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1 COLECCIÓN ARGENTINA DE TEATRO © Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723. Copyright by «Editorial Talla». Todos los derechos reservados. All rights reserved. Impreso en la Argentina. Printed in Argentina. Reg. Propiedad Intelectual N? 927.395/67. CONFESIÓN DEL AUTOR L/a primera versión de Los expedientes se estrenó en el Teatro Nacional Cervantes en 1957. Eran tiempos en que yo confundía mi amor por el teatro con supuestas condiciones de autor teatral. Después, duras y repetidas experiencias me curaron de ese error. Ahora, a veinte años de aquel estreno, Emilio A. Stevanovitch x empeña- en sacar una nueva edición de Los expedientes. En un primer momento me negué, pero su voluntad al fin triunfó sobre la mía, porque está de por medio la amistad que le tengo. Sin embargo, puse una condición que él aceptó: rever el texto y purgarlo de sus debilidades más notorias, de ésas que hasta yo soy capaz actualmente de descubrirle, ya que la obra, tal cual fue dada en 1957, padeció no sólo de mi falta de aptitudes para el teatro sino también de los defectos propios del apuro, de la improvisación y de la autoindulgencia. Fruto de ese propósito o de ese remordimiento es la presente versión que, a lo menos en los diálogos, poco conserva de la primitiva. Incluso el final ha sido modificado. Sólo permanece en pie la estructura sedicientemente dramática a través de la cual quise denunciar la deshumanización de la burocracia. De todos modos no me hago ilusiones: aun retocada y corregida, la pieza no resistiría la prueba de fuego de un escenario. Me conformo con que salga airosa de la otra prueba de fuego, la de la solitaria lectura. Alas de una vez, en relación con esta y con otras frustradas intromisiones mías en el teatro, algún crítico, famoso por su ferocidad, me aconsejó que no invadiera dominios ajenos. Como quien dice: zapatero a tus zapatos. Quede en claro que la nueva versión de Los expedientes no pretende desobedecer ese consejo de oro. Sáenz Peña, diciembre de 1978, MARCO DENEVI PERSONAJES (Por orden jerárquico) Los EXPEDIENTES EL JEFE DE LA OFICINA DE INDEMNIZACIONES Los JEFES DE OTRAS OFICINAS EL CONSEJERO LEGAL EL OFICIAL PRIMERO LA SECRETARIA DEL JEFE Los EMPLEADOS EL ORDENANZA

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Obra de teatro

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COLECCIÓN ARGENTINA DE TEATRO© Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.Copyright by «Editorial Talla». Todos los derechos reservados. All rights reserved.Impreso en la Argentina.

Printed in Argentina. Reg. Propiedad Intelectual N? 927.395/67.

CONFESIÓN DEL AUTORL/a primera versión de Los expedientes se estrenó

en el Teatro Nacional Cervantes en 1957. Eran tiempos en que yo confundía mi amor por el teatro con supuestas condiciones de autor teatral. Después, duras y repetidas experiencias me curaron de ese error.

Ahora, a veinte años de aquel estreno, Emilio A. Stevanovitch x empeña- en sacar una nueva edición de Los expedientes. En un primer momento me negué, pero su voluntad al fin triunfó sobre la mía,

porque está de por medio la amistad que le tengo.Sin embargo, puse una condición que él aceptó: rever el texto y purgarlo de sus debilidades

más notorias, de ésas que hasta yo soy capaz actualmente de descubrirle, ya que la obra, tal cual fue dada en 1957, padeció no sólo de mi falta de aptitudes para el teatro sino también de los defectos propios del apuro, de la improvisación y de la autoindulgencia.

Fruto de ese propósito o de ese remordimiento es la presente versión que, a lo menos en los diálogos, poco conserva de la primitiva. Incluso el final ha sido modificado. Sólo permanece en pie la estructura sedicientemente dramática a través de la cual quise denunciar la deshumanización de la burocracia.

De todos modos no me hago ilusiones: aun retocada y corregida, la pieza no resistiría la prueba de fuego de un escenario. Me conformo con que salga airosa de la otra prueba de fuego, la de la solitaria lectura.

Alas de una vez, en relación con esta y con otras frustradas intromisiones mías en el teatro, algún crítico, famoso por su ferocidad, me aconsejó que no invadiera dominios ajenos. Como quien dice: zapatero a tus zapatos. Quede en claro que la nueva versión de Los expedientes no pretende desobedecer ese consejo de oro.

Sáenz Peña, diciembre de 1978,MARCO DENEVI

PERSONAJES

(Por orden jerárquico)Los EXPEDIENTESEL JEFE DE LA OFICINA DE INDEMNIZACIONESLos JEFES DE OTRAS OFICINASEL CONSEJERO LEGALEL OFICIAL PRIMEROLA SECRETARIA DEL JEFE

Los EMPLEADOSEL ORDENANZAUN OBREROEL RECURRENTEPersonaje fuera de toda escala jerárquica: LA MUJER DEL JEFE

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DECORADO

El despacho del Jefe de la Oficina de Indemnizaciones, un vasto salón amueblado como lo que es, pero con ciertos detalles insólitos: al lado de la mesa escritorio hay, bien visible para el público, un gran tablero todo constelado de lamparillas eléctricas; la ochava izquierda del foro es una puerta monumental, de doble hoja, tallada y ornamentada, entre dos columnas, a la que se llega ascendiendo varios escalones; sobre el arquitrabe de esa especie de pórtico hay algo así como un ojo de buey. El foro es una mampara de vidrios opacos, de una altura de dos metros, que deja ver la infinita pers-pectiva del techo de la vecina oficina. Esa mampara tiene su puertecita, también de vidrios. Otra puerta a la derecha.Pero, en verdad, no se trata de un decorado único sino de tres, uno por cada acto, ya que, como se verá, la obra exige que se noten el paso del tiempo y las injurias del uso. De modo que en el primer acto todo será flamante y de colores claros, todo brillará y parecerá inmaculado, para terminar, en el último acto, en un estado de ajamiento, suciedad y vetustez.

ACTO PRIMERO

El escenario a oscuras. Las luces del tablero y el ojo de buey, apagadas. Pero detrás de la mampara del foro, esto es, en la oficina, hay una intensa iluminación. Desde allí viene un fuerte rumor de voces, algunas risas. Por la puertecita de vidrios entra, corriendo y riendo, la Secretaria y, tras ella, un Empleado que la persigue entre los muebles. Al fin la alcanza. Ella, sin dejar de reír, se resiste, pero él consigue besarla. Se besan largamente. De golpe ella se zafa y huye a la carrera, siempre perseguida por el Empleado, quien cierra la puertecita tras de sí.Unos instantes después entra por la derecha el Jefe (cada vez que entere en el despacho, el ojo de buey se encenderá con una luz verde; cada vez que lo abandone, esa luz se apagará). Es un hombre de edad mediana. Usa chaleco,

sombrero y guantes. Se detiene. Es-cucha. Se quita, entretanto, los guantes y el sombrero, que colgará mecánicamente de una percha sin dejar de escuchar. Se dirige hacia el tablero, da vuelta unas llaves: las lamparitas permanecen apagadas. Entonces enciende la luz del despacho. Instantáneamente la algazara en la oficina cesa, en seguida todas las lamparitas del tablero se encienden. A continuación estalla el tableteo de las máquinas de escribir. El Jefe se sienta frente a su escritorio.JEFE (por un intercomunicador instalado sobre el escritorio): Lorenzetti, venga.No ha terminado de decir «.venga» cuando ya la puertecita del foro se ha abierto y aparece el Oficial Primero, un viejo flaco y pálido, algo encorvado, que usa anteojos, saco de lustrina con sobre-mangas de dril negro, visera para proteger los ojos de la luz. Se coloca, como un animal amaestrado, de pie junto al escritorio.OFICIAL PRIMERO (vocecita cascada): Buen día, doctor.JEFE (no contesta. No lo mira. Hace tamborilear los dedos sobre la -mesa. Después dice severamente): ¿Necesito hablar?OFICIAL PRIMERO: No, doctor.JEFE (levanta la cabeza, le lanza una mirada severísima): ¿Y ahora qué tendría que hacer yo? ¡Sancionarlo!OFICIAL PRIMERO (desolado, se coloca una mano abierta sobre el pecho): ¡A mí!JEFE (rápido): ¡A usted! Porque usted es el Oficial Primero y tiene la responsabilidad de la disciplina. Y en cambio permite que en mi ausencia los empleados se insubordinen.OFICIAL PRIMERO (quiere defenderse): Doctor...JEFE: ¡Silencio! Ya sé lo que me va a decir. Que es la costumbre en todas las oficinas públicas. Cuando el gato no está, los ratones bailan. Pero esa costumbre aquí no corre. ¡Aquí se trabaja siempre!OFICIAL PRIMERO: Sí, doctor.JEFE:¿O todavía no lo han comprendido, después de tanto tiempo?OFICIAL PRIMERO: Lo han comprendido, pero. . .

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JEFE (tajante): Parecería que no, por lo que acabo de ver.OFICIAL PRIMERO: Es que nadie podía imaginarse que usted vendría a horario...JEFE (lo interrumpe. El tema no le conviene): Está bien, está bien: Por esta vez haré la vista gorda.OFICIAL PRIMERO: Muchas gracias, doctor.JEFE (alto): ¡Dije por esta vez! La próxima no tendré contemplaciones. ¡Con nadie! ¡Ni con usted, Lorenzetti! ¿Entendido?OFICIAL PRIMERO: Entendido, doctor.Inmediatamente ambos cambian de actitud.JEFE (tono campechano): ¿Alguna novedad?OFICIAL PRIMERO (ídem): Pero Rafaelito, por favor. ¿Qué novedad?JEFE: Pregunto.OFICIAL PRIMERO: Ninguna.JEFE: ¿Correspondencia? ¿Llamados telefónicos? ¿Visitas?OFICIAL PRIMERO (que ha estado negando con la cabeza): Nada.JEFE (suspira hondamente): ¡Nada, nada, nada! (Se pone de pie, alza los brazos.) ¡Hasta cuándo vamos a seguir así!OFICIAL PRIMERO (se quita la visera, parece fatigado): Rafaelito.JEFE (prevenido, lo mira): ¿Qué pasa?OFICIAL PRIMERO: ¿No habría que tomar una determinación?JEFE (desconfiado,): ¿Por ejemplo?OFICIAL PRIMERO: Confesar la verdad.JEFE (alarmado): ¿Estás loco?OFICIAL PRIMERO (se encoge de hombros): Sería preferible, antes que seguir así. (Señala la Oficina, donde el ruido de máquinas ha decrecido.) Oílos. Se niegan. Obedecen unos minutos, pero después se niegan.JEFE ("rabioso): ¡Porque son una punta de miserables!OFICIAL PRIMERO: Si se tratara de trabajar, a lo mejor se someterían .. Pero esto otro es demasiado, Rafaelito. Es un abuso. No lo soportan. (En el tablero, las lámparas se encienden y se apagan como las de un letrero luminoso.) Fíjate ahí.JEFE (sin mirar el tablero): ¿Y qué buscan? ¿Que se sepa la verdad? Y cuando se sepa, ¿qué creen, que ellos se van a salvar? ¡No se salvará nadie,

Pepino! ¡Caeremos todos! ¡Todos! ¡Ellos también!OFICIAL PRIMERO: No les importa.JEFE (irónico, haciéndole eco): Ah, no les importa.OFICIAL PRIMERO: Son jóvenes.JEFE: ¿Y el sueldo a fin de mes? ¿Tampoco les importa?OFICIAL PRIMERO: Prefieren ganárselo de otra manera. (Otro tono.) Hay que ser razonables, Rafaelito. Esto es un infierno.JEFE: ¿Y entonces qué tendría .que hacer, según vos?OFICIAL PRIMERO: Te lo dije. Confesar la verdad.JEFE (con vehemencia): ¡Nunca! ¡Nunca! (Transición rápida.) ¿Y mis veinte años de servicios? ¿Todo lo que me sacrifiqué, todo lo que me humillé en estos veinte años? ¿Y el ascenso que me han prometido? ¿Tengo que tirarlo todo a la calle, así, como a un par de zapatos viejos? (Terminante.) No señor. Me niego. Que sigan aguantándose. (Cierra todas las llaves.)OFICIAL PRIMERO: Lo dudo.JEFE (lo mira con aire preocupado. Le pone una mano sobre el hombro): Pepino, ¿qué te pasa? ¿Vas a abandonarme vos también? ¿Pero no te das cuenta de que si nuestro secreto sale a la luz nos echarán también a nosotros dos? Y si nos echan, ¿de qué vamos a vivir? No sabemos hacer nada. Toda la vida hemos sido empleados públicos. ¿Te das cuenta, Pepino?OFICIAL PRIMERO (se coloca la visera): Me doy cuenta.JEFE: Vos y yo, impertérritos. Pase lo que pase, siempre con la sonrisa en los labios.OFICIAL PRIMERO Cha extraído unos papeles del bolsillo, los hojea): Fernández, Juan Carlos: avisó que hoy no vendrá. Ricardi, Ernesto: pide licencia para estudiar en su casa. López, Clodomiro: solicita...JEFE (lo interrumpe): Está bien, está bien. Que se insolenten, que nos extorsionen. Que pidan permiso a cada rato. Que hagan sebo todo el día. No me importa. Yo, impertérrito. (Encara al Oficial Primero.) Después de todo, ¿no pasa lo mismo en las demás oficinas?OFICIAL PRIMERO (rápido, atajándolo):

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Con una diferencia.JEFE (él mismo juego): De acuerdo, con una diferencia. Pero lo que hay que hacer es que esa diferencia no se note.OFICIAL PRIMERO: ¿Y cómo?JEFE (pierde la paciencia): Cómo, cómo. Hace cinco años que vengo diciéndoles cómo.OFICIAL PRIMERO: Sí. ¿Y los expedientes?El Jefe va a replicarle, se queda con su ademán en el aire.Después se apaga. No sabe qué decir. Se sienta. Una pausa.JEFE (menea tristemente la cabeza): Los, expedientes. (Se sostiene la frente con la mano. Un silencio.) ¡Ah, los expedientes! Entra el Ordenanza con el servicio de café. Rápidamente Jefe y Oficial Primero fingen, el uno firmar unos papeles, el otro presentárselos para la firma.ORDENANZA: Buenos días.JEFE (sin levantar la cabeza): Buenos días, Manuel. (El Ordenanza sirve el café.) Muchas gracias, Manuel. (El Ordenanza se va. Inmediatamente los dos personajes dejan de hacer su pequeña comedia.) Este desgraciado entra sin pedir permiso. Lo hace adrede, para pescar algo. (Prueba el café.) Y encima me sirve un café asqueroso.OFICIAL PRIMERO (que se ha quedado pensando, cruzado de brazos): Anoche la Galíndez salió de farra con Gutiérrez.JEFE (con la tacita a mitad de camino entre el plato y la boca, mira al Oficial Primero, quien sigue en su postura pensativa. Voz ronca): ¿Quién es Gutiérrez? OFICIAL PRIMERO (se despabila): Uno alto, fornido, buen mozo.. .Muy mujeriego. JEFE (deposita el pocillo sobre el plato, va hacia el tablero, lee los nombréis que por lo visto figuran debajo de cada lamparita): ¿Gutiérrez, Enrique? OFICIAL PRIMERO': Gutiérrez, Juan José. JEFE (busca en el tablero): Aquí está. (Hace funcionar la llave.) Apagada.OFICIAL PRIMERO (sin volverse): Seguro que la de ella también. JEFE (repite el juego con el tablero): También. (Una pausa breve.Entre dientes.) Dónde han ido.OFICIAL PRIMERO: Qué sé yo. A conversar en algún corredor. JEFE (se le acerca, pálido y rígido): ¿Y

vos cómo sabes que anoche salieron de farra juntos? OFICIAL PRIMERO (susurra): Los vi cuando a la salida subían a un taxi.JEFE (rabioso): Subir a un taxi no significa nada. OFICIAL PRIMERO: Y hoy los dos están que se caen de sueño. Pero a cada rato se miran entre ellos y se ríen como si se acordaran de alguna picardía. JEFE: Tampoco... OFICIAL PRIMERO (interrumpiéndolo): Además: lo sabe todo el mundo. JEFE: ¿Qué?OFICIAL PRIMERO: Que se entienden. JEFE (voz blanca): Puta. OFICIAL PRIMERO: Puede oírte.JEFE (en voz baja): Mejor, que me oiga. Puta. (Cuenta con los dedos.) Primero, Cardamone. Después, Francini. Ahora, Gutiérrez.Mañana será otro. Y después otro y otro, hasta que los haya probado a todos. (Cierra los puños.) ¡Y yo aquí, sin poder hacer nada! (Otro tono.) Ah, pero esto se terminó. OFICIAL PRIMERO (indiferente): ¿Qué pensás hacer?JEFE: Es cosa mía.OFICIAL PRIMERO : Yo, en tu lugar...JEFE: ¡Dije qup es cosa mía!OFICIAL PRIMERO: No te pierdas por esa mujer.JEFE: Sé lo que hago. (Tono de jefe.) Oficial Primero, dígale a la señorita Galíndez que quiero hablar con ella.OFICIAL PRIMERO (tono de oficial primero): Sí, doctor. (Transición, antes de irse.) Pero vos, Rafaelito, impertérrito. La sonrisa en los labios.JEFE (grita): ¡Obedezca!OFICIAL PRIMERO: Sí, doctor. (Se va.)El jefe mide el despacho a grandes pasos. Cada tanto lanza miradas furibundas al tablero, donde las lamparitas siguen apagadas.JEFE (por el intercomunicador, ruge): jLorenzetti, le he dicho que llame a la señorita Galíndez! (Cambia de tono. Melifluo-.) Ah, era usted, Sinone. Disculpe, creí que era el Oficial Primero. Por favor, la señorita Galíndez, que venga a verme. Muchas gracias, Simone, muy amable.Reanuda el paseo. Entra la secretaria. Rubia (teñida, evidentemente), joven,

