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Dentro de Wikileaks

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Dentro de Wikileaks, el libro que cuenta los comienzos de tan controversial pagina.

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Dentro de WikiLeaks

Daniel Domscheit-Berg

Redacción de Tina Klopp

Traducción de Ana Duque de Vega

y Carles Andreu Saburit

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Título original: Inside WikiLeaks© 2011 Daniel Domscheit-Berg© Ullstein Buchverlage GmbH, Berlin. Published in 2011 by Econ Verlag.

Primera edición: marzo de 2011

© de la traducción: Ana Duque de Vega y Carles Andreu Saburit© de esta edición: Roca Editorial de Libros, S. L.Marquès de l’Argentera, 17, Pral.08003 [email protected]

Impreso por Brosmac, S.L.Carretera de Villaviciosa - Móstoles, km 1Villaviciosa de Odón (Madrid)

ISBN: 978-84-9918-265-0Depósito legal: M. 8.822-2011

Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas,sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajolas sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidosla reprografía y el tratamiento informático, y la distribuciónde ejemplares de ella mediante alquiler o prestamos públicos.

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A todos aquellos que tanto han arriesgadopara hacer un mundo más transparente y más justo.

A todos los que revelaron secretos.

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Índice

Nota preliminar..................................................... 11

Prólogo ............................................................... 13

El primer encuentro .............................................. 17

WikiLeaks y Goliat.

El caso de la banca Julius Bär....................... 26

La secta y WikiLeaks .............................................. 40

Primeras experiencias con los medios ..................... 48

La visita de Julian................................................. 61

WikiLeaks y el dinero ............................................. 76

La lucha contra la censura en Internet ................. 89

La idea del puerto franco de los medios .............. 103

Parón forzoso.................................................... 113

Una ley para Islandia .......................................... 124

De vuelta en Berlín ..............................................134

El vídeo Asesinato colateral ............................... 141

La detención de Bradley Manning......................... 150

La nueva estrategia de los medios en el caso

de los diarios de guerra de Afganistán ......... 162

Las acusaciones en Suecia ................................... 183

Mi suspensión ..................................................... 193

Agravamiento del conflicto ................................. 205

Los diarios de guerra de Irak .............................. 218

Los telegramas norteamericanos

y la detención de Julian ............................... 226

OpenLeaks .......................................................... 240

Epílogo............................................................... 247

Agradecimientos.................................................. 249

Cronología de WikiLeaks ...................................... 251

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Nota preliminar

En 2007, cuando empecé a colaborar con WikiLeaks, me en-contré inmerso de nuevo en un proyecto cuyo principal obje-tivo era actuar como mecanismo de control del poder ejercidoa puerta cerrada. La creación de una plataforma que ofrecieratransparencia, allí donde esta estuviera vetada, me pareció almismo tiempo una idea tan simple como genial.

Durante el tiempo en que participé en WikiLeaks aprendí deprimera mano que la combinación de poder y secretismo con-duce en última instancia a la corrupción. Con el transcurso delos meses, WikiLeaks fue evolucionando en una dirección queempezó a resultar inquietante para la mayoría de los compo-nentes del equipo, y que nos condujo a abandonar el proyecto enseptiembre de 2010. Con anterioridad a esa fecha, había alber-gado la esperanza de que mis opiniones, expresadas diplomáticay públicamente en forma de crítica moderada, condujeran a lasupervisión del poder de WikiLeaks y al de un solo hombre, delmismo modo que en el caso de otras organizaciones.

Pero sucedió exactamente lo contrario. Mientras una pe-queña parte de la opinión pública, familiarizada hacía yatiempo con WikiLeaks, ponía en tela de juicio su evolucióndesde un punto de vista crítico, el origen de la idea se perdió enla vorágine del espectáculo que ofrecía la plataforma de las re-velaciones y su fundador. Julian y WikiLeaks, una simbiosisinseparable que se convirtió en un fenómeno pop. Lo que sedebe sobre todo al vacío informativo relacionado con esta re-servada organización que hace gala de transparencia.

