Dostoievski Fiodor - La Timida

Embed Size (px)

DESCRIPTION

documento en word

Citation preview

La t?mida

Imaginen un marido cuya mujer, una suicida que se ha arrojado por la ventana hace slo unas horas, yace ante l sobre una mesa. l est conmocionado y no ha tenido tiempo de ordenar sus ideas. Camina de habitacin en habitacin e intenta dar un sentido a lo que acaba de ocurrir De ah que se cuente a s mismo la historia, intente aclarrsela. As explica Dostoievski su obra en la Nota del autor que precede a La dulce, a la que llama relato fantstico. La dulce se basa probablemente en hechos verdicos en que el autor ruso se inspir para escribir una de sus ms inquietantes novelas cortas. Como si de un viaje al pasado se tratara, Dostoievski, a travs de las contradicciones, remordimientos y justificaciones en el soliloquio del protagonista ante un auditorio invisible o una especie de juez, investiga en los recuerdos a la bsqueda de la verdad que se esconde en el alma humana. Relato de Dostoievski publicado en su "Diario de un escritor" que ha sido traducida al castellano como "La tmida", "La dulce" y "La mansa"

FEDOR DOSTOIEVSKI

LA TMIDA

Advertencia del autor

Pido perdn a mis lectores por darles esta vez un cuento en lugar de mi "diario", redactado bajo su forma habitual. Pero este cuento me ha tenido ocupado cerca de un mes. De todos modos, solicito la indulgencia de mis lectores.Este cuento lo he calificado como fantstico, aun cuando yo lo considere real, en el ms alto grado. Pero tiene su lado fantstico, sobre todo en la forma, y acerca de esto deseo extenderme.No se trata ni de una novela, en sentido estricto ni de unas "Memorias". Imaginen ustedes un marido que se encuentra en su casa ante una mesa, sobre la cual reposa el cuerpo de su mujer, que se ha suicidado. Se ha tirado por la ventana algunas horas antes.El marido est como loco. No logra reunir sus ideas. Va y viene por el cuarto, tratando de descubrir el sentido de lo que ha pasado.Adems, es un hipocondraco inveterado, de los que hablan con ellos mismos. Habla, pues, en voz alta, contndose la desgracia, tratando de explicrsela. Se encuentra en contradiccin con s mismo en sus ideas y en sus sentimientos. Se declara inocente, se acusa, se confunde entre su defensa y su acusacin: A veces se dirige a oyentes imaginarios. Poco a poco acaba por comprender. Toda una serie de recuerdos que l evoca le conduce a la verdad.He ah el tema. El relato est lleno de interrupciones y de repeticiones. Pero si un taqugrafo hubiese podido ir escribiendo a medida que l hablaba, el texto an sera ms borroso, menos "arreglado" que el que les presento. He tratado de seguir el que me ha parecido ser el orden psicolgico. Esa suposicin de un taqugrafo anotando todas las palabras del desgraciado es.el que me parece un elemento fantstico del cuento. El arte no rechaza este gnero de procedimientos. Vctor Hugo, en su obra maestra Los ltimos momentos de un condenado a muerte se sirvi de un medio anlogo. No introdujo un taqugrafo en su libro; pero admiti algo ms inverosmil, presumiendo que un condenado a muerte poda hallar tiempo de escribir un volumen el ltimo da de su vida, qu digo, la ltima hora al pie de la letra en el ultimo momento. Pero si hubiese rechazado esta suposicin, la obra ms real, la ms vivida de todas cuantas escribi, no existira.

PRIMERA PARTE

I QUIEN ERA YO Y QUIEN ERA ELLA?

...Mientras la tenga aqu, no habr terminado todo... A cada instante me aproximo a ella y la miro.. Pero maana se la llevarn. Cmo har para vivir solo? En este instante est en el saln, sobre la mesa...; han puesto una junto a otra dos mesas de juego: maana estar ah el fretro, todo blanco... Pero no es eso... Ando, ando y quiero comprender, explicarme... Hace ya seis horas que busco, y mis ideas se disgregan... Ando, ando, y eso es todo. Vamos a ver: cmo es? Quiero proceder con orden (ah! con orden!) Seores...: bien ven ustedes que estoy muy lejos de ser un hombre de letras; pero lo contar tal cual lo comprendo.Miren: al principio ella vena a mi casa, a empear objetos suyos para pagar un anuncio en el Golos... "Tal institutriz aceptara viajar o dar lecciones a domicilio", etc., etc. Los primeros tiempos no me fij en ella: iba all como tantas otras; eso era todo. Luego me fij ms. Era muy delgada, rubia, no muy alta; tena movimientos molestos ante m, indudablemente ante todos los extraos; yo, es verdad, estaba con ella como con todo el mundo, con aquellos que me tratan como a un hombre, y no solamente como a un prestamista. En cuanto le haba entregado el dinero, daba rpidamente media vuelta y se iba. Todo esto sin ruido. Otras regateaban, implorando, enfadndose para conseguir ms. Ella, nunca. Tomaba lo que le daban... En dnde estoy? Ah, s! En que me traa extraos objetos o alhajas de poco precio: pendientes de plata sobredorada, un medalloncito miserable, cosas de veinte kopeks. Saba que eso no vala ms, pero vea en su rostro que para ella tenan un gran valor. En efecto; ms tarde supe que era todo cuanto sus padres le haban dejado. Slo una vez no pude dejar de rerme al ver lo que ella pretenda empear. En general, nunca suelo rerme de los clientes. Un tono de caballero, maneras severas, oh, s, severas, severas! Pero aquel da se le ocurri traerme un verdadero andrajo: restos de una pelliza de pieles de liebre... Pudo ms que yo, y le hice una broma... Santo Dios, qu furiosa se puso! Sus ojos azules, grandes y pensativos, tan dulces siempre, despidieron llamas. Pero no dijo una palabra. Volvi a recoger su "andrajo" y se fue. Hasta aquel da no me di cuenta de que la miraba muy particularmente. Pensaba algo de ella..., s, algo. Ah, s! Que era tremendamente joven, como un nio de catorce aos; en realidad tena diecisis. Adems, no, no es eso... Al da siguiente volvi. Supe ms tarde que haba llevado su resto de hopalanda a casa de Dobronravov y Mayer; pero stos no prestan ms que sobre objetos de oro, y no quisieron escucharla. En otra ocasin le haba tomado en garanta un camafeo, una porquera, y yo mismo me qued asombrado. Yo no presto ms que sobre objetos de oro o de plata. Y haba aceptado un camafeo! Era la segunda vez que pensaba en ella, lo recuerdo muy bien. Pero al da siguiente del asunto de la hopalanda quiso empear una boquilla de mbar amarillo, un objeto de aficionado, pero sin valor para nosotros. Para nosotros, oro, plata o nada! Como vena despus de la rebelin de la vspera, la recib muy framente, muy serio. Dbil, le di con todo dos rublos; pero le dije, un poco enfadado: "Lo hago por usted, nada ms que por usted. Puede ir a ver si Moset le da un kopek por un objeto as! "Ese por usted lo subray particularmente. Ms bien estaba irritado... Al or aquel por usted se encendi su rostro; pero se call; no me arroj el dinero a la cara; al contrario, lo tom muy aprisa... Ah, la pobreza! Pero se ruboriz, oh, s!, se ruboriz. La haba molestado. Cuando se hubo marchado, me pregunt: "Vale dos rublos la pequea satisfaccin que acabo de tener?" Dos veces me repet la pregunta: "Vale eso? Vale eso? " Y, riendo, resolv en un sentido afirmativo. Me haba divertido mucho, pero lo haca sin ninguna mala, intencin.Se me ocurri la idea de probarla, pues ciertos proyectos pasaron por mi cabeza. Era la tercera vez que pensaba muy particularmente en ella.Pues bien, en aquel momento fue cuando empez todo. Claro est, me enter... Despus de eso esper su llegada con cierta impaciencia. Calculaba qu no tardara en presentarse. Cuando reapareci, le dirig la palabra, y entr en conversacin con ella en un tono de infinita amabilidad. No me he visto del todo mal educado, y cuando quiero tengo mis maneras. Hum! Adivin fcilmente que era buena y sencilla. Estos, sin entregarse demasiado, no saben eludir una pregunta. Contestan. No averig entonces cuanto de ella poda averiguar, claro est, sino que fue ms tarde cuando me fue explicado todo; los anuncios de Golos, etc. Segua publicando anuncios en los peridicos con ayuda de sus ltimos recursos. Al principio, el tono de aquellos anuncios era altivo: "Institutriz, excelentes informes, aceptara viajar. Enviar condiciones bajo sobre al peridico". Un poco ms tarde era: "Aceptara todo, dar lecciones, servir de seora de compaa, cuidar de la casa; sabe coser, etc." Muy conocido!, verdad? Despus, en un ltimo intento, hizo insertar: "Sin remuneracin por la comida y el alojamiento." Pero no encontr colocacin ninguna. Cuando la volv a ver, quise pues, probarla. La ense un anuncio del Golos concebido en estos trminos: "Muchacha hurfana busca colocacin de institutriz para cuidar nios pequeos; preferira en casa de viudo de edad; podra ayudar en el trabajo de la casa."Ah tiene le dije; sta es la primera vez que publica un anuncio, y apuesto cualquier cosa a que antes de esta noche encuentra una colocacin. As es como se redacta un anuncio!Enrojeci, sus ojos se encendieron de clera. Esto me agrad. Me volvi la espalda, y sali. Pero yo estaba muy tranquilo. No haba otro prestamista capaz de adelantarle medio kopek por sus baratijas y pitilleras. Y ya entonces ni pitilleras tena!A los tres das se present sumamente plida y agitada. Comprend que la ocurra algo grave. Pronto dir qu; pero no quiero ms recordar cmo me arregl para asombrarla, para lograr su estima. Me traa un icono. h! Aquello s que deba haberle costado decidirse! Y ahora es cuando empieza, pues me confundo..., no puedo juntar mis ideas. Era una imagen de la Virgen con el Nio Jess, una imagen hogarea, los adornos del manto, en plata sobredorada, valdran lo menos... Dios mo!... lo menos unos seis rublos. Le dije:Sera preferible dejarme el manto y llevarse la imagen, porque, en fin... la imagen... es un poco...Ella me pregunt:Es que lo tiene prohibido?No; pero lo hago por usted misma.Pues bien, quteselo.No, no se lo quitar. Sabes lo que voy a hacer? Voy a ponerla en el nicho de mis iconos... (En cuanto abra mi casa de prstamos todas las maanas encenda en aquel nicho una lamparilla), y le dar diez rublos. Oh! No necesito diez rublos. Dme cinco. Pronto rescatar la imagen.Y no quiere usted diez por ella? La imagen los vale dije, observando que sus ojos despedan fuego. No, respondi. Le entregu cinco rublos.Es preciso no despreciar a nadie dije. Si usted me ve desempear un oficio como ste, es que tambin yo me he visto en circunstancias muy crticas. Fue mucho lo que sufr antes de decidirme a esto...Y se venga usted con la sociedad interrumpi ella. Brillaba entre sus labios una sonrisa amarga, por lo dems bastante inocente. "Ah! Ah! pensaba yo. Me descubres tu carcter... y sabes de letras".Ya ve dije en voz alta; yo soy una parte de esa parte del todo que quiere hacer mal y produce bien. Espere usted! Conozco esa frase; la he ledo en algn sitio.No se moleste recordando. Es una de las que pronuncia Mefistfeles cuando se presenta a Fausto. Ha ledo el Fausto?Distradamente.Es decir, que lo ha ledo. Es preciso leerlo. Sonre? No me crea tan idiota, a pesar de mi oficio de prestamista, para representar ante usted el papel de Mefistfeles. Prestamista soy y prestamista me quedo.No quera decirle nada semejante!A punto estuvo de dejar escapar que no esperaba que yo tuviese erudicin. Pero se haba contenido.Ya ve le dije, encontrando una ocasin] para producir mi efecto cmo no importa la carrera para hacer el bien.Ciertamente respondi ella: todo campo puede producir una cosecha.Me mir con gesto penetrante. Estaba satisfecha por lo que acababa de decir, no por vanidad, sino porque respetaba la idea que acababa de expresar. Oh, sinceridad de los jvenes! Con ella logran la victoria!Cuando se march fui a completar mis informes. Ah, haba vivido das tan terribles, que no comprendo cmo poda sonrer e interesarse por las palabras de Mefistfeles! Pero eso es la juventud... Lo esencial es que la miraba ya como ma, y no dudaba de mi poder sobre ella... Saben ustedes que es un sentimiento muy dulce, casi dira muy voluptuoso, el que se experimenta al sentir que ha terminado uno con las vacilaciones...Pero si sigo as, no podr concentrar mis ideas. Mas de prisa, ms de prisa; no se trata de eso, oh, Dios mo! No!

