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Discipuladosa Cristo

Stephen Kaung

Como es ilustrado en la vida de Simón Pedro

Ediciones “Aguas Vivas”

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Stephen Kaung

Discipulados a CristoComo es ilustrado en la vida de Simón Pedro

Primera edición: Agosto 2004

Este libro ha sido traducido directamente del portugués.Excepto donde así se indique, todas las citas de las Escriturasutilizadas corresponden a la versión Reina-Valera, 1960.

Traducción y Edición: Aguas VivasRevisión: Cecilia Bessa DidierDiseño & Diagramación: Mario Contreras Troncoso

EDICIONES «AGUAS VIVAS»Temuco - CHILE.

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PRESENTACIÓN

Con mucha satisfacción y gratitud al Señor presen-tamos a los hijos de Dios de habla española uno de loslibros más representativos del hermano Stephen Kaung,«Discipulados a Cristo».

Aunque sus obras son bastante difundidas en len-gua inglesa, china y portuguesa, no lo son en lengua es-pañola. Es por eso que nos complace dar a la luz esteprimer libro que, esperamos, sea seguido de otros mu-chos que vendrán a enriquecer el caudal de revelación yla experiencia espiritual del pueblo de Dios en esta partedel mundo.

Expresamos nuestra gratitud a los hermanos de laeditorial «Tesouro Aberto», de Brasil, por autorizarnos apublicar esta obra que ellos dieron a luz por primera vezen 1998, y también a los que, en Chile, han colaboradopara este mismo fin.

Por todo esto agradecemos a Dios, a quien asimis-mo dedicamos este trabajo, para que su amado Hijo Jesu-cristo tenga en este tiempo muchos verdaderos discípu-los.

Los editores

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INDICE

Prefacio a la edición en portugués ................................. 9

Nota del editor del original en inglés ........................... 10

Capítulo 1El llamamiento del discipulado ..................................... 11

Capítulo 2La condición del discipulado ........................................ 41

Capítulo 3La consolación del discipulado ..................................... 69

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Prefacio a la edición en Portugués

El llamamiento al discipulado es hecho a cada cre-yente en Cristo. La Palabra del Señor para los que sonsuyos es: «Venid en pos de mí». Él desea conformarnos asu imagen y usarnos de acuerdo a su propósito. Solamen-te atendiendo a ese llamado podemos cumplir el destinooriginalmente propuesto por Dios.

A fin de ayudarnos a comprender este asunto quees de la mayor importancia, los tres capítulos de este vo-lumen ilustran, a través de la vida de Simón Pedro, lostres principales aspectos del discipulado cristiano: el lla-mamiento, la condición y la consolación. El objetivo su-premo del discipulado es conducirnos de forma más ínti-ma a la propia persona del Señor Jesús – no a algún siste-ma, organización o enseñanza, sino a un Hombre y a unHombre solamente, al propio Señor Jesús. El discipuladono deja de tener sus condiciones, aunque para el cumpli-miento de las mismas dependamos absolutamente de lagracia de Dios. Y a pesar de que las dificultades deldiscipulado no sean pequeñas, ellas son ricamente com-pensadas por la comunión con el Maestro y la transfor-mación resultante de esa comunión.

Que el Maestro bendito aliente a muchos al verda-dero discipulado.

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Nota del Editor del original en Inglés

Debemos decir una palabra con respecto al origendel material contenido en las próximas páginas.

En primer lugar, la esencia de los tres capítulos deeste volumen fue originalmente ministrada en una seriede mensajes en Mt. Lake, Connecticut (EUA), antes deuna conferencia de jóvenes realizada el primer fin de se-mana en enero de 1967.

En segundo lugar, para enriquecer este volumen, elautor gentilmente cedió al editor sus notas personales quecontenían muchas «pepitas de oro». Aunque muchas deellas no llegaron a ser mencionadas en los mensajeshablados, ahora fueron incluidas aquí.

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Capítulo 1

EL LLAMAMIENTO DELDISCIPULADO

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de losdos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús.Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemoshallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajoa Jesús. Y mirándole Jesús dijo: Tú eres Simón, hijo deJonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro).(Juan 1:40-42).

Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a doshermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano,que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Yles dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hom-bres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le si-guieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos,Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barcacon Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y losllamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre,le siguieron. (Mateo 4:18-22).

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Aconteció que estando Jesús junto al lago deGenesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la pa-labra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de laorilla del lago; y los pescadores, habiendo descendidode ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aque-llas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartasede tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barcaa la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón:Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pes-car. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la no-che hemos estado trabajando, y nada hemos pescado;mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho,encerraron gran cantidad de peces, y su red se rom-pía. Entonces hicieron señas a los compañeros que esta-ban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; yvinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que sehundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas anteJesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hom-bre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, eltemor se había apoderado de él, y de todos los que esta-ban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo,que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón:No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Ycuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, lesiguieron. (Lucas 5:1-11).

* * *

El llamamiento al discipulado es, como alguien yaobservó, muy personal y, por eso, tiene que serrespondido individualmente. Con todo, ese lla-

mamiento también es práctico y, por esa razón, necesitaser experimentado en nuestra vida. Ese llamamiento noes una teoría ni una doctrina, sino algo que cada uno denosotros debe responder afirmativamente delante del Se-

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ñor y experimentarlo. Para ayudarnos a comprender cuánpersonal es ese llamamiento y cuán real es en la práctica,me gustaría ilustrar este asunto examinando brevementela vida de un discípulo de nuestro Señor Jesús. Y, pienso,no hay ejemplo mejor que la vida de Simón Pedro.

Simón Pedro estaba entre los primeros que vinie-ron a conocer al Señor, y ciertamente fue uno de los pri-meros llamados para ser un discípulo. Entre los doce após-toles, él era el primero de la lista, y quien generalmentehablaba por los otros. Por lo tanto, en cierto sentido, SimónPedro puede ser considerado el primer discípulo de nues-tro Señor Jesús. Y, si fue realmente el primer discípulodel Señor, entonces podemos aprender mucho a través desu vida. En otras palabras, todos los principios implica-dos en el discipulado deben ser evidenciados e ilustradosa través de esta vida.

En el principio, Simón fue llevado al Señor por suhermano Andrés. Éste había sido presentado a Cristo porJuan el Bautista y, habiendo hallado al Señor, fue en se-guida al encuentro de su hermano. Andrés, entonces, sim-plemente dice a Simón Pedro: «Hemos hallado al Mesías»,y le llevó a Cristo. Así, de ese modo muy natural, Simónfue salvo.

* * *

No sabemos mucho sobre el pasado de Simón an-tes de su primer encuentro con el Señor. Parece que sunotoriedad e importancia vinieron por causa de la convi-vencia con el Señor Jesús. Sin embargo, dos hechos so-bresalen en el pasado de Simón. Sabemos que él era unhombre de Galilea, natural de Betsaida (Juan 1:44) y, tam-bién, que era un pescador.

Tenemos conocimiento de que en aquella época losjudíos de todo Israel menospreciaban a los galileos. Es-

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trictamente hablando, los galileos eran judíos verdade-ros, pero, en otro sentido, los que vivían en Galilea eranvistos por los de Jerusalén y de Judea como siendo de«Galilea de los gentiles» (Mt.4:15), pues era una multi-tud mixta de personas impuras, no ortodoxas, groseras eincultas. Sin embargo, debe señalarse que, entre los docediscípulos de nuestro Señor Jesús, casi todos eran galileos,incluso el propio Simón. Probablemente la única excep-ción era Judas Iscariote que, tal vez, fuese de Judea.

Simón, entonces, era un galileo, un pescador rudoque, aunque tuviese una profesión humilde, tenía una no-ble aspiración: él esperaba la venida del Mesías judío.Simón era naturalmente impulsivo, franco, agresivo e im-petuoso; con todo, era honesto, sincero y modesto. Élestaba enterrado y perdido entre las multitudes hasta queCristo vino y lo desenterró, transformando aquella pie-dra bruta en un lindo y precioso jaspe, como veremos.

Esa transformación puede suceder con todos noso-tros. No importa dónde hayamos nacido, cuál es nuestrotipo de temperamento, qué profesión ejerzamos o cuándiferentes seamos en nuestra expresión y apariencia ex-terior; el Señor es capaz de desenterrarnos de la multitudy comenzar a trabajar en nosotros hasta que seamos trans-formados en piedras preciosas para la edificación de Sucasa. Podemos, por lo tanto, ser alentados con la vida deSimón Pedro, el cual, no teniendo ninguna importanciapara el mundo, fue, sin embargo, tomado y moldeado porel Señor y fue constituido en una de las columnas de laiglesia en Jerusalén.

* * *

La conversión de Simón Pedro fue bastante senci-lla. Muy probablemente él se hizo un discípulo de Juan elBautista, ya que todos los que aguardaban la consolación

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de Israel (Lc.2:25) eran bautizados por Juan. Él se arre-pintió de sus pecados, fue bautizado por Juan Bautista, yesperaba al Mesías que vendría – el Enviado, el Ungidode Dios, Aquél que cumpliría todas las promesas de Dios.En otras palabras, encontramos en este hombre Simónun corazón dispuesto, alguien que había sido preparadocon anticipación por el Espíritu Santo de Dios y, sin duda,también por Juan Bautista. Por lo tanto, todo estaba pre-parado. La única cosa que todavía faltaba era ver alMesías. Y eso sucedió por medio del testimonio simplede su hermano Andrés que, por cierto, conoció a Jesúscomo Mesías a través del testimonio de Juan el Bautista.Andrés se apresuró a buscar a su hermano, y decidida-mente le dijo: «Hemos hallado al Mesías». El resultadoes que Simón fue, vio y creyó.

* * *

Creo que Simón tenía mucha confianza en su her-mano. Por el registro de su vida sabemos que Simón eraimpetuoso, extrovertido, y poco cuidadoso. Su hermano,en cambio, era exactamente lo opuesto. Andrés era unhombre muy quieto, y alguien así es generalmente cuida-doso y bastante observador. Este último rasgo se percibeen el incidente de la primera multiplicación de los panes.En aquella ocasión nuestro Señor Jesús estaba en el de-sierto y no había nada para comer; pero fue Andrés quienvino y dijo: «Aquí está un muchacho, que tiene cincopanes …» (Jn. 6:9). Piense en eso: él vio a un muchachoentre cinco mil personas. Ese era el agudo sentido de ob-servación de Andrés. Por lo tanto, creo que Simón, cono-ciendo su propia debilidad, tenía mucha confianza en suhermano. Él encontraba en Andrés lo que a él le faltaba.Él pudo confiar en que su hermano verdaderamente ha-bía hallado al Mesías y, entonces, ser así llevado a Cristo.

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Algunas veces es bueno que reconozcamos nuestras de-ficiencias y debilidades y sepamos cómo vivir de formainterdependiente, especialmente con nuestros hermanos,pues ellos pueden ser capaces de proveer el equilibrioque necesitamos. Por lo tanto, pienso que cuando Simónfue informado por su hermano de que había encontradoal Mesías, él no dudó en su corazón; al contrario, debehaber pensado para sí mismo: «Mi hermano Andrés debehaber encontrado al verdadero Mesías». Así, Simón, sindudar, fue con él al encuentro de Jesús. Oh, cuán bien-aventurados son los que están preparados y tienen un co-razón sencillo –aquellos que saben y reconocen su pro-pia limitación– pues prontamente serán saciados.

* * *

La Biblia no menciona nada sobre la reacción deSimón al encontrar al Señor. Las Escrituras sólo nos di-cen que él fue llevado a Cristo. Realmente sería de espe-rar que Simón, siendo por naturaleza una persona habla-dora, al ver al Señor Jesús dijese muchas cosas. Pero,curiosamente, no hay registro de que él haya dicho algu-na cosa al Señor – ni siquiera una palabra. Él fue y vio aJesús; al encontrarlo, debe haber observado cuidadosa-mente al Señor y cuanto más lo miraba, más se conven-cía de que éste era el Mesías. El resultado fue que Simón,simplemente, se postró delante del Señor. Quedó tan im-presionado, tan absorbido, tan atraído por ese Hombreque permaneció en silencio; aquel que durante toda suvida había sido tan hablador, ahora no tenía nada quedecir. En aquella situación, no era necesaria ninguna pa-labra. Se trataba de una confianza silenciosa, tranquila yreverente en el Mesías. Aquel que siempre profería mu-chas palabras, quedó sin habla, absorbido con lo que vio.

Al contemplar a Jesús con tal admiración y adora-

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ción, el corazón de Simón se abrió al Señor en fe y con-fianza, pues en aquel momento crucial le fue dada unarevelación. El Padre reveló el Hijo a Simón Pedro. Sabe-mos que eso es verdad por causa de lo que el Señor dice,años más tarde, cuando estaba siendo rechazado por supropio pueblo, sobre la declaración de fe de Pedro, cuan-do éste confesó públicamente que Jesús era el Cristo. Enaquella ocasión, el Señor dijo a Pedro que el hecho deconocerlo como Cristo no tenía su origen en carne o san-gre, sino que le fue revelado por el Padre que está en elcielo (Mt. 16:17). Y, ciertamente, esa revelación no le fuedada a Pedro en aquel momento, sino que era una expre-sión de lo que Pedro experimentó en su primer encuentrocon el Señor, cuando su hermano lo llevó al Mesías. Alaproximarse al Mesías en simplicidad y prontitud de co-razón, Simón recibió revelación con respecto al Señor.

Sin embargo, siempre será así, porque la voluntadde Dios está oculta a los sabios y entendidos, pero revela-da a los niños (Lc. 10:21). La revelación es dada a lossimples, aquellos que viven por el corazón y no por lacabeza. Tan luego Simón recibió esta revelación, respon-dió en la sinceridad y quietud de la fe.

¿Fue muy simple? ¿Y no es así también la maneraen que nosotros llegamos al conocimiento del Señor? Siusted tiene un corazón sediento y está buscando al Salva-dor de la humanidad, y alguien en quien usted puede con-fiar le presenta al Salvador, entonces venga a él, contém-plelo, y usted también se convencerá, se arrepentirá yconvertirá de la misma manera.

* * *

Notemos que Andrés llevó a Simón a Jesús y no aun sistema o manera de pensar, no a un código moral decomportamiento, ni a una institución religiosa, sino a Je-

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sucristo. Cristo es el Salvador. Él es la salvación para elperdido. Y basta que nos encontremos con Cristo y leveamos, para ser salvos. Pues la persona de Cristo es laque atrae y su obra es la que nos salva. ¿Ya le hemosencontrado? Eso resolverá todos nuestros problemas yresponderá todas nuestras preguntas.

Una sola visión de Jesús mostró a Simón que élverdaderamente era el Cristo. «Bienaventurados los delimpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt. 5:8).Una sola visión de Jesús es suficiente para convencernosde que él es el Mesías. Si no lo percibimos es porquenuestros corazones no son puros – porque no lo quere-mos. Muy frecuentemente nuestra capacidad natural yautosuficiencia forman una obstinada resistencia al co-nocimiento del Señor. Déjeme preguntarle: «¿Usted yaconoció al Señor? ¿Usted ya creyó en su obra redentora?¿Confió en su obra consumada en la cruz?». Una simpleconfianza proveniente de un corazón honesto es todo loque usted necesita para gozar de todos los valores y mé-ritos de Su redención perfecta. Pero si usted no ve al Se-ñor Jesús con tal corazón, hallará que es difícil creer enél, y su camino hasta él puede ser muy largo, tempestuo-so, e incluso peligroso. O su camino podrá ser como el deSaulo de Tarso, que siendo una persona muy compleja,tuvo que pasar por caminos sinuosos y peligrosos antesde ser encontrado por el Señor. Saulo tuvo que quedarciego y ser lanzado al suelo antes de volverse al Salva-dor. Pero, oh, cuánto mejor será si usted puede venir a élen la simplicidad y sinceridad, ser llevado por su corazóny no al contrario, ser engañado por su mente. Si ustedviene a él y lo contempla, eso resolverá sus problemas.Usted será salvo. El camino es así: simple y natural. Es-pero que nuestra venida al Señor pueda ser de esa mane-ra, tal como fue con Simón Pedro.

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Vimos que Simón contempló cuidadosamente al Se-ñor – observándolo de pies a cabeza y, cuando más locontemplaba, más se postraba delante de él. Pero debe-mos observar que, según lo registrado, el Señor hizo lamisma cosa. Cuando Simón fue llevado a Cristo, la Bi-blia nos dice que el Señor Jesús «mirándole, dijo: Tú eresSimón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quieredecir, Pedro)» (Jn. 1:42). La Biblia dice que el Señor ‘miróa’ Simón Pedro. Es interesante notar que esa palabra sig-nifica observar cuidadosamente. Jesús, en otras palabras,contempló a Simón atentamente.

¡Oh, el mirar de nuestro Señor! ¡Aquel mirar pene-trante! Él miró hacia adentro del corazón y del propio serde Simón con discernimiento espiritual, y mientras nues-tro Señor lo observaba cuidadosamente, vio lo que el Es-píritu de Dios estaba haciendo en aquel mismo momentoen su vida: «Tú eres Simón, pero serás llamado Cefas –Pedro». Él fue así testigo de que el Espíritu de Dios operóen Pedro la obra de la regeneración, en respuesta a susimple fe en Cristo. Esa obra fue realizada en el espíritude Simón por el Espíritu Santo, y el Señor lo percibióclaramente en su propio espíritu.

