30

download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

  • Upload
    others

  • View
    1

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
CO
Sello
Page 2: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 3: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 4: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 5: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 6: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

© 2012, José Luis Alonso Viñegla© 2012, Ushuaia Ediciones, S.C.P. Carretera de Igualada 71, 2º - 8ª 43420 Santa Coloma de Queralt [email protected] www.ushuaiaediciones.es

Primera edición: marzo de 2012

ISBN: 978-84-15523-04-8ISBN Ebook: 978-84-15523-05-5Depósito legal: SE-XXXX-2012

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales Ilustración de portada: © Oleksandra Vasylenko/ShutterstockImprime: Publidisa

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Impreso en España – Printed in Spain

Page 7: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

PRÓLOGO

Esfi sé dende los libros más viejos dista los más güenos, irmao l,alto de

l,estanteria d,aquella enrobiná bibloteca. Y de cuajo, ni a cásico he-

cho, m,olvié de la cansera pa icirles cosicas hermosas de nuestra tierra.

¿No les zurren en las orejas el silbio de las percas y las fl echas, en-

tre los yampos y la boria, los clujios de las espingardas, las piolas ar-

tilleras, no les suena el fl amear de l,banderas, el mugir de los cherros

arretrepando la laera de la sierra del Caño, para que la Lorca mora

en cristiana se convirtiera?

La torre Alfonsina toas l,albas nus espera, como si abajaran en-

tavia por las entreaeras de la ciudadela los caballos dista la vega pa

encelar a la Virgen de las Huertas, con sus soldaos armaos hasta las

muelas.

Los clisos alerta, no hay cuidiao, paice que durmiera en su iglesia

de la alamea, como una madre entera.

Una miaja de repizco si me quea. Fablar pa la parva que se lleva

la sementera. Munchos no ascuchan, jenares sin reaños que allevan

clisaicos toa la via entera.

¡Ay si Lorca se estremeciera ansina de gorpe, to el mundo se alle-

varia nuestras gozaeras, pero denguno se acerca, ni de dentro ni de

afuera, la parvá fartos de embiste y arrebujaos en l,endiferencia se

arrechuzan pa otros beiles y juergas, chamullando excusas treicione-

ras, como si aborica mesmo enantes nos les juera.

Page 8: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

¿Y mentras?

Lorca aspera, acunaica en la huerta, la respuesta de sus hijos, que

le diga: ¡alevantate ya llegó la volaera!

Page 9: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

CUADERNODE

BITÁCORA

Page 10: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 11: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

11

Eliodoro ya lo traducía en sus versos agrietados por el vino

fuerte de las tabernas escondidas.

Un día lo descubrí. De repente. Sin darme cuenta. En el azul

plata de ese mar que nos requiebra con suspiros de doncella aban-

donada. En el canto de las gaviotas, soberanas de oscuras y ague-

rridas rocas de Calnegre.

Me impregné de lorquinismo al suave amanecer de la verde huerta,

hablando con hombres de hablar parsimonioso y grave. El lorquinis-

mo se transformó en quietud de campos amarillos y rojos amapo-

la. Y se armonizó con rastrojos tremolones elevándose en el aire.

Aprendí a descubrirlo paseando despacio por las calles serenas

de la eterna ciudad. Y me uní al orgullo altanero de la torre enhies-

ta de su castillo amurallado.

¡Alfonsina! ¿Y el torreón del Espolón? Ahí está buscando a los

enamorados que se despeñaron. Recordando en el tiempo el sabor

moruno de Aben Lubum.

Sentí la cansera y la fatiga de Lorca, en busca de las mezquitas.

Tres. Orientadas en dirección a La Meca. Luego sus quiblas enfi -

laron el cielo puro de la sierra del Caño.

Sus minaretes, aún ensordecidos por las aleyas de los almueci-

nes, dieron paso a las campanas de bronce de los nuevos dueños de

la ciudad. San Juan. San Pedro. Santa María.

Page 12: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

12

La casa del Corregidor, el ayuntamiento construido atravesan-

do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de

las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de

los García de Alcaraz, Menchirón Pérez-Monte, Alburquerque,

Irurita, Ponce de León.

El convento de la Merced o Santa Olaya, los dominicos del

Rosario de Santo Domingo, los franciscanos de San Francisco, San

Cristóbal mozárabe. Los cien escudos de sus calles. La iglesia de

Santiago, San Mateo, el Carmen.

