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Editorial

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Luis Miguel Boullón

Testimonio de Conversión de un Pastor Evangélico

Greg Oatis

El "Paganismo" de la Iglesia Católica

Daniel Iglesias

Reflexiones Sobre el Evolucionismo

Teísta

Dave Armstrong

Los "Apócrifos" ¿Por Qué Forman Parte de la Biblia?

C O N T E N I D O6 12 16 19

NUESTRO EQUIPOJosé Miguel Arráiz

Dirección de contenidos.Cristhian Barajas Pérez

Diseño gráfico y editorial.

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Este es el sexto número de la revista Apologeticum, publicación cuatrimestral editada por ApologeticaCatolica.org para nuestros suscriptores. Pretende recopilar de manera regular algunos artículos apologéticos de interés publicados tanto en nuestra Web como en otras Web amigas. De esta manera buscamos contribuir con la tarea evangelizadora difundiendo y promoviendo la fe católica.

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Revista Apologeticum

Alberto MensiHacia Una

Religión del Hombre

Bruno Moreno Ramos

¿Quo Vadis Ecumenismo?

José Miguel Arráiz

¿Martín Lutero tenía razón?

Bruno Moreno Ramos

¿Por Qué los Católicos

Están Tan Mal Formados?

22 26 34 36

La apologética tiene que estar animada por un espíritu de mansedumbre, por una humildad compasiva que comprende las preocupaciones y los interrogantes de los

demás, y no se apresura a ver en ellos mala voluntad o mala fe.

Al mismo tiempo, no ha de ceder a una interpretación sentimental del amor y

de la compasión de Cristo separada de la verdad, sino que insistirá en que el amor

y la compasión verdaderos plantean exigencias radicales, precisamente porque

son inseparables de la verdad, que es lo único que nos hace libres (cf. Jn 8, 32).

Editorial

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APOLOGETICUM les desea

¡BENDICIONES ESTE

PRÓXIMO

OTOÑO!

¡La revista

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Testimonios

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El Demonio es Protestante:Testimonio de mi Conversión al Catolicismo

Por Luis Miguel Boullón

“Al principio fue el Verbo”

Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia que tuve al leer un artículo en esta Revista que ahora aprecio tanto, como es la que me honra publicando este trabajo. Yo encontraba que la nota era demasiado radical en sus afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo estaba acostumbrado a leer.

No me dejaba muchos ‘flancos’ descuidados por donde atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenía sentido desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había enseñado a realizar de forma automática e inconsciente. Generalmente los católicos tienen como que una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y como no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados flojos.

En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo como “leyendas negras”, porque me parecía que era inconducente debatir basándome en miserias personales o grupales sin haber derribado la propia lógica de su existencia. Eso hice con algunas sectas o con temas como la evolución o algunos derechos humanos según se les entiende normalmente.

Reconozco que muchos de los que en ese momento eran mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar moralmente al “adversario” diciéndole cosas aberrantes sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien plantado, para que uno se vea obligado a retirarse a las trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el temporal que iniciamos se calme al menos un poco. Pero no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se

rigen tanto por la razón como por el placer de vencer en cualquier contienda.

El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas para cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.

Creo haber estado meditando en el problema unas cinco o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En ocasiones nos veíamos forzados a encontrarnos en público por obligaciones propias del pueblo. Pero de ordinario no nos encontrábamos. Era lo que ahora se llama un “cura nuevo”, con una permanente guitarra en las manos y muchas ganas de acercarse a mí.

Primera confesión de mala fe

Yo aprovechaba –Dios me perdone– de sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El pobre nunca entendió que el ecumenismo muchas veces sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados. Uno tiene la sensación de que si la Iglesia puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos separaron, entonces realmente no le importaba tanto como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota de la doctrina.

Otra cosa que solía hacer –me avergüenzo al recordarla– era tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los pobres parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.

“El Demonio es protestante”, fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por más de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo. Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron

demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya habíamos

tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.

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citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para probarle su error o mi postura.

En un aprieto que me puso, le dije: “Padre M... comencemos desde el principio” Y el varón de Dios, a quien supuse enojado conmigo, me dice: “De acuerdo: al principio era el Verbo y...”

Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en la tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!

“Pastor Boullón”, me dijo luego, “No avanzaremos mucho discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que el Demonio fue el primero en todo crimen... y por eso también fue el primer Evangélico”.

Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se adelantó:

- Si... fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!

- Pero Cristo les respondió con la Biblia...

- Entonces usted me da la razón, Pastor... los dos argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó bien... y le tapó la boca.

Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y poniéndole en lo alto del templo le repitió el Salmo XC, II-12): “Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles que te guarden y lleven en sus manos para que no tropiece tu pie con alguna piedra”

Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero también está escrito “No tentarás al Señor tu Dios”. Y el demonio se alejó confundido.

En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer ‘dinámicas de vida’, pero de doctrina y de Escrituras no saben nada.

Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A veces surgían temas más sabrosos, pero con los argumentos normales bastaba para al menos hacerles callar.

Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había sido removido de la parroquia por una miseria humana comprensible en alguien tan “cálido” en su manera de ser. Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.

A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada penetrante. Lo habían ‘castigado’ relegándolo dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito. En los últimos treinta años la población había pasado de mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante.

Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y cargarme de elementos que luego trabajaba como materia de mis prédicas, o para sondear la visión católica de alguna cosa.

El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en tierra enemiga.

En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos charlar casi de todo. Casi... porque en doctrina comenzó él a morderme. Yo comencé a responder como de costumbre,

"Preaching" por George BellowsFacilitada por Boston Public Library (usuario de flickr.com)

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Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo que es peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!

Creo que fue la plática más saludable de mi vida.

La táctica del demonio

Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca que venía enriqueciendo con el tiempo. Consulté a varios autores tan ‘evangélicos’ como yo, pero de otras congregaciones. No coincidíamos en las mismas cosas, pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que decíamos y demostrar que los otros se equivocaban.

Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan amable como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y curiosa de la razón que me llevaba otra vez a su lado.

Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras. Concluí – creo – brillantemente con la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la Biblia del cura y le leí hechos XVI, 31: ¿Qué debo hacer para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor Jesús – respondió Pablo – y te salvarás tú y toda tu casa.

Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos minutos de silencio.

Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:

- “¿Continuará la lectura de San Pablo?”

- “Ya terminé, Padre M.”

- “¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a Corintios, XIII, 32.

- Leí en voz alta: “Aunque tanta fuera mi fe que llegare a trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy”

- Entonces la fe...Fotografía por bartb_pt (usuario de flickr.com)

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- La fe... la fe... la fe es lo que salva

- ¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No sé bien quien creó la estrategia protestante de argumentar con la Biblia, pero creo que bien pudieron ser los demonios que ahora encontraron un buen medio para salvarse.

- ¿Salvarse?

- Si.. salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en Dios? Y si sólo la fe salva...

- ...

- No se quede en silencio, Pastor... siéntese aquí que se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio, tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque “como un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras está muerta” (c.II) Y aún así los católicos no decimos que sea sólo fe o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice “Si quieres salvarte, guarda los mandamientos” Ahí tiene usted la respuesta completa.

Me acompañó hasta la puerta y me dijo: Le dejo con dos recomendaciones. La primera es que se cuide de sus hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando me traiga alguna cita bíblica – sólo una me basta – en que se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia.

Caminé a casa más preocupado por los comentarios que por el desafío. Eso sería fácil.

“Sólo la Biblia”

Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote, caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros ojos. “Si es sólo la Biblia”, me dije, “entonces el problema del artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o no se prueba”.

Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de que lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré

numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.

Desde este punto en adelante muchos otros cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con el Padre M. y de la lectura de esta revista y de mucha literatura escrita con fines apologéticos.

El pago del mundo

Por un momento distraeré la atención de mis incursiones a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote es esencialmente distinto a un “Pastor” protestante, o quizás por la experiencia de distintos ordenes (confesión, dirección espiritual, etc.), el Padre M. acertó en su advertencia sobre las miradas que me dirigían mis feligreses a causa de esas visitas “no estrictamente ecuménicas”.

Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero observando con mayor atención notaba reticencias, censuras y reproches indirectos. Aún la guerra no se declaraba. Sólo desconfiaban.

Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la tentación. El demonio – pensaba – me estaba tentando con Roma y para eso endurecía los corazones.

Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba en un punto tal que no quería volver a la parroquia católica pero tampoco me sentía en paz con eso.

Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a dormir. Me sentí y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había sido una amante confidente y mi compañera de penurias y alegrías. Me escuchó con atención.

Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto... para ella.

Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue más fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía

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de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de ese sacerdote provocador y bonachón.

Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses. Me exigían como prenda evidente que atacase más que nunca a la Iglesia para demostrar públicamente que no les guardaba ninguna simpatía.

Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.

Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por amar a Cristo en Su Iglesia.

Mi querido amigo se despide

No he querido exponer aquí todas las cosas que charlamos con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo le visitaba furtivamente y él me acogía con amable paternidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba responder a las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!

El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero me daba siempre una salida honorable. Le gustaba desmoronar todos mis argumentos.

Su estilo era único: destrozaba mis argumentos, acusaciones y refutaciones primero desde la lógica, dándome dos posibilidades... o quedar como un tonto o verificar por mi mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego, me invitaba a revisar el punto que yo trataba – si tenía sentido – desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras. Supongo que uno de sus mayores puntos fuertes era su sólida cultura y su gran vida de piedad.

Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le visitara en un hospital de los alrededores. Sin meditar en las normas de cautela que tomaba para evitar que mis feligreses se irritaran aún más conmigo, abandoné todo y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía – jamás dio muestras de sufrir – y del poco tiempo que le quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la partida de quien ya consideraba un amigo.

Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a petición suya, a su residencia.

Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer hasta llegar a agresiones verbales abiertas y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba amenazada con la pobreza.

Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme admitir en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes de la internación del Padre M. se disiparon. No quería arrepentirme de mis errores ni recibir el perdón y el consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba era tan compleja que me paralizaba.

Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con atención mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni la carne ni la sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. “Más vale entrar al Cielo siendo pobres que irse al infierno por comodidades”, sentenció.

Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les hice una declaración de mi conversión. “¡El Demonio es protestante!” les dije para abrir la charla. Luego fueron abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.

Más tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto, y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación. Mi esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó respecto al altercado. Desde entonces y después de pasados años de mi conversión nunca más fui admitido en casa como padre y esposo. Hoy les visito con tanta frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen muy endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma... y que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios escuche las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma vivan la vida de gracia de la santa fe.

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Fotografía por Lane Pearman (usuario de flickr.com)

La Iglesia Católica... mi dulce hogar

Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y una mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido amigo entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos y presos que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían a él en busca de consejo y del perdón de Dios. En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote y Revista Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso apostólico al trabajar especialmente con los conversos y preparados para la conversión.

Tras su partida la parroquia fue administrada por un sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre M. Yo sentí mucho esto porque con su prédica y actuar desmentía muchos de esos grandes principios eternos que había conocido y amado.

A veces me pregunto por la oportunidad de muchos cambios que se hacen más para contentar a los malos que para agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas bien a mostrarnos todas las banderas, incluso las más radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me indignaron pero a un mismo tiempo me atrajeron.

Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra pero que ni una sola jota sería cambiada.

Bien sé por experiencia propia y por la de tantos que han compartido conmigo sus testimonios de conversión, que esos coqueteos con el error no producen conversiones. Y las pocas que se producen son de un género muy distinto – por superficiales y emocionales – de las verdaderas conversiones, esas que producen santos. La realidad es la que constataba a diario como Pastor protestante, cuando la poca preparación de los católicos y la confusión que produce el falso ecumenismo llenaban las bancas de nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones evangélicas. La ignorancia religiosa de los fieles es la cosa más agradecida por las sectas, porque al ser muchas veces hija de la pereza espiritual se acompaña por la pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les

emocione, que les haga sentir queridos, y luego viene el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y luego darles respuestas rotundas. Eso los desestabiliza y luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la calle a gritar contra los dogmas!

Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre de Su Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos, de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la Iglesia sobre Sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.

General

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El “Paganismo” de la Iglesia CatólicaPor regG Oatis

potencias de este mundo a las que Dios permitió asolar Jerusalén, llevando al exilio cautivo a su pueblo. Tanto escritos judíos como cristianos han comparado a Roma con la antigua Babilonia, ya que ambas subyugaron a Israel, destruyeron el Gran Templo y asolaron a Jerusalén.

Un conocido promotor de las interpretaciones de Hislop, Ralph Woodrow, siguiendo el mismo camino, llegó a escribir otro libro llamado “Babilonia, Misterio Religioso”. Años después Woodrow tuvo que repudiar el método que había aprendido de Hislop cuando académicos de su propio grupo protestante le señalaron sus graves carencias y su falta de erudición. En 1997, Woodrow publicó una retractación, “¿La Conexión Babilónica?” en la cual expuso los puntos de partida esencialmente erróneos de las teorías originales del religioso fundamentalista escocés. Para ilustrar el tipo de lógica defectuosa en juego, Woodrow usa los mismísimos métodos de Hislop para “demostrar” una teoría descabellada: que una determinada cadena de restaurantes de comida rápida tiene sus orígenes en Babilonia. Citamos:

—”Los arcos dorados” son conocidos en todo el mundo como el símbolo identificativo de McDonald’s. Sin embargo, debemos señalar que el arco fue usado habitualmente por los antiguos babilonios en sus puertas y palacios. De hecho, en pinturas realizadas por los babilonios, ¡vemos que sus reyes son representados en marcos con forma de arco! También sabemos que Nabucodonosor, rey babilónico, ordenó a sus súbditos que adoraran una imagen de oro (Daniel 3, 5-10). Y Babilonia era conocida en el mundo antiguo como “la ciudad dorada”. Finalmente, nótese que la primera letra de McDonald’s, la M, es la decimotercer letra del alfabeto (inglés), un número reconocido como poseedor de un poder místico y que trae mala suerte. ¿Puede ser eso una simple coincidencia? Incluso, ¿a qué señala la M además de a McDonald’s? Claramente a Moloc, el dios pagano del fuego adorado en Babilonia. ¿Y qué se utiliza para calentar la comida en un McDonald’s moderno? La electricidad, ¡que muchos asociarían con una forma controlada de

Cierta gente sostiene que la Iglesia Católica no fue fundada por Jesucristo, siendo más bien un culto pagano con lazos que le unen a la antigua Babilonia. Esta idea alcanzó amplia difusión a través de un libro, “Las Dos Babilonias” publicado en Gran Bretaña por Alexander Hislop en 1858, el cual pretendía establecer una relación entre las enseñanzas y prácticas del catolicismo con la religión mistérica practicada en la mencionada Babilonia. Sin embargo, la metodología usada por el autor del libro, un ministro protestante sin ninguna formación académica seria, ha sido desechada y denunciada como falsa desde el punto de vista racional e histórico.

Apocalipsis 23, 1-4 — Entonces vino uno de los siete ángeles que llevaban las siete copas y me habló: “Ven, que te voy a mostrar el juicio de la célebre ramera, que se sienta sobre grandes aguas, con ella fornicaron los reyes de la tierra y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su prostitución”. Me trasladó en espíritu al desierto. Y vi una mujer, sentada sobre una bestia de color escarlata, cubierta de títulos blasfemos; la bestia tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas; llevaba en su mano una copa de oro llena de abominaciones y también las impurezas de su prostitución y en su frente un nombre escrito, un misterio:”La Gran Babilonia, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra.” Y vi que la mujer se embriagaba con la sangre de los santos y con la sangre de los mártires de Jesús. Y me asombré grandemente al verla; pero el ángel me dijo: “¿Por qué te asombras? Voy a explicarte el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva, la que tiene siete cabezas y diez cuernos”.

Este pasaje bíblico es usado con frecuencia para “probar” que la Iglesia Católica es la “ramera de Babilonia” que San Juan describe en su visión. Tal interpretación no es solo errónea sino que es imposible de reconciliar con la historia. Es obvio, para quien estudia seriamente las Escrituras, que San Juan se está refiriendo a Roma, como “la Gran Babilonia” ya que Roma y Babilonia fueron las dos únicas

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Revista Apologeticum

que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos.

Más que condenar toda práctica de los gentiles como pagana, la Iglesia Católica ha procurado siempre inculturizarse. Es decir, ha respetado lo bueno que pudiera haber en otras religiones y culturas para relacionarlo con la verdad completa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Hechos 10:9-16 — Lo que Dios ha limpiado, no lo llames tú profano.

Jesús vino a traer salvación a toda la humanidad. Incluidos aquellos que eran vistos por los judíos como impuros—y no sólo a unos pocos elegidos. En otras palabras, el amor de Dios no es sólo para los que ya practican la fe cristiana. El ama a todos los hombres, a los cuales creó a su imagen y semejanza.

Hechos 17:16-34— Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: “Al Dios desconocido.” Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar.

San Pablo no predicó una fiera condenación a los griegos por su adoración pagana. Más bien él usó las creencias de ellos como herramienta a través de la cual revelarles la verdad completa que está en el cristianismo. La Iglesia Católica siempre ha actuado de esa manera. Nótese también que en el versículo 28 se encuentra una referencia de San Pablo a dos poetas paganos, Epiménides (“En él vivimos, nos movemos y existimos”) y Aratos (“Porque somos también de su linaje”). ¿Significa esto que San Pablo estaba predicando una religión pagana? Usando el sistema de probar las cosas de Hislop, llegaríamos a esa ridícula conclusión. Sin embargo, es claro por el contexto que San Pablo está usando una técnica adecuada de debatir: la empatía. Simplemente está usando para su mensaje términos que tienen sentido para su audiencia.

Hechos 22, 25 — Cuando le tenían estirado con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba allí: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?”

fuego! Por tanto, ¿quién puede dudar que la cadena de restaurantes de McDonald’s, conocida por sus arcos dorados, es en realidad un culto mistérico relacionado con el dios de fuego adorado por la antigua realeza babilónica?

Por ridícula que esta forma absurda de razonar pueda parecer—sencillamente sabemos que la cadena de McDonald’s no fue creada por un rey de Babilonia, sino por un hombre de negocios americano llamado Ray Kroc en 1950—esta es exactamente la misma técnica de razonamiento que usa Hislop para calumniar a la Iglesia. En su ensayo “Anti-catolicismo”, el apologeta católico Dave Armstrong explica los errores de Hislop: “El método [de Hislop] incurre en dos conocidas falacias lógicas: la falacia “de origen”, en el que se ataca la fuente de una idea en vez de la idea en sí y la falacia de “non sequitur” en la que un mero parecido “prueba” que una práctica proviene de otra práctica anterior...” Como aclaración digamos que una falacia lógica es una proposición presentada como verdadera en una afirmación, pero que solo lo es en apariencia. Las falacias lógicas son utilizadas comúnmente para justificar argumentos o posturas que no son justificables utilizando la razón. Suelen enmascarar engaños, falsedades, o estafas. Saber reconocer las falacias lógicas es de gran ayuda para no ser engañado. El término latino “non sequitur” significa textualmente “no se sigue”. En el caso que estamos analizando, la similitud de una práctica católica con una antigua práctica babilónica no implica que la primera provenga de la segunda.

Woodrow también señala que, si se usaran los propios argumentos de Hislop, se podría “probar” que la misma Biblia es pagana. Indica muchos elementos presentes en la Biblia que pueden ser relacionados con religiones paganas pre-existentes, como por ejemplo el postrarse en tierra, orar levantando las manos, una montaña con una divinidad presente en ella, leyes grabadas en piedra, el carro de Elías con sus caballos de fuego. Toda esa fenomenología bíblica y mucho más, puede hallarse también en el paganismo.

Por tanto, si usamos la lógica falaz de Hislop, nos veríamos forzados a concluir que la fe enseñada en la Escritura es en realidad una religión pagana. Dado que sabemos que eso es absurdo, debemos concluir forzosamente de que la técnica de Hislop es fundamentalmente errónea.

1 Corintios 9, 20-22 — Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley—aun sin estarlo—para ganar a los

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En Hechos 22, 25-28 Vemos a San Pablo afirmar repetidamente su ciudadanía romana—esto es, su ciudadanía en un imperio pagano—en sus disputas con las autoridades del templo. Obviamente él no veía tal cosa como una profanación.

En ocasiones, ciertos fundamentalistas parecen más preocupados en preservar la prístina naturaleza de un cristianismo idealizado, conservándola en una especie de ámbar teológico, que en seguir el ejemplo de San Pablo usando toda la astucia, arte y cerebro propios en el esfuerzo de salvar almas a las que Dios ama. Pablo estaba menos ocupado en mantener la pureza de sus prácticas religiosas tradicionales—como la circuncisión o las leyes de alimentación judaicas—que en la búsqueda de la transmisión de la fe, a lo que se dedicaba con coraje y cuando lo halló necesario, usó formas poco convencionales. Por tanto no hay razón para temer cuando nuestra fe es debatida—incluso atacada—en la arena del mundo de las ideas. La verdad esencial del Evangelio es su protec .ción

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Fotografía por Álvaro Rodríguez Alberich (usario de flicker.com)

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Algunas Reflexiones Sobre el Evolucionismo Teísta

Por Daniel Iglesias Grèzes

El intento de combinar la teoría darwinista de la evolución con la fe cristiana ha dado lugar a lo que suele llamarse “evolucionismo teísta”. La corriente principal del evolucionismo teísta sostiene una visión que, esquemáticamente, podría describirse como “creación sin diseño inteligente”. Veámoslo con más detalle. La tesis principal de esa corriente es que, aunque Dios es el creador de todos los seres vivos, no es su diseñador en un sentido propio y auténtico, porque los ha creado a través de un proceso evolutivo en el que desempeñan un rol primordial los fenómenos aleatorios: sobre todo las mutaciones genéticas aleatorias (según el mecanismo evolutivo postulado por el neodarwinismo), pero también el indeterminismo cuántico (según la teoría cuántica, interpretando la relación de Heisenberg, no como un principio de incertidumbre gnoseológica, sino como un principio de indeterminación ontológica).

En general, los autores de esta corriente niegan que la evolución biológica sea guiada por Dios. Más bien, Dios se habría limitado a crear un universo con leyes naturales (físicas y químicas) finamente sintonizadas para producir un ambiente capaz de soportar la vida biológica y la vida humana. Después de crear el primer ser vivo, Dios habría dejado que el mecanismo darwinista (mutación-selección), actuando autónomamente, produjera de un modo aleatorio las distintas especies, con sus diversas características anatómicas y fisiológicas.

Esta visión de una “creación sin diseño inteligente” es llevada a un extremo por autores que intentan una justificación teológica del multiverso. La idea del multiverso ha sido propuesta y sostenida principalmente por motivos anti-teológicos. Dado que el diseño inteligente de nuestro universo y de sus seres vivos es casi una obviedad, para negarlo hoy se requiere un postulado audaz: hay un número infinito de universos, de modo que el nuestro (que parece tan bien diseñado) es un mero

resultado del azar. Según los evolucionistas teístas que defienden el multiverso (por ejemplo, Francis Collins), el uso del azar por parte de Dios juega un rol estelar no sólo en la evolución biológica, sino también en la evolución cósmica. Dios habría creado muchísimos o infinitos universos y en cada uno de ellos las cosas evolucionan sin intervención de Dios de tal modo que en uno de ellos, por puro azar, se ha producido una evolución biológica darwinista que dio lugar a la existencia del ser humano. Esto es mala ciencia, porque no hay la menor evidencia científica del multiverso. Pero también es mala teología: Dios no necesita crear infinitos universos para ver si, de ese “juego de azar” resulta por casualidad algún universo que sirva a sus propósitos. Si Dios puede crear el universo de la nada, también puede diseñarlo inteligentemente según sus fines, empleando para ello (como medios o causas segundas) una combinación apropiada de fenómenos determinísticos o aleatorios. Para Dios no hay azar ni probabilidad. Dios conoce todas las cosas con certeza, en su eterno presente. Como Einstein, tiendo a pensar que Dios no juega a los dados; pero, y esto es aún más importante, si Dios jugara a los dados, ningún resultado lo sorprendería, porque ninguno sería independiente de su inteligencia y su voluntad. Esto vale como argumento contra todos los evolucionismos teístas que defienden una creación sin diseño inteligente, tanto los más moderados (que niegan sólo el diseño inteligente de los seres vivos), como los más radicales (que niegan también el diseño inteligente del universo y de las leyes naturales).

