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O7.18 EL PERIÓDICO DE LA O EDICIÓN 67 EJEMPLAR GRATUITO EDITORIAL | Clima pesado 2 Caricatura de Ángel Boligán / El Universal, México. www.caglecartoons.com GOBIERNO Y OPOSICIÓN Opinión. El gran desafío es que la oposición sea cualificada en sus argumentos, para que no sea una oposición de comedia. Las sombras que persiguen al general Montoya. Los cargos que puede enfrentar en la JEP el exco- mandante del Ejército. 6 Inteligencia artificial. En las prin- cipales potencias mundiales los con- gresistas no usan computadores en sus sesiones. Infografía. 14 El otro Pablo: un capítulo íntegro del nuevo libro “Santos. Paradojas de la paz y del poder”, de María Jimena Duzán. Exclusivo. 18

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EDICIÓN 67

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GOBIERNO Y OPOSICIÓN

Opinión. El grandesafío es que la

oposición seacualificada en sus

argumentos,para que no sea

una oposiciónde comedia.

Las sombras que persiguen al general Montoya. Los cargos que puede enfrentar en la JEP el exco-mandante del Ejército. 6

Inteligencia artificial. En las prin-cipales potencias mundiales los con-gresistas no usan computadores en sus sesiones. Infografía. 14

El otro Pablo: un capítulo íntegro del nuevo libro “Santos. Paradojas de la paz y del poder”, de María Jimena Duzán. Exclusivo. 18

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2 UN PASQUÍN 07.18

EL PERIÓDICO DE LA O

DIRECTOR: VLADIMIR FLÓREZ [VLADD0]

Dibujan: Fontanarrosa, Elena Ospina, Bacteria, Betto, Boligán y Darío Castillejos. Caricaturas de Vladdo, cortesía de Semana y DW en Español.

Escriben: Olgahelena Fernández, Gonzalo Guillén, Santiago Londoño Uribe, Juan Manuel López Caballero, Mario Quadros y Ricardo Sánchez. Contribución especial de María Jimena Duzán.

Edición 67 — JULIO DE 2018

Asesora Administrativa: Luz Myriam Flórez

Asesor Gráfico: Gustavo del Castillo

www.unpasquin.com

Mail: [email protected]

Twitter: @unpasquin

DERECHOS RESERVADOS © 2018 NEWS AND DESIGN

El resultado de las elecciones envalentonó

a los partidarios formales e informales

del uribismo más peligroso, esos que no

sólo comparten posiciones tradicionalistas

con los votantes corrientes de la dupla

Uribe–Duque, sino que van mucho más allá.

—Cecilia Orozco, en El Espectador

Alberto Carrasquilla, el próximo ministro de

Hacienda de Colombia, es un economista

muy destacado. Nadie niega sus grandes

cualidades profesionales. Sin embargo —

alguien tiene que decirlo—, su paso por la

administración pública ha sido bueno para

los más ricos y muy malo para los más

pobres. Son célebres sus declaraciones

diciendo que el salario mínimo en Colombia

es “ridículamente alto”, mientras que como

ministro de Hacienda, promovió zonas fran-

cas especiales y millonarias excepciones

tributarias que beneficiaron a poderosos

empresarios.

—Daniel Coronell, en Semana

El presidente que necesitamos no confunde

oposición con odio ni fomenta la animad-

versión ante la diferencia. No estigmatiza,

no señala. Argumenta, persuade, conversa

con los ciudadanos y con la oposición y

enseña a discrepar en democracia. No es-

capa al debate bajo el falso paraguas de un

sueño ingenuo de unidad, que desconoce

las diversidades propias de una sociedad

libre, sino que enfrenta los cuestionamientos

y los responde. Discierne el poder de la

palabra y no avala el lenguaje que equipara

al otro con el enemigo.

—Laura Gil, en El Tiempo

E D I T O R I A L

Clima pesado

E l asesinato sistemático de líderes socia-les es sin ninguna duda la gran sombra que se cierne sobre Juan Manuel Santos al término de su segundo mandato. El acoso, las amenazas y las intimidaciones

de que han sido objeto numerosos dirigentes cívicos del país no fueron prevenidas por las autoridades, ni han sido debidamente manejadas ni esclarecidas por los organis-mos correspondientes. Peor aún: en una inexplicable re-acción, que raya con la indolencia, tanto el Fiscal General de la Nación como el ministro de la Defensa han dado muchos pasos en falso, al tratar de simplificar las motiva-ciones y la gravedad de dichos crímenes.

Parecería que tanto Néstor Humberto Martínez como Luis Carlos Villegas se hubieran contagiado del fatídico cinismo del expresidente Álvaro Uribe, quien al ser interrogado en 2008 sobre las jóvenes víctimas de los falsos positivos, dijo sin inmutarse: “De seguro, esos mu-chachos no estaban recogiendo café”.

Pese a que las diferentes agencias del gobierno estaban advertidas de que los espacios dejados por las Farc luego de su desmovilización podían ser copados por otros actores armados –como el ELN o los disidentes de esa guerrilla– o por escuadrones de la muerte asociados al narcotráfico, no es fácil entender por qué las respec-tivas entidades del Estado, empezando por la Fuerza Pública, no tomaron las medidas adecuadas para evitar tanta muerte anunciada.

Como si lo anterior fuera poco, en días recientes hemos visto cómo varios periodistas han sido objeto de acoso e intimidaciones, con el fin de silenciarlos. Entre los amenazados se encuentran María Jimena Duzán, de la revista Semana; Yolanda Ruíz, Jorge Espinosa y Juan Pablo Latorre, de RCN Radio, y Jineth Bedoya, del periódico El Tiempo, a quienes desde aquí les expresamos toda nuestra solidaridad. Así mismo, le exigimos al gobierno que no tome a la ligera las amenazas contra ningún ciudadano, al mar-gen de su ocupación o su influencia social.

Es una lástima que un gobierno que se jugó a fondo en la búsqueda de la paz concluya en medio de este clima de violencia social, a todas luces inaceptable.

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E l último dato sobre el monto de las remesas que envían los colombianos desde el extranjero da mucho para reflexionar.

Hace varios años que ese rubro ha sido una de nuestras principales fuentes de ingreso de divisas, compartiendo los primeros puestos antes con el café y ahora con el petróleo. Sin embargo poca atención se le había puesto (por lo menos en los medios masivos de comunicación) y ha sido su incremento lo que ahora se destaca.

Dos records históricos han producido esto: por un lado el que el año 2017 superó con creces lo re-cibido los años anteriores; por otro, el crecimiento reciente hizo que el mes pasado se convirtiera en el segundo de mayor ingreso de toda la historia. Esto a pesar de la disminución de la contribución que llegaba desde Venezuela.

Una de las teorías explicativas de este fenómeno lo asocia al crecimiento de los cultivos de coca pro-poniendo que lo que esto representa es un gigan-tesco lavado de dinero. El argu-mento del paralelismo entre las variaciones de ambos parecería algo válido, pero implicaría que se ha montado lo que en algún momento se llamó el sistema de pitufos, es decir la diversifi-cación en pequeños remitentes que no tienen que justificar el origen de los envíos. Como hoy el 95% de dichas remesas se tramita por los canales ins-titucionales, se detectaría la eventual concentración de las mismas fuentes.

Por otro lado el tercer origen de estas divisas es Chile –con una cuarta parte de lo que en-vían desde los Estados Unidos-. Los americanos son los mayores consumidores de cocaína per cápita del mundo y su población es veinte veces más que la chile-

na, luego, a menos que el país austral fuera el centro de distribución para el mundo, esta relación con la droga no debe tener mayor peso.

En su orden la mayor cantidad de colombianos que viven en el exterior están en Estados Unidos, España y Chile; en ese mismo orden es la remisión de divisas. Lo que es deducible es que realmente con lo que ganan como empleados en esos países es con lo que se engrosan las arcas colombianas.

Lo que lleva a que no solo esa cantidad de emi-grantes es una fuente de ingreso sino aún más una fuente de distorsión de varios elementos de infor-mación.

El hecho es que las cifras de desempleo, de falta de asistencia a la salud o a la educación que nos di-vulgan deberían aumentarse con las de quienes tie-nen que buscar soluciones fuera del país. O, cuando se menciona la alta abstención electoral ¿se tiene en cuenta esos cerca de 5 millones de potenciales electores? (Existiendo una circunscripción especial para ellos, la participación no alcanza el 2%) ¿Sí será

correcto reportar esos ingre-sos como parte del Producto Interno Bruto (participa en el 1.8%)?

Lo grave es que para el Estado no existe el 10% de los colombianos; o solo existe para recibir el fruto de su trabajo en el extranjero.

Y la pregunta o inquietud es si el crecimiento constante de las remesas en estos últimos 5 años se debe a que la economía mundial se reactiva y cada vez ganan mejores sueldos (como lo proponen algunos sectores oficiales); o donde se encuentra la explicación es en el éxodo de colombianos por falta de condi-ciones de vida aquí.

Juan Manuel López es economista

e investigador.

Nuestro mejor producto de exportación: los emigrantesPor Juan Manuel López Caballero | Lo grave es que para el Estado no existe el 10% de los colombianos; o solo existe para recibir el fruto de su trabajo en el extranjero.

En su orden la mayor cantidad de colombianos que viven en el exterior están en Estados Unidos, España y Chile; en ese mismo orden es la remisión de divisas.

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A d portas de un nuevo gobierno, el del presidente Iván Duque, y de un nuevo congreso, la maltrecha democracia colombiana estrenará el ejercicio de la oposición, establecido en la

Constitución y en la ley, como resultado del tratado de paz en La Habana. La oposición tendrá derecho a par-ticipar en las mesas directivas del Congreso y la réplica está garantizada en medios masivos, además mejora su financiación. El candidato Gustavo Petro, que ya se de-claró en la oposición, ocupará una curul en el Senado. Su fórmula vicepresidencial, Ángela Robledo, hará lo propio en la Cámara de Representantes.

