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 e. F. Benson Cómo desapareció el miedo de la galería alargada

Edward F. Benson [=] Cómo desapareció el miedo

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Cómo desapareció el miedo de la galería alargada

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  • e. F. Benson

    Cmo desapareci el

    miedo de la galera

    alargada

  • [1]

    Church-Peveril es una casa tan acosada y frecuentada por espectros, tanto visibles co-mo audibles, que ningn miembro de la fa-milia que vive bajo su acre y medio de teja-dos de color verde cobrizo se toma mnima-mente en serio los fenmenos psquicos. Pa-ra los Peveril la aparicin de un fantasma es un hecho que apenas tiene mayor significado que la del correo para aquellos que viven en casas ms ordinarias. Es decir, llega prcti-camente todos los das, llama (o provoca al-gn otro ruido), se le ve subir por la calzada (o por cualquier otro lugar).

    Yo mismo, encontrndome all, he visto a la actual seora Peveril, que es bastante corta de vista, escudriar en la oscuridad mi-entras tombamos el caf en la terraza, des-pus de la cena, y decirle a su hija:

    Querida, no es la Dama Azul la que

  • [2]

    acaba de meterse entre los arbustos? Espero que no asuste a Flo. Silba a Flo para que venga, querida (debe saberse que Flo es el ms joven y hermoso de los numerosos per-ros tejoneras que all viven).

    Blanche Peveril lanz un silbido rpido y mastic entre sus blanqusimos dientes el azcar que no se haba disuelto y se encon-traba en el fondo de su taza de caf.

    Bueno, querida, Flo no es tan tonta como para preocuparnos dijo . La po-bre ta Brbara azul es tan aburrida! Siempre que me la encuentro parece como si quisiera hablarme, pero cuando le pregunto: Qu sucede, ta Brbara?, no responde nunca, slo seala hacia algn lugar de la casa, en un movimiento vago. Creo que quiere confe-sar algo que sucedi hace unos doscientos aos, pero que ha olvidado de qu se trata.

  • [3]

    En ese momento Flo dio dos o tres la-dridos breves y complacidos, sali de entre los arbustos moviendo la cola y empez a corretear alrededor de lo que a m me pare-ca un trozo de prado absolutamente vaco.

    Mira! Flo ha hecho amistad con ella coment la seora Peveril . Me pre-gunt por qu se vestir con ese estpido tono azul.

    De lo anterior puede deducirse que in-cluso con respecto a los fenmenos psquicos hay cierta verdad en el proverbio que habla de la familiaridad. Pero no es exacto que los Peveril traten a sus fantasmas con desprecio, pues la mayor parte de los miembros de esa deliciosa familia jams ha despreciado a na-die salvo a aquellas personas que reconocen no interesarse por la caza, el tiro, el golf o el patinaje. Y dado que todos sus fantasmas

  • [4]

    pertenecen a la familia, parece razonable su-poner que todos ellos, incluso la pobre Da-ma Azul, destacaron alguna vez en los de-portes de campo. Por tanto, y hasta ahora, no han albergado sentimientos de desprecio o falta de amabilidad, sino slo de piedad.

    Por ejemplo, le tienen mucho cario a un Peveril que se rompi el cuello en un va-no intento de subir la escalera principal montado en una yegua de pura sangre des-pus de algn acto monstruoso y violento que se haba producido en el jardn de atrs, y Blanche baja las escaleras por la maana con una mirada inusualmente brillante cuando puede anunciar que el amo Anthony arm mucho alboroto anoche. Dejando a un lado el hecho de que el amo Anthony hubiera sido un rufin tan vil, tambin fue un tipo tremendo en el campo, y a los Peve-

  • [5]

    ril les gustan estos signos de la continuidad de su soberbia vitalidad.

    De hecho, cuando uno permaneca en Church-Peveril se supona que era un cum-plido que se le asignara un dormitorio frecu-entado por miembros difuntos de la familia. Eso significa que a uno le consideran digno de ver al augusto y villanesco difunto, y que se encontrar en alguna cmara abovedada o cubierta de tapices, sin el beneficio de la luz elctrica, y le contarn que la tatarabuela Bridget se dedica ocasionalmente a ciertos e imprecisos asuntos junto a la chimenea, pero que es mejor no hablarle, y que uno oir tremendamente bien al amo Anthony si ste utiliza la escalera principal en algn momento anterior al amanecer. Despus te abandonan para el reposo nocturno y, tras haberte desvestido entre temblores, empiezas

  • [6]

    a apagar, desganadamente, las velas. En esas grandes estancias hay corrientes,

    por lo que los solemnes tapices se mueven, rugen y amainan, y las llamas de la chime-nea bailan adoptando las formas de cazado-res, guerreros, y recuerdan severas persecu-ciones. Entonces te metes en la cama, una cama tan enorme que sientes como si se ex-tendiera ante ti el desierto del Sahara, y, lo mismo que los marineros que zarparon con San Pablo, rezas para que llegue el da.