Cabe mencionar también un argumento de teología dogmática. La Divina Revelación (transmitida en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia) enseña sin lugar a dudas que Dios, no sólo ha creado todas las cosas visibles e invisibles, sino que lo ha hecho según un designio sapientísimo; y también que la Providencia de Dios gobierna todos los acontecimientos de este mundo,

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grandes y pequeños. La fe cristiana es totalmente incompatible con cualquier limitación del diseño inteligente o el gobierno inteligente del mundo y de la vida por parte de Dios. Esto es tan evidente que no me tomaré el trabajo de documentarlo aquí.

En general, los cristianos que defienden el tipo de evolucionismo teísta que estamos considerando parecen estar indebidamente impresionados por los argumentos ateos basados en el problema del mal o en el problema de la “imperfección” de los organismos vivientes. En realidad, ambos argumentos ateos son falaces: se basan en la falsa premisa de que un Dios infinitamente sabio y bueno no puede crear un mundo en el que exista el mal físico o un ser vivo con una determinada y supuesta imperfección. Pero los cristianos en cuestión dan por buenos estos argumentos falaces y por eso, para “disculpar” a Dios de la existencia de los males físicos o de las imperfecciones de los seres vivos, defienden una idea (incompatible con la fe cristiana) de creación sin diseño inteligente, en la que dichos males e imperfecciones son el resultado de procesos aleatorios no diseñados ni guiados por Dios. En verdad, Dios no necesita de esas “disculpas” nuestras; pero si las necesitara, tampoco servirían, por dos razones: a) como dije antes, el azar no existe para Dios; b) incluso si (por el absurdo) el azar fuera algo incontrolable para Dios, Dios seguiría siendo responsable de las consecuencias del mecanismo aleatorio puesto en marcha por Él. Con perdón del ejemplo (pero no se me ocurre otro mejor): análogamente, es tan responsable de su muerte quien se suicida con un disparo a la cabeza que quien muere jugando a la ruleta rusa.

Escnea de la película de Noé (2014), en donde se describe el proceso evolutivo.

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Los “Apócrifos”: ¿Por Qué Forman Parte de la Biblia?

Por Dave ArmstrongTradujo Luis Fernando Pérez

El Antiguo Testamento en las Biblias Católicas contiene siete libros más de los que se encuentran en las Biblias protestantes (46 y 39, respectivamente). Los Protestantes llaman a esos libros Apócrifos y los Católicos los conocen como los libros Deuterocanónicos. Estos siete libros son: Tobit, Judit, 1ª y 2ª Macabeos, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico (o Sirac), y Baruc. También, las Biblias Católicas contienen seis capítulos adicionales (107 versículos) en el libro de Ester y otros tres en el libro de Daniel (174 versículos). Estos libros y capítulos fueron encontrados en manuscritos de la Biblia escritos solo en griego, y no fueron parte del Canon Hebreo del Antiguo Testamento, tal y como determinaron los judíos.

Todos ellos fueron reconocidos dogmáticamente como Escritura en el Concilio de Trento en 1548 (lo cual significa que desde entonces no se permitió a los católicos cuestionar su canonicidad), aunque la tradición de su inclusión en el canon era antigua. Al mismo tiempo, el Concilio rechazó 1ª y 2ª de Esdras y la Oración de Manasés como parte de la Sagrada Escritura (a menudo son incluidos en las colecciones de los “Apócrifos” como una unidad separada)

La perspectiva católica sobre este tema es ampliamente desconocida. Los protestantes acusan a los católicos de “añadir” libros a la Biblia, mientras que los católicos replican que los protestantes han “eliminado” parte de la Escritura. Los católicos pueden ofrecer argumentos muy sólidos y razonables en defensa del estatus escritural de los libros deuterocanónicos. Estos argumentos pueden ser resumidos de la siguiente manera:

1) Fueron incluidos en la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento realizada el s.III A.C), la cual fue la “Biblia” de los Apóstoles. Ellos citaron generalmente las escrituras del Antiguo Testamento (en el texto del Nuevo Testamento) a partir de la Septuaginta

2) Casi todos los Padres de la Iglesia aceptaron la Septuaginta como el estándar del Antiguo Testamento. Los libros deuterocanónicos no fueron diferenciados de los otros libros de la Septuaginta, y fueron considerados generalmente como canónicos. San Agustín creyó que la Septuaginta fue apostólicamente sancionada e inspirada, y ese fue el consenso en la Iglesia primitiva

3) Muchos Padres de la Iglesia (como San Ireneo, San Cipriano, Tertuliano) citan estos libros como Escritura sin distinción del resto. Otros, mayoritariamente de Oriente (por ejemplo, San Atanasio, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno) reconocen cierta distinción pero sin embargo citan habitualmente los libros deuterocanónicos como Escritura. San Jerónimo, que tradujo la Biblia Hebrea al latín (la Vulgata, a primeros del siglo V), fue la excepción a la regla (la Iglesia nunca ha mantenido que los Padres son individualmente infalibles)

4) Los Concilios de la Iglesia en Hipona (393) y Cartago (397, 419), enormemente influenciados por San Agustín, listaron los libros deuterocanónicos como Escritura, lo cual fue simplemente el visto bueno de lo que se había convertido en el consenso general de la Iglesia en Occidente y en la mayor parte del Oriente. De esta manera, el Concilio de Trento reiteró en términos más fuertes lo que ya había sido decidido once siglos y medio antes, y que no había sido rebatido seriamente hasta el nacimiento del Protestantismo.

5) Dado que estos Concilios también ultimaron los 66 libros canónicos que son aceptados por todos los Cristianos, es bastante arbitrario el que los Protestantes eliminen selectivamente siete libros del Canon autorizado. Esto resulta aún más curioso cuando se comprende la complicada y polémica historia del canon del Nuevo Testamento.

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6) El Papa Inocencio I estuvo de acuerdo y sancionó las decisiones canónicas de los anteriores Concilios (Carta a Esuperio, Obispo de Toulouse) en el 405.

7) Algunos de los más antiguos manuscritos griegos del Antiguo Testamento, como el Códice Sinaítico (siglo cuarto), y el Códice Alejandrino (c 450) incluyen todos los libros deuterocanónicos mezclados con los otros y no separados.

8) La práctica de recopilar estos libros en un unidad separada data no antes del 1520 (en otras palabras, fue una total innovación del Protestantismo). Esto es admitido, por ejemplo, en la protestante New English Bible (Oxford University Press, 1976), en su “Introducción a los Apócrifos” (p. iii)

9) El Protestantismo, siguiendo a Martín Lutero, quitó los libros deuterocanónicos de sus Biblias debido a la clara enseñanza de doctrinas que acababan de haber sido repudiadas por los Protestantes, como las oraciones por los muertos (Tobit 12,12, 2ª Macabeos 12,39-45 ss; cf 1ª Corintios 15,29), la intercesión de los santos muertos (2ª Macabeos 15,14; cf Apocalipsis 5,8; 8,3-4), y la intercesión mediadora de los ángeles (Tobit 12,12.15; cf Apocalipsis 5,8; 8,3-4). Sabemos esto por las propias declaraciones de Lutero y otros Reformadores.

10) Lutero incluso no se contentó con dejar las cosas así, y procedió a lanzar dudas sobre muchos otros libros de la Biblia que eran aceptados como canónicos por los Protestantes. Consideró que Job y Jonás eran meras fábulas, y que Eclesiastés era incoherente e incompleto. El deseaba que Ester (junto con 2ª Macabeos) “no existieran”, y quería “arrojarlos al río Elba”

11) Al Nuevo Testamento no le fue mucho mejor bajo la mirada de Lutero. Rechazó del canon del Nuevo Testamento (“libros capitales”) Hebreos, Santiago (“epístola de paja”), Judas y Apocalipsis, a los cuales puso al final de su traducción, como “Apócrifos” del Nuevo Testamento. Estimó que no eran apostólicos. Del libro de Apocalipsis dijo, “Cristo no es enseñado o conocido en ese libro”. Estas opiniones se encuentran en los Prefacios de Lutero a los libros bíblicos, en su traducción al alemán del 1522.

12) Aunque el Nuevo Testamento no cita directamente ninguno de estos libros, refleja detenidamente el

pensamiento de los deuterocanónicos en muchos pasajes. Por ejemplo, Apocalipsis 1,4 y 8,3-4 parece hacer referencia a Tobías 12,15.

Apocalipsis 1,4 Juan .... gracia y paz a vosotros .....de parte de los siete Espíritus que están ante su trono (ver también 3,1; 4,5; 5,6)

Apocalipsis 8,3-4 Otro Ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes con las oraciones de los santos. Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos. (ver también Apocalipsis 5,8)

Tobías 12,15 Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor.

San Pablo, en 1ª Corintios 15,29 parece haber tenido en mente 2ª Macabeos 12,44: Este dicho de Pablo es uno de los más difíciles de interpretar para los Protestantes en el Nuevo Testamento, dada la teología de estos.

1ª Corintios 15,29 De no ser así ¿a qué viene el bautismo por los muertos) Si los muertos no resucitan en manera alguna ¿porqué bautizarse por ellos?

2ª Macabeos 12,44 Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos.

Este pasaje de San Pablo muestra que era la costumbre de la Iglesia primitiva el velar, orar y ayunar por las almas de los muertos. In la Escritura, ser bautizado es a menudo una metáfora que señala aflicción o (en el entendimiento católico) penitencia (por ejemplo, Mateo 3,11; Marcos 10,38-39; Lucas 3,16; 12,50). Dado que aquellos que están en el cielo no tienen necesidad de oración, y aquellos que están en el infierno no se pueden beneficiar de las oraciones, estas prácticas, sancionadas por San Pablo, deben de ser dirigidas directamente hacia aquellos en el purgatorio. En caso contrario, las oraciones y penitencias por los muertos no tendrían sentido, y esto parece que es, de largo, lo que Pablo está intentando manifestar. La “interpretación de penitencia” está contextualmente apoyada por los siguientes tres versículos, donde San Pablo habla de ¿Porque nos ponemos en peligro a todos horas?... cada día estoy en peligro de muerte, y así sucesivamente.

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En 1947 una colección de manuscritos bíblicos y otros escritos fueron encontrados en una cueva en Qumrán

Como tercer ejemplo, Hebreo 11,35 refleja el pensamiento de 2ª Macabeos 7,29 :

Hebreos 11,35 Las mujeres recobraron resucitados a sus muertos. Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor.

2ª Macabeos 7,29 No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia (de Dios) {una madre hablando a su hijo. Ver 7,25-26}

13) Irónicamente, en varios de los mismos versículos donde el Nuevo Testamento está citando virtualmente los “Apócrifos” las doctrinas que son enseñadas son las que son rechazadas por el Protestantismo, y son las que fueron la razón principal de que los libros deuterocanónicos fueran “degradados” por ellos. Consiguientemente, no fue tan fácil eliminar estas controvertidas doctrinas de la Biblia como se suponía (y se supone), y los Protestantes deben todavía pelear con datos del Nuevo Testamento que no se “portan bien” con sus creencias.

