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Demo Cuadernos TM7

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Demo Cuadernos TM7

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TM 19

–¿Media limeta, señó Curro?–No, hoy me traes una botella grande, que vengo de celebraciones. Y gambas. Mientras siente cómo el primer buche del vino de Lazo le lija con su aspereza el paladar, el mecánico de los talleres de la compañía ‘Río Tinto’ saca de un bolsillo la arrugada página del ‘Odiel’ y vuelve a releer la crónica del fracaso de su hijo. Se detiene en su nombre: Antonio Borrero –todavía no se anuncia Chamaco–, y en el resultado de su actuación: dos avisos, que han podido ser tres si la presidencia, benévola en este tipo de festejos, no se hubiese mostrado tan perezosa a la hora de mostrar su tercer pañuelo. El señor Curro apura de un trago el resto del vaso y escancia

uno nuevo mientras el fuego del recio bebedizo torna a cauterizarle la garganta.Cualquiera que lo viese diría que Curro Borrero está ahogando en alcohol la pena por el naufragio torero de su chiquillo; sin embargo, nada más lejos de la realidad. El señor Curro está contento como pocas veces en su humilde y laboriosa vida. Está celebrando de veras y lleno de alegría el revés de Antonio, porque –piensa– ha de significar la renuncia de su hijo a querer ser torero, y eso es lo que él lleva esperando mucho tiempo. Estaba realmente ansioso por salir del infierno que supone saberlo de cortijo en cortijo, de pueblo en pueblo, de capea en capea, expuesto a una cornada que lo dejase inválido o se lo arrebatase para

Antes de entrar en la taberna, el señor Curro Borrero no ha podido evitar dirigir los ojos al

cartel de toros que cuelga en la fachada. Es de la novillada de noveles del día anterior, una nocturna en la que su hijo Antonio ha vestido su primer traje de luces. Traspasada la puerta del zampuzo, busca

una mesa en un rincón tranquilo y apartado. No quiere estar con nadie...

Por Santi Ortiz / Fotos: Maurice Berho

Sentimiento

TAUROLOGÍAS

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siempre. Por fin su mujer volvería a recuperar la sonrisa y la alegría, y las ganas de hablar y de vivir, pues, desde que su Antoñito se metió en el lío de los toros, no ha hecho sino consumirse como una de esas mariposas de aceite que ella misma había encendido la noche pasada a la Virgen de la Cinta para que velara por su hijo en la plaza. En verdad, el señor Curro tiene motivos para estar alegre y lo está festejando.–Niño, ¡otra botella!”. Cambiémonos de lugar y de tiempo. Retrocedamos cincuenta y tres almanaques del desgraciado debut chamaquista y trasladémonos de Huelva a la encalada blancura de un pueblo sevillano: Gelves. Concretamente, al número 2 de la calle de la Fuente, donde Fernando el Gallo posee su huerta El Algarrobo.Viendo las cosas que Rafael le hace a la becerra, el buen matador de toros sevillano no ha podido aguantarse y ha botado literalmente en el burladero de la placita que se ha hecho construir en su finca para que aprendan a torear sus hijos Fernando y Rafael. A este último se le ha metido en la cabeza ser torero y no ha habido más remedio que secundarle el capricho. Precisamente, acaba de inaugurarla hoy con una becerrita que le ha costado dieciséis duros y el niño ha estado como los ángeles. Al padre se le sube un nudo de emoción por la garganta que le empaña y abrillanta los ojos con lágrimas de felicidad. El lacerante aguijón de la nostalgia le transporta al día de su retirada un año antes, a aquel último paseíllo junto a Guerrita, Antonio Fuentes y Minuto; al largo cuarto de siglo de lucha con los toros; a los sueños frustrados y a ese sentimiento de rabia por no haber

podido juntar el dinero que él hubiese querido ofrecer a su Gabriela para tenerla en palmitas.Cuando llega a la casa con el brazo echado por el hombro de su hijo Rafael, es ella la que repara en los enrojecidos ojos de su marido.–Fernando de mi arma, ¿por qué lloras? ¿Qué pasa?–No te asustes, mujer. Lloro de alegría porque ya me puedo morir tranquilo. Y es que, aunque yo no he podido reunir un capital para ti, mientras nuestro hijo Rafael pueda sostener un capote en las manos no os faltarán avíos pa llenar la cazuela.Cara y cruz. Dos estampas lejanas en el tiempo. Una, en la cargada y umbría atmósfera de una tasca onubense; la otra, intramuros de la enjalbegada placita de una huerta gelveña. Allá, un padre celebrando el fracaso de su hijo con la esperanza de verlo apartado definitivamente de una profesión que él no le desea. Acá, otro, llorando emocionado porque, barruntando una próxima muerte, ve en las aptitudes de su hijo el futuro sostén de la familia. En ambos, sin embargo, dos sentimientos de cariño, de querer lo mejor para el hijo, de desearle la felicidad.

BAJO EL TRAJE DE LUCES, SIEMPRE UN HOMBRE

Dentro del disfraz de grandeza que es el traje de luces, palpita el corazón de un hombre. Un hombre como otros, que es hijo, hermano, novio, marido o padre; un ser humano que siente y padece como el resto de la especie; que se enfada, ríe, ama y se desvela como cualquier mortal; que se encuentra sujeto a las tribulaciones y alegrías de la vida y que,

Antonio Borrero ‘Chamaco’. El torero es, ante todo, un hombre. Y a veces no quiere ver el miedo.

TAUROLOGÍAS

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a veces, siente el desamparo de una soledad infinita. Deploro oír referirse a los toreros como “seres de otra galaxia”, o hechos de “una pasta especial”. Creyendo engrandecerles, los que así se pronuncian no hacen sino robarles su mejor atributo: ser como los demás. Ser capaces de hacer lo que hacen, de comportarse como se comportan, estando hechos de la misma fragilidad que el resto de mortales. Esa es su verdadera grandeza. Los toreros no sólo no vienen de otra galaxia sino que pertenecen al planeta Tierra, son de la misma nación que sus compatriotas, viven en la misma ciudad que sus paisanos y comparten barrio con amigos y vecinos. A los toreros les duelen los golpes y heridas, y temen, y dudan, y sufren, y se defraudan a sí mismos, y se impacientan, y se equivocan, y buscan el amparo, y el consuelo, y el cariño... Exactamente igual que usted, lector. Lo mismo que cualquiera. No obstante, desde este mismo barro común, son capaces de alzarse sobre sus propios miedos, fantasmas y miserias para llevar a cabo hazañas y gestas que la mayoría de sus congéneres no pasan, en el mejor de los casos, de soñar. El roce con el toro y con la profesión les ha ido educando sus reacciones, disciplinando sus humores, templando sus nervios, instruyendo su razón, aumentando su capacidad de sacrificio y sufrimiento. Les ha inculcado otra lógica, donde hay otros dolores más insoportables que el dolor; les ha dotado de otra ética, que postula como irrenunciable la confrontación con la propia verdad; les ha provisto de una escala de valores que hace de la proeza y la lid asuntos cotidianos y de la lidia del toro, una necesidad. El roce con el toro... ¡eso es lo que los hace diferentes!, lo que los habilita para mirar de frente a la vida y al riesgo de morir, lo que los capacita para empaparse del hálito tremendo de la plaza, donde el tiempo es redondo y redonda la muerte, y los oles, y los alaridos, y las palmas de tango; donde es redondo el estruendo de guerra y redondo el poema. Sin embargo, en el fondo de sus alamares, en su boca reseca y su pulso alterado, el torero es solamente un hombre, capaz, eso sí, de lograr que coexistan en su entraña la paloma y el tigre, de saber compaginar la pluma del poeta

y el sable del guerrero, de necesitar rozarse con la muerte para seguir viviendo… Pero no es más que un hombre al fin y al cabo: un hombre asustado de su propia osadía; un hombre que se pasa lo mejor de la vida buscándose a sí mismo en un circular e inhóspito universo lindado por barreras; un hombre que se apaga más temprano que tarde.Cuando el torero es viejo, cambiada ya la seda de la ilusión flamante por el mustio percal de la nostalgia; cuando no es más que un eco de aplausos oxidados y un montón de lentejuelas disecadas en el amarillento pretérito de las

El dolor del torero caído. El hombre a merced del animal. El destino en manos del azar. La fragilidad del ser humano. El riesgo de la muerte.