    En todo momento te das cuenta de que Freddy, Harry, Blanche y posiblemente hasta la seora Peveril son totalmente capaces de disfrazarse y provocar inquietantes ruidos fuera de tu puerta, para que cuando la abras te encuentres frente a un horror que ni si-quiera puedes sospechar.

    Por mi parte, me aferr a la afirmacin

  • [7]

    de que tengo una desconocida enfermedad en las vlvulas cardacas, y as pude dormir sin ser molestado en el ala nueva de la casa, en la que nunca penetran ta Brbara, la ta-tarabuela Bridget o el amo Anthony.

    He olvidado los detalles de la tatarabuela Bridget, pero parece ser que le cort la gar-ganta a un pariente distante antes de haber sido destripada ella misma con el hacha que se utiliz en Agincourt. Antes de eso haba llevado una vida muy apasionada y repleta de incidentes sorprendentes.

    Pero hay en Church-Peveril un fantasma del que la familia nunca se re, y por el que no sienten ningn inters amigable o diver-tido, y del que slo hablan lo necesario para la seguridad de sus invitados. Sera ms ade-cuado describirlo como dos fantasmas, pues la aparicin en cuestin es la de dos nios

  • [8]

    muy jvenes, gemelos. Sin razn alguna, la familia se los toma muy en serio.

    La historia de stos, tal como me la con-t la seora Peveril, es la siguiente: En el ao de 1602, el que fue el ltimo de la Reina Isa-bel, reciba en la Corte grandes favores un tal Dick Peveril. Era hermano del amo Jo-seph Peveril, propietario de las tierras y la casa familiar, quien dos aos antes, a la res-petable edad de setenta y cuatro aos, fue padre de dos muchachos gemelos, primog-nitos de su progenie. Se sabe que la regia y anciana virgen le haba dicho al bello Dick, casi cuarenta aos ms joven que su herma-no Joseph, es una pena que no seas el amo de Church-Peveril, y fueron probablemente esas palabras las que le sugirieron un plan siniestro.

    Pero sea como sea, el guapo Dick, que

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    mantena adecuadamente la reputacin fami-liar de perversidad, cabalg hasta Yorkshire y descubri el conveniente hecho de que a su hermano Joseph le acababa de dar una apo-pleja, la cual pareca consecuencia de una racha continuada de tiempo caluroso combi-nada con la necesidad de apagar la sed con una dosis cada vez mayor de Jerez, y lleg a morir mientras el guapo Dick, que Dios sa-br qu pensamientos tena en su mente, se diriga hacia el norte.

    Lleg as a Church-Peveril a tiempo para el funeral de su hermano. Asisti con gran decoro a las exequias y regres para pasar uno o dos das de luto con su cuada viuda, dama de corazn dbil poco apta para aco-plarse a halcones como aqul. En la segunda noche de su estancia, hizo lo que los Peveril han lamentado hasta hoy. Entr en el dormi-

  • [10]

    torio en el que dorman los gemelos con su ama y estrangul tranquilamente a sta mi-entras dorma. Cogi despus a los gemelos y los arroj al fuego que calienta la galera alargada. El tiempo, que hasta el da mismo de la muerte de Joseph haba sido tan calu-roso, se haba vuelto de pronto muy fro, por lo que en la chimenea se amontonaban los leos ardientes y estaba llena de llamas. En medio de esta conflagracin abri una cma-ra de cremacin y arroj en ella a los dos nios, patendolos con sus botas de montar. stos, que apenas saban andar, no pudieron salir de aquel lugar ardiente. Se cuenta que l se rea mientras echaba ms leos. Se con-virti as en amo de Church-Peveril.

    El crimen no le sirvi de mucho, pues no vivi ms de un ao disfrutando de su herencia teida de sangre. Cuando yaca

  • [11]

    como moribundo se confes al sacerdote que le atenda, pero su espritu sali de su envol-tura carnal antes de que pudieran darle la absolucin.

