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A comienzos de 1813, en la isla de Martín García, fortificada por las autoridades de Montevideo, se concen- traba un importante número de sol- dados, al mando del capitán artillero Antonio Zabala, quien, según Bartolo- mé Mitre es un “vizcaíno testarudo, de rubia cabellera, que a una estatura co- losal reunía un valor probado”. Allí se preparaba una expedición fluvial, que dirigiría el corsario Rafael Ruiz, con el propósito de destruir las defensas del Paraná y abrir el camino del Paraguay. En Buenos Aires, por consejo de una Junta de Guerra, se decide desarmar las baterías del Rosario y reforzar las de Punta Gorda, además de ordenar - se al coronel José de San Martín que proteja con sus Granaderos la cos- ta desde Zárate hasta San Nicolás. Los atacantes se ponen en marcha ya avanzado el mes de Enero. Por el Gua- zú penetran tres naves de guerra de la escuadrilla montevideana y once em- barcaciones armadas, con 350 hombres a bordo, entre tripulantes y soldados. El 28 de enero pasan frente a San Nicolás y dos días después fondean a la vista del Rosario. Para impedir un eventual des- embarco, el comandante militar de la vi- lla, el oriental Celedonio Escalada, reúne una cincuentena de milicianos a los que dará apoyo un cañoncito de montaña. Por la noche siguen hacia el Norte y en la madrugada del 31, tras recorrer cinco le- guas, llegan frente a San Lorenzo, donde anclan a unos doscientos metros de la orilla. Según Mitre, “este es el punto en el que el río Paraná mide su mayor an- chura. Sus altas barrancas por la parte del oeste, escarpadas como una muralla cuya apariencia presentan, sólo son ac- cesibles por los puntos en que la mano del hombre ha abierto sendas practi- cando cortaduras. Frente al lugar ocu- pado por la escuadrilla se divisaba uno de esos estrechos caminos inclinados en forma de escalera. Más arriba, sobre la alta planicie que coronaba la barran- ca, festoneada de arbustos, se levantaba solitario y majestuoso el monasterio de San Carlos con sus grandes claustros de sencilla arquitectura y el humilde campanario que entonces lo coronaba”. Un centenar de soldados de Zaba- la desembarca en las primeras horas de la mañana, llega hasta el convento y se conforma con tomar unas pocas gallinas y melones, dado que el gana- do vacuno había sido llevado al inte- rior. Y como se acercan los milicianos de Escalada, la hueste montevideana volvió a sus barcos. La jornada conclu- yó con un cañoneo sin consecuencias. En la noche del 31 de enero, logra fu- gar de la escuadrilla un preso para- guayo quien avisa a los milicianos que Zabala, quien según él no dispone de más de 350 hombres, se apresta a des- embarcar para apoderarse de los cau- dales que cree escondidos en el con- vento y después, seguir viaje al Norte. Estas novedades son participadas por Es- calada al coronel San Martín, quien las re- cibe sobre la marcha que ha iniciado el 28. Ese día, cumpliendo órdenes, partió de Buenos Aires al frente de sus gra- naderos para marchar por el derrotero de postas que existían camino de San- ta Fe: Santos Lugares, Conchas, Arroyo Pinazo, Pilar, Cañada de la Cruz, Areco, Cañada Honda Arrecifes, San Pedro, San Nicolás, Arroyo Seco, Arroyo del Medio, Rosario, Espinillo y San Lorenzo, ubi- cada a una legua del convento y a la que llega el 2 de febrero por la noche. Se cuenta que fue en una de esas noches memorables que se vio por primera vez a este militar, tan austero como apega- do a la rigidez del uniforme europeo, desprenderse de su casaca y su falucho, y cambiarlo por un humilde chambergo de paja americano, para observar, así disfrazado, los pausados movimientos de naves españolas que seguía paso a paso, hasta llegar a San Lorenzo. El histórico Combate de San Lorenzo: datos para repasar, valorar y recordar “Más arriba, sobre la alta planicie que coronaba la barranca, festoneada de arbustos, se levantaba solitario y majestuoso el monasterio de San Carlos con sus grandes claustros de sencilla arquitectura y el humilde campanario que entonces lo coronaba.” iario del Combat D E 3 de febrero 1813 - 2013 Acciones previas

Diario del Combate

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Bicentenario del Combate de San Lorenzo

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Page 1: Diario del Combate

A comienzos de 1813, en la isla de

Martín García, fortificada por las

autoridades de Montevideo, se concen-

traba un importante número de sol-

dados, al mando del capitán artillero

Antonio Zabala, quien, según Bartolo-

mé Mitre es un “vizcaíno testarudo, de

rubia cabellera, que a una estatura co-

losal reunía un valor probado”. Allí se

preparaba una expedición fluvial, que

dirigiría el corsario Rafael Ruiz, con el

propósito de destruir las defensas del

Paraná y abrir el camino del Paraguay.

En Buenos Aires, por consejo de una

Junta de Guerra, se decide desarmar

las baterías del Rosario y reforzar las

de Punta Gorda, además de ordenar-

se al coronel José de San Martín que

proteja con sus Granaderos la cos-

ta desde Zárate hasta San Nicolás.

Los atacantes se ponen en marcha ya

avanzado el mes de Enero. Por el Gua-

zú penetran tres naves de guerra de la

escuadrilla montevideana y once em-

barcaciones armadas, con 350 hombres

a bordo, entre tripulantes y soldados. El

28 de enero pasan frente a San Nicolás y

dos días después fondean a la vista del

Rosario. Para impedir un eventual des-

embarco, el comandante militar de la vi-

lla, el oriental Celedonio Escalada, reúne

una cincuentena de milicianos a los que

dará apoyo un cañoncito de montaña.

Por la noche siguen hacia el Norte y en la

madrugada del 31, tras recorrer cinco le-

guas, llegan frente a San Lorenzo, donde

anclan a unos doscientos metros de la

orilla. Según Mitre, “este es el punto en

el que el río Paraná mide su mayor an-

chura. Sus altas barrancas por la parte

del oeste, escarpadas como una muralla

cuya apariencia presentan, sólo son ac-

cesibles por los puntos en que la mano

del hombre ha abierto sendas practi-

cando cortaduras. Frente al lugar ocu-

pado por la escuadrilla se divisaba uno

de esos estrechos caminos inclinados

en forma de escalera. Más arriba, sobre

la alta planicie que coronaba la barran-

ca, festoneada de arbustos, se levantaba

solitario y majestuoso el monasterio de

San Carlos con sus grandes claustros

de sencilla arquitectura y el humilde

campanario que entonces lo coronaba”.

