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1 Artículo publicado en María Inés Tato y Martín O. Castro (compiladores), Del Centenario al peronismo. Dimensiones de la vida política argentina. Imago Mundi, Buenos Aires, 2010 ‘Para combatir ese extraviado prurito del extranjerismo’: políticos católicos, la cuestión nacional y el Consejo Nacional de Educación en torno al Centenario. Martín O. Castro En julio de 1908 el diario católico El Pueblo (en adelante EP) llamaba a combatir los excesos de la fascinación frente a lo extranjero (“ese extraviado prurito de extranjerismo”) y a reaccionar frente a la amenaza del cosmopolitismo que privaban al “organismo nacional” de aquellos rasgos y fisonomía considerados propios. 1 Esta preocupación manifestada por un número de actores católicos -y que involucraba, como intentará mostrar este trabajo, a políticos, prensa y jerarquía eclesiástica- se encontraba en sintonía con aquellos temores y propuestas provenientes de las elites conservadoras que colocaban a la urgencia por provocar una cierta regeneración patriótico-nacionalista en el centro del debate. También reflejaba la continuidad de una tradición esbozada en sectores de la dirigencia católica desde, al menos, finales del siglo XIX y que se había expresado en la participación de notables católicos en asociaciones de carácter cívico patriótico como la Liga Patriótica Argentina de 1898, en los debates de la Asociación Literaria del Plata y en el apoyo de la prensa católica a la “defensa nacional”, ejemplos que revelaban la adscripción a un cierto modelo de nacionalismo cultural. 2 Si para una parte de los intelectuales y políticos argentinos la crisis de 1890 parecía haber dejado expuestos los males de la modernidad -los riesgos de una sociedad heterogénea en constante transformación que, cruzada por la “hibridación y la mezcla” vacilaba en identificar una tradición nacional común- 3 los años previos a la celebración del CONICET- Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”- UNTREF. O. Andrade 92 2do. “5” (1641) Acassuso- Buenos Aires/ Argentina E-mail: [email protected] 1 EP, 12/7/1908 “En defensa del espíritu nacional” 2 Por caso, dos de los principales notables católicos -Emilio Lamarca e Indalecio Gómez- participarían en 1898 de la formación de la Liga Patriótica Argentina constituida durante el conflicto diplomático con Chile. Véase Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas: la construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires, FCE, 2001, p 239. 3 La frase pertenece a Miguel Cané. Los círculos intelectuales parecían expresar una mirada más pesimista sobre este proceso que la de los miembros de la elite política. Véase Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910): derivas de la cultura científica. Buenos Aires, FCE, 2000 pp. 222 y 243; Fernando J. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia. Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 29

Del Centenario al peronismo. Dimensiones de la vida política argentina…historiayreligion.com/wp-content/uploads/2011/12/MCastro... · 2011-12-05 · Natalio Botana, El orden conservador

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1

Artículo publicado en María Inés Tato y Martín O. Castro (compiladores), Del

Centenario al peronismo. Dimensiones de la vida política argentina. Imago Mundi,

Buenos Aires, 2010

‘Para combatir ese extraviado prurito del extranjerismo’: políticos católicos, la

cuestión nacional y el Consejo Nacional de Educación en torno al Centenario.

Martín O. Castro

En julio de 1908 el diario católico El Pueblo (en adelante EP) llamaba a

combatir los excesos de la fascinación frente a lo extranjero (“ese extraviado prurito de

extranjerismo”) y a reaccionar frente a la amenaza del cosmopolitismo que privaban al

“organismo nacional” de aquellos rasgos y fisonomía considerados propios.1 Esta

preocupación manifestada por un número de actores católicos -y que involucraba, como

intentará mostrar este trabajo, a políticos, prensa y jerarquía eclesiástica- se encontraba

en sintonía con aquellos temores y propuestas provenientes de las elites conservadoras

que colocaban a la urgencia por provocar una cierta regeneración patriótico-nacionalista

en el centro del debate. También reflejaba la continuidad de una tradición esbozada en

sectores de la dirigencia católica desde, al menos, finales del siglo XIX y que se había

expresado en la participación de notables católicos en asociaciones de carácter cívico

patriótico como la Liga Patriótica Argentina de 1898, en los debates de la Asociación

Literaria del Plata y en el apoyo de la prensa católica a la “defensa nacional”, ejemplos

que revelaban la adscripción a un cierto modelo de nacionalismo cultural.2 Si para una

parte de los intelectuales y políticos argentinos la crisis de 1890 parecía haber dejado

expuestos los males de la modernidad -los riesgos de una sociedad heterogénea en

constante transformación que, cruzada por la “hibridación y la mezcla” vacilaba en

identificar una tradición nacional común-3 los años previos a la celebración del

CONICET- Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”- UNTREF. O. Andrade 92

2do. “5” (1641) Acassuso- Buenos Aires/ Argentina E-mail: [email protected] 1 EP, 12/7/1908 “En defensa del espíritu nacional”

2 Por caso, dos de los principales notables católicos -Emilio Lamarca e Indalecio Gómez- participarían en

1898 de la formación de la Liga Patriótica Argentina constituida durante el conflicto diplomático con

Chile. Véase Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas: la construcción de la

nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires, FCE, 2001, p 239. 3 La frase pertenece a Miguel Cané. Los círculos intelectuales parecían expresar una mirada más

pesimista sobre este proceso que la de los miembros de la elite política. Véase Oscar Terán, Vida

intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910): derivas de la cultura científica. Buenos Aires,

FCE, 2000 pp. 222 y 243; Fernando J. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina

moderna. Una historia. Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 29

2

centenario de la Revolución de Mayo instalarían conjuntamente las urgencias por

construir a los argentinos y los temores frente al conflicto social. Ciertamente, los

miedos de las elites conservadoras frente a las consecuencias no deseadas del

cosmopolitismo y la cuestión inmigratoria no eran óbice para que aquellos se

entremezclaran con manifestaciones de claro optimismo.4 En este sentido, una

bibliografía profusa ha advertido sobre el carácter dual del Centenario, un escenario que

daría lugar a una mentalidad de balance entre las elites políticas y sociales que

combinaba un clima de euforia por los logros del proceso de modernización con los

temores frente a los efectos no deseados de la inmigración masiva, el denominado

„cosmopolitismo‟ y una percepción de amenaza de desintegración social.5 Reflejos de

esta particular coyuntura eran la Ley de Defensa Social de 1910, represiva respuesta

dirigida a atender al conflicto social, pero también la sanción de una ley electoral en

1912 que se encontraba en la línea del optimismo reformista de Roque Sáenz Peña. Por

otra parte, en el contexto de una sociedad que había experimentado profundas

transformaciones, miembros de la burocracia estatal y de la elite política recurrían a una

amplia difusión de mitos nacionales y símbolos patrióticos para promover la

construcción de una identidad nacional común. Para sectores de la clase política, incluso

la reforma de la legislación electoral podía jugar un papel clave en el proceso de

“nacionalización de las masas”. 6

Hacia finales del siglo XIX este creciente debate en torno a la formación de la

nacionalidad se manifestaría, por ejemplo, en las discusiones parlamentarias sobre el

uso del idioma “nacional” en las escuelas en la década de 1890 o en las iniciativas

dirigidas a atender a la instrucción militar de los ciudadanos. Los intercambios

parlamentarios en torno a las características de la educación estatal son demostrativos de

los deslizamientos operados en la concepción de la educación pública, de un proyecto

de sistema educativo cuyo objetivo principal era la formación de ciudadanos a partir de

la enseñanza de la cultura universal a otro que pretendía forjar una nacionalidad desde la

inculcación del patriotismo y el dictado de cursos en español con contenidos

4 Véase por ejemplo la carta que Juan Agustín García dirige a Luis M. Drago, 4 de mayo 1910, en J. A.

García, Obras completas. Volumen II. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1955, p. 1391. 5 Véase, entre otros, José Luis Romero, Las ideas políticas en la Argentina. Buenos Aires, FCE, 1990;

Natalio Botana, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires,

Hyspamérica, 1985; Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, “La Argentina del Centenario: campo intelectual,

vida literaria y temas ideológicos” en Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, Ensayos argentinos. De

Sarmiento a la vanguardia. Buenos Aires, Ariel, 1997. 6 Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo p. 41

3

“argentinos”.7 Por otra parte, cierto clima nacionalista que permeaba a sectores de la

elite política encontraba su concreción en las políticas de Rómulo Naón, José María

Ramos Mejía y Joaquín V. González desde los Consejos de Educación de las provincias

de Buenos Aires y Córdoba y las universidades de Buenos Aires y La Plata. En este

contexto, se define con perfiles propios la gestión de Ramos Mejía al frente del Consejo

Nacional de Educación (en adelante CNE) caracterizada por un particular cuidado

puesto en el culto a los héroes de la nacionalidad y la liturgia patriótica promovidos en

las escuelas, si bien no sería aquel el creador de la pedagogía cívica que contaba ya

entonces con un lugar en la liturgia pedagógica.8 Intelectual positivista y pionero en la

medicina, Ramos Mejía como buena parte de los intelectuales y políticos argentinos del

período (muchos de ellos influenciados por Psychologie des Foules, escrita en 1895 por

Gustave Le Bon) compartía la preocupación por develar los mecanismos de gobierno de

una sociedad en la cual las “masas” no se sometían a los mecanismos de subordinación

social previos. Pese a que en su libro Las multitudes argentinas (1899) se reconoce la

inspiración que proviene de las interpretaciones de Gustave Le Bon sobre cómo

garantizar el gobierno de una sociedad de masas, Ramos Mejía no coincidiría

completamente con los intelectuales europeos en su análisis pesimista de las supuestas

características peligrosas de la multitud y, aunque estaba lejos de definir a la

inmigración como sinónimo de progreso, propondría procedimientos a partir de los

cuales la educación pública podía influir directamente en el proceso de integración de

los inmigrantes.9 Es, en este sentido, significativo que en su rol como presidente del

CNE Ramos Mejía lanzara campañas nacionales a favor de una educación patriótica que

buscaba convertir a una amplia selección de clases, canciones y rituales en un programa

pedagógico coherente que contribuyera a forjar una firme identidad nacional. Se ha

señalado que la ausencia de un rechazo o resistencia al proyecto de educación patriótica

(la gestión de Ramos Mejía al frente del CNE era su concretización más evidente),

marcaba hasta donde existía un cierto consenso en las elites argentinas acerca de la

7 Sandra McGee Deutsch, Counterrevolution in Argentina, 1900-1932. The Argentine Patriotic League.

Londres, University of Nebraska Press, 1986, p. 43 8 Véase Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. Sobre la “instrumentalización de la historia y la

“nacionalización” de la conciencia histórica, véase Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria.

Historia y política en la Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1995, pp. 42-43 9 Sobre Ramos Mejía véase Terán, Vida intelectual; Carlos Altamirano, “Entre el naturalismo y la

psicología: el comienzo de la „ciencia social‟ en la Argentina”, en Federico Neiburg y Mariano Plotkin

(comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina. Buenos

Aires, Paidós, 2004.