El torero y el toro, cara a cara. La verdad de la Fiesta.

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La Casta JijonaEntre el mito y la realidadPor Juan Carlos Gil / Fotos: Carlos Núñez

GANADERÍA

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1.- NATURALEZA E HISTORIA DEL TORO BRAVO

Autenticidad, singularidad e historia natural se mezclan en la matriz de este singular animal que escogió España para quedarse e imbricarse en su poliédrica historia. Cientos de miles de hectáreas de montes y dehesas han sido y siguen siendo ocupadas por manadas de bravos que se interrelacionan perfectamente con el medio ecológico y favorecen la biodiversidad medioambiental de forma portentosa e incuestionable. Linces ibéricos, cigüeñas negras y águilas imperiales comparten pagos en armonía y en paz, contando solamente con la compañía del personal experto de la propia ganadería, hecho que favorece el desarrollo de las especies silvestres más hurañas y desconfiadas. Esta realidad natural nos viene dada desde tiempo inmemorial, sin embargo, antes del siglo XVII, al referirnos al toro hemos de configurar en nuestra imaginación un animal salvaje, fiero, símbolo de fortaleza, acometividad y, por ende, peligrosidad. Amplios grupos de bóvidos, bastante heterogéneos en su tipología y comportamiento, pacían por los campos de Ciudad Real, Madrid, Toledo y Albacete. De ellos, los denominados ‘Toros de la Tierra’ en la época de Felipe III pertenecían al Patrimonio Real y se destinaban al abastecimiento de la demanda de carne de la Villa y Corte.Ahora bien, no es lo mismo la inmensa planicie de la dehesa que las cuestas empinadas de la sierra, las marismas que los cerrados picados, el intenso frío del invierno que el severísimo calor del estío, el matorral de la montaña que las encinas y alcornoques de la llanura, la hierva peleando con la nieve que el rocío de la mañana deslizándose por sus tiernas hojillas. Esta diferenciación geográfica y climatológica ha influido de manera determinante en el aspecto morfológico y psicológico de estos animales. Los toros castellanos han sido siempre de pelo basto, de amplia corpulencia, de extremidades largas, más bien cortos de cuello, generosos de pitones y duros de patas, es decir, de mucha resistencia en todas las fases de la lidia. En cambio, el toro andaluz se ha caracterizado por contar con una piel más bien suave y brillante, las extremidades cortas, lomos rectilíneos, largos cuellos y ser poderosos y, generalmente, nobles. Finalmente sostienen los investigadores que el toro navarro era cornicorto, de escasa corpulencia, sobrado de genio y mucha ligereza en sus acciones.

2.- VILLARUBIA DE LOS OJOS DEL GUADIANA, CUNA DE LOS JIJONES

La Mancha y la familia Jijón entrelazan su historia desde principios del siglo XVII. Villarubia de los Ojos del Guadiana (antes denominada Villarubia de Arenas, por sus inmensas dunas) es el enclave desde el que se expanden hacia Albacete, las riberas del Jarama, los ramales guadarrameños de Colmenar Viejo y los Montes de Toledo los denominados toros jijones, caracterizados por el pelo colorado encendido, y de los que derivaron, con el transcurrir de los años, las más importantes familias de los llamados ‘Toros de la Tierra’.El fundador de la estirpe jijona se llamaba Juan Sánchez Jijón Salcedo, intendente de la vacada del Patrimonio Real de Felipe III, que a partir de 1618 aparece en el registro de ganaderos como profesional independiente. Una vez que se separó de la vacada Real, puesto que ocupó Juan Martínez

de la Higuera a partir de 1634, empezó a utilizar criterios más específicos en la selección del ganado, buscando las reses más finas de tipo, de una agilidad de movimientos más acentuada y de un comportamiento más áspero. El pelaje que siguió predominando entre sus bóvidos siguió siendo el colorado, el retinto, en sus diversas tonalidades, y el castaño. A pesar de todo, este manchego le dedicó poco tiempo a las tareas selectivas, pues su negocio principal, como el de todos los ganaderos de la época, residía en el abasto de carne para las diferentes ciudades castellanas. En el año 1693 se ponen al frente de la vacada Juan y José Sánchez Jijón, nietos del fundador de la saga ganadera. De ellos, fue Juan el que más empeño, dedicación y esmero le puso a la selección, pretendiendo afinar su trabajo para acreditarse en el panorama agropecuario como ganadero de reses de lidia. Juan Sánchez Jijón ya era consciente de que un toro salvaje no ofrecía garantías para el desempeño de la lidia, con lo cual, tenía que reconducir su trabajo para obtener un animal diferente. Con la pretensión de mejorar

La Casta Jijona fue fundada a principios del siglo XVII.

Juan Sánchez Jijón, que con su hermano José se puso al frente de la vacada en 1693, ya era consciente de que un toro salvaje no ofrecía garantías para el desempeño de la

lidia, con lo cual, tenía que reconducir su trabajo para obtener un animal diferente.

GANADERÍA

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el comportamiento de sus toros, a principios del siglo XVIII incorporó a su ganadería vacas de Don Lorenzo Robles, ganadero toledano, que poseía animales que se ajustaban el prototipo zootécnico de Sánchez Jijón. Las ganaderías, antaño y hogaño, no se consolidan en un día, ni en dos años, sino que necesitan décadas de laboriosa dedicación y cocción a fuego lento. Desde 1743 hasta 1786 el negocio estuvo en manos de Miguel Sánchez Jijón, sobrino del anterior propietario, y a partir de esa fecha, José Sánchez Jijón, hermano de Miguel, dirigió los designios de la ganadería. En esta centuria, los toros jijones conservaron de un lado, su piel rojiza encendida, tonalidad que les separaba del resto de castas fundacionales, y de otro, su voluminosa presencia. Su tipo era más bien basto, con un esqueleto desarrollado, de huesos anchos, y alzadas grandes y fuertes. Presentaban unas encornaduras finas, acarameladas, muy desarrolladas y cuyos pitones apuntaban en su terminación hacia arriba, es decir, eran ligeramente veletos. Los accidentes más comunes eran el bragado, el meano, el listón, el facado y el berrendo en colorado, dándose con mucha frecuencia el

ojinegro y el ojo de perdiz en los ejemplares colorados.Además de su tipo, su comportamiento era muy peculiar, según nos indican las notas taurinas del ‘Diario de Madrid’. Estos toros tenían una salida de chiquero espectacular a la par que abanta. Luego acometían a los caballos con fiereza propinando a los piqueros tremendos batacazos. Algunos ejemplares se arrancaban desde considerable distancia y cuando derrumbaban a los del castoreño apretaban con furia. Solían mantener la agilidad y presteza en los quites de capa y se complicaban en el segundo tercio, pues se distraían y esperaban con recelo a los banderilleros. Las dificultades se agravaban en el transcurso de la lidia; ya que agudizaban su sentido, permanecían quietos observando las evoluciones de los toreros en sus inmediaciones y partiendo cuando tenían cerca el bulto. Al final del trasteo se refugiaban al abrigo de las tablas y presentaban infinidad de complicaciones en la suerte suprema. Por semejante proceder ante piqueros, banderilleros y matadores se hicieron acreedores de una cotizadísima fama, de ahí que, a lo largo de todo el siglo XVIII, era rara la ganadería manchega que no adquiría vacas y sementales de la familia Jijón. Su éxito fue tan indiscutible que el criador castellano consiguió presentar sus toros en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla en dos corridas celebradas el 7 y el 9 de junio de 1784. Este dato adquiere más relevancia si tenemos en cuenta que desde 1732, el conde de Vistahermosa y el marqués de Casa Ulloa copaban el monopolio del negocio ganadero en el sur y eran el pilar fundamental de la cabaña brava andaluza.