Como tantos otros, a los cuales ofrecimos una plataformapara sus revelaciones, tomé la decisión de sacar a la luz lo que

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se ocultaba en el interior. No me resultó fácil, puesto que du-rante mucho tiempo me debatí entre mis sentimientos de leal-tad y mi propia responsabilidad moral.

En WikiLeaks solíamos decir que únicamente un correctoregistro histórico podía hacer posible una mejor comprensióndel mundo. Con este libro he tomado la determinación de rea-lizar mi aportación a este ideal.

Daniel Domscheit-BergEnero 2011

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Prólogo

Me quedé mirando fijamente el monitor. La pantalla negra,salpicada de letras verdes. Tras mis últimas líneas todavía apa-recieron un par de anotaciones. Pero ya no me interesaban. Yahabía escrito mis últimas palabras. No había nada más que de-cir. Era el final, para siempre.

Julian no había participado en el chat, o por lo menos nohabía respondido. Tal vez también estuviera sentado ante el or-denador, impasible, estupefacto o inquieto, en algún lugar deSuecia o dondequiera que se encontrase en ese preciso mo-mento. No podía saberlo. Solo sabía que no volvería a hablarcon él nunca más.

El Zosch, el bar de la esquina, acababa de cerrar y oí que losúltimos clientes salían achispados para dirigirse hacia el tran-vía. Faltaba poco para las dos de la madrugada del 15 de sep-tiembre de 2010. Dejé el ordenador encima del escritorio y metumbé sobre los cojines del sofá en la sala de estar. Abrí unanovela de Terry Pratchett y empecé a leer. ¿Qué hace uno ensemejante situación, qué harían otros? Leí durante horas. Mequedé dormido en algún momento, todavía vestido, con los cal-cetines que me había hecho mi abuela y el libro sobre mi vien-tre. Recuerdo el título: Buenos presagios.

¿Cómo hace uno para dejar su trabajo, cuando el lugar enel que trabajaba era todo su mundo? ¿Cuando no hay colegasa los que se les pueda estrechar la mano como despedida?¿Cuando solo hay dos líneas verdes escritas a toda velocidaden inglés, que hacían del todo imposible mi regreso? ¿Cuandotodavía no le han dado «la patada» que le pone de patitas en lacalle?

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«Estás despedido», me había comunicado Julian por escritohacía ya algunas semanas.

Como si fuera el único con poder de decisión. Ahora porfin, todo había acabado.

Me desperté a la mañana siguiente y todo tenía el aspectohabitual. Mi mujer, mi hijo, nuestro acogedor caos, todo seguíacomo siempre. Los rayos del sol iluminaban el mismo rincónde la sala a través de la ventana. Y sin embargo, todo era dis-tinto. Una parte de mi vida, que en su día parecía augurar unfuturo prometedor, se había convertido para siempre en pa-sado, se había perdido para siempre.

Había terminado mi relación con la persona con la que ha-bía compartido los últimos tres años de mi vida, por el que habíadejado mi trabajo y desatendido a mi compañera, mi familiay mis amigos.

El chat había sido durante años mi principal vía de comu-nicación con el mundo exterior, a menudo la única durantedías, cuando trabajaba en una publicación concreta. No volve-ría a entrar en él. Julian me había denegado el acceso a micuenta de correo hacía ya algunas semanas. Había llegado in-cluso a amenazarme con la policía. En lugar de firmar el con-trato de confidencialidad, tal como me habían recomendadootros componentes del grupo, ahora escribo este libro.

En su día Julian y yo fuimos los mejores amigos, o comomínimo algo muy parecido (a fecha de hoy no estoy seguro deque exista una categoría semejante en su mente). En realidad,ya no estoy seguro de nada en lo que a su persona se refiere. Aveces le odio, hasta tal punto que tengo miedo de mí mismo, dela posibilidad de ejercer la violencia física en caso de que vuelvaa cruzarse en mi camino. En otras ocasiones pienso que nece-sita mi ayuda, lo cual no deja de ser absurdo después de todo loocurrido. En mi vida he conocido a nadie con una personalidadtan fuerte como Julian Assange. Tan liberal. Tan enérgico. Tangenial. Tan paranoico. Tan obsesionado con el poder. Tan mega-lómano.