II PROPOSICIONES DE MATRIMONIO

Esto es lo que averig sobre ella: Su padre y su madre haban muerto tres aos antes, y haba permanecido en casa de unas tas de un carcter imposible. Malas las dos desde el principio. Una de ellas, cargada con seis nios, y la otra solterona. El padre haba sido empleado en las oficinas de un ministerio. Se haba visto ennoblecido, pero personalmente, sin poder transmitir su nobleza a los descendientes. Todo eso me convena. Hasta poda presentarme a ellos como habiendo formado parte de un mundo superior al de ellos. Yo era un capitn dimisionario, gentilhombre de raza, independiente, etc. En cuanto a mi caja de prstamos, las tas no podran pensar en ella sino con respeto.Tres aos haca que aquella muchacha estaba esclava en casa de sus tas. Cmo haba podido salir bien en sus exmenes, abrumada como estaba de trabajos manuales por sus parientas, era un misterio; pero haba salido bien. Esto ya era una prueba de sus ms que nobles inclinaciones.Por qu, pues, quise casarme?... Pero, dejemos lo que a m, se refiere; ya volveremos sobre ello dentro de poco. An no lo confundo todo.Daba lecciones a los nios de su ta; repasaba ropa, y por ltimo, a pesar de su debilidad, fregaba los suelos. Hasta la golpeaban, y llegaban a echarle en cara el pan que coma. En fin, hasta supe que proyectaban venderla. Pasd sobre el fango de los detalles. Un gran almacenista, un droguero, de unos cincuenta y tantos, aos de edad, que haba enterrado a dos mujeres, andaba buscando su tercera vctima y se haba puesto en contacto con las tas. Al principio la pequea casi haba consentido "por causa de los hurfanos" (hay que decir que rico droguero tena hijos de sus dos matrimonios); pero al fin le tom miedo. Entonces cuando comenz a venir a mi casa, con el fin de procurarse dinero con que insertar anuncios en el Golos. Sus tas queran casarla con el droguero, y ella para decidirse no haba obtenido ms que un corto aplazamiento. La perseguan, la injuriaban. "No nos sobra la comida para que vengas a tragar a nuestra casa" Conoca estos ltimos detalles y fueron los que me decidieron.La noche de aquel da, el almacenista fue a verla y le ofreci una caja de bombones de cincuenta kopeks la libra. Yo encontr el modo de hablar con la criada Loukeria en la cocina. Le rogu comunicarse secretamente a la muchacha que la aguardaba en la puerta y que tena algo grave que decirle. Qu contento estaba! Le expuse mis intenciones en presencia de Loukeria: "Yo era un hombre recto, bien educado, un poco original tal vez. Era aquello un pecado? Me conoca y me juzgaba Caray!, yo no era ni un hombre de talento ni un hombre de ingenio; desgraciadamente era un poco egosta..." Todo aquello lo deca con cierto orgullo, declarando todos mis defectos, pero no siendo lo suficientemente torpe como para ocultar mis cualidades: "Si tengo este defecto, en cambio poseo esto, lo otro.", etc. Al comienzo la chiquilla pareca bastante asustada; pero yo segua adelante, aunque por momentos me ensombreciese; as tena un aire ms verdadero. Y qu importaba aquello, si le deca francamente que en casa comera cuanto tuviese ganas? Aquello bien vala los trajes, las visitas, el teatro y los bailes que vendran ms tarde, cuando yo hubiera triunfado por completo en mis negocios. En cuanto a mi caja de prstamos, le explicaba que si haba tomado tal oficio era porque tena un fin, y era verdad: yo tena un fin. Toda mi vida, seores, he sido el primero en odiar mi puerca profesin; pero no era verdad que, en efecto, "me vengaba de la sociedad", segn ella misma haba dicho bromeando aquella misma maana. De todos modos, estaba seguro de que el droguero deba repugnarle ms que yo, y yo le produca el efecto de un libertador. Comprenda todo eso! Oh! Qu bajezas se comprenden en la vida! Pero... yo cometa una bajeza? Es preciso no juzgar tan pronto a un nombre! Por otra parte... es que yo no amaba ya a la muchacha?Esperen!... No, no le dije que me consideraba como un bienhechor, sino al contrario, le dije que era yo quien debera estar reconocido a ella, y no ella a m. Tal vez lo dije torpemente, pues vi dibujarse en su rostro un gesto de duda. Pero iba alcanzando mi victoria! Ah! A propsito, si es necesario remover todo aquel cieno, debo recordar an una pequea villana ma.Para decidirla insista sobre el punto de; que yo deba parecerle fsicamente mucho mejor que el droguero. Y, para mi interior, me deca: "S, t no ests mal. Eres alto y, bien plantado, de buenas maneras..." Y queris creer que all, cerca de la puerta, vacil largo tiempo antes de decirme que s? Poda ella poner en la balanza la figura del droguero y la ma? Na me contuve ms y con bastante brusquedad la llam al orden con un "Bueno! Qu hay?", nada amable. Todava vacil un minuto... Es cosa que an hoy no me la explico! Por fin se decidi... Loukeria, la criada, corri tras de m, viendo que me alejaba, y casi sin aliento, me dijo: "Dios se lo pagar, seor; es usted muy bueno al salvar a nuestra seorita. Unicamente, no vaya usted a decrselo, es orgullosa!"Bueno! Qu? Orgullosa! Me gustan las muchachas orgullosas! Las orgullosas se ponen muy bonitas cuando... ya no les es posible dudar de nuestro poder sobre ellas. Qu hombre tan vil era yo! Pero qu contento estaba! Pero se me haba ocurrido una idea mientras ella vacilaba an, de pie junto a la puerta: Eh pensaba yo, si, a pesar de todo, se dijese ella a s misma: "De dos desgracias, vale ms escoger la peor. Prefiero aceptar al almacenista. Se emborracha; pero tanto mejor. En una de sus borracheras me matar!" Eh? Creen ustedes que a ella pudiera habrsele ocurrido algo por el estilo?An me lo pregunto ahora. Cul de los dos era para ella peor partido? Yo o el droguero? El droguero o el prestamista que citaba a Goethe? Es una pregunta!Cmo una pregunta? Ah est la respuesta, sobre la mesa, y an dices una pregunta? A propsito, de qu se trata actualmente, de m o de ella? Eh! Me he escupido encima! Ms me valdra acostarme. Me duele la cabeza.