4

necesidad de la misma.10

Si bien la literatura reciente ha llamado la atención sobre cómo

la problemática de la cuestión nacional y la agitación social (y los subsiguientes temores

de las elites conservadoras) favorecerían un reposicionamiento de la Iglesia Católica11

,

la actitud de los católicos (jerarquía eclesiástica, prensa y notables católicos) frente a

aquellos programas sistemáticos de pedagogía patriótica (en particular aquellos

coordinados por Ramos Mejía) permanece como un área a la que los historiadores no

han entrado con similar interés, predispuestos quizás a encontrarse con las habituales

críticas católicas al laicismo escolar. En las páginas siguientes se pretende avanzar en el

análisis de las reacciones de la prensa y actores católicos frente a la gestión de Ramos

Mejía al frente del Consejo Nacional de Educación e indagar en torno a la participación

de políticos católicos en instituciones estatales responsables de la gestión del sistema

educativo durante el breve gobierno de Roque Sáenz Peña. Este trabajo también explora

algunos aspectos de la relación Iglesia/Estado en una coyuntura particular (la del

Centenario) en el que el debate en torno a la introducción de reformas sociales y

políticas convergía con el interés, manifiesto o no, de explicitar una mentalidad de

balance sobre los logros alcanzados durante la república posible. El esfuerzo

secularizador parecía perder impulso en el cambio de siglo (a juzgar por la falta de

sanción de proyectos favorables al divorcio y a la separación de la Iglesia del Estado) y

entre los actores católicos se adivinaban estrategias y discursos que reflejaban inquietud

frente al impacto del “cosmopolitismo” y al lugar de las masas en la sociedad argentina,

temas centrales en el debate político e intelectual de el momento del Centenario. En este

sentido, este trabajo se propone explorar las formas de acción adoptadas por los notables

e instituciones católicas y las perspectivas generadas entre los publicistas católicos ante

las políticas nacionalizantes desarrolladas desde el CNE (y en sentido más amplio ante

las celebraciones del Centenario) en el contexto de la tradicional voluntad de los

católicos por combatir el “laicismo” escolar y de la participación de notables católicos

en los agrupamientos facciosos conservadores de finales de la república oligárquica. Las

vinculaciones de la dirigencia católica con el saenzpeñismo y los eventuales beneficios

que la inserción de los notables católicos en el gobierno nacional podrían significar para

la consecución de una agenda católica son estudiados a la luz de un conjunto de

prácticas individuales e institucionales de la jerarquía católica que evitaban impugnar

10

Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo, p.65. 11

José María Ghio, “La cuestión nacional y la cuestión judía en el pensamiento católico argentino de

principios de siglo”, Working Paper Nro. 4, 1993, p. 8; José María Ghio, La Iglesia Católica en la

política argentina. Buenos Aires, Prometeo, 2007

5

las líneas fundamentales del orden vigente y que priorizaba las preocupaciones comunes

(aunque con fundamentos divergentes en los que se adivinaban modelos de nación

también divergentes) sobre las dimensiones de la “cuestión nacional”.

Educación patriótica, orden social y escuelas particulares.

Se ha sugerido recientemente que en América Latina el proceso de constitución

de un orden laico y la búsqueda de consolidación de los estados nacionales se habrían

dado en consonancia con un proceso paralelo de “…construcción material y simbólica

de la nación”.12

En la Argentina, la expansión de la jurisdicción del gobierno federal en

la década de 1880 se expresaría en el diseño de una serie de instrumentos legales que

perseguían el traspaso de funciones de la esfera eclesiástica a manos del Estado

nacional, la sanción del matrimonio civil y el establecimiento de la supremacía del

estado en el área educativa.13

Desde distintas perspectivas, se ha argumentado que el

debate decimonónico en torno a las delimitaciones del campo educativo, la escuela

como transmisora de valores y las implicancias del impulso secularizador estatal

(preocupaciones reflejadas en la discusión parlamentaria de 1884 previa a la sanción de

la ley de enseñanza común), escondió también coincidencias en torno a los contenidos

de la enseñanza y los dispositivos normativos a ser transmitidos en la escuela pública,

desde el momento que quienes apoyaban o se oponían a la Ley 1420 (que establecía la

enseñanza primaria obligatoria, gratuita y laica) parecían compartir aspectos de la

moralidad cristiana.14

Para los católicos, con todo, el debate en torno al campo

educativo debía reconocer la cuestión más amplia de las relaciones entre la Iglesia y el

Estado, y de los límites de la acción estatal en relación con la sociedad. El conflicto

abierto entre Iglesia y Estado en la Argentina en la década de 1880 ha sido largamente

analizado en una historiografía del período que ha tendido a interpretar a aquel como a

un conflicto fundamentalmente saldado lo que explicaría, primero la reacción política de

12

Elisa Cárdenas Ayala, “La construcción de un orden laico en América Latina. Ensayo de interpretación

sobre el siglo XIX”, en Roberto Blancarte (ed.), Los retos de la laicidad y la secularización en el mundo

contemporáneo. México, El Colegio de México, 2006, p. 90 13

Ezequiel Gallo, “La consolidación del Estado y la reforma política (1880-1914), en Academia Nacional

de la Historia. Nueva Historia de la Nación Argentina. Tomo IV. Buenos Aires, Planeta, 2000. 14

Austen Ivereigh, “The Shape of the State: Liberals and Catholics in the Dispute over Law 1420 of 1884

in Argentina”, en Austen Ivereigh (ed.), The Politics of Religion in an Age of Revival. Londres, University

of London, 2000, p. 167; Lucía Lionetti, “La educación pública: escenario de conflictos y acuerdos entre

católicos y liberales en la Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX”, Anuario de Estudios

Americanos, 63, 1, enero-junio 2006, pp. 104-105.

6

los católicos (con la formación de la Unión Católica en 1884) y, posteriormente, la

escasa significación política católica en las décadas finales del orden conservador.15

Sin

embargo, es posible entrever la continuidad de tensiones entre la Iglesia Católica y

actores estatales durante la primera década del siglo XX en el contexto de un más

amplio debate político e intelectual sobre los alcances de la “cuestión nacional”.16

En

general, para una Iglesia que consideraba que la nación argentina se definía a partir de

sus características intrínsecamente católicas, la indiferencia que percibía en los

mensajes presidenciales hacia los elementos que entendía debían cimentar las bases de

una relación más estrecha entre Iglesia y Estado así como la intención de parte del

estado de fiscalizar la calidad y condiciones de la enseñanza en las escuelas particulares

–propósito manifestado con claridad durante el período de Ramos Mejía al frente del

CNE- constituían motivos permanentes de preocupación. Por otra parte, los intentos de

algunos notables católicos por constituir partidos políticos identificados con una cierta

visión católica de la política, la participación de algunos de ellos en la Unión Nacional y

el gobierno de Roque Sáenz Peña y las polémicas con respecto a las políticas

„secularizadoras‟ adoptadas desde el CNE, reeditarían los agitados intercambios sobre

los efectos de la secularización de la sociedad (civil y política) y sobre los límites entre

el estado y la sociedad (lo privado y lo público).17

Con todo, es importante señalar que,

pese a las reacciones adversas de diversos actores católicos como la Liga de Enseñanza

o la prensa católica (aunque aquí con matizaciones) hacia lo que se interpretaba como

avances del estado “sectario” sobre la gestión privada de la enseñanza, las resoluciones

de la tercera reunión trienal del Episcopado Argentino en 1909, se dirigirían más bien a

evitar una confrontación directa con el Estado en esta área exhortando a los maestros

católicos a obtener aquellos diplomas requeridos por el CNE y a las escuelas

particulares a incorporar los establecimientos educativos a los Colegios Nacionales o

Escuelas Normales a fin de obtener los títulos correspondientes.18

Este tipo de

resoluciones parecen confirmar el perfil de una institución eclesiástica preocupada por

15

Nestor T. Auza, Católicos y liberales en la generación del ochenta. Ediciones Culturales, Buenos

Aires, 1981; Ivereigh, “The Shape of the State. 16

Véase Martín O. Castro, “Nacionalismo, cuestión religiosa y secularización política en la Argentina a

comienzos del siglo XX: 1900-1914”, Revista Bicentenario. Revista de Historia de Chile y América,

Volumen 8, 1, Santiago, 2009, (en prensa) 17

Martín O. Castro “Los católicos en el juego político conservador de comienzos del siglo XX:

reformismo electoral, alineamientos partidarios y fragilidad organizativa, 1907-1912”, Desarrollo

Económico, Vol. 49, Número 193, 2009 18

Véase las resoluciones 11 y 12 de la Tercera reunión trienal del Episcopado Argentino. Pastoral

Colectiva acerca de la fundación de la Universidad Católica, 12 de mayo de 1909, en

http://www.cea.org.ar/06-voz/documencea/primeros.htm

7

reforzar su crecimiento institucional y en mejorar sus canales de comunicación con una

clase política que comenzaba a interpretarla como a una fuerza potencial de control

social y como una aliada frente a potenciales peligros de convulsión social.19

En este

sentido, un conjunto variado de actores católicos encontrarían un territorio compartido

con intelectuales y políticos conservadores en la identificación de preocupaciones

similares: el impacto del “cosmopolitismo”, el “materialismo” y su conexión con la

llamada cuestión nacional.

Un breve examen de las editoriales y artículos dedicados por la prensa católica a

la gestión de Ramos Mejía resulta importante para entender los límites y alcances de

aquel potencial territorio compartido. Son significativas en este contexto las reacciones

favorables frente a las estrategias pedagógicas patrióticas promovidas por Ramos Mejía.

El CNE había adquirido en el pasado las características de un actor clave en la

transmisión de ideas “nacionalistas” a partir de los diseños de los planes de estudio.20

En este sentido, no es sorprendente que discursos nacionalizantes hubieran sido parte de

la gestión del predecesor de Ramos Mejía en el cargo de presidente del CNE, Ponciano

Vivanco, quien no escaparía a las fuertes críticas de la prensa católica porteña acusado

de favorecer la difusión de tendencias “nocivas” perseguidas por burócratas

normalistas y de permitir el nombramiento de “profesionales de comité” en las

instituciones educativas.21

Sin embargo, con Ramos Mejía al frente del Consejo, se

experimentaría no sólo una profundización a nivel de ceremonias y rituales, sino

también en lo concerniente a los contenidos de los planes de educación primaria y en la

preocupación manifestada por la enseñanza de la historia y la geografía argentina.22

En

este contexto, y a pesar de que la trayectoria previa de Ramos Mejía parecía

encaminarlo hacia un enfrentamiento con los sectores católicos activos en el campo

educativo, sus primeros tiempos al frente del CNE y la importancia de la intensificación

de la educación patriótica reflejada en diversas disposiciones del organismo, serían

recibidos con beneplácito por diversos actores católicos que se expresaban a través de

19

Véase David Rock, “Antecedents of the Argentine Right”, en Sandra McGee Deutsch y Ronald H.

Dolkart (eds.), The Argentine Right. Its History and Intellectual Origins, 1910 to the Present.

Wilmington, SR Books, 1993, p. 22. 20

Gallo, “La consolidación…”, p. 515 21

LVI, 14/2/1908 y EP, 31/1/1908 22

Para un análisis de los planes y diferentes contribuciones de los presidentes del CNE a la educación

patriótica véase Carlos Escudé, El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología. Buenos Aires,

Editorial Tesis, 1990 y James R. Scobie, Buenos Aires. Del centro a los barrios. 1870-1910. Buenos

Aires, Solar, 1986, p. 310 El CNE comisionaría una serie de investigaciones dirigidas a estudiar la

manera en que los estados europeos disponían de la enseñanza de la historia como herramienta dirigida a

difundir el sentimiento nacional. Véase Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, P. 40

8

los diarios La Voz de la Iglesia, El Pueblo y la misma Revista Eclesiástica del

Arzobispado de Buenos Aires. Estas publicaciones que, aunque en diversos grados,

podían exhibir apoyos en la Iglesia jerárquica no reflejarían con todo una visión

uniformada de la labor desempeñada por Ramos Mejía entre 1908 y 1913. Es, por otra

parte, importante señalar que (como se desarrollará en la segunda parte de este trabajo)

a pesar de que los años finales de la gestión de aquel en el CNE estarían enmarcados por

la polémica con un notable católico (Joaquín Cullen –presidente del partido de

inspiración católica Unión Patriótica-, lo que le aseguraría al presidente del Consejo la

enemistad del principal diario católico porteño, El Pueblo), sin embargo entre su

designación a comienzos de 1908 y el Centenario, los medios periodísticos católicos

presentarían una imagen de su gestión en la que se destacaban los rasgos positivos, si

bien con matices importantes que a su vez diferenciaba a aquellas publicaciones entre sí.