En Colombia ha existido la oposición, pero no dere-cho a la oposición. A ésta se le tolera, en medio de una alambrada de garantías hostiles. A la oposición se le da trato de subversión, y más si representa las luchas so-ciopolíticas. En verdad, se reprime violentamente a los opositores, así ellos actúen dentro de la Constitución. El llamado Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) se encarga de perseguir la protesta ciudadana. Sólo se permiten los desfiles y concentraciones controla-das bajo el signo del miedo. El reguero de muertos y heridos por el ejercicio del derecho a la protesta es numeroso.

El país arrastra una crisis del derecho a la vida, con el esplendor del neoparamilitarismo como uno de sus rasgos más atroces, asesinando a más de 200 activistas entre el 2015 y lo corrido de este año de desgracia de 2018. Los muertos son opositores a la violencia contra sus comunidades, están por la restitución de tierras, la sustitución cultivos, contra el extractivismo, reclaman los derechos de las víctimas o son militantes de las iz-quierdas. No es verdad que no haya sistematicidad en este exterminio, ni relación de continuidad con los ci-clos anteriores de las masacres. Además, es ineludible la responsabilidad de las autoridades por omisión en combatir estos crímenes.

La calma que se pregona, destacando el breve inte-rregno de tranquilidad en el debate electoral, tiene un trasfondo que reproduce la permanencia del grande y grave pleito socioeconómico, por el cual tiene como causa la arrogante desigualdad que beneficia a unos privilegiados. Como es lógico, los de abajo resisten por

mejorar y cambiar su dramática condición humana. Es el asunto del modelo y el sistema económico.

Lo que vivimos es un posacuerdo y no un pos-conflicto en relación con las FARC, y se mantiene una guerra con el ELN, el EPL y las disidencias armadas. La lógica de que el tratado de La Habana sea la puerta para empezar a tramitar el pleito de tierras y demás asuntos sociales se bloqueó ante la conversión del pro-ceso de paz en un proceso de pacificación por parte del Centro Democrático, la Corte Constitucional y el mal gobierno del presidente Santos. En la opinión pública circula con fuerza la versión de que este gobierno omi-tió el uso de sus mayorías políticas y el enorme poder presidencial en lo que concierne al cumplimiento del tratado.

El nuevo presidente viene de ejercer una oposi-ción sistemática al proceso de paz y a la persona del presidente Santos. Él y su partido han estado en su derecho, y no hay que recriminarles ni su ardentía ni su filibusterismo buscando hundir las iniciativas. Lo que es censurable en grado sumo es la estrategia de mentiras sobre los alcances del tratado de La Habana y otros temas.

El líder de la oposición, Gustavo Petro, ha convo-cado a la movilización. La apuesta de ligar la oposición parlamentaria a la movilización social apunta a superar la política de élites que domina un Congreso elegido más o menos democráticamente, pero a espaldas de los intereses nacionales y separado del conjunto de la vida social. No hay que olvidar que el gran logro de la oposición fue la recuperación de las calles y las plazas públicas para la deliberación democrática. El 7 de agosto habrá movilización. El éxito de la Velatón es un incentivo.

El gran desafío es que la oposición debe ser cualifi-cada en sus argumentos y radical en sus posturas, para no ser una oposición de comedia al mal gobierno que se anuncia. El otro desafío es coordinar sus actividades de manera unificada, partiendo de la realidad de que Gustavo Petro obtuvo el apoyo de 8 millones 40 mil votos.

Ricardo Sánchez Ángel es doctor en Historia de la

Universidad Nacional.

El gran desafío es que la oposición debe ser cualificada en sus argumentos y radical en sus posturas, para no ser una oposición de comedia al mal gobierno que se anuncia.

Gobierno y oposiciónPor Ricardo Sánchez Ángel | El país arrastra una crisis del derecho a la vida, con el esplendor del neoparamilitarismo como uno de sus rasgos más atroces, asesinando a más de 200 activistas entre 2015 y lo corrido de 2018.

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Las sombras que persiguenal general Montoya

Cuando el general Mario Montoya (Buga, 1949) por-taba su uniforme militar, colgaban decenas de con- decoraciones en su pecho.

Muchas de ellas las recibió de manos del presidente Álvaro Uribe y del ministro Juan Manuel Santos, en los dos años y ocho meses en los que fue comandan-te del Ejército. Hasta en seis ocasiones, según los registros de prensa, le fue im-puesta la orden de la Cruz de Boyacá, la máxima distinción que el gobierno co-lombiano concede a militares y ciudada-nos destacados por su servicio a la patria. Ningún otro general puede contarlo.

Una de ellas fue por haber comanda-do el rescate de Íngrid Betancourt, tres contratistas norteamericanos y 11 unifor-mados que llevaban casi una década se-cuestrados por las FARC. Mario Montoya fue uno de los cerebros de la célebre Operación Jaque, el 2 de julio del 2008, en las selvas del Guaviare. Una operación en la que se engañó a la guerrilla, en la que no se utilizó un solo disparo y se cuestionó el uso ilegal del emblema de la Cruz Roja.

Más allá de esa controversia, fue qui-zás uno de los mayores triunfos de un co-mandante del Ejército en la lucha contra la guerrilla. Se recuerda cómo Íngrid Betancourt, en sus primeros minutos en libertad, no paraba de abrazar al general Montoya, quien aseguraba: “fue una obra maestra”.

Esos días de gloria se vistieron de gris oscuro este lunes cuando la Fiscalía anun-ció que le imputará cargos a este general retirado por varios casos fijados en los denominados ‘falsos positivos’. La inves-tigación tiende a esclarecer las muertes

de unos civiles que falsamente fueron presentados como guerrilleros muer-tos en combate. Los hechos se habrían registrado en siete de las unidades mili-tares del Ejército, entre ellas Antioquia, Cundinamarca y Valle del Cauca.

“La decisión se toma por las omisio-nes del general (r) Mario Montoya, quien como comandante del Ejército pudo evi-tar la realización de ‘falsos positivos’ en las unidades militares”, señaló una fuente de la Fiscalía a este portal.

Si hay algún nombre vinculado a la lu-cha contrainsurgente en las recientes dos décadas es el de Mario Montoya. Cuando ostentaba el rango de coronel, hizo parte del desembarco de las Fuerzas Militares en el cuartel de las FARC en La Uribe, Meta, en diciembre de 1990, operación que se denominó Casa Verde. Montoya coordinaba las labores de inteligencia de la operación y por eso el presidente César Gaviria, el 10 de marzo de 1991, lo conde-coró tras exaltar el planeamiento, la direc-ción y la ejecución de las acciones por las tropas de la IV División del Ejército.

Luego comandó el Grupo Mecani-zado Maza de Cúcuta, que tuvo que enfrentar la ofensiva guerrillera en el Catatumbo en 1992. Estuvo al mando de unidades como el Batallón de Inteligencia de Villavicencio, el Comando Operativo de El Bagre (en el bajo Cauca antioque-ño), la Fuerza de Tarea Conjunta del Sur, el Comando Conjunto Caribe y la Brigada 18 en Arauca. También fue agregado militar en la Embajada de Colombia ante el Reino Unido, y en el año 2000 lideró el Batallón Antinarcóticos.

Hasta ese momento, la carrera del oficial parecía intachable. Pero Entre

el 2001 y el 2003, cuando comandó la Cuarta Brigada en Antioquia, las cosas empezarían a cambiar.

Tuvo que afrontar una de las peores masacres guerrilleras, la de Bojayá en el 2002, cuando las FARC asesinaron a los civiles que se refugiaban de un en-frentamiento entre paramilitares y gue-rrilleros. A Montoya le cayeron críticas por la presunta omisión del Ejército a la hora de proteger a la población civil, pero varios sobrevivientes lo señalaron de haber regresado al lugar acompaña-do por paramilitares. Tal denuncia no prosperó.

Pero si hay una operación que mar-có su carrera fue Orión, en octubre del 2002. En la Comuna 13 estaba el que era considerado el último bastión de las guerrillas urbanas del país, por eso el Ejército planeó la operación contra esas estructuras que hacían presencia en la zona desde los años 1990 para se-cuestrar, cobrar extorsiones, reclutar, desplazar y asesinar.

El operativo militar se desplegó en-tre el 16 y el 17 de octubre y según los reportes de prensa, 243 personas fueron arrestadas; de ellas, 29 fueron identifi-cadas como ‘cabecillas de milicias urba-nas’. Se decomisaron 20 fusiles, una su-bametralladora, dos carabinas con mira telescópica, dos escopetas, cuatro lan-zagranadas de 40 milímetros, 50 kilos de explosivos, municiones y equipos de comunicación, y hasta se liberaron 72 personas secuestradas. El operativo fue todo un éxito, según el reporte oficial, pese a que dos soldados y dos oficiales murieron en las operaciones.

Pero la llamada pacificación de la

Aunque aún no se conocen las razones que llevaron al general retirado Mario Montoya a someterse a la Jurisdicción Especial para la Paz, dicha decisión es muy significativa si se tienen en cuenta su rango y su trayectoria, al igual que las múltiples investigaciones que afronta, tal y como lo registra este artículo publicado en marzo de 2016 en la revista Semana.

El oficial (r) puede ser el más condecorado en la historia, pero también el más cuestionado por sus procedimientos.

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Comuna 13, sin embargo, empezó a generar interrogantes respecto a los procedimientos del general Montoya. Según la Personería de Medellín, se realizaron innumerables capturas ar-bitrarias y detenciones selectivas de habitantes que posteriormente desapa-recieron. Por si fuera poco, el jefe para-militar ‘Don Berna’ confesó que Orión había sido desarrollado en conjunto con los paramilitares. Varias ONG denuncia-ron al general Montoya.