    Aquella misma noche comenz en Church-Peveril la aparicin de la que hasta hoy raramente habla la familia, y en caso de hacerlo slo en voz baja y con semblante serio. Una hora o dos despus de la muerte del guapo Dick uno de los criados, al pasar por la puerta de la larga galera, escuch dentro risotadas tan joviales y al mismo ti-empo tan siniestras como las que no crea que iba a volver a escuchar en la casa. En uno de esos momentos de valor fro tan cer-canos al terror mortal, abri la puerta y en-tr, esperando ver alguna manifestacin del que yaca muerto en la habitacin inferior. Pero lo que vio fue a dos pequeas figuras

  • [12]

    vestidas de blanco que avanzaban hacia l con poca seguridad cogidas de la mano sobre el suelo iluminado por la luna.

    Los que se encontraban en la habitacin de abajo subieron rpidamente sobresaltados por el ruido que produjo el cuerpo del criado al caer, y le encontraron atacado por una convulsin terrible. Poco antes de amanecer recuper la conciencia y cont su historia. Luego, sealando la puerta con un dedo tembloroso y ceniciento, lanz un grito y cay muerto hacia atrs.

    En los cincuenta aos siguientes se fij y consolid esta leyenda extraa y terrible de los gemelos. Por fortuna para los habitantes de la casa, su aparicin era muy rara, y du-rante aquellos aos parece ser que slo fue-ron vistos en cuatro o cinco ocasiones.

    Siempre se presentaban por la noche, en-

  • [13]

    tre el crepsculo y el amanecer, siempre en la misma galera alargada, y siempre como dos nios que avanzan sin seguridad, apenas sabiendo andar. Y en todas las ocasiones el desafortunado individuo que les vio muri de manera rpida o terrible, o rpida y terri-ble al mismo tiempo, despus de que se le hubiera presentado la visin maldita. A veces consegua vivir algunos meses: pero tena suerte si mora, tal como le sucedi al criado que les vio la primera vez, en pocas horas. Mucho ms terrible fue el destino de una tal seora Canning, que tuvo la mala fortuna de verles en mitad del siguiente siglo, o para ser ms preciso en el ao de 1760. Para entonces las horas y el lugar de la aparicin eran bien conocidos, y hasta hace un ao se adverta a los visitantes que no entraran en la galera alargada entre el crepsculo y el amanecer.

  • [14]

    Pero la seora Canning, mujer hermosa y de gran inteligencia, adems de admirado-ra y amiga del notorio escptico seor Vol-taire, acuda a propsito al lugar de la apari-cin y se sentaba all noche tras noche a pe-sar de las protestas de todos los dems. Du-rante cuatro noches no vio nada, pero en la quinta se cumpli su deseo, pues se abri la puerta situada en mitad de la galera y cami-n con paso inseguro hacia ella la pareja de pequeos inocentes de mal augurio. Parece ser que ni siquiera entonces se asust, pues a la pobre infeliz le pareci adecuado burlarse de ellos y decirles que era hora de que regre-saran al fuego. Estos no le respondieron, si-no que se dieron la vuelta y se alejaron de ella llorando y sollozando.

    Inmediatamente despus de que desapa-recieran de su vista, descendi con movimi-

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    entos ligeros hasta donde le aguardaban los familiares y huspedes de la casa, y anunci con aire triunfal que haba visto a ambos y tena necesidad de escribir al seor Voltaire para contarle que haba hablado con los es-pritus manifestados. Eso le hara rer. Pero cuando meses ms tarde le llegaron todas las noticias, no pudo rer en absoluto.

    La seora Canning era una de las belle-zas de su poca, y en el ao de 1760 estaba en la cumbre y el cnit de su florecimiento. Su principal atractivo, si es posible destacar un punto donde todo era tan exquisito, radi-caba en el color deslumbrante y el brillo in-comparable de su tez. Tena entonces treinta aos, pero a pesar de los excesos de su vida conservaba la nieve y las rosas de su juven-tud, y cortejaba la luz brillante del da que otras mujeres evitaban, pues con ella se mos-

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    traba con gran ventaja el esplendor de su piel.

    Por eso se sinti considerablemente abrumada una maana, unos quince das despus de la extraa experiencia de la gale-ra, al observar en la mejilla izquierda, tres o cuatro centmetros por debajo de sus ojos color turquesa, una manchita griscea en el cutis, del tamao de una moneda de tres pe-niques. En vano se aplic sus habituales en-juagues y ungentos: vanas fueron tambin las artes de su frdense y de su consejero mdico. Se mantuvo apartada durante una semana martirizndose con la soledad y m-dicos desconocidos, y como consecuencia al final de esa semana no haba mejorado para consolarse: lo que sucedi en cambio fue que el tamao de aquella lamentable mancha gris se haba doblado.