14) A pesar de la degradación del estatus de los libros deuterocanónicos por el Protestantismo, todavía fueron ampliamente mantenidos separadamente en las Biblias Protestantes por un largo período de tiempo (al revés de la práctica prevaleciente hoy). John Wycliffe, considerado un precursor del Protestantismo, los incluyó en su traducción inglesa. El mismísimo Lutero los mantuvo separadamente en su Biblia, describiéndoles generalmente (aunque sub-escriturales) como “útiles y buenos para leer”. Zwinglio y los Protestantes Suizos, y los Anglicanos los mantuvieron en un segundo plano. La Geneva Bible inglesa (1560) y la Bishop´s Bible (1568) los incluyeron como una unidad. Incluso la autorizada versión King James de 1611 contenía de hecho los “Apócrifos”. Y hasta el tiempo presente, muchas Biblias Protestantes continúan con esta práctica. La revisión de la versión de King James (completada en 1895) incluía estos libros, como también lo hacían la Revised Standard Version (1957), la New English Bible (1970), y la Goodspeed Bible (1939), entre otras.

15) Los libros deuterocanónicos son leídos regularmente en la adoración pública en el Anglicanismo, y también entre los Ortodoxos orientales, y la mayoría de los Protestantes y Judíos aceptan completamente su valor como documentos históricos y religiosos, útiles para la

enseñanza, aunque deniegan su pleno estatus canónico.

Por tanto, es aparente que el “bando” Católico a favor de estos libros de la Escritura pesa muchísimo, ciertamente tanto como poco pesa el punto de vista Protestante.

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El ecumenismo es una de esas buenas ideas cristianas que, como diría Chesterton, en ocasiones se vuelven locas y arrollan todo lo que encuentran a su paso. Conviene comenzar diciendo que, en sí, se trata de algo bueno, santo y necesario. A fin de cuentas, no es algo nuevo, ni una simple moda actual. La Iglesia siempre ha querido la unidad de todos los cristianos, siguiendo el ejemplo de Cristo, que oró por esa unidad durante la Última Cena: Padre, que todos sean uno, como Tú y Yo somos uno (Jn 17,21). Desde el origen de la Iglesia, los cismas y herejías siempre se han considerado como una herida para la unidad, que debe cerrarse por medio de la oración, que hace que los esfuerzos humanos fructifiquen. Una muestra de esos intentos por lograr la unidad con los no católicos es la celebración del Concilio de Ferrara-Florencia del siglo XV, en el que se consiguió (siquiera brevemente) la unidad con ortodoxos y monofisitas (tras otro intento aún más breve en el II Concilio de Lion en el siglo XIII). Asimismo, es evidente que los católicos están obligados a amar a todos los hombres, también a los que no pertenecen a la Iglesia. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la caridad nos llama “a tratar con amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error o en la ignorancia de la fe” (Dignitatis Humanae 14).

El Concilio Vaticano II dio un fuerte impulso al ecumenismo, en un contexto mundial en el que los avances de los medios de comunicación y los cambios demográficos y migratorios incrementaban el contacto cotidiano con personas de otras confesiones cristianas y también de otras religiones. No obstante, como hemos visto, eso no implica que el ecumenismo fuera una creación o una novedad del último Concilio. En cualquier caso, durante el último medio siglo, el ecumenismo ha dado algunos frutos notables, como una declaración sobre la justificación con luteranos (aunque rechazada por muchos de ellos), una declaración cristológica común con los monofisitas armenios o la creación de los ordinariatos anglicanos.

Por desgracia, sin embargo, el ecumenismo en muchas ocasiones se contamina de relativismo, indiferentismo, pelagianismo, voluntarismo, sincretismo, otra larga serie de ismos y, a veces, la simple falta de fe. Cuando esto sucede, las consecuencias son terribles: confusión de los fieles, desconfianza ante la Verdad, adulteración de la fe, pérdida del verdadero sentido de lo que es la Iglesia (especialmente la fe en que la Iglesia es una y única) y abandono de la evangelización. De forma muy resumida, vamos a ver diez peligros que pueden pervertir el sentido del ecumenismo y, que, por desgracia, parecen ser bastante frecuentes hoy en día.

10 peligros en los que puede caer (y a menudo cae) el ecumenismo hoy

1) Buscar una unidad que no esté basada en la Verdad

Tristemente, muchos aficionados al ecumenismo (y también supuestos “expertos”) tienden a reducir el Ecumenismo a llevarse bien, a una supuesta “unidad en el amor” que no incluye la “unidad en la verdad”. Según este enfoque, el amor une y la verdad separa, por lo que el ecumenismo debe centrarse en el primero y no en lo segundo.

Como es lógico, este enfoque no sólo es erróneo, sino directamente blasfemo. La Verdad es Jesucristo, de modo que decir que la verdad nos separa es decir que Cristo nos separa, algo que en realidad es propio del Diablo (en griego, dia-bolos significa precisamente el que crea división).

“Hay que reafirmar que, por parte de la Iglesia y sus miembros, el diálogo, de cualquier forma se

desarrolle —y son y pueden ser muy diversas, dado que el mismo concepto de diálogo tiene un valor

analógico— , no podrá jamás partir de una actitud de indiferencia hacia la verdad, sino que debe ser más bien una presentación de la misma realizada de modo

¿Quo Vadis Ecumenismo?Por. Bruno Moreno Ramos

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sereno y respetando la inteligencia y conciencia ajena. El diálogo de la reconciliación jamás podrá sustituir o

atenuar el anuncio de la verdad evangélica, que tiene como finalidad concreta la conversión ante el pecado y la comunión con Cristo y la Iglesia, sino que deberá

servir para su transmisión y puesta en práctica a través de los medios dejados por Cristo a la Iglesia para la pastoral de la reconciliación: la catequesis y la penitencia.” (Juan

Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, 25).

2) Plantear una especie de religión de consenso

La obsesión por la unidad a cualquier precio hace que a menudo se eviten los “temas difíciles” y se considere que lo único “importante” es lo que compartimos con otras confesiones, mientras que lo que nos separa es puramente accidental o simples costumbres particulares que son solamente cuestión de gustos.

Este enfoque disparatado olvida que la fe católica es un cuerpo y no pueden separarse unas partes de otras sin destruir por completo esa fe. Cuando se rechaza (o se oculta en la práctica) parte de la fe católica en aras de una supuesta unidad con otros cristianos, lo que se está haciendo es rechazar por completo la fe y sustituirla por una religión puramente humana, que no puede salvar.

3) Confundir ecumenismo y diálogo interreligioso

El ecumenismo sólo existe entre cristianos, que ya somos hermanos por el bautismo y, por lo tanto, tenemos una unidad sacramental básica que puede (y debe) dar fruto en la unidad plena en la fe y en la caridad. Con los miembros de otras religiones no existe esta unidad sacramental y, por lo tanto, lo que conviene es dialogar, basándonos en lo que nos une, que es la razón y su búsqueda de la Verdad (aprovechando así que, como dice el Vaticano segundo, esas religiones, “no pocas veces reflejan […] un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (Nostra Aetate 2).

Sin embargo, parece que hay una tendencia a ampliar el término ecumenismo a la relación con el judaísmo, el islamismo, incluso el budismo ateo, etc., que, evidentemente, quedan fuera del concepto, ya que, como decíamos, se limita a los cristianos separados. Las palabras tienen una cierta elasticidad, pero si se estiran demasiado, se rompen, y resultan in-significantes: ya no significan nada. Lo único que se logra con esto es devaluar

la fe católica, porque se ponen en pie de igualdad el cristianismo (que es un don de Dios a los hombres) con las religiones no cristianas (que son meros intentos del hombre de encontrar a Dios), olvidando que la diferencia entre el primero y las segundas es infinita.

4) Buscar la unidad de las iglesias en lugar de la unidad de los cristianos

La búsqueda de la “unidad de las iglesias” es la forma protestante de entender el ecumenismo, ya que los protestantes (y, aparentemente, algunos supuestos católicos) creen en una “Iglesia invisible”, de la que más o menos forman parte todas las iglesias (protestantes), que para ellos son simplemente “denominaciones” y que idealmente deberían llevarse bien aunque en la práctica no lo hagan.

Los católicos, sin embargo, sabemos que no existe una unidad de las iglesias, porque sólo hay una Iglesia, que es la Iglesia Católica, como decimos en el credo: Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Esa unidad es objeto de fe y, por lo tanto, es algo que ya existe, garantizado por Dios como un don y que nadie puede destruir, porque las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Como dice el Catecismo, “pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una” (CEC 813) y esa unidad se simboliza en la túnica inconsútil (sin costuras) de Cristo.

Lo que sí hay que buscar es la unidad de los cristianos (cf. Unitatis Redintegratio 1), porque, como sabemos, muchos cristianos no están en plena comunión con la Iglesia (a pesar de que pertenecen a ella por el bautismo), sino que se adhieren a otras confesiones. Es decir, lo que está roto o al menos dañado es la unidad en la fe y la caridad de esos cristianos no católicos con la Iglesia una, católica y apostólica. Esa separación (que puede ser por herejía, apostasía o cisma) es una auténtica herida en el Cuerpo de Cristo y el amor de Cristo y de esos hermanos separados nos urge a buscar su curación, pero recordando siempre la verdad sobre la Iglesia una, santa, católica y apostólica: Cristo tiene una sola Esposa y un solo Cuerpo, la Iglesia.

“La unidad dada por el Espíritu Santo no consiste simplemente en el encontrarse juntas unas personas que se suman unas a otras. Es una unidad constituida

por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica. Los fieles

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son uno porque, en el Espíritu, están en la comunión del Hijo y, en El, en su comunión con el Padre: « Y

nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo » (1 Jn 1, 3). Así pues, para la Iglesia

Católica, la comunión de los cristianos no es más que la manifestación en ellos de la gracia por medio de la cual

Dios los hace partícipes de su propia comunión, que es su vida eterna. Las palabras de Cristo « que todos sean uno » son pues la oración dirigida al Padre para que su designio se cumpla plenamente, de modo que brille a los ojos de

todos « cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas » (Ef

3, 9). Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia

significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el

significado de la oración de Cristo: « Ut unum sint ».” (Juan Pablo II, Ut unum sint 9).

5) Confundir el diálogo con hablar del tiempo

El diálogo, que es un elemento básico del ecumenismo (cf. Unitatis Redintegratio 4; 9; 11) es una búsqueda de la verdad a través del uso de la razón (dia-logos). Sin embargo, a veces parece que el diálogo ecuménico se convierte en un fin en sí mismo, en lugar de un medio para encontrar la verdad. Se celebran entonces reuniones inacabables, autorreferenciales y narcisistas, como diría el Papa, en las que no se dialoga propiamente, sino que lo que se hace es hablar de todo menos de la verdad. Es el equivalente eclesial de hablar del tiempo en un ascensor, es decir, limitarse a vaguedades y lugares comunes que no comprometen a nada ni a nadie.

6) Perder y hacer perder el tiempo

Un peligro grande, a mi juicio, consiste en dar una importancia desorbitada al ecumenismo, dedicándole tiempo y recursos que estarían mejor dedicados a otras cosas.

Hay multitud de diócesis españolas, por ejemplo, para las que el ecumenismo debería limitarse prácticamente a las jornadas de oración por la unidad de los cristianos, porque las (pequeñísimas) otras confesiones cristianas son algo completamente ajeno a la vida de la inmensa mayoría de sus fieles. En cambio, tienen delegados de ecumenismo, reuniones con otras confesiones (generalmente, dedicadas a convertir a católicos y sacarlos de la Iglesia),

encuentros, celebraciones (a menudo, con “clérigos” no católicos de los grupos más extraños y extravagantes, ya que no tienen otros a mano) y tesis doctorales. Estas cosas podrían tener algún sentido en épocas en las que sobraran el tiempo y los recursos, pero en una época de falta de vocaciones y en la que la evangelización es una urgencia de vida o muerte, perder el tiempo en ellas es ridículo y, probablemente, pecaminoso.