Creo poder decir que hemos pasado juntos los mejores mo-mentos de nuestras vidas. Y soy consciente de que es algo queno podemos recuperar. Ahora que han transcurrido un par de

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meses y los sentimientos se han aplacado, pienso que así teníaque suceder. Pero debo admitir abiertamente que no cambiaríaestos últimos años por nada en el mundo. Por nada en abso-luto. Mucho me temo incluso que, de poder volver atrás, haríalo mismo.

¡He vivido tanto! He podido adentrarme en los abismos yhe jugado con los engranajes del poder. He comprendido elfuncionamiento de la corrupción, el blanqueo de dinero yquién mueve los hilos en el mundo de la política. En mis lla-madas telefónicas tuve que utilizar solo teléfonos encriptadosa prueba de escuchas, viajé por todo el mundo y recibí los abra-zos de personas agradecidas en Islandia en plena calle. Un díacomía una pizza con el famoso periodista Seymour Hersh, elsiguiente salíamos en las noticias de la noche y el tercero es-taba sentado al lado de Ursula von der Leyen, en el mismosofá. Tuve mucho que ver en la actuación llevada a cabo por ac-tivistas a través de Internet para impedir una pésima ley decensura en Alemania, y también colaboré con ellos cuandoprepararon el camino para una ley propicia para la libertad deinformación en Islandia.

Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, era mi mejoramigo. Gracias a WikiLeaks se ha convertido en algo semejantea una estrella del pop, en una de las figuras mediáticas más cau-tivadoras y disparatadas de los medios de comunicación actual.

Aquello que en el pasado nos unió, a Julian y a mí, fue elconvencimiento de que un mejor orden mundial es posible. Enel mundo con el que soñábamos no había sitio para mandata-rios ni jerarquías, y nadie podría basar su poder en la oculta-ción de conocimientos a otras personas, lo cual constituiría elprincipio para una interacción en igualdad. Esa era la idea porla que luchamos, el proyecto que juntos desarrollamos y queveíamos crecer con el mayor orgullo.

Con el paso del tiempo, WikiLeaks fue convirtiéndose enalgo grande, mucho más de lo que en 2007 hubiera podidoimaginar. Me uní al proyecto casi por casualidad, como conse-cuencia de mi curiosidad. Éramos un par de jóvenes pálidos ob-sesionados por la informática, cuya inteligencia había pasadoinadvertida, que de repente se convirtieron en personajes de lavida pública y que enseñaron qué es el miedo a políticos, em-presarios y altos mandos militares del mundo. Es probable que

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también hayamos protagonizado sus pesadillas. Con seguridadno pocos han deseado que nunca hubiéramos existido. En elpasado, esta fue una sensación agradable.

Hubo épocas en las que apenas dormía dominado por la im-paciencia de todos los sucesos apasionantes que tendrían lugaral día siguiente. Hubo un tiempo en el que cada mañana acon-tecía algo que me hacía creer que el mundo sería un poco me-jor. No hay ironía en mis palabras, estaba realmente conven-cido. Para ser más exactos, debo decir que aún hoy sigocreyendo en ello. Estoy seguro de que el proyecto era genial.Tal vez demasiado genial para funcionar a la primera.

Pero tampoco pude dormir tranquilo durante mis últimosmeses en WikiLeaks. Esta vez no era debido a la expectación,sino al miedo, miedo ante el próximo desastre, miedo a que elproyecto nos estallase en las manos, de que algo decisivo fueramal de nuevo, de que una de nuestras fuentes estuviera en pe-ligro, de que Julian iniciara durante la noche un nuevo ataquehacia mí u otros de los que antes fueran sus más cercanos con-fidentes.

En su introducción a la última filtración, Julian escribió quelos despachos diplomáticos de los embajadores norteamerica-nos revelarían las contradicciones entre la imagen pública y loque sucedía a puerta cerrada. Las personas tenían derecho a sa-ber qué sucedía entre bastidores.