  • [17]

    Despus de eso, la desconocida enferme-dad, fuera la que fuese, se desarroll de ma-neras nuevas y terribles. Desde el centro de la mancha brotaron pequeos zarcillos pare-cidos a lquenes de color gris verdoso, y apa-reci otra mancha sobre su labio inferior.

    Tambin sta tuvo un crecimiento vege-tal y una maana, al abrir los ojos al horror de un nuevo da, descubri que su vista se haba vuelto extraamente borrosa. De un salto se acerc a su espejo y lo que vio le hi-zo gritar horrorizada. Pues del prpado su-perior haba brotado por la noche un nuevo crecimiento, semejante a un champin, y sus filamentos se extendan hacia abajo cu-briendo la pupila del ojo.

    Poco despus fueron atacadas la lengua y la garganta: se obstruyeron los conductos del aire y, tras tantos sufrimientos, la muerte por

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    sofocacin result piadosa. Ms aterrador fue todava el caso de un

    tal coronel Blantyre, que dispar a los nios con su revolver. Pero lo que sucedi no lo registraremos aqu.

    Era por tanto esa aparicin la que los Peveril se tomaban muy en serio, y a todo invitado que llegara a la casa se le adverta que no entrara bajo ningn pretexto en la galera alargada desde la cada de la noche.

    Sin embargo durante el da es una habi-tacin deliciosa que merece ser descrita por s misma, aparte del hecho de que para lo que voy a relatar ahora se necesita una clara comprensin de su geografa. Tiene sus bue-nos veinticinco metros de longitud, y est iluminada por una fila de seis ventanas altas que dan a los jardines traseros. Una puerta comunica con el rellano superior de la esca-

  • [19]

    lera principal, y a mitad de la galera, en la pared que da a las ventanas, hay otra puerta que comunica con la escalera posterior y los alojamientos del servicio, de manera que la galera es un lugar de paso constante para ellos cuando acuden a las habitaciones del primer rellano. Por esa puerta entraron los pequeos nios cuando se le aparecieron a la seora Canning, y se sabe que tambin en otras ocasiones entraron por ella, pues la ha-bitacin de la que les sac el guapo Dick est exactamente ms all de la parte superior de la escalera posterior. Tambin est en la ga-lera la chimenea a la que los arroj, y en el extremo hay un gran mirador que da direc-tamente a la avenida. Encima de la chimenea est colgado, con un significado tenebroso, un retrato del guapo Dick con la belleza in-solente de su juventud, atribuido a Holbein,

  • [20]

    y hay frente a las ventanas otra docena de retratos de gran mrito.

    Durante el da es la sala de estar ms frecuentada de la casa, pues sus otros visitan-tes nunca se presentan all en esos momen-tos, ni resuena jams la risa jovial y dura del guapo Dick, que a veces es escuchada, cuan-do ha anochecido, por los que pasan por el rellano exterior. Pero a Blanche no se le po-ne la mirada brillante cuando la oye: se tapa los odos y se apresura a alejarse lo ms po-sible del sonido de esa alegra atroz.

    Durante el da, numerosos ocupantes frecuentan la galera alargada, y resuenan all muchas risas que en modo alguno son sini-estras o saturnianas. Cuando el verano es caluroso, los ocupantes reposan en los asien-tos de las ventanas, y cuando el invierno ex-tiende sus dedos helados y sopla con estri-

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    dencia entre sus palmas congeladas, se con-gregan alrededor de la chimenea del extremo y, en compaa de alegres conversadores, se sientan en el sof, las sillas, los sillones y el suelo.

    A menudo he estado sentado all en las largas tardes de agosto hasta la hora de la cena, pero nunca, al or que alguien parecie-ra dispuesto a quedarse hasta ms tarde, he dejado de or la advertencia: Se cierra al anochecer: nos vamos?

    Posteriormente, en los das ms cortos del otoo suelen tomar all el t, y ha suce-dido a veces que incluso cuando la alegra era mayor la seora Peveril miraba de pron-to por la ventana y deca:

    Queridos, se est haciendo demasiado tarde: prosigamos nuestras absurdas historias abajo, en el saln.

  • [22]

    Y entonces, por un momento, un curioso silencio cae siempre sobre los locuaces invi-tados y familiares, y como si acabramos de enterarnos de alguna mala noticia todos sa-limos en silencio del lugar.