Un centenar de soldados de Zaba-

la desembarca en las primeras horas

de la mañana, llega hasta el convento

y se conforma con tomar unas pocas

gallinas y melones, dado que el gana-

do vacuno había sido llevado al inte-

rior. Y como se acercan los milicianos

de Escalada, la hueste montevideana

volvió a sus barcos. La jornada conclu-

yó con un cañoneo sin consecuencias.

En la noche del 31 de enero, logra fu-

gar de la escuadrilla un preso para-

guayo quien avisa a los milicianos que

Zabala, quien según él no dispone de

más de 350 hombres, se apresta a des-

embarcar para apoderarse de los cau-

dales que cree escondidos en el con-

vento y después, seguir viaje al Norte.

Estas novedades son participadas por Es-

calada al coronel San Martín, quien las re-

cibe sobre la marcha que ha iniciado el 28.

Ese día, cumpliendo órdenes, partió

de Buenos Aires al frente de sus gra-

naderos para marchar por el derrotero

de postas que existían camino de San-

ta Fe: Santos Lugares, Conchas, Arroyo

Pinazo, Pilar, Cañada de la Cruz, Areco,

Cañada Honda Arrecifes, San Pedro, San

Nicolás, Arroyo Seco, Arroyo del Medio,

Rosario, Espinillo y San Lorenzo, ubi-

cada a una legua del convento y a la

que llega el 2 de febrero por la noche.

Se cuenta que fue en una de esas noches

memorables que se vio por primera vez

a este militar, tan austero como apega-

do a la rigidez del uniforme europeo,

desprenderse de su casaca y su falucho,

y cambiarlo por un humilde chambergo

de paja americano, para observar, así

disfrazado, los pausados movimientos

de naves españolas que seguía paso

a paso, hasta llegar a San Lorenzo.

El histórico Combate de

San Lorenzo:datos para

repasar,valorar y

recordar

“Más arriba, sobre la alta planicie que coronaba la barranca, festoneada de arbustos,

se levantaba solitario y majestuoso el monasterio de San Carlos con sus grandes

claustros de sencilla arquitectura y el humilde campanario que entonces lo coronaba.”

iario del CombatD E3 d e f e b r e r o 1 8 1 3 - 2 0 1 3

Acciones previas

Page 2: Diario del Combate

aparición de los granaderos sorprende a

Zabala, en una acción que fue redactada

por Rafael Ruiz, integrante de la expe-

dición realista: “Por derecha e izquierda

del referido monasterio salían dos grue-

sos trozos de caballería formados en co-

lumna y bien uniformados, que a todo

galope, sable en mano, cargaban sobre

él despreciando los fuegos de los cañon-

citos, que principiaron a hacer estragos

en los enemigos desde el momento que

les divisó nuestra gente. Sin embargo

de la primera pérdida de los enemigos,

desentendiéndose de la que les causa-

ba nuestra artillería, cubrieron sus cla-

ros con la mayor rapidez atacando a

nuestra gente con tal denuedo que no

dieron lugar a formar cuadro sino mar-

tillo”. Y tras afirmar que la carga inicial

ha sido rechazada y que los granaderos

se retiran, sigue diciendo: “Ordenó Za-

bala su gente a fin de ganar la barranca,

posición mucho más ventajosa, por si el

enemigo trataba de atacarlo de nuevo.

Apenas tomó esta acertada providencia

cuando vio al enemigo cargar segunda

vez con mayor violencia y esfuerzo que

la primera. Nuestra gente formó aun-

que imperfectamente un cuadro por no

haber dado lugar a hacer la evolución

la velocidad con que cargó el enemigo”.

El combate -que no durará más de quin-

ce minutos y quedará decidido en los

primeros tres- pone en riesgo la vida

San Martín y provoca la muerte de va-

rios de sus subordinados. Así, al ser re-

cibida con un nutrido fuego la columna

que encabezaba el jefe criollo, su caba-

llo, herido, lo derriba a tierra y le opri-

me una pierna al caer. Un arma blanca

hace una leve herida en su rostro, y un

invasor se apresta a rematarlo con su

bayoneta. Con un certero lanzazo salva

la situación el puntano Baigorria en tan-

to que el correntino Juan Bautista Ca-

bral desmonta y, con tanta fuerza como

serenidad, libera a su coronel del peso

que lo sujeta, para caer a su vez con dos

heridas mortales. Bermúdez será grave-

mente herido por un disparo hecho des-

de las naves al mandar como jefe una

segunda carga (porque San Martín tenía

un brazo dislocado a raíz de su caída). Y

el teniente Manuel Díaz Vélez, tras des-

barrancarse, recibirá tres heridas -una

de bala en el cráneo y dos bayoneta-

zos en el pecho- y quedará prisionero.

Al inmediato deceso de Cabral

se agregan días después, en el conven-

to, las de algunos soldados y Bermúdez

quien, herido y quebrado en una pierna,

falleció el 14 de febrero, mientras con-

valecía. Díaz Vélez no logró recuperarse

de sus heridas y murió el 20 de mayo. La

jornada le costó a los Granaderos quince

muertos, veintisiete heridos y un prisio-

nero que fue canjeado al día siguiente

por Díaz Vélez y tres lancheros paragua-

yos capturados por los corsarios antes

del combate. Como trofeos quedan dos

cañones, cincuenta fusiles, cuatro ba-

yonetas y una bandera, tomada por el

teniente Hipólito Bouchard. Los espa-

ñoles dejaron en el campo de batalla

cuarenta muertos y sufrieron trece he-

ridos, entre ellos Zabala, su jefe, quien

vuelve a desembarcar en la mañana del

4 de Febrero para parlamentar. El 5, los

montevideanos cambian el rumbo y se

marchan río abajo. En este día, pasadas

las 12, la noticia del éxito llegará a Bue-

nos Aires, donde se la celebra con una

salva de artillería y repique de campa-

nas. El 6, San Martín redacta un segun-

do parte y comunica que, aunque con-

sidera que el enemigo no podrá repetir

sus invasiones, destaca una vanguardia

para que los vigile, mientras que el res-

to de sus tropas emprenderá el regreso.

No lo hará sin antes visitar a los heridos

y despedirse de los conventuales a los

que manifiesta afecto y agradecimiento.