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muy pintada. Figura .y ademanes provocativos.Entra bostezando.SECRETARIA: ¿Me llamaste?JEFE (serio): La llamé, señorita.SECRETARIA (sorprendida): ¿Qué te pasa?JEFE: ¿A mí, por qué?SECRETARIA: Me tratas de usted, me decís «señorita».JEFE: Estoy en mi público despacho. Y en mi público despacho yo soy el jefe y usted es una empleada. Entonces ella, lanzando un largo ¡oh! y revoleando una mano en el aire, como quien no está dispuesto a oír disparates, marca el mutis. Él corre tras ella, la toma de un brazo.JEFE: ¿A dónde vas?SECRETARIA: Si hoy viniste con la, luna, no pienso aguantártela.JEFE (simula tomarlo a broma): Pero no, qué luna. Si estaba bromeando. .. (La trae consigo.) Vení, vení. Tenemos que conversar, vos y yo. Como dos amigos, poro seriamente.Al pasar junto al tablero, ella ha mirado>. Se desprende del brazo de él, examina las lamparitas. La lamparita de Gutiérrez se enciende.SECRETARIA (se vuelve hacia el Jefe): Estuviste vigilando a Gutiérrez. JEFE (finge inocencia):¿A Gutiérrez? No sé. Encendí una cualquiera. SECRETARIA (otra vez observa el tablero, otra vez se vuelve hacia él): Y también a mí. JEFE: ¿También a vos? Pura casualidad. SECRETARIA: ¿Y por qué justamente a nosotros dos? JEFE: ¿Y por qué no a ustedes dos? Los vigilo a todos, sin excepción.Pero así, al azar . .. por orden alfabético ... o formando figuras geométricas. Cuadrados, rombos .. estrellas …SECRETARIA (desafiante): ¿Y Gutiérrez y yo qué figura formamos? JEFE (se están mirando de hito en hito. Lúgubre): Un triángulo. SECRETARIA: Cómo, un triángulo, si somos dos. Falta el tercero. JEFE (fúnebre): El tercero soy yo. (Y sin una pausa cambia a un tono trágico y desesperado.) Te he tolerado muchas cosas. Pero te juro que mi paciencia tiene un límite. Esta vez ... (Y no sabe cómo continuar.)

SECRETARIA (sonriente): ¿Esta vez qué? JEFE: Esta vez estoy dispuesto a todo. SECRETARIA (repite, como si no comprendiera): Todo, todo. ¿Qué significa «todo»? JEFE: ¡Eso! ¡Todo! SECRETARIA (irónica): Y tu «todo», ¿incluye a ése que está ahí afuera, esperando?JEFE (se demuda): ¿Ése? ¿Quién es «ése»? SECRETARIA: Cambiaste de color. Pero sigamos, sigamos conversando. De modo que estás dispuesto a todo. JEFE (aprieta los dientes, junta las manos): Señorita Galíndez, no cargue la romana. ¡Quién es ése que está esperando ahí afuera! SECRETARIA (le entrega una tarjeta, que él le arrebata): Entérese. JEFE (lee): Alberto Capuano, abogado. (Trata de recordar.) No lo conozco. (A ella.) ¿Y qué quiere? SECRETARIA: Verlo a usted. JEFE: ¿A mí?SECRETARIA: Al jefe de la Oficina de Indemnizaciones en persona.JEFE (se va alarmando): ¿No dijo para qué?SECRETARIA: No dijo.JEFE (vuelve a leer): Alberto Capuano, abogado. (A ella.) -¿Qué aspecto tiene?SECRETARIA (adrede, para asustarlo): ¡Rarísimo! JEFE (ademán sobre la sien): ¿Un loco? SECRETARIA: No, qué loco. Al contrario. Un tipo elegante, bien vestido, de lo más educado ... Pero hay que ver cómo mira. JEFE: ¿Y cómo mira?SECRETARIA: Como si sospechase algo. JEFE (desfallece): ¡Dios mío! SECRETARIA: Y hasta se pasea entre los escritorios, seguro que para espiar lo que hacemos. JEFE: ¡Virgen santísima! SECRETARIA: A Simone le preguntó: Oiga, ¿no le parece que se trabaja demasiado, aquí? Y se lo dijo con una sonrisita. ..(ademán expresivo1). JEFE (se deja caer en un sillón): ¡Con una sonrisita! (Se levanta de un salto.) ¿Y cómo era la sonrisita? SECRETARIA (mímica tremebunda): ¡Irónica! JEFE (aterrado): ¡Irónica! SECRETARIA: ¿Sabe lo que pienso? Que ese tipo ya está enterado de todo.

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JEFE (lee una vez más la tarjeta): Alberto Capuano, abogado. (Reacciona.) No, si estuviera enterado de todo no vendría aquí a... Debe ser un inspector, uno que mandan de arriba para investigar . . . Habrá habido alguna denuncia, algún anónimo .. .Y mandan a éste para que averigüe. SECRETARIA: En ese caso ... JEFE (vehemente): En ese caso, ¿qué? Lo dice como si se alegrase.En ese caso, nada. No está muerto el que pelea. SECRETARIA (ahora sí interesada): ¿Qué vas a hacer? JEFE: Desde hace años vengo ahorrando la mitad de mi sueldo.¿Para qué? Para formar un capitalito. ¿Para qué el capitalito? Para sobornar al primer inspector que aparezca por aquí. SECRETARIA: ¿Y si no se deja sobornar?JEFE; Si no se deja sobornar, no es un inspector. (Vuelve a leer la tarjeta.) Alberto Capuano, abogado. (Levanta la vista, pensativo.) Pero si fuese un inspector, no me haría pasar su tarjeta con el nombre y este título de abogado ... (A ella, hecho un manojo de nervios:) ¿Al menos no dijo si era por cuestiones particulares?SECRETARIA: Por un asunto relacionado con esta oficina.JEFE (piensa): Por un asunto relacionado... (De pronto se empieza a transfigurar.) ¡Santo Cielo! (Le falta el aire.) Y si fuese... (La mira a la Secretaria con los ojos muy abiertos.) Si fuese .. .SECRETARIA (también ella alelada):¡Estás loco!JEFE (entrelaza las manos):¿Por qué no? (Mira hacia lo lejos.) ¿Por qué no? Los dos parecen tan estupefactos como delante de un milagro.Entra el Oficial Primero. El Jefe corre hacia él.JEFE (febril): Pepino, ¿viste a ese hombre?OFICIAL PRIMERO: Lo vi.JEFE (le muestra la tarjeta, a la que golpea con los dedos): Alberto Capuano, abogado. ¿No te llama la atención? Quiere verme a mí, al jefe, por un asunto relacionado con esta oficina. ¿Qué asunto? no lo dijo. Yo primero pensé: ¿no se tratará de un inspector...? (Se calla

porque el Oficial Primero está diciendo que no con el dedo índice.)OFICIAL PRIMERO: No.JEFE: ¿Cómo lo sabes?OFICIAL PRIMERO (se estira el párpado inferior de un ojo): Porque yo también lo pensé. Y entonces voy y le pregunto: «¿El señor trabaja en este Ministerio? Porque me parece tenerlo visto». Me contesta: «No, se confunde. Es la primera vez que vengo aquí».JEFE (temblando de la emoción): ¡Pepino! ¡Pepino! ¿Quién crees que es? ¿Qué estás pensando? ¿Estás pensando lo mismo que yo?OFICIAL PRIMERO (también él emocionado): '¡Sí, doctor, sí!JEFE (abrazándolo): ¡Un milagro, Pepino, un milagro!OFICIAL PRIMERO: ¡No puedo creerlo! ¡Es demasiado hermoso!JEFE: ¡Dios al fin nos escuchó!OFICIAL PRIMERO (lagrimea): ¡Ya puedo morir tranquilo!JEFE (lo besa en la frente, llorando): No, querido mío. Tenés que vivir. ¡Tenés que vivir para ver los expedientes! Permanecen así, abrazados y llorando., unos instantes. La Secretaria, un poco apartada, reflexiona.SECRETARIA: De modo que... que estamos todos salvados.JEFE (se suelta del brazo con el Oficial Primero, hecho una fiera): ¡Quién está salvado! ¡Yo estoy salvado! ¡Este pobre viejo está salvado! En cuanto a ustedes, ya no podrán seguir chantajeándome.SECRETARIA (aterrada): ¡Pero Rafael!JEFE: ¿A quién llama Rafael? ¿A su jefe llama Rafael? ¡Yo soy el doctor Caramelli! Y usted una empleadita de dos por cinco a la que en cualquier momento puedo poner de patitas en la calle.SECRETARIA: Le juro que entre Gutiérrez y yo ...JEFE: ¿Y por qué justamente entre Gutiérrez y usted? ¿Por qué no entre Cardamone y usted, entre Francini y usted, entre cualquiera de esos mequetrefes y usted? Todos son sus amigos, ¿no es cierto? ¡Y yo, desde aquí, presenciando la función! Pero la función ha terminado. (Tono prócer:) Señorita Galíndez. vuelva a su escritorio.SECRETARIA: Sí, doctor.

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JEFE: Y no se mueva de su sitio hasta nuevas órdenes.SECRETARIA: Sí, doctor.JEFE (extiende un dedo soberbio): ¡Retírese!SECRETARIA (casi llorosa): Sí, doctor. (Y se va.)OFICIAL PRIMERO: Llegó la hora de la venganza, Rafaelito.JEFE (Sítblime): ¡De la justicia! (Otro tono¡.) Y ahora, no lo hagamos esperar más tiempo. Ya sabes, dos o tres expedientes de rutina, varios llamados telefónicos, y un memorándum urgente para el Ministro. Ah, y las licencias y los permisos de salida quedan momentáneamente cancelados.OFICIAL PRIMERO (alegre, feliz): Sí, doctor.JEFE: En cuanto a Gutiérrez Juan José . ..OFICIAL PRIMERO: Despedido por falta grave contra la moral.JEFE: Dijiste que es alto y robusto . . . En fin, ya me ocuparé de él. (Tono de jefe:) Oficial Primero, haga pasar al doctor (lee por última vez la tarjeta) Alberto Capuano.OFICIAL PRIMERO: Sí, doctor. (Se va.)El Jefe se sienta a su escritorio. Compone una cara y una postura solemnes. Hace como que escribe.Entra el personaje al que por ahora llamaremos el Visitante.Es joven, muy atildado, algo amanerado. De pie junto a la puertecita de vidrio, que le ha abierto el Oficial Primero, observa al Jefe, quien le da la espalda. Luego carraspea.JEFE (sin levantar la cabeza): Adelante, adelante.El Visitante se acerca y se le pone a un costado, mirándolo siempre con una especie de recelosa curiosidad. Ante su silencio, el Jefe levanta la vista sin perder su altivez y le señala con un regio ademán un sillón.JEFE: Tome asiento. (El Visitante se sienta. El Jefe vuelve a escribir.) Así que usted quería verme. (Suena el teléfono. Atiende.) Hola. Soy yo, el jefe de la Oficina de Indemnizaciones. Señor diputado, lo siento mucho, pero no puedo complacerlo. No, no, no. Dura lex sed lex. Buenos días. (Cuelga. Escribe.) ¿Y bien? ¿Para qué quería verme?VISITANTE: Antes .. . una pregunta.

¿Usted conoce a Gogó?JEFE (lo mira): ¿Gogó?VISITANTE: ¿Lo conoce?JEFE (frunce la cara): Francamente, no conozco a nadie por ese nombre . .. permítame, un poco ridículo.VISITANTE (parece quitarse un peso de encima. Se acomoda en el sillón. Toma un aire de suficiencia): Así que nunca oyó hablar de Gogó.JEFE: Nunca. ¿Pero quién es ese Gogó?VISITANTE: El Ministro.JEFE (de pie como un resorte): ¡El Ministro! ¿Y usted. . . al señor Ministro ... lo llama Gogó?VISITANTE: Lo llamo yo, y lo llaman unos pocos amigos íntimos.JEFE (se sienta. Ha cambiado de cara): De modo que usted ... es amigo íntimo del señor Ministro.VISITANTE: Nos criamos juntos.JEFE: Se criaron juntos. Y yo que lo hice esperar, ahí afuera . . . De haberlo sabido .. . Pero usted comprende. El exceso de trabajo, los llamados telefónicos .. .VISITANTE: No, si comprendo.EMPLEADO (entrando por el foro): Permiso, doctor.JEFE (altanero): ¿Qué hay?EMPLEADO: Un memorándum urgente para el Ministro.JEFE: Para el señor Ministro. (Al Visitante.) ¿Qué le dije? Y así todo el santo día. (Al empleado:) Venga. (El Empleado se aproxima, le presenta un papel que el Jefe firma con un violento garabato, y luego se va. Con un dedo sobre una botonera.) ¿Le hago servir un café?VISITANTE: No, muchas gracias.JEFE: Desgraciadamente, no puedo ofrecerle otra cosa. (Suena el teléfono.) Permiso. (Atiende.) Hola. Habla con el jefe. Ah, cómo está, doctor. Pídame lo que quiera. Al contrario, para mí será un placer. Concedido, concedido. No me lo agradezca. Para eso estamos los funcionarios públicos. Adiós, adiós. (Cuelga.) Ah, sí, yo soy de los jefes que nunca se niegan a una gauchada.VISITANTE: Sin embargo, me pareció que antes...JEFE (confidencial, pícaro): Es que el de antes era un diputado de la oposición, me comprende.

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OFICIAL PRIMERO (entrando): Permiso, doctor.JEFE: ¿Qué pasa ahora? ¿No ve que estoy ocupado?OFICIAL PRIMERO: Un expediente urgentísimo.JEFE (al Visitante): ¿Me permite?VISITANTE: No faltaba más.JEFE (al Oficial Primero): ¿Qué expediente es?OFICIAL: PRIMERO: El de la licitación en Estados Unidos. (Se lo pone delante.)JEFE (al Visitante): Un asunto donde están en juego miles de millones de pesos. (Hace como que revisa el expediente.) Aquí hay un error.OFICIAL PRIMERO (finge sorpresa): ¿Un error?JEFE: Garrafal. Aquí dice 3.462 millones 274 mil 517 pesos con 38 centavos.OFICIAL PRIMERO: ¿Y no es así?JEFE: ¡No es así! Debe decir con 28 centavos. Vaya y corríjalo. Y que sea la última vez. La próxima, adoptaré medidas drásticas.OFICIAL PRIMERO: Sí doctor. (Se va.)JEFE: Uno tiene que estar en todo. Pero usted vio. Usted vio cómo cuido los intereses del Gobierno.VISITANTE: Bueno, diez centavos...JEFE: No, mi querido amigo. Diez centavos son diez centavos. Diez centavos aquí, diez centavos allá. . . suman millones. Y aunque no sumen millones. Para un funcionario honesto, un centavo vale tanto como.. . (Cambia de tema y de tono.) Pero a todo esto todavía no me dijo para qué quería verme.VISITANTE: ¿Gogó no le adelantó nada?JEFE: Hasta ahora, al menos. . .VISITANTE: ¿Usted lo ve a menudo?JEFE: ¿Al señor Ministro? Tanto como a menudo... Pero lo veo, lo veo. Cuando él me llama, o cuando debo entrevistarlo por algún caso importante. . . A propósito. ¿No le picó la curiosidad, esa puerta? (Señala la puerta de la ochava.)VISITANTE (se da vuelta para mirarla): No la había visto. Sí, es bastante rara. Parece la puerta de una catedral.JEFE (de pie. Yendo hacia la puerta): Y lo es, amigo mío, lo es. Usted lo ha dicho. De un catedral. (Señala, pero mirando al Visitante.) Por aquí se va directamente al despacho del señor ministro.

