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DIECIOCHO 42.2 (Fall 2019) 423 Volume 42.1 Spring, 2019 The University of Virginia RESEÑAS España y el continente americano en el siglo XVIII. Gloria Franco Rubio, Natalia González Heras y Elena de Lorenzo Álvarez, coordinadoras. Gijón: Sociedad Española de Estudios del SigloXVIII, Ediciones Trea, 2017. Frieda Koeninger Sam Houston State University Este volumen publica las actas del VI Congreso Internacional de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII que se llevó a cabo en Madrid en 2016. El tema del congreso fue "España y el continente americano en el siglo XVIII. Se presentan seis ponencias plenarias y cincuenta y tres ensayos de los participantes. Los ensayos se organizan bajan cinco temas generales:1. Historia, economía, política e instituciones 2. España y la cultura americana 3. América en España 4. Expediciones y ciencia en América 5. Historiografía del Nuevo Mundo. Las seis ponencias plenarias abarcan temas muy diversos: un estudio del manejo del imperio español de sus intereses en el territorio que ahora es los Estados Unidos; la primera expedición científica a la América española; análisis del urbanismo y el militarismo. De más interés para los lectores de DIECIOCHO me parece la ponencia sobre la literatura novohispana de María Isabel Terán Elizondo, de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ella primero presenta el problema del nombre que se debe poner a la categoría: literatura/ letras/ escritos de Hispanoamérica/ la América virreinal/ el Nuevo Mundo/ las indianas/ la Colonia, etc. Sin resolver el problema, da una historia exhaustiva del criterio que se ha usado para justificar o rechazar la serie de términos. Entonces toca cuestiones que habría que tomar en cuenta al estudiar esta literatura. Sugiere que se amplíe el criterio clásico de los géneros de la lírica, la dramática y la épica, porque en la Nueva España hubo una aportación importante en "pensamiento, la ciencia y la historia" así que conviene incluir la novela, el periodismo y el ensayo. Menciona a varios estudiosos que han preferido hablar de "cultura" en vez de "literatura" para poder rescatar información sobre la imprenta, la circulación y la censura, por ejemplo, y los lugares donde se divulgaba la cultura. Señala también la cuestión de que el barroco y el neoclasicismo funcionaron al mismo tiempo en la Nueva España del siglo XVIII. Destaca la importancia del barroco mexicano, pues tradicionalmente ha habido prejuicio en contra del barroco. Entre las ponencias, dos tratan de comunicaciones entre el continente americano y Europa. Enrique Giménez López estudia el efecto de las cartas que se mandaron desde Lima sobre la revuelta de Túpac Amaru a los jesuitas exiliados en Italia. Natalia González Heras examina una serie de

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España y el continente americano en el siglo XVIII. Gloria Franco Rubio, Natalia González Heras y Elena de Lorenzo Álvarez, coordinadoras. Gijón: Sociedad Española de Estudios del SigloXVIII, Ediciones Trea, 2017.

Frieda Koeninger Sam Houston State University

Este volumen publica las actas del VI Congreso Internacional de la

Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII que se llevó a cabo en Madrid en 2016. El tema del congreso fue "España y el continente americano en el siglo XVIII. Se presentan seis ponencias plenarias y cincuenta y tres ensayos de los participantes. Los ensayos se organizan bajan cinco temas generales:1. Historia, economía, política e instituciones 2. España y la cultura americana 3. América en España 4. Expediciones y ciencia en América 5. Historiografía del Nuevo Mundo.

Las seis ponencias plenarias abarcan temas muy diversos: un estudio del manejo del imperio español de sus intereses en el territorio que ahora es los Estados Unidos; la primera expedición científica a la América española; análisis del urbanismo y el militarismo. De más interés para los lectores de DIECIOCHO me parece la ponencia sobre la literatura novohispana de María Isabel Terán Elizondo, de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ella primero presenta el problema del nombre que se debe poner a la categoría: literatura/ letras/ escritos de Hispanoamérica/ la América virreinal/ el Nuevo Mundo/ las indianas/ la Colonia, etc. Sin resolver el problema, da una historia exhaustiva del criterio que se ha usado para justificar o rechazar la serie de términos. Entonces toca cuestiones que habría que tomar en cuenta al estudiar esta literatura. Sugiere que se amplíe el criterio clásico de los géneros de la lírica, la dramática y la épica, porque en la Nueva España hubo una aportación importante en "pensamiento, la ciencia y la historia" así que conviene incluir la novela, el periodismo y el ensayo. Menciona a varios estudiosos que han preferido hablar de "cultura" en vez de "literatura" para poder rescatar información sobre la imprenta, la circulación y la censura, por ejemplo, y los lugares donde se divulgaba la cultura. Señala también la cuestión de que el barroco y el neoclasicismo funcionaron al mismo tiempo en la Nueva España del siglo XVIII. Destaca la importancia del barroco mexicano, pues tradicionalmente ha habido prejuicio en contra del barroco.

Entre las ponencias, dos tratan de comunicaciones entre el continente americano y Europa. Enrique Giménez López estudia el efecto de las cartas que se mandaron desde Lima sobre la revuelta de Túpac Amaru a los jesuitas exiliados en Italia. Natalia González Heras examina una serie de

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cartas entre dos familias, una de La Paz y otra de Madrid, en que concuerdan sobre el matrimonio entre dos jóvenes.

Dos ensayos, uno de Ana Rueda y otro de Catherine Jaffe, estudian diferentes novelas en su contexto americano. Rueda analiza novelas históricas en el Perú, como Adela y Matilde, Reynaldo y Elina y Cora. Partiendo de la teoría derridiana sobre la cripta, señala que "La naturaleza peruana oculta o encripta la violencia que se agazapa tras uniones amorosas . . . " (391). Jaffe afirma que Lizardi encierra en el personaje Pomposa, de La quijotita y su prima, un símbolo del peligro de la sociedad colonial mexicana de caer en "los peores aspectos de las culturas indígena, criolla y europea" (654).

Varios ensayistas abarcan algún aspecto de la obra de Feijoo. Eduardo San José Vásquez analiza las fuentes de los numerosos comentarios de Feijoo en torno a diferentes aspectos de la América española y encuentra que probablemente todas son impresas y censuradas—no de cronistas testigos. Sobre todo, en cuanto a la conquista, Feijoo no consulta las memorias de soldados, y así cuando condena "los aspectos menos humanos y cristianos de la conquista", no difiere de la posición oficial: " . . . la alianza de Estado e Iglesia ante los abusos de los conquistadores . . ." (940-41). Noelia García Díaz estudia los medios por los cuales se difundió la obra feijoniana a las Américas, a través de las redes de correspondencia que sostuvo Martin Sarmiento con varios ilustrados peruanos. El artículo de Rodrigo Olay Valdés incluye los paratextos de la edición mexicana de 1759 del poema Desengaño y conversión de un pecador y afirma que éstos demuestran un aprecio y conocimiento inesperados de la poesía del benedictino en México.

Otro tema que aparece entre los escritores de este volumen es el de la censura durante el siglo XVIII de obras que tratan sobre la historia americana. Fermín del Pino Díaz explica que en 1798, Campomanes, director de la Academia de la Historia, apoya de manera velada varias cartas que critican de mala fe la obra del historiador Juan Bautista Muñoz. A causa de estas invectivas, ya no se publicó el segundo volumen de su Historia del Nuevo Mundo y posiblemente la agobiante tensión que se provocó en Muñoz redundó en su muerte de un ataque de apoplejía. Por fortuna, se ha reconocido a Muñoz como "el que inició la nueva historiografía del Nuevo Mundo" (878). Elena de Lorenzo Alvarez analiza cinco censuras negativas de la Real Academia de Historia de obras sobre América y concluye que se rechazaron estas por diferentes razones: errores históricos y geográficos, la falta de rigor científico, la omisión de fuentes y hasta cuestiones estilísticas. Concluye que se debe cuestionar la imagen de la RAH como "el brazo ejecutor del control de la imagen de América promovida desde el Consejo de Indias" (881). Resulta también interesante el ensayo de Eva Velasco Moreno, que examina el caso de la censura de The History of America, del escocés William Robertson. Los ilustrados de la Real Academia de Historia recibieron la obra con mucho entusiasmo y, durante más de un año,

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trabajaron sobre una traducción, agregando notas, no tanto por censurarla, sino para modificar la imagen negativa de España y "reivindicar el honor nacional pasado y presente" (906). Tal vez por un "error de cálculo del propio Campomanes", Gálvez repentinamente prohibió la obra de Robertson en diciembre de 1778 (911).

Con otros temas tan variados como el teatro breve, el chocolate, las bibliotecas privadas y la expediciones botánicas, queda claro que el volumen atraerá el interés de una amplia gama de estudiosos del siglo XVIII hispano-americano.

∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ Nicolás Bas Martín. Spanish Books in the Europe of the Enlightenment (Paris and London): A View from Abroad. Andy Birch, trans. Leiden and Boston: Brill, 2018.