Pasada la medianoche, las tropas

penetran en el predio rural de los

franciscanos y, con el despuntar del

día, llegan al convento ocupando sus

patios. No encuentran a casi nadie

porque la mayoría de los religiosos se

habían marchado dos días antes por

la amenaza de nuevos desembarcos.

San Martín cuenta con 120 granaderos y

los 50 milicianos de Escalada. Sabe que

Zabala tiene el doble de efectivos, pero

duda de que a los montevideanos les to-

que la mejor parte. Y a poco de llegar al

convento, se pone a estudiar el terreno.

Dice Mitre que “Por la parte del monas-

terio que mira al río, se extiende una

alta planicie horizontal, adecuada para

las maniobras de la caballería. Entre el

atrio y el borde de la barranca acanti-

lada, a cuyo pie se extiende la playa,

media una distancia de poco más de

300 metros, lo suficiente para dar una

carga a fondo. Dos sendas sinuosas, una

sola de las cuales era practicable para

la infantería formada, establecían la

comunicación, como dos escaleras, en-

tre la playa baja y la planicie superior”.

Reconocido el terreno, con el amanecer,

San Martín ubica a sus granaderos tras

muros y tapias, con los caballos ensi-

llados y las armas preparadas. Desde el

campanario ve, siendo ya las cinco de la

mañana, que de las naves se despren-

den lanchas con tropas rumbo al llama-

do puerto de San Lorenzo, lugar ubicado

al pie del barranco y cercano a la desem-

bocadura del arroyo homónimo. Como

en ese lugar la orilla es menos escarpa-

da que frente al convento, la pendiente

facilita el paso a los 250 infantes de Za-

vala y el rodar de la artillería, formada

por dos piezas de a cuatro. Media hora

después, ya se ve asomar por el borde

de la barranca a los atacantes, formados

en dos columnas. Tras descender del

campanario, el coronel ordena a los gra-

naderos montar a caballo y no disparar

un tiro, confiándolo todo a los sables y a

las lanzas. Con su célebre sable corvo en

la mano derecha arenga a quienes van

a recibir su bautismo de fuego y con-

cluye diciendo: “Espero que tanto los

señores oficiales como los granaderos

se portarán con una conducta tal cual

merece la opinión del Regimiento”, y se

pone de inmediato al frente de una de

las dos divisiones en que ha repartido

a la tropa, en tanto que con la otra hace

lo propio el capitán Justo Bermúdez. El

coronel atacará al enemigo de frente,

en tanto que su segundo, dando un pe-

queño rodeo, lo hará por el flanco de los

infantes para impedirles la retirada. La

El Combate

diciendo: “espero que tanto los señores oficiales como los granaderos se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento”

“Con un certero lanzazo salva la situación el puntano Baigorria en tanto que el correntino Juan Bautista Cabral desmonta y, con tanta fuerza como serenidad, libera a su coronel del peso que lo sujeta, para caer a su vez con dos heridas mortales.”

Para valorar la importancia del com-

bate del 3 de febrero de 1813, se pue-

de recordar lo expresado por el histo-

riador español Mariano Torrente, quien

sostiene que, hasta que se produjo el

Combate de San Lorenzo, los marinos

españoles contaban el número de sus

éxitos por el de sus empresas, pero que al

chocar con un jefe valiente y afortunado

como San Martín, conocieron la derrota.

Agrega que el triunfo logrado por el jefe

americano le dio arrogancia militar y

estímulo para realizar otras empresas.

Por su parte, José Pacífico Otero dice

que este éxito no fue una gran victoria

en el sentido militar propiamente di-

cho, “porque con un entrevero de 400

hombres, entre atacantes y atacados, se

libra un combate, pero no se libra una

batalla. Hay triunfos, sin embargo, que,

siendo pequeños en apariencia, lo son

grandes por sus efectos trascenden-

tales, y esto sucedió con San Lorenzo,

combate en el cual con sólo dos car-

gas San Martín liquidó al enemigo en

un brevísimo espacio de tiempo, a pe-

sar de lo cual, en su enorme modestia,

califica sólo como un “escarmiento”.

Consecuenciasdel Combate

Page 3: Diario del Combate

Al analizar los hechos históricos que están ínti-

mamente vinculados a nuestra pasión nacional y

en los que fueron protagonistas los hombres de indu-

bitable patriotismo, que quedaron para la posteridad

como los próceres más sobresalientes, muchas veces

en el afán de rendirles el merecido homenaje quedan

en un segundo plano los hechos que hilvanan nuestra

historia como nación, no tanto como un olvido inme-

recido, sino más bien como sepultados por la excesiva

carga emotiva que brota del acto mismo de recordar.