VISITANTE (de pie también él): ¿El despacho de Gogó está del otro lado de esa puerta? (Parece asustado.)JEFE (se sonríe): No, no. Primero hay que atravesar todo un largo corredor y después varias salas y antesalas. No se llega tan rápido hasta los ministros.VISITANTE (tranquilizado, se acerca a observar la puerta): ¿Y cómo se abre? Porque no tiene picaporte.JEFE: Es que a esta puerta no la puedo abrir yo. La abre solamente el señor Ministro por medio de un mecanismo electrónico. Cuando él quiere que vaya a verlo, hace funcionar el mecanismo electrónico, la puerta se abre, y yo voy.VISITANTE: Eso significa que usted es un alto jefe.JEFE (con Una sonrisa): Modestia aparte .. .VISITANTE: Porque me imagino que no todos los jefes tendrán una puerta así en sus despachos.JEFE (orgulloso): Qué esperanza. Sólo unos pocos privilegiados. VISITANTE: Y Gogó lo llama .. . ¿con qué frecuencia, más o menos? JEFE: Bueno, digamos . .. una vez por semana.Conversando entre ellos han vuelto junto al escritorio (dando, pues, la espalda a la puerta monumental), la que, entretanto, se ha abierto silenciosamente de par en par, dejando ver un larguísimo corredor a oscuras.VISITANTE : De golpe siento ... no sé... una corriente de aire . .. JEFE: Sí, yo también. Es extraño. (Al sentarse tras el escritorio, ve la puerta abierta. Se pone rápidamente de pie. Mira con ojos espantados. No puede hablar). VISITANTE: ¿Qué le ocurre? ¿Se si-ente mal? (El Jefe, sin articular sonido, le señala la puerta. El Visitante se vuelve y en seguida se levanta,, también él conmocionado.) ¡Lo llama Gogó! JEFE: ¡Me llama Gogó! (Rectifica, rápido:) Perdone. ¡Me llama el señor ministro!Y da unos pasos hacia la puerta, espiando el corredor. Pero no se atreve a subir loe peldaños. El Visitante no se mueve de su sitio.Una pausa.VISITANTE: ¿Y qué hace? ¿Por qué no va?

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JEFE (sin mirarlo, mirando siempre hacia el corredor): Antes hay que esperar.VISITANTE: ¿Esperar qué? JEFE: La orden.Una pausa. Los dos personajes esperan, con los nervios en tensión.JEFE (con la voz estrangulada): ¡Alguien se acerca! (Y él retrocede.) VISITANTE (balbucea):¿Por el corredor? JEFE (tan aterrado como el otro): Se oyen pasos. VISITANTE: ¡El Ministro! (Se parapeta tras el escritorio'.) JEFE (le hace un ademán, sin mirarlo): ¡Silencio!Una pausa. Se oyen, nítidos, los pasos que resuenan en el corredor. El Jefe se arregla el pelo, el nudo de la corbata. Hasta que en el vano de la puerta aparece un obrero con overol y una valijita de herramientas.OBRERO: Buenas. Vengo a arreglar la puerta. Como nunca se usa, parece que se descompuso el mecanismo electrónico. Así que si me permite, Jefe... Ustedes sigan conversando, no más.A mí no me molestan.Y se pone a trabajar de rodillas y haciendo mucho ruido. Los otros dos personajes han cambiado de cara. El Jefe se reúne con el Visitante. JEFE (en voz baja): No le haga caso. Se habrá descompuesto de tanto abrirla y cerrarla. Pero usted sabe, estos obreros siempre tratan de socavar la autoridad de los jefes.El Visitante lo mira en silencio: evidentemente, no le cree. Ha entrado la Secretaria, con un papel en la mano>. SECRETARIA (al Jefe): Por favor me firma aquí. (Pero mira al Visitante.)JEFE: ¿De qué se trata? SECRETARIA (se sonríe con el Visitante): El pedido de licencia de Ricardi.JEFE (alza la insta, descubre el juego de sonrisas y miradas. Secamente): Déjemelo.SECRETARIA (lo mira): ¿No lo va a firmar? JEFE: No lo voy a firmar. Puede retirarse. SECRETARIA: ¿Y qué le digo a Ricardi?JEFE: ¿Usted? Nada. Cuando termine de atender al señor, yo hablaré con Ricardi. SECRETARIA: Como guste. (Le dedica una sonrisa al Visitante y se va

contoneándose.) JEFE (tragándose la rabia): Soy un jefe inflexible en materia de disciplina. (Al Obrero.) Y usted, oiga, haga menos ruido, se lo ruego. OBRERO (lo más campante): Como para no hacer ruido. Está todo oxidado.EMPLEADO (por el foro): Permiso. JEFE: Pero esto no es un despacho, es un mercado persa. ¿Qué quiere?EMPLEADO: El Director de Administración desea verlo. JEFE: Dígale que ahora no puedo, que estoy ocupado.VISITANTE (incorporándose): Lo dejo solo.JEFE (alza una mano): De ninguna manera. Los amigos del señor Ministro están antes que nadie. (Al Empleado:) Que vuelva dentro de una hora. EMPLEADO: Sí, doctor. (Se va.)JEFE: Todo el mundo quiere verme, todo el mundo me consulta, me pide mi opinión. Parezco el Barbero de Sevilla: Fígaro cuí, Fígaro la (Cambia de tono.) Pero volvamos al objeto de su visita.VISITANTE (señala): Me tiene intrigado ese tablero. JEFE (se vuelve a observar el tablero): Ah, sí. VISITANTE: ¿Para qué sirve?JEFE: Muy sencillo. Cada lamparita está conectada al asiento de un empleado. Si el empleado está sentado, la lámpara se enciende. Si el empicado no está sentado, la lámpara se apaga. VISITANTE: ¿Y? JEFE: ¿Cómo, y? VISITANTE: ¿Para qué les vigila el trasero a esos pobres muchachos?(El Obrero se ríe.)JEFE (rabioso^: Usted termine de una vez. (Al Visitante:) El empleado público que está sentado cumple mal o bien con su deber. Pero el que se pone de pie es porque se va a charlar con algún compañero, a fumar un cigarrillo en los corredores. .. VISITANTE: O porque va al baño.JEFE: Ir al baño no es una obligación. Es una necesidad. VISITANTE: Pero usted, desde aquí, no sabe por qué una lámpara se apaga.JEFE: Perdone. Este tablero mide únicamente el rendimiento de los empleados. Si no rinden porque son unos haraganes o porque están enfermos de colitis, es la misma cosa. (El

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Obrero mueve la cabera en señal de desaprobación.)VISITANTE: Y usted tiene que pasarse el día vigilándolos. Por lo que veo, en este momento se han declarado en huelga. JEFE: Sin embargo, los oye teclear en las máquinas de escribir. (Explica.) Es porque desconecté las llaves. Los vigilo a ratos, sin que ellos sepan cuándo. Ahí está el secreto, la eficacia del sistema.VISITANTE: Por pura curiosidad. Hágalo funcionar.JEFE (da vuelta las llaves. Todas las lamparitas se encienden. Se vuelve hacia el Visitante): Dígaselo. Dígaselo al señor ministro. Cómo se trabaja en esta oficina.VISITANTE: Felicitaciones.JEFE: Es que mis empleados saben que soy un jefe severo. Justo, humano, pero severo. (A\ sus espaldas, dos lamparitas se apagan simultáneamente.)VISITANTE: Hay dos que no lo saben. (El Obrero ríe.)JEFE (mira. Luego, por el íntercomunicador, enojado): Lorenzetti, venga. (Y ya está ahí el Oficial Primero.)OFICIAL PRIMERO: ¿Doctor?JEFE: ¿A dónde se ha ido Gutiérrez, Juan José? (El Oficial Primero hace un gesto de perplejidad.) ¿Y la señorita Galíndez? Averigüelo y después me eleva un informe por escrito. (El Oficial Primero se va.)VISITANTE: Alguna parejita de enamorados.JEFE (conteniéndose): Qué, enamorados. Un par de sinvergüenzas, eso es lo que son.OBRERO (al Visitante): A que no sabe cómo lo llamamos a ese aparatito. (Y señala el tablero.)JEFE: Al señor no le interesa. Y si ya terminó su trabajo, le agradeceré que se retire.OBRERO (guardando sus herramientas): No se enoje, jefe. Que total, también a usted le vigilan el trasero.VISITANTE: ¿También a usted?JEFE (digno): Como a todos los jefes.VISITANTE: ¿Y quién se lo vigila?OBRERO: Quién va a ser. Gaga.VISITANTE: ¿Quién es Gaga?OBRERO: Quién va a ser. El ministro. (Y se va por el corredor.)VISITANTE: Pero cómo. ¿A Gogó.. .

ustedes lo llaman Gaga?JEFE: Disculpe. A usted le consta que yo lo llamo señor ministro. Pero qué quiere esperar de esos anarquistas. La puerta de doble hoja se cierra silenciosamente. El Jefe y el Visitante miran. Una pausa.VISITANTE: Así que él los vigila a ustedes. ¿Y por el mismo sistema?JEFE: Todos los días, cuando yo entro en mi despacho, ese ojo electrónico registra mi llegada y la transmite al despacho del ministro. Si me voy, hace lo mismo.VISITANTE (observa el ojo de buey. Luego se vuelve hacia el Jefe): Pero al menos usted puede levantarse, estirar las piernas. Es una ventaja.JEFE: Sí, pero ese ojo ahí, mirándome horas y horas…Se termina por tener los nervios destrozados.EMPLEADO (entrando): Doctor, otro memorándum urgente para Gaga.JEFE (aulla): ¿Qué Gaga? ¿Qué Gaga? ¿Quién es Gaga? (Otro tono, al Visitante, que se pasea y parece no haber oído.) Perdone. Se contagian.VISITANTE (como siguiendo el hilo de sus propios pensamientos, sin dejar de pasearse): ¿Y a mí? ¿También a mí me vigilará el ministro?JEFE (iba a firmar, pero permanece con la lapicera en la mano, mirando al Visitante. También el Empleado lo mira): ¿Y por qué va a vigilarlo?VISITANTE: ¿O seré una humilde lamparita en el tablero común?JEFE (alelado, le devuelve el memorándum al Empleado y con la mano —sin dejar de escrutar al Visitante—, le hace señas de que se vaya. El Empleado marca el mutis, pero trata de escuchar. El diálogo no se interrumpe): ¿Pero usted trabaja en el Ministerio?VISITANTE: Desde hoy.JEFE (verde): Ah, sí. ¿Y en qué oficina?VISITANTE (de pie delante del escritorio, mirando al Jefe): En ésta. (El Empleado huye por el foro.)JEFE (se pone de pie, lentamente): En ésta. (Lo ha dicho como lo diría un hipnotizado.)CONSEJERO LEGAL (extrae un papel del bolsillo y se lo entrega): Mi nombramiento. Soy su nuevo Consejero Legal. (Da unos pasos de aquí para allá. Habla con volubilidad, los pulgares en la sisa del chaleco.) Acepté a pedido de

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Gogó. (Sonríe.) Al que desde ahora voy a tener que llamar Gaga. (Transición.) Pero le aclaro que la administración pública me repugna. Así que pienso venir lo menos posible. (De pronto advierte la actitud del Jefe, en pleno estado de catatonía.) ¿Qué pasa? ¿Algún inconveniente?JEFE (se sobresalía): No. No, ninguno.CONSEJERO LEGAL: Eso sí, me gustaría saber a qué se dedica esta oficina. Porque Gogó no se acordaba.JEFE (se le escapa una risita de orate): Nadie se acuerda. Ni nosotros mismos.CONSEJERO LEGAL: ¿Pero qué dice?JEFE (reacciona,): No, no me haga caso. Bromeaba.CONSEJERO LEGAL (serio) : En definitiva, ¿qué es lo que se hace aquí?JEFE: ¿Aquí?Se miran durante varios segundos. Suena el teléfono. El Jefe descuelga el tubo y vuelve a colgarlo sin atender.JEFE: Aquí atendemos las reclamaciones. Un tiempo.CONSEJERO LEGAL: ¿Las reclamaciones de quiénes?JEFE: De las víctimas.CONSEJERO LEGAL (espera que el Jefe siga, pero como permanece callado, se impacienta): ¿De las víctimas de qué?JEFE (como quien vomita): ¡De la inundación! Un silencio.CONSEJERO LEGAL (irónico): ¿Seguimos? Ahora me toca preguntar: ¿de qué inundación?JEFE (de pronto cambia de actitud, de tono): No, no, perdone. Es inútil que quiera ocultárselo. Más tarde o más temprano tendrá que saberlo. Así que cuanto antes mejor. (Con un ademán.) Siéntese.CONSEJERO LEGAL (sentándose): ¿Es tan grave la cosa?JEFE: ¡Gravísima! (Una pausa.) Sucedió que en el pueblo natal del ministro hubo una inundación. Entonces Gaga… perdone, Gogó... quiero decir, el señor ministro. . . dispuso que el Ministerio indemnizara a las víctimas del desastre. Firmó el decreto, montó esta oficina… A mí, que hasta entonces era oficial pri-mero en otra dependencia, me nombró jefe...CONSEJERO LEGAL: Hasta ahora no veo la gravedad del asunto.

JEFE: Espere, espere. Déjeme terminar. Después que salió el decreto, que se organizó esta oficina, con su jefe, su oficial primero, sus empleados, sus cadetes, su archivo propio, su biblioteca propia, su red de tubos neumáticos, su sistema de buscapersonas, el tablero de control... Después que se hizo todo eso... ocurrió algo terrible. (Una pausa. El Consejero Legal está pendiente del relato del Jefe.) No vino nadie.CONSEJERO LEGAL: ¿Ninguna víctima?JEFE (alto, dando un puñetazo sobre el escritorio): ¡Ni una sola! (Se calma. Vuelve al tono de antes.) Parece que la inundación no fue tan catastrófica como se creyó... Y como el pueblo natal del ministro queda tan lejos... No vino nadie.CONSEJERO LEGAL: ¿Y ustedes?JEFE: Esperando.CONSEJERO LEGAL: Y todo ese movimiento, ahí afuera... Todos esos empleados que escriben a máquina... Los expedientes que le trajeron a firmar. .. los casos urgentes para el ministro. . .JEFE: Pura comedia.CONSEJERO LEGAL: No veo por qué. Ustedes qué culpa tienen.JEFE: Habernos callado la boca. Cuando esto se descubra, dirán que hemos estado robando el sueldo. Y si llega a oídos de la oposición, imagínese el escándalo.CONSEJERO LEGAL: Sí, le caerían a Gogó.JEFE: Permítame la franqueza. El hilo siempre se corta por lo más delgado. El ministro se salvaría. Pero nosotros. ..CONSEJERO LEGAL: ¿Y no habrá todavía alguna posibilidad...?JEFE: ¿De qué? ¿De que aparezca una víctima? Difícil. Pasó demasiado tiempo.CONSEJERO LEGAL: ¿De la inundación?JEFE (asiente con la cabeza, y como el otro lo mira interrogativamente, le muestra los dedos de una mano): Cinco años.CONSEJERO LEGAL: ¡Cinco años! ¡Cinco años que ustedes...! Y de pronto sufre una crisis de hilaridad. Se ríe a carcajadas doblándose en dos, tomándose el vientre con ambas maños. El Jefe permanece serio y melancólico.JEFE: Usted se ríe. Pero no sabe lo que estos cinco años han sido para mí. Cinco años de angustia, de zozobra, de agonía.EMPLEADO (asomándose por el foro):