III EL MAS NOBLE DE LOS HOMBRES...; PERO NI YO MISMO LO CREO

No he pegado ojo. Pero... cmo es posible dormir cuando hay algo que nos golpea en la cabeza como un martillo? Siento deseos de hacer un montn con todo este cieno que remuevo. Oh, este cieno! Pero, no hay que decir, fue tambin del cieno de donde saqu a la desgraciada? Debiera haberlo comprendido as y estarme por ello algo reconocida. Es verdad que haba para m en ello algo ms que el atractivo de hacer una buena accin. Pensaba con cierto placer en que yo tena cuarenta y un aos, y ella no ms que diez y seis. Esto me produca cierta impresin muy voluptuosa.Quise que nuestro matrimonio se hiciese "a la inglesa". Es decir, que despus de una corta ceremonia, a la que no asistiramos ms que nosotros dos y dos testigos, uno de los cuales hubiera sido la criada Loukeria, hubiramos tomado el tren inmediatamente para Mosc. (Precisamente tena yo all un negocio planteado y hubiramos pasado dos semanas en el hotel). Pero eila se neg, y tuve que presentarme a sus tas. Consent en lo que deseaba y no le dije nada, para no entristecerla desde el principio. Hasta hice a aquellas enfadosas tas un regalo de cien rublos a cada una y les promet que mi esplendidez no acabara all. De inmediato una y otra se volvieron amables.Tuvimos una pequea discusin con motivo del equipo. Ella no tena casi nada y nada quera. La obligu a aceptar una canastilla de boda. De no ser yo, quin poda ofrecerle algo? Pero no quiero ocuparme de m!Para abreviar, le inculqu algunas de mis ideas, me mostr solcito con ella, quiz demasiado solcito. En fin, ella me quera mucho. Me contaba su infancia, me describa la casa de sus padres... Pero pronto ech algunas gotas de agua fra sobre ese entusiasmo: tena mi idea. Sus transportes efusivos me hallaban silencioso, benvolo, pero fro. Pronto vio que ramos distintos, que yo era un enigma para ella. Y quiz slo por eso haba hecho yo toda aquella tontera!Tena un sistema con ella. No, escuchen. No se condena a un hombre sin orle! Escuchen... Pero... cmo voy a explicarles eso? Es muy difcil... En fin, miren: ella, por ejemplo, aborreca y despreciaba el dinero como la mayor parte de los jvenes. Yo no le hablaba ms que de dinero. Ella abra de par en par los ojos, escuchaba tristemente y no deca nada. La juventud es generosa, pero no es tolerante. Si se va contra sus simpatas se atrae uno su desprecio... Mi caja de prstamos! Pues bien, yo he sufrido mucho con ella, me he visto rechazado, arrojado a un rincn por su causa, y mi mujer, esa chiquilla de diecisis aos, ha sabido (de algunos chismosos) detalles demasiado desagradables para m con relacin a esa maldita caja de prstamos. Adems, haba en ello toda una historia que yo callaba, como hombre orgulloso que soy. Prefera que ella la supiese de labios de alguien que no fuese yo. Nada he dicho de ello hasta ayer. Quera que ella tuviese que adivinar qu hombre era yo, que me compadeciese despus y me estimase. De todo modos, ya desde el principio quise, en cierto modo, prepararla para ello. Le expliqu que la generosidad de la juventud es algo muy hermoso, pero que no vale un cntimo. Por qu? Porque la juventud la lleva en s, cuando an no ha vivido ni sufrido. Es una generosidad barata! Ah! Tomen una accin verdaderamente magnnima que no haya otorgado a su autor ms que penas y calumnias, sin una pizca de consideracin. Eso es lo que yo estimo! Porque hay casos en que un individuo brillante, un hombre de gran valor, es presentado al mundo entero como un cobarde, cuando es el hombre ms honrado que pueda existir en el mundo. Intenten algo semejante Ah! Caray! Veo que no me atienden... Bueno, pues yo no he hecho en toda mi vida ms que llevar el peso de una accin mal interpretada... Primero ella discuti... Cmo discuti! Despus se call, pero abra los ojos, unos ojos inmensos! Y, sbitamente, descubr en ella una sonrisa desconfiada, casi maligna... Con aquella sonrisa la met en mi casa... Verdad es que no tena ya dnde ir!...