7) Pretender llegar a la meta sin siquiera haber comenzado la carrera

A veces se “queman etapas”, intentando llegar a la unidad o incluso pretendiendo haber llegado ya a esa unidad sin haber puesto los cimientos necesarios. Muchos bienintencionados pero torpes ecumenistas proponen, por ejemplo, que católicos y protestantes celebren juntos la Eucaristía, sin entender que no puede haber comunión eucarística si no hay comunión en la fe. Así lo ha entendido siempre la Iglesia, en Oriente y en Occidente: la Eucaristía es a la vez signo y causa de la unidad de la Iglesia.

Otra modalidad de este error consiste en un supuesto “ecumenismo desde abajo” que propone una política de hechos consumados: pequeñas comunidades de católicos y no católicos que, por propia iniciativa, celebran juntos los sacramentos como si ya hubiera unidad de hecho entre ellos. Parece evidente que lo único que se puede conseguir con estas cosas es fomentar el indiferentismo religioso para el que todo da igual y, de paso, cometer sacrilegios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2120).

8) Confundir a los fieles

Las posibilidades de confundir a los fieles con un ecumenismo mal entendido o imprudente son legión, ya que cualquier acción pública de la Iglesia o de clérigos católicos tiene siempre una dimensión de catequesis. En ese sentido, es una terrible imprudencia dar la impresión de que se aprueban errores en un esfuerzo por llevarse bien con los cristianos de otras confesiones. Esto es especialmente importante en todo lo que se refiere a celebraciones litúrgicas, porque, no lo olvidemos, lex orandi, lex credendi.

Por ejemplo, cuando los fieles ven a su párroco o a su obispo en una “celebración”, junto a una “obispa” gay protestante, ambos revestidos con ornamentos litúrgicos y presidiendo cada uno una parte de la celebración, casi

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inevitablemente llegan a la conclusión de que todo da igual y de que el protestantismo y el catolicismo, en el fondo, son lo mismo. Lo mismo sucede cuando se ceden iglesias católicas para ceremonias protestantes. A mi juicio, estas celebraciones deberían reducirse al mínimo y, en general, no hacerse con “ministros” que en realidad no han recibido el sacramento del orden (o, peor aún, no pueden recibirlo). Una cosa es tener una reunión no litúrgica en la que al principio o al final se rece un padrenuestro, por ejemplo, y otra muy diferente devaluar el culto a Dios con personas que no son realmente ministros ordenados pero pretenden serlo.

9) Lenguaje buenista

Otra posibilidad de error (que también está presente en otros campos, como el de la teología moral) es el uso de un lenguaje excesivamente buenista, que sólo se fija en lo bueno y “positivo”, como si todo fuera de color de rosa y la separación se limitase a un simple malentendido, sin reconocer la realidad del error y el pecado. Es obvio que la cortesía y el respeto son buenos, pero esa cortesía y ese respeto nunca pueden ejercerse a costa de la verdad, porque decir la verdad (que hace libres a los hombres) es la mayor muestra de respeto y cortesía. Yo he venido al mundo para dar testimonio de la Verdad, dijo Cristo (Jn 18,37).

Hemos visto múltiples ejemplos de este problema con ocasión del próximo aniversario de la Reforma protestante. Multitud de “expertos” ecumenistas cantan las bondades de esa Reforma y del propio Lutero, olvidando las terribles herejías introducidas por ella (que siguen siéndolo) y el enorme pecado que supuso (al margen de las posibles buenas intenciones subjetivas de los participantes, que son cuestiones que le competen sólo a Dios). Como dijo el cardenal Koch, “no podemos celebrar un pecado”.

10) Suplantar a la evangelización

Es quizá el mayor peligro de un ecumenismo mal entendido. En muchos casos (por no decir muchísimos), un ecumenismo desviado termina por arrebatar su lugar a la evangelización, sustituyendo la importancia de que los hombres conozcan la verdad y formen parte de la única Iglesia de Cristo por “procesos” de acercamiento entre las diversas confesiones cristianas. Se llega incluso a desaconsejar o dificultar las conversiones individuales al catolicismo, algo que es un terrible pecado contra la fe.

Como consecuencia del error número 4, olvidan estos ecumenistas de pacotilla que la misma declaración Dignitatis Humanae comienza diciendo “que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres” (DH 1). Difícilmente podría ser más claro: “única y verdadera religión” y “todos los hombres”.

La evangelización es un mandato fundamental de Cristo a la Iglesia. Cualquier planteamiento que pretenda sustituirla por otra cosa es, ipso facto, un engaño y una tentación, que destruye a los hombres, privándoles de la vida eterna. Dios nos libre de esta tentación.

Conviene señalar, por último, que estos diez peligros están interrelacionados y, de hecho, todos ellos surgen del primero (la falta de cimiento en la Verdad) y van a desembocar en el décimo (el abandono de la evangelización), igual que de una raíz podrida sale un árbol enfermo que da frutos malos. Por ello, si se quieren solucionar hay que ir a esa raíz y sanarla.

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¿Martín Lutero Tenía Razón?Por José Miguel Arráiz

Sobre las buenas intenciones de Martín Lutero

Conocer a ciencia cierta cuáles eran las intenciones de Lutero para actuar como lo hizo en tiempos de la reforma protestante es imposible, pues como todos sabemos, el fuero interno solo lo conoce Dios. Lo que sí podemos es formarnos una opinión aproximada y falible evitando caer en juicio temerario en base a lo que el propio Lutero admitía y el estudio objetivo de los hechos históricos. Desde esta perspectiva en el mejor de los casos lo máximo que se podría admitir, como mera posibilidad, es que Lutero pudo haber actuado con lo que se conoce como conciencia recta aunque errónea.

Tal como se nos ha enseñado tradicionalmente, actúa en conciencia recta quien juzga de la bondad o malicia de un acto con fundamento y prudencia, a diferencia de la conciencia falsa, que juzga con ligereza y sin fundamento serio. Actúa en cambio con conciencia verdadera aquél que además de actuar en conciencia recta, acierta en su juicio y actúa de acuerdo al orden moral objetivo. No debe confundirse la conciencia recta con la verdadera. Una persona puede actuar con conciencia recta cuando con sus limitaciones ha puesto todo el empeño en actuar correctamente independientemente de que acierte (conciencia verdadera) o se equivoque por algún error especulativo (conciencia errónea). Actúa en conciencia recta invenciblemente errónea quien luego de haber hecho todo lo posible por actuar correctamente, aún así erra pero actuando de acuerdo a lo que su conciencia le dicta, conciencia que en este caso, estaría formada deficientemente.

En los propios escritos de Lutero le encontramos admitiendo que sufrió una intensa lucha interior

Desde hace ya algún tiempo se ha hecho costumbre escuchar de altos prelados de la Iglesia reconocimientos y elogios a la figura de Lutero. Se ha dicho de todo, desde loas moderadas en donde se admite que pudo estar movido por una buena y recta intención, a alabanzas desmesuradas en donde se le sitúa como parte de la gran Tradición de

la Iglesia o hasta se admite que tuvo razón en lo referente a la doctrina de la justificación. Desde la perspectiva de un laico quiero en este artículo compartir lo que considero acertado y desacertado de estos elogios políticamente

correctos en la época actual sobre la figura y doctrina de Lutero.

en donde le atormentaba pensar que podía haber obrado equivocadamente, pero que finalmente quedó convencido de que actuaba para la gloria de Dios. Escribió Lutero a este respecto:

“Una vez (el diablo) me atormentó, y casi me estranguló con las palabras de Pablo a Timoteo; tanto que el corazón se me quería disolver en el pecho: ‘Tú fuiste la causa de que tantos monjes y monjas abandonasen sus monasterios’. El diablo me quitaba hábilmente de la vista los textos sobre la justificación... Yo pensaba: ‘Tú solo eres el que ordenas estas cosas; y, si todo fuese falso, tú serías el responsable de tantas almas que caen al infierno’. En tal tentación llegué a sufrir tormentos infernales hasta que Dios me sacó de ella y me confirmó que mis enseñanzas eran palabra de Dios y doctrina verdadera” (Martín Lutero, Tisch. 141 I 62-63.)

“Antes de todo, lo que tenemos que establecer es si nuestra doctrina es palabra de Dios. Si esto consta, estamos ciertos de que la causa que defendemos puede y debe mantenerse, y no hay demonio que pueda echarla abajo... Yo en mi corazón he rechazado ya toda otra doctrina religiosa, sea cual fuere, y he vencido aquel molestísimo pensamiento que el corazón murmura: ‘¿Eres tú el único que posees la palabra de Dios? ¿Y no la tienen los demás?’... Tal argumento lo encuentro válido contra todos los profetas, a quienes también se les dijo: ‘Vosotros sois pocos, el pueblo de Dios somos nosotros’” (Martín Lutero, Tisch. 130 I 53-54)

Parece ser que Lutero nunca se libró de la duda y a lo largo de los años volvía a él un persistente remordimiento de conciencia al que identificaba como tentaciones del demonio. En el año 1535, a la ya avanzada edad de 52 años, admite que todavía encuentra el argumento

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lo idolatra y santifica; arrastrarlos por blasfemos y luego arrancarles la lengua de cuajo y colgarlos a todos en fila en la horca… Entonces se les podría permitir que celebraran el concilio o lo que quisieran desde la horca, o en el infierno con los diablos”. (Card. Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo y Política. Nuevos ensayos de eclesiología, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1987, pp. 120).

Una vez sumido en esa espiral de locura, todo aquel que difería con Lutero en cualquier punto de doctrina o le considerase su enemigo era objeto de los calificativos más soeces y vulgares. Al duque Jorge de Sajonia le llama “asesino”, “traidor”, “infame” “sicario”, “derramador de sangre”, “tunante desvergonzado”, “mentiroso”, “maldito”, “perro” “sanguinario”, “demonio”. Los insultos al Papa siempre fueron una constante y es casi imposible contabilizarlos: “anticristo maldito”, “borriquito papal”, “asno papal”, “obispo de los hermafroditas y el papa de los sodomitas”, “apóstol del diablo”. No solo los católicos eran objeto de sus oprobios, sino que ya alcanzaban a los mismos protestantes. A Tomas Münzer le llamó “archidemonio que no perpetra sino latrocinios, asesinatos y derramamientos de sangre”, su aliado Andreas Karlstadt cuando diverge con él pasa a ser un “sofista, esa mente loca”, “mucho más loco que los papistas”. Lo mismo sucede con Ulrico Zuinglio, quien cuando niega la presencia de Cristo en la Eucaristía, pasa a ser “dignísimo de sacro odio, ya que tan procaz y maliciosamente obra en nombre de la santa palabra de Dios” y un “servidor del diablo”.

Es evidente que no era Lutero precisamente la persona ideal para intentar reformar la Iglesia, y ya pasados tantos siglos de aquellos acontecimientos, está claro que la figura del reformador protestante no tiene por qué seguir separando a católicos y protestantes. Yo mismo, que no siento simpatía por tan siniestro personaje, no tendría problema en admitir que pudo haber tenido al comienzo justa indignación por los abusos en el tráfico de indulgencias, o que estaba sinceramente convencido de estar en la verdad. Admitir esto, no veo que sea concederle un gramo de razón.

