».

Lamuertenoerapueslanada,puestoqueyopodíaoíryrazonar.Loqueme horrorizaba desde mi infancia era la nada. No podía imaginarme ladesaparicióndemiser,lasupresióntotaldeloqueerayparasiempre,porlossiglosdelossiglos,sinquejamáspudieravolver.Cuandoenunperiódicoleíaunafechadelfuturoounareferenciaalsigloqueviene,sentíaunescalofrío:seguramenteyoyanovivieraparaentoncesyeseañodelfuturoquenoibaaver,enelqueyanoibaaestar,mellenabadeangustia.¿Acasotodoelmundonoestabaenmíynoseibaaacabarcuandoyomefuera?

Siemprehabíatenidolaesperanzadepodersoñarlavida,unavezquemehubieramuerto.Pero estono era sinduda lamuerte.Seguramenteme iba adespertar a no muy tardar. Sí, en breve me iba a agachar y a abrazar aMarguerite, para secar sus lágrimas. ¡Qué alegría, volvernos a encontrar!Descansaría aún un par de días y acudiría a ocupar mi puesto en laadministración.Comenzaríamosunanuevavida,másdichosa,másrica.Perosin prisas. Antes me sentía agobiado. Marguerite no debería desesperarsetanto,loúnicoquemepasabaesquenoteníafuerzasparagirarlacabezaenlaalmohadaysonreírle.Dentrodeunrato,cuandorepitiera«¡Estámuerto!¡Diosmío! ¡Estámuerto!», la abrazaría ymurmuraríamuy bajito, para que no seasustara:«Queno,miniña.Sóloestabadurmiendo.Comopuedesver,estoyvivoytequiero».

II

A los gritos deMarguerite siguió un portazo y una voz que exclamaba:«¿Quépasa,vecina?…¿Otracrisis?».

Reconocílavoz.Eradeunaseñorayamadura,MadameGabin,quevivíaenlapuertadeallado.Desdenuestrallegadasehabíamostradomuyamable,conmovida por nuestra precaria situación. En seguida nos contó su historia.Un propietario despiadado había vendido hasta sus muebles el inviernopasado,porloquedesdeentoncessealojabaenestehotelconsuhijaAdéle,unachiquilladediezaños.Ambassededicabanarecortarpantallasdepapel,peroapenassiganabancuarentacéntimosconestetrabajo.

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«¡Dios mío! ¿Acaso todo ha terminado?», preguntó, bajando el tono devoz. Comprendí que se estaba acercando. Me miró, me tocó y prosiguió,emocionada:«¡Pobrepequeña!¡Pobrepequeña!».

Marguerite,agotada,sollozabacomounaniña.MadameGabinlalevantó,la sentó en el sofá cojo que se hallaba cerca de la chimenea e intentóconsolarla.

«Venga,quelevaadaralgo…Quesumaridosehayaidonosignificaquedebaustedhundirseenladesesperación.ClaroquecuandoyoperdíaGabinestabacomousted;pasétresdíassinprobarbocado.Peroesonoapañónada,al contrario, me hundió más… Venga, por el amor de Dios, sea ustedrazonable.»

Pocoapoco,Catherinesefuecalmando.Estabaexhausta,aunquedevezencuandounnuevoataquedellorossacudíatodosucuerpo.Mientrastanto,lavecinatomólasriendasconunaautoridadquerozabalarudeza.

«Nosepreocupeustedpornada—repetía—.Precisamente,Dédéacabadeir acobrar laproducción;entrevecinos,hayqueayudarse…¡Vaya!, aúnnohan deshecho ustedes lasmaletas; pero hay trapos en la cómoda, ¿no?»Oícómolaabría,sindudaparacogerunaservilletaqueextendióen lamesilla.Después, rascóunacerillapor loquesupusequeestabaencendiendounadelas velas de la chimenea para colocarla a mi lado, a modo de cirio. Podíaseguir cadaunode susmovimientosen lahabitación,hasta lamenorde susacciones.«¡Pobremonsieur!—murmuró—.Esunasuertequehayaescuchadosus gritos, querida.» De repente, la difusa luz que aún percibía por mi ojoizquierdo desapareció. Madame Gabin sin duda acababa de cerrarme lospárpados, aunque no había sentido sus dedos sobre los mismos. Cuandocomprendíloocurrido,unligeroescalofríoseamparódemí.

Lapuertasevolvióaabrir.Dédé,laniñadediezaños,entrógritandoconsutonochillón.

—¡Mamá,mamá!¡Ah,yasabíayoqueteibaaencontraraquí!…Toma,eldinero, tres francos y cuatro céntimos… He traído también para veintedocenasdepantallas…

—¡Chitón!¡Silencio!—repetía,envano,sumadre.

Como laniñaseguíaparloteando, lemostróelcatre.Dédéenmudeciódegolpe;pudesentirsuinquietud,mientrasretrocedíahacialapuerta.

—¿Monsieurestádurmiendo?—preguntóentonomuybajo.

—Esoes,veteajugar—respondióMadameGabin.

Perolaniñanoseiba.Debíadeestarobservándomeconojoscomoplatos,asustada,comprendiendovagamenteloqueocurría.Derepente,pareciópresa

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deunataquedepánicoyhuyócorriendo, tropezándoseconunasilla.«¡Estámuerto!,¡oh,mamá!,¡estámuerto!»

Volvióareinarunprofundosilencio.Marguerite,derrumbadaenelsofá,yanolloraba.MadameGabinseguíarondandoporlahabitación,hablandoentredientes.«Losniñosdehoyendíalosabentodo.Mireésta.¡Diossabequelaeduco correctamente! Cuando la envío a hacer algún recado o a llevar laproducción, controlo el tiempo para que no ande trasteando por ahí… Daigual,losabetodo,lehabastadounvistazoparacomprenderquépasaba.Sinembargo,sólounavezhavistoaunmuerto,asutíoFrançois,yenesaépocasóloteníacuatroaños…Enfin,¡yanohayinfancia,quéquiereustedquelediga!»Seinterrumpióasímismaycambióderepentedetema.«¡Pero,niña,hayquepensarentodoelpapeleo!Ladeclaraciónenelayuntamiento,todoslosdetallesdelentierro…Noestáustedencondicionesdeocuparsede todoeso, déjemelo a mí. Pero tampoco quiero dejarla sola… ¡Oiga! Si me lopermiteusted,voyaversiMonsieurSimoneauestáensucuarto.»

