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DOSIER DE PRENSA Departamento de Comunicación de La Esfera de los Libros Tel. 91 296 02 00 | Mail: [email protected] 1 MEMORIA DEL COMUNISMO DE LENIN A PODEMOS FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS ¿Por qué se creían los bolcheviques con derecho a imponer a todos su idea de sociedad y a asesinar a los que la rechazaban e incluso a los que no llegaban a hacerlo? Esta es la gran cuestión del siglo que el mundo lleva a cuestas desde que Lenin tomó el poder: ¿por qué los comunistas se creen legitimados para robar y matar en nombre de una utopía que apenas esconde su afán de poder ilimitado? Lo peor del sistema de Lenin no es que se crea con derecho a imponer su dictadura y a matar a sus opositores, sino que las sociedades democráticas acepten ese derecho a robar y matar de los comunistas. Esta Memoria del comunismo recuerda por qué sucede. Y cómo, conociendo su historia y la de España, cabe evitarlo. FICHA TÉCNICA Título: Memoria del comunismo Subtítulo: De Lenin a Podemos Autor: Federico Jiménez Losantos Colección: Historia Páginas: 734 + 32 ilustraciones Precio: 27,90 € Fecha de publicación: 23 de enero de 2018

DE LENIN A ODEMOS

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MEMORIA DEL

COMUNISMO DE LENIN A PODEMOS

FEDERICO

JIMÉNEZ LOSANTOS

¿Por qué se creían los bolcheviques con derecho a imponer a todos su idea

de sociedad y a asesinar a los que la rechazaban e incluso a los que no llegaban a hacerlo?

Esta es la gran cuestión del siglo que el mundo lleva a cuestas desde que Lenin tomó el poder: ¿por qué los comunistas se creen legitimados para

robar y matar en nombre de una utopía que apenas esconde su afán de poder ilimitado?

Lo peor del sistema de Lenin no es que se crea con derecho a imponer su dictadura y a matar a sus opositores, sino que las sociedades democráticas

acepten ese derecho a robar y matar de los comunistas. Esta Memoria del comunismo recuerda por qué sucede. Y cómo, conociendo su historia y la de

España, cabe evitarlo.

FICHA TÉCNICA Título: Memoria del comunismo Subtítulo: De Lenin a Podemos Autor: Federico Jiménez Losantos Colección: Historia Páginas: 734 + 32 ilustraciones Precio: 27,90 € Fecha de publicación: 23 de enero de 2018

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EL LIBRO

Cien años y cien millones de muertos después, ¿por qué el comunismo sigue

siendo una ideología respetada?

Buceando en las fuentes originales ―de Marx, Bakunin y Lenin al Che o Pablo

Iglesias― este libro explica la naturaleza real del comunismo, sus raíces filosóficas y políticas, los errores habituales sobre su historia y el hecho más

terrible: que, cien años y cien millones de muertos después, siga siendo una ideología respetada entre políticos, profesores y periodistas.

En dos países europeos, Rusia y España, se intentó crear en el siglo XX un

régimen comunista. En Rusia, tras cinco años de feroz guerra civil de Lenin contra su pueblo, el comunismo triunfó. En España, tras una atroz guerra civil

de tres años, perdió. Pero se discute el papel de Stalin en la guerra ―de Paracuellos y la muerte de Nin al oro del Banco de España― y se oculta la

actuación de los dos comunismos españoles: el marxista del PCE, el PSOE bolchevizado o el POUM; y el bakuninista de la CNT-FAI, que impuso el terror

rojo en Cataluña con la ayuda entusiasta de Companys. Ni la Rusia bajo la Cheka ni la España bajo las checas se recuerdan hoy. Solo eso y el éxito de la

propaganda soviética desde 1917 explican la irrupción y el éxito de Podemos.

SUS TEMAS

1. Cien millones de muertos El búnker intacto de Stalin El auténtico «Tema de Lara» y el

Doctor Zhivago

2. El socialismo francés y el origen de la ceguera voluntaria ante la URSS

Kritchevski, el primer censurado en nombre de la URSS

Lo que sí tomaron los bolcheviques: la bodega

Los siete episodios del golpe bolchevique El dramático llamamiento de los

socialistas rusos La masonería, el kerenskismo y el

sectarismo de izquierda ¡Ah, el prestigio de la idea socialista!

Un debate extraordinario y de trágico final

El pogromo anticapitalista del judío Trotski

Libertad, igualdad, propiedad: los fantasmas del socialismo

Tiendas vacías y cárceles llenas Souvarine, un Saint Just para Lenin

El muñeco Souvarine del ventrílocuo Taratuta

El año I de Lenin que dibuja todo el siglo xx

La crisis del socialismo en Francia y la oficina de Moscú

El socialismo, entre la libertad y el comunismo

La escisión del socialismo francés De los obreros a los profesores de

leninismo El delirio de la Revolución Mundial

Exprés La naturaleza sectaria de los partidos

comunistas Mentira y terror

El asalto a la propiedad, clave del terror rojo

El terror de los socialistas es solo violencia

La denuncia de Mártov contra los crímenes de octubre

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3. Lenin

Los orígenes políticos de Lenin

Los padres políticos de Lenin 1 / El terrorismo ruso

El Catecismo Revolucionario de Netchaev y Bakunin

La personalidad de Netchaev y la táctica de Bakunin

El odio, motor de Lenin Los padres políticos de Lenin 2 / Marx

El comunismo en Marx El almacén de necedades de Karl Marx

La mentira como arma intelectual La somatización de los fracasos

El comunismo de Marx o la improvisación adolescente

Últimos desvaríos de Marx Los padres políticos de Lenin 3 /

Bakunin Bakunin, contra todas las libertades

La Comuna francesa y el comunismo ruso

La violencia es guerra y la guerra debe ser civil

Lenin, el anarquismo y los anarquistas Los padres políticos de Lenin 4 / Plejánov