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Permiso. Un expediente urgente para el ministro. Nuevo ataque de hilaridad del Consejero Legal.JEFE (hipocondríaco): No se moleste, Simone. El señor ya lo sabe todo. El Empleado abre los brazos, suspira, se va.JEFE: Los pobres han querido hacerme quedar bien delante de usted.CONSEJERO LEGAL (todavía con espasmos de risa): ¡Pero cómo dejaron pasar tanto tiempo!JEFE: Los primeros meses no nos dimos cuenta. ¡Estábamos tan entretenidos organizando la oficina! Después empezamos a notar que nos faltaba algo. Y, sí, nos faltaba público. Quisimos es-perar un poco más. Ya vendrán, ya vendrán, pensábamos. Al fin tuvimos que rendirnos ante la evidencia. Pero ¿quién' se animaba a ir a decirle al ministro la verdad? Por otra parte, a usted le consta, el ministro se olvidó de la inundación, se olvidó de esta oficina...CONSEJERO LEGAL: Oiga, ¿y no tiene miedo de que alguien...?JEFE: ¿Sospeche? Usted, que estuvo ahí afuera un buen rato, ¿sospechó algo?CONSEJERO LEGAL: Nada, es cierto.JEFE (confidencial): El único peligro, el verdadero peligro... aparte de algún inspector. .. es que venga a trabajar aquí una persona a la que no le importe que nuestro secreto se sepa o no se sepa, porque no necesite el sueldo, o porque sea amigo del ministro y quiera salvarlo del escándalo... En una palabra, una persona como... (Y de pronto comprende, se interrumpe, mira con espanto al Consejero Legal.)CONSEJERO LEGAL (con dulzura): ¿Una persona como yo? ¿Era eso lo que iba a decir?Una pausa. Los dos se miran fijamente, el Consejero Legal sonriente, el Jefe cadavérico. Después éste hace un ademán resignado. JEFE: Y bien. Si quiere, vaya y cuénteselo todo. CONSEJERO LEGAL (alegre): No. ¿Por qué? ¿Con qué interés? También a mí me gusta ganarme el sueldo sin trabajar. JEFE: No crea. A la larga, es peor.CONSEJERO LEGAL: Porque ustedes se hacen mala sangre con toda esa comedia de escribir a máquina y hablar por

teléfono. Van a terminar por llamar la atención. Yo no pienso representar ninguna farsa. Vendré una horita, una vez por semana, tanto como para que no se diga que abuso de mi amistad con Gogó. Eso sí, me imagino que no pensará ubicarme en esa horrible oficina.JEFE: ¿Y dónde, si no?CONSEJERO LEGAL (observando en derredor): Me gusta este despacho. (Va y viene inspeccionando los muebles.) Usted búsquese algún otro lugarcito. Claro que habrá que hacer algunos arreglos. Por ejemplo esa percha tiene que desaparecer. Y ahí se podría colgar un cuadro. ¿No hay alfombra? Hágame comprar una. En cuanto a ese tablero de electricista, se lo regalo. Puede llevárselo con usted. (Se sienta frente al escritorio.) Otra cosa. Esa empleada, esa rubia.. . ¿Cómo se llama? ¿La señorita Galíndez? Desde hoy pasa a ser mi secretaria. (Pone los pies sobre el escritorio.) Y ahora déjeme solo. Quisiera dormir una siestita. Anoche me acosté tarde, y hoy, con este asunto de mi nombramiento. ..Pero se interrumpe porque el Jefe, que había seguido sus desplazamientos, inmóvil como una estatua, ahora mira hacia el foro, hacia lo alto de la mampara, por encima de la cual asoman, como en un friso, las cabezas de los Empleados.CONSEJERO LEGAL (siguiendo la dirección de la mirada del Jefe, se da vuelta, ve aquellas cabezas, quita los pies del escritorio): ¿Qué pasa? (se levanta.) ¿Qué hacen ahí arriba? Entra el Oficial Primero enarbolando un papel. Está transfigurado. En algún momento entrará también el Ordenanza trayendo el café.OFICIAL PRIMERO (otra vez al borde del llanto): ¡Rafaelito! ¡Rafaelito! (Transición.) Disculpe, es la emoción. (Tono de antes.) ¡Doctor! ¡Doctor!CONSEJERO LEGAL: ¿Qué sucede? ¿Por qué llora? OFICIAL PRIMERO (sin hacerle caso. Al Jefe): ¡Una víctima! CONSEJERO LEGAL: ¿Una víctima de la inundación? JEFE (hecho una estatua. Voz blanca): No sueñes, Pepino.

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OFICIAL PRIMERO: ¡Le digo que sí! ¡Una víctima! ¡Lea! ¡Lea! (Y le pone el papel bajo las narices. El papel tiembla como una hoja al viento.)JEFE (sin desviar la vista): La única víctima soy yo, Pepino. OFICIAL PRIMERO: ¡Escuche, escuche! (Llorando y riendo, quiere leer.) Señor Jefe. . . Por la presente. . . (Pero no puede seguir leyendo.)CONSEJERO LEGAL (le arrebata el papel.. Lee): Por la presente vengo a solicitar la indemnización que me corresponde. . . (Gemidos del Oficial Primero.)JEFE (ha recobrado la vida. Le arrebata, a su vez, el papel al Consejero Legal): la indemnización que me corresponde como víctima de. . . (De pronto deja de leer. Se ha metamorfoseado en un Jefe enérgico, dinámico, casi despótico. Gesticulación enloquecida. Voz de trueno. Grita.) ¡Todos a sus puestos! ¡Todos! ¡Orden de trabajar! (Va señalando con un dedo implacable.) Gutiérrez, Juan José, ciento ochenta días de suspensión. (Una cabeza desaparece.) Cardamonc, Enrique, retrogradado. (Otra cabeza desaparece.) Francini, Hugo, severamente amonestado. (El mismo juego.) Señorita Galíndez, siéntese a la máquina. (ídem.) Y ustedes, todos (el dedo barre la mampara.) ¡a tra-bajar! ¡A trabajar! (Todas las cabezas desaparecen. Al Consejero Legal.) ¡Doctor Capuano, a la oficina! (El Consejero Legal se va rápidamente. Al Oficial Primero.) Lorenzetti, vigílelos. El primero que levante la nariz queda exonerado e inhibido en todos sus bienes. (El Oficial Primero se va corriendo. Al Ordenanza.) Usted, lústreme los zapatos. (Se sienta frente al escritorio. Y mientras el Ordenanza le lustra los zapatos, él empieza a dar órdenes por el íntercomunicador.) ¿Todos listos? Empieza el trámite del expediente. Señorita Galíndez, escriba: pase a Mesa de Entradas y Salidas para caratular, diligenciar, firmar y registrar los antecedentes en la carpeta respectiva. Rivero, escriba: estímase la intervención del Gabinete de Escopometría, a fin de que agregue el análisis químico y pericia caligráfica de la firma que suscribe el documento cabeza. (Por teléfono.) ¿Oficina de

Notarios? Sírvanse expedirse acerca de los linderos de la propiedad objeto de la inundación, condiciones de dominio y estudio de títulos. (Por el intercomunicador.) Señor Consejero Legal: dictamine sobre la procedencia del reclamo desde el punto de vista de la ley de Matrimonio Civil y Convención Internacional de Berna de 1888. (Por teléfono.) ¿Oficina Médica? (Por el intercomunicador.) Mirabelli, escriba. (Por teléfono.) Agréguese el examen radiológico del causanté… (Por el intercomunicador.) Escriba: pase a Contaduría para que establezca la imputación presupuestaria del gasto… (Por teléfono.)….el examen radiológico y análisis de sangre. . . (Por el intercomunicador.) del gasto que demande el pago de la indemnización solicitada... (Por teléfono.) más los ante-cedentes clínicos… (Por teléfono.) . . .con sus intereses y costas. . .Ya no se lo oye, porque detrás de la mampara el estrépito de las máquinas de escribir ha crecido hasta que cubre su voz, colma el escenario y el teatro todo. Las luces del tablero, de blancas, se vuelven primero rojas y después violetas, aumentan de intensidad, terminan por ser una iluminación deslumbradora que echa rayos. Vemos al Jefe colgar y descolgar teléfonos, aullar por el intercomunicador. Se oyen timbres, portazos, un estruendo terrible. Y el Ordenanza, contagiado, lustra cada vez más rápido, más rápido.

T E L O N

ACTO SEGUNDOEl mismo decorado, pero paredes y muebles están más viejos y sucios. Sobre el escritorio, sobre mesas y sillas y aun en el suelo se acumulan expedientes.La atmósfera ha cambiado. Ahora todo es dinamismo, movimiento, ruido. El Jefe se pasea y dicta en voz alta. Respira seguridad, autoridad, pero parece, él también, más viejo. Se le ven algunas canas. Usa anteojos de montura de carey. La Secretaria ya no tiene la cara pintarrajeada. Se ha recogido el pelo. Otra que usa anteojos. A cada rato se lleva un pañuelito a la nariz. Entran y salen Empleados trayendo y llevando expedientes. Suenan timbres lejanos,

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cercanos, visibles, invisibles. El Ordenanza atraviesa la escena arrastrando una especie de plataforma sobre ruedas en la que transporta más expedientes.JEFE (dictando): ... y a fin de completar la visión . .. que constituya una aproximación a la noción que es objeto de nuestra consideración . . . agregaré un análisis casado ...SECRETARIA: ¿Cómo?JEFE (recalca, impaciente); Casado. Un análisis casado. (Sigue dictando.) ...en la confrontación de la dignificación humana... (Mientras firma un papel que le presenta un Empleado. A éste.) Llévelo rápido a la Oficina Bromatológica. (El Empleado se va. A la Secretaria.) ¿Por dónde iba?SECRETARIA: En la confrontación de la dignificación humana.JEFE: Punto y aparte. Por lo tanto... por lo tanto ... (Otro tono.) Me empantané. No sé cómo seguir. Es que aquí hay demasiado ruido. No puedo concentrarme. (Ha sonado un teléfono. Al Ordenanza, mientras va a atender el teléfono.) Usted, apúrese con ese armatoste, hágame el favor.ORDENANZA: ¿Lo dejo en la Oficina?JEFE: Déjelo donde quiera, pero desaparezca de mi vista. (Por teléfono.) Hola. Sí, soy yo.ORDENANZA (a la Secretaria, mientras se enjuga el sudor de la frente) : Todo el santo día arrastrando este carro.JEFE: ¿Para mañana? Imposible. Estamos locos de trabajo. ¡Locos!ORDENANZA: ¿Sabe cómo me llaman? El barquero del Volga. (Ella le hace un gesto de comprensión, mientras él se va.)JEFE: Con decirle que tuve que implantar horarios especiales, pedir empleados supernumerarios, ampliar las instalaciones. (Mientras habla, firma papeles que le presentan los Empleados, sorbe café.) Si seguimos así, vamos a tener que desalojar a las oficinas de al lado y ocupar todo el piso nosotros. (A un Empleado, señalando.) No, ese expediente no. Aquél. (Por teléfono.) Lo siento mucho, pero hasta la semana que viene imposible. Adiós. (Cuelga.) El coraje.SECRETARIA: ¿Quién era?

JEFE: El Director de Personal. (Leyendo por encima del hombro de ella.) Escribiste aproximación con ese.SECRETARIA: Estoy enferma.JEFE: Y porque estás enferma pusiste casado con zeta.SECRETARIA: Tengo treinta y ocho grados de fiebre, pero vos te fijas en las zetas.JEFE: Si vas a pedirme licencia por enfermedad, te adelanto que no te la daré. Se terminaron los abusos, como cuando nos faltaban los expedientes.SECRETARIA: ¡Pero es cierto que tengo treinta y ocho grados!JEFE: No digo que no. Pero nada de licencias por un poco de temperatura más o menos. Vendrás a trabajar como todo el mundo.SECRETARIA: Como todo el mundo no. El Consejero Legal. . .JEFE: Al Consejero Legal le permito ciertas libertades porque es amigo íntimo del Ministro. Hasta el día en que tampoco a él le consentiré ningún privilegio. Sanos o enfermos, recomendados o no recomendados, todos en sus puestos. (Ha hecho funcionar el tablero. Todas las lamparitas guiñan vertiginosamente.)SECRETARIA: Voy a morirme.JEFE: Después que yo termine de dictarte. (A un Empleado.) López, ¿se puede saber qué busca?EMPLEADO: Un expediente que se perdió.JEFE: Pero cómo puede decir que un expediente se perdió. Un expediente nunca se pierde. No se sabe dónde está, que es otra cosa.EMPLEADO: Sin embargo ...JEFE: ¡Sin embargo nada! ¿Pero se da cuenta? Esto, ¿ve? (Toma un expediente cualquiera y se lo pone al Empleado bajo la nariz.) ¿Cómo quiere que se pierda? Es como si me dijese que se perdió una casa. O que se perdió una calle. Que usted salió afuera y la calle no estaba más. (Otro tono.) ¿Y qué expediente es?EMPLEADO: El de la radiografía de tórax.JEFE: Nada menos. ¿Lo buscaron bien?EMPLEADO: Por todas partes. Y no aparece.JEFE: Siga buscándolo. Los expedientes a veces tienen sus manías, sus caprichitos. Nos hacen bromas, pequeñas maldades, se esconden. Hay que tenerles paciencia. Aparentar seguirles el juego.

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Y de pronto, en un descuido, ganarles de mano. ¿Me comprende?EMPLEADO (azorado): Sí, doctor.JEFE (palmeándole la espalda): Vaya, vaya, que seguramente ese bandido lo está mirando desde un rincón y riéndose de usted. Haga como que no se da cuenta, y cuando el otro menos se lo piensa, usted, zas, le cae encima.EMPLEADO (cada vez más estupefacto): Sí, doctor. (Se va.)JEFE: Pobre muchacho. Todavía no sabe tratar a los expedientes.SECRETARIA: Pero, Rafael. Hablas de los expedientes como si fueran de carne y hueso.JEFE (sorprendido): ¿Yo?SECRETARIA: Que se ríen, que nos miran desde un rincón...JEFE (él mismo azorado): Es que a veces me olvido de que son montones de papeles... Los reconozco uno por uno, los oigo hablar. (Transición.) A propósito de reconocerlos uno por uno...OFICIAL PRIMERO (ha entrado por el foro. Ya no usa anteojos ni visera. Está evidentemente rejuvenecido): Ha venido el recurrente.JEFE: ¿Otra vez? ¿Y ahora qué quiere?OFICIAL, PRIMERO: Hablar con usted.JEFE: ¿Conmigo? ¿Y qué tiene que hablar conmigo? ¿Desde cuándo un recurrente habla con los jefes? Lo que tenga que decirme que lo diga por escrito, en papel sellado y previo registro como expediente.OFICIAL PRIMERO: Se lo expliqué. Pero insiste.JEFE: Insiste, insiste. Déjelo que insista. Para eso es el recurrente.OFICIAL PRIMERO: Viene todos los días.JEFE: ¿Y usted por qué se lo permite? Una vez puesto en marcha el trámite de los expedientes, a él no lo necesitamos. Que se quede en su casa esperando la resolución final.OFICIAL PRIMERO: Le diré. Es una persona muy simpática, muy amable... Se ha hecho amigo de todos los empleados.JEFE: Y me los distrae. Voy a dar órdenes para que le prohíban la entrada en el edificio.OFICIAL PRIMERO: También se ha hecho amigo de los porteros. (Más bajo:) Creo que les unta la mano.JEFE: ¡Lo denunciaré a la policía!

OFICIAL PRIMERO: Al contrario. También usted tendría que ser un poco amable con él. Recibirlo, siquiera una vez.JEFE: ¡No! Yo debo ser para él como un dios oculto en el tabernáculo. En cuanto hable conmigo me perderá el respeto, creerá que soy un empleadito cualquiera.OFICIAL PRIMERO (calmo, casi inmutable): No necesita hablar. Basta con que se muestre y en seguida se esconda de nuevo.JEFE: ¡He dicho que no! (Otro tono.) ¿Y a qué viene tanto interés en que yo reciba a ese individuo?OFICIAL PRIMERO: Hoy lo noté un poco irritado. Me parece que empieza a perder la paciencia.JEFE: ¿Y con eso?OFICIAL PRIMERO: Nos conviene tratarlo bien. Es nuestro único recurrente. Se nos va éste, y volvemos a estar como antes, con el Jesús en la boca. Ahora lo tenemos a él. No es mucho, pero algo es algo. Al menos justificamos la existencia de la oficina.JEFE: Tantos años de administración pública y todavía no has aprendido nada. La justificación (más alto), la gloria (más alto), e] poder de una oficina son los expedientes. Nosotros, ¿tenemos o no tenemos expedientes? Entonces, ¿qué nos importa ese pobre infeliz?Ha entrado el Consejero Legal. Viene de una francachela. Bosteza a cada rato.CONSEJERO LEGAL: Buenas tardes.SECRETARIA, OFICIAL PRIMERO: Buenas tardes.JEFE: Mejor dicho, buenas noches.CONSEJERO LEGAL: ¿Por?JEFE: Usted llega cuando nosotros ya estamos por irnos.CONSEJERO LEGAL: Es que anoche estuve en una fiesta con Gogó.JEFE: Ah, si estuvo con Gogó, no digo nada.OFICIAL PRIMERO: Casualmente hoy trajeron esto para usted, doctor.CONSEJERO LEGAL: ¿Qué es? (Es un expediente. Lo hojea.) Desgraciado.JEFE: ¿Quién?CONSEJERO LEGAL: El Procurador del Fisco. Hace cuatro meses que mantenemos una polémica.JEFE: ¿Sobre qué?CONSEJERO LEGAL:, Cómo quiere que lo

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sepa. ¿No le digo que es una polémica? Ya andamos por los trescientos ochenta y tres expedientes, pero no piensa dar el brazo a torcer.JEFE: Ni se le ocurra.CONSEJERO LEGAL (a un empleado que ha entrado con una pila de expedientes): Pibe. Prepárame un dictamen legal. Copias el último del Procurador del Fisco, pero donde él dice que sí vos pones que no y viceversa. Después traémelo que te lo firmo.EMPLEADO: Sí, doctor. (Se va.)JEFE (pensativo): De modo que usted sólito, nada más que con la polémica, ya tiene sus trescientos ochenta y tres expedientes. (Se anima.) A que no sabe cuántos tenemos nosotros en trámite. Diga una cifra.CONSEJERO LEGAL: Dos mil.JEFE: Frío, frío.CONSEJERO LEGAL: ¿Cinco mil?JEFE: Doce mil ochocientos setenta y cuatro.OFICIAL PRIMERO: Perdón. Eso era ayer. Hoy andamos por los doce mil novecientos cuarenta y cinco.JEFE: Y con un solo recurrente. Imagínese si tuviéramos dos. CONSEJERO LEGAL: Felicitaciones.JEFE (otra vez pensativo, preocupado): Sí, en realidad tendría que estar contento. Pero. . . no sé. .. me parece que aquí hay gato encerrado.CONSEJERO LEGAL: Cómo, gato encerrado.JEFE (baja la voz. Mímica de prestidigitador): Voy a hacerles una pregunta a ustedes tres, que son personas de mi absoluta confianza .. . No encontraron algún expediente . .. entre tantos que pasan por sus manos . .. algún expediente que ustedes hayan dicho: pero éste, ¿de dónde salió? si a éste yo hasta ahora no lo había visto nunca. ¿Quién redactó estos informes?SECRETARIA: Francamente ...JEFE: Reflexionen, reflexionen antes de contestar. (En tono de misterio.) ¿Están seguros, bien seguros de que todos nuestros expedientes los hemos hecho nosotros? ¿No habrá, por ahí. .. algún intruso.. . algún infiltrado. . . uno que se haya introducido clandestinamente, sin que se sepa cómo, entre los otros?CONSEJERO LEGAL: ¿Pero a dónde quiere ir a parar?

