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Gastón Rouge Destello de Humildad Historia de cambios, simplemente un cuento de la vida. Buscando sombras encontré… un destello de humildad. http://rougegaston.tk [email protected] www.flickr.com/photos/rougegaston

Destello de humildad

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Historia de cambios, simplemente un cuento de la vida. Buscando sombras encontré… un destello de humildad.

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Historia de cambios, simplemente un cuento de la vida. Buscando sombras encontré… un destello de humildad.

http://rougegaston.tk

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Destello de humildad

Paseando por la plaza principal de mi ciudad buscando un encuadre para hacer

fotografía de contraluz donde destacar una silueta que limite espacios, que muestre la

línea tan fina entre la luz y oscuridad. Llegadas las últimas horas del día iba

persiguiendo los últimos destellos como persigue un perro a su amo me topé con un

verdadero cambio.

Recorriendo la calle que apadrina a la

mayoría de las calles de la ciudad fue

cuando al llegar a la intersección con su

perpendicular, también que apadrina las

demás perpendiculares, fue ahí donde

entre la luz y la sombra vislumbre un denso

vapor salir de una pequeña garita, de un

pequeño refugio. Esa tarde aún no sabía

que sería una tarde nada común, sería una

tarde para recordar.

Me acerqué y tímidamente le pregunté aquel hombre si podía hacer fotos y sin dudar

me respondió que podía hacer todas las que quisiera. Tomé mi cámara, busqué

ángulos para conseguir el contraluz que satisfaga mi búsqueda, fui por distintos

espacios y esquivaba gente, dado que era hora pico del tránsito peatonal, era como un

hormiguero revuelto. Siguiendo la búsqueda de “esa” fotografía entable conversación

para romper un poco el hielo pero porque me sentía lejos de lo que buscaba, me

sentía lejos de lo que veía.

Me presenté y pregunté por su nombre, -Soy José

Luis- me contestó a la vez que un apretón de mano

sellaba las miradas cara a cara. No dudé en contarle

a José Luis un poco de mi historia ya que pretendía

conocer la suya. Quité la cámara entre él y yo pero

sin guardarla en su estuche, solo la colgué al

hombro… quizás como bajando la guardia. La charla

tomaba ritmo entre temas triviales de la vida, como el

tiempo, la gente y sus intenciones.

Le conté a José Luis que estaba practicando

fotografías de contra luz, es decir fotos donde la luz

marque fielmente la silueta del sujeto u objeto,

buscaba la más fina línea entre la luz y las sombras.

Él no tardo en comentarme que si venía más

temprano podría ver caer el sol por esos edificios que

hacían de horizonte a su izquierda, textualmente me dijo: -El sol cae por entre estas

dos torres, bien en medio de ellas- Ya el sol había bajado y no podía ver lo que me

indicaba pero sin dudas era muy fácil de imaginarlo. Le pregunté si estaría él en esta

esquina obteniendo como respuesta: - Hace más de 20 años que cada día estoy aquí,

mañana también estaré –

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Sin dudar al día siguiente estaba a la hora señalada

merodeando el lugar, no quise ir directamente a saludar a

José Luis sino que hacerle fotos desde lejos sin que

supiera que ya había llegado. Busqué nuevamente algún

que otro ángulo donde conseguir una fotografía de su

entorno, del espacio que lo rodeaba cada tarde.

Tímidamente fui acercándome, aunque ya lo conocía aún

no podía ir sin pensar cada paso, hasta que me vio y se

le escapo una pequeña sonrisa de ese rostro duro, varonil

y de tantas historias en el tiempo.

- Buenas, vio que volví José Luis – Le pronunciaba

mientras que me acercaba con la mano ya extendida. – Buenas tardes – me respondió

– Ya vas a ver como el sol baja – pronuncio, afirmando lo que el día anterior me

comentaba.

Esta tarde José Luis no estaba solo, se encontraba acompañado de su hija y sus dos

nietas, una recién nacida y la otra que no pasaba de los 10 años. Me acerqué, salude

a la vez que me presentaba formalmente. José me comento que esa tarde tenía la

grata sorpresa de aquella visita familiar – mi familia vino a visitarme al trabajo – dijo en

tono de broma. Charlando con su nieta mayor que desbordaba de su simpatía, hacían

un momento muy grato, muy íntimo.