La tortuosa personalidad de Lenin El arma del crimen: un partido

antiproletario El empleado revolucionario de la

«empresa Lenin» El ayatolá Ulianov

Creación y funcionamiento de la Cheka

La destrucción del proletariado por

Lenin La elegía del soviet de Kronstadt

La economía de Lenin: ocurrencias, hambre y ruina

Tierra y propiedad y libertad: la guerra del campesinado

Los desertores del Ejército Rojo son los «Verdes»

La guerra civil militar y la traición de Occidente

La masacre de la dinastía Romanov por la dinastía Lenin

Órdenes directas de Lenin El perro y la pospiedad posmoderna El totalitarismo racista y genocida de

Lenin El antisemitismo del antileninismo

popular La hambruna, los intelectuales, los

curas y Lenin Las matanzas de rehenes cristianos

La primera «Teología de la Liberación» Lenin a la conquista del mundo

La enfermedad de Lenin y Lenin como enfermedad

La descosaquización, el genocidio olvidado de Lenin

Las «listas negras de intelectuales» de Lenin

El lento y retorcido camino hacia la muerte de Lenin

La pista del cianuro Las cifras de víctimas del comunismo

El negro cerebro de Lenin

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4. Stalin y la guerra de España

La entrada del comunismo en España Furet y los equívocos sobre la España

de 1936 El papel del comunismo en la Guerra

Civil El comunismo no estaba solo en la

URSS Largo reprende a Stalin por

parlamentarista El absurdo debate de las dos

revoluciones comunistas La reconciliación nacional y el terror

rojo traspapelado El síndrome del estrés posbélico,

Azaña y el problema nacional de 1978 La renovada historiografía cainita

España y Azaña: mis buenas y fracasadas intenciones

La masonería y el terror rojo Azaña y el terror republicano antes de

Paracuellos Los Diarios de Azaña y la guerra del

PSOE

Orwell y la leyenda rosa del POUM y Cataluña

Furet, contagiado de orwellismo El homenaje a la verdad de Cataluña

Cuando las autoridades abrazan el terror

Companys, la biografía alucinante de un alucinado

La dictadura del terror bajo Companys El primer terror comunista bajo

Companys La muerte de Durruti, tal como me la

contaron La máquina del terror comunista

La destrucción del patrimonio artístico La izquierda española descubre el

separatismo Juan Negrín, el mayor ladrón de la

historia de España Negrinete y Prietadillo en la República

de Monipodio

5. El eslabón perdido del PCE: Valentín González

El Campesino El bolchevismo en Sierra Morena

La atracción de falangistas y anarquistas Las leyendas de Valentín González

La reaparición teatral de El Campesino

Una declaración espectacular El testimonio de El Campesino sobre

el Gulag Lo que dijo Soljenitsin

Lo que dijeron de Soljenitsin

6. El PCE hacia la democracia

Recuerdo de Santiago Carrillo y la

obligación moral de los excomunistas La sorpresa de la legalización del PCE

y también del anticomunismo El PCE del interior y el de Rumanía

Carrillo se legaliza a sí mismo

El País, con la legalización y contra el

comunismo La verdadera historia de la legalización

del PCE La versión del anfitrión rumano sobre

cómo se legalizó realmente el PCE El mérito oculto del rey

7. Che Guevara o el Buitre Fénix

Una «Cheka» en La Habana

Morir y cerrar los ojos Hungría, España y otras noches tristes

La vida privada y regalada del Che

Un cadáver en la selva Frases mortales del Che

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8. Podemos o el comunismo después del comunismo

El caso francés o Les Invalides de la Gauche Historique El comunismo triunfante, de China a

Cuba pasando por Washington La elegía de Liu Xiaboo

La hambruna de Mao según Dikötter Iglesias, un hijo político de la

televisión Una continua apología de la violencia

La afinidad de comunismo y fascismo La anti-idea de España

La resistencia a un comunismo nacional

Cronología de un vértigo Posdata. España según Galdós

Epílogo. Del Austria de Mises a la España de Juan de Mariana

La inhibición moral de Mises Volviendo a Lenin, Hitler, Mussolini…

y Franco Reivindicando El Socialismo y

olvidando el Gulag El «Peligro Rojo»: los profesores, no los

tanques

La eugenesia nazi y sus orígenes

intelectuales El problema esencial de la libertad es

la propiedad La libertad, en propiedad

Escohotado y los orígenes de la propiedad

El catolicismo español del Siglo de Oro y la lucha por la libertad

La Escuela de Salamanca y la Escuela Austríaca

La Escuela Española de Economía, antes de Salamanca

Las curvas de Albarracín Dimensión de la Escuela Española de Economía

Vida de Juan de Mariana El proceso contra Juan de Mariana

Tras la prohibición, la tergiversación Decálogo del Padre Juan de Mariana

El valor añadido del español del Siglo de Oro

Recuerdo de los liberales de Albarracín El comunismo es una desmemoria

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DEL PRÓLOGO… Prehistoria de una determinación