JEFE: A ninguna parte. Es que desde hace tiempo me ronda una sospecha.CONSEJERO LEGAL (quien, lo mismo que los otros dos, tiene una cara de no entender nada): ¿Algún boicot?JEFE; No, qué boicot. (Los mira uno por uno. Baja la voz.) Júrenme que nunca han visto un expediente al que no lo hayan podido reconocer.OFICIAL PRIMERO: Eh, son tantos. ¡Quién se acuerda de todos! JEFE (alto): ¡Ahí está! ¡Ahí está! Quién se acuerda de todos. «Yo» me acuerdo. (Susurra:) Y estoy seguro de haber encontrado varios que . .. (mímica esotérica.) CONSEJERO LEGAL: Pero ¿qué es lo que encontró?Todos miran al jefe entre intrigados y alarmados. El jefe hace caras misteriosas.JEFE: He llegado a la conclusión de que los expedientes . .. entre ellos .., (y junta los índices.)Una pausa, de estupor o quizá de alarma. Nadie se mueve. El Jefe ha permanecido unos instantes repitiendo aquella mímica con los dedos. Y de pronto parece darse cuenta de su propio ridículo o de la poca y nada adhesión de sus subordinados, y estalla.JEFE: ¿Por qué me miran así? ¿Qué están pensando? ¿Están pensando que estoy loco? ¡Y bien, sí, estoy loco! ¡«Yo» estoy loco! Ustedes no. Ustedes ven que en seis meses, con una sola víctima, hemos fabricado doce mil expedientes y se quedan tan tranquilos. Pero ustedes están cuerdos. Y yo soy el loco. Perfec-tamente. ¡Estoy loco! ¡Estoy loco! Ha entrado por la derecha la Mujer del Jefe. Es una matrona gordísima, vestida de un modo estrafalario. Siempre muy calmosa, muy pachorruda.MUJER DEL JEFE: Por Dios, Rafa. Qué manera de gritar. Se te oye desde los corredores. Todos se vuelven hacia ella, que avanza como una carroza.El grupo se deshace. El Jefe se pasa un pañuelo por el rostro.La Secretaria recoge sus papeles. El Oficial Primero va a estrecharle la mano a la Mujer del Jefe.OFICIAL PRIMERO: Señora Caramelli, tanto gusto. ¿Se acuerda de mí?MUJER DEL JEFE: Como para no

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acordarme. Mi marido me repite todo lo que usted le cuenta de los empleados.JEFE: Ercilia, por favor. (Otro tono:) Te presento al doctor Capuano. (Mientras aquellos dos se dan la mano, él agrega.) Señorita Galíndez, puede ir no más. Después seguimos.SECRETARIA: Bien, doctor. (Se va.)MUJER DEL JEFE (se ha sentado en uno de los sillones): ¿Qué es lo que van a seguir?JEFE: Qué va a ser. Un dictado.MUJER DEL JEFE: No sé. (Otro tono:) Lorenzetti.OFICIAL PRIMERO (acude rápidamente): Sí, señora Caramelli.MUJER DEL JEFE: A ver si me consigue una docena de lápices, algunas gomas de borrar, dos o tres cuadernos rayados. ¿Sabe? Son para mis sobrinos. Total, aquí tienen de sobra.OFICIAL PRIMERO: En seguida, señora Caramelli. (Se va.)MUJER DEL JEFE (sin concederse un respiro. Al Consejero Legal): Me gusta venir a visitar a mi marido en la oficina. ¡Me produce una impresión tan extraña! Es como si fuera otro hombre. En casa tan callado, tan apático, (gestos nerviosos del Jefe) y aquí me lo encuentro convertido en un jefe que se mueve, que discute.Hasta les da órdenes a los muchachos de ahí afuera, y ellos son capaces de obedecerlo. (Al Jefe:) Rafa, apretá un botón. Quiero ver cómo viene corriendo alguno de esos grandulones.JEFE (rabioso, pero en voz baja): ¡Ercilia!MUJER DEL JEFE (al Consejero Legal): Hasta lo llaman doctor, vea usted.CONSEJERO LEGAL (al Jefe): Ah, cómo. ¿Usted no es ... ?MUJER DEL JEFE: ¿Doctor? Qué ocurrencia.JEFE (digno): Es la costumbre. A todo aquel que llega a jefe lo llaman doctor.MUJER DEL JEFE; Y es una excelente costumbre, me parece a mí. Cómo iban a. llamarte, si no. ¿Jefe? Terminarían poniéndote algún sobrenombre ridículo, como haces vos con los demás. (Al Consejero Legal) Le pone apodos a todo el mundo. (Sin, se diría., respirar.) ¿Y el señor es también doctor como mi ma-rido?CONSEJERO LEGAL (está de lo', más

divertido): No, señora. Yo solamente soy abogado.MUJER DEL JEFE: Qué lástima. (Transición rápida.) Pero- no será usted como el abogado que tiene mi marido de consejero legal, que dice Rafa que es ...JEFE: ¡Ercilia!MUJER DEL, JEFE (decorosa): ¿Por qué me interrumpís? Si yo no pensaba repetir las porquerías que me contaste de es-e hombre.JEFE (suda sangre): Pero qué porquerías. (Se contiene, ensaya una sonrisa.) Ercilia, el señor es el consejero legal.MUJER DEL JEFE (se vuelve a mirar al Consejero Legal): ¿Usted? (No está avergonzada, sólo sorprendida.) Pues nadie lo diría. (Otro tono. Le da una palmadita en el brazo.) No le haga caso a mi marido. Exagera mucho. Es como con el Ministro. Estoy segura de que se trata de una bellísima persona. Pero Rafa no. Rafa insiste en que es un viejo verde. Y para colmo, con el cerebro de un mosquito. (El Consejero] Legal mira al Jefe.)JEFE (en el paroxismo de la desesperación, ensaya una risita): Mi mujer bromea.MUJER DEL JEFE (muy seria): No bromeo. (Otro tono:) ¿O nos está escuchando alguien? (Al Consejero Legal:) Porque dice Rafa que aquí todos desconfían de todos, y que el adoquín del Ministro ha colocado a amigos suyos, disfrazados de empleados, para que vigilen a los jefes. Para el Consejero! Legal es demasiado. Después de lanzar una última mirada furibunda al Jefe, se inclina, desde lejos, en dirección de la Mujer del Jefe.CONSEJERO LEGAL: Buenas tardes. (Y se va.)Inmediatamente el Jefe se abandona a una crisis de furia: se golpea con los puños la cabeza, gime. La Mujer del Jefe se ha levantado.MUJER DEL JEFE: ¿Qué les pasa a ustedes dos?JEFE (plañidero): ¡Y todavía lo pregunta!MUJER DEL JEFE: Francamente, no veo que te respete mucho, tu famoso Consejero. Me ha dejado plantada.JEFE: ¡Pero por qué, por qué tendrás que repetir todo lo que hablo en casa!MUJER DEL JEFE (ofendida): No habla nunca, y encima pretende que lo poco

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que habla... (A él:) Y yo qué dije, vamos a ver.JEFE: Me has indispuesto precisamente con ese hombre, que es amigo íntimo del Ministro.MUJER DEL JEFE: ¿Y por eso tantos aspavientos? ¿No sos vos el jefe? ¿Y él no es subordinado tuyo? Así que por más amigo del Ministro que sea...OFICIAL PRIMERO (ha entrado con un paquete): Señora Caramelli, lo que me pidió. (El Jefe se pasea, nerviosísimo.)MUJER DEL JEFE: Gracias, Lorenzetti. Pero no voy a ir con este paquete a cuestas. Rafael, ordena a uno de los cadetes que me lo lleve a casa.JEFE (sin dejar de pasearse): Los cadetes de una oficina pública no están al servicio de los particulares.MUJER DEL JEFE: Cuántas historias, cuántas historias. ¿Y no me contaste que un cadete se acuesta con la mujer del Oficial Primero? Por lo visto, ese sí que está al servicio de los particulares.OFICIAL PRIMERO (pálido): ¿Cómo? ¡Rafaelito! ¿Uno de los cadetes? ¿Con mi mujer? ¿Y nunca me lo dijiste? ¡Ah, yo lo mató! ¡Yo lo mato! ¡Los mato a los dos! (La mujer del Jefe lo mira asombrada, sólo asombrada.)JEFE (que entre tanto lo ha tomado de los brazos e intenta calmarlo diciéndole: Pero no, cálmate, cálmate): Escucha, Pepino. Mi mujer se confundió.OFICIAL PRIMERO: ¿Cuál cadete es? González, Héctor Guillermo, seguro. Ese atorrante. ¡Yo lo mato! ¡Lo mato! (Llora.) ¡Los mato a los dos!JEFE: Te digo que mi mujer se confundió. La cosa no es con la mujer del Oficial Primero. (A ella:) Acordate, acordate lo que te conté. (Le hace señas desesperadas.) ¿A quién le ponían los cuernos? ¡A Simone!MUJER DEL JEFE (sin mucha convicción): A Simone. OFICIAL PRIMERO (deja de llorar): ¿A Simone? JEFE: A Simone.OFICIAL PRIMERO (secándose las lágrimas): Señora CaramelLi, júreme que es cierto. MUJER DEL JEFE: Se lo juro. Lo que pasa es que yo no sabía que usted era Oficial Primero.JEFE: Acordate lo que te dije. Que un tal

Simone, que es ayudante del Oficial Primero... (Al Oficial Primero:) De ahí viene la confusión. OFICIAL PRIMERO (ya convencido, sonriente): Así que Simone. . .(Cuernos sobre la frente.)JEFE: ¿No lo sabías? Pero si lo sabe hasta el vigilante de la esquina. OFICIAL PRIMERO: Por lo visto, soy el último en enterarme. MUJER DEL JEFE: Eso sucede siempre.OFICIAL PRIMERO: ¿Y quién es el cadete que le puso coronita? JEFE: Vos lo adivinaste.OFICIAL PRIMERO: ¿González Héctor Guillermo? Me lo imaginé. MUJER DEL JEFE: ¿Sabe cómo lo llama mi marido? Bragueta abierta. OFICIAL PRIMERO (festeja ruidosamente el apodo): ¡Bragueta abierta! ¡Tal cual! ¡Tal cual! (Transición.) Rafaelito, lo mando a Bragueta abierta a que lleve el paquete. Y le digo: Tómese todo el tiempo que quiera. .. Así, de paso. . . puede matar dos pájaros de un tiro. JEFE: De acuerdo.OFICIAL PRIMERO (radiante): Permiso, señora Caramelli. (Marca el mutis:) Así que Simone... (otra vez hace los cuernos) (Al Jefe:) Se lo merece, ese infeliz. (Se va riendo.)MUJER DEL JEFE: Pobre cornudo. Se convenció pronto.JEFE: ¡Qué, se convenció! Si sabe que la cosa es con su mujer.MUJER DEL JEFE: ¿Lo sabe? ¿Y entonces?JEFE: Pero hace como que no lo sabe. Vos lo obligaste a toda esta pantomima para guardar las apariencias.MUJER DEL JEFE (se sienta): Qué miserable. Si hasta lloraba...JEFE: Estarás contenta. Armaste un lío tras otro.MUJER DEL JEFE: Ya veo, ya veo. .. Una oficina pública es un nido de ratas. No se puede dar un paso sin aplastar una.JEFE (transición): Ercilia, dijiste que aquí parezco otro. No parezco otro. Soy otro. Todos somos otros. Afuera somos hombres, hombres vulgares, de carne y hueso, con nuestras debilidades, nuestras manías, nuestros vicios. Pero aquí nos transformamos en una institución. Y las instituciones no tienen nada que ver con las pequeñas miserias de los hombres. Las instituciones no

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tosen, no escupen, no usan calzoncillos, no llevan cuernos en la frente. . . Pero venís vos, y lo mezclas todo.MUJER DEL JEFE (como si no lo oyese. Ha estado examinando y oliendo un pocillo): Tomaste café.JEFE (cae a tierra. Herido): Claro que tomé café.MUJER DEL JEFE: ¿Y te olvidaste que el médico te lo prohibió?JEFE: El médico me prohibió que tome café en casa. Pero no puede prohibirme que aquí cumpla con mis funciones. Aquí les sirven café únicamente a los jefes. No te imaginas el prestigio que da el simple hecho de que te vean tomando café.MUJER DEL JEFE (como siempre, sigue el hilo de sus propios pensamientos) : Esa

señorita Galíndez.JEFE (en guardia): Qué pasa con la señorita Galíndez.MUJER DEL JEFE: Es mona. Y joven.JEFE (secamente): Es una empleada. Y las empleadas, para mí, son como... (mira a su alrededor, toma un expediente.) ¿Ves? Para mí, son como un expediente.MUJER DEL JEFE: No sé. (Repite, pensativa.) No sé.JEFE (se ha quedado mirando fijamente el expediente): Y éste, ¿de dónde salió? A éste no lo hicimos nosotros, estoy seguro. (Sigue mirándolo. Después lo arroja al suelo, como si le quemase. Ha-bla para sí mismo.) Y quieren hacerme creer que estoy loco.

Ahí está la prueba. Un expediente desconocido. (Se pasa la mano por la cara.) El asunto debe ser de noche, cuando nos vamos todos. ..De pronto se oyen unos toques lejanos, misteriosos, como de trompetas. El Jefe se yergue, escucha. JEFE (murmura): Clarines. ¡Ahora oigo clarines! (Gime:) Dios mío, no estaré volviéndome loco en serio! (Se tapa los oídos con las manos.)MUJER DEL JEFE (de pie): ¿Y esa música? ¿Quiénes son? ¿Los granaderos?JEFE: ¿Vos también la oís? MUJER DEL JEFE: Naturalmente. No soy sorda.De golpe los toques de trompetas se oyen más intensos porque la puerta monumental se ha abierto. El Jefe y la Mujer del Jefe miran, inmóviles. Él parece aterrado. Se hace el silencio. JEFE (un hilo de voz): ¡El Ministro!MUJER DEL JEFE: Vaya. Por fin se acordó de vos, ese viejo imbécil. JEFE (con un ademán imperioso): ¡Callate!Un tiempo. ALTAVOZ: Atención. Atención. Atención.Silenciosamente la mampara otra vez se corona con el friso de cabezas. Todas aparecen al mismo tiempo: la del Oficial Primero, del Consejero Legal, de los Empleados, de la Secretaria, hasta del Ordenanza.El Jefe da unos pasos hacia la puerta de la ochava, pero se mantiene a cierta distancia, retorciéndose las manos, nerviosísimo.