El 29 de marzo de 2003, Montoya comandó otra operación, denominada Mariscal, que significó una derrota para la guerrilla en el oriente antioqueño, pero según el Observatorio de Paz y Reconciliación de la región, el Ejército presentó como muertos en combate a 88 civiles.

Años después, en el 2007, por ese espinoso asunto, el senador demócra-ta Patrick Leahy vetó la entrega de 55 millones de dólares de ayuda al Ejército como parte del Plan Colombia.

En febrero del 2005, Montoya se desempeñaba como comandante de la Primera División del Ejército cuando se produjo una de las más dolorosas masacres, la de la comunidad de paz de

San José de Apartadó, perpetrada por paramilitares, pero que según las inves-tigaciones contó con la participación de miembros del Ejército. Se dice que Montoya viajó a la Brigada XVII, con sede en Carepa, a organizar las opera-ciones militares que atacarían supues-tamente posiciones del Frente 5 de las FARC, pero que condujo a la masacre de cinco campesinos y seis menores de edad.

Estas sombras aparecieron desde marzo del 2006, cuando el presidente Álvaro Uribe lo nombró comandante del Ejército. En ese entonces, según se reveló posteriormente en los wikileaks, Montoya era visto por la embajada de Estados Unidos como un hombre fuer-te. Sin embargo, el embajador William Wood advirtió de las denuncias en su contra por presuntas violaciones a los derechos humanos, basado en in-formes de agregados de Defensa de la embajada que reportaron su supuesta participación en el tráfico de drogas y operaciones de incautaciones con el fin de quedarse con los créditos y permi-tir la actividad ilegal. No obstante, en el cable, la embajada da cuenta de que no había pruebas.

Uno de sus primeros actos públicos como comandante de las tropas fue en Alvarado, Tolima, cuando estuvo pre-sente en la falsa desmovilización del frente Cacique Gaitana. Por ese hecho, el excomisionado de paz Luis Carlos Restrepo fue sindicado, y en el exilio, palabras más palabras menos, señaló al entonces comandante del Ejército de haber organizado dicha desmovili-zación: “todos le dieron credibilidad. Yo no quería darle alto perfil al acto. El general Mario Montoya fue el que llevó a los periodistas. Lo único que a mí me tocaba era recibir el listado para verifi-car las identidades”.

El 2008 sería un año de luces y som-bras. Luces porque en febrero participó de la operación Fénix, la misma que dio con el campamento de ‘Raúl Reyes’ en la provincia de Sucumbíos, Ecuador. Era la primera vez que las Fuerzas Armadas daban con un cabecilla de la guerrilla. El número 2 de las FARC murió tras un bombardeo. En julio se llevó los laure-les cuando descendió de un avión con Íngrid Betancourt, los tres contratistas estadounidenses y 11 uniformados que estaban secuestrados por las FARC.

Y es que a pesar de esos éxitos, en noviembre se destapó un escándalo de magnitud. Varios jóvenes de Soacha fue-ron reclutados y aparecieron muertos en Ocaña reseñados como guerrilleros muertos en combate. Es el capítulo de los ‘falsos positivos’. Por las denun-cias fueron destituidos 27 militares, y Montoya presentó su renuncia ante el ministro Juan Manuel Santos y el pre-sidente Uribe.

No cayó en desgracia, pues el pro-pio Uribe lo envió de embajador de Colombia en República Dominicana. No duraría mucho tiempo en el cuerpo diplomático. La presión ejercida por con-gresistas y ONG condujo a que el presi-dente Juan Manuel Santos lo relevara.

En un mes, el 29 de abril, el general Montoya cumplirá 67 años. Es probable que no ocupe sus días en retiro recor-dando las decenas de condecoraciones que portó debajo de su escudo. Por es-tos días tendrá que alistar su defensa en los estrados judiciales y espantar las sombras que desde hace una década lo persiguen.

“Las bajas no es lo más importante, es lo único” solía decirles a sus hombres el excomandante del Ejército.

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En Medellín, capital de la innovación y por mucho tiempo espacio de construcción de “puentes” entre sectores, comunas y comunidades, se viene dando un incremento importante de los homicidios en los últimos dos años.

C uando el expresidente trinó sobre el “bandido” que “murió en su ley” y que clasificaba entonces como un “buen muerto” sabía perfectamente lo que iba a suscitar esa sentencia en

buena parte de sus más de 5 millones de seguidores en la red social del pajarito. Existe un país que no está para grises, matices o debidos procesos. Existe un país que no se quiere quedar en análisis o estu-dios o en complejas reflexiones sobre la historia, las dinámicas o las particularidades sicológicas, socio-lógicas o regionales. Ese país está atravesado por una frontera nítida y reconocible entre la “gente de bien”, que siente que tiene derecho a vivir tranquila y a defenderse (pasando al ataque si es necesario), y los pillos, los guerrillos… los criminales. “Me gusta” dice ese país cuando alguien con poder reafirma la frontera y los “otros”, los del otro lado que son ame-naza, se llevan su merecido.

La tragedia de los compatriotas que están sien-do asesinados y que lideran procesos sociales, comunitarios y políticos en diferentes regiones se ha convertido en un nuevo campo de discusión para que algunos vuelvan sobre la definición y el alcance de esa frontera entre la “gente decente” y los desechables o descartables. Con ligereza y sin ningún asomo de duda un grupo de ciudadanos se lanza a señalar a los masacrados como guerrilleros, disidentes, bacrimosos, dueños de rutas, narcos o invasores de predios. Que sean pobres, que estén en zonas con dinámicas complejas de cultivos ilícitos, grupos armados ilegales y una casi total ausencia del Estado pesa mucho en la balanza de la decencia/indecencia. Se invierte la carga de la prueba y ese asesinato es casi un acto de legítima defensa para los guardianes de la gente de bien. Un horror.

Pero no hay que ir a Ituango, Argelia o Tumaco para ponerse al otro lado de tan descarada y descar-nada frontera. En Medellín, capital de la innovación y por mucho tiempo espacio de construcción de

“puentes” entre sectores, comunas y comunidades, se viene dando un incremento importante de los homicidios en los últimos dos años. Las víctimas son en su mayoría hombres jóvenes (entre 15 y 25 años) de comunas y barrios de estratos bajos. En Medellín, 1 de cada 2 homicidios tiene como víc-tima a un joven. La explicación y justificación de estas muertes, para algunos medellinenses y para unos cuantos servidores públicos (“acá a la gente de bien no la asesinan” dijo el Comandante de Policía Metropolitana del Valle de Aburrá en 2017), es que muchos de esos jóvenes son pillos pertenecientes a combos que se matan por las rentas ilegales y que entrarían entonces en la lógica de los “buenos muertos” o de la limpieza del lado de allá. Impacta también cómo se han disparado en los últimos años los incidentes de justicia por mano propia en la ca-pital de la montaña. En las redes se pueden ver los videos de diferentes casos en los que la “gente de bien” ataca directamente o exige la muerte in situ y en caliente de presuntos fleteros o atracadores.

Para algunos nuestro Estado Social de Derecho, siempre frágil y siempre en construcción, debe ser reemplazado por algo parecido al Estado de Soberanía de la Gente de Bien. Gente con el poder de trazar la frontera (quizás construir un muro) en-tre ellos y todos los que representan una amenaza. Los bandidos, los pillos… Los malos habitan al otro lado de la frontera y para ellos está reservado no solo todo el peso de la ley sino también, y porque se lo buscaron, la muerte.

El liderazgo político, ético y moral de esta socie-dad, y la sociedad en pleno, tiene un reto urgente e inaplazable. O nos ponemos de acuerdo en que toda vida es valiosa y se debe proteger ante cualquier amenaza o ataque, o sacrificamos nuestra humani-dad básica y nuestro orden social. Es así de claro.

Santiago Londoño Uribe es abogado; magister en

Derecho Internacional.

La soberanía de la gente de bienPor Santiago Londoño Uribe | O nos ponemos de acuerdo en que toda vida es va-liosa o sacrificamos nuestra humanidad básica y nuestro orden social.

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10 UN PASQUÍN 07.18

E s interesante observar las distor-siones y omisiones de la historia en esos documentales de la TV: Netflix, History Channel, etc. La mayoría de las personas no perciben eso y se pa-

san la vida creyendo en esa cultura propagandista. Y así observamos, con la complicidad de la prensa, como las mentiras y las omisiones falsean la historia y desinforman a la gente.

Sobre la Guerra de Corea, por ejemplo, es eviden-te como CNN omite, en un documental reciente, el verdadero motivo del inicio de ese conflicto. Había un acuerdo posterior a la Segunda Guerra Mundial, de que se harían elecciones en todo el país para unificar-lo. Como siempre, los demócratas del Sur, con miedo de la derrota y con el apoyo de Estados Unidos, desco-nocieron ese acuerdo y promovieron unas elecciones en el Sur formando su propio Gobierno y propiciando la división definitiva del país. Fue entonces cuando los coreanos del Norte decidieron luchar por la unifica-ción de su País, una guerra justísima en mi opinión.

En Vietnam pasó exactamente lo mismo: un acuerdo sobre las elecciones incumplido por los del Sur con el apoyo de Francia y de los Estados Unidos. En ese caso el documental de Netflix co-menta el incumplimiento de los del Sur, sin desta-carlo, y más adelante el documental evita resaltar los verdaderos hechos que llevaron al real inicio de la guerra, que fueron los bombardeos sobre Vietnam del Norte.

Pero el motivo real del inicio de ese gran con-flicto fue el siguiente: las elecciones presidenciales americanas se aproximaban y Lyndon Jonhson no tenía asegurada su victoria. El Pentágono, a tra-vés de la armada americana y seguramente con el apoyo de la CIA, crearon un incidente que es muy conocido: en el golfo de Tonkin, supuestamente, un buque de guerra americano –el USS Maddox– había sido atacado por lanchas torpederas de Vietnam del Norte, pero ese ataque nunca fue comprobado y en realidad nunca existió de acuerdo con documentos conocidos hoy.