Y la plaza.

La Lorca por esencia.

Hecha poema en piedra. Preñada de sueños. De golondrinas

descolgándose de la inmortal catedral devaluada en colegiata. Un

hito más. San Patricio sonríe con ironía desde sus esquinas.

Me emborraché de Lorca oyendo voces secretas, en los zagua-

nes y portalones de callejones desconocidos.

Hablaban de sucesos de armas, de escaramuzas con el moro,

aventuras de guerreros más allá de los límites de la prudencia, en los

predios de Alhamar, el fundador de la dinastía Nasrí de Granada.

Los efl uvios de la Alhambra alcanzaron a cuarenta caballeros,

que tomando la ruta de Almería tuvieron singular batalla en la vi-

lla encastillada de Serón. ¡Cuarenta contra todos! Y como hombres

de honor respondieron. Una vez terminada la pelea acompañaron

hasta Guadix a una bella princesa que caminaba con los hijos del

Islam, en busca de su novio para desposarse.

Las voces se tornaron susurros y me contaron la hazaña de

Martín Piñero, «el del Brazo arremangao», que fundió en un

solo ente, de un lanzazo, a caballo y jinete, al príncipe de Bujía,

Aben Rahó, en la batalla de los Cabalgadores junto a la rambla de

Nogalte.

Lorquinismo que resuena nombres mágicos, Alporchones,

Alonso Fajardo «el Bravo» Oria, Cantoria, Arboleas, Salado, en-

trechocar de aceros, tremolar de banderas, algaras, celadas, corre-

duras, sangre, sacrifi co, lealtad.

Page 13: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

13

Inagotable pasión que brota a raudales. Lorquinismo vivo. No

es amordazable porque es invisible, no se puede medir, ni calcular,

solo sentir, es incarcelable. Y todo lo embriaga.

Como el almizcle de las rosas en las alamedas, caminicos de la

huerta. Vereas del convento franciscano de Santa María La Real

de Las Huertas. Eucaliptos. Tarais. Adelfas. Y el puente añejo cur-

vado sobre el lecho adormecido de la rambla.

¿Quién hurtó el agua a los campesinos? ¿Quién maldijo los

campos? Son las lágrimas de los huertanos quienes fertilizan la

tierra.

¿Y el teatro quien lo arrullará? Sus pasillos decimonónicos re-

claman rimas de versos fl oridos, arpegios de guitarras. La orquesta

nunca comienza el concierto.

¡Ay de mi lorquinismo que nunca se muere, envuelto en la indi-

ferencia de los tímidos y los cobardes!

Las cofradías de Lorca, blancas, azules, encarnadas, moradas y

negras, los resucitados del «Palero» guardan sus tesoros. Velan ar-

mas como los antiguos caballeros.

El viento remueve nombres de Lorca, la joya árabe de los her-

manos Lubum. Ellos recogieron las esencias etéreas que traían los

vientos. Muhammad se embrujó de lorquinismo y quiso ser rey.

Deseó a Lorca solo para sus alforjas. Aben Allag el poeta del amor

udri hilvanó estrofas mágicas plenas de colorido. Alfonso X tomó

la fl or más preciada de Levante. La muerte y el olvido del rey Alí.

¡Lorquinismo que no te deja! ¿Hacia dónde caminas? No olvi-

des tu esencia.

¡A Lorca, por Lorca!, decían las huestes de Sancho «el Bravo».

No debes detenerte.1

1 La Verdad. Sábado 19 de septiembre de 1987. Revisado el 2 de enero de 2012.

Page 14: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 15: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

15

La niebla era espesa. Una pastosa boria envolvía la sierra del

Caño, donde se erguían soberbias las torres y atalayas de

Lurka.

Madrugada del 23 de noviembre del año de Cristo de 1244. Las

mesnadas alfonsíes confesaron y comulgaron, y después se lanza-

ron a la conquista del bastión musulmán, con el príncipe Alonso

de Castilla al frente de las tropas. El ejército se dividió en tres

columnas que asediaron a la medina por el Levante, el centro y

el Poniente.

—Príncipe, desde la hora que ha venido el alba, se ha sentado una

bruma tan espesa que nos oculta de los defensores de la fortaleza.

Los capitanes dieron la orden de marcha y el vapor avanzó

como un caballero más al paso de la hueste castellana.