Su tipo era más bien basto, con un esqueleto desarrollado, de huesos anchos, y alzadas grandes y fuertes. Así eran los toros de Jijona en el siglo XVIII.

Se hicieron acreedores de una cotizadísima fama, de ahí que, a lo largo de todo el siglo XVIII, era rara la ganadería manchega que no adquiría vacas y sementales de Jijón.

GANADERÍA

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La ganadería comandada por José y Miguel es heredada por doña Leonor del Águila, a resultas, esposa del primero, que la mantuvo bajo su batuta hasta el año 1822, fecha en que fue vendida a doña Manuela de la Dehesa. Con esta adquisición se ponía fin a la saga Jijón, la cual, durante más de un siglo, había ejercido el dominio sobre una ganadería de aquilatada fama. En 1824 uno de los íntimos del rey Fernando VII, y cuyo nombre era Manuel Gaviria, a la sazón marqués de Casa Gaviria, compró la ganadería de doña Manuela de la Dehesa.

3.- LOS CRUCES DEL SIGLO XIX

Desde los años veinte hasta aproximadamente la mitad de la centuria, los toros puros jijones viven sus temporadas doradas. Los ejemplares de don Manuel Gaviria son reclamados por los empresarios y toreros porque han dulcificado su comportamiento, sin restar un ápice su gran alzada ni su impresionante arboladura. Por esta época principia la severa competencia entre los ganaderos castellanos y andaluces. Todos quieren encabezar los carteles de mayor tronío y se da la circunstancia de que el duque de Veragua y el marqués de Casa Gaviria se disputan el prestigio en las plazas y las influencias en la corte. Los toros puros de Jijona se adaptaron perfectamente a las tauromaquias defensivas del siglo XVIII, que tenían como objetivo preparar al toro para la muerte. Sin embargo, la llegada a la Fiesta de toreros revolucionarios como Paquiro, Cúchares, El Tato, El Gordito, Frascuelo, Lagartijo

y finalmente El Guerra, transformó el toreo, y por ende, también los toros. Ahora se precisaban ejemplares más nobles, menos ásperos, más fijos en los engaños, menos violentos, más bravos, menos hoscos... Ahí comienzan los cruces de los toros jijones con otras sangres. Cuando a fines de los años cincuenta, el matador de toros Julián Casas, El Salamanquino, le compra la ganadería a Gaviria, la casta Jijona había entrado en franca decadencia. Sus desapacibles embestidas y sus malicias en la muleta ya no concordaban con los gustos de la afición y, sobre todo, no gozaban de la simpatía de los matadores. El esfuerzo por mantener la pureza de la casta fue vano. De hecho, Ildefonso Sánchez Tabernero (ganadero que le compró la vacada a El Salamanquino) alcanzó un gran éxito con su toros en las primeras décadas del siglo XX, aunque sus cuatreños y cinqueños ya nada tenían que ver con sus orígenes, puesto que lo había cruzado todo con sementales y vacas vistahermoseños, de Contreras-Murube. Las dos ramificaciones más o menos puras e importantes de la casta Jijona desaparecieron en este siglo. Una era la procedente de Elena Jijón, vecina de Valdepeñas, hija de

En el siglo XIX comienzan los cruces buscando reses más nobles y menos ásperas. El toreo evoluciona y las figuras demandan otro tipo de toro.

Los toros puros de Jijona se adaptaron perfectamente a las tauromaquias

defensivas del siglo XVIII, que tenían como objetivo preparar al toro para la muerte.

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Por Álvaro AcevedoFotos: Archivo Arjona

Más allá de los números

En la Feria de Fallas Enrique Ponce Martínez cumplirá veinte años como matador de toros. Como figura del toreo, por utilizar un término más exacto. Atrás –sin saber aún dónde estará el final de su carrera– dos décadas en la cima de la Fiesta. Hasta el cierre del ejercicio de 2009, el maestro de Chiva compareció en 1.678 festejos y cortó 2.188 orejas y 85 rabos, superando durante diez años consecutivos el centenar de tardes. Estos datos se refieren exclusivamente a lo ejecutado en Europa, pero deberíamos añadir sus campañas americanas. Una última cifra. En todo el mundo, Ponce ha indultado un total de 39 toros. Miremos detrás de la estadística más abrumadora de la historia de la Tauromaquia. Busquemos, pues, más allá de los números.

Enrique Ponce

PERFIL

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Tales registros quedarán desfasados cuando vea la luz este texto, justo unos días antes de que el de Chiva haga el paseíllo en la plaza de toros de Valencia. En América y en España ya habrá sumado varios festejos más, con las correspondientes orejas, rabos y quizá el cuadragésimo indulto de su historia torera. Las cifras, sin embargo, no son tan conmovedoras como lo que existe tras ellas. Es decir, lo trascendental no está en lo acumulado, sino en el abanico de cualidades que necesita un ser humano para ser capaz de alcanzar tales logros. No pretendo hacer un análisis de la tauromaquia de Enrique Ponce, ni mucho menos, un repaso de su interminable sucesión de éxitos en tan dilatada carrera. Intento explicar las características humanas de una máquina que, sin embargo, es sólo un hombre.

La primera vez que vi torear a Enrique Ponce tendría unos trece años. Fue en una finca de Santisteban del Puerto, y puedo asegurar que su cuerpo ha cambiado poco. Ha crecido en estatura, pero mantiene el esqueleto fino de la adolescencia, su flexibilidad y su soltura de movimientos. Estoy por constatar que podría enfundarse los mismos vestidos de hace tres lustros, toda vez que mantiene las mismas carnes. Su cara sigue siendo también muy parecida, y ni las arrugas que generan el miedo y el cansancio de los años han hecho mella en su rostro. Mantiene idéntica mirada inteligente y serena, y sigue sin tensar el gesto frente al enemigo. Y ya aquel día en la finca jienense caminaba por la plaza de tientas con los riñones metidos, muy derecho y sin descomponerse. Despacio. Como ahora. No hay un atisbo Corrida matinal en la Maestranza. Ponce, en su primera época.

El valenciano se perfila junto a las tablas para entrar a matar. Su mirada, siempre serena, es fiel reflejo de la inteligencia que le alumbra.

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Por Paco AguadoFotos: Maurice Berho y Archivo DYFO

Patriarca del toreo

El próximo 17 de abril se cumplirán cincuenta años de la alternativa de Paco Camino en la plaza de toros de Valencia.

Aquel Domingo de Resurrección de 1960, Jaime Ostos hizo matador de toros a quien iba a ser uno de los iconos en esa

otra Edad de Oro de la Tauromaquia que fue la década de los sesenta. Su inteligencia, su prodigiosa facilidad y la soberbia

calidad de su toreo convirtieron al ‘Sabio de Camas’ en referencia y espejo para las siguientes generaciones. Ahora, cerca ya de cumplir los setenta años y habiendo superado un

trasplante de hígado, el maestro sigue disfrutando de la vida en su finca del valle del Tiétar. Y hasta allí nos fuimos a verle.

