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Ana Marqués García 2º Bachiller Humanístico 1 RACIONALISTAS Y EMPIRISTAS La llegada del siglo XVII supuso la consolidación definitiva de los cambios sociopolíticos que habían comenzado a fraguarse en el periodo renacentista. En síntesis, significa fundamentalmente el paso del original. En primer lugar, las monarquías absolutistas se hacen con la hegemonía política de los países y se instaura totalmente el Estado feudal, donde el soberano –el monarca- posee todos los poderes, quedando los nobles en un nivel político inferior. Pero aun así el régimen económico continúa siendo el señorial, que consigue imponerse sobre el capitalismo fundamentalmente debido a que el 80% de la población se dedica a tareas agrícolas. Por otro lado, la religión también pasa por un proceso de cambio, ya que en este momento tiene lugar una ruptura de la unidad religiosa, debida a la reforma protestante promovida por Lutero, y la posterior contrarreforma a manos de la Iglesia Católica. Además, en el seno de estos enfrentamientos comienzan a haber intereses políticos –más allá de los religiosos-, lo que agrava los enfrentamientos. En el siglo XVII comienza también el periodo antropocentrista, el hombre pasa a ser el centro del mundo y un objeto preferente de estudio y de conocimiento, así como también comienzan a aparecer quienes afirman que la fuente de certeza es la razón humana. Pero uno de los hechos más importantes es sin duda el triunfo de la revolución científica, que había comenzado ya en el siglo XIV a manos de Grosseteste y Juan Buridan. A partir de este siglo, comienzan a surgir científicos como Copérnico, que sitúa el Sol como centro del Universo –y no la tierra como antes se pensaba-, o Kepler, que aporta al anterior una sistematización matemática y además establece que los planetas se mueven dentro de unas órbitas elípticas, y no circulares, o también Galileo, que promulga la no distinción entre la física celeste y la terrestre. En síntesis, todos otorgan un papel importante a las matemáticas y a la observación en el proceso

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RACIONALISTAS Y EMPIRISTAS

La llegada del siglo XVII supuso la consolidación definitiva de los cambios sociopolíticos que habían comenzado a fraguarse en el periodo renacentista. En síntesis, significa fundamentalmente el paso del original.

En primer lugar, las monarquías absolutistas se hacen con la hegemonía política de los países y se instaura totalmente el Estado feudal, donde el soberano –el monarca- posee todos los poderes, quedando los nobles en un nivel político inferior. Pero aun así el régimen económico continúa siendo el señorial, que consigue imponerse sobre el capitalismo fundamentalmente debido a que el 80% de la población se dedica a tareas agrícolas.

Por otro lado, la religión también pasa por un proceso de cambio, ya que en este momento tiene lugar una ruptura de la unidad religiosa, debida a la reforma protestante promovida por Lutero, y la posterior contrarreforma a manos de la Iglesia Católica. Además, en el seno de estos enfrentamientos comienzan a haber intereses políticos –más allá de los religiosos-, lo que agrava los enfrentamientos.

En el siglo XVII comienza también el periodo antropocentrista, el hombre pasa a ser el centro del mundo y un objeto preferente de estudio y de conocimiento, así como también comienzan a aparecer quienes afirman que la fuente de certeza es la razón humana.

Pero uno de los hechos más importantes es sin duda el triunfo de la revolución científica, que había comenzado ya en el siglo XIV a manos de Grosseteste y Juan Buridan. A partir de este siglo, comienzan a surgir científicos como Copérnico, que sitúa el Sol como centro del Universo –y no la tierra como antes se pensaba-, o Kepler, que aporta al anterior una sistematización matemática y además establece que los planetas se mueven dentro de unas órbitas elípticas, y no circulares, o también Galileo, que promulga la no distinción entre la física celeste y la terrestre. En síntesis, todos otorgan un papel importante a las matemáticas y a la observación en el proceso científico, y aseguran que es la razón –y no la fe- la que hace que la ciencia se desarrolle. De este modo, la ciencia toma las partes fundamentales que formaban la filosofía –como la investigación de la naturaleza y los seres-, lo que significa que la unidad filosófica comienza a resquebrajarse, y las cuestiones del ámbito ontológico pasan a formar parte del conocimiento científico, quedando la filosofía relegada al ámbito epistemológico, ahora se centra en el estudio del fundamento de nuestro conocimiento de las cosas.