La tarde avanzó entre sonrisas y bromas que

arrojaba la pequeña hacia su abuelo mientras

que en espacios muy puntuales con José Luis

hablábamos sin pestañar, humildemente le

pregunté nuevamente que tiempo llevaba

trabajando con las “garrapiñada” o “praliné” en

otros países. – Llevo más de 30 años, en esta

esquina 20 – me contestó sin dudar. – Esta es

mi empresa, yo el dueño soy el jefe, el

empleado, el que paga y hace paro, el que

manda y el que obedece, yo soy quien decide

si abrir y el que viene abrir… - En ese instante

nos interrumpió un par de amigas que no

superaban los siete años, acompañadas de lo

que seguramente era la madre de alguna de

ellas, pidiendo dos bolsitas de garrapiñada. -

¿Cuánto cuestan? - preguntó una de ellas –

Cuatro pesos la bolsita – contestó José Luis.

Un cruce de miradas entre las dos amigas hizo

que metieran sus manos a todos los bolsillos

que llevaban rastreando cada moneda que pudieran tener. - ¿Cuánto tienen? –

Interrumpió José Luis a las pequeñas en su búsqueda de tesoro. –mmm…. siete

pesos con ochenta centavos- respondieron a dúo. – Tomen, esos son ocho pesos –

Fueron suficientes palabras para iluminar aquellos pequeños rostros mientras que

hacían el intercambio de dinero por las dos bolsitas de garrapiñada y José Luis me

miró con un gesto simple y sincero adornada con una mueca picaresca y cómplice que

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los años le han forjado. Esta no fue la primera vez que lo ha hecho y seguramente no

será la última.

Después de aquel rápido intercambio sentí la

grandeza de un hombre que prefiere llevarse unos

rostros felices en su corazón que llevar los

centavos en su bolsillo. La pureza de un gesto tan

humilde me conmovió de gran manera, no solo por

el gesto de redondear centavos por una sonrisa,

sino porque yo conocía parte de su realidad. José

Luis no viene cada día a vender garrapiñada por el

simple hecho de hacerlo, lo hace porque su familia

lo necesita. Él es el sostén de una familia

numerosa, quién gana cada centavo en pro de la

salud, alimentación y mantención de la familia. Uno

no necesita leer su historia en un libro, ni pedirle que la cuente ya que sus ojos

muestran el alma que lleva. Sus manos

cuentan los kilómetros recorridos y su cuchara

de madera, con la cual prepara la

garrapiñada, expresa las infinitas vueltas que

ha dado en su olla de cobre, no puedo olvidar

aquel carrito de ruedas que refugia sus

pertenencias de incalculable valor personal y

este gesto único ante la situación más

adversa… donde la inocencia golpea a tus

puertas y pone en “jaque” tu sostén de vida

por el deseo de una golosina.

He atravesado varias etapas en el camino de la fotografía, etapas interiores donde he

desbloqueado distintos aspectos de mí. Un claro ejemplo fue cuando aprendí a

disfrutar del lugar, conocer donde estaba realizando fotografías, ver su encanto y su

magia. Particularmente sentir lo que te ofrece para poder transmitirlo ya que sin esto la

fotografía no dirá nada, será como una carta que recibes y no hay nada escrita en ella.

Muchas de estas etapas van marcando tu

expresión fotográfica, se va notando el

cambio y la profundidad del trabajo final.

Como fotógrafo viví experiencias donde

buscar esa fotografía sin importar el lugar

sentía la interacción del entorno su ruido,

su movimiento, es decir la vida propia de

cada lugar. Esta vez fue diferente sin

querer fui despejando el entorno ruidoso

y movido que envolvía esta charla

pausada y tranquila, pude en simples

palabras aislarme y solo enfocarme en él y su empresa.