Janis A. Tomlinson University of Delaware

In this exploration of the trade in Spanish books in Paris and London

throughout the eighteenth century Nicolás Bas Martín draws on an array of primary sources, including bookseller’s catalogs, bibliographies, periodical literature, auction catalogs, and the contents of individual and lending libraries in both cities. Tables throughout the book provide insights into the components of the book trade, culminating in the appendices of Spanish books in Parisian bookshops (261-285), graphs of London bookshops with stocks of Spanish Books (304-307), and a list of the catalogs of London booksellers containing Spanish books (308-312).

The definition of a “Spanish” book, which remains implicit, is an all-encompassing one, ranging from the six-volume tome of Opera Moralia by the Castilian Jesuit Ferdinandus de Castro Palao to a book Spanish (and French) in subject, but not in authorship, Parallelle des cardinaux de Richelieu et de Ximenes (both banned in France in 1701). An undated list of books in the Parisian shop of Pierre Witte (who in 1704 was refused permission to publish the comparative biography of Richelieu and Ximenes) encompasses histories, devotional works, a French and Spanish dictionary, and Délices d’Espagne et Portugal with engraved illustrations. Only two literary works are included, a five-volume Histoire de D. Quichotte and Mateo Alemán’s Vida de Guzmán de Alfarache (23-4). The latter would be popular throughout the century, to be offered in a three-volume pocket edition printed in Paris in 1733 and subsequently found in various private collections (85).

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Don Quixote eclipsed all other Spanish works in both capitals, and Bas returns frequently to its popularity. In Paris, it was read in French translation, published eventually as a livre de poche (68). However, the conclusion that Don Quixote became, “for certain French families, a source of daily reading similar to that of the Bible for Protestants” (9), based on the account by the Marquis of Pelleport that as a child the family maid read novels and particularly Don Quixote out loud, needs further substantiation.

When the author turns to London, his style become more engagingly narrative than the more data-driven discussion of Paris. In contrast to France, there was a market in England for eighteenth-century writers including Feijoo and Padre Isla, whose satirical novel Fray Gerundio de Campazas was translated in 1772. There was also a broader interest in Spanish culture, reflected in the translation of two works by Antonio Palomino, Las vidas de los pintores y estatuarios eminentes españoles (1742, 1744) and Las ciudades, Iglesias y conventos de España (1746). We might guess that these translations provided preliminary reading for the several English travelers discussed by Bas whose accounts soon appeared: Edward Clark (1763), Richard Twiss (1775), William Dalrymple (1777), Henry Swineburne (1779), and John Talbot Dillon (1781).

The absence of other accounts of English travelers is presumably due in part to the Spanish war with England (1779-1783) although English interest continued, as evidenced by the 1789 translation from French of the travel account of Jean-François Bourgoing, reviewed in The European Magazine in 1790 (130). During the decade preceding that war, under the ambassadorship of Lord Grantham (1771-79), the English embassy in Madrid served as a clearing house for the export of Spanish books to England; the ambassador not only purchased books for himself from the Madrid printer and bookseller Antonio Sancha, but his chaplain facilitated exchanges between Spanish booksellers and their English counterparts as well as collectors.

We learn much from this book, although doing so is not particularly easy. Subjects are introduced briefly, only to reappear several pages later: references to Don Quixote throughout might well have been brought together in a single chapter comparing the book’s fortunes in both France and England. Given the temporal breadth of the study, as well as the range of sources cited and topics discussed, a chronological framework would have facilitated the reader’s task and also allowed us to judge possible coincidences between the book trade and such historical events as the arrival of the Bourbon dynasty in Spain at the beginning of the century, the Family Pact of 1763 uniting the Bourbon monarchies of France and Spain, Spain’s war against England previously mention, her forced declaration of war against revolutionary French in 1793, and her rapprochement with the Directoire after 1796. An example of this disregard for chronology is a table of Parisian bookshops stocking Spanish literature, ordered by the number of volumes; the reader who seeks out dates for these booksellers in

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the narrative that follows discovers that the first four entries take us from 1757, to 1759-1813, to 1803, to 1719-1764. More thorough editing or proof-reading might also have helped: we are baffled when discussion of a request from a Parisian bookseller to publish as book, dated May 21, 1776, precedes a discussion which begins, “A few years later, in 1768…” (26); we encounter a reference to a “traveler named Dillon” (147) and a “British traveler named Talbot Dillon,” (161) and are left to assume the reference is to John Talbot Dillon, whose Letters from an English traveller in Spain (1781) was discussed pages earlier (143).

The lists and table of Spanish books might have been more helpful were some mention made of these quantities as a percentage of bookseller’s stock or collectors’ holdings, even if the limited quantities suggest that Spanish books were a miniscule portion of the trade. The author concludes, “on the basis of all that has been stated, that Spanish literature played only a minor role in the cultural life of eighteenth-century Paris and London” (254). Bas’s research nevertheless introduces an important element to be considered within the evolving engagement of France and England with Spanish culture, to come to fruition during the following century.

∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂Esteban Guazzo. La conversación civil. Giuseppe Marino, ed. Madrid: Iberoamericana-Vervuert, 2019.

Joaquín Álvarez Barrientos CSIC, Madrid

El motivo de reseñar esta obra del siglo XVI en una revista dedicada al siglo XVIII es que se ofrece la traducción que al castellano hizo José Gerardo de Hervás en la primera mitad de este, que ha permanecido inédita hasta este momento. La conversación civil, aparecida por primera vez en 1574, fue numerosas veces reeditada y traducida a otras lenguas. En España solo lo fue tardíamente en la pluma de Hervás. De manera que la publicación ahora de su traducción contribuye a tener un mejor conocimiento de la difusión y recepción del autor y su obra en el Continente. A la introducción y edición de Giuseppe Marino antecede un preámbulo de Jesús Gómez, experto en el diálogo renacentista, que sitúa la obra de Guazzo en la cronología que va desde esa forma de habla a la conversación. Jesús Gómez denuncia, además, la ausencia de referencias a

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los textos españoles en la bibliografía de quienes han estudiado este asunto (Burke, Fumaroli, etc.), situación que lo desenfoca al dar mayor relieve e influencia a las obras italianas y francesas, dejando en el olvido la realidad española. Hervás comenzó a traducir esa obra desde su versión francesa porque con este ejercicio quería aprender esa lengua pero poco a poco vio la utilidad y necesidad de tener esta obra en español, de manera que buscó el original italiano sin encontrarlo. Es cierto que, tras las muchas reediciones en el XVI, La conversación civil cayó en el olvido. Por otro lado, atendiendo al contexto en que realizó su versión, no es extraño que la iniciara y se interesara por ella, si se considera que son momentos en que la conversación, como forma mejor de la nueva sociabilidad, se manifestaba en la proliferación de reuniones y tertulias (después cafés), con los consiguientes debates y críticas en periódicos y folletos. A la vez, más tarde despegaría el negocio de los libros de entretenimiento para ocupar el tiempo en esas reuniones, con lo que la versión de Hervás habría contribuido al beneficio de su traductor (siempre necesitado) y a engrosar los discursos sobre la conversación y la civilización. Pero quedó inédita y olvidada. Por otro lado, la traducción de esta obra del Renacimiento pone de relieve las relaciones entre esa etapa de la historia de la humanidad y el periodo de la Ilustración. Continuidades pero también diferencias, como por ejemplo la progresiva especialización de la palabra “civil”, que se aplica en la época como sinónimo de lo urbano, lo sociable, lo atento y educado, olvidando su acepción negativa de ruindad, miseria y mezquindad. La importancia que la conversación adquiere en la época, como muestra de lo que es la nueva civilización, se ve en las críticas que tratados como este recibieron desde los Vicios de las tertulias, por ejemplo. Pero al mismo tiempo se percibe en que lo que primero fue ética o se explica desde esta perspectiva, en el XVII y XVIII se codifica ya como estética y en algunos casos como etiqueta de la comunicación, según recordó Rodríguez de la Flor en Pasiones frías. El libro de Guazzo traducido por Hervás se habría insertado en estos procesos de haber conocido la luz pública en el Setecientos. Giuseppe Marino plantea la continuidad entre el sentido del texto en el XVI y en el XVIII, y habría sido interesante un mayor desarrollo de este aspecto para ver cómo se acomodaba un tratado antiguo en momentos en que la conversación se abría a modos menos codificados. Hace también Marino algunas calas en la desconocida biografía de José Gerardo Hervás, para observar que la traducción le pertenece y no al padre Isla ni a otros personajes que se encontraban a su alrededor y a los que a veces se han atribuido otras obras suyas. Para ello trabaja sobre la identificación de los famosos seudónimos que utilizó el que fue profesor en Salamanca durante algún tiempo. La buena conversación constituyó al hombre de bien, teniendo en cuenta que la palabra conversación significó también trato, comunicación,

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reunión, es decir, las formas en que se manifestaba la sociabilidad y la convivencia en una sociedad que optaba por las buenas maneras en sus costumbres. Y esta fue la apuesta de Hervás, quien escribió en su prólogo que “los libros tienen su estrella”. La de su traducción puede empezar a brillar ahora, gracias al trabajo de Giuseppe Marino, tras permanecer más de dos siglos en la oscuridad.

∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ In Defence of Women. Joanna M. Barker, ed. and trans. Modern Humanities Research Association New Translations 14. Cambridge, U.K.: MHRA, 2018.

Catherine M. Jaffe Texas State University, San Marcos

The dearth of translations of significant pro-woman texts of

eighteenth-century Spain has undoubtedly been an obstacle to a wide appreciation of the contribution of Spanish writers to Enlightenment feminism. Influential studies of European feminism such as Karen Offen’s European Feminisms 1700-1850 (2000) mention significant writers of the Spanish Enlightenment like Benedictine friar Benito Jerónimo Feijoo or the erudite Josefa Amar y Borbón without specific analysis of their texts. A pervasive blind spot within Hispanic studies itself that is only recently being overcome has also led to a neglect of eighteenth-century writers, and especially of women writers. In their 2005 collection Women, Gender and Enlightenment, Sarah Knott and Barbara Taylor signalled a welcome change to this traditional exclusion by featuring several chapters on Spanish writers. Indeed, as Enlightenment studies have shifted from a center and peripheries orientation or a national Enlightenments approach, to considerations of a global Enlightenment and to the transnational circulation of Enlightenment thought and social practices, gender studies have undergone a corresponding reorientation. A thorough analysis of the role of translation in circulating thought on gender and of texts as transcultural mediators is leading to a more detailed appreciation of the balance of local conditions and transnational influences in the formulation of gender norms and and roles.

With the collection In Defence of Women, Joanna M. Barker presents new translations of four of the most important early Spanish feminist texts: Feijoo’s 1726 “Defensa de las mujeres,” published in his multi-volume

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encyclopedic work, Teatro Crítico Universal (1726-1739); Josefa Amar y Borbón’s 1786 Discurso en defensa del talento de las mujeres, published to support women’s admission to the Royal Madrid Economic Society; the prologue to Amar’s 1790 scholarly treatise on women’s education, Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres; and Inés Joyes y Blake’s Apología de las mujeres, appended as an original epilogue to her translation of Samuel Johnson’s novel Historia de Rasselas, príncipe de Abisinia. Both Feijoo’s “Defensa” and Amar’s 1786 essay incited controversy and polemics in the press by posing open challenges to established hierarchies and ways of thought, while Amar’s book on women’s education and Joyes’s “Apología” met with little fanfare. Yet scholars have recently worked to delineate the significance of these texts in the continuum of thinking about women and gender roles in society, highlighting their connections to the European querrelle des femmes carried on since the Renaissance, to Enlightenment rationality and the defense of the rights of women, and to the ongoing shift in attitudes towards women’s role in Spain’s trajectory toward modernity. The texts included in the Barker’s volume feature prominently in a new appraisal of the history of feminism in Spain edited by Silvia Bermúdez and Roberta Johnson, A New History of Iberian Feminisms (2018). Therefore, In Defence of Women provides translations of crucial texts that will be particularly useful for scholars of gender, women’s history, and the Enlightenment who do not read Spanish, as well as for students in English-language classes on these areas. Feijoo, for example, has not been translated since 1810; the other texts have never been translated. Clearly, Barker has met a real need with this volume.

Barker provides a general introduction to the volume and introductions to each of the writers, along with a summary of the texts. The summaries and translations are clear and readable and include footnotes that explain references to terms and names in the texts. The general introduction to the volume proposes to set the writers’ works within the context of Spanish pro-woman thought, and rightly notes the enduring influence of Renaissance writers Juan Luis Vives and Fray Luis de León and of the seventeenth-century novelist María de Zayas y Sotomayor. However, the introduction’s overview of Spanish proto-feminist thought and of Spanish history lacks nuance and relies on discredited historical commonplaces: “Throughout the seventeenth century, Spain was a closed society, standing aloof from cultural developments taking place elsewhere in Europe, and wrapped in memories of its glorious past” (1). Barker further implies that the Spanish Enlightenment was merely imported: “The influx of people, books and ideas from beyond its borders gave Spain its own, all too brief, age of Enlightenment” (1). Barker foregrounds foreign traveler’s accounts of what eighteenth-century Spanish society was like and invokes uncritically the pervasive “Black Legend” stereotype, while observing that “Spain was a consumer rather than a creator of new ideas” (12). Barker mentions important studies of the Spanish Enlightenment, such as Herr (1958),

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Sarrailh (1954), and Astigarraga (2015), but struggles to appropriately describe the relevant context of the Spanish Enlightenment period. Furthermore, Barker’s introductions to the authors’ lives and work rely entirely on existing scholarship, especially on the Spanish editions and biographies by María Victoria López-Cordón and Mónica Bolufer, who are only briefly cited in footnotes. Barker’s final bibliography supplies a reasonable list of important scholarship on these writers and on the Spanish Enlightenment that will be useful to students. In Defence of Women presents a welcome contribution of readable new English translations of critical texts of eighteenth-century Spanish feminism; however, its introduction to the Spanish Enlightenment and to the authors’ contributions to feminist thought should be taken with a grain of salt.

∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ Nicolás Fernández-Medina. Life Embodied: The Promise of Vital Force in Spanish Modernity. Montreal: McGill-Queen’s University Press, 2018.

Matthew James Crawford Kent State University

“[L]ife becomes resistance to power when power takes life as its

object” (Gilles Deleuze, Foucault, New York: Continuum, 1999: 77). This observation from Deleuze encapsulates the animating insight of Nicolás Fernández-Medina’s fascinating study of the history of “the question of vital force” in Spanish modernity from the late seventeenth to the early twentieth century. Life Embodied argues that various Spanish intellectuals employed discourses of vital force to critique “authority in Spain” and challenge “its claims to religious, scientific, philosophical and literary legitimacy” (xiv). Focusing primarily on the long eighteenth century (c. 1680-1810), this study surveys a range of literary, philosophical, and scientific texts from key Spanish thinkers in order to demonstrate how narratives of vital force illuminated “the contradictory nature of reason and the inherently unstable categories of knowledge at the heart of modernity” (303). As a result, the book not only makes an excellent case for the significance of vitalism for understanding Spanish modernity but also offers a useful meditation on the politics of the body in modernity.

The unifying theme of the book is what Fernández-Medina calls the “question of vital force” —a phrase which refers to efforts to explain the animating principle that separated living bodies from lifeless matter (xx). The chapters are organized chronologically and divide the history of

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vitalism in Spain into three periods —1680s to 1740s, 1740s to 1810s, and 1810s to 1910s— each covered by two chapters. Beginning with Juan Cabriada’s Carta filosofica in 1687, each of the six chapters focuse on the writings of key thinkers that made a significant contribution to Spanish vitalist thinking and used the discourse of vitalism to challenge the authority of the dominant conceptions of life, the body and nature in Spanish and European culture. The first half of the book explores the significance of vitalist principles in the medical writings of Spanish physicians and anatomists from the 1680s to the 1790s. In the first chapter, Fernández-Medina argues that the most “subversive contribution” of Juan Cabriada’s epistolary treatise on a case of tertian fever was not its endorsement of the new anatomical and physiological theories of seventeenth-century Europe but its assertion that the human body had its own vitalizing principle. This assertion represented a direct challenge to the Catholic Church, which, in conjunction with the dominance Galenic medicine in universities, claimed exclusive authority in matters of the soul.

The next two chapters trace the increasing impact of vitalist thinking in the Spanish Enlightenment by highlighting the ways in which the medical treatises of several physicians undermined religious authority and the notion of the supremacy of the soul as the animating principle of the body. Along the way, Fernández-Medina offers some important insights such as how the revival Hippocratic vitalism in the writings of Boix y Moliner and Martínez, which was intended primarily as a response to cartesianism and its attempt to reduce the processes of life to mechanical principles, ended up challenging religious authority as well. The first half of the book also offers a brilliant reading of Diego de Torres Villaroel’s Anatomy of the Visible and Invisible (1738) as an early example of how religious apologists relied on ever more detailed anatomical and physiological knowledge of the body in their attempts to defend the supremacy of the source —a technique that Fernández-Medina calls “anatomizing the soul” (116).

The three chapters in the second half of the book focuses the impact of vitalism in Spanish culture beyond the medical disciplines from the 1790s to the 1910s. Chapter 4, following recent revisionist scholarship, recasts Gaspar Melchor de Jovellanos as a transitional figure whose writings foreshadowed the themes and sensibilities of romanticism as much as they espoused the ideals of the Enlightenment. Fernández-Medina argues that Jovellanos in his travel writings, diaries and letters emphasized the “organic unity” of nature permeated by an animating force. Such views, Fernández-Medina continues, anticipated the “romantic conception of life” as described by Robert J. Richards (159). The remaining two chapters focus on how the body took on new significance in the aesthetic and philosophical discourses of in nineteenth- and early twentieth-century Spain and how vitalist principles informed the response to the rise of positivism and Krausist philosophy in Spain. For example, the final chapter explores how Miguel de Unamuno and his contemporaries made vitalism a central

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component of their thinking about regeneracionismo and subjectivity. On the eve of World War I, the question of vital force informed the epistemology and aesthetics of modernism in which the “lived body” became the foundation for all experience, knowledge and consciousness. Through these different episodes, Life Embodied nicely tracks “the continuity and evolution of questions of vital force” and shows how ideas about the irreducibility of life paradoxically drove modern impulses to know more about life even as vitalism questioned whether total knowledge of life was even possible.