Un análisis de los dos principales exponentes de la prensa católica porteña

sugiere una cierta diferenciación en el interior del campo periodístico católico en lo que

concernía a las interpretaciones sobre la vida política de la república oligárquica: por

una parte La Voz de la Iglesia demostraba una mayor complacencia hacia el régimen

conservador y se manifestaba más ambigua frente a los proyectos de transformación

institucional del orden conservador; en cambio, El Pueblo se constituiría en vocero

activo de las iniciativas políticas católicas del período (la Unión Patriótica, las Uniones

Electorales y el Partido Constitucional) y en un constante crítico de las estructuras

clientelares manejadas por „políticos profesionales‟.23

Matices importantes también se

advierten en el tratamiento que ambos darían a las políticas adoptadas por Ramos Mejía.

LVI prefería ver en el autor de Rosas y su tiempo a un intelectual que, si bien presentaba

“antecedentes liberales”, estaba lejos de ser un “sectario” o un “fanático” y del que se

esperaba reconociera el valor de la religión en el mantenimiento del orden social e

introdujera modificaciones en los equipos técnicos del Consejo.24

Es significativo que,

aún cuando estos últimos aspectos se verían claramente desmentidos por el desempeño

de Ramos Mejía, LVI optara con todo por privilegiar el “carácter nacional” del proyecto

adoptado por el CNE, considerado esencial en un “país de inmigración”, apoyando con

determinación la nacionalización de la conciencia histórica (aún cuando esto no

impidiera a los escritores católicos subrayar la importancia del clero en la formación de

23

Véase, por ejemplo, LVI, 12/4/1910. LVI saldría a la calle hasta octubre de 1911 en que dejaría su lugar

al periódico La Tradición. Véase EP, 13/10/1911. Sobre la Unión Patriótica véase Castro, “Los católicos

en el juego político conservador” 24

LVI, 28/1/1908.

9

la nacionalidad argentina) y las medidas a ella asociadas: las instrucciones oficiales

sobre la enseñanza de la historia, la cuidadosa atención a la liturgia patriótica o la

uniformización de los textos escolares. Es revelador que en 1909 (cuando ya había

adquirido connotaciones de importancia el enfrentamiento entre la Liga Católica de

Enseñanza y el CNE) la hoja periódica se demostrara favorable a la continuidad de

Ramos Mejía al frente del Consejo y que en 1910 incluso apoyara una posible

candidatura de aquel a la senaduría por la Capital Federal.25

A diferencia de La Voz de la Iglesia, quienes escriben en EP expresarían

tempranamente sus diferencias con las resoluciones del CNE bajo la gestión de Ramos

Mejía (críticas centradas en la expansión del “normalismo clerófobo” y la aludida

erosión de la libertad de enseñanza), si bien descubrirían también una coincidencia

básica con el diagnóstico esbozado por el presidente del Consejo: “No es posible

disentir, ciertamente, con la idea generatriz de las medidas que nos ocupan. El

cosmopolitismo que por todas partes nos invade, unido a las tendencias mercantiles y

egoístas de la población exótica,…constituyen un verdadero peligro para el porvenir de

la nacionalidad....”26

Es revelador que, de manera similar a lo expresado por la Revista

Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires (en adelante REABA) y por la Liga

Católica de Enseñanza, las divergencias más importantes se correspondieran no con el

concepto de educación patriótica sino con lo que se consideraba era un avance del

estado sobre la gestión privada de la enseñanza, en particular se rechazaba la necesidad

de los directores y maestros de escuelas privadas de contar con título habilitante, una

disposición que se interpretaría como atentatoria de la libertad de enseñanza.27

Con

todo, también se encuentra en EP una crítica secundaria dirigida a la concepción del

patriotismo reflejada en la política educativa del CNE, por cuanto ésta parecía tomar las

formas de un adoctrinamiento basado en la expresión de sentimientos exaltados antes

que en un proceso educativo que necesariamente reclamaba de tiempo. Pero a los ojos

de la prensa católica en su conjunto, estás críticas hacia algunos aspectos de la

educación patriótica no quitaban mérito a la tarea emprendida por el ex director del

25

LVI, 23/6/1909; LVI, 28/1/1910. Conocemos poco sobre posibles contactos entre Ramos Mejía y el

diario católico si bien parece singular que un Instituto Frenopático dirigido por José María Ramos Mejía

especializado en la “curación de enfermedades nerviosas y mentales” publicara regularmente sus avisos

en LVI. Véase por ejemplo, LVI, 2/3/1909 26

EP, 10/10/1908 27

REABA, 1909, p. 249. Valiéndose de una cláusula de la ley de 1884, el CNE consolidaría el control

sobre las escuelas privadas a través de las listas de maestros que aquellas debían elevar para su

autorización ante el Consejo y a partir de la implementación de exámenes para aquellos maestros sin

títulos habilitantes. Véase J. Scobie, Del centro a los barrios., p. 310.

10

Departamento de Higiene. En efecto, y en medio de la campaña de la Liga Católica de

Enseñanza por promover la inconstitucionalidad del decreto del CNE sobre la

preparación académica de los docentes privados y la libertad de enseñanza, EP se

permitiría insistir sobre la validez de las estrategias pedagógicas patrióticas promovidas

por Ramos Mejía.28

En todo caso, los esfuerzos de la prensa católica se dirigirían

alternativamente a elogiar el alcance positivo de los contenidos y profundidad de la

educación patriótica practicada en las escuelas católicas en comparación con aquel

practicado en escuelas promovidas por comunidades de inmigrantes, en particular las

escuelas “israelitas”.29

En 1908 Ramos Mejía presentaría ante el Ministerio de Justicia e

Instrucción Pública un extenso informe en el que se puntualizarían los resultados

considerados deficitarios de las escuelas privadas sostenidas por comunidades

extranjeras en términos de “argentinización” y se impulsaba el empleo de maestros

argentinos en la tarea de “…infiltrar en el corazón de los escolares…el sentimiento del

deber y del amor a la patria.”30

Miembros de la dirigencia y prensa católica coincidirían

con Ramos Mejía en señalar el carácter disruptivo de las escuelas “extranjeras” en la

formación del carácter nacional, pero avanzarían hacia una concepción unívoca del

patriotismo (aquella que lo asociaba de manera inseparable con la religión católica) en

línea con las conclusiones de las reuniones del Episcopado argentino que postulaban un

entramado entre nacionalidad, “civilización cristiana” y “estabilidad del orden social”.31

En ese sentido, las reuniones entre representantes de comités escolares católicos y

Ramos Mejía, las campañas de la prensa católica y los desfiles de colegios católicos

(“manifestaciones patrióticas”) procurarían instalar la idea de que los establecimientos

educativos católicos constituían “el mejor medio de combatir las ideas exóticas y

anarquistas que tratan de infiltrarse e inficionar nuestro puro y sano ambiente

social…”32

Si como se ha señalado la concepción del patriotismo como religión parecía

permear al movimiento de educación patriótica, podría presumirse que estas referencias

28

EP, 23/12/1908. 29

LVI, 22/3/1910. 30

Consejo Nacional de Educación, La educación común en la República Argentina. Primer Informe

presentado al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública por el Presidente del Consejo, Buenos Aires,

1910, p. 145. 31

Véase Tercera Reunión Trienal del Episcopado Argentino, Pastoral Colectiva acerca de la fundación

de la Universidad Católica, 1909 y Con motivo del Centenario, mensaje del Arzobispo de Buenos Aires,

1910, en http://www.cea.org.ar/06-voz/documencea/primeros.htm 32

“Religión y patriotismo. Los colegios católicos y el Estado”, EP, 23/5/1909. En 1913, tres mil alumnos

de colegios salesianos desfilarían ante el Vicepresidente Victorino de la Plaza y ante el Presidente y

miembros del CNE. Véase REABA, 1913, p. 646.

11

al “culto de la Patria” –ya presentes por otra parte en La Restauración Nacionalista de

Ricardo Rojas-33

generarían reticencias entre la prensa católica. Sin embargo, las

exageraciones de la educación patriótica no harían mella en el apoyo brindado por LVI

a la gestión de Ramos Mejía y así el diario cercano a la curia porteña argumentaría que

las resoluciones del CNE sobre la educación patriótica no implicaban una amenaza para

los “intereses religiosos” por cuanto no se trataba de “derrocar afectos sagrados” sino de

incorporar “al corazón y al espíritu del niño…otro afecto igualmente noble y digno: el

amor a la patria…”34

En medio de las celebraciones del Centenario y en el año del

Primer Congreso Pedagógico Católico, es posible interpretar a estos difíciles ejercicios

de equilibrio a los cuales se dedicaba la prensa católica de Buenos Aires como

expresión de las limitaciones y ambigüedades de una más amplia estrategia de la Iglesia

Católica (pero también de parte del Estado) que buscaba una incorporación plena en el

conjunto de los baluartes del orden social, como guardiana eficaz de la nacionalidad

frente a las amenazas del cosmopolitismo y de la falta de cohesión social.35

Las expresiones de la prensa católica en relación a los proyectos de educación

patriótica pueden ser consideradas parte de un clima más amplio que involucraba a otros

actores del mundo católico que favorecían un programa de argentinización y que

procuraban subrayar lo que los ligaba al universo conservador sin renunciar por ello al

diseño de iniciativas dirigidas a expandir la influencia católica sobre la sociedad

argentina. Los políticos católicos que pretendían un lugar en el universo faccioso de

finales del régimen oligárquico afirmaban respetar los principios de cierta corriente de

„liberalismo constitucional‟ que asegurara, sin embargo, las prerrogativas de la Iglesia

Católica argentina.36

Esto no obstaba para que intelectuales y prensa católica asociaran

el proceso de secularización propiciado por el liberalismo con el surgimiento de

crecientes conflictos sociales.37

En este caso, el terreno común compartido con las elites

conservadoras se encontraría no en la denostación de la sociología positivista o en las

críticas a las “teorías darvinianas”38

(SIC), sino en el rechazo a “la necesidad objetiva de

33

El trabajo de Ricardo Rojas era fruto (como también lo sería el de Ernesto Quesada, La enseñanza de la

historia en las Universidades alemanas) de las misiones europeas encargadas por el CNE. Véase Escudé,

El fracaso pp. 48-49. 34

LVI, 20/10/1908 35

Véase Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia Argentina. Desde la Conquista hasta

fines del siglo XX. Buenos Aires, Mondadori, 2000, p. 352. 36

E. Lamarca a R. Sáenz Peña, 9/7/1909, Academia Nacional de la Historia Fondo Roque Sáenz Peña

(en adelante ANH FRSP), legajo 21. 37

Eduardo Zimmermann, Los liberales reformistas: La cuestión social en la Argentina, 1890-1916.