IV PROYECTOS Y MAS PROYECTOS

Quin de nosostros dos empez? No lo s. Indudablemente, aquello estaba en germen desde el comienzo: era an mi prometida cuando la previne de que se ocupara, en mi oficina, de los empeos y de los pagos. No dijo nada entonces. (Fjense en esto). Una vez en casa, hasta se puso a la tarea, con cierto celo.El alojamiento, el moblaje, todo continu en el mismo estado. Haba dos habitaciones: una para la caja, la otra donde dormamos. Mis muebles eran pobres, hasta inferiores a los de las tas de mi mujer. Mi nicho para los iconos estaba en la habitacin de la caja. En aquella en que dormamos haba un armario donde se guardaban los objetos y algunos libros (yo guardaba la llave), una cama, una mesa, y algunas sillas. Desde la poca en que an ramos novios le haba yo dicho que no pensaba gastar, por da, ms de un rubro en la comida (comprendida la alimentacin de Loukeria). Segn le hice saber, necesitaba reunir treinta mil rublos para dentro de tres aos, y no poda apartar ese dinero mostrndome extravagante. No dijo palabra, y yo mismo fui quien aumentaba en treinta kopeks el presupuesto cotidiano. Tambin me mostraba invariable con respecto al asunto "teatro": haba dicho que nos sera imposible ir a l. Sin embargo, la llev una vez al mes, a localidades decentes, a platea, bamos en silencio y volvamos lo mismo Cmo fue que tan pronto nos volvimos taciturnos? Verdad es que yo lo era por algo. En cuanto la vea mirarme, acechando una palabra, encerraba en m lo que de otro modo hubiera dicho. A veces ella, mi mujer, mostrbase expansiva hasta tena arrebatos que la impulsaban hacia m; pero como esos arrebatos me parecan histricos, enfermizos, y como deseaba poseer una felicidad sana y slida, sin hablar del respeto que exiga de su parte, reservaba a estas efusiones muy fra acogida. Y cunta razn tena! Jams, al da siguiente de esos das de ternura, dejaba de haber alguna disputa. No, nada de disputas. Por su parte, una actitud insolente. S, aquel rostro, en otro tiempo tmido, adoptaba una expresin cada vez ms arrogante. Me diverta entonces hacindome todo lo odioso que poda, y estoy seguro de que, ms de una vez, logr exasperarla. Sin embargo, ella no tena razn! Bien saba yo que lo que la excitaba era la pobreza de nuestra vida; pero... no la haba yo sacado del cieno? Era econmico, pero no avaro! Gastaba lo necesario. Hasta consenta en pequeos gastos para cosas superfluas, por ejemplo, para la ropa. La limpieza, en el marido, agrada a la mujer. Dudaba que ella se dijese: "Esa muestra de economa sistemtica hecha por el hombre que tiene un' fin es una demostracin de la firmeza de su carcter". Ella misma fue la que renunci al teatro, pero mostrando una sonrisa cada vez ms burlona; yo me encerraba en el silencio.Me guardaba tambin rencor por mi caja de prstamos. Pero una mujer que ama de verdad llega a excusar hasta los vicios de su marido, con ms razn una profesin poco decorativa. Pero careca de originalidad; las mujeres carecen a menudo de originalidad. Es original eso que est sobre la mesa! Oh! Oh!Entonces estaba convencido de su amor. No se colgaba a menudo de mi cuello? Si lo haca es que me amaba, o, en fin, que trataba de amarme. Entonces qu? Tan gran culpable era yo porque prestase sobre prendas? Prestamista! Prestamista! Pero... no poda ella adivinar que para que un hombre de una nobleza autntica, de alta nobleza, se hubiese convertido en prestamista, deba de haber sus razones? Las ideas, las ideas, seores, vean lo que llegara a ser tal idea si se la expresase con ayuda de ciertas palabras! Sera idiota, seores, completamente idiota! Por qu? Porque somos todos unos ignorantes y no toleramos la verdad! Adems, s algo? Recontra! No estaba en mi derecho al querer asegurar mi porvenir abriendo aquella caja? Han renegado de m ustedes ustedes son los hombres, me han arrojado de su lado cuando me senta lleno de amor hacia ellos! A mi sacrificio han respondido con una injuria que me despretigia para toda mi vida! No tena el derecho, entonces, de poner ms adelante espacio entre ellos y yo, de retirarme a alguna parte con treinta mil rublos, s, al Sur, a Crimea, no importa donde, a una propiedad comprada con esos treinta mil rublos, lejos de todos, con un ideal en el alma, una mujer amada junto a mi corazn y una familia, si Dios lo quera? Hubiera hecho bien a los campesinos, en torno mo! Pero ya ven, esto, que contado es tan hermoso, si se lo hubiese dicho a ella hubiera sido imbcil. Por eso me callaba, orgullosamente. Me hubiera ella comprendido? A los diecisis aos? Con la ceguera, la falsa magnanimidad de las "almas hermosas"? Ah, esa alma hermosa! Era mi tirano, mi verdugo! Sera injusto conmigo mismo si no lo dijese. Ah! La vida de los hombres est maldita! La ma ms que las otras!Qu haba de reprensible en mi plan? Todo en l era claro, neto, honorable, puro como el cielo; severo, altivo, desdeoso de los consuelos humanos, sufrira en silencio. No mentira jams. Ella vera mi magnanimidad, ms tarde, cuando lo comprendiese. Entonces caera a mis pies, de rodillas. Ese era mi plan. Me olvidaba algo. Pero no, all no poda... Basta, basta... Valor, hombre; s orgulloso. T no eres el culpable. Y no he de decir la verdad? La culpable es ella, ella!

V LA TMIDA SE REBELA

Estallaron las disputas. Quiso ella tasar por su cuenta, elevando el valor de los objetos empeados. Sobre todo en el asunto de aquella maldita viuda de un capitn. Se present a empear un medalln, un regalo de su difunto esposo. Yo daba por l treinta rublos. Lloriqueaba para que le conservase el objeto. Pero, caray!, s, se lo guardaramos. Algunos das ms tarde quiso cambiarlo por un brazalete que valdra unos ocho rublos. Me negu terminantemente, como era justo. Era indudablemente que la muy picara debi ver algo en los ojs de mi mujer, pues volvi en m? ausencia y mi mujer le devolvi el medalln.Cuando supe el asunto, trat de razonar con mi prdiga, despacio, con prudencia. En aquel momento estaba sentada sobre su cama; con un pie golpeaba el suelo, en el cual tena fijos los ojos; an segua con su maligna sonrisa. Como no quera contestarme, le hice observar amablemente que el dinero era mo. Se puso bruscamente en pie, estremecise toda y comenz a patalear. Estaba como un animal rabioso. Seores, una fiera en el paroxismo de la furia. Me sent asombrado, embrutecido; sin embargo, con la misma voz tranquila manifestaba yo que, en lo sucesivo, no volvera a tomar parte en mis operaciones. Se me ri, en pleno rostro, y sali, de nuestra casa. Est claro que, estaba acordado, no saldra nunca de casa sin m; era uno de los artculos de nuestro pacto. Volvi por la noche; y no le dirig la palabra.Al da siguiente volvi a salir lo mismo; al otro da, igualmente. Cerr mi caja, y me fui en busca de las tas. No las haba vuelto a ver desde el da de la boda. Cada uno en su casa! Si mi mujer no estaba en su casa se burlaran de m! Perfectamente! Pero, por cien rublos, supe de la menor todo cuanto quera saber. Al otro da me puse al corriente: "El objeto de la salida, me dijo, es un cierto teniente Efimovitch, un compaero suyo de regimiento." Aquel Efimovitch haba sido mi encarnizado enemigo. Desde haca algn tiempo simulaba venir a empear diferentes cosas a mi casa y a rerse con mi mujer. No daba a aquello ninguna importancia; slo una vez le haba rogado que se fuese a empear sus chucheras a otra parte. Por su parte no vea ms que una insolencia. Pero la ta me revel que haba ya tenido una cita. Y que todo aquello estaba urdido por una de sus conocidas, una tal Julia Samsonovna, viuda de un coronel. "A casa de esa Julia es adonde va vuestra mujer".Abrevio: mis pasos me costaron trescientos rublos; pero, gracias a la ta, pude colocarme de manera que pudiera or lo que se dijera entre mi mujer y el oficial, en la cita siguiente.Pero olvido que antes del da en que deba verificarse ocurri una escena en nuestra casa. Mi mujer volvi una noche y se sent sobre su cama.Su rostro tena una expresin que me hizo recordar que desde haca dos meses se haba transformado su habitual carcter. Hubirase dicho que meditaba una rebelda, y que tan slo su timidez la impeda pasar de la hostilidad muda a la lucha franca. Por fin, habl:Es verdad que te expulsaron del regimiento porque tuviste miedo de batirte a duelo? pregunt ella, con un tono violento. Sus ojos brillaban.Es cierto. Los oficiales me rogaron que abandonase el regimiento, aunque yo haba presentado mi dimisin, por escrito.Te expulsaron... por cobarda!En efecto; tuvieron el error de tachar mi conducta de cobarda... Pero si me haba negado a batirme no fue porque fuese cobarde, sino porque era demasiado orgulloso para someterme a no s qu sentencia que me obligaba a batirme entonces, cuando no me consideraba ofendido. Daba prueba de mucho ms valor al no obedecer a un despotismo abusivo que al ir al terreno de duelo, por cualquier cosa.Haba en aquellas palabras algo as como una excusa; eso era lo que ella quera; se ech a rer maliciosamente...Es cierto que despus pisaste las aceras de Petersburgo durante tres aos como un vagabundo? Que pediste limosna, durmiendo en los billares?Tambin dorm en el asilo nocturno de Viaziemsky. Pas das terribles, de mal en peor, despus de mi salida del regimiento; supe lo que era la miseria, pero no lo que era perder la moral. Y ya ves que la suerte ha cambiado.Oh! Ahora eres una especie de personaje! Un financista!Aluda a mi caja de prstamos, pero supe contenerme. Vi que estaba deseosa de orme detalles humillantes para m, y tuve buen cuidado de no drselos. Un cliente llam muy a tiempo.Una hora ms tarde se visti para salir, pero antes de irse se detuvo ante m y me dijo: No me contaste nada de todo eso antes de nuestra boda!No contest y sali.Al da siguiente me hallaba detrs de la puerta del cuarto donde ella estaba con Efimovitch. Tena un revlver en mi bolsillo. Pude... verles. Estaba sentada, vestida del todo, cerca de la mesa, y Efimovitch se pavoneaba ante ella. No ocurri ms que lo que yo prevea; me apresuro a decirlo por mi honor. Evidentemente, mi mujer haba meditado ofenderme del modo ms grave, pero, en el ltimo instante, no poda resignarse a semejante cada. Hasta acab por burlarse del teniente, por abrumarle a sarcasmos. El malvado, enteramente desconcertado, se sent. Repito, por mi honor, que no esperaba otra cosa de su parte; haba ido all seguro de la falsedad de la acusacin, aunque llevase el revlver. Cierto que pude saber hasta qu punto me odiaba, pero tuve tambin prueba absoluta de su pureza. Cort en seco la escena abriendo la puerta. Efimovitch tembl; tom a mi mujer por la mano y la invit a salir de all conmigo. Recobrando su presencia de nimo, Efimovitch se retorca de risa.Oh! dijo ste, no protesto contra los sagrados derechos del esposo; llvesela, llvesela. Pero se aproxim a m un poco calmado aunque un hombre honrado no deba batirse con usted, me pongo a sus rdenes por respeto a la seora, si es que usted consiente en exponer su piel.Lo oyes? dije a mi mujer; y la hice salir conmigo. No me opuso la menor resistencia. Pareca sumamente digustada. Pero la impresin le dur muy poco. Al entrar en casa recobr su irnica sonrisa, aunque siguiese estando plida como una muerta y tuviese la conviccin de que iba a matarla. Sera capaz de jurarlo! Pero sencillamente saqu el revlver del bolsillo y lo arroj sobre la mesa. Este revlver, recurdenlo bien, ella lo conoca, saba que estaba siempre cargado por causa de mi caja. Porque, en mi casa, no quiero ni monstruosos perros de guarda, ni criados gigantes, como, por ejemplo, el de Moser. La cocinera es quien abre a mis clientes. De todos modos, una persona de nuestra profesin no puede permanecer sin un medio cualquiera de defensa. De ah el revlver. Aquel revlver mi mujer lo conoca; recurdenlo bien: le haba explicado su mecanismo, hasta le haba hecho una vez tirar con l al blanco.Segua estando muy inquieta, lo vea claramente, en pie, sin pensar en desnudarse. Sin embargo, al cabo de una hora se acost, pero vestida, sobre un sof. Era la primera vez que no comparta mi lecho. Recuerden tambin este detalle.