El comunismo ha sido para dos generaciones de católicos españoles, como la mía, una teología de sustitución. (…) Esos principios de caridad cristiana,

elevada a justicia social, fueron manteniéndose a lo largo de mi infancia y se reforzaron en mi adolescencia. Pero un día, tenía dieciséis años y mi padre

había muerto unos meses antes, perdí la fe. Psicoanalíticamente, parece un proceso de libro: tras perder físicamente la figura paterna se desvanece la figura

de Dios Padre. Pero no se desvanece el imperativo moral, el superyó, el sentido de lo que está bien y está mal, la obligación de buscar el bien, perdido el Todo,

en el Todos.

Ahí entra el partido, que es anterior y posterior al comunismo. (…) La manera

de encontrar sentido a esa vida a borbotones que nos posee en la primera juventud es buscar otra fe, otra religión, otra trascendencia.

Esa búsqueda a tientas se hace imperativa si uno está educado en la idea de que la vida individual debe trascender y justificarse en relación con el otro,

nuestros padres y nuestros semejantes, el prójimo o próximo, los que caen más cerca y no vemos, los invisibles y marginados, los pobres en general. Y esos

demás —caídos, pobres, abandonados— son consuelo de la conciencia y alivio de la mala conciencia de no estar cumpliendo tu deber, ayer como cristiano y

hoy, ya sin fe, como ciudadano de España y del Mundo.

Las pérdidas de mi padre y de la fe encontraron sustitución cumplida, más que

satisfactoria, en los profesores del Instituto con que, gracias a la beca, estudié el excelente bachillerato de entonces durante siete años.

(…) Durante el franquismo solo había dos organizaciones políticas: el Movimiento, que sería inmóvil mientras Franco viviera, y los partidos políticos,

que, con la Iglesia de por medio, eran solo uno: el comunista, y al que por ser el único se llamaba, en susurros pero en mayúsculas, El partido. Pero El partido

no era solo una organización, sino, sobre todo, un entorno, un lugar de iniciación al gran tabú de la posguerra, que era la política. Por efecto inmediato

de esa prohibición, cuyo ingrediente básico era el temor a la vuelta de la política, que la generación de nuestros padres vivía como el posible retorno a los

años de la República y la Guerra Civil; la política era la oposición al régimen franquista, que era apolítico —y por eso tenía tanto apoyo popular— y

antipolítico —y por eso tenía tan poco apoyo juvenil—. Al morir mi padre y perder la fe, mis figuras paternas de sustitución fueron mis educadores, en el

mejor sentido de la palabra, José Antonio Labordeta y José Sanchís Sinisterra, ambos cercanos al PC, aunque no militantes. Así se produjo en mí la

sustitución o traslación del catolicismo al comunismo.

Y a finales de los sesenta aquel huérfano reciente que era yo tropezó un día en

la televisión del Colegio con las imágenes del Mayo del 68 en París, que la TVE franquista, supongo que como vacuna, emitía en detalle y a diario. (…) Y desde

Mayo del 68 lo que se llevaba era la revolución, el compromiso político, sin excluir la violencia. Y eso nos abocaba al comunismo.

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(…) Se mantenía y cultivaba, al menos, una división entre españoles: los que estaban, o lo fingían, con el régimen y los «desafectos». (…) Mi familia, como

millones en España, venía de los dos bandos: el de mi padre, el «nacional»; el de mi madre, el «republicano». (…) En mi casa el final de la guerra no quedó sellado

por la victoria de los nacionales, sino porque la parte nacional y la republicana vieran a sus hijos estudiando una carrera. (…) Eso se traducía en un profundo

sentido del deber, interiorizado hasta la médula. Pero que no viví ni me hicieron vivir de forma angustiosa, sino como la oportunidad de devolver el amor de mis

buenos padres. Creo que durante toda mi vida esa ha sido mi preocupación fundamental: no quedar mal, por ellos, no defraudar nunca sus esperanzas.

Ese superyó que tanto me obligaba ante los demás —y me convertía en

candidato perfecto a militante comunista— no llevaba consigo, sin embargo, rencor social alguno. Nunca se nos dijo que nuestras becas eran fruto de la

generosidad del régimen, sino de la justicia social que, por fin, el régimen de Franco llevaba a cabo. Nunca fuimos ni nos hicieron sentir «parientes pobres»,

obligados a agradecer la oportunidad que se nos daba. (…) Esa sensación de superioridad que teníamos los becarios del Colegio San Pablo por ser más listos,

más leídos, más modernos, más libres y más de todo (excepto más ricos, pero eso no importaba mucho), nos acercaba inevitablemente a la izquierda, cuya

diferencia esencial con la derecha es sentirse moralmente superior y que la derecha lo acepte. Sin darnos cuenta, asumíamos una conciencia de casta

elegida, de minoría capaz de entender mejor que nadie lo que pasaba en un mundo que no entendía lo que pasaba. Y lo que pasaba, y no solo en París, era

el Mayo del 68, una movilización juvenil como no se veía en Europa desde mediados del siglo xix.