Buenos Aires, Sudamericana, 1995, p. 52 38

“La bancarrota del darwinismo”, LVI, 16/2/1910

12

la lucha de clases” y a los “elementos anárquicos” que amenazaban “destruir los

cimientos de la nacionalidad”.39

En este sentido, la prensa católica no solo vería

favorablemente aquellas políticas educativas que combatieran al “extranjerismo” y

fortalecieran al “espíritu nacional” sino que también coincidiría con aquellos sectores de

la clase política que promovían leyes de represión del anarquismo y de las sociedades

obreras de resistencia. Pese a la cobertura que el periodismo católico efectuaba de los

progresos de los Círculos de Obreros y de la aparición de otras asociaciones católicas

tendientes a la organización de gremios y corporaciones profesionales (expresiones de

formas del catolicismo social como la Liga Democrática Cristiana y la Liga Social

Argentina), las hojas católicas en el momento del Centenario expresarían sus dudas ante

la presencia de razones estructurales que justificaran la existencia de una cuestión social

en la Argentina y profundizarían el acercamiento a los sectores más conservadores de

las elites dirigentes.40

Los festejos del Centenario coincidirían con una creciente

movilización obrera, aumento en el número de huelgas e intensificación en la

organización de los sindicatos. En 1909 socialistas y anarquistas habían convocado -por

primera vez de manera conjunta- a una huelga general en repudio a la muerte de

trabajadores anarquistas a manos de la policía en mayo de ese año.41

Los Círculos de

Obreros católicos se opondrían a la convocatoria y, de manera similar a la prensa

católica, aprobarían la represión policial posterior como “reacción lógica de legítima

defensa ante un desacato violento, sedicioso y subversivo”.42

En mayo de 1910, los

anarquistas (esta vez sin el apoyo del socialismo) decidirían llamar a una huelga general

contra la ley de Residencia, en coincidencia con el Centenario.43

El gobierno de Jóse

Figueroa Alcorta rechazaría las demandas anarquistas y, argumentando que la huelga

general conspiraba contra el éxito de las celebraciones, declararía el estado de sitio. Las

masivas demostraciones anarquistas y su coincidencia con las fiestas previstas

provocarían temor en sectores de las clases propietarias, una irrupción de

manifestaciones nacionalistas y violentos enfrentamientos entre estudiantes y

huelguistas. Policías y miembros de instituciones de clases altas lanzarían ataques

contra el periódico socialista La Vanguardia y el anarquista La Protesta. La vorágine

39

LVI, 9/1/1909; LVI, 13/4/1910. 40

“Contra el Centenario”, EP, 1/4/1910 41

Véase Jeremy Adelman, “The Political Economy of Labour in Argentina”, 1870-1930”, en Jeremy

Adelman (ed.), Essays in Argentine Labour History, 1870-1930. Londres, Macmillan, 1992, pp. 19 42

LVI, 8/5/1909 43

Ricardo Falcón, “Immigrants, Anarchists and General Strikes (1900-1910) en Ronaldo Munck (et al.),

Argentina: From Anarchism to Peronism.Workers, Union and Politics, 1855-1985.London, Zed Books,

1987, p. 51.

13

nacionalista también se expresaría en ataques antisemitas en el barrio del Once. 44

Significativamente, el diario católico LVI expresaría su coincidencia plena con la acción

de los grupos parapoliciales formados para colaborar con el Jefe de policía, Luis

Dellepiane, en la tarea de contrarrestar los efectos de la llamada “huelga del

centenario”: “Las batidas que se han llevado a los fondos sociales para limpiarlos un

poco de la escoria moral,…podría ser el principio del fin que se anhela, que el

patriotismo reclama…”45

Estos comentarios se encontraban en sintonía con los

lineamientos editoriales predominantes entre la prensa católica porteña de comienzos

del siglo XX que definía al “sentimiento argentino” como “fuerza conservadora de la

entidad nacional” e identificaba discursivamente a una serie de enemigos (anarquismo,

socialismo, el “peligro judío”) que, sin reconocer patria alguna, se manifestaban

ansiosos por “…trasplantar a nuestro medio procedimientos y sistemas exóticos…”46

Por otra parte, los diarios católicos del periodo enfrentados al “cosmopolitismo

sectario” interpretarían a la sociedad argentina como a una sociedad mayoritariamente

católica y afirmarían de manera inequívoca la validez de la asociación entre fe religiosa

y patriotismo, junto con la necesidad de avanzar en una reforma del sistema político que

limitara el control de los políticos “liberales” sobre la administración pública y los

recursos del Estado.47

Una de las expresiones mas claras de esta asociación entre

religión y patriotismo serian los relatos de la prensa y publicistas católicos que buscaban

establecer correlaciones entre la participación del clero en la revolución de mayo de

1810 y los aludidos orígenes de la nacionalidad argentina.

Se ha señalado que es a partir de 1910 cuando se comienza a reparar

sistemáticamente en el ámbito católico en la contribución de la Iglesia en el movimiento

revolucionario de mayo.48

Esbozos de estos cambios en el discurso católico pueden

advertirse con anterioridad en la prensa y publicística católica de los años previos al

Centenario. Los intentos por instalar una reconstrucción del pasado que ofreciera una

asociación privilegiada entre identidad nacional y religión católica, no eran ciertamente

44

McGee Deutsch, Counterrevolution in Argentina, pp. 35-37. Se pudieron constatar saqueos y ataques

en contra de rusos judíos y asociaciones socialistas judías. El Club israelita dirigió una carta a Figueroa

Alcorta instándolo a que impidiera que expresiones de aversión antisemita “notada últimamente en el

ánimo popular” se extendieran entre la sociedad, 20 de mayo de 1910, en Archivo General de la Nación,

Fondo José Figueroa Alcorta Legajo 29. 45

LVI, 15/5/1910 46

EP, 21/11/1908. Véase también “¿Por quien votan los judíos?, LVI, 3/10/1908. 47

Martín Castro, “Los católicos en el juego político conservador” 48

Roberto Di Stefano, “De la teología a la historia: un siglo de lecturas retrospectivas del catolicismo

argentino”, Prohistoria, 2002.

14

novedosos pero, como lo demuestra la reimpresión de un breve relato de Isaac Pearson

(aparecida en 1896 y reimpreso en 1908 por la imprenta del diario EP), la coyuntura

celebratoria precedente al Centenario presentaba un escenario ideal para una querella de

la nacionalidad, en la cual prensa y escritores católicos podían proponer los bases

fundamentales presentes en los orígenes de la nacionalidad: concretamente estos se

reducirían a los lazos estrechos entre la fe que había hecho “…del salvaje un hombre y

del hombre un ser digno…” y “la espada [de los ejércitos revolucionarios] que convirtió

el ensueño en hecho, levantando una nueva bandera sobre los horizontes amplios de la

libertad.”49

Por otra parte, la prensa católica de la ciudad de Buenos Aires (tanto LVI

como EP) subrayarían el rol del clero en los acontecimientos de mayo parafraseando a

Bartolomé Mitre (“la revolución de mayo fue obra de los abogados y de los frailes”) y

denostando las prácticas innobles de los “caballeros reformadores de relumbrón” que

perseguían el objetivo de introducir “ideas y planes extraños a la propia tradición…”50

En un periodo marcado por la renaciente actividad política de los notables católicos con

la formación de la Unión Patriótica en 1907 y la incorporación de aquellos en la

coalición saenzpeñista Unión Nacional, la participación de representantes del clero en el

periodo de la emancipación podía incluso constituir un argumento en favor de la

existencia de “partidos políticos…con bandera religiosa”51

Ciertamente, esta nueva

interpretación historiográfica de tono católico se comprendía en el contexto del rechazo

de los actores católicos hacia el lugar marginal que el liberalismo decimonónico había

establecido para la Iglesia Católica.52

Estas transformaciones en el discurso católico

recibirían confirmación a comienzos de 1909 en la formalización del proyecto (nunca

concretado) de levantar un monumento al “clero patricio” y en los discursos del

Episcopado hechos públicos con ocasión del Centenario y que buscaban instalar la idea

de una directa correspondencia entre “la acción benéfica de nuestro primitivo Clero

Nacional” y su “…su influencia decisiva en la marcha triunfal de los acontecimientos

que iban perfilando nuestra Nacionalidad”53

En este sentido, la obra del capellán militar

Agustin Piaggio (Influencia del clero en la Independencia Argentina (1810-1820), se

inserta dentro de una serie de iniciativas que buscaban reforzar aquella correspondencia

49

Isaac Pearson, Patria. Buenos Aires, Imprenta de El Pueblo, 1908 (1era. Edición 1896), p. 447. Este

texto formaba parte de la llamada Biblioteca selecta del Hogar ofrecida en las páginas del periódico EP. 50

LVI, 19/3/1908. 51

EP, 14/11/1908. 52

Di Stefano, “De la teología a la historia 53

LVI, 30/3/1909. LVI había sugerido el proyecto en una editorial de marzo de 1908. LVI, 19/3/1908.

Vease el discurso del Arzobispo de Buenos Aires, http://www.cea.org.ar/06-

voz/documencea/primeros.htm

15

entre fe religiosa y patriotismo: la misa de conscriptos y oración patriótica propuesta en

1909; las negociaciones para que la Comisión oficial del Centenario incluyera al

“monumento al Clero” entre la serie de monumentos a ser levantados previos a los

festejos; los esfuerzos para que la Virgen de Lujan fuera reconocida como “madre del

nacionalismo argentino”.54

Si el Centenario constituyó una coyuntura ideal para dirimir una “querella por la

nacionalidad”, la Iglesia Católica procuraría recurrir a un conjunto de instrumentos que

contribuyeran a situar en un lugar prominente al aporte de la idea religiosa a la

estabilidad del orden social y a la identidad nacional. Los acercamientos entre la Iglesia

Católica y las elites conservadoras (de las cuales sólo una reducida sección se identifica

plenamente con el catolicismo) mostrarán toda su evidencia en el apoyo de las

organizaciones católicas a los festejos del Centenario y en las convocatorias de las

asociaciones de trabajadores católicos a ocupar la calle frente a la amenaza de la huelga

general lanzada por la corriente anarquista. La oración patriótica de Monseñor Miguel

De Andrea de junio de 1910 esbozará los lineamientos básicos de este “…dialogo con

las elites de la Republica que ha sido secularizadora...”55

y contendrá los elementos de

un proyecto de alianza que, propuesto desde el ámbito católico, intentará hacerse

efectiva con la formación del Partido Constitucional en 1913.56

A los ojos de al menos

una parte de la prensa y dirigencia católica la presencia en la peregrinación al Santuario

de Lujan en mayo de 1910 de “representaciones de todas las fuerzas vivas, que integran

la nacionalidad argentina, desde el superior gobierno hasta el obrero cristiano”57

expresaba la creciente receptividad que su prédica encontraba entre las elites de la

república, era ejemplo de la asociación estrecha entre religión y patriotismo, y advertía

sobre las posibilidades crecientes de disputar la calle a anarquistas y socialistas.