VI UN RECUERDO TERRIBLE

Al da siguiente, por la maana, me despert a eso de las ocho. El cuarto estaba muy claro; vi a mi mujer en pie, cerca de la mesa, con el revlver en la mano. No se dio cuenta de que me haba despertado y de que la estaba mirando. De repente se aproxim a m, siempre con el revlver en la mano. Cerr rpidamente los ojos y fing dormir profundamente.Vino hasta la cama y se detuvo ante m. No haca ruido alguno, pero "yo escuchaba el silencio". An abr los ojos, a pesar mo, pero apenas. Sus ojos se encontraron con los mos, que volv en seguida a cerrar, resuelto a no moverme ms, pasase lo que pasase. El can del revlver estaba apoyado sobre mi sien. Suele ocurrir que un nombre dormido abra los prpados algunos segundos sin despertarse por eso. Pero que un hombre despierto cierre los ojos despus de lo que yo haba visto; es increble, verdad?Sin embargo, quiz ella pudo darse cuenta de algo. Oh! Qu torbellino de ideas agit mi desgraciada cabeza! Si ha comprendido, me dije, la aplasta ya la grandeza de mi alma, i Qu piensa de mi valor? Aceptar de este modo el recibir la muerte de su mano sin una tentativa de resistencia, ni espanto, evidentemente... Su mano es la que va a temblar! La conciencia de que lo he visto todo puede detener su dedo, puesto ya sobre el gatillo... Continu el silencio; sent el fro can del revlver apoyarse ms fuertemente sobre mi sien, junto a mis cabellos.Me preguntarn ustedes si tuve esperanza de salvarme; les responder, como si estuviese ante Dios, que todo lo ms que vea era una probabilidad de escapar a la muerte contra cien probabilidades de recibir el fatal golpe. Luego me resign a morir?, me -seguirn preguntando. No s!, les responder. Qu vala la vida desde el momento en que era el ser adorado quien quera matarme? Si adivin que no dorma, debi comprender el extrao duelo que se desarrollaba entonces entre nosotros dos: entre ella y el "cobarde", expulsado del regimiento por sus compaeros.Quiz no pasaba nada de todo esto; hasta tal vez no pensase yo todo eso en aquel instante; pero, entonces, cmo es que desde entonces, apenas si he pensado en otra cosa?An me harn ustedes otra pregunta: Por qu no la salvaba yo de su crimen? Ms tarde me interrogu muchsimas veces en esa forma, cuando, dejndome helado an el recuerdo, pensaba en aquel instante.Pero... cmo poda salvarla yo, que iba a perecer? Quera yo tal cosa, por lo menos? Quin sera capaz de decir lo que yo senta entonces?Sin embargo, el tiempo pasaba; reinaba un silencio de muerte. Ella segua estando de pie, junto a m, y... bruscamente me estremeci una esperanza. Abr los ojos... Ya no estaba en el cuarto! Salt de la cama. Haba vencido. Estaba derrotada para siempre.Fui a tomar el t. Me sent en silencio a la mesa. De repente, la mir. Tambin ella, ms plida an que el da anterior. Tuvo una sonrisa indefinible. En sus ojos le una duda: "Lo sabe? S o no? Ha visto? " Apart mis miradas con una actitud de indiferencia.Despus del t cerr mi caja. Me fue al bazar a comprar una cama de hierro y un biombo. Hice poner aquella cama en el saln y la rode con el biombo. Aquella cama era para ella. Pero no se lo dije. Ella, vindola, comprendi que yo lo haba visto todo. Y no haba duda!A la noche siguiente dej mi revlver sobre la mesa, como siempre. Acostse en silencio en su nuevo lecho. El matrimonio quedaba roto. Estaba "vencida y no perdonada".Aquella misma noche tuvo el ataque. Guard cama durante seis semanas.