Sobre el oscurecimiento del sentido de la gratuidad de la salvación en la Iglesia Católica

Pero otra de las alabanzas que se suelen escuchar respecto a la figura de Lutero, y que ya comienza a ser preocupante, es aquella donde se admite y sostiene que

“muy especioso y robusto de los pseudo-apóstoles”, que le impugnan de este modo: “Los apóstoles, los Santos Padres y sus sucesores nos dejaron estas enseñanzas; tal es el pensamiento y la fe de la Iglesia. Ahora bien, es imposible que Cristo haya dejado errar a su Iglesia por tantos siglos. Tú solo no sabes más que tantos varones santos y que toda la Iglesia... ¿Quién eres tú para atreverte a disentir de todos ellos y para encajarnos violentamente un dogma diverso? Cuando Satán urge este argumento y casi conspira con la carne y con la razón, la conciencia se aterroriza y desespera, y es preciso entrar continuamente dentro de sí mismo y decir: Aunque los santos Cipriano, Ambrosio y Agustín; aunque San Pedro, San Pablo y San Juan; aunque los ángeles del cielo te enseñen otra cosa, esto es lo que sé de cierto: que no enseño cosas humanas, sino divinas; o sea, que (en el negocio de la salvación) todo lo atribuyo a Dios, a los hombres nada” (WA 40,1 p.130-31)

Lo cierto es que si tal buena intención existió, la soberbia poco a poco le llevó a alejarse cada vez más del ideal evangélico, llenando su corazón de odio y maldiciones, como el mismo admitió:

“Puesto que no puedo rezar, tengo que maldecir. Diré: Santificado sea tu nombre, pero añadiré: Maldito, condenado, deshonrado sea el nombre de los papistas y de todos cuantos blasfeman tu nombre. Diré: Venga tu reino, y añadiré: Maldito, condenado, destruido sea el papado con todos los reinos de la tierra, contrarios a tu reino. Diré: Hágase tu voluntad, y añadiré: Malditos, condenados, deshonrados y aniquilados sean todos los pensamientos y planes de los papistas y de cuantos maquinan contra tu voluntad y consejo. Verdaderamente, así rezo todos los días oralmente y con el corazón sin cesar, y conmigo todos cuantos creen en Cristo” (Martín Lutero, WA 30,3 p.470).

El cardenal Joseph Ratzinger, antes de ser Papa a este respecto puntualizó:

“Hay que tener en cuenta no sólo que existen anatemas por parte católica contra la doctrina de Lutero, sino que existen también descalificaciones muy explícitas contra el catolicismo por parte del reformador y sus compañeros; reprobaciones que culminan en la frase de Lutero de que hemos quedado divididos para la eternidad. Es éste el momento de referirnos a esas palabras llenas de rabia pronunciadas por Lutero respecto al Concilio de Trento, en las que quedó finalmente claro su rechazo de la Iglesia católica: “Habría que hacer prisionero al Papa, a los cardenales y a toda esa canalla que

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San Bernardino de Siena (+1444), San Juan de Capistrano (+1456), Tomás de Kempis (+1471), Santa Catalina de Génova (+1507), Bernabé de Palma (+1532), Francisco de Osuna (+1540), San Ignacio de Loyola (+1556), San Pedro de Alcántara (+1562), San Juan de Ávila (+1569), y tantos otros. ¿Realmente se puede afirmar con justicia que estos santos, doctores, predicadores y maestros espirituales desconocieron en sus predicaciones la gratuidad de justificación del hombre por la gracia que en la fe tiene su inicio? ¿Obscurecieron en su tiempo, «durante siglos», «al menos en la predicación» al pueblo, el entendimiento de la salvación como pura gracia concedida por el Señor gratuitamente? Las predicaciones de todos esos maestros y doctores, conservadas hoy día son una clara evidencia de que eso no es cierto, y aunque tengamos el más noble deseo de mejorar las relaciones con nuestros hermanos luteranos, la solución no puede ser lanzar injustamente a nuestros antepasados en la fe, a las patas de los caballos.

Diferencias entre la doctrina católica y la luterana

Para comprender cuales son las diferencias reales que subsisten entre la doctrina católica y la luterana, tenemos que resumir, aunque sea muy brevemente, los errores del ex-monje alemán.

La concupiscencia es siempre pecado

Los católicos creemos que se comete pecado al consentir el impulso pecaminoso, no simplemente al sentir-lo. Para Lutero en cambio, la concupiscencia es pecado ya en sí mismo, formal e imputable. Este primer error llevó a Lutero a una vida de tormento, porque a pesar de todas las buenas obras que intentaba hacer, no lograba alcanzar la paz interior al sentirse constantemente en pecado mortal y próximo a la condenación eterna. En este estado psicológico Lutero es conducido hacia su segundo error: la negación total de la libertad humana.

El hombre no es libre

Tal como sostiene Lutero en su obra De Servo Arbitrio, el pecado original ha destruido totalmente el libre albedrío de la persona humana. Para el ex-monje alemán, el hombre es ya incapaz de hacer alguna obra buena, por tanto todas sus obras aunque sean de apariencia hermosa, son, no obstante, y con probabilidad, pecados

durante siglos en la Iglesia Católica se perdió el sentido de la gratuidad de la salvación divina y fue Lutero quien tuvo el mérito de recuperarla. A este respecto, se puede mencionar concretamente la predicación que el padre Rainiero Cantalamessa en Marzo del presente año en la Basílica de San Pedro, donde afirmó lo siguiente:

“Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia de Dios  y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente:  “La ‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva” (El Espíritu y la letra, 32,56). En otras palabras, la justicia de Dios es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer justos. «Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad, después de que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido, y es esto sobre todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el próximo año cumple el quinto centenario. “Cuando descubrí esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas del paraíso”[Prefación a las obras en latín, ed. Weimar, 54, p.186.]» ”

Si bien es posible que en la época de Lutero algunos predicadores de las indulgencias pudieron dejar en segundo plano la doctrina sobre la gratuidad de la gracia (desconozco hasta que punto), no es justo achacar esto a la predicación cristiana de la Iglesia durante siglos. Como bien hizo notar el sacerdote y doctor en teología, José María Iraburu en un artículo publicado recientemente, sostener esto es hacer una gran injusticia hacia aquellos predicadores que más prestigio e influencia tuvieron en la cristiandad de su tiempo, tanto antes, en y después de la época de Lutero, y que enseñaron siempre la verdadera doctrina católica de la gracia y la justificación, y estaban libres de toda peste de pelagianismo o semipelagianismo. Entre ellos recordó a Santa Hildegarda de Bingen (+1179), Santo Domingo de Guzmán (+1221), San Francisco de Asís (+1226), San Antonio de Padua (+1231), Beato Ricerio de Mucia (+1236), David de Augsburgo (+1272), Santo Tomás de Aquino (+1274), San Buenaventura (+1274), Santa Gertrudis de Helfta (+1302), Santa Ángela de Foligno (+1309), maestro Eckahrt (+1328), Taulero (+1361), Beato Enrique Suson (+1366), Santa Brígida de Suecia (+1373), Santa Catalina de Siena (+1380), Ruysbroeck (+1381), Beato Raimundo de Capua (+1399), San Vicente Ferrer (+1419),

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con declararlo justo, pero dejándolo inmundo y pecador.

Los justificados no pueden perder su salvación

Si se concluye erróneamente que el hombre se salva por la fe sola, es comprensible que concluya que el creyente justificado no puede perder su salvación aunque no obedezca los mandamientos y cometa pecados graves. De allí que en 1521, el primero de agosto, escribe Lutero en una carta a Melanchthon:

“Si eres predicador de la gracia, predica una gracia verdadera y no ficticia; si la gracia es verdadera, debes llevar un pecado verdadero y no uno ficticio. Dios no salva a los que son solamente pecadores ficticios. Sé un pecador y peca audazmente, pero cree y alégrate en Cristo aun más audazmente… mientras estemos aquí [en este mundo] hemos de pecar… Ningún pecado nos separará del Cordero, aunque forniquemos y asesinemos mil veces al día”.

Los católicos en cambio creemos que el creyente justificado puede caer del estado de gracia de Dios si comete pecado mortal. El evangelio está lleno de advertencias en este sentido. Cristo nos habla de que aquella rama (creyente) que a dejar de dar fruto (hacer buenas obras), es cortada y echada al fuego (Juan 15) y deja claro que no solo el que confiesa su fe en Él entrará el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Dios (Mateo 7,21). Cuando el joven rico pregunta a Jesús que ha de hacer para salvarse, Él le responde que cumpla los mandamientos (Mateo 19,17). La epístola de Santiago en su capítulo 2 contiene prácticamente una refutación formal a las tesis de Lutero, al punto de que éste intentó por todos los medios excluirla de la Escritura y la calificó como “la epístola de paja”.

Los errores derivados de la doctrina de Lutero

Pero los errores de Lutero no terminaron allí, y como una cadena de naipes que caen en fila, se siguieron multiplicando. En tal sentido puntualizó el cardenal Joseph Ratzinger:

“Lutero, tras la ruptura definitiva, no sólo ha rechazado categóricamente el papado, sino que ha calificado de idolátrica la doctrina católica de la misa, porque en ella veía una recaída en la Ley, con la consiguiente negación del Evangelio. Reducir todas estas confrontaciones a

mortales… y si las obras de los justos son pecado, como lo afirma su conclusión, con mayor motivo lo serán las de los que aún no están justificados.

La doctrina católica enseña en cambio, que a raíz del pecado original el libre albedrío se encuentra debilitado pero no aniquilado, y que aunque para efectuar actos saludables (actos que le conducen a la salvación) es imprescindible la gracia de Dios, aun puede realizar sin ayuda de la gracia obras moralmente buenas.

El hombre se justifica por la sola gracia a través de la fe fiducial, o fe sola.

El tercer error de Lutero parte del anterior, pues concluye que si el hombre no es libre, aquellos que se salvan lo hacen porque Dios les otorga la salvación de una forma absolutamente pasiva y extrínseca. El hombre no coopera en nada por su salvación, sino que todo se resuelve por la certeza subjetiva de haber sido justificado por la fe gracias a la imputación de los méritos de Cristo. Basta con aceptar a Cristo como salvador y confiar en estar salvado para asegurar la salvación, independientemente de si se obra conforme a la voluntad de Dios o se incumple los mandamientos.

Desde esta perspectiva el hombre sigue siendo pecador pero es declarado justo, de forma similar a que si tomáramos un hombre andrajoso y harapiento y lo cubrimos sin asear con una túnica espléndidamente blanca. Al mirarlo, el juez miraría la túnica blanca y resplandeciente (que representa a Jesucristo, que ha muerto por nuestros pecados) en lugar del harapiento que se encuentra debajo.

Los católicos en cambio creemos que podemos cooperar a nuestra justificación, no con nuestras propias fuerzas, sino porque la gracia nos inspira y nos capacita para hacerlo. Creemos además que Dios no sólo nos declara justos, sino que también nos hace justos; que nos santifica y renueva, de modo que, por medio de la gracia somos una nueva criatura. Por consiguiente, debemos vivir como nueva criatura. La fe debe hacerse efectiva en el amor, en el cumplimiento de los mandamientos y las obras de caridad.

La doctrina luterana aún barnizada piadosamente, y aunque pretende dar a la gracia la primacía, en el fondo presenta una noción deficiente de la misma, que la cree impotente a la hora de transformar al hombre y hacerlo verdaderamente santo, conformándose solo

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rechazado por cientos de teólogos y por la Iglesia evangélica de Dinamarca (luterana) con un argumento lleno de sentido común: se trata un texto que el propio Lutero habría rechazado, pues se acerca a la doctrina católica sobre la justificación y se aparta del sola fide del ex-monje agustino alemán.

El teólogo protestante José Grau lo explicó de la siguiente manera:

“El llamado acuerdo sobre la justificación de 1999, al igual que las conversaciones que sirvieron de prolegómenos en las dos últimas décadas del siglo XX, hacen con la doctrina de la justificación lo mismo que hizo Trento con el agustinianismo: se acercan semánticamente a Lutero (aunque sin condenarlo por nombre, específicamente, ni tampoco levantar la excomunión vaticana que pesa sobre él). Y así como en Trento la iglesia romana descafeinó a Agustín (nota nuestra: esto es falso), ahora estos luteranos del brazo de los católicos descafeínan a Lutero.

El resultado práctico no es otro que la inutilización de la «dinamita» del mensaje reformado, luterano, protestante y bíblico sobre todo (el Evangelio es poder (dinamita) de Dios para salvación a todo aquel que cree…» Romanos 1:16), anulando la espoleta de las doctrinas de la gracia mediante una terminología teológica que parece del agrado de todos si se lee de corrido, sin profundizar en los conceptos. Unas afirmaciones equilibran a otras de signo diferente, sin entrar casi nunca en el meollo fundamental de la cuestión.