Creciente receptividad no equivalía, sin embargo, a éxito definitivo y si, como el

sacerdote Gustavo J. Franceschi señalaba, la ubicación de la Iglesia Católica entre las

defensoras del orden social había significado la aprobación de parte de la sociedad

54

LVI, 11/3/1909; LVI, 11/5/1909; 14/5/1910. La obra de Piaggio había sido premiada por la Academia

Literaria del Plata en 1910 y seria publicada en 1912 en Barcelona. 55

Tulio Halperin Donghi, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930). Buenos Aires, Ariel,

2000, p. 125. Sobre la participación de la Iglesia Católica en los festejos del Centenario, véase María

Elida Blasco, “La tradición colonial hispano-católica en Luján. El ciclo festivo del Centenario de la

Revolución de Mayo”, Anuario del IEHS 17 (2002). 56

Sobre el Partido Constitucional véase Martín O. Castro, “Partidos „católicos‟, educación patriótica y

cuestión nacional en la Argentina, 1908-1914”, XV Congreso Internacional de AHILA, Leiden, agosto de

2008 57

EP, 16-17/5/1910

16

porteña, el periodismo liberal y los “políticos profesionales” podían rápidamente

desandar algunos de los pasos dados en dirección a aquella alianza tentativa.58

Si estas

prácticas y estrategias de acercamiento de los católicos sugieren la identificación de

áreas de convergencia con sectores de la elite política y social de finales del orden

conservador, las contradicciones y ambigüedades que se evidenciarían en el discurso

católico en referencia a la política educativa de Ramos Mejía (la aceptación de la

pedagogía patriótica y el sentimiento nacionalista; los temores frente a un avance

secularizador) hablan también de la complejidad y limitaciones de aquellas relaciones

que mostrarían todo su alcance en el fracaso del proyecto más ambicioso de la

dirigencia católica en el área educativa (la formación de una Universidad Católica),

imposibilitada ésta de expedir títulos reconocidos a partir de la resolución desfavorable

del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho. 59

Ligas electorales, controversias escolares y laicismo.

Los proyectos de creación de partidos políticos “católicos” (concretados o no)

entre 1880 y 1912 habían tropezado con serias dificultades en erigirse en polos

unificadores de los católicos dispersos en el universo faccioso del orden conservador,

encontrando mayores posibilidades de éxito en aquellas coyunturas en las cuales -por

sus características intrínsecas de crisis o de mayor fluidez política- se percibían

condiciones favorables al establecimiento de alianzas a partir de la exacerbación de las

divisiones internas del Partido Autonomista Nacional (en adelante PAN). La oposición

al predominio político de Julio A. Roca ubicaría a los notables católicos entre aquellas

facciones opositoras al régimen y los acercaría, a veces circunstancialmente, a sectores

liberales de la elite política (por caso, el mitrismo) en el contexto de coaliciones laxas

como los Partidos Unidos en 1885 o incluso la Unión Cívica en 1890. Esta política de

alianzas generaría tensiones y fracturas entre los notables católicos y preanunciaría

problemáticas de más largo alcance (fundamentalmente el constante debate interno

58

Vease Gustavo J. Franceschi, “Impresiones sobre la Semana de Mayo”, REABA, 1910, p. 493 y ss. 59

Sobre el proyecto de fundar una universidad católica y la articulación entre el mundo católico y el más

amplio de las elites políticas de comienzos del siglo XX véase Fernando J. Devoto, “Atilio Dell‟Oro

Maini. Los avatares de una generación de intelectuales católicos del centenario a la década de 1930,

Prismas, N 9, 2005, p. 188

17

sobre la validez de los acercamientos con sectores antirroquistas del PAN) que

resurgirían con particularidades propias en la coyuntura del Centenario. 60

A finales de la primera década del siglo XX las estrategias y prácticas de los

católicos en relación al aparato burocrático del estado se verían en buena medida

favorecidas (y condicionadas) por la fluidez del escenario político (consecuencia del

debilitamiento progresivo del roquismo) y por la proximidad manifestada entre un

grupo de notables católicos y el saenzpeñismo entre 1909 y 1912. En efecto, los

principales dirigentes de la Unión Patriótica y otros notables católicos con trayectoria en

organizaciones e iniciativas laicales (Emilio Lamarca e Indalecio Gómez entre otros) se

involucrarían activamente en la constitución de la coalición saenzpeñista Unión

Nacional en 1909, beneficiados del proceso de desintegración del predominio político

del roquismo y del ascenso de aquellas facciones anteriormente marginadas por la

maquinaria política roquista. En un proceso que tendría correlatos a nivel provincial, los

notables católicos convergerían con otras facciones en su apoyo al programa de Sáenz

Peña que perseguía acabar con el control de los mecanismos de gobierno de parte de los

“profesionales de la política” y reinstalar a los “apellidos de tradición respetable” en

posiciones relevantes del proceso de toma de decisión política. En definitiva, un

proyecto que perseguía la conformación de una nueva elite política, o en un sentido más

limitado, la redefinición de los límites de la vieja elite política a través de la inclusión de

aquellos que habían sido desplazados durante la era roquista. En este sentido, la

participación de los notables católicos se da como parte del proyecto más amplio de

Sáenz Peña que busca incentivar la participación política de las clases altas

tradicionalmente reticentes a involucrarse en la política electoral.61

Notables y prensa

católica porteña coincidían con el diplomático argentino y candidato presidencial en sus

críticas a las máquinas políticas y a las estructuras clientelares, y señalaban el desigual

desarrollo de las instituciones políticas en comparación con el alcanzado por la sociedad

civil, actitud por otra parte común a diversas corrientes reformistas en el cambio de

siglo. Con todo, en el caso de la prensa católica tal discurso crítico se dirigiría a señalar

los pecados de origen de unas “minorías audaces” que se hacían del control del estado

60

Castro, “Los católicos en el juego político conservador” . Sobre la participación de los católicos en las

coaliciones de la década de 1880 y en la Unión Cívica véase Paula Alonso, Entre la revolución y las

urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años 90. Buenos Aires,

Sudamericana, 2000 61

Martín O. Castro, “Liberados de su „bastilla‟: saenzpeñismo, reformismo electoral y fragmentación de

la elite política en torno al Centenario”, Entrepasados, Nro. 31, junio de 2007; Martín O. Castro,

Factional Struggle, Political Elites and Electoral Reform in Argentina, 1898-1912, Tesis doctoral,

Universidad de Oxford, 2004.

18

con el objeto de imponer medidas legislativas secularizadoras y liberales sobre una

sociedad, se argumentaba, fundamentalmente católica.62

Si desde un comienzo el ingreso de los católicos en la Unión Nacional no dejaría

de suscitar reacciones en el seno de la laxa coalición de parte de aquellos preocupados

por salvaguardar la tradición secular y liberal de las elites políticas argentinas frente a

los avances del partido „clerical‟, la distribución de cargos políticos entre aquellos que

demostraban lazos estrechos con la Iglesia Católica provocaría controversias no sólo en

el interior del gobierno de Sáenz Peña, sino también entre representantes de la prensa

„liberal‟ y entre los asistentes a los debates parlamentarios. Dos incidentes dejarían ver

con claridad estas reacciones frente a lo que algunos consideraban como un avance de la

“influencia de la sotana”: por una parte movimientos locales en la provincia de Buenos

Aires que impugnaban a figuras eclesiásticas también locales; por la otra, las

interpelaciones a los ministros católicos del gabinete de Sáenz Peña, en particular al

Ministro de Instrucción Publica, Juan M. Garro. En efecto, en enero de 1911, la prensa

porteña (católica y “liberal”) informaba sobre la constitución de un movimiento local en

San Isidro que, con el apoyo de diversos clubes “librepensadores” de la capital federal,

se movilizaba para protestar contra la decisión de la justicia de absolver al cura párroco

acusado de aplicar castigos físicos a un niño que participaba de las actividades de la

parroquia. Entre movilizaciones callejeras anticlericales y el apoyo de las familias

tradicionales de la zona a la figura del párroco cuestionado,63

el movimiento se diluía de

manera similar a otros menos organizados que expresaban, a los ojos de El Pueblo,

expresiones de la “turba” , “…expansiones o desahogos del liberalismo…”64

El diario

La Mañana, por el contrario, si bien señalaba el resurgimiento de la propaganda

anticlerical (expresado en algunos incidentes de carácter local y en la aparición de

publicaciones anticlericales como el semanario La Sotana), sin dramatismos negaba la

existencia de una “cuestión religiosa” que se explicara a partir de una nueva campaña

“divorcista” o de proyectos por establecer una separación de la Iglesia del estado, e

interpretaba a las reacciones anticlericales como una respuesta a la presencia de dos

conocidos católicos en posiciones de responsabilidad política: “No hay en la república

una cuestión religiosa, ni podrían hacerla ni un vicario infiel o un liberalismo exótico y

62

EP, 15/2/1908. 63

Véase La Mañana (en adelante LM), 3/2/1911 y EP, 3-4/2/1911. 64

EP, 3-4/2/1911; EP, 10/2/1911.

19

violento...”65

De manera similar, y junto con los debates en torno al otorgamiento de

subsidios para instituciones católicas, las interpelaciones parlamentarias al Ministro de

Instrucción Pública de junio de 1911 se darían en un escenario que, si bien reflejaba los

enfrentamientos entre el gobierno central y el Congreso en torno al proyecto del

ejecutivo de reforma electoral, no dejaban de hacer público un debate sobre la identidad

católica de un ministro a cargo de un área sensible (para las relaciones entre Iglesia y

Estado) como la educación.66

En efecto, EP no dudaba en argumentar que una de las

cuestiones centrales del debate la constituía la “atmósfera de hostilidad al catolicismo”

que impugnaba “el derecho de los gobernantes argentinos a llamarse y a ser católicos”67

Significativamente, la posición de los notables católicos en el gobierno nacional sería

prontamente resguardada por el diario Sarmiento (hoja periódica que durante la

campaña presidencial de 1910 se había constituido en vocero del saenzpeñismo) que

argumentaría a favor de la inclusión de los católicos en el gobierno nacional (aun en

aquellas oficinas consideradas de riesgo por un eventual resurgimiento de una cuestión

religiosa), en clara discordancia con aquellos legisladores y prensa liberal que veían en

los católicos militantes a un elemento del cual era difícil demandar lealtad en la

ejecución de ciertas políticas públicas.68

Que el diario saenzpeñista pudiera presentar

esta defensa de la participación de políticos identificados con el „partido católico‟ en el

gobierno nacional procurando evitar un debate más amplio en torno a la influencia del

clericalismo y reafirmando la solidez de las reformas laicas de la década de 1880

sugiere, por una parte, las escasas dudas que existían entre la prensa porteña sobre la

reducida importancia de los debates en torno a las dimensiones de una “cuestión

religiosa” en comparación con las discusiones institucionales de los años ochenta; por la

otra, la predominancia de la intensidad del conflicto faccioso por sobre otro de

características más ideológicas.

Es significativo que las iniciativas de organización política de los católicos entre

1907 y 1912 evitaran cuidadosamente diseñar un escenario de confrontación con la elite

política conservadora, dejando a otros actores como la Liga Católica de Enseñanza, la

prensa católica o los católicos participantes de la estructura burocrática del estado la

65

LM, 4/2/1911. La publicación del semanario anticlerical “La Sotana” seria prohibida por orden policial.