ALTAVOZ: El Jefe de la Oficina de Indemnizaciones. JEFE (firme): Presente, señor Ministro. ALTAVOZ: Su Excelencia lo espera.Coro de murmullos admirativos entre los asomados a la mampara. El Jefe, excitado, se vuelve hacia su mujer, hacia los empleados, hacia todo el mundo.JEFE (en voz baja): ¡A mí! ¡Te das cuenta! (Más alto.) ¿Han oído? Su Excelencia me espera. Por primera vez, ¡su Excelencia me espera!MUJER DEL JEFE: Ya era hora.JEFE (casi a los gritos): ¡Voy a estar delante del Ministro! ¡Yo!¡Delante de él, delante de él en persona! MUJER DEL JEFE: Apúrate, o vas a llegar tarde, como siempre.El Jefe se dirige hacia la puerta monumental, asciende los escalones, se detiene en el último, se vuelve hacia los empleados, quienes prorrumpen en aplausos. El Jefe levanta una mano pi-diendo silencio.JEFE: No sé para qué me espera. Pero estén seguros de que mi ánimo no vacilará, no me temblará la voz para decirle al Ministro... (Se da vuelta a mirar por el corredor. Teme haber hablado demasiado, alto. Baja la voz.) Para decirle al Ministro que estoy a sus órdenes.MUJER DEL JEFE: ¡Si te vieran tus hijos! JEFE (bajo, rabioso): Por favor, Ercilia. ¿Qué hijos? MUJER DEL JEFE: Por eso digo. Si tuviéramos hijos y pudieran verte, por

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fin se sentirían orgullosos de su padre.JEFE (le hace señas de que se calle. Recupera el tono oratorio): No voy solo. Doce mil novecientos cuarenta y cinco expedientes ,.. OFICIAL PRIMERO: Setenta y ocho.JEFE: Doce mil novecientos setenta y ocho expedientes me escoltan como una guardia de honor, me siguen como un ejército. Al presentarme delante del Ministro, le diré: Excelencia, doce mil novecientos setenta y ocho expedientes lo saludan. Salva de aplausos. El Jefe levanta una mano, despidiéndose. Luego gira y desaparece por el corredor. La Mujer del Jefe agita un pañuelo. Los demás siguen aplaudiendo. Las luces se apagan.Después de un minuto las luces vuelven a encenderse. Han transcurridos varias horas. Los Empleados siguen asomados a la mampara. Sobre el filo de ésta, como si fuera una mesa, dos Empleados juegan a los naipes; otro lee el diario; otro duerme con la cabeza apoyada sobre los brazos; otro escribe; otro fuma; otro pela una naranja; etc. En el despacho del Jefe están la Secretaria, el Oficial Primero (que se pasea de un extremo a otro y a cada rato consulta su reloj de bolsillo) y el Consejero Legal, dormido en un sillón. La Mujer del Jefe se ha ido. SECRETARIA: ¿Qué hora es? OFICIAL PRIMERO: Las nueve y media.SECRETARIA: Ya hace tres horas que se fue. Una pausa.UN EMPLEADO: Digo yo: ¿de qué pueden estar hablando tres horas seguidas?OTRO EMPLEADO: Estarán discutiendo los aumentos de sueldo. OFICIAL PRIMERO: Me parece que ahí viene.Todos miran, escuchan. Un tiempo.OFICIAL PRIMERO: No. Me había parecido. (Reanuda su paseo.) OTRO EMPLEADO: Por las dudas no se hagan muchas ilusiones con los aumentos de sueldo. OTRO EMPLEADO: Hace diez años que no nos aumentan. Pero ahora el Jefe está en condiciones de exigir mejoras, qué embromar. OTRO EMPLEADO: Esperen sentados.OTRO EMPLEADO: ¿Por qué? Batimos el récord en producción de expedientes.Alguien bosteza ruidosamente.

UN EMPLEADO (el que escribía): Yo ya hice el cálculo. Si nos aumentan el diez por ciento, voy a ganar 418 pesos al mes. SECRETARIA: En cambio yo creo que el Ministro lo llamó al Jefe para darle un ascenso. Se lo merece, pobre. OTRO EMPLEADO: ¿A él? ¿Y a nosotros? UN EMPLEADO: A nosotros las buenas noches.OTRO EMPLEADO: El bacalao siempre se corta para los de arriba. SECRETARIA: Ya salió el comunista. OFICIAL PRIMERO: ¡Silencio! ¡Ahora sí, ahora sí! ¡Ahí viene!Todos miran. Gran expectativa. Hasta el Consejero Legal y el Empleado dormido despiertan, aquél se pone de pie. Una pausa.Por el corredor aparece, con aire preocupado, el Jefe. Pero al ver a los otros se yergue, cambia de cara, sonríe. La puerta 'se cierra a sus espaldas. La puerta monumental se cierra silenciosamente. JEFE (jovial): Cómo, todavía están aquí. Les agradezco esta demostración de solidaridad. Muchas gracias a todos. Los demás, inmóviles, lo siguen con la vista.JEFE (trata de aparentar desenvoltura): Pues sí. He estado con Gogó. (Al Consejero Legal:) Me imagino que después de varias horas de gozar de la intimidad del Ministro, yo también puedo llamarlo Gogó. (Ademán aprobatorio del Consejero Legal. El Jefe suspira, hace musiquitas.) Hemos estado conversando... así... amigablemente...a calzón quitado, como quien dice. ¡Qué personalidad la de Gogó! ¡Qué finura! ¡Un caballerazo! Pero a mí me recibió sin ningún protocolo...al contrario, como en su casa. Primero hablamos de todo un poco. Quiso saber cómo andaba la oficina. Le expliqué, le expliqué. Cuando le dije que teníamos cerca de trece mil expedientes, casi se me desmaya. (Sopla.) Pues sí. Pues sí. Una pausa. Todos esperan. De pronto el Jefe los enfrenta.JEFE: Oigan, no pretenderán que les cuente todo lo que hablé con el Ministro. (Finge severidad.) Hemos tratado cuestiones muy delicadas, secretos de Estado. De modo que no me pregunten nada más. Buenas noches.

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UN EMPLEADO: ¿Y los aumentos de sueldo?JEFE (se hace el enojado):¿Qué aumentos de sueldo? Ningún aumento de sueldo. Aumento de trabajo, eso es lo que hay. Así que pueden retirarse. Hasta mañana. Alicaídos, murmurando entre ellos, los Empleados desaparecen tras la mampara. También el Oficial Primero se va. Entretanto el Consejero Legal se acerca al Jefe.CONSEJERO LEGAL (casi al oído): ¿Gogó le preguntó por mí?JEFE (con malignidad): No. Gogó no me preguntó por usted. Lo único que me dijo es que lo haga trabajar ocho horas por día. Así que ya lo sabe: desde mañana, cumple estrictamente el horario.CONSEJERO LEGAL: ¿Ocho horas?JEFE: Por día. ¡órdenes de Gogó!CONSEJERO LEGAL (va a protestar, pero en seguida cambia de actitud): Está bien. Buenas noches. (Inicia el mutis.)JEFE: Y le ruego que en lo sucesivo, se abstenga de llamar a su Excelencia con ese apodo que sólo le damos algunos amigos íntimos. El Consejero Legal se ha detenido, va a decir algo, luego gira sobre sus talones y se va a toda prisa, despedido por un irónico«Buenas noches» del Jefe. La oficina ya se halla a oscuras.JEFE (a la Secretaria, que está recogiendo sus guantes, su cartera): En antesalas me enteré d-e que este farsante es tan amigo del Ministro como yo. (Otro tono.) ¿Mi mujer se fue?SECRETARIA: Sí. Y yo también me voy.JEFE: No. Vos no. Todavía no. Antes tenemos que hablar los dos a solas.SECRETARIA: Hablamos en la calle.JEFE: Aquí.SECRETARIA: Pero es tardísimo. Y con la gripe que tengo ...JEFE: Se trata de dos palabritas.SECRETARIA: ¿Vas a contarme tu entrevista con Gaga?JEFE: Exactamente.SECRETARIA (se sienta): Habrán conversado de cosas importantes.JEFE: ¡Muy importantes!SECRETARIA: Para que hayan estado tres horas juntos ...JEFE (explota): ¡Qué tres horas! Apenas un minuto.

SECRETARIA: Y entonces .. . qué estuviste haciendo todo este tiempo.JEFE: Amansadora. Eso es lo que hice.SECRETARIA: Pero finalmente el Ministro te recibió.JEFE: Finalmente el Ministro no me recibió. Me recibió el Secretario Privado.SECRETARIA: ¿Y qué te dijo?JEFE: No me dijo nada. Me dio una orden, media vuelta, y pase el que sigue.SECRETARIA: ¿Una orden? ¿Qué orden?JEFE: La orden que desde hace un rato quiero transmitirte y no me atrevo.SECRETARIA (se pone de pie. Transición): ¡Ah, la orden es para mí!JEFE: Por eso te pedí que te quedaras. No sé si en otra parte tendría el valor de... Pero aquí, en medio de los expedientes… Los expedientes me dan coraje.SECRETARIA (pensando en una catástrofe): ¡Dios santo! (Cree adivinar:) ¡Estoy despedida!JEFE: ¡Peor! (Pausa retórica. Voz blanca:) Estás trasladada.SECRETARIA (recupera su grosero desenfado): Algún chisme. Algún cuento de tu Lorenzetti. Pero ése me va a oír. (Transición rápida.) Y a Gaga qué le importa que entre vos y yo ... No es la primera vez, ni va a ser la última, que entre un jefe y la secretaria .. .JEFE (voz blanca): Estás traslada al despacho privado del Ministro. Una pausa. Se miran fijamente.SECRETARIA (ha empezado a cambiar de expresión. En voz baja): Pero eso significa . ..JEFE (fúnebre): Sí. Significa eso. (Señala con un brazo de estatua la puerta monumental.) Dentro de un rato volverá a abrirse esa puerta ...SECRETARIA (mira la puerta, lo mira a él): ¿Y yo?JEFE (asiente con la cabeza, trágico): Vos.Una pausa. La Secretaria da unos pasos, maravillada, como si aún no pudiera creerlo. Él la sigue con la vista.SECRETARIA: En todo el Ministerio se sabía que con la otra se había peleado... ¡Y me eligió a mí! ¡A mí! (Otro tono.) Pero entonces me conocía de antes. ¿Cómo te dijo el Secretario Privado? ¿Te dijo, la señorita Beatriz Galíndez?JEFE: Legajo 2.567.

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SECRETARIA (su estupefacción no debe dejar traslucir, todavía, el júbilo que experimenta): ¡Es increíble! ¡Hasta el número de legajo! (Transición.) ¿Y qué más te dijo? ¿Que el Ministro quería.. ?JEFE (como conteniendo su violenta furia): Lo hubieras oído a ese rufián. (Lo imita:) Doctor Caramelli, su Excelencia el señor Ministro, considerando los méritos personales ... (Transición; amargo e irónico.) Ja, los méritos personales.SECRETARIA (impaciente) \ ¿Qué más, qué más? Los méritos personales .. .JEFE (imita): ...de la señorita Beatriz Galíndez, legajo 2567, ha tenido a bien disponer su traslado al despacho ministerial. Queda usted notificado. Dígale a la señorita Galíndez que no se retire. Su Excelencia la mandará llamar de un momento a otro. (Otro tono.) Perdone, le digo, pero a estas horas la señorita Galíndez ya se retiró. (Imita.) No, me contesta. Todavía no se retiró. (Otro tono.) No sé cómo, pero lo sabía. SECRETARIA: ¿Y después?JEFE: Después, nada. Saludé y me vine para acá. SECRETARIA (siempre con aquel arrobamiento que también podría ser atribuido al terror): ¡No puedo creerlo! ¡Hasta que no se abra esa puerta y oiga mi nombre por los altavoces no podré creerlo!JEFE (de pronto corre hacía ella, la toma en sus brazos, juega una escena apasionada): No, Beatriz, no. Estoy dispuesto a renunciar, a mandar todo al diablo, pero no voy a dejar que te sa-crifiques por mí. Ya encontraré otro empleo, no te preocupes. La cuestión es salvar nuestro amor.SECRETARIA (desprendiéndose de él, auténticamente sorprendida): ¿Pero de qué estás hablando?JEFE (alegre): Lindo chasco se va a llevar ese viejo crápula. (Imita el altavoz:) Señorita Beatriz Galíndez, su Excelencia la espera. (Otro tono:) Se abre la puerta, y nada. Pasan los minutos, y nada. No apareces. No apareces porque en ese momento, vos y yo (la toma de las manos, soñador), tomados de la mano, estamos paseando por alguna calle solitaria, bajo los árboles, bajo las estrellas, porque nos importa un bledo el

Ministro, el sueldo a fin de mes, los expedientes, la administración pública (el tono se le arruina), y la pobreza y el hambre que nos esperan.SECRETARIA: Pero, Rafael. Se trata de una orden del Ministro.JEFE (salta): ¿Y qué?SECRETARIA: Hay que obedecer.JEFE (apasionado, desesperado): ¿Pero no comprendes? ¿No comprendes lo que significa para una empleada del Ministerio trasponer esa puerta? (Ella no responde.) ¿Y vas a ir lo mismo?SECRETARIA (repite candorosamente su. sonsonete): Es el Ministro.JEFE: ¿Y yo quién soy?SECRETARIA: No podemos discutir las órdenes del Ministro.JEFE (voz de trueno): No podemos discutirlas en los expedientes. Pero nuestro amor no es un expediente.SECRETARIA (como quien se apresta a explicar algo): Doctor Caramelli. . .JEFE (la suelta* como si ella fuese una víbora. Ultrajado): Ah, ahora me llamas «doctor Caramelli». Ya no me llamas Rafael, ni querido, ni amorcito. Ahora yo soy para vos el doctor Caramelli. (Transición.) Está bien. He comprendido.SECRETARIA (insiste): Doctor Caramelli...JEFE (ruge): He comprendido, dije. (Tono impersonal, como si se dirigiera a un subordinado:) Señorita Galíndez, usted permanecerá aquí hasta que el señor Ministro la mande llamar por los altavoces. Creo que ya conoce el mecanismo. Se abre esa puerta ... usted empieza a caminar por el corredor . .. No puede equivocarse: es siempre derecho. Al otro extremo hay otra puerta que da a una pequeña salita. Seguramente ahí habrá alguien que la conducirá hasta la presencia del señor Ministro. (Respira hondo.) Señorita Galíndez, le deseo mucho éxito en sus nuevas funciones. (Va a recoger el sombrero.) Eso sí. Antes de irse, por favor, apague la lámpara de mi escritorio.SECRETARIA (que entretanto se ha quitado los anteojos y ha estado maquillándose): No me crea tan desagradecida. Voy a pedirle a Gaga que le dé un ascenso.JEFE: Por mí no se moleste.SECRETARIA: Y todas las veces que pueda le hablaré bien de usted. Le voy a decir:

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«El doctor Caramelli es el mejor jefe que hay en todo el Ministerio».JEFE: Muchas gracias.SECRETARIA (lo mira): Y ahora que lo pienso ...Lo nuestro no tendría por qué terminar. ¡Los ministros andan siempre tan ocupados!JEFE (cierra los ojos): ¡Señorita Galíndez!SECRETARIA (reanuda el maquillaje): Si fuese cualquier otro . . Pero es el Ministro.JEFE: Ya veo que la palabra «ministro» se le ha subido a la cabeza.SECRETARIA (ha terminado de maquillarse): No me niegue que los ministros no abundan.JEFE: En funciones, porque ex ministros hay a patadas. A propósito de ese ascenso que se ofreció a pedir para mí. Si es posible, que sea de dos categorías. Después de más de veinte años de servi-cios y con cerca de trece mil expedientes en trámite, creo que me lo merezco.SECRETARIA: Una indemnización.JEFE: Yo diría . .. una compensación.SECRETARIA: Haré todo lo que pueda.JEFE: Señorita Galíndez, déjeme desearle, otra vez, un hermoso futuro. Buenas noches.SECRETARIA: ¡Rafael!JEFE (se vuelve a mirarla): ¿Sí?SECRETARIA: He reflexionado, Y te pido perdón.JEFE (todavía no comprende nada): ¿Perdón por qué?SECRETARIA: Tenías razón vos. El Ministro sólo puede darnos órdenes en los expedientes. Pero nuestro amor no es un expediente.JEFE (se le va acercando): ¿Y ahora a qué viene eso?SECRETARIA: Viene a que en lugar de irme por esa puerta. .. (señala la de la ochava izquierda) me iré por esa otra (señala la de la derecha). Pero no sola. (Lo toma de un brazo.) Nos iremos juntos.JEFE (deja el sombrero sobre el escritorio): ¿Pero estás loca? SECRETARIA ('soñadora): Cuando me llamen por los altavoces, no estaremos aquí ninguno de los dos. Estaremos paseando por alguna calle solitaria, bajo los árboles, bajo las estrellas. .. JEFE (ahora sí sinceramente desesperado. Pero trata de disimular):

Amor mío, yo te agradezco esas palabras, pero no puedo permitir que te sacrifiques por mí.SECRETARIA: Antes me dijiste que no ibas a permitir que me sacrificara aceptando ser la amante del Ministro. Ahora me decís que no me permitirás que me sacrifique no aceptando. ¿En qué quedamos? ¿Cuándo me sacrifico y cuándo no?JEFE: Lo he pensado mejor. No tengo derecho a pedirte que renuncies por mí a un porvenir brillante al lado del Ministro. SECRETARIA: Prefiero tu amor. JEFE: Mi amor, en estas circunstancias, no podría ofrecerte sino pany cebolla. Nos echarían a los dos. SECRETARIA: Entonces, pan y cebolla.JEFE (ya harto): Sí, bueno. Pero tampoco tenés derecho a arruinar mi carrera. A privarme de ese ascenso que tuviste la amabilidad de ofrecerme.SECRETARIA: ¿Y nuestro amor?JEFE: ¡Nuestro amor! Creo que te enamoraste de mí nada más que porque yo era tu jefe. Si me hubieras conocido en otra parte, ni te habrías fijado en mí. Pero ahora que en lugar de un modesto jefe de décima categoría vas a conocer al Ministro . .. yo, plaf, me eclipso como una pequeña estrella cuando sale el sol. (Otro tono:) Aparte de que el Ministro, según tengo entendido, es un hombre muy simpático ... y mano larga con las mujeres.SECRETARIA: Sentate ahí y redacta tu renuncia. JEFE (ya no finge más. Alto): Señorita Galíndez. Todavía soy su \jefe. Y le ordeno, ¿comprende? le or-de-no obedecer las órdenes del Ministro.SECRETARIA (se quita,, ella también, la careta): Muchas gracias, doctor Caramelli. Era lo que quería saber. JEFE! (cae de las nubes): Ah, pero cómo.SECRETARIA: No quería irme con el remordimiento de que usted sufriera. Pero ahora ya sé que nuestro amor... (ríe) nuestro amor también es un expediente. JEFE (con dulce cinismo): Sí. Pero hay que tramitarlo correctamente hasta el fin.SECRETARIA: Tiene razón. ¿Quiere que llore un poco?