As a work of intellectual history, Life Embodied deserves recognition for its interdisciplinary approach and thoughtful engagement with scholarship from philosophy, literary studies, and history of science and medicine. At the same time, this study would benefit from greater attention to gender in its analysis. In the preface, Fernández-Medina explicitly notes that all of the primary sources in his study were written by men and were products of “the dominant male culture of patriarchy” (xx). He expains that the “underrepresentation of women” was, in part, a product of the “critical parameters” that he set for his source base resulting in a paucity of materials addressing “the question of vital force in Spain from the perspective of women’s experience” (xx-xxi). Yet, the exclusion of women —both physically and conceptually— from Spanish narratives of vital force begs for more analysis and explanation. These male authors must have recognized the importance of women in reproduction (the literal embodiment of life). So, why didn’t these authors —especially those writing about anatomy, physiology and medicine— give greater attention to the process of making new life? As much as Fernández-Medina celebrates these narratives of vital force as vehicles for resisting and challenging authority in Spanish modernity, greater attention to the question of gender may have provided some insight into the limits of vitalism’s subversiveness as well as the ways in which vitalism reinforced certain forms of authority (patriarchy) while questioning others (religion).

Overall, Life Embodied is a very fine study that convincingly argues for the centrality of the question of vital force to Spanish modernity. Along the way, it provides an excellent summary and analysis of the works and ideas of many key thinkers of Spain in the periods covered. While the book will be of great interest to specialists in Spanish history, especially the Spanish Enlightenment, it also deserves a broader readership because it offers valuable insight into the ways in which discourses about the body played a role in negotiating the conceptual tensions of European modernity. While the conceptual framework of the book is a bit demanding, it is suitable for advanced undergraduate seminars and deserves a place in graduate seminars on modern European history. Ultimately, Life Embodied is a good exemplar of intellectual history that is both critically engaged and historically grounded.

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∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ Pedro García del Cañuelo. La abolición del tormento: El inédito “Discurso sobre la injusticia del apremio judicial” (c. 1795). José Manuel Pereiro Otero, ed. Chapel Hill: North Carolina Studies in the Romance Language and Literatures, 2018.

Jorge Chen Sham Universidad de Costa Rica

José Manuel Pereiro Otero edita e introduce, en este libro, un

manuscrito hasta ahora inédito que debe tener ya su lugar no solo para quien se interese en las ideas y el pensamiento sobre las penas y la justicia del periodo entre siglos, sino también para quien se interrogue sobre la profusión de castigos y tormentos en la narrativa y la comedia seria de la época y del Romanticismo. Rebasa, entonces, su lugar en la historia del derecho y la jurisprudencia, para situarse en las discusiones éticas y políticas sobre la esclavitud y la pena capital, así como sobre los tormentos, que fantasmean con el morbo del terror inquisitorial o lo gótico (13). En una apretada introducción con el título de “Tortura judicial y apremio en el siglo XVIII español” (17-36), Pereiro Otero comienza con la referencia léxica al cambio de significado metáforico y sinecdótico de la palabra a finales del s. XVIII, cuando el apremio se asocia ya a tortura y no tanto a la acción propia de la autoridad judicial (18). Pedro García del Cañuelo envía este Discurso sobre la injusticia del apremio judicial a Manuel Godoy en 1795, con miras a una futura publicación. Su publicación ya en forma de libro permite subrayar, indica Pereiro Otero, las discusiones sobre los mecanismos coercitivos, los apremios, y los rechazos ilustrados hacia la tortura judicial (21). Recordemos que las Cortes de Cádiz los prohíben, mientras luego la ficción narrativa y el teatro romántico atizan a los espectadores con estos deleznables tormentos.

El Cap.1, “El discurso abolicionista allende los Pirineos” (37-67), explicaría esas razones por las cuales este Discurso hubiera permanecido inédito hasta el día de hoy. Se explicita ese contexto europeo en el que la utilización de los tormentos se proscriben ya sea apelando a la filantropía y al “humanitarismo”del Siglo de las Luces, ya sea a las nuevas propuestas acerca del origen de la soberanía del Monarca y su relación con los súbditos (40). Los nombres de Montesquieu, Voltaire y Beccaria son obligatorios en este balance crítico, a la par de otros menos conocidos, tales como el austriaco Joseph von Sonnenfels o los italianos Gaetano Filangieri y Pietro Verri. El Cap. II, “La polémica abolicionista aquende los Pirineos” (69-147) se abre con esa referencia obligatoria a Jovellanos en El delincuente honrado (75), para continuar con una serie de testimonios y opiniones de quienes

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imparten la justicia y observan sus excesos en esta materia; destacan Meléndez Valdés, Alfonso María de Acevedo, Pedro de Castro, fray Fernando de Ceballos y Manuel de Lardizábal. Ahora bien, también incorpora otros tipos de publicaciones, incluye opiniones de El Censor, del Espíritu de los Mejores Diarios Literarios y a Feijoo, así como a autores teatrales como Comella. A Pereiro Otero le faltó un hilo argumental en la presentación de este repertorio de opiniones, pues ni sigue un criterio cronológico o genérico.

El Cap. III, “La historia de un fracaso” (149-168), muy breve por cierto, se dedica a la figura de Pedro García del Cañuelo; reúne los escasos datos biográficos que se han recolectado. El editor reconstruye sus motivaciones fundadas, según él, en ese concepto cadalsiano del “hombre de bien” (154), muy preocupado por la situación de su país. Con esta finalidad escudriña la correspondencia conservada en donde se resalta su “oposición al recurso de la autoridad y al ciego acato de la jerarquía” (155), al tiempo que explora sus relaciones con Godoy. El Cap. IV, “El Discurso sobre la injusticia del apremio judicial” (169-220), se dedica a estudiar el manuscrito en tanto documento, así como “los fundamentos retóricos, filosóficos y argumentativos” (169), su estructura organizativa y las justificaciones para sostener la tesis del derecho real “como única fuente legislativa” (175) y de jurisprudencia en materia procesal. Y en cuanto al pathos del orador, Pereiro Otero insiste en esa “mezcla de patriotismo y amor” (182), a partir de los cuales él se erige no solo en mediador de la justicia, sino también entre el pueblo y la aristocracia (181), pues nociones como “súbdito” o “ciudadano” muestran la “filiación rousseauniana” (191, en cursiva en el texto) necesarias para sostener la “injusticia” (192) de los procedimientos judiciales basados en mecanismos de tortura, cuando estos son solamente un tipo de apremio posible (193).

Además de unas conclusiones bien fundamentadas, esta edición de Pereiro Otero incluye como “apéndices” tanto su edición del Discurso sobre la injusticia del apremio judicial, como la reproducción fotostática del manuscrito. Con ello, queda muy claro que su libro no es una edición crítica del texto de Pedro García del Cañuelo, por cuanto el estudio preliminar es demasiado voluminoso para que sea considerado de esa manera, cuando además el texto de marras se ofrece como un anexo. Esperamos que pronto una editorial se interese por una edición más accesible al público en general.

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∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ Ana Contreras Elvira. Asombros y encantos. La escenificación de la comedia de magia del siglo XVIII. Madrid: Fundamentos, 2018.

Óscar Ruiz Hernández University of Virginia

Si redujéramos la comedia de magia únicamente a sus dimensiones

escénicas de gran espectáculo y diversión carnavalesca, no podríamos entender el extraordinario éxito y la polémica que este género híbrido suscitó durante los siglos XVIII y XIX. El libro de la profesora Contreras recoge y analiza cuidadosamente todos los aspectos, tanto ideológicos como escénicos, que contribuyeron a desarrollar el imaginario, la puesta en escena y la actuación que distinguieron a este género específico del siglo XVIII español. Ana Contreras Elvira es profesora titular de Dirección Escénica en la RESAD y Doctora en Filología Hispánica, entre otras muchas distinciones. Junto a la dirección de más de una treintena de espectáculos, su investigación se centra en el teatro dieciochesco y contemporáneo, o la pedagogía artística, y sus numerosos estudios examinan con especial atención la relación entre lo teatral, lo ético y lo político. Es miembro de varias asociaciones teatrales y educativas, así como forma parte del consejo de redacción de la revista Acotaciones.

Contreras divide su análisis en tres partes: el género, los imaginarios y su escenificación. El primer aspecto fundamental que debe ponerse de relieve sobre las comedias de magia es su hibridez, y cualquier estudio que intente una aproximación a la definición de este género, deberá precisar cuáles son los elementos básicos que lo constituyen. Contreras señala, por tanto, la necesidad de distinguir las comedias de magia de las comedias “con magia” (23), si la magia es un elemento secundario de la trama o considerada un engaño. También hay que distinguirlas de las comedias “con asunto de magia” (25), si no poseen el componente espectacular de canto y baile. Por consiguiente, Contreras establece que en la comedia “de magia”, esta debe ocupar un lugar esencial en la trama, cuya dimensión escénica y espectacular tiene como finalidad divertir al público en el contexto festivo del carnaval o en cualquier época del año.