El combate de San Lorenzo del 3 de febrero de 1813, el

primer acto de armas de San Martín en América, ha

sido analizado por innumerables historiadores, desde

la pluma prolífica de Mitre hasta los estudios más con-

cienzudos que tienen su génesis en las voces autori-

zadas de institutos y academias dedicadas a exaltar y

difundir la vida y la obra sanmartiniana. Pero más allá

de esto, incluso de todos los detalles y anecdotarios,

resulta estimulante para el conocimiento histórico di-

fundir aquellos aspectos que dijimos están sepultados

por nuestra vocación compulsiva a generar actos repe-

titivos, como ritos de ciertos mitos que han perdurado

a lo largo de los siglos. Y San Martín y su epopeya están

inscriptos justamente en esa aureola de mistificación

que caracteriza a los pueblos sabios que, como decía

Alberdi, si “olvidan sus tradiciones pierden la concien-

cia de sus destinos”, pues “los que se elevan sobre sus

tumbas gloriosas son los que mejor edifican su porve-

nir”. Tal vez, para poder edificar mejor nuestros des-

tinos necesitemos conocer todavía más detalles para

no olvidar que aquellos que construyeron la patria con

sus esfuerzos y con sus vidas, fueron como nosotros,

con accesos de broncas rebeldes por las injusticias

de la época, pero que nunca dudaron a la hora de las

grandes decisiones, a la hora de acudir cuando la his-

toria cotidiana termina y comienza la otra historia, la

que se convierte en epopeya por el sólo hecho de la

voluntad y la determinación de los hombres que estu-

vieron en el lugar y en el momento justos para luchar

por los ideales. Los acontecimientos que precedieron

al combate de San Lorenzo fueron dando la pauta de

las intenciones de los enemigos, que era tratar de sos-

tener el sitio de Montevideo con provisiones que logra-

ban a través de saqueos sobre las costas de los ríos que

desembocan en el mar. En realidad, la importancia mi-

litar del combate no fue de gran trascendencia, ya que

como se sabe la escuadra realista, luego del combate

continuó su viaje merodeando por las costas del Para-

ná. Pero, por supuesto, es de trascendencia histórica

por haber sido la primer y única pelea de San Martín

en suelo argentino, y con lo que esto significó para un

pueblo sumido todavía en los albores de la indepen-

dencia. Aunque los patriotas lograban mantener el

sitio en Montevideo, hasta el punto de que el 31 de di-

ciembre de 1812 el general realista Vigodet ordenó in-

tentar romper el cerco, acción que fue repelida por las

La marcha hacia el Combate de

San Lorenzo

fuerzas al mando del coronel José Rondeau, Montevi-

deo era el puerto estratégico por donde partía la fuer-

za naval realista para hostigar las costas del Paraná,

el río Uruguay y hasta para realizar esporádicos bom-

bardeos a Buenos Aires. Es de imaginar el terror que

infundían a las poblaciones costeras, con sólo tener

presente los cañoneos, asaltos y saqueos producidos

en octubre de 1812 en las localidades de San Pedro y

San Nicolás. San Martín y sus granaderos estaban en-

cargados de la seguridad de la zona norte de la capital

y hacia fines de 1812 ya estaba formado el regimiento

que entraría por la puerta grande de la historia. Los

acontecimientos se estaban sucediendo a un ritmo

más veloz de lo acostumbrado, los realistas necesita-

ban continuo abastecimiento y en sus planes estaba el

de llegar hasta Paraguay para interrumpir el comercio

y en su viaje por el Paraná tratar de destruir la bate-

ría que los patriotas habían erigido en Punta Gorda

(actual Diamante), a las órdenes del Coronel Marcos

Balcarce, pues allí el río se estrecha y es paso obligado

para la navegación. Los rumores de que en la isla Mar-

tín García los realistas habían reunido tropas para ini-

ciar una expedición hacia el norte por el río Paraná ha-

bían llegado a oídos de San Martín. Esto se confirmó el

26 de enero cuando desde San Nicolás de los Arroyos

informaron sobre el paso de diez buques enemigos. Ya

no existían dudas sobre lo que estaba ocurriendo en el

río Paraná. San Martín se encontraba en el Retiro y las

órdenes que había recibido de parte del gobierno de

Buenos Aires el 28 de enero de 1813 le otorgaban am-

plio criterio para evaluar la situación y actuar en base

a los movimientos realizados por el enemigo, de quien

se suponía tenían como objetivo Punta Gorda o Santa

Fe. Como en estos días, en aquel verano de 1813, el ca-

lor imperaba por sobre todo acontecimiento humano

y era inevitable que cualquier empresa de caballería

debiese ser llevada a cabo de noche. Los semblantes

recios de los granaderos entrenados en el arte del

combate por el mismo Coronel San Martín, esperaban

la orden de su jefe para partir de inmediato en una

marcha hacia la historia de los mitos. Ahora el silen-

cio se apoderaba de El Retiro porteño y el ruido de ca-

ballos, sables y voces de guerra viajaban hacia el norte

acompañados de un mesurado viento sur, el mismo

que en esas horas decisivas ayudaba a las naves ene-

migas a remontar la implacable correntada del Paraná.

Page 4: Diario del Combate

El primer inconveniente que tuvo San Martín fue en

su primer parada en Santos Lugares, cuando al lle-

gar, el Maestro de Postas le comunicó que no había re-

cibido el aviso de preparar la caballada de reemplazo y

a las 8 hs. del 29 de enero todavía no había podido salir

de ese sitio. Previendo situaciones similares mandó al

oficial Angel Pacheco a que se adelantase a las demás

postas para tener listos los caballos de reemplazo.

El 30 de enero por la noche llegan a Río Areco, distan-

te 130 km de Santos Lugares. En una carta enviada a

su superior, el cura párroco Presbítero Doctor Grego-

13 años de campañas por todas esas américas, como

ellos decían, a deponer sus armas en el parque don-

de las habían tomado, anunciando que no quedaba

un español armado en todo el continente. Sus armas

y sus estandartes formaron un trofeo en la sala de

armas. La tarea estaba terminada. No sabemos si la

patria le dio las gracias. Siete soldados volvieron, los

únicos que quedaban vivos o reunidos en cuerpo de

los que salieron Del Retiro. De estos sí sabemos que

no fueron distinguidos por pensión ni gracia alguna”.

Pero así y todo, hasta Sarmiento omite sus nombres,

seguramente por desconocimiento, lo que convertía

aún más triste el olvido que todo un pueblo tenía so-

bre estos hombres y, por otro lado, la gran deuda para

con ellos de parte de la posteridad. Los investigadores,

tras más de veinte años de hurgar en los legajos y ar-

chivos, pudieron rescatar del olvido los nombres de los

granaderos, que fueron publicados en el Diario Clarín

el 17 de abril de 1966 con el título “Siete sables para

una gesta”. Pero aún así, para muchos es un descono-

cimiento y un olvido. Hoy, gracias al trabajo realizado

por Genaro Dorto, podemos seguir recordando a estos

siete granaderos que combatieron en San Lorenzo y

Al cumplirse el 190 aniversario del Combate de

San Lorenzo, el sanmartiniano Genaro Angel Do-

mingo Dorto, presentó un trabajo en el que reitera la

inquietud de “Salvar del olvido la acción de los siete

valientes, que un triste lunes 13 de febrero de 1826 lle-

gaban a Buenos Aires convertidos en sombra espectral

de aquellos soldados formados por San Martín”. Se re-

fiere a siete granaderos que partieron junto a San Mar-

tín de El Retiro en Buenos Aires rumbo a San Lorenzo,

donde se produciría el combate del 3 de febrero de

1813. De ahí en más, estos siete granaderos participa-

ron de todas las campañas militares durante trece años

y sobrevivieron a quién sabe cuántas vicisitudes que

puede llegar a imponer el destino en tamaña proeza.