Los vaqueros prendieron fuego en los cuernos embolados de

una manada de reses y las azuzaron con sus gritos los mayorales.

Los animales se lanzaron en desbandada peñas arriba alertando a

los moros que creyeron que un poderoso ejército se dirigía hacia

ellos por el Poniente.

El capitán Morviedro se emboscó al pie de la torre del Espolón

con sus arqueros y peones, ordenando a sus guerreros que levanta-

ran toda clase de ruido como maniobra de distracción.

ILaReconquistadelorca

Page 16: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

16

Sonaron atabales y trompetas, ulular de caracolas, cascos de

caballos, mugir de toros bravos. Los soldados del rey de Lurka,

Mohammad Alí ibn Ali, creyeron que una poderosa hueste ataca-

ba la ciudad por aquel fl anco y corrieron a defender aquel tramo de

la muralla dejando desguarnecido el resto.

Los cristianos lanzaron por el centro un durísimo ataque. Las

fl echas silbaban sobre las cabezas de los atacantes. Su ardor les lle-

vó a las puertas de los arrabales. Se combatió casa por casa, pelda-

ño a peldaño. La sangre empapaba las calles y los gritos y lamentos

se confundían con las órdenes del combate.

Amedrentados los musulmanes se refugiaron en la Torre de

Alcalá, residencia del emir Ali ben Alí, dispuestos a morir antes

que entregarse.

El capitán Morviedro por fi n había arrebatado a la morisma la

torre del Espolón, asediando desde sus posiciones la alcazaba de

Muhammad, en colaboración con las gentes del príncipe Alonso, y

que milagrosamente no había perdido ningún hombre en la batalla.

Llegaron gritos de júbilo: los caballeros del alférez Sancho Mazuelo

de Manzanedo se habían hecho fuertes en la Puerta de Levante,

arrebatando a los árabes la Fuente del Oro.

Solo quedaba sin expugnar la torre de Alcalá, donde se refugia-

ba el emir Ali. El Príncipe lo llamó a grandes voces, y este se acer-

có a las almenas alzando una pieza de seda de color blanco en señal

de luto. Después bajó los tres pisos del bastión, salió al exterior y se

postró en el suelo no osando levantar la mirada más allá de las pe-

zuñas del caballo de Don Alonso. Después de recibir por tres veces

la orden de que se alzara, le entregó sollozando las llaves de la ciu-

dad. El aire se llenó de vítores. El sol se impuso a la fosca.

En el amanecer de aquella mañana memorable en que la igle-

sia recuerda al mártir clemente, ondearon en el aire los pendones

de Castilla.

Bajó el cristiano al valle y se arrodilló ante la imagen de una vir-

gen que le aguardaba y que había llevado consigo en el arzón de

su caballo. Ordenó que se erigiera un templo en su honor, a la que

Page 17: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

17

había sido nombrada como Divina Capitana: Santa María La Real

de Las Huertas.

Relación de los caballeros que quedaron en Lorca después de la

conquista: Teruel, Serón. López, Peñaranda, Felices. Cánovas.

Tudela, Mercader, Yáñez, Ferrer, Lorca, Soler, Segura, Arcas,

Matheo, Rendón, Leyva, Alcaraz, Guaita, Fernández, Hita,

Sánchez, Peralta, Muñoz, Ximénez, Navarro, Meca, Pérez,

Chuecos, Giner, Bernal, Sicilia, Riopar, Martínez, Franco,

Morote, Caro, Contreras, Lara, Guevara, Martínez de la Junta,

Egea, Alonso, Moncada, Márquez, Tizón, Mula, Montijo,

Pallarés, Morata, Menchirón, Fajardo, Osorio, Blázquez, Abril,

Guirao, Quiñones, Espín, Ros, Espejo, Ibarguen, Leonés, Zapata,

Montalbán, Marín, Bravo, Carreño, Zambrana, Tomás, Pérez

Monte, Riquelme, Pinar, Peraleja, Almazan, Altares, Lizcano,

Cano, Fenares, Zarzuela, Villanueva, Ponce de León, Cayuela,

Tejedor, Mena, Funes, Carrasco, Alegría, Álvarez, Piñero, Salazar,

Alburquerque, Cuenca, Munuera, Avellán, González, Campuzano,

Barreda, Calderón, Vicente, Ruiz, Correa, Tirado, Fuster.2

2 Fray Pedro Morote. Blasones y antigüedades de la ciudad de Lorca.

Page 18: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 19: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

19

En los tiempos del rey Don Juan de Castila y de León, aquel

que hizo a la villa de Lorca ciudad noble, concediéndole los

fueros propios, vivía un cristiano viejo de nombre Pedro Ramírez,

que era mayoral de las heredades y ganados del alcaide del alcázar,

el caballero Martín Hernández Piñero, que habitaba con su fami-

lia en el arrabal de Los Albaricos, junto a la judería de San Lázaro.