Marguerite no respondía. Yo asistía a todas estas escenas como si mehallaramuylejos.Meparecíaavecesestarvolando,comounrayosutil,portodalahabitaciónmientrasunextraño,unamasainforme,reposabainerteenelcatre.HubierapreferidoqueMargueritehubierarechazadolaayudadeeseSimoneau.Habíaaparecidotresocuatrovecesdurantemienfermedad.Estabaalojado en una habitación cercana y se mostraba muy servicial. MadameGabinnoshabíacontadoquesóloestabadepasoporParís,quehabíavenidoacobrar viejas deudas de su padre, retirado en provincias y recientementefallecido.Eraunbuenmozo,bienhermosoyfuerte.Yo lodetestaba, talvezporque eramuyamable.Noshabíavisitado lanoche anteriory sufrímuchocuandolovisentadojuntoaMarguerite.¡Ellaparecíatanlindaytanblancaasulado!¡Yéllamirabatanto,mientrasellalesonreía,diciendoqueeramuyamableporinteresarsetantopornosotros!

«AquíestáMonsieurSimoneau»,anuncióMadameGabin,yadevuelta.ÉlentrósuavementeyencuantoMargueritelovio,estallódenuevoenlloros.Lapresenciadeesteamigo,delúnicohombrequeconocíaaquí,despertóenelladenuevoeldolor.Élnointentóconsolarla.Aunquenopodíaverlo,enmediodelastinieblasquemeenvolvían,podíaevocarsufiguraconclaridad,turbadaytristealhallaralapobremuchachasumidaentaldesesperación.Contodo,¡quéhermosadebíadeestar,consuscabellosrubiossueltos, lacarapálidaysusadorablesmanitasdeniñaardientesdefiebre!

«Me pongo a su disposición, madame —murmuró Simoneau—. Si leparece bien que me encargue de todo…» Ella respondió sólo con frasesentrecortadas.

Madame Gabin acompañó al muchacho a la puerta y pude oír que le

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hablabadedinero,cuandoambospasaronamilado.Eratodomuycostosoyella temía que la pobre niña no tuviera ni un céntimo. En cualquier caso,podían preguntárselo. Simoneau no quiso ni oír hablar del tema, no estabadispuesto a que se atormentara más a Marguerite. Iba a pasar por elayuntamientoyaencargarelfuneral.

Cuandoreinódenuevoelsilencio,mepreguntécuántotiempoibaaduraresta pesadilla. Yo estaba vivo, puesto que percibía hasta el mínimoacontecimientoexterior.Cadavezveíamásclaro loquemeestabapasando:debíadetratarsedeuncasodeesosdecatalepsiadelosquehabíaoídohablar.Yaenminiñez,en laépocademiscrisisnerviosas, sufrí síncopesdevariashoras.Evidentemente,setratabadeunacrisisdelamismanaturalezaquememantenía rígido, como muerto, confundiendo a todo el mundo que merodeaba.Pero, anomuy tardar, el corazón relanzaría sus latidosy la sangrevolveríaacircularrelajandolosmúsculos;medespertaríaypodríaconsolaraMarguerite.Graciasaestosrazonamientos,mearmédepaciencia.

Mientrastanto,pasabanlashoras.MadameGabinhabíatraídosucomida.PeroMarguerite se negaba a probar bocado.Transcurrió así la tarde. Por laventana, que estaba abierta, entraban los ruidos de la calle Dauphine. Unligerotintineometálicodelcandelerosobrelamesillameindicóqueacababandecambiarlavela.Simoneauporfinreapareció.

—¿Quétal?—lepreguntóamediavozlavecina.

—Todoestáarreglado—respondió—.Elcortejofúnebreserámañanaalasonce…Nosepreocupeustedpornaday,sobretodo,nohabledeestascosasdelantedeestapobremuchacha.

—Elmédicodelosmuertosaúnnohavenido—señalóMadameGabin.

Simoneau fue a sentarse cerca deMarguerite, le transmitió ánimos y sequedócallado.

¡El cortejo fúnebre era al día siguiente a las once! Estas palabrasretumbabanenmicráneocomountañido.¡Yelmédicoésequenollegaba,elmédico de los muertos, como decía Madame Gabin! Él se daría cuenta enseguidadequeyoestabasimplementeparalizado.Yharíaloquehicierafalta,sabríacómodespertarme.Yoloesperabaconunaangustiainsoportable.

Sin embargo, el día fue pasando. Madame Gabin, para no perder sutiempo,había traídopantallas. Incluso, traspedirpermisoaMarguerite,hizovenir a Dédé, pues, como ella decía, no le gustaba dejar a la niña solademasiadotiempo.«Venga,pasa—dijoaltraerlaanuestrahabitación—ynohagastonterías;nomireshaciaeseladootelastendrásqueverconmigo.»Leprohibió que me mirara, pues no le parecía decente. Dédé seguramentelanzaba vistazos de vez en cuando, pues podía oír las tortas que le daba su

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madreenlosbrazos,repitiendoenfadada:«¡Atrabajarotevasdeaquí!Yestanocheesteseñoriráatirartedelospies».

Ambas,madreehija,sehabíaninstaladoennuestramesa.Podíaescucharperfectamenteel ruidodesus tijeras recortando laspantallas,operaciónmuydelicada que sin duda exigía unos cortes milimétricos, pues no iban muydeprisa;yoseguíacadamovimientoconatención,paracombatirmicrecienteangustia.

En la habitación tan sólo sonaba el ruidito de las tijeras. Marguerite,vencidaporlafatiga,debíadehabersedormido.Endosocasiones,Simoneause levantó.Me torturaba el abominable pensamiento de que aprovechara elsueñodeMargueritepararozarconloslabiossuscabellos.Noconocíaaesehombre,perosentíaqueamabaamimujer.LapequeñaDédélanzóunarisillaquemeirritóaúnmás.

«¿De qué te ríes, idiota?—le preguntó su madre—. ¡A que te echo alrellano!…Venga,responde,¿quétehacetantagracia?»Laniñabalbucióqueno se había reído, que había tosido. Yo me imaginaba que había visto aSimoneauagachándosesobreMargueriteyqueesolehabíahechogracia.

Lalámparaestabaencendidacuandollamaronalapuerta.«¡Ah!,aquíestáel médico», dijo la mujer. Y, en efecto, era el médico. No dio ni unaexplicación de su enorme retraso. Sin duda había tenido que subir muchasescaleras a lo largode la jornada.La lámpara iluminabamuy tenuemente lahabitación,porloquepreguntó:

—¿Elcuerpoestáaquí?

—Sí,monsieur—respondióSimoneau.

Marguerite se levantó, temblorosa. Madame Gabin expulsó a Dédé alrellano, porque una niña no tenía por qué asistir a escenas como éstas;intentabainclusollevaramimujerhacialaventana,paraahorrarlesemejanteespectáculo.

El médico se acercó a paso rápido; adivinaba en él cansancio, prisas,impaciencia. ¿Me tocó unamano? ¿Posó la suya enmi corazón?No sabríadecirlo.Peromediolaimpresiónquesimplementeseagachóconindiferencia.

—¿Quierequeacerque la lámparapara iluminarlo?—propusoSimoneaudiligentemente.

—Noesnecesario—respondióelmédicodistraídamente.