No es posible expresarlo mejor: ha llegado el momento demirar entre los bastidores de WikiLeaks.

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El primer encuentro

En septiembre de 2007 oí hablar por primera vez de Wiki -Leaks, de boca de un buen amigo. Por entonces visitábamos conregularidad cryptome.org, la página web de John Young.Cryptome había saltado a las portadas de los periódicos, entreotras cosas, porque en 1999 y en 2005 había publicado una listade nombres de agentes del MI6, el Servicio de Inteligencia Se-creto británico. Cryptome.org publicaba documentos de perso-nas que deseaban sacar a la luz informaciones secretas sin correrel riesgo de ser desenmascaradas como traidores o ser encausa-das por ello. En esa idea también se fundamenta WikiLeaks.

Es curioso, pero en un primer momento muchos daban porsupuesto que tras WikiLeaks se ocultaba un servicio de inteli-gencia secreto internacional, y que se trataba de un llamadohoneypot: es decir, que se ofrecía una plataforma a todo aquelque quisiera divulgar una información, con el fin de atrapar alos delatores tan pronto como cargasen material realmente ex-plosivo en la página. Debo reconocer que yo era uno de los des-confiados.

Pero en noviembre de 2007 aparecieron en wikileaks.orglos manuales que utilizaban en la bahía de Guantánamo conel título Camp Delta Standard Operating Procedures (Proce-dimientos Operativos del Campo Delta), y que revelaban lasviolaciones de los derechos humanos y de la Convención deGinebra por parte de los Estados Unidos en los campos de pri-sioneros ubicados en Cuba. Al momento me resultó obvio losiguiente:

En primer lugar, que la idea de que WikiLeaks fuera unacreación de algún servicio secreto era absurda.

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En segundo lugar, que el proyecto tenía potencial para ad-quirir aún mucha más importancia que Cryptome.

Y en tercer lugar, que WikiLeaks era algo muy positivo. Para aquellos que desde el principio han estado involucra-

dos en comunidades de la red, Internet no es un confuso océa -no de datos, sino más bien una aldea. En caso de necesitar unavaloración sobre un tema concreto, sabía perfectamente dóndedebía acudir. Así lo hice, y en todos los casos obtuve idénticarespuesta: «¿WikiLeaks? ¡Es fantástico!». Eso me confirmóque debía seguir la evolución de WikiLeaks.

Me registré en el chat que todavía existe en la página de Wi-kiLeaks y entré en contacto con ellos. Tuve la inmediata sensa-ción de que las personas que participaban en el chat tenían unamentalidad parecida a la mía. Les interesaban las mismas pre-guntas. Trabajaban, igual que yo, a horas intempestivas del díao de la noche. Mantenían debates sobre temas sociales. Creíanque Internet ofrecía la posibilidad de abordar los problemasdesde una perspectiva totalmente nueva. Un día después pre-gunté por primera vez si podía colaborar de algún modo. No re-cibí respuesta. Me sentí desconcertado y hasta cierto puntoofendido. Sin embargo, seguí participando en el chat.

La respuesta llegó dos días más tarde: «¿Sigues interesadoen trabajar?». Era Julian Assange quien preguntaba.

«¡Por supuesto! Dime qué puedo hacer», contesté.Julian me asignó un par de tareas poco importantes. Me pi-

dió que pusiera orden en WikiLeaks, que realizase formateos yrevisara contenidos. Durante mucho tiempo no tuve nada quever con documentos delicados. Enseguida se me ocurrió la ideade incluir WikiLeaks en el programa del XXIV Chaos Com-munication Congress (24C3), la cita anual de hackers y otrosprotagonistas del mundo de la informática, que tiene lugar en-tre Navidad y Fin de Año en el Centro de Congresos de Berlín(BCC), organizado por el Chaos Computer Club.

En aquel momento apenas sabía de los procesos internosde WikiLeaks. Ni siquiera sabía cuántas personas participaban,ni cuál era la infraestructura técnica en la que se basaba. Miimagen de WikiLeaks era la de una organización de tamañomedio, con un buen equipo, sólidos fundamentos técnicos yservidores en todo el mundo.