(…) Era inevitable en esos años que un adolescente de cultura católica se sintiera atraído por esa forma de saberlo todo, de salvarlo todo y a todos y, de

paso, salvarse a sí mismo, que es la revolución, mucho más si es música sin letra. La fe perdida en el más allá se reencontraba en la Política del más acá. Y

como el franquismo ya no se llevaba ni entre los franquistas, se puso de moda lo contrario, la música del enemigo, la simpatía por el diablo, los Rolling, el

comunismo, El partido. De la religión del Todo a la secta del Todos

En el último siglo cinco generaciones de comunistas han vivido la experiencia del partido y muchos han querido explicarla a los demás y explicársela ellos

mismos. Sin embargo, sus reflexiones han caído en un vacío cuidadosamente ocupado por los comunistas. Y es que la vieja frase de Lassalle, repetida por

Lenin, «el partido se fortalece depurándose», no solo rige hacia dentro, sino hacia fuera.

El caso de Podemos, último avatar de la secta leninista, ilustra esta forma de actuar perfectamente: a los disidentes de dentro se los depura y margina. A los

críticos de fuera se les injuria en Internet y en las mismas Cortes, con la complacencia de unos políticos necios que solo ven abusos en la libertad de

expresión (de haters o dirigentes) en lo que es una deliberada, tradicional, probada y eficaz política de exterminio moral de los enemigos que, para un

verdadero leninista, son, sencillamente, todos.

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(…) Para ellos, el mundo se divide en dos: el partido y los demás. Ser expulsado del partido equivale a ser arrojado del planeta. Para permanecer en su seno

están dispuestos a todas las bajezas, de acuerdo con su moral amoral; dispuestos a envilecerse, a darse golpes de pecho en público con reservas

mentales, a delatarse mutuamente, a jurar obediencia y sumisión, sin perjuicio de reanudar sus maquinaciones tan pronto como les sea posible.

El «hombre nuevo» del comunismo está tomado, evidentemente, del «hombre nuevo» del cristianismo. Por eso tantos cristianos y judíos, cuya conciencia de

culpa proviene de un airado Jehová o del Pecado Original —que es el origen de clase, burgués o pequeñoburgués, de sus militantes—, se sienten

teológicamente en casa al avistar el paraíso social, el comunismo.

Hay que sacrificarse, hacer penitencia para merecerlo. Pero el partido tiene una

ventaja sobre el Evangelio: obliga a hacer penitencia a los demás. Este aspecto, a la vez expiatorio y coercitivo, masoquista y sádico, otorga un aura especial al

militante: la de los inquisidores y los monjes guerreros, que pueden ser también procesados por herejes o caer víctimas de los infieles, pero cuya salvación

personal está asegurada por la lucha para la eternidad. El comunismo es un monoteísmo y no admite otro dios que él mismo.

La ignorancia política en el tardofranquismo

Pero ¿qué sabíamos sobre el comunismo, tras el parisino Mayo del 68, los que estábamos a punto de entrar en la universidad? Nada. El franquismo había

dejado de criticarlo como en la posguerra, aunque no de perseguirlo, y no se molestaba en poner al día los datos del Gulag o promocionar los libros de los

disidentes del PCE. Y el antifranquismo, que era el partido, disimulaba. (…) La clave era la libertad, la democracia. Luego, ya se vería. De entrada, socialismo

no. ¿Y qué era la política, sino otro nombre de la libertad? (…) La política, aun a tientas, se resumía en esa palabra: libertad. Había que salir de la dictadura y

tener más libertad, sí.

(…) En el PCE que yo conocí desde 1970 ese papel de incomunicación que

necesita la secta para no cuestionarse su existencia lo cumplía, precisamente, el franquismo. Al estar prohibido el PCE, nada se debatía o discutía: se susurraba

o sobreentendía, aunque no se entendiera. Era más importante estar en el secreto que desentrañarlo, siempre por motivos de seguridad. La ilegalidad era

garantía de opacidad para los que formábamos el verdadero partido, que no era solo el núcleo, la organización interna, jerarquizada según las estrictas normas

de la clandestinidad y de la que nada sabíamos, sino todo el grupo social mucho más amplio llamado de «gente maja».

(…) En realidad, mi conversión al comunismo y mi posterior evolución al anticomunismo se produjeron en solo dos años, 1974 y 1975, y ambas fueron

fruto de dos casualidades. (…) La cuenta abierta de Abréu no solo me permitió hacerme con una bibliografía muy completa de psicoanálisis en francés, sino

comprar o encargar todo lo traducido al español o en francés del marxismo, con preferencia por la rama más o menos estructuralista y con guiños al

psicoanálisis que representaba Louis Althusser. (…) Tan en serio me tomé mi formación marxista (…) En fin, estudié.

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La vida sorprendida de un militante antifranquista

Un acontecimiento precipitó nuestra salida de la teoría en favor del denostado

«compromiso» político: el asesinato de Carrero en diciembre de 1973 que no se vivió como «liberación», dígase ahora lo que se diga, sino como una especie de

provocación o ajuste de cuentas dentro del franquismo, que abría la temible posibilidad de una «noche de cuchillos largos» contra la oposición registrada en

los archivos policiales, que era la de siempre: el partido y los pequeños grupos de ultraizquierda, escisiones del PCE hijas del 68. Durante esas navidades, tras

el miedo real que pasamos los que teníamos algún antecedente político, todos tuvimos la sensación de que las cosas, es decir, la salida o no de la dictadura,

dejaban de plantearse en el terreno teórico y se imponía la fea realidad. Y a comienzos del 74, el responsable de la seguridad de Carrero e insólito sucesor,

Arias Navarro, anunció algo que se conoció como «espíritu» y terminó en fantasma, pero que prometía un cambio a fondo: la «legalización de asociaciones

políticas», o sea, los partidos, en la jerga del régimen. Sorpresa total. Y el antifranquismo, pendiente del «hecho biológico» se puso a conjugar a toda prisa,

sin reflexionar más, el paradójico verbo reflexivo «organizarse».