¿Cómoquenoeranecesario?¡Esehombreteníamividaentresusmanosyno consideraba necesario llevar a cabo un examen a fondo! ¡Yo no estabamuerto!¡Mehubieragustadogritarqueyonoestabamuerto!

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—¿Aquéhoramurió?—preguntó.

—Alasseisdelamañana—respondióSimoneau.

Unfuriososentimientomesublevabapordentro,bajolasterriblescadenasquemeinmovilizaban.¡Ay!,¡quérabianopoderhablar,nopodermovernada!

El médico añadió: «Este clima tan cargado es malo…No hay nada tanagotadorcomolosprimerosdíasdeprimavera».Ysefuealejandoyconélsemeibalavida.Yomeahogabaengritos,lágrimaseinsultos,quedesgarrabanmi garganta convulsa por la cual ya no circulaba ni un aliento. ¡Ay, elmuymiserable!, ¡cuya práctica profesional lo había convertido en un autómata yque acudía al lecho de los muertos como quien cumple con una simpleformalidad!¡Esehombrenoteníapuesniidea!¡Todasuciencianoerasinounengaño,puestoquenoeracapazdedistinguirdeunvistazoaunvivodeunmuerto!¡Yahoraseiba!¡Seiba!

«Buenasnoches,monsieur»,dijoSimoneau.Elmédicodebiódeinclinarseante Marguerite, que ya había vuelto mientras Madame Gabin cerraba laventana. Tras lo cual, salió de la habitación y oí sus pasos bajando por laescalera.

Todo había acabado, estaba condenado.Mi última esperanza acababa deesfumarseconesehombre.Sinolograbareanimarmeantesdeldíasiguientealas once, me iban a enterrar vivo. Y este pensamiento era tan horrible queperdíconcienciadetodoloquemerodeaba.Fuecomoundesmayodentrodela propia muerte. El último ruido que oí fueron los tijeretazos deMadameGabinydeDédé.Elvelatoriohabíacomenzado.Yanadiehablaba.Margueritesehabíanegadoairseaacostarenlahabitacióndelavecina.Permanecíaahí,medio recostada en el fondo del sofá, con su linda cara pálida, los ojoscerradosconlaspestañasempapadasde lágrimas,mientrasqueSimoneausemanteníasilenciosoenlasombra,sentadofrenteaella,mirándola.

III

Meresultaimposibledescribirlohorriblequeresultómiagoníadurantelamañanadeldíasiguiente.Siguesiendoparamíunapesadillapavorosa, llenademomentos tan singulares, tan turbadores, queme resulta difícil relatarlosconexactitud.Lomáshorripilanteeraqueseguíaalimentandolaesperanzadereanimarme de repente por lo que, a medida que se acercaba la hora delentierro,unpuroespantomeasfixiabacadavezmás.

Hastalamañananovolvíatenerconcienciadelaspersonasyobjetosquemerodeaban.Elchirridodelaventanamesacódemisomnolencia.Madame

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Gabinacababadeabrirladeparenpar.Debíandeseralrededorde lassiete,puessepodíanoírlosgritosdeloscomerciantesenlacalle,lavozagudadeunaniñavendiendoalpiste,otravozroncaanunciandozanahorias.Todoestealboroto del despertar parisino tuvo en un principio un efecto calmante:meparecíaimposiblequemefueranaenterrarenmediodetantavida.Unsúbitorecuerdometranquilizóaúnmás.Mevinoa lamemoriauncasoparecidoalmío,cuandotrabajabaenelhospitaldeGuérande.Unhombredurmióduranteveintiochohorasconunsueñotanprofundoquelosmédicosnoseatrevíanaaventurarundiagnóstico;al final,elhombrese incorporóde repenteypudolevantarseinmediatamente.Yollevabayaveinticincohorasdurmiendo.Simedespertabahacialasdiez,aúnestaríaatiempo.

Intentabacobrarconcienciadequiénessehallabanenlahabitaciónyquéhacían.LapequeñaDédédebíadeestarjugandoenelrellano,puesalabrirsela puerta se oyó una risa infantil procedente de fuera. Simoneau no parecíaestarahí;ningúnruidodelatabasupresencia.TansóloseoíanloszapatosdeMadameGabinarrastrándoseporelsuelo.

Porfin,alguienhabló:«Querida—dijolavecina—,deberíaustedtomarloahora, que aún está caliente; la reanimará».Hablaba aMarguerite y el levegoteodelfiltroenlachimeneameindicóqueestabapreparandocafé.«Noespor nada—prosiguió—,pero yo lo necesito…Ami edad, trasnochar sientamuymal.Yestantriste,lanoche,cuandohayunadesgraciaencasa…Perotomeustedcafé,querida,sólounalagrimita.»YobligóaMargueriteatomarunataza.

—Mejor, ¿no? Está calentito y reconforta. Necesita usted fuerzas paraaguantar hasta el final de la jornada…Yahora, sea usted buena, vaya amihabitaciónyespereahí.

—No,quieroquedarme—respondióMargueritecontonoresuelto.

Suvoz, quenohabíavuelto a oír desde la noche anterior,me conmovióprofundamente.Eradiferente, estaba rotapor el dolor. ¡Ay!, ¡amadaesposa!La sentía cerca demí, comomi último consuelo. Sabía que no separaba lamiradademí,quemellorabacontodaslaslágrimasdesucorazón.

Perolosminutosseguíancorriendo.Seprodujo,enelrellano,unruidoqueno identifiqué en un principio. Parecía como si estuvieran haciendo unamudanzayunmueblesechocaracontralasparedesdemasiadoestrechasdelaescalera. Pero cuando escuché de nuevo las lágrimas de Marguerite,comprendí.Eraelataúd.

«Venísdemasiadopronto—dijoMadameGabincontonomalhumorado—.Ponedlodetrásdelacama.»¿Peroquéhoraera?Talvezlasnueve.Asíqueelataúdyaestabaahí.Podíaverloatravésdelanocheespesa,todonuevo,con

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sus planchas apenas cepilladas. ¡Diosmío! ¿Acaso era el final? ¿Me iban allevarenesacajaquesentíaamispies?

Pero aúnme aguardaba un supremo consuelo.Marguerite, a pesar de suflojera, quiso encargarse ella misma de vestirme. Lo hizo, ayudada por lavecina,conunaternuradehermanaydeesposa.Sentíaquevolvíaasusbrazoscada vez queme ponía una prenda. Se detenía, sucumbía a la emoción,meestrechaba, me bañaba con sus lágrimas.Me hubiera gustado devolverla elabrazogritando«¡Estoyvivo!»peroseguíaimpotente,rendidocomounamasainerte.

—¿Pero no se da cuenta que todo lo que le ponga es como tirarlo?—repetíaMadameGabin.

—Déjeme, quiero que lleve puesto lo mejor que tenemos —respondíaMargueriteconlavozentrecortada.