Un día de estío después del mediodía, un hijo de Pedro Ramírez,

de nombre Juanico, un muchacho de trece años, salió de su casa a

pastar con su yegua rucia, junto con otros muchachos de su edad,

que también conducían caballos, yeguas y potrancas. Atravesaron

los zagales la Puerta del Postigo, y por el camino de Andalucía

que va a la ciudad moruna de Vera tomaron ruta hasta la Torre del

Pozo distante una legua y media de Lorca, y allí en aquellos cam-

pos, en los rastrojos del los trigales recién segados, los muchachos

pusieron sus bestias a pastar, a las que trabaron por los ronzales.

Aprovechando para guarecerse del calor se pusieron a la sombra de

los olmos que daban sombra alrededor de la fuente, y se entregaron

a la siesta, sin percatarse de la aparición de una partida de moros

de Vera, que habían salido a robar ganados y cautivar cristianos en

el término de la frontera del reino de Murcia, como era costumbre

por andalusíes y castellanos en tiempos de guerra y también en las

treguas cuando no eran respetadas.

IILaLEYENDA de LOSCABALLOS

Page 20: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

20

Quedó solo en el campo el hijo de Pedro Ramírez que acu-

dió a tomar su yegua, pero los moros, que eran más de una doce-

na, lo cercaron, lo cogieron cautivo y lo ataron con cuerdas sobre

su cabalgadura.

Los de Vera soltaron de sus trabas y guindaletas al resto de la

manada; cabalgaron todos, que ninguno quedó peón, y tomaron

la vuelta hacia sus territorios, con el cautivo delante montado sobre

su yegua, atados los brazos a la espalda.

Cuando la comitiva llevaba un buen trecho hecho, Juanico, con

las rodillas y las piernas, guio a su yegua por fuera del camino y

obligó al animal a que volviera la cabeza a la parte de Lorca.

La jaca, que conocía los modos de su amo, le obedeció en todo

momento, iniciando un trote ligero, y luego al oír las voces y los

gritos del muchacho, entendió la orden de la galopada, y esta par-

tió presurosa hacia tierra de cristianos.

Los moros no sabían que la yegua que montaba el zagal era la

madre de toda la recua, y los animales tornaron tras la querencia

de la yegua vieja de Ramírez. Y antes de que los ladrones se dieran

cuenta del ardid, toda la cabalgada tornó derecha a la villa, no pu-

diendo los raptores frenar a los caballos por solo llevar ronzales, ni

bajarse en plena galopada por temor a quedar malparados y heri-

dos, y uno que lo hizo quedó en el campo perniquebrado.

El muchachico azuzaba a su yegua que corría como el viento, y

los potros y potrancas igual corrían en pos de la guía de la mana-

da, y en poco tiempo se acercaron a las puertas de las murallas de

Lorca, por la parte de Nogalte.

Galopaba delante el zagalico en su yegua rucia, y le seguían en

pos todas las demás bestias que montaban los salteadores, que es-

tando a merced de los animales y viéndose perdidos hacían señas a

Ramírez para que parara la veloz carrera.

Y de esta guisa llegaron a Lorca, y los defensores de las puertas

fueron obligados a salir al encuentro, secundados por muchos caba-

lleros, los que al darse razón por las señas que hacía el muchacho de

que los moros le seguían no por su voluntad, sino forzados por sus

Page 21: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

21

cabalgaduras, a las que no podían sofrenar por solo llevar ronzales,

les acometieron y cercaron, y como el muchacho se paró con su ye-

gua, las demás bestias cortaron su correr, y los moros fueron presos,

y cautivos encerrados en la fortaleza de la Torre Alfonsina de Lorca.