Lyndon Johnson solicitó al Congreso autoriza-ción para iniciar los bombardeos contra Vietnam del Norte y con un discurso nacionalista barato, saltó en las encuestas del 40% al 70% garantizando así la victoria. El final, todos lo sabemos, fue una de-rrota vergonzosa de Estados Unidos en esa guerra y millones de muertos.

Hace poco vimos a un presidente americano, débil políticamente y buscando fortalecerse, bom-bardear a un país soberano e independiente: Siria. Todo basado en un hecho falso: la utilización de armas químicas por parte del ejército sirio, argu-mento utilizado para el bombardeo y que no fue comprobado, según informe reciente de la OPAQ.

De esa forma vamos creando guerras, falseando la historia y desinformando al mundo.

Mario Quadros es ingeniero civil.

Cosas y ‘coincidencias’ de la historiaPor Mario Quadros | Con la complicidad de la prensa, las mentiras y las omisiones falsean la historia y desinforman a la gente.

Hace poco vimos a un presidente americano, débil políticamente y buscando fortalecerse, bombardear a un país soberano e independiente: Siria.

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H ace 10 años no iba a Rusia y la sor-presa con la que me encontré fue mayúscula. Uno oye hablar de lo boyante que está la economía de Putin y de los nuevos millonarios

rusos que se están tomando al mundo, pero una cosa es oírlo y otra muy distinta verlo.

A finales de 2014 Rusia sufrió dos golpes econó-micos muy fuertes: por un lado, Estados Unidos im-puso un embargo económico, y por el otro, el precio del petróleo se desplomó a niveles insospechados. Estos dos golpes devastadores dieron pie para que muchos especularan sobre una transición muy rápi-da de la riqueza a la pobreza de Rusia.

Pero yo lo único que vi fue riqueza por todos lados: en los carros que manejan, en las calles, en la limpieza, en la ropa, en los centros comerciales, en la actitud de la gente, en el lujo del metro (tanto el de Moscú como en el de San Petersburgo), en fin un país que daba la impresión de no haber tenido nun-ca problemas económicos.

Diez años atrás se veía la pobreza en todas partes, había mendigos por doquier, la infraestructura se en-contraba en pésimo estado, la gente era malgeniada y frustrada. Incluso en los lugares más emblemáticos y por lo tanto más turísticos, como por ejemplo el museo del Hermitage, la decadencia era tal que la falta de higiene de los baños no permitía usarlos. Y

hablando de baños, ese fue uno de los cambios más dramáticos que encontré. Ahora, a diferencia de hace una década, todos los baños –incluidos los públicos– son impecables, no da susto usarlos en los restauran-tes, ni los almacenes. Si algo he aprendido después de viajar mucho es que la cultura y la decencia de un pueblo se mide por los baños, y con esta experiencia creo que no en vano dicen que Rusia es una de las potencias mundiales mas grandes.

Otro cambio que me impresionó, fue la forma de vestir de la gente. Las calles de Moscú parecen una pasarela de moda de Milán o París . Qué elegancia, qué gusto.

Tanto en San Petersburgo como en Moscú me per-caté de una división generacional clara, que genera una diferencia muy marcada en la forma de vida de los ciudadanos. Por un lado están los jóvenes, que en su gran mayoría aman la libertad, el capitalismo y el consumismo. Por otro lado los mayores que añoran las épocas pasadas donde tenían asegurado un techo y la comida, tal vez era muy mala comida y una vivienda poco digna, pero era segura. Esta vieja generación se quedó con visión política, bastante socialista, de que el estado debe garantizarle todo a las personas y, so-bretodo, que la igualdad social radica justamente en la posibilidad que tienen todos a acceder a las necesida-des básicas. Los jóvenes, criados con ideales capitalis-tas, creen el trabajo como medio para alcanzar el éxito y la riqueza. Estas dos visiones del mundo me dieron la oportunidad de comprobar que Rusia sigue siendo un país en transición que se va adaptando poco a poco a las nuevas formas de vida.

No puedo terminar sin hablar del cambio de per-cepción en la gente sobre su actual líder Vladimir Putin. Con todas las personas con las que podía hablar elogiaban a Putin efusivamente, todos me hablaban de Putin como el gran salvador que le de-volvió la dignidad al pueblo y que convirtió a Rusia en la potencia que es hoy. Hace 10 años Putin ya era presidente, pero lo sentían como alguien débil que no sería capaz de comandar un cambio de rumbo tan drástico como es pasar del capitalismo al libre mer-cado. En ese entonces sólo se respiraba desasosiego. Hoy los rusos aman a su líder, lo tienen en el curu-bito porque sienten que les ha devuelto la dignidad que habían perdido.

Olgahelena Fernández es periodista..

Rusia rica; Rusia pobrePor Olgahelena Fernández | Las calles de Moscú parecen una pasarela de moda de Milán o París . Qué elegancia, qué gusto.

Diez años atrás se veía la pobreza en todas partes, había mendigos por doquier, la infraestructura se encontraba en pésimo estado, la gente era malgeniada y frustrada. Incluso en los lugares más emblemáticos y turísticos.

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Colombia

Alemania

Los alemanes tampoco usan computadores en sus debates en el Bundestag.

Francia

Libertad, iguald, fraternidad y sobriedad, en la Asamblea Nacional.

Algunos congresistashan demostrado que con sus computadorestambién pueden trabajar.

Inteligencia artificial

Mientras en las sesiones parlamentarias de las principales potencias del mundo los congresistas no usan computadores,

en Colombia los honorables padres de la patria no pueden desconectarse ni siquiera en las ocasiones solemnes;

pese a lo cual, su trabajo deja mucho que desear...¡Estudien, vagos!

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Reino Unido

El parlamento británicono tiene escritorios ni menos aún computadores.

Estados Unidos

En el Capitolio, por respeto y seguridad, están restringidos los aparatos electrónicos.

China

En la Asamblea Popular los legisladores pueden prescindir de computadores pero no de sus tazas de té.

Inteligencia artificial

Mientras en las sesiones parlamentarias de las principales potencias del mundo los congresistas no usan computadores,

en Colombia los honorables padres de la patria no pueden desconectarse ni siquiera en las ocasiones solemnes;

pese a lo cual, su trabajo deja mucho que desear...¡Estudien, vagos!

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TRES EN UNOPor Gonzalo Guillén

ELEste 20 de julio, con la instalación del nuevo Congreso Nacional, comenzará en la práctica el tercer gobierno de Álvaro Uribe Vélez. El Tercer Reich colombiano, cuya inauguración oficial será el 7 de agosto próximo. Lo ejercerá entre las sombras, con un títere de testaferro, cuyas extremidades las acciona desde sus caballerizas manipulando los hilos del mal, con la habilidad y la des-treza del maestro Daniel Barenboim cuando dirige la orquesta sinfónica de Berlín o con la misma que alias ‘Popeye’ manipula simultáneamente una ametralladora en la mano derecha y una motosierra en la izquierda.

TERCEREl Tercer Reich viene con la reanudación de la guerra interna a muerte y el proyecto de emprender cuanto antes otra contra la corrompida y moribunda Venezuela, con la equivocada ilusión de que así alegrará a Donald Trump y cosechará su apoyo. Pero los costos y los muertos correrán, como siempre, por cuenta nuestra.

REICHEste mismo 20 de julio el Congreso, de amplia mayoría nazi, comenzará a tramitar las reformas más urgentes del Tercer Reich: reordenar la justicia de tal mane-ra que jamás sean juzgados Uribe Vélez y su familia por los millares de crímenes de lesa humanidad y las corruptelas que pesan sobre ellos. La oposición y las reclamaciones sociales obvias y justas serán ahogadas en sangre, lo mismo que los malos comportamientos de las gentes: desde fumar marihuana hasta tener ade-manes homosexuales, pasando por observar conductas herejes. Todos deberemos ser como lo quiere el matarife Álvaro Uribe Vélez: buenos padres, buenos cónyuges y buenos cristianos.

Gonzalo Guillén es periodista.

La oposición y las reclamaciones sociales obvias y justas serán

ahogadas.

TRINO

María del Rosario Guerra @charoguerra

El candidato que perdió no ha aceptado que quien ganó fue @IvanDuque. Él y sus seguidores tienen que aceptar que no se eligió su modelo. El año tiene 365 días y no es aceptable que se convoque una marcha para el 7 de agosto, cuando se posesiona presidente. #DebateHora20 @Hora20

20:49 - 16 jul. 2018

TRUENO. En cambio sí era aceptable que un expre-sidente y un exprocurador trataran de sabotear en Cartagena la ceremonia en la que el gobierno y las

Farc firmaban un acuerdo de paz, que ponía fin a más de medio siglo de guerra. Después de años de obstrucciones, manipulación y desinformación, ¿los dirigentes del Centro Democrático pretenden enseñar cómo se hace oposición?

TRINO

Álvaro Uribe Vélez @AlvaroUribeVel

Santos aplaza la tragedia del asesinato:

Se ufana de la disminución del asesinato, (mucho menor que en el periodo 2002-2010)

Nos deja el asesinato aplazado, qué pasará cuando el nuevo Gbno tenga que enfrentar más de 209 mil hts de coca!

7:48 - 17 jul. 2018

TRUENO. Viniendo de quien viene, un mensaje de semejantes caracterísiticas no deja de ser inquitante; menos aún en esta atmósfera cargada de asesinatos,

amenazas e intimidaciones contra líderes sociales y periodistas. Es indudable que un trino como este no se escribe accidental-mente ni es una pifia de un community manager. Es obra del mismo que habla de “buenos muertos”. Tenebroso.

T R I N O S

& T R U E N O S

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El otro Pablo

En el nuevo libro “Santos. Paradojas de la paz y del poder” la periodista María Jimena Duzán hace un íntimo y documentado recuento del proceso de paz con las Farc y elabora, a la vez, un retrato crítico del presidente Juan Manuel Santos, con todas sus luces y sombras, sus aliados y adversarios, sus logros y frustraciones. La obra es un relato imperdible de la historia reciente de Colombia. UN PASQUÍN reproduce en exclusiva uno de sus más dramáticos capítulos.