Este género que llegó a considerarse subversivo durante el siglo XVIII y fue prohibido en 1778, posteriormente se desarrolló hasta convertirse en uno de los espectáculos favoritos de la burguesía en el XIX, para luego desaparecer a principios del siglo XX. Contreras distingue tres etapas en su desarrollo durante el XVIII, marcadas por dos eventos cruciales en la historia literaria y política: la publicación de la Poética de Luzán en 1737 y el motín de Esquilache en 1766. Asimismo, resulta de especial interés el examen de su estructura narrativa, discursiva y asociativa, con la discusión de elementos clave como el discurso, el personaje, el tiempo y el espacio, la recepción del público o la escenografía.

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La segunda parte del libro aborda la influencia de los imaginarios. Contreras entiende que la civilización occidental moderna, como producto de la Reforma, es el resultado de la censura del imaginario, cuya consecuencia principal, en el plano teórico y práctico, es el surgimiento de la ciencia exacta y las instituciones modernas; pero a nivel psicosocial, “constituye la aparición de todas nuestras neurosis crónicas” (114). Dedica un importante apartado a las inversiones de tipo carnavalescas basadas en estudios clásicos como el de Bajtín o el de Javier Huerta Calvo. Destacan las inversiones con carácter revolucionario de clase y género, unidas al disfraz y el exceso en diferentes ambientes festivos como la mojiganga, los bailes de máscaras o la cucaña. Los Ilustrados tuvieron que lidiar también con la magia o la emblemática utilizadas en estas comedias para el diseño de personajes y la utilería. Estos aspectos, enraizados en la tradición, influían todavía fuertemente en las creencias de la sociedad dieciochesca, a pesar del cambio del paradigma epistemológico que se había producido (89).

La tercera parte, sobre la escenificación y la actuación, es quizá la más relevante por la poca frecuencia con la que estas áreas son estudiadas. La escena físicamente evolucionó del altar, a la plaza pública, el corral y el coliseo, y constituye un espacio liminal donde se representan todo tipo de ambientes: el cielo, el infierno, tormentas, interiores, jardines y bosques, etc. Los decorados, así como las relaciones espaciales en escena, eran esenciales para completar la ilusión teatral. A este efecto, resultan muy útiles las reseñas que incluye Contreras sobre algunos de los grandes escenógrafos de la época. La escasez de testimonios, sin embargo, dificulta el análisis de la actuación. En el siglo XVIII significaba representar un papel con características fijas: damas, galanes, barbas, graciosos. El actor debía dominar una variedad de disciplinas además de actuar, como canto, baile o acrobacia, por influencia de la commedia dell’arte, aunque, según avanza el siglo, la expresión de las pasiones cobra un gran interés (199). Por último, debe señalarse la crítica que se hizo durante el siglo a la exageración de las representaciones, que con frecuencia destruía la verosimilitud e ilusión escénicas al romper la cuarta pared y dirigirse al público (238).

El estudio de la profesora Contreras destaca por el eclecticismo con el que examina un género y una época tan complejos como son la comedia de magia y el siglo XVIII. Un género que causaba asombro por los efectos visuales y tramoyísticos que detenían la acción en escena, porque “hay que dar tiempo al deleite” (45). En ocasiones, la escasez de ejemplos que corroboren lo afirmado determina un enfoque excesivamente teórico, pero se compensa ampliamente con el notable análisis sobre los imaginarios simbólicos, el espacio escénico y las controvertidas técnicas de interpretación de los actores. La comedia de magia se constituyó en un género sincrético en el que las estructuras discursivas, las diferentes ideologías y el aparato escénico se ensamblaron en un gran espectáculo (269) que desafió los intentos de reforma ilustrados. Su gran desarrollo fue impulsado por la misma naturaleza del teatro durante el siglo XVIII, que

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conformaba una parte esencial de la vida y las relaciones sociales al establecer una “comunidad temporal”, pero, como nos recuerda la profesora Contreras, “no por ello menos verdadera” (196).

∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ G. M. de Jovellanos. El Pelayo. Tragedia. Edición, introducción y notas de Elena de Lorenzo Álvarez. Gijón: Ediciones Trea, 2018.

José A. Valero University of Wisconsin-Eau Claire

Bienvenida sea esta edición crítica de El Pelayo, debida a la prominente dieciochista y jovellanista Elena de Lorenzo, directora del IFES XVIII, autora del monográfico Jovellanos, 1744-1811 y editora del volumen de Escritos sobre Literatura de la edición crítica de las Obras Completas de Jovellanos, por destacar dos aportaciones entre las muchas que ha dedicado a su paisano gijonés. De Lorenzo justifica la oportunidad de esta nueva edición en una "Nota Previa" que sintetiza mucho de lo que detallará en el extenso y minucioso "Estudio Preliminar" que sigue. Pertinentes a esa justificación son las precisiones textuales que siguen. El manuscrito original de El Pelayo de 1769 está perdido. Conocíamos la tragedia vía una deficiente edición comercial de Ramón María Cañedo (1832), seguida por todas las sucesivas hasta la de J.M. Caso González para el tomo primero (1984) de las Obras Completas de Jovellanos, basada en un Munuza publicado anónimamente en 1792, y titulada Pelayo o la muerte de Munuza. Sabemos que Jovellanos corrigió El Pelayo en 1771-72 por noticias de Ceán Bermúdez y del propio Jovellanos en su prólogo para la edición que habría publicado en 1773 de no haberse impuesto su prurito (cuenta Ceán) a la insistencia de sus amigos. Junto con este prólogo escribió Jovellanos 22 notas eruditas y una disertación (perdida) sobre el Pelayo histórico, parcialmente en respuesta a su puesta en duda por Mayans en su Defensa del Rey Witiza (1772). Este Pelayo corregido sería el que se representó en Gijón en 1782. René Andioc y Mireille Coulon demostraron, ya después de la edición de Caso González, que Ceán tenía razón en dudar que los cambios en Munuza (1792) respecto de El Pelayo de 1769/1773 fueran obra del propio Jovellanos, y que eran de hecho obra de Luciano Francisco Comella. De Lorenzo aporta convincentes argumentos adicionales en base a testimonios de la época para rechazar la posibilidad de intervención de Jovellanos en el Munuza. Todo lo anterior justificaría por sí la necesidad de una nueva edición crítica, pero además se suma a ello el descubrimiento de dos manuscritos de El Pelayo desconocidos al tiempo de la edición de Caso

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González: el MSS/3705 de la Biblioteca Nacional, catalogado por error como el Pelayo de Quintana, y otro, de cuya existencia había advertido Philip Deacon al IFES XVIII, conservado hoy en el Museo Casa Natal de Jovellanos (FD2657). A la luz de estos dos manuscritos De Lorenzo expone los muchos errores de la edición de Cañedo. La sexta de las 22 notas eruditas de Jovellanos permite comprobar que tanto los dos manuscritos como la edición de Cañedo resultan de las correciones de 1771-72, y que seguimos sin conocer un manuscrito de la versión primitiva de 1769. Dado que los dos manuscritos no incluyen los paratextos para esa proyectada edición de 1773, debemos dar también por perdido el manuscrito de 1773, junto con el manuscrito, que podría ser el mismo, que utilizó Cañedo. Junto con estas precisiones el estudio preliminar incluye un análisis de los paratextos redactados para la edición abortada de 1773. En el "Prólogo" Jovellanos justifica la escritura de la tragedia, aporta datos contextuales, y acomete cuestiones teóricas; destaca aquí De Lorenzo la cita horaciana de Jovellanos, celebrare domestica facta, "emblema de la nueva tragedia neoclásica" (36) y de su impulso de nacionalización temática. En las 22 "Notas" eruditas se aclaran referencias históricas, se dirimen cuestiones de sujeción a la preceptiva neoclásica, y se defienden ciertas libertades en la trama respecto de lo que narran las crónicas pelagianas (asunto al que De Lorenzo dedica un capítulo aparte). Esta edición incluye tanto el "Prólogo" y dos borradores suyos como las 22 "Notas," además de un prólogo en verso de Jovellanos para la representación en Gijón en 1782 y un borrador de la respuesta de Jovellanos a unos reparos hechos a su tragedia, perdidos, que De Lorenzo supone parte de una censura "favorable con reparos." Todos estos paratextos y las ocasiones que los propiciaron son analizados en detalle. También se incluyen como apéndice las noticias de Ceán sobre El Pelayo. De Lorenzo traza en su estudio una breve síntesis de la vida y obra de Jovellanos y contextualiza la redacción original de El Pelayo en la Sevilla de Olavide y en el marco del esfuerzo de renovación cultural impulsado por Aranda desde su presidencia del Consejo de Castilla (1766-1773). Acomete también un análisis formal de El Pelayo como tragedia neoclásica y de los personajes principales en sus roles actanciales y simbólicos. De la hermana de Pelayo, aquí Dosinda y no Hormesinda (este último es su nombre no sólo en la tragedia homónima de Moratín padre sino también en el Munuza de 1792) destaca su carácter razonador, su constancia, virtud y patriotismo, lejos del "tópico rol pasivo de objeto detonante de la trama" (63). Al hilo de estos análisis De Lorenzo aborda la cuestión del sentido ideológico de la obra; en todo ello se apoya en conocidos estudios de la preceptiva y la tragedia neoclásicas (Carnero, Sala Valldaura, Pérez Magallón, Cañas Murillo, Checa Beltrán, véase p. 53 n.51). En contraste con la Hormesinda de Moratín, Jovellanos pone el foco en el honor colectivo, de la patria, en lugar del honor familiar, y prescinde del maniqueísmo religioso y la xenofobia. Munuza es un tirano cristiano renegado, no árabe, y su consejero árabe