Jesús miró también a Simón Pedro con una miradaprofética. Al observar a Simón atentamente, él vio queDios no solamente había hecho algo en aquel hombre,sino que también haría una obra mucho mayor en el futu-ro. «Tú eres Simón, hijo de Jonás», el Señor habló comodiciendo: «Eso es el hombre natural, eso es lo que tú eresen ti mismo, nacido de Jonás, tu padre». Pero el Señorcontinuó: «Tú serás llamado Cefas – Pedro», o sea, túserás un nuevo hombre, completamente transformado enuna nueva creación, porque naciste de nuevo del Espíritude Dios. ¿Quién era Simón, a fin de cuentas, sino el hijode Jonás – aquel que fue hecho de polvo, aquel que es

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terrenal y común? Y el destino natural de él ¿no sería sersepultado juntamente con el resto del mundo — olvida-do, un pescador sin ninguna importancia y sin nada en símismo? Ahora, sin embargo, tú serás llamado por un nue-vo nombre: Pedro, que significa una piedra.

Un nuevo elemento pasó aquel día a ser parte deSimón. En vez de permanecer como barro, él se convir-tió en una piedra. Una especie diferente de vida entró ensu espíritu, y con esa vida, una nueva naturaleza y unnuevo potencial. Él se convirtió en una piedra. Y ahorasabemos que esa piedra ‘viva’ se transformará un día enuno de los doce fundamentos de la Nueva Jerusalén; y sien la mente de Dios él es el primero de la lista de los doceapóstoles (Ap.21:14), entonces, siendo la primera piedrade los doce fundamentos, él será un jaspe (Ap.21:19).¿Podemos percibir aquí la progresión? De barro él es trans-formado en piedra, y esta piedra finalmente será trans-formada en jaspe. ¿Qué es el jaspe? En Apocalipsis 4vemos que Juan vio la gloria del Señor Dios como si ellafuese un jaspe. ¡Piense en eso! ¡Jaspe – como la gloriadel propio Señor!

* * *

Ninguno de nosotros sabe cuál es el potencial y lasposibilidades de esta nueva vida. Ninguno de nosotrospuede prever lo que Dios realmente puede hacer con al-guien en quien él depositó Su propia vida. No nos enor-gullezcamos de aquello que es natural en nosotros, puesde nada vale. Más temprano o más tarde se desvanecerá,porque su propia naturaleza es pasajera. Pero, si dentrode nosotros recibimos la vida de Cristo, nadie puede de-cir cuál será nuestro futuro, porque existe allí ese inmen-so potencial. Dios podría hacer grandes cosas si sólo tu-viésemos a Su Hijo en nosotros. En otras palabras, la

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grandeza no está en nosotros; la grandeza está en Su Hijo.¡Y cuán glorioso puede ser nuestro futuro cuando cree-mos en el Señor Jesús!

Por lo tanto, nosotros que somos sólo barro, agra-dezcamos a Dios porque cuando encontramos a Cristorecibimos Su propia vida. Simón era nada en sí mismo;fue únicamente Cristo quien hizo de él todo. ¡Cuán ver-dadero es eso con respecto a todos nosotros! Él es aque-lla Piedra viva y nosotros también fuimos hechos piedrasvivas, pues fuimos tallados de esa Roca montañosa. Algomás tarde, Simón Pedro entendió eso perfectamente, puesescribió: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada cier-tamente por los hombres, mas para Dios escogida ypreciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edi-ficados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofre-cer sacrificios espirituales aceptables a Dios por mediode Jesucristo» (1ª Pedro 2:4-5).

Debe observarse, sin embargo, que el Señor no ledice inicialmente cuál sería la utilidad de esa piedra. So-lamente después él reveló cuál era el propósito de operartal cambio en su vida. Más tarde, como se registra enMateo 16, encontramos que una nueva revelación le fuedada: que esa piedra llegaría a ser parte de una construc-ción que sería levantada sobre la Roca, Cristo Jesús, con-tra la cual ni siquiera las puertas del Hades serían capa-ces de prevalecer. En otras palabras, Simón Pedro llega-ría a ser uno de los materiales en la edificación de la Igle-sia de Dios.

* * *

Tenemos aquí, entonces, el primer contacto de Pe-dro con el Señor Jesús: cómo él le llegó a conocer y cómo,por el hecho de haber confiado en él, llegó a ser una pie-dra. Ese es el punto por el cual todos nosotros debemos

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comenzar. Pues, sin la vida, el llamamiento al discipuladoes imposible. Dios no puede llamar a alguien para serdiscípulo del Señor si la vida divina no está en él. Si que-remos ser sus discípulos tenemos que, primeramente, re-cibir Su vida. No se trata de alguna obra exterior, sino,ante todo, de una transformación interior. Esa es la razónporque, al comienzo de nuestro estudio sobre eldiscipulado, debemos comenzar con la conversión deSimón Pedro. Una vez que eso ocurrió con Simón me-diante la infusión de vida divina, el discipulado se hizoposible.

* * *

Pasemos en seguida al segundo incidente y, para eso,necesitamos mencionar algunos hechos. Juan el Bautistafue apresado y, cuando el Señor Jesús oyó eso, fue haciaGalilea. Él sabía que, de allí en adelante, tendría que soste-ner solo el testimonio de Dios, ya que Juan había sido reti-rado de la escena. Jesús sintió que debería reunir a su alre-dedor algunos discípulos que pudiesen seguirlo, ser entre-nados para la obra que el Padre le había confiado, y quepudiesen continuar la tarea después de su partida.

Vemos, por lo tanto, por el registro de Mateo 4,que, un poco después, el Señor estaba caminando juntoal Mar de Galilea, y cuando hacía eso vio dos pescadoreslanzando sus redes en el agua. Uno de ellos era SimónPedro y el otro su hermano Andrés. Entonces el Señor seaproximó a ellos y los llamó: «Venid en pos de mí, y osharé pescadores de hombres». Ellos inmediatamente de-jaron sus redes y lo siguieron. La razón por la cual elSeñor podía llamarlos para seguirlo era porque ellos yalo habían aceptado como su Mesías y Salvador. Fue, portanto, un llamado para el discipulado. No sabemos, sinembargo, cuánto tiempo pasó entre el momento de la con-

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versión de Simón Pedro y el llamado al discipulado. Pro-bablemente fueron algunos meses, tal vez medio año; así,al pasar por la playa, el Señor Jesús los vio y los llamó.

¿En qué consistía el llamado? Necesitamos leer nue-vamente el pasaje que tenemos delante. El llamado fue:«Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres».Claramente el énfasis está en «Venid en pos de mí» – entanto que la frase ‘pescadores de hombres’ sería el resul-tado. El ministerio siempre es resultado del discipulado.Observemos cuidadosamente que ese no es primariamenteun llamado al servicio, sino que se trata básicamente deun llamamiento al discipulado. Sí, obviamente eldiscipulado resultará en servicio; pero debemos compren-der que el orden del llamamiento es primero ‘venid enpos de mí’ y, posteriormente ‘os haré pescadores de hom-bres’. Necesitamos aprender primero y, entonces, tendre-mos alguna cosa para dar.

Por lo tanto, debemos tener cuidado para no inver-tir el orden. Frecuentemente, en la vida cristiana, es esolo que ocurre. Las personas hoy enfatizan el servicio, ol-vidándose de que solamente el discípulo es el que puedeverdaderamente servir. Con frecuencia, luego después denuestra experiencia de conversión, el primer pensamien-to que tenemos en nuestro celo por el Señor es: «Ahoraque soy salvo, ¿qué puedo hacer por el Señor?». ¿No esese frecuentemente nuestro pensamiento? Lógico, Diosconoce nuestros corazones y él aprecia nuestro deseo deservirlo. Sin embargo, más temprano o más tarde apren-deremos que ese no es el orden correcto.

* * *

Recuerdo bien, hace muchos años, durante mi ado-lescencia, cuando participaba de una conferencia de ve-rano. En aquella época, yo buscaba seriamente la salva-

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ción, pues sentía profundamente el peso de mis pecados.En un determinado día de conferencia, oí la predicacióndel evangelio y, por la gracia de Dios, vine al Señor deforma bien sencilla y encontré alivio de mi carga. ¡Cuánfeliz estaba, cuán agradecido del Señor! Eso sucedió elúltimo día de aquella conferencia. Y, conforme a la tradi-ción del medio evangélico de aquellos días, hubo un lla-mado a la consagración, es decir, un llamado para sermisionero. Todavía puedo recordar mi alegría cuando fuisalvo. ¡Cuánto amaba al Señor por haberme salvado!Naturalmente, deseba darle mi vida y quería servirlo.Cuando el predicador hizo el llamado para la consagra-ción, para el servicio misionero, yo estaba ansioso porresponder. El predicador entonces dijo: «Si hay aquí al-guien que quiera servir al Señor, venga al frente y apunteen el mapa el lugar donde usted desea servir al Señor» (ymostró un gran mapa de China que colgaba en la pared).Al oír este llamado yo me dije a mí mismo: «Bien, ya quequiero servir al Señor, voy a servirlo en el lugar más apar-tado y difícil posible». Y así, subí a la plataforma y sindudar apunté con el dedo a la región de Mongolia y dijeque ese era el lugar donde deseaba ir.

En su misericordia, el Señor conocía mi ignoran-cia. Además de eso, creo que el Señor aprecia tal igno-rancia ingenua; sin embargo no debemos olvidar el he-cho de que ese es nuestro concepto natural, o sea, natu-ralmente sentimos que, en nuestra vida cristiana, en pri-mer lugar debemos hacer algo para el Señor. Sí, es ver-dad, necesitamos hacer algo para el Señor e incluso élmismo espera eso de nosotros. Pero ¿será que estamospreparados para eso? ¿Estamos calificados?

En verdad, procuré prepararme para el servicio, ydesde ese día en adelante eso se convirtió en un asunto dela mayor seriedad para mí. Comencé a leer libros sobre

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aquella área de China y me propuse aprender a hablar eldialecto mongol. Por un año yo oré diariamente cadamañana: «Señor, estoy yendo para Mongolia, prepáramepara eso». Después de haber concluido la enseñanza se-cundaria, pensé que la única manera de aprender a predi-car el evangelio sería pasando por la preparación en unaescuela bíblica. Después de haber escogido una escuela,yo dije a mis padres que deseaba ir allá a fin de preparar-me. Mas, cuán grande fue mi decepción cuando mi padresimplemente dijo ‘no’.

Cómo necesitamos entender que el llamamiento parael discipulado debe preceder al llamamiento para el servi-cio. Veremos que el discipulado es la base para la utilidady eficacia de nuestras vidas. Como hijos de Dios, recibi-mos de él todo lo que es necesario para nuestra nutrición ycrecimiento. Como discípulos de Cristo, continuamos re-cibiendo del Maestro, pero ahora, no solamente para nues-tro propio bien, sino también para ser vasos adecuadospara el uso del Maestro. Recordemos que el orden correc-to es primero un discípulo, y entonces un ministro.

* * *

En los tiempos antiguos, un discípulo era diferentede un estudiante. Hoy pensamos que los dos términos sonsinónimos: alguien paga una matrícula en una universi-dad, escuela o instituto, donde un profesor o instructor,pagado con un salario proveniente de esa matrícula, debeinstruirlo y enseñarle una habilidad, u oficio o aprendizajeo una profesión deseada. Entonces el alumno se sienta paraoír, recibiendo y absorbiendo todo, hasta agotar el conoci-miento del profesor. El resultado es que, habiendo apren-dido, él llega a ser tan hábil como su profesor; así, él obtie-ne su diploma y está apto para hacer lo mismo que su ins-tructor hace. ¡Él mismo llega a ser un maestro!

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Podemos ver en eso que no existe una relacióníntima entre la vida del profesor y la de su alumno. Setrata de una relación entre mente y mente, y no de vidacon vida. Todo el proceso se desarrolla en una esferacasi exclusivamente mental. Después de cuatro años omás, la persona deja la escuela habiendo asimilado lamente del profesor, pero su vida permanece siendo lamisma. Ese es el método moderno de ser un discípulo yaprender.

Sin embargo, según la Biblia, el discipulado es algototalmente diferente. Podemos usar una palabra muy co-mún para describirlo, la palabra aprendiz. Este términoevoca en la relación que existe entre el aprendiz de unaprofesión y su maestro. Pero ¿qué significa eso exacta-mente? Bien, digamos que su padre lo coloque a ustedcomo aprendiz de un maestro. Si ese maestro decide acep-tarlo como su aprendiz, eso puede ser considerado unprivilegio y una honra para usted. Sí, usted tendrá quepagar algo a su maestro, pero eso no es exactamente unsalario. No, usted le paga como una forma de honrarlopor haber estado dispuesto a aceptarlo. Con todo, algu-nas veces un maestro no desea recibir un alumno o apren-diz. El puede sentir que no tiene potencial, que sería undesperdicio de tiempo invertir en él. En otras palabras, esuna cuestión de calificación y no de si puede pagar; loque él tiene en consideración es si usted puede o no teneréxito como aprendiz, y eso decide la cuestión. El privile-gio y honra son suyos por ser aceptado como aprendiz.La honra no es de él, sino suya.

Así, en los tiempos antiguos, cuando alguien se con-vertía en un aprendiz, esa persona dejaba su hogar. Enaquella época, si usted era aceptado como aprendiz, us-ted dejaría su propia casa, terminaría con todas sus rela-ciones y se iría a vivir a la casa de su maestro. Estaría con

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él día y noche y, tal vez, durante el primer año él no leenseñaría ninguna cosa. Él sólo le ocuparía para ayudaren las tareas de la casa. Por ejemplo, usted podría tenerque cargar su bebé, barrer el piso o realizar alguna otratarea sencilla. Entonces usted tal vez se preguntaría: «¿Quétienen que ver estas tareas con mi aprendizaje? ¡Yo vinepara aprender un oficio!». Pero, en los tiempos antiguos,usted tenía que comenzar bien desde el principio. Podíapasar un año entero sin que el maestro le enseñara cosaalguna; usted simplemente ejecutaría aquellos servicioshumildes como un siervo para su señor.

Sin embargo, gradualmente el maestro comenzaríaa decirle o a mostrarle algo, o a corregirlo en algún asun-to. Después de algunos años, cuando terminase su perío-do de aprendizaje, usted descubriría que había aprendidono sólo la habilidad u oficio de su maestro, sino tambiénsu forma de ser, su filosofía de vida. No sólo eso, ahorasu propia manera de andar y de hablar se asemejaría mu-cho al de su maestro – habría una reproducción de la vidadel propio maestro. La vida y la habilidad del maestrovan siendo reproducidas en su aprendiz. Un discípulo noes, por lo tanto, alguien que asimila exteriormente cono-cimiento y habilidades, sino alguien que, en realidad, estásiendo transformado en otro hombre.

* * *

Es interesante notar que el llamamiento del Señorpara el discipulado fue hecho a personas ocupadas. Escomo si él no necesitase de los desocupados, perezososo indiferentes. Es instructivo notar que Jesús llamó aPedro cuando él estaba pescando, llamó a Mateo en larecolección de impuestos, y a Saulo cuando estaba acti-vamente ocupado persiguiendo a los creyentes. NuestroSeñor escoge como sus discípulos a aquellos que tienen

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potencial y pueden ser entrenados. Aún así, no olvide-mos que todos los hijos de Dios son llamados para sersus discípulos, pero lamentablemente, no todos atien-den. Vemos pues, cuán grande honra es recibir el llama-miento del Señor para el discipulado; y, una vez que lorecibimos, debemos levantarnos y seguirlo – recono-ciendo cuán grande es nuestro privilegio por haber sidoincluidos.

* * *

El llamamiento para el discipulado es, en realidad,bien fácil de ser comprendido. El Señor dice: «Venid enpos de mí; seguidme». Eso es todo. Él no dice: «Siga estoo aquello, vaya tras esto o aquello». El Señor simple-mente dice: «Venid en pos de mí» – ¡Mí! Así como en laconversión, el discipulado consiste en seguir la personadel Señor Jesús – no un sistema, ni alguna organización,ni un conjunto de enseñanzas o alguna otra persona, sinoun Hombre solamente – el Señor Jesús. «Venid en pos demí» es el llamamiento. Usted no es llamado para creer,seguir o cumplir normas o reglamentos. No es así. So-mos convocados para ser discípulos de una persona viva– el propio Cristo. Y porque él está vivo, no es algo fijo oestático, nunca sabemos lo que va a suceder, es simple-mente imprevisible. En resumen, usted debe seguirlo.

Y así fue que, oyendo a Jesús decir: «Venid en posde mí, y os haré pescadores de hombres», Pedro dejó sured y siguió al Señor. ¡Tan fácil! ¡Tan simple! El Señorno explicó a Pedro por qué debería seguirlo, ni tampocole dijo, en esta ocasión, cuál sería el costo. Tampoco leexplicó el significado de seguirlo – por ejemplo, Cristojamás dice algo como: «Pedro, deja tu red y sígueme».Ni siquiera eso. Si usted puede traer su red y seguir a Cris-to, está bien. Pero Pedro sabía que no podría. No; el Señor

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simplemente le dice que lo siga. Y Pedro dejó su red ysiguió en pos de él. ¿Por qué?