Y de esta manera, el hijo de Pedro Ramírez, cautivó a los moros

salteadores, lo que fue muy celebrado por toda la ciudad y los pue-

blos de la comarca.

Y después, el alcaide mandó pintar en una tabla la hazaña del

astuto muchacho contra los musulmanes robadores, y por ser el día

que tal sucedió víspera del día del Señor Santiago, patrón y defen-

sor de España, se puso la pintura junto a su altar, en la iglesia de

su parroquia, y las gentes todas se hacían lenguas de la proeza del

Muchacho de Lorca, hasta hoy.

El amanuense da fe de la historia: aconteció hace 60 años cum-

plidos, y se escribe ahora para el noble caballero virtuoso Mosén

Julio Cabrero, Corregidor y Justicia Mayor de la Ciudad del Sol.

Y fi rma el documento:

Yo Alfonso García de Alcaraz, Escribano de Cámara de sus

Altezas y Notario Público de esta ciudad lo hice escribir. - Alfon

Grass sno (rúbrica).

Gonzalo Correas, catedrático en Salamanca de caldeo, hebreo y

griego, en el siglo xvii, cita este suceso en su obra Vocabulario de re-

franes y frases proverbiales, en la página 106:

El muchacho de Lorca, o el muchachito de Lorca, o el niño de

Lorca, y fue la historia que un muchacho guardaba unas yeguas,

llegaron moros e hicieron presa de él y de ellas; era cuando los ha-

bía en Granada. El muchacho se fi ngió enfermo y de poco saber;

dijo que le subiesen en una yegua vieja, que era madre y guía, y le

atasen los pies por debajo, y ellos subiesen en las otras; cuando vio

que todos estaban a caballo, y que podía correr, picó para Lorca,

su lugar, y luego las otras yeguas corrieron tras la madre, llegó el

Page 22: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

22

mozo en salvo y algunos moros tras él, por no se matar cayendo;

otros se echaron de las yeguas y se descalabraron o perniquearon,

y fueron presos y cautivos.

Fernando Hermosito y Parrilla, poeta y escritor murciano del

siglo xviii, cita el caso del muchacho de Lorca, en un manuscrito

inédito, Apuntes Históricos del Reino de Murcia, en el tomo IX de la

colección de escritos de Vargas Ponce, que fi gura en la biblioteca

de la Real Academia de la Historia:

«Que estando unos muchachos apacentando unas yeguas en el

paraje que llaman Torre del Pozo, del término de Lorca, les asalta-

ron unos moros, viéndose obligados los muchachos a huir, menos

uno que por descuido o atrevido se quedó, siendo apresado con las

yeguas. El rapaz, sin turbación alguna, les dijo que fuesen subiendo

en ellas para caminar más cómodamente; hiciéronlo así, montan-

do él en la más vieja y madre de todas, y cuando estuvieron mon-

tados echó delante y avivando al animal lo guió por atajos peñas-

cosos, y como su yegua corría a más no poder, seguían las otras la

misma marcha y de esta manera se entró con ellas en Lorca, con

algunos moros que por no estrellarse, temerosos y fi rmes se man-

tenían montados, excepto uno que quiso bajarse y del golpe que

recibió no quedó para contarlo. Cuando en la ciudad se vio entrar

con tal intrepidez tan inesperada cabalgata no sabían a que atri-

buirlo, hasta que el arrojado zagal refi rió el caso; quedaron cautivos

los moros, se celebró el caso por bastante tiempo, se mandó pintar

el suceso, olvidándose lo principal, o sea de escribir el nombre del

chico, quedando aplaudida tal acción con el nombre del Muchacho

de Lorca». Francisco Cáceres Pla escribió en el año 1902 un libro

titulado Lorca, y en la página 224 hace referencia al suceso:

Más pillo que Ramírez el de Lorca.3

3 Esta leyenda fue recogida por Andrés Espín Rael con el nombre «El mucha-cho de Lorca», y publicada por el Centro de Cultura Valenciana en 1958.

Page 23: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

23

Y se pregunta por el signifi cado de este dicho popular:

En muchos pueblos de Andalucía es bastante repetida esta frase,

cuya signifi cación ignoramos a pesar de las pesquisas que hemos

hechos en varias ocasiones.