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Achmet no es malvado como el Tulga moratiniano, sino virtuoso y ecuánime, fiel a Munuza sólo por un escrupuloso sentido del deber. Para De Lorenzo El Pelayo propone "nuevos modelos de patriotismo, en que el bien individual siempre es sometido al bien colectivo." La proliferación contemporánea de Pelayos, Guzmanes y numantinos buscaría afirmar un pasado común y "formar la conciencia política y nacional de los ciudadanos" (73). De Lorenzo sugiere interpretar estas obras en línea con estudios sobre el nacionalismo como los muy conocidos de Eric Hobswawm ("invención de la tradición") y Benedict Anderson ("comunidades imaginadas"). Quizás convendría aquí matizar teniendo en cuenta la diferencia entre nacionalismo y patriotismo republicano, desarrollada por ejemplo por Maurizio Viroli. A este respecto, Sala Valldaura propone alinear El Pelayo con el mito godo, con la tesis germanista de la tradición de independencia, austeridad y espíritu marcial de los antiguos germanos, sostenida por pensadores políticos como Boulainvilliers y Montesquieu, que exaltaban el papel de la nobleza como baluarte contra el absolutismo monárquico ("Yo soy aquí absoluto," proclama Munuza, v. 757). Este republicanismo aristocrático estaría en El Pelayo traspasado de providencialismo, pero lejos de una visión teocrática y con un claro enfoque constitucionalista, de defensa de la ley por encima del rey. De Lorenzo apunta con razón que los diferentes Pelayos se resignifican en el contexto de la Guerra de Independencia y del emergente liberalismo político, pero se echa de menos un contraste de la tragedia de Jovellanos con el Pelayo de Quintana, que ya supone, me parece, una resignificación importante antes de la crisis de 1808, a la vez que una continuidad con la tradición republicana. Estas cuestiones aparte, De Lorenzo ha llevado a cabo un trabajo exhaustivo y ejemplar de cotejo de ediciones, manuscritos y paratextos, y presenta sus resultados con claridad y orden. Su edición parte de la de Cañedo, y en las numerosas ocasiones en que métrica, patrón acentual o sentido aparecen como problemáticos, restituye el texto a partir de los dos manuscritos y del Munuza (cuando coinciden entre sí). Cuando la edición de Cañedo difiere de los otros tres textos pero no es problemática, De Lorenzo opta conservadoramente por mantenerla, ya que podría deberse a modificaciones válidas del desconocido original que usó Cañedo. En uno y otro caso, las variantes se indican en las profusas notas al texto, con las aclaraciones pertinentes. Se trata en definitiva, y más aún teniendo en cuenta los problemas textuales con los que De Lorenzo ha tenido que lidiar, de una edición filológicamente impecable.

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∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ Ángel-Luis Pujante. Shakespeare llega a España. Ilustración y Romanticismo. Boadilla del Monte (Madrid): A. Machado Libros, 2019.

José Luis González Subías Academia de la Artes Escénicas de España

Debemos felicitarnos por la reciente publicación del libro que presentamos en estas páginas, que categóricamente anunciamos como la obra más importante sobre la recepción de la obra shakespeariana en España de cuantas se han escrito hasta el momento, en lo que respecta al período analizado ―focalizado entre los siglos XVIII y XIX―, el más importante y decisivo para el progresivo conocimiento, aceptación y difusión del dramaturgo inglés tanto en Europa como en nuestro país. Solo un especialista de la talla de Ángel-Luis Pujante, cuyos trabajos al respecto son cuantiosos y reconocidos internacionalmente, habría logrado confeccionar un ensayo de tan alto rigor académico y tan profusa acumulación de datos e información, con la amenidad que requiere una obra destinada no solo a expertos y estudiosos de la obra de Shakespeare, así como de la Ilustración, el Romanticismo y su teatro ―sus especiales destinatarios―, sino a cualquier lector culto amante de la literatura y apasionado por el conocimiento. Este trabajo constituye la culminación y el compendio de otros muchos publicados por Pujante a lo largo de los últimos treinta años, entre los que destaca su intervención como coeditor de Shakespeare en España. Textos 1764-1916 (2007) y Shakespeare en España. Bibliografía anotada bilingüe (2014), títulos que relacionan estas obras con una tradición temática que se remonta al ya lejano estudio de Eduardo Juliá, Shakespeare en España (1918), y a los más importantes, y definitivos hasta entonces, Shakespeare en la literatura española (1935) y Representaciones shakespearianas en España (1936-1939) de Alfonso Par. Reconociendo su deuda con estos estudios clásicos de la recepción shakesperiana en nuestro país, Ángel-Luis Pujante revisa, reexamina, corrige y amplía la documentación existente hasta el momento, con un exhaustivo análisis que le permite aportar nuevos datos y ofrecer una original y personal percepción de unos acontecimientos que el estudioso domina por completo. Como domina un período, el de la transición entre la Ilustración y el Romanticismo, íntimamente relacionado con la figura de Shakespeare. El autor organiza su obra en 19 apartados o capítulos, de los cuales los dos primeros son meramente introductorios; no obstante, lo suficientemente explícitos y clarificadores como para informarnos, desde el primer momento, de las principales tesis sostenidas en el libro: el tardío conocimiento de la obra shakespeariana en España y las controversias a las que esta hubo de enfrentarse a lo largo de su progresiva difusión en el siglo XVIII y, con especial intensidad, en las primeras décadas del XIX, cuando

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se produce el definitivo triunfo y encumbramiento del dramaturgo, directamente relacionadas con la evolución y el tránsito estético-ideológico entre el Neoclasicismo y el Romanticismo. Si el clasicismo ilustrado, partiendo de Voltaire, difundió la imagen de un escritor al que condenó por sus extravagancias y licencias imaginativas, alejadas de cualquier decoro y respeto a las reglas poéticas, aunque reconociendo ―en el mejor de los casos― la brillantez y singularidad de su genio, la nueva sensibilidad romántica, impulsada desde Alemania e Inglaterra por figuras como A. W. Shlegel y Samuel T. Coleridge, encontraría en el teatro del autor inglés un modelo inspirador que lo convertiría en baluarte de sus propios anhelos dramáticos y literarios. Al final, en palabras de Ángel-Luis Pujante, “la poética de las reglas cedería a la poética del genio”; y de este modo, Shakespeare ―junto a Calderón y, en general, el teatro barroco español, que formaron también parte de la polémica―, sería rescatado y encumbrado como el dramaturgo moderno y “romántico” por excelencia, iniciándose el proceso que lo convertiría en el mito literario y teatral que es hoy. El estudio de la divulgación, aceptación y triunfo de Shakespeare en España coincide, en definitiva, con la divulgación, aceptación y triunfo del Romanticismo en nuestro país. De ahí que este trabajo pueda interesar especialmente a los estudiosos del romanticismo español y de su teatro, que encontrarán en él multitud de reflexiones, afirmaciones y datos, rigurosamente documentados, en torno a la difusión y presencia de este movimiento en las primeras décadas del siglo XIX. Si bien cada uno de los capítulos tiene entidad suficiente como para ser leído independientemente del resto, la obra posee una estructura unitaria que conduce y guía al lector de manera cronológica, partiendo de la presencia de las primeras ediciones del teatro de Shakespeare en España, en el siglo XVII, abordando el misterio del llamado “infolio de Gondomar” (cap. 3), hasta concluir en la traducción del Macbeht de 1838, traducido directamente del original por José García de Villalta (cap. 18), y un muy interesante capítulo final donde se aborda el “eclecticismo crítico” con que fue enjuiciado el dramaturgo inglés por la crítica española de los años treinta y cuarenta, para recordarse que, hasta 1849, no se presentó en una universidad española ―la de Madrid― un trabajo sobre la obra de Shakespeare (cap. 19); con un título, por otra parte ―Discurso sobre Shakespeare y Calderón, de Juan Federico Muntadas― y dicho sea de paso, que, como ya había ocurrido desde los tiempos de Juan Nicolás Böhl de Faber, relacionaba e identificaba al dramaturgo inglés con nuestro Calderón. A lo largo de este recorrido, Pujante revisa y explica la llegada de Shakespeare a España a través de la vestimenta neoclásica que le dieron Voltaire, La Place, Le Tourneur y otros; especialmente Ducis, cuyas adaptaciones shakespearianas fueron las primeras que se vieron sobre un escenario en nuestro país y constituyen la base de las futuras traducciones españolas de la obras “del” dramaturgo inglés, con las honrosas excepciones del Hamlet de Moratín (1798) y el ya mencionado Macbeth