Pedro, lógicamente, conocía al Señor, él no le eraun extraño. Por revelación divina, Pedro había visto aJesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, en quienestaba su esperanza y la esperanza de Israel. Él tenía per-fecta confianza en el Señor. Y así, la única razón por lacual Pedro sin dudar pudo dejar todo y seguir al Señorera, simplemente, porque fue atraído por aquella personaque lo llamaba.

Si en la cuestión del discipulado usted se mira a símismo o mira a su alrededor, o intenta calcular el costo(existe la hora de hacer eso en el discipulado, como vere-mos más adelante), ciertamente usted dudará: ¿será queel costo es demasiado alto? ¿Será que el Maestro es de-masiado riguroso? Esto es algo difícil. ¿Cómo puedo en-tonces responder a su llamado? Sí, es verdad que si susojos están vueltos hacia sí mismo o hacia las cosas a sualrededor, es muy difícil responder al llamado. Pero siusted fuere como Pedro, o sea, si usted vio y oyó al Se-ñor, si usted es atraído por la gloria de esa persona, en-tonces no hay argumento ni cálculo, ni reservas. La res-puesta será natural y fácil. Cuando él llame, usted irá. Asíse dio con Simón Pedro.

* * *

En este asunto del discipulado hay dos aspectos:por un lado, debe haber una cuidadosa consideración;pero, por otro lado, no debe haber duda ni consideraciónde ningún tipo, pues esta cuestión está más allá de todoeso. ¿Y por qué? Porque usted es atraído por esa Persona.Si el discipulado estuviera basado en cualquier otra cosaque no sea la persona de nuestro Señor Jesús, entoncesusted debe realmente calcular el costo, y ciertamente ha-

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brá lugar para la duda. Pero, si el discipulado está basadoen el propio Maestro, ¿habrá lugar para la consideración?Necesitamos ver que si comenzamos a calcular el costo,estamos deshonrando a nuestro Maestro – Aquel que tan-to nos amó y se dio a sí mismo por nosotros. Aquel que esel Señor del universo, su Redentor, su Rey, su vida, espe-ranza y todo lo demás. Cuando alguien hace así el llama-miento, ¿qué puede usted hacer sino levantarse pronta-mente, sin ninguna reserva, y seguirlo?

Por lo tanto, mi oración es que Cristo se revele anosotros. No nos detengamos en muchos pensamientos:en aquello que debemos dejar atrás, abandonar o renun-ciar; en cómo nuestra vida será sombría y miserable sintales cosas; en qué sacrificios tendremos que hacer, o quéserá de nosotros después. Permítame decir que si ustedpiensa de esta forma, usted todavía no ha visto al Señor.Pero si ya lo vio, entonces tales pensamientos ciertamen-te se desvanecerán. Pues cuando el Maestro llama, ustedsimplemente va por causa de Él mismo. Ese es el llama-miento al discipulado. Pedro dejó todo y siguió a Jesús. Ydescubrió que, lo que abandonara, había sido abundante-mente compensado por la compañía de su Señor.

* * *

Pasamos al tercer incidente, registrado en Lucas ca-pítulo 5. Probablemente algunos meses habían transcu-rrido y, durante ese tiempo, Simón Pedro estuvo siguien-do a Jesús. Sabemos que durante la primera etapa delministerio del Señor él lo acompañó tanto en Judea comoen Galilea, y así, por algunos meses, Pedro fue testigo demuchas cosas que el Señor había hecho y dicho. Asimis-mo, comprobamos que, de alguna forma, (aunque no se-pamos cómo, ni por qué) él estaba pescando nuevamen-te. Y, más de una vez, el Señor fue a él.

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No sabemos si, en los primeros meses deldiscipulado, había un entendimiento claro entre Jesús ysus discípulos. ¿Sería porque en el inicio de su ministe-rio, el Señor no exigía que sus discípulos estuviesen siem-pre con él? ¿O porque Pedro no conocía el pleno signifi-cado del discipulado, pensando que podía servir a dosseñores al mismo tiempo? No sabemos. Sin embargo,notamos que luego que Pedro recibió el llamamiento parael discipulado, él respondió pronta y decididamente. Perotomó un cierto tiempo hasta que el pleno significado delllamamiento tomase posesión de su vida. Pues sabemos,por el registro bíblico, que Pedro seguía al Señor la ma-yor parte del tiempo, aunque a veces no lo hacía. Él eraun discípulo inestable. Todavía había otro centro de atrac-ción en su vida aparte del Señor. De manera que fue ne-cesaria otra crisis para estabilizar a Simón Pedro y hacer-lo un discípulo permanente – una crisis en su vida, talcomo la que veremos a continuación. Veremos que elincidente de la pesca milagrosa aquella mañana memo-rable movió el centro del corazón de Pedro.

* * *

¿Qué sucedió aquella mañana en que el Señor Je-sús lo encontró de nuevo en la playa del mar de Galilea?Leemos que Pedro y sus compañeros habían pescadodurante toda la noche y no habían cogido nada. Fue unaexperiencia muy decepcionante – una larga y fría nochede viento, sin nada que compensase sus esfuerzos. Y allíse hallaba Pedro con su hermano y sus compañeros, to-dos ellos lavando sus redes a la mañana siguiente. Y fuejustamente en aquella mañana especial que Jesús seaproximó y una gran multitud se reunió para oírlo. Lamultitud era tan numerosa que el Señor dijo a Pedro queapartara un poco la barca a fin de evitar que lo oprimie-

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sen. De la barca, entonces, Jesús habló a las multitudes.Pero después de haber hablado (como si no quisie-

se utilizar la barca gratuitamente), el Señor ordenó a Pe-dro: «Boga mar adentro y echad vuestras redes para pes-car». Simón debe haber mirado a Jesús con total espanto.Podemos hasta ver la expresión de su rostro, como si es-tuviese diciendo: «El Señor no es un pescador, ¿y medice cómo debo pescar? ¿Es que el Señor no sabe que yosoy un experto? Sin embargo, Pedro respondió: «Maes-tro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada he-mos pescado». Con esa declaración él tal vez esperabaque el Señor retirase su palabra, o que se retractase di-ciendo: «Disculpa; delante de la opinión de un expertoretiro totalmente mi sugerencia». Sin embargo, Jesús noretiró su palabra. De forma que Simón Pedro, por respetoa su Maestro y por causa de su palabra, hizo conforme elSeñor le ordenó.

Necesitamos notar, sin embargo, que en su orden elSeñor usó el plural «redes» (v.4). En otras palabras, lasdos barcas deberían salir y las dos redes deberían ser lan-zadas – no sólo la de Pedro y Andrés, sino también labarca y la red perteneciente a Juan y Jacobo. Pero Pedrousó sólo una barca y una red (v. 5 y 6) y, consecuente-mente su red estuvo a punto de romperse. Eso nos indicaque Pedro no creyó en el Señor con todo el corazón. A finde cuentas, si había alguna cosa en la que él era un exper-to, era en la pesca. Y si él, como un experto, había traba-jado toda la noche sin pescar nada, ¿cómo entonces po-dría un carpintero, que nada conocía de peces, ordenarleque lanzase la red en alta mar para pescar? Sólo le resta-ba responder fríamente: «Está bien, haremos eso». Perosolamente él y su hermano Andrés lo hicieron, dejando asus compañeros Juan y Jacobo atrás, pues les parecía quese trataba de una tarea inútil.

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Sin embargo, sabemos lo que sucedió. Al lanzar lared en el agua, ella se llenó de peces y casi se rompió.Simón tuvo que llamar a sus compañeros que estaban enla playa para que fueran a ayudarles en la pesca gigantes-ca. Y fue en ese momento dramático que algo muy extra-ño sucedió a Pedro.

El evangelio de Lucas registra el hecho de la si-guiente manera: «Viendo esto Simón Pedro, cayó de ro-dillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porquesoy hombre pecador» (v. 8). Una vislumbre del maestrocomo Señor hizo a Pedro sentirse tan avergonzado de sucorazón pecaminoso que, postrándose a los pies de Je-sús, le pidió que lo dejase. Repentinamente sintió la in-creíble distancia moral que existía entre él y el Señor.

¿Es que acaso Pedro aún no conocía al Señor? Sí, leconocía. Él lo conocía como el Cristo, el Hijo del Diosviviente. Había sido testigo de muchas de sus obras, yoído muchas palabras dichas por él. Pedro conocía muybien al Señor; con todo, en cierto sentido, todavía no leconocía. Sí, él llamaba a Jesús su Maestro. Aún así, cuan-do este milagro sucedió, los ojos de Pedro fueron abier-tos como nunca antes. ¡Por primera vez él vio que esteJesús, este carpintero de Nazaret, no era otro que el Se-ñor del universo! ¡Él tenía el control sobre todas las co-sas, incluso sobre los peces del mar! Aquel Hombre eraen verdad el Maestro, y Pedro comprendió cómo lo habíatratado. Puede decirse que Simón durante este períodohaya estado con el Señor como discípulo por algún tiem-po, pero que, teniendo otros intereses, volviera a la pes-ca. Cuando inicialmente atendió al llamado del Señor enforma resuelta, puede ser que Pedro no supiese lo que eldiscipulado realmente implicaba, ni supiese de formagenuina lo que eso demandaría de él. Sin embargo, du-rante los meses de continuo compañerismo que siguie-

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ron con el Señor, Simón sin duda, comenzó por primeravez en su vida a percibir –aunque vagamente– algo sobresí mismo, cómo era él realmente.

Podemos apenas suponer un poco lo que debe ha-ber pasado en el corazón de este discípulo en ese período.Por un lado, probablemente el Maestro debe haber creci-do más y más a los ojos de Pedro, pero por otro lado, élmismo disminuía cada vez más. Tal vez, hasta comenza-ba a dudar si el Maestro había hecho una buena elecciónal llamarlo, pues aunque llamase al Señor su Maestro ydesease servirlo y ser su discípulo, sin duda, comenzó apercibir que en realidad Jesús no era el centro de su vida,pues él todavía tenía intereses y caminos propios. En suma,él era alguien que se veía continuamente claudicando entredos opiniones. Consecuentemente, Pedro no podía mássentirse tan seguro de sí mismo. Por un lado, deseabarendirse completamente; por otro lado, quería desistir.Por un lado, no podía separarse del Señor, pues él lo atraíatanto; pero, por otro lado, no lograba entregarse comple-tamente al Señor porque había otros intereses que lo ha-cían retroceder. Ahí se encontraba, entonces, un hombreinestable, de doble ánimo, cuyo amor, intereses, y lealtadestaban divididos. ¡Oh, qué gran conflicto espiritual seproducía dentro de esa alma! Obviamente, él era un hom-bre que intentaba servir a dos maestros en vez de uno y,por causa de eso, no era discípulo de ninguno. Para sutristeza, él no había aprendido nada. Todo era un desper-dicio de tiempo.

¿No sucede eso en su experiencia? Usted tambiénpuede haber respondido al Señor rápida y resueltamente,diciendo: «Sí, Señor, yo te seguiré». Pero, ¿qué sucediódespués de comenzar a seguirlo como su Maestro? Gra-dualmente, usted se fue convenciendo que había otroscentros de atracción en su vida que lo enredaban. Usted

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comenzó a observar el desagradable hecho de que en sucorazón reinaba otro maestro; y descubrió su indecisiónen abandonar aquel señorío. Y, como Pedro, su andar sevolvió claudicante en seguir al Señor. Lo que usted nece-sitaba era una crisis que removiese lo más profundo de suser. Una experiencia como la de Pedro, que sacudiese suconducta y la forma de percibir las cosas.

Cuando Simón reconoció que el Señor sabía mássobre pesca que él, un pescador experimentado, que elSeñor era más que un experto – por ser Aquel que tieneabsoluto conocimiento y control de todas las cosas – Pe-dro comprendió entonces que Cristo debería ser el Señorde todo en su propia vida, o no sería Señor de nada. Súbi-tamente, como un rayo de luz, gracias a ese extraordina-rio acontecimiento, este discípulo titubeante comenzó acomprender el verdadero significado del discipulado. Élvio por fin cuán imposible sería servir a dos señores. Pe-dro ahora reconoció que Cristo debería ser su único Maes-tro y Señor.

¡Cuánta ironía! Al comienzo, fue Jesús quien lollamó para ser su discípulo, pero ahora era Pedro quientenía que decidir si podría o no ser discípulo de su Maes-tro.

Exactamente en este punto, debemos intentar sentirlo que Pedro sintió aquel día. El dijo al Señor: «Apártatede mí, porque soy un hombre pecador». Pero, ¿era real-mente ese su deseo? Si hubiese sido así ¿por qué él sim-plemente no se apartó del Señor? Ciertamente él era librepara hacerlo. Sin embargo, Pedro vio que no conseguíaapartarse del Maestro. Jesús, en su gloria moral, lo habíaatraído de tal forma que, en realidad, lo que le pidió alMaestro fue esto: «Señor, no puedo dejarte; estoy cauti-vado por ti, aunque soy indigno. Tú me llamaste para sertu discípulo, pero soy inadecuado. Los últimos meses

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demostraron que no soy leal a ti. No puedo vencer lasdificultades que encuentro en mí mismo. Quiero muchoser mi propio señor, quiero seguir mi propio camino, demanera que no sé qué hacer conmigo mismo. No me atre-vo a engañarte diciendo que deseo seguir todo el caminocontigo, cuando no soy capaz. Pues veo que hay otroslazos y atracciones que me hacen retroceder. Señor, ¿quie-res que alguien como yo sea tu discípulo? Tal vez, al lla-marme, tú escogiste a la persona equivocada. Yo soy real-mente incapaz. Oh Señor, aléjate de mí, por favor, noestropees tu obra y tu propósito por mi causa. No puedopartir, porque me siento atraído por ti, estoy ligado a ti.Pero Señor, si quieres puedes prescindir de mí».

Ese debe haber sido el sentimiento de este hombrecuando exclamó: «¡Apártate de mí, apártate de mí!» Pe-dro vio su condición con tanta claridad, que pidió al Se-ñor que se apartara de él, un hombre pecador. Con todo,¿sería que él realmente deseaba que el Señor lo dejara?Ciertamente no. Pedro debe de haber pensado: «¡Oh, sial menos el Señor no se apartase de mí! – Sin embargo,¿cómo puedo pedir al Señor que no se retire sabiendoque soy un hombre pecador?». Debe quedar claro queesa declaración no significaba que él no era regenerado,pero sí que era un hombre claudicante, sin sencillez decorazón, con devociones divididas. Exteriormente esta-ba siguiendo al Señor, pero interiormente no; su pecadoera fallar en cuanto a su entrega absoluta. «Soy un hom-bre pecador», confesó Pedro, «y sólo puedo pedir que teretires de mí, porque es eso lo que merezco. No soy dig-no».

Si pudiéramos penetrar en las profundidades de lossentimientos de Pedro, tal vez podamos comprender loque le sucedió. Él no podía dejar al Señor, y así, en suhumildad, le pidió que lo dejase, que lo lanzase fuera

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como alguien indigno y descalificado para ser su discí-pulo. Pedro no podía confiar más en sí mismo, estabainseguro en cuanto a su perseverancia. De hecho, él esta-ba casi seguro de que fallaría.

A menos que el Señor nos lleve a la misma expe-riencia de Pedro, temo que nuestro discipulado no puedaser estable y firme. ¿Se encuentra usted en la misma si-tuación de Pedro? Usted sabe que el Señor lo llamó paraser su discípulo, o sea, él lo llamó para estar con él, paraseguirlo y aprender de él, a fin de que usted sea como él.Pero después de haber respondido prontamente, ustedcomienza a conocer la debilidad de su corazón. Descu-bre su renuencia en desistir de su señorío sobre sí mismo.Quiere ser su propio maestro y está, así, dividido entredos lealtades. Y, tal vez, un día, Cristo en su gloria lemuestre que él es el Señor de todo. Que él es su Señor. Éldemanda que usted le dé toda su devoción, que se rindatotalmente a él, que se ponga en sus manos y permita queél lo moldee de la forma que él desee, pues él es su Maes-tro. Por un lado, usted quiere más, por otro, no es capaz.¿Claudica usted entre estas dos situaciones, al punto deorar: «Apártate de mí, oh Señor, porque no soy digno»?Sin embargo, como Pedro, usted no desea que él se retire.Usted todavía lo ama.

Permítame repetir la pregunta: ¿Usted ya llegó aese punto? Si ya llegó, entonces, mire atentamente lo queel Señor respondió a Pedro. Jesús dijo: «No temas; desdeahora serás pescador de hombres» (Lucas 5:10).

* * *

Observemos que, para ser discípulo del Señor, us-ted no puede confiar en su propia fuerza; ella debe venirde él. Es él quien llama y quien realiza la obra. No depen-de de usted. No piense que por tener una voluntad férrea,

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usted puede ser su discípulo; no presuma que por teneramor natural, usted puede ser su discípulo; no piense queporque tiene algún conocimiento, puede ser su discípulo.Si intenta ser un seguidor de él apoyándose en sí mismo,usted fallará completamente. Si usted intenta por sí mis-mo rendirse absolutamente al Señor, déjeme decirle queusted no lo conseguirá. Es imposible. Para el hombre escompletamente imposible. Sin embargo, usted no nece-sita tener miedo. El Señor lo conoce. El Señor no esperaque usted sea su discípulo en su propia fuerza. Mire, pues,nuevamente, las palabras llenas de gracia del Señor: «Notemas, yo estoy contigo; yo haré eso; tú eres apenas barroen mis manos».