—¿Usted sabe quién soy yo?—No —respondió Pablo Catatumbo toda-vía sin entender quién era el hombre de mediana estatura y de buenos modales que, escoltado por una nube de hombres armados, le hacía esa pregunta.

Media hora antes, un motociclista con la cabeza cubierta por un casco, lo había interceptado en una calle

céntrica de Medellín forzándolo a parar el campero que iba manejando. Sin quitarse el casco, el motociclista le ordenó que descendiera del vehículo y se subiera a la moto.

Tantos años viviendo en la clandestinidad lo habían curado de espantos. Catatumbo apagó el motor. Como no iba solo —lo acompañaban su esposa y su hijo—, se bajó sin oponer resistencia. Mientras se subía a la moto y se despedía con la mirada de su hijo y de su desconsolada mujer, alcanzó a darse cuenta de que al motociclista lo escoltaban varios carros. Fue llevado hasta una casa en El Poblado, el barrio de la gente adinerada de Medellín, donde fueron recibidos por una multitud de hombres ar-mados. Tras un primer vistazo Catatumbo contabilizó por lo menos cien hombres pero cuando entró a la inmensa casa constató que eran al menos cien más. En los años que llevaba de militar en las Farc solo había visto esa canti-dad de hombres armados en la guerrilla de las Farc. Ante semejante parafernalia pensó, con cierto alivio, que su captor no podía ser alguien del Ejército, pero entonces ¿en manos de quién estaba?

Seis hombres lo condujeron a un cuarto donde había una mesa y unas sillas. Un poco aturdido todavía por todo lo pasado en tan pocos minutos, Pablo Catatumbo deci-dió sentarse a esperar qué seguiría. En ese cuarto, que olía a humedad, sintió por primera vez que quizá de allí no saldría con vida. Al cabo de unos minutos, el mismo hombre de la moto —lo reconoció por la voz— entró a la habitación. Se sentó enfrente de él y, mirándolo a los ojos, de nuevo le preguntó con una voz que impresionó a

Catatumbo porque descubrió cierto dejo amistoso, si sabía quién era. Catatumbo posó sus ojos sobre el rostro adusto de su secuestrador. Un rostro que no había visto nunca.

En 1981, cuando sucedieron estos hechos, la clandes-tinidad en Colombia era un universo complejo por el que transitaban no solo las guerrillas sino los nuevos carteles de la droga como el de Medellín, cuyo poder ya empezaba a sentirse en ese submundo de la ilegalidad.

Catatumbo se preciaba de conocer ese espacio clan-destino de las ciudades porque había vivido en él desde los dieciocho años, edad en la que decidió convertirse en guerrillero de las Farc. Su historia de vida era sencilla y reflejaba esa otra cara de la realidad colombiana que Juan Manuel Santos nunca tuvo que vivir, aunque ambos hubieran nacido por la misma época.

Pablo Catatumbo nació en 1953 —dos años después que Juan Manuel Santos— en San Antonio, un barrio popular de Cali en plena época de la Violencia, cuando el país se encontraba bajo la dictadura del general Rojas Pinilla.

Su padre, de origen conservador, era un fotógrafo, em-pleado de la compañía Kodak, que trabajaba en la empresa de los pioneros de la fotografía en Cali, la familia Lenis. Las relaciones fueron siempre tan estrechas que Édgar Lenis fue el padrino de nacimiento de Pablo Catatumbo. Su madre era una mujer de origen campesino, oriunda de Cartago, una población situada al norte del departamento del Valle del Cauca, que se dedicó a la crianza de sus diez hijos, de los cuales Pablo y Hernán, cuatro años mayor, eran los únicos hombres.

Tuvo una infancia feliz, sin traumatismos, con las li-mitaciones propias de una familia de bajos recursos que sin embargo pudo enviar a sus hijos a la escuela. Su padre incluso logró ahorrar y comprar su propia casa, que fue construida en las jornadas comunitarias que se hacían los sábados y los domingos a las que también asistía su padrino, Edgar Lenis. Esa infancia sin traumatismos, que Pablo recuerda hoy casi como una fantasía, se vio empa-ñada por un evento trágico que súbitamente cambió su

Santos. Paradojas de la paz y del poder.Nuevo libro de María Jimena Duzán, publicado por Debate / Penguin Random House.401 páginas; edición rústica.$49,000

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vida: a los doce años perdió a su padre en un accidente de tránsito.

Como era buen fotógrafo con frecuencia contrataban a su padre en los pueblos para hacer fotografías de los eventos sociales, un trabajo al que le dedicaba los fines de semana y le permitía incrementar sus entradas, necesarias para mantener tanta prole. Una noche, cuando ya muy tarde volvía de uno de esos trabajos, al ver que no había servicio de flotas se montó en un camión cargado de cebollas. El conductor, afanado por llegar pronto al matrimonio de su hijo, no vio el cruce del tren y terminó estrellándose contra uno de sus vagones. A los doce años Catatumbo tuvo que hacer, a la fuerza, el tránsito de niño a hombre. Esa ausencia obligó a los dos hombres de la casa a salir en busca del sustento y a trabajar de día para poder seguir estudiando de noche.

En las condiciones sociales de la Colombia de los años setenta, donde las familias de bajos recursos no tenían siquiera seguridad social, su hermano tuvo que dejar de estudiar. Aunque su padrino le consiguió trabajo en una librería de Cali durante las vacaciones, al cabo de un tiempo Pablo también abandonó sus estudios y salió a buscar un empleo permanente. El único que con- siguió fue en una imprenta del partido comunista, empleo que le ayudó a conseguir su hermano. Sin que lo supiera, Pablo había entrado en contacto con algunos grupos de izquierda y su cara ya era conocida en las reuniones que se hacían en el barrio. Con frecuencia su herma-no llevaba a la casa libros y textos revolucionarios que Pablo terminaba leyendo ante su insistencia. Aunque no tenía su fervor revolucionario, Pablo empezó a abrazar ese camino por una razón muy simple: esa manera de ver las cosas le permitía entender mejor por qué habían tenido que enfrentar tan injustas condiciones sociales. En la imprenta, Pablo perfiló aún más su interés por las ideas revolucionarias que comenzaban a estremecer al mundo a finales de los sesenta. Tuvo la oportunidad de leer el diario del Che Guevara, quien acababa de morir fusilado en Bolivia y su figura mítica comenzaba a ser un referente obligado de la izquierda revolucionaria. También leyó el diario de Camilo Torres, el cura prove-niente de la oligarquía bogotana que murió en un combate en 1966, ocho meses después de unirse a la guerrilla del ELN, un grupo guerrillero fundado en 1964, inspirado en el triunfo de la Revolución cubana y en el auge de la Teología de la Liberación.

A la edad de catorce años, y mientras que Juan Manuel Santos hacía su bachillerato en el San Carlos, Pablo Catatumbo ingresaba a las Juventudes Comunistas, la escuela de for-mación de cuadros, reconocida por ser la cantera de donde salieron todos los comandantes de las Farc. Por su mili-tancia y su fervor, en 1971 fue seleccionado para ir a una escuela de formación política en Moscú. De regreso a Cali, luego de dos años de haber vivido en la Unión Soviética, se encontró con la noticia de que su hermano había tomado la decisión de unirse a la guerrilla de las Farc.

La decisión de su hermano de irse al monte a empuñar las armas impulsó a Pablo a seguir sus pasos, pero fue un cuadro guerrillero de las Farc llamado Jaime Bateman, amigo de su hermano, quien le dio el empujón que le faltaba. Bateman lo aleccionó diciéndole una y otra vez que la oligarquía de este país solo entendía a tiros y que este régimen político era tan corrupto que lo único que lo sostenía era un aparato militar represor. Según Bateman, la única forma de cambiar las cosas era construyendo un ejército poderoso que fuera capaz de acabar con ese poder represor.

Pablo ingresó a las filas de las Farc a los diecisiete años y en 1978, con veinticinco años, fue elegido como el miembro más joven del Estado Mayor conjunto de las Farc, responsable de las redes urbanas de Cali y de Bogotá. En 1980 cayó preso en una redada del Ejército que buscaba a los guerrilleros del M-19 que habían participado en el robo de las armas en el Cantón Norte porque creían que Catatumbo era de esa guerrilla.

El día que lo interceptó el anónimo motociclista acaba-ba de salir de la cárcel y andaba en la tarea de conseguir papeles falsos. Alguien le dijo que el duro en eso era un señor que hacía ese trabajo para la mafia de Medellín. El día anterior había ido a su oficina a concluir el negocio e iba camino a recoger los documentos cuando se encontró con el mismo sujeto que tenía ahora enfrente.

—¿Usted sabe quién soy yo? —le volvió a preguntar su secuestrador.

Catatumbo lo miró otra vez, con más cuidado, y le contestó la verdad: que no lo conocía. La confesión pro-dujo en su inquisidor un gesto de incredulidad, como si la respuesta le pareciera el colmo.

—No se afane —le dijo—. No soy del Ejército, soy de la mafia de Medellín. Mi nombre es Pablo Escobar Gaviria.

De la billetera que guardaba en el bolsillo trasero de sus pantalones el narcotraficante sacó su documento de identidad.

—Esta es mi cédula —le dijo mientras la ponía encima de la mesa que los separaba.

Catatumbo la tomó, se dio cuenta de que no era falsa y leyó el nombre.

—Lo siento pero el nombre no me suena —le dijo un poco asustado.

Y estaba diciendo la verdad. En 1981, Escobar era más conocido en los recintos de la política tradicional como un financiador generoso de campañas políticas, que en el mundo de la clandestinidad. Y aunque su insistencia por entrar a la política ya le había costado su primer re-vés —fue expulsado del grupo político liderado por Luis Carlos Galán por cuenta de los rumores crecientes de que sus dineros provenían del narcotráfico—, la noticia no había trascendido a los medios.