El Regimiento de Granaderos a Caballo fue disuelto

por un decreto de Rivadavia y sus soldados disper-

sos en varios regimientos. Los nombres de estos siete

granaderos nunca se conocieron hasta que el trabajo

de investigación del historiador Enrique Walter Phi-

lippeaux, con la colaboración del Teniente Coronel

Ulises Mario Muschietti, dieron sus frutos y pudieron

saber los nombres de aquellos soldados olvidados. En

La Gazeta de Buenos Aires, el 17 de febrero de 1826

daba cuenta de la llegada de “los restos del Ejército de

los Andes, conducidos desde el Perú por el Coronel de

los Granaderos a Caballo Dn. Félix Bogado”, pero en

esa editorial de La Gazeta no se daban los nombres. En

la monumental obra de Bartolomé Mitre, “Historia de

San Martín”, tampoco se hace referencia a los nom-

bres de los siete granaderos que habían participado

desde el inicio de la gesta sanmartiniana. Hasta el

mismo Domingo F. Sarmiento, en 1857 escribía que

“Los Granaderos a Caballo son la epopeya de la revolu-

ción y de la independencia. En 1826, un día los vecinos

de Buenos Aires acudían en tropel a ver entrar a 120

hombres al mando del Coronel Bogado, últimos restos

de los Granaderos a Caballo, que volvían después de

“Siete sablespara una

gesta”

La Marcha

rio José Gómez, amigo de San Martín, da cuenta de un

accidente que tuvo cuando salió al encuentro de los

patriotas para entregar unos 100 caballos junto con

el Alcalde Manuel Vicenter. Al escapar los caballos de

su coche como consecuencia de la llegada formidable

de los granaderos y de la caballada espantada por el

encuentro, fue a dar con el tronco de un nogal, pero

fue socorrido por el Capitán Justo José Bermúdez y

el propio Coronel San Martín que corrió en su ayuda.

A 100 km de este último lugar, en San Pedro, la colum-

na de granaderos se detuvo para descansar y alimen-

tarse. Luego llegarían a la posta Las Hermanas, situada

en San Nicolás de los Arroyos. Por un propio relato de

San Martín escrito en 1827, el día 1 de febrero de ese

1813, junto con el oficial Portaestandarte Angel Pache-

co, que había enviado a adelantarse para asegurarse

los caballos de reemplazo, se adelantaron disfraza-

dos de paisanos y reconocieron “La escuadra enemi-

ga fondeada enfrente del Convento de San Lorenzo”.

Mientras tanto las tropas avanzaban raudamente y ya

estaban en la Capilla del Rosario, luego de haber re-

corrido desde San Pedro unos 145 km. Finalmente, a

las diez de la noche del 2 de febrero los granaderos

llegaban al Convento San Carlos de San Lorenzo. Ha-

bían recorrido en cinco días, desde la noche del 28 de

enero hasta la noche del 2 de febrero, 420 km, por lo que

es considerada la marcha forzada de caballería más

rápida de la historia. Al otro día, se produciría el hecho

histórico de San Lorenzo, el Combate del 3 de

Febrero de 1813. Hasta ese momento el Con-

vento se alzaba imponente sobre un disper-

so caserío y contrastaba con la inmensidad de

la llanura, poblada de pastizales, soledad y silen-

cio. Un silencio quebrantado el 2 de febrero con la

irrupción de las tropas al mando del coronel San

Martín. De ahí en más, el Convento y la ciudad se

alzarían imponentes frente a la historia por venir.

Fuente:

• Coronel Héctor Juan Piccinalli, “San Martín: Del Retiro a San Lorenzo”, Revista Nº 92 de la Es-cuela Superior de Guerra, Marzo-Abril de 1980.

• Fray Herminio Gaitán, “Combate de San Lorenzo”, Im-prenta del Congreso de la Nación, 2º edición, Julio de 1999.

continuaron de la misma manera durante trece lar-

gos años de nuestra historia argentina y americana.

Los nombres de los granaderos son:

- Coronel José Félix Bogado

- Coronel Paulino Rojas

- Tte. Coronel Francisco Olmos

- Sargento Patricio Gómez

- Sargento Francisco Bargas

- Sargento Damasio Rosales

- Trompa Miguel Chepoya

Genaro Dorto sostiene la necesidad de realizar un mo-

numento en San Lorenzo para que queden inmortali-

zados estos siete granaderos, y desde hace veinte años

que viene pregonando por este proyecto, aunque sabe

que los sanlorencinos no serán los primeros en hacer-

lo, porque en un encuentro sanmartiniano realizado en

Posadas, Misiones, en noviembre del 2003, se encontró

que en el Regimiento de Monte 30 “Coronel José Félix

Bogado”, en la localidad de Apóstoles de esa provincia,

se halla una placa con el nombre de los siete granaderos.

Page 5: Diario del Combate

Celedonio Escalada y

sus valientes milicianos

Todos conocen la gesta de San Martín en San Lorenzo (o por lo menos hay de-masiados elementos para conocerla) y nadie duda de la relevancia del combatedel 3 de febrero de 1813 y de la valen-tía con que lucharon los granaderos que desde El Retiro en Buenos Aires realiza-ron una de las marchas más forzadas de la historia de la caballería militar para llegar a San Lorenzo y combatir a la armada realista. Hay hechos heroicos y nombres de héroes que han quedado inmortalizados. Muchos historiadores abordaron el tema a fondo o superficial-mente, con rigurosidad o con ligereza, pero siempre conociendo y destacan-do la mayoría de los hechos relativos al combate, tanto durante como antes y después. Algunos hechos y circuns-tancias han sido exagerados en pro del realce de la figura del Libertador y de su

gesta libertadora a lo largo de América, pero esto es una cuestión entendible cuando se trata de hablar de una de las figuras más emblemáticas de los albores de nuestra independencia. Sin embargo, existen esos otros acontecimientos que han quedado olvidados en la historia y que muchas veces cuesta hacerlos su-bir a la superficie debido al aplastante peso de las epopeyas, que de por sí so-las generan una huella imborrable en la memoria de los pueblos. En un exce-lente trabajo publicado en la Revista de la Escuela Superior de Guerra de mayo-junio de 1973, su autor Marcelo Bazán Lazcano (*), realiza un pormenorizado estudio sobre un aspecto poco conoci-do del Combate de San Lorenzo, y que es la actuación del comandante militar del Rosario Emeterio Celedonio de Esca-lada y Palacios y sus 50 milicianos que participaron de la gesta de San Lorenzo. El autor se detiene en el aspecto militar del hecho histórico, lo que le permite analizar en detalle todas las narracio-nes tanto de los historiadores como la de los comentaristas contemporáneos al combate e intenta demostrar que los granaderos no fueron los únicos que combatieron, aunque fue mérito de los mismos el triunfo del encuentro de ar-mas con la armada realista gracias a lacapacidad estratégica de San Martín. En este sentido, el autor manifiesta que a nuestro juicio, se ha interpretado mal o simplemente ignorado lo que consta y resulta de testimonios documentales