A fi nales del siglo xviii y principios del xix, los poetas y lite-

ratos de Lorca realizaban tertulia en los bajos de la sala capitu-

lar de la colegiata de San Patricio, en la Plaza Mayor, ahora Plaza

de España, y allí ofrecían a los asistentes los frutos de sus com-

posiciones literarias, unas veces satíricas, otras burlonas, algunas

dogmáticas, los sermones de los canónigos, críticas políticas, di-

chos y sucesos procaces o escatológicos que se propagaban por

toda la ciudad en ejemplares manuscritos por escribanos y nota-

rios, que siempre iban fi rmados por el seudónimo, Juan Carambel.

El pueblo comenzó a llamar a los libelos «carambeles», y eran es-

perados con avidez por la población que los leía con fruición y re-

gocijo, siendo difundidos en voz alta en las reuniones donde los

curiosos eran analfabetos.

Uno de estos «carambeles» es el romance «El muchacho de

Lorca», fechado en 1817.

Page 24: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,
Page 25: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

25

En el año cristiano de 1248, una tribu bereber procedente del

desierto del Sahara —los Banu Marín («los hijos de Marín»)

o Benimerines— inició el saqueo del despojos del fi niquitado im-

perio almohade, y conquistaron la ciudad de Fez y la de Marraquex

en el año 1269. Dirigidos por Abul Hassan, el «Sultán Negro»,

consolidaron un nuevo imperio que abarcaba desde Túnez hasta el

océano Atlántico.

Las 14 millas marinas del estrecho de Gibraltar eran la úni-

ca barrera para su codicia, pues había puesto su mirada en el fér-

til valle del Guadalquivir y en las tierras feraces de Al-Ándalus.

Envió a su hijo Omar a combatir en el asedio de Jerez de la

Frontera, con tan mala fortuna que alcanzó la muerte a manos de

los ballesteros de Guzmán «el Bueno».

Entonces la ira se apoderó de él y de todos sus pensamientos,

y con el afán de la venganza organizó un ejército para derrotar de

una vez por todas a los reyes cristianos de Hispania y extender sus

dominios por el sur de Europa.

Equipó una belicosa harka de 70.000 jinetes y 400.000 guerre-

ros de a pie, y puso rumbo a la ciudad de Ceuta, donde embarca-

ron en 250 bajeles y 70 galeras, rumbo a las costas ibéricas. A los

cinco meses posaron en un gigantesco campamento, presidido por

la tienda negra del sultán, a poca distancia de la ciudad castella-

III

LA BANDERACOMPARTIDA

Page 26: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

26

na de Tarifa, de la que era alcaide el caballero Alonso Fernández

Coronel, y la cercaron con tropas y máquinas de guerra enviadas

por Yusuf Nars, VII emir de Granada.

Sabedor el rey de Castilla, Don Alfonso XI, de la expedición

organizada por el sultán Benimerín, envió al Almirante Alonso

Tenorio con la fl ota castellana para que abortara el paso de los ára-

bes por el Estrecho de Gibraltar.

Cuando las naves de Tenorio arribaron al Estrecho, los faluchos de

Abul Hassan ya habían atracado en las playas hispanas, a excep-

ción de algunos bajeles rezagados.

El rey castellano envió a su almirante ocho galeras desde el

Puerto de Santa María, pero este acometió a los bereberes a pesar

de que estos le cuadriplicaban en número. Los cristianos comba-

tieron bravamente pero la fl ota Alfonsina quedó deshecha, y la ga-

lera de Alonso Tenorio apresada. El Almirante se hizo fuerte en el

castillete de popa abrazado al pendón de Castilla. Los benimerines

se abalanzaron sobre él, le cortaron los brazos y le dieron horrible

muerte. Solo se salvaron de esta espantosa acción de guerra cinco

galeras que se pusieron al pairo de las murallas de Tarifa, que ya

había sido reforzada, y sustituido su alcaide por Don Juan Alonso

de Benavides.

El onceavo de los Alfonsos de Castilla pidió ayuda al rey de

Aragón y al de Portugal, pues la invasión de los benimerines de-

jaba abierta castilla y todo el orbe cristiano a una nueva invasión

norteafricana.

El rey portugués Don Alfonso IV colaboró en la campaña con

su fl ota, al mando del genovés Manuel Pezagno, que se unió a las

doce naves aragonesas que le esperaban en Cádiz.

Abrumado por el avance de los benimerines enardecidos por la

victoria, el monarca castellano convocó una junta de prelados y de

grandes del reino en su palacio de Sevilla, y una vez reunidos los

llamó al combate.