Recuerdo una historia en la vida de Jeremías. En elcapítulo 18, leemos que el profeta descendió a casa delalfarero y vio a un hombre moldeando barro en su rueda.Cuando él giraba la rueda intentando formar un vaso,éste se quebró en sus manos. Esta es una figura de SimónPedro en las manos del maestro Alfarero. Pedro, comovaso, fue quebrado justo antes de ser concluido. Comohabía resistencia y partículas extrañas, Pedro llegó a sercomo un vaso roto. Pero de la misma forma que el alfare-ro en los días de Jeremías, el maestro Alfarero no des-echó aquel barro humano, sino que lo tomó de nuevo ensus manos y comenzó otra vez a moldearlo de una nuevaforma según le pareció bien.

¡Oh, la habilidad del Maestro! No depende de us-ted ni de mí, depende de la mano del Maestro. En noso-tros mismos somos como barro deforme y arruinado, nopodemos ser un buen vaso – estamos rotos incluso antesde ser concluidos, antes de estar preparados para el uso.Así mismo, el Señor dice: «No temas; yo voy a moldeartey haré de ti un nuevo vaso». Cuán reconfortantes debenhaber sido esas palabras para Simón. «No temas, Pedro.

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No importa lo que tú eres; soy Yo quien haré de ti unpescador de hombres. Como tú mismo percibes, todo fa-llaría si dependiese de ti. Pero si depende de mí, tú pesca-rás hombres para el reino de Dios exactamente como hoypescaste esos peces, sin ningún esfuerzo. Por lo tanto,ponte, tal como tú eres, en mis manos, y yo haré de ti unvaso nuevo».

La destreza del Maestro es demostrada al transfor-mar lo más necio y más indigno en lo más sabio y lo másdigno. Todo lo que se requiere del discípulo es una entre-ga completa y disposición para aprender. Vemos así, quePedro dejó todo y siguió al Señor. Mediante este acto, eldiscipulado fue finalmente confirmado y, desde aquel díaen adelante, encontramos a Pedro en la escuela de Cristo– en régimen de tiempo integral, totalmente comprome-tido y siguiendo al Maestro.

* * *

Oh Señor, revélate a nosotros, muéstranos tu glo-ria. Concédenos que te veamos y oigamos, para que po-damos responderte adecuadamente. Revélate a nosotrosen toda tu belleza, grandeza y benignidad, para que nosabandonemos completamente delante de ti. Ensanchanuestros corazones con tu amor, Señor, de forma que sea-mos constreñidos a levantarnos y seguirte.

Como tus discípulos, deseamos que tu imagen seavista en nosotros. Sin embargo, muéstranos que el serbuenos discípulos no depende de nosotros, sino de ti. Quepodamos aprender a abandonarnos en tus manos y per-mitir que tú nos moldees y des forma para ser vasos nue-vos para tu gloria. Pedimos que, al oír tu llamado, no nosdejes escapar, una vez que tú nos has atraído a ti.

Señor, tú conoces nuestros corazones. Sondéanos.Que no pase este día sin que tu Espíritu efectúe algo real

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en cada uno de nosotros. Que aquellos que todavía nohan oído tu llamado puedan oírlo; que aquellos que es-tán dubitativos puedan verte a ti mismo en toda tu gloria.Pedimos por aquellos que se encuentran temerosos y sien-ten su indignidad – oh, cautívanos por tu dignidad y hazde nosotros discípulos tuyos.

Oh Señor, esperamos y confiamos en ti. Te alaba-mos y adoramos, nuestro digno Señor y Maestro. En tuprecioso nombre oramos. Amén.

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Capítulo 2

LA CONDICIÓN DELDISCIPULADO

Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, noso-tros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. RespondióJesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno quehaya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, omadre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y delevangelio, que no reciba cien veces más ahora en estetiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tie-rras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vidaeterna. Pero muchos primeros serán postreros, y los pos-treros, primeros. (Marcos 10:28-31).

Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso irostambién vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿aquién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y noso-tros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, elHijo del Dios viviente. Jesús les respondió: ¿No os heescogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros esdiablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; por-que éste era el que le iba a entregar, y era uno de losdoce. (Juan 6:67-71).

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Respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se es-candalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo:De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante,me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea ne-cesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípu-los dijeron lo mismo. (Mateo 26:33-35).

Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedrose acordó de la palabra del Señor, que le había dicho:Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pe-dro, saliendo fuera, lloró amargamente. (Lucas 22:61-62).

* * *

Hablamos anteriormente sobre el asunto del lla-mamiento al discipulado y vimos cuál fue larespuesta de Simón Pedro. Al principio, él res-

pondió prontamente y sin dudar; más tarde, sin embargo,él comenzó a conocer su debilidad en relación aldiscipulado y fue necesaria una nueva visión del Señorpara fortalecerlo y reintegrarlo al discipulado. Y desdeaquel día en adelante, por cerca de tres años, Pedro fueun aprendiz del gran Maestro, nuestro Señor Jesús, y losiguió todo el tiempo. Ya no fue más un discípulo de tiem-po parcial, ni un discípulo inconstante. Desde aquel mo-mento en adelante se volvió un seguidor del Señor Jesúsde tiempo completo.

* * *

Eso no significa, sin embargo, que después de queel Señor hubo partido, Pedro ya se había graduado en laescuela del discipulado. Ni significa que después de Je-sús haber ascendido al cielo, Pedro se convirtiera en unmaestro. En un sentido, sí. Si fielmente seguimos al Se-

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ñor, llegará un tiempo en que seremos como pequeñosmaestros bajo el grande Maestro. Pero, en otro sentido,nunca nos haremos maestros, o sea, nunca llegamos auna independencia de voluntad y acción. Discipuladoes, por lo tanto, una ocupación para toda la vida (hastaque, cuando Cristo vuelva, estemos completos en él), apesar de que nos movemos de lo aprendido al deberactivo, a fin de ser usados por el Señor para continuaren la tarea que él comenzó. Pero incluso entonces, nun-ca dejamos de ser un discípulo. En aquellos tres añossiguiendo al Señor, Pedro aprendió mucho y, sin embar-go, nunca se graduó. Pues, luego de la ascensión delSeñor, el Espíritu Santo prometido fue derramado sobrelos hombres y, entonces, Pedro pasó a estar bajo Su dis-ciplina y entrenamiento. En síntesis, él fue un discípulotoda la vida.

Entendamos claramente que, cuando respondemosal llamado de nuestro Señor, estamos apenas iniciándonosen el camino del discipulado. No pensemos que, por res-ponder a Cristo, ya somos perfectos, que poseemos todaslas cosas, que somos discípulos probados y maduros. Noes así. Cuando respondemos al llamado del discipulado,estamos apenas en el punto inicial. A partir de entonces,estaremos bajo la disciplina y entrenamiento del Señor através de su Espíritu Santo. Él nos va transformando, mol-deando, dando forma hasta que el Maestro sea visto ennosotros. Nunca habrá un día en el cual cesaremos de apren-der. Siendo él un Maestro tan grandioso, cuanto más apren-demos de él, más tenemos todavía que aprender. Me gus-taría dejar esto claro desde el principio.

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El foco de nuestra atención ahora se vuelve al im-portante asunto de las varias condiciones o pre-requisitos

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que deben estar presentes en nuestro discipulado cristia-no. Vamos a descubrir que hay por lo menos tres condi-ciones básicas que deben ser reales en nuestra experien-cia, si esperamos ser buenos seguidores de nuestro SeñorJesús. Para demostrar eso, vamos a examinar diferentesincidentes en la vida de Simón Pedro, los cuales revelanclaramente su condición interior como un discípulo deCristo. Los incidentes que presentamos aquí no están enorden cronológico.

* * *

La primera condición para el discipulado a ser men-cionada es la renuncia. Debemos dejar todo para seguir-lo, porque el Señor nada puede hacer con nosotros mien-tras estemos presos de nuestra antigua vida. Los viejoshábitos, los viejos lazos, la antigua creación, todo debeser abandonado antes que él pueda hacer algo nuevo ennosotros. El Señor no pretende meramente reformar omejorar un poco lo que éramos anteriormente. Él es unMaestro que, cuando nos toma en sus manos, nos hacecompletamente nuevos. Es su tarea transformar al apren-diz a su propia imagen. No se trata, pues, del perfeccio-namiento del antiguo, sino de una creación totalmentenueva. Eso exige un abandono total. Por lo tanto, tene-mos que dejar todo y seguirle. Ese es el secreto del éxito.

Alguien correctamente ya observó que ese abando-no y renuncia son más una actitud del corazón. Es verdadque el aspecto de renuncia de bienes materiales es impor-tante. En el caso de Simón Pedro, él dejó literalmentetodo y siguió al Señor. Su barco, sus redes, su familiafueron colocados en el altar y el Señor podía hacer lo quedeseara con él. Vendrían días en que Pedro debería dejarsu barco, su pesca y su familia atrás, a fin de seguir aJesús. Él realmente abandonó sus bienes materiales.

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Aun así, en el caso de Pedro, su renuncia fue, porexcelencia, una actitud del corazón, o voluntad. Sí, mate-rialmente, él dejó todo y siguió al Señor. Sin embargo,todavía tenía su familia, y muy probablemente poseía subarco y redes. El abandono, si es real, debe ser primero ysobre todo, en el corazón. Naturalmente, tal abandonoconlleva una expresión material, de manera tangible. Deotro modo, el corazón nunca puede realmente ser liberta-do del compromiso con las cosas materiales. El registrodel evangelio sobre el joven rico puede servir como unabuena ilustración aquí (Marcos 10:17-22).

* * *

Cierto día, un joven rico se acercó al Señor Jesús.Él corrió y se arrodilló delante de él, en medio de la mul-titud. Eso no fue algo fácil de hacer. Si usted ocupa unaposición importante o tiene alguna riqueza, ¿haría lo queese joven hizo? Entre la multitud él corrió y se arrodillódelante de Jesús, haciendo aquella pregunta inquisitiva:«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».Él llamó a nuestro Señor de Maestro y le preguntó: «¿Quéharé? Yo quiero ser un discípulo, quiero aprender de ti;por lo tanto, sólo dime y yo lo haré». ¡Ah, el fervor deeste joven! Y Jesús respondió: «¿Por qué me llamas bue-no? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios». Si tú quie-res la vida eterna, si tú quieres ser perfecto, guarda losmandamientos. El joven respondió: «¿Cuáles mandamien-tos?». A lo que el Señor replicó: «Honra a tu padre y a tumadre», y así los demás. Dijo, entonces, el joven: «Todoesto lo he guardado desde mi juventud». ¿Él era hones-to? Sí, era bastante honesto. ¿Era sincero? Lo era. El evan-gelista dice que el Señor Jesús, mirándole, le amó. ¡Quémirada fue aquella! El Señor lo contempló interior y ex-teriormente, y vio su corazón. Cristo no es engañado por

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las apariencias. Él nunca puede ser engañado por pala-bras o expresiones. Así, sus ojos penetraron hasta el cora-zón del joven, y entonces habló: «Si quieres realmenteser perfecto, vende todo lo que tienes, dalos a los pobres,entonces ven y sígueme».

¿Por qué el Señor fue tan severo con este joven?¿No tenía acaso el deseo de seguirlo? ¿No expresó eldeseo de ser un discípulo? Nuestro Señor debería haber-se alegrado por tener tal hombre como su seguidor; unhombre rico, un hombre joven, un hombre de posición.Sería un privilegio y honra para el Señor tener tal perso-na como discípulo, porque Jesús era apenas un carpinte-ro y un ‘iletrado’. Con todo, el Señor colocó delante de éluna condición muy difícil: «Anda, vende todo lo que tie-nes, dalo a los pobres, y después ven y sígueme». ¿Porqué? Ciertamente no era por causa del dinero, pues elSeñor le dice que lo dé a los pobres. Él no lo quería. Larazón por la cual el Señor dijo: «Anda, vende todo lo quetienes y dalo a los pobres», era para libertarlo, liberandoel corazón del joven de aquello que lo ataba. Por otrolado, el Señor nunca necesitó decir una palabra tan dura aSimón. Él simplemente lo llamó: «Sígueme», y Simón lodejó todo. ¿Por qué? Porque su corazón estaba libre decualquier estorbo, y Jesús conocía la condición del cora-zón de Pedro. Pero, al joven rico, el Maestro tuvo quehablar de forma diferente y más drástica, porque él sabíaque, en su corazón, este joven amaba más el dinero quecualquier otra cosa.

* * *

El Señor le pide renuncia, no porque desea algo deusted. Él mismo lo posee todo, él tiene mucho más paradarle, de lo que usted puede darle a él. El Señor le habla derenunciar, porque sabe que las cosas lo atan, enlazan su

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corazón, haciendo de él un siervo o esclavo. En otras pala-bras, por causa de eso usted no es libre. Y porque usted noes libre, él no tiene libertad de hacer cosa alguna con usted.La renuncia tiene como fin su liberación. Y, una vez queusted es libre, Cristo entonces le dice: «Ven y sígueme».

¿Existe algo que ata su corazón hoy? ¿Existe algoque lo amarra como esclavo? Si existe, esta es la palabradel Señor: «Deja eso, abandónalo, y haz algo en ese sen-tido, disponte para soltarlo, y después ven y sígueme».Pero el joven rico se retiró muy triste. Él quería ser undiscípulo, pero no podía, porque su corazón estaba presoen las garras del amor al dinero. Él prefirió tener sus ri-quezas que tener la vida eterna. Usted puede decir: «¡Quénecio!». Pero ¿somos realmente más sabios?

* * *

Inmediatamente después, el Señor dijo (v. 23) queera muy difícil para un hombre rico entrar en el reino deDios. Y esta palabra sorprendió a los otros discípulos.Ellos pensaban que, cuanto más se tiene, más fácil esentrar en el reino de Dios, y cuanto menos se tiene, másdifícil es. Pero Jesús dijo que es difícil para los que tienenriquezas entrar en el reino de Dios. Y, por tanto, los otrosdiscípulos se preguntaron: «¿Quién entonces puede en-trar? Si el rico no puede, si aquellos que tienen no pue-den, entonces nosotros que somos pobres y nada tene-mos, no tenemos alternativa». A lo que el Señor respon-dió con estas palabras: «Para los hombres es imposible,mas para Dios no».

Tal fue la reacción de los discípulos. Ahora, escu-chemos a Pedro (v. 28; cf. Mt. 19:27). Él dijo: «Señor, heaquí nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.¿Qué ganaremos?». Exactamente aquí, vamos a haceruna pausa y considerar por un momento. De hecho, Pedro

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había renunciado y seguido al Señor. Su corazón, comovimos, estaba libre de todas las cosas. Con todo, observecuán impuro era su corazón, cuán confusas sus motiva-ciones. En verdad, él había dejado todo atrás, pero espe-raba algún tipo de recompensa. Había trazas de mercena-rio en él. En otras palabras, tenía un espíritu de mercader.Él no era de ningún modo como el joven rico que calculóel costo y concluyó que su fortuna era más de lo queJesús podía ofrecer, prefiriendo, entonces, mantener suriqueza antes que seguir al Señor. Pero Pedro era másinteligente. Él calculó, pensó para sí mismo, y dijo: «¿Quétengo yo? Un barco, unas redes. Oh, en toda mi vida depesca yo no conseguiría hacer fortuna. Pero el Señor es elSeñor de todo. Si él quiere peces, los peces vienen; si élquiere pan, el pan aparece. Eso es muy bueno. Yo voy adejar todo, Señor, y te seguiré. Mas ahora, ¿qué voy aganar?». ¡Qué espíritu!

* * *

Frecuentemente, cuando el Señor nos llama paraseguirlo, nosotros comenzamos a calcular el costo. E in-cluso después de dejar algo por el Señor hay un espíritude sacrificio en nosotros: ¡A cuántas cosas renunciamospor él! ¡Cuán heroicos somos! ¡Qué sacrificios hicimospor el Señor! Y, por desear renunciar a todo por Cristo,descubrimos que estamos esperando algo a cambio y di-ciendo algo así como: «Señor, ¿y ahora? Yo dejé variascosas y, ahora, simplemente te olvidas de eso? ¿No voy arecibir alguna retribución?». Déjeme decirle que, si nues-tra renuncia es hecha con ese espíritu, no tiene muchovalor.

El Señor dice: «Si dejaren todas las cosas y mesiguieren, yo los recompensaré en este siglo cien vecesmás, con persecuciones, y, en el venidero, la vida eter-

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na». Como alguien ya dijo, el Señor nunca quedará deu-dor de alguien. Es así la libre gracia de Dios. Con todo,observe que Jesús continuó con una parábola (cf. Mateo19:30-20:16) que terminó con estas palabras: «Por eso,muchos primeros serán postreros; y los postreros, prime-ros». El principio que debemos recordar aquí, es simple-mente este: en ese acto de renuncia, no piense que, porhaber dejado algo por el Señor, usted le dio gran honra, ole aumentó algo, y, por tal sacrificio, él debe retribuirlede alguna manera. Oh, que nunca sea ese su espíritu. Siusted hace así, será, sin duda, el último.