Para hablar de toros con un patriarca del toreo.

Paco Camino

EN PORTADA

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Paco Camino vive con sencillez, a su ritmo. Viaja mucho, eso sí. Y ve muchos toros. En la plaza y en la televisión. No ha perdido ni un gramo de afición, de esa inmensa afición que ya desde niño le llevó a dominar los secretos del toreo. A la orilla del Tiétar, en el término de Madrigal de la Vera, el maestro disfruta la vida junto a Isabel, su tercera esposa, inmerso en ese microclima que ayuda a crear la encrespada barrera de Gredos, parapeto contra el frío de la dura meseta castellana. Y allí, además de las ricas cerezas de la zona, cría sus toros, esos santacolomas con los que no hace negocio sino que disfruta, porque los mantiene en el mismo tipo que aquellos buendías con los que triunfaba tarde tras tarde en su época en activo.Magro de carnes aún, hace de la conversación de toros un ejercicio de memoria, porque la suya es la memoria de toda una época de la Tauromaquia, y un juego de habilidad, porque va de un tema a otro, del recuerdo a la actualidad, con esa sabiduría natural de la que hacía gala en la plaza. Con esa inteligencia por la que tantas tardes se tuvo que hacer perdonar por los mediocres y que todos le cantaron como signo diferenciador de su toreo. Como si la inteligencia no fuera una condición inexcusable para poder ser figura en este negocio. “Eso digo yo –ratifica el maestro para empezar la conversación–, porque todos los que están ahí tienen que ser inteligentes. El que consigue algo importante en el toreo, o en cualquier faceta de la vida, es porque no se lo han regalado. Para destacar en cualquier cosa tienes que ser inteligente. Y esto del toreo no es precisamente para tontos”.

– Y usted lo demostró desde muy pequeño, porque fue una especie de niño prodigio. – Sí, yo salí muy pronto, pero por circunstancias. En mi época había mucha miseria, y para escaparse no había otra cosa que ser futbolista o torero, que era más bonito. A mí no me gustaban más que los toros, porque desde chiquitillo siempre he visto el traje de torear en mi casa, por mi padre, que era el banderillero Rafaelillo de Camas. Y el ambiente de los toreros del pueblo, que había un montón: Antonio Cobos, El Pío, Pepe Ríos, Rivas, Marqueño, Salomón Vargas, Curro Romero, Chicuelito… Y también de fuera: Montenegro, Bernadó, Rubén Salazar, Pepe Luis Ramírez, que estaban en Camas metidos porque los apoderaba Miguel Moreno, que era de allí. Aprendí con ellos, viéndoles entrenar. Yo me sentaba a mirar, pero, aunque me lo pedían, no les hacía toros. Yo no le hacía un toro a nadie, por orgullo. Luego ya empecé a ir al campo. La primera vez fue a lo de Hidalgo Rincón, con nueve añitos. Fui andando, y debí estar bien porque el ganadero me trajo en coche a Camas… Desde entonces, cada vez que había un tentadero, don José pasaba a buscarme, camino de El Ronquillo. Y también me llevaban mucho a tentar el marqués de Albaserrada, a Gerena, y Chicuelo padre. Mi padre no se ocupaba de mí en esa época. No quería saber nada. Fue después, cuando le convencieron de que yo andaba bien en el campo, cuando me empezó a acompañar a las capeas. La primera a la que fui nunca se me olvidará, fue en Cumbres Mayores, en la sierra de Huelva, el año 53. Cómo me verían que el alcalde le ofreció a mi padre echarme un becerro para mí solo al día siguiente. Un becerro de don Azulejo a la entrada de la finca del maestro en Madrigal de la Vera.

Vaca de vientre encaste Santa Coloma de la ganadería de Los Caminos.

EN PORTADA

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Juan del Cid, una ganadería de moruchos que había en Cala. Lo maté bien, se corrió la voz, y empezaron a llamarme de muchos pueblos de la zona. Toreé muchas novilladas sin caballos. Desde el 54 hasta el 58, unas cincuenta.

– ¿Y de dónde sacaba esa facilidad, casi innata, que usted tenía ya con apenas doce años?– De la afición. Porque yo entonces tenía una afición loca y me fijaba en todo. Y los días de toros me iba andando a Sevilla y me llegaba a la puerta del hotel Colón a ver salir a los toreros, y de ahí me iba corriendo a verlos entrar en la plaza por la calle Iris. Y ya me volvía otra vez a Camas andando, porque no tenía dinero para la entrada. Esa inteligencia sale de la necesidad, porque yo lo que quería era ser algo en la vida. En mi casa éramos cinco hermanos, mi padre, mi madre y mis abuelos. Aparte de banderillero, mi padre era tonelero y no es que faltara comida, pero sí que teníamos necesidad. Ganaba poco, pero yo le veía matarse a trabajar, sudando en el mes de agosto con el fuego de hacer barriles, y me hartaba de llorar y me decía que tenía que sacarle de eso como fuera. Yo también trabajé mucho de niño, me enganchaba en lo que hubiera: ¿de peón de albañil?, pues allí que iba; ¿descargar un vagón de adoquines?, pues a echármelos a los lomos… Y supe enseguida que si no salía de Camas no iba a ser nada en la vida.

– Ya entonces decían los otros toreritos de Camas que usted no entrenaba, un tópico que siempre le ha acompañado. Pero usted mismo me dijo alguna vez que lo que pasaba es que, cuando usted llegaba a donde se reunían, ya venía harto de trabajar desde las cinco de la mañana, cuando los demás se habían levantado a las diez.– Es que eso de entrenar es un camelo. Para mi gusto, vamos. Hombre, algo hay que hacer: andar, correr para atrás… eso sí. Pero eso de matarse a correr, hacer gimnasia… eso es nuevo. Eso es forzar el cuerpo, y no es bueno. Hay que torear de salón, pero tampoco mucho. Yo solo, sin nadie, sí que toreaba de salón en el corral de mi casa, con una muleta que me hice con una lona, porque no tenía ni trastos.

– Dicen los toreros de su época que para salir adelante entonces había que fijarse mucho en las pocas ocasiones en que se podía ir al campo y ver a las figuras, que había que aguzar el ingenio y la retentiva...– Totalmente. Yo es que siempre he tenido mucha afición para eso. Ya de matador, me fijaba al detalle en todos los toros de las corridas, no sólo en los míos sino en los de mis compañeros. Mientras otros estaban charlando porque ya habían terminado y no echaban muchas cuentas, yo siempre estaba pendiente de todo y en la boca del burladero. Cada toro es distinto, y cambian en un segundo, o en una décima. Y si uno se fija y es inteligente saca conclusiones de esas reacciones. Y coge uno más valor, porque te da seguridad saber lo que tienes que hacer sin perder la cabeza. En realidad, hay que estar pendiente del toro las veinticuatro horas, con la cabeza sólo en el toro.

– Así que cuando surgió la oportunidad de torear en Zaragoza sin caballos, en 1957, no se le escapó. Hasta el punto de que se forjó allí como novillero.– Corté una oreja en el debut. Y Correas Montes, que era

de Camas también, cortó un rabo. Pero me acuerdo que volviendo en tercera de Zaragoza a Madrid, Brageli, que apoderaba a Correas Montes, le dijo a Vicente Vega que me apoderada a mí: “Mira, como éste ha cortado un rabo y el tuyo una oreja, te lo cambio”. Porque gusté mucho, sinceramente. Así que Baquedano, que era el empresario, me repitió a los dos domingos, y ya corté tres orejas y un rabo. Y así toreé otras trece novilladas sin caballos y cinco picadas allí, incluida la del debut. La de Zaragoza era, como ahora, una afición muy exigente, pero buena. Y la de Barcelona también. Yo me hice en esas dos plazas. En realidad, de

Un jovencísimo Paco Camino, que ya triunfaba apoteósicamente.