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traducido por Villalta. El estudioso muestra asimismo, frente a la anglofobia francesa dieciochesca, la positiva consideración sobre el autor por parte de la crítica inglesa, que pronto lo ensalzó como uno de los más preclaros representantes de su literatura; repasa las primeras noticias sobre el dramaturgo a mediados del siglo XVIII, de la mano del prolífico Mariano Nipho; la asimilación de aquel por parte de los jesuitas desterrados; las primeras reacciones y polémicas en la prensa española, en torno a su figura y su obra; las diferentes traducciones y estrenos de Hamlet, Otelo, Romeo y Julieta y Macbeth; la importancia de la polémica sostenida, a comienzos del siglo XIX, por José Joaquín de Mora y Nicolás Böhl de Faber ―la conocida polémica calderoniana―, en relación con el dramaturgo inglés, fundamental para la difusión del Romanticismo en España; el descubrimiento de Shakespeare y del ya avanzado movimiento romántico en Inglaterra, por parte de los expatriados que abandonaron el país durante la represión fernandina; la importancia de Blanco White; o la recepción e influencia en la dramaturgia española de Los hijos de Eduardo, obra francesa de Casimir Delavigne inspirada en un episodio del Ricardo III shakespeariano, estrenada en Madrid en 1835, el mismo año en que había visto la luz, pocos meses antes, Don Álvaro o La fuerza del sino. De todo esto y mucho más se habla, con todo detalle, en una obra que posee además, entre sus muchos valores, el acierto de estar escrita con un estilo intachable, fluido y ameno; lo que, junto con la solvencia mostrada por el autor en el dominio de la materia tratada, permite seguir el texto con interés, relativa facilidad ―cualquier dificultad que pueda hallarse en su lectura solo puede achacarse a la complejidad y especificidad de los temas abordados― y deleite. No podemos más que felicitar a Ángel-Luis Pujante por el excelente trabajo realizado, y a la editorial madrileña A. Machado Libros por acoger entre sus fondos un ensayo de tal magnitud, en un volumen editado asimismo con una calidad envidiable. Un verdadero lujo para los sentidos y el intelecto. ∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ Elisa Martín-Valdepeñas y Catherine M. Jaffe. María Lorenza de los Ríos, marquesa de Fuerte-Híjar. Vida y obra de una escritora del Siglo de las Luce., Madrid-Frankfurt am Main: Iberoamericana-Vervuert, 2019.

Mónica Bolufer Universidad de Valencia

Este es un libro largamente esperado y muy necesario. Sus autoras,

excelentes conocedoras de la cultura y la sociedad española del siglo XVIII, y en particular de la participación de las mujeres en el mundo de las Luces en los ámbitos de la sociabilidad, la lectura y la escritura, llevan bastante más

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de una década aproximándose de forma directa o indirecta al personaje que protagoniza la obra, María Lorenza de los Ríos, marquesa de Fuerte-Híjar (1761-1821). Catherine Jaffe ha publicado desde hace años algunos avances parciales, en forma de artículos sobre las obras literarias de la marquesa y sus tareas filantrópicas, mientras que Elisa Martín-Valdepeñas es una de las grandes conocedoras de la Junta de Damas de Honor y Mérito de la Sociedad Económica Matritense, en la que María Lorenza de los Ríos estuvo intensamente implicada. Como explican ambas en su introducción y puede apreciarse a través de la lectura de su libro, el trabajo combina los enfoques histórico y literario en los que cada una de ellas es especialista. Y lo hace de forma bien trabada, demostrando así que es fruto de una sostenida y fructífera colaboración, de un diálogo interdisciplinar prolongado a lo largo de los años, y no de una mera yuxtaposición ocasional de trabajos complementarios. Aunque pueda adivinarse quién de las dos autoras es responsable principal de los distintos capítulos que componen la obra, ésta aparece como un todo armónico, bien construido, en el que las reiteraciones son excepcionales y se transmite un claro argumento de conjunto. En el terreno metodológico y teórico, el hilo conductor lo constituye una apuesta por el enfoque biográfico. Estudiar la vida y obra de una ilustrada del siglo XVIII, como se ha hecho para otras figuras femeninas, a modo de ventana para entender mejor su época, las inquietudes nodales que la atravesaron y el modo en que las mujeres participaron de ellas y contribuyeron a modelarlas, de formas a veces específicas. Y hacerlo sin establecer vínculos simplistas o reductivos entre vida y escritura, sino explorando sus complejas conexiones, como se hace en esta ocasión, de forma tan sutil como convincente.

El libro se estructura en dos partes claramente diferenciadas: un pormenorizado estudio preliminar, verdadero libro en sí mismo, acompaña a la edición de las obras completas de la marquesa de Fuerte-Híjar. Ese estudio preliminar, a su vez, se divide en capítulos dedicados respectivamente a la vida y la obra. Por un lado, una minuciosa biografía de María Lorenza de los Ríos, basada en un infatigable y preciso trabajo documental de muchos años en archivos históricos desde Madrid a Valladolid o Cantabria, ha permitido reconstruir en la medida de lo posible y mucho más de lo esperable su trayectoria vital y las circunstancias familiares, sociales y políticas en las que se desarrolló. Las autoras no han ahorrado esfuerzos ni imaginación para perseguir los más mínimos rastros que su biografiada dejó en las fuentes, tanto archivísticas como impresas e iconográficas. Gracias a ello, aportan hallazgos interesantísimos y absolutamente inéditos que arrojan luz sobre aspectos esenciales de su vida y su imagen pública. Así, la correspondencia familiar de su primer marido, Luis de los Ríos, con el que contrajo matrimonio siendo apenas una niña y rica heredera, permite vislumbrar sus relaciones familiares, la aportación de su fortuna a la construcción del prestigio y la carrera de él, las dificultades de una maternidad que se reveló imposible y la forma en que una

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adolescente asumió los compromisos de la vida adulta. Los desconocidos retratos de la pareja y, posteriormente, de su segundo marido, Germano Salcedo de Soldevilla, marqués de Fuerte-Híjar, son analizados cuidadosamente no como reflejo directo e ingenuo de una personalidad individual, sino como ejercicios de presentación pública con precisas funciones sociales. Los testamentos otorgados por la marquesa, en 1788, 1812 y 1816, más en particular el segundo, revelan un episodio absolutamente desconocido de su vida: la adopción de una niña huérfana, hija de una amiga de ella y su segundo esposo, quien murió tras darla a luz en secreto y la confió a sus cuidados. En conjunto, las autoras sacan excelente partido a una documentación no siempre fácil y con frecuencia desagradecida, en la que, como es habitual al escribir vidas de mujeres (aunque no solo en ese caso), la voz del sujeto queda en un segundo plano con respecto a los testimonios de otras personas que lo rodearon, muchas veces los hombres de la familia y en esta ocasión especialmente sus dos maridos, funcionarios dela administración cuyas carreras sí están ampliamente documentadas. Y si bien excepcionalmente (como sucede al inicio del primer capítulo) las autoras caen en la tentación de compensar esos vacíos construyendo detalladas y quizá excesivamente prolijas genealogías familiares, en general destilan con sabiduría, a partir de eso que, con Carolyn Steedman, llaman apropiadamente los “residuos” o el “polvo” (dust) del archivo, aquellos elementos que pueden resultar más significativos para tratar de entender una vida. Y ello con la prudencia de no lanzar especulaciones vanas allí donde faltan los datos, pero con la inteligencia y la audacia de plantear hipótesis verosímiles y bien fundamentadas donde estos lo permiten.

El resultado de ese esfuerzo ímprobo por recuperar una peripecia vital y contextualizarla firmemente en los contextos culturales de los que participó y a los que contribuyó, especialmente el mundo de las tertulias literarias y el de las actividades reformistas, es, en el segundo capítulo, una lectura de la producción escrita de la marquesa que la sitúa y la interpreta como producto de unas circunstancias individuales, un ambiente cultural y político y unos vínculos personales, familiares y amistosos. El peso que la cuestión de la maternidad pudo tener en las preocupaciones íntimas de la marquesa y en sus actividades literarias y de beneficencia es un ejemplo de ello: aunque sea imposible de probar, resulta convincente el argumento de las autoras en el sentido de que sus embarazos frustrados y la dolorosa historia de su amiga muerta tras convertirse en madre soltera pudieron influir tanto en su escritura como en su compromiso filantrópico. Hay otros muchos aspectos en los que el conocimiento de la vida y circunstancias de la autora arrojan luz sobre su obra: por ejemplo, en los temas de la amistad o el matrimonio, a propósito de los cuales los textos de María Lorenza de los Ríos se entienden de forma más rica cuando se cruzan con los de otros autores de su círculo o contemporáneos, como Cienfuegos, Moratín o Beaumarchais. Se pone de relieve así el valor intrínseco de su producción

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escrita, adscrita a las tendencias literarias y los valores morales y estéticos más actuales de su época, pero también la estrecha relación entre la escritura y la vida, así como el importante matiz que aporta, en palabras de las autoras, la “exploración” por parte de la marquesa de Fuerte-Híjar de “las posibles contradicciones y placeres de estos lazos afectivos entre los hombres y las mujeres en los espacios públicos y privados que frecuentaba” (p. 248). Quizá sea excesivo hablar de una “conciencia feminista”, pero sí cabe, sin duda, hacerlo de una “visión femenina” (p. 239) que reescribe algunas de las inquietudes comunes a la Ilustración española y europea desde el prisma particular de su experiencia como mujer.