El dirigente socialista Mario Bravo llevaría el asunto ante los tribunales. Véase LM, 25/1/1911. 66

La Gaceta de Buenos Aires, 3/6/1911 67

EP, 4/6/1911 68

Sarmiento, 30/10/1910. Similar debate (que reflejaba la conflictividad de la relación entre Iglesia y

Estado) tendría lugar en Francia durante la Tercera republica, aunque con un grado diverso de

efervescencia política. Véase Maurice Larkin, Religion, politics and preferment in France since 1890. La

Belle Epoque and its legacy. Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 88-89

20

consecución de una cierta agenda católica. Es posible que, siguiendo la distinción que

en 1908 Gustavo Franceschi estableciera entre el catolicismo organizado uruguayo y el

argentino, la inexistencia de un “anticlericalismo chillón y brutal” a la manera oriental y

la convivencia, en cambio, con un anticlericalismo “de zapa, silencioso, metódico”, se

expresara en una menor urgencia de los católicos argentinos por dar forma a partidos

políticos que se propusieran de manera explicita una defensa del “orden social

cristiano”.69

Sin embargo, se advierte cómo si bien los conflictos fundamentales entre

Iglesia y estado parecían relegados a una crónica del establecimiento de las bases

fundamentales del estado argentino en el siglo XIX, por otra parte los efectos de la

secularización de la sociedad (civil y política) así como los límites entre el estado y la

sociedad (lo privado y lo público) podían resurgir con cierta frecuencia sin considerarse

completamente saldados, como se ejemplifica en el tratamiento que El Pueblo depararía

al conflicto entre Joaquín M. Cullen y José María Ramos Mejía en el CNE.70

Esto no

obsta para que la participación de los políticos católicos en el juego conservador de

comienzos del siglo XX siguiera otras líneas. En efecto, las características de la liga

electoral católica de 1912, sus objetivos y prácticas durante el período pre-electoral

sugieren la existencia de una diferenciación entre las iniciativas de articulación en el

escenario político y aquellas campañas de actores católicos (individuales o colectivas)

que involucraban problemáticas centrales en la agenda católica y que potencialmente

implicaban el surgimiento de tensiones con el estado.

La “campaña” iniciada por Joaquín M. Cullen contra desarreglos administrativos

constatados en la gestión de José María Ramos Mejía al frente del CNE se da en el

medio de la campaña electoral que se desarrolla entre marzo y abril de 1912 y que

concluirá con las primeras elecciones de diputados nacionales y senadores realizadas

bajo la ley electoral recientemente sancionada. Las iniciativas de los políticos y

organizaciones católicas recuperan algunos de los objetivos y estrategias ya expresadas

por la Unión Patriótica en 1908, si bien la liga electoral de 1912 se manifestará como

abiertamente católica a diferencia del experimento apadrinado por la Asociación

Católica en 1906. Es, por otra parte, un experimento político „conservador‟. El

manifiesto de la liga subraya su calidad de partido del orden y los mismo Círculos de

69

Véase Gustavo Franceschi, “Notas sobre el catolicismo argentino en 1908”, REABA, V, 1909. 70

Sobre el concepto restringido y amplio de “cuestión religiosa” véase René Rémond, Religion and

Society in Modern Europe. Oxford, Blackwell, 1999, pp. 53-54. Véase también Hugh McLeod,

Secularization in Western Europe, 1848-1914. Londres, MacMillan Press, 2000; Peter Van Der Veer y

Hartmut Lehmann, Nation and Religion. Perspectives on Europe and Asia. Princeton, Princeton

University Press, 1999

21

obreros y demócrata cristianos, aún cuando participan de la campaña electoral, no

introducen elementos que puedan ser interpretados como favorables a la constitución de

una agrupación política que responda a las características de un partido social cristiano.

El modelo de constitución de ligas electorales brindaba por otra parte varias ventajas a

sus promotores: en principio evitaba el trabajoso proceso de superación de tensiones y

diferencias existentes entre las distintas fracciones del movimiento católico por cuanto

las ligas adquirían siempre formas pasajeras y no se proponían una pervivencia en el

tiempo; por otra parte, sortea (postergando la decisión indefinidamente) la necesidad de

exigir una lealtad política a notables católicos que ya contaban con relativamente

extensas carreras políticas en facciones políticas; finalmente, evita una confrontación

electoral con un gobierno nacional que contaba con varios católicos activos en política

entre sus miembros. Por otra parte, las formas que asumen la participación de los

católicos en el entramado político conservador (la fluidez de los alineamientos y las

ambigüedades programáticas) suscitaban entre algunas organizaciones como la

Asociación Católica cuestionamientos frecuentes sobre sus características intrínsecas

que tendían a exacerbarse durante los períodos previo y posterior a los comicios. La

Asociación Católica, surgida en 1884 a partir del Club Católico, había experimentado su

momento de mayor exposición cuando en 1884 reuniera más de cien mil firmas en

contra de la Ley 1420.71

Si bien en 1905, la asociación presidida por Alejandro Calvo

había estado al borde de la disolución72

, dos años más tarde (y a partir de la acción de su

presidente Joaquín M. Cullen) se encontraría entre los principales promotores de la

formación de un partido „católico‟. Los riesgos de disolución de la Asociación se harían

presentes nuevamente en 1915 cuando su entonces presidente Isaac R. Pearson señalara

las dificultades de la institución para incorporar nuevos socios, superar la

incomprensión de quienes participaban de otras organizaciones católicas y descubrir “un

papel que llenar” que parecía adivinarse en su redefinición como soporte financiero del

diario El Pueblo.73

En 1912, sin embargo, y de manera similar a 1907, la Asociación

Católica (su mesa directiva) respondiendo a un llamado de EP se encontraría entre

aquellas asociaciones habilitadas para seleccionar en una asamblea reunida al efecto una

lista de candidatos (elaborada a partir de los candidatos ya seleccionados por otras

71

Di Stefano y Zanatta, Historia de la Iglesia Argentina, p. 352 72

EP, 12/5/1905. Para La Nación, la debilidad de la Asociación Católica en 1905 se encontraba

estrechamente ligada a la dispersión del partido católico “en las diversas fracciones políticas”. Véase LN,

14/4/1905 73

Asociación Católica. Su pasado, presente y porvenir. Informe de su presidente Sr. Isaac R. Pearson en

la Asamblea General Ordinaria del 11 de mayo de 1915. Buenos Aires, Alfa y Omega, 1915.

22

facciones políticas) como forma de evitar que los católicos presentes en el padrón

electoral cumplieran con la obligatoriedad del voto “de un modo estéril para nuestros

ideales…”74

El diario El Pueblo, que había acompañado el proceso de reforma electoral

propuesto por el gobierno nacional y que simpatizaba con el establecimiento del voto

obligatorio entendido como forma de garantizar la presencia del voto conservador de las

clases propietarias ante la manipulación de las clientelas electorales, consideraba que el

camino de los atrios se encontraba despejado pero constataba al mismo tiempo la casi

inexistente actividad política de los católicos.75

Con solo vestigios de la Unión

Patriótica activos en las parroquias, EP promovería la formación de una liga electoral

que fuera capaz de movilizar los votos de los católicos en el distrito federal, poniendo

particular atención en la relación que pudiera establecerse con las “clases pudientes y

distinguidas” identificadas como aquellas que podrían contribuir al incremento del voto

de los católicos. Para el periódico La Tradición, sucesor de La Voz de la Iglesia en el

campo de la prensa católica, la iniciativa de EP de dar forma a una lista de candidatos

patrocinada por una liga católica debía conducir a la elección de “hombres que sean

capaces de mantener los principios saludables de la religión en las leyes fundamentales

de la república”.76

Con todo, es significativo que ante el temor de que los “votos

uniformados” de los partidos políticos pudieran poner en peligro el principio de la

“conservación social”, el principal exponente de la prensa católica porteña dejara de

lado un programa explícitamente católico y priorizara la articulación de respuestas

rápidas a temores profundos y más inmediatos: en definitiva se trataba de que los

católicos como elementos no uniformados aseguraran que el gobierno del país “…fuera

ejercido en forma mesurada, discreta, patriótica, e inspirada en un alto sentido

tradicionalista…con proscripción de toda tendencia jacobina y netamente

revolucionaria.”77

No sorprende, entonces, que los católicos reunidos en el local de la Asociación

Católica con el objeto de armar una lista de candidatos privilegiaran en el manifiesto de

la Unión Electoral la elección de representantes de “todos los partidos del orden” que

pudieran llevar a cabo una obra “buena y patriótica” por sobre las definiciones de un

74

Véase EP, 9/3/1912. 75

“Ante el comicio libre”, EP, 15/2/1912. 76

“Los católicos y la política”, artículo de La Tradición reproducido en EP, 16/3/1912. 77

“La unión en el voto” en EP, 27/3/1912

23

programa estrictamente católico.78

Con la constitución de una “lista de apoyo” los

católicos porteños demostraban la aceptación del patrón de comportamiento adoptado

por los partidos tradicionales que buscaban a partir del apoyo de aquellas listas

incrementar sus contingentes electorales y adaptarse a la nueva ley electoral.79

En la

ciudad de Buenos Aires las primeras elecciones llevadas a cabo bajo la nueva

legislación electoral proporcionarían un primer adelanto de la dimensión de las

transformaciones que la ley Sáenz Peña significaría para las máquinas políticas

„conservadoras‟ en el distrito. Solo dos candidatos provenientes de los partidos

tradicionales (Estanislao Zeballos de la Unión Nacional y Luis M. Drago de la Unión

Cívica) sobrevivirían a la catástrofe electoral. Sería el mismo Zeballos quien, conciente

de la excepcionalidad de su situación en un escenario electoral en el cual antiguos

roquistas como Quirno Costa y Mariano de Vedia habían encontrado dificultades

evidentes para movilizar votantes en apoyo a sus candidaturas frente al Partido Radical

y al socialismo, describiría con abrumadora claridad: “Estoy en la condición de un

náufrago que se salva cuando se hunde la nave con todos los otros tripulantes.”80

La

prensa católica, con todo, preferiría responsabilizar a los electores independientes de la

elección de los candidatos socialistas y señalar, en cambio, la participación de los

votantes católicos (que argumentaba decisiva) convocados por la Unión Electoral en

apoyo de cuatro de los diputados nacionales (3 por la UCR y 1 por la Unión Nacional)

que figuraban en la lista de la UEC y que resultarían finalmente electos.81

Ciertamente,

aún cuando el Arzobispo de Buenos Aires había exhortado al clero de la arquidiócesis a

cumplir con el deber del voto obligatorio82

, los experimentos de democratización

política y el éxito electoral del Partido Socialista serían seguidos con aprehensión por

algunos prelados que en ocasiones soportarían los ejercicios discursivos irónicos (no

siempre pesimistas) de intelectuales y políticos conservadores: “Ya ve que no hay

peligro que los socialistas quemen a nuestros buenos obispos. Sin embargo, hay obispos

que merecerían ser quemados, porque no todos son de la misma leña.”83

Si en la arena política los notables de la Asociación Católica y al menos parte de

la prensa católica preferían priorizar aquello que los acercaba al universo de las

78

EP, 3/4/1912. 79

Botana, El orden conservador. p. 302. 80

E. Zeballos a H. Von Dem Eussche (¿), 20/4/1912, en Archivo Estanislao Zeballos (en adelante AEZ)

Legajo 182. Véase LP, 30/4/1912. 81

EP, 20/4/1912 82

“La nueva ley electoral y el clero”, EP, 8/3/1912 83

Estanilao Zeballos a Fray Zenón Bustos (Obispo de Córdoba), 22/6/1912, en AEZ Legajo 180.