Pero la división no acaba ahí, porque dentro de la filosofía comienzan a dividirse dos puntos de interpretación del fundamento del conocimiento; la filosofía Racionalista y la filosofía Empirista.

La primera de ellas tiene su origen en el siglo XII con la Escolástica, que ya había dividió el estudia de la metafísica en tres secciones: la psicología racional –el alma-, la teología racional –Dios-, y la cosmología racional –el mundo. Pero cuyo aspecto negativo era que desde sus inicios había contado con múltiples opiniones sobre todos esos campos y no contaban con

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un pensamiento unificado. Los filósofos escolásticos más famosos fueron los cristianos Alberto Magno o Tomás de Aquino, o los Avicenos y Averroes, de origen árabe.

Tras ellos se sucedieron a lo largo de los siglos XIV, XV y XVI diferentes filósofos de transito de la visión teocéntrica a la antropocéntrica, como pueden ser: Pico della Mirandola, un humanista del siglo XV que define al hombre como algo divinizado –de clara influencia clásica-, y capacitado de cualidades espirituales e intelectuales para situarse en el lugar en el que le convenga del cosmos. O, en el siglo XVI, Michel de Montaigne, que reaviva el escepticismo que había surgido desde la época de Alejandro Magno (en el siglo III a.C), ya que adopta una posición de tolerancia máxima y la abstención de emitir cualquier juicio sobre cualquier tema, siguiendo siempre el camino de la “duda”.

Ahora bien, estos son todos los antecedentes del racionalismo al que realmente nos referimos, el que se enfrentó a partir de la revolución científica del siglo XVII al empirismo. El racionalismo como ya hemos aclarado procedía de la Europa continental, y como aspecto más importante sabemos que su fuente conocimiento era únicamente la razón, y que por ello –dado que la razón no tenía límites- el conocimiento humano tampoco los tenia, lo que suponía que el hombre podía llegan a conocer la verdad absoluta, llegando así a un cierto punto de dogmatismo en lo que al conocimiento se refiere.

Para los racionalistas, las ideas que constituyen el conocimiento son de procedencia innata y el método de conocimiento que utilizan es el deductivo, de clara inspiración en las matemáticas, ya que parte de verdades incuestionables y generales –los axiomas como “A=A”- hasta llegar a conclusiones particulares.

Su objetivo es conseguir una certeza y una objetividad para la metafísica similar a la del método científico, y conseguir evitar las disputas por razonamientos defectuosos o conclusiones incompatibles.

Por la vía contraria podemos encontrar a los empiristas, que también surgieron alrededor del siglo XII, pero en este caso en la zona de las Islas Británicas, concretamente en la escuela de Oxford. Allí empezó a gestarse un pensamiento en el que se situaba la orientación empírica a partir de la experiencia y la observación. Los máximos representantes empíricos de la época fueron Juan Buridán, que ideó la “Teoría del ímpetus”, o Roberto Grosseteste y Rogerio Bacon, defensores de la experimentación y la observación como únicos métodos para llegar al conocimiento verdadero.

Tras ellos, y siguiendo la estela de la visión empirista encontramos a Guillermo de Ockham, que defendía su teoría de la nominalización, por la cual establecía que debía de emplearse un solo término para referirse a toda la materia que constituye una misma idea, por diferentes que puedan ser entre sí, y también por su teoría de la “Navaja de Ockham”, que afirmaba que habiendo dos teorías con iguales condiciones, probablemente la simple será la más correcta, y que por tanto debiera omitirse aquello que sea innecesario o que no pueda demostrarse.