Comprendíquemeestabavistiendocomoennuestrodíadebodas.HabíatraídomitrajeaParís,dondenoesperabaponérmelomásqueenlasgrandesocasiones.

Sedesplomóenelsofá,agotadaporelesfuerzoqueacababaderealizar.

Derepente,Simoneauhabló.Acababadellegar.

—Yaestánabajo—murmuró.

—Vale,yaerahora—respondióMadameGabin,bajandotambiéneltonodevoz—.Dígalesquesuban,hayqueacabarconesto.

—Esquetemoquelapobremuchachasufraunataquededesesperación…

Lavecinameditóunmomentoydijo:

—Escuche,MonsieurSimoneau,vaustedaobligarlaairamihabitación…No quiero que esté aquí. Es un favor que la hacemos… Según se la lleve,despacharemoselasuntoenunabrirycerrardeojos.

Estaspalabrasmeconmocionaron.¡Yquéimpotenciacuandopresenciélahorrible lucha que se iba a entablar! Simoneau se acercó a Margueritesuplicándolequenosequedaraenlahabitación.

—Seloimploro,vengaustedconmigo,ahórreseundolorinútil.

—No,no—repetíamimujer—,mequedo,quieroquedarmehastaelfinal.Piensequesólolotengoaélenestemundoyque,cuandoyanoestéaquí,mequedarésola.

Sin embargo, cerca del catre Madame Gabin bisbisaba al oído delmuchacho: «Llévesela pues, agárrela, llévesela en brazos, si es necesario».¿AcasoibaaatreverseSimoneauaforzarasíaMarguerite,allevárselacontra

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suvoluntad?Enseguidasonóungrito.Quisealzarmeconunimpulsofurioso,perolosresortesdemismúsculosestabanquebrados.Ymequedérígido,sinpoder ni siquiera levantar los párpados para ver lo que estaba pasando ahí,delante demí. La lucha se prolongaba,mimujer se agarraba a losmueblesrepitiendo:«¡Ay,porfavor,porfavor,monsieur!…¡Suélteme,noquiero!».

Peroéldebíadehaberlatomadoensusvigorososbrazos,puesMargueriteya tansólo lanzabaalgunos lamentos infantiles.Se la llevóy lossollozossefueron perdiendo; pero yo me los seguía imaginando, él grande y fornido,llevándosela contra su pecho, colgada de su cuello; ella, desolada, rota,abandonándose,dejándoseyallevardondeélquisiera.

«¡Diablos! ¡Ha costado lo suyo!—murmuróMadame Gabin—. ¡Ahora,vamos!¡Aprovechemosquetenemosvíalibre!»

Yoestabaenloquecidoporloscelos,habíavividolaescenacomounraptoabominable.EsciertoquenopodíaveraMargueritedesdeeldíaanterior,perohasta entonces por lo menos había podido escucharla. Ahora, todo habíaterminado, acababan de robármela; un hombre se la había llevado antesincluso de estar yo enterrado. Y estaba con ella, al otro lado del tabique,consolándola,¡talvezinclusoabrazándola!

La puerta se volvió a abrir y resonaron unos pasos pesados en lahabitación. «¡Deprisa, deprisa! —repetía Madame Gabin—. ¡La muchachapuedevolverencualquiermomento!»Hablabaconunosdesconocidosquetansólocontestabancongruñidos.«Nosoydesufamilia,tansólosoyunavecina.Noganonadaconesto.Meocupodesusasuntosporpurabondad.Ynoesqueseaalgomuyalegre,quedigamos…Sí,sí,hepasadolanocheaquí.Ynohacíaprecisamentecalorcito,a lascuatrode lamañana.Enfin,quélevoyahacer…debuena,tonta.»

Enesemomento,colocaronelataúdenmediode lahabitacióny lo tuveclaro: estaba condenado, puesto que no me reanimaba. Mis pensamientosperdían claridad, todo daba vueltas a mi alrededor, me envolvía un humonegro; estaba tan agotado que me pareció un alivio poder por fin dejar deaferrarmeacualquieresperanza.

—Nohanescatimadoenmadera—dijo lavoz roncadeunenterrador—.Lacajaesdemasiadolarga…

—¡Mejor! Así estará más cómodo dentro —replicó otro, con tono dechanza.

Se alegraron de que yo no pesara demasiado, pues tenían que bajar trespisos.Meestabancogiendoporloshombrosyporlospies,cuandoMadameGabin se enfadó de repente. «¡Malditamocosa!—gritó—. Tiene que andarhusmeandoportodaspartes…Espera,quetevoyaenseñaryoamirarporlas

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rendijas.» Era Dédé, que había entreabierto la puerta y asomado su cabezadespeinada. Quería ver cómo metían al señor en la caja. Resonaron dospotentes tortazos seguidos de un estallido de sollozos. Cuando la vecinaregresó,sepusoacharlarsobresuhijaconloshombresquemeintroducíanenelataúd.

—Tienediezaños.Noesmala,perosíunacuriosa…Nolapegoadiario,sólocuandotienequeobedecerme.

—¡Oh, bueno! —dijo uno de los enterradores—. Todas las niñas soniguales…Encuantohayunmuertoenalgúnsitio,siempreestánrondando.

Mehabíantendidocómodamente,tantoquemeparecíaseguirenlacama,sinuna solamolestia, aunqueconelbrazo izquierdoalgopresionadocontrauna plancha. Según ellos, cabía muy bien gracias a mi pequeño tamaño.«¡Esperen!—exclamóMadame Gabin—, he prometido a su esposa que lepondría una almohadilla bajo la cabeza.» Pero los hombres tenían prisa, asíque remetieron la almohadilla con cierta rudeza. Uno de ellos buscaba elmartilloportodaspartes,entrejuramentos.Selohabíandejadoolvidadoabajoytuvieronqueiraporél.Posaronlatapaysentíunestremecimientoentodoel cuerpo cuando hundieron el primer clavo de dos martillazos. Ya era unhecho,mepodíadespedirdelavida.Losclavosfueronentrandounoauno,alcadencioso son del martillo. Parecían empaquetadores sellando una caja defrutossecos,conunapericiadespreocupada.Apartirdeentonces,lossonidostansólome llegabanensordecidosyprolongados, retumbandodeuna formapeculiar,comosielataúddepinosehubieraconvertidoenunagrancajaderesonancia.Laúltima fraseque llegóhastamisoídos en el hotel de la calleDauphinefueunafrasedeMadameGabin:«Bajadpocoapocoynoosfieisdelarampadelsegundopiso,queestáunpocosuelta».