24

facciones políticas conservadoras, en otras áreas como la educación la interpretación del

concepto de “neutralidad” en la enseñanza generaba renovadas tensiones. En efecto,

como quedaría demostrado claramente en las editoriales de EP de junio de 1911 que

especulaban sobre las intencionalidades existentes detrás de las interpelaciones al

ministro Garro, la aplicación de la ley de enseñanza y su articulación con las leyes

fundamentales del estado constituían todavía un motivo de controversia. Si aquellas

estrategias diseñadas desde el CNE con el objetivo de responder a la cuestión nacional

habían podido recibir una respuesta favorable (si bien con matices) de parte de la prensa

católica, el carácter „neutral‟ de la educación provista en las escuelas estatales

permanecía como un motivo de posibles conflictos. Esto se advierte, por ejemplo, en las

reacciones frente a la encuesta de 1911 organizada por Rodolfo Rivarola desde la

Revista Argentina de Ciencias Políticas, la cual procuraba indagar sobre las

preferencias de la opinión pública en relación a las grandes temáticas institucionales y

su probable incidencia para el sistema de partidos políticos. Entre las temáticas

planteadas en las cédulas “para la clasificación de las ideas políticas” figuraba un

apartado (dedicado a explorar las preferencias del público sobre la manera en que

debían definirse las relaciones del estado con la iglesia) en el cual se definía como

“católico” a aquel “que presta apoyo a la fuerza material o moral del estado a favor de la

educación católica”. Esta definición de lo católico en relación al estado, recibiría una

inmediata respuesta de parte de EP para quien un enfoque más abarcativo de la “acción

del catolicismo dentro del estado” se hacia necesario.84

Cuando en agosto de 1911 la

prensa „liberal‟ de Buenos Aires (principalmente La Nación y La Prensa) señalara las

limitaciones que la gestión del ministro Garro entrañaba para el concepto de la

neutralidad de la enseñanza, la prensa católica reivindicaría una vez más la validez de la

intervención del personal docente en la promoción de la educación religiosa en las

escuelas estatales, “consecuencia natural de la catolicidad de la sociedad argentina”.85

Este diseño de las líneas fundamentales de la acción católica en relación con el estado

en materia educativa (sumado a sus posiciones anticlericales reconocidas) llevaría a los

diputados Guasch Leguisamón y Luis Agote a promover la interpelación del Ministro

de Instrucción Pública y a proponer el traspaso de las escuelas de la Ley Láinez a los

84

EP, 4/6/1911 y 29/10/1911 Véase Rodolfo Rivarola, “Clasificación de las ideas políticas. Resultados

del análisis de 1.512 cédulas”, en Revista Argentina de Ciencias Políticas, 1911, t. III. Véase Paula

Alonso, “Reflexiones y testimonios en torno a la reforma electoral, 1910-1916”, en Darío Roldán

(comp.), Crear la democracia. La Revista Argentina de Ciencias Políticas y el debate en torno de la

República Verdadera. Buenos Aires, FCE, 2006. 85

EP, 28-29/8/1911

25

consejos provinciales de educación, propuesta recibida con escepticismo por parte de la

prensa porteña temerosa del tradicionalismo de los elencos burocráticos provinciales.86

Sin embargo, el conflicto más importante que involucraría a políticos católicos e

instituciones estatales en torno a la gestión del sistema educativo a finales del gobierno

de Sáenz Peña tomaría la forma de un enfrentamiento interno en el seno del CNE entre

su presidente José María Ramos Mejía y uno de los miembros del Consejo, Joaquín M.

Cullen, y volvería a colocar en el centro del debate a las prácticas y confiabilidad de los

católicos en las áreas consideradas más delicadas de la administración pública.

Para finales de 1911, Sáenz Peña había decidido la incorporación de Joaquín M.

Cullen (presidente de la Asociación Católica y miembro del consejo superior de la

Universidad Católica) al CNE en calidad de consejero. La designación de católicos en el

área de educación no constituía una novedad para el gobierno de Sáenz Peña. En efecto,

ya desde el comienzo del mandato de Sáenz Peña, el gobierno nacional había designado

a un católico como ministro de Instrucción Pública (Juan M. Garro) y había promovido

la candidatura de Mario Gorostarzu como Inspector general de Enseñanza, candidatura

que encontraría una fuerte oposición de parte de la prensa liberal.87

Por otra parte, si se

analiza la lista de los nombramientos efectuados por el CNE en diciembre de 1910 se

descubre la presencia de varios prominentes católicos (entre ellos Apolinario C.

Casabal, Manuel M. de Iriondo y Pedro Olaechea y Alcorta) en los consejos escolares

de distrito.88

Es evidente, entonces, que la posición de los católicos en el gobierno de

Sáenz Peña se encontraba considerablemente fortalecida en 1911 a juzgar por la

presencia de un conjunto de funcionarios en la administración nacional y municipal en

posiciones de considerable importancia.89

Las denuncias en 1914 del diputado socialista

De Tomaso sobre la creciente influencia de los católicos en el Departamento Nacional

del Trabajo90

nos advierten sobre la extensión de la presencia de los políticos católicos

en áreas de gobierno a cargo de problemáticas centrales como la democratización del

sistema político (Indalecio Gómez), la cuestión social y la administración del sistema

86

LN, 25/8/1911 y EP, 28-29/8/1911 87

EP, 28/10/1910 y EP, 18/12/1910. Gorostarzu había tenido una importante participación en el 2do.

Congreso de los Católicos en 1908 y participaría del consejo de autoridades de la Universidad Católica.

Véase, EP, 19/3/1912. 88

EP, 23/12/1910. 89

Para una lista de los católicos que ejercían cargos véase EP, 28/2/1912 y EP, 18/1/1913. 90

Véase Eduardo Zimmermann, “Reforma política y reforma social: tres propuestas de comienzo de

siglo”, en Fernando J. Devoto y Marcela Ferrari, La construcción de las democracias rioplatenses:

proyectos institucionales y practicas políticas, 1900-1930. Buenos Aires, Biblos, 1994, p. 24 Véase

también María Inés Tato, Vientos de Fronda. Liberalismo, conservadurismo y democracia en la

Argentina, 1911-1932. Buenos Aires, S. XXI, 2004, p. 22.

26

educativo, ésta última estrechamente conectada a las propuestas de “argentinización” de

la sociedad profundizadas durante la gestión de Ramos Mejía al frente del CNE. No

resulta sorprendente, entonces, que representantes diplomáticos en Buenos Aires

calificaran a la muerte de Sáenz Peña y al nombramiento de un nuevo gabinete de

ministros como un golpe directo a la influencia del “partido católico”.91

En este contexto, resulta claro que la presencia en el CNE de Cullen (un radical

de tradición alemnista alejado del Partido Radical por su oposición a la estrategia

yrigoyenista de abstención electoral)92

podía potencialmente introducir elementos

disruptivos en la gestión del Consejo. Su trayectoria previa preanunciaba áreas posibles

de conflicto: el presidente de la Unión Patriótica se había desempeñado como abogado

de la Liga Católica de Enseñanza que en 1909 discutiera la validez de las políticas que

buscaban poner al proceso de selección de educadores de las escuelas particulares bajo

un control más estricto de las autoridades educativas. Sin embargo, otros elementos

acercaban a Cullen tanto a Ramos Mejía como a Sáenz Peña: por una parte, una relación

de amistad personal con ambos que se remontaba, en el caso del presidente, a los

tiempos del Colegio Nacional; por la otra, tanto Cullen como Ramos Mejía habían

acompañado la constitución de la saenzpeñista Unión Nacional, que en el caso del

político católico se había expresado en su nombramiento como delegado “católico” en

la Junta Nacional Saenzpeñista encabezada por Ricardo Lavalle.93

Es posible que la

incorporación de Cullen al CNE expresara un reconocimiento a los trabajos pre-

electorales de Cullen y otros notables católicos durante la campaña presidencial de

1909-1910. Con todo, era un nombramiento que implicaba riesgos no sólo por las

posiciones claras de Cullen con respecto a las políticas educativas adoptadas por el

CNE, sino también porque este notable católico había hecho de la crítica a las máquinas

electorales y a las prácticas de los políticos profesionales el eje de las campañas

políticas de la Unión Patriótica, de la cual todavía era su presidente. El CNE, por otra

parte, si bien contaba entre sus miembros a técnicos, miembros de la burocracia

educativa e intelectuales de trayectoria en el sistema educativo y en el campo

intelectual, incluía a otros más cercanos al perfil del político profesional como era el

caso de Pastor Lacasa, producto de la máquina urgartista en la provincia de Buenos

91

Reginald Tower a Edward Grey, 17/2/1914, en Public Record Office, F. O. 371/1897. 92

EP, 7/3/1908 93

Carlos Estrada era el otro delegado católico a la Junta. Véase Federico Cibils a Julio A. Roca,

15/9/1909 en Archivo General de la Nación Fondo Julio A. Roca Legajo 107; Ezequiel Ramos Mexía,

Mis memorias, 1853-1935. Buenos Aires, La Facultad, 1936, p. 12.

27

Aires. En este sentido, el CNE no parecía diferenciarse en demasía de otras áreas de la

estructura administrativa estatal en las cuales el gobierno central o los gobernadores

disfrutaban de una considerable libertad a la hora de nombrar amigos políticos como

forma de construir máquinas políticas o de premiar la participación valiosa de aliados en

los procesos electorales.94

A nadie escapaba que una “campaña” encabezada por un notable católico aún

cuando propusiera como eje articulador de la misma a la “virtud cívica” y no a la

“religión”95

, podía provocar consecuencias que iban más allá de la búsqueda de un

simple restablecimiento de la moral administrativa y del buen funcionamiento del

Consejo y producir, en cambio, un viraje del tema central de la campaña hacia la

discusión de problemáticas más amplias como las bases mismas del sistema educativo

en la Argentina y los límites de la educación laica. Un elemento de fricción constante

entre los católicos y la gestión del CNE lo constituía el control del proceso de selección

de aquellos capacitados para colocarse al frente de las aulas. Ejemplo de ello era la

crítica de EP hacia el “núcleo de normalistas clerófobos que, adueñados de la inspección

de instrucción primaria” ejercían su control sobre la educación elemental con fines

considerados sectarios. De acuerdo con EP, la clave de dicho control se podía

evidenciar en los exámenes anuales para la habilitación del personal no diplomado en

las escuelas normales en los cuales los tribunales examinadores daban rienda suelta a lo

que el diario católico definía como “espíritu librepensador y anticristiano”.96

Significativamente, uno de los primeros proyectos presentados por Cullen como vocal

del CNE se dirigiría a descentralizar la selección de los alumnos normalistas, reducir la

capacidad de nombramiento de nuevos maestros ejercida de manera férrea por la

presidencia del Consejo y disminuir la importancia del examen de ingreso como

instancia de selección. Para EP, la presentación de este proyecto se dirigía a reducir el

impacto del analfabetismo y se sumaba a otras iniciativas del presidente de la UP que

apuntaban a generar instrumentos que hicieran más transparente a la administración de

los fondos del CNE y que reflejaban una demostración del compromiso de los católicos

con “…las vitales necesidades de la educación nacional.”97

El principal diario católico de Buenos Aires seguiría de cerca el conflicto que en

el seno del CNE se generaría en torno al manejo de los fondos del Consejo, el

94

R. Rivarola, “Crónica”, en Revista Argentina de Ciencias Políticas, 1910, Año I, Nro. 3, p. 418 y ss. 95

EP,17/1/1913 96

EP, 27/1/1912 97

EP, 29/2/1912 y 15/3/1912

28

nombramiento de funcionarios y maestros, y la extensión de las atribuciones del

presidente por sobre la de los vocales. A finales de marzo de 1912, y en el medio de la

campaña electoral, las diferencias entre Cullen y José María Ramos Mejía se

profundizarían y llevarían al abogado católico a dirigir una carta a Sáenz Peña

(publicada en la prensa católica) en la que acusaba a Ramos Mejía de “graves

irregularidades”, a través de las cuales “…apartándose unas veces de la ley y otras de

las atribuciones del Consejo hace gastos inútiles, superfluos y hasta de favoritismo”98