—¿Sabe por qué está usted aquí?—No lo sé.—He sabido que quieren secuestrar a Luis Carlos Molina,

mi socio. ¡Llámenme al señor Molina! —ordenó Escobar

Pablo ingresó a las filas de las Farc a los diecisiete años y en 1978, con veinticinco años, fue elegido como el miembro más joven del Estado Mayor conjunto de las Farc, responsable de las redes urbanas de Cali y de Bogotá.

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alzando la voz a uno de sus guardaespaldas sin quitarle a Catatumbo la mirada de encima.

A los pocos segundos apareció Luis Carlos Molina, un señor de rostro apacible que caminó sin musitar una sola palabra hasta sentarse al lado de Pablo Escobar. Molina era su caja menor y la persona que le cambiaba los cheques cada vez que quería hacer una transacción. En el argot del bajo mundo, era un lavador de dinero. Su oficina de cambios era bien conocida en el oscuro mundo clandestino y Pablo Catatumbo estaba enterado. En la medida en que se desarrollaba la “reunión”, Pablo Catatumbo fue enten-diendo por qué la mafia de Medellín lo había secuestrado. El capo, que tenía una red de información en la ciudad superior a la de los organismos de inteligencia, se enteró de que la guerrilla del M-19 estaba planeando secuestrar a su socio, Luis Carlos Molina. En esos años Colombia tenía más grupos guerrilleros que partidos políticos y la amenaza guerrillera era sin duda más real que la de los carteles del narcotráfico. Además de las Farc, existían el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL), maoísta, y el Movimiento 19 de Abril (M-19). Este último grupo armado había sido fundado en 1975 por ex- guerrilleros de las Farc comandados por Jaime Bateman Cayón, el mismo que aleccionó al que ahora res-pondía por las milicias urbanas de las Farc. Bateman se decidió a armar una disidencia cuando comprobó que las Farc estaban convertidas en una guerrilla decimonónica obligada a esperar el visto bueno de los jefes que vivían escondidos en las intrincadas montañas de Colombia para hacer una operación en las ciudades. Podían pasar sema-nas y meses sin moverse, engordando a la espera de las órdenes del Secretariado.

A diferencia de esa guerrilla campesina, atada a la lu-cha por la tierra y de poca capacidad ofensiva que eran las Farc, el M-19 era un movimiento netamente urbano, nacionalista, de talante más ofensivo, menos ortodoxo y con un discurso más intelectual dirigido a cooptar el descontento de los jóvenes universitarios.

Buena parte de los amigos de Pablo Catatumbo se fueron con Bateman a montar la disidencia y en ese mundo cóncavo de la clandes-tinidad se sabía que planeaban una serie de secuestros para conseguir dinero e inyectárselo al nuevo pro-yecto armado. Según la información obtenida por Escobar, la persona encargada de concebir y realizar el secuestro era Elvencio Ruiz, a quien Pablo Catatumbo conocía muy bien porque habían crecido juntos en Cali. Ruiz ingresó a la juventud comunista al mismo tiempo que Pablo y los dos aterrizaron de manera simultánea en las Farc. La deserción de este im-portante grupo de guerrilleros que estaba a cargo de las redes urbanas

había sido considerada por Marulanda y Jacobo Arenas como un acto de traición y existía una orden impartida a todos los guerrilleros de las Farc de romper relaciones con ellos, so pena de castigo severo. Pablo, que era un tanto indisciplinado, incumplió esa orden y de alguna for-ma mantuvo su relación con Elvencio Ruiz. En su última charla él mismo le había confesado que la guerrilla estaba ilíquida y que estaban considerando hacer una serie de secuestros para conseguir dinero.

Catatumbo intentó explicarle a Pablo Escobar que él no era del M-19 sino de las Farc y que esa guerrilla nunca había querido secuestrar a su socio, pero no lo convenció. De pronto entró a la habitación un señor que se identificó como Gustavo Gaviria, primo hermano de Pablo Escobar. Bastante alterado se acercó a su primo y en un tono exal-tado le dijo sin ningún reato que al guerrillero había que matarlo.

—Allá hay un cuartico donde le podemos hacer unos trabajos de ortodoncia para que hable —le dijo Gaviria con mirada amenazante.

Pablo Escobar lo calmó y retomó las riendas del in-terrogatorio.

—Si ustedes no son los que están planeando secuestrar a mi socio, entonces vaya y les dice a sus amigos que no se metan con Molina —le dijo Escobar sin perder sus buenos modales ni la calma.

Sin saber si lo dejaban salir para matarlo, Catatumbo fue liberado a condición de que les dijera a sus amigos que si mantenían el plan de secuestrar a Molina se las tendrían que ver con la mafia de Medellín. Salió del cuarto, traspasó el ejército de doscientos hombres armados pensando que Pablo Escobar no le iba a perdonar la vida y que en algún momento le iban a meter un tiro. Solo cuando alcanzó la calle tuvo la certeza de que le habían perdonado la vida. Tomó un bus y se bajó; tomó otro, otro y otro hasta que estuvo seguro de que nadie lo seguía. Sin pensarlo dos veces se fue rumbo a la casa de su amigo Elvencio Ruiz.

A diferencia de esa guerrilla campesina, atada a la lucha por la tierra y de poca capacidad ofensiva que eran las Farc, el M-19 era un movimiento netamente urbano, nacionalista, de talante más ofensivo, menos ortodoxo y con un discurso más intelectual dirigido a cooptar el descontento de los jóvenes universitarios.

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Con la voz aún temblorosa le contó lo que acababa de vivir.

—Me cogió la mafia de Medellín —le dijo todavía agitado por el re-cuerdo de esas horas azarosas—, un tipo que se llama Pablo Escobar, que parece ser un jefe muy poderoso, me dijo que no se le fuera a ocurrir tocar a Luis Carlos Molina. Nos van a matar a usted y a mí si no saldamos bien ese asunto.

Le confesó que venía por él para que los dos fueran a donde Escobar porque a eso se había comprometido para salir con vida de allí. Ruiz aceptó acompañarlo y al día siguiente en-traba con su amigo Pablo Catatumbo a la casa de El Poblado. La reunión se llevó a cabo en la gran sala de la casa y asistieron Luis Carlos Molina, Gustavo Gaviria y Pablo Escobar.

—Mire —le dijo Pablo Escobar a Elvencio, después de haberlo saluda-do sin mucha parsimonia—. Yo soy un bandido y si quieren plata yo se las regalo, pero nada de secuestros. No se metan con nosotros.

—¿A quiénes se refiere con eso de “nosotros”? —preguntó Pablo Catatumbo como para saber a qué atenerse.

—Pues a Luis Carlos Molina, Gustavo Gaviria y yo. Ustedes —le advirtió a Ruiz— tienen que prometernos que no se van a meter con ninguno de nosotros tres ni con nuestras familias.

Ruiz le aseguró a Pablo Escobar, con esa seriedad casi reverencial con que se pactan los acuerdos en la clan-destinidad, que iba a cumplir esa promesa. Sin embargo, antes de salir de la reunión, Pablo Escobar se le acercó a Catatumbo para recordarle que las cosas todavía no es-taban del todo arregladas.

—Usted no puede salir del país y cualquier movimiento suyo tiene que reportármelo —le dijo en tono de amenaza.

Pablo salió de allí con la idea clara de que, si su amigo no cumplía su promesa, el primero en pagar el pato sería él. Dos meses después de estos hechos, Catatumbo volvió a saber de Escobar cuando acababa de volver a Cali, su ciudad natal. Escuchó por las noticias que el M-19 había secuestrado a Martha Nieves Ochoa, hermana de Jorge Luis, Juan David y Fabio, reconocidos socios de Pablo Escobar en el cartel de Medellín. Por su rescate pedían doce millones de dólares.

—¿No acordamos con Escobar que no se iban a meter con ningún socio? —le increpó molesto Catatumbo a Elvencio cuando finalmente le contestó el teléfono.

—Hasta donde recuerdo, en esa lista de nombres que nos dio Escobar no estaban los Ochoa —le respondió Elvencio

con un sarcasmo que a Pablo no le produjo ninguna gracia.Al otro día alguien le dijo en Cali que el capo andaba

preguntando por él. Catatumbo, que sabía para qué lo buscaban, decidió perderse en Bogotá, donde a los po-cos días fue capturado por el Ejército momentos antes de encontrarse con un amigo en Unicentro, un centro comercial del norte de la ciudad.

Pablo Catatumbo fue llevado a la Brigada de Institutos Militares, conocida en ese entonces por ser el sitio donde se torturaba a los presos políticos. En varias ocasiones Catatumbo fue interrogado por Pablo Escobar y por su socio del cartel de Medellín, Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, y vio cómo ambos entraban y salían de la brigada como si fuera su casa. En la B.I.M. lo torturaron hasta quitarle las ganas de vivir. Con una cuchilla que le llegó a sus manos un día se cortó las venas, pero no se pudo morir porque a última hora fue llevado al hospital.

Una noche lo llevaron al aeropuerto militar de Catam en Bogotá, lo montaron en un helicóptero y lo bajaron en una finca ubicada en la sabana de Bogotá. A ciegas, fue arrastrado hasta un lugar donde descubrió, una vez le quitaron las vendas, que estaba en unas caballerizas junto a otros secuestrados que también tenían las manos atadas, custodiados por varios hombres fuertemente ar-mados que los pusieron en fila india debajo de la única luz que había en esa pesebrera. Escuchó un murmullo de voces a su alrededor que lo dejó aún más inquieto.

Catatumbo fue interrogado por Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, y vio cómo ambos entraban y salían de la brigada como si fuera su casa.

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Estaban rodeados por un grupo de gente que se mantenía en la oscuridad. Catatumbo se sintió como un marrano entrando a un matadero. Mientras iban formando reconoció a Elvencio, que estaba de primero en la fila, y a pesar del miedo se alcanzaron a saludar con los ojos.