Me llevaban. Tenía la sensación de flotar en unmar picado.A partir deentonces, mis recuerdos se difuminan. Aunque sí recuerdo que, a pesar detodo, mi única preocupación en ese momento, bastante absurda peroinconsciente, consistía en fijarme en la ruta que seguíamos hacia elcementerio. No conocía realmente ni una sola calle de París e ignoraba laubicaciónexactadelosgrandescementerios,cuyosnombreshabíaescuchadoalguna vez, pero eso nome impedía concentrar los últimos esfuerzos demiinteligenciaenintentaradivinarsigirábamosaladerechaoalaizquierda.Elcochefúnebretraqueteabaconrudezasobrelosadoquines.Amialrededor,elrodardeloscochesyelpisoteodelospaseantesgenerabanunclamorconfusoamplificadoporlasonoridaddelataúd.Alprincipio,pudeseguirelitinerarioconbastanteclaridad.Seprodujoentoncesunaparada,mesacaronapasearycomprendí que estaba en la iglesia. Pero cuando el coche se volvió aestremecer al ponerse en marcha, perdí toda noción de los lugares queatravesamos. Unas campanadas me advirtieron que pasábamos junto a una

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iglesia; un ritmomás suave y continuome hizo pensar que seguíamos unaalameda.Eracomouncondenadodecaminoalcadalso,aturdido,esperandoelgolpedegraciaquenollegaba.

Elcochefúnebresedetuvoymesacarondeél.Elasuntosedespachóconpresteza.Yanoescuchabaruidos,mesentíacomoenun lugardesierto,bajolosárbolesyconelvastocielosobremicabeza.Peroalgunaspersonashabíanvenidoencortejo,losinquilinosdeledificio,Simoneauyotros,puesllegaronhasta mí algunos susurros. Hubo un salmo, un cura farfulló algo en latín.Comenzaronasonarpasosduranteunpardeminutos,hastaque,derepente,sentíquemehundía,mientraslosángulosdelataúdrascabanlascuerdascomosifueranarcos,produciendounsonidodecontrabajodesafinado.Eraelfinal.Unimpactoterrible,comoelestampidodeuncañonazo,estallóalaizquierdademicabeza;unsegundoimpactoresonóamispies;otro,másviolentoaún,chocóalaalturademivientre,contantoestrépitoquecreíquehabíapartidoelataúdendos.Entonces,medesmayé.

IV

¿Cuánto tiempo permanecí así? No sabría decirlo. Una eternidad y unsegundo duran lo mismo en la nada. Yo no estaba, pero, poco a poco, fuirecuperando la conciencia. Seguía dormido, pero esta vezme puse a soñar.Una pesadilla surgió del fondo negro de mi horizonte. Se trataba de unafantasíaextrañaqueantañomehabíaatormentadoamenudocuandoabríalosojosenlaoscuridady,debidoamipropensiónatenerhorriblesimaginaciones,saboreabaelplaceratrozdeinventarmecatástrofes.

Me imaginaba quemi esposame esperaba en algún sitio, en Guérande,creo, y que yo había tomadoun tren para ir a su encuentro.Cuando el trenpasaba por un túnel, de repente se producía un espantoso ruido, como elestrépito de un trueno. Acababa de producirse un doble derrumbamiento.Nuestrotrennohabíasufridoniungolpe,losvagonesestabanintactos,peroaambosladosdeltúnel,delanteydetrásdenosotros,labóvedasehabíavenidoabajo y nos hallábamos en el corazón de una montaña, emparedados porbloquesderocas.Entoncescomenzabaunalargayhorribleagonía.Nohabíaesperanza alguna de salvamento; haría falta un mes para desescombrar losaccesos y además, era un trabajo que exigía unas precauciones infinitas asícomo máquinas muy potentes. Estábamos aprisionados en una especie decuevasinsalida.Nuestramuertenoeramásqueunacuestióndehoras.

A menudo, mi imaginación había trabajado pues con esta horriblesituación.Elaborabainfinitasvariacionesdeldrama.Contabaconmásdecien

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personajes, hombres, mujeres y niños, como actores del mismo, toda unamuchedumbre que me aportaba incesantemente nuevos episodios. Habíaalgunasprovisiones en el tren, pero se agotaban rápidamentey, sin llegar alextremodecomernosentrenosotros,unhambre intolerablenos impulsabaapelearnosferozmenteporunúltimomendrugodepan.Habíaunviejecilloqueera zarandeado a puñetazos y agonizaba; había también una madre queluchabacomounatigresaparadefenderlostresocuatrobocadosreservadosasu hijo. Enmi vagón, dos recién casados lanzaban estertores abrazados, sinesperarnada, inmóviles.Sepodíabajara lavía,por loque lagenterondabaalrededor del tren como fieras recién escapadas de una jaula, en busca depresa.Todaslasclasessocialessemezclaban,unhombremillonarioyunaltofuncionariollorabanenelhombrodeunobreroylotuteaban.Alcabodepocotiempo, las lámparas se habían agotado; más adelante, los faros de lalocomotora también acabaron apagándose. Para pasar de un vagón a otro,habíaqueirpalpandolasruedasparanogolpearsecontraalgo;asísellegabahastalalocomotora,quesepodíareconocerporsubielafríayporsusenormeslomosdormidos,potenciainútil,mudaeinmóvilenlasombra.Nohabíanadamásespantosoqueese trencompletamenteemparedadobajo tierra,comounmuertoviviente,consusviajerosqueibanagonizandounoauno.

Me regocijaba con mi pesadilla, me entretenía con los detalles másespeluznantes. De vez en cuando, un alarido atravesaba las tinieblas. Derepente, un vecino, cuya presencia desconocía y que yo no podía ver, sedesplomabasobremihombro.Peroloquemásmehacíasufrireraelfríoylafaltadeaire.Nuncahesentidotantofrío,eracomosiunacapadenievecayerasobre mis hombros, como si me lloviera sobre el cráneo una humedadplomiza.Measfixiabaysentíacomosilabóvedaderocasederrumbarasobremipecho, como si toda lamontaña se apoyara sobremíymeaplastara.Derepente, resonó un grito triunfal. Hacía tiempo que creíamos escuchar a lolejos un ruido sordo y nos aferramos a la esperanza de que los trabajos derescateyaseaproximaban.Sinembargo,lasalvaciónnollegóporahí.Unodenosotrosacababadedescubrirunpozoenlabóvedadeltúnel;corrimostodosy descubrimos que en su parte superior se podía ver unamancha azul, deltamañodeunsellodelacre.¡Oh,quéinmensaalegríadesatóesamancha!Erael cielo, nos estirábamos hacia ella para respirar y se podían distinguirclaramenteunasmotitasnegrasqueseagitabanahíarriba;setratabasindudade obreros que estaban instalando un torno para llevar a cabo nuestrosalvamento.Unclamorensordecedor:«¡Salvados!¡Salvados!»brotódetodasnuestras gargantas mientras unos brazos temblorosos se alzaban hacia lapequeñamanchadeazulpálido.

Laviolenciade ese clamor fue loquemedespertó. ¿Dóndemehallaba?Aún en el túnel, sin duda. Estaba tendido cuan largo era y sentía, tanto aderechacomoa izquierda,unasdurasparedesquepresionabanmiscostillas.