Yo tenía un trabajo fijo como diseñador de redes y respon-

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sable de seguridad de las mismas para Electronic Data Systems(EDS), una importante empresa estadounidense que gestio-naba las necesidades de TI de clientes civiles, pero también delámbito militar, que tenía su principal sucursal en Alemania, enRüsselsheim. Según un acuerdo tácito con mi jefe, entre misfunciones no se encontraba la de asesorar a empresas de arma-mento, de modo que era responsable principalmente de GM,y por tanto también de Opel, así como de varias compañíasaéreas. Cualquiera que realice reservas de vuelos por Internetpuede que esté utilizando tecnologías que desarrollé en aque-lla época.

Ganaba unos 50.000 euros al año. Era muy poco para el tra-bajo que realizaba, pero no me importaba. Me involucré en laOpen Source Community, trabajaba muchas más horas de lascuarenta semanales acordadas en mi contrato, y creaba deforma permanente nuevas soluciones, con un rendimiento va-lorado por todos.

Mis colegas y yo nos permitíamos las bromas típicas conlas que los técnicos consiguen mantener el buen humor en esetipo de empresas: como protesta ante la deplorable calidad delcafé, manipulábamos los menús de las máquinas automáticasde manera que debían realizarse constantes operaciones demantenimiento en aquellos aparatos, en teoría tan rentables.O por ejemplo, enviaba con regularidad correos electrónicos aalguno de mis compañeros, de carácter muy irascible, desde ladirección, y observaba en secreto cómo se encolerizaba aúnmás. Y de inmediato le enviaba otro correo: «Dios dice que nodebemos enfadarnos tanto».

Vivía en Wiesbaden, mi novia de entonces era una jovenmuy hermosa, y me sentía, en una palabra, feliz, pero en abso-luto eufórico. Llevaba una vida alegre y plena, pero aún habíasitio para algo más.

En una ocasión, cuando mi relación con Julian ya estabamuy degradada, me dijo que sin WikiLeaks sería un Don Na-die. Y que solo había participado en el proyecto porque no sa-bía qué hacer con mi vida.

Tenía razón. WikiLeaks fue lo mejor que me había pasadohasta entonces en la vida.

Sin embargo, con anterioridad a WikiLeaks, no me aburríaen absoluto: había instalado en mi cocina un servidor con un

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consumo anual de 8.500 kWh; me rompía la cabeza permanen-temente en la creación de estructuras de red y me reunía conmiembros de los clubs del caos locales. De ese modo mis díasestaban más que colmados.

No obstante, no ponía el alma en ello. Durante todos aque-llos años había sentido que me faltaba algo, algo definitivo. Unsentido. Una misión que estaba deseando encontrar, que deverdad anhelaba y por la que sería capaz de dejarlo todo.

En aquel tiempo, el Chaos Computer Club era para mí unimportante punto de referencia, y las direcciones de las salasdel club en Berlín fueron de las primeras en mi agenda cuandollegué a la capital. Imposible describir qué era lo que me atraíatanto de sus miembros. Todos demostraban una acentuada ex-travagancia. Se trataba de personas creativas, inteligentes, aveces un tanto toscas, que con toda seguridad no malgastabansu tiempo en relaciones hipócritas de falsa amistad. Su su-puesta deficiencia en habilidades sociales quedaba compensadapor una lealtad auténtica hacia el nuevo miembro del club, tanpronto como este era aceptado. Todos ellos estaban ocupadoslas veinticuatro horas del día en algún tema. Todos eran exper-tos acreditados en sus respectivos ámbitos de especialización,ya fuera software libre, música electrónica, arte visual o cues-tiones de pirateo informático, seguridad de TI, protección dedatos o espectáculos de luces, es decir, existía un gran abanicode intereses.