SEGUNDA PARTE

I EL SUEO DEL ORGULLO

Hace un momento me ha declarado Loukeria que no seguir en mi casa, quese marchar en seguida, despus del entierro de Ia seora.He intentado rogar, pero en vez de rogar he pensado, y todos mis pensamientos son enfermizos. Es tambin muy extrao que no pueda dormir. Despus de las grandes penas, siempre se sufre una crisis de sueo. Dicen tambin que los condenados a muerte duermen con un sueo profundo su ltima noche. Es casi cosa obligada. La naturaleza lo quiere as. Me he echado sobre el sof y... no he podido dormirme.* * *Durante las seis semanas de la enfermedad de mi mujer la hemos cuidado Loukeria y yo, con ayuda de una hermana del hospital. No he economizado dinero alguno. Quera gastar todo cuanto fuera preciso y ms por ella. Llam como mdico a Schrder, pagndole las visitas a diez rublos cada una.Cuando recobr el conocimiento, me dej ver menos en su cuarto. Por otra parte, por qu cuento yo todo esto? Cuando pudo ya levantarse se sent en mi cuarto, en una mesa separada, una mesa que le compr entonces. Apenas hablbamos, y nada ms que de los sucesos cotidianos. Mi taciturnidad era algo buscada, pero vi que tampoco ella tena deseos de hablar. An siente demasiado viva su derrota, pensaba yo; es preciso que olvide y se acostumbre a su nueva situacin. As, pues, casi siempre callbamos.Nadie sabr nunca hasta qu punto sufr por tener que ocultar mi pena durante su enfermedad. Lloraba en mi interior sin que la misma Loukeria pudiera darse cuenta de mis angustias. Cuando mi mujer estuvo mejor, resolv callarme el mayor tiempo posible acerca de nuestro porvenir, dejarlo todo en el mismo estado. De este modo pas todo el invierno.Ya ven que desde que dej el regimiento, despus de haber perdido mi reputacin de hombre de honor, he sufrido constantemente. Se haban tambin portado conmigo de la manera ms tirnica posible. Es necesario decir que mis compaeros no me queran, segn decan, a causa de mi carcter difcil, ridculo. Lo que parece hermoso y elevado, no s por qu, hace rer a nuestros compaeros. Adems, hay que decir que nunca me han querido en lugar alguno: en la escuela como fuera de ella. La misma Loukeria no me puede sufrir. Lo que me ocurri no hubiera sido nada a no ser por la animadversin de mis compaeros. Y es cosa bastante triste, para un hombre inteligente, el ver destrozada su carrera por una tontera.He aqu la desgracia de que he sido vctima. Una noche, en el teatro, durante el entreacto, entr en el buffet. Un oficial de hsares, A..., penetr en la cantina y, en voz alta, en presencia de varios oficiales y de otros espectadores, comenz a hablar con dos de sus compaeros de graduacin de un capitn de mi regimiento, llamado Bezoumetsev. Afirmaba que este capitn estaba borracho y haba producido un escndalo. En aquello haba un error. El capitn Bezoumetsev no estaba borracho ni haba hecho nada escandaloso. Los oficiales pusironse a hablar de otra cosa y el incidente termin all. Pero al da siguiente se supo la historia en el cuartel, y en seguida corri la especie de que era yo un nico oficial del regimiento presente cuando A... se haba ocupado tan insolentemente de Bezoumetsev, y que no le haba desmentido. Por qu iba yo a intervenir? Si A... estaba agraviado contra Bezoumetsev eso era cuenta suya, y yo no tena por qu mezclarme en la querella. Pero se les ocurri pensar que el asunto tena que ver con el honor del regimiento, y que haba obrado mal no saliendo en defensa de Bezoumetsev; que diran que nuestro regimiento contaba con oficiales menos puntillosos que los dems sobre el honor; que no tena ms que un medio de rehabilitarme: pedir una explicacin a A... Me negu a ello, y como me senta irritado por el tono de mis compaeros, mi negativa tom una forma bastante altiva. Present en seguida mi dimisin y me fui de all, orgulloso, pero con el corazn destrozado. Conmovise mi espritu hondamente, me abandon mi energa. Aquel momento fue escogido por mi cuado de Mosc para disipar el poco capital que nos quedaba. Mi parte era muy reducida, pero como no tena otra cosa me encontr en la calle, sin ni siquiera un cuarto. Hubiera podido encontrar algn empleo, pero no lo busqu. Despus de haber vestido tan brillante uniforme no poda resignarme a ser empleado en alguna oficina del ferrocarril. Si era para m una vergenza, que fuese una vergenza; tanto peor! Despus de esto tengo tres aos de horribles recuerdos; en aqulla poca es cuando conoc el asilo de Viaziemski. Un ao y medio hace que muri en Mosc mi madrina. Era una anciana muy rica, y, con gran sorpresa ma, me dej tres mil rublos. Reflexion, y en seguida qued fijada mi suerte. Me decid a abrir esta caja de prstamos sin preocuparme de lo que de m pudiera, pensarse; ganar dinero, con el fin de poder retirarme a alguna parte, lejos de los recuerdos antiguos tal fue mi plan. Y, sin embargo, mi triste pasado y la conciencia de mi deshonor me han perseguido siempre, me han hecho sufrir en todo momento.Entonces fue cuando me cas. Al llevar a mi mujer a mi casa cre introducir una amiga en mi vida. Estaba tan necesitado de amistad! Pero comprend que era preciso preparar a esta amiga a la verdad, que no poda comprender claramente con sus diecisis aos y con tantos prejuicios! Sin ayuda de la casualidad, sinj aquella escena del revlver, cmo hubiera podido demostrarle que no era un cobarde? Desafiando aquel revlver rescat todo mi pasado, Eso no se supo fuera, pero lo supo ella, y eso me bast. No lo era ella todo para m? Ah! Por qu se enter de la otra historia, por qu se uni a mis enemigos?Sin embargo, yo no poda pasar por ms tiempo ante sus ojos como un cobarde. De este modo transcurri todo el invierno. Siempre aguardaba yo algo que no vena. Me gustaba mirar, a escondidas, a mi mujer, sentada ante su mesita. Se ocupaba en coser ropa blanca o lea, sobre todo, por la noche. Jams iba a parte alguna, ya no sala nunca.A veces, sin embargo, le haca dar una vuelta al caer la tarde. No nos pasebamos sin hablar como antes. Yo trataba de entablar conversacin, sin abordar ninguna explicacin, pues todo aquello lo guardaba para ms adelante. Jams vi durante todo el invierno detenerse en m su mirada. "Es timidez, pensaba yo; es debilidad; djala hacer y por s misma volver a ti! "Me gustaba mucho halagarme con esa esperanza. Algunas veces, sin embargo, me diverta en cierto modo recordando mis agravios, excitndome en contra suya. Pero jams logr odiarla. Comprenda que era en m un juego aquel atizar mis odos... Haba roto el matrimonio al comprar la cama y el biombo; pero no saba mirarla como enemiga, como a una criminal. Le haba perdonado completamente su crimen desde el primer da, an antes de haber comprado la cama. En suma, yo mismo me asombraba, pues tengo un carcter ms bien severo. Era aquello por verla tan humillada, tan vencida? La compadeca, aunque la idea de su humillacin me agradase.Durante este invierno hice expresamente algunas buenas acciones. Perdon sus deudas a los deudores insolventes y adelant dinero a una pobre mujer sin exigirle nada. Si mi mujer lo supo no fue por m; no deseaba que ella lo supiese; pero la pobre desgraciada vino voluntariamente a darme las gracias, casi de rodillas, en su presencia. Me pareci que mi mujer haba apreciado mi procedimiento.Pero volvi la primavera. El sol ilumin de nuevo nuestra melanclica vivienda. Y entonces fue cuando la venda se desprendi de mis ojos. Vi claro en mi alma oscura y torpe, comprend lo que mi orgullo tena de diablico. Y fue entonces, de pronto, cuando aquello sucedi, una tarde, a eso de las cinco, antes de la cena.