Francisco Camino Sánchez, hijo de Rafaelillo de Camas, novillero en los años treinta y luego banderillero modesto, nació en Camas (Sevilla) el 14 de diciembre de 1940.

Toreó su primera becerra a los nueve años de edad, y con doce actuó por primera vez en público en Cumbres Mayores (Huelva), el mismo lugar donde vistió su primer traje de luces en 1955, alternando con Diego Puerta.

Después de doce triunfos consecutivos en esa misma plaza, debutó con picadores en Zaragoza el 17 de septiembre de 1958, con novillos de Francisco Escudero. Chiquito de Aragón y José Julio remataron el cartel.

Educación y toros

Una simbiosisenriquecedora

Por Juan Carlos GilFotos: Maurice Berho

ENSAYO

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1.- Los valores como fundamento del ser humano.

A una sociedad le aplicamos el calificativo de democrática y socialmente avanzada fijándonos en el régimen de gobierno, en la forma de elección de sus representantes, en el tipo de instituciones que la caracterizan, en los derechos fundamentales especialmente protegidos... Y además, no debemos olvidarnos de subrayar la trascendencia de los valores sociales y morales que la adornan. Éstos son una realidad en el orden del ser, tanto individual como socialmente. Y aunque todos poseemos una definición más o menos precisa de lo que son los valores, es bastante complejo ofrecer una definición con unos perfiles exactos. Según la terminología propia del ámbito filosófico que posteriormente pasó al lenguaje común, en las sociedades democráticas el valor es un trasunto de la idea de bien, de lo cual podemos inducir que para que el valor sea socialmente aceptado debe poseer tres características fundamentales: a) debe ser una realidad que conviene; b) debe ser una realidad que perfecciona y c) y debe ser una realidad que relaciona, que se comparte con los seres pertenecientes a una determinada realidad. Desde nuestra perspectiva, el valor fundamental para regular las relaciones entre esas tres características es el que podemos denominar moral, es decir, aquél que pretende el bien de las personas en relación con una conducta consciente y libre. Por ello, afirmamos con contundencia que la moral es consustancial al ser del hombre en la medida que éste es un ser activo, que despliega su voluntad en su entorno natural y social de forma consciente, libre y responsable. Así pues, el hombre es el único ser moral, puesto que en el entorno animal sólo existe la necesidad y el determinismo de las conductas instintivas. Por eso, mientras que el resto de animales sólo reacciona ante estímulos externos (arañan, muerden, huyen, embisten... siempre en un eterno presente), las personas son las únicas que pueden modificar su presente (formándose, estudiando, trabajando, protestando...) para conseguir en el futuro un estado de cosas que debiera ser.De lo argüido en los párrafos precedentes, se deduce que las personas no podemos vivir en sociedad sin compartir normas y valores morales, por eso afirmó Aristóteles que el hombre es un animal ético, es decir, sólo él puede formarse una idea de un estado de cosas más deseable y poner luego los medios necesarios para conseguirlo. Todo ello nos lleva a sostener que puede establecerse una relación entre conciencia moral, libertad, igualdad y dignidad. Vivir es diseñar un proyecto de vida. Y tener derecho a la vida significa que dicho proyecto se oriente a ser feliz tomando las decisiones libremente, bajo un régimen que lo permite y sin presiones externas. Ahora bien, las circunstancias, necesidades y contextos de las personas no son los mismos en todo el mundo; por ello, es fundamental garantizar que las personas puedan vivir en igualdad de condiciones, que es el objetivo básico de la justicia. Pero la libertad y la igualdad no son completas si no se añade la dignidad, que es el valor supremo del ser humano. Es algo que nos viene dado. La dignidad humana se nos presenta como una llamada al respeto incondicionado y absoluto. Un respeto que debe extenderse a todos los seres humanos. Por eso mismo, aun en el caso de que

toda la sociedad decidiera por consenso dejar de respetar la dignidad humana, ésta seguiría siendo una realidad presente en cada ciudadano. Por su misma naturaleza, por la misma fuerza de pertenecer a la especie humana, por su particular potencial genético, todo ser humano es en sí mismo digno y merecedor de respeto.

2.- La ética taurina y la “hombría” del torero.

Los tres elementos explicitados en el apartado anterior conforman el fundamento básico de la vida de las personas. Con lo cual, estos valores nos permiten promover un mundo más civilizado cuya meta se nos antoja muy lejana, puesto que como argumentaba Locke, lo que mueve a las personas es la insatisfacción con la realidad. Desde esta perspectiva es primordial conocer y comprender los fundamentos de la vinculación entre vida humana, valores y sociedad. Esta ardua y problemática tarea es asumida por una disciplina filosófica denominada Ética.La palabra ética etimológicamente proviene del vocablo griego ethos que en su sentido más difundido hace referencia a la actitud interior, a la raíz de la que brotan

El filosofo francés Francis Wolff, un firme defensor de la Tauromaquia.

Pero la libertad y la igualdad no son completas si no se añade la dignidad,

que es el valor supremo del ser humano. Es algo que nos viene dado.

ENSAYO

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todos los actos humanos. Fue Aristóteles quien le infundió el concepto actual a la ética. Para él significaba modo de ser o carácter. Desde una perspectiva amplia, modo de ser ha de entenderse como forma de vida que se verifica en la adquisición de un carácter particular que se va apropiando e incorporando a lo largo de la vida. La ética es la disciplina filosófica que estudia el comportamiento moral del hombre en sociedad; es decir, pretende descubrir, describir, clarificar, comprender, catalogar... las relaciones que se establecen entre las actuaciones de los seres humanos, los valores y las normas morales que predominan en el desarrollo de la vida en sociedad. La ética implica, pues, un camino común en la construcción de un mundo más acorde con los valores morales que nos caracterizan. Y aquí reside el gran paradigma de esta materia: para realizarse también se contradice. Es necesario la comunicación simétrica, el diálogo de igual a igual para hallar la solución a los conflictos éticos.Desde nuestra perspectiva, existe sin lugar a dudas una ética torera. Sin embargo, ésta se distingue de la moral común que rige nuestras costumbres, creencias, nuestros deberes... y que podemos denominar, siguiendo a Francis Wolff, como moral universal. La ética torera es una moral del individuo excepcional que busca la excelencia suprema ocurra lo que ocurra, sobreponiéndose a todos los imponderables e incluso superando el dolor físico y psicológico. El torero mantiene siempre la rectitud, esa verticalidad inmutable que ni la comodidad ni la necesidad pueden quebrantar. La ética del torero no obedece a una ley escrita, ni a ningún

mandamiento; muy al contrario, debe su cumplimiento a una actitud ante la Tauromaquia, y por ende, ante la vida. Esta forma de estar en el mundo exige al que quiere ser torero mostrar su omnipotencia en todas las fases de la lidia, sean cuales fueren las circunstancias. Meciendo las muñecas con temple y suavidad, su capote debe domeñar el ímpetu temperamental del cuatreño. Con un gesto rápido y austero ordena al picador que detenga su tarea. Con una simple voz controla el emplazamiento de su banderillero y la lidia del segundo tercio. Con los riñones encajados, la planta atornillada al albero y un levísimo movimiento de cintura, brazos y muñecas, para, manda y templa la acometida del cornúpeta.Sin ánimo de desmenuzar los tres tercios de la lidia, proponemos un ejemplo paradigmático en el que se manifiesta de forma fehaciente y notoria esta ética taurina:Podemos observar las reacciones de los toreros en los momentos más trágicos, aquéllos en los que están heridos.