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JEFE: No es necesario. Basta con que nos despidamos como dos buenos amigos.SECRETARIA: Quédese tranquilo con su ascenso. En la primera oportunidad se lo pediré a Gaga. JEFE: No se lo decía por eso, créame.SECRETARIA: Le creo. Pero los expedientes, usted acaba de recor-dármelo, lo expedientes deber ser tramitados correctamente desde el principio hasta el fin.JEFE: Señorita Galíndez, la felicito. Usted hará carrera. SECRETARIA: ¿Todavía más?JEFE: La escala jerárquica no termina en los ministros. SECRETARIA (maravillada): ¡El Presidente de la República! JEFE. ¿Por qué no?Una pausa. De pronto ella se impacienta.SECRETARIA: ¡Cómo tarda! Oiga, todo esto no será una broma suya, supongo. ¿Y si el Ministro se arrepintió? ¿Si a último momento cambió de idea? ("Grosera:) Le juro que si me ha hecho ilusionar inútilmente...JEFE (alza una mano, mientras empiezan a oírse, muy lejos, aquellos toques de trompetas): Escuche, señorita Galíndez. Escuche... Los dos miran: la puerta monumental se abre lentamente. Se ve el corredor, ahora alfombrado y brillantemente iluminado. Un tiempo.ALTAVOZ (en una especie de susurro galante): Señorita Beatriz Galíndez. (Pausa breve.) Su Excelencia la espera.Ella, extasiada, no puede moverse. Entonces él la toma de vina mano y la conduce hasta el pie de las gradas. Sin soltar su mano, ella sube los escalones. Después se vuelve hacia él. SECRETARIA: Adiós, Rafael. JEFE: Adiós, Beatriz.Ella, por fin, desaparece por el corredor. Él sigue mirándola. La puerta, al cabo de unos instantes, se cierra. Él permanecí inmóvil. Luego vuelve junto al escritorio, habla por teléfono. JEFE: ¿Ercilia? Sí, soy yo. Todavía en la oficina. Un trabajo urgente para el Ministro. No, ya salgo para ahí. Hasta luego.Ahora recoge el sombrero, apaga la lámpara. La escena queda iluminada por

tenues luces fantasmales que no se sabe de dónde provienen.El Jefe, de pie en el centro de su despacho, mira a su alrededor. Y de pronto, en un rincón, dos expedientes parecen moverse bruscamente, vibrar, producen un ruidito, un chasquido. Se diría un ratón que se desliza entre los papeles.El Jefe da unos pasos, en puntas de pie, hacia aquel rincón. Pero en el opuesto se repite, con otros dos expedientes, el mismo juego.Y después en otro, y después en otro.JEFE (empieza en voz baja, termina gritando): ¡Los vi! ¡Los vi! ¡Se reproducen! ¡Los expedientes se reproducen solos! ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Los expedientes se reproducen solos! ¡Auxilio! ¡Auxilio!Así, gritando, huye por la derecha, mientras en escena continúa aquel misterioso espasmo de los expedientes.

T E L O N

ACTO TERCERO

El decorado todo negro, sucio, gastado, roto. Los expedientes cubren todo el despacho. No se puede caminar sin pisarlos o sin saltar por encima de ellos. También asoman por detrás de la mampara del foro. Forman columnas, pirámides, montañas.Sentado a su escritorio, casi oculto entre papeles, el Jefe firma y firma. Está viejo como la decoración, tiene el pelo blanco, usa los anticuados anteojos que en el primer acto vimos sobre la nariz del Oficial Primero.Éste, de pie, le va presentando al Jefe los expedientes para la firma. Ahora luce un pelo retinto, el rostro rejuvenecido, una voz sonora, el cuerpo erguido. Parece incluso más alto.JEFE (voz cascada): ¿Y esto qué es?OFICIAL PRIMERO (ya sin su antiguo servilismo): El informe de la Oficina de Balística.JEFE: Ah, sí, sí. (Firma.)JEFE I (mientras cruza la escena muy apurado): Perdón. ¿No lo vio al jefe de Contaduría?JEFE: No. Por aquí no vino.JEFE I: Gracias. (Se va.)OFICIAL PRIMERO: Los planos del nuevo

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depósito para los expedientes archivados.JEFE (se recuesta en su sillón, fatigado): Mañana los revisaré.OFICIAL PRIMERO: ¿Mañana? Yo le aconsejo que los revise ahora mismo.JEFE: ¿Y por qué ahora mismo? ¿Qué apuro hay?JEFE II (el mismo juego que el anterior): Disculpe. ¿No lo vio al jefe de Mesa de Entradas?JEFE: Acaba de salir por esa puerta. (El Jefe II marca el mutis a toda prisa. El Jefe se incorpora a medias.) ¿Sucede algo? (Pero ya el otro se ha ido. Vuelve a sentarse. Pensativo.) Algo tiene que suceder, para que todos estos salgan de sus cuevas y/se busquen unos con otros. (Levanta la vista.) Pepino. Seguro que vos lo sabes.OFICIAL PRIMERO: Ya le dije que no me llame Pepino. Esas familiaridades conspiran contra el principio de autoridad.JEFE: Está bien, está bien. Señor Oficial Primero Lorenzetti, José Casimiro. ¿Así le gusta más?OFICIAL PRIMERO: Tampoco hay que exagerar. Cruza la escena otra exhalación: el Jefe III.JEFE: Oiga, ¿qué es lo que pasa? Han confundido mi despacho con un paseo público. (Pero el Jefe III, después de cerciorarse de que allí no están los que busca, se ha ido.)OFICIAL PRIMERO: Je, je, otro que presiente el naufragio.JEFE (de pie): ¿El naufragio de quién? Hable, Lorenzetti. Diga todo lo que sepa.OFICIAL PRIMERO: Como saber, no sé nada. Pero he oído una versión.JEFE: ¿Sobre?OFICIAL PRIMERO: El Ministro.JEFE (abre los ojos): ¿Qué? (El otro hace la mímica del degüello.) ¿Cayó?OFICIAL PRIMERO: Así dicen.JEFE: Pero cómo es posible. Un hombre tan poderoso. La mano derecha del Presidente.OFICIAL PRIMERO (ampuloso, fanfarrón): Eh, señor Caramelli. Los presidentes cambian a menudo de mano como las calles. Atraviesan la escena, hablando en voz baja entre ellos y gesticulando animadamente, los tres Jefes.JEFE (yendo tras ellos): Permítanme. ¿Es

cierto lo que se dice? ¿Que el Ministro... ? (Pero los Jefes se van sin hacerle el menor caso. El Jefe gira sobre sus talones porque por el foro ha en-trado, hecho un huracán, el Consejero Legal.)CONSEJERO LEGAL: Acaban de darme la noticia de que ya nombraron al nuevo Ministro. (Toma un teléfono, empieza a discar.)JEFE: ¿Ya? ¿Y quién es?CONSEJERO LEGAL: Es lo que voy a averiguar. (Por teléfono.) Hola. Sí, te habla Capuano. ¿Qué noticias tenés? ¡No! ¡No! (Cada vez más alarmado.) ¡No! (El Jefe se retuerce las manos.) Habría que saber en qué colegio estudió. O por lo menos dónde hizo el servicio militar. De acuerdo, hasta luego. (Cuelga.) JEFE (hecho un manojo de nervios): ¿Quién es? ¿Quién es? CONSEJERO LEGAL (serio. Evidentemente, miente): Todavía no se sabe. (Marca el mutis.)JEFE (lo sigue): ¿Y esos ¡No! ¡No! ¡No! que usted decía...? CONSEJERO LEGAL: Parece que el nuevo Ministro prometió deshacer todo lo que hizo Gaga. JEFE: Es la tradición.CONSEJERO LEGAL: ¿Pero no se da cuenta? Esta oficina es un invento de Gaga. La creó para beneficiar a los inundados de su pueblo natal. Pero al nuevo Ministro qué le importa. Nació en otro pueblo. (Y nuevamente marca el mutis.)JEFE (lo toma de un brazo): Y usted piensa que. . . CONSEJERO LEGAL: . . . deshace la oficina de un plumazo. (Se va, por fin.)JEFE (alelado): ¡Deshace la oficina de un plumazo! ¡Y yo a la calle! ¡Todos a la calle! ¡Por razones de mejor servicio! (Transición brusca.) Pero no, qué va a deshacer. Tenemos ochenta mil expedientes en trámite, cincuenta mil archivados y veinte mil que esperan turno. No hay Ministro que se atreva contra tanto papel. Y tenemos al recurrente. Es uno solo, pero no importa. Una sola alma basta para justificar el universo. Un solo recurrente basta y sobra para justificar una oficina. Y el recurrente es un hombre, un hombre vivito y coleando, con su

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tragedia, con su clamor de justicia... A ése no podrá deshacerlo de un plumazo, creo yo. (Otro tono.) Y también tenemos a la señorita Galíndez. La señorita Galíndez intercederá por nosotros. Por lo menos por mí. OFICIAL PRIMERO: Lo dudo.JEFE: La señorita Galíndez me ha dado pruebas de su gratitud. Ya vio cómo me consiguió un ascenso. De una categoría, pero ascenso al fin.OFICIAL PRIMERO (muy estirado): Señor Caramelli. ¿Usted insinúa que el nuevo Ministro se acostará en la misma cama que su antecesor? JEFE (aturdido): Bueno, tanto como en la misma cama . ..OFICIAL PRIMERO: En estos momentos la señorita Galíndez representa todos los vicios, todos los errores, toda la corrupción que rodeaba al anterior Ministro. El nuevo se cuidará muy bien de heredarla. (Lo apunta con un dedo.) Y a usted le conviene que no se sepa quién la lanzó por ese corredor. JEFE (aterrado, trata de defenderse): Oiga, yo no la lancé. . .No hice más que cumplir con una orden.OFICIAL PRIMERO: Todo se sabe, señor Caramelli. Todo se sabe. Cuando el Secretario Privado del anterior Ministro lo llamó, fue para preguntarle si tenía en su oficina a alguna empleada joven, hermosa, de costumbres liberales ... Y usted le dio el nombre de la señorita Galíndez.JEFE (balbucea): ¡No es verdad! ¡No es verdad! OFICIAL PRIMERO: La mentira tiene piernas cortas, señor Caramelli. JEFE (reacciona): Ya veo, ya veo. Del árbol caído todos hacen leña. No le conocía estos aires que se da ahora. (Grita:) Pero también a usted lo despedirán. Yo me encargaré de eso.OFICIAL PRIMERO (imperturbable): He tomado mis previsiones. Durante todos estos años he sido amable con el recurrente, y el recurrente, que es una persona sumamente agradecida, ha sa-bido recompensar mi amabilidad. Tengo la vejez asegurada. JEFE (con la voz estrangulada): ¡Lo coimeaste! OFICIAL PRIMERO (altanero): Un jefe no debiera decir palabrotas. JEFE (aúlla): ¡Lo coimeaste, granuja!

OFICIAL PRIMERO (sonriente): Si usted lo hubiese recibido, como le aconsejé, ahora podría presentarse ante el nuevo Ministro del brazo del recurrente. Le diría: «Excelencia, ¿ve a este pobre diablo? Ha sido víctima de una terrible inundación. Tiene la mujer paralítica, los hijos hambrientos, la cosecha perdida... El Gobierno le prometió indemnizarlo. Y precisamente para tramitarle la indemnización estoy yo, están mis empleados. Excelencia, usted que es un hombre sensible no puede cerrar los ojos ante un cuadro tan patético. Y si los cierra, es porque se le han llenado de lágrimas. Entonces, Excelencia, ¿seguimos adelante?». Y el nuevo Ministro diría que sí y todo arreglado. Pero usted no quiso recibir al recurrente. El pobre se cansó, hace tiempo que no viene más. Y ahora usted no tiene sino sus expedientes. Pero es difícil, señor Caramelli. Es difícil que los expedientes lo salven. Aunque sean cien mil. Se venden como papel viejo, y a otra cosa.Una pausa. El Jefe, apabullado, se ha desplomado sobre un montículo de expedientes.JEFE (débilmente): Pepino. (Silencio.) Lorenzetti. (Silencio. Lo mira.) Oficial Primero, en nombre de una amistad de tantos años. Aconséjeme. Aconséjeme qué debo hacer. ¿Quedarme aquí, esperando los acontecimientos, o salir a enfrentarlos?OFICIAL PRIMERO: Haga como los demás. El edificio del Ministerio está casi vacío. JEFE: ¿Ya dónde se fueron?OFICIAL PRIMERO: A buscar recomendaciones, supongo. JEFE (suspira dolorosamente, otra vez abatido): No tengo a nadie a quien recurrir.Una pausa. Hay en torno un gran silencio. En la oficina una sola luz permanece encendidaJEFE (de pronto da un salto. Con el furor de un náufrago): ¡La oficina de Multas! ¿Te acordás, Pepino? ¿Se acuerda, Lorenzetti, cuando lo nombraron Ministro a Gaga? Al entrar en el Minis-terio en medio de las aclamaciones, vio que en la oficina de Multas todos trabajaban, hasta el jefe. Aquello le gustó. Todavía era nuevo, esas cosas le

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tocaban el corazón. Los ascendió a todos. (Transición.) Oficial Primero, sigo siendo el que aquí imparte las órdenes. Y las órdenes son (extiende un brazo hacia la oficina): ¡A trabajar todo el mundo! (Permanece así, como una estatua.)OFICIAL PRIMERO (lo mira durante unos segundos. Luego, fríamente): Como usted prefiera. (Y se va, erguido como un húsar.) El Jefe se pasea pisoteando o saltando por encima de los expedientes. Está nerviosísimo. Hace ademanes. Murmura palabras ininteligibles. De pronto se da un golpe en la frente, como recordando algo. Corre hacia el intercomunicado?".JEFE (por el íntercomunicador): Lorenzetti, venga. (Y reanuda el paseo. En vista de que el Oficial Primero no aparece, se sorprende. Levanta la cabeza. Mira hacia la oficina, donde hasta aquella única luz se ha apagado. Vuelve a llamar por el inter-comunicador.) ¡Lorenzetti! (Espera. Insiste, más fuerte.) ¡Lorenzetti! (Silencio. Primero en voz baja, después a los gritos.)Simone. (Un tiempo.) ¡Gutiérrez! (ídem.) ¡López! ¡Mirabelli! ¡Francini! ¡Rivera!Silencio. El Jefe corre hacia el tablero. Hace funcionar las llaves. Las lamparitas no se encienden. JEFE: ¡Se han ido! ¡Se han ido todos! ¡Me han dejado solo!Pausa. El Jefe deambula por el despacho como sonámbulo. Se oye un chirrido metálico. Las dos hojas de la puerta monumental baten suavemente. El Jefe se aproxima, sube los escalones, extiende una tímida mano trémula. La puerta, se abre del todo.Y un tremendo remolino huracanada entra por el corredor a oscuras, arrastrando una nube de trocitos de papel que envuelven al Jefe, se diseminan por el despacho, flotan en el aire y al fin se posan como una capa de nieve sobre los muebles y los expedientes. El Jefe, en el centro del vendaval, observa atónito.Hasta que se hace otra vez silencio y quietud. Entonces el Jefe parece tomar una determinación. Corre hacia la derecha, dispuesto a recoger el sombrero y escapar. A mitad de camino

se detiene. Han golpeado en la puertecita del foro, tras cuyos cristales se recorta la silueta de un hombre. JEFE: ¿Quién es? (Un silencio. Los golpecitos se repiten.) ¿Quién anda ahí?Silencio. El Jefe, en punta de pie, se coloca de modo que si la puertecita se abre, su hoja lo oculte. Y así sucede. Aparece un hombrecito esmirriado, del que en seguida diremos que es el Recu-rrente. Avanza unos pasos mirando en derredor. El Jefe sale de su escondite. JEFE: ¡Alto!El Recurrente se detiene, sin volverse. Falta poco para que levante los brazos como en un atraco. JEFE (mientras se le aproxima por detrás, recelosamente): ¿A quién busca? RECURRENTE (vocecita aguda, plácida, de niñito bien educado): A nadie, señor. Al jefe de la Oficina de Indemnizaciones.(Y como quiere darse vuelta.) JEFE: ¡No se mueva! (El Recurrente obedece, dócil pero de ningún modo temeroso.) ¿Y para qué lo busca?RECURRENTE: Para nada, señor. Para pedirle que apure mi expediente.JEFE (empieza a comprender): ¿Su expediente? ¿Por qué? ¿Usted quién es?RECURRENTE: Nadie, señor. Soy el recurrente. El Jefe se le pone al lado, exultante.JEFE: ¡El recurrente! ¡Usted es el recurrente!RECURRENTE (un poco alarmado por esa reacción): Sí. Disculpe.JEFE: Pero qué disculpe. Al contrario. No sabe cuánto celebro conocerlo. Que usted haya venido justamente hoy es una bendición de Dios. Déjeme que le estreche la mano. (Se la estrecha vigorosamente.)RECURRENTE: Muchas gracias.JEFE: Y ahora siéntese. No, ahí no. Aquí va estar más cómodo. (El Recurrente se sienta en un sillón al que el Jefe ha librado previamente de expedientes.) ¿Fuma? (Le ofrece cigarrillos.)RECURRENTE: En pipa. (En efecto, extrae del bolsillo una pipa que exhibe como un pasaporte.) ¿Puedo?JEFE: ¡No faltaba más! No le hago servir un café porque en este momento no hay ningún ordenanza. Pero a una copita no me va a decir que no.RECURRENTE (está encendiendo la pipa):