No sea un mercader con el Señor. En el trato con él,no puede haber ninguna idea de sacrificio. Tiene que seruna cuestión de puro amor. ¿Por qué dejamos todo y leseguimos? No porque él exige, sino porque él ama. Amor,y no recompensa, debe ser la actitud del corazón en larenuncia. Cuán agradable habría sido para Jesús, si la re-nuncia de Pedro estuviese basada solamente en su amorpor el Maestro y no por alguna expectativa de recompen-sa. Dejar todo sin esperar nada a cambio debe ser la nor-ma de la renuncia.

En nuestra experiencia como discípulos, siempreque el Señor indica una cierta cuestión, diciendo que esnecesario abandonarla si queremos ser sus discípulos, ¿noes verdad que luchamos y calculamos el costo, sintiendoque se trata de un gran sacrificio? ¿Por qué? Porque nues-tros ojos están sobre la cuestión en sí. Cuanto más ustedmira hacia ella, más ella va aumentando, hasta llenar elmundo. Se hace cada vez más difícil abandonarla. Pero,cuando el Señor trata con usted y se manifiesta a usted,cuando de alguna forma usted recibe una revelación de élmismo, esa cuestión se va. Y cuando ella se va, usted noqueda con ningún sentimiento de sacrificio. Al contrario,usted se inclina delante de Cristo y dice: «Señor, ¿es eso

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un sacrificio? Yo nada tengo que sacrificar. Ante tu amorno existe nada que pueda ser llamado por ese nombre. Siyo veo en eso un sacrificio, será en verdad una deshonrapara ti. Tú que me diste todo a mí (¡y todo es tuyo!),simplemente deseas que yo deje algo para mi bien, a finde libertarme, para que puedas tener libertad de obrarmás profundamente en mi vida. ¿Cómo puedo yo, enton-ces, llamar a eso sacrificio?».

Si verdaderamente nosotros conocemos al Señor,no hay sacrificio. Solamente cuando nuestros ojos estánpuestos en las cosas que vamos a dejar es que ese senti-miento se vuelve grande. Pero, si nuestros ojos están enCristo y si él nos atrae y se revela a nosotros, entonces nohay sacrificio. Y porque no hay sacrificio, no hay comer-cio. No esperemos que el Señor retribuya ni en calidad nien cantidad. El Señor va a recompensar, pero eso depen-de de él. No esperemos por eso. Por el contrario, note-mos que es una cuestión de amor.

No abriguemos ningún tipo de complejo por el cualdigamos: «Oh, el Señor es un Señor duro; él exige dema-siado. Yo tengo que dejar esto y aquello. ¡Qué sacrificio!¡Sí, él me va a retribuir cien veces más, pero él dice quees con persecuciones! ¡Sí, él me dará, en la era venidera,la vida eterna; pero, ¿en cuanto al siglo presente? ¿¡Muer-te!?». ¡Qué tipo de mentalidad podemos tener! No desa-rrolle un complejo así. Alégrese cuando él dice: «¡Déja-lo!». Es un gran privilegio. El Señor nos honra al llamar-nos a renunciar, porque él nos quiere; él no nos pone delado. ¡Él desea recibirnos como sus discípulos!

* * *

Una segunda condición implicada en el discipuladoes el compromiso. Si usted no está plenamente compro-metido para con un maestro, él no puede transformarlo.

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Los estudiantes modernos escogen su profesor. Si no lesgusta, entonces la próxima vez cambian de profesor. Perocomo un discípulo del Señor Jesús, usted no puede hacereso. O usted sigue todo el camino teniéndolo como suMaestro, o usted desiste, y eso es el fin.

Cuántas veces pensamos que estamos entregados aCristo, pero solamente nos rendimos a él hasta donde nosconviene. Cuando su voluntad y camino comienzan a en-trar en conflicto con nuestra voluntad y nuestro camino,estamos prontos a despedirnos y partir. Eso no es compro-miso. Compromiso pleno es otra condición muy impor-tante del discipulado. Tenemos que confiarnos al Señorpara lo mejor y para lo peor, para la vida y para la muerte.

Observe a Pedro. Cierto día el Señor hablaba a mu-chos de sus discípulos (vea Juan 6, especialmente v. 60)y les decía algunas palabras duras y difíciles. Tan durasque algunos de los oyentes lo dejaron. Y volviéndose alos doce, el Señor preguntó si ellos también querían reti-rarse. Y aquí Pedro brilló. Él respondió: «Señor te hemosconocido a ti y nos confiamos totalmente a ti. Otros pue-den irse, pero nosotros no tenemos dónde ir ni a quién ir.Estamos presos a ti, para lo mejor y para lo peor. Quema-mos nuestros puentes detrás de nosotros, y no tenemosopción, excepto proseguir contigo. Con todo, no somosimpelidos en este camino por sentirnos conmovidos, sinopor una perspectiva brillante: Tú eres Aquel que tienespalabras de vida eterna. Son palabras duras para la carne,admitimos, y no son fácilmente entendidas; aún más, sonimposibles de ser vividas por nuestra carne. Sin embar-go, son palabras de vida eterna, y es eso lo que necesita-mos y debemos tener en cuenta. Así, estamos compro-metidos contigo y con tus palabras. Tu interés es nuestrointerés. Y nos vamos a apegar a ti». ¡Qué declaración depleno compromiso!

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Sin embargo, ¿será eso algo de lo cual Pedro ocualquier otro discípulo se puedan enorgullecer? De nin-gún modo. Porque inmediatamente después de la afir-mación dramática de Pedro, de compromiso con el Se-ñor, leemos que Jesús le respondió diciendo: «¿No oshe escogido yo a vosotros los doce?» (versículo 70).¡Es Jesucristo quien escoge a Pedro y a los demás, y esél quien los lleva a tal compromiso! ¡Bendito sea suNombre!

Es lamentable, sin embargo, que tan pocos sepanalgo respecto de este compromiso. Hay muchos discípu-los hoy que, cuando el Señor no los satisface, simple-mente desisten y se van. Parece que ellos tienen muchoscaminos para seguir y muchos lugares donde ir. «Pero,¿y en cuanto a ti?», es la pregunta de nuestro Señor. Sí,algunas veces usted tendrá problemas, enfrentará pala-bras duras, palabras que usted realmente no entiende,exactamente como Pedro no entendió aquel día lo que elSeñor había dicho. A pesar de eso, Pedro se comprome-tió totalmente.

Usted sabe, nuestra mente es orientada de maneratan materialista; estamos casi siempre pensando en tér-minos de ropas, abrigo o alimento. Exactamente comolos cinco mil, a quien el Señor alimentó con pan, y aquienes intentó conducir en dirección al Pan del cielo, acomer y a beber de él. Eso sería espíritu y vida para ellosy para los discípulos. Pero, al intentar conducirlos hacialos aspectos espirituales y morales de la salvación y de lavida, encontró una creciente oposición de la naturalezamaterialista del hombre caído. Muchos discípulos no com-prendieron, pues consideraron esas palabras muy difíci-les.

Pero, ¿será que somos diferentes? Cuando el Señorprocura apartarnos de lo que es material y terreno hacia

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las cosas espirituales y celestiales, a veces no consegui-mos comprender, pues estamos demasiado ocupados conlo que es terreno. Las cosas que son palpables son las queconsideramos reales. Siendo así, cuando el Señor procu-ra sacarnos de lo tangible a lo intangible, de lo transitorioa lo permanente, no podemos comprender. Además deeso, mucho de lo que sucede en nuestra vida no conse-guimos comprenderlo en el momento que nos ocurre.¿Quedamos escandalizados? ¿Nos sentimos heridos? Sino nos volvemos totalmente a Cristo, quedaremos escan-dalizados y, consecuentemente, nos marcharemos. Pero,si somos de aquellos que están confiando plenamente enel Señor, entonces, por un lado quedamos escandaliza-dos, mas por otro lado no. Podemos no entender, perotodavía quedamos firmes en el camino que está delantede nosotros. Nos apegamos al Señor y a sus caminos. Nohacemos como muchos discípulos de Jesús que se retira-ron, dejándolo en aquel día. Exteriormente habían segui-do al Señor, pero interiormente no. Ellos no se confiarona él; sino, al contrario, se comprometieron con su propioegoísmo. Ellos lo seguirían si todo fuese de su agrado y sies que pudiesen conseguir algo para sí mismos. Pero es-taban prontos a separarse de Jesús en caso de que el ca-mino se hiciese muy duro.

Muchas veces, en nuestra experiencia espiritual,sentimos que probablemente llegó la hora de la separa-ción, que es demasiado difícil. El camino del Señor esdemasiado extraño, no lo entendemos, no podemos pro-seguir. Sin embargo, al mirar alrededor, simplementeno hay salida. Y así quedamos firmes. Y eso significa«muerte» para nosotros; «morimos» porque no hay otrocamino. Simplemente tenemos que proseguir con él,suceda lo que suceda. Eso es compromiso. Esa actitudera real en el caso de Pedro. Él se apegó al Señor. Otros

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podían partir, pero él no, porque no existía otra personaa quien él pudiera ir. Estar plenamente comprometidocon el Señor también es una condición fundamental parael discipulado.

Naturalmente, ese compromiso no puede dejar deser severamente probado. El enemigo de nuestro Señor yde todos los creyentes hará todo para intentar frustrar oquebrar tal apego absoluto a Cristo. Él hará lo mejor paraintentar instigar a su viejo aliado, la carne, a fin de causarel colapso de ese compromiso. Pedro mismo fue severa-mente probado y hallado en falta.

Usted recordará cómo Pedro, al fin de la vida terrenade Jesús, confiando en su carne, fracasó terriblemente.Al decir que todos tropezarían y se escandalizarían de él,que serían como ovejas esparcidas cuando el Pastor fue-se herido, nuestro Señor estaba efectivamente diciendoque el compromiso de Pedro para con él estaría en com-pleto colapso. Aun declarando lealtad y compromiso(«aunque vengas a ser un tropiezo para todos, nunca loserás para mí»), aun insistiendo con vehemencia que,aunque fuese necesario morir con Jesús, él no lo negaría(Marcos 14:27-31), Pedro tropezó con su carne y negó alSeñor tres veces. La respuesta de este discípulo a la mira-da de su Maestro, que le recordó su predicción, fue salirde su presencia y llorar amargamente.

Pedro percibió plenamente cómo había fallado enrelación al Maestro en su compromiso. Reconoció lafragilidad de su carne y cuán indigna de confianza era.En ese momento, sin embargo, a pesar de haber sido al-canzado por el enemigo, el Señor oró por él para que su feno faltase (Lc. 22:31-34). Podemos ver cómo este discí-pulo fue maravillosamente restaurado más tarde en aque-lla conmovedora escena registrada en Juan 21. De ahíen adelante, su compromiso fue definitivo y permanen-

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te. No hubo más inconsistencia, porque Pedro, ahora,no confiaba más en la carne, sino en el conocimientoque su Señor y Maestro tenía de él: «tú sabes que teamo» (vers. 15).

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Algo bastante lamentable que se ve hoy en la cris-tiandad es cómo los creyentes se escandalizan muy fácil-mente, mucho más que Pedro, y luego dejan al Señor.Eso sólo revela que ellos no están completamente entre-gados a Cristo; están comprometidos hasta un determi-nado punto y si el Señor desea ir más allá de ese punto,ellos dicen: «No, no. Mi compromiso sólo llega hastaaquí». Sin embargo, recordemos que si no estamos com-prometidos con el Señor, él no estará comprometido connosotros. Él sólo está completamente comprometido conaquellos que están completamente comprometidos conél. Si no estamos comprometidos, el Maestro no nos uni-rá a sí mismo. Él permitirá que sigamos nuestro propiocamino. El Señor no está en busca de una multitud ingo-bernable. Él busca un ejército disciplinado. Permítamepreguntar: «¿Cuánto ha entregado usted al Señor? ¿Cuántoconsigue usted comprometerse con él y cuánto él puedecomprometerse con usted?

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Eso es compromiso, pero sólo estamos en la etapainicial del discipulado. El proceso de transformación sólopuede comenzar negativamente con la renuncia y positi-vamente con el compromiso. En otras palabras, la escue-la del discipulado realmente comienza aquí. Ahora co-menzó la clase. Hoy usted puede comenzar a colocarsebajo la disciplina y el entrenamiento del Señor, y dejarque él lo transforme en un discípulo suyo. Tal vez muy

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semejante a Simón Pedro en el comienzo. Y en los tresaños siguientes encontramos al Maestro corrigiendo, dis-ciplinando, entrenando, instruyendo, enseñando, mol-deando, formando y transformando a este hombre Simón.Durante tres años completos, no pasó ningún día sin queel Señor trabajase en este discípulo. E incluso después detres años, el Espíritu Santo continuó la disciplina y elentrenamiento de este seguidor del Maestro.

Cuando usted lee los cuatro evangelios, comienzaa percibir que Pedro era aquel a quien el Señor más tuvoque tratar, y con más severidad que a los otros discípulos.Eso sucedía porque él era un hombre honesto. Pedro erafranco y abierto, incapaz de ocultar sus sentimientos. Ypor causa de su naturaleza expansiva y extrovertida, élfue muy disciplinado por el Señor.

* * *

A veces, al leer los evangelios, dan ganas de decir:«Bien, Simón, ¿por qué no eres un poco más inteligente?Sé un poco más cauteloso y menos franco. Así probable-mente recibirás menos reprensiones. Pedro, ve a los otrosdiscípulos. Cuando ellos no concuerdan, o tienen opinio-nes diferentes, o cuando tienen algo que decir, ellos noexpresan eso al Señor, sino murmuran entre sí. Con todo,Simón Pedro, tú eres un tonto al decir siempre todo loque piensas; ¡y haces eso delante del Señor! Y por eso ledas oportunidad de decirte cosas tales como: "¡Apártate,Satanás!". Ah, Pedro, ¿por qué no eres un poco más inte-ligente, como los otros?».

Nosotros, como los otros discípulos, nos sentimosmás seguros cuando nos ocultamos más, y aprendemos aser más reservados y menos abiertos y francos. Frecuen-temente hay algo que sucede, pero nosotros no decimosni siquiera una sola palabra. O entonces, cuando se hace

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necesario decir una palabra sobre el asunto, hablamoscon los amigos, pero nunca con el Señor. Y, de esa forma,nunca entramos en dificultades. Sin embargo, parece quePedro estaba en constantes dificultades con su Maestro.Él estaba en desacuerdo con el Señor y el Señor con éltodo el tiempo. Parece que Pedro era el discípulo-proble-ma. Los otros discípulos no eran problema, pero él era la«oveja negra» en la «familia» del Señor.

Sin embargo, debemos observar esto: si Pedro hu-biese sido más inteligente que los demás e intentado es-conderse del Señor, ¿habría sido transformado de esa for-ma? No, él se habría privado de aprender lecciones pre-ciosas en muchas oportunidades. Notemos que el Señorse deleita con la honestidad en el hombre interior. El Se-ñor no encuentra placer en algunos de nosotros, porqueél no tratará con un corazón deshonesto y ambiguo. Siuna persona desea esconder algo del Señor, él dirá: «Estábien, puedes esconderlo. Yo estoy viendo, pero prosiguey escóndelo». Él no puede hacer nada más por aquellapersona. Si, en cambio, alguien es honesto y abierto paracon el Señor, él puede operar en su vida.1 Si alguien de-sea realmente que el Maestro le enseñe, debe ser transpa-rente delante del Señor, no escondiéndole nada, sino con-tándole todo. No seamos demasiado abiertos ante los hom-bres, pero delante del Señor estemos todos deseosos ypreparados para ser expuestos, corregidos y, si fuere ne-cesario, disciplinados. Se sabe que aquel que aprende másy más rápido es aquel que es más corregido. ¿No es así?Por eso, no sea demasiado ‘inteligente’. He descubierto

1 Debe quedar claro que no estoy apoyando la idea de que el tipo detemperamento de Pedro es mejor que los demás. De ningún modo. Dios noshizo con temperamentos diferentes y, por causa de esta variedad, no debeexistir el sentido de bueno o malo, o correcto e incorrecto, ligado a losdiferentes tipos de personalidad que él creó.

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que hay muchos hombres y mujeres inteligentes hoy, in-cluso entre los creyentes. Son inteligentes en el sentidohumano, pero necios en lo que se refiere a Dios.

Por el hecho de haber sido Pedro tan abierto y fran-co con el Señor, fue muy disciplinado por él. Gracias aDios, porque Cristo trató con él así; fue por su gracia. Siel Maestro nos dijese: «Voy a dejarte por tu propia cuen-ta», sería nuestro fin. Pero él desea incomodarse con no-sotros y con nuestros problemas, como hizo con SimónPedro; entonces alabemos al Señor y agradezcámosle porsu gracia. Muchos cristianos son tan buenos en encubrirsus dificultades delante del Señor, que él tiene que dejar-los solos, diciendo: «Muy bien, si tú eres tan bueno en timismo, continúa así». Y los deja ser ‘buenos’ por sí mis-mos. Sin embargo, él va a revelar y descubrir mucho delo que está en nosotros, si tan solamente puede encontraren nosotros personas transparentes delante de él.