El baile airoso de los brazos, la flexibilidad de las muñecas y el juego de cintura ante la violencia del toro. Salvador Vega, en la plaza de Huelva.

La ética torera es una moral del individuo excepcional que busca la excelencia

suprema ocurra lo que ocurra, sobreponiéndose a todos los

imponderables e incluso superando el dolor físico y psicológico.

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La filosofía BienvenidaPor Vicente Zabala de la SernaFotos: Archivos Arjona y DYFO

Crecí en una atmósfera de incondicional bienvenidismo. En casa se hablaba de toros a todas horas, y fundamentalmente de los Bienvenida. Mi padre se había criado taurinamente a los pechos del Papa Negro, en la casa de General Mola 3, en el ambiente de ‘Galatea’, la cafetería sede de los partidarios de la saga. Vicentón, como le llamaban cariñosamente, formaba parte de la dinastía como uno más. A la voz de “hermano” le despidieron Ángel Luis y Juanito en su último adiós. Pero fue Antonio Bienvenida el prisma a través del que Vicente Zabala tradujo con apasionada entrega la historia del toreo. En una conferencia de 1965 ante la asolerada peña de ‘Los de José y Juan’ afirmó que Pepe Luis y Antonio, cuyas líneas artísticas convergen en el clasicismo, en la naturalidad y en una sevillanía de filigrana, a sus ojos eran los dos toreros más importantes de la postguerra.

Antonio no entendía el toreo de otra forma que no fuera como arte. Se lo habían inculcado desde niño. (…) Una madrugada, en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, cuando empezaba a despuntar el día después de haber paseado destemplados por

aquellas hermosas y angostas calles, empezó a torear de salón con la palma de la mano. Movía el brazo con la misma naturalidad con la que estaba en la cara del toro. (…) Le gustaba hacerse los vestidos de torear con golpes de oro en

el chaleco como los toreros antiguos, que le daba un aire de torería cuando se abría la chaquetilla con motivo de alguna suerte. Jamás usó la espada de madera, siempre toreó con la de verdad, y gustaba de estar colocado en el burladero más cercano a aquel donde muleteaba un compañero. Siempre que tenía el capote en las manos tenía la montera puesta. Para Antonio el toreo era un rito.” El extracto pertenece al libro ‘Hablan los viejos colosos del toreo’, que escribió Zabala en 1976 y que cerraba con una entrevista póstuma a Antonio Bienvenida, fallecido en los albores del otoño de 1975. Después de 33 años como matador, quiso el destino que una vaca le partiese el cuello a traición en casa de Amelia Pérez-Tabernero.Antonio Bienvenida, por orden de alternativa, se convirtió en el tercer producto de la factoría de Manuel Mejías Rapela, rebautizado como el Papa Negro para distinguirlo de Ricardo Torres, Bombita, apodado como ‘el Papa’ del toreo. La afición que sembró en sus hijos afloró en cinco matadores de toros, en una época en la que alcanzar la alternativa ya suponía un milagro, una victoria, un éxito: Manolo, Pepote, Antonio, Ángel Luis y Juan. En los cinco se dio la precocidad. Manolito y Pepito fueron ‘los niños Bienvenida’ por América. “¿Cabe imaginar en estas criaturas tanto valor y tanto arte?”, se preguntaba el crítico

TOREROS DE LEYENDA

TM 90

Don Máximo en Lima. “Son dos imaginativos –continúa–, son dos genios brotados de España. Son las eminentes figuras herederas de las glorias del Papa Negro”. Manolo conquista con el tiempo las posiciones de figura en los gloriosos años 30, el único capaz de aguantarle el tirón a Domingo Ortega. En palabras de Ángel Luis Bienvenida, no textuales obviamente, Manolo le mojaba la oreja al sabio ‘Paleto de Borox’ cada vez que se enfrentaban. “Lo tenía aburrido”, decía con frecuencia. Ángel Luis, el más amanoletado de la familia, sabía que el mayor de los hermanos caminó por cimas no conquistadas por ningún otro Mejías, y así se le recibe en el planeta taurino –el Príncipe Heredero (de Joselito el Gallo, ni más ni menos), le llaman– cuando salta directamente de becerrista a matador de toros en 1929: “Esta alternativa que te pido como un niño, la defenderé como un hombre”, le suplica a su padre, que se niega en principio a tan precipitada idea. Cuaja en Zaragoza la alternativa en olor de triunfo. O gloria.

‘La Gloria’ es precisamente el nombre de la finca sevillana de olivares de los Bienvenida. O más concretamente de Manolito, que en un año pasa a ser Manolo, el más completo. Los lazos con Sevilla se cortan abruptamente cuando Rafael Bienvenida, que ya ha hecho sus pinitos como becerrista, cae asesinado con tan sólo quince años por el secretario o contable en 1933; la unión sentimental jamás se desvaneció en el olvido: la familia entera llevó siempre el acento en la boca y el amor por su tierra de adopción en el corazón. La tragedia viajaría muy pegada al tren de la historia de los Bienvenida. Manolo muere en 1938 en la plenitud de sus veinticinco años. No es cierta la versión que achaca a un quiste hidatídico su prematura desaparición. Un cáncer de pulmón lo devora a velocidad supersónica en San Sebastián, donde inútilmente médicos amigos lo operaron. El fallecimiento del todoterreno Pepote, un purasangre de raza, en 1968 durante un festival en Lima un 4 de marzo cualquiera asesta otro mazazo, y otra vez el dolor desgarrado invade una familia quebrada, y acostumbrada a la desgracia.La muerte de Antonio en el 75 condensó toda la injusticia absurda que se puede dar en un matador de su longeva trayectoria: que una becerra te mate por la espalda. Su entierro se convirtió en una manifestación de dolor de incalculables proporciones en aquel octubre rojo. La vuelta al ruedo en Las Ventas con el féretro a hombros conmocionó Madrid entero, el universo táurico por completo. Por la Puerta Grande que atravesó once veces, desde el ruedo donde por seis veces estoqueó seis toros, se lo llevaron

Antonio, Pepe y Ángel Luis Bienvenida triunfando en Las Ventas. Dcha: Esa misma tarde, Pepe y Ángel Luis en un quite al alimón con Antonio de testigo.

“Esta alternativa que te pido como un niño, la defenderé como un hombre”, le suplica Manolo Bienvenida a su padre, que se niega en principio a tan precipitada idea. Manolo conquista con el tiempo las posiciones de figura en los gloriosos años 30.