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Cuánta molestia.JEFE: Ninguna molestia. (Mientras abre un armario y sirve dos vasos de whisky.) Es un placer.RECURRENTE: ¿Usted trabaja aquí?JEFE (ríe bonachonamente): ¿Si trabajo aquí? (Levanta el vaso.) ¡Salud!RECURRENTE: ¡Salud! (Beben. Luego, arrellanándose, fumando y comportándose como una visita que toma confianza.) Y después hay gente que habla mal de los empleados públicos. ¡Conmigo han sido siempre tan gentiles! Por ejemplo usted.JEFE: ¿Otro traguito?RECURRENTE: Por no despreciar (Beben.) Entonces, si usted trabaja aquí, tal vez pueda decirme qué tengo que hacer para que el jefe de la oficina de Indemnizaciones me reciba.JEFE (coloca la copa sobre el escritorio. Teatral): Míreme bien. Contémpleme de pies a cabeza y por los cuatro costados. (Gira como un maniquí.) Grabe mi imagen en su retina. ¿Ya está? (Pausa retórica. Solemne.) «Yo» soy el jefe. RECURRENTE (se pone rápidamente de pie): ¡Usted! ¡El jefe!JEFE (se pavonea): Yo. El Jefe. Aquí me tiene, por fin, a sus órdenes.RECURRENTE; ¡El jefe de la oficina de Indemnizaciones!JEFE: Pobre, le parece mentira. Le parece estar soñando. Pero no, no sueña. Soy yo, de cuerpo presente, al alcance de su mano.Vea: los dos extremos de la cadena, el recurrente y el jefe, el uno al lado del otro, ¡juntos! Es un milagro que no ocurre todos los días.RECURRENTE: Me lo imaginaba distinto.JEFE: ¿A mí? Distinto cómo.RECURRENTE: No sé. Otra cara, otra manera de hablar... Más alto. Pensé que tendría una mirada terrible, y que yo no entendería nada de lo que me dijese. En cambio usted ...JEFE (un poco ofendido): Lo que ocurre es que me encuentra en un día de asueto. (De pronto el Recurrente le toma una mano y se la besa. El Jefe finge resistirse, pero no mucho.) Pero por fa-vor, qué hace.RECURRENTE: Beso la mano que, si usted quisiera, nada más que con una firma, podría resolver mi caso.

JEFE: Y lo tengo resuelto, amigo mío. Lo tengo ya resuelto. RECURRENTE (radiante): Entonces, ¿voy a cobrar la indemnización? JEFE: Hoy ha surgido un inconveniente. (El Recurrente hace un gesto de dolor.) Resulta que han nombrado a un nuevo Ministro. ¿Y qué cree que se le cruza por la cabeza al nuevo Ministro? Disolver esta oficina. RECURRENTE (desesperado): ¡Oh!JEFE: Y no lo siento por mí. Lo siento por usted. Sí, porque usted, sin la oficina, queda en el aire. RECURRENTE: ¡Qué canallada! JEFE: ¿Ve todos estos expedientes? Son los suyos.RECURRENTE (admiradísimo): ¿Todos éstos? ¿Pero el mío no era uno solo?JEFE: Uno solo fue el primero. Pero ese trajo otro, y después otro, y otro, y así sucesivamente. Los expedientes se multiplican.Se multiplican como las flores, como los pájaros... RECURRENTE: ¿Y ahora cuántos son? JEFE: Miles y miles. RECURRENTE: ¿Y todos hablan de mí? JEFE: Todos. RECURRENTE (mira los expedientes con emoción, los acaricia, los palpa): Estoy emocionado. Nunca hubiera creído que aquel papelito que presenté hace tres años .. . JEFE: . . . iba a convertirse en estas columnas, en estas montañas de expedientes. Eso me lo debe a mí. RECURRENTE: Y sin embargo, el nuevo Ministro . . . JEFE: Si disuelve la oficina, los expedientes se destruyen, y usted se queda sin la indemnización. RECURRENTE: ¡Pero eso es una injusticia! JEFE: Tremenda. RECURRENTE: ¿Qué puedo hacer? JEFE: ¿Usted? Nada. Salvo que yo lo ayude. RECURRENTE: Sí, sí, ayúdeme, se lo ruego. Prometo obedecerlo en todo, hacer todo lo que usted me diga.Por la puerta monumental, que permanece abierta, entra un rumor de voces, de vítores, de aplausos. Los dos personajes, en escena, escuchan, vueltos hacia la puerta. JEFE: Es el nuevo Ministro que llega a su

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despacho. RECURRENTE (mirando fascinado): ¿Ahí? ¿Ahí está el Ministro? (Da unos pasos hacia la puerta, en tanto el rumor crece.) JEFE: ¿A dónde va? RECURRENTE (se detiene, mira al Jefe): ¿Por ahí me lo dijo? ¿Por qué me habló del Ministro? ¿Por qué tuvo que revelarme que ése es su despacho? (Mira otra vez el corredor.) Ahora no podré dormir. Me pasé tres años sin poder dormir (se vuelve hacia el Jefe), pensando en usted, en ese jefe que nunca me recibía y que era el que iba a resolver mi expediente. Y ahora me ente-ro de que con usted no termina la cosa. Que detrás de usted está el Ministro. (Más alto, plañidero:) ¡Usted me engañó!JEFE: Pero qué dice.RECURRENTE (da otro paso más en dirección de la ochava): Ahora no podré dormir nunca más. No podré dormir nunca más pensando en ese Ministro que no me recibirá nunca... y que está ahí... a un paso...JEFE (se le pone al 'lado): Precisamente. Si hace lo que yo le digo, podrá verlo en seguida.RECURRENTE: ¿Al Ministro?JEFE: Ese corredor conduce directamente hasta él. Tengo un plan: iremos los dos juntos.RECURRENTE: ¿Y nos dejarán pasar?JEFE: En estos momentos en que se hace cargo de sus funciones, el despacho estará lleno de gente y nadie se fijará en nosotros.RECURRENTE: De acuerdo. Entramos. ¿Y entonces?JEFE: Usted se echa a sus pies, llora, grita, lo amenaza con abrirse ahí mismo las venas si no le pagan la indemnización, le describe la inundación con todos sus horrores ... la cosecha per-dida, las reses muertas, sus hijos famélicos .. .RECURRENTE: La inundación. ¿Qué inundación?JEFE: La que arrasó con el pueblo donde usted vive. El pueblo natal del anterior Ministro. Cómo, qué inundación. No bromee.RECURRENTE (con una sonrisa): Siempre he vivido en pleno centro de la ciudad,

en un décimo piso. Y hasta allá arriba nunca llegó ninguna inundación.JEFE (azorado): Pero entonces... ¡entonces usted es un impostor!RECURRENTE: ¿Yo?JEFE: ¡Usted no es una víctima de la inundación!RECURRENTE: Que yo sepa ....JEFE: ¿Y qué hace aquí?RECURRENTE: Vigilo mis expedientes.JEFE (grita): ¡Estos expedientes no son suyos!RECURRENTE (herido): Disculpe. Son míos. Usted mismo lo dijo.JEFE (grita): Estos expedientes se refieren a la víctima de una inundación. Le puedo dar el nombre: Paulino Carreras.RECURRENTE: Servidor.JEFE (estupefacto): Pero... Oiga, ¿usted no presentó una nota, hace tres años, ahí, en la oficina?RECURRENTE: La presenté.JEFE: ¿Y en esa nota no pedía una indemnización?RECURRENTE: La pedía.JEFE: ¿Una indemnización por qué?RECURRENTE: Por un accidente de tránsito.JEFE (un rayo cae sobre él, atontándolo): Por un accidente ...RECURRENTE: De tránsito. Uno de los automóviles del Ministerio me atropello. Vea, todavía rengueo un poco.JEFE (en plena catatonía): ¿Y por qué... por qué la presentó en esta oficina?RECURRENTE: Me dijeron en portería: suba y preséntela en la oficina del tercer piso izquierda. Yo obedecí. Ahora, si me informaron mal...JEFE (al borde del colapso): Pero ésta... ésta es la oficina del tercer piso derecha.RECURRENTE (se golpea la frente): ¡Otra vez me equivoqué! ¡Siempre me equivoco! ¿Sabe? Como soy zurdo ...JEFE (se derrumba sobre un sillón): ¡Es imposible! ¡He envejecido, he dejado la vida tramitando sus expedientes!RECURRENTE: Qué tendría que decir yo. Tres años perdidos. Hasta un encefalograma y una operación de apendicitis me exigieron, sin contar las coimas. Me he gastado una fortuna. Pero yo seguía adelante el trámite por amor propio. Siempre fui muy cabeza dura. (Mira en derredor.) Y todo este

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papelerío, una lástima. En fin, tendré que presentar una nueva reclamación en la oficina de enfrente. No se aflija, un pequeño error lo tiene cualquiera.JEFE (se levanta como un resorte. Empieza en voz baja, termina a los gritos): ¡Así que un pequeño error! ¡Los ochenta mil expedientes en danza, un pequeño; error! ¡Los cincuenta mil archivados, un pequeño error! ¡Mis canas, mis arrugas, mi miopía, mi mal de próstata de tanto estar sentado, mi artritis, mi dispepsia, un pequeño error! ¡Mi complicidad en el traslado de la señorita Galíndez, un pequeño error! ¡Todos estos años, un pequeño error! ¡Yo, un pequeño error! (Y, de pie, se dobla en dos sobre el escritorio y solloza salvajemente.)El Recurrente, que a cada frase del Jefe había ido retrocediendo hacia el foro, ahora lo mira en silencio. Después su atención es atraída por las voces, los vítores y los aplausos que provienen del despacho del Ministro. Disimuladamente, paso a paso, cuidándose de que el Jefe no se dé cuenta, se dirige hacia la puerta de doble hoja. De golpe se decide y, con una especie de carrerita, se interna en el corredor. El Jefe deja de llorar, se incorpora, mira a su alrededor. Ve que el Recurrente ha dejado su sombrero. Comprende. Mira la puerta de la ochava. JEFE: ¡No! (Alto:) ¡Ah, no!Toma un cortapapel de metal y también él se va rápidamente por la galería. Los lejanos rumores crecen y se extinguen. Al cabo de unos instantes vuelve el Jefe. Tiene en una mano la pipa del Recurrente, todavía encendida. Pálido y cansado se sienta a su escritorio. Mira el vacío. Como un autómata empieza a fumar la pipa.En la Oficina se encienden, una a una, todas las luces. En el vano de la puerta monumental aparece la Secretaria, lujosamente vestida. Un silencio. SECRETARIA: ¿Puedo pasar?Él se vuelve a mirarla. Después fija la vista otra vez en el vacío. Sigue fumando a todo vapor. Ella se acerca. Un silencio. SECRETARIA (despechada): Aquí me tiene, otra vez de vuelta. Se trajo una secretaria de afuera. Un mamarracho

para colmo. Y a mí, ni las gracias por los servicios prestados, (imita la voz de alguien:) Señorita Galíndez legajo 2567, vuelva a su oficina de origen. (Rabiosa:) ¡Oficina de origen! Origen de qué me gustaría saber. La puerta monumental se cierra silenciosamente.SECRETARIA (grita hacía la puerta ya cerrada): ¡Puercos! (Una pausa. Mira al Jefe, que continúa ensimismado, ausente. Otro tono:) Si ese botarate me hubiese hecho caso a mí, no habría caído. Yo le dije: Gugú ... (Y como el Jefe le alza unos ojos vidriosos, ella se interrumpe. Trata de explicar:) Quería que lo llamase Gugú. (Él mira otra vez el vacío. Ella prosigue:) Se lo dije: lo que tenes que hacer es presentármelo y después cerrar los ojos. No me hizo caso y ahí está el resultado. (Suspira.) Quién sabe a dónde podría haber llegado yo. Y en cambio, otra vez en la Oficina de Indemnizaciones. (Una pausa breve. Lo mira.) ¿Quién es tu secretaria? (inspecciona el tablero.) Cómo, todavía figura mi nombre. ¡No me reemplazaste por otra! ¡Dejaste mi nombre en el tablero! ¡Entonces me querías de veras! (Se coloca detrás de él, le pasa los brazos por encima de los hombros.) Y te consolabas mirando mi lamparita apagada. (Tierna:) Rafael. De ahora en adelante esa lamparita estará siempre encendida para vos. Te lo juro. (Se aparta de él, da vuelta en torno del escritorio, recoge su cartera, sus visones.) Al venir para aquí me pareció ver en el corredor a un hombre tirado en el suelo. Había mucha oscuridad, pero no sé, me pareció que el hombre estaba muerto.JEFE (inmóvil. Voz blanca) : Está muerto.SECRETARIA (horrorizada): ¿Y vos .. . ? ¿Y usted cómo lo sabe?JEFE (la mira): ¿De qué se extraña, señorita Galíndez? Cuando cambia un Ministro, los cadáveres aparecen por todas partes. Siga buscando. Encontrará más.SECRETARIA: ¡Doctor Caramelli!Él deja de mirarla. Ella, contemplándolo con espanto, retrocede de espaldas. Luego se irá por el foro.Una pausa. ALTAVOZ: ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención!La mampara se corona con las cabezas

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de todos los demás personajes. El Jefe se pone de pie, rígido como una estatua. ALTAVOZ: Al hacerse cargo de su alta investidura, el señor Ministro promete solemnemente extirpar los abusos y arbitrariedades de su antecesor. Quedan prohibidas las recomendaciones, salvo las que estén expresamente autorizadas. Los ascensos serán dispuestos por riguroso orden de méritos de las candidatas. (Más bajo:) Perdón, de los candidatos. (Alto:) Se concederán au-mentos de sueldo tan pronto se enjugue el déficit permanente del presupuesto. La burocracia será combatida con sus mismas armas. Y para que los fondos públicos no estén al servicio de intereses políticos, la Oficina de Indemnizaciones queda disuelta. Una pausa. Nadie se mueve. Una columna de expedientes se derrumba estrepitosamente.ALTAVOZ: Una última, noticia. El señor Ministro tiene el sentimiento de anunciar que su pueblo natal acaba de sufrir las consecuencias de un terremoto. Sensible al dolor de sus habitantes, el Gobierno indemnizará a las víctimas del flagelo. Para lo cual, aprovechando las instalaciones de la ex Oficina de Indemnizaciones, incluidos su jefe y empleados, se organizará una nueva dependencia que se denominará Oficina de Indemnizaciones. Nada más. Los empleados prorrumpen en aclamaciones, se abrazan, se felicitan. Gran algarabía. Sólo el Jefe no se ha movido. Gradualmente esa actitud es advertida por los empleados, quienes uno a uno callan y lo miran. Hasta que se hace un profundo silencio.El Jefe, siempre de pie, descuelga el tubo del teléfono, marca un número.JEFE: ¿Con la policía? Habla el jefe de la Oficina de Indemnizaciones. Envíen un instructor. Quiero confesar un crimen cometido por los expedientes.Cuelga. Se sienta. Nadie se mueve. Las luces van apagándose una tras otra. Hasta que sólo permanece encendido un reflector sobre el Jefe, que 'sigue inmóvil, fumando, envuelto en humo.

T E LO N