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Quise levantarme, perome golpeé duramente la cabeza. ¿Acaso la rocamerodeabaportodaspartes?Lamanchaazulhabíadesaparecido,elcieloyanoestaba ahí, ni siquiera a lo lejos. Seguía asfixiándome, los dientes mecastañeabanyunescalofríorecorríatodomicuerpo.

De repente, lo recordé todo. El horror erizó todosmis cabellos; sentí elespantobabeandosobremí,delacabezaalospies,comosidehieloderretidose tratara. ¿Acasoyahabía superado el síncopequedurante horasmehabíamantenidorígidocomouncadáver?Sí,podíamoverme,pasearlasmanosalolargodelasplanchasdelataúd.Mefaltabaalgoporcomprobar:abrílabocaypronuncié unas palabras, llamé aMarguerite de forma instintiva. Pero habíalanzado un alarido ymi voz, dentro de esa caja de pino, tenía un tono tanroncoyhorriblequemeasustéamímismo.¡Diosmío!,¿erapuesreal?,porfinpodíamoverme,gritarqueseguíavivo,aunquenadieoiríamivoz;¡estabaatrapado,aplastadobajotierra!

Realicéunesfuerzosobrehumanoparacalmarmeypensar.¿Habíaalgunamanera de salir de ahí? Pormomentos,me volvía a asaltar la pesadilla,micerebroaúnnoestabamuydespejadoymezclabalafantasíadelpozodeaireydelamanchadecieloconlarealidaddelafosaenlaquemeahogaba.Abrílosojos desmesuradamente,mirando a las tinieblas. ¡Tal vez pudiera ver algúnagujero, una rendija o una gota de luz! Pero tan sólo unos chispazosatravesaban la noche, unos puntos rojos que se expandían y desaparecían.Nada,unabismonegro,insondable.Porfinfuirecuperandolalucidez,apartéesa estúpida pesadilla. Iba a necesitar toda mi cabeza bien despejada sipretendíasalirvivodeésta.

En un principio, consideré que el peligromás inmediato era la crecienteasfixia.Sinduda,habíapodidopermanecertantotiempoconpocoairegraciasalsíncopequemanteníasuspendidasmisfuncionesvitales;peroahoraquemicorazónvolvíaa latirymispulmonesarespirar, ibaamorirdeasfixiasinomeliberabaenbreve.Sentíaigualmenteuntremendofríoytemíaquepudieraampararsedemíeseaturdimientoletalqueacabaconloshombresatrapadosenlanieve.

Mientras me repetía que me tenía que calmar, sentía conatos de locuraasaltando mi cabeza. Apelé a la tranquilidad, concentrando mi mente enrecordar todo lo que sabía sobre entierros. Me hallaba sin duda en unaconcesión de suelo por cinco años, lo que hacía las cosasmás difíciles: enNantes me había fijado que las fosas comunes, en su continuo vaivén deentierros, solían dejar al aire los pies de los últimos ataúdes. Me hubierabastado,entalcaso,conromperunatablaparaescapar.Perosimehallabaenunagujerototalmenterelleno,teníasobremíunaespesacapadetierraqueseconvertíaenunobstáculoterrible.HabíaoídodecirqueenParísseenterrabaaseispiesdeprofundidad.¿Cómoatravesarunamasatanenorme?Yencuanto

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lograraromperlatapa,¿noentraríalatierracomoarenafina,llenándomelosojos y la boca? Sería la muerte, y una muerte especialmente abominable,ahogadoenarena.

Mepuseapalparconcienzudamenteamialrededor.Elataúderagrande,podíamover losbrazos con facilidad.Nohallé ninguna fisura en la tapa.Aderecha e izquierda, las planchas, aunque burdas, eran resistentes y sólidas.Deslicéunbrazoplegadopormipechoparapalparporlacabeceraydescubrí,enlaplanchadelextremo,unnudoqueparecíacederlevementealapresión.Trabajédificultosamentehastaque logré romperelnudo;hundiendoeldedohaciafuera,palpéunatierragrasa,arcillosayhúmeda.Estonomeavanzabagran cosa. Inclusome arrepentí de haber quitado el nudo, no fuera ser queentraratierraporahí.Medediquéentoncesaprobarotracosa:mepuseadargolpesportodoelataúdparabuscaralgunabolsadeairequehubierapodidoquedarporazar,aderechaoaizquierda.Peroportodasparteslamaderamedevolvíaelmismosonido.Paséaprobarconlospies,dandopataditas,ymeparecióescucharunsonidomásclaroenelextremodelacaja.Aunquetalveznofueramásqueunefectosonorodelamadera.

Comencéempujandolevemente,conlosbrazoshaciadelante,cerradosenpuños.Perolamaderaresistía.Paséausarlasrodillas,haciendopalancaconlospiesylosriñones.Noseprodujoniunchasquido.Acabéempujandocontodas mis fuerzas, empleando todo el cuerpo, con tanta violencia que mismaltratadoshuesosgritabandedolor.Fueentoncescuandomevolvíloco.

Hastaesemomentohabíaresistidoalosvértigos,alosbrotesdefuriaquemeasaltabanpormomentos,comovaporesebrios.Ysobretodo,habíaevitadogritar,puescomprendíaquesicaíaeneso,estabaperdido.Peroentonces,derepente,estalléengritos,enalaridos.Erasuperioramí,losgritossalíansolosdemigarganta,comosimicuerposedesinflara.Pedíasocorroconunavozque me era desconocida, que me enloquecía un poco más a cada nuevoaullido,quedecíaquenoqueríamorir.Ymepuseaarañarlamaderaconlasuñas,retorciéndomeconconvulsionesdefieraenjaulada.¿Cuántotiempoduróestacrisis?,loignoro,peroaúnpuedosentirlaimplacablesolidezdelataúdenel quemedebatía, aúnpuedo escuchar la barahúndadegritosyde sollozosqueresonabanentrelascuatroplanchas.Persistíaenmíunaendeblelucecitaderazónqueintentabaretenerme,peroenvano.

Siguióuntremendoabatimiento.Mepuseaesperaralamuerte,sumidoenuna dolorosa somnolencia. El ataúd era sólido como la piedra, jamás iba alograr quebrarlo y la certeza demi impotenciame dejaba inane, incapaz derealizarmásesfuerzos.Además,unnuevosufrimientosehabíasumadoalfríoya laasfixia:elhambre.Estabaapuntodedesfallecer.Enbreve,esenuevosuplicio se hizo intolerable. Intenté, con el dedo, coger un poco de tierra através del agujero del nudo y me la comí, lo que incrementó aúnmásmis

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tormentos.Comencéamordermeunbrazoperosinosarllegaralasangre;mipropiacarnemeatraía,melamíalapielconganasdeclavarlosdientes.