(…) Nos delató, o nos retrató, nuestra condición intelectual, de marxistas de

librería: si las ideas —nos decíamos— eran las correctas, lo sucedido en BR es que sus fundadores habían traicionado esas ideas. Razón de más para

defenderlas. Y así nos metimos en la Organización Comunista de España (Bandera Roja), en la que yo —que me había adjudicado un año

sabáticomilitar— pasé a hacerme cargo del sector de Intelectuales y Profesionales. (…) Los pocos meses en Bandera Roja fueron físicamente

agotadores y políticamente decepcionantes.

De la lectura del Gulag al viaje a la China de Mao

En 1974, Franco casi se muere; en 1975 murió. Y en esos dos años se

publicaron en España los dos primeros tomos del Archipiélago Gulag, de Soljenitsin. Como era, se decía, contra la URSS, todos los maoístas à la mode de

París, los trotskistas y los anarquistas nos abalanzamos sobre él. Pero no era sobre Stalin, ni sobre la URSS, sino sobre el comunismo. Tras leer el primer

tomo, las chinoiseries de Tel Quel, el De la Chine de Macciochi a Des chinoises, de Kristeva, me parecieron una intolerable superchería. (…) Puedo señalar el

punto exacto en el que toda idea comunista se me hizo execrable. (…) son dos capítulos: «La infancia de la ley» (pp. 354-443) y «La madurez de la ley» (pp. 444-

509). En especial, el primero, que demuestra cómo la idea de que Stalin pervirtió el leninismo, no puede ocultar el hecho esencial: que todo, desde el

principio, está en Lenin. Todo. O, dicho de otro modo, que el problema del comunismo es, simplemente, el comunismo.

El Partido de los Inocentes y la Agenda del Bien

Entrado el siglo XXI, el gran enigma del comunismo es de supervivencia. ¿Por qué tanta gente se hace comunista y por qué, después de cien años de la

creación por Lenin de un tipo de régimen carcelario, ruinoso y genocida, el comunismo sigue siendo una ideología respetable o respetada, que domina los

campos mediático y educativo, esenciales para asegurar su continuidad? A mi

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juicio, la respuesta está en uno de los pocos libros realmente importantes sobre la naturaleza del comunismo, el de Stephen Koch El fin de la inocencia: Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales (Koch, 1997).

Si Lenin creó el Imperio del Terror comunista, copiado en todo el mundo durante un siglo, Münzenberg creó el Imperio de la Mentira sobre el

comunismo, que se mantiene intacto, perpetuamente renovado, hasta hoy. Y tratando de explicar mi propia experiencia, tan parecida a la de la mayoría de

los jóvenes de izquierdas de tantos países, topo siempre con el mismo fenómeno: el deseo de reemplazar una fe religiosa por otra política, y, a través

de lo que aquel genio de la propaganda («el otro nervio de la guerra», decía Napoleón) llamaba sus «clubes de inocentes», la gran tentación, mantenerse

dentro de la Agenda del Bien.

(…) Münzenberg siempre defendió —y lo demostró con hechos— que el éxito del

comunismo no podía basarse en su verdad ni en una realidad que pudiera justificar sus teorías, sino en su aceptación por los que no creían en esa verdad,

pero estaban dispuestos a compartir la lucha contra una misma mentira: y esa es la que había que crear. De la más duradera, el «antifascismo» de la URSS, en

España «antifranquismo», sigue viviendo el comunismo, pasado y presente.

No importa que Lenin fuera un agente del Imperio Alemán, matara de hambre a

los suyos y exterminara a todos los partidos políticos, sindicatos, intelectuales, obreros y campesinos que no encajaban en sus planes tiránicos. No importa que Stalin siempre se entendiera con Hitler, desde mucho antes del pacto germano-

soviético por el que se repartieron Polonia, ni que unos y otros se entregasen a sus respectivos agentes o disidentes para exterminarlos. No importa ni importó

nunca la verdad —que se supo desde el principio y desde el principio se rechazó— sobre la naturaleza genocida del comunismo en Rusia.

Ese es el genio de Münzenberg: haber creado la mentira más duradera de la historia, basándose siempre en lo mismo: la denigración del adversario, la

justificación de su exterminio e incluso la justificación del error al hacerlo. ¿Y cómo? Consiguiendo que los que mentían o creían defender la Verdad que

favorecía a la URSS se sintieran en el lado del Bien, moralmente superiores a los que dudaban, cuya duda los situaba automáticamente del lado del Mal.

(…) Lo interesante, sin embargo, porque es la clave de la resurrección actual del comunismo más cerril, es averiguar por qué tantísima gente ilustrísima e

inteligentísima fue engañadísima durante tantísimo tiempo por los montajes de la Komintern en los quince años en que Münzenberg dirigió su propaganda; algo

que sigue marcando el modo de actuar de la izquierda hasta el día de hoy.