* * *

Finalmente llegamos a la tercera condición deldiscipulado, la auto-negación y el tomar la cruz. Déjemedecirle que abandonar todo o profesar compromiso totalno es una tarea difícil, relativamente hablando. Ustedpuede dejar todo, usted puede incluso decir: «Yo entregotodo al Señor», sin embargo, creo que usted concordaráque lo más difícil es que aquello que está dentro de ustedsea expuesto y tratado. Si la vida del ‘yo’ no estuvieresiendo negada, entonces ni la renuncia de cosas exterio-res ni el pleno compromiso con el Señor tendrá ningúnvalor espiritual permanente. Pero tarde o temprano estascosas exteriores retornarán, y el compromiso se deshará.

Notemos que nuestra completa renuncia y depen-dencia del Señor son sólo indicaciones de nuestra pronti-tud y seriedad en responder al llamado. El proceso más

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práctico y diario del verdadero discipulado es llevar la cruz.En eso consiste el verdadero entrenamiento. Aquello queestá en nuestro viejo hombre, y ‘yo’ natural, debe ser reve-lado y expuesto continuamente en la luz de Cristo. El ca-mino y la voluntad de Dios dejarán en evidencia nuestrospropios caminos y voluntad, que están ocultos, entrandoen choque y luchando uno con otro. Ellos se cruzan en sustrayectos y, siendo así, forman la cruz que debemos llevar.

* * *

En esta cuestión del entrenamiento de los discípu-los, debemos reconocer de manera clara que no se tratade un intento de desarrollar alguna habilidad, conocimien-to, o medios y formas de hacer cosas. No, de ningunamanera. Esos son los aspectos de menor importancia deldiscipulado. El entrenamiento de un discípulo no es pri-mordialmente una preocupación exterior, sino que es,antes que nada, un asunto interior. Mis manos no sonhabilidosas porque nunca fueron entrenadas. En China,por ejemplo, los pequeños, en sus familias, no hacen nin-gún trabajo manual y, por eso, más tarde, no saben cómohacerlo. A pesar de eso, aunque mis manos no sean habi-lidosas, aún pueden ser entrenadas. Pero si mi voluntadpropia fuere obstinada, mi maestro no puede adiestrarmis manos. Si la persona que entrena mis manos me diceque las mantenga en cierta posición y yo respondo: «¿Porqué? Yo encuentro que mantenerlas de otra forma esmejor», ¿cuál será el resultado? No importa quien sea sumaestro, él no será capaz de entrenarlo. Delante de talobstinación, autosuficiencia y egocentrismo, será impo-sible a cualquier maestro adiestrar sus manos. Él acabarádiciendo: «Está bien; siga su camino». No, no es una cues-tión de manos, algo exterior; es una cuestión de alma, lavida del ‘yo’ que habita en nuestro interior.

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En esencia, ese es el problema en el discipulado. Elmayor impedimento para seguir al Señor reside en noso-tros mismos. Si Cristo tuviera permiso para tratar con lavida de nuestro ‘yo’, él entonces podrá hacer cualquiercosa con nosotros, que es exactamente lo que encontra-mos al final de la historia de Simón Pedro. El Maestro,ahora con permiso para hacer así en la vida del discípulo,va a lidiar con su alma hasta que la vida del ‘yo’, dismi-nuyendo continuamente, finalmente dé lugar para queCristo reine cada vez más en él. Cuando eso sucede en lavida de este hombre, ocurre una gran transformación. Concada experiencia de tratamiento, Simón Pedro es traídomás cerca del corazón y el espíritu del Maestro. Y eso esel verdadero discipulado.

* * *

Vamos a observar más de cerca la vida de SimónPedro, a través de algunos incidentes que ocurren des-pués de la pesca milagrosa. En Mateo 16:21 está lo quedeseamos considerar primero. Surge una situación enque Cristo declara que debe ir a Jerusalén para morirallá. Simón Pedro habla inmediatamente sin pensar: «No,Señor. Debe haber otro camino. Tú no necesitas ser tannecio. Tú puedes obtener la corona y el trono sin la cruz.Sé bondadoso contigo mismo». Este discípulo tiene supropio razonamiento, que es un producto de su propiamente. Pedro aquí revela ser una persona de mentalidadpropia, independiente del Señor. Aunque parezca, a pri-mera vista, que él habló con buenas intenciones, en unexamen más cuidadoso queda claro que, detrás de suspalabras, estaba su consideración propia. Su mente noestaba en los intereses del Señor, sino en sí. Eso quedaen evidencia al final, cuando él negó al Señor básica-mente por ser demasiado bondadoso consigo mismo.

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La mentalidad de Pedro brotaba de su propia vida y node la vida de Dios. Y él incluso intentó imponer susideas egoístas a su Señor. Estaba decidido a transformara su Maestro en vez de ser conformado a él. ¡Qué con-tradicción de discipulado! No es de admirar que el Se-ñor haya tratado con Pedro tan dura y drásticamente,pues eso es algo que debe ser eliminado inmediatamen-te. Jesús declaró: «¡Quítate, Satanás! Tú me eres tropie-zo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sinoen las de los hombres». Es Satanás quien está insuflandoen su mente, pues Satanás es siempre la fuerza detrásdel ‘yo’.

* * *

En otra ocasión, el Señor llevó a tres discípulos alMonte de la Transfiguración (vea Mt .17:1-7). Pedro le-vantó los ojos y vio allí a Moisés y Elías junto a Jesús, yeso fue para él algo excepcional. Él estaba disfrutando atal punto de la compañía de Moisés, de Elías y del Señorque no deseaba que ellos se fuesen cuando mostraronseñales de que iban a hacerlo (Lc. 9:33). Pedro pensó:«Esta escena es muy grandiosa; no puede acabar tan pron-to». Él no sabía lo que decía; pensaba que tenía que deciro hacer algo rápidamente, si no, ellos se irían. Fue enton-ces que él habló una vez más sin pensar, pero esta vezfue muy astuto. Mire lo que él dijo: «Hagamos tres enra-madas, Señor; una para ti, naturalmente, pero tambiénuna para Moisés y una para Elías». Con eso él queríadecir que podría disfrutar para siempre de aquel placer.Era un caso de autosatisfacción. Él estaba apreciando tantoaquella escena que deseaba perpetuarla. ¿Y para qué? Parasí mismo. Sin embargo, él se olvidó que había personasen el valle que necesitaban al Señor. Aquí vemos el egoís-mo manifestándose nuevamente.

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Pero, inmediatamente, su sugerencia fue interrum-pida por el Padre. Dios reprendió al discípulo, llevándosea Moisés y Elías inmediatamente. Siendo franco, creoque ellos partieron más rápido aún, por causa de lo quePedro dijo. Entonces la voz celestial respondió a Pedro:«Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco. ¡A éloíd!» Como discípulo, Pedro debería oír y no hablar. Éldebería aceptar todo lo que se le diese y abandonar cual-quier cosa que le fuese quitada. Sin embargo, su senti-miento de deleite propio era demasiado grande como parapermitirle quedarse callado.

* * *

Aun otra situación viene a nuestra mente (vea Mateo17:24-27). Aquí, Pedro asume el lugar del Maestro. A élle gustaba ser la cabeza, porque eso estaba en su natura-leza; él era un líder innato que tomaba decisiones rápidase independientes. Esta vez, algunos hombres que cobra-ban los impuestos del templo fueron cierto día dondePedro y le preguntaron: «¿Vuestro Maestro no paga lasdos dracmas?». «Sí, naturalmente», respondió Pedro. Así,él estaba obligando al Señor a efectuar el pago religiosodel impuesto para el templo. ¿Por qué Pedro dijo eso?Sin duda, él tenía su propio razonamiento, que probable-mente era más o menos así: «El Señor regularmente visi-ta el templo y él es un buen judío religioso; y como buenjudío, él naturalmente va a querer pagar el tributo deltemplo. Es lógico que el Señor haría eso, por lo tanto, nonecesito preguntarle. Ya sé lo que él piensa sobre el asun-to». Con ese razonamiento, muy naturalmente, Simón res-pondió afirmativamente a aquellos hombres. Siendo así,entró para pedir dinero al Señor. Sin embargo, él no sabíaque el Señor no tenía dinero. ¡Cómo este discípulo crea-ba situaciones embarazosas para el Señor! (¡Y cuán fre-

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cuentemente nosotros también hacemos eso!).Así, Pedro entró para hablar con su Maestro, pero

antes que dijese ninguna palabra, el Señor le preguntó:«Pedro, los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tri-butos o los impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños?».Pedro replicó: «Es lógico que de los extraños». A lo queel Señor respondió: «Luego los hijos están exentos».

Necesitamos entender que, en lo referente al Señor,no podemos considerar nada de lo que pensamos comocorrecto. No hay lugar para nuestro razonamiento natu-ral, pues el Señor frecuentemente nos sorprenderá: sien-do el Hijo, él no necesitaba pagar el impuesto. Sin em-bargo, para librar a Pedro de quedar preocupado, y tam-bién para no escandalizar a los cobradores, el Señor dijo:«Yo no tengo dinero, pero quiero que tú vayas a pescarpara obtenerlo. Haz eso y, el primer pez que saques, abresu boca; en ella encontrarás un estatero para ti y para mí.Entrégalo a las autoridades». Pedro fue y lo hizo así.

¡Qué trato para un temperamento impulsivo! ¡Pe-dro pudo muy bien haber quedado pensando cuándo elprimer pez mordería el anzuelo! Y, cuando pescaba, ¡cómodesearía que aquel pez viniese rápidamente! Con todo,yo pienso que, probablemente, aquel día el pez demoróen venir. Y, consecuentemente, mientras esperaba al pez,creo que Pedro aprendió una gran lección sobre tomardecisiones por sí mismo; aprendió a no tomar ningunadecisión independientemente, sea por el Maestro o por símismo.

* * *

Muchas otras situaciones podrían ser mencionadas.En cierta ocasión (registrada en Mateo 18:21), Pedro vioa Jesús y le preguntó: «Señor, ¿cuántas veces perdonaréa mi hermano que peque contra mí? ¿hasta siete?». No

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creo que fuese fácil para Pedro perdonar siete veces. Po-día ser fácil para otros, pero no para él. Probablemente elhermano que él tenía en mente fuese Andrés. Sin embar-go, dudo bastante que Andrés ofendiese a Pedro con fre-cuencia. Pero probablemente, en su relación con su her-mano, ¡Pedro fuese ofendido por sí mismo! Andrés eraun excelente hermano, tranquilo, modesto, observador,siempre atento, y que amaba mucho a su hermano Simón.

Pedro, por otro lado, era sanguíneo e impulsivo.¿No sería Simón quien, en verdad, pecó contra su herma-no? Muy probablemente Pedro se ofendía, no porquehabía algo incorrecto en su hermano Andrés, sino porquealgo estaba incorrecto consigo mismo. Es bien posibleque hubiese entendido mal a Andrés y así, inconsciente-mente, pensó que su hermano lo había ofendido «y en-tonces yo te perdono». ¡Cuán justo a sus propios ojos eraPedro! Sin embargo, ¿no somos nosotros frecuentemen-te culpados por tener esa misma actitud? Él halló que sihabía perdonado a su hermano siete veces, eso sería sufi-ciente. Consecuentemente, ¡se sintió tan justo delante deDios! Pero sabemos lo que Jesús dijo en esa situación:«¡No siete veces, sino setenta veces siete!».

Mentalidad propia, deleite propio, decisiones pro-pias y justicia propia. Esa son algunas de las característi-cas autocentradas que Pedro tan fácil y espontáneamenteexhibía en su conducta delante del Señor. Durante esosaños de relación con el Señor, podemos ver muy clara-mente que el Maestro estaba tratando con este hombre enel aspecto de la vida del ‘yo’. Vez tras vez, muchas situa-ciones surgían para dar oportunidad al Maestro de descu-brir el ‘yo’ que había en este discípulo. Y después de cadapunto expuesto, era corregido por el Señor.

* * *

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Llegamos a la última característica del ‘yo’ en-contrada en Simón Pedro, la autoconfianza. En el últi-mo incidente que veremos, su orgullo y jactancia entra-ron en completo colapso y fueron totalmente tratados.«Aunque todos se escandalicen de ti», dijo este discípu-lo a su Maestro, «yo nunca me escandalizaré … aunqueme sea necesario morir contigo» (Mateo 26:33, 35).¡Cómo Pedro estaba confiando en sí mismo! ¡Sin em-bargo, el resultado fue una caída hasta el punto más bajo!¡Él no consiguió ni siquiera velar con su Maestro en elHuerto de Getsemaní! ¿Dónde estaba su autoconfianza?Su carne no conseguía soportar ni siquiera una hora deprueba. Y, finalmente, encontramos a Pedro negando asu Maestro repetidamente (vea Mateo 26:69-75). Enotras palabras, el orgullo y la jactancia de este hombrecaerían tan drásticamente que él llegó al fin de sí mis-mo.

Observe lo que el Señor hizo para tratar con él.Jesús simplemente, volviéndose, miró a Pedro (Lucas22:61). Es interesante notar que esta es la misma pala-bra usada en Juan, capítulo 1, para describir cómo elSeñor miró cuidadosamente a Pedro, cuando él se acer-có al Señor por primera vez. Y ahora, el Señor se vuelvey lo mira cuidadosamente una vez más. Ninguna pala-bra fue dicha. No fue necesario. Jesús simplemente locontempló, y Pedro salió llorando. Y así él fue llevadoal fin de sí mismo. En aquella penetrante contempla-ción del Señor, Pedro vio, finalmente, lo que había ensu ser íntimo. Finalmente él percibió cuál era todo elproblema; él vio con una sola mirada, por qué no podíaser un buen discípulo. El problema era el ‘yo’, era élmismo. En aquel instante, él se detestó profundamente,y saliendo, lloró amargamente. Pero esa experienciaquebrantadora constituyó el inicio de una nueva vida

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para Pedro. Habiendo llegado al punto más bajo, desdeaquel día en adelante él comenzaría a subir.

* * *

Este breve estudio de los tres años de Simón Pedrocon el Señor no nos muestra un cuadro muy hermoso. Nosparece que Pedro estaba tan lleno de faltas. Su ‘yo’ era tandestacado y fuerte: fuerte en su mente, en sus afectos y suvoluntad. Él tenía muchas opiniones propias, y era extre-madamente justo a sus propios ojos y confiado en sí mis-mo. No es de admirar, entonces, que el Maestro tuvieseque tratar tan persistentemente con él. Pero ¿será que nuestracarne es menos activa y fuerte? La carne de todo hombrees la misma. Aunque pueda ser diferente en la forma demanifestarse, es la misma en su esencia. Y la carne ocultaes aún más difícil de ser tratada; no porque el Señor no laconozca, sino porque nos engañamos a nosotros mismos,y somos renuentes a recibir la corrección.

Por eso, cómo necesitamos de ese segundo mirar delSeñor en nuestras vidas, de la misma forma que Pedro;que Él mire hacia nosotros y sondee todo lo que está ocul-to en nosotros. Como sucedió con Pedro, no hay necesi-dad de palabras; sabemos de eso muy bien, pues el Señorya habló con nosotros también. Finalmente llegamos a com-prender, así como Pedro, que todo el problema es este ‘yo’.Y es solamente cuando llegamos al fondo de nuestro ‘yo’que vamos a detestarlo. Con Pedro fue así: él simplementeaborreció su ‘yo’. Él deseó no intentar nunca más algunacosa por sí mismo. Y, por causa de esta nueva actitud decorazón, llegó a ser como un vaso maleable: dispuesto,obediente, tierno, en las manos del Maestro; y el Maestroahora pudo moldearlo y darle forma, como le agrada.

Concluyendo, entonces, necesitamos observar la ac-titud del corazón de Pedro en todos estos tratos. Una ca-

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racterística destacada en este discípulo era el hecho de queél podía soportar y aceptar el entrenamiento. Él no dudóde su Maestro, ni cayó en la desesperación, ni tampoco serebeló. Su corazón, al contrario, estaba en el Señor. Surenuncia y su compromiso eran reales. Él se apegó a Cris-to y aceptó todo en gracia. Él estaba ahora en sus manospara que el Señor lo moldease de esa forma. Fue así quePedro aprendió, aunque lentamente y con dudas. Pero,¿quién hay que realmente aprenda de prisa? Es tan difícilpara la carne aceptar la muerte. Pero gradual y resuelta-mente el Señor estaba transformando a Pedro. Y aunqueen su negación al Maestro él haya descendido al nivel másbajo de su vida, fue después firmemente levantado en suvida resucitada, para llegar a ser un discípulo que tenía lasemejanza de su Maestro. Y era esto lo que el Señor estabarealmente buscando en la vida de este hombre.

* * *

Oh Señor, cuán paciente, cuán longánime, cuánamoroso y lleno de bondad eres tú para con nosotros. Y,en cambio, cuán impacientes, arrogantes, independien-tes y orgullosos somos nosotros. Nos quedamos pensan-do por qué el Señor simplemente no se vuelve a nosotrosy nos dice: «¡Basta. Esto se acabó!». Cómo te alabamosy agradecemos, pues una vez que nos tomaste en tus ma-nos, nunca más nos dejas ir. Tú mismo has dicho tan cla-ramente que nunca nos dejarías y que jamás nos aban-donarías. ¡Cómo te alabamos y agradecemos por eso!