Finalmente, tras el amplio y rico estudio introductorio, la segunda parte del libro aporta la primera edición crítica de todas las obras literarias conocidas de la marquesa de Fuerte-Híjar: sus piezas teatrales El Eugenio y La sabia indiscreta, la traducción de la Noticia de la vida y obras de conde de Rumford, el poema de circunstancias con motivo de la muerte del hijo de su amiga la marquesa de Villafranca, y el elogio a la reina María Luisa de Parma, edición muy necesaria, pues solo contábamos con anterioridad con una parcial y poco satisfactoria a cargo de Alberto Acereda. Se suman, además, la transcripción anotada de un total de 32 documentos inéditos que incluyen sus testamentos, pero también una larga serie de memorias, informes, oficios y cartas, escritos en su inmensa mayoría desde sus distintas responsabilidades en el seno de la Junta de Damas y de la Asociación de Caridad de Señoras vinculada a ella: elección muy acertada, no solo por su valor documental sino porque permiten completar la imagen de una mujer intensamente volcada en actividades reformistas y capaz de desplegar gran energía y determinación para negociar con las autoridades, con la Sociedad Económica y con las propias socias. Con ello se redondea un volumen que completan una amplia y bien organizada bibliografía, un útil índice onomástico y varias valiosas imágenes, algunas de ellas inéditas, como la pareja de retratos de la marquesa y su primer marido, depositados en una colección particular y localizadas y reproducidas gracias al empeño de las autoras y la cortesía de sus propietarios.

Se trata, en síntesis, de un trabajo maduro, erudito y reflexivo, imprescindible para el conocimiento del siglo XVIII español: no solo para quienes albergan un interés particular por las mujeres de esa época, sino para cualquiera que aspire a comprenderla en su conjunto. Un texto que se convertirá en obra de referencia y que debería interesar también a quienes se preocupan por la Ilustración europea y global, encarnada en una figura culta, sociable, sensible y cosmopolita como el Siglo de las Luces mismo. [La reflexión acerca de esta obra se enmarca en las investigaciones del proyecto CIRGEN: Circulating Gender in the Global Enlightenment. Ideas, Networks, Agencies (http://www.cirgen.eu), financiado por el European Research Council (Horizon 2020/ERC-2017-Advanced Grant-787015)]

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∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂∂ The Fruits of the Struggle in Diplomacy and War: Moroccan Ambassador al-Ghazzāl and His Diplomatic Retinue in Eighteenth-Century Andalusia. Travis Landry, ed., and Abdulrahman al-Ruwaishan, trans. Introduction by Travis Landry. Lewisburg, Bucknell University Press, 2017.

Eric Stickley Calderwood

University of Illinois In 1766, Ahmad bin al-Mahdi al-Ghazzal (c. 1726-1777), a Moroccan scholar of Andalusi descent, went to Spain on a diplomatic mission for the Moroccan sultan Muhammad bin ʿAbd Allah (r. 1757-1790). On his way to an official audience with King Carlos III in La Granja, al-Ghazzal witnessed a bull fight in Medina-Sidonia, attended dances in Algeciras and Jerez, spent a few nights in the Alcázar of Seville, visited the Mosque of Cordoba, and toured the royal porcelain factory in Madrid. Al-Ghazzal’s travels in Spain not only contributed to Spanish-Moroccan diplomatic relations, but they also left a huge mark on Spanish and Moroccan literature. Al-Ghazzal served as the inspiration for the character Gazel in Cadalso’s Cartas marruecas, one of the most canonical works of eighteenth-century Spanish literature. Al-Ghazzal’s journey also inspired one of the earliest and most important Arabic travel narratives about Spain: al-Ghazzal’s Natijat al-ijtihad fi al-muhadana wa-l-jihad (c. 1767).1 Despite its immense importance, al-Ghazzal’s travel narrative has never been fully translated into English or Spanish.2 Until now. Travis Landry and Abdulrahman al-Ruwaishan have collaborated to produce a groundbreaking translation and study of al-Ghazzal’s narrative, published under the title The Fruits of the Struggle in Diplomacy and War (Bucknell University Press 2017). The English translation of al-Ghazzal’s narrative is a major accomplishment in its own right, and Abdulrahman al-Ruwaishan deserves praise for his elegant and approachable rendering of al-Ghazzal’s prose. Of equal importance, though, is Landry’s lively and erudite introductory study, which illuminates the historical context for al-Ghazzal’s diplomatic mission, while situating al-Ghazzal’s travel narrative within scholarly debates about world literature, travel literature, and the Enlightenment. The result is a major contribution to several fields and

1 For al-Ghazzal’s place within the history of Arabic travel literature, see Nieves Paradela, El otro laberinto español: Viajeros árabes a España entre el siglo XVII y 1936 (Madrid: Siglo XXI, 2005), 26-75. 2 Excerpts from al-Ghazzal’s narrative are translated into Spanish in Paradela, El otro laberinto, 40-72.

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should be of crucial interest to scholars and students of Spanish literature, the Enlightenment, travel literature, Mediterranean cultural history, and the history of cultural relations between Europe and North Africa. For readers of Dieciocho, one of the main accomplishments of this work is the skill with which it places al-Ghazzal’s narrative in dialogue with Cadalso’s Cartas marruecas. Travis Landry eschews the “Eurocentric genealogies of influence” (22-23) that have characterized much of the scholarship on Cartas marruecas and, instead, situates Cadalso and his contemporary al-Ghazzal within a rich, multilingual network of literary texts, diplomatic correspondence, and treaties. What emerges from Landry’s approach is a kaleidoscopic and transnational view of Spanish-Moroccan relations in the eighteenth century. Indeed, the desire for such a view – that is, the desire to transcend national biases and to aspire to a cosmopolitan perspective – is precisely what animates Cadalso’s work, which is structured around a fictional correspondence between two Moroccan characters and one Spanish character. As Landry’s introduction suggests, reading al-Ghazzal alongside Cadalso actualizes the intercultural premise that undergirds Cadalso’s Cartas marruecas. For, as Landry asserts, “the pluralism of Cadalso’s Gazel invites the counter narrative of the ambassador’s experience” (28). Building on this assertion, I would go so far as to suggest that anyone who is teaching or writing about Cadalso’s Cartas marruecas should read the work alongside al-Ghazzal’s travel narrative.

To his credit, Landry does not merely treat al-Ghazzal’s text as a curious appendix to Cadalso’s work. Landry’s work also contributes to a growing body of scholarship that is challenging the once common view that the seventeenth and eighteenth centuries were a period of cultural isolation and intellectual stagnation in the Muslim Mediterranean world.3 Through his sensitive study of al-Ghazzal’s life and work, Landry recreates a historical moment in which Spain and Morocco were at the frontlines of a dynamic cultural exchange between Europe and the Arab world. For that reason, I highly recommend this work to scholars of modern Arabic literature and of modern Arab intellectual history. Al-Ghazzal’s narrative offers a fascinating window into European-Arab relations in the decades that preceded the Napoleonic invasion of Egypt in 1798. Moreover, al-Ghazzal’s astute observations about Spain foreshadow some of the cultural and political tensions that will characterize Arabic writings about Europe during the age of colonialism. In that sense, al-Ghazzal is an important predecessor to the Egyptian writer Rifaʿa Rafiʿ al-Tahtawi, whose account of a sojourn in France from 1826 to 1831 is often considered a

3 For illustrative examples of this line of scholarship, see Khaled El-Rouayheb, Islamic Intellectual History in the Seventeenth Century: Scholarly Currents in the Ottoman Empire and the Maghreb (Cambridge: Cambridge University Press, 2015); and Nabil Matar, An Arab Ambassador in the Mediterranean World: The Travels of Muḥammad ibn ʿUthmān al-Miknāsī (London: Routledge, 2015).

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foundational text in the nineteenth-century Arab cultural revival known as the Nahḍa.

In short, al-Ghazzal’s narrative illuminates a fascinating episode in Spanish-Moroccan relations while pushing us to reconsider several common assumptions that have governed the scholarship on modern Mediterranean cultural history. Travis Landry and Abdulrahman al-Ruwaishan’s translation and study of al-Ghazzal’s narrative is not only a landmark contribution to eighteenth-century Spanish studies, but is also an essential and timely resource for scholars who are interested in the history of cultural relations between Europe and the Arab and Muslim worlds.

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