Además, el club presentaba una ventaja decisiva en compa-ración con muchas otras comunidades similares: contaba conun lugar de reunión. Para las personas que pasan gran parte desu tiempo en espacios digitales, este es un atractivo nada des-preciable. En el club podíamos sentarnos en torno a una mesay debatir problemas cara a cara, e incluso, tal como pude com-probar poco después, en situaciones delicadas era posible pasarla noche en uno de los innumerables sofás. El club velaba paraque los integrantes de aquel mundillo se reunieran periódica-mente, como era el caso del congreso anual en el Centro deCongresos de Berlín (BCC), en Alexanderplatz.

A principios de diciembre de 2007, Julian se había puestoen contacto conmigo a través del chat mediante un breve men-saje: «Nos vemos en Berlín. Estoy impaciente por dar esa con-ferencia».

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Lo primero que me vino a la cabeza fue: «Bueno, esperoque haya funcionado». Hasta muy poco antes de que empezarael congreso no se sabía con seguridad si su conferencia estabaprogramada. Había hecho todo lo que estaba en mi mano paraincluirla en el programa, pero los plazos de presentación ha-bían finalizado en agosto. Por otro lado, tampoco estaba segurode no haber alborotado demasiado el gallinero, si al final noaparecía nadie de WikiLeaks.

Como era habitual en él, Julian apareció en el último mo-mento. Pero entonces resultó que su conferencia no estaba pre-vista. Hasta la fecha no he logrado saber si Julian llegó a entre-gar el formulario que se le había solicitado. Es posible que losmiembros del club tampoco supieran a ciencia cierta qué eraWikiLeaks, o que consideraran que no tenía relevancia. O talvez fuera la actitud de desconfianza de numerosos miembrosdel club hacia WikiLeaks el motivo por el cual Julian había que-dado fuera del programa principal. En un principio, sobre todoen Alemania, tuvimos que luchar contra la actitud recelosa delmovimiento de protección de datos personales, cuyo lema era:«Protección de datos privados vs. uso de datos públicos». No -sotros nos posicionábamos en un punto intermedio, por lo queéramos materia de debate.

Sea como fuere, la conferencia de WikiLeaks no estaba in-cluida en el programa oficial. Los organizadores nos ofrecieroncomo única alternativa una sala en el sótano para realizar unapequeña presentación. A todo esto, Julian ya había mantenidouna discusión en las taquillas al negarse a pagar la entrada. Ha-bía dado por supuesto que tenía entrada libre puesto que erauno de los conferenciantes, pero los taquilleros no compartíansu punto de vista. Al no constar en la lista de ponentes queríansacarle setenta euros.

Julian dejó la mochila (a menudo su único equipaje) en lasala de prensa y exigió el uso de la sala a partir de aquel mo-mento.

Se trataba de una sala no demasiado grande, con el suelocubierto de oscuras baldosas y una hilera de mesas dispuestastras tabiques de separación. La sala se encontraba en un ex-tremo del primer piso, al final del pasillo. Las persianas estabanbajadas incluso durante el día. Normalmente la utilizaban losperiodistas para elaborar sus textos con tranquilidad desde sus

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portátiles. Julian tomó posesión de la sala de inmediato y em-pezó a trabajar, esto es: permanecía horas y horas inmóvil anteel ordenador, mientras pulsaba con fuerza las teclas.

En caso de que alguien quisiera utilizar la sala, aunque solofuera durante un cuarto de hora para llevar a cabo una entre-vista para la radio, Julian se negaba a abandonarla o a teclearcon más suavidad.

Aunque los organizadores ponían todo su empeño en des-hacerse del tozudo invitado, Julian consideraba que estaba ensu derecho a quedarse a pasar la noche. Y al final se salió con lasuya, con toda seguridad durmió arropado en su chaqueta, so-bre las mesas, ya que las baldosas debían de estar muy frías.

La primera vez que lo vi pensé que era un tipo genial.Llevaba pantalones militares de color verde oliva, una camisablanca inmaculada y un chaleco de lana verde. Julian llamaba laatención, destacaba entre los demás con su resplandeciente ca-misa blanca.

