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Ya desde el principio de su predicación Jesús hablaba del Reino de Dios. Después iría explicando qué entendía Él, a diferencia de otros predicadores, por el “Reino de Dios”.
Muchas veces usaba parábolas para darnos a entender algún sentido o faceta del “Reino”. Pero la simple formulación de la parábola para aquellos que no tenían mucha fe les dejaba más o menos indiferentes.
Estas explicaciones han ido quedando ampliadas en la Iglesia a través de los tiempos por medio de los santos padres y otros grandes predicadores de la fe.
La Iglesia, aquí en la tierra, está en vías de perfección, camina hacia, prepara el Reino; aunque a veces los dos sentidos pueden significar o tender a una sola cosa.
En primer lugar debemos considerar que no es lo mismo el Reino de Dios que la Iglesia. Ésta es “el principio y germen” del Reino, como dice el concilio Vaticano II.
Lo importante es que venga a nosotros más y más el Reino de Dios. Aunque de hecho hay una unión íntima entre el Reino de Dios y la Iglesia, que es sobre todo interna. Lo externo puede ser
variable y en parte deficiente.
Muchos confunden aspectos externos de la Iglesia con el “Reino de Dios”.
En la Iglesia podemos constatar si aumentan o disminuyen los bautismos, las comuniones, las
asistencias a misa. Ello puede ser interesante. Pero la vitalidad del Espíritu en la Iglesia ¿Quién la puede medir?
Lo que sí sabemos es que el verdadero reino de Dios es vida, verdad, justicia, paz, gracia y sobre todo AMOR. Este es el reino por el que debemos trabajar.
Tu reino es vida.
Tu reino es verdad
Tu reino es justicia
Tu reino es paz
Tu reino es graciaTu reino es amor
Venga a nosotros tu Reino, Señor.
A través de varias parábolas Jesús nos explicó diversos aspectos del “Reino”. Hoy nos expone dos parábolas pequeñas.
Dice así:Marcos 4,26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él
duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto,
se mete la hoz, porque ha llegado la siega."Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de
Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más
pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los
pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose
a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
En la primera parábola comienza diciéndonos Jesús que todos, al menos los que nos creemos discípulos suyos,
somos cooperadores en la obra de Dios, que es su Reino, porque todos debemos sembrar y al final recoger frutos.
Este sembrar puede ser cuando acogemos, preparamos y realizamos un bautismo.
Crece por la energía que tiene encerrada la semilla. El sembrador poco adelanta o nada por el hecho de que esté vigilando o tire de la mata para que crezca más rápidamente.
Pero esta planta, que es el Reino de
Dios, crece aparentemente
sola.
Trata de exponer la diferencia abismal entre lo poco que puede hacer el hombre y lo mucho que
hace Dios.
Por lo tanto ni las fuerzas del mal podrán contra el Reino, ni adelantaremos demasiado por mucho que nos
movamos sólo externamente.
Y es una advertencia
para comprender que el Reino
de Dios sigue el
curso que Dios parece que quiere: lento pero seguro.
El Reino crece de una manera sencilla, sin ruido. Quizá Jesús dijo esta parábola contra algunos que buscaban de Jesús unos hechos espectaculares y
querían que el apostoladotuviera efectos brillantes, a través quizá de cierta violencia.
Pero de nuestra parte hay que huir de dos extremos: la pasividad o pereza y el activismo. Debemos huir del activismo, porque, como nos dice Jesús, poco podemos hacer una vez que hemos sembrado. Claro que el sembrar es más complicado de lo que parece, porque hay que preparar la tierra y cuidarla.
Lo más importante que debemos hacer es unirnos espiritualmente con Quien hace crecer. Por eso para un apóstol es tan necesaria la oración.
La parábola no es una invitación a la pereza, ya que Dios ha puesto muchas cosas en nuestras manos. El sembrar no es algo fácil, pues muchas veces cuesta preparar el terreno. Por eso siempre hay mucho que hacer en el campo de Dios. La parábola es sobre todo una invitación a la confianza.
Nuestra obligación es sembrar (y preparar el terreno). A veces estamos demasiado pendientes en ver los resultados. Dejémoslo al Señor. Porque, si sembramos con recta conciencia, la cosecha seguro que se dará, aunque quizá no como nosotros lo planeamos, sino mejor.
Queremos correr demasiado y ver efectos externos de la acción de Dios. Tengamos fe y paciencia, porque Dios está presente y de ahí
proviene nuestro optimismo.
Dios muchas veces calla, parece que está dormido; pero nunca nos abandona.
La 2ª parábola nos habla de la mostaza, semilla muy pequeña que llega a convertirse en un arbolito, de modo
que los pájaros pueden poner sus nidos.
Aquí Jesús nos
quiere hablar de
la sencillez
de la Iglesia.
Las plantas de mostaza que crecen en Israel, son arbustos muy altos, porque llegan a
alcanzar a veces los 4 y 5 metros de altura.
El profeta Ezequiel en la 1ª lectura nos dice cómo Dios aborreció al pueblo de Israel cuando soberbio quiso ser muy grande en lo material olvidando su espíritu. Pero, si se humilla, le hará grande como un cedro del Líbano.
Ezequiel 17,22-24
Así dice el Señor Dios: "Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas
más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma,
anidarán al abrigo de sus ramas. Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y
ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré."
Así a veces ha pasado en cierta parte de la Iglesia: Cuando ha buscado el poder y gloria material, se ha
apartado del fin que tiene, que es el de ayudar a fundamentar el reino de Dios.
Ese grano de mostaza es también el verdadero discípulo, el cual una vez que muere a sí mismo (el que halla su vida, la perderá, mas el que la pierda por causa de Mí, la hallará), de él surge la verdadera vida que es Cristo en él. Es como esa planta que se convertirá en gran árbol.
Lo que Dios busca entre sus predicadores o
entre los sembradores de su palabra son
corazones entregados a los
dones del Espíritu.
La Eucaristía es el ejemplo más
maravilloso de cómo Jesús sigue
actuando en la vida de la Iglesia
haciendo grandes cosas con medios
pequeños.
Muchas veces nuestro trabajo apostólico nos parece muy pequeño, porque lo es; pero unido a la gracia de Dios se puede convertir en una obra muy grande, si es agradable al Señor.
No se pueden despreciar las pequeñas cosas de cada día.
Puestas en las manos de Dios, tienen un valor inmenso.
Con esta parábola del grano de mostaza quiere decirnos Jesús que, aunque su Reino parece poca cosa, tiene tanta potencialidad que, sin ser árbol soberbio, sus ramas pueden acoger a todo aquel que se acerque con sincero corazón.
Jesús comienza a darnos ya un sentido universalista del Reino de Dios. De hecho muchos de otras
religiones, si tienen una recta conciencia, pertenecen ya al Reino de Dios. Aunque es más difícil.
Para terminar, recordamos el gran mensaje de hoy: Todos debemos trabajar, según nuestras fuerzas, para el Reino de Dios: Debemos
sembrar y recoger. Pero el crecimiento interno y sobrenatural es obra de Dios. En Él confiamos
y esperamos.
Que María nos ayude a trabajar, no por nuestra gloria, sino por Aquel que nos sostiene y nos da la paz y la esperanza.