    Hay que decir, sin embargo, que el esp-ritu de los Peveril (me refiero claro est al de los vivos) es de lo ms mercuriano que pue-da imaginarse, por lo que el infortunio que cae sobre ellos al pensar en el guapo Dick y sus hechos desaparece de nuevo con sor-prendente rapidez.

    Poco despus de las Navidades del lti-mo ao se encontraba en Church-Peveril un grupo tpico, amplio, juvenil y particular-mente alegre, y como de costumbre, el trein-ta y uno de diciembre la seora Peveril cele-braba su baile anual de Nochevieja. La casa estaba atestada y haban acudido la mayor

  • [23]

    parte de las familias Peveril para que propor-cionaran dormitorio a aquellos invitados que no lo tenan. Durante los das anteriores, una helada negra y sin viento haba impedi-do toda actividad de caza, pero mala es la falta de viento que golpea sin producir bien (si se me permite mezclar as las metforas), y el lago que haba bajo la casa se haba cu-bierto durante los ltimos dos das con una capa de hielo adecuada y admirable.

    Todos los que habitaban la casa ocupa-ron la maana entera de aquel da realizando veloces y violentas maniobras sobre la esqui-va superficie, y en cuanto terminamos el al-muerzo todos, con una sola excepcin, vol-vimos a salir precipitadamente. La excepcin fue Madge Dalrymple, quien haba tenido la mala fortuna de sufrir una cada bastante seria a primera hora, aunque esperaba que si

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    dejaba reposar su rodilla herida, en lugar de unirse de nuevo a los patinadores, podra bailar aquella noche.

    Es cierto que aquella esperanza era de lo ms optimista, pues slo pudo regresar a la casa cojeando de manera innoble, pero con esa alegra jovial que caracteriza a los Peveril (es prima hermana de Blanche), coment que en su estado presente slo podra obte-ner un placer tibio con el patinaje, y por ello estaba dispuesta a sacrificar un poco para poder luego ganar mucho.

    En consecuencia, tras una rpida taza de caf que fue servida en la galera alargada, dejamos a Madge cmodamente reclinada en el sof grande situado en ngulo recto con la chimenea, con un libro atractivo que le per-mitiera entretener el tedio hasta la hora del t. Como era de la familia, lo saba todo so-

  • [25]

    bre el guapo Dick y los nios, y conoca el destino de la seora Canning y el coronel Blantyre, pero cuando nos bamos o que Blanche le deca:

    No te quedes hasta el ltimo minuto, querida.

    No le contest Madge . Saldr bastante antes del crepsculo.

    Y as nos fuimos, dejndola a solas en la galera.

    Madge pas algunos minutos leyendo su atractivo libro, pero como no consegua su-mergirse en l, lo dej y se acerc cojeando a la ventana. Aunque apenas eran poco ms de las dos, entraba por ella una luz sombra e incierta, ya que el brillo cristalino de la ma-ana haba dado paso a una oscuridad velada que producan las espesas nubes que se acer-caban perezosamente desde el nordeste. El

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    cielo entero estaba ya cubierto por ellas, y ocasionalmente algunos copos de nieve se agitaban ondulantes frente a las largas ven-tanas. Por la oscuridad y el fro de la tarde, le pareci que iba a caer una fuerte nevada en breve, y aquellos signos exteriores tenan un paralelismo interior en esa somnolencia apagada del cerebro que provoca la tormenta en los seres sensibles a las presiones y velei-dades del clima. Madge era presa peculiar de esas influencias externas: una maana alegre produca un brillo y una energa inefables en su espritu, y en consecuencia la proximidad del mal tiempo le produca una sensacin somnolienta que al mismo tiempo la depri-ma y adormeca.

    En ese estado de nimo regres cojeando al sof situado junto a la chimenea. Toda la casa estaba cmodamente calentada por cale-

  • [27]

    faccin de agua, y aunque el fuego de leos y turba, que formaban una combinacin adorable, arda muy bajo, la habitacin se encontraba caliente. Contempl ociosamente las llamas menguantes y no volvi a abrir el libro, sino que se qued tumbada en el sof de cara a la chimenea, intentando escribir adormecida una o dos cartas en cuya escritu-ra iba retrasada en lugar de irse inmediata-mente a su habitacin a pasar el tiempo has-ta que el regreso de los patinadores volviera a traer la alegra a la casa.