Bondadoso Señor, ven a tratar con nuestras vidas,aunque no deseemos ser tratados. Hoy hacemos un pac-to contigo: queremos comprometernos contigo, aunquea veces parezca que estamos desfalleciendo, que te esta-mos volviendo la espalda. Pero Señor, cuando eso ocu-rra, pedimos que tus ojos se vuelvan a nosotros. Ven, mí-

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ranos, conmuévenos y quebrántanos, para que nos abo-rrezcamos a nosotros mismos y, finalmente, podamosallegarnos y apegarnos firmemente a ti.

Nos sentimos alentados, Señor, al ver la maneracómo trataste con tu siervo Pedro. Y nosotros tambiéndeseamos proseguir contigo. Ayúdanos, Señor. En tu pre-cioso nombre oramos. Amén.

* * *

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Capítulo 3

LA CONSOLACIÓN DELDISCIPULADO

«Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pe-dro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Lerespondió: Sí, Señor; tú sabes que estoy apegado a ti. Elle dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la se-gunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro lerespondió: Sí, Señor; tú sabes que estoy apegado a ti. Ledijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón,hijo de Jonás, ¿tú estás apegado a mí? Pedro se entriste-ció de que le dijese la tercera vez: ¿Tú estás apegado amí? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes queestoy apegado a ti. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Decierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ce-ñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo,extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a don-de no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muer-te había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió:Sígueme. Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discí-pulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena sehabía recostado al lado de él, y le había dicho: Señor,¿quién es el que te ha de entregar? Cuando Pedro le vio,

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dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? Jesús le dijo: Si quie-ro que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Síguemetú. (Juan 21:15-22). (Con la traducción alternativa de la versión de

J.N. Darby en negrita).

* * *

Llegamos finalmente al tercer aspecto de nuestroasunto, la consolación del discipulado; cómo po-demos disfrutar del Señor, ser enriquecidos y re-

vestidos de poder para dar fruto para la gloria del Padre.Probablemente, la mejor manera de ilustrar ese aspectode la vida de Pedro sea continuar con el tema tratadoanteriormente, cuando Pedro negó al Señor después dehaber andado con él aquellos años como su discípulo.Antes de proseguir, sin embargo, es preciso decir algu-nas palabras relativas al tema de la consolación, para queno tengamos una visión distorsionada de este asunto re-lacionado con el discipulado.

* * *

Podemos pensar que durante aquellos tres largosaños antes de negar al Señor, Pedro nunca haya sido con-solado como discípulo del Señor Jesús. Si pensamos así,tenemos una concepción errónea del lugar que la conso-lación ocupa en nuestro andar con el Señor. Debemosabandonar por completo esa idea distorsionada de queser discípulo de Cristo es sufrimiento, dolor, tristeza, pér-dida, y todas esas cosas negativas. Temo que muchas ve-ces, cuando las personas mencionan las palabras «discí-pulo de Jesucristo», la reacción inmediata de la mayoríade nosotros es pensar que eso significa un aire triste, hom-bros caídos, un mirar cabizbajo, una existencia misera-ble. ¿No es precisamente esa nuestra impresión? Si asífuera, necesitamos tener nuestra concepción corregida en

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ese aspecto.Es verdad que ser discípulo no es una experiencia

fácil. El discipulado no significa que todo es un mar derosas, un navegar tranquilo; no implica, en absoluto, queno hay problemas o dificultades, ni conflicto, o pruebas,o exámenes. De ninguna manera. La vida del discípuloes precisamente aquello que el nombre sugiere: una vidadisciplinada. El camino del discípulo no es aquel en quela persona puede hacer todo lo que desea. Significa serdisciplinado, ser colocado bajo entrenamiento, algunasveces ser colocado bajo presión y tensión y encontrarmuchos conflictos y luchas. Me apresuro a decir, sin em-bargo, que si el discipulado consistiese sólo en eso, ¿quiénjamás desearía ser un discípulo?

Descubrimos, sin embargo, que seguir al Señor tie-ne otro aspecto, que es la consolación. Existe consola-ción en el discipulado. Sí, Pedro dejó todo y siguió alSeñor; pero ¿acaso la compañía del Señor no fue unacompensación más que suficiente por las personas, bie-nes y relaciones que él dejó?

Durante los años en que estuvo con Jesús, en loscuales el Señor fue su constante Compañero, Maestro yAmigo, Pedro pudo abrirle su corazón y ser comprendi-do. Toda vez que Pedro tenía una necesidad recurría alMaestro, y él suplía la necesidad. Pensando en esos añosde constante intimidad con el Maestro, es casi imposi-ble describir la bendición, el placer y la alegría de ser undiscípulo. Pues él compartió de la gloria del Maestro,además de su humillación. Aunque algunas veces Pe-dro haya sido reprendido por su Maestro, e incluso se-veramente, sin embargo, en otras ocasiones, vemos cómoeste mismo Maestro confiaba en Pedro; él estuvo con elSeñor en aquellas ocasiones en que sólo tres discípulostuvieron permiso de estar presentes cuando Jesús hizo

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algo especial.Por ejemplo, Pedro y los otros dos discípulos esta-

ban solos con el Señor cuando él resucitó a la hija deJairo. Más tarde, Pedro también tuvo el privilegio de es-tar con él durante aquel sublime momento en el Montede la Transfiguración. De la misma manera, en la oca-sión de su terrible agonía personal en el Huerto delGetsemaní, el Señor confió en Pedro al llevarlo aparte deallí. ¡Cómo el Señor confiaba en Pedro a pesar de cono-cerlo tan bien! Poseyendo ese profundo (y al mismo tiem-po decepcionante) conocimiento ¿cómo el Maestro po-día abrirse tanto para con ese hombre? ¿Cómo podía con-fiar en él? ¿Cómo podía buscar consuelo junto a él? Sinembargo, ¡él lo hizo! A pesar de lo que sabía respecto dePedro, el Señor se aproximó a él, lo aceptó, compartiócon él confidencias y experiencias. Ellos no sólo estuvie-ron juntos tres años, sino, además, durante este períodoel Señor jamás se apartó de Pedro, siempre se allegó a él.Que el discípulo pudiese corresponderle o no, eso de nin-guna forma cambió la actitud del Maestro. Eso es con-suelo, eso es satisfacción. Además, durante ese período,el Señor envió a Pedro, junto con los demás, dándolesautoridad para sanar enfermos, echar fuera demonios ypredicar el evangelio a los pobres. Y debe destacarse queesa misión tuvo mucho éxito. Por lo tanto, puede decirseque, a lo largo de esos años, Pedro disfrutó abundante-mente de la presencia del Señor.

¿Y cómo sabemos de eso? Porque cuando Jesús co-menzó a decir a Pedro y a los otros que pronto los dejaría,ellos se pusieron profundamente tristes (Jn. 16:6, 22). Esoexplica todo ¿verdad? Si usted no disfruta de la compañíade alguien, cuando él le anuncia que se va a ir, usted piensapara sí mismo: «¡Gracias Señor! ¡Por fin!». Pero no fueesta la reacción de Pedro y los demás discípulos. Vemos

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que sus corazones quedaron profundamente entristecidos.De este modo, sabemos cuánto ellos valoraban la compa-ñía del Señor, cuánto Jesús significaba para ellos: Signifi-caba todo; ninguno era más importante para ellos que elSeñor. Si él se iba, todo perdería su valor, nada más lesquedaría. Habían dejado todo para ganar a Cristo, y Cristose había convertido en más que todo para ellos; por tanto,si él los dejaba, sus vidas quedarían vacías y estériles. Asíes el Señor, esa es la preciosidad de nuestro Señor.

Podemos entonces afirmar con certeza que Pedrodisfrutó de la compañía del Señor durante esos tres años;y si alguien permanece al lado del Señor por un períodocomo ése, con certeza habrá crecimiento; no es posibleestar con él sin crecer. Sí, hubo etapas de retroceso asícomo de avance. La vida es así. Pero en general, Pedroestaba haciendo progresos. No importa cuán grande hayasido su caída al final de esos años de discipulado (y nohay cómo negar su gran caída); se puede constatar quePedro creció en el Señor tanto en conocimiento como envida. Esos fueron los años de formación en la vida dePedro, años en que se perciben tanto sus fracasos comosus progresos. Existe en China un proverbio que dice:«El niño crece dándose tumbos». Si el niño no cae, jamáscrecerá; cuanto más cae, más crece. Fue lo que sucediócon este discípulo. Él creció a través de las caídas. Y cuan-do sufrió la mayor de ellas, creció más rápidamente, yeso por la gracia de Dios.

* * *

Quiero entonces enfatizar lo que ya dije antes: quela experiencia de Pedro en ese período no consistió sóloen sufrimiento, tristeza y corrección, y que no fue nece-sario ‘graduarse’ como discípulo para solamente enton-ces conocer la alegría y el crecimiento. No fue así. Estos

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dos aspectos, disciplina y consuelo, van juntos en la ex-periencia de todo discípulo de Cristo. A medida que avan-zamos en la escuela del discipulado, también avanzamosen la experiencia de la consolación. Esta última es resul-tado de la primera, un producto del aprendizaje y el en-trenamiento. Cuanto más seguimos al Señor y cuanto mássomos disciplinados y entrenados, tanto más disfrutare-mos de él, seremos enriquecidos y nos volveremos fructí-feros. Pero, si seguimos al Señor a distancia, también dis-frutaremos de él a distancia y, no creceremos mucho. Po-dremos tener muchas hojas pero los frutos serán pocos.

Sin embargo, si como Pedro seguimos al Señor decerca y permitimos que él trabaje en nosotros con su manohábil y diestra, entonces desearemos besar la misma manoque nos quebranta, pues por su operación encontramosgozo y crecimiento. La experiencia del primer discípuloserá la nuestra: a través de ese proceso nos asemejaremosmás al Maestro y, desde nuestro interior, ciertamente semanifestará el fruto del Espíritu del Maestro. Esa es laconsolación del discipulado. En el caso de Pedro, esoquedó en evidencia especialmente cuando fue levantadoy restaurado por Dios, después de su terrible caída. A finde ayudarnos a comprender lo que significa la consola-ción del discipulado me gustaría que focalizáramos nues-tra atención en lo que siguió a esa terrible experiencia dePedro. Para eso, necesitamos de Juan 21:15-22, pues laescena de esos versículos aclara nuestro entendimientode cuál es la base para experimentar los frutos deldiscipulado.

* * *

Como vimos anteriormente, Pedro, en su autocon-fianza, falló por completo. Él negó al Maestro tres vecesy, después de haberlo hecho, Jesús se volvió hacia él, que

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estaba lejos en el patio. Creo que en ese momento críticoPedro probablemente estaba intentando salir disimulada-mente, cuando el Señor, a la distancia –no se había olvi-dado de Pedro aunque él mismo estaba bajo acusacionesy juicio– se volvió y lo miró atentamente. Y Pedro, consu rostro todavía vuelto hacia el Señor (debemos agrade-cer a Dios por eso), percibió aquella mirada, y salió ylloró amargamente.

Aquel fue el fin de Pedro. ¿Qué quedaba de él aho-ra? Nada. Estaba acabado. Él fue reducido a cero. Todossuponían que él era alguien que siempre estaba en el tope;y durante aquellos tres años él mismo había intentadomantenerse como el primero. Pero ahora ¿dónde estaba?En el punto más bajo. Ni siquiera sabía si el Señor algunavez lo perdonaría. Ese era ahora su temor. Él salió y searrepintió, pero creo que todavía había dudas en su cora-zón. Él podía haber dejado Jerusalén y regresado a Galileapara olvidarse de todo, pero no hizo eso. Por el contrario,permaneció en Jerusalén. Algo lo retenía. ¿No es extra-ño? El Señor había sido crucificado, fue sepultado, peroPedro no conseguía irse todavía. Tal vez, pensaba él, hu-biese alguna esperanza en la misericordia ilimitada deDios. Y así permaneció en Jerusalén.

Es muy probable que, durante ese período, Juan hayasido la única persona que quedó al lado de Pedro paraintentar confortarlo. No creo, sin embargo, que eso fueseposible; se trataba de una situación en que no había con-suelo que sirviese. En todo caso, Juan se quedó con él.

Aquí hay una lección que podemos aprender. Mu-chas veces, cuando un hermano en el Señor está pasandopor dificultades, puede que usted no consiga consolarlo oaliviarlo en su problema; sin embargo, se puede al menosestar a su lado, dándole apoyo; ya es una ayuda. Juanhizo exactamente eso. No podía confortar a su hermano,

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pero se quedó con él; y por tres días estuvo sumido en lastinieblas. Ya no estaba seguro de sí mismo; no sabía cualera su posición, para donde iría, cual sería su futuro. Sim-plemente no sabía. En suma, era un alma perdida, vagan-do en el mar de la duda.

* * *

El día de la resurrección vino una mujer y anuncióque se habían llevado el cuerpo del Señor (Juan 20:2). Aloír esta noticia Pedro corrió hacia el sepulcro. Juan tam-bién corrió y, siendo más joven llegó antes que él. Alllegar Juan permaneció dubitativo a la entrada del sepul-cro, pero Pedro entró en él. El sepulcro estaba vacío. Loslienzos de lino que habían envuelto al Señor todavía con-tinuaban en su lugar, y también el lienzo que había esta-do sobre la cabeza de Jesús se encontraba enrollado apar-te, pero el cuerpo ya no estaba allí (Juan 20:4 y siguien-tes). Él regresó a casa pensando en qué podía significartodo eso.

¿Realmente había resucitado el Señor de entre losmuertos? En caso de que así fuera, pensó Pedro, ¿quéserá de mí? ¿Me irá a recibir o me irá a rechazar? ¿Cómopodré mirarlo a la cara? Pedro debe haber pasado por unagran agitación. Entonces llegaron más noticias traídas poralgunas mujeres. Ellas fueron instruidas por un ángel delSeñor quien dijo: «Pero id, decid a sus discípulos, y aPedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le ve-réis, como os dijo» (Marcos 16:7) Las tres palabras «y aPedro», dieron ánimo al espíritu del discípulo desconso-lado; un rayo de esperanza: el Señor, pese a todo, no seolvidaba de él. «Él todavía se acuerda de mí, todavía mequiere». Más tarde, el mismo día de resurrección Jesúsapareció sólo a Pedro (Lucas 24:34, vea también 1Corintios 15:5). La Biblia no revela lo que sucedió entre

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ellos; fue un momento demasiado sagrado para ser regis-trado. Pedro debe haber llorado delante del Señor, y fuede alguna forma restaurado. Pero algún tiempo después,el Maestro apareció una vez más a los discípulos junto almar de Tiberias. Allí, el Señor restauró a su discípulodecaído delante de sus compañeros. ¡Cuán conmovedor,cuán bello, cuán lleno de gracia!

* * *

Antes de proseguir, debo decir en este punto, algosobre Pedro y la cruz de Cristo. Cuando el Señor fue a lacruz y allí lo crucificaron, en un sentido bien real, Pedropasó por la muerte con él y resucitó junto con él. No demanera física, sino espiritual. Físicamente, Pedro se se-paró del Señor en la cruz, pero moral y espiritualmente,el fue unido con Cristo en la muerte, porque Él muriópara que todos nosotros pudiésemos morir y, en un senti-do muy real, pienso que esa fue la experiencia de esediscípulo. Cuando el Señor derramaba su alma en la cruz,Pedro también derramaba su alma sobre la tierra.

Este discípulo pasó por la profunda agonía de lamuerte, pues lloró amargamente. Estaba acabado, termi-nado, llegó al fin ¿A dónde más podría descender, si ha-bía llegado al punto más bajo, con su autoconfianza com-pletamente destruida? En lo que se refiere al alma de Pe-dro, él estaba muerto. ¿Pero no es ese precisamente elverdadero significado del Calvario? ¿No fue la cruz deCristo destinada para el derramamiento de la vida delalma? ¿No fue por eso que él murió por todos nosotrosen la cruz? Y, porque él murió, todos nosotros morimos.Pedro había llegado realmente al fin de sí mismo. El vie-jo Pedro, Simón, estaba ahora muerto. Y si hubiese unnuevo comienzo, necesitaría ser con Cristo. Simón Pe-dro estaba muerto, terminado, acabado, pero ahora surge

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un nuevo comienzo. Comienza la obra milagrosa de laresurrección. Como aprendimos anteriormente, el día dela resurrección el Señor envió una palabra a sus discípu-los e hizo mención específica de Pedro. ¡Cómo eso debede haber tocado su corazón ansioso! Y, entonces, el Se-ñor se le apareció, y, personalmente, el mismo día le con-firmó su amor. Y, nuevamente, lo levantó delante de suscompañeros. El Señor de la resurrección estaba levan-tando a su discípulo de la muerte.

Por lo tanto, pienso que cuando el Señor comenzóa restaurar a su discípulo, fue una persona nueva y dife-rente la que se levantó. El viejo Pedro estaba muertocon Cristo y crucificado en la cruz. Pero el Pedro quesurgió de la muerte era un nuevo Pedro, cuya nuevavida estaba cimentada sobre la base de la resurrección;y esa base de resurrección no es otra sino la de Cristo,nuestro Maestro.