De pronto, Catatumbo vio salir de la penumbra a Pablo Escobar, que se fue derecho a donde estaba Elvencio.

—¿Usted sabe dónde está Martha Nieves Ochoa? —le preguntó con unos modales bastante más recios de los que le conocieron en esa casona de El Poblado de Medellín.

—No —le respondió Elvencio de manera estoica—. No sé dónde está. En la guerrilla siempre hay un grupo que entrega, otro grupo que encaleta y otro grupo que devuelve.

Escobar le hizo la pregunta varias veces y la respuesta de Ruiz siempre fue la misma. De un momento a otro, un matón del capo apareció con una motosierra. La prendió y se la puso a Elvencio a la altura de la cara.

—¡Córtele primero una mano y después córtele una oreja!—gritó sin mayor empacho Gonzalo Rodríguez Gacha,

claramente exaltado.Catatumbo se puso aún más nervioso cuando distin-

guió que en el grupo en penumbras también estaban los poderosos miembros del clan Ochoa, los hermanos de Martha Nieves, la mujer secuestrada por el M-19 en una operación en la que era evidente que su amigo Elvencio había participado.

—Si quiere córtenme la cabeza, que a ustedes no les tengo miedo —dijo Elvencio con un arrojo que a Catatumbo le pareció inoficioso—. Ya les dije que no les voy a decir nada.

Catatumbo, convencido de que los iban a descuartizar vivos a todos si Elvencio seguía dándoselas de valiente, se le acercó a su amigo, tras pedirle permiso a Escobar, y consciente de que en la casa de Elvencio habían encontrado unas pertenencias de Martha Nieves, le susurró al oído:

—Si sigue diciendo que no sabe nada nos van a matar a todos.

Elvencio no le hizo caso a Catatumbo y siguió enfren-tando a su verdugo con un arrojo que desconcertó hasta al mismo Pablo Escobar. Ruiz decía que era mejor que lo mataran de una vez porque no les iba a revelar nada. El capo intervino en la dantesca escena con una frase que Pablo Catatumbo recuerda hoy al pie de la letra:

—¿Sabe qué, hermano? —dijo mirando al Mexicano—. Los varones no se matan, se respetan.

Posó de nuevo su vista en la cara atormentada de Ruiz y emitió su veredicto:

—Si los matamos, van a matar a esa muchacha y yo creo que lo mejor es negociar con el M-19.

Al cabo de dos días los soltaron, no sin antes informar-les que tenían en su poder a cerca de cuarenta miembros del M-19 y que además si Ruiz no lograba que liberaran a Martha Nieves, irían por la madre de Jaime Bateman, el máximo comandante del M-19. Martha Nieves Ochoa fue liberada a los pocos días, sin pagar un peso de resca-te. Catatumbo volvería a saber de Elvencio Ruiz en 1985, cuando un comando del M-19 se tomó a sangre y fuego el

Palacio de Justicia e hizo rehenes a varios magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Elvencio murió en la retoma que hizo la fuerza pública, en la que no solo cayeron los guerrilleros del M-19 sino la mitad de los magistrados de la Corte Suprema.

El secuestro de Marta Nieves Ochoa cambiaría para siempre la correlación de fuerzas de la guerra en Colombia. El cartel de Medellín, liderado por Escobar, fundó el grupo Muerte a Secuestradores (MAS), dirigido a contrarrestar las acciones guerrilleras, lo que sería la primera manifestación a gran escala del paramilitarismo. El MAS nació en 1981 con 2230 hombres y un fondo de 446 millones de pesos para “recompensas, ejecuciones y compra de equipos”. Un informe publicado en 1984 por el procurador general revelaría que este grupo, financiado por la mafia, también había sido fundado por importantes miembros del Ejército. En los años noventa el paramilitarismo, convertido ya en un ejército irregular, se enfrentaría con las Farc en una encarnizada guerra que produjo docenas de masacres y el desplazamiento de miles de víctimas.

Después de que Pablo Escobar les salvara la vida, Catatumbo decidió volver a Cali y mantenerse escondi-do. Luego de un atropellado viaje en el que casi lo atrapa el Ejército en un retén entrando al Valle del Cauca, logró llegar a la casa de su amigo Javier Delgado, el jefe de la red urbana de las Farc en Cali. Sin embargo, a su arribo alguien le advirtió que Delgado lo estaba buscando para matarlo por traidor: se lo acusaba de haberse aliado con la mafia. Esa era la lectura que Delgado tenía de los dos encuentros de Catatumbo con Escobar, episodios que al parecer ya habían llegado a oídos de las Farc. Durante un buen tiempo su pertenencia a esa guerrilla estuvo en entredicho, hasta que los propios hechos demostraron que quien realmente era un traidor era Delgado.

Delgado decidió desertar de las Farc e irse a las mon-tañas del Cauca a montar su propio grupo guerrillero, el Ricardo Franco. En enero de 1986, en un lugar conocido como Tacueyó, Delgado asesinó a 164 de sus guerrilleros acusándolos de ser infiltrados del Ejército, cuando en ver-dad eran en su mayoría campesinos analfabetas y algunos universitarios que seguían su causa revolucionaria. La masacre de Tacueyó es uno de los hechos más brutales cometidos por guerrilla alguna en Colombia. Delgado era en realidad un sicópata que torturó a sus víctimas recu-rriendo a métodos que no se veían desde la época de la Violencia: se encontraron muertos con el pecho abierto y cadáveres de mujeres embarazadas a quienes les habían sacado el feto de su vientre.

A mediados de los ochenta, Pablo Catatumbo se in-ternó en el monte hasta llegar al sitio donde acampaba el Secretariado, en ese momento integrado por Tirofijo, el estratega militar, y por Jacobo Arenas, el estratega político. En esas montañas fue testigo del primer intento de nego-ciar la paz, en 1984, con el gobierno de Belisario Betancur, cuando él ya pertenecía al estado mayor central de las Farc. El segundo intento se produjo diez años después, en 1994,

Catatumbo fue testigo del primer intento de negociar la paz, en 1984, con el gobierno de Belisario Betancur, cuando él ya pertenecía al estado mayor central de las Farc. El segundo intento se produjo diez años después, en 1994.

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bajo el gobierno de César Gaviria, mediante una mesa de diálogo abierta primero en Tlaxcala (México) y luego en Caracas, en momentos en que arreciaba la guerra entre las Farc y los grupos paramilitares.

En el pico de esa guerra, en 1996, el jefe paramilitar Carlos Castaño decidió secuestrar a varios familiares de los jefes de las Farc. Capturó a la madre de Iván Márquez, entonces comandante del bloque Caribe, al hermano de Alfonso Cano, el número dos en la jerarquía de las Farc, y a Janeth, la hermana menor de Pablo Catatumbo, la úni-ca de sus hermanos que nunca había sido de izquierda. Su hermana fue llevada hasta donde Castaño, acusada de ser testaferro de los dineros de las Farc que manejaba Catatumbo y exhibieron como prueba veintiocho millo-nes de pesos que tenía en su cuenta bancaria. Gracias a la mediación hecha por una ONG internacional fue liberada y decidió exiliarse en Costa Rica, muy a su pesar lejos de su hijo. Un día recibió una llamada de Carlos Castaño en la que le decía que, si quería volver a Colombia, primero tenía que arreglar las cosas con ellos. A pesar de que la familia le pidió que no se devolviera y que sobre todo no fuera a donde Castaño, ella insistió en verlo con el pode-roso argumento de que quería volver a vivir con su hijo.

—No les debo nada a ellos —le dijo a Pablo Catatumbo la última vez que hablaron.

Se supo que a los pocos días tomó un avión hasta Panamá pero nunca más volvieron a saber de ella. Años después encontraron su cuerpo en pedazos entre una pequeña caja de cartón enterrada en una fosa.

T ras los fracasos anteriores, el tercer intento de negociaciones se llevó a cabo durante el gobierno de Andrés Pastrana, en 1998, en momentos de

la mayor expansión militar de las Farc. Meses antes se habían tomado la capital del departamento del Vaupés, Mitú, situada al sureste del país; la toma fue llevada a cabo por cerca de mil hombres, un despliegue de fuerza tal que expuso la vulnerabilidad del Estado y planteó por primera vez la posibilidad de que la guerrilla pudiera ganar la guerra.

Pablo vivió todo ese proceso desde el cañón de Las Hermosas, en la inexpugnable Cordillera Occidental, como comandante del Bloque Occidental de las Farc, convertido en un comandante temido y poderoso. En esa cordillera no se movía una hoja sin que él lo supiera.

El día en que se rompieron las negociaciones, el 20 de febrero del 2002, las Farc entraron en una fase de agu-dización de la violencia que coincidió con la entrada en vigor del Plan Colombia, la ruta de escape que tenía el presidente Pastrana si fracasaba la negociación con las Farc. Esta nueva escalada terrorista la tuvo que enfren-tar el nuevo presidente electo Álvaro Uribe Vélez, quien arrasó en los comicios del 2002 con la promesa de que iba a acabar con las Farc y a salvar al país de la hecatombe.

Además de los secuestros extorsivos que afectaron de

manera dramática la vida de mucha gente, las Farc pro-tagonizaron una seguidilla de secuestros políticos cuyo propósito era forzar al nuevo gobierno de Uribe a llegar a un acuerdo humanitario que les permitiera intercambiar los secuestrados en su poder por los guerrilleros encarcelados. En abril de 2002, una columna del Bloque Oriental de las Farc comandada por Pablo Catatumbo secuestró a catorce diputados del Valle como una presión más para el Gobierno.