II EL VELO CAE SBITAMENTE

Hace un mes not en mi mujer una melancola ms profunda que lo habitual. Trabajaba sentada, inclinada su cabeza sobre un bordado, y no vio que la estaba mirando. La examin con ms atencin de lo que sola otras veces hacerlo, y me conmovi su delgadez y su color plido. Desde haca algn tiempo la oa toser con una tosecilla seca, sobre todo durante la noche; pero no me cuidaba de ello... Pero aquel da corr a casa de Schrder para rogarle que viniese en seguida. No pudo hacer su visita hasta el da siguiente.Asombrse mucho al verle.Pero... si estoy muy bien! dijo, con una vaga sonrisa.A Schrder no pareci preocuparle mucho su estado (estos mdicos son muchas veces de una despreocupacin que me hace despreciarles); pero cuando qued solo conmigo, en otra habitacin, me dijo que aquello eran residuos de la enfermedad que haba tenido; que convendra marchar fuera en primavera, instalarnos a orillas del mar o en el campo. En suma, no derroch palabras.Cuando hubo partido, mi mujer me repiti:Pero si estoy bien, completamente bien...!Enrojeci, y no comprend an por qu enrojeca. Avergonzbase de que fuese todava su marido. Pero entonces no la comprend.Un mes ms tarde, en una tarde clara de sol, yo me hallaba sentado ante la caja haciendo mis cuentas. De pronto o a mi mujer que cantaba muy bajito en su cuarto. Aquello me caus una impresin fulminante. Jams haba cantado desde los primeros das de nuestra boda, cuando poda entretenernos estar tirando al blanco o nieras por el estilo. En aquella, poca su voz era bastante fuerte, no muy afinada, pero fresca y agradable. Pero entonces aquella voz era muy dbil, tena algo roto, estropeado... Tosi, luego volvi a cantar ms bajo an. Se burlarn de mi inquietud, pero no es posible decir lo que me preocup aquello. Si ustedes quieren, no es que le tuviese compasin; aquello era en m algo como una extraa y terrible perplejidad. Haba tambin en. mi sentimiento algo de herido, de hostil. "Cmo canta! Es que se ha olvidado de lo ocurrido entre nosotros?"Completamente agitado, tom mi sombrero y sal. Loukeria me ayud a ponerme el abrigo.Est cantando! le dije sin querer.La criada me mir sin comprender.Es la primera vez que canta? repuse.No! Canta algunas veces, cuando usted no est en casa.Me acuerdo bien de todo. Baj la escalera, sal a la calle y camin al azar. Llegu a la esquina de la calle, me detuve y mir a los transentes. Tropezaban conmigo, pero yo no me preocupaba. Llam a un cochero y le dije que me llevara al Puente de la Polica. Por qu? Despus me rehice bruscamente, di veinte kopeks al cochero por su molestia y me alej de all hacia casa, como en xtasis. La nota cascada de la voz sonaba en mi alma. Y el velo cay. Si cantaba tan cerca de m era que me haba olvidado. Aquello era terrible, pero me extasiaba. Y haba yo pasado todo el invierno sin darme cuenta! Ya no saba dnde estaba mi alma! Sub precipitadamente a casa, entr con timidez. Segua sentada junto a su labor, pero ya no cantaba. Con qu indiferencia me mir! Como se mira al primer recin llegado! Me sent junto a ella. Intent decirle lo primero que se me ocurri: "Hablemos... sabes...", balbuce. Le tom la mano. Ella se ech hacia atrs, como atemorizada, y despus me mir con severa extraeza; s, era severa, severa su extraeza. Pareca decirme: " Cmo, an te atreves a pedirme amor! " Callaba, pero yo comprenda su silencio. Me arroj a sus pies. Ella se levant, pero yo la retuve. Ah, qu bien comprenda mi desesperacin! Pero al mismo tiempo experimentaba un arrebato tal, que me cre morir. Lloraba, hablaba, sin saber lo que deca... Pareca avergonzada por verme postrado ante ella. Besaba sus pies; retrocedi y bes el sitio que sus pies haban ocupado sobre el suelo. Ella se ech a reir, a reir de vergenza, creo yo. Ah! Risa de vergenza! Se aproximaba un ataque de nervios, lo estaba viendo, pero no poda dejar de balbucir.Dame el borde tu vestido para que lo bese! Quiero pasarme la vida as, a tus pies!De repente se present el ataque. Comenz a sollozar, temblando de la cabeza a los pies.La llev a su cama. Cuando se sinti un poco ms tranquila tom mis manos y me rog que me calmase. Volvi otra vez a llorar. En toda la velada no me apart de su lado. Le dije que la llevara a los baos de mar, a Boulogne, dentro de dos semanas; que tena una vocecilla tan dbil, tan destrozada; que vendera mi caja de prstamos a Dobronvavov; que en Boulogne comenzara una vida nueva... Me escuchaba, pero cada vez ms asustada. Senta un loco deseo de besar sus pies.No te pedir nada ms, nada ms repeta yo. No me contestes, no te preocupes de m; permteme nicamente mirarte. Quiero ser para ti como una cosa, como un perrillo.Y yo que pensaba que me dejaras... aparte! dijo ella sin querer...Oh! Fueron aquellas las.palabras ms decisivas, las ms fatales de la velada, las que me hicieron comprenderlo todo. Al hacerse de no-che estaba sin fuerzas. Le supliqu que se acostase. Durmi profundamente. Yo, hasta la maana no pude descansar. A cada instante me levantaba, en silencio, para ir a mirarla. Me retorca las manos viendo a aquel pobre ser enfermo sobre aquella humilde camita de hierro que me haba costado tres rublos. Me pona de rodillas, pero no me atreva a besar sus pies mientras dorma (sin su permiso!). Loukeria no se acost. Pareca vigilarme; sala a cada momento de la cocina. Le dije que se acostase, que se tranquilizase, que al da siguiente "empezara una nueva vida".Crea en lo que deca. Crea locamente, ciegamente. Me inundaba el xtasis! No aguardaba ms que la aurora del siguiente da! No crea en ninguna inminente desgracia, a pesar de lo que haba visto. "Maana se despertar, me dije, y le explicar todo; todo lo comprender." Y el proyecto del viaje a Boulogne me entusiasmaba; Boulogne era la salud, el remedio de todo; en Boulogne estaba la esperanza! Con qu ansiedad esperaba la maana!

III LO COMPRENDO DEMASIADO

De todo esto no hace ms que cinco das! Al da siguiente me oy sonriendo, a pesar de estar asustada, y durante cinco das sigui asustada y como avergonzada. En algunas ocasiones hasta se mostr presa de un gran miedo. Habamos llegado a ser tan extraos el uno al otro! Pero no me detuvieron sus temores, pues brillaba en m la nueva esperanza. Debo decir que cuando se despert (era el mircoles por la maana) comet un gran error; le hice una confesin demasiado brutal y sincera. No, le ocult lo que hasta entonces me haba casi ocultado a m mismo. Le dije que durante todo el invierno haba seguido creyendo en su amor; que la caja de prstamos era una especie de expiacin que yo me impona. En la cantina del teatro, en efecto, haba sentido miedo, pero miedo de mi propio carcter, y adems, el lugar donde me hallaba parecame un sitio mal escogido para una provocacin, un sitio idiota, y tema, no al duelo, sino a la apariencia idiota de un duelo nacido all, en una cantina. Haba sufrido despus con aquella historia miles de tormentos, y tal vez no me haba casado con ella ms que para atormentarla, para vengarme sobre alguien de mis propias torturas. Hablaba como si delirase, mientras ella me tomaba las manos, pidindome que me callase.Exageras! deca, te atormentas voluntariamente.Lloraba y me suplicaba que tratase de olvidar. Pero yo no callaba. Volva a mi idea de Boulogne, donde nuestro destino se iluminara con un nuevo rayo de sol. Desatinaba.Traspas mi caja de prstamos a Dobronvovov. Propuse a mi mujer repartir entre los pobres todo cuanto haba ganado, no conservar ms que los tres mil rublos de mi madrina, con los cuales nos iramos a Boulogne. Despus volveramos a Rusia e intentaramos vivir de nuestro trabajo. Me detuve en aquello porque no deca nada en contra. Callaba y sonrea. Creo ahora que sonri slo por delicadeza, para no afligirme. Comprend que me exceda, pero no supe callarme. Le hablaba de ella y de m sin cesar. Llegu hasta a contarle yo no s qu de Loukeria; pero siempre volva a insistir en aquello que me atormentaba.Durante estos cinco das ella misma se anim una o dos veces; me habl de libros, se ech a reir al pensar en la escena de Gil Blas con el arzobispo de Granada, que haba ledo. Qu risa infantil la suya! La risa del tiempo en que todava ramos novios! Pero, ay!, ante mi entusiasmo, crey que le peda amor, yo, el marido, cuando ella no haba ocultado que esperaba "ser dejada aparte". S, qu mal hice mirndola extasiado! Sin embargo, ni una vez me manifest como marido qu reclamaba sus derechos. Era, sencillamente, como si estuviera rezando ante ella. Pero le dije, tontamente, que su conversacin me transportaba, que la consideraba mucho ms instruida e inteligente que yo. Fui lo bastante loco para exaltar ante ella mis sentimientos de alegra y de orgullo en el momento en que, oculto tras la puerta, haba escuchado su conversacin con Efimovitch, cuando haba asistido a aquel duelo de la inocencia contra el vicio. Cunto haba admirado su ingenio, saboreado sus burlas, sus finos sarcasmos! Me contest que segua exagerando; pero, de repente, se tap la cara con las manos y se ech a llorar. Volv a caer a sus pies, y todo acab en un ataque de nervios, que dio en el suelo con ella... Era ayer de noche, ayer noche... y la maana... Qu loco estoy! La maana era esta maana, hoy, hace un momento! Cuando, un poco rehecha, levantse esta maana, tomamos el t juntos. Su tranquilidad era admirable; pero bruscamente se levant, y aproximndose a m, junt las manos, diciendo que era una criminal, que lo saba, que su crimen la haba atormentado durante todo el invierno, que la atormentaba an, y se senta abrumada por mi generosidad.Oh! Ahora ser siempre una mujer fiel! Te amar y te estimar!Me colgu de su cuello, la bes, bes sus labios como un marido que vuelve a encontrar a su mujer despus de una larga separacin.Para qu la abandon entonces durante dos horas, el tiempo de ir en busca de nuestros pasaportes para irnos al extranjero? Oh, Dios mo, si hubiese vuelto cinco minutos antes!... Oh, aquel grupo de gente junto a nuestra puerta! Aquellas gentes que me miraban! Oh, Dios mo!Loukeria dijo (ahora ya no me separar de Loukeria por nada del mundo! Loukeria lo ha visto todo este invierno!) que durante mi ausencia, quiz veinte minutos antes de mi regreso, haba entrado en el cuarto de mi mujer para pedirle algo, no s qu, y que mi mujer haba sacado del armario el icono, la santa imagen de que ya he hablado... El icono estaba ante ella, sobre la mesa... Mi mujer deba de haber rezado... Loukeria le pregunt:Qu tiene usted, seora? Nada, Loukeria, nada!... Espere usted, Loukeria...Y la bes.Es usted feliz, seora?S, Loukeria.Hace mucho tiempo que el seor debiera haberle pedido a usted perdn. Ms vale as, que se hayan ustedes reconciliado! Alabado sea Dios!Est bien, Loukeria, est bien. Vayase usted.Mi mujer sonri, pero sonri de una manera rara, tan rara, que Loukeria no permaneci ms que diez minutos fuera de la habitacin, volviendo inopinadamente para ver lo que haca.Estaba de pie, muy cerca de la ventana, y tan pensativa, que no la oy entrar. Se volvi sin verla; segua sonriendo. Sali. Pero apenas la haba perdido de vista, oy abrir la ventana. Volvi para decirle que haca fresco, que poda enfriarse. Pero se haba subido sobre el alfizar, estaba de pie, rgida, teniendo en la mano la imagen santa. Asustada, la llam: "Seora, seora!" Hizo un movimiento como para volverse hacia ella; pero en lugar de eso pas la pierna sobre el barrote del antepecho, apret la imagen contra su pecho y se lanz al espacio.* * * Cuando entr, todava estaba caliente. Haba all gente que se me qued mirando. De pronto me abrieron paso. Me aproxim a ella. Estaba tendida. La imagen, sobre ella. La mir largo tiempo. Todo el mundo me rode, me habl. Dicen que habl con Loukeria, pero no me acuerdo ms que de un hombrecito que se repeta incesantemente:Le ha brotado de la boca un chorro de sangre como un puo de grueso.Me mostraba la sangre en el cuarto y volva a decir:Como el puo! Como el puo!Toqu la sangre con el dedo, mir el dedo, mientras el otro insista:Como el puo! Como el puo!