HISTORIA

TM 97

Una vuelta a ‘El Ruedo’,a los 65 años de su fundación

Por José Luis RamónFotos: Archivo 6Toros6

“¡¡El ‘Ruedo’!! ¡¡Ha salido ‘El Ruedo’!!”, gritaban a viva voz los vendedores de prensa en la mañana del 2 de mayo de 1944. “¡¡’El Ruedo’!! ¡¡Ha salido ‘El Ruedo’!!”…, repetían una y otra vez, al tiempo que enarbolaban un volumen de cien páginas que costaba dos pesetas y mostraba en su portada la reproducción en colores brillantes de una pintura de Roberto Domingo. Aquella revista tan nueva que en ese momento comenzaba su andadura por los quioscos de toda España era, en realidad, la versión ilustrada y lujosa de las páginas taurinas que diariamente aparecían en el periódico deportivo ‘Marca’. Así nació ‘El Ruedo’: como una continuación, o una extensión, de ‘Marca’. Esos fueron los comienzos de un histórico semanario que estaba destinado a llenar treinta y tres años de periodismo taurino en España, comprendidos entre los primeros años de la posguerra y los primeros de la transición a la democracia. Ninguna de las revistas taurinas editadas en la segunda mitad del siglo XX alcanzó el prestigio y la difusión de que disfrutó ‘El Ruedo’. Desde mayo de 1944 a febrero de 1977, esta publicación no sólo tuvo una posición hegemónica en el mercado, sino que fue un referente para los aficionados y los profesionales. Ninguna de sus competidoras –ni siquiera la importante ‘Dígame’, que no era exclusivamente taurina– alcanzó la fama de que gozó y aún goza ‘El Ruedo’.Una serie de factores influyeron de manera determinante en su posición de privilegio: en primer lugar, que ‘El Ruedo’ se convirtió en la revista que enlazaba con las grandes publicaciones del siglo XIX y de las primeras décadas del XX, tanto por su seriedad y fiabilidad, como por su contenido; después, que en sus páginas supo aunar de manera magistral el presente con el pasado, los temas informativos con los de la cultura taurina; finalmente, porque su pertenencia a Prensa y Radio del Movimiento (o lo que entonces era casi lo mismo: al Estado y al partido único, Falange Española y de las JONS) le aseguró una cómoda posición económica que no tuvieron las publicaciones de editoriales privadas. La continuidad de ‘El Ruedo’ no estaba vinculada a sus ventas (que, no obstante, fueron muy importantes), sino al conjunto de los ingresos de los medios que dependían del Movimiento. Incluso la rotativa, el edificio y el archivo gráfico estaban compartidos con otros periódicos y revistas estatales.El enorme prestigio alcanzado por ‘El Ruedo’ se sustentó de manera decisiva en tres elementos esenciales: la completa información de la actualidad taurina, la afortunada reproducción de fotografías (casi siempre eran de mayor calidad taurina las antiguas que las modernas) y la constante aparición de temas de historia del toreo,

en sus múltiples ramas y disciplinas. ‘El Ruedo’ era una revista informativa que durante tres décadas ofreció puntualmente las noticias y festejos taurinos, algo que los lectores de entonces valoraron en su justa medida; sin embargo, pasado el tiempo, no ha sido el tratamiento de la información (que ahora parece, en muchas ocasiones, escaso) lo que ha hecho grande a ‘El Ruedo’, sino que su importancia ha llegado por aquello que la distingue de las demás, y que no es otra cosa que la constante publicación de temas de historia, de literatura y de pintura taurinas, así como de los excelentes coleccionables biográficos y de otro tipo, además de los temas de análisis del pasado. Es decir, ese amplio grupo de temas que podemos agrupar en el concepto de cultura taurina. Quizá porque el análisis del toreo se produjo, en la mayoría de las ocasiones, con referencia a los toreros ya retirados, ‘El Ruedo’ nunca fue

Primer número de la revista ‘El Ruedo’, publicado el 2 de mayo de 1944.

HISTORIA

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una revista de grandes cronistas, pero sí de sobresalientes articulistas, entrevistadores e historiadores.La historia editorial de ‘El Ruedo’ resulta apasionante porque, siendo siempre taurina, parte de la estricta ideología franquista de la posguerra y llega a la aparente permisividad del denominado destape. Y ambas actitudes están presentes en ‘El Ruedo’: desde la nunca ocultada ideología política que se mantiene año tras año, hasta la inclusión en la última etapa de fotografías de artistas ligeras de ropa, como entonces se decía. Un tímido destape que llegó a ‘El Ruedo’ en 1975, en lo que supuso un bucle histórico e informativo interesante, y que curiosamente comenzó a decaer en el mismo número en que se informó de la muerte de Francisco Franco. Todo ello convierte a ‘El Ruedo’ en un reflejo perfecto de la época social, política y económica de cada momento: el más duro franquismo, el desarrollismo (con especial atención a los temas turísticos) y la apertura política y el destape, entre otros.

LA HISTORIA DE ‘EL RUEDO’

Este autor sostiene la hipótesis de que ‘El Ruedo’ nació, dicho llanamente, por casualidad. El llamado número cero, tan buscado por los coleccionistas y que a pesar de ser así conocido no lleva impresa ninguna numeración, salió a la luz el 2 de mayo de 1944 como un número taurino especial y único del periódico deportivo ‘Marca’. Sucedió sin embargo que aquel número extraordinario, ilustrado, muy analítico y de excelente contenido alcanzó tal éxito, que los editores decidieron proseguir semanalmente con una aventura que duró nada menos que treinta y tres años ininterrumpidos. Pero no fue de manera inmediata, pues necesitaron componer un equipo y una infraestructura, de ahí que el número 1 no llegara a los quioscos hasta el siguiente 13 de julio de ese mismo año. Del 2 de mayo de 1944 al 1 de febrero de 1977, del número cero al número 1.696, en la vida de la publicación pasaron muchas cosas y siete directores, siete maneras distintas de entender el periodismo y hasta el toreo: Manuel Fernández-Cuesta (1944-1945), Manuel Casanova (1947-1961), Alberto Polo (1961-1967), José María Bugella (1967-1970), Antonio Abad Ojuel (1970 y 1975), Carlos Briones (1970-1975) y Fernando Vizcaíno Casas (1975-1977). De Fernández-Cuesta a Carlos Briones, la revista perteneció a Prensa del Movimiento, y en 1975, con la llegada del periodista Emilio Romero a la Jefatura de ese organismo, la historia de ‘El Ruedo’ varió notablemente: antes incluso de que el Estado liquidase sus medios de comunicación, Romero arrendó la publicación a una empresa privada con fuertes vínculos taurinos, una sociedad formada por los hermanos José Luis y Eduardo Lozano Martín, a la sazón apoderados del matador de toros Palomo Linares, además de empresarios de plazas de toros en España y América. En ese momento, ya sin el apoyo económico del Movimiento, la situación financiera de ‘El Ruedo’ sólo fue sostenible durante año y medio. A Manuel Fernández-Cuesta le corresponde el honor de ser el fundador y primer director, además de ser la persona que marcó una línea editorial que se mantuvo durante muchos años. Ya en esos primeros momentos puede apreciarse la voluntad inequívoca de la revista de compaginar la información ilustrada de actualidad con los

temas culturales. Bajo su impulso se editó el número cero, se decidió convertir en semanal aquella primera revista gráfica, se mantuvo la página diaria en el rotativo deportivo ‘Marca’ y se publicó el excelente número extraordinario del primer aniversario.La muerte de Fernández-Cuesta en octubre de 1945 no supuso ningún cambio inmediato en la revista, que interna y externamente continuó siendo la misma en los siguientes números, siempre bajo la dependencia jerárquica de ‘Marca’. Debido a esta relación empresarial, la información, vista con los ojos actuales, parece limitada, cuando lo que ocurría es que ‘El Ruedo’ era el semanario gráfico-taurino de un periódico diario deportivo que tenía una seria sección dedicada al toreo. Hay que entender, por tanto, que todo lo que no está en la revista se debe a que ya había estado en el periódico. No obstante, esa dependencia tuvo muchos aspectos positivos, no siendo el menor la libertad editorial que tuvieron en ‘El Ruedo’ para volcarse en los temas históricos y culturales.‘El Ruedo’ dejó de ser ‘Suplemento Taurino de Marca’ en el número 126, del 21 de noviembre de 1946, pasando a denominarse desde ese momento ‘Semanario gráfico de los

Segundo número de la revista con una pintura de Roberto Domingo.

Manuel Fernández-Cuesta fue el fundador y primer director, además de ser la persona

que marcó una línea editorial que se mantuvo durante muchos años.