Era muy dinámico, desenvuelto, se desplazaba a grandespasos. Cuando bajaba la escalera, los tablones temblaban. Haypersonas que parecen estar haciendo una prueba de resistenciadel suelo con cada paso que dan. A veces cogía carrerilla, dabaun salto y patinaba con sus desgastadas botas sobre el suelo re-cién encerado. O se dejaba deslizar por la barandilla de la esca-lera y casi daba una vuelta de campana en el aterrizaje. Diver-siones que yo también compartía.

Nos vimos por primera vez en el primer piso del Centro deCongresos de Berlín, donde acababa la escalera de caracol.Aquel día el local estaba abarrotado. En la planta baja, los visi-tantes que habían llegado tarde suplicaban que les dejasen en-trar. Se acababa de superar el récord de tres mil visitantes, ytoda aquella multitud avanzaba a empujones con gran fragor através del pasillo del pabellón de congresos. En ocasiones eranecesario un cuarto de hora para recorrer veinte metros enaquel atasco. En el primer piso, al final de la escalera, había unpoco más de tranquilidad. Recuerdo que a la izquierda habíaun sofá de cuero blanco con vistas a Alexanderplatz. Durantelos siguientes días, ese fue nuestro punto de encuentro. Cuandouno de los dos necesitaba ir al baño o a buscar algo de comer, elotro hacía vigilancia. Como respuesta a la mirada ávida de loscansados asistentes al congreso, enseñábamos los dientes.

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Al principio hablábamos durante horas. Después con fre-cuencia solo compartíamos el sofá; Julian trabajaba inmerso ensu ordenador y yo hacía lo propio.

No sé qué es lo que esperaba Julian cuando emprendió suviaje a Berlín. La sala del sótano que nos habían asignado parala presentación me resultaba desagradable. Por suerte era unasala pequeña, porque a la conferencia acudieron menos deveinte personas, entre ellas ninguna cara conocida del club, locual me entristeció mucho. No podía comprender por qué aninguno de sus miembros parecía interesarle la idea de Wiki-Leaks.

Me senté en primera fila, a la derecha, y observé a Julianmientras hablaba sobre WikiLeaks con su encantador acentoaustraliano. Julian llevaba siempre la misma ropa. La relu-ciente camisa blanca, que en nuestro primer encuentro me ha-bía deslumbrado, a esas alturas ya no parecía tan esplendorosa.

No sé si Julian estaba decepcionado por el escaso públicoque había bajado al sótano, pero en todo caso disimuló. Hablódurante cuarenta y cinco minutos, y cuando comenzó la rondade preguntas, respondió con tranquilidad a los tres asistentesque formularon alguna.

Me dio un poco de pena. Después de todo, había tenido quepagar el viaje de su bolsillo. Durante su ponencia, de vez encuando me volvía hacia los oyentes y observaba la expresiónun tanto perpleja de sus rostros.

Más adelante volvería a dar aquella misma conferencia deforma mucho más gráfica, con ayuda de más ejemplos, pero en-tonces su discurso era todavía demasiado teórico. Julian era in-cansable a la hora de ganar adeptos para su idea. Apenas nadieconocía WikiLeaks y solían confundirnos con Wikipedia, así quedurante los meses siguientes hablamos sobre WikiLeaks a cual-quiera que quisiera escucharnos durante un par de minutos,aunque solo fueran tres personas. Hoy nos conoce el mundo en-tero. En aquella época cualquier alma era bien recibida.

Cuando aquellos tres oyentes ya no tenían más preguntas,Julian recogió sus cosas y regresó al sofá para volver a enfras-carse en su trabajo.

Tiempo más tarde supe cuáles fueron los problemas con los

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organizadores y que Julian había protagonizado varios alterca-dos con algunos de mis conocidos. Tras el congreso, el club, quepor aquel entonces era para mí algo así como mi hogar social,miró con escepticismo WikiLeaks durante meses. Y yo no de-jaba de preguntarme cuál sería el motivo.