Se

advierte rápidamente cómo el conflicto del CNE era particularmente comprometedor

para Sáenz Peña por cuanto, además de involucrar a amigos personales y políticos del

presidente, reactualizaba los temores de la prensa „liberal‟ sobre los peligros de una

avanzada clerical y potencialmente abría un frente interno en un gobierno que

encontraba dificultades para disciplinar al Congreso y que carecía de un partido oficial

que le diera cierta cohesión tras la disolución de la Unión Nacional.99

Por otra parte,

Sáenz Peña apoyaba la gestión de Ramos Mejía y coincidía con el presidente del CNE

sobre el valor de la educación en el proceso de nacionalización de las masas. En este

sentido, para ambos las campañas patrióticas en las escuelas se constituían en armas

decisivas contra el “cosmopolitismo”, instrumentos necesarios para dar forma a los

“argentinos”.100

Más allá de algunas discusiones sobre la ritualidad patriótica

implementada desde el CNE y el lugar del clero en la historia nacional, la prensa

católica, como hemos visto, se manifestaba de acuerdo sobre la necesidad de fortalecer

una cierta identidad nacional y de poner obstáculos a los efectos negativos de la

modernización. Con todo, si bien la “cuestión nacional” proveía a la Iglesia Católica de

puentes que la acercaban a la elite política conservadora, los temores permanentes frente

a los efectos secularizadores del control estatal sobre el sistema de educación

permanecían presentes entre la prensa y los actores católicos. Esto se advierte con

claridad cuando se analiza la actitud de EP con respecto al conflicto en el CNE: si bien

Cullen no pretende dar forma a una campaña de carácter “religioso”, el principal diario

católico de Buenos Aires claramente describe a la gestión de Ramos Mejía al frente del

Consejo como la expresión resultante de la consecución de políticas promovidas por

una “dictadura doctrinal ateísta” de la cual los desarreglos administrativos solamente

98

Carta de Joaquín M. Cullen a R. Sáenz Peña, 29/3/1912, reproducida en EP, 30/3/1912. 99

Véase Fernando J. Devoto, “De nuevo el acontecimiento: Roque Sáenz Peña, la reforma electoral y el

momento político de 1912”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio

Ravignani”, no. 14, 1996. 100

Sáenz Peña a José María Ramos Mejía, Roma, 18/2/1909, en Academia Nacional de la Historia Fondo

Roque Sáenz Peña Legajo 141.

29

ofrecen una de sus caras negativas. Y, en este sentido, EP utilizará este conflicto para

señalar la necesidad de encarar una “regeneración” institucional que vaya más allá de la

crítica a las máquinas partidarias y de la reforma de la legislación electoral, y avance,

negando la validez de la neutralidad en “materias religiosas”, sobre instituciones

existentes como “…la escuela atea, una ilegalidad manifiesta además de ser una obra de

disolución social.”101

En esta línea de argumentación también se basan quienes escriben

en EP para cuestionar el apoyo financiero del CNE a la publicación El Monitor de la

Educación Común, cuyos artículos eran comúnmente el blanco de las críticas de la

prensa católica y a la cual también alcanzarán las acusaciones de favoritismo ya

enunciadas con respecto a Ramos Mejía.102

Sería, sin dudas, esta retórica beligerante de la prensa católica y el tono de

“campaña” la que llevaría a la prensa liberal a observar con recelos las críticas de

Cullen sobre la gestión administrativa de Ramos Mejía. Intelectuales como José

Ingenieros interpretaría a la salida de Ramos Mejía del CNE en 1913 como resultado

evidente de la acción clerical103

, y está claro que El Pueblo había señalado la necesidad

de reestructurar al Consejo. Con todo, sería erróneo plantear la existencia de dos

campos enfrentados en el CNE -compuesto uno por “liberales” y otro por “católicos”-

que se transportara al campo periodístico. Por otra parte, como se ha señalado, existía

un “espectro de disidencias” dentro del Consejo que generaba alianzas y enemistades en

torno a visiones que respondían al normalismo frente a otras que, si bien compartían el

principio de la hegemonía estatal en la educación, expresaban posiciones diferentes

sobre la estructura administrativa del sistema.104

Sería, en última instancia, este último

aspecto, y la necesidad de atacar las “arbitrariedades administrativas” del CNE, las que

recibirían mayor atención de parte de la prensa „liberal‟, que evitaría presentar a la

controversia como parte de una difusa “cuestión religiosa”.105

Un gobierno decidido a

morigerar los daños de la controversia sobre sus ya débiles bases de sustentación

sumado a la renuncia de Cullen al cargo de vocal y al nombramiento de Paul Groussac

en su lugar en junio de 1912, conspirarían contra una profundización del debate sobre la

participación de los católicos en la administración nacional y sobre la existencia de una

“cuestión religiosa”. Para la prensa católica, por el contrario, el escándalo

101

EP, 31/3/1912 102

EP, 18/4/1912 103

Véase, Devoto, “Atilio Dell‟Oro Maini., p. 189. 104

Véase Adriana Puiggrós, Sujetos, disciplina y currículo en los orígenes del sistema educativo

argentino. Buenos Aires, Galerna, 1990, pp. 167 y ss. 105

Véase el artículo de La Patria degli Italiani reproducido en EP, 3/4/1912

30

administrativo y financiero del CNE –la contaduría general de la nación corroboraría la

existencia de irregularidades- le permitiría reactualizar las consabidas críticas contra el

carácter “anticristiano” de los “normalistas clerófobos” y las debilidades intrínsecas del

liberalismo106

y reivindicar la validez del nombramiento de ciudadanos católicos en

áreas consideradas sensibles de las políticas públicas. Las resoluciones del segundo

Congreso de los Católicos Argentinos de 1907 habían evidenciado una preocupación

por promover la “acción cívica” de los católicos a partir de su inscripción en el registro

cívico, la elección de políticos católicos en los ámbitos legislativos y (de particular

importancia para el tema aquí discutido) la adopción de “los medios oportunos para que

los consejos escolares y el nacional de educación contarancon el mayor número

posible de católicos”.107

Frente a lo que describían como el “sectarismo” de la prensa

„liberal‟ y de parte de la elite política, la prensa católica y asociaciones como la Liga de

Enseñanza Católica recuperarían los objetivos del Congreso de católicos de 1907 e

intentarían canalizar y actuar como articuladores de los intereses católicos cuando éstos

no encontraban una correspondencia en la política partidaria. Es, sin embargo,

significativo que fuera de la mano de la participación en la formación de la Unión

Nacional y de una influencia creciente en el seno del gobierno de Sáenz Peña que los

católicos alcanzarían limitadamente aquellos objetivos definidos en la asamblea de

1907.

Los católicos y la educación patriótica: algunas conclusiones

El proceso de formación de los estados-nación se vería acompañado tanto en

América Latina como en Europa por un agitado debate sobre el lugar a ocupar por la

religión (y las instituciones eclesiásticas) en el sistema político moderno, polémica que

incluía entre otros aspectos a una querella sobre la definición de los símbolos de la

nacionalidad. El establecimiento de regímenes representativos colocaría a la cuestión de

las relaciones entre Estado e institución eclesiástica en un escenario complejo

construido sobre la base de la neutralidad de las instituciones estatales y el progreso del

gobierno de la opinión. En este contexto, la secularización de la política se desarrollaría

en paralelo a las luchas contra el “clericalismo” y adquiriría su expresión más aparente

106

EP, 13-14/1/1913. 107

LVI, 17/10/1907.

31

en la cuestión de la relaciones entre la Iglesia y el Estado.108

La separación de las

esferas civil y religiosa y el proceso de laicización del estado adquirirían en la Argentina

características inacabadas lo que conduciría a la aparición de renovados conflictos a

comienzos del siglo XX, consecuencia de iniciativas parlamentarias o de

cuestionamientos sobre la participación política de los católicos a finales del orden

conservador. Sin embargo, y pese a los enfrentamientos entre la prensa católica y la

prensa „liberal‟, la pérdida de impulso del programa secularizador y la apreciación de la

existencia de una “cuestión nacional” generaría el escenario propicio para un

movimiento de convergencia de la dirigencia y la jerarquía católica hacia

preocupaciones compartidas con parte de las elites conservadoras en la coyuntura del

Centenario.

En el cambio de siglo, la cuestión de la inmigración masiva y los impactos del

„cosmopolitismo‟ conduciría a intelectuales y políticos a buscar en la educación

patriótica y en las exageraciones de la liturgia escolar a aquellas herramientas que

previnieran la erosión de las creencias tradicionales y la agitación social. La Iglesia

Católica, que buscaba presentarse como un baluarte de la nacionalidad frente a los

peligros de convulsión social, se vería beneficiada del lugar que la „cuestión nacional‟

adquiriría en las agendas de las elites social y política, si bien este movimiento de

convergencia encontraría sus límites en las definiciones divergentes sobre los

fundamentos de la nacionalidad y en los temores frente a eventuales avances clericales

que se adivinaban en los debates parlamentarios sobre la gestión del ministro Garro y en

la oposición al proyecto de fundación de una universidad católica. El acercamiento de

los notables católicos a los proyectos saenzpeñistas de articulación política debilitaría

las propuestas propias de organización partidaria, pero aseguraría un lugar para aquellos

en la administración nacional y una posición de influencia en áreas del gobierno

responsables del proceso de reforma política, la gestión del sistema educativo y de la

articulación de respuestas a la cuestión social.

Frente a las políticas educativas implementadas desde el CNE, la dirigencia y

prensa católica porteña rescatarían la concepción del patriotismo reflejado en las

diversas disposiciones del Consejo aunque reafirmarían al mismo tiempo la tradicional

actitud de los católicos de combatir al „laicismo‟ escolar. Las reacciones en el campo

católico, como se ha intentado mostrar en este trabajo, no serían con todo homogéneas,

108

Owen Chadwick, The Secularization of the European Mind in the Nineteenth Century. Cambridge,

Cambridge University Press, 1975, pp. 126-127.

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cubriendo un arco que iba de la aprobación a los proyectos de Ramos Mejía de

educación patriótica a la impugnación de la „dictadura escolar‟, pasando por críticas de

carácter moralizador – a tono con el discurso político de la agonizante Unión Patriótica-

frente a los desarreglos administrativos revelados en la gestión del CNE. Si las

celebraciones del Centenario acercaría a sectores de la jerarquía eclesiástica y de la

clase política, los contenidos de una probable alianza que, en el campo político, reuniera

a notables católicos, sectores de las clases propietarias y políticos conservadores

dispersos reunidos por un común temor ante un posible avance electoral de las ideas

socialistas no se concretaría en 1912 (a pesar de los esfuerzos de la prensa católica) y

aún la constitución del Partido Constitucional (mezcla de “concentración conservadora

nacionalista” y catolicismo social) en 1913-14 se enfrentaría con la resistencia de

facciones que recuperaban la tradición liberal y secularizadora de la elite política

(rechazando experimentos de “clericalismo” político) y que expresaban sus dudas frente

a las dimensiones del desafío que el socialismo podía significar para el orden político y

social de finales del régimen conservador.