¡Ay, cómo deseé lamuerte en esosmomentos!Me había pasado la vidatemiéndolayahoralaquería, lareclamaba; todaoscuridaderapocaparamí.¡Quéinfantilmeresultabaahoraesetemoralsueñosinsueños,alsilencioyalastinieblaseternas!Lamuerteerabuenapuessuprimíaelserdegolpeyparasiempre.¡Ay,cómodeseabapoderdescansarcomolaspiedras,fundirmeenlatierra,dejardeser!

Mientras, inconscientemente,mismanos seguían palpando y paseándosepor lamadera.De repente, algo pinchómi pulgar izquierdo y el leve dolordisipómiaturdimiento.¿Quéhabíasidoeso?Volvíapalparyhalléunclavoquesehabíahundidoatravesado,sin llegaraclavarseenelbordedelataúd.Eramuylargoypuntiagudo.Sucabezasehallabaalotroladodelatapaperosentíquesemovía.

Apartirdeesemomento,meconcentréenunasolaidea:hacermeconeseclavo.Pasandomimanoderechasobreelvientre,comencéamoverlo.Apenascedía, resultaba muy trabajoso. Cambiaba a menudo de mano, pues laizquierda, mal situada, se cansaba enseguida. Mientras luchabadenodadamenteconelclavo,desarrollé todounplandeacciónenlacabeza.Ese clavo erami salvación, tenía que serlo. ¿Pero estaba aún a tiempo? Elhambremetorturabacruelmenteytuvequedetenermeunmomento,presadeunvértigoquemeaflojabalasmanos,conelespírituvacilante.Antes,habíachupadolasangrequesalíademiheridaenelpulgar,asíquefinalmentemedecidíahundirlosdientesenunbrazo,abebermemipropiasangre;eldolormeazuzóyeselicortibioyagrioqueempapabamibocamereanimó.Retomélaluchacontraelclavoadosmanosylogréarrancarlo.

A partir de entonces, recuperé la esperanza. Mi plan era bien sencillo.Hundílapuntadelclavoenlatapaytracéunalínearectalomáslargaposible,repasándola con el clavo a fin de abrir una fisura. Mis manos se estabanentumeciendo pero yo me obstinaba furiosamente. Cuando ya creía haberprofundizadosuficientementeenlamadera,semeocurriógirarmebocaabajoy presionar la tapa con los riñones, alzándome con las rodillas y los codos.Pero aunque la tabla crujió, aún no se quebró. La hendidura no erasuficientementeprofunda.Tuvequevolveraponermedeespaldasyretomarlalabor, lo que me resultó muy penoso. Finalmente, decidí realizar un nuevointentoyestavezlatapaserompiódecaboarabo.

Ciertamente, aún no estaba salvado pero la esperanza me inundó elcorazón. Dejé de empujar, por temor a provocar un hundimiento que mehubiera enterrado definitivamente.Mi plan consistía en servirme de la tapacomo parapeto mientras intentaba cavar una especie de pozo en la tierra.

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Desgraciadamente, la labor presentaba serias dificultades: se desprendíanespesos terrones de tierra obstaculizando las planchas y dificultando mismaniobras;jamásalcanzaríaasílasuperficie,habíayahundimientosparcialesque me plegaban el espinazo y me hundían la cara en la tierra. El pánicoestabavolviendoaapoderarsedemícuando,segúnmeestiréparabuscarunpuntodeapoyo,mepareciósentirquelaplanchaquehabíaamispiescedíabajo la presión.Así quemepuse a golpearla violentamente con los talones,pensandoquetalvezhubieraahíunanuevafosaqueestuvieranpreparando.

De repente,mis pies golpearon al vacío.Había acertado: había una fosareciénexcavada.Mebastóconremoverunafinacapadetierraparasaliralamisma.¡Diosmío!¡Mehabíasalvado!

Mequedéunmomentotumbadodeespaldas,mirandohaciaelcielo,enelfondo del agujero. Era de noche, miles de estrellas brillaban en un azulaterciopelado. De vez en cuando soplaba una brisa que me bañaba en unatibieza primaveral, en un aroma a árboles. ¡Dios mío! Me había salvado,respiraba, tenía calor y lloraba, balbuceaba, con las manos devotamentetendidashaciaelespacio.¡Oh,quéalegríaestarvivo!

V

Loprimeroquepenséfueenirabuscaralguardiadelcementerioparaquemerecondujeraamicasa.Perounaseriedeideas,aúnconfusas,mecruzaronla cabeza y me detuvieron. Iba a asustar a todo el mundo. ¿Para quéapresurarme, ahora que ya dominaba la situación?Me palpé losmiembros,todo estaba bien salvo por el mordisco que me había dado en el brazoizquierdoyunalevefiebreresultantequeenrealidadmeaportabaunaenergíasorprendente.Ciertamente,podíacaminarsinayuda.

Asíqueme tomémi tiempo.Todo tipode ideasconfusasatravesabanmicabeza.Mehabíafijadoquelosenterradoreshabíandejadoahímismo,enlafosa, sus herramientas y sentí la necesidad de dejarlo todo como estaba, devolver a tapar el agujero, de disimular mi resurrección. En ese momentotampocoesquetuvieraningúnplanclaro;simplementenomeplacíalaideadehacerpúblicamiaventura,sintiendocomovergüenzadevivircuandotodoelmundomecreíamuerto.Enmediahoradetrabajologréborrartodahuelladeloocurridoysaltéfueradelafosa.

¡Qué noche más hermosa! Reinaba un profundo silencio de cementerio.Losárbolesnegros formabansombras inmóvilesenmediode lablancuradelas tumbas. Según buscaba alguna referencia para orientarme,me di cuenta

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quelamitaddelcieloflameabaconunreflejodeincendio.AhíestabaParís.Medirigíhacialaciudad,siguiendounaavenidasumidaenlaoscuridaddelosárboles. Pero al cabo de una cincuentena de pasos tuve que detenerme,jadeando,sinaliento.Mesentéenunbancodepiedray,porprimeravez,mefijé un poco en el aspecto que tenía.Estaba completamente vestido, inclusocalzado, sólo me faltaba un sombrero. ¡Cuánto agradecía a mi amadaMarguerite el pío empeño que tuvo de vestirme! El súbito recuerdo deMargueritemehizolevantarmedenuevo.Deseabaverla.

La avenida acababa en un muro. Me subí a una tumba, me colgué deltejadillodelmuroymedejécaeralotrolado.Elaterrizajefuerudo.Después,caminé durante algunos minutos por una calle desierta que rodeaba elcementerio. Ignoraba totalmentedóndemehallaba,pero tenía laconvicción,comouna ideafija,que ibaasercapazderegresaraParísydeencontrar lacalleDauphine.Pasaronalgunaspersonasperonisiquieralespregunté;estaballeno de desconfianza, no quería contarle nada a nadie.Hoy en díame doycuentaqueyaerapresadeunafuertefiebreyquemicabezadesvariaba.Enfin,segúndesemboquéenunagranavenida,sentíunfogonazoymedesploméenlaacera.