La actitud de Julian me había impresionado. Aquel vigo-roso australiano no dejaba que nadie se metiera con él, ni quenada le apartara de su trabajo. Asimismo, era muy culto y te-nía una opinión muy clara sobre muchos temas. Su posiciónrespecto a la comunidad de hackers, por ejemplo, era por com-pleto distinta a la mía. Consideraba que eran idiotas, «inúti-les». Con frecuencia juzgaba a la gente por el grado de «utili-dad», según su propia definición de «útil». Incluso los hackersespecialmente hábiles eran a sus ojos idiotas, si no empleabansus capacidades en un objetivo superior.

Los juicios de Julian tenían siempre un carácter intransi-gente. Daba su opinión sin que nadie se la pidiera. Y ya enton-ces pensé que debía de causar mala impresión a mucha gentecon sus comentarios.

Teníamos mucho de que hablar y planes que concretar. Nome cuestioné si el comportamiento de Julian me resultaba cho-cante o si podía confiar en él. No me planteé si podría metermeen problemas serios a su lado. Al contrario. Me halagaba el he-cho de que quisiera trabajar conmigo. Julian Assange no solo erael fundador de WikiLeaks, sino también Mendax, miembro deSubversivos Internacionales: uno de los hackers más grandes,coautor de Underground, un libro muy valorado en determina-dos círculos. Nos entendimos perfectamente a la primera.

No le interesaba saber cosas de mí. Creo que me respetabaen calidad de nuevo compañero de armas, que desde el primerdía había expresado sus ganas de colaborar y había mantenidosu palabra. Había sido así de sencillo, tal vez porque le aportababastante más de lo que hasta entonces había recibido de otros,como pude comprobar muy pronto: tras cada publicación apa-recían un par de voluntarios que decían querer apoyar a Wiki-Leaks. Sin embargo, cuando se les encomendaban tareas con-cretas, con mucha suerte de cien voluntarios respondía uno. Enocasiones encargué una tarea a cien personas distintas, con locual tuve que explicar lo mismo cien veces, y al final todo fueen vano.

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Creo que a Julian esto le había sucedido a menudo, y por esoestaba encantado de haber encontrado en mí a un aliado. Wiki-Leaks auspició enseguida una estrecha unión entre nosotros,puesto que teníamos los mismos ideales. Estábamos a la mismaaltura, o como mínimo eso creía, aun cuando Julian fuera elfundador de WikiLeaks y tuviera más experiencia que yo.

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WikiLeaks y Goliat.El caso de la banca Julius Bär

En enero de 2008 empecé a participar en WikiLeaks y por pri-mera vez me impliqué directamente en una publicación. Al-guien había cargado una maraña de números y cálculos, orga-nigramas, hojas de ruta y contratos en nuestro buzón de correodigital. ¿Para qué servía todo aquello? Julian y yo necesitamosun par de días solo para echar un vistazo a todo el material.Cientos de páginas que reproducían la correspondencia interna,las notas y cómputos de la banca Julius Bär, uno de los estable-cimientos bancarios privados más importantes de Suiza.

Las personas que depositan su dinero en bancos en Suizano siempre lo hacen por amor al aire puro de los Alpes. Graciasa aquellos documentos podía comprenderse cómo se habíanocultado fortunas millonarias ante posibles inspecciones fisca-les, y se ponía de manifiesto mediante casos concretos. Se tra-taba de fortunas entre cinco y cien millones de dólares porcliente. Con los impuestos evadidos por aquellas varias decenasde personas con grandes ingresos hubieran podido llevarse acabo incontables proyectos sociales.

El refinamiento de aquel banco era sorprendente. Un com-plejo sistema de compañías subsidiarias y transacciones finan-cieras garantizaban que el dinero ubicado en las Islas Caimánno solo estuviera protegido de posibles intervenciones fiscales.El banco ocultaba los flujos de efectivo en interés de sus clien-tes, pero al hacerlo también se llenaba los bolsillos a espuertas.Me impresionó la inteligencia de las personas que habían idea -do todo aquel sistema.

Investigamos el trasfondo de todo ello, escribimos un resu-men y colgamos todos los detalles en Internet. Se envió un co-

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