    Adormecida, empez a pensar en lo que deba comunicar: una carta a su madre, muy interesada por los asuntos psquicos de la familia. Le contara que el amo Anthony ha-ba estado prodigiosamente activo en la esca-lera una o dos noches antes, y que la Dama Azul, con independencia de la severidad del

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    clima, haba sido vista paseando aquella misma maana por la seora Peveril. Resul-taba bastante interesante que la Dama Azul hubiera bajado por el paseo de los laureles y se la hubiera visto entrar en los establos, en los que en aquel momento Freddy Peveril estaba inspeccionando los caballos de caza. En ese instante se extendi por los establos un pnico repentino y los caballos empeza-ron a relinchar, cocear, espantarse y sudar. De los gemelos fatales no se haba visto nada en muchos aos, pero tal como su madre saba, los Peveril no utilizaban nunca la gale-ra larga despus de la cada del sol.

    En ese momento se irgui, al recordar que se encontraba en la galera. Pero apenas s pasaba un poco de las dos y media, y si se iba a su habitacin en media hora tendra tiempo suficiente para escribir esa carta y la

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    otra antes del t. Hasta entonces leera el libro. Se dio cuenta entonces de que lo haba dejado en el alfizar de la ventana y no le pareci oportuno ir a recogerlo. Se senta muy adormilada.

    El sof haba sido tapizado recientemen-te en un terciopelo de tono verde grisceo, parecido al color del liquen. Era de una tex-tura suave y gruesa, y estir perezosamente los brazos, uno a cada lado del cuerpo, apre-tando la lanilla con los dedos. Qu horrible haba sido la historia de la seora Canning: lo que le creci en el rostro tena el color del liquen. Y entonces, sin ms transicin o des-dibujamiento del pensamiento, Madge se qued dormida.

    So. So que despertaba y se encon-traba exactamente donde se haba dormido, y exactamente en la misma actitud. Las lla-

  • [30]

    mas de los leos haban vuelto a avivarse y saltaban sobre las paredes, iluminando ade-cuadamente el cuadro del guapo Dick colga-do sobre la chimenea. En el sueo saba exactamente lo que haba hecho aquel da, y por qu razn se encontraba recostada all en lugar de estar fuera con los dems patinado-res. Recordaba tambin (todava en sueos) que iba a escribir una o dos cartas antes del t, y se dispuso a levantarse para regresar a su habitacin. Cuando lo haba hecho a me-dias, vio sus brazos recostados a ambos lados sobre el sof de terciopelo gris. Pero no po-da ver dnde estaban sus manos y dnde empezaba el terciopelo: pareca que los de-dos se le hubieran fusionado con la lana. Ve-a con toda claridad las muecas, una vena azul en el dorso de las manos y algn nudil-lo aqu y all. Luego, en el sueo, recordaba

  • [31]

    el ltimo pensamiento que haba cruzado por su mente antes de dormirse, el crecimi-ento de una vegetacin de color liquen en el rostro, ojos y garganta de la seora Canning. Con ese pensamiento comenz el terror pa-ralizante de la pesadilla real: saba que se estaba transformando en ese material gris, pero era absolutamente incapaz de moverse. Muy pronto, el gris se extendera por sus brazos y pies; cuando llegaran de patinar no encontraran ms que un enorme cojn in-forme de terciopelo color liquen, y sera ella. El horror se hizo ms agudo, y entonces, con un esfuerzo violento, se liber de las garras de ese sueo maligno y despert.

    Permaneci all tumbada uno o dos mi-nutos, consciente slo del alivio tremendo que le produca estar despierta. Volvi a to-car con los dedos el agradable terciopelo, y

  • [32]

    los movi hacia atrs y adelante para asegu-rarse de que no estaba fusionada con el ma-terial gris y suave, tal como haba sugerido el sueo. Pero se mantuvo quieta, a pesar de la violencia del despertar, muy somnolienta, y se qued all, mirando hacia abajo, hasta darse cuenta de que no poda ver sus manos. Haba oscurecido mucho.

    En ese momento, un parpadeo repentino de la llama brot del fuego moribundo y una llamarada de gas ardiente desprendida de la turba inund la habitacin. El retrato del guapo Dick la miraba con malignidad, y vol-vi a ver sus manos. Se apoder de ella en-tonces un pnico peor que el de su sueo. La luz del da haba desaparecido totalmente y saba que estaba a solas en la oscuridad de la terrible galera. Aquel pnico tena la natura-leza de la pesadilla, pero se senta incapaz de

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    moverse por causa del terror. Era peor que una pesadilla porque saba que estaba despi-erta. Y entonces comprendi plenamente qu era lo que causaba aquel miedo paralizante; supo con absoluta certeza y conviccin que iba a ver a los gemelos.