IV ME RETRASE CINCO MINUTOS

Oh, no es posible! Es inverosmil! Por qu ha muerto esta mujer?... Comprendo, comprendo! Pero...por qu ha muerto? Ha tenido miedo de mi amor. Se dira: "Puedo someterme a l? S o no?" Y esta pregunta la habr enloquecido, prefiriendo morir. Lo s, lo s. No era cosa de romperse la cabeza! Pero... haba prometido demasiado y pensaba que no le era posible cumplir sus promesas.Pero... por qu ha muerto? Yo la hubiese "dejado aparte" si as lo hubiera deseado. Pero no, no es eso.Pens que tendra que quererme a las buenas, honestamente, no como si se hubiese casado con el prestamista. No ha querido engaarme querindome a medias. Era demasiado honrada, y eso ha sido todo. Y yo que trataba de inculcarle cierta amplitud de conciencia! Se acuerdan ustedes? Qu extraa idea!Me estimaba? Me despreciaba? Y decir que en todo el invierno se me ha ocurrido la idea de que poda despreciarme! Estaba completamente convencido de todo lo contrario hasta el momento en que me mir tan extraada, ya recuerdan ustedes, con aquella severa extraeza. Entonces fue cuando comprend que poda despreciarme. Ah! Cmo consentira en que me despreciase eternamente, con tal de que viviese! Hace poco hablaba an, andaba, estaba ah. Pero... por qu arrojarse por la ventana? Ah! Qu poco pensaba yo en ello hace apenas cinco minutos! He llamado a Loukeria. Por nada del mundo dejara que se fuese. Ahora, por nada del mundo!Pero podamos tan bien recobrar la costumbre de entendernos! No haba ms que una cosa: lo muy deshabituados que estbamos el uno del otro. Pero eso lo hubiramos vencido. Hubiramos comenzado una vida nueva. Yo tena buen corazn; ella, tambin. En dos das todo lo hubiese comprendido!Oh, qu brbara, qu ciega casualidad! Cinco minutos! Si hubiese llegado cinco minutos antes, la horrible tentacin del suicidio se hubiera entonces disipado en ella. Hubiera ya comprendido. Y he aqu de nuevo mis habitaciones vacas! Otra vez solo! El pndulo del reloj sigue oscilando, oscilando... Para ella, todo es ya indiferente. No tiene compasin de nada. Ya no tengo a nadie! Ando, ando sin cesar. Ah! Les parecer a ustedes ridculo el que me queje de la casualidad y de esos cinco minutos de retraso. Pero reflexionen ustedes. No me ha dejado una tarjeta: "Que no se acuse a nadie de mi muerte", como todo el mundo deja. Y si hubiesen sospechado de Loukeria? Podan decir que estaba con ella, que la haba empujado!Verdad es que ha habido cuatro personas que la han visto de pie sobre la ventana; con el icono en la mano, y que han sabido que se haba arrojado al espacio, que se haba tirado ella, que nadie la haba empujado. Pero ha sido una casualidad el que all estuviesen esas cuatro personas. Y si no ha sido ms que un malentendido! Si se ha engaado al creer que no poda ya vivir conmigo? Tal vez ha habido en su caso algo de anemia cerebral, una disminucin de energa vital. Se debilit este invierno, y eso ha sido todo. Y yo, que me retras cinco minutos!Qu delgada est en su atad! Cmo se ha afilado su naricilla! Sus cejas son como agujas. Y de qu modo tan raro ha cado! No se ha roto nada, no ha aplastado nada! No ha hecho ms que arrojar un chorro de sangre "como un puo". Una lesin interna!Ah, si se pudiese no enterrarla! Porque si se la entierra se la van a llevar. No, no se la llevarn, es imposible. Pero s, bien s que es preciso llevrsela (no estoy loco). Pero aqu estoy otra vez, solo entre los prstamos. No, lo que me enloquece es pensar en lo que la he hecho sufrir todo este invierno.Qu me importan ahora vuestras leyes? Qu me importan vuestras costumbres, vuestros hbitos, el Estado, la Fe! Que me condene vuestro juez, que me arrastren ante vuestro tribunal, y gritar que no reconozco ningn tribunal. El juez rugir: "Cllese usted!" Yo le responder: "Qu derecho tiene para hacerme callar, cuando una injusticia tremenda me ha privado de lo que ms quera? Qu pueden importarme vuestras leyes? Me pondrn en libertad y me dar lo mismo.Ciega! Estaba ciega! Muerta, no me oyes! No sabes en qu paraso te hubiera hecho vivir! No me habras amado? Bueno. Pero estaras ah. Me habras hablado como a un amigo qu alegra! y nos hubiramos redo, mirndonos cara a cara. Hubiramos vivido de ese modo. Hubieras querido amar a otro? Yo te hubiese dicho: "Amalo", y te hubiera mirado desde lejos sumamente dichoso. Porque estaras ah... Oh! Todo, todo, todo, pero que abra los ojos una sola vez! Por un instante, slo un momento! Que me mire como antes, de pie, frente a frente, cuando me juraba ser una mujer fiel! Oh! Lo hubiese comprendido todo con slo una mirada.O carcter, o azar. Los hombres estn solos en el mundo. Yo grito como el hroe ruso: "Hay algn hombre vivo en este campo?" Lo grito yo, que soy un hroe, y nadie me contesta... Dicen que el sol vivifica el Universo. Se levantar el sol y, miren!, no hay ah un cadver? Todo est muerto; no hay ms que cadveres. Hombres solos, y en torno de ellos, el silencio. Esa es la tierra!"Hombres, amaos los unos a los otros!" Quin ha dicho tal cosa? El reloj va contando los segundos, indiferente, odiosamente! Las dos de la madrugada!Sus pequeos zapatos estn ah, cerca de la cama, como si la aguardasen...No, por favor!... Maana, cuando se la lleven, qu ser de m?

Table of Contents

FEDOR DOSTOIEVSKILA TMIDAAdvertencia del autorPRIMERA PARTEI QUIEN ERA YO Y QUIEN ERA ELLA?II PROPOSICIONES DE MATRIMONIOIII EL MAS NOBLE DE LOS HOMBRES...; PERO NI YO MISMO LO CREOIV PROYECTOS Y MAS PROYECTOSV LA TMIDA SE REBELAVI UN RECUERDO TERRIBLESEGUNDA PARTEI EL SUEO DEL ORGULLOII EL VELO CAE SBITAMENTEIII LO COMPRENDO DEMASIADOIV ME RETRASE CINCO MINUTOS