(…) ¿Por qué suele perderse la fe en Dios a las primeras de cambio, cuando por

el sufrimiento de un niño violado y asesinado o cualquier otra crueldad inexplicable con la que tropezamos en nuestra vida dudamos de la existencia de

un Ser Superior que no sea Superiormente Cruel, y por qué, sin embargo, cuando la nueva fe, el comunismo, muestra mucha más crueldad que la

metafísica se aceptan explicaciones totalmente absurdas?

(…) Esta fue la justificación de Lenin y Trotski para el terror rojo. (…) Y ese es el

origen de la política de depuración del partido por Stalin: la prohibición de

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facciones o cualquier disidencia en el partido al llegar Lenin al poder. Desde entonces, la «actividad fraccional» se ha considerado en todos los partidos

comunistas uno de los tres delitos imperdonables en un militante. Los otros dos son «desviacionismo burgués» —derechista o ultraizquierdista— y «colaboración

con el enemigo» que, por serlo todos, podía ser cualquiera. Lo que diferencia a Stalin de Lenin es que tuvo más poder para la misma política.

(…) La fuerza del comunista no es de la misma naturaleza que la del mártir cristiano, al menos en el siglo XXI, pero tiene la misma o superior intensidad.

Del mismo modo que unos disfrutan en el Bien, otros lo hacen con el Mal. El comunismo, inequívocamente definido por Lenin como una empresa malvada

que traerá alguna vez el Bien al mundo, es una religión satánica, seguramente más actualizada que la del Evangelio.

El neocomunismo del siglo XXI nace o renace, precisamente, por la violencia y disfruta de una extraordinaria prosperidad gracias a la mentira. (…) Un nuevo

tipo de violencia urbana y cosmopolita, más cercana a la de las barricadas del siglo XIX que a la que se supone correspondería al final del XX y comienzos del

XXI, estalló de forma aparentemente espontánea con dos herramientas muy poderosas: Internet y las redes sociales, que daban forma a una propaganda

masiva y barata, apoyada a su vez en la televisión, que había sido pieza esencial, aunque involuntaria, en el derrumbe del Este ante las imágenes de

prósperos colorines del Oeste.

(…) Los estudiantes no se rebelaban contra los profesores, sino con ellos y

contra el aburrimiento de aprender y enseñar, curso tras curso. Y los rescataba del tedio la prestigiosísima Revolución. Eran de nuevo ingenieros de almas,

impartiendo por la tele másters en Indignación. De hecho, indignarse se convirtió en la primera industria editorial y mediática.

El cambio era superficialmente enorme. La sustancia, la misma: no a la propiedad privada, sí al comunismo. El clásico pacifismo anti-OTAN, siempre

teledirigido por la primera potencia militar terrestre del mundo, la URSS, y la subversión civil antinuclear o ecologista, pero con propósitos militares, había

sido relevado por un nuevo fenómeno de agitación y violencia que, como ha sucedido siempre desde mediados del siglo XIX, nunca protagonizaban y jamás

respaldaban los trabajadores manuales, supuestamente explotados por ese capitalismo global que ha mejorado extraordinariamente el nivel de vida de los

más pobres en los países más pobres. Los «indignados» que acaparaban los arranques de los telediarios eran inquilinos de las infinitas instituciones antaño

educativas o formativas, que hoy «formatean» el espíritu hasta dejarlo, literalmente, sin conocimiento.

La violencia extrema era un medio de llamar la atención y un fin en sí misma. Su existencia era una suerte de arquitectura efímera cuya combustión no podía

pasar de un minuto en el informativo de televisión, con ráfagas de cinco segundos. Luego vendrían las tertulias y debates donde los caudillos

antisistema del mediodía daban sentido a las imágenes en el prime time de la noche. Para volver por la mañana con otra actuación y por la noche con su

explicación. Parodiando a Gertrude Stein, la indignación era la indignación, era la indignación, era la indignación.

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(…) La Globalización, el Nuevo Orden Mundial y el Capitalismo Salvaje eran los blancos de los indignados de cátedra, como si alguna vez hubiera considerado la

izquierda civilizado al capitalismo o como si durante el «siglo soviético» (Lewin, 2017) la economía de mercado y la democracia liberal no hubieran demostrado

ser infinitamente mejores que el peor salvajismo contemporáneo, el socialismo real de Lenin.

(…) El comunista no es, no ha sido nunca, inocente de lo que los comunistas han hecho en cualquier otro lugar del mundo. A la espera del poder material,

disfrutando solo —y no es poco— del poder intelectual que procura la certeza en su superioridad moral, el militante del ideal comunista tiene ante las víctimas

del comunismo real una disociación cognitiva: las ve y no las ve, lo sabe todo, pero nada sabe, disfruta cuanto ignora. La diferencia esencial del líder y el

militante es que el primero experimenta el placer directamente asociado al discurso; y el segundo, un goce silencioso, secreto e incluso inconsciente.

(…) La diferencia de Pablo Iglesias con Carrillo, Anguita, Llamazares o Alberto Garzón, su «pitufo gruñón», está en que combina, porque le dejan, el mitin

diurno y la confidencia nocturna, el gritito mitinero y ese susurrar suyo, ridículamente impostado, entre confesor y Landrú, que, pagado por Chávez,

aprendió en los cursos de telegenia de María Casado. Pero susurrando noche tras noche a las ovejitas sin luces va consiguiendo vender en la teletienda de las

ideas que su violencia no es violencia, que su ferocidad es sensibilidad, que sus amigos etarras no matan, que Caracas no es Madrid, que él no quiere una

dictadura comunista, solo que los niños pobres no tengan que buscar su comida entre la basura de los hoteles de cinco estrellas.

(…) La tarea del comunista del siglo XXI es acceder al cuarto trasero de la conciencia buenista, donde se alberga ese impulso homicida inconfesado o

inconsciente del que habla Besançon; facilitar al teleciudadano la contraseña para acceder al Big Data del poder imaginario sobre la vida, la propiedad y la

libertad de los otros. Algo que solo el comunismo ha hecho realidad y volvería a hacerlo, porque desear es conseguir y lo que se quiere, se puede.

(…) El éxito de Podemos se basa justamente en eso: en haber ido más allá de lo que nadie, empezando por el PCE que hizo la Transición y que aceptó la

democracia durante cuatro décadas, hubiera ido nunca. Solo la ETA se acercó en ferocidad a sus propuestas, y no todas y no siempre.

El peligro populista en general y el comunista en particular

Creo que el éxito del populismo, de izquierdas o de derechas, en estos últimos años, una de cuyas manifestaciones es precisamente Podemos, nace del lento,

insensible e implacable deslizamiento de la política al videojuego, del voto convertido en expresión de hastío y no en respaldo a una alternativa de

gobierno, porque se entiende que no hay alternativa… y se apoyan las más radicales. Se vota a candidatos que en el siglo pasado no se hubieran atrevido a

presentarse a las elecciones y se votan cosas que nunca se hubieran sometido a votación. El fenómeno populista no es nuevo, sino tan viejo como la democracia,

que Aristóteles entendía como demagogia. Lo que sorprende es su magnitud. Un candidato como Trump o un referéndum como el del Brexit en las dos

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democracias liberales más asentadas del planeta eran impensables hace diez años. Los procesos electorales, en el pasapuré de la televisión y las redes

sociales, se parecen más a las votaciones para echar a concursantes de Gran Hermano que a un debate sobre modelos de sociedad y modos de gobernar.

El populismo tiene muchas caras, pero en mi opinión hay tres modelos esenciales. El primero es el del rechazo particularista, no siempre injustificado,

a las formas que reviste la cada vez más libre circulación de mercancías y la cada vez más frecuente circulación de personas, a menudo ilegal y siempre

profundamente perturbadora de los equilibrios sociales. La crisis de los refugiados, atizada por la demagogia buenista de Merkel, fue su última

manifestación. Pero el aculturamiento hostil de las minorías islámicas en los países europeos, empezando por Francia, Alemania e Inglaterra, es, sin duda, la

amenaza más grave, porque está íntimamente ligada al terrorismo islamista. En mi opinión, fenómenos como el de Marine le Pen y Melenchon en Francia han

mostrado que la derecha y la izquierda se oponen radicalmente en este asunto. (…) El segundo fenómeno populista va íntimamente ligado al anterior, y es la

rebelión contra los medios de comunicación y de formación de la opinión pública, que, en aras de lo políticamente correcto, siempre muy escorado a la

izquierda, ha despreciado y desprecia a enormes grupos de población que se sienten expulsados del sistema y manipulados por unos medios que están en

manos de los políticos y unos políticos que están en manos de esos medios.

(…) Este es, a mi juicio, el populismo realmente grave: el que nace de la

deslegitimación de la libertad, la propiedad privada y la igualdad ante la ley, los tres principios del liberalismo contra los que se alzó el comunismo, cuya

primera y terrorífica manifestación fue el Estado Soviético creado por Lenin. Lo malo no es que haya comunistas. Es que, en lo fundamental, la mayoría de los

medios de comunicación, y con ellos la mayoría de los partidos políticos, defienden tres ideas difusas pero omnipresentes: la primera es que se puede

atacar siempre la propiedad privada y eso es bueno; la segunda, que se puede legislar para un grupo y no para todos y que esa desigualdad ante la ley

también es buena; y la tercera, que se puede coartar la libertad de cualquier persona para lograr las dos anteriores, que su propiedad no sea suya y la ley no

la defienda. Y eso es buenísimo.

(…) Y en España, el populismo de izquierdas, el de Podemos y el PSOE,

estratégicamente unido al populismo separatista, puede llevarnos a una catástrofe monumental. Nada podría el separatismo catalán o vasco sin el

populismo comunista. Con él, lo puede casi todo. La clave de que lo consiga o no está en la legitimidad que se conceda al comunismo y la que el comunismo

conceda al separatismo.

¿Cuál es la diferencia intelectual que da al comunismo esa legitimidad superior

a la del fascismo, el nazismo o cualquier tipo de populismo actual? Su universalidad. El hecho de que no se basa en una conciencia particular, de tipo

nacional o religioso, sino en la conciencia, en general. Aun proclamándose de clase (no de la clase proletaria, a la que el comunismo niega toda capacidad de

pensar por sí misma porque solo busca mejorar su situación material y no la salvación de la humanidad) el militante comunista se siente universalmente

bueno.

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(…) Y en un mundo que empieza a descubrir, aunque sea invocando a San Google, hasta qué punto la mentira se halla instalada en lo más profundo del

ser humano, como la primera y última versión del Mal, ¿cómo se lucha contra el comunismo, que se basa en la mentira sobre el terror que busca imponer? En

mi opinión, solo recordando su realidad criminal, es decir, sus víctimas. Y eso significa combatir el mayor empeño en borrar su memoria, que es el de convertir

el comunismo en la historia del comunismo. Como si el sufrimiento humano, el sacrificio de más de cien millones de personas, asesinadas con la excusa de una

idea siniestra por los sumos sacerdotes carniceros del Kremlin, pudiera reducirse a un relato y a una estadística consensuada de sus crímenes. Pero

eso exactamente es lo que está sucediendo hoy. En realidad, desde hace tres décadas, cuando la realidad comunista buscó ocultarse en la universidad. La

clave es la negación de la progenitura del comunismo, su carácter de modelo dictatorial absoluto sobre el que se forjaron el fascismo y el nazismo.

(…) Pues bien, esta evidencia histórica, que el bolchevismo llega al poder en 1917, el fascismo en 1924 y el nazismo en 1934, y que los tres fenómenos

políticos provocaron la mayor pérdida de vidas humanas de la historia, no solo en el frente sino en la retaguardia, con millones de víctimas inocentes, se niega

de forma deliberada, cruel, indiferente a la memoria de esas víctimas.

Yo creo, en cambio, que la única forma intelectualmente respetable de acercarse

al comunismo es a través de sus víctimas. Hay decenas, cientos de miles de libros sobre Rusia antes, durante y después del 1917. Tras el centenario de

octubre de 1917 serán millones. Los historiadores, sin excepción, no dejan de decir que faltan muchos archivos por escrutar, muchos datos por conocer,

muchos detalles por estudiar. (…) Sin embargo, la naturaleza del comunismo está grabada en la vida y la muerte de cada una de sus víctimas. El comunismo

asesinó a millones de personas por considerarlas mera masa refractaria, reaccionaria o eliminable.

(…) En este libro pretendo rescatar, a partir de mi experiencia, lo que más me ha costado encontrar y, por tanto, entender: el rastro de tantos testigos de la

barbarie comunista cuyas denuncias y memoria han sido borrados por la apisonadora intelectual comunista, no la de Moscú, sino la de los cómplices del

comunismo que lo han servido y lo sirven hasta el día de hoy. Quiero, en la modesta medida de mi capacidad, pero con la seguridad de hacer lo debido,

rendir tributo a los que cayeron pensando y a los que, por pensar, cayeron. No he querido escribir un libro de historia, aunque naturalmente me refiera a ella,

sino una memoria, la mía pero no solo mía sobre el comunismo, que no es ni será nunca historia pasada, sino sombra presente y amenaza permanente

contra nuestra libertad.

La musa del escarmiento

Y si ahora publico esta Memoria del comunismo es por la misma razón: porque el

comunismo no ha desaparecido y porque está logrando borrar su memoria, que debería ser la de sus víctimas.

Federico Jiménez Losantos

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EL AUTOR

Federico Jiménez Losantos nace en Orihuela del Tremedal (Teruel), el 15 de septiembre de 1951. Hijo de un zapatero y

una maestra, gana una beca a los diez años y hace el bachillerato con J. A. Labordeta y J. Sanchís Sinisterra. Se licencia en Filología

Española con una tesis sobre Valle-Inclán, en Barcelona. Durante el franquismo colabora

con el PCE y milita brevemente en Bandera Roja. En 1976, tras leer Archipiélago Gulag y viajar a la China de Mao, rompe

definitivamente con el comunismo.

En la Barcelona de los setenta, que evoca en La ciudad que fue, estudia psicoanálisis con Oscar Masotta y funda y dirige Diwan (1978-

1981) con Alberto Cardín y Javier Rubio, referencia de la generación que evoluciona de

la izquierda al liberalismo. Edita Discurso, Figura, de J. F. Lyotard, publica textos sobre pintura, cine o literatura gay y

colabora en El País. En 1978, gana el I Premio de Ensayo El Viejo topo, con La cultura española y el nacionalismo, pero su editorial se niega a publicar

Lo que queda de España (1979), primer libro de crítica a la política lingüística en Cataluña y a la izquierda sumisa al nacionalismo. Francisco Umbral lo presenta en Madrid como «el nacimiento de un gran escritor

español».

Desde entonces, es uno de los intelectuales y periodistas españoles más

influyentes y discutidos: jefe de Opinión de Diario 16, columnista de ABC y El Mundo, comentarista de Antonio Herrero en Antena 3, director de La linterna y La mañana en la COPE y creador del grupo Libertad Digital: La Ilustración Liberal, Libertad Digital.com y esRadio, donde dirige Es la mañana de Federico. Entre sus muchos premios, están el Micrófono de Plata, el de Oro, el de la Academia Española de la Radio, el González Ruano, el del

Parlamento Europeo o el Espejo de España.

Ha publicado los poemarios Diván de Albarracín, Poesía perdida (1969-1999) y La otra vida. Sus libros de historia y política o antologías de artículos son siempre grandes éxitos: La dictadura silenciosa, Contra el felipismo, La última salida de Manuel Azaña, Los nuestros, Con Aznar y contra Aznar, De la noche a la mañana, el milagro de la COPE, El linchamiento y Los años perdidos de Mariano Rajoy, estos últimos en La Esfera de los Libros.