* * *

Teniendo eso como contexto, vamos ahora a obser-var más de cerca la escena registrada en Juan 21. Aquellamañana el Señor apareció a los discípulos. Él mismo lesofreció el desayuno y, después de haber comido, inicióun diálogo con Pedro en presencia de los otros: «Simón,hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? ¿Me amas másque a lo que está al fuego? ¿Te acuerdas del fuego? Tú tecalentabas junto a las llamas cuando yo estaba siendojuzgado y tenía frío. ¿Tú me amas más que al pan y a lospeces que están aquí? ¿Tú me amas más que al barco ylas redes? ¿Más que a tus compañeros? ¿Más que a timismo?». Y Simón respondió: «Señor, tú sabes que es-toy apegado a ti». Por segunda vez Jesús preguntó: «¿Meamas?». Pedro respondió: «Señor, tú sabes que estoy ape-gado a ti». Y él preguntó aún una tercera vez: «Simón,

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hijo de Jonás, ¿tú estás apegado a mí?». Simón se entris-teció profundamente, y entonces replicó: «Señor, tú sa-bes que estoy apegado a ti» No es mi intención interpre-tar en su totalidad esta porción de las Escrituras; sóloquiero ayudarlos, si es posible, a sentir a dónde el Señorquería llegar con su insistente interrogatorio. Creo que esposible percibir que Jesús estaba intentando estableceruna relación adecuada y sólida con Pedro. La relaciónentre este discípulo y su Maestro estará de ahí en adelan-te fundamentada exclusivamente sobre la base del puroamor, tan débil en la opinión de Pedro, pero tan verdade-ro en la mente de Cristo. La relación entre un maestro yun discípulo debe estar basada en el amor.

Ese amor, sin embargo, rara vez surge en el inicio.Al principio, el corazón del discípulo en relación al maes-tro es, probablemente, un corazón de temor, respeto, oadmiración, pero no hay un vínculo de amor. El nexoinicial entre los dos es aquel en que el discípulo intentaextraer todo lo que puede del maestro. Él procura obte-ner todo del maestro, extenuándolo, hasta que él mismose convierta en maestro. ¡Qué propósito egoísta! Aquí,en cambio, el Señor y Maestro de todos está intentandoestablecer con este discípulo, Pedro, una relación basa-da en un cimiento verdadero y sólido, el cimiento delamor.

* * *

Pero ¿qué es amor? ¿Es que Pedro antes amaba alSeñor? Sí, pero su amor era natural; era un amor queemanaba de sí mismo. Pedro afirmó en su autoconfianzay suficiencia: «Yo te amo y estoy dispuesto a morir porti». Pero cuando llegó la hora de la verdad, descubrióque se amaba demasiado para amar al Maestro. Él debe-ría haberse negado pero acabó negando a la persona equi-

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vocada: a su Señor. Entonces, en aquel terrible fracaso, elamor natural del Pedro se desintegró. Finalmente, él co-noció la verdad sobre su amor por el Maestro. Quedóclaro, sin ninguna sombra de duda. Ahora él sabía que seamaba demasiado a sí mismo para poder amar al Maes-tro. Pedro reconoció por fin que, en realidad, no habíaamor dentro de él. Y cuando Jesús dijo: «Simón, hijo deJonás, ¿tú me amas más que éstos? ¿Me amas más que alfuego?, Simón pensó: «¡Que tontería! ¿Amar al Señormás que al fuego? ¿Qué es el fuego?».

Evidentemente, Simón no se atrevió a pronunciarestas palabras, pues su experiencia reciente le demostróque él, en verdad, amaba más al fuego que al Señor. Portanto, la única manera en que Simón podía responderlefue: «Señor, tú sabes todas las cosas. Yo no sé nada más,perdí toda la confianza que tenía en mí mismo. Señor, túsabes que estoy apegado a ti, pero no puedo hacer másuso de la palabra amor. Sí, tengo un sentimiento por ti,quiero estar cerca de tu persona, pero no puedo decir queeso sea amor. Sólo puedo afirmar que hay algo dentro demí que se siente atraído por ti, que me une a ti, de maneraque no puedo apartarme. De alguna forma, estoy ligado ati y no puedo cortar ese lazo. Pero eso es todo lo que sé.Yo tengo que confesar que incluso eso viene de ti, y no demí. Eres tú quien me atrae, eres tú quien me enlaza conlazos de amor de modo que no puedo marcharme. Todoahora viene de ti mismo, y no de mí; no es más lo que yosé, sino lo que tú sabes. Tú me conoces mejor y másprofundamente que yo mismo; tú conocimiento es real yverdadero; y tú sabes que me cautivaste. Fui cautivadopor ti, no puedo huir; tú sabes todas las cosas».

Hasta parece que Pedro no tenía amor alguno por elSeñor, pero era precisamente esa reticencia recién descu-bierta la que el Señor estaba procurando. Ese sentimiento

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en el discípulo en aquel momento era muy débil, pero setrataba de algo muy precioso para el corazón del Maestro.

No se alabe usted diciendo que ama mucho al Se-ñor. Llegará el día en que va a descubrir que no tieneningún amor en sí mismo, que todo debe venir de él. In-cluso hasta el pequeño afecto que usted tiene por el Se-ñor procede del vínculo de Su amor, y eso lo mantienejunto a él.

* * *

Debe quedar claro que el Maestro no exige que us-ted y yo tengamos un gran amor por él, algo producidopor nosotros mismos. No debemos pensar así. En ver-dad, nosotros somos capaces de crear este tipo de amorpuramente emocional, pero las emociones oscilan todoel tiempo. No; todo lo que el Señor pide es esto: ¿Ustedpuede sentir la cuerda de Su amor alrededor de su cuello?¿Usted siente apego por él? ¿Siente que él lo cautivó yusted no puede huir más? Entonces sepa que todo eso sedebe a él mismo. Es él quien lo atrae y quien lo cautiva.Es él quien conoce su verdadera condición.

Si usted tuviera hoy ese pequeño amor por el Se-ñor, entonces estará siendo establecida la base de una re-lación de discípulo entre usted y el Maestro. Recuerdeque el lazo entre el Maestro y el discípulo sólo puede serestablecido sobre el puro amor. Cuando ese amor estápresente, ¡qué consolación, qué comunión, qué intimi-dad y gozo! Usted goza de la presencia de él y él de us-ted. Usted se deleita en contemplar su rostro y él en con-templar el suyo. ¡Qué gran alegría!

Pero, al seguir, el Señor dice a Pedro: «Apacientamis corderos, pastorea mis ovejas, apacienta mis ove-jas». En otras palabras, después que el puro amor es esta-blecido entre Maestro y discípulo, entonces del compa-

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ñerismo y comunión surgirá desarrollo y crecimiento devida. Como afirmó el apóstol Pablo: «Por tanto, nosotrostodos, mirando a cara descubierta como en un espejo lagloria del Señor, somos transformados de gloria en gloriaen la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2ªCorintios 3:18). Cuando ustedes dos –Maestro y discípu-lo– gocen de compañía el uno del otro, el rostro del Maes-tro se irá naturalmente transformando en su rostro. Espi-ritualmente, una transformación se inicia dentro de us-ted, y luego usted comienza a parecerse a él. Usted des-aparece más y más, y él crece en usted. Y, a medida queel Maestro es formado en usted, ciertamente lo que estáen el corazón del Maestro se convierte en su tarea, esdecir: apacienta mis ovejas.

El discipulado, como decimos, debe llevar al servi-cio, al ministerio. Recuerde de cómo al comienzo de nues-tro estudio de la vida de Pedro, vimos que el Señor ledice: «Ven, sígueme, y te haré pescador de hombres».Aquí, sin embargo, el Señor dice: «Alimenta mis ove-jas». El servicio de Pedro al Señor debería ser doble. Élno sólo lanzaría las redes a fin de traer muchos al reino deDios, sino también cuidaría de las ovejas en el rebaño deDios. Existe una enorme diferencia, sin embargo, entreun pescador y un pastor. El pescador puede ser una per-sona dura, ruda y cruel. Tal vez porque yo no pesquémucho, generalmente pienso en el pescador como alguienbastante cruel. Sólo puedo visualizar cómo el anzuelo esfiloso y curvo. ¡Cuán rudo y cruel es él con los pobrespececillos! Pero un pastor es bien diferente. Si él trata aun cordero de una forma muy ruda, él morirá. De pesca-dor a pastor, ¡qué diferencia!

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La vida de Pedro está, sin duda, siendo transforma-da. Después de eso, en el libro de Hechos y en las propiasepístolas de Pedro vemos esa transformación desarrolla-da delante de nosotros y cumpliéndose completamente.En lo que se refiere al servicio, observamos cómo el dis-cípulo atrapó muchos peces y cómo también pastoreó elrebaño. Cuán eficaz fue Pedro en abrir las puertas delreino para el mundo: en Pentecostés, tres mil fueron sal-vos; más tarde, cinco mil; ¡y a través de Pedro el evange-lio fue predicado a los gentiles! ¡Cuán fructífero fue sutrabajo donde quiera que estuviese! ¡Cómo él fortaleciótanto a la iglesia en Jerusalén como a los que estabandispersos entre los gentiles, según leemos en sus epísto-las! Y, finalmente, él se convirtió en uno de los funda-mentos de la Nueva Jerusalén.

Note también la transformación en el carácter de estediscípulo. El Pedro que vemos en Hechos es un desarrolloo extensión de aquel que vemos al final de los evangelios.Él podía ahora esperar pacientemente como los otros 120discípulos en el aposento alto, durante diez días, orando yayunando. No se impacientaba más como antes, diciendo:«Voy a pescar» (Juan 21:3). Le fue dada tal revelación dela Palabra de Dios que su conocimiento y apreciación delas Escrituras eran realmente maravillosos. Su vida estabatan próxima del Señor, tan llena del Espíritu Santo, al pun-to de servir como portavoz e intérprete de Cristo. Pedrotambién se mostró valiente al hablar al Sanedrín, que teníapoder para matarlo, como hiciera con su Maestro: «Vien-do el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eranhombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reco-nocían que habían estado con Jesús» (Hechos 4:13). Élpudo, también, la noche anterior a su probable ejecución,descansar tranquilo entre los dos soldados que se hallabanencadenados a él. ¡Qué paz de mente! Ahora confiaba en

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el Señor. Ahora, él estaba también libre de las tradiciones,como demuestra su ida a casa de Cornelio, un gentil. Élsiguió la orientación del Espíritu y confirmó la verdad enel concilio de la iglesia en Jerusalén. A pesar de haber fa-llado Pedro algunas veces, como en el caso de Antioquía,supo aceptar con humildad la severa corrección de Pablo,que era bastante más nuevo que él. Además de eso, alabó yrecomendó a Pablo en su propia carta, reconociendo abier-tamente el don de gracia en Pablo. Pedro fue fiel hasta elfin. ¡Qué maravillosa vida con el Señor y qué vida fructí-fera para el Señor!

* * *

Hay, sin embargo, otro punto que vale la pena exa-minar en el incidente de Juan 21. Entre otras cosas regis-tradas, el Señor dice a Pedro: «Cuando eras más joven, teceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo,extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a don-de no quieras».Y el Señor continuó explicando la muertepor la cual Pedro glorificaría a Dios. La vida del discípu-lo es la vida de un mártir. Eso significa que la persona novive para sí misma, sino para otro: para Dios. No importaque su andar con Dios termine en muerte, crucifixión ocualquier otra cosa.1 Eso no es el punto fundamental, perosí, que la vida de un discípulo es la vida de un mártir,vivida para otros. De ahí en adelante, Simón Pedro novivió más para sí mismo, sino para su Señor. Y llegó a sercomo el Señor. Las personas comenzaron a ver en él alpropio Maestro. Eso es el discipulado: cuando otras per-sonas comienzan a ver al Maestro en la forma cómo us-ted se expresa, en su comportamiento, en su relación con

1 La tradición dice que Pedro fue crucificado por Nerón; y cuando co-menzaron a clavarlo en la cruz, exclamó: «No soy digno de ser crucificadocomo mi Señor; colóquenme de cabeza para abajo».

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otros. Solamente cuando el Maestro es visto u oído en lavida de alguien, es que se puede decir que el discípulorealmente aprendió alguna cosa.

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Y, finalmente, después de haber dicho el Señor todoeso a Pedro, agregó: «Sígueme». ¿Por qué? ¿De nuevo?¿No lo he seguido ya estos tres años? ¿Es que aún nopuedo obtener mi diploma? ¿Es que aún no llego al pun-to de ser yo mismo un maestro?

En cierto sentido, si usted sigue al Señor de cercadurante algunos años, usted puede convertirse en un pe-queño maestro para otra persona, pero eso no significaque no tenga nada más que aprender. Nunca piense quellegó a un punto en que no necesita seguir al Maestro yque ahora puede decir a las personas que lo sigan. Laspersonas sólo podrán seguirlo si usted sigue al Maestro.El Señor todavía lo está llamando. Él le continúa dicien-do: «Sígueme». ¿Y por qué? Porque su Maestro es in-agotable. En su sabiduría, en su poder, en su gloria mo-ral, en su carácter, él es realmente inagotable. ¡Oh lasmaravillas y riquezas de Cristo, nuestro Maestro! Seránecesaria la eternidad para aprender todo respecto de él.Es por esa razón que el llamado se repite: «Sígueme».Después de todos esos años de relación íntima con elSeñor, la palabra del Maestro al discípulo continúa sien-do: «Sígueme». ¿Usted todavía lo está siguiendo? El ver-dadero discípulo es aquel que lo sigue para siempre.

Pero vea la actitud de Pedro. Cuando comienza aseguir al Señor, él ve que otra persona también lo sigue,su buen amigo Juan. Y la curiosidad y el carácter delviejo Pedro surgen nuevamente de forma clara e incon-fundible: «Señor, ¿y qué de este? Tú dices que yo voy aseguirte hasta la muerte, ¿y él? ¿Qué tienes que decir de

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él? ¿Él morirá también?». Vemos claramente aquí quePedro todavía no ha llegado a la perfección. Mira lo queel Maestro respondió: «Si quiero que él quede hasta queyo venga, ¿qué a ti?».

Pedro pensó que si el Señor quería que él lo siguie-se hasta la muerte, entonces todos los que siguiesen alSeñor deberían también morir. De otra forma, pensó, se-ría injusto. ¿Cómo puede el maestro esperar que yo lesiga hasta la muerte cuando permite que mi amigo Juanviva hasta que él vuelva? Eso es demasiado. Es muy fácilpara Juan. Pero el Señor le dijo: «¿Qué te importa a ti?Ven, y sígueme y no te incomodes con lo que suceda alos otros».

* * *

Quiero terminar aquí con una breve advertencia. Siel Señor tocó su corazón y usted se siente constreñido aresponder a su llamado, estando dispuesto a seguirlo portodo el camino, puede ser que por su gracia, él lo llamepara seguirlo hasta el fin, es decir, hasta la muerte. Perotenga cuidado. Usted puede ser tentado a mirar hacia atrásy decir: «¿Y mi compañero? Si yo sigo al Señor y muero,y en cambio él puede ser discípulo con tanta facilidad sinnecesitar sufrir, ¡yo estaría siendo un necio! ¡Voy a ser undiscípulo como él!».

Déjeme decirle esto: No mire a su alrededor. Sí,otros pueden, pero usted no. Si es la voluntad del Señorque otros lo sigan por un camino fácil y confortable, peroque su vida enfrente dificultades, eso es asunto de él y node usted. No caiga en esa tentación. Esa mentalidad pue-de volverse un verdadero impedimento en su andar conCristo. No, no haga tales consideraciones. Al contrario,vea lo que el Maestro dice. El Señor declara: «¿Qué teimporta? En cuanto a ti, sígueme».

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De esa forma, la última palabra del Señor a cual-quiera de sus seguidores sólo puede ser esta permanentereafirmación del llamado al discipulado: «¡Sígueme!».

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Oh, querido Señor, cómo te alabamos y agradece-mos porque no eres un Maestro severo, sino un maestroamoroso. Tú eres un océano de amor y queremos perder-nos en ti. Cómo te alabamos y agradecemos por haber-nos atraído con tu gloria, con tu Persona amorosa. Fuis-te tú quien pusiste amor en nuestro corazón, y estamosligados a ti; estamos dispuestos a continuar ligados deesa forma. Pues estar contigo, oh Señor, es un grandegozo; es un real deleite aprender de ti. Oh, tu yugo essuave y tu carga es ligera, pues tú nos amaste y pusisteese mismo amor en nuestro corazón.

Cómo te alabamos por no habernos rechazado, an-tes nos tomaste en tus manos perforadas y nos estás mol-deando y dando forma para tu gloria. Te agradecemos,Señor, porque nos guiaste hasta aquí y creemos que nosguiarás hasta el final. Pues sabemos en quién hemos creí-do y estamos ciertos de que podrás guardar lo que te fueconfiado hasta aquel día.

Estamos ahora en tus manos, Señor. Y oramos paraque puedas realizar en nosotros tu obra. Oramos para quepodamos ser santos y ser transformados por tu Espíritu,para que Cristo pueda ser visto y oído en nosotros, a fin deque muchos puedan ser atraídos a ti y tu Iglesia pueda seredificada y ayudada. Oh Maestro, concede que no seamosaquellos que miran alrededor procurando un camino fá-cil; sino que fijemos nuestros ojos en ti, sin importarnoslos demás, y siempre siguiéndote a ti.

Así, Señor, no confiando más en nosotros mismos,sino en ti, nuestro Maestro, nos encomendamos totalmente

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a ti. Y queremos alabarte y agradecerte anticipadamen-te, sabiendo que nunca fallas y que tú llevarás todo abuen término para tu gloria. Oramos en tu precioso Nom-bre. Amén.

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