    Sinti que de pronto le brotaba una hu-medad en el rostro al mismo tiempo que dentro de la boca la lengua y la garganta se le quedaban secas, y sinti que la lengua le raspaba en la superficie interior de los dien-tes. Haba desaparecido de sus miembros toda capacidad de movimiento, y estaban muertos e inertes mientras contemplaba con los ojos bien abiertos la negrura. La bola de fuego que haba salido de la turba haba vuelto a desaparecer y la oscuridad la envol-va.

    Entonces, en la pared opuesta, frente a

  • [34]

    las ventanas, apareci una luz dbil de color carmes oscuro. Pens por un momento que anunciaba la proximidad de la visin terri-ble, pero la esperanza se reanim en su cora-zn y record que espesas nubes haban cu-bierto el cielo antes de quedarse dormida, y conjetur que aquella luz proceda del sol, que todava no se haba puesto del todo. Esa repentina recuperacin de la esperanza le dio el estmulo necesario para levantarse de un salto del sof en el que estaba reclinada. Mi-r por la ventana hacia el exterior y vio una luz apagada en el horizonte. Pero antes de que pudiera dar un paso, haba regresado la oscuridad. De la chimenea sala una dbil chispa de luz que apenas iluminaba los la-drillos con la que estaba hecha, y la nieve, que caa pesadamente, golpeaba los cristales de las ventanas. No haba ms luz ni sonido

  • [35]

    que aqullos. No la haba abandonado del todo, sin

    embargo, el valor que le haba dado la capa-cidad de movimiento, por lo que empez a abrirse paso por la galera. Descubri enton-ces que estaba perdida. Tropez con una sil-la, y nada ms recuperarse tropez con otra. Despus era una mesa la que le impeda el paso, y girando rpidamente hacia un lado se encontr atrapada por el respaldo de un sof. De nuevo gir y vio la dbil luz de la chimenea en el lado contrario al que ella es-peraba. Al avanzar a tientas y a ciegas deba haber cambiado de direccin. Pero qu di-reccin poda tomar? Pareca bloqueada por los muebles, y en todo momento resultaba insistente e inminente el hecho de que dos fantasmas terribles e inocentes se le iban a aparecer.

  • [36]

    Comenz entonces a rezar. Oh Seor, ilumina nuestra oscuridad, dijo para s misma. Pero no se acordaba de cmo prose-gua la oracin, que tan desesperadamente necesitaba.

    Era algo acerca de los peligros de la no-che. Incesantemente tanteaba los alrededores con manos nerviosas. El brillo del fuego que deba haber estado a su izquierda se encon-traba de nuevo a la derecha; por tanto deba girar otra vez. Ilumina nuestra oscuridad, susurraba, para despus repetir en voz alta: Ilumina nuestra oscuridad.

    Choc con una pantalla cuya existencia no recordaba. Precipitadamente tante a su lado a ciegas y toc algo suave y aterciopela-do. Se trataba del sof sobre el que haba estado reclinada? En ese caso se encontraba en la cabecera. Tena cabeza, espalda y pies...

  • [37]

    era como una persona recubierta de liquen verde. Perdi totalmente la cabeza. Lo nico que poda hacer era rezar; estaba perdida, perdida en un lugar horrible en el que nadie sala en la oscuridad salvo los nios que llo-raban. Y escuch su voz, que creca desde el susurro al habla, y del habla al grito. Grit las palabras sagradas, las chill como si blas-femara mientras se mova a tientas entre me-sas, sillas y objetos agradables de la vida or-dinaria, pero que se haban vuelto terribles.

    Se produjo entonces una respuesta re-pentina y terrible a la oracin vociferada. Una vez ms, una bolsa de gas inflamable de la turba de la chimenea se levant entre las ascuas que ardan lentamente e ilumin la estancia. Vio los ojos malignos del guapo Dick y vio los pequeos y fantasmales copos de nieve cayendo con fuerza en el exterior. Y

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    vio dnde estaba: exactamente delante de la puerta por la que entraban los terribles ge-melos. La llama volvi a desaparecer y la de-j una vez ms en la negrura. Pero haba ganado algo, pues ahora conoca su posicin. La parte central de la estancia careca de muebles, y un movimiento rpido la llevara hasta la puerta del rellano situado encima de la escalera principal, y por tanto a la seguri-dad. Con aquel brillo haba sido capaz de ver el asa de la puerta, de bronce brillante, lu-minosa como una estrella. Ira directamente hacia ella, era cuestin slo de unos segun-dos.