HISTORIA

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toros’. Por raro que resulte, la primera referencia, y es muy tangencial, que se tiene sobre quién es el nuevo director de ‘El Ruedo’ se encuentra en el número 140, del 27 de febrero de 1947, en la sección ‘Por España y América’, en una nota que dice: “El pasado sábado pronunció su anunciada conferencia en el Club Taurino Madrileño el director de ‘El Ruedo’, don Manuel Casanova”. Es la primera vez desde la muerte de Fernández-Cuesta en 1945 en que se señala quién es el director de ‘El Ruedo’. Nunca antes se había dicho ni había aparecido por ningún lado su nombre, aunque la realidad es que ejerció esa función incluso desde ante de la muerte de Fernández-Cuesta. Durante muchos años, Manuel Casanova mantuvo la sección ‘Cada semana’, en la primera página de información, firmada generalmente como ‘EMECE’, aunque también podían aparecer las iniciales ‘M.C.’, el nombre completo, ‘C’. o, incluso, ir sin firma. Durante prácticamente toda la etapa de Manuel Casanova al frente de ‘El Ruedo’, la revista no sufrió variaciones sustanciales, ni en su contenido ni tampoco en su diseño. Como una anomalía, fruto de la propia concepción del franquismo, debe considerarse que Manuel Casanova fuese, además de director de ‘El Ruedo’, jefe nacional del Sindicato del Espectáculo. Y, sobre todo, que en las funciones de su cargo oficial tomase parte activa y ejecutiva en las reuniones que trataban los asuntos internos del toreo (sueldos, conversaciones con México sobre el siempre problemático convenio taurino hispano-mexicano, etcétera). Manuel Casanova falleció en accidente de circulación el 29 de septiembre de 1961. Siguiendo el habitual mutismo de la empresa en los temas del nombramiento de director, ‘El Ruedo’ tardó mucho

tiempo en informar a sus lectores sobre quién era la persona que estaba al frente de la revista. Sin embargo, desde el mismo número siguiente a la muerte de Casanova se aprecian en la publicación importantes cambios en el diseño y en los contenidos. Las variaciones se producen sin la más mínima transición, de una manera abrupta, pues en un par de semanas la revista parecía (y de hecho lo era) otra. Resulta curioso, pero el lector habitual de la revista se encontró con una publicación que había variado su concepto, aunque tardó en saber quién era el responsable de esas innovaciones. Los cambios afectaron a cuatro aspectos esenciales: mayor claridad en la puesta en página de los temas, titulares de mayor tamaño (cuerpo de letra), mayor agresividad (valentía y modernidad, podría denominarse) en el diseño e inclusión de menos fotografías, pero de mayor tamaño. Todo muy pronto y sin transición. El responsable de todo ello era Alberto Polo, el tercer director de ‘El Ruedo’.Polo fue un periodista muy interesante que supo darle un aire renovado a la publicación, aunque en ocasiones pecase de poco taurino. Bajo su dirección, ‘El Ruedo’ pasó por varias etapas, todas muy diferentes: al principio se publican fotografías que buscan lo espectacular –la cogida de un torero en muchísimas ocasiones– o incluso lo anecdótico. Además, muy pronto se incorporaron a la nómina de colaboradores los jóvenes Vicente Zabala y Alfonso Navalón, junto a los prestigiosos críticos y escritores Clarito, Guillermo Sureda y Claude Popelín, entre otros.Sorpresivamente, en enero de 1963 bajó mucho el tono espectacular de la revista, tanto en los titulares como en los temas. Lo que para algunos estaba constituyendo una dirección volcánica, se atenuó de golpe. La sensación es

Diseño clásico de una de las etapas de Alberto Polo como director de ‘El Ruedo’, con menos fotografías, pero de mayor tamaño.

Los cercados de las dehesas y las encinas dibujan la carretera que vierte en la Vía de la Plata, que vertebra de norte a sur el Oeste. Al otro lado de la Raya, el Alentejo portugués. Aunque aún en tierras de Extremadura, Andalucía se adivina en el trazado de sus calles y en la blancura de sus fachadas. Allí, en lo alto del valle donde se asienta la villa, más allá de las cuestas, protegiendo la ciudad, el castillo templario se mantiene en pie a través de los siglos en señal de defensa y proclama de la fe. Y dentro, en su patio de armas, aparece su plaza de toros, erigida a finales del siglo XVIII como una reliquia que custodiar al amparo de los muros almenados, las torres y los miradores. Estamos en Fregenal de la Sierra.

Fregenal de la SierraPor Ana Pedrero / Fotos: José Antonio Pascual

Un bastión de defensa para la Fiesta

PLAZAS HISTÓRICAS

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Cuna del cerdo ibérico, tierra de ganaderos recios y de buenos aficionados, la zona meridional de Extremadura es una sucesión de suaves lomas que apuntan a las serranías que la delimitan. Al Sur, Sierra Morena. Al Oeste, la Sierra Sur Suroeste, y más allá el dulce acento portugués, y aún más, el mar, las aguas atlánticas. Después de las lluvias intensas del invierno, el campo ya verdeguea entre los alcornocales y las encinas, que se suceden como un rosario interminable a ambos lados de la carretera. Olivares y viñedos ofrecen altivos la promesa de una buena cosecha en tierras de labranza y jornal.En un valle que aparece como un prodigio entre el paisaje se alza Fregenal de la Sierra, como una blanca sábana tendida al sol tímido del último día de enero. En la parte más alta, como un mirador asomándose a toda la geografía, aparece imponente su castillo bajomedieval, santo y seña de la ciudad. Al recinto se llega ascendiendo por cuestas empinadas de encalados casi insultantes de puro limpio. Aquí, las gentes pintan sus casas cuando baja la Patrona, la Virgen de los Remedios, a visitarlos desde su santuario, distante a seis kilómetros. Después, serán ellos los que cada año acudan el Domingo de Milagros y el Lunes de Romería a honrarla, una semana después del Domingo de Resurrección. Después, a finales de octubre, a los pies de la Virgen se postrarán miles de gitanos, que cantan su fe desde la hondura y la alegría del flamenco al amor de una candela que desafía a la noche.

Entre la blancura que no cesa, pone el contrapunto la piedra recia de la fortaleza, que responde al prototipo de castillo de llanura y está formado por un conjunto de siete torres entre las que destaca, compacta y maciza, la Torre del Homenaje. Completan el conjunto la iglesia de Santa María, levantada en el siglo XIII (aunque reformada en el XVII) y adosada al recinto, al igual que su casa parroquial.El acceso principal del castillo se abre en arco apuntado sobre el que aún se contempla el escudo atribuido a los templarios. Traspasar aquellas puertas es traspasar la historia, imaginar la vida de la ciudad medieval, los cascos de los caballos resonando en el empedrado, los estandartes en alto, la leyenda viva de aquellos caballeros-soldados de Cristo que guardaban a los peregrinos en su caminar hacia Santiago. Es entonces cuando el visitante queda absorto con la aparición ante sus ojos de una plaza de toros ubicada en lo que fuera patio de armas del recinto que, por la armonía del conjunto, parece que fue creado para que alguien, siglos después, proyectase allí uno de los cosos más bellos de España.

Zona superior de los chiqueros con el castillo templario al fondo. Fregenal de la Sierra, una plaza dentro de la muralla.

Entre la blancura pone el contrapunto la piedra recia de la fortaleza, formada por un

conjunto de siete torres entre las que destaca la Torre del Homenaje.

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Del disco“Corazón Torero”

de José Luis del Serranito

Presentado por el periodista Manolo Molés, el Maestro Antoñete,Ortega Cano, Fran Bravo y José Luis del Serranito.

Presentación en GRAN MELIÁ Hotel Colón

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