que constituyen fuente de consulta fi-dedigna y permiten resolver claramente el punto. Los historiadores que se han ocupado o han estudiado el combate de San Lorenzo, han preferido valerse de una interpretación simplista y muchas veces superficial, para sostener una na-rración equivocada, en el empeño de se-guir la letra exacta del parte patriótico fechado en San Lorenzo el mismo día de la acción. Cada autor va relatando las vi-cisitudes del combate, ya sea recurrien-do a fuentes documentales o repitiendo lo que afirmaron otros autores, sin si-quiera detenerse a analizar o cuestio-nar muchas contradicciones y errores que se fueron repitiendo a lo largo de los diferentes escritos. Y por supuesto con el cuidado de no indagar demasia-do en los partes escritos por San Martín y en lo narrado por Mitre en su prolífica obra sobre el libertador, seguramente por el pudor de no contrariar en estos puntos a dos personalidades como las antes nombradas. El único que planteó la gran pregunta sobre los milicianos de Escalada fue Bartolomé Descalzo, que dijo “Nada se conoce de lo que hicieron aquellos bravos 50 milicianos de D. Ce-ledonio Escalada, comandante militar del Rosario, durante el combate de los granaderos. Sin embargo, algo tienen que haber hecho, pues San Martín re-comienda su comportamiento al go-bierno: «que demostraron valor y amor al país»”. Se ha expresado en muchos trabajos que los milicianos participaron solamente en cuidar heridos o custo-diar el convento. El parte mismo de San Martín nada dice de los milicianos ni mucho menos de su cañón de montaña que sabían manejar con pericia. No obs-tante, San Martín, en su segundo parte del 6 de febrero recomienda al coman-dante Escalada y al teniente Piñero, por haber prestado cuantos servicios han sido necesarios. Asimismo, el parte con-feccionado por el comandante realista el Capitán General Rafael Ruiz y Ruiz, al jefe de la Plaza de Montevideo, men-ciona a combatientes milicianos con un cañón de campaña en el medio de la re-friega. Pero lo más trascendente y con mayor valor es el testimonio del prisio-nero Francisco Guillot, quien afirma en su obra “Episodios de la Independencia” que Escalada y los milicianos ocuparon el centro de las fuerzas comandadas por San Martín y que cuando el jefe de los realistas gritó ¡Viva el Rey!, Escala-da gritó ¡Viva la Revolución!, dando de esta manera comienzo al combate. De trascendental importancia resulta tam-bién lo apuntado por el historiador lo-cal Marcos Rivas en su “Historia de San Lorenzo”, que también lo destaca Ba-zán Lascano, cuando Rivas entrevistó a Bienvenida Palacios de Roldán, hija de Nazario Palacios quien fuera un testigo y actor directo del combate. La anciana tenía el testimonio directo de su padre y manifestó que cuando los realistas se refugiaron en las barrancas para man-tener la resistencia, San Martín utilizó una técnica araucana de combate que consistía en atar un lazo a la cincha de dos caballos para arrastrar y desba-rrancar a los enemigos. Bazán Lascano afirma con tino que cuesta admitir que

los granaderos llevaran lazos en sus recados. Por el contrario, no es dudo-so que los treinta milicianos a caballo tuvieran este elemento en sus aperos. En el parte de San Martín fechado el 6 de febrero también consta oficialmente que esa compañía armada de 22 fusiles, y el resto de chusa y algunos sablecitos y pistolas... y 30 hombres más, también armados de chusas, y algunas pistolas...

y cañoncitos de montaña, combatieron en San Lorenzo. El autor Marcelo Bazán Lascano afirma de manera contundente que ninguna duda puede existir de que ESCALADA y sus milicianos pelearon en el combate de San Lorenzo. La base in-conmovible de nuestra tesis y la fuente de donde surge la verdad de lo que afir-mamos lo constituye este segundo par-te oficial del combate, claro, terminante y que no ofrece ninguna duda al respec-to. El hecho concreto que surge de estos análisis y de la información proporcio-nada por las fuentes antes citadas, es que los realistas sabían que se iban a enfrentar con fuerzas de milicianos que no eran profesionales de la lucha y que el jefe realista de las tropas, el capitán Zabala ordenó a su gente en el mejor orden, precaución que le sirvió para no ser sorprendido, dice el parte realis-ta. ¿Y cuál era la posible sorpresa?. La presencia de tropas del gobierno revo-lucionario. Por eso San Martín utilizó a los milicianos de Escalada para esperar de frente a las tropas realistas y dar la impresión de que un grupito de volun-tarios intentaba defender el Convento, y así los granaderos divididos en dos co-lumnas saldrían por izquierda y por de-recha del monasterio en un ataque sor-presivo, envolvente y simultáneo que aniquilaría al enemigo. Pero dejemos a Bazán Lascano que culmine con su re-lato acerca de la hipótesis sobre estas consideraciones del combate de San Lo-renzo: La parte del terreno que el cañón debía recorrer ante la vista del enemigo, era de fácil transitabilidad, lo que hacía ventajoso su avance o retroceso, según la conveniencia de una u otra opera-ción. El cañón actuó en una zona par-

Page 6: Diario del Combate

Nadie sabe quien lo plantó aunque es

seguro que su origen está estrecha-

mente ligado a la historia de los frailes

franciscanos que se instalaron en la

zona dando origen a la actual ciudad

de San Lorenzo. Fray Teófilo Pinillos se

pregunta: ¿Quién plantó el famoso pino

de San Lorenzo?. No se puede dar una

respuesta, no digo terminante, pero ni

siquiera hipotética. Más allá de todo,

su transformación de simple árbol do-

méstico -quizás mojón marcando un

punto cardinal en la extensa propie-

dad de la Orden religiosa- en un mito

viviente, la justifican los historiadores

en su relación con el Padre de la Patria.

Con su pluma siempre inflamada de

poesía, Bartolomé Mitre se refiere al

más famoso de los árboles argentinos

hablando del Pino añoso a cuya sombra,

según cuenta la tradición, descansó San

Martín el 3 de Febrero de 1813 después

de la jornada de aquel día, bañado en

su propia sangre y cubierto con el pol-

vo y el sudor de la victoria. Y luego lo

señala como símbolo del paso inicial

de la gesta libertadora: Allí alcanzó San

Martín su primer triunfo americano y

aquel pino marca el punto de partida de

su gran campaña continental, cuyo tea-

tro de operaciones fue la América meri-

dional, a través de ríos, pampas, mares

y montañas. Y hasta el final, el Pino se

acercó a la figura del General José de

San Martín. Los gajos del pino histórico

de San Lorenzo ornaron su féretro, en-

trelazados con una corona de oro y pla-

ta que le votó el pueblo de San Lorenzo

en el día de sus funerales al ser repatria-

dos sus restos a Buenos Aires en 1880,

según cuenta también Bartolomé Mitre.