Page 27: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

27

Después de largas deliberaciones, la corona envió a Roma como

embajador a Don Juan Martínez de Leiva con el encargo de con-

seguir indulgencias plenarias para todos los que fuesen a la guerra,

y el Papa acordó otorgar remisión de todos los pecados a los gue-

rreros que combatieran durante tres meses seguidos, bajo la super-

visión cristiana del arzobispo Gil de Albornoz, a su vez nombrado

legado del Sumo Pontífi ce.

II

Alrededor de 13.000 caballeros castellanos, 1.000 lusitanos y

25.000 infantes emprendieron la marcha el lunes 16 de octu-

bre desde la base general de Sevilla. Esa misma noche posaron

en Utrera. El martes arribaron a Torres de Alocaz, y el miérco-

les a Coyos en las proximidades de Lebrija. El jueves acamparon

en Jerez de la Frontera, donde se le unieron las mesnadas de su

concejo, y las tropas reclutadas por el concejo de Lorca, que des-

de la frontera nazarí acudieron a la llamada de la cruzada. El vier-

nes posaron sus tiendas en las riberas del río Guadalete, de funesto

recuerdo para los cristianos, pues en sus aguas desapareció para

siempre el rey visigodo Don Rodrigo, intentando repeler la prime-

ra invasión musulmana. Permanecieron apostados en sus orillas,

sábado, domingo y lunes, esperando a los guerreros enviados por

los concejos castellanos.

Con la llegada del resto de la hueste, el ejército continuó su

destino, y el miércoles los guerreros durmieron en los aledaños de

Medina-Sidonia. Al alba emprendieron el paso hasta Beralup, y el

viernes divisaron las aguas del río Almodóvar, donde vivaquearon

una jornada, y el domingo día 29 de octubre de 1340 se detuvieron

en Valdevaqueros, a 10 millas de las murallas de Tarifa.

El rey Alfonso XI de Castilla envió heraldos al «Sultán Negro»,

Abul Hassan, retándole a pelear en las llanuras de la Laguna de la

Janda, y esperó la vuelta de los emisarios.

Page 28: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

28

Los reyes moros, cuando escucharon a los emisarios, contesta-

ron altaneros:

—¡Decidles a los Alfonsos que estamos dispuestos para la bata-

lla, y que después de la pelea recuperaremos Tarifa y otras ciudades

para el Islam, pues hemos pasado el estrecho para ocupar total-

mente Al-Ándalus!

Mientras los correos volvían a todo galope, abandonaron el cerco

de Tarifa, quemaron las máquinas de asedio, tomaron posiciones y

se atrincheraron en la peña del Ciervo, y el sultán dejó al frente de

la gran zanja excavada, a su hijo, Aben, para que controlase el pun-

to más estrecho del río Salado, que dividía ambas formaciones.

Este mismo día, 1.000 caballeros y 4.000 peones de Castilla

cruzaron la corriente y expulsaron a los moros del Puerto de la

Peña, que se defendieron con valor. Después del primer golpe de

mano, el rey Alfonso XI examinó el terreno con el alférez Real,

Don Diego de Moncada, y con el arzobispo Gil de Albornoz, y

ordenó que se explanara el atrincheramiento, que se realizaran

obras de contención y que se abrieran pozos de lobo, para difi -

cultar la zona costera pues presagiaba que allí se daría la batalla

fi nal.

Mientras tanto el sultán había dispuesto su campamento real al

fi nal de una cañada, en un otero distante 4 millas de Tarifa en el

camino de Algeciras, que se elevaba a una altura de 185 varas, des-

de el cual dominaba la alcazaba de Guzmán «el Bueno», los llanos

de la Vega y los cerros próximos.

Defendían el alfaneque del sultán Benimerín 6.000 guerreros

a caballo y 8.000 infantes, emboscados tras una empalizada y tres

barreras de lanzas, con la misión añadida de frustrar cualquier mo-

vimiento envolvente surgido desde el interior de la ciudad.

El emir de Granada situó sus tiendas junto al campamento

benimerín y las tropas de Abul Hassan, que había distribuido a

sus guerreros, por tribus y estirpes llegando hasta la orilla del río

Page 29: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

29

Salado. En total sumaban una fuerza de 40.000 jinetes y 60.000

muyahidines, reclutados entre las tribus Ayera y Arga, en la ciudad

santa de Xauen, Marraquex y en los oasis de Yerbala.