Como escribe Pedro Puigvert, en carta a «La Vanguardia» (5-11-99): «Los católicos no han cedido nada. Porque eso de confesar que la justificación es obra de la gracia de Dios lo han creído siempre, juntamente con la cooperación humana que ahora resulta que también es fruto de la gracia, aunque lo desmienta la Escritura cuando dice: «Al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino que cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (Romanos 4:5-6). Roma ha ganado la batalla doctrinal. ¡Si Lutero alzara la cabeza! ”

En lo personal me gustaría compartir la apreciación del Papa y creer que verdaderamente los católicos y evangélicos hemos llegado a profesar una misma fe respecto al tema de la justificación, pero la cruda realidad es otra, y es que ni siquiera los propios protestantes están de acuerdo entre ellos en este tema.

simples malentendidos es, a mi modo de ver, una pretensión iluminista, que no da la verdadera medida de lo que fueron aquellas luchas apasionadas, ni el peso de realidad presente en sus alegatos. La verdadera cuestión, por tanto, puede únicamente consistir en preguntarnos hasta qué punto hoy es posible superar las posturas de entonces y alcanzar un consenso que vaya más allá de aquel tiempo. En otras palabras: la unidad exige pasos nuevos y no se realiza mediante artificios interpretativos. Si en su día [la división] se realizó con experiencias religiosas contrapuestas, que no podían hallar espacio en el campo vital de la doctrina eclesiástica transmitida, tampoco hoy la unidad se forja solamente mediante variopintas discusiones, sino con la fuerza de la experiencia religiosa. La indiferencia es un medio de unión tan sólo en apariencia.”(Card. Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo y Política. Nuevos ensayos de eclesiología, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1987, pp. 120-121).

Dicho de lenguaje simple, las diferencias existen, e ignorarlas no hará que desaparezcan, punto que trataré a continuación.

¿Estamos hoy en día de acuerdo católicos y protestantes en lo referente a la doctrina de la justificación?

El Papa Francisco aludiendo al acuerdo católico-luterano respecto a la justificación de 1999 declaró en una entrevista que “hoy en día, los protestantes y los católicos están de acuerdo en la doctrina de la justificación”.

Con todo el respeto que se merece el Papa, y comprendiendo que este tipo de declaraciones pueden estar motivadas por la buena intención de buscar un acercamiento entre católicos y protestantes, creo que si somos realistas tenemos que aceptar que la situación es muy distinta. En primer lugar, había que matizar que dicha declaración solamente fue firmada por la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial. Dicha Federación representa solo un conjunto de iglesias luteranas, las cuales no abarcan ni al 7% del protestantismo y ni siquiera a la totalidad del luteranismo. Es un hecho lamentable pero cierto que el rechazo del acuerdo fue prácticamente total por el resto de las denominaciones cristianas incluyendo las bautistas, metodistas, calvinistas, pentecostales, etc.

Y como hizo notar acertadamente Luis Fernando Pérez en un artículo publicado en Infocatólica, inclusive dentro del propio luteranismo dicho acuerdo fue ampliamente

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Pintura de Martín Lutero por Lucas Cranach der Ältere

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¿Tuvo razón Lutero en lo referente a la doctrina de la justificación?

Hoy está de moda dar la razón a Lutero, es políticamente correcto. ¿Creemos católicos y evangélicos ahora que el hombre es justificado por medio de la gracia de Dios?, sí, pero lo mismo lo hemos creído siempre. El problema está cuando se afirma, respecto a las diferencias reales en doctrina que existieron y existen entre la doctrina católica y la luterana, que era Lutero quien tenía razón.

Si la doctrina de Lutero, que fue condenada dogmáticamente por un Concilio Ecuménico y dogmático, resulta que era la doctrina verdadera, mejor apaga y vámonos, porque entonces tendrán razón los protestantes en que no necesitamos ni Papas ni Concilios, si es que como ellos sostienen, se pueden equivocar cuando definen aquello que es dogma de fe.

Y si todo se trata de un gesto diplomático es necesario recordar, como nos han enseñado siempre, que un ecumenismo que no está basado en la verdad no es un verdadero ecumenismo y por más que posemos juntos y sonrientes para la foto no estaremos más cerca unos de otros que hace 500 años.

Pintura de La Dieta de Worms por Anton von Wermer

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Es frecuente oír la queja de que los católicos están muy mal formados en lo referente a la fe, la Escritura, la historia de la Iglesia, la moral, la liturgia y un largo etcétera. Una queja frecuente y más que comprensible. Esa ignorancia se hace especialmente evidente si uno visita Hispanoamérica y observa los millones de católicos que se han hecho (y se están haciendo) protestantes debido en buena parte a que nunca tuvieron una formación adecuada y no sabían responder a acusaciones contra el catolicismo que, en realidad, no tienen fuerza ninguna o están basadas en malentendidos. Lo mismo podría decirse de España, con la diferencia de que los católicos mal formados dejan la Iglesia en dirección al agnosticismo más que al protestantismo.

Como es lógico no basta constatar esta terrible situación (que es como para echarse a llorar), sino que lo importante es responder a la pregunta fundamental: ¿por qué sucede esto? Sólo conociendo las causas de un problema es posible solucionarlo. En lugar de lanzarme a intentar responder a la cuestión, voy a contar una sencilla anécdota que me parece muy reveladora.

No hace mucho, fui a Misa a una parroquia a la que nunca había asistido anteriormente y cuyo nombre omitiremos. Era un templo grande y había mucha gente en él. Coincidió que el sacerdote que celebraba la Misa no era el párroco ni un adscrito a la parroquia, sino que estaba haciendo un favor al párroco, que estaba ocupado ese día.

No voy a hablar de la homilía (que fue excelente, sencilla y al grano), sino solamente de un pequeño detalle que me encantó. Se rezó el credo “corto”, es decir, el Credo Apostólico y, al llegar al final del mismo, los fieles, con la seguridad que proporcionan años de práctica, dijeron como un solo hombre “creo en la resurrección de los muertos”, en lugar de “creo en la resurrección de la carne”.

Ante eso, el sacerdote se tomó dos minutos después del credo para explicar sencillamente y con tranquilidad que, en ese credo, se habla de la resurrección de la carne y el sentido de ese artículo de fe. Después de indicar que probablemente el error venía en origen de haber mezclado el credo “corto” y el “largo”, explicó que no sólo nuestra alma viviría para siempre, sino que nuestro mismo cuerpo había de resucitar y ser glorificado como el de Cristo. Los católicos comemos de la Eucaristía, que es medicina de inmortalidad como la llamaron los Padres de la Iglesia, de modo que sabemos que nuestro cuerpo mortal participará de la victoria de Cristo sobre la muerte. Por eso el cuerpo es templo del Espíritu Santo y no podemos abusar de él.

La explicación fue seguida con gran atención por toda la asamblea, que, hasta donde pude ver, la comprendió y aceptó con naturalidad. Por mi parte, sentí ganas de vitorear a aquel sacerdote y sólo me contuve porque no me pareció apropiado aplaudirle en medio de la liturgia. Aún más meritorio fue el gesto teniendo en cuenta que sólo estaba de visita y podía haberse limitado a hacer lo mínimo necesario.

Ya sé que sólo es un detalle aparentemente sin importancia, pero lo que me llamó la atención fue darme cuenta de que esos fieles llevaban probablemente décadas proclamando mal el credo sin que nadie se hubiera molestado en decírselo y en explicarles ese artículo de fe. Uno o probablemente varios sacerdotes les habían oído equivocarse al recitar el resumen de la enseñanza católica cientos de veces y no habían sido capaces de tomarse dos minutos para ayudarles a comprender mejor la fe en la resurrección.

¿Por Qué los Católicos Están Tan Mal Formados?

Por Bruno Moreno Ramos

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Volvemos a lo mismo: si los que deben formar a otros carecen de los conocimientos necesarios es, simplemente, porque no les da la gana adquirir esos conocimientos, que están al alcance de cualquiera en su nivel básico. No hacen falta cursos complicados, licenciaturas en Teología o doctorados en Sagrada Escritura, porque antes de eso hay muchísimo que todos podemos aprender con sólo molestarnos en leerlo o preguntarlo. Como es lógico, más allá de ese nivel básico the sky’s the limit, como dicen los ingleses; el cielo es el límite. Siempre hay posibilidades de profundizar más, leer más, preguntar más y saber más, porque la Teología es la reina de las ciencias y compensará abundantemente cualquier tiempo y esfuerzo que se le dedique.

Antes de que algún bienintencionado me diga que lo importante es la misericordia y que todo eso de la formación es un intelectualismo que no tiene importancia para la fe, me permito recordar que enseñar al que no sabe es una de las obras de misericordia. Los anteriormente mencionados sacerdotes, religiosos, catequistas y padres de familia tenemos un grave deber de formar en la fe a aquellos que nos están encomendados y, si no lo hacemos, la realidad es que no tenemos misericordia.

De nada sirve decirse, si uno es padre de familia, que lleva a sus hijos a un buen colegio o a una estupenda universidad; no basta, si se trata de un sacerdote, con pensar que su parroquia tiene eficientes servicios sociales; no es suficiente, para los catequistas, organizar muy bien la celebración de la primera comunión. Tenemos un grave deber de formarnos y de aprovechar cualquier oportunidad para formar a aquellos que Dios nos ha encomendado. A tiempo y a destiempo, como decía San Pablo, porque la formación en la fe es parte de la evangelización.

Ahí está la cuestión: que no evangelizamos. Y mientras sigamos sin evangelizar, millones de católicos seguirán dejando innecesariamente la fe todos los años, hasta que ya no queden millones de católicos. Y cuando el Señor nos pregunte el último día por qué permitimos que esas ovejas se perdieran, sólo podremos decir, horrorizados y avergonzados de nosotros mismos, que no nos dio la gana ayudarlas. Dios no lo permita.

Esto me lleva a deducir que la cuestión de por qué los católicos están tan mal formados no es un misterio. No hace falta ponerse a estudiar tendencias culturales, políticas o religiosas, la influencia del clericalismo y del anticlericalismo o las consecuencias del nominalismo del siglo XII. Por suerte (o más bien por desgracia) la realidad es mucho más sencilla: los católicos están tan mal formados porque no se les forma en absoluto. No es que las dificultades frustren los intentos de formarlos, sino que directamente ni siquiera se intenta.

Hay incontables oportunidades de formar a los fieles: explicando partes de la liturgia en la Misa, aprovechando la homilía, en charlas cuaresmales, pascuales o navideñas, en la clase de religión para los niños, en funerales, entierros, bodas y bautizos, haciendo uso del arte cristiano de nuestras iglesias, en las catequesis de primera comunión y confirmación o en los cursillos prematrimoniales, entre otras muchas. Pero la realidad es que esas oportunidades generalmente no se aprovechan, sino que se pierden en vaguedades, sentimentalismos o en hacer lo mínimo para cumplir el expediente.

Lo mismo se puede decir de los padres, que parecen ignorar su propio deber de formar a los hijos en la fe y que esperan que eso ya lo hagan en el colegio o en la parroquia. Como si no supieran por experiencia propia que la formación que les proporcionarán a los niños en esos lugares es limitada (o en algunas ocasiones inexistente) y, en todo caso, de nada servirá si los hijos no ven que sus padres no le dan importancia.

Por supuesto, para formar antes hay que formarse, porque nadie da lo que no tiene. Si el que supuestamente debería formar no sabe nada, difícilmente podrá ayudar a otros en esto. Gracias a Dios, esto tampoco es un obstáculo difícil o complicado. La realidad es que el 99% de los sacerdotes, religiosos, catequistas y padres de familia aprenderían muchísimo sólo con leer el catecismo. No hace falta más. Es cierto que es un dato triste en el sentido de que tantos que deberían saber apenas saben nada, pero también resulta muy esperanzador porque indica que la solución de esa ignorancia es relativamente sencilla: basta leer un libro que todos tienen o deberían tener en sus casas.