Meticuloso, el Dr. Melitón Hierro habla

del árbol histórico de mayor populari-

dad de la República Argentina y el más

conocido, y con minuciosidad detalla

que está ubicado a unos 680 metros o

sea cuatro cuadras y media del filo de la

barranca del río Paraná hacia el Oeste;

y a unos 2920 metros o sea a veintisiete

cuadras y media al Sur del arroyo San Lo-

renzo (...). Actualmente la ubicación del

Pino de San Lorenzo está sobre la Ave-

nida General San Martín, antes llamada

General López, entre las calles Belgrano

El HistóricoPino

ticularmente expuesta a las fluctuacio-nes del combate y fue maniobrado por los milicianos, únicos experimentados en su manejo. ESCALADA, que conocía perfectamente el terreno, debió indicar con anticipación a SAN MARTIN los lu-gares que la pieza ocuparía durante la lucha, según fueran los movimientos del enemigo. Las columnas realistas, apoyadas eficazmente por la artillería de sus buques, avanzaron con rapidez, ya que apenas eran molestadas por el

fuego del pequeño cañón. El enemigo ha mordido el anzuelo. La pieza de los mi-licianos retrocede, y los invasores con-tinúan avanzando. Es entonces cuando hace su aparición SAN MARTIN. Y tam-bién entonces que se pone en eviden-cia con cuánta habilidad ha organizado el intrépido coronel su ataque, y cuán decisivo ha sido para el éxito la inter-vención del pequeño cañón miliciano. El golpe aniquilador sobre el flanco iz-quierdo realista estuvo a cargo del es-

cuadrón del capi-tán BERMUDEZ, quien llevaba or-den de cortar la retirada del ene-migo. La mayor distancia que re-corrió esta fuer-za impidió que su carga fuera simultánea con la ejecutada por SAN MARTIN, cuyo escuadrón fue el primero en enfrentar a las columnas de ZABALA, por el lado derecho. El ataque de este escuadrón sor-prendió al ene-migo, que con-fundido, no pudo formar el cuadro dispuesto por su jefe. Con todo,

ZABALA consigue por un momento pa-rar la carga de BERMUDEZ, y organizan-do como puede sus columnas, empren-de la retirada hacia las barrancas, donde, “considerando el terreno ventajosopara maniobrar y defender su gente”, se hace “firme” y espera a los granaderos. Una nueva carga de estos se produce, recibida “con el mayor valor” por los rea-listas que ocupan una posición ventajo-sa y segura y hacen empleo de sus fu-siles contra los granaderos que sablean a muchos de ellos, pero sufren también “considerable destrozo de muertos y heridos”. En tal situación avanzan los milicianos armados de fusiles, soste-niendo su cañón este movimiento so-bre la tropa realista que se hallaba en disposición de rechazar a los grana-deros y resultó después arrollada porel vigoroso y casi simultáneo ataque de las dos fuerzas. Aquí tomaron segura-mente parte activa el valiente coman-dante ESCALADA y los no menos me-recedores de este calificativo, teniente Felizardo PIÑERO y “granaderos volun-tarios” Vicente MARMOL, Julián CORBE-RA, Manuel ISAZA y Pedro SALCES. Tal como opinan la mayoría de los historia-dores aunque la intención de San Mar-tín era que la carga de las dos columnas fueran simultánea, Bermúdez tardó un poco más y dio tiempo a los realistas a que se rearmaran sobre las barrancas, por lo que la táctica de aniquilamiento total no tuvo los resultados esperados. El hecho de armas de San Martín en San Lorenzo no tuvo una relevancia militar de magnitud, y muestra de ello es que

los españoles continuaron merodeando las costas y saqueando en algunos luga-res inclusive en junio y agosto del mis-mo año, cuando en Zárate al mando del mismo Zabala se llevaban gran cantidad de ganado, un pelotón de granaderos al mando del alférez Angel Pacheco los ata-có e impidió que se llevaran el botín. En noviembre del mismo año todavía había embarcaciones realistas en el Paraná y el Uruguay, y a tal punto saqueaban que el gobierno de Buenos Aires dispuso dos meses antes que el ganado de Quilmes, San Isidro, Zárate, Baradero, San Pedro, San Nicolás y Rosario fuera retirado cuatro leguas de las orillas del Paraná.

(*) El trabajo lleva por título “Combate

de San Lorenzo” y el mismo había

sido presentado en el Primer Congreso

Internacional de Historia Militar Argentina,

organizado por el Instituto de Historia

Militar de la Escuela Superior de Guerra

realizado en Octubre - Noviembre de 1970.

Page 7: Diario del Combate

por el Sur y Artigas por el Norte, a 26 me-

tros de la esquina de la calle Belgrano y

que corresponde a la numeración par

del N° 1530 de la mencionada Avenida.

El propio Dr. Hierro nos recuerda que a

pesar de su ligazón con la historia, luego

del paso de San Martín y sus Granade-

ros en aquellos días de Febrero de 1813,

durante muchas décadas el Pino siguió

siendo un simple árbol más, solo resal-

tado en ocasiones para la celebración

de Misa a su sombra, pero a la mirada

de los primeros vecinos nada lo desta-

caba como un verdadero monumento.

El 28 de octubre de 1902, concurre a San

Lorenzo el entonces Ministro de Guerra

de la Nación, Coronel Pablo Ricchieri,

Ligado a la “Historia Grande”

Pero volviendo atrás en la historia, re-

cordando su indescifrable origen, otro

destacado historiador, el Dr. Roberto

Biraghi, señala que “sea como fuere,

el nacimiento del Pino se pierde en la

hondura de los tiempos coloniales,

contando a lo menos más de dos si-

glos y medio de vida (...) Pero desde

antes del Combate de 1813, era la pre-

sencia más alta en la pampa agreste”.