Pronto las vanguardias llegaron a la lucha cuerpo a cuerpo, y los

castellanos al frente de su rey se lanzaron en tromba hacia la tien-

da negra del sultán, escarpando una empinada roca muy bien de-

fendida por los arqueros de la tribu Ayera, la más belicosa del Rif,

en cuya cima el jefe de los bereberes aparecía rodeado de un gran

fuerza combatiente, y desde la que se divisaba todo el campo de

batalla y el retorno a la ciudad de Algeciras. Por el fl anco izquierdo

los peones castellanos se unieron a los portugueses. Los cruzados

avanzaron hasta el riachuelo saladillo afl uente del Salado y se detu-

vieron al estar defendido por una avanzadilla musulmana.

La cruzada constaba de vanguardia, cuerpo central, dos fl an-

cos y zaga. La costanera izquierda estaba conformada por peones,

al mando de Don Pedro Núñez de Guzmán, y la derecha, por los

donceles del rey, que montaban a la jineta, como los moros, al man-

do de Don Alvar Pérez de Guzmán.

El paso del río Salado se efectuó por los parajes que llevaban el

nombre de un bravo caballero de León, Don Pedro Valiente, que se

extendía por un llano de una milla y media de ancho, desde la costa

desde la playa de Los Lances hasta la loma de Los Prados.

Los lusos cruzaron el Salado sin encontrar oposición por la desem-

bocadura que conducía al puerto de Piedra Cana, donde se encon-

traba al acecho el rey de los nazaritas.

La retaguardia quedó expectante en las laderas de la roca de la

Peña, y los defensores de Tarifa se vieron reforzados por un des-

tacamento que la noche anterior había conseguido burlar a los es-

cuchas mahometanos, secundados por los marineros de la fl ota

aragonesa fondeada en el estrecho.

A una señal los tarifeños abrieron las puertas de la ciudad y se

abatieron sobre los benimerines que pasaron de asaltantes a ser

Page 30: download.e-bookshelf.de · do siglos en el tiempo, a expensas de los vaivenes y avances de las mesnadas castellanas y aragonesas. La casa de Guevara, la de los García de Alcaraz,

30

asediados, provocando un movimiento envolvente que asfi xiaba a

los moros en una burbuja de fl echas y lanzas.

El sol se encontraba justo encima de la vanguardia musulma-

na, cuatro horas después de haber amanecido, y entonces comen-

zó la batalla.

Don Alfonso cruzó el río Salado y cargó contra una belicosa

mehala de benimerines, que al grito de ¡Allah es grande! le hicie-

ron frente azuzados por los imanes, que les recordaban que los que

murieran en el combate irían directamente a un paraíso de fértiles

palmerales donde corrían ríos de agua, de leche y miel, y donde se-

rían servidos eternamente por bellas huríes de ojos negros.

El retumbar de los tambores, los alaridos de los gurkas provo-

cando la carrera de los camellos meharíes, los relinchos ner-

viosos de los pequeños caballos bereberes, las pezuñas de los

animales pisoteando los guijarros de las riberas del río, el silbi-

do de las fl echas surcando el aire, los reniegos e imprecaciones de

los jinetes, el entrechocar de los hierros de las lanzas y las ban-

deras al viento, provocaron en los cristianos la idea de la muer-

te inminente, encogiendo el ánimo de los más débiles, que ante

las espantosa visión del avance de las turbas rifeñas envueltas en

nubes de polvo, creyeron morir de pánico en el mismo momento.

Para templar las voluntades, Alfonso XI avanzó sobre sus líneas

caracoleando con su caballo blanco de pura raza astur, de fuertes

patas, panzudo, de cabello corto, voluminosa cabeza y pelaje ensor-

tijado. Una saeta surgió del bando musulmán y se clavó en la silla

de montar del monarca, que se desesperó y se encomendó a la parca,

estando a punto de ser rodeado por los magrebíes, pero el arzobispo

de Toledo se adelantó dando cintarazos con su látigo de nueve co-

las y cogió por las riendas el caballo del rey cristiano, devolviéndolo

con las mesnadas de los concejos castellanos, diciéndole:

—Mi señor, ¡poned la confi anza en Dios que es el que preside

esta batalla!