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Después de ese gesto de humildad, del cual había dado unos pasos atrás para

realizar fotografías, volví a acercarme y le confesé que me sentía muy raro viviendo

ese momento. No podía creer que nací en esta ciudad y que por esta esquina pasé

incontable veces, tengo recuerdos de ver el carrito en el mismo lugar día a día, me

duele saber que me he parado largos tiempos a metros de él y jamás lo miré a los

ojos. Le confesé que me apenaba no haberme acercado antes, que estaba

emocionado al verlo y sentir que me dejaban ser parte de esto. - ¿Conoces la ley de

atracción? - me preguntó. En milésimas de segundo recorrí cada ley que conocía, se

me cruzaron un montón de cosas hasta que entendí lo que me preguntó. –Si- le

conteste tímidamente, - La ley donde las personas se atraen por lo que son y por

como son-. Me sonrió a la vez que me acentuaba con la cabeza me dijo: –Hoy

estamos acá hablando por algo, no te sientas mal por pasar tantas veces y nunca me

viste, sino sentite bien porque hoy lo hiciste y estamos acá hablando-. Un nudo en la

garganta hizo que el tiempo se detuviera, la sabiduría transparente que mostraba era

digna de tal emoción. Él siguió con su frase: - Mirá!, ¿Sabes porque los borrachos

están rodeados de borrachos? ¿Los chorros rodeados de chorros? Porque la gente se

busca por lo que es y por como son. Yo te vi y no necesito pedirte documento ni que

me cuentes, se nota que sos una buena persona… y para mi ¡Ya está!-

Yo no podía creerme lo tan ignorante del paisaje

urbano en el que vivo, esta persona que hoy me

habla de bondades, de leyes de la vida, de saber

mirar a los ojos, etc; esta persona ha estado

durante años parado aquí hoy está mostrándome

quien es. Es por estas cosas que la fotografía es

más que una profesión. Este es un cambio radical

en la forma que debo mirar. Me planteo ¿Cuántas

historias más habrá? ¿Por qué hoy lo vi y antes no?

¿Qué habrá cambiado para que yo hoy esté en este

lugar?. Las preguntas existenciales que generó este

hecho están presentes por un motivo y quedará en

mí buscar sus respuestas ¿Cómo? Aún no lo sé,

pero si que quiero empezar a buscarlas.

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La charla con José Luis prosiguió su curso

mientras que hacíamos más amplia la rueda de

conversación con su hija y su nieta. Hablamos

de su religión, me contó que es muy creyente

de un Dios que es él quien le pone situaciones

en la vida, que le muestra su camino. José

Luis es católico y cree en su Dios. Mientras el

sol ya estaba bajando tal cual José lo había

predicho, a través de esas grandes torres. –

Esto pasa en esta época nomás porque

después no se ve cuando baja- Afirmó José

Luis, refiriéndose al manifiesto del sol.

Estaba tranquilo y satisfecho con la tarde, con

la vida, con el destello de luz que encontré

mientras buscaba la oscuridad.

Etapas de la vida aparecen por algo, suceden

sin buscarlas y aquí escribiendo estas líneas

siento la diferencia del conocimiento adquirido.

Mi forma de llegar a un lugar o hacer

fotografías ha tomado un nuevo camino, el camino sincero de expresar lo más

profundo en cada fotografía, expresar lo que siento y lo que veo.

Aquella tarde me despedí de José Luis y su familia, un abrazo fuerte junto a un

apretón de mano ponían fin a esta tarde rara. Me llevé un aprendizaje y una

experiencia nueva, una historia de vida… la historia de José Luis, el señor de la

garrapiñada.

Un poco más de la historia:

“Como era de esperar no iba a

irme sin antes comprar una

bolsita de garrapiñada para

disfrutar en el camino de regreso

a casa, saqué los cuatro pesos

que valen y le pedí una bolsita…

José Luis jamás me acepto el

dinero.”

Rouge Gastón.

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Galería de imágenes

Hace más de 20 años que cada día estoy

aquí, mañana también estaré

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“Mi familia

vino a

visitarme al

trabajo”

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Esta es mi empresa

yo el dueño

soy el jefe,

el empleado,

el que paga y hace paro,

el que manda y el que obedece,

yo soy quien decide si abrir

y

el que viene abrir…

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