Refiriéndose al episodio que puso al

Pino en la historia, el Dr. Biraghi refie-

re que “siempre joven, enhiesto, desde

un ardiente cielo, su abundante sombra

recogió paternalmente a un Libertador

que dictaba la noticia de la gloria a Ma-

riano Necochea, quien nerviosamente

escribía; y es el mismo oficial que la

llevará de una sola galopada a la incré-

dula Buenos Aires. Allí, en ese preciso

instante, termina la historia cotidia-

na de nuestro Pino y comienza la His-

toria Grande y también su leyenda”.

En ocasión de la presencia del Pa-

dre de la Patria en este suelo, el

Convento San Carlos presentaba nota-

bles diferencias a como lo conocemos

hoy. Por ejemplo, su entrada principal

no estaba mirando al río, sino en su

actual espalda. Así lo cuenta Fray Her-

minio Gaitán: “con anterioridad a 1818

–y desde 1795- la portería del convento

estaba ubicada en dirección al Oeste. En

la noche del 2 de febrero de 1813 pene-

traron los granaderos por el portón del

“allí alcanzó San Martín su primer triunfo americano y aquel pino marca el punto de partida de su gran campaña continental cuyo teatro de operaciones fue la América meridional, a través de ríos, pampas, mares y montañas”.

REDACCIÓNDr. Poucel 1078(2200) San Lorenzo - Sta FeTelefax (03476) 423771E-Mail: [email protected]@periodicosintesis.com.arwww.periodicosintesis.com.arPropiedad Intelectual Nº 340488

EDITORESCésar F. Ríos GallarettoReinaldo Diaz

PRODUCCIÓNDiego [email protected]

DISEÑOAlejandro [email protected]

trayendo la Bandera de Los Andes que

desde Mendoza había sido trasladada

a Rosario, luego a San Lorenzo, para

ser llevada a Santa Fe. Ese homenaje

del ilustre hijo de San Lorenzo, quiso

brindárselo a su pueblo natal, en don-

de depositó la Bandera de los Andes a

la sombra del glorioso Pino, ante cuyas

dos reliquias se efectuó un emotivo acto

cívico-militar, con discursos, desfile de

tropas y numerosa y calificada concu-

rrencia (...). El Coronel Ricchieri, ante

el deplorable aspecto que presentaba

la pequeña plazoleta que guardaba en

su interior el Pino de San Lorenzo (...)

sólo protegido por un simple alam-

bre tejido, ordenó que se construyera

Oeste que quedaba a solo 200 metros

del camino real, hoy avenida Manuel

Dorrego (...) Por ese portón salieron y

regresaron la tropas al mando del co-

ronel San Martín. Por ese acceso fue-

en el Arsenal Principal de Guerra de

Buenos Aires, una artística verja, que

circundaba no sólo el frente de la pla-

zoleta, sino parte del lado Norte. Esta

verja fue colocada el 3 de octubre de

1904, asegura el Dr. Melitón Hierro.

Tiempo después, el Pino recibiría otra

sustancial mejora en su entorno. El

Dr. Hierro rememora que en Agosto de

1923, el Director General de Arsenales

de Guerra, General de Brigada José L.

Maglione, ordenó al Director del Arse-

nal San Lorenzo Teniente Coronel Luis

E. Schulze, después de la visita que

efectuó a San Lorenzo el presidente de

la Nación Dr. Marcelo T. De Alvear en

Agosto de 1923, la construcción de una

pequeña verja en reemplazo del cerco

de alambre que circundaba el tronco

del Pino a unos tres metros del mis-

mo (...) Esta verja se construyó y colo-

có en septiembre de 1923 y protegían,

con la colocada en 1904 con una do-

ble separación, al Pino de San Lorenzo.

Pero con el devenir del Siglo XX, la pla-

zoleta del histórico árbol, recibiría nue-

vas mejoras. Aquí también el Dr. Melitón

Hierro, es quien señala que el 22 de Junio

de 1934 por iniciativa de la Junta Parro-

quial de la Acción Católica Argentina de

San Lorenzo, se solicita al Director del

Arsenal san Lorenzo, Coronel Ramón R.

Espíndola, la construcción y donación

al pueblo de San Lorenzo, de un mástil

para instalar dentro de la plazoleta del

Pino Histórico. Las autoridades del Ar-

senal acceden a tal pedido (...). El 13 de

Julio de 1934, por iniciativa del entonces

Presidente de la Comisión de Fomen-

to de San Lorenzo Dr. Carlos Poucel, se

gestiona a las autoridades del Convento

San Carlos, la cesión de un espacio jun-

to al Pino para ampliar y hermosear el

recinto y dar necesaria cabida al más-

til que se estaba construyendo. (...) Los

trabajos se terminaron el 20 de octubre

de 1934. La inauguración de la amplia-

ción de la plazoleta y del mástil se efec-

tuó el domingo 28 de octubre de 1934”.

Algunos años después, el Pino de San

Lorenzo era declarado árbol histórico

por decreto del Poder Ejecutivo Nacio-

nal N° 3088 del 30 de Enero de 1946.

ron entrando a la huerta del convento

los heridos, muertos, cañones, fusiles y

bandera tomados al enemigo. (...) Pare-

ce natural que el coronel de granaderos

eligiera para instalar su jefatura un sitio

equidistante entre el campo de acción

y el interior. Y que el Pino, no por año-

so ni por frondoso, fuera refugio en la

mañana de aquel 3 de febrero de 1813”.

Testigo viviente del principio de nues-

tra historia como nación, ahí está to-

davía, con el peso de los siglos en sus

ramas pero desafiando el paso de los

años. Ya presente cuando nada exis-

tía logró ingresar al nuevo milenio,

este Pino que como dice el Padre Gai-

tán: “tiene bien ganada la celebridad

que lo consagra como el árbol más

popular y conocido del país, su sím-

bolo, su sombra su promesa de paz”.

Page 8: Diario del Combate

Marcha de San Lorenzo

Febo asoma; ya sus rayos iluminan el histórico convento; tras los muros, sordo ruido, oír se deja de corceles y de acero.

Son las huestes que prepara San Martín para luchar en San Lorenzo; el clarín estridente sonó y la voz del gran jefe a la carga ordenó.

Avanza el enemigo a paso redoblado, al viento desplegado su rojo pabellón.

Y nuestros granaderos, aliados de la gloria, inscriben en la historia su página mejor.

Cabral, soldado heroico, cubriéndose de gloria, cual precio a la victoria, su vida rinde, haciéndose inmortal. y allí, salvó su arrojo la libertad naciente de medio continente, ¡Honor, honor al gran Cabral!

Letra: Carlos J. Benielli Música: Cayetano A. Silva