Apartirdeahí,hayunagujeroenmisrecuerdos.Permanecítressemanasinconsciente.Cuandoporfinrecuperéelsentido,mehallabaenunahabitacióndesconocidaconunhombrequemecuidaba.MecontósimplementequemehabíarecogidounamañanaenelbulevardeMontparnasseymehabíallevadoasucasa;eraunantiguomédicoqueyanoejercía.Cuandoseloagradecímerespondióconbrusquedadquemicasolehabíaparecidocuriosoyquehabíaqueridoestudiarlo.Porotraparte,durantemisprimerosdíasdeconvalecenciano me permitió hacerle ninguna pregunta. Más tarde, fue él el que no mepreguntónada.Guardécamaduranteochodías,conlacabezadebilitada,sinintentarni siquiera recordarnada,puescualquier recuerdomefatigabaymeapenaba. Me sentía lleno de pudores y de miedos. Cuando me pudieralevantar,yaveríaquéhacer.Esposiblequeenmediode losdelirios febrileshubiera pronunciado algún nombre, pero en cualquier caso elmédico nuncahizoningunaalusiónalrespecto.Sucaridadfuemuydiscreta.

Mientrastanto,llegóelverano.Unamañanadejunioporfinmepermitiódaruncortopaseo.Eraunamañanasoberbia, conunodeesos solesalegresque rejuvenecen al viejo París. Fui caminando sin prisas, preguntando a losviandantesencadacruceporlacalleDauphine.Porfinllegué,peromecostóreconocerelhotelamuebladoenelquenosalojábamos.Meagitabaunmiedoinfantil.SimepresentabaderepenteanteMarguerite,podíamatarladelsusto.Lomejorseríaavisarantesalavecina,aMadameGabin.Peromedisgustabala idea de que Marguerite no fuera la primera en saber que yo vivía. Noacababa de tomar una decisión. En lo más profundo de mí, sentía un gran

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vacío,comositodoestuvierayaperdidodesdetiempoatrás.

El edificio brillaba amarillo bajo el sol. Lo reconocí gracias a unrestaurantedemalamuerteubicadoenlaplantabaja,dondesolíamosencargarlacomida.Alcélamiradahacialaúltimaventanaalaizquierdadeltercerpiso.Estabaabiertadeparenpar.Derepenteseasomóunamuchacha,despeinada,conuncamisónmediodeshecho;detrásdeella,unjovenquelaperseguíasacóla cabeza y la besó en el cuello.No eraMarguerite.Nome sorprendió.Meparecióqueyalohabíasoñado,juntoaotrascosasqueaúnestabanporocurrir.

Permanecí durante un instante en la calle, indeciso, pensando en subir apreguntaraesosenamoradosqueseguíanriendobajoelsol.Perofinalmentedecidíentrarenelpequeñorestaurantedeabajo.Miaspectoerairreconocible;me había crecido la barba durante mi convalecencia y mi rostro estabademacrado.Segúnmesentabaenunamesa,viprecisamenteaMadameGabinque traía una taza para comprar dos céntimos de café. Se plantó ante elmostradorysepusoacompartir loschismorreoscotidianosconladueñadelestablecimiento.Tendíeloído.

—¿Entonces?—preguntó la dueña—. ¿La pobre niña del tercero se hadecididoporfin?

—¿Quéotracosaibaahacer?—respondióMadameGabin—.Eslomejor.¡Monsieur Simoneau ha sido tan atento con ella!… Ya ha terminado susnegociosaquí,unabuenaherencia,¿sabe?ylehaofrecidoquesevayaconél,asupueblo,avivirencasadeunatíaquenecesitaaunapersonadeconfianza.

Laseñoradelmostradorlanzóunarisita.Yohundímicaraenunperiódico,lívidoyconlasmanostemblorosas.

—Seguramente todoesto termineenboda—continuóMadameGabin—.Perolejuroaustedpormihonorquenohaynadadeshonestoenesteasunto.Laniñallorabaporsumaridoyelmuchachosehacomportadosiemprecomoun caballero…En fin, se fueron ayer.Cuando ella ya no tenga que guardarluto,seránlibresdehacerloquequieran,¿no?

Enesemomento, lapuertadel restauranteseabriódeunportazoyDédéentró.

—Mamá,¿nosubes?…Queteestoyesperando.Venga.

—¡Yairé,nomedeslalata!—respondiólamadre.

La niña se quedó ahí, escuchando a las dos mujeres, con ese aire democosaprecozcrecidaenlosadoquinesdeParís.

—¡Demontre!Al finyal cabo—explicabaMadameGabin—,eldifuntonolellegabaaltobilloaMonsieurSimoneau…Nomeacababadeconvenceramí,esealfeñique.¡Siemprelloriqueando!¡Ysinblanca!¡Siesquenopuede

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ser, se lo digo yo!, un marido así acaba aburriendo a cualquier mujer consangre en las venas… Mientras que Monsieur Simoneau, un hombre rico,robustocomounturco…

—¡Oh!—interrumpióDédé—.Yoloviundíalavándoselacara…¡Desdeluego,esdepeloenpecho!

—¿Quieres largarte ya?—gritó su madre, propinándole un empellón—.Siempremetiendolasnaricesenloquenoteimporta.

Yconcluyó:

—Mire, la verdad es que el otro ha hecho bien en morirse. Ha sidorealmenteunasuerte.

Regreséa lacalle,caminando lentamente,con laspiernascomoalgodón.Sinembargo,nosufríademasiado. Inclusosonreí,alpercibirmisombra.Enefecto, estaba hecho un alfeñique. ¡Vaya idea también, la de casarme conMarguerite!RecordécuántoseaburríaenGuérande,susdesasosiegos,suvidagrisymonótona.Labuenamuchachahacíaloposibleporagradarme.Peroyonuncahabíasidosuamante,loquellorófuelamuertedeunhermano.¿Aquéfinvolverahoraamolestarla?Unmuertonopuedetenercelos.

LevantélacabezayviqueteníaantemíelJardíndeLuxembourg.Entréyme senté al sol, perdiéndome en dulces ensoñaciones. Pensar enMargueritemeenternecía;melaimaginabainstaladaenprovincias,damadeunapequeñavilla,muy feliz,muy amada,muy celebrada, hermoseando segúnmaduraba,madredetresniñosydedosniñas.Enelfondohabíahechobienenmorirme,noibaacometerahoralacruelinsensatezderesucitar.

Desde entonces, he viajadomucho y he vivido un poco en todas partes.Soyunhombremediocrequehatrabajadoparacomer,comotodoelmundo.Lamuerteyanomeasusta;elproblemaesque,ahoraqueyanotengomotivosparavivir,parecenoquerersabernadademíytemoqueseolvidedevenirabuscarme.

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