Pero finalmente, los empiristas del siglo XVII establecieron las autenticas bases que conformarían la filosofía empirista, defendiendo por encima de todo la experiencia y la

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observación como únicas fuentes de conocimiento. Por esa regla, los empiristas llegaron a un punto de cierto escepticismo, ya que del mismo modo el conocimiento llegaba a un límite, que se situaba fijado precisamente por las coordenadas empíricas, es decir, todo aquello que no formara parte del mundo sensible no podía llevarnos al conocimiento.

Las ideas que conforman el pensamiento, según ellos, están adquiridas a través de la experiencia. Los hombres inicialmente poseen la mente en blanco –tábula rasa- a la que se le van añadiendo conocimientos a través de la experiencia.

El método que emplean es el inductivo, ya que –al contrario que los racionalistas- parten de ejemplos particulares del mundo empírico hasta llegar a afirmaciones generales.

Su objetivo es principalmente liberar a la filosofía de los errores y las falsas ideas de la metafísica y evitar así llegar al dogmatismo –al que hasta cierto punto habían llegado los racionalistas- y la intolerancia.

Los filósofos empiristas más importantes posteriores al siglo XVII fueron básicamente tres: Locke, Berkeley y Hume.

El primero de ellos no tenía claro cuál era el origen de las naturalezas, ya que no tenía clara la existencia de esa “sustancia” debido a que al ser empirista, consideraba que si no podía verla no existía. Para definir ese elemento que sabía que de una forma u otra debía existir, afirmaba que “La sustancia es un nosequé”.

Por su lado, Berkeley afirmaba que el conocimiento parte de una impresión –basada siempre en la experiencia- que pasa a la razón en forma de idea, que constituye así el pensamiento, y así concluía que “El ser de las cosas consiste en ser percibidas”.

Y en el caso de Hume –que a pesar de pertenecer al siglo posterior puede ser enmarcado todavía en la filosofía empirista-, podemos destacar que realizó dos importantes críticas a los aspectos de la metafísica y del conocimiento científico. Su crítica a la metafísica se fundamentaba en que Dios, el alma y el mundo no aportaban ningún tipo de impresión empírica, lo que significaba que ninguno de ellos podía llegar a conocerse. Y la crítica al conocimiento científico, que desarrolló en su “Tratado sobre la naturaleza humana”, defendía que solo podía demostrarse el pasado, ya que del futuro no se tiene ninguna impresión y por lo tanto no puede llegar a conocerse con certeza. También criticó que los sustentos del método científico eran el hábito y las costumbres, y que éstos solo aportaban probabilidad, nunca certeza. Y por último, también discrepaba en que la ciencia se apoya en el principio de uniformidad de la naturaleza, es decir, que supone que todo es igual en ella y que es posible generalizar.

Como hemos visto, ambas corrientes de pensamiento –racionalismo y empirismo- se constituyen de bases realmente contrapuestas, lo que supuso que durante un largo espacio de tiempo se encontraran fuertemente enfrentadas. Esta tendencia se alargó hasta la llegada de Kant, filósofo alemán educado en el pensamiento racionalista, que afirmó que al leer a Hume “despertó del sueño dogmático”, así que se situó en un punto intermedio y estableció las bases para una reconciliación entre ambos.

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Kant afirmó que el conocimiento partía de la experiencia, pero que ésta no lo limitaba, es decir, que cuando se sobrepasan los límites del mundo empírico comienza a entrar en juego principalmente la razón, porque únicamente por medio de ésta tampoco podía llegarse al conocimiento verdadero. Por lo tanto, ideó una filosofía que defendía que la información de fuera (la experiencia), entraba en contacto con la razón y relacionaba con ella conceptos empíricos, formando así las ideas constituyentes del pensamiento.