    Tom una inspiracin profunda en parte como alivio y en parte para satisfacer las demandas de su corazn palpitante. Pero slo haba respirado a medias cuando la so-brecogi de nuevo la inmovilidad de la pesa-

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    dilla. Escuch entonces un pequeo susurro, nada ms que eso, desde la puerta frente a la que se encontraba, y por la que entraron los gemelos.

    En el exterior no haba oscurecido to-talmente, pues pudo ver que la puerta se abra. Y all, en ella, estaban una al lado de la otra las dos pequeas figuras blancas. Avanzaron hacia ella lentamente, arrastrando los pies. No poda ver con claridad rostro o forma algunos, pero las dos pequeas figuras blancas avanzaban. Saba que eran los fan-tasmas del terror, inocentes del destino terri-ble que iban a producir, aunque tambin ella fuera inocente.

    Con una inconcebible rapidez de pen-samiento decidi qu iba a hacer. No les ha-ra dao ni se reira de ellos, y ellos... ellos slo eran unos bebs cuando aquel acto per-

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    verso y sangriento les haba enviado a su ar-diente muerte. Seguramente los espritus de aquellos nios no seran inaccesibles al llan-to de aquella que era de su misma sangre y que no haba cometido falta alguna que la hiciera merecedora del destino que ellos tra-an. Si les suplicaba podran tener piedad, podran evitar transmitirle la maldicin, po-dran permitirle que saliera de aquel lugar sin infortunio, sin la sentencia de muerte, o la sombra de cosas peores que la muerte.

    Slo vacil durante un momento, y lue-go cay de rodillas y extendi las manos ha-cia ellos.

    Queridos mos dijo . Slo me qued dormida. No he cometido ningn otro mal que se...

    Se detuvo un momento y su tierno cora-zn juvenil no pens ya en s misma, sino en

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    ellos, en aquellos pequeos e inocentes esp-ritus sobre los que haba cado tan terrible destino, que transmitan la muerte mientras otros nios transmitan la risa y un destino placentero. Pero todos aquellos que les hab-an visto antes les haban temido o se haban burlado de ellos.

    Y entonces, cuando la luz de la piedad apareci en ella, su miedo desapareci como la hoja arrugada que recubre los dulces y plegados capullos de la primavera.

    Queridos, siento tanta pena por voso-tros. No es culpa vuestra que me hayis tra-do adonde estoy, pero ya no os tengo miedo. Slo siento pena por vosotros. Que Dios os bendiga, pobres nios.

    Levant la cabeza y les mir. Aunque es-taba muy oscuro pudo verles el rostro, bajo la oscuridad vacilante de las llamas plidas

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    sacudidas por una corriente. Los rostros no eran desgraciados ni crueles: le sonrean con su sonrisa tmida de nios pequeos. Y mi-entras ella les miraba fueron desapareciendo lentamente como espirales de vapor en un aire helado.

    Madge no se movi nada ms desapare-cer los nios, pues en lugar del miedo que la haba envuelto senta ahora una maravillosa sensacin de paz, tan feliz y serena que no deseaba moverse, lo que podra turbarla. Pe-ro al poco se levant, y abrindose camino a tientas, aunque sin la sensacin de pesadilla presionando en ella, y sin espolearla el frene-s del miedo, sali de la galera y se encontr a Blanche que suba las escaleras silbando y balanceando los patines que llevaba en una mano.

    Cmo tienes la pierna, querida? Veo

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    que ya no cojeas. Hasta ese momento Madge no haba

    pensado en ello. Creo que la debo tener bien con-

    test . Pero en cualquier caso me haba olvidado de ella. Blanche, querida, no te asustes de lo que voy a decirte, me lo pro-metes?... He visto a los gemelos.

    El rostro de Blanche palideci un mo-mento por el terror.

    Cmo? pregunt en un susurro. S, los acabo de ver ahora. Pero eran

    amables, me sonrieron; y yo sent pena por ellos. No s por qu, pero estoy segura de que no tengo nada que temer.

    Parece ser que Madge tena razn, pues no le ha sucedido nada desagradable. Algo, podemos suponer que su actitud hacia ellos, su piedad y simpata, conmovi, disolvi y

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    aniquil la maldicin. La ltima semana lle-gu a Church-Peveril despus de oscurecer. Cuando pas por la puerta de la galera, Blanche sali por ella.

    Ah, es usted me dijo . Acabo de ver a los gemelos. Parecen tan dulces, se quedaron casi diez minutos. Vamos a tomar el t enseguida.

    How fear departed from the long gallery

    APEDEUTEKA GUINEFORT, 2015