La primera vez que Pablo Catatumbo aceptó abrir un canal de diálogo con el gobierno de Álvaro Uribe fue a petición de Henry Acosta, un experto en cooperativismo oriundo del Valle del Cauca, a quien había conocido en 1999 en uno de los retenes que solía poner la guerrilla para vigilar quiénes entraban y salían de sus zonas. Acosta le contó que estaba en esa región buscando proyectos produc-tivos, lo que interesó a Catatumbo y le permitió moverse libremente, privilegio que muy pocos conseguían. Desde entonces mantuvieron una relación cordial, hecho que llegó a oídos del comisionado de paz, Luis Carlos Restrepo, quien decidió pedirle a Acosta —con la anuencia del pre-sidente Uribe, desde luego—, que le ayudara a abrir un canal de comunicación con Pablo Catatumbo con miras a negociar las condiciones del intercambio humanitario.

Tras años de negociaciones y de un fluido intercambio epistolar entre Henry Acosta y Pablo Catatumbo, a finales del primer semestre del 2007 las Farc y el gobierno de Uribe acordaron los términos para un intercambio humanitario en los municipios de Florida y Pradera, en el Valle del Cauca. Como muestra de su buena voluntad, Uribe incluso decidió excarcelar a cuatrocientos cincuenta guerrilleros de las Farc. Sin embargo, a última hora Juan Manuel Santos, su nuevo ministro de Defensa, se opuso al despeje de esos municipios con el argumento de que no era necesario entregarles a las Farc el control de ninguna parte del país para que se pudiera hacer un intercambio humanitario. Al presidente Uribe le parecieron tan contundentes los argumentos de su ministro que frenó el despeje. Al otro día Pablo Catatumbo fue sorprendido con un bombardeo en el que casi pierde la vida.

Desde entonces el intercambio epistolar quedó inte-rrumpido y las posibilidades de un acuerdo humanitario sepultadas, sobre todo luego de que se supo que trece de los catorce diputados del Valle que tenían secuestrados habían muerto en cautiverio. Aunque en un comunicado las Farc atribuyeron esas muertes a un incidente militar con un grupo armado no identificado, la Fiscalía pudo verificar que los políticos habían sido ejecutados por los guerrilleros que los custodiaban.

Tras el deceso de Tirofijo, ocurrido en marzo del 2008 a causa de un cáncer de próstata, Alfonso Cano fue un-gido como jefe máximo de las Farc y Pablo Catatumbo se reafirmaba en el cañón de Las Hermosas, muy cerca de donde tenía sus cuarteles el nuevo jefe de las Farc. Con Alfonso Cano lo unían estrechos lazos de amistad desde el ingreso de ambos a las Juventudes Comunistas, reforzados por los años pasados tan cerca en la selva y en la guerra.

El día en que se rompieron las negociaciones, el 20 de febrero del 2002, las Farc entraron en una fase de agudización de la violencia que coincidió con la entrada en vigor del Plan Colombia.

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Cuando resultó electo el presidente Juan Manuel Santos, Pablo Catatumbo fue el jefe de las Farc con el que se establecieron los primeros contactos.

Por esa época Catatumbo y Cano empezaron a darse cuenta del cambio en la correlación de fuerzas debido, en gran parte, al refinamiento sustancial de la inteligencia militar obtenida desde que Juan Manuel Santos había llegado al ministerio de Defensa.

Ambos jefes guerrilleros sabían que para ganar esta guerra era necesario cambiar la correlación de fuerzas y que lo único que podía contrarrestar al impresionante aparato militar del Ejército colombiano eran los misiles. Los buscaron con insistencia en el mercado negro pero solo pudieron conseguir las carcasas. Las Farc intentaron fabricar lo demás, pero luego de varios fracasos se resig-naron a que era imposible. “Si no es posible conseguir un equilibrio de las fuerzas es muy difícil ganar la guerra”, era una de las sentencias que solía decirle Alfonso Cano a Catatumbo. La guerra se fue escalonando hasta el punto que el Secretariado de las Farc se vio forzado a enfrentar el dilema de si estaban en armas con el propósito de tomarse el poder o solo para hacer una guerra de resistencia. En los últimos años las Farc habían tenido que recurrir a los dineros del narcotráfico para poder financiar una guerra que ya no iban a ganar y también fueron los años en que Pablo empezó a sentir que esta guerra se estaba alargando demasiado. Ni Pablo Catatumbo ni Alfonso Cano habían luchado cuarenta años para terminar haciendo una guerra

de resistencia.En 2010, apenas a tres meses de que Uribe saliera del

poder, recibieron una carta dirigida a Alfonso Cano, jefe de las Farc, y a Pablo Catatumbo, en la que les proponía abrir una negociación con miras a plantear una negociación de paz. Las Farc agradecieron el gesto pero respondieron que preferían esperar al nuevo gobierno para iniciar una ne-gociación de paz. Cuando resultó electo el presidente Juan Manuel Santos, Pablo Catatumbo fue el jefe de las Farc con el que se establecieron los primeros contactos que cinco años más tarde concluirían con la firma del acuerdo de paz.

Pablo llegaría a la mesa de La Habana en el 2014, casi un año y medio después de iniciado el proceso, en mo-mentos en que la guerra arreciaba y las conversaciones no avanzaban.

El día que llegó a La Habana me tropecé con él en el pasillo del hotel El Palco. Era ya mi cuarto viaje a la isla como reportera y al enterarme de la presencia de Pablo Catatumbo en la isla concerté con él una entrevista para la revista Semana. Cuando vi su rostro me resultó familiar. Al ver que no lo había reconocido me ayudó a aclarar mi memoria.

—Nos conocimos en La Uribe, en 1984 en los diálogos de paz —me dijo—. Tal vez usted me recuerde como Hernán. Claro que en ese entonces era flaco y tenía mucho más

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pelo —agregó con un humor que me desconcertó.

Lo miré con detenimiento y poco a poco empecé a recordar su rostro. En 1984, en plenas negociaciones de paz, siendo yo una muy joven repor-tera, viajé a La Uribe para hacer un reportaje sobre las Farc. Ese muni-cipio del departamento del Meta era el epicentro de las negociaciones y el lugar donde estaba el Secretariado, la cúpula de poder de la guerrilla de las Farc. Tres décadas más tarde el destino nos volvía a reunir en las mismas circunstancias.

Esa noche recibí una llamada en la habitación del hotel donde me hospedaba. Era Pablo Catatumbo. Con una voz profunda me pidió que bajara a la recepción porque nece-sitaba hablar conmigo. Catatumbo venía de una muy degradada guerra infernal y ya no recordaba la última vez que había caminado tranqui-lamente por una ciudad. Se sentía pisando un terreno desconocido y no sabía cómo enfrentar los reflec-tores de los medios.

—Sé de buena fuente que el presidente me salvó la vida —me dijo en un momento de confesión—. Pero quiero decirle que, a pesar de eso, no le perdono que no hubiera hecho lo mismo con la de Alfonso Cano.

El jefe máximo de las Farc cayó abatido en una operación militar en noviembre del 2011 que contó con el visto bueno del presidente Santos, en momentos en que —sin que el país lo supiera— ya se habían iniciado las primeras reuniones exploratorias entre delegados del Gobierno y miembros de las Farc. En una de las tantas entrevistas que tuve con Santos para escribir este libro, le pregunté al presidente por qué había tomado la decisión de dar de baja al jefe máximo de las Farc y si era cierto que años más tarde había frena-do una operación contra Catatumbo que le salvó la vida. Santos me respondió que los generales le informaron que tenían cercado a Cano. Dio la orden de la operación, cuyo propósito era capturarlo, porque tenía informaciones de inteligencia militar que le aseguraban que, en el fondo, Cano no le estaba apostando al proceso de paz.

—¿Y es cierto que le perdonó la vida a Pablo Catatumbo? —le pregunté.

—Eso es cierto —respondió el presidente.A lo largo de las negociaciones, Catatumbo siempre

fue el ala conciliadora del proceso, talante que le tra-jo problemas internos con el sector más duro, que lo consideraba demasiado condescendiente. Sin embargo, nunca perdió el norte. Días antes del plebiscito un alto funcionario internacional lo llamó para decirle que el

expresidente Uribe estaba interesado en encontrarse con las Farc en La Habana. La noticia lo sorprendió porque el expresidente repetía que él nunca se sentaría con ellos a dialogar porque los considerada unos narcoterroris-tas. Informó a sus compañeros de la insólita propuesta y se concluyó que era mejor preguntar cuáles serían las condiciones de ese encuentro. El emisario volvió con la razón y le comunicó que Uribe proponía recibirlos en una habitación del hotel Meliá Cohiba de La Habana y que el encuentro no podía ser público. Luego de discutir el tema con el Secretariado, Pablo le comunicó al emisario que las Farc no podían aceptar esa propuesta de hacer una reunión secreta.

Los últimos meses Pablo había tenido que sobrellevar, además de la derrota del plebiscito, los graves problemas de salud de su compañera Camila, quien estuvo a punto de morir en La Habana por cuenta de una oclusión intestinal mal atendida. Sergio Jara- millo supo de la gravedad de Camila y llamó a Catatumbo para decirle que él conocía a un especialista de la Fundación Santa Fe de Bogotá que lo había tratado por el mismo problema. Debido al estrés, Jaramillo sufrió dos episodios de oclusión, atendidos por este médico con muy buenos resultados. Pablo aceptó la oferta y de urgencia contactaron al médico colombiano, quien de inmediato aceptó operar a Camila y para ello fue trasladada en medio de total sigilo, en un operativo que vigiló de cerca Sergio Jaramillo, a la Unidad de Cuidados Intensivos de la Santa Fe donde por casi dos meses se de-batió entre la vida y la muerte.

A lo largo de las negociaciones, Catatumbo siempre fue el ala conciliadora del proceso, talante que le trajo problemas internos con el sector más duro, que lo consideraba demasiado condescendiente.

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EN EL PERIODISMO LA OBJETIVIDAD ES UN MITO, LA LIBERTAD, UN DERECHO Y LA INDEPENDENCIA, UNA OBLIGACIÓN.

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