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Hacia Una Religión del HombrePor Alberto Mensi

Ya desde mediados del siglo XX se va manifestando, especialmente en Occidente, una tendencia dentro de la Iglesia que va confluyendo hacia lo que podríamos llamar una Religión del Hombre.Recuerdo que por los años 70 un prestigioso sacerdote dominico el RP Pinto OP del Convento de Santo Domingo, Buenos Aires, conversaba animosamente con un estudiante quien le planteaba argumentos sobre distintas cosas puntuales que se estaban reformando. Con una suave sonrisa le contestó al final: si tomas cualquiera de esas cosas de manera separada, independiente, seguramente le encontrarás explicación. El problema es que tomadas todas ellas en conjunto tienen un claro denominador que es la desacralización.

El problema es que paso a paso, con diferentes razonamientos, analizando de manera fragmentada la realidad, poco a poco van cambiando el eje de nuestra perspectiva y en lugar de ordenar nuestra mirada hacia Dios a quien debemos adorar, vamos centrando nuestra mirada en sólo el hombre, el hombre sólo sin Dios.

Se nos va colando suavemente una especie de pelagianismo1 y podemos ver un interés en diferentes métodos y sistemas para crecer, mejorar, superarnos… ¿y la conversión? ¿y el volver nuestro corazón a Dios?

San Agustín en su obra “De Civitate Dei” dice claramente “dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el menosprecio de Dios, fundó la ciudad terrena y, el amor a Dios hasta llegar al desprecio de sí mismo, fundó la Ciudad de Dios.”(De Civitate Dei 14,28)

En este primer artículo comenzaremos a analizar un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, del 24 de julio de 1966 firmado por el entonces Cardenal Alfredo Ottaviani. El documento se llama: “Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales, sobre los abusos en la interpretación de los Decretos del Concilio Vaticano II.2

Alguno podría decir: eso es de hace 50 años, ¡qué antigüedad!

Más bien debemos decir ¡qué visión que tuvieron en ese momento! ¡Qué actualidad!

Me parece que para abordar este documento primero debemos considerar lo que un gran pensador tomista moderno ha dicho acerca de la modernidad y la Iglesia, me refiero al Pbro. Julio Meinvielle quien en su clásica obra “De la cábala al progresismo” plantea cómo se va dando ese vaciamiento de la Iglesia de Cristo en una Iglesia del hombre.

Dice el P. Meinvielle que el progresismo no se da en el común de sacerdotes, teólogos, religiosos, laicos, como un efecto de una influencia directa de la Cábala sino que la gestación de esa Iglesia nueva surge por la influencia indirecta, real y efectiva de la cultura moderna que ella sí está profundamente impregnada por influencias gnósticas y cabalísticas.3

Dicho con palabras más sencillas el cambio se va dando por una adecuación de los distintos elementos doctrinales, litúrgicos y morales conforme al espíritu humanista mundano, un cambio radical del paradigma por el cual ya no se busca predicar para invitar a los hombres del mundo a convertir su corazón a Dios, sino adecuar el mensaje cristiano al gusto de los oídos de los hombres mundanos, para los cuales el mensaje cristiano se va convirtiendo en un positivo mensaje de rescate de aquello que al hombre moderno le hace permanecer tranquilo con un barniz de espiritualidad, pero que no pase más allá de la epidermis.

No se trata de convertir el corazón sino de alcanzar la plena realización.

Esto a la vez no se da de una manera violenta, ni de una manera total, drástica, en un momento, sino que se aplica la historia de la rana:

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Escrituras, más aún, lo que dijo que había que hacer Él dio el ejemplo haciéndolo.

Nuestro Señor les dio a los Apóstoles el mandato y el poder de conservar y difundir estas cosas para el bien de todo aquel que quisiera recibirlo, “el que a ustedes escucha, a mí me escucha; el que a ustedes desprecia, a mí me desprecia”4. El magisterio de la Iglesia no es el invento de un cura sino del mismo Dios y, en sus comienzos, se va desarrollando de una manera muy intrincada con la Escritura sacra y la Tradición.

Las catequesis orales de los Apóstoles movidos por el Espíritu Santo son las que se van a poner por escrito en los Santos Evangelios, textos en los cuales los escritores sacros tienen la asistencia del Santo Espíritu, pero además son fácilmente contrastados con el testimonio vivo de muchos que han sido testigos de algunos o muchos de esos momentos.

Lo que el Pueblo de Dios creyó siempre, en todas partes, es lo que se va transmitiendo de generación en generación y en los primeros siglos del cristianismo, sellado ese testimonio con la sangre de innumerables mártires.

No es nuevo éste error al que aludimos arriba pues pronto van a empezar a aparecer, como ahora, aquellos que con poca o mala doctrina quieren hacer decir al Señor lo que Él no dijo, para lo cual van a utilizar, y utilizan ahora (pues el diablo no se recrea, es sólo mona de Dios) el recurso tan vulgar de despegar el texto de la Sagrada Escritura lejos de la Tradición con lo cual cada uno lo entiende como se le da la gana. Por otra parte, según ellos, ese texto es simplemente lo que escribió un hombre allá en los comienzos del cristianismo, pero que, de última, no tenía idea cabal de lo que quería decir sino que ahora con los adelantos científicos podemos comprender qué hay de cierto y qué hay de ignorancia en esos escritos. Y el hecho de que cuenten un hecho histórico… habría que ver en realidad cuanto se acuerdan y cuanto inventan, y así el camino es interminable.

Si Jesús en el Evangelio dice que nuestro hablar debe ser sí, sí; o si es no, no; ellos dirán que si es si pero puede ser no, y si es no puede ser si, o tal vez, o quizás, depende de la situación.

“un señor puso una rana en una olla a cocinar a fuego fuerte y la rana saltó de la olla al quemarse. Vino otro y la puso suavemente en una olla con agua fría donde la rana se sintió cómoda. Puso la olla sobre una hornalla a fuego muy, muy bajo y así poco a poco fue entibiándose, la rana se durmió muy cómoda, hasta que subió y subió la temperatura y la rana quedó cocinada, y ella murió… muy cómoda”.

Esto simplemente es lo que va sucediendo y poco a poco nos vamos acostumbrando a normas, pautas, costumbres, formas, que van cambiando año a año, algunas de manera más acelerada convencen a quienes están apresurados por el cambio. Otras más moderadas, convencen a quienes les asustan estos cambios.

El tema es que con el tiempo nos vamos apartando, y mucho, del rumbo original, y por ello necesitamos convertirnos de una vez por todas al espíritu de esa Ciudad que nos dice San Agustín fundada en el amor a Dios hasta el desprecio a uno mismo, lo que es ni más ni menos que un eco de aquellas palabras de Jesús “aquel que me quiera seguir, niéguese a sí mismo, cargue su cruz y sígame” (Mt. 16, 24).

Vamos entonces a comenzar el análisis de algunos puntos de este Documento tan importante que nos ilumina acerca de algunos errores con los cuales estamos conviviendo hoy día.

1. “Ante todo está la misma Revelación sagrada: hay algunos que recurren a la Escritura dejando de lado voluntariamente la Tradición, y además reducen el ámbito y la fuerza de la inspiración y la inerrancia, y no piensan de manera correcta acerca del valor histórico de los textos”.

Vemos pues que el primer abuso del cual se nos advierte va a la fuente misma de la Revelación. Sabemos que Cristo Nuestro Señor ha dejado su enseñanza en una mesa de tres patas: la Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio Ordinario de la Iglesia.Ahora bien debemos entender correctamente qué significa esto para poder llegar a comprender la gravedad del error arriba mencionado.

Nuestro Señor enseñó oralmente a los Apóstoles y discípulos todo lo que debía enseñarles. Les interpretó las

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Si la Sagrada Escritura no es palabra de Dios, escrita por un hombre, y asegurada por la asistencia del Espíritu Santo para evitar ningún error doctrinal.

Si Jesús no está presente donde dos o más se reúnen en su nombre, y la Tradición de la Iglesia es simplemente una moda del pasado, no una regla de orientación en nuestra vida cristiana desde el origen de la Iglesia hasta la consumación de los tiempos.

Si el Magisterio de la Iglesia es tan sólo la ocurrencia de algún Obispo y no la concreción del mandato del Señor.

Si todo esto es así, como lo enseña este error, pues entonces hoy podemos creer en Cristo y mañana da lo mismo creer en Buda, en Mahoma o en Napoleón, es lógica pura.

Todo es un invento humano y la Iglesia sería tan sólo una asociación benéfica para que estemos un poco mejor, una sociedad filantrópica, un club de amigos pero no el Cuerpo Místico de Cristo.

Dejaría de ser por lo tanto la Iglesia fundada por el mismo Dios, para ser una congregación creada por hombres para que los hombres nos encontremos y seamos felices aquí y ahora.

Por eso tenemos inmediatamente estos dos errores:

2. “Por lo que se refiere a la doctrina de la fe, se dice que las fórmulas dogmáticas están sometidas a una evolución histórica, hasta el punto que el sentido objetivo de las mismas sufre un cambio”.

3. “El Magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable”.

Si no hay una verdad revelada, si simplemente esto es una congregación de hombres, tampoco hay verdades inmutables, no pueden existir dogmas, las verdades se deben ir adecuando a los cambios que se dan en la historia, deberían ser como explicaciones positivas adecuadas al común sentir de las personas hoy día.Por lo tanto el Magisterio Ordinario de la Iglesia debería ser tan sólo una especie de moderador para una convivencia pacífica.

Nunca pueden aceptar estos noveleros que la Iglesia como Madre y Maestra enseñe LA VERDAD revelada por Nuestro Señor Jesucristo, porque eso implicaría que deberían adecuar sus pensamientos, sus costumbres, sus vidas a lo que marca esa enseñanza, es decir, convertirse.

Por eso a ellos les dice nuevamente el Señor: “¿Cómo es que ustedes desobedecen el mandato de Dios para seguir sus propias enseñanzas?”5

Termino este primer artículo con un comentario que hacía el P. Leonardo Castellani más o menos así: al pie de la cruz los judíos le dicen a Jesús baja de la cruz y creeremos en ti y Jesús desde la Cruz les está diciendo crean en mí, entonces bajaré de la Cruz.

Hoy también los modernos fariseos y saduceos quieren que Jesús, que su Iglesia, baje de la cruz que se haga una más del montón para aceptarla porque no puede soportar el testimonio de Cristo vivo en Su Iglesia Santa y que desde el madero santo de la Cruz sigue atrayendo hacia sí a todos los corazones de buena voluntad.

_______________________________________________Notas:[1] Pelagianismo: herejía defendida y sostenida por el monje bretón Pelagio, de quien recibió el nombre, difundida en Sicilia, África y Palestina por Celso, y sistematizada por el obispo de Campania, Juliano, esta herejía aparecida en los primeros años del siglo V minó al cristianismo por la base. Sostenía la capacidad natural del hombre para conseguir la salvación; bastaba para ello el uso de la razón y de la libertad sin la intervención sobrenatural de Dios; negaba, al mismo tiempo la sustancia y las consecuencias del pecado original, y la absoluta necesidad de la gracia para realizar obras sobrenaturales (mercaba.org)[2] http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19660724_epistula_sp.html [3] Cábala: “La Cábala (termino hebreo que significa tradición) mala se funda en el cambio puro. El cambio no se encontraría en la creatura sino en el creador. Dios se haría con el universo y con el hombre, Dios sería historia... El hombre ejerce una acción predominantemente transitiva y transformadora, buscando la utilidad práctica de las cosas. La creatura humana tiene la insolencia de levantarse hasta Dios, y, por su propio esfuerzo, obtener la divinización. No es Dios quien salva al hombre en Jesucristo, sino que es el hombre quien completa y termina a Dios” P. Meinvielle. “De la Cábala al Progresismo” Edt. Calchaquí, Salta, 1970 [4] Lucas 10,16[5] Mateo 15, 3

Tenemos que elegir entre la luz de Cristo o la "luz" de las atracciones del mundo.

Fotografía por Tiberiu